Cruce Vol. 2, 2013

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índice 2

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Juan Carlos Fred-Alvira

nota editorial

¿Cuál crisis? La pregunta de la soberanía de la multitud ante el (des)arme del simulacro democrático de la nación-estado Miguel A. Cruz-Díaz

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Los nuevos movimientos sociales ante las crisis del sistema-mundo moderno Freddy Aracena Pérez

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Vía verdeejemplo de la pseudo-democracia que atraviesa Puerto Rico Eddie N. Laboy Nieves

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El concepto de la democracia en el discurso neoliberal MaríaJosé Moreno Viqueira

Revolución o barbarie. Las llamadas crisis de las democracias

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La era pospolítica

Javier Santiago-Lucerna

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El fin de la democracia burguesa

Joaquín Rodríguez Burgos

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Persépolis y la “revolución” que fue dibujada:Una reflexión desde la sociedad de vigilancia, el biopoder y las identidades en la Revolución Islámica Luis Javier Cintrón Gutiérrez

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La performatividad colectiva como arte público Acción dentro de la Huelga de la Universidad de Puerto Rico Edén Bastida Kulick

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Rasgos y Rastros de la Pertenencia:Indagaciones en torno a la Comunidad Política en el Contexto puertorriqueño Guillermo Rebollo-Gil

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Banalidad, corrupción y crisis: ¿colapso del proyecto de democratización? Eloisa Gordon

Fotoensayo 1

p.1

I Berlin: Transactions of Democratic Public Spaces Timor Kodal

p.17

Fotoensayo 2 Failed States Jason Mena

p.27

Fotoensayo 3

Wall Stalker Series: 20 | Year: 2010-13 Nathalie Frankowski Cruz Garcia WAI Architecture Think Tank

Fotoensayo 4

“Teorías de Resistencia”

p.49

Aydasara Ortega

Fotoensayo 5

p.53

(Sin título)

Javier Santiago Lucerna Texto: Maritza Andreu

Fotoensayo 6

La 25 de enero Carlos Rubín

p.67


Chaos

Carlos RubĂ­n



cruce{ El año de 2012 fue uno de grandes crisis y grandes protestas: desde la crisis financiera internacional hasta la crisis de viabilidad del estado benefactor —España, Grecia, Estados Unidos—, y desde el desmantelamiento de varios gobiernos autoritarios —Tunez, Egipto, Libia— hasta el recrudecimiento de la opresión y el estado de guerra civil —Yemen, Kuwait y Siria. A nivel de la sociedad civil observamos el surgimiento paralelo de manifestaciones aparentemente contradictorias: por un lado el florecer enérgico de grandes movilizaciones sectoriales con reclamos de inclusión, participación y libertad —la Primavera Árabe, Occupy, los Indignados— y, por el otro, el aparecimiento de una nueva extrema derecha y nuevas formas de intolerancia, xenofobia, sexismo y homofobia. Un elemento común a este estado de incertidumbre generalizada es la interrogante fundamental de la viabilidad de las formas de los gobiernos existentes. Dicho estado nos plantea, una vez más, la necesidad 2

de atender tres problemáticas principales: 1) la crisis de legitimidad de gran parte de los gobiernos actuales; 2) la crisis de gobernabilidad de estos sistemas políticos y su dificultad en responder a las crecientes demandas sociales; y, 3) la intensificación de la privatización de lo que Jurgen Habermas describe como la esfera pública, fenómeno inexorablemente conectado a los procesos de globalización y a las transformaciones mediáticas generadas por el capitalismo internacional, creadores, a su vez, de una “mano invisible” anti-democrática. Todo esto nos lleva a concluir, junto a Norberto Bobbio, que la crisis contemporánea conlleva una paradoja principal: que nunca antes la práctica de la política democrática reconocida estuvo tan debilitada, pero que nunca antes resulta tan necesaria. Entendiendo la importancia vital de todos estos procesos, la Revista Cruce de la Escuela de Ciencias Sociales, Humanidades y Comunicaciones, dedica esta segunda versión impresa, ¿Las crisis de democracias?,


nota editorial

a explorar estos temas. Entre los textos escritos que conforman esta edición se levantan cuestionamientos imprescindibles en torno a la política pública, la construcción y del imaginario y de realidades a partir de la palabra y los medios de comunicación, y los movimientos de resistencia universitaria en Puerto Rico. La edición incluye además, una serie de fotoensayos y piezas de arte que proponen otro tipo de lectura en torno al tema, y que exploran la vida democrática en otras latitudes, las texturas ignoradas de la cotidianidad nuestra, así como las más palpables de la vida comunitaria. Cada uno de los textos articula de este modo otra propuesta al cruce de ideas, perspectivas y medios. Cruce, tanto en versión digital como en la impresa, es el resultado de la colaboración de cientos de contribuyentes, pero como grupo de trabajo al cierre de esta edición, está constituido por: Sonia Cabanillas, Iván Chaar-López, Beatriz E. Ramírez Betances, y Thelma Jiménez-Anglada. Junto a ellos colabora una V.2_2013

Junta Asesora, presidida por Eloisa Gordon, y constituida además por los Decanos y Directores de nuestra Escuela —Mariveliz Cabán, Martín Cruz Santos, Vilmania Mambrú, Alfredo Nieves Moreno— e Yvonne Guadalupe, en representación de la Oficina del Rector. La Revista comienza hace apenas dos años, pero ya se lee, en versión digital, en más de 50 países por miles de lectores todas las semanas. Es imposible concluir esta nota sin reconocer el apoyo que siempre nos dio el recientemente fallecido Rector de la Universidad Metropolitana, Dr. Federico Matheu, a quien dedicamos esta edición. También reconocemos y agradecemos al nuevo Rector, Dr. Carlos Padín, quien desde un principio nos ha manifestado un sentido de gran entusiasmo solidario. A ellos, a los cientos de columnistas y a nuestros miles de lectores, nuestras más expresivas ¡gracias!

“In memoriam” Dr. Federico Matheu

Eloísa Gordon Decana, Escuela de Ciencias Sociales, Humanidades y Comunicaciones Presidenta, Junta Asesora Cruce

Thelma Jiménez-Anglada Coordinadora Editorial Cruce

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¿Cuál crisis?

La pregunta de la soberanía de la multitud ante el (des)arme del simulacro democrático de la nación-estado Miguel A. Cruz-Díaz

“The spirit of democracy is nothing less than this: the breath of man, not the man of humanism measured against the height of man as he is given – for where would one find this given? Under what conditions? What status would it have? - but man who infinitely transcends man.”

¿Es posible hablar con algo de seriedad sobre una llamada “crisis” de las democracias? La historia contemporánea es una llena de crisis que han afectado, y hasta desecho, estados soberanos y aniquilado el status quo en múltiples ocasiones. La caída del Muro de Berlín en el 1989 fue solo un presagio de los grandes cambios que marcaron la década de los noventa y el principio de la primera década del siglo XXI. Este periodo de tiempo fue producto de otra crisis, la Guerra Fría, marcada por las luchas de liberación coloniales y las guerras “Proxy” libradas por naciones clientes de los bloque soviéticos y occidentales. A su vez, la Guerra Fría fue el producto

de la crisis internacional creada por la Segunda Guerra Mundial, y ésta fue la mera secuela de la primera conflagración global, la cual cuenta con raíces decimonónicas que pueden llegar a Napoleón y… en fin, el estudio de la historia de las relaciones internacionales y de la historia global es un cuento de nunca acabar de una crisis tras otra. Es por esto que es tan pertinente, y no del todo irrespetuoso, el preguntar con toda seriedad “¿pero cuál crisis”? La crisis es un elemento repetitivo en toda narrativa histórica del proyecto de la nación-estado, y del sistema internacional que reemplazó las relaciones de poder medievales prevalentes antes de la Paz de Westphalia en el 1648 (esencialmente el cambio de un sistema de crisis por otro). Dicho esto, debo aclarar que no es mi intención el favorecer una lectura cíclica de la historia, ni tampoco una lectura lineal de inevitabilidad o neo-evolutiva, sino que propongo una mirada seria donde podamos analizar la complejidad de temas como la agencia política individual y colectiva, la soberanía y el concepto del ordenamiento de ley como los cimientos

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Jean-Luc Nancy

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primordiales del llamado “estado democrático” occidental. Mas allá, propongo sencillamente el argumentar que tal cosa como la nación-estado democrática, promulgada en la homogeneidad interna y el reconocimiento de sus pares externos, no existe salvo en la imaginación colectiva. Sin embargo, el estado de crisis no se ha limitado al occidente. El 18 de diciembre del 2010 se toma como el comienzo de la llamada Primavera Árabe, también conocida como la Revolución Árabe por sus participantes en el Medio Oriente. Esta llamada “ola de liberación” no fue otra cosa que el levantamiento popular por parte de un gran número de ciudadanos de países con gobiernos autocráticos. El énfasis occidental, a la hora de analizar estos sucesos y de cubrirlos en los medios noticiosos, ha sido el establecerlos como eventos límites, en un discurso que asume el modelo de la democracia occidental representativa, sazonada con el capitalismo neoliberal, como el paradigma a seguir ciegamente por el resto de la raza humana. El occidentalismo continúa siendo su propio fetiche. Tal discurso universalista exalta y niega a la vez la crisis que establece y a la vez contradice al estado moderno como lo conocemos. En la búsqueda quimérica por legitimizar el status quo de la res pública actual se invisibiliza la naturaleza compleja del movimiento popular, uno basado en el reclamo por nada menos que la reconfiguración de relaciones de poder. El grito de protesta utilizado en todo el Medio Oriente, Ash-shab yurid isqat an-nizam, “el pueblo quiere acabar con este régimen”, refleja esta lucha por recobrar la soberanía extirpada del cuerpo político comunitario en nombre del estado de derecho. 4

La cualidad viral de la Primavera Árabe atrajo una mayor atención al pan-arabismo, y le dio un nuevo giro socio-político. La utilización de las redes sociales garantizaron un alto nivel de coordinación y comunicación instantánea no solo entre ciudadanos de un país sino entre varias naciones, permitiendo una coordinación de resistencias. Tal descentralización periférica brinda un nuevo nivel de sincretismo cultural y político que cuenta, teóricamente, con la capacidad de crear lazos de agencia a nivel global, y rescató la discusión de estos movimientos transnacionales de la bóveda de curios y ejercicios intelectuales relegados a estudios poscoloniales o relatos tangentes de las historias globales. Esto es, en otras palabras, el generar la crisis a un nivel tanto fundamental como constructivo. Creo pertinente preguntarnos: ¿cuándo ha sido democrático el Estado, que centraliza el poder verticalmente y reparte un simulacro de agencia a cuentagotas? ¿Cuándo se puede esperar que el Leviatán no sea otra cosa más que la total absorción y subyugación de la soberanía individual y colectiva al artefacto de dominación? Tal parece que la nación-estado, el legado del proyecto liberal de la Ilustración, baluarte de la secularización de la política y piedra angular del sistema internacional (al igual que esperpento casi irreconocible y asediado por la globalización y una creciente obsolescencia en la actualidad globalizada) sigue percolando tanto en el “mainstream” coloquial como en el imaginario cómodo intelectual, aclamado como el Magnus Opus de la vida en la polis contemporánea. Existe, a mi entender, un perverso ciclo de auto-gratificación consensual en presumir extender la correlación entre la democracia y el organismo


de gobernación, el cual está regido, según el paradigma Westphaliano, por la voluntad colectiva y la “soberanía” del pueblo. Pero esta identificación con el proyecto de Estado, con la misma definición de la soberanía propia del cuerpo político que circunscribe el espacio de la res pública, es algo maleable, cambiante y ante todo volátil ¿Podemos, o tan siquiera debemos, hablar de “crisis” como algo ajeno al estado moderno, cuando es la misma crisis un elemento necesario para la gestación de éste? Roxanne Lynn Doty elabora la naturaleza cambiante y fluida de la identidad al señalar que la definición del “nosotros” que fundamenta la soberanía política es un “recurso político flexible”1. Tal inestabilidad inherente proviene de una condición de crisis constante en el cuerpo político del estado: The effect of sovereignty is produced under crisis conditions wherein notions of time, space, and political identity are subject to disruption due to transgressions of the boundaries that attempt to fix time, space and identity within a social order. Sovereignty itself then is inherently problematic because it is potentially undermined by things such as global economic processes, and also because it emerges in response to a crisis in which the naturalness of foundations have been shaken.2

Roxanne Lynn Doty, “Sovereignty and the Nation”, en Thomas J. Biersteker & Cynthia Weber (editores), State Sovereignty as Social Construct (Cambridge University Press, 1999).

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Si es preciso hablar de una verdadera crisis de la democracia contemporánea pues entonces hablemos de ese afán nihilista por limitar el concepto de la democracia al simulacro conocido; ese ritual antiséptico y a la vez tan absorto por una grotesca sensualidad, transfigurado a verborrea populista e infligida su repetición ad nauseum a esa experiencia inmediata, insatisfecha y mutilada. Se sublima la libertad del verbo soberano, de la emancipación plena, y se sustituye por el congreso carnal presente en la sumisión ciudadana, consensual y espasmódica, al imperio de ley y orden. Lejos se encuentra la concepción de Rousseau, en su Contrato Social, sobre el concepto de la soberanía política en la res pública, de la distinción entre el poder de legislación (le droit legislatif ) y el aparato gubernamental, el cual tiene a su vez el ejercicio del poder mediante la ley. Mas es el estado de crisis que socava esa idea contratista de Rousseau sobre la economía política, y la reemplaza por el innegable resultado de la gobernanza actual: aquella fachada de participación egalitaria y pluralista irremediablemente desacreditada ante el uso de la opresión por parte del estado, sea por la vía legal o mediante la fuerza bruta. Este es el concepto prevalente del Estado y la nación, indivisible al soberano del cuerpo político. El vox populi carece de verdadera soberanía política. Según Robert Jackson, el concepto de el pueblo, o de la soberanía popular, no existe y a su vez tiene que ser invocada. “Autoridad soberana y poder tiene que estar en manos de alguien. ¿No puede estar en las manos de todo el mundo?”3 Quizás este modelo, el concepto “del pueblo” 3

Robert Jackson. Sovereignty. (Polity Press, 2007) P. 82

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de Rousseau, debe ser modificado o hasta descartado, si se desea dar valor a la acción política, en adición al derecho de autodeterminación Wilsoniano. Mas allá del concepto existente del pueblo, existe lo que Spinoza llama la “multitud”4. El aspecto político mas relevante del concepto de Spinoza puede ser resumido de esta manera: “todo gobernante debe temerle más a sus propios ciudadanos (…) que a cualquier enemigo foráneo y es este ‘miedo a las masas’ (…) el freno principal sobre el poder de soberano o estado”5. Este concepto es interpretada como la base de la verdadera y autónoma democracia por Paolo Virno y Antonio Negri. ¿De que consiste el concepto de la multitud? El término multitud, como es articulado por Paulo Virno y Antonio Negri, tiene la capacidad de manifestarse por su cuenta y establecer la soberanía, o para citar a Negri, “la multitud es el único sujeto social con la capacidad de realizar la democracia emancipadora”6. Puede ser argumentado que los eventos recientes en el mundo árabe, si fuesen llevados al extremo de reforma paradigmática plena, podrían marcar un paso en esa dirección. Este Spinoza. Theological-Political Treatise. (Cambridge University Press, 2007)

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“Every ruler has more to fear from his own citizens […] than from any foreign enemy, and it is this “fear of the masses” […that is] the principal brake on the power of the sovereign or state.” Ibid.

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“(t)he multitude is the only social subject capable of realizing democracy, that is, the rule of everyone by everyone”. Michael Hardt & Antonio Negri, Multitude: War and Democracy in the Age of Empire. (Penguin Press, 2004) P. 100

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concepto de la multitud y su cuestionamiento inherente a la identidad homogénea es fundamentalmente relevante para imaginar un construido globalizado fundado en un modelo pos-nacional. Parafraseando a Negri, todo poder soberano forma un cuerpo político en el cual hay una cabeza que manda y sus miembros obedecen al gobernante, siguiendo la alegoría literal biológica.7 El concepto de la multitud reta esta verdad aceptada de la soberanía. Este concepto de la multitud mantiene esta promesa política si nuestra mirada se aleja de los focos tradicionales del poder y es redirigido hacia las líneas sociales que se fracturan. Esto permite que se formen varios escenarios y se vuelve posible el moverse más allá de la noción de la polarización y privación de derechos. Los márgenes adquieren agencia y la periferia su propia voz, generando nuevas fuerzas centrípetas que amenazan con despedazar la fibra misma de la naciónestado. El sincretismo de la Primavera Árabe y el concepto de la “multitud” de Spinoza nos proveen de piezas para armar un nuevo rompecabezas global, uno no basado en el sistema internacional de naciones-estado o de democracias truncadas por la privatización insípida del sector público. La demofagia corporocrática, ese híbrido mezquino nacido de la marcha del capitalismo neoliberal, requiere, como una aparición necrófaga, el alimentarse de la muerte de la democracia y de la “Every sovereign power, in other words, necessarily forms a political body of which there is a head that commands, limbs that obey, and organs that function together to support the ruler. The concept of the multitude challenges this accepted truth of sovereignty.” Ibid.

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sociedad civil, de la pérdida absoluta de agencia política del pueblo. Ni un zombie toca lo muerto. El siglo XXI, hasta el momento, ha probado ser otra repetición del ya cansado sistema internacional; dividido en fronteras nítidas, cuerpos ordenados, mentes en acuerdo. La utopía de la crisis se encuentra en todo su apogeo. Pero momentos como los disturbios en el Medio Oriente, en Grecia, España, Chile y tantos otros países y otras regiones sirven de hito y de punto de reflexión. El Estado corporocrático se ha adueñado del discurso nacionalista para fomentar su soberanía a nivel doméstico mientras practica un brutal neoliberalismo global. Espera, con la constante erosión de la esfera política, continuar limitando derechos representativos y primordiales a sus poblaciones, favoreciendo cada vez más a las élites que albergan el verdadero poder. La crisis de las democracias no es otra cosa que la fachada egalitaria derrumbándose sobre nuestras cabezas ante el empuje bestial de la dictadura del mercado y la fuerza bruta de la represión que nos convierte a todos en homo sacers, sacros ante el sacrificio de la ganancia sobre la gobernanza. Pero tal crisis alberga la posibilidad de gestar un nuevo modelo de gobernanza, basado en una relación de poder horizontal, en participación directa y en la regeneración de la soberanía de la comuna en la res pública. Tal vez la clave de esta emancipación puede ser encontrada en la siguiente definición de democracia según Jean-Luc Nancy: Sovereignty is not located in any person; it has no figure, no contour; it cannot be erected into any monument. It is, simply, the supreme. With nothing V.2_2013

above it. Neither God nor master. In this sense, democracy equals anarchy. But anarchy commits one to certain actions, operations, and struggles, to certain forms that allow one rigorously to maintain the absence of any posited, deposited, or imposed arche. The democratic kratein, the power of the people, is first of all power to foil the arche and then to take responsibility, all together and each individually, for the infinite opening that is thereby brought to light.8

Recapitulemos regresando al principio. ¿Es posible hablar con algo de seriedad sobre una llamada “crisis” de las democracias? No es solo posible, sino inevitable, pero teniendo en cuenta que la misma definición del término “crisis” es peculiarmente problemática cuando hablamos de gobernanza democrática. El status quo que damos por sentado ahora no es algo inamovible. Derechos se ganan y pierden, y nuevos límites y definiciones de soberanía se trazan cada día. La fluidez de la vida en sociedad, de la formación de identidades tanto individuales como grupales, de lealtades a regiones, fronteras o ideas de mancomunidades, son todas artificios forjados por aspectos legales, culturales, religiosos y sociales que se mantienen en un estado constante de cambio y movimiento. Eso es lo que hace la experiencia humana algo tan única, tan impredecible y tan orgánica. Es imposible preveer el resultado final de estos destellos de resistencia y cambio que vemos con una mayor frecuencia, Jean-Luc Nancy, The Truth of Democracy (Fordham University Press, 2010). P. 31

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o hasta qué punto el Leviatán llegará para asegurarse su sobrevivencia, pero algo seguro es que esta nueva etapa será tanto resultado como agente de crisis. {

Referencias 1.Biersteker, Thomas J. & Cynthia Weber (editores), State Sovereignty as Social Construct (Cambridge University Press, 1999). 2. Hardt, Michael& Antonio Negri, Multitude: War and Democracy in the Age of Empire. (Penguin Press, 2004). 3. Jackson, Robert. Sovereignty. (Polity Press, 2007). 4. Spinoza, Baruch. Theological-Political Treatise. (Cambridge University Press, 2007) 5.Nancy, Jean-Luc. The Truth of Democracy (Fordham University Press, 2010) 6. Virno, Paolo, A Grammar of the Multitude (Semiotext(e) Foreign Agents Series, California, 2004).

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Título Los nuevos movimientos sociales ante las crisis del sistema-mundo moderno Nombre FreddyApellido Aracena Pérez

Posiblemente el 2011-2012 será recordado como la época del nacimiento de los nuevos movimientos sociales que surgieron como reacción a la crisis económica y financiera de los años 2007-2008: la crisis más importante desde 1929. A partir del suicidio, por razones económicas, de un joven de veintiséis años de edad llamado Mohamed Bouazizi, quien se desempeñaba como vendedor de verduras a pesar de tener un diploma universitario en Informática, se inició una serie de revueltas que llevaron a la abdicación del gobierno de Ben Ali en Túnez, y que más tarde se extendió, por múltiples razones, a Argelia, Jordania, Egipto, Siria, Yemen y Libia con diferentes resultados en lo que se ha llamado la primavera árabe. A esto le siguió, a partir del 15 de mayo,

el movimiento de Indignados en España o movimiento 15M, el movimiento Occupy Wall Street con la toma del parque Zuccotti en la ciudad de Nueva York que más tarde se extendió a otras ciudades en E.U., la movilización estudiantil en Chile y Canadá, y recientemente, el movimiento Yo soy 132 en México. Estos movimientos sociales que son de índole muy diferentes, y a las cuales habría que añadir otras manifestaciones que se dieron y se están dando a lo largo del globo, tienen en común ser un llamado de mayor democracia que surge directamente de la sociedad civil sin la mediación de los partidos políticos tradicionales y que proponen o aspiran a una forma horizontal, o sea, no jerárquica de organización política. Estos movimientos, o por lo menos, el espíritu que habita en ellos no surgieron de la nada, sino que tienen como precursores la rebelión popular del pueblo indígena de Chiapas en el suroeste de México con la ocupación de la ciudad de San Cristóbal de las Casas por el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) el 1 de enero de 1994, fecha en que comenzaba el

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La legitimación del historiador depende de la agudeza de su conciencia a la hora de captar la crisis en la que se encuentra, en un momento dado, el sujeto de la historia. Ese sujeto no es en modo alguno un sujeto trascendental, sino la clase oprimida que lucha en situación de máximo peligro. Walter Benjamin

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Tratado de Libre Comercio entre Canadá, E.U. y México, la “batalla de Seattle” en 1999 como protesta a la Tercera Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio, y el primer Foro Social Mundial de Porto Alegre en el 2001 quienes promovieron la consiga: “otro mundo es posible”. A su vez todos estos movimientos pueden considerarse un lento y sostenido desarrollo de la revolución cultural y política de 1968. Para entender cuál es el significado histórico de estos nuevos movimientos sociales y para comenzar a articular un pensamiento político que esté a la altura de los mismos vamos a presentar la propuesta de análisis de sistemas-mundo de Immanuel Wallerstein y algunos de los planteamientos políticos de filósofos contemporáneos y activistas del altermundismo. El mundo moderno como economía-mundo capitalista El análisis de sistemas-mundo es una ciencia social histórica y holística que no distingue entre sociología, economía y política, y cuya unidad de análisis son los sistemas sociales históricos cuyo espacio territorial es uno de gran escala y cuyo estudio implica un tiempo estructural o “cronosofía” de larga duración. Por estas características el análisis de sistemas-mundo es ideal para estudiar el sistema capitalista porque, como señala Samir Amin: “No hay teoría del capitalismo distinta de su historia. Teoría e historia son indisociables, como lo son igualmente economía y política” (2003, p.43). El mundo en el cual vivimos, y que actualmente parece haber entrado en una zona de caos e incertidum10

bre, es el sistema-mundo moderno y el sistema-mundo moderno es una economía-mundo capitalista. Por “economía-mundo” (el término es de Fernand Braudel) debemos entender una gran zona geográfica unida, no por un sistema político o jurídico (lo cual sería un “imperio-mundo”), sino por una estructura económica, en este caso, basada en la división social del trabajo y en el intercambio desigual de bienes y servicios. Esta economía-mundo es “capitalista” debido a que se fundamenta en la acumulación incesante del capital a través de la mercantilización de todo (Wallerstein, 1988). La economía-mundo capitalista tuvo su origen en Europa a finales del siglo XVI y fue la solución de las clases dominantes a la crisis estructural del sistema feudal y actualmente acapara el globo entero. El capitalismo es un sistema-mundo porque, además de suponer una estructura de clase donde los productores primarios, o sea, la clase trabajadora o proletariado, no son los propietarios de los medios de producción, presupone una larga cadena de mercancías controlada por los grandes acumuladores de capital que es, y siempre ha sido, trasnacional y la cual implica una jerarquización de las zonas geográficas que compone el sistema-mundo moderno. En otras palabras, una de las características principales del sistema-mundo moderno es que este se divide en zonas de centro, las cuales gozan de Estados fuertes y se encuentran favorecidas económicamente, y zonas periféricas o semiperiféricas caracterizadas por Estados débiles y una mano de obra poco remunerada. La acumulación del capital a escala mundial sólo es posible gracias al intercambio desigual que se da entre estas zonas y que siempre favorece a los capitalistas de los Estados de


centro en detrimento de las poblaciones de las zonas de la periferia. Esto implica dos cosas: la constante expansión de la economía-mundo capitalista a áreas externas para incorporarlas y una polarización cada vez mayor entre los países ricos y los pobres. Debido a la lógica propia del sistema-mundo moderno y sus mecanismo de (re)producción en su desarrollo histórico encontramos “ciclos” y lo que Wallerstein llama “tendencias seculares” las cuales son las que llevan a todo sistema social a su disolución. En lo que a los ciclos se refiere podemos hablar de dos tipos: los ciclos de expansión y estancamiento también llamados ciclos de Kondratieff y los ciclos hegemónicos. Los ciclos de Kondratieff, que se suceden cada cincuenta a sesenta años aproximadamente, son ritmos cíclicos de la economía-mundo que se compone de dos fases: la fase A de expansión económica y la fase B de estancamiento. Estos ciclos responden a la evolución de las industrias de punta y los cuasimonopolio que estás logran durante cierto tiempo (fase A) hasta la llegada de nuevas empresas que terminan generando sobreproducción y reducción de la ganancia (fase B). Tomo de Samir Amin (2001, p.20) la siguiente tabla: “1790-1814 Expansión 1814-1848 Crisis 1848-1872 Expansión 1872-1893 Crisis 1893-1914 Expansión 1914-1945 Crisis 1945-1968 Expansión 1968Crisis” Por otro lado, están los ciclos hegemónicos que explica la posición privilegiada que puede tener un Estado es el sistema interestatal (el conjunto de Estados soberanos incluidos en la economía-mundo) y que le permite a este Estado dictaminar las reglas del juego

en la geopolítica. Hasta ahora ha habidos tres hegemonías: las Provincias Unidas (Países Bajos) en el s. XVII, Gran Bretaña en el s. XIX y Estados Unidos en el s. XX. Cada hegemonía se constituyó tras la derrota de un rival (Habsburgo, Francia y Alemania, respectivamente) y fue sellada por una guerra mundial de aproximadamente 30 años de duración: la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), las Guerras Napoleónicas (1792-1815), y los conflictos bélicos del s. XX que para Wallerstein constituyen una sola Guerra Mundial (1914-1945). Todas las hegemonías son relativamente breves (100 a 150 años aproximadamente) y colapsan por razones económicas más bien que militares. Las hegemonías permiten periodos de paz y estabilidad en el sistemamundo moderno que son positivas para las empresas capitalistas. Por el contario, los periodos de transición son momentos de caos en las cuales siempre se da una “financiarización” de los procesos de acumulación del capital que provoca “una rápida y extrema polarización de la riqueza” (Arrighi, Silver, 2001, p.157). Si bien, hay analistas de sistemas-mundo, como Arrighi, que señalan que nos encontramos en un periodo de transición hacia una nueva hegemonía esta vez centrada, por primera vez en la historia del sistema mundo-moderno, en Oriente (China y Japón), Wallerstein piensa que esto no se dará precisamente por las tendencias seculares que llevarán a la economía-mundo capitalista a su final. Las tendencias seculares o tendencias a largos plazos, a diferencias de los ciclos, no son coyunturales sino que se derivan de los aspectos permanentes del sistema-mundo moderno. Ejemplos de tendencias seculares en el sistema-mundo moderno lo son: la desruralización masiva del mundo, el

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agotamiento ecológico, y la constante proletarización de los productores. Tendencias que significan una reducción progresiva de la ganancia para los capitalistas. En otras palabras, y por su propio éxito, el sistema capitalista está dejando de ser rentable para los propios capitalistas por lo cual es válido hablar de una crisis estructural de la economía-mundo capitalista. Origen y fin de la geocultura del sistema-mundo moderno Ahora bien, no debemos pensar que esta crisis estructural es una exclusivamente económica, por el contario, ésta responde a la lucha por los beneficios, o lucha de clases, que ha estado en el seno de dicho sistema desde su constitución. Esta lucha de clases no la podemos entender sin tomar en consideración un acontecimiento que provocó una de las mayores trasformaciones en la geocultura del sistema-mundo moderno y que fue la Revolución francesa de 1789. Es a partir de este acontecimiento que se instituyó en la economía-mundo capitalista dos ideas que se consideran fundamentales de la modernidad: la idea de que el cambio político era algo normal e incluso deseable y que el “pueblo”, y no el monarca, era el verdadero soberano; idea que trasformó a los súbditos en ciudadanos. “Ser un ciudadano significó tener el mismo derecho a participar en un mismo nivel con todos los otros ciudadanos, en las decisiones básica del Estado. Ser ciudadano significó que no había personas cuyos estatutos fueran más elevados que el de los ciudadanos (como los aristócratas). Ser ciudadano significó que todos eran aceptados como personas raciona12

les, capaces de decisiones políticas” (Wallerstein, 2006, p.75). Es en respuesta a este acontecimiento que surgen las tres ideologías políticas que dominaron y perfilaron la geocultura del sistema-mundo moderno: el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo. El conservadurismo fue la primera ideología en surgir y fue un intento de detener las consecuencias igualitarias, o democráticas, de la Revolución francesa. En este sentido el conservadurismo es una ideología que establece como inevitable y deseable la jerarquía política y social, y apuesta a las instituciones tradicionales (como las estructuras religiosas) como la garantía del orden social. En oposición a los conservadores se encontraban los liberales quienes opinaban que los cambios introducidos por la Revolución francesa deberían de aceptarse pero mediante “un reformismo consiente, continuo, inteligente” (Wallerstein, 1998, p.79). En otras palabras, los liberales estaban dispuestos a aceptar algún tipo de cambio social y político pero sólo de forma “controlada” mediante “programas de cambio modulado” guiados por “especialistas”. En el liberalismo la meritocracia, y no la democracia, tiene la última palabra. Para Wallerstein es sólo a partir de la revolución mundial de 1848 (insurrecciones espontáneas de la clase trabajadora industrial en las zonas de centro y levantamiento nacionales o nacionalistas en la periferia) que se constituye una tercera ideología: la socialista. Para los socialistas el programa de los liberales era muy tímido y muy lento, y aspiraban a “acelerar el curso de la historia” (Wallerstein, 1998, p.80) trasformando el sistema-mundo en lugar de realizar pequeñas reformas en el mismo. A partir de 1848 los conservadores


comenzaron a adoptar los programas de reformas de los liberales quienes a su vez se distanciaron de los socialistas cuyas propuestas les parecían peligrosas. Los socialistas, por su parte, reconocieron que los levantamientos populares y espontáneos estaban condenados al fracaso por lo cual se comenzaron a construir estructuras permanentes y burocráticas, partidos políticos, para poder lograr sus metas “antisistémicas”. Es también el momento a partir del cual los socialistas comenzaron a abandonar la referencia a Saint-Simón y a adoptar la terminología marxistas en detrimento del ala anarquista liderada por Bakunin. Los “movimientos antisistémicos”, como los denomina Wallerstein, conocieron durante el siglo XIX dos vertientes: el movimiento social que definía su lucha como la del proletario contra la burguesía y el movimiento nacional donde un grupo etnonacional aspiraba a librarse de la opresión de otro grupo etnonacional. Ambos movimientos entendían que el Estado era la estructura política principal del mundo moderno por lo cual articularon sus objetivos en lo Wallerstein llama “estrategia de los dos pasos”: 1) tomar el poder del Estado, 2) utilizar el poder del Estado para trasformar la sociedad. Frente a este panorama los conservadores, asumiendo el programa liberal, hicieron concesión para controlar las “clases peligrosas”, o sea, las clases trabajadores que no se beneficiaban de la acumulación del capital. Las dos propuestas fundamentales del liberalismo, gracias a la construcción del concepto de nación, fueron el sufragio universal y el Estado de bienestar. Fue la aplicación de este programa lo que llevo a que el liberalismo se convirtiera en la ideología dominante de los Estados

de centro y más tarde de los países de la periferia con la proclamación de la “autodeterminación de las naciones” y los programas de ayuda económica para los países subdesarrollados. No obstante, la idea de que el desarrollo económico es universalmente posible es falsa. Es imposible, que todos los Estados se desarrollen y enriquezcan a la vez en una economía-mundo capitalista porque, como ya mencionamos, “el proceso de acumulación de capital requiere de un sistema jerárquico en el que la plusvalía se distribuye en forma desigual, tanto en el espacio como entre las clases” (Wallerstein, 1998, p.169). El fracaso de este proyecto de “desarrollo nacional” a escala planetaria dio la primera señal del resquebrajamiento de uno de los pilares más importantes del sistema-mundo moderno: la ideología liberal. “La contradicción interna de la ideología liberal es total. Si todos los seres humanos tienen los mismos derechos, y todos los pueblos tienen los mismos derechos, no podemos mantener el tipo de sistema desigualatorio que la economía-mundo capitalista siempre ha sido y siempre será. Pero si se admite esto abiertamente la economía-mundo capitalista no tendrá legitimación a los ojos de las clases peligrosas (es decir, las clases desposeídas). Y un sistema que no tiene legitimación no sobrevive” (Wallerstein, 1998, p.163). Por otro lado, y por paradójico que suene, hay que tomar como elemento esencial en el colapso de la ideología liberal el “éxito” de los movimientos antisistémicos, por lo menos, en lo que toca al poder de Estado. Lo que se puede comprobar históricamente es que los partidos socialdemócratas en el centro y los partidos socialistas o nacionalistas en la periferia y en la

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semiperiferia han logrado el poder de Estado en muchísimas ocasiones pero esto no ha traído consigo una modificación radical de la sociedad y menos aún del sistema-mundo. Esta desilusión tuvo su mayor expresión en la revolución mundial de 1968 que fue no sólo un rechazo a la ideología liberal comandada por la hegemonía de los E.U. sino también a los movimientos antisistémicos tradicionales ahora llamados “vieja izquierda”. Para los movimientos surgidos a partir del 68, y que aspiraban a abolir las desigualdades sociales del mundo-moderno, los movimientos antisistémicos tradicionales eran cómplices de la ideología liberal, y por lo tanto, parte del problema y no de la solución. Si fue a partir de 1848 que comenzó la instauración de la ideología liberal, 1968 marcó el principio del fin de esta ideología, por lo cual Wallerstein afirma que 1989, el año de la caída del socialismo histórico, es realmente el fin del liberalismo, o sea, una continuación de 1968: “En el escenario histórico mundial, 1968 y 1989 constituyen un mismo gran acontecimiento” (Wallerstein, 1998, p.107). El declive del Estado-nación y los nuevos movimientos sociales Pensamos que los movimientos sociales que se han desencadenado a partir de la llamada primavera árabe son no sólo una continuación del espíritu del 68 sino un “retorno” al 48, ya que lo que se encuentra en juego es el inicio de una nueva forma de pensar y hacer la política. Para justificar esta afirmación debemos comprende a qué se debió el fracaso de los movimientos antisistémicos tradicionales. En primer lugar habría que mencionar 14

que “el control de la maquinaria estatal de un Estado (de cualquier Estado) insertado en el sistema interestatal proporciona menos poder real en la práctica que según la teoría” (Arrighi, Hopkins, Wallerstein, 1999, p.50). Esto se debe a que ningún Estado es completamente autónomo y su soberanía es siempre parcial, ya que se encuentra en un sistema interestatal que responde, desde el tratado de Westfalia en 1648, a los principios básicos de la economía-mundo capitalista. En segundo lugar hay que entender qué papel juegan los Estados en el sistema-mundo moderno. A pesar de que la ideología oficial de la mayoría de los capitalistas es el laissez-faire, según la cual el éxito de los empresarios aumenta en la medida en que se ven libres de las intervenciones del gobierno, lo cierto es que esto es una falacia ya que los capitalistas necesitan de la maquinaria Estatal para poder acumular capital. En un mercado absolutamente libre es imposible la acumulación incesante de capital ya que en éste se podría regatear hasta llevar la ganancia hasta el nivel mínimo. Por eso lo que los capitalistas buscan no es el libre mercado sino los monopolios o los cuasimonopolios donde realmente puede obtener ganancias astronómicas que no pueden lograr sin la intervención del Estado. Los Estados también aseguran los derechos de propiedad de los capitalistas y asumen en muchas ocasiones los costes de producción que terminan pagando los contribuyentes. Además, los Estados regulan las reglas de empleo y remuneración restringiendo las demandas de la clase trabajadora ya sea por la fuerza o por el engaño. En resumen, los Estados son una pieza clave de la economía-mundo capitalista y no puede haber acumulación incesante de capital sin la intervención de


los Estados. De hecho, una tendencia secular del sistema-mundo moderno ha sido, hasta 1970, un incremento del poder estatal. En este sentido el actual declive del poder estatal, por primera vez en aproximadamente 500 años, es un signo de la crisis del capitalismo como sistema histórico. El declive del Estado-nación, que corre de forma paralela a la deslegitimación de la ideología liberal-reformista, es la razón principal por la cual las clases populares están actualmente haciendo un llamado de mayor democracia y justicia social fuera de la estructura partidista vinculada al poder de Estado. Lo que los nuevos movimiento sociales están construyendo no es otra cosa que lo que Badiou (2009) llama una “política sin partido” (lo cual no quiere decir sin organización) cuyo horizonte no es otro que la democracia (en oposición al liberalismo). Los nuevos movimientos sociales son, por lo tanto, una de las manifestaciones más contundentes de la crisis política del sistema-mundo moderno, ya que cuestiona tanto la lógica del voto dentro del sistema parlamentario como el binomio partido-Estado en la medida en que ambas se sostienen en un concepto representativo de la democracia cuando “la representación es el opuesto exacto de la democracia” (Ranciére, 2006, p.78). Para los participantes de estos nuevos movimientos parece ser un hecho que “el voto es el único procedimiento político conocido cuya consecuencia más o menos ineludible es el inmovilismo” (Badiou, 2004, p.36), lo cual va de la mano de la percepción de los partidos políticos tradicionales como pocos trasparentes, corruptos y dados al clientelismo (lo mismo se piensa, por otro lado, de las burocracias sindicales). Si hay algo que caracteriza a estos movimientos

son múltiples manifestaciones donde lo esencial estriba en realizar un acto de presencia. Precisamente en esto consiste la democracia, en privilegiar el número activo de manifestantes por encima del número pasivo de votantes: 100 manifestantes congregados en una plaza tienen más importancia para una política que pretenda ser emancipadora que 1,000 votos realizados en una cabina. Esto es así porque, como señala Bourdieu, el voto es “una pura agregación estadística de opiniones individuales individualmente producidas y expresadas” (citado en Wacquant, 2005, p.74) que favorece a los dominantes y legitima sus actos mientras desposee de poder político a los dominados. La lógica del sistema electoral trasforma la representación del pueblo en la representación de los intereses de los dominantes y la elección en un dispositivo para abdicar. Por el contrario, y como en su momento afirmó Rousseau, la soberanía popular no se puede representar, por eso la democracia es indiscernible de las manifestaciones públicas y las ocupaciones de los espacios comunes. En este punto vale la pena recordar las inmortales palabras de Rousseau: “En el momento en que el pueblo está legítimamente reunido como cuerpo soberano, toda jurisdicción del gobierno cesa, el poder ejecutivo queda en suspenso y la persona del último ciudadano es tan sagrada e inviolable como la del primer magistrado, porque donde está el representado no existe ya representante” (1762/2000, pp. 117-118). Por eso las manifestaciones populares son un cuestionamiento directo al Estado, que siempre es oligárquico, y cuyo fin es controlar la democracia y sus demandas de igualdad y libertad (Ranciére, 2006). Por eso la democracia, a diferencia del

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liberalismo, es un concepto realmente revolucionario ya que es “…el poder del pueblo que no es el de la población o su mayoría, sino el poder de cualquiera, con independencia de su capacidad para ocupar las posiciones de gobernante y de gobernado” (Ranciére, 2006, p. 74), o sea, “el gobierno de los que no tienen titulo para gobernar” (Ranciére, 2006, p.110). Si la democracia es la presentación de la “igualibertad” (neologismo de Balibar que conjuga libertad e igualdad), ¿qué tipo de organización política puede estar a la altura de ella? Como señalamos, los nuevos movimientos sociales no sólo son un rechazo al sistema capitalista y a la ideología liberar-reformista sino a los movimientos antisistémicos tradicionales estructurados en el binomio partido-Estado. Los movimientos antisistémicos tradicionales, al lograr apoderarse de la maquinaria estatal, quedaron sometidos a la lógica del capital inherente al funcionamiento del sistema interestatal del sistema-mundo moderno. Como dice E. Toussaint: “Cuando los movimientos de izquierda llegan al gobierno no tienen el poder” (2010, p.136). Por eso estos movimientos no lograron eliminar la distribución desigual de la riqueza sino alcanzar para algunos un rango superior en la jerarquía social. Por lo cual se puede decir que la predicción de Bakunin según la cual los líderes del partido revolucionario terminarían por formar una “burocracia roja” se cumplió (Chomsky, 2007). Como señala Badiou: “El desmoramiento de los estados socialistas enseña que los caminos de la política igualitaria no pasan por el poder de Estado” (2009, p.82). Esto no quiere decir que los nuevos movimientos sociales deben permanecer indiferentes o ajenos al poder de Estado 16

sino que deben de reconocer que “…no es cierto que el único lugar de poder político sea controlando la maquinaria-Estado” (Wallerstein, 2007, p.41). Los elementos de poder político se encuentran esparcidos en muchos lugares y el poder estatal puede ser utilizado, en el mejor de los casos, como parte de una táctica defensiva pero nunca como meta. El poder estatal es indudablemente útil pero no trasformador; permite reformas pero no verdaderas trasformaciones. El riesgo de asumir el poder estatal estriba en que puede terminar siendo una forma de relegitimar el orden mundial existente. Hay que evitar intentar manejar el sistema, por el contrario, la estrategia debe ser acelerar la decadencia del sistema actual para la trasformación del sistema-mundo a otra forma de sistema mucho más igualitario y equitativo. Parafraseando a Wallerstein (1998) podemos afirmar que no le corresponde a los movimientos sociales resolver las contradicciones del sistema, sino crear espacios para un sistema alternativo. En resumen, los nuevos movimientos sociales post ’68 se caracterizan por rechazar la idea de un único partido de estructura jerárquica y la estrategia de los dos pasos. En este sentido el EZLN es un modelo paradigmático de lo que es esta nueva forma de organización política. A diferencia de los partidos políticos tradicionales, con su organización jerárquica, autoritaria y orientada al poder estatal, el EZLN se define como una fuerza política que no aspira al poder estatal ni a puestos gubernamentales sino a trasformar la sociedad desde abajo en la creencia de que: “la base fundamental de los cambios son los pueblos, no los caudillos, no los individuos, y desde luego, no los Estados” ( Javier


Elorriaga, citado en Harnecker, 2002, p.12) Como señala el Subcomandante Marcos se trata de evitar el efecto estomago del poder: “o te asimila o te trasforma en mierda” (citado en Cacciari, 2010, p.90). De ahí a que se realicen consignas como “mandar obedeciendo” o (es el título de un famoso libro de J. Holloway) “cambiar el mundo sin tomar el poder”. Acerca de este último punto Holloway (2006) afirma que se debe sustituir la lucha por el control del Estado por la autodeterminación social. Ejemplos de esto último lo encontramos en experiencias como la Comuna de Paris en 1871, los soviets tras la Revolución rusa de 1905, la experiencia de los anarquistas españoles en 1936, y las fabricas recuperadas por los trabajadores en Argentina tras la crisis económica del 2001. El impulso hacia la autodeterminación es lo que debe disolver el Estado en la sociedad. Resulta interesante constatar que estos planteamientos no sólo son una puesta al día de muchos de las ideas del ala anarquistas de los movimientos sociales del s. XIX sino que van de la mano con un rescate del concepto de comunismo que nunca ha sido una forma de gobierno sino “el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual” (Marx citado en Holloway, 2006, p.5). Vale la pena citar la definición que da del comunismo Badiou: “una sociedad igualitaria de libre asociación entre trabajadores polimorfos, donde la actividad no está reglada por estatutos y especialidades técnicas o sociales, sino por el dominio colectivo de las necesidades” (2009, p.66). Al rechazar el poder de Estado y al rescatar el concepto de comunismo lo que se afirma es la transición del capitalismo al comunismo sin la etapa socialista, que ya no se identifica con una superación del sistema ca-

pitalista sino como una alternativa socieconomica del capitalismo (Guatarri, Negri, 1999). Lo que ha fracasado fue el socialismo, lo que aún queda por realizar es el comunismo entendido como una verdadera democracia que se puede lograr constituir en el proceso de desintegración del sistema capitalista. Para que esto sea posible hay que abandonar el centralismo y crear una familia de fuerzas antisistémicas. Debe haber una multiplicidad de frentes y de grupos que hagan suya la consigna: “Pensar globalmente, actuar localmente”. Una bella imagen de esta propuesta la da el economista chileno Max-Neef ,cuando menciona que una nube de mosquitos (una familia planetaria de movimientos antisistémicos que estén organizados pero sin líder) puede llegar a enloquecer un rinoceronte (el sistema capitalista)1. Ejemplos de este tipo de organizaciones altermundistas lo son la red ATTAC, el Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM), Intermon Oxfam, Transnational Institute (TNI), la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, la Cumbre de los Pueblos, y el Foro Mundial de las Alternativas, entre muchas otras más. Por otro lado, Wallerstein nos dice que hay que sobrecargar el sistema demandando mayores ingresos y mayor participación en el lugar de producción al estilo del s. XIX pero con el conocimiento histórico de las luchas sociales que nos precedieron, por eso recomienda “una indisciplina mundial por parte de los productores en el lugar de la producción” (Wallerstein, 2007, p.136).

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Hay que aclarar que lo que está en juego no es acabar con el capitalismo, éste ya se halla en crisis terminal, sino hacer posible otro sistema histórico que maximice la igualdad y la equidad, ya que el fin del capitalismo no significa necesariamente el paso a un sistema más justo pues los que disfruten de un lugar favorecido en nuestro sistema-mundo harán lo posible por preservar sus privilegios controlando la transición a otro tipo de sistema igual, o peor, de jerárquico que éste. Después de todo: “…el capitalismo histórico fue engendrado por una aristocracia terrateniente que se trasformó en una burguesía porque el viejo sistema se estaba desintegrando. En lugar de dejar que la desintegración prosiguiera hasta un término incierto, esa aristocracia terrateniente emprendió una cirugía estructural radical a fin de mantener y ampliar significativamente su capacidad de explotar a los productores directos” (Wallerstein, 1998, pp.96-97). Realmente la lucha es doble: por la sobrevivencia inmediata y por la construcción de un sistema histórico más igualitario. Pero para que esto último sea posible, es esencial lo que Wallerstein llama “utopística”: la reflexión racional sobre las alternativas históricas que tenemos para construir un mundo alternativo. “Las utopías forman parte del objeto de estudio de las ciencias sociales, […] y las utopías desde luego tienen que basarse en tendencias existentes […] no hay certeza sobre el futuro ni puede haberla, sin embargo las imágenes del futuro influyen en el modo en que los seres humanos actúan en el presente” (Wallerstein, 2004, p.85). Estamos en un remolino y debemos saber a qué orillas queremos llegar y asegurarnos que los esfuerzos inmediatos nos conducen a esa dirección (Wallerstein, 1998). Proyectos 18

en torno a una economía del decrecimiento, una economía del bien común y una economía participativa (parecon) apuntan a esta propuesta. Conclusión: la responsabilidad de los intelectuales en una era de transición Lo que nos enseña el análisis de sistemas-mundo, y lo que pone en evidencia la explosión de manifestaciones cívicas contra el orden existente del 2011-2012, es que nos encontramos en un periodo de transición de un sistema histórico a otro: . “…estamos ante una elección colectiva histórica, del tipo que rara vez se presenta y que no le toca a cada generación de la humanidad” (Wallerstein, 2007, p.84). Ante esta situación aquellos que tienen el privilegio de estudiar los movimientos sociales y las estructuras políticas, jurídicas y económicas de la sociedad no pueden mantenerse indiferente aludiendo a una supuesta “neutralidad axiológica” que se confunde con la objetividad científica. Como señala Wallerstein: “todos los debates son simultáneamente intelectuales, morales y políticos” (2002, p.83). Por eso resulta fundamental rescatar la propuesta de Bourdieu de crear un “intelectual colectivo” que trabaje para crear “las condiciones sociales de una producción colectiva de utopías realistas” (2001, p.41). En este punto Bourdieu coincide con Wallerstein al afirmar que: “ha llegado la hora de superar la vieja alternativa del utopismo y el sociologismo para proponer utopías fundamentadas sociológicamente” (citado en Wacquant, 2005, p.82). Es responsabilidad de los intelectuales producir instrumentos de defensa contra la dominación simbólica mediante el


análisis científico y la comunicación creativa. Después de todo: “la lucha política es una lucha cognitiva (práctica y teórica) por el poder de imponer la visión legitima del mundo social” (Bourdieu citado en Wacquant, 2005, p.16). No cabe duda de que se trata de un momento histórico muy turbulento y peligroso: “…el resultado combinado de la conciencia política y la crisis fiscal de los Estados será una lucha masiva que adoptará la forma de guerra civil, tanto intraestatal como global” (Wallerstein, 1998, p.265). Nos hayamos inmersos en una constelación de crisis: económica, ecológica, política, etc., no obstante, en épocas de caos las acciones más pequeñas pueden tener grandes consecuencias por eso debemos prestar atención a los movimientos sociales que están floreciendo y utilizar todas las herramientas teóricas que tengamos disponibles para participar en la construcción de otro sistema-mundo donde se valore la cooperación por encima de la competencia y se maximice el desarrollo integral del ser humano. {

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Referencias

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Título Vía verde: ejemplo de la pseudo-democracia que atraviesa Puerto Rico Nombre Apellido

Eddie N. Laboy Nieves

La provisión de energía eléctrica ha sido y será uno de los grandes dilemas para cualquier país democrático, que rinde deferencia a la terna medular del desarrollo sustentable: economía, ambiente y sociedad. En el caso de Puerto Rico, el país ha vivido por decenios la ilusión de que somos una democracia: ese atributo donde se gobierna de acuerdo a la mayoría. Pero vale reflexionar y preguntarnos quién realmente gobierna el País. Existe una plétora de ejemplos bastante cotidianos en los medios noticiosos, y que apuntan a la respuesta: los carteles del narcotráfico, los unionados, los economistas subterráneos, el corrillo de amigos de los políticos de turno, e incluso se habla hasta del FBI. Sin embargo, es harto conocido que existen otros “carteles” que pululan en escenarios que aparentan ser del pueblo ––como la Cámara de Representantes, el Senado o las famosas Juntas de Gobierno––, donde una claque impone con estrategias de mollero o fuerzas subrepticias, grandes decisiones que infligen el paradigma de la sustentabilidad. Es en esos ambientes donde se fermenta el pitorro de la jaibería, donde la pseudo-democracia castra el potencial 20

intelectual de un pueblo; allí las decisiones las toman “los o las grandes” que aunque el pueblo les eligió, no representan los criterios de las masas. Los recientes escándalos en la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), ejemplifican la parodia democrática cotidiana. Esa corporación “pública” lleva el lastre en cada cuatrienio, de reducir significativamente el costo de la energía eléctrica de Puerto Rico, uno de los más altos del mundo y el más alto dentro de los Estados Unidos (Figura 1), lo que consecuentemente ha lacerado la economía particular, la colectiva y la del Estado. Durante la última semana de junio de 2012, se destapó un esquema de corrupción e influencias indebidas, que culminó con la decapitación “asistida” de dos ejecutivos en la rectoría de esa corporación “pública”, y colocó en la mirilla a un tercero. Todo por asuntos nebulosos relacionados a la política “pública” de energía renovable y al controversial proyecto del gasoducto, cuyo nombre, Vía Verde, ha aludido explícitamente su doble propósito. La tragedia de esa semana tuvo su clímax cuando se le informó al pueblo que un rayo causó que casi un millón


de abonados residenciales y comerciales, se quedaran sin el servicio eléctrico. Esta explicación insólita nos obliga a replantear la vulnerabilidad del sistema eléctrico ante una catástrofe natural, la lasitud en el mantenimiento preventivo de la infraestructura del sistema, o la aparición de un comodín para paliar la crisis y desviar nuestra atención a otros asuntos. Cualquiera que sea la teoría, lo que sí es un hecho es que las decisiones que podemos tomar como pueblo relacionadas a la planificación estratégica de la AEE, simplemente son insignificantes, o parecen ser cosméticas, o meramente son inexistentes ante la falta de oportunidad. Por mandato, la AEE existe porque tiene el deber de proveerle a Puerto Rico una infraestructura y un servicio de electricidad, que abone, no que dilate o secuestre, nuestra aspiración colectiva hacia la sustentabilidad. Figura 1. Comparación del costo ($) de la electricidad en algunas jurisdicciones estadounidenses 0.3 0.25 0.2 0.15 0.1 0.05 0

Puerto Rico

Nueva York

California

Wyoming

EUA

“Natural Gas Diversification Strategy for PREPA.” Gobierno de PR, 19 Octubre 2011.

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Generalidades Puerto Rico enfrenta una crítica situación respecto al suplido de electricidad, tomando en cuenta el tipo de tecnología aplicable a nuestro enclave isleño, versus el costo de perpetuar la dependencia de fuentes de energía extranjera, y donde pocas veces se adjudica la relevancia a la sustentabilidad dentro de un plano de toma de decisiones democráticas. Desde 1890 el sistema eléctrico de P.R. era conducido por facilidades hidroeléctricas, y distribuido por empresas privadas establecidas en los centros urbanos más importantes de la Isla. A partir de 1941, la provisión de electricidad ha estado en manos de la hoy AEE, entidad que hasta mayo de 2010 y como consecuencia de nuevas leyes, ha exhibido prácticas monopolistas y una operación auto-reglamentada sin responder a un regulador externo. El advenimiento de la AEE implicó el casi total abandono de las operaciones de las deterioradas represas hidroeléctricas. La AEE ha tenido y continuará teniendo una gran dependencia de combustibles fósiles para operar un sistema eléctrico aislado y verticalmente integrado. En 2009, la AEE generó sobre $4,000 millones por la venta de electricidad a $0.22 kWh, y destinó cerca del 50% de esa cifra para comprar combustibles, dinero que simplemente enriquece las arcas de intereses foráneos. Este costo de la electricidad ha sido uno de los mayores obstáculos para el establecimiento de negocios en Puerto Rico. En 1993, la Junta de Planificación de Puerto Rico definió los lineamientos para que la AEE confeccionara sus planes estratégicos. A corto plazo (un quinquenio), la AEE debió diversificar las fuentes de combustibles y UMET

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desarrollar proyectos pilotos con combustibles alternos, incluyendo la utilización de los desperdicios sólidos. Sin embargo, y tal como lo demuestra la Figura 2, ciertamente se infiere que la AEE ha reducido su dependencia del petróleo, pero continúa arraigándose a la importación de combustibles fósiles. Figura 2. Plan de diversificación de recursos para la generación de electricidad

2007 Petróleo

2010 Gas Natural

Largo Plazo Carbón

CAER*

*CAER= Combustibles Alternos y Energía Renovable

De la Figura 2 también se infiere que las energías renovables y los combustibles alternos apenas son contemplados por la AEE. Los beneficios que estas tecnologías traerían para el ambiente, la salud y la economía de Puerto Rico han sido ampliamente estudiados tanto en Puerto Rico y EE.UU., entre otros países. La generación de electricidad con recursos energéticos endógenos está bien retrasada en Puerto Rico, donde se acordó como política pública que para el año 2015, el 12% de toda la energía que se produciría en la Isla deberá ser de fuentes renovables, cifra que debe aumentar a 15% para 22

el 2020. Han pasado 19 años desde que la AEE recibió las directrices de la Política Pública Energética para explorar los combustibles alternos. Entonces, ¿dónde han quedado los proyectos pilotos de fuentes renovables y fuentes alternas encomendados a la AEE? Resulta cuestionable el papel del Estado en fiscalizar a la AEE, reflejo del poco nivel de concienciación pública y la errante administración del ambiente por el gobierno. No ha sido hasta muy recientemente que se observa en las pasarelas naturales del País (algunas un tanto conflictivas), el establecimiento de proyectos de energía renovable, liderados por capital privado, pero alineados a los subterfugios del longevo monopolio político y la caducidad de la AEE. En un mundo donde, paradójicamente, países con climas templados como Alemania y España dictan la cátedra sobre el uso de tecnologías validadas para la obtención de energía usando el sol o los desechos sólidos como recursos, en Puerto Rico, pese a la constante marejada de esos dos recursos energéticos endógenos a nuestra localización y cultura, respectivamente, la AEE se empeñó en imponer a la trágala un controversial gasoducto, mal bautizado como Vía Verde, dizque para cumplir con el mandato de reducir el costo de la factura eléctrica. La Declaración de Impacto Ambiental (DIA) de ese proyecto fue objeto de críticas, por lo técnicamente superflua, porque no presentó un análisis comparativo de otras alternativas basadas en recursos energéticos renovables y endémicos, y porque inminentemente esa estructura pondría en alto riesgo de daños a las comunidades y al entorno natural. Este megaproyecto se construiría pasando por 13 municipios (de Peñuelas a


Guaynabo) y con una inversión de aproximadamente $300 millones. Su establecimiento dejaría una gran huella ambiental producto de la excavación lineal de unas 92 millas y la afectación de unas 1,190 cuerdas, acciones que representarían una amenaza directa a la estabilidad de los biotopos, principalmente en el ecosistema de la zona kárstica. Aunque el proyecto Vía Verde aparentemente también murió en junio de 2012, el mismo deja una palestra de datos e inquietudes que invitan a analizar el estreñimiento cognitivo de la AEE y los desafíos del País ante los flagelos de la pseudo-democracia.

Las barreras sociales del desarrollo de la electricidad renovable incluyen la posibilidad de rechazo de dichos proyectos por las autoridades y comunidades locales. En casos en que la tierra es propiedad de la comunidad, es necesaria la aceptación de sus dueños para apoyar esas iniciativas. La tierra se considera como una herencia y la implementación exitosa de proyectos de energías renovables requiere que las agencias de gobierno y las entidades privadas trabajen en estrecha colaboración con las comunidades. Ése no fue el caso de Vía Verde, un proyecto donde fue escasa la participación de la comunidad, la cual se limitó a reaccionar a la DIA, y no a colaborar entre múltiples sectores en el proceso de planificación para analizar dentro de un marco holista el problema y las opciones para resolverlo. La comunidad, principalmente liderada por Casa Pueblo, fue militante y asumió una postura inquebrantable de no aceptación al gasoducto.

El uso del gas natural constituye un riesgo a la salud pública, ya sea por accidente, explosión o pequeños escapes en las tuberías, que pondrían en riesgo la salud de los niños menores de cinco años, las personas mayores de 65 años, y los asmáticos. El primer grupo es vulnerable porque su razón de respiración es mayor y porque su sistema inmunológico no está completamente desarrollado. Los ancianos son más débiles y tienen una capacidad menor de combatir enfermedades, mientras que los pacientes de asma y otras enfermedades respiratorias crónicas tienen el sistema respiratorio comprometido. Estas personas presentan una respuesta más severa a la exposición a contaminantes del aire, y una tasa de muerte más alta que el del resto de la población. En lo que respecta a viviendas y otras propiedades, se ha definido una zona de riesgo como aquella con una alta posibilidad de una explosión. Esta zona equivale a una distancia de entre 20 a 300 metros entre el gasoducto y las viviendas. Ésta se determina dependiendo del diámetro de la tubería, la presión del gas en la misma, y las experiencias históricas recurrentes de explosiones en gasoductos en el mundo. Las fallas en los gasoductos pueden ocurrir debido a desastres naturales (terremotos, deslizamientos, huracanes e inundaciones), ocasionadas por el ser humano (sabotajes, sobrepresión, falta de mantenimiento o por errores humanos), por la acumulación de hidrocarburos, y por la corrosión de la tubería. Esta información es relevante, dado a que el propuesto proyecto pasaría por 13 municipios, y afectaría directamente las viviendas de unas 22,800 familias. De acuerdo a la DIA, la AEE estableció una zona de seguridad entre la tubería y las propiedades de 22.86 metros, una

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Aspectos Sociales

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distancia hasta casi 10 veces menor a la máxima recomendada por los expertos, en un país tan vulnerable al catastrofismo sólo por los efectos de los huracanes. Los factores socioculturales y la resistencia al cambio, especialmente cuando se trata de tecnologías de fuentes de energía, son barreras potenciales para ser aceptadas por las comunidades. Para superarlas, el Estado tiene que establecer programas de educación ambiental y campañas intensivas sobre los beneficios y efectos adversos de estas nuevas tecnologías. Se pueden publicar y distribuir manuales simples y bien ilustrados, hacer propaganda en áreas rurales y organizar cursos y seminarios para orientar a la ciudadanía. Otro aspecto fundamental es explorar y fomentar el consumo energético sostenible como alternativa para la reducción del impacto económico, ambiental y social. En el caso de Vía Verde, la AEE pretendió comprar la opinión pública, mediante una campaña de medios que contenía información manipuladora o engañosa.

sente milenio, el Banco Gubernamental de Fomento y la AEE anunciaron que más de un 20% de la energía eléctrica en Puerto Rico pudiera generarse de fuentes renovables para el 2015, mediante la diversificación de su portafolio energético, según consta en la Figura 3. Sin embargo, a través de los últimos doce años, la AEE le dio énfasis a dos proyectos basados en el uso del gas natural: el Gasoducto del Sur y Vía Verde. No se sabe a ciencia cierta qué motivó a la AEE a desvincularse de ese compromiso.

Figura 3. Plan de reducción de la dependencia del petróleo In order to stabilize electric prices, we have developed a fuel diversification plan that includes the reduction in fuel oil dependency. The use of oil will be cut in half from 2000 to 2015.

Aspectos Económicos La economía de Puerto Rico enflaquece en la presente recesión, principalmente porque el precio de la electricidad se ha convertido en un escollo para atraer nuevas inversiones, y porque la provisión de energía eléctrica parece que continuará siendo dependiente de combustibles fósiles. El gobierno de Puerto Rico busca reducir las tarifas de los servicios públicos y a la vez utilizar una fuente de energía limpia, pero al proponer el proyecto Vía Verde se confrontó con una muralla de oposición popular. Desde principios del pre24

2009

2000 1%

15%

Long-Term1

20151 48%

24%

30%

26%

15% 1%

16% 69%

99%

Renewables, Hydro and Others 1

12% Oil

29% Natural Gas

15% Coal

Conversions will allow PREPA to turn either LNG or fuel-oil depending on the commodity price

Drop in Oil Consumption 100% 80% 60% 40% 20% 0%

2000

2009

2015

Long Term

Oil as a Percentage of Fuel


La AEE ha defendido el gas natural, por dos razones principales: (1) ese recurso es menos contaminante que el petróleo, por lo que su utilización en la generación de energía eléctrica es “verde” y “sostenible” y, (2) el gas es un combustible más barato que el petróleo y por lo tanto promete disminuir los costos de la generación de electricidad. El primer argumento es correcto, pero el segundo está muy lejos de la realidad. Según los expertos en la materia, el precio del gas natural se co-integra con el del petróleo, cuyo precio a su vez responde a un mercado volátil influenciado por los abastos, fenómenos climatológicos, y disturbios políticos en los países exportadores. Estos datos ponen de manifiesto la desvinculación de la AEE con el panorama mundial de los combustibles fósiles, como también la intensión de sepultar el gran potencial de las alternativas de energía renovable que tiene Puerto Rico, lo que contradice el compromiso de la Autoridad con esta tecnología y con la política pública energética. Los suplidores de gas natural formarán alianzas en respuesta al crecimiento de la demanda global de su producto, como lo hicieron por décadas los productores del crudo. Entonces, lo que sucederá es un cambio de tipo de energía con el mismo mercado económico que el anterior. Definitivamente que con Vía Verde, la AEE nunca hubiese alcanzado la meta de reducción de ese costo de la electricidad, comparando vis à vis con otras opciones nativas. ¿Demuestra la anterior información improvisación, oportunismo o inconsistencia del modus operandi de la AEE? Si se compara la Figura 2 con la Figura 3, ambas tienen como denominador común a la AEE. Las gráficas del plan de diversificación cambian cada cua-

trienio, respondiendo entre otros factores, a los intereses del partido de turno. Por ejemplo, en agosto de 2009, la Junta de Gobierno de la AEE aprobó un Plan Estratégico 2009 - 2012, el cual promueve la utilización de gas natural como la fuente más viable, y contempla el uso en un 10% de otras fuentes renovables (sistemas eólicos, energía solar y la generación de electricidad mediante la conversión energética de los desperdicios sólidos). Interesantemente, cuando el pasado gobernador desfilaba como candidato, fue un fuerte opositor al proyecto del Gasoducto del Sur. Pero una vez entró al poder, el gobernador le dio paso al uso del gas natural para cumplir con la promesa de campaña de bajar el costo de la electricidad. Improvisación, oportunismo o inconsistencia, no lo sabemos. Lo que sí conocemos es que en el 2012 la Oficina del Contralor reportó que entre los empresarios del País, ya se ha vuelto rutina separar fondos para asegurar contratos gubernamentales y compartir ganancias con funcionarios corruptos. Según el censo del 2010, la población de Puerto Rico era de 3,725,789 habitantes. Para ese mismo año la Isla consumió diariamente unos 150 mil barriles de petróleo, convirtiéndose en el país que más energía eléctrica gasta por kilómetro cuadrado en todo el mundo y el tercero en el renglón de consumo de megavatios por habitante, pese a que el costo de la electricidad casi triplica el de los Estados Unidos. Al presente, la Isla ocupa la posición 41/133 en el Índice de Competitividad Global el cual mide la habilidad de un país en proveer altos niveles de prosperidad, basado en doce factores medulares, entre estos la infraestructura eléctrica. Contrario a lo que proyecta ese Índice, P.R. enfrenta su peor crisis

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económica por el desgaste de su estructura productiva que le impide generar riquezas. Pese a esta realidad, los isleños insuflan su ego desbocados en el consumismo y el despilfarro de la energía eléctrica. Entonces, ¿por qué y para quién hay que bajarle el costo a la electricidad en Puerto Rico? Es interesante que el gas natural se haya convertido en la panacea en este rodeo relacionado al decremento en el precio de la electricidad. Sin embargo, y quizás por falta de madurez intelectual, sorprendentemente, ni en el discurso político ni en los planes estratégicos de la AEE se ha contemplado el uso de los neumáticos desechados para la cogeneración de electricidad, un material de alto calibre calorimétrico comprobado, y cuya generación en Puerto Rico es cuantitativamente alarmante (sobre cinco millones anuales), lo que lo convertiría en un recurso energético renovable. El manejo, disposición y reciclaje de estos neumáticos ha llegado a situaciones críticas resaltadas en las primeras planas noticiosas, coincidental en junio de 2012. Paradójicamente, ese material es exportado a los Estados Unidos para la cogeneración de energía. Por lo tanto, el panorama caótico que hoy día enfrenta la AEE, es reflejo de alevosía operacional, la ignorancia malintencionada al descartar el potencial de los recursos energéticos endémicos, la futilidad con la cual se han orquestado los planes estratégicos a mediano y largo plazo, y la ignominiosa manipulación y acomodo de los intereses del momento, que por lo general no corresponden a los intereses del pueblo. Ahora amerita estar pendientes para analizar el racional de la AEE en lo que respecta a duplicar el uso del carbón, según se representa en la Figura 3. Ciertamente el carbón reduciría 26

el costo de la electricidad, por ser el combustible fósil más barato y más abundante. Pero ¿cuál será el costo social y ambiental que tendría que pagar el pueblo por la inserción del carbón en las operaciones de la AEE? Conclusiones y Recomendaciones Es importante que Puerto Rico se encamine a fomentar la adopción de prácticas que protejan el medio ambiente, la economía y la estabilidad de la sociedad. La disponibilidad de información puede tener una influencia determinante en el sentido de asociar las acciones de la población con el riesgo ambiental y la responsabilidad individual, además de propiciar los esfuerzos colectivos y los ejercicios democráticos para la toma de decisiones. La educación ambiental deberá ser un instrumento fundamental para crear conciencia de la importancia que tiene el mantener una relación armoniosa entre las actividades de los seres humanos, particularmente aquellas asociadas a la generación de energía eléctrica, y la dinámica de los sistemas naturales. La asimilación de una política pública energética inclusiva, transparente y pragmática, fortalecerá la conducta colectiva para adoptar una actitud proactiva hacia el desarrollo sustentable. El gobierno debe crear alianzas con los sectores empresariales, académicos y comunitarios y apoyar las organizaciones que trabajen en proyectos de autogestión para diversificar los esfuerzos y los réditos en la industria de producción de energía, abonando así los principios de la democracia. Aunque se conozca que las tecnologías renovables de generación de energía tengan mejores beneficios


a mayores costos, existen muchos signos climáticos y económicos que llevan a que los gobiernos se muevan a modelos más democráticos y sustentables para la producción de su energía con tales tecnologías. La Isla no debe continuar perpetuándose como una alienígena incólume ante las iniciativas energéticas emergentes a nivel mundial. Puerto Rico necesita una cultura que fomente y premie la conservación y la eficiencia energética. A fin de cuentas, si se desea resolver a largo plazo la crisis energética que nos arropa, es necesario contar con la cooperación de los ciudadanos a nivel individual y colectivo, como también asociarse a las corrientes globales. Mientras los procesos de política pública reflejen un bajo nivel de apertura y un alto nivel de injusticia social, sólo se cumplirá con los intereses temporeros de unos pocos a costa de los más vulnerables, dejando al descubierto la pseudo-democracia. Es necesario reflexionar sobre el papel que ha jugado la AEE frente a su responsabilidad con la comunidad al desarrollar sus planes, y en especial la estrategia que esta agencia ha utilizado para sutilmente ir generando la política pública energética, un deber que le corresponde a la Administración de Asuntos Energéticos. La Autoridad debe procurar aumentar la participación de muchos sectores de la comunidad para garantizar un enfoque multidisciplinario en los procesos de planificación estratégica, como también observar la transparencia y la ética para garantizar la toma de decisiones efectivas en beneficio del bien común.

Es crucial educar al pueblo sobre el medio ambiente y las opciones energéticas disponibles para atender situaciones de crisis, porque una sociedad educada será capaz de tomar más y mejores decisiones. Además, si la comunidad tiene todos los elementos de juicio, podrá hacer valer sus derechos y preservar sus patrimonios para la satisfacción de las presentes y futuras generaciones. El natimuerto proyecto Vía Verde, le ha permitido a Puerto Rico enfrentar al anquilosado, pero poderoso coloso de la AEE. Las fortalezas de las alianzas multisectoriales de la comunidad están siendo el catalítico para encaminar a la Isla hacia un desarrollo económico sustentable basado en la explotación de sus recursos energéticos endógenos. La Isla no tiene el tiempo ni el espacio físico para postergar esta nueva gesta, pero cuenta con la fertilidad logística y un caudal de talentos para realizarla. Sólo resta voluntad política para capitanear en total simbiosis los nuevos rumbos hacia la colaboración, para definir el futuro energético, económico, social y ambiental del País ––lo que consecuentemente redundará en el fortalecimiento de nuestra democracia. {

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El concepto de la democracia en el discurso neoliberal MaríaJosé Moreno Viqueira

“The very design of neoliberal principals is a direct attack on democracy.” (Chomsky, 2010, p.75) Decía un famoso escritor chino que la corrupción del lenguaje es un síntoma de la corrupción sociocultural. En palabras del director de la Real Academia Española “por la corrupción del lenguaje empiezan muchas otras corrupciones” (Sánchez, 2010). Ciertamente si aceptamos que la corrupción del lenguaje es un indicador válido de la corrupción sociocultural, hemos de preocuparnos por nuestra sociedad y nuestra cultura actuales. Esta corrupción creciente se refleja en la educación en general, entendida en sentido muy amplio, no sólo institucional. Todo proceso comunicativo suele tener un sentido educativo, más o menos perdurable y profundo. La gente se educa hablando, y se hace más o menos crédulo o incrédulo intercomunicándose, y es muy difícil educar a través de unos lenguajes radicalmente corrup-

tos, en donde las palabras pueden significar cualquier cosa, menos su sentido original. Alguien ha dicho que las palabras, como los bolsillos, se deforman a fuerza de meter cosas en ellas. Pero hay algo más, mucha más que ese deterioro normal. Nos enfrentamos a una deformación programada y sistemática del lenguaje, gracias a la publicidad, la manipulación falsamente informativa y la demagogia, hoy reinante, en el mundo entero, especialmente desde que surgieron los medios masivos electrónicos. Y cuando las palabras pierden su sentido de certeza y confiabilidad, su valor social se degrada y se esfuma. Por otra parte hemos de tomar muy en serio que la degradación de los lenguajes es la peor enfermedad que puede afectar a un proyecto verdaderamente democrático, al igual que un programa educativo serio. Tal y como expresara Jurgen Habermas (1998), en la comunicación y en el lenguaje reside la base de la democracia. La pérdida en la confianza de la palabra es equivalente a la inflación desbocada en el mundo económico. Las palabras operan como un sistema de medios

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circulantes de valores y significados que tienen más o menos crédito, o descrédito, para quienes lo leen o lo escuchan. Sin un mínimo de confianza en las palabras no hay sociedad sana. Y actualmente estamos presenciando una desintegración masiva y acelerada de la confianza en las palabras. ¿Cuántos seres humanos creen seriamente hoy en la gloriosas y admirables palabras “democracia”, “libertad”, “socialismo”, “justicia social”, “derechos civiles”, “soberanía”, “educación” “universal”, o “salud universal?.” Como señalara John Berger (2011): “Tenemos que rechazar el discurso de la nueva tiranía. Sus términos son basura. En las interminables y repetitivas charlas, en los anuncios, conferencias de prensa y amenazas, los términos recurrentes son: Democracia, Justicia, Derechos Humanos, Terrorismo. Cada palabra, en ese contexto, significa lo contrario de lo que una vez llegó a significar”. Por supuesto, entre estas, la palabra más cuestionada y manipulada es: “democracia”. La democracia, según algunos, “es una de las palabras más manoseadas por las clases políticas tradicionales” (Salgado, 2011), es un concepto en crisis que ha sido “apropiado” o “raptado” (Batista, 2007) por los grupos de poder para legitimar regímenes políticos y guerras, y para imponer doctrinas económicas. Podemos encontrar infinidad de ejemplos de la apropiación del concepto de democracia en los medios de comunicación, en la publicidad, y en los discursos políticos tanto de la derecha como de la izquierda política. En este ensayo me limito a presentar a grandes rasgos algunas instancias de esta apropiación en el discurso neoliberal estadounidense. 30

Es de conocimiento de muchos que el énfasis en la democracia ha constituido un elemento predominante en el discurso neoliberal, particularmente en lo que se refiere a la política exterior norteamericana. Este fue el caso de las políticas exteriores de los ex presidentes Ronald Reagan, Bill Clinton, y George W. Bush las cuales fueron descritas como “democracy promotion” y denominadas con términos como “democracy crusade” (en el caso de Bush) o “democracy enlargement” (en el caso de Clinton). Dichas políticas se caracterizaron por presentar a Estados Unidos como el “embajador” y el modelo de la democracia a nivel global. Entre muchos ejemplos podemos citar las palabras del ex presidente George Bush (2006) sobre la guerra de Iraq: “We are committed to a strategic goal of a free Iraq that is democratic”. Recordemos también las palabras del ex presidente Bill Clinton (1993) en su primer discurso inaugural: “Our democracy must be not only the envy of the world but the engine of our new renewal”. Igualmente podemos citar al ex presidente Ronald Reagan (1982): “Optimism comes less readily today, not because democracy is less vigorous, but because democracy’s enemies have refined their instruments of repression. Yet optimism is in order because day by day democracy is proving itself to be not at all fragile flower…Well, what is precisely our mission today: to preserve freedom as well as peace”. Podríamos continuar nuestra discusión mencionando otros ejemplos donde se presenta a Estados Unidos como el defensor de la democracia en el mundo. Pero lo que resulta significativo es explorar la elaboración del concepto de democracia en el discurso neoliberal,


es decir, analizar el significado que se le adjudica a la misma, las palabras con las que se relaciona, y su carga ideológica. Para ello utilizaré como marco de referencia las concepciones de democracia expuestas por Dalton, Shin, y Jou (2007). En el artículo “Understanding Democracy: Data from Unlikey Places” Dalton et al. (2007) examinan diversas conceptualizaciones de la democracia y su predominio en varias regiones del mundo. Los autores clasifican las visiones más comunes sobre la democracia en tres alternativas que denominaré (para propósitos esquemáticos) de la siguiente manera: (1) la académica o erudita (que se enfoca en las instituciones y procedimientos del gobierno democrático, por ejemplo, el gobierno representativo, las elecciones libres y justas, el mandato de la mayoría, o la competencia multipartidista); (2) la retórica (que se define en términos de sus resultados o metas como la libertad, ya sea la libertad política, los derechos participativos de los ciudadanos, o la igualdad ante la ley), y (3) la social o popular (relacionada a la social democracia y que incluye los derechos sociales, el beneficio social, y la seguridad económica, entre otros elementos basados en la justicia social). Tomando este esquema analítico como punto de partida nos urge entonces preguntar: ¿Cuál o cuales de las conceptualizaciones mencionadas predominan en el discurso neoliberal? O lo que resulta más interesante: ¿cuál o cuáles alternativas están ausentes? ¿Hasta qué punto estas alternativas son deformadas o manipuladas? Comencemos nuestra discusión subrayando el que es, a mi entender, el concepto más utilizado en el discur-

so neoliberal sobre la democracia: “libertad”. En la retórica neoliberal estadounidense democracia y libertad se convierten en conceptos inseparables. Así lo vemos expuesto en la conocida “Freedom Agenda” de George Bush. Citemos una vez más las palabras de George Bush (2005) sobre la Guerra de Iraq: “It is true that the seeds of freedom have only recently been planted in Iraq¾but democracy, when it grows, is not a fragile flower; it is a healthy, sturdy tree”; “I can think of no better place to discuss the rise of a free Iraq than in the heart of Philadelphia, the city where America’s democracy was born”; “As the Iraqi people struggle to build their democracy, adversaries continue their war on a free Iraq”. De igual forma, se establece una asociación entre democracia y libertad en los discursos de Bill Clinton y Ronald Reagan: “Today, because of our dedication, America’s ideals—liberty, democracy, and peace—are more and more the aspirations of people everywhere in the World” (Clinton, 1995); “But what we have to consider here today while time remains is the permanent prevention of war and the establishment of freedom and democracy as rapidly as possible in all countries” (Reagan, 1982). Esta conceptualización de la democracia como libertad es similar “en apariencia” a la definición “retórica” (segunda alternativa) expuesta por Dalton et al (2007). Pero como es conocimiento de muchos, en el discurso neoliberal norteamericano la libertad asociada a la democracia no es principalmente la libertad en el sentido político (como ausencia de represión) sino la libertad en el sentido puramente económico. En el discurso neoliberal libertad se relaciona con el “libre mercado” (y la

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ausencia del Estado) y es sinónimo de capitalismo, privatización, propiedad privada, y de la no intervención del Estado. Así lo vemos expresado en las siguientes citas de George W. Bush: “Open your markets and democracy will surely follow”; “Political liberty is the natural byproduct of economic openness” (Burnett, 2007); “All democracies that protect freedom, must conform to certain vital principles. They must limit the power of the state… privatize their economies, and secures the rights of property” (Berkowitz, 2011). Igualmente, la doctrina de Clinton conjuga la democracia y el libre mercado. Tal y como expresara el ex asistente del National Security Affairs de Bill Clinton, Anthony Lake (1993): “democracy and markets are the most productive and liberating ways to organize their lives”, “so we trust in the equal wisdom of free individuals to protect those rights: through democracy, as the process for best meeting shared needs in the face of competing desires; and through markets as the process for best meeting private needs in a way that expands opportunity”. La democracia y el mercado van de la mano porque son “complementos perfectos”: “Democracy and market economics are ascendant in this new era”, “Both processes strengthen each other: democracy alone can produce justice, but not the material goods necessary for individuals to thrive; markets alone can expand wealth, but not that sense of justice without which civilized societies perish” (Lake, 1993). Y dentro de este enlace “democracia-mercado” el discurso neoliberal también incluye una correlación entre la existencia de la democracia y la apertura de los mercados globales, es decir, desde la perspectiva neoli32

beral la globalización promueve la democracia. Como expresara Bill Clinton en el 2002, la globalización ha creado “una explosión de democracia y diversidad dentro de la democracia” (Ainsworth, 2002). Los tratados de “libre” comercio internacional se consideran “instrumentos para la democratización” (Lakoff, 1996). Por lo tanto, según la retórica neoliberal democracia y capitalismo van juntos ya que “la democracia sólo puede existir bajo un sistema capitalista y neoliberal”. La democracia se convierte en lo que algunos han denominado “democracia neoliberal”, un oxímoron desde la perspectiva de muchos. No hemos de extrañarnos el que para muchos estadounidenses “democracia y capitalismo” sean sinónimos. Pero el “capitalismo neoliberal” que se le adjudica a la democracia no es el “capitalismo” liberal” en el sentido de Adam Smith. Capitalismo neoliberal y capitalismo liberal no son lo mismo aunque el primero quiera aparentar ser heredero del segundo. Adam Smith, máximo exponente del liberalismo económico, opinaba que el motor del tipo de economía que el defendía-la economía liberal-era la que estaba montada a partir de la competencia y que, por tanto, los monopolios y los oligopolios debían ser estrictamente eliminados, prohibidos pues constituían el peor impedimento imaginable para la libre competencia. Recordemos las palabras del padre de la teoría económica liberal clásica en el libro IV (sección III) de La riqueza de las naciones: “La mezquina rapacidad y el espíritu de monopolio de los mercaderes no son, ni deben ser los gobernantes de la humanidad”. Indudablemente el actual neoliberalismo (más bien neocapitalismo) no se caracteriza precisamente por la


libre competencia sino por el poder los grandes carteles, de las poderosas multinacionales, y muy especialmente, por las evaluadoras financieras globales. El neoliberalismo es un término fraudulento que se disfraza de liberalismo pero que en realidad promueve lo contrario. En Monthly Review se pueden encontrar valiosos análisis de la situación actual en el contexto de las operaciones de poder-de estilo imperial- de los monopolios multinacionales que confirman los geniales augurios de Adam Smith. Hoy en día, los monopolios multinacionales manipulan los procesos electorales, financian los partidos políticos, controlan los medios de comunicación, mediante los cuales implantan opiniones manipulativas de la opinión pública. Entre muchos otros ejemplos mencionamos el caso del candidato presidencial republicano Mitt Romney, cuya campaña electoral de 2012 estuvo financiada primordialmente (en un 88%) por fondos provenientes de corporaciones (cerca de $86,208,176) como Goldman Sachs ($493,430), JP Morgan Chase and Co. ($314,900), Citigroup Inc., Wells Fargo, Citadel, y Bank of America ( Johnson, 2012). También exponemos el caso del Tea Party, el cual ha sido presentado como “un grassroot revolution” pero que es un movimiento financiado por las grandes corporaciones (Oldham, 2011). Nos viene a la mente la definición de poliarquía (en oposición a la democracia) según el periodista Mark Curtis (2003, p.247): “Polyarchy is generally what British leaders mean when they speak of promoting democracy abroad. This is a system in which a small group actually rules and mass participation is confined to choosing leaders in elections managed by competing

elites”. Igualmente Noam Chomsky describe el sistema político de Estados Unidos como una poliarquía, como un sistema caracterizado por “la toma de decisiones por las élites y la ratificación pública-‘poliarquía’…, y no por la democracia” (Chomsky, 2008, p.14). Resulta importante subrayar cómo la manipulación y degradación del concepto de democracia en el discurso neoliberal ocurre por partida doble, ya que se utiliza fraudulentamente un término para significar otro que a su vez significa lo contrario. Por un lado el concepto de democracia se limita al capitalismo y al libre mercado, y por otro lado, el concepto de libre mercado se utiliza para encubrir la plutocracia corporativa, o el control de los monopolios y oligopolios. Así pues, la democracia se convierte en lo que se ha llamado “democracia corporativa”. En este sentido, la palabra democracia es desprovista de su significado social y popular (es decir, se elimina la tercera concepción de democracia expuesta por Dalton, Shin, y Jou). El “demos” desaparece. La “democracia” corporativa, neoliberal y neocapitalista, es individualista, es egoísta, es plutocrática. No es de justicia social. No equivale a soberanía popular. En el discurso neoliberal, la democracia en el sentido social, la social democracia y el beneficio social son predominantemente catalogados como “antidemocráticos”. La retórica neoliberal convierte a la social democracia en su contrario. Recordemos las palabras de Friedrich von Hayek, padre del neoliberalismo: “Agreement by the majority on sharing the booty gained by overwhelming a minority of fellow citizens, or deciding how much is to be taken from them is not a democracy. At least it is not that ideal of a

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democracy which has any moral justification. Democracy itself is not egalitarianism” (Hayek, 1978, p.157). Como muestra de esta postura consideremos el discurso ideológico del Tea Party en el cual lo social, lo público, se visualiza como antidemocrático. Por ejemplo, en una protesta reciente del Tea Party en contra de las políticas gubernamentales de planificación urbana y de transporte público (o de la reducción del uso de autos privados) miembros del Tea Party distribuyeron unas hojas en las que aparecían expresiones como “Vienen por sus carros!”, “Queremos justicia equitativa, no justicia social” (Bronstein, 2012). En dicha propaganda el Tea Party reclamaba que la Agenda 21 de planificación urbana “abogaba por el control gubernamental del uso de todas la tierras y por la privación de los derechos de propiedad privada, despojando a los ciudadanos de sus tierras, mudándolos a islas de habitantes humanos, cerca de centros de empleo y transporte de manera que los países pobres puedan tener más” (Bronstein, 2012). De forma paralela la ideología del Tea Party asocia la aniquilación de la democracia con las políticas fiscales de la economía keynesiana. El modelo económico keynesiano, rival del neoliberalismo y promotor de programas públicos, se presenta como el causante de la deuda pública, la cual se considera a su vez una amenaza a la democracia. Citemos el portal Tea Party Tribune: “Unable to reach a political consensus to reach their debt crisis, paralyzed European politicians have put the administration of their nations in the hands of Keynesian economists that helped engineer the financial collapse… Government debt is proving only slightly less dangerous to democratic institutions than voters who are 34

so willing to sell their birthright to the highest bidder” (Cudmugeon, 2011). Igualmente en el portal Tea Party Nation se argumenta que la Democracia en Grecia ha muerto como consecuencia del gasto desmedido del Estado: “Which Democracy died? Greece, of course. Greece has been on a program of unrestrained spending and borrowing for years. Now the debt has come due” (Phillips, 2012). Como reflejan las citas, la retórica neoliberal visualiza el capitalismo neoliberal desmedido y la aparente “libertad” económica como aliados de la democracia, y lo público, lo social, se cataloga como antidemocrático. Desde esta perspectiva la justicia social, la igualdad social, y los derechos sociales son antidemocráticos. En el discurso neoliberal encontramos por lo tanto dos posibles posiciones en cuanto a la definición social de la democracia: o es ignorada o es convertida en su contrario (la antidemocracia). Nos preguntamos: ¿Por qué el discurso neoliberal niega o deforma la concepción social de la democracia? La respuesta es muy sencilla. Porque debido a la incompatibilidad del neoliberalismo con el sentido social de la democracia el reconocer la misma implica escoger entre dos caminos sin salida: o se rechaza la democracia o se abandona el neoliberalismo. Así pues, aquellos defensores del neoliberalismo que han reconocido el significado social de democracia han optado por rechazarla. En este discurso neoliberal alterno la democracia se convierte en una mala palabra porque democracia significa control gubernamental y el mandato del pueblo, lo cual constituye una amenaza a la “libertad individual” y al sistema capitalista. Citemos al republicano Ron Paul (2005): “Democracy is simply


majoritarianism, which is inherently incompatible with real freedom… Simply put, freedom is the absence of government coercion… Few Americans understand that all government action is inherently coercive”. El economista Milton Friedman, defensor del neoliberalismo (y quien fuera asesor económico del dictador chileno Augusto Pinochet) comparte esta postura: “What I believe is not in democracy but in individual freedom in a society in which individuals cooperate with one another” (Friedman, 2009). En fin, cualquiera que sea la posición, de alabo o critica a la democracia, de confianza o desconfianza en la misma, podemos argumentar que en esencia, el discurso neoliberal se apropia del concepto de democracia como herramienta para legitimar la ideología neocapitalista. La palabra democracia es deformada, negada, o vaciada de sus dimensiones políticas y sociales convirtiéndose en un instrumento de legitimación del poder de las grandes corporaciones, en un concepto “de moda” inmerso en el individualismo y huérfano de su sentido de equidad y justicia social. Para aquellos que la alaban es una hermana del neocapitalismo. Para aquellos que la rechazan es la enemiga del neocapitalismo. De igual manera que el “newspeak” de George Orwell (mejor término que “neolengua” al tener connotación doble), a la democracia se le despoja de sus significados “no deseados” y se le asignan nuevos significados, según la ideología del poder. Nos preguntamos qué nuevos significados y connotaciones adquirirá la palabra democracia durante el siglo XXI. No hemos de extrañarnos cuando algunos han pronosticado que en el siglo XXI “la definición

de democracia cambiará tan dramáticamente que no la podremos reconocer” (Cook, 2011). Los casos más preocupantes de deformación de la democracia ya los encontramos a principios del siglo XXI cuando escuchamos a una periodista de Fox News decir que Noruega “no es una democracia porque los policías no portan armas” o cuando leemos las siguientes palabras de un congresista norteamericano: “Like the rest of our Constitution, I believe the Second Amendment [the right to bear arms] is a cornerstone of our democracy” (Rubio, 2010). Comenzamos el artículo señalando que si aceptamos que la corrupción del lenguaje es un indicador válido de la corrupción sociocultural, hemos de preocuparnos por nuestra sociedad y nuestra cultura actuales. Resulta pues preocupante cuando la democracia se convierte en su contrario, cuando a ella la visten de violencia, individualismo, y represión. {

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Revolución o barbarie. Título Las llamadas crisis de las democracias Nombre Apellido

Más allá de las palabras. “Crisis” y “democracia” Primero, habría que cuestionar las palabras y sus significados. Por un lado, ¿existen o han existido las democracias? La democracia significa libertad y participación directa de las personas en la toma de decisiones que las afectan, no a través de representantes que son electos y luego no escuchan ni consultan a los que los eligieron ni a los que se opusieron a su elección. No es sólo tener procesos eleccionarios y poder manifestar una opinión en un programa de radio. Por otra parte, si siempre se habla de crisis, ¿han existido momentos en que los sistemas político-económicos funcionaban? Para haber crisis, tiene que haber habido una estabilidad que es entonces perturbada. Esto no ha existido, nunca ha habido tal seguridad y tranquilidad, siempre hemos estado expuestos a distintos tipos de problemas, solo que hay ocasiones en que son mayores. Si fuéramos a utilizar el término, tendríamos que decir, aunque se escuche redundante: “la crisis de la crisis”. 38

Juan Carlos Fred-Alvira

Es el “laissez fair” de las palabras, la utilización libre o tergiversación de los vocablos y los conceptos para lograr una ganancia monetaria, para obtener poder, para manipularnos. Las palabras se utilizan para comunicarnos y para engañarnos. Siempre ha sido así. Igual que muchas personas pronuncian palabras como “amor”, “compañero” o “amigo” de forma bastante libre, se utilizan palabras como “democracia” o “socialismo” de manera no estricta. Por eso, la mayoría de las personas sigue llamando “socialista” o “comunista” a gobiernos como el cubano o el chino, cuando en la práctica actual no pasan de ser moderados o agresivos capitalismos de estado, respectivamente. De igual forma, la mayoría sigue pensando que en Europa y América vivimos en sistemas democráticos, cuando la realidad es que son sistemas capitalistas. Con sus diferencias, todos los humanos vivimos en dictaduras de distinto tipo con etiquetas como “democracia” o “socialismo” que las camuflan. Por tanto, cuando se habla de que un país está oprimido por un régimen dictatorial y que debe cambiar


hacia uno democrático, no se está hablando de verdadera democracia, sino de cambiar hacia el capitalismo, hacia el libre mercado, que permite hablar y cuestionar –siempre y cuando se quede en eso, en palabras–, que manipula a través de sistemas electorales controlados, que reprime toda verdadera oposición y ejercicio de la libertad que ellos pregonan defender. Golpes de estado como el hace dos años en Honduras (militar y violento) y el recientemente ocurrido en Paraguay (legislativo e igualmente violento), nos muestran cómo las mal llamadas democracias son oligarquías capitalistas al servicio de intereses económicos nacionales y extranjeros, quienes son los verdaderos gobernantes de los países. A su vez, la complacencia, la condena débil, de palabra, pero sin acciones, de parte de las potencias mundiales e, incluso, de muchas naciones vecinas, prueban lo poco que hemos avanzado en cuanto a los procesos verdaderamente democráticos. La mayoría no reconoce los golpes de estado, como si no pudieran concebir que todavía esto suceda en países “democráticos” a gobernantes electos en las urnas de votación. No es casualidad que los derrocamientos arriba mencionados y los intentos que ha habido (Venezuela, 2002; Bolivia, 2008; Ecuador, 2010), han sido todos a gobiernos cercanos a la izquierda, que buscan reformas en los modelos económicos y se oponen de una manera u otra a los intereses del capital.

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La fiebre no está en la sábana. El problema es el sistema capitalista Las necesidades básicas humanas son: salud, educación, seguridad, alimentación salubre, vivienda. Ninguna de estas necesidades básicas es satisfecha para la inmensa mayoría bajo el capitalismo, que domina, prácticamente, el mundo entero. Solo las clases económicas altas, los ricos, tienen acceso a cuidado de salud de calidad y totales (pagando altas cuotas por seguros médicos, análisis, operaciones), educación (colegios privados o escuelas públicas especializadas), seguridad (sistemas de alarmas y guardias privados), alimentación saludable (productos orgánicos y que no hayan sido alterados genéticamente o sometidos a pesticidas y preservativos) y vivienda (apartamentos y casas con todas las comodidades). ¿Por qué querer permanecer en un sistema que no satisface nuestras necesidades básicas? El sistema capitalista busca el beneficio de algunos individuos y no de la sociedad. Los distintos gobiernos se quejan de las protestas, pero son las desigualdades socioeconómicas creadas por esos mismos gobiernos las que provocan estas manifestaciones. Algunos argumentarán que el capitalismo ha cambiado y que ha beneficiado a la mayoría de la población a través de la visión de que la globalización y la llamada postmodernidad son diferentes al capitalismo de la modernidad. Pero, en realidad, nada ha cambiado. Es el mismo capitalismo con nuevos métodos. La globalización siempre ha existido, desde las migraciones humanas, los imperios asiáticos, europeos, africanos y americanos, pasando por los intercambios e influencias UMET

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entre distintos continentes y culturas, hasta los medios de comunicación. En el siglo XX la hemos visto por medio de los imperios europeos y estadounidense en el mundo entero. La llamada globalización es de los ricos. ¿Qué es el imperialismo sino la globalización de sus intereses económicos? En esto, China no es diferente, ya que da la apariencia de ser socialista, pero en realidad es un capitalismo de estado. En lugar del control tenerlo las corporaciones, lo tiene el estado, pero se comporta como una corporación. Explota a sus trabajadores, crea capitalistas e invierte en empresas y tierras en el extranjero. Actualmente, el país asiático ha comprado compañías y terrenos en todos los continentes del mundo. Hasta una ciudad-casino tienen en Macao, al punto que se dice que Las Vegas es el Macao de América. Las economías son globalizadas, es decir, los capitales están invertidos en diversos países alrededor del planeta, de donde obtienen la materia prima, donde se fabrican los productos y donde venden los mismos. Esto crea una dependencia de vínculos, así que, cuando un país está afectado económicamente, los capitales también se afectan y, por consiguiente, al ser economías dependientes del capital, reciben el efecto dominó de los problemas económicos. Claro, esto perjudica a las grandes mayorías pobres, ya que las medidas instauradas en los países son de recortes a los beneficios y rescate a los grandes intereses, como bancos y fábricas, que cayeron, en parte, por sus malos manejos. Ante esto, los trabajadores ya no luchan por mejorar sus condiciones de trabajo sino que pasaron a tratar de mantener las existentes. Al que se opone, lo reprimen, bajo la excusa de la estabilidad económica, la crisis mundial, y el nuevo 40

cuco, el terrorismo. Además, el capitalismo se vale de instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) para controlar los países a través de préstamos y medidas económicas neoliberales como requisito para obtener los mismos. La mayoría de las naciones necesita dinero para resolver sus problemas, causados por el capitalismo, y el capitalismo les presta dinero que tendrán que pagar con intereses, lo que se va convirtiendo en una deuda impagable, que lleva a nuevos problemas económicos y nuevos préstamos, volviéndose un tipo de esclavitud. Por otra parte, ante los límites de los recursos, el capitalismo no colapsa, sino que se transforma, como ha hecho en otras ocasiones. Diez millones de personas mueren de hambre al año. Mil millones de personas (una séptima parte de la población del mundo) vive en pobreza extrema. No es la pobreza relativa de la mayoría de los pobres en Puerto Rico, sino la que significa no tener qué comer cada día, apenas un techo, sin servicios básicos de luz y agua, y ningún dinero ahorrado. Ante el aumento del hambre y la muerte por la deforestación, la falta de alimentos y la explotación, se contrapone la sobrepoblación del planeta. Por tanto, personas para explotar su trabajo y a las que venderle sus productos, no faltarán. En el nuevo panorama, nos venderán la reforestación, el ecologismo, la alimentación saludable, la justicia, etc. y explorarán el espacio en busca de otros recursos explotables, lo que ya ha comenzado. Todo es mercancía, todo es privatizable, todo es vendible. Las corporaciones explotan el trabajo de los trabajadores del mundo entero, pero aun más a los de los países pobres, pagando centavos o pocos dólares (incluidos materias


primas, salarios y maquinaria) por productos que venden en decenas, cientos y miles de dólares, y contaminando con sus residuos y con los efectos de sus productos (pesticidas, químicos, medicinas, manipulación genética). Prácticamente, todas las grandes empresas son corruptas, por lo que no hay escape a trabajar para ellas o comprar sus productos. Esa es otra razón por la que se hace tan imperioso un cambio radical. El llamado progreso de un país hoy en día, muchas veces se da en cuanto a imagen, es el progreso capitalista, lo que los medios de propaganda de los estados y los medios de comunicación privados (que muchas veces son lo mismo) esparcen y la mayoría de las personas terminan creyendo. Es, en muchas ocasiones, un asunto de percepción, más que de realidad. Más aun en un mundo dominado por la especulación del mercado y la fragilidad de las bolsas de valores –que nunca duermen porque en alguna zona de tiempo hay alguna abierta–, ya que un rumor hace temblar a muchos, caer empresas y hasta afectar varios países. Es absurdo querer mantener y defender un sistema tan vulnerable. Brasil es un ejemplo de esta falsa percepción. En el exterior parece que es un paraíso de oportunidades, con un crecimiento económico constante. Sin embargo, ese “progreso” es para unos pocos. La inmensa mayoría continúa igual que antes, sufriendo por el desparrame urbano, la deforestación desmedida, el caciquismo y la falta de ley y orden en amplias zonas de estados como Pará, Amazonas y Acre, la desnutrición y muerte por hambre en el noreste del país, etc. Es la misma falsa percepción que hay de Puerto Rico en el exterior. Se piensa que aquí todo está bien porque estamos en una relación que casi nadie entien-

Las rebeliones en varios países musulmanes y las caídas de regímenes autoritarios, pueden hacer pensar a algunos, falsamente, que eso significará el advenimiento de gobiernos más participativos y verdaderamente

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de –muchos de los puertorriqueños tampoco–, con la potencia mundial que es Estados Unidos. Sabemos que la realidad es otra. Incluso los ciudadanos de los países del llamado primer mundo, como Estados Unidos y los pertenecientes a la Unión Europea, no viven con la comodidad que en el exterior se supone. Esto lo vemos en el desempleo creciente en EE. UU. y buena parte de la UE, al punto que, por ejemplo, muchos inmigrantes se están yendo de España en la actualidad. La situación actual Desde comienzos de 2011 se han dado una serie de protestas y manifestaciones alrededor del mundo debido a los problemas económicos que se han agudizado desde el 2008. Las personas involucradas en las mismas son muy variadas en cuanto a posición socioeconómica y pensamiento político. Lo que los ha unido es un cansancio de la corrupción, los recortes a los servicios básicos, el desempleo y la baja en la calidad de vida en general. En cuanto a otros aspectos y detalles, cada región y cada país tienen sus particularidades. Todos los países musulmanes no son iguales, como toda África, América, Asia o Europa no es igual. ¿Verdaderos cambios? Los intentos de revoluciones en Medio Oriente

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democráticos. La historia nos ha demostrado que cuando un grupo de personas se rebela, tiene que ir más allá de sacar a un presidente o hacer caer una dictadura. Tienen que obtener el poder, involucrarse en la toma de decisiones, cambiar el sistema. Eso nos los enseñó, por ejemplo, la primera revolución social del siglo XX, la Revolución Mexicana. Francisco Villa y Emiliano Zapata llegaron a Ciudad de México, pero, una vez en el palacio presidencial, no tomaron el poder, no permanecieron vigilantes desde adentro. El dictador fue sustituido por otro. Cuando retomaron la lucha, no fue igual, habían perdido el momento. Ambos terminaron asesinados. La Revolución pudo lograr unas cosas, pero ínfimas comparadas con lo que pudieron alcanzar, como lo demuestra la contradictoria institucionalización de la Revolución, que dejó de serlo, y el estado actual del país. Lo mismo está sucediendo en Egipto, donde las protestas consistentes pudieron sacar al presidente, pero siguen con los mismos problemas, ahora bajo el poder de una junta militar y un presidente conservador musulmán desde las elecciones de junio de 2012. La componenda entre ambos ha llevado a la impunidad por los crímenes cometidos durante las protestas de 2011. Se aprobó una nueva constitución en diciembre pasado, pero sin cambios medulares. Al contrario, ahora hay mayor conservadurismo e influencia religiosa en las leyes, además de que los mismos corruptos siguen en los poderes políticos y judiciales. Tratan de apaciguar las protestas con elecciones, como si estas, automáticamente, significaran una mejoría en la calidad de vida y no un entronizamiento de otras estructuras de poder que serán ejercidas sobre los ciudadanos para controlarlos y así 42

llevar a cabo agendas ideológicas contrarias al bienestar general. La participación en las elecciones presidenciales fue de apenas 52% del electorado y en el referéndum constitucional bajó a 33%, lo que hace pensar en dos razones: la mayoría no cree que las elecciones solucionarán sus problemas y los dos candidatos mayoritarios no eran buenas opciones (uno era un religioso conservador y el otro un exfuncionario del pasado dictador con el apoyo del ejército). En la actualidad, la moneda egipcia está en caída y el gobierno busca la aprobación de un préstamo al FMI. Sabemos lo que eso significa y lo que conllevará. Los ciudadanos de Egipto, Túnez, Libia y Yemen sacaron a sus gobernantes, pero las personas tuvieron que volver a la calle porque no hubo cambios reales. Estos problemas de verdadera democracia no son de personas individuales, son sistémicos. No se necesitan reformas o cambios de personal. Se necesitan verdaderas revoluciones, transformaciones radicales en el sistema económico, político y social. Varios otros gobiernos autoritarios, como Marruecos, Bahréin, Argelia y Jordania, se han adelantado a movimientos que se han estado gestando y, además de usar la tortura, la cárcel y el exilio, han comenzado pequeñas reformas gubernamentales y de “justicia social” que son básicamente cosméticas y que esperan que aplaquen los ánimos de verdaderos cambios. En Bahréin, tres países (Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait) enviaron tropas para aplacar las rebeliones, con la excusa de ser parte del Escudo de la Península del Consejo de Cooperación del Golfo, creado en 1984 para combatir agresiones militares y que anteriormente solo había intervenido casi simbólicamente


en Kuwait (1991) e Irak (2003). Siria ha recurrido a la represión y a mínimas reformas. Las faltas organizativas llevaron al fracaso o a victorias pasajeras, aprovechándose otros, los poderes capitalistas y militares, sí organizados, para tomar control. Pero las nuevas protestas, hasta ahora, relativamente pequeñas, han ido aumentando en cada uno de esos países. Las causas de estas rebeliones están no solo en el autoritarismo dictatorial de sus sistemas, sino en el capitalismo. Estas poblaciones, como las de todo el mundo, están vinculadas a través de las empresas multinacionales y los intereses de otros países, por lo cual se han visto igualmente afectadas. Contrario a lo que se podría pensar en Occidente, las protestas de distinto tipo no son algo nuevo en estos países afligidos por dictaduras século-militares y religiosas, sino que vienen desde los años setenta y ochenta. Las de 2010-2013 son su forma más reciente. Esto contradice los prejuicios generales occidentales de que en esas naciones todos son sometidos y no protestan. Como si acá lo hicieran. Por otra parte, no han sido pacíficas protestas, han sido combativas y violentas. No era reunirse en una plaza. Hubo sabotaje, hubo huelgas (realizadas por los trabajadores, no por los sindicatos, que se opusieron), hubo enfrentamientos. Es hora de dejar atrás ese discurso pacifista que solo beneficia al poder, ya que cualquier acción contra este es vista como violenta, mientras las de este son vistas como defensivas ante el caos y la agresión. Ese tipo de pacifismo es la paz de los sepulcros, la que se promulga para que no se afecten el sistema y los que se benefician del mismo. Esa visión tergiversada es efecto directo de la desinformación y de la falta de información. Los noticieros

televisivos apenas dedican unos segundos para lo que ocurre en el mundo entero; en los periódicos, unas pocas páginas, a menos que sean eventos catastróficos (terremotos, huracanes, inundaciones, tsunamis) o sangrientos (conflictos bélicos, asesinatos y torturas). Requiere esfuerzo encontrar más información y que esta sea independiente de los medios controlados por las elites oligarco-gubernamentales. La Internet ha servido para romper con estos problemas, aunque presenta el escollo de la falta de acceso para la gran mayoría de la población mundial. El papel de los medios electrónicos no fue el único, pero fue importante en estas rebeliones. Sirvieron para divulgar información y convocar. Pero no podemos quedarnos molestos detrás de las pantallas de las computadoras o celulares. Son medios para ir a la calle a tomar acción. Pueden funcionar a manera de apoyo teórico, como podría ser la divulgación de información privilegiada, pero de interés público, tal cual se ha visto con WikiLeaks. También tienen capacidad de apoyo ofensivo, como podría ser un ataque cibernético, tal cual ha sucedido con las acciones del grupo llamado Anonymous, que respaldó a los rebeldes en Túnez inutilizando las páginas de Internet del gobierno. Sin embargo, en este tema, no se puede ser inocente. Igualmente que la Internet se usa contra el sistema, el sistema la usa contra nosotros, ya que nos espían a través de ella, leen nuestros mensajes de correo electrónico, acceden a nuestras cuentas en redes sociales, además de que pueden conocer nuestro paradero a través del teléfono celular, que sirve no solo para saber lo que hablamos y con quién hablamos, sino para rastrearnos por un dispositivo que

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contiene. Los “hackers” o piratas informáticos están de ambos lados de la lucha. Esto sin pensar en otros usos de la tecnología más avanzada, como los chips integrados bajo la piel, que han comenzado a usarse con la excusa de ayudarnos para tener nuestra información en casos de emergencia o el robot mosquito, que puede extraer sangre para obtener nuestro DNA o insertar un nanochip en nuestra piel para rastrearnos. Tampoco se debe dejar pasar por alto el papel de Estados Unidos y la Unión Europea en estos conflictos. Ambos poderes apoyaron con palabras, información y armas a los movimientos insurrectos. Esto se podría ver inocentemente como que quieren ayudar a pueblos oprimidos a liberarse, pero mirando más allá, vemos el interés de los países occidentales en tener control sobre los recursos y las poblaciones de países que sienten que han perdido. En Libia fueron más allá, atacaron con fuerza militar, de lo que se han abstenido en Siria, aunque el contexto de masacres sea el mismo en uno y otro país. Las razones para esta diferencia en acciones son varias: la fuerza militar siria, la renuencia de EE. UU. a entrar en otro posible conflicto militar prolongado y los aliados sirios (Rusia e Irán). Se repite el patrón de naciones poderosas que intervienen en defensa de sus propios intereses políticos y económicos. Igualmente, no se debe olvidar que las dictaduras de Mubarak, Hussein, Gadafi y tantos otros fueron apoyadas por los gobiernos de EE. UU. y la UE durante años con dinero, entrenamiento y armas, incluso en medio de las recientes rebeliones. Como se ve, las guerras civiles son oportunidades económicas para las potencias vender armas a ambos bandos. El papel de los países poderosos 44

depende del contexto de cada país. A veces les conviene más que se mantenga en el poder un dictador a que surja el caos que afecta el comercio y que no garantiza que quien suba negocie con ellos. No están motivados por las condiciones socioeconómicas de los habitantes. Por ejemplo, en Libia existía, a pesar del autoritarismo y el capitalismo gadafino, un nivel de vida que los colocaba en la cima del continente africano, y que ahora está casi totalmente controlado por los intereses capitalistas y con dominio de los religiosos extremistas. ¿Europa como ejemplo? La Unión Europea también está en problemas Las economías de los países europeos también han sido afectadas, hasta dentro de la misma Unión Europea. Grecia es un ejemplo, donde la situación ha llegado a hacer pensar en sacar al país de la UE debido al panorama actual y a las medidas de austeridad que exige la misma UE para poder permanecer en esta organización. Esas medidas son las mismas que piden el BM y el FMI. Menos de veinte años después de creada y a diez años de la incorporación del euro, esta organización ya muestra problemas grandes. No por unirse los países, sino por el capitalismo. El papel de Estados Unidos en esto no debe descartarse, ya que varias de las más importantes medidas y estructuras financieras fueron ideadas por bancos estadounidenses, con bajo riesgo para estos y grandes ganancias. Las “soluciones” son el rescate a los ricos y sus instituciones (sobre todo, los bancos y grupos financieros), el despido de empleados para bajar gastos, y los


recortes a los servicios básicos y de ayuda social. Con esto, por un lado, reducen el déficit y, por el otro, aumentan la recesión. Por tanto, irónica y absurdamente, las clases media y pobre son afectadas por la avaricia de los capitalistas y terminan pagando el rescate de los culpables de su situación. Es casi como que te obliguen a sacar de la cárcel a tu agresor. Todo esto, provocado por la naturaleza caótica y especulativa del sistema capitalista y la codicia de las personas. Un caso distinto ha sido el de Islandia. Ante los problemas económicos, provocados por la privatización y la desregularización, no tomaron las decisiones desde los pequeños grupos de poder, sino que presentaron las alternativas al pueblo para que votara. La gran mayoría eligió no rescatar a los bancos (los cerraron y crearon nuevos), no se pagó la deuda externa (lo que todavía no se soluciona y promete ser un dolor de cabeza para los islandeses), se iniciaron procesos judiciales contra varios de los responsables y se mantuvieron los elementos básicos de servicios para la población. Las soluciones, como se ve, pueden ser distintas a las del capitalismo salvaje imperante en la mayoría de los países. “El sueño americano”: tan falso como siempre Aunque la desregularización y la privatización siempre han estado presentes en la economía estadounidense, se salieron de todo control, sin medidas de monitoreo, comenzando en los años ochenta y alcanzando su clímax a comienzos del siglo XXI, lo que condujo a EE.UU. a un caos mayor que el usual y del que no termina de salir. V.2_2013

Las empresas de la economía capitalista en EE. UU. fueron, en parte, las causantes de los problemas económicos del presente. Entre estas están las siguientes: bancos, firmas de inversiones, aseguradoras y agencias de calificación de riesgo. Todas formaban una cadena: de los compradores de casas a los bancos prestamistas, de estos a los bancos de inversiones, y de ellos a inversores internacionales. Los ciudadanos tomaban préstamos para comprar sus casas. A los bancos no les importaba si las personas podían pagar porque no era a ellos a quienes les debían el dinero, eran simples intermediarios sin riesgo que se lucraban con esto, ya que las hipotecas iban a parar a los inversionistas, que, dejándose llevar por informes positivos de las agencias de calificación de riesgo, invertían en ellas. Estas agencias eran pagadas por los bancos y, al dar informes de bajo riesgo, eran compensadas con millones de dólares. Por otra parte, los economistas en la academia, en las universidades, también jugaron un papel en todo esto, debido a que enseñan el sistema capitalista desde una óptica positiva y se lucran como consultores de las mencionadas empresas, dando informes positivos de la situación económica a cambio de dinero. Además, los mismos ejecutivos de estas compañías son los que luego son nombrados a puestos gubernamentales y, tan pronto salen del gobierno, son contratados por estas mismas corporaciones. Este es otro ejemplo de cómo las empresas y los grandes intereses son los verdaderos gobernantes de los países y del mundo.

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¿Y nosotros qué? El caso de Puerto Rico En Puerto Rico sufrimos de una doble intervención: la del gobierno estadounidense desde hace más de un siglo y la del sistema capitalista con sus métodos de seudodemocracia. Ante los problemas económicos y sociales, en los últimos años se han dado en el país dos movimientos de protesta-imitación. En el 2011, miles de españoles, los llamados “indignados”, protestaron y ocuparon diversas plazas de España. Su razón era cambiar un sistema injusto, dominado por los capitalistas, hacia uno verdaderamente democrático. Luego de meses, no tuvieron éxito y en las elecciones de ese año, los españoles eligieron al partido conservador, que apoya medidas que van en una línea totalmente contraria a la del movimiento. Poco a poco el movimiento se fue debilitando por cansancio, represión solapada y explícita y, sobre todo, por falta de dirección clara. Al querer ser un movimiento demasiado amplio, esa misma amplitud de pensamientos políticos fue una debilidad, porque no se puede cambiar la injusticia sin cambiar el modelo económico. Además, se querían muchísimos cambios sin especificar cómo se lograrían, nuevamente, no había una dirección clara. Inspirados en estas manifestaciones, un grupo de puertorriqueños decidió ocupar la Plaza de Armas de San Juan en junio de 2011 y duraron allí unos días. Por otra parte, en Estados Unidos también se dieron protestas pacíficas, los llamados “occupy”, como la “ocupación” de Wall Street. Estas fueron permitidas por unos días y luego fueron reprimidas por la policía en el país donde dicen que hay libertad de expresión y que esa libertad 46

es la que los diferencia de las dictaduras. Nuevamente, tomando impulso en lo sucedido en el extranjero, un grupo de puertorriqueños acampó desde octubre de 2011 hasta marzo de 2012 en el parque José N. Gándara de Hato Rey. Ambas manifestaciones no tuvieron éxito por las mismas razones que los movimientos españoles y estadounidenses, pero sin que ni siquiera las fuerzas represivas tuvieran que intervenir. El número de personas fue escaso y la resistencia de estas, por consiguiente, fue de corta duración. Hay que ver las razones para este fracaso. Por un lado, no existía la mejor coyuntura para ello. El mejor momento para manifestaciones masivas lo dejaron pasar. Fue en 2010, cuando el entonces gobernador, Luis Fortuño, despidió miles de empleados públicos y los problemas económicos se agudizaron. En ese momento, quienes único hicieron lo que tenían que hacer fueron los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico. Los sindicatos pregonaron unirse en una huelga general, pero todo quedó en palabras y dudo que tuvieran intenciones reales de hacerlo. En tiempos en que varios paros y manifestaciones sindicales solo buscan reivindicación salarial y beneficios, hace falta ir del micro al macro y ver cómo todo está relacionado con todo. Eso faltó en 2010 y continúa ausente. Sin embargo, aunque el mejor momento fue desaprovechado, en 2011 todavía continuaban los problemas económicos. Las razones estaban, pero no había integración entre estrategia y objetivos concretos. Al faltar esto, terminaron siendo como reuniones de amistades o familiares en que nos molestamos o indignamos discutiendo los problemas del país. Luego de finalizadas las mencionadas manifestaciones,


ha quedado en algunos de los participantes una nostalgia de recuerdos bonitos, de compartir con compañeros, de que el sistema por uno o varios días temió lo que podría suceder, de que se atrevieron a hacer algo. Sin embargo, esas reacciones posteriores se parecen demasiado al conformismo y no ayudan a cambiar la situación presente. Uno o varios días no son suficientes, no logran nada. Contrario a como piensan muchos, de que al menos mostraron que hay personas que protestan, que no están conformes, estos fracasos terminan siendo contraproducentes porque provocan mayor frustración y llevan a una sensación de impotencia. También hay que tomar en cuenta el miedo al cambio, el temor a que, a pesar de que estamos mal, estemos peor, y esa esperanza que nos jode la existencia, la de que las cosas mejorarán. En estas protestas puertorriqueñas, se pudo observar que la clase social que apoyó estos movimientos fue, principalmente, la clase media, que ha sentido cómo el sistema en el que antes podían más o menos sobrevivir o hasta progresar, ya no le provee ni siquiera esto. Cada vez más se están ampliando las diferencias socioeconómicas y la sociedad se está convirtiendo en una de ricos y pobres. Por ello, es de extrañar que no haya habido mucha participación del sector pobre, que es el grupo más afectado por el sistema. Cuando uno mira las caras, en general, están los mismos de siempre, especialmente los estudiantes. Puede que a muchos no les haya llegado el mensaje, lo que implica la necesidad de mayor trabajo de base, o que no hayan creído en el proyecto como una vía para lograr algún cambio. Un movimiento de protesta pacífico (desobediencia civil, huelgas, manifes-

taciones) podría obtener resultados positivos en cambiar el sistema si fuera verdaderamente masivo y constante, creando presión cada día hasta lograr los cometidos. Mas es difícil lograr, con protestas pacíficas, objetivos tan complejos como cambiar el modelo económico y alcanzar avances de justicia social, ya que los que tienen el poder no van a renunciar a él fácilmente. Para objetivos más específicos, resultan muy útiles. Protestas contra la guerra o contra un proyecto antiecológico han tenido éxito, como ejemplifican el retiro de las tropas estadounidenses de Vietnam, la salida de la Marina de Guerra de Estados Unidos de la isla de Vieques y la eliminación del gasoducto. Sin embargo, con estas protestas, necesarias, ganamos batallas, no la guerra. En Puerto Rico tenemos el derecho al pataleteo. Podemos protestar en nuestras casas, en los medios, hasta en la calle. Pero cuando decidimos tomar acción o salirnos de los límites que nos imponen, nos censuran y arrestan. Aquí también hay una dictadura, pero podemos escoger a nuestro dictador cada cuatro años. Para lograr cambios medulares en el sistema, probablemente no bastará con manifestaciones pacíficas, habrá que, en ocasiones, usar la violencia, que, en el fondo, es autodefensa. Algunos no apoyan estas tácticas radicales porque no ven como violencia lo que hace el estado. Solo ven como violencia cuando un asaltante les pone un cuchillo en el cuello o una pistola en la cabeza y les quita sus posesiones materiales. No ven la agresión brutal a que nos somete el sistema con malos servicios, altas contribuciones sobre ingresos, impuestos de todo tipo (para las compras, para usar el auto, para vender la casa, para

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comprar la casa, para vender cualquier producto, para eliminar una multa injustificada, etc.), corrupción, manipulación mediática e impunidad judicial. La vía electoral: ¿“Vota o quédate callao” o “Vota y quédate callao”? La mayoría de los ciudadanos de Occidente piensan que la manera de lograr los cambios deseados es a través de eventos electorales. Esto tal vez sería cierto si viviéramos en sistemas verdaderamente democráticos, donde las personas electas cumplieran sus encomiendas para el beneficio de la mayoría, especialmente los desposeídos, y no para una minoría de la clase alta; donde las campañas políticas no fueran dependientes del dinero privado, lo que, obviamente, lleva a un intercambio de dinero por contratos; donde la presión de los poderosos grupos económicos no tuviera peso en las decisiones; donde no existiera la compra de votos por arreglar una calle o regalar una nevera; donde no se necesitara de cabilderos para que un proyecto se apruebe o no, sino de lógica y bienestar común. Los reclamos de, prácticamente, la totalidad de las personas tienen que ver con mejor calidad de vida (salud y educación accesible y de calidad, vivienda, seguridad, empleo) y que los grandes intereses corporativos aporten más económicamente a la solución. Estos reclamos son justos. Sin embargo, vemos cómo por décadas y décadas la mayoría sigue dándole el poder a los representantes de dos partidos políticos (Partido Nuevo Progresista y Partido Popular Democrático) que defienden prácticamente lo mismo: los grandes intereses económicos y la ineficiencia. En casi todos los países 48

del mundo, hay solamente dos partidos o alianzas mayoritarios y, aunque ninguno representa una verdadera solución para los problemas que los aquejan, se termina eligiendo el menos malo. Cuando uno está arriba y, obviamente, lo hace mal, escogen al de la oposición, y viceversa. En Puerto Rico el problema se agrava porque no hay segunda vuelta de votaciones, por lo que los partidos pequeños están en una aun mayor desventaja ante los tradicionales y más numerosos. Los partidos más pequeños (Partido del Pueblo Trabajador, Movimiento Unión Soberanista, Partido Independentista Puertorriqueño y Puertorriqueños por Puerto Rico) tienen esos justos reclamos en sus plataformas. Si se piensa en la vía electoral, son la única alternativa, ya que los dos partidos políticos que se han repartido el poder desde el cambio de nombre del sistema colonial a Estado Libre Asociado son básicamente iguales. Aunque hay diferencias y podemos ver que, en los últimos 48 años, el PNP es mucho más conservador y violento en sus políticas. Sin embargo, si se piensa en votar, hay que hacerlo siendo realistas. Escogemos personas que no van a cambiar verdaderamente nuestras condiciones de vida mientras sigamos bajo el modelo económico capitalista. Los elegidos son solo administradores de la colonia capitalista puertorriqueña, nada más. No van a traer la anexión, ni el ELA mejorado ni la independencia, porque EE. UU. no quiere ninguno de los tres. Así que, con esa realidad, se deben escoger los mejores administradores y los que, con los grandes límites políticos y presupuestarios que existen, puedan hacer el mejor trabajo. En eso, el PNP y el PPD han fracasado una y otra vez. Solo queda escoger entre los


otros cuatro partidos a los que nunca les hemos dado la oportunidad: PIP, PPR, MUS y PPT. La vía electoral para lograr cambios radicales no es la correcta. Las elecciones pueden ser vistas como un entretenimiento, como una diversión que nos ocupa el tiempo en peleas y discusiones que no solucionan los problemas medulares de nuestra sociedad. Podemos pasar la vida entera eligiendo diferentes gobernantes y las cosas, más o menos, continúan igual. ¿Qué grandes cambios positivos y progresos han habido en los últimos cuarenta años? Hay que cuestionarlo todo, deconstruirlo, pero hay que plantear alternativas y tomar los pasos para construir algo diferente. No podemos quedarnos en gritar, cantando canciones de protesta de cantantes que, la mayoría, nos venden la lucha por la justicia y por los pobres, pero viven como ricos, escribir una pancarta o marchar cada mes. No nos lo van a dar, lo hemos visto. Cuando lo intentamos, envían los medios represivos: policía, tribunales, prensa. Todo en nombre de la ley y el orden. ¿Pero ley y orden de quiénes y para quiénes? Para mantener el pillaje y la riqueza de unos pocos sobre la mayoría. Si se quiere tener el poder, tenemos que tomarlo. Nada garantiza que las cosas mejoren, pero si continuamos con lo que tenemos, no mejorarán. Si estás enfermo, sigues buscando alternativas de cura. No te conformas con que esto es lo que hay y que podría sentirme peor. Sigues cambiando de medicinas hasta que logras curarte. Es hora de combatir la enfermedad.

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Y ahora, ¿qué hacer? Hoy, ante las debacles económicas, el mercado quiere que estemos cómodos al decir que no se puede hacer nada, que es muy difícil. De eso se sostiene el sistema. Pero hoy, tanto como antes, siguen vigentes las ideologías radicales alternativas al caos capitalista, esas que algunos teóricos muy bien remunerados habían escrito que estaban muertas y enterradas. Hay que buscar la justicia social y la redistribución equitativa de la riqueza que producimos. Claro, pero, ¿a quién se le ocurre pensar en que debemos compartir y en que debemos tener lo justo para vivir bien? El sistema capitalista se vale de supuestos medios democráticos (elecciones, sindicatos corruptos, prensa) para seguir controlándonos. Hay que organizar la indignación, la rabia contenida, e impulsar organizaciones populares con líneas claras de objetivos y acciones para lograrlos. Se pueden trazar alianzas, pero que no contradigan los objetivos, porque las alianzas con sectores conservadores terminan siendo contraproducentes, ya que estos querrán cambiar el curso de las acciones una vez se vaya obteniendo mayor poder y se quieran impulsar verdaderos cambios. Es lo que le sucedió a Salvador Allende en Chile y lo que le pasó recientemente a Fernando Lugo en Paraguay. La coyuntura es ahora y debemos actuar organizándonos lo más pronto posible. Los medios serán determinados por nosotros, sean cuales fueran, y por la resistencia que presenten los capitalistas a dejar el poder. No hay mejor momento que el ahora. { UMET

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La era pospolítica Javier Santiago-Lucerna

“Esto no tiene que ver con un rescate, es un préstamo en condiciones muy favorables al FROB (Fondo de Rescate Bancario Español) para dar estabilidad las entidades que lo necesiten” Luis de Guindos Ministro de Economía de España 9 de junio de 2012 Cuando no hay elección, no hay política, ni tampoco, en el fondo, democracia. José Ignacio Torreblanca 13 de julio de 2012

I El ejercicio de lo político durante la modernidad dependió en gran medida de la representación y su puesta en escena, no solo como corolario fundamental de la ilusión de la igualdad, sino también como subterfugio de una socialidad imposible de alcanzar. El espectro políti50

co moderno se constituyó, en su momento, en términos claramente espaciales: la oposición al “status quo” quedó definida como la izquierda; la defensa del mismo como la derecha; el punto medio como centro. De aquí que la ilusión del ejercicio democrático quedase marcado bajo la idea del consenso, y que la práctica democrática estuviese sujeta a un concurso de popularidad entre el estatus quo, alternativas a éste, o el punto medio. Entonces, la inclusión de la diferencia en el ejercicio de la política no tuvo otro propósito que convalidar el ejercicio del poder previamente acordado. En otras palabras, la izquierda siempre fue cómplice de la derecha y del centro por igual. Esto porque adoptar una postura de izquierda o derecha (o inclusive de centro) sobre algún aspecto a debatir supone de facto la idea del consenso. Queda así materializada la política moderna y el trampantojo que encierra. Jacques Attali sugería, hace ya algún tiempo, que la configuración de la armonía como modo dominante de composición en la música orquestal europea a lo largo del siglo XIX fue premonitoria en la


configuración de la esfera política moderna. En su argumento, la armonía se convirtió en paradigma político del esfuerzo de la burguesía por lograr su legitimidad como clase política al mando. La esfera pública, la posibilidad de debatir sobre el futuro de la sociedad, se convirtió en la puesta en escena de esta armonía. De aquí que la representación no fuese mas que una simulación de la democracia representativa (“todos los hombres son iguales”) pero rara vez participativa, convalidada en el ejercicio y el derecho al voto. Puede argumentarse que la sucesión de conflictos y catástrofes acaecidas a lo largo del siglo XX fue síntoma de la crisis que la representación como paradigma político experimentó. A ello debe sumarse la llegada de la cultura de masas (y, subsecuentemente, de la sociedad de consumo), quien logró materializar el corolario fundamental de la representación, “todos los hombres son iguales,” al margen de la esfera pública. Con la llegada del Estado benefactor, la representación quedó aún mas trastocada; en la repetición (siguiendo a Attali) la puesta en escena de la igualdad se ejerció efectivamente en el consumo, lo cual supuso una nueva etapa en el simulacro de lo político. La crisis del 2008 socavó los cimientos de esta igualdad profesada en el acceso al consumo. En todo caso, redistribuyó la miseria de una manera mas pareja, asestando un duro golpe a los imaginarios geopolíticos de antaño (como la llamada división entre los países del centro y la periferia). Esta, a su vez, ha estado acompañada por un desequilibrio de enormes proporciones en la esfera política que, de momento, amenaza con

obliterar las últimas estelas de la representación como simulacro. Es quizás en la crisis de la llamada Eurozona donde mejor se pueden reconocer las indicios del fin de la representación. Tres procesos particulares llaman la atención: el fin del consenso como subterfugio a la hora de ejercer el poder (evidenciado en el colapso de izquierdas, derechas y centros), la pérdida de la soberanía económica, y el emerger del discurso tecnocrático como forma de gobierno. En Grecia, alguna vez “cuna de la democracia,” se puede observar como la política consensual moderna llega a su ocaso, en la medida en que la crisis del euro se expresa en su modalidad mas virulenta.

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II Las condiciones impuestas por la Comunidad Europea a cambio del rescate financiero a Grecia llevaron al entonces primer ministro heleno, Georgios Papandreou, a proponer un referéndum y así salvar cara ante lo que, a todas luces, implicó una reducción desmedida de las prestaciones sociales (lo que en el lenguaje estadounidense significaría “reducción del aparato gubernamental”). Esta decisión de Papandreou provocó una crisis constitucional, primordialmente por la negativa de la Comunidad Europea y su brazo administrativofinanciero de continuar con un rescate ahora mediado por el voto popular. La crisis fue superada con la conformación de una coalición provisional de gobierno donde socialistas (PASOK) y conservadores (Nueva Democracia) eligieron como primer ministro a Lucas 51


Papademos. Su elección estuvo matizada por el hecho de ser un tecnócrata y no un político de carrera. El haber sido Ministro de Economía y tener una reputación intachable como intelectual y economista, en su momento, se celebraron como rasgos distintivos de un jefe de gobierno comprometido con sacar a Grecia de la crisis y dejar a un lado la política mezquina y corrupta típica del país helénico. Esta celebración fue, como era de esperarse, de muy corta duración. Una vez el paquete de ayudas fue aprobado, se impusieron una serie de medidas de austeridad que han empobrecido a una porción considerable de la clase trabajadora griega. Subsumida ahora a las dinámicas de una nueva metrópoli (Alemania), Grecia ha caído en cuenta que, en su deseo de permanecer en la Comunidad Europea, el manejo de su economía ha recaído por completo en la troika compuesta por la Unión Europea, el Banco Europeo y el Fondo Monetario Internacional. La austeridad definida e impulsada por la troika implica el desmantelamiento del aparato de prestación de servicios sociales por parte del Estado, una rebaja sustancial de pensiones y salarios, y un encarecimiento significativo de los costes de vida. En otras palabras, estas medidas se han cargado el Estado de Bienestar en Grecia. A consecuencia de ello, el entorno político griego ha quedado desarticulado. En las elecciones del 6 de mayo del año en curso, tanto el PASOK como Nueva Democracia sufrieron sendas derrotas a manos de toda una legión de partidos minoritarios que han imposibilitado la conformación de una nueva coalición. (Entre éstos cabe destacar el triunfo del partido neonazi Amanecer 52

Dorado, cuya plataforma de gobierno incluye el cierre de sus fronteras y la expulsión de extranjeros). La imposibilidad de un nuevo gobierno quedó matizada en la conformación de dos frentes antagónicos: aquellos que insisten en renegociar las condiciones del rescate aún cuando ello implique una salida abrupta de la zona euro (encabezados estos por la Coalición Radical de Izquierda, Syriza), y otros que defienden la permanencia en la eurozona a toda costa (PASOK y Nueva Democracia). De este modo, la esfera política helénica ha quedado reconfigurada bajo parámetros ajenos al entorno político propio de Grecia. No está en juego la naturaleza propia del Estado, su rol como gestor de lo social, ni la conformación de una ciudadanía soberana. Lo que queda en juego es la aceptación (o negación) de un nuevo espacio político conformado a raíz de la voluntad imperial pan-europea de Angela Merkel y los doctrinarios de la austeridad fiscal. La naturaleza virulenta de la intervención helena se ha propagado rápidamente por el resto de la eurozona. Las palabras que el Ministro de Economía español, bajo el mando del Presidente Mariano Rajoy (Partido Popular), expresó una vez concluida la reunión del Eurogrupo (foro que reúne a los ministros de economía y finanzas de la eurozona) el pasado 9 de junio estuvieron dirigidas en principio a calmar los ánimos de la banca internacional, preocupada ante los gritos forzados de insolvencia que su homónima española había exhibido en las últimas semanas. Sin embargo, el alcance de sus palabras fue mucho más allá de lo imaginado. Guindos intentó alejarse de las inevitables comparaciones del


rescate español con los casos de Grecia, Portugal e Irlanda, por dos sencillas razones: de un lado, éstos últimos (en especial el heleno), anduvieron acompañados de salvajes medidas de austeridad que significaron las derrotas políticas de aquellos que los acordaron; mientras del otro, el aceptar dichos rescates ha significado asimismo la pérdida de soberanía a manos de la troika, sobre todo en lo concerniente a la economía nacional. He aquí la verdadera raíz de la estrategia que empleó Guindos: su intento por aplacar el desasosiego creado por el anuncio del rescate fue, en realidad, una forma de reivindicar la soberanía española por encima de los intereses particulares que conforman la zona euro. No que España estuviese ajena a recortes en el área de la educación, la sanidad y la prestación de servicios sociales; esa fue y sigue siendo la plataforma de gobierno del Partido Popular, triunfador indiscutible en la última elección española (20 de noviembre de 2011). Pero, a la distancia, el presidente Rajoy, al igual que su ministro de economía, insistieron en principio que dichos recortes fueron prerrogativas de su gobierno, y no medidas impuestas por Angela Merkel, Primera Ministro Alemana, o la Comunidad Europea. No importa que al poco tiempo de ser elegido presidente, Rajoy visitara a su colega germana y ratificara su compromiso con la ideología de la austeridad. Claro: si bien este acto de sumisión a las políticas de austeridad señalizaron un cierto grado de sometimiento a la voluntad imperial paneuropea impulsada por Merkel, no es menos cierto que la crisis de la deuda soberana socavaron el entorno político mucho tiempo

antes. Las medidas adoptadas por el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero para enfrentar la crisis tomaron un cariz claramente neoliberal, acercando peligrosamente al PSOE (Partido Socialista Obrero Español) a los lineamientos ideológicos y dogmáticos de su contraparte consensual, el Partido Popular (PP). En todo caso, Rajoy tomó una línea mucho más dura (hardcore) del curso trazado por su predecesor. A fin de evitar la hecatombe del sistema financiero español (propulsada en principio por una burbuja mobiliaria de tamaño inimaginable), Rodríguez Zapatero optó por apartarse de los cimientos políticos del socialismo español y encaminó una drástica y desmedida reducción del aparato gubernamental, provocando no sólo una taza de desempleo exorbitante (24% en la actualidad), sino también un dramático estancamiento de la economía española y, concomitantemente, una peligrosa y extremadamente sufrida recesión en el país. La elección de Rajoy fue en claro rechazo a la neoliberalización del PSOE. En manos del PP, el manejo de la crisis se ha recubierto de un manto moralista en búsqueda de reclamar autoría y protagonismo en la imposición de medidas poco populares exigidas por el capital financiero global. Puede que Guindos primero y posteriormente el Primer Ministro español reclamaran triunfalmente la negociación de un rescate financiero sin supervisión por parte de la troika; pero, a fin de cuentas (y como se comprobó poco tiempo después) la naturaleza del mismo siguió respondiendo a la voluntad imperial que logró desarticular el entorno político griego. España terminó cediendo su soberanía fiscal al aceptar

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el rescate. De este modo, el espectro político español dejó de responder a las prerrogativas de su entorno; ha quedado sometida a la voluntad de la eurozona, cuyos “intereses” no responden, necesariamente, a la de los españoles. Y es que la llamada crisis de la deuda soberana en la eurozona ha supuesto un reordenamiento en el entorno europeo. La representación ha quedado abolida, y las viejas categorías de lo político han sido suplantadas por nuevas formas de manejar el territorio a una escala global y bajo la mirada de una inquieta voluntad imperial. La coalición de socialistas y neoliberales, la elección de tecnócratas como jefes de gobierno, y la difuminación entre izquierdas y derechas, apuntan a una disolución de la política consensual moderna y la imposición del homo œconomicus como sujeto protagónico de una globalización que rebasa por mucho los predicamentos de un mundo integrado económicamente. La pregunta obligada ante esta crisis es la siguiente: ¿suponen las medidas de austeridad y los rescates financieros el fin del ejercicio de la política tal cual fue conocida hasta el siglo pasado? III ¿Cuál es la naturaleza de los rescates financieros y las severas políticas de austeridad que le acompañan? De las voces que se han opuesto a las inflexibles posturas de Angela Merkel, la mas reconocida (y vociferante) es la de los neo keynesianos. Para estos, liderados por Paul Krugman, la austeridad va en contra de los prin54

cipios delineados por Keynes a la hora de contrarrestar los efectos de una recesión. El desmantelamiento de las prestaciones sociales, de un lado, y la minimización de los gastos gubernamentales, resultan contraproducentes a la hora de estimular la economía. El corazón del argumento es, pues, salvar el Estado de Bienestar prevaleciente desde la posguerra y duramente abatido durante los años de la acumulación flexible. Para ello resulta necesario que el Estado adopte un rol mucho mas activo a la hora de combatir la recesión, aumentando su nivel de gasto y, en el caso de que sea posible, adoptado una política monetaria mucho más flexible. Krugman ha criticado duramente a Merkel acusándole de adoptar una postura proteccionista hacia la economía alemana. Su negativa en devaluar el euro, junto a la desaprobación de un fondo de rescate que permita redistribuir equitativamente el peso de la crisis entre los miembros de la unión, es prueba de ello, según Krugman. Todo esto es muy cierto. Sin embargo, el alcance de las políticas de Merkel va mucho más allá. Al establecer la austeridad como disciplina al tiempo que impulsa un gravamen para las transacción financiera en toda la Unión Europa, ésta persigue conformar el territorio como uno solo, mientras fortifica su posición de mando dentro del mismo. Exhibe su voluntad/vocación imperial en la medida que logra imponer a Alemania como eje de la eurozona, subordinando la periferia fiscalmente comprometida (Portugal, Irlanda, España, Italia y Grecia) y realineando las demás potencias industriales a los principios del ordenamiento económico y político alemán (Francia e Inglaterra). De aquí que la


troika, en su momento, amenazara a Grecia con suspender las ayudas si la aprobación de las terribles condiciones era llevada a votación popular. Lo que está en juego es mucho más que el rol del Estado ante una incomoda recesión. Este claro indicio de querer ejercer el mando no se limita al territorio comprendido por la Unión Europea. En el interés por gravar las transacciones financieras se despliega una voluntad por ejercer el mando sobre el capital. Así el dominio alemán se extiende más allá de los confines de la eurozona. La comprometida banca francesa (que a su vez compromete a su homóloga inglesa) le restó considerablemente poder negociador al estado francés. Esto lo pareció comprender muy bien Sarkozy; de ahí que prefiriera aliarse con Merkel. (Del mismo modo, esto aún no parece comprenderlo Hollande, quien intenta infructuosamente liderar la revuelta contra la doctrina de la austeridad). A ello quizás se deba la renuencia de Londres de integrarse a la eurozona como de firmar el pacto a favor de la austeridad (y rendir así su soberanía fiscal). Por tanto, la verdadera naturaleza de los rescates financieros aparece allí donde la pérdida de soberanía contribuye a la voluntad alemana de querer ejercer el mando no solo en la Unión Europea, sino también sobre el capital líquido globalizado. Aquí la figura del Estado (esa misma que tan renuentemente defiende Krugman) cede ante dos desarrollos específicos. De un lado, la pérdida de la soberanía fiscal apunta a una reconversión del espacio político que de ahora en adelante se expresará de modo abstracto, matemático y puramente especula-

tivo. De otro lado, el ejercicio de la política moderna queda completamente desarmado a la hora de enfrentar los retos que impone tanto la voluntad imperial como el capital líquido. No hay ciudadanía que representar ni defender. Solo territorios que administrar. Queda identificar, entonces, no solo las fuerzas que le hacen frente a esta voluntad imperial, sino también los elementos constitutivos de su proceder, que en esencia será biopolítico. {

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El fin de la democracia burguesa Joaquín Rodríguez Burgos

Todo ciudadano occidental consciente se ve dominado desde hace tiempo por la sensación de sentirse inmerso en una corriente de cambios significativos que afectan al diseño de la estructura política, cambios que anuncian una regresión en los llamados sistemas democráticos de los países capitalistas. ¿Cuándo empezó esta corriente, en qué consiste y cuáles son sus causas? Algunos afirman, no sin cierto tino, que nació en septiembre de 2001, con los ataques a las torres gemelas neoyorquinas. A partir de estos, no sólo el “statu quo” internacional se vio alterado por la voluntad de responder a ellos por parte de los EE.UU., sino que las necesidades de defensa del sistema político de este país impulsaron a los diferentes gobiernos yanquis a proclamar una serie de leyes extraordinarias que recortaban los derechos de los ciudadanos. Estas iniciativas, como todo lo que proviene de la metrópoli, crearon una tendencia, impulsada por los atentados que años después se vivieron en Europa occidental. Otros creen más bien que esos señalados acontecimientos fueron sólo un pretexto para una ofensiva previa 56

y largamente deseada, cuyo diseño se guardaba celosamente en un cajón. Ofensiva además que acompaña y se liga a otras transformaciones que interesan al modelo de relaciones sociales y laborales y al equilibrio estratégico mundial y que respondían, en definitiva, a unas tensiones más profundas cuyo origen es bastante anterior. Este texto se coloca más cerca de esta segunda opinión. Desde este punto de vista la verdadera mudanza habría tenido su origen, y su causa, en el hundimiento de la Unión Soviética, consecuencia a su vez del agotamiento del ciclo revolucionario mundial protagonizado por el movimiento obrero, nacido por cierto a la par de las revoluciones burguesas que asentaron el poder de esta clase y el sistema capitalista. Me atrevería a decir también que el crepúsculo de este ciclo histórico, de esta derrota en definitiva, supuso la muerte (o al menos la catalepsia) de la propia clase trabajadora como sujeto histórico planetario, máxime si tenemos en cuenta que, como sostuvo Marx, no hay clase sin conciencia, siendo que la conciencia de sí de esta clase ha sido arrasada como fruto precisamente de su derrota.


Siguiendo esta lógica alguien puede afirmar, y yo no seré quien lo rebata, que el origen remoto se sitúa quizá cuando las potencias del centro capitalista fueron percibiendo que era la Unión Soviética, y no ellas (como las calificó Mao) el verdadero tigre de papel, o simplemente un gigante con los pies de barro, allá a finales de los años setenta y principios de los ochenta, en un momento en que los países socialistas europeos, principalmente su centro, la URSS, se iban deslizando hacia una crisis sistémica y organizativa de hondo calado; o cuando en 1979 el gigante ruso picó el anzuelo de Afganistán, por donde fue desangrándose poco a poco tanto militar como moralmente; o quizá cuando constataron que las luchas internas de poder en la China post Mao se decantaban no precisamente hacia la profundización del socialismo1. Sea como fuera, estos fenómenos no

Recientemente Graham Allison ha revelado en la revista Foreign Affairs que J. F. Kennedy durante la crisis de los misiles declaró una situación de alerta nuclear de alto nivel que autorizaba a aviones de la OTAN a bombardear Moscú. La URSS, que se sepa, nunca estuvo dispuesta a dar una orden de este tipo contra Washington. Fue en este momento cuando EE.UU., es decir, la fracción dirigente de la burguesía mundial, descubrió que la URSS no tenía estómago para llevar hasta las últimas consecuencias (la guerra nuclear) un enfrentamiento armado contra ella, es decir, que no iba a utilizar su potencial atómico. ¿Sería ésta la primera señal que recibió la burguesía yanqui de una cierta “debilidad” soviética? Sobre el artículo del politólogo norteamericano ver Chomski, Noam: “En la sombra de Hiroshima”; Gara, 8 de agosto de 2012. 1

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dejan de ser síntomas de la pérdida de pulso de ese ciclo revolucionario proletario y campesino2. Fue en esta coyuntura cuando la intuición de algunos líderes burgueses llegó a la conclusión de que podían contribuir a que ese impulso revolucionario ya a medio gas colapsara si se jugaban bien las cartas, dando inicio así a la contraofensiva feroz del capital. Había llegado pues el momento de contraatacar, de recuperar el terreno perdido durante tantas décadas frente a una mano de obra indisciplinada y rebelde, cuyo relativo bienestar, en los países del centro capitalista, era en último término garantizado por la potencia militar soviética, y por un movimiento revolucionario planetario e intersolidario. Pues, a pesar de todos sus defectos, los países socialistas eran vistos como un referente libertador por una gran parte de la clase obrera mundial, incluida aquella que sostenía a los partidos mal llamados socialdemócratas. Y eso ocurría por supuesto también en todo Occidente. A partir de la primera revolución triunfante de 1917, los éxitos del socialismo no hicieron más que multiplicarse. Después de la soviética estallarían otras. Victoriosas unas, otras no, todas espantaban al burgués: Alemania, Hungría, Mongolia, Baviera, China, Cuba, Vietnam, Nicaragua… La burguesía occidental, que había dominado el planeta durante buena parte del siglo XVIII y todo el XIX, se batía en retirada. La bomba No es casual que, por otro lado, sean estas fechas las del abandono del leninismo y de la fidelidad a la Unión Soviética de los principales partidos comunistas occidentales, que descubrían de golpe las bondades ocultas a ellos por tantos años de la socialdemocracia (y por ende del capitalismo), merced a lo que se conoció como eurocomunismo.

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atómica les insufló confianza… durante cuatro años solamente. La URSS se hizo con ella en 1949; China un poco más tarde. En toda la Europa del Este los gobiernos comunistas, a veces en coalición con otros partidos, expropian los latifundios y reparten la tierra entre los campesinos, nacionalizan la banca y las grandes empresas capitalistas, reducen las jornadas laborales, favorecen la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral, social, cultural, etc., impulsando políticas feministas nunca vistas hasta entonces, implantan las vacaciones pagadas, el acceso a la educación, a la cultura y a la sanidad para toda la población. Los partidos comunistas occidentales, por su parte, después de la Segunda Guerra Mundial, consiguen resultados electorales excelentes en las democracias burguesas y logran articular poderosos movimientos de masas. La burguesía siente el acoso de manera asfixiante3. La clase obrera occidental, a pesar de la omnipresente propaganda anticomunista, era consciente de estos cambios revolucionarios y de su capacidad de presión. La burguesía también4, y reaccionó, entre otros, en tres Incluso, como es bien sabido, el Reino Unido llegó a tener copado, y hasta casi comandado, su servicio de inteligencia por comunistas leales a la Unión Soviética.

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Decía Otto Brenner, dirigente de la poderosa central sindical alemana occidental IG-Metall, que por los años de la guerra fría tenía la sensación de que durante las conversaciones con la patronal siempre había un socio invisible pero perceptible: la República Democrática Alemana. Ver Lerouge, Herwig: “La contribución de la Revolución de Octubre y de la Unión Soviética al movimiento obrero en la Europa Occidental y, más particularmente, en Bélgica”, en Revista Comunista Internacional, nº 2, Madrid, diciembre de 2011, p. 18.

frentes: social, militar y político. En primer lugar calmó a sus clases trabajadoras empobrecidas desarrollando una decidida política social y llevando a cabo un plan de nacionalizaciones. En el terreno militar, no sólo creó la alianza más mortífera de la historia de la humanidad, la OTAN, sino que diseñó un “ejército de reserva” ilegal, oculto a la opinión pública y a las propias instituciones parlamentarias y judiciales (la “Red Gladio”), liderado por los EE.UU., constituido por una coalición endiabladamente poco presentable en sociedad, que abarcaba desde restos paramilitares nazis hasta democristianos “escrupulosamente democráticos”, pasando por las policías militarizadas de cada país (gendarmería, carabineros, etc.) dispuesto a hacer frente por las armas a una victoria comunista en las urnas o fuera de ellas5. En cuanto al flanco político, se desplegó una doble ruta: mientras que, por un lado, se muñían equilibrios parlamentarios dignos del más espectacular de los circos, forzando las más ridículas e igualmente endemoniadas coaliciones, con el único objeto de que los partidos comunistas no controlaran el poder legislativo y/o ejecutivo, por otro se flexibilizaron hasta cotas nunca vistas los mecanismos del sistema político, intentando refutar así uno de los fundamentos básicos del discurso marxista:

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Ver Genser, Daniel: Los ejércitos secretos de la OTAN. La Operación Gladio y el terrorismo en la Europa Occidental. El viejo topo, Barcelona, 2005.

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que la democracia capitalista no es una verdadera democracia6. Conforme pasaba la década de los cincuenta y las políticas de apaciguamiento obrero daban sus frutos, en Occidente la clase trabajadora, o al menos la mayor parte de ella, se fue acomodando a este juego en el que parecía no irle tan mal, liderada en buena parte por una “socialdemocracia” que cumplía, y sigue cumpliendo, el papel de domesticación y encuadramiento de esta clase social dentro del orden burgués, y por unas organizaciones sindicales que adaptaron en general la misma estrategia. La “socialdemocracia”, atacando sin tregua las experiencias soviética y china, y en general cualquier movimiento socialista revolucionario que alcanzara el poder, se autoproclamó responsable feliz de los logros en el bienestar de la clase obrera occidental, queriendo mostrar así que el capitalismo y su parlamentarismo, vigilado y corregido convenientemente (por la socialdemocracia, se entiende) era el menos malo de los sistemas. No obstante, esta flexibilidad tenía sus límites. Y el principal era la incuestionabilidad del propio sistema capitalista, que vale tanto como decir de la propia dominación burguesa7.

El discurso se mantiene incólume. Y si bien estas gestiones socialdemócratas se dieron, el razonamiento olvida que quienes aplicaron por lo general este tipo de políticas fueron tanto los partidos socialdemócratas como los conservadores y/o democristianos, lo que demuestra que satisfacía una necesidad burguesa cuyo fin era, entre otros, atraerse a las masas obreras ante la amenaza del ejemplo de los países socialistas, y no a la

Había otra raya, ésta de segunda categoría, pero en principio inviolable, constituida precisamente por los límites territoriales del estado, por sus fronteras; es decir, por el respeto a la porción de la geografía de la que había sido capaz de apropiarse o con-

servar cada burguesía “nacional”. Así, el estado no tuvo reparos, cuando lo creyó necesario, en asesinar activistas o simpatizantes de diferentes movimientos independentistas (la inmensa mayoría revolucionarios, por demás), en lugares tan asépticamente democráticos como Francia o Reino Unido, y en otros sitios menos presentables, como el Estado español (por no hablar de la represión violenta del gobierno de los Estados Unidos contra cualquiera que se moviera, por ejemplo, en Puerto Rico, en las reservas indias o en los guetos negros). El espectáculo de ver pasar cadáveres por la superficie del Sena, por ejemplo, no supuso, al parecer, en el otoño de 1961, una especial conmoción para las bases morales de la democracia. Para refrescar la memoria del lector, el 17 de octubre de ese año la policía francesa, comandada por Maurice Papon, quien se dedicara, entre otras cosas, a deportar ciudadanos franceses de origen hebreo a los campos de exterminio nazis durante la Segunda Guerra Mundial, asesinó en París a varias decenas de personas, casi todas de origen argelino, tras una manifestación a favor del movimiento independentista. Durante las jornadas posteriores el sistema autoproclamado democrático, en su particular caza al argelino, acabaría con la vida de varios cientos de seres humanos. Las cifras varían según el investigador. Claro que estas jornadas son sólo un pálido reflejo de las colosales matanzas en la propia Argelia, considerada a la sazón tan territorio nacional como lo pudiera ser Marsella o Lyon, e integrada, por ello, en la estructura departamental del estado. La carnicería más reseñable quizá deba ser la de Sétif (mayo de 1945), que arrojó un balance de al menos 2.000 asesinados (el gobierno argelino eleva esta cifra hasta 45.000).

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Una táctica más grosera, pero no por ello menos eficaz, de la burguesía comandante estadounidense fue el famoso Plan Marshall, es decir el libramiento de cantidades ingentes de dinero para aliviar la pobreza de los países occidentales y con ella el descontento popular y la presión de los comunistas.

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iniciativa supuestamente combatiente de la “socialdemocracia”. Innecesario es decir que la tendencia de la burguesía a “corregir” los excesos del capitalismo es anterior a la revolución soviética, inclinación que respondía a vectores de signo diferente: por supuesto, la presión del movimiento obrero en todas sus innumerables tendencias, desde la anarquista hasta la nacionalista; la necesidad de la burguesía de recabar cierto consenso en su proyecto imperial (lo que se conoció en el Reino Unido como yingoísmo), y la evidencia de que unas ciertas regulación e intervención estatal podrían ser más beneficiosas, y a veces más baratas, que la represión salvaje o que la feroz libre concurrencia8. Las tendencias correctoras de una parte de la burguesía se reforzaron durante la crisis de los años treinta del siglo XX, que no afectó a la URSS, y cristalizaron ante la demostración de potencia militar del Ejército Rojo durante y después de la Segunda Guerra Mundial, y como respuesta a las transformaciones revolucionarias del campo socialista y Al hilo de esto, un fenómeno curioso de observar es cómo en los actuales EE. UU., una parte minoritaria de la burguesía ha llegado a la conclusión de que la sanidad pública es mucho menos costosa (para ellos) y más eficiente que una sanidad privada. Igualmente conviene recordar el reciente movimiento de un puñado de millonarios que pedían (más bien parecían suplicar) que se les cobrara más impuestos. Sin descartar el rasgo cívico individual, esta fracción de la burguesía yanqui no llega a estas conclusiones por motivos filantrópicos, sino tras echar bien las cuentas, e inferir que una gestión centralizada es más eficaz y sobre todo económica que una que no lo es, y que no hay mayor centralización que la del Estado. Por otro lado, es consciente de que la clase trabajadora yanqui no puede financiar sola estas funciones centralizadas.

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a la postura revolucionaria y prosoviética de los partidos comunistas occidentales. El éxito estratégico de la burguesía trajo consigo un bienestar creciente de la clase trabajadora occidental, lo que, unido a la eficacia del discurso socialdemócrata anticomunista y antisoviético, fue dejando poco a poco sin base social a los partidos comunistas. Por supuesto en esta labor de zapa hay que añadir los errores de las propias revoluciones, el desprestigio que generaron las sangrientas luchas internas de poder (inherentes, por otra parte, a toda, o a casi toda, revolución que se precie), y una fina, constante y eficacísima campaña de propaganda llevada a cabo por la industria informativacultural que logró forjar un leyenda negra anticomunista que se ha interiorizado en el imaginario occidental y que encuentra cultivadores y seguidores en casi todo el espectro político9. Y en pocos años todo cambió. En 1991 la burguesía occidental se frotaba los ojos: su mayor, enconado y duradero enemigo caía como un castillo de naipes. No sólo se derrumbaba el poder socialista, sino que la La propaganda no sólo se centró en la industria cultural de masas sino que también consideró necesario dirigirse a las élites intelectuales. Una de las labores más notables de los servicios de inteligencia de los EE.UU. fue atraer a posturas antisoviéticas y anticomunistas en general a buena parte de los escritores y artistas occidentales de izquierdas. Para ello giró colosales cifras de dinero, convenientemente utilizadas en revistas, exposiciones, fundaciones, conciertos, etc. tanto para sobornar como para enredar a numerosos miembros de este influyente grupo social. Imprescindible es para conocer estas campañas secretas de la CIA en el ámbito cultural la lectura del libro de Stonor Saunders, Frances: La CIA y la guerra fría cultural. Debate, Barcelona, 2006.

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misma Unión de Repúblicas se disolvía como un azucarillo y los países de la órbita soviética de Europa oriental se colocaban como bien podían en el nuevo puzle capitalista. Además, en China las cosas tomaban un rumbo no tan disímil. El Partido, tras la desaparición de Mao, dio un viraje importante e inició su larga marcha hacia el capital. En pocos años apareció un nuevo mundo, un nuevo orden gobernado totalmente, salvo pequeñas excepciones en resistencia o retirada, por la burguesía en diferentes grados de crudeza. Ésta se ha quedado sin enemigos dignos de tal nombre. Su dominio es completo, su fuerza incontestada, sus ansias de recuperar el terreno perdido crecidas. Comienza por tanto la reconquista. O, si se prefiere, se acelera. El neoliberalismo atroz (que no es más que el liberalismo económico de siempre adaptado al mundo contemporáneo y refinado de escrúpulos políticos), ya ensayado no sólo en alguna dictadura militar de la periferia capitalista, sino también en casa (EE.UU. y Reino Unido en plena era gorbachoviana), despliega ahora todas sus potencias. Es el momento en que todos los partidos (que tienen permitido gobernar, se entiende), incluidos los socialdemócratas, abrazan el credo neoliberal y extienden el ataque contra la clase trabajadora a todos los ámbitos de la vida socioeconómica: desmantelamiento del aparato productivo estatal, reducción de los derechos laborales, privatización y debilitamiento de la sanidad y de la educación públicas, militarización de conflictos sindicales, destrucción de las relaciones la-

borales basadas en el pacto colectivo, vaciamiento del derecho de huelga, restricciones de la actividad sindical, endurecimiento de los códigos penales, presión brutal sobre los salarios, regresión fiscal acelerada, fraccionamiento de la clase obrera políticas racistas mediante, etc. Por otro lado, a la burguesía le empieza a resultar ya incómodo incluso el propio aparato institucional que organizó en torno al mito de la democracia, es decir del poder del pueblo, máxime cuando su ofensiva socio-económica provoca reacciones sociales difíciles de manejar con las leyes y principios que ella misma promulgó. Y es así que decide que las reglas del juego han de cambiar y emprende el desmontaje de la forma de organización política que ella misma había moldeado, en muy buena parte por la presión del movimiento obrero internacional: leyes patriotas, atropello al derecho de presunción de inocencia, detenciones gubernamentales sin garantía judicial, restricción al acceso a la administración de justicia, detenciones y cárceles secretas, reformas restrictivas de leyes electorales, extensión de la modalidad del decreto gubernamental como mecanismo legislativo, detenciones por faltas administrativas, recrudecimiento de la impunidad de los cuerpos de seguridad del estado, generalización de fichas policiales ilegales, tráficos de datos personales de los ciudadanos entre diferentes estados, imposición a los parlamentos (teórica fuente de legitimidad democrática) del dictado de instituciones subordinadas políticamente o ajenas al sistema electivo (bancos centrales, instituciones internacionales de

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financiación, especuladores de deuda pública…10), etc. Parecería por tanto que a una burguesía a la que ya no le preocupa un movimiento revolucionario derrotado se le hace cada vez más fastidioso, por un lado, el corsé de los sistemas parlamentarios11, y por otro, los de protección socio-laboral, sanidad o educación, estructuras de las que ahora puede desembarazarse sin tener en frente una fuerza que la atemorice. En conclusión, quizá estemos atravesando el umbral hacia un segundo reinado absoluto del burgués, destruido o minimizado el aparataje, más o menos flexible, de relaciones políticas y de los sistemas de protección social, producto de una época histórica periclitada de luchas y revoluciones obreras y campesinas, que molesLa identidad de los misteriosos especuladores de deuda ha sido declarada, al menos en el Estado español, “materia reservada”. Esta peculiar declaración fue hecha recientemente por la mesa del Congreso a raíz de que el diputado de Amaiur Sabino Cuadra solicitara en dos ocasiones tramitar una pregunta al gobierno español en la que se interesaba por las cincuenta entidades que poseen un mayor nivel de deuda pública del Estado.

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Al hilo de esto vienen que ni que pintadas las recientes declaraciones de una de las representantes más conspicuas de la fracción tradicionalista de la burguesía vasca, Yolanda Barcina, presidenta de la Comunidad Foral de Navarra, que expresaron mejor que nada el engorro que le supone el sistema parlamentario: “El Parlamento es algo decimonónico. Las estructuras de hace doscientos años no son operativas en el mundo digitalizado del siglo XXI”. La representante de Unión del Pueblo Navarro (que ha gobernado en este territorio junto con el Partido Socialista de Navarra hasta hace pocas fechas), es de los que piensan que el actual diseño del sistema representativo “redunda en el descrédito que sufre la actividad noble que es la política”. Ver Gara, 25 de julio de 2012, p. 25.

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taban o entorpecían su pleno dominio y que ya apenas considera justificados, vencido y desarmado su principal enemigo: la clase trabajadora. {


Persépolis y la “revolución” que fue dibujada:

Una reflexión desde la sociedad de vigilancia, el biopoder y las identidades en la Revolución Islámica Luis Javier Cintrón Gutiérrez

Muchas y muchos andamos esperando que estalle la revolución, esperando las condiciones para que el país y el sistema económico actual se derrumbe. Tristemente la misma no ha llegado del todo aún. Al leer Commonwealth (2009), se choca con la triste realidad de que sí existen condiciones para el cambio; lo que no existe son los revolucionarios. Eso me lleva a reflexionar sobre lo que Negri y Hardt llamaron los paralelismos revolucionarios. De sus comentarios podemos deducir que la construcción de identidades de toda clase (desde política, religiosa, y hasta cultural) ha creado un lastre en el proceso revolucionario. Aun cuando en ciertos momentos se puede consolidar ciertos sectores de la población, lo que Negri y Hardt resaltan es cierto: “las identidades pueden despertar heridas y no se puede operar la revolución”. Para finales de los 1970 el mundo enfrentó varios conflictos de corte político, social y económico. Claro, también de corte “identitario”, poniendo en riesgo la narración estandarizada de las naciones y del Imperio.

Los famosos barbudos copaban las portadas de las noticias. Entre sus discursos se aludía a la crisis y al conflicto del sistema capitalista e industrial. Entendían, al igual que Antonio Gramsci, que “el capitalismo no se cae, se destruye”. El año 1979 fue uno muy cargado para el mundo político. En occidente se consolidaba la oposición al sistema económico que todavía tenemos. En España, el nacionalismo vasco de ETA asomaba su ola violenta de colonizado hacia el colonizador, mientras que en Nicaragua se daba el triunfo de la Revolución Popular Sandinista. Ese mismo año llegó a Irán el Ayatolá Jomeini, marcando el punto clave de la Revolución Iraní y la aprobación por medio de un referéndum, y se instaura la República Islámica de Irán con un gobierno secular elegido por Alá. El líder político y religioso se consagró como la principal figura del islamismo militante y arquitecto de la creación de la primera república islámica. Fue además uno de los artífices de la primera revolución alejada de la ilustración francesa. Ésta jugó un papel importante en la lucha revolucionaria por la

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concepción religiosa fuera de la igualdad, fraternidad y libertad (Sória: 2007). Antes de la instauración de la República Islámica, se vivió la “Revolución Blanca”. Bajo el Shah, Irán tuvo una monarquía dictatorial, con todos los poderes políticos y riquezas nacionales concentradas en las manos de una pequeña camarilla real (Coughlin: 2010). La monarquía inició una transición cultural a la modernización y occidentalización y empezaron las alianzas económicas entre las transnacionales europeas y estadounidenses para la administración de la industria del petróleo. Persépolis: ciudad y cómic Persépolis viene de la concepción de una capital de carácter religioso y espiritual en la zona pérsica, dentro del Imperio Aqueménida. Esta ciudad se fundó con el fin sacro de representar el papel de intermediario entre los dioses y la humanidad por parte del rey (García Sánchez: 2008). Con el pasar de los siglos la Persépolis se volvió el símbolo de la monarquía iraní. Para el año 1971 el Shah Mohammad Reza Pahlevi invitó a la comunidad internacional a esta “capital celestial” para conmemorar los 2,500 años de la monarquía en este país de oriente medio (Satrapi: 2005). Sin embargo, el nombre de Persépolis también le dio vida a una saga de historietas de Marjane Satrapi. Los cuatro tomos que conforman la saga, ilustran la biografía de esta mujer durante los últimos años de la monarquía y los inicios del proceso revolucionario iraní. Estas ilustraciones en blanco y negro proyectan la vigilancia, 64

la lucha de identidades y el ejercicio del poder en la consumada “República Islámica”. Marjane Satrapi es una dibujante iraní. Desde muy pequeña, sostiene, sentía vocación revolucionaria. Cuando era niña leía sobre dialéctica marxista y tenía conocimiento sobre el proceso de la Revolución Cubana de 1959. Según la narración del cómic, su abuelo fue el primer ministro iraní antes del paso del Sha Pahlavo, bajo el régimen nacionalista del padre de Pahlavo. Inició su formación en el Liceo Francés de Teherán, hasta que la revolución islámica cerró todas las escuelas bilingües. Su familia apoyó el proceso revolucionario antes de que tomara el carácter islámico. Sus padres la envían a Viena para culminar sus estudios en el Liceo Francés. Al culminar en el Liceo regresa a Irán para proseguir estudios en Bellas Artes. Actualmente Marjane Satrapi vive en la ciudad de París, Francia. La excepción viene y la excepción va… Una mirada a la vigilancia y el castigo Antonio Negri y Michael Hardt (2009) nos advierten sobre una clase política “apocalítica” en las concepciones contemporáneas del poder. Alertan sobre nuevas formas de imperialismo y de fascismos. Esto se da en la medida que se van suspendiendo derechos y garantías ante la “emergencia del poder”, prevaleciendo esta dicotomía por encima de las leyes. Para Negri y Hardt, es fácil identificar este estado de excepción, pues se sostiene mediante el uso de la violencia para resolver los asuntos internos y externos del


país. Aun cuando estos conceptos están pensados para aplicar a la experiencia occidentalista, podemos aplicar los mismos a la experiencia rescatada en las historietas Persépolis. En el cúmulo autobiográfico de Marjane Satrapi, vemos varios choques culturales entre religiosos y personas de carácter civil. En instancias previas a la instauración de la “República Islámica”, puede apreciarse el estado de excepción reflejado en las políticas de represión por parte del monarca Sha. Casi todos los recuadros de la página 31 nos presentan un tumulto rescatando a una víctima asesinada por el régimen del Sha. En la misma, en un momento dado, es declarado el muerto como mártir, mientras se acusa al Rey de asesino. Cuando el soberano iraní abandonó el poder, empezaron a ser liberados los llamados “héroes de la revolución”. Estos fueron, según Satrapi, cerca de 3,000 prisioneros políticos, entre quienes estaban líderes comunistas y periodistas. Uno de esos prisioneros por conciencia fue su tío, Siamak Jari, quien también era periodista. Tanto Jari como Mohsen Shakiba, revolucionario y dirigente comunista, cuentan las humillaciones y los maltratos a sus cuerpos. Muchas de las técnicas, según Shakiba, eran practicadas por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés). Las imágenes de tortura que se reflejan en la página 54, representaron un exceso de poder y una “parálisis de la justicia”. “Este mal funcionamiento del poder remite a un exceso central: lo que podría determinarse el ‘sobrepoder’ monárquico que identifica el derecho a castigar con el poder personal del soberano” (Foucault; 2009: 93). El

monarca encargado de la “Revolución Blanca”, gobernó en excepción en la medida en que usó constantemente la tortura socorrida por los poderes extranjeros de los Estados Unidos y Europa. Luego del triunfo de los revolucionarios, se instaura en Irán una república de corte islámica, fuera de los tradicionales valores de la ilustración francesa que había guiado todos los procesos revolucionarios occidentales. En la historieta se muestra también el regreso de los exiliados. Tal es el caso del tío Annosh, quien estuvo en la Unión Soviética. Algunos, desde la óptica marxista, entendían que la adopción del nacionalismo y otros elementos podrían unificar el pueblo de otra forma que Marx no ha podido (Satrapi; 2003: 62). Al implantarse la Revolución Islámica, la soberanía y el poder le es entregado a un Ayatolá, que se entiende es impuesto por el poder de Alá. A lo largo de los dos primeros tomos de Persépolis, vemos como el nuevo régimen político se aferra a la vigilancia para mantener el ejercicio del poder sobre el territorio iraní. El cómic autobiográfico nos muestra la nueva sociedad de vigilancia y disciplina. Vemos como se consolidan los guardianes de la revolución. Luego del triunfo islámico, los revolucionarios que tomaron el poder desearon romper todo contacto cultural con occidente, haciendo un llamado a la “Revolución Cultural”. Esto creo una “polarización” política y cultural que resultó en el fortalecimiento de las estructuras disciplinarias. Las luchas internas del país pasaron a ser la imposición del velo, o la controversia sobre la música americana contra lo que se definía en aquel entonces eran los valores iranís.

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Por otro lado, en la página 4 del primer tomo de Persépolis, vemos cómo se transforma el sistema educativo a uno de segregación entre hombres y mujeres. También vemos cómo se cierran las escuelas bilingües por ser símbolos capitalistas. De este modo, las escuelas dejan de ser laicas, pues el estado inicia un proceso de “hegemonía” de lo que se denominará el “pan de la enseñanza”. Michel Foucault nos explica a cabalidad cómo las instituciones sociales ¾tales como las familias, el Estado y las empresas¾ nos imparten la obediencia del poder fuera de nuestras voluntades. A esto se le llama la microfísica del poder, la cual nos domina y, de alguna forma u otra, nos hace adoptar unos signos y unas identificaciones que no necesariamente queremos. Identidad: la homogenización estatal La identidad está amarrada a las narraciones de lo que es la nación o lo nacional. Tanto Jesús Martín Barbero (1991) como Eulalio Ferrer (2002) entienden que esta concepción de lo nacional ha servido por muchos siglos como un ente pluralista y como una forma de definir barreras culturales. Para Juan García García (1994), “la identidad nacional sería, por consiguiente, resultado directo del proceso de homogenización estatal” en la medida que el Estado es la única institución que puede hegemonizar la educación y el lenguaje, y tiene la capacidad de adaptar las demandas de la ‘sociedad industrial’.

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Más allá de la “estandarización” por parte del gobierno de la identidad cultural y nacional, también la misma se alimenta del proceso de socialización. Al citar a G.H. Maed, García García nos dice que la identidad individual es construida en base a la interacción con otras personas. En otras palabras, es lo que Homi Bhabha, analizando a Frantz Fanón llama identificaciones. Cuando Bhabha analizó el texto Hombre negro, máscara blanca de Fanón, hace mención de la importancia del trasfondo social e histórico para la identidad colectiva, valiéndose de la historia, los mitos, los textos, la literatura y la ciencia. Dentro del análisis se revela que las virtudes sociales de la racionalidad histórica, la cohesión cultural, la conciencia individual, el asumir una identidad inmediata y utópica, desarrollan un estado civil como una última expresión necesaria para construir una cultura. Esto, a su vez, se encuadra en un psicoanálisis dentro de la relación colonial entre oprimidos y opresores. La identidad, desde la perspectiva de Fanón y (re)interpretada por Bhabha, parte de la emergencia de donde descartamos o negamos algunas cosas y asumimos otras para sostener un imaginario. Nos vemos en la urgencia de construir una máscara en referencia a imagen e identificación que no goza de libertad, en la medida que la construimos y (de)construimos al otro sujeto que entra para definir nuestra identidad. Como menciona GarcíaGarcía, la identidad se vuelve un “juego de espejos” al momento de consultar a otro para construir la nuestra. No definimos quiénes somos, sino definimos al “otro” y de esa dialéctica deducimos quiénes no somos, o qué no


es nuestra identidad. Esta relación de “juego de espejo” se da gracias a la existencia de delimitaciones y fronteras, las cuales definen quien es el “otro” en el contexto de lo nacional. Al declararse la “Revolución Cultural” contra la cultura occidental, se crean mercados de resistencia clandestinos. En estos, los cuales son mostrados en la página 132 del primer volumen, se trae “por debajo del radar” la cultura occidental. Se destacan entre estos elementos culturales la música popular de diversos puntos fuera oriente medio (como ABBA, Julio Iglesias y Pink Floyd) y productos asociados con la mujer occidendal como medias de seda, lápiz labial y esmalte de uñas. Sin embargo, las y los guardianes de la revolución islámica y cultural, veían todos estos símbolos y narraciones de la cultura occidental como representaciones de la decadencia (Satrapi; 2003: 133). La revolución: desde adentro y desde afuera El segundo tomo del cómic nos plasma la visión de otra revolución desde los ojos de una iraní recién salida del aislamiento con el mundo occidental. Satrapi (2004) nos muestra la liberación económica europea de los 1980 y lo que ella llama la “Revolución Sexual”. En el aspecto económico, vemos la abundancia de productos y el consumismo que le da vida al sistema capitalista en occidente. Lo vemos plasmado en las celebraciones de la navidad (2004: 15), donde dice la autora que son “good business”. También lo vemos cuando va de visita por primera vez a un supermercado (2004: 6), V.2_2013

donde la publicidad y los olores de los detergentes la seducen al consumismo. En el ámbito de lo sexual, vemos que a diferencia de la socialización predominantemente religiosa y segregacionista que se vivía en Irán, en Europa había una mayor apertura a temas sexuales. Tanto de género y sexualidad, como de prácticas sexuales. Vemos que la autora entendía que los besos en público eran prácticas sexuales. También pudimos ver la homosexualidad. Ella etiqueta a todos estos elementos con el término de “Revolución sexual”, uno muy afín con la época y el contexto en el que se da, pues esa es la época cuando se revolucionaron las prácticas sexuales y los derechos reproductivos. Además, también puede apreciarse que la autora de acerca a movimientos culturales de “contra-cultura” y de pensamiento anarquista. La socialización y la carga histórica de los lugares donde se desarrollan ambos tomos hacen que el segundo libro sea más explicito en temas sociales, mientras que el primero sea más cercano a temas políticos. Si en el primero llegamos a conocer al “Ché” Guevara, a Marx y a Fidel, en el segundo nos topamos con la madre superiora de un colegio católico, la navidad, el consumo. El fundamentalismo: el hilo conductor de la obra de la identidad y la nación Durante la lectura de los cómics, podemos notar la existencia del fundamentalismo como una estructura disciplinaria. La revolución iraní asumió ese dogma religioso, en la medida que podía aglutinar a la mayor UMET

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cantidad de personas y controlar el poder. El fundamentalismo, al igual que otros juegos epistémicos, es el que se da fuera de los subordinados (Negri y Hardt; 2009 El fundamentalismo iraní se torna, entonces, en la identidad nacional y en la base de su nacionalismo. Esto nos lleva a interpretar lo anterior como el lenguaje. Estos conceptos mencionados están fuertemente ligados a los mitos del tiempo que con el tiempo se vuelven reales. Según Bhabha, la compulsión cultural se sostiene en la unidad imposible de la Nación como una fuerza simbólica. Esto se da cayendo en un discurso nacionalista que narra de forma narcisista un país dentro de un marco ambivalente. Esta ambivalencia se presenta dentro de la conciencia colectiva escrita por los historiadores modernistas, los cuales trataban de encajar en una historia común los eventos que definen a la Nación. En otras palabras, la Nación es una narración, a la vez que una fuerza simbólica. Bhabha (2006) nos dice que vivimos en una “emergencia” de la Nación, como un significado cultural dentro de sus representaciones en la vida social y la vida política. El teórico poscolonial añade que “los relatos más interesantes de la idea nacional, ya sea que vengan de la derecha Tory, del campo liberal o de la nueva izquierda parecen confluir a la tensión ambivalente que define la ‘sociedad’ de la Nación”. Para Patricia Cardona (2010), la narración es una “mitificación de la historia para otorgar legitimidad al orden emergente y dotar a sus gobernantes de la ‘sacramentalidad’ que legitimara su accionar”. También asegura que esto crea vínculos entre los nuevos ciudadanos. 68

A modo de concluir y reflexionar El desarrollo político, social y cultural que nos presentan los constantes conflictos que impone la identidad, responden a la emergencia de una narración de carácter místico, que en ocasiones deja de ser real para convertirse en un mito nacional. Como Negri menciona en Commonwealth (2009), las identidades, más allá de construir una revolución, pueden crear asperezas. Mismas que se presentan en los cómics de Satrapi: los conflictos por el velo, la segregación de hombres y mujeres, las luchas Oriente vs. Occidente, y la crisis de socialización y consumo de bienes materiales de la autora cuando vivió en Europa. El relativismo cultural y las estigmatizaciones que llamamos identidades, han creado un ejercicio de polarización y exclusión por encima del trabajo revolucionario de transformar lo ya establecido. ¿Será que más bien nos impone la frase popular de “mismo muñeco, diferente sombrero”? {

Referencias Bhabha, H.K. 2006. Nation and Narration. Londres y Nueva York: Routledge. Bhabha, H.K. 1997 Remembering Fanon : self, psyche, and the colonial condition. Remaking history. Ed. Barbara Kruger and Phil Mariani. Seattle: Bay Press. Coughlin, C. 2010. Khomeini’s Ghost: The Iranian Revolution and the Rise of Militant Islam. Nueva York: HarperCollins Publisher.


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La performatividad colectiva como arte público

Acción dentro de la Huelga de la Universidad de Puerto Rico Edén Bastida Kulick

Introducción Conocemos lo ambiguo que signifca defnir el arte público y las diversas variedades conceptuales que se utilizan para clasifcarlo. Para realizarlo se puede partir desde el ámbito espacial donde se desarrolla, hasta la implicación que puede existir con cierta comunidad en particular. Las posiciones son diversas al tratar de englobar manifestaciones de lo que se podría considerar arte público. Llegué a Puerto Rico con el afán de ver las manifestaciones artísticas que podrían encapsularse en el espectro tan amplio de lo que se puede denominar arte público. Para tal objetivo, tratamos de indagar en la concepción que se tiene del espacio público que de por sí es ya demasiado compleja y ambigua. Lo que primordialmente me incentivó a realizar la presente investigación fue la situación socio-política tan peculiar de esta isla tan “pequeña”1. Tener un status que para la población ¨Somos una isla tan pequeñita¨, repite en diversas frases la población puertorriqueña.

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no resulta sencillo explicar: “Somos parte pero no tanto”… algo así… Somos un Estado Libre y Asociado. ¿Libre de qué? ¿Asociado a quién? ¿En qué consiste y como se sobrelleva esa relación de Libertad y Asociatividad con los Estados Unidos? Para intentar comprender las dinámicas y relaciones sociales y, en consecuencia, la situación política de esta isla, consideré que un primer ejercicio válido y necesario sería vivenciar la calle; es decir, intentar percibir el desarrollo y las nociones de espacio público. Considero que esa mezcla de por un lado seguir siendo colonia norteamericana (como la considera la misma ONU)2 y, por otro lado, tener la esencia de un país latinoamericano solo lleva a realizarme demasiadas preguntas y tener muy pocas respuestas. Al observar las diferentes manifestaciones artísticas que se desarrollan en San Juan, se observa claramente un arte enfocado en el espacio público. Encontramos que la mayoría del arte público que se desarrolla en San Juan es lo que Lucy Comité de Descolonización de la Organización de las Naciones Unidas.

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Lippard denomina plunk art 3 (el arte público tradicional de exteriores) que simplemente agranda el tamaño de las piezas y se pone en el emplazamiento para después montarlas igualmente en las galerías. Dicho tipo de arte conceptualiza el espacio público como un lugar transitorio para la pieza artística antes de llegar a la galería, muchas veces su objetivo real. Como ejemplo podemos citar la obra de Isabel Ramírez Pagan, quien diseña unas especies de bancas de madera y las instala en plazas públicas o en lugares abandonados. Después de ese viaje por los exteriores citadinos, la obra se expone en recintos artísticos. Otro ejemplo interesante en este sentido es la obra Chemi Rosado, que instala un trampolín en una zona cercana al puente “dos hermanos”, donde normalmente se reúnen grupos de jóvenes a saltar sobre la laguna; en este tipo de ejemplo aplicaría la idea de utilidad en el arte público, pues la pieza artística sirve momentáneamente para cierta actividad de convivencia y diálogo. Estos dos ejemplos van por la línea de intentar mediante objetos estéticos producir un intercambio social en el espacio público y que posteriormente dicha pieza o registro de la misma recaiga en museos o galerías. Por otro lado, en San Juan se observa gran cantidad de graffitis tapizando la cuidad ya que existen colectivos y artistas con una propuesta plástica muy clara. Como ejemplos podríamos mencionar a La Lippard Lucy. “Mirando alrededor: dónde estamos y donde podríamos estar” Del texto Modos de hacer. Arte crítico, esfera pública y acción directa. Editores: Paloma Blanco, Jesús Carrillo. Jordi Claramonte y Marcelo Expósito. Ediciones Universidad de Salamanca. España, 2001.

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Pandilla, Hello Again, Sofía Maldonado y otros muchos a quienes se les prestan fachadas o se les contrata para “decorar” muros y paredes citadinas. Esta actividad tan en boga en San Juan la consideraría murales callejeros. Desde mi opinión para ser considerado graffiti se necesita operar con cierta dosis de ilegalidad; porque si no simplemente se toma el lenguaje graffitero para la creación de murales como sucede en estos casos. Creo que por más que la destreza plástica de estos murales sea innegable, los mismos no actúan como vehículo identitario del lugar donde se pintan, ni plasman una postura clara respecto al espacio público. Percibo que en la noción de espacio público en Puerto Rico siempre está la noción de individualidad; escucho hablar de él como un ente preciso y de circulación personal. Es un ente de tránsito más que de diálogo. Por el espacio público se circula de un espacio privado o mercantil a otro y así sucesivamente. De tal forma, las calles no funcionan como un espacio de encuentro, no se articula diálogo social en ellas. Las ideas o pretextos sobre por qué no se contempla el espacio público de esta manera son tan variados que sorprenden. Se argumenta que esto no se da por las incomodidades que implica adentrarse en el espacio público, igualmente se pone en muchas ocasiones como excusa el clima: “el calor es denso e insoportable. Ante eso mejor irnos a Plaza”4 (Plaza Las Américas), un mall gigantesco: “El centro comercial más grande del Caribe”, como mencionan orgullosos. Sería interesante adentrarse en otros puntos tropicales para ver cómo es el

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Palabras de Vecina del barrio de Miramar en Santurce.

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desenvolvimiento y las nociones que se tienen de espacio público. Por lo tanto, la “calle” en Puerto Rico es un concepto demasiado nebuloso al analizar el arte público porque en él se perciben fuertemente todos los procesos de experimentación de la cultura y el poder, los cuales están destinados a mantener a la población fuera de la calle. Se intenta mantener a todo el mundo dentro de casa o en lugares controlados. La interacción social se complejiza rotundamente y la organización social vive un proceso lento y contemplativo. a) Comida para Perros: el arte público no conceptualizado como tal. En el mes de abril de 2010, la Universidad de Puerto Rico vivió un momento de fuerte convulsión política debido a una serie de medidas (El Nuevo Plan) y ajustes presupuestarios que intentaba hacer la administración universitaria. Los acontecimientos llevan a que los estudiantes pidan justifcación ante estos movimientos presupuestales. Al no obtener una respuesta clara y válida por parte de la administración, el estudiantado se organizó y se iniciaron una serie de protestas que generaron una huelga general que duró aproximadamente dos meses. El punto en el que me voy a concentrar en este ensayo tiene que ver con las manifestaciones artísticas que surgieron a raíz del estallido huelgario. Estas, desde nuestra perspectiva, pueden entrar fácilmente en lo que se denomina arte público, sean asumidas como prácticas artísticas o no, porque activan en gran medida la calle como lugar de diálogo y espacio de relaciones. Aquí hay que tener en cuenta la situación colonial de Puerto Rico 72

y la pasividad de la gran mayoría de la población ante los eventos de índole político. Por lo tanto, estas piezas surgieron como un arte de la inmediatez. Hal Foster postula que “El arte debe intervenir directamente en el ámbito de la cultura -entendiendo cultura como un lugar de conficto y de contestación permanente-por lo que se deben analizar los sistemas y aparatos que controlan las representaciones culturales, realizando prácticas que busquen transformar y contestar los sistemas de control de la producción simbólica y de circulación de los procesos de signifcación”5. Igualmente se debe intentar que estas prácticas consigan una efectividad material para así evitar convertirse en intervenciones re-apropiadas y re-codifcadas dentro del gran espacio ideológico de dominación. Las obras visuales y performativas que surgieron desde el primer momento del estallido de la Huelga fueron numerosas. Se podían observar constantemente, en las calles que circundan el recinto universitario, distintos tipos de manifestaciones artísticas de índole interdisciplinario que iban desde la gráfca y la pintura hasta acciones performáticas. Estas tenían como único propósito apoyar a los estudiantes que se mantenían en pie de lucha dentro de las instalaciones universitarias en contra de la administración de la Universidad de Puerto Rico; la calle era restablecida entonces como espacio generador de conciencia colectiva. Los Payapolicías, El Colectivo Papel Machete, Agua, Sol y Sereno, Jóvenes del 98, Sembrando Conciencias y otros colectivos artísticos, así como la misma sociedad

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Foster Hal. Recodings, Art, Spectacle and Culture Politics. Seattle: Bay Press 1986.


civil que asistía cotidianamente a las afueras del recinto universitario revivieron el espacio de experimentación artística. Lograron convertir la calle en ese ente aspiracional de cualquier sociedad en donde la gente crea continuamente; lograron dialogar y establecer una protesta directa contra un asunto de incumbencia nacional. No era un asunto de una minoría, como vociferaba la autoridad universitaria argumentando que se trataba de unos cuantos jóvenes parásitos que no tenían de nada de qué quejarse porque no estudiaban, no trabajaban y vivían del estado benefactor estadounidense. Aun con las muy diversas manifestaciones artísticas que nacieron a raíz de la Huelga, en el presente ensayo me gustaría concentrarme en la relación que se logró entre el performance y la esfera pública; cómo, en este caso puntual, los estudiantes huelguistas y la misma sociedad civil que apoyaba su causa se apropiaron de códigos artísticos para establecer un diálogo puntual sobre el acontecer de la lucha universitaria, cómo se vivencia el espacio público en general en esta nación colonizada. Se marcó la diferencia con la visión tradicional de una pieza performática que constituye una obra temporal hecha principalmente por artistas plásticos. En dichas piezas casi siempre es ejecutada por un artista de manera individual y tiende a la producción de eventos y no de objetos; la pieza acá analizada va más por la línea de una acción colectiva sin pretensión artística alguna, con el único objetivo de protestar ante un acontecimiento represivo. Vimos al performance como forma de expresividad que se actualiza en un espacio público y que tiene como objetivo cuestionar las prácticas o símbolos que estructu-

ran la vida comunitaria.6 Sé que el performance surge en los años 60s en medio de una tremenda convulsión de índole social y político. Por ello se convierte en una herramienta de contestación directa a los procesos sociales que se vivían, así como de desprecio al mercado del arte y al objeto artístico como producto comercial. Al producir acciones en lugar del típico objeto artístico, propiciaba que no se pudiera comercializar y por lo tanto no sería del interés del business institucional. Ahora bien, el performance colectivo que analizaremos va por otra línea ideológica, podríamos decir, porque no está contemplado en ningún momento como pieza artística, y mucho menos sujeta a introducirse en el mercado del arte. Con este tipo de performances colectivos podemos observar la posibilidad de que los sujetos se apropien de los espacios vacíos que la hegemonía aún no puede conquistar; así mismo, contempla la esfera pública no como una dimensión estática, más bien el rol de la sociedad civil por generar un espacio de producción crítica de opinión popular7 La Huelga avanzaba mientras tenían lugar los últimos latidos del mes de abril. Un día, como tantos otros dentro de esta lucha, un grupo de padres de familia y de artistas se acercaron al portón principal del recinto universitario –que estaba cercado por la policía antimotines– con el afán de entregarles alimentos y víveres a los estudiantes agrupados dentro del campus

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Diamond, Elin. Performance and Cultural Politics. Routledge, Londres, 1996.

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Arato, Andrew y Cohen, Jean. Esfera pública y sociedad civil en Metapolítica, vol. 3, Nº 9. 1999. pp. 37

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universitario. Los padres de familia se acercaban al barandal para pasar los alimentos hacia el interior de la Universidad, donde los estudiantes lo recibirían. La reacción policiaca ante estos hechos fue violenta: se impidió a los padres pasar los alimentos a sus hijos, llegando incluso al grado de golpear a uno de ellos. Al día siguiente de este acontecimiento, un grupo de personas llegaron hasta el portón principal que seguía siendo resguardado por la policía y empezaron a poner platos de comida para perros debajo de cada uno de los policías que resguardaban el plantel universitario. Posteriormente pasaban con un gran costal de alimento canino e iban colocando la comida en cada uno de los platos. Luego ubicaron al lado de los uniformados varios letreros que decían “cuidado con el perro”. Esta acción que nació de forma espontánea un día después del acontecimiento en el que la policía impidió el paso de alimentos para los estudiantes, demuestra claramente una renovación del estilo del performance: un grupo de gente, que no eran identifcados, ni trataban de serlo, ejercían una acción con fuerte carga de protesta ante lo ocurrido el día anterior. La acción creativa buscaba articular los signos políticos dentro de la calle y que tanto lo cultural como lo artístico que tiene dicha pieza se conviertan en una herramienta contestataria, en un dispositivo político que use de forma hábil signos de la vida cotidiana para generar nuevos signifcados sociales. Se trata, pues, de una pieza que asume a las representaciones y a los signifcados de la vida cotidiana como elementos culturales y constitutivos de la nueva hegemonía por conquistarse.8 Esta pieza, de fecha 27 de abril de 2010, era sumamente clara en el manejo de símbolos. Se manejaba la sim74

bología con el objetivo de transformar el imaginario ofcial de los elementos del Estado (en este caso la policía). Su creación partía de un simbolismo claramente identifcable: el alimento que le fue negado a los estudiantes. En este caso no solamente no se negaba, sino que se servía “A esos animales de dos patas”. Desde mi punto de vista, esa acción colectiva tan rudimentaria de dar de comer a alguien que un día atrás les negó el alimento, es un fuerte golpe ideológico, por más que como se manejó en la prensa y en la misma sociedad puertorriqueña “se paso de la raya”9 y más en esta sociedad en donde el respeto al servidor público aún está muy presente, y donde “la policía merece respeto, como sujeto que nos brinda seguridad”10. Lo que en otro lugar del mundo pudiera haber sido un ataque más directo tanto verbal como físico contra las fuerzas represivas del estado, en este punto geográfco se actuó con una sutileza ejemplar, sin desmembrar el fuerte mensaje de oposición a dicha corporación y a lo que representa. Este performance puso de manifesto las conexiones entre la vida cotidiana y política con elementos muy simples y comunes; demostró que la construcción de un nuevo sujeto

Dagnino, Evelina. Cultura, ciudadanía y democracia: los nuevos discursos y prácticas cambiantes de la izquierda latinoamericana en Arturo Escobar, Sonia Álvarez y Evelina Dagnino Política cultural y cultura política. Una mirada sobre los movimientos sociales latinoamericanos Taurus, Madrid, 2001. pp.57.

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Se exageró o se pasó del límite de lo contestatario.

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Frase fuertemente escuchada por la población.


bien podría partir de una radical interpretación simbólica. Se logró la creación de una acción que intentó mover la conciencia colectiva de la nación a partir de una acción simple como es el hecho de dar de comer alimento de perros a unos policías. Por otro lado, esta acción convirtió a la esfera pública en un espacio de interacción de la sociedad civil mediante el cual se manifestó claramente contra un hecho represivo; como era de carácter participativo, su fn no era la producción de objetos ni la elaboración de registro como sucede muchas veces en el arte de protesta. A través de la acción se intentaba generar lo que podríamos llamar un “efecto de espejo” (nos hicieron, les hacemos), así como demostrar la fuerte indignación de la sociedad civil ante el acto represivo policial del día anterior. Estas nuevas formas de protesta son necesarias y no se trata solo de generar revuelta social sino, sobre todo, de comenzar a producir un sentido alternativo de acción11. El hecho vino a reinventar creativamente la protesta construyendo estrategias político¬ artísticas distintas a las existentes y rehaciendo el camino paso a paso. La idea sería entonces que los protagonistas logren de una forma u otra politizar artísticamente el espacio público, como espacio de sociabilidad y como lugar constructor de consensos para la acción. Hay que buscar mecanismos distintos para plantear el cambio social de una forma más fuida. Esto puede lograrse mediante pequeños acontecimientos que inspiren

a pequeños grupos y se conviertan en grandes eventos que provoquen grandes cambios.12 Es claro que el valor de este performance parte de la desobediencia simbólica frente al mundo ofcial, como en la intensidad metafórica que sus signos consiguieron articular en los imaginarios colectivos. Estas acciones ya no son obras: viven un proceso de creación-desmembramiento en cuanto al individuo creador porque no tienen autores defnidos y la esencia de la obra pasa a ser las interacciones personales que se dieron a raíz de la acción. b) La ilegalidad en los procesos artísticos La acción descrita con anterioridad tocaba, para muchas personas, signos de ilegalidad porque, por un lado, existía una obstrucción al paso dentro del espacio público, es decir, el famoso “corte de ruta”; y por el otro, existía una ofensa o insulto directo al servidor público: la fuerza policiaca, en este caso. Ante este asunto retomo las palabras de John Cage que defnía el arte como un acto criminal, el arte como delito grave. Como actividad delictiva, la obra de arte puede demostrar que el gobierno no tiene razón de ser13. En este caso puntual, con

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Palabras de Jordan John. Miembro de colectivo Reclaim the Streets dentro del programa “Metropolis” capítulo: Arte y Activismo Social. Televisión Española. 2010.

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Revilla, Marisa. El concepto de movimiento social: acción, identidad y sentido en Instituciones políticas y sociedad. Grompone, Romeo (editor). IEP, Lima, 1995.

Citado en: Rivera Nelson. Puerto Rico: performance y violencia, arte y criminalidad Publicado dentro de Saqueos: Antología de producción cultural de Dorián Lugo. Editorial noexiste, Puerto Rico, 2002.

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la policía sucede exactamente lo mismo; aparte de que no cumple con su labor, reprime e imposibilita acciones puntuales. La problemática por superar con estas piezas artísticas de génesis contestataria es que normalmente terminan encapsuladas dentro del palacio artístico (los museos). Allí su fuerza radical se diluye lentamente. La obra de arte, al romper la ley, prueba que las entidades estatales se vuelven totalmente innecesarias y que pueden ser destruidas. Pero, como menciona Nelson Rivera, esa labor de destrucción le corresponde a la sociedad civil en su conjunto, no a un grupo de artistas14. Oscar Ianni15 menciona que el acto de violar la ley en Puerto Rico es un acontecimiento más que cotidiano. Lo llama “violencia horizontal” y pone como ejemplos diversas acciones del diario vivir: gritar mientras uno conduce un automóvil, cruzarse semáforos mientras se maneja. Hay ejemplos más extremos como el hecho de arreglar cuentas entre pandillas mediante asesinatos. Coincido con esta postura de Ianni en cuanto a que es cierto que existen procesos de violación de los marcos legales en muchas ocasiones, pero dichas acciones normalmente se dan entre ciudadanos, delitos en los que no interviene el Estado directamente, sino solo de manera abstracta (al imponer las leyes de convivencia). Considero que la confrontación del ciudadano con el Estado se da de forma muy blanda, no existe un concepto de la ilegalidad en cuanto al choque de ideas con lo que re-

14 15

Rivera, Nelson. op, cit,. citado en: Rivera, Nelson. op, cit,.

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presenta el Estado y sus instituciones, el ciudadano tiene un temor fuerte a retar directamente a la institución estatal. Esto sucede aun cuando las gestas de liberación o acciones de protesta más famosas en Puerto Rico han sido eventos con fuerte carga artística; el tiroteo al Congreso de los Estados Unidos en 1954 y la toma de la estatua de la libertad en 1977. En Puerto Rico se viola la ley como se hace arte.16 Como justifcación directa de la obra en cuanto a la violación de las leyes, traigo las palabras del prócer nacionalista puertorriqueño Pedro Albizu: “violar la ley del imperio es cumplir la ley de la patria”. Por lo tanto, la situación colonial de esta isla y la pasividad colectiva de la población, así como su nula concepción del término ilegalidad ante la confrontación directa con el Estado hace que la pieza artística comentada sea altamente sugestiva y retante. c) La espontaneidad en el surgimiento de manifestaciones artísticas. Un punto crucial en la concepción de esta pieza artística y los procesos de creación del arte público contestatario tiene que ver con la espontaneidad en la creación del evento performático. Es decir, cualquier agrupación sin importar el sector social, sea o no artista, puede expresarse de forma totalmente espontánea. La espontaneidad será siempre resultado tanto de intereses artísticos individuales o procesos creativos reprimidos como consecuencia de diversos procesos sociales, culturales,

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Rivera, Nelson. op, cit,.


políticos o económicos. Entra aquí la idea de Antonio Gramsci quién sostenía que nunca en la historia se da la espontaneidad pura porque esta coincidiría con la mecanicidad “pura”17. Siempre depende de un sinnúmero de factores que facilitarán la gestación de esos procesos espontáneos; sin embargo, se tiene la “limitante” de que muchas de esas manifestaciones o acciones no dejan documentación identifcable. Ante lo anterior, basándonos en Antonio Negri, mencionamos que “la espontaneidad no es un hecho negativo; al contrario, es el resultado de experiencias y luchas pasadas, inteligencia que se hace cuerpo y voluntad ”18 Conclusión Una vez entendido este fenómeno y dejando clara nuestra postura en torno a que constituye el paso fnal, capaz y el más determinante en el proceso de solidifcación de un arte público horizontal, nos remitiremos al signifcado etimológico de la palabra espontáneo. Esto nos ayuda a cerrar la idea respecto a la necesidad de presencia en los procesos organizativos de este tipo de arte. Espontáneo viene del latín sponte, que signifca que se hace libre o voluntariamente sin causa externa. He aquí cuando el arte encuentra uno de sus tantos objetivos: ser vehículo de libertad, que los individuos logren satisfacer

sus necesidades basándose en las concepciones morales que cada uno tenga, que no existan dictámenes que regulen los comportamientos del hombre, que los acuerdos se realicen de forma colectiva. Algunas expresiones que se engloban en la idea que manejamos de espontaneidad en el arte público son expresiones de “arte fugaz”, “intervenciones efímeras” en espacios públicos en donde se opera de manera colectiva y espontánea. Normalmente estas expresiones se dan periféricamente a los circuitos de arte, tienen que ver más con expresiones colectivas o respuestas ciudadanas ante ciertos sucesos. Dichas obras, creemos, tienen la necesidad de ser acciones temporales, breves, pero frecuentes. Buscan hacer visibles situaciones sociales concretas y servir al mismo tiempo de detonador de una actuación solidaria colectiva. Duque es claro al mencionar que dichas acciones deben tener una fuerte dosis de agresividad y sarcasmo para que realmente se conviertan en un antídoto y lleguen efcazmente a todas las capas de la población.19 {

Gramsci, Antonio. Escritos políticos, Siglo XXI, Buenos Aires, 1977. pp. 327

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Negri, Antonio. El poder constituyente. Libertarias, Madrid, 1994. pp. 361

Duque, Felix. Arte Público y Espacio Político. Akal, Madrid, 2002.

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Referencias Arato, Andrew y Cohen, Jean. Esfera pública y sociedad civil en Metapolítica, vol. 3, Nº 9. 1999. Dagnino, Evelina. Cultura, ciudadanía y democracia: los nuevos discursos yprácticas cambiantes de la izquierda latinoamericana en Arturo Escobar, Sonia Alvarez y Evelina Dagnino Política cultural y cultura política. Una mirada sobre losmovimientos sociales latinoamericanos Taurus, Madrid, 2001. Diamond, Elin. Performance and Cultural Politics. Routledge, Londres, 1996. Duque, Felix. Arte Público y Espacio Político. Akal, Madrid, 2002. Fiet, Lowell. La calle sigue como escenario. Publicado en el diario Claridad en Rojo, Edición 2988, San Juan, Puerto Rico. Foster, Hall. Recodings, Art, Spectacle and Culture Politics. Seattle: Bay Press 1986. Gramsci, Antonio. El consejo de fábrica, A. Gramsci, Antología. Siglo XXI, Buenos Aires, 1988. Kriger, Peter. Megalópolis: La Modernización de la Cuidad de México. Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2006. Lugo, Dorian. Saqueos: Antología de producción cultural. Editorial noexiste, Puerto Rico. 2002. Negri, Antonio. El poder constituyente. Libertarias, Madrid, 1994. Olea, Oscar. El Arte Urbano, Universidad Nacional Autónoma de México, México. 1980. Revilla, Marisa. El concepto de movimiento social: acción, identidad y sentido en Instituciones políticas y sociedad. Grompone, Romeo (editor). IEP, Lima, 1995. Rivera, Nelson. Puerto Rico: performance y violencia, arte y criminalidad Publicado dentro de Saqueos: Antología de producción cultural de Dorián Lugo. Editorial noexiste, Puerto Rico, 2002.

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Rasgos y Rastros de la Pertenencia:

Indagaciones en torno a la Comunidad Política en el Contexto puertorriqueño Guillermo Rebollo-Gil

Es posible hablar de lo puertorriqueño como comunidad étnica (o nacional) en fuga, a campo traviesa, desplazada y desplazándose a través de múltiples territorialidades, con manifestaciones culturales, artísticas e historias de activismo propias de cada localidad donde se hace y se vive “la puertorriqueñidad.” La diversidad de estudios etnográficos, estadísticas, textos literarios y obras producidas por particulares, sondeos y artículos periodísticos1 dan fe de un pasar por y un hacer en el tiempo de individuos y grupos cada vez más allá de la Isla, al tiempo en que la Isla continúa sacando cuenta, tomándole el peso a las cifras anuales de los que se van y los que regresan.2 Por tanto, ya la mirada, desde los esVer J. Duany, The Puerto Rican Nation on the Move: Identities on the Island and in the United States (Chapel Hill, NC, 2001); R. Grosfoguel, Colonial Subjects: Puerto Ricans in a Global Perspective (Berkeley, CA, 2003); J. Flores The Diaspora Strikes Back: Caribeño Tales of Learning and Turning (Nueva York, NY, 2008).

1

pacios de la cultura (y lo nacional) se posa sobre dichos desplazamientos y en lugar de desconocer de los sujetos envueltos, los toma para sí; los suma al haber cultural (o nacional) del País. Y para bien; puesto que dichas sumas en esencia son una forma de rendirle cuentas a la historia particular del País, de hacer memoria3 y de debernos como comunidad a la manera en que las migraciones (con sus respectivas vueltas), tan voluntarias como coaccionadas por razones económicas, sociales y políticas,4 a la población residente. La onda más reciente de migración ha sido marcada por el perfil particular de los y las migrantes, en su mayoría profesionales que salen del País en busca de mejores oportunidades de empleo. http://www.usatoday.com/news/ nation/story/2012-03-11/puerto-rico-economy-brain-drainexodus/53490820/1 Ver A. Díaz Quiñones, La Memoria Rota (San Juan, PR, 1993).

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En años recientes, el número de puertorriqueños y puertorriqueñas que migran de la Isla a los Estados Unidos ha crecido de manera precipitada, resultando en una población exiliada mayor

J.C. Pol, “Determinantes Económicos de la Migración entre Puerto Rico y Estados Unidos.” Universidad de Puerto Rico. Unidad de Investigaciones Económicas, Ensayos y Monografías Núm 117.

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nos han constituido como pueblo. De ahí que ya no se hable tanto de la identidad puertorriqueña, sino del conjunto de expresiones identatarias de lo puertorriqueño.5 Y para bien. Pues dicho cambio en el discurso indica una apertura a significaciones y significados culturales en tránsito, en camino a ser descubiertos, bienvenidos y/o rebatidos al contacto tanto en la Isla como en el exterior. De aquí que uno mire lo que está sucediendo en el ámbito de la cultura con gusto y esperanza; como un espacio repleto de posibilidades. Sin embargo, hay algo que evade a esta mirada. Desde la cultura se hace difícil contemplar la totalidad de posibilidades de esa masa flotante de sujetos—esa llamada “nación en vaivén”6— que hacen y viven lo puertorriqueño desde y a través de la multiplicidad de espacios y localidades. Limitada al campo de la identidad (plural o no), dicha mirada no contempla otros ámbitos del hacer y el vivir que radican fuera del simplemente “ser” puertorriqueño. Sobre todo, cuando consideramos que con frecuencia se mira, desde la cultura, con el fin de descubrir formas afines o paralelas de hacer o vivir la puertorriqueñidad en la Isla y en el afuera. Se mira, en gran medida, con la intención de decir que no somos tan distintos después de todo; que los desplazamientos poblaciones y el peso de las generaciones dispersas no han podido borrar ciertos rasgos identatarios fundamentales que divisamos y celebramos con cierto folclorismo sosegado.

5

Flores, supra

6

Duany, supra

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Procede, por tanto, y proponemos aquí, otra mirada, esta vez, desde la política, que en lugar de buscar formas afines de hacer o vivir lo puertorriqueño, se pose sobre el desarrollo político de la comunidad a través del tiempo, y sobre los eventos que la han marcado al punto de configurarla diferente, desagradada, dividida o extrañada de partes de sí, pero que a pesar del extrañamiento, se mantiene intacta. Se mira entonces con el fin de dar pie a cuestionamientos importantes acerca del lugar que ocupan (y/o que deberían ocupar) aquellos miembros de la comunidad política que no residen en el País, en la toma de decisiones sobre asuntos de política pública en la Isla. Se parte entonces de la premisa de que hay una realidad histórica la cual ha esparcido la comunidad y ha potenciado su desarrollo generacional a través de diversas geografías, pero dicha realidad no debe ser interpretada como capaz de borrar la pertenencia de todos los componentes de dicho cuerpo político, no importa cuán lejos o regados estén o cuán poco se “parezcan” a los que permanecen en el lugar de origen. De lo que se trata entonces es de conceptualizar “lo puertorriqueño” como una comunidad política difusa y difícil, cuyos miembros coinciden en una multiplicidad de espacios a nivel de lo personal, lo cultural e incluso en movimientos de clara impronta política, que el Estado debe reconocer como constituyendo la totalidad de ese Pueblo al cual se debe y responde, y del cual obtiene legitimidad para actuar. Más aún, al plantear dicho reconocimiento estatal como un deber, este trabajo pretende indagar en los límites y posibilidades de nuestro sistema democrático de gobierno, en particular en lo que concierne los valores de inclusión y


participación efectiva de sujetos, y en las alternativas y vehículos institucionales que bien tienen o podrían tener a su haber para brindarle concreción a sus intereses y necesidades. Para ello, posaremos nuestra mirada sobre tres hablantes desde el adentro y el afuera del País—La Casa Blanca, el gobernador Luís G. Fortuño y el congresista Luís Gutiérrez—cuyas expresiones recientes en torno a asuntos claves en el devenir político de la Isla, representan posiciones encontradas respecto a quiénes deben contar como miembros de la comunidad política puertorriqueña. Consideraremos aquí no sólo los meritos de sus posiciones, sino que indagaremos acerca de su legitimidad como hablantes desde, para y por “lo puertorriqueño” (como cuerpo político); cuestionamientos que en última instancia van dirigidos a los fundamentos de la democracia misma.

cracia, en tanto eso que sirve de base para el establecimiento válido del Estado, y mediante el cual se justifican (o se condenan) los usos que éste haga de su poder, no puede ser objeto de análisis por sí solo. Esto, porque dicho análisis podría ser fatal para cualquier diseño institucional de la democracia. Señala la autora: “The fear is that by opening up the people to a claim of legitimacy, and thereby laying bare the impossibility at its root, one indirectly calls democracy into question.”8 Resulta entonces conveniente remitir la figura del pueblo bien a los registros de la historia, o bien a la suerte o al sentido común, y comenzar a indagar en la democracia con esa figura de trasfondo como constante; como realidad manifiesta, dada y de cierta manera impronunciable. Mas sin embargo, la pregunta acerca de la legitimidad del pueblo, aunque riesgosa, es imperante cuando consideramos las posibles consecuencias de su evasión:

II. Legitimidad del Pueblo: Quiénes y con Qué Derecho la Gente

We cannot rely upon the forces of history to resolve the gap in the concept of democracy. The justification of the people is an impossible but nonetheless necessary feature of democracy. For although the foundation of democracy is a virtual pact-- fiction of the contractualist tradition—this fiction founds a real community. The truth is that without this fiction we would not be able to distinguish legitimate force from unjustified violence. The

La democracia “realmente existente” depende de la existencia previa de un pueblo real que le confiera legitimidad al Estado para “hablar” por, desde y para él. Mas, sin embargo, el pueblo a menudo se presume.7 Se concibe como producto exclusivo de la historia, y por ende como ente libre de cualquier cuestionamiento en torno al carácter, y la legitimidad de su composición. Para Nasstrom, esta presunción es producto de una brecha, aparentemente infranqueable, en las teorías de la demoS. Nasstrom, “The Legitimacy of the People,” en Political Theory 35 no. 5 (octubre 2007): 624-658.

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8

Nasstrom, supra en la pág. 644.

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justification of the people is an ‘ideality of law which legitimates the reality of force.9

Nasstrom arguye a favor de la necesidad de cuestionar la manera en que el pueblo queda constituido. Para ella, la democracia, como ideal, es inherentemente contextual y por ende capaz de ser sometida a cambios, dependiendo de las circunstancias que incidan sobre la comunidad política en cuestión. Lo que implica que el pueblo también puede ser visto como un ente cambiante, sujeto a debate y contingente a los intereses y necesidades prevalecientes en determinada coyuntura histórica. Afirma Nasstrom: “The constitution of the people is not a historical event. It is an ongoing claim that we make.”10 Si en efecto el pueblo es un reclamo para hacerle a la democracia, las indagaciones en torno a su constitución y legitimidad, vienen a caer dentro de esa serie de consideraciones, que desde Dworkin, deberían ser atendidas al momento de apreciar el verdadero carácter democrático de un sistema de gobierno. Para este autor, las voluntades mayoritarias de por sí no son indicativas del quantum de democracia presente en los arreglos institucionales de las democracias liberales. Al contrario, la mirada debe permanecer fija en los lugares que ocupan y la atención y respeto que reciben las minorías al éstas intentar llevar sus reclamos al espacio público. Dworkin nos alerta: “…a community that

steadily ignores the interests of some minority or other group is just for that reason not democratic even though it elects officials by impeccably majoritarian means.”11 El autor aquí parte de la premisa que la democracia no está exenta del cumplimiento fiel con ciertos imperativos morales, en particular aquellos relacionados a los valores de justicia, igualdad y libertad,.12 En esto coincide con Carlos Nino, cuyos señalamientos en torno a los procesos democráticos están imbuidos por una grave preocupación moral: If democracy is justified, instead, in the light of values inherent in its distinctive procedure, its worth should be weighed against the results achieved through it….the results of the democratic procedure are not morally irrelevant but of immense moral importance.13

La importancia moral de los resultados en este caso es el efecto que podría tener la exclusión de determinados grupos o sectores de la comunidad política, que muy bien pueden no ser contados dentro de los ámbitos del “pueblo” para la toma de decisiones en el País. La pregunta entonces se torna en quiénes y con qué legitimidad pueden determinar quiénes sí y quiénes no

, R. Dworkin, Is Democracy Possible Here?: Principles for a New Political Debate (Princeton, NJ, 2008), en la pág. 131. 11

S. Nasstrom, “What Globalization Overshadows,” en Political Theory 31 no. 6 (diciembre 2003): 819.

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10

Nasstrom, supra en la pág. 645.

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12

Dworkin, supra en la pág. 134.

13 C.S. Nino, The Constitution of Deliberative Democracy (New Haven, CT, 1998), en la pág. 67.


forman parte. De acuerdo a Michael Waltzer, citado en Juvilier y Stroschien, los criterios para membresía en la comunidad política “...are determined by those who are already its members and thus are set ‘in accordance with our own understading of what membership means in our community and what sort of community we want to have.”14 Dicha postura es cónsona con aquella visión que le adscribe un valor altísimo al consenso existente en una comunidad o que incluso, determina la membresía de acuerdo la posibilidad de alcanzar dicho consenso, basado en un sentido de fácil identificación (étnica, cultural, ideológica) entre sus miembros.15 Sin embargo, habría que cuestionar la legitimidad de una determinación de membresía basada simplemente en el sentir y pensar de aquellos que ya se encuentran adentro y se perciben debidamente representados. Desde Dworkin16 y Gargarella,17 el hecho de que un sentir ya se haya instituido como sentido común en la comunidad no implica que la misma es justa ni que cumple con los estándares de la democracia en cuanto a inclusión y participación. Gargarella arguye:

P. Juvilier y S. Stroschein, “Missing Boundaries of Comparison: The Political Community,” en Political Science Quarterly 114 no. 3 (1999), en la pág. 446.

14

15

Juvilier y Stroschein, supra

…se dice aquí que una comunidad reduce los riesgos de ignorar o pasar por alto la consideración de ciertos intereses relevantes, dejando que los propios afectado tengan la oportunidad de hacer uso de la palabra, y explicar a los demás por qué sostienen la posición que sostienen.18 De acuerdo con la concepción participativa (o por lo menos algunas de sus versiones más habituales), la democracia requiere de una comunidad autogobernada, basada en ciudadanos activos y virtuosos. En su forma ideal, esta sociedad autogobernada está compuesta por ciudadanos que se identifican con su comunidad y que han tejido fuertes lazos solidarios con sus pares.19

Se trata entonces de alcanzar un delicado balance entre el imperativo de inclusión para la discusión de asuntos públicos, y la creación y promulgación de lazos de solidaridad entre los miembros de la comunidad. Es importante señalar, sin embargo, que el concepto de solidaridad no implica mismisidad. No se trata de que los miembros sientan que son iguales en términos de un “nosotros” homogéneo y armonioso, sino que cada miembro reciba trato igualitario a nivel de su lugar o posición en la comunidad, para propósitos de 18

Gargarella, supra

R. Gargarella, Constitucionalismo vs. Democracia, (Versión Digital).

R. Gargarella, “¿Democracia Deliberativa y Judicalización de los Derechos Sociales?,” en en M. Alegre y R. Gargarella (coor.) El Derecho a la Igualdad: Aportes para un Constitucionalismo Igualitario (BS AS, AR,2007), cáp. VI, pág. 127.

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Dworkin, supra

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fomentar la efectiva convivencia de sujetos dispares, quienes pueden fácilmente entrar en conflicto. Para Gargarella, la democracia no debe huir de los conflictos a toda costa, ni debe valorar la estabilidad política sobre todas las cosas. Al contrario, la democracia debe abrogarse a la eventualidad de conflictos y en lugar de establecer los mecanismos de evasión necesarios para mantenerse estable, debe abrirse a ellos, mediante el diseño de vehículos institucionales para la comunicación efectiva de todos los sectores de la comunidad. De acuerdo al autor, “…el estallido de determinados conflictos puede resultar valioso para la salud cívica de la comunidad y preferible a un estado de tensión latente.”20 Sin dichos vehículos de comunicación, la existencia de un consenso no es otra cosa que ese estado de tensión al que se refiere Gargarella, y muy bien puede operar como un subterfugio para la exclusión de determinados sectores que no encuentran cómo ser escuchados. No se trata entonces de alcanzar un acuerdo común sobre un tema de debate público, sino de estar en común acuerdo respecto a la disposición y voluntad de que todas las partes se atiendan con respeto y se respondan mutuamente. Dicho respeto y atención, sin embargo, sólo son posibles si el Estado acciona para al menos atenuar las desigualdades socio-económicas entre sujetos, en tanto éstas, desde Alegre21, inciden sobre las relaciones humanas al punto de tornar comunidades marginadas en entes invisibles Gargarella, Constitucionalismo vs. Democracia (Versión Digital). 20

M. Alegre, “Igualitarismo, Democracia y Activismo Judicial,” en M. Alegre y R. Gargarella, supra, cáp. Vii.

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y/o inaudibles. Se trata, en última instancia, de la responsabilidad del Estado de concebir a los sujetos bajo su poder como sus interlocutores por derecho propio y de visualizarse a sí como el responsable de propiciar las condiciones necesarias para que dichos interlocutores se puedan ver, dialogar y entender efectivamente. De lo que no se trata, sin embargo, es de imposibles. Desde Bohman: Rather than raise the standards of democracy so high that only a fully egalitarian society would be democractic, a democratic community characterized by social inequalities would have a just regime of toleration to the extent that it first of all promotes the proper attitudes of free and open communication and then, second, organizes a framework of deliberation that makes possible the effective participation of all.22

Ahora bien, la pregunta aún persiste: ¿quiénes serán los llamados a constituir el pueblo y con qué derecho? Nasstrom contempla la posibilidad de que sea la pregunta a atenderse la que defina el pueblo. Es decir, que todos aquellos los posiblemente afectados por el asunto en cuestión, deberían ser partícipes del proceso decisorio. Dicha postura abre la puerta a la posibilidad de contar con una multiplicidad de “pueblos” de tiempo en tiempo, sujetos al asunto de interés público que esté bajo consideración. Visto de esta forma, los límites del pueblo J. Bohman, “Deliberative Toleration,” en Political Theory 31 no. 6 (diciembre 2003), en la pág. 770.

22


dependen del cerco que trace la pregunta a contestarse. En ese sentido, el pueblo nunca es más ni menos de lo que debe ser ante la interrogante. Más aún, el pueblo debe de ser antes de que se le confiera validez a cualquier manifestación de voluntad de cualquier alegada mayoría; puesto que sin auscultar hasta dónde exactamente “llega” el pueblo, no se pueden tomar como válidas la aplicación y extensión de cualquier decisión tomada, irrespectivo de los números a su favor. Por otro lado, “los afectados” no deben de ser un conjunto de sujetos configurados al azar o en el vacío. El ejercicio de mirar a las futuras consecuencias de una decisión, requiere de una mirada previa a la historia, que indague sobre la línea del tiempo que lleva a la comunidad a formularse dicha pregunta en el ahora. Adicionalmente, conlleva un cuestionamiento serio acerca de las modificaciones (y/o mutaciones) experimentadas por la comunidad a lo largo del tiempo, las cuales pueden contener pistas acerca de los posibles puntos ciegos implícitos en la pregunta cuando ésta es dirigida al “pueblo” como realidad dada, sin más. Proponemos, por tanto, que “los afectados” no son simplemente un conjunto de futuro, sino una criatura del tiempo, cuya configuración exacta es apreciable únicamente mediante la concepción de la comunidad política como una “comunidad de memoria.”23 Dicho término es empleado por Booth para hacer hincapié en la responsabilidad de los pueblos a mantenerse fieles a W.J. Booth, “Communities of Memory: On Identity, Memory and Debt,” en American Political Science Review 93 no.2 (junio 1999), págs. 249-263. 23

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y conscientes de, la secuencia de eventos en su historia colectiva que han determinado y distribuido derechos, recursos y privilegios o los han negado, marcando así las vidas de miembros de la comunidad de formas políticamente relevantes, favoreciendo a unos y relegando a otros al olvido. Para Booth, entonces, la comunidad es una y sus mutaciones o una con sus mutaciones, pero nunca se configura como un ente aparte, nuevo: However much we may have changed as a political body over time, those changes are scalar in relation to our past self: They modify us but do not constitute us as a new (political) self. Not only, then, are we bequeather of traditions, but also we inherit responsibility, a liability for the past and for those deeds that were produced from the coreo of our life together. The presence of the past is here moral and not generalogical or traditional.24

Booth aquí nos remite a los imperativos morales de la democracia, trabajados por Dworkin y Nino, los cuales en este contexto se traducen a la obligación de hacer el inventario de aquellos miembros legítimos de la comunidad política que debido a algún trastorno experimentado por dicho cuerpo, han quedado fuera del campo de visión del Estado cuando hace un llamado al pueblo a expresarse sobre un particular. Dichos extravíos no pueden ser pasados por alto, pues hacerlo—aquí hilvanando con los planteamientos de Nasstrom—implicaría tornar en irrelevante lo que supone ser la base 24

Booth, supra, en la pág. 255.

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misma de la democracia, sin el aval de la cual cualquier medida institucional constituiría un uso ilegítimo de fuerza. La mirada que se propone escudriñar un diseño democrático cualquiera, por tanto, no sólo tiene que prestarle atención al lugar que ocupan las minorías, sino que tiene que mirar más allá, hacía las poblaciones extraviadas, que han caído completamente fuera del marco institucional y preguntar por qué no se están tomando en cuenta. A estos efectos, Markell rescata planteamientos claves de Habermas en torno a la responsabilidad de la comunidad política por aquellas versiones de ella que la han precedido en el tiempo: “Precisely in the service of constitutional patriotism, Habermas invokes a historical community of descent that imposes unchosen and inescapable obligations on its members. He writes: Our grown life is linked to the life context in which Auschwitz was possible not by contingent circumstances but intrinsically. Our form of life is connected with that of our parents and grandparents through a web of familial, local, political, and intellectual traditions that is difficult to disentangle—that is, through a historical milleu that made us what and who we are today. None of us can escape this mileu because are identities, both as individuals and as Germans, are indissolubly interwoven with it.”25

P. Markell, “Making Affect Safe for Democracy?: On ‘Constitutional Patriotism,’” en Political Theory 28 no.1 (febrero 2000), en la pág. 53. 25

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En el contexto puertorriqueño, ese tejido de obligaciones inescapables responde a la necesidad de rendir cuentas por la segmentación, diferenciación y extravío de sectores de la comunidad política dependiendo de sus coordenadas geográficas y/o su historial particular de viajes y virajes— las veces que han cruzado a Estados Unidos y regresado, o bien las idas permanentes y el desarrollo de comunidades (nacionales) en el afuera de la Isla, con códigos y referentes distintos a los del País. Tal como indicamos anteriormente, estos sujetos suelen encontrarse en tránsito; a través de la multiplicidad de esferas privadas y públicas, y dichos intercambios tienen cabida en la historia de la cultura puertorriqueña, y en nuestra cotidianidad. El problema es que dicha realidad “cultural” no ha sido oficialmente reconocida por el Estado como políticamente relevante al momento de sumar los sujetos puertorriqueños en el afuera a la figura del pueblo como base política de la democracia. Sus formas de vivir y hacer la puertorriqueñidad son interpretadas exclusivamente como aspectos curiosos de ese ente colectivo desagregado que somos, pero nunca como formas de pertenecer a él para efectos de tener ingerencia en los procesos políticos del País. Por tanto, la tarea que tenemos pendiente con la democracia, desde Habermas, es la de traerlos a memoria, sumarlos a la comunidad como integrantes del cuerpo político y preguntar cómo y para qué deberían contar.


III. Traducción, Exceso y en Boca de Quién el Pueblo Actualmente, uno de los debates imperantes en el País gira en torno a la consulta plebiscitaria sobre el status pautada para el 6 de noviembre del 2012. En marzo del 2011, la Casa Blanca emitió un informe con recomendaciones para la celebración de dicho plebiscito y el gobernador en su mensaje de presupuesto del 12 de abril de ese año, se dio a la tarea de traducir y comunicarlas al “pueblo” puertorriqueño. Tanto el texto del informe original como la versión en español ofrecida por el gobernador abordan someramente el tema de quiénes deberían ser elegibles para participar. A continuación los fragmentos relevantes del informe y su traducción: If a plebiscite is chosen, only residents of Puerto Rico should be eligible to vote. This issue is a difficult one. But on balance, those people who have committed to the Island by residing there have strong arguments that only they should vote on its future. In addition, the complexities of determining who is eligible to vote among those of Puerto rican descent and managing a vote among a population dispersed throughout the United States and elsewhere would be daunting.26 Segundo, tal como recomienda el informe, podrán votar en las consultas todos los electores hábi-

les en Puerto Rico. Nos unen estrechos lazos filiales con nuestros hermanos puertorriqueños que viven en el resto de Estados Unidos y en otros países, pero el informe reconoce que la decisión sobre el futuro status de Puerto Rico es responsabilidad de los que vivimos en la Isla.27

Al posicionarnos frente a estos planteamientos, en primer lugar, habría que considerar la responsabilidad que tiene el gobernador como traductor al momento de comunicar las recomendaciones de la Casa Blanca al País. Desde Benjamin: “A real translation is transparent; it does not cover the original, does not block its light, but allows the pure language, as though reinforced by its own medium, to shine upon the original all the more fully.”28 Sin embargo, al comparar el texto original del informe con la traducción, percibimos una ausencia total de transparencia. De hecho se podría argumentar, que contrario a la indicaciones de Benjamin, la traducción de Fortuño es notable por su opacidad. Más aún, se podría decir que el gesto del gobernador como traductor comienza con una borradura. Al pasar del texto en inglés al español, se puede percibir como desaparecen las razones ofrecidas por la Casa Blanca para limitar la consulta plebiscitaria a los residentes de la Isla. En el texto original dichas razones son de índole eminentemente político. Por un lado, se hace referencia al deseo o la L.G. Fortuño, Mensaje de Presupuesto: Cumpliendo con Puerto Rico (abril 2011), págs. 17-18. 27

26

Report by the President’s Task Force on Puerto Rico’s Status: Executive Summary (marzo 2011), en la pág. 4.

28 W. Benjamin, “The Task of the Translator, en Illuminations: Essays and Reflections (Nueva York, NY, 2007), en la pág 79.

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voluntad del pueblo puertorriqueño isleño a que sean ellos los únicos con derecho a votar. Por otro, se nos remite a las dificultades y posibles obstáculos a la eficacia procesal de la consulta si se fueran a refrendar a todos los posibles votantes desplazados por los Estados Unidos y otras partes del mundo. Sin embargo, en la traducción dichas razones son sustituidas por una mención harto extraña, en este contexto, acerca de los vínculos familiares que unen a los puertorriqueños dentro y fuera de la Isla, seguido por el supuesto reconocimiento de parte de la Casa Blanca de la responsabilidad que tiene la comunidad política isleña de decidir su futuro. Pasemos entonces a considerar las razones originales del informe y aquellas sobrepuestas mediante el acto de traducción con miras a develar la visión de la democracia implícita en ambas. Si bien es cierto que el informe de la Casa Blanca en su versión original fundamenta su exclusión de los puertorriqueños en el exterior debido a consideraciones políticas, se debe señalar que las justificaciones ofrecidas de por sí no son válidas. Al considerar, primero, la voluntad de las personas residentes en la Isla como concluyente, podríamos argumentar, desde Dworkin,29 que la mera voluntad mayoritaria no es necesariamente indicativa del carácter democrático de los procesos. Pero antes convendría preguntarnos exactamente qué procesos o mecanismos se utilizaron para consultar a los residentes del País acerca de la posible participación de sus pares en el exterior. ¿Cómo y cuándo se manifestó

29

Dworkin, supra

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esta alegada voluntad del pueblo? ¿O acaso se infiere? ¿Y de ser así, cuánto espacio hay en la democracia para semejante inferencia acerca de la alegada voluntad de una mayoría? Ante tales interrogantes, tal parecería que en nuestro sistema democrático particular—al menos desde el punto de vista de la Casa Blanca—las mayorías y su voluntad se constituyen con la mera mención. El carácter anti-democrático de dicha inferencia nos remite a los comentarios de Lucas Arrimada en torno a las formas tradicionales de los arreglos democráticos: Los sistemas institucionales fueron pensados y desarrollados con pobres concepciones democráticas cuando no fueron creados en clara oposición a la concreción institucional del ideal democrático. Consecuentemente los sistemas, mecanismos y arreglos institucionales no fueron inicialmente ideados para canalizar, aunque sí talvez para impedir, la participación ciudadana y la deliberación colectiva en una inclusive república democrática.30

En el informe la alusión a la voluntad de los residentes, así, sin referencia a una manifestación real mediante voto, lee no como el reconocimiento del poder del pueblo para autogobernarse (aún dentro de los parámetros de dominación del Estado Libre Asociado), sino como una imposición del poder imperial. Los “fuertes L. Arrimada, Derecho, Moral y Política. Derecho Constitucional, Moral Institucional y Política Demcrática: Sobre Frenos, Puentes y Motores en la Democracia Deliberativa (Versión Digital) en la pág. 3. 30


argumentos” a favor de la limitación de la comunidad política a los que se hace referencia, entonces, no pueden ser tomados como autóctonos de esa comunidad, pues los mismos no son demostrativos de nada más allá de un mandato ilegítimo a participar de un proceso viciado, cuyos resultados jamás serán indicativos del pensar y sentir del pueblo, en tanto el mismo—en su totalidad—nunca habría sido debidamente constituido. Además, resulta altamente problemático el giro discursivo en el texto mediante el cual residencia en Isla se torna en el indicador principalísimo del compromiso político. Concebimos dicha ecuación, no sólo como equivocada sino como inherentemente anti-democrática en el contexto puertorriqueño cuando tomamos conciencia de los desplazamientos poblaciones a través de los años—en gran parte incentivados por el gobierno federal y local31—que han llevado al establecimiento de comunidades puertorriqueñas en el exterior. Ante esta realidad, bajo ningún concepto se puede interpretar la ausencia de particulares como muestra de su desinterés o como evidencia de la claudicación voluntaria de sus derechos a participar activamente en los procesos políticos de su País. Hacerlo sería concebir la migración de tantas miembros de la comunidad—fenómeno complejo situado en la intersección de factores sociales, económicos y políticos—como constitutiva de la muerte política del sujeto migratorio y su descendencia.

31

Díaz Quiñones, supra

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Por otro lado, considerando la importancia de esta consulta para el devenir político del País32, habría que cuestionar no sólo la suficiencia de argumentos puramente procesales, sino la concepción de la democracia a la que éstos responden, como una renuente a abordar la complejidad del cuerpo político para dizque posibilitar una consulta más “efectiva.” Desde Nino33, los procesos deben ser juzgados acorde a sus resultados y los resultados aquí hablarían más que de los atajos procesales tomados para emitir un voto, cualquiera. Y ese es precisamente el problema. Mientras que por un lado se enaltece el carácter histórico de la ocasión, por otro se arremete contra algunos de los valores principalísimos del ideal democrático con el propósito aparente de simplemente hacer que se hace historia lo más eficientemente posible sin consideración real por el valor de ese voto, sumado. Es decir, la democracia al ser concebida como sistema cerrado, incapaz de contemplar y cobijar comunidades políticas escurridizas, cuyos componentes en gran medida han sido extraviados a través de los años, es capaz única y exclusivamente de simular su propio acontecimiento. Se trata aquí de mayorías, voluntades, límites y dificultades de la democracia que sólo existen En la pág. 15 del Mensaje de Presupuesto: Cumpliendo con Puerto Rico, el gobernador afirma: “Por primera vez en más de 112 años, los Estados Unidos, a través de su Presidente, nos han puesto en blanco y negro la ruta que debemos seguir—y que ellos están dispuestos a aceptar—para resolver, de una vez y por todas, el asunto de nuestro status político. Es una oportunidad HISTORICA que no podemos desaprovechar.” 32

33

Nino, supra

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discursivamente y que suponen ser tomados como ciertos basado en la presunta legitimidad del hablante. Después de todo, las recomendaciones son de la Casa Blanca; una exterioridad que paradójicamente sí tiene derecho no sólo de insertarse en el debate del status, sino de fijar los términos para llevarlo a cabo inconsultamente. Señala Arrimada: Algunos observan que en gran medida los sistemas institucionales que fueron creados, al menos retóricamente, con el horizonte de construir insiticionalmente el ideario del autogobierno republicano pueden terminar gobernando, en la actualidad, inconsultamente.34

Lo cierto es que aunque el gobernador no haya aprovechado la oportunidad para responder a los argumentos de la Casa Blanca, cabe hacerse al menos una pregunta, simulando una apropiación in/debida de la oportunidad que tuvo Fortuño para responder y preguntar: ¿Es la Casa Blanca el ente con legitimidad para convocar al pueblo puertorriqueño a esta consulta? ¿O constituye la auto-adjudicación de dicho poder de convocatoria un exceso impermisble para la democracia? Entendemos que la Casa Blanca carece de legitimidad para convocar al pueblo. Retornando a Nasstrom, el pueblo es un reclamo que se hace (desde abajo), no una imposición o mandato a cumplir (desde afuera/arriba). Por tanto, también resulta ilegítima la intervención de Fortuño como traductor-impositor en su mensaje de 34

Arrimada, supra, en la pág. 8.

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presupuesto. Lo que en el texto original del informe es contemplado y prontamente descartado debido a las consideraciones políticas anteriormente detalladas, en su traducción se despacha de manera más brutal al ser instantáneamente calificado, en la transferencia de un idioma a otro, como objeto no apto para consideración política, perteneciente a la esfera privada de la familia, la sangre y los sentimientos. Es decir, los espacios propios para los sujetos puertorriqueños del exterior se limitan a aquellos de intimidad familiar, de los cuales el Estado supone desconocer y no intervenir. De esta forma la mera consideración de ellos como posibles partícipes en el proceso plebiscitario implicaría no sólo ignorar las recomendaciones/directrices de la Casa Blanca, sino que además violaría las esferas de intimidad de cada ciudadano de Puerto Rico. De tal forma, quedan las comunidades en el exterior invisibilizadas bajo una doble prohibición. Fortuño aquí arremete contra la democracia en tanto el gobernante también se abroga las facultades de demarcar la composición de la comunidad política puertorriqueña para propósitos de la consulta de status; esta vez tornando una cuestión política referente al derecho de participación de un grupo en la despolitización instantánea de dicho grupo. Nuevamente aparecen en el discurso alegadas trabas inherentes a la democracia que le impiden abrirse a la complejidad y no hay que pasar las razones ofrecidas por el poder estatal por el crisol del escrutinio público. Desde Ranciere, podemos conceptualizar este gesto como un intento de impedir el evento verdaderamente democrático que sería la entrada de dichos sujetos a procesos de discusión y debate sobre el


status: “Eso que se llama democracia, es decir, el reino de los deseos ilimitados de los individuos en la sociedad moderna de masas.”35 Fortuño tácitamente marca dichos deseos de inclusión como excesivos e impermisibles dentro de nuestro esquema democrático y opta por no conceder los “títulos” para que los sujetos ausentes puedan también decidir. Aquí procede preguntarnos, ¿qué lugar ocupa entonces esa otra exterioridad—tan presente como inconsecuente en el discurso, e inevitablemente más cercana la comunidad isleña que el poder imperial? Partiendo de Peter Hallward, citado en Zizek36 no se trata de que las comunidades puertorriqueñas afuera no sean reconocidas o consideradas al momento de identificar el mejor curso a seguir respecto a la consulta plebiscitaria, sino que éstas son reconocidas como entes apolíticos y cuentan sólo para efectos de las relaciones individuales y el llamado de la sangre. En este sentido “el modo de su exclusión constituye la manera misma en que son incluidas en el discurso público” [traducción nuestra].37 Estas comunidades entonces se pueden visualizar como ocupando un espacio liminal en lo que concierne el imaginario colectivo de lo puertorriqueño, pero más importante aún en el espacio público isleño.

Su lugar en el orden social del País es indeterminado, difuso. En palabras de Hallward, “…they do not count for nothing so much as for very little.”38 Visto de esta forma se podrían conceptualizar dichas comunidades como la parte de no-parte, discutida por Zizek. De acuerdo al filósofo eslavo: …there are social groups which, on account of their lacking a determinate place in the ‘private’ order of the social hierarchy, stand directly for universality; they are what Ranciere calls the ‘part of no part’ of the social body. All truly emancipatory politics is generated by the short-circuit between the universality of the ‘public use of reason’ and the universality of the ‘part of no part.’39

De acuerdo a Zizek la principal tarea de la democracia concierne el accionar a favor de la integración justiciera de dichos grupos; conciliar la universalidad de los principios democráticos con la universalidad a la que son remitidos los grupos excluidos en el sentido de no poder pertenecer a otra cosa que la humanidad, sin más. ¿Pero por boca de quién surgen dichos reclamos irremediablemente humanos? ¿Y cómo son estos recibidos en nuestro contexto democrático?

J. Ranciere, El Odio a la Democracia (Versión Digital) http:// xa.yimg.com/kq/groups/16356158/62080086/name/El+odio+a +la+democracia,+traducci%C3%B3n+castellana+de+eduardo+p ellejero.pdf

35

S. Zizek, First as Tragedy, Then as Farce (New Haven, CT, 2009), en la pág. 100.

36

37

Zizek, supra, en la pág. 101

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38

Zizek supra, en la pág. 100

39

Zizek, supra, en la pág. 99

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IV. Intromisión Indebida: Exceso Necesario En febrero40 y abril41 del año pasado, el congresista Luís Gutiérrez de Illinois, se expresó desde el Congreso federal en torno a asuntos propios de la política pública isleña, con el propósito de denunciar prácticas estatales que él concebía como injustificadas. Dichas denuncias giraron en torno a los actos de violencia cometidos por agentes de la uniformada en contra de manifestantes y el propuesto plan de desarrollo para un gasoducto que supone aminorar la crisis energética en el País. Las expresiones de Gutiérrez causaron revuelo en la Isla por su contenido ciertamente, pero más por la percibida ilegitimidad del hablante— un puertorriqueño nacido en los Estados Unidos, quien se aventuraba a propiciar críticas severas a la figura del gobernador y demás funcionarios públicos. Las mismas no fueron bien recibidas por la administración de turno ni por determinados segmentos de la población, quienes cuestionaron su puertorriqueñidad—concebida aquí en términos puramente geográficos y culturales—al igual que sus motivaciones

En febrero 16 del 2011, el congresista denunció los actos de brutalidad policiaca cometidos contra estudiantes de la Universidad de Puerto Rico que se encontraban en huelga. http://www. prba.net/main.cfm?actionId=globalShowStaticContent&screen Key=cmpMedia&htmlID=18266&s=prba

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En abril 14 de 2011, el congresista criticó duramente la propuesta construcción de un gasoducto para atender la llamada crisis energética del País. http://www.votesmart.org/publicstatement/603743/puerto-rico-gas-pipeline

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para hablar sobre estos temas considerando que los mismos no le afectaban.42 Desde Zizek, podemos conceptualizar los comentarios emitidos por el congresista Luís Gutiérrez como “la condensación metafórica de una demanda”43 [traducción nuestra]. Proponemos que los mismos no son simplemente comentarios de un congresista en torno a asuntos domésticos del País, sino que en su enunciación se articula también una demanda a ser escuchado en esta ocasión y ante este foro, no como miembro del Congreso federal—posición de hablante que ocupa legítimamente—sino como miembro de una comunidad desplazada, en el afuera del País, cuya injerencia en la política pública de la Isla es cuando menos dudosa. De ahí que a la hora de atender los planteamientos, críticas y acusaciones lanzadas por Gutiérrez a determinados funcionarios dentro del ejecutivo local y la judicatura federal, analistas políticos y funcionarios gubernamentales primero abordaran la mera aparición de su voz en el espacio público isleño, y cuestionaran sus motivos, indicando la posibilidad de agendas escondidas, ideologías 42 El exgobernador Carlos Romero Barceló, por ejemplo, llamó a Gutierrez “enemigo de Puerto Rico” y denunció su ilegitimidad como hablante en torno a asuntos políticos propios del País arguyendo que: “Luis Gutiérrez wasn’t born in Puerto Rico, doesn’t live in Puerto Rico and has made arrangements to be buried in Chicago. His family lives in Chicago and his children are, or were, probably educated in Chicago and live in the mainland U.S.” http://www.caribbeanbusinesspr.com/news02_free. php?nw_id=4824&cl_id=1

S. Zizek, “A Leftist Plea for Eurocentrism,” en Critical Inquirí 24 (verano 1998), en la pág. 990. 43


de izquierda, solidaridades nebulosas con adversarios de la administración de turno etc.44 Dichos cuestionamientos ponían en entredicho la legitimidad del hablante para entrar en asuntos fuera de su jurisdicción. Lo importante para recalcar aquí es que el exceso de Gutiérrez al hablar no radicaba en trascender las demarcaciones de su jurisdicción como representante de Illinois, sino como puertorriqueño afuera. Su actuación fue recibida con sospecha y cuestionada en tanto Gutiérrez parecía tomar provecho inusitado de su escaño en el Congreso para inmiscuirse en asuntos de los cuales normalmente no tendría legitimación para hablar—porque no le pertenecen o bien, porque no pertenece—y sólo podía ser visto como entrando en el tema por puro capricho o para adelantar los intereses particulares de adversarios del gobernador. En todo caso, la acción es interpretada como una intromisión indebida en la vida política interna de la comunidad. Lo curioso aquí es que dentro de las dinámicas de la relación política con los Estados Unidos, sobretodo en cuestiones relacionadas al status del País, políticos locales activamente han buscado captar la atención de miembros del Congreso estadounidense, ajenos a la situación de Puerto Rico, para que la acogieran como causa propia y así adelantar determinados intereses.45 Entre las críticas y acusaciones propiciadas en contra de Gutiérrez, se le catalogó de comunista y de tener una “agenda separatista” para Puerto Rico. https://www.adendi.com/archivo.asp? Xnum=990261&year=2011&mon=6

Gutiérrez, sin embargo, resulta una figura poco idónea para adoptar causas propiamente puertorriqueñas. Esto porque la figura misma de Gutiérrez implica una pertenencia a la comunidad que, como señaláramos anteriormente, está limitada en cuanto a su campo de acción. De ahí que se le responda en interrogantes: ¿quién se cree él? ¿de dónde sale? ¿y con qué derecho viene aquí? Estas preguntas en atención al sujeto, su lugar y su derecho a hablar traen a memoria la premisa fundamental de la democracia y su amenaza más grave a la gobernanza inconsulta—el gobierno de los “sin título.”46 Lo terrible no es que a falta de aparente título, Gutiérrez se haya sentido compelido a contestar y justificar su indagación en asuntos de política pública isleña, sino las bases que empleó para su defensa. En la misma, el representante primero alude a valores éticos universales y la responsabilidad de cada cual de inmiscuirse en cualquier situación donde se cometa injusticia: Well, let me tell you something, if you see injustice anywhere, it is not only your right but your duty to speak about it. We don’t speak about injustice or apartheid or human rights abuses or the denial of rights of women in places around the world because we ourselves were born there. That would be silly. Where we see injustice we speak out because it is the right thing to do.47

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Ranciere, supra

Véase http://tribunapr.com/index.php?option=com_k2&view= item&id=639:republicanos-boricuas-buscan-apoyo-para-laestadidad&Itemid=62

http://www.votesmart.org/public-statement/592542/humanrights-crisis-in-puerto-rico-first-amendment-under-siege

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Debemos señalar aquí que la alusión a valores universales, por definición, implica una falta de contexto y especificidad que impiden que el reclamo sea considerado para efectos de legitimidad y validez dentro de la comunidad política a la que se dirige el hablante. Lo cierto es que la alusión a una responsabilidad con la humanidad, así, al vacío, no logra emplazar a los funcionarios de un entramado institucional particular de tal forma para que éstos se sientan obligados a al menos considerar alterar el mismo. Decir humanidad es simplemente muy poco para conmover a un sistema político que de por sí no opera en un contexto de lo humano, sino en el contexto de lo puertorriqueño. Luego, en respuesta a cuestionamientos y acusaciones sobre su falta de autenticidad cultural como puertorriqueño recurre al idioma de los sentimientos y el corazón para intentar hacerse espacio dentro de esa comunidad imaginada, con sede (inmutable) en la Isla: You won’t locate my love for Puerto Rico on my birth certificate or on my driver’s license or on my children’s birth certificate or any other piece of paper. My love for Puerto Rico is right here in my heart, a heart that beats with our history and our language and our heroes, a place where, when I moved there as a teenager, people talked and argued and debated because we care deeply about our island and its future. That is still true today.48

http://www.votesmart.org/public-statement/592542/humanrights-crisis-in-puerto-rico-first-amendment-under-siege

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Habría que cuestionarnos por qué en un discurso otorgado en su capacidad oficial de congresista y desde la casa de las leyes, Gutiérrez bien opte por o se encuentre sin otro recurso, que hablar desde el ámbito íntimo de las emociones y no del ámbito de la razón para explicarse ante el Congreso, sus constituyentes y las comunidades puertorriqueñas que lo escuchan desde cerca y desde lejos. Este giro discursivo es demostrativo de la renuencia de sujetos puertorriqueños a pensarse como parte de una comunidad política desplazada a través de múltiples territorialidades, incluso cuando el hablante particular en este caso se siente legitimado para hablar sobre la política del lugar. Parecería que el propio representante es incapaz de legitimar o validar su acción desde un punto de vista político. De ahí que haya que hacerle cabida a los sentimientos en el Congreso, y nos toque a nosotros aquilatar el peso de un sentimiento como razón pública. Entendemos que las justificaciones que procedían, si algunas, son aquellas que propulsaran una re-evaluación de la historia de la comunidad, para que ésta tuviera que considerar y reconsiderar los criterios de pertenencia y así mejor poder auscultar la legitimidad no sólo de Gutiérrez sino del resto de la comunidad que se siente ya definida. Gutiérrez ciertamente no necesita de un certificado de nacimiento que le diga que es puertorriqueño para serlo, pero sí necesitamos todos de razones más allá de nuestro propio mundo interior para mejor evaluar las bases ideológicas a las que la comunidad política puertorriqueña recurre para decir quiénes pertenecen a ella y quiénes quedan afuera. Dichas razones, en este caso, no hablarían el lenguaje de autenticidad y el derecho a decir lo que se siente, sino el


de la pertenencia política y el derecho a hablar en condiciones de igualdad política y social. V. La Demasía Necesaria de la Democracia por venir Visualizamos la Isla como un espacio marcado por el tráfico de personas, saberes, bienes, significantes y significados, aún inexplorado por el discurso público puertorriqueño como propicio para una práctica democrática de avanzada. Siguiendo a Derrida, la democracia es una palabra a destiempo, cuyo verdadero significado nos toca aún atisbar y desde él, accionar en tiempo presente para el futuro. Plantea Derrida: “We must already anticipate, even if only by a bit; we must move toward the horizon that limits the meaning of the word, in order to come to know better what ‘democracy’ will have been able to signify, what it ought, in truth, to have meant.”49 De acuerdo al autor, el movimiento democrático es uno de excesos. Con Ranciere, identifica el proyecto como uno dirigido a la apertura total: “todo el mundo pertenece y no importa quién.”50 Lo cierto es que para determinadas preguntas públicas los bordes territoriales no demarcan el pueblo, la comunidad política que ha de tomarlas en consideración. Al contrario, cuando la historia política de un pueblo ha tornado las fronteras territoriales en líneas más indicativas de confluencia que muros de contención, la democracia debe asumir el carácter fluido de esas fronteras. Conviene recalcar aquí que las líneas de J. Derrida, Rogues: Two Essays on Reason (Stanford, CA, 2005), en la pág. 18. 49

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Ranciere, supra

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fuga que marcan y definen a gran parte de la comunidad política puertorriqueña fueron trazadas por manos ajenas, autores del sistema colonial, y las cuales se han movido a través de la historia del País sin el pleno consentimiento del pueblo, aquí o allá. No se trata entonces de qué efecto prospectivo pueda tener la decisión sobre el status político del País, sino que los efectos de dicha relación entre Estados Unidos y Puerto Rico ya enmarcan el espacio que ocupa la comunidad política puertorriqueña entre el aquí y el allá. Por tanto, todos, no importa localidad, conformamos esa criatura del tiempo que es “los afectados.” De ahí que sencillamente presumir que sujetos en el afuera no tienen el derecho ni el interés de interceder en la consulta plebiscitaria acerca del status es hacer caso omiso de la historia, y el rol principalísimo que los desplazamientos poblaciones han jugado en el proceso político isleño, para bien o para mal. Aunque bien es cierto que dicha voluntad a la apertura nos abre paso a una serie de interrogantes acerca de criterios para participar en el plebiscito, y muy a pesar de que, tal como señalara el informe de la Casa Blanca, “reunir” a ese conjunto difuso y difícil de sujetos dispersos es tarea ardua, y al fin de cuentas mucho pedir de la democracia, se tiene que asumir como una tarea para el bien del sistema por su evidente impronta justiciera, su fidelidad al pasado, y por su propuesta para un futuro de mayor inclusión y participación. Entendemos que la historia de desplazamientos que ha marcado y moldeado a la comunidad política puertorriqueña—volviéndola difusa, polifónica, y “en vaivén”—se presenta como un escenario real para el ensayo de esa democracia sin importar el quién, dónde UMET

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y con derecho a qué del sujeto particular. Sino que la atención, en cambio, estaría dirigida a la canalización y eficiencia del diálogo entre sujetos disímiles, hablando y escuchando(se), desde distintos puntos geográficos, en pleno intercambio de saberes y sentires acerca del devenir político del País. En nuestro contexto, la inclusión de los puertorriqueños afuera seria una de las manifestaciones mas significativas de ese decir y gobernar de los “sin título” que menciona Ranciere; seria nuestra forma de darnos de lleno a ese “deseo ilimitado de las masas”, incluso cuando esas masas no colmen la mayoría; sean mínimas. Se ajusta además a la concepción de la membresía puramente volitiva, promovida por Benhabib, cuando arguye a favor del respeto y la defensa de los llamados derechos de entrada y salida de sujetos de su comunidad de origen.51 Mas aun, si en efecto en años recientes se ha posibilitado el pensar de la cultura puertorriqueña como espacio de tránsito e intercambio de múltiples haceres e identidades52, de los cuales indudablemente se nutre el País en áreas de conocimiento y quehacer intelectual, procede que la política asuma dicha actividad en la cultura como indicativa de la ruta a seguir al momento de trazar los diseños institucionales para la toma de decisiones y entablar un discurso desde, para y por el pueblo. No hacerlo implicaría el desconocimiento político por parte del Estado de la comunidad “ausente” de sujetos que aportan al País con su hacer múltiple, e inciden en las vidas de los sujetos aquí, sin

poder exigirle o reclamarle nada a su comunidad ni al poder estatal. Proponemos por tanto que la inclusión de los puertorriqueños afuera en los procesos de consulta plebiscitaria debería ser sólo el inicio de una agenda institucional de deliberación sobre asuntos públicos del País, donde las comunidades afuera participen como interlocutores legítimos de la comunidad aquí, con derecho a decir y decidir. Pensando, junto con Arrimada en “los mundos institucionales posibles de la democracia deliberativa,”53 sugerimos, con Gargarella, una iniciativa dirigida hacia “la aprobación de decisiones públicas luego de un amplio proceso de discusión colectiva”54 con la participación de todos, sin excepción. Sin embargo, al momento de auscultar la posibilidad de entrar en semejantes procesos deliberativos resulta imperioso considerar exactamente qué temas deben entrar en la conversación. Por un lado debe considerarse la posibilidad de que el diálogo quede interrumpido por diferencias relacionadas a preceptos de identidad y autenticidad cultural—como las que moldearon el recibimiento de los comentarios de Gutiérrez—arraigadas en concepciones elitistas y discriminatorias en torno a las prácticas culturales de gran parte de las comunidades migratorias y los orígenes soci-económicos de ellas. Aquellos teóricos a favor de esta postura, sugieren el enfoque en necesidades y

S. Benhabib, citada en S. Nasstrom, “The Legitimacy of the People,” supra, en la pág. 629.

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Flores, supra

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Arrimada, supra, en la pág. 2.

Gargarella, “¿Democracia Deliberativa y Judicalización de los Derechos Sociales?,” supra, en la pág. 131. 54


asuntos concretos de política pública.55 De igual forma abogan por un patriotismo constitucional, haciendo un llamado a la “identificación apasionada”56 con los valores, y principios democráticos, los cuales al estar dotados de universalidad no despiertan pasiones basadas en etnia y cultura. Por otro lado, de Sousa Santos57 arguye a favor de la inclusión de entendidos y desentendidos culturales en tanto la política, en el contexto específico de un pueblo particular, envuelve todo un entramado de significantes y significados culturales, los cuales no pueden ser desasociados de los valores universales del ideal democrático. Después de todo, la universalidad de dichos preceptos nunca es experimentada como tal—la misma tiene que ser traducida bajo las circunstancias y las condiciones sociales de aquellos que se dan a la práctica democrática. Como bien articula Przeworski:

El reto precisamente reside en alcanzar y mantener ese balance entre lo universal y lo específico, o acaso reside en la voluntad de una comunidad política particular a especificar la universalidad de tal forma que nadie quede relegado al universo de lo simplemente humano; cosa de que aún cuando se haya extraviado algún miembro de la comunidad por cualquier eventualidad histórica, la comunidad no sepa cómo mantenerse conviviendo sin seguirle el rastro. {

Todos podemos estar de acuerdo en que la democracia consiste en el autogobierno, la igualdad y la libertad, pero ese consenso se rompe muy pronto cuando se aplica como criterio a personas, sistemas de pensamiento o instituciones específicas.58

J.S. Dryzek, “Deliberative Democracy in Divided Societies: Alternatives to Antagonism and Analgesia” en Political Theory 33 no.2 (abril 2005).

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Markell, supra, en la pág. 43.

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de Sousa Santos, supra, en la pág. Xliv.

A. Przeworski, Qué Esperar de la Democracia (México, DF, 2010), en la pág. 40.

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Banalidad, corrupción y crisis:

¿colapso del proyecto de democratización?

Eloisa Gordon

Piedad señor para mi pobre pueblo, donde mi pobre gente se morirá de nada. Luis Palés Matos Puerto Rico no es tuyo; Puerto Rico es nuestro. Pancarta, Marcha por la Paz Introducción En este trabajo exploro la relación insidiosa entre la violencia, la corrupción y la crisis y el peligro del posible colapso del proyecto de democratización. La discusión introduce el concepto de la banalidad como un punto de partida y eje explicativo significativo para el discernimiento de dicha crisis: banalidad que es sustento de la pérdida de la equidad y la libertad en la esfera pública. Para estos propósitos, parto de algunas de las ideas que nos presenta la teórica política alemana, Hannah Arendt; un examen de las nociones del espacio público y el espacio privado, al igual que unas deliberaciones en torno al propio significado del modelo de democracia 98

liberal y su mayor amenaza, la violencia. Para este fin continúo planteando la necesidad de un énfasis teórico y también introduzco parte del análisis del filósofo alemán, Jürgen Habermas, y la cientista política británica, Carole Pateman. Los escritos de Arendt, una de las escritoras más profundas y originales del siglo veinte—y, al igual que Pateman, una de las pocas teóricas políticas—tienen muchísimo que aportar a las reflexiones contemporáneas sobre la crisis de la modernidad y la crisis de la democracia; y sin embargo, no han sido incorporados exhaustivamente. Una distinción central que encierran sus escritos es su defensa clara de la dignidad intrínseca de la vida política, es decir, la vida en el polis. Para Arendt, la verdadera política no es tan solo un, sino que es el espacio privilegiado de la vida plena, o la vita activa, como lo describieran Platón o Aristóteles. Esta vita activa, la vida del auténtico ciudadano libre, es siempre la vida en comunidad, o sea, la vida del demos en el polis, algo que bien sabemos carecemos hace bastante tiempo, si es que alguna vez tuvimos, en nuestro País.


Banalidad y modernidad El concepto de la banalidad que se utiliza en este escrito proviene de la expresión, “la banalidad del mal”, acuñada por Arendt en Eichmann en Jerusalén y cuyo subtítulo es un informe sobre la banalidad del mal (Arendt, 1963). En este texto magistral, Arendt reúne la serie de artículos que le fueron comisionados, y que originalmente aparecieron en la publicación The New Yorker, meditaciones en torno al juicio que se estaba llevando a cabo en ese momento de los comienzos de la década de los 1960 en contra del criminal de guerra Nazi, Adolph Eichmann. Desde un primer momento, el uso de la frase, la banalidad del mal, estuvo rodeado de controversia y ataque; controversia y ataque que consistentemente acompañaron a la figura de Arendt dada la dificultad analítica de encajonar a sus escritos dentro de esquemas preconcebidos. Significativamente, ese antagonismo partió de sectores tan disimiles como lo son el nacionalismo religioso-ortodoxo, el marxismo y/o el feminismo, entre otros. Al discutir el tema de la banalidad del mal en Arendt, Judith Butler reseña: Sus enemigos la acusaron de haber absuelto de responsabilidad a Eichmann; o bien, al describirlo como “parte de la maquinaria”, o peor aún, al definir sus acciones, precisamente, como banales. Por otro lado, algunos de sus defensores, también equivocadamente, concluyeron que con la frase Arendt proponía la existencia de un Eichmann latente en

todos nosotros, presto a cometer mal en cualquier momento.1

Lejos de la complejidad filosófica que introduce Arendt, ninguna de estas dos posturas logra capturar una base esencial para ella, evocativo de las definiciones clásicas de la democracia: la centralidad de la vida del pensamiento, o lo que para Aristóteles sería, como cita la propia Arendt, la vida contemplativa, la expresión máxima del ser humano (Arendt, en Peter Baehr, pp.182-4). En contraste, lo que más le llama la atención de la figura de Eichmann a Arendt, quien, de por más, era judía, no era su maldad extrema o su cualidad de “monstruo”, como hubiese sido la conclusión simplista, sino lo que ella repetidamente describe como su “inconciencia,” o como mejor captura el término en inglés, thoughtlessnes, su proceder carente de pensamiento propio (Arendt, en Baehr, 2000, pp.323-4). Para Arendt, Eichmann no era una persona sin inteligencia innata o conocimiento alguno—asombrosamente, durante su juicio hasta se le cita discutiendo el imperativo categórico de Kant!—sino, más bien, alguien totalmente vacuo, obtusamente imposibilitado de entender la gravedad contundente de lo que estaba haciendo a partir de su incapacidad de autoreflexión y critica. Como el propio Eichmann enfatiza durante su juicio, “el único lenguaje que dominaba era el oficial (officialese)”, un énfasis significativo para Arendt en su exposición del concepto de la banalidad. Según ella Judith Butler, “The capacity for evil can spread like an epidemic”, The Guardian, 19 agosto 2011,

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plantea, la limitación en Eichmann a un lenguaje oficial y burocrático es una consecuencia directa de su superficialidad elevada y “su imposibilidad de decir una sola frase que no fuera un cliché”. Por consiguiente, “no es, a fin de cuentas, ni el dogma, ni la ideología lo que lleva a Eichamann a cometer sus crímenes, sino el déficit de pensamiento” (Arendt, en Baehr, 2000, pp.323-4). Haciendo un uso metafórico de tales señalamientos, podemos insinuar que nuestra constante exposición a la falta de elocuencia e inteligencia en la política y el discurso público contemporáneo, al igual que en los medios, apoyado por la falta de compromiso social, irresponsabilidad e ineficiencia pública han ido generando en nosotros, como sociedad, una tolerancia a la banalidad, y por consiguiente, una amenaza real a nuestra capacidad y orientación democrática. Tanto es así, que se ha engendrado en nosotros una especie de enajenación cómplice que transforma de manera perversa tal falta de inteligencia, ineficiencia y corrupción en algo, justamente banal; es decir, rutinario, trivial, “normal.” En otras palabras, lo que hoy en día experimentamos como la sociedad del such is life, en donde una muñeca de trapo—vulgar e inverosímil—nos interpreta nuestra realidad social diaria. Dicha complicidad también se manifiesta en el aumento en la cultura de la violencia de nuestra sociedad, resultado de la pérdida de los sentidos de consideración y responsabilidad hacia el otro, el desmantelamiento de la comunidad y el encierro ciudadano en un espacio individualizado y privado, excesivamente consumerista, escapista y de ocio, y/o de retraimiento religioso, usualmente de índole fundamentalista.

Notablemente para Arendt, el surgimiento de la violencia es sintomático, justamente, del fenómeno de la banalidad y consecuencia de la pérdida del espacio y el discurso público ponderado. Cabe resaltar que en nuestro caso, esto sería en marcado contraste con la explicación simplista y mitificante, sostenida por todos los sectores políticos y sociales del País, de asociar dicha violencia con “la pérdida de valores,” sociales, valores que se conectan principalmente con la más privada de las instituciones, la familia. En oposición directa a este “sentido común”2 generalizado, la violencia no es ajena a la esfera privada, pero si a la pública, o el polis, ya que, y según definen los griegos de la antigüedad, este último es un espacio de convivencia y auténtica equidad en donde imperan “la persuasión y las palabras (logos) como acción política (praxis)”,3 pero no así en la esfera privada. Democracia, esfera pública y esfera privada Tradicionalmente, la esfera privada ha sido un espacio gobernado por la fuerza y la violencia, ya que es el ámbito del “trabajo y la necesidad”, representado para los griegos por “las mujeres y los esclavos,” y emblemáticos de la subordinación y la falta de libertad. Visto desde esta perspectiva, debería resultar contradictorio el Utilizo el termino, sentido común, de la manera que lo define Antonio Gramsci, como un “folklore popularizado,” valido por su entendimiento útil y práctico, pero no por ser el resultado de una labor intelectual aguda.

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Ver anotación no 2


indagar en un espacio tan marcadamente privado—y secreto—como lo es la institución de la familia por la búsqueda de unos valores que pudiésemos reconocer como aceptablemente democráticos. Históricamente, y a través del mundo, la familia tradicional ha sido el dominio del patriarcado, la sumisión de las mujeres y dependencia de los menores, al igual que la violencia doméstica, el abuso de niños y la infidelidad. Como expone Arendt en otro de sus textos extraordinarios, La condición humana: No solamente en Grecia, pero en toda la antigüedad occidental, el poder del tirano era siempre menor, es decir, menos “perfecto” al poder del paterfamilias, cuyo dominus, era el ámbito al margen de todo escrutinio externo: el hogar (Arendt en Baehr, p.185).

A pesar de esto, es la familia nuestra supuesta fuente de salvación, tanto dentro del discurso público, como en el juicio popular. Significativamente, en estos momentos de alta incidencia de violencia criminal, se apela repetida, al igual que a-históricamente, a este imaginario familiar, en un reclamo inconexo a una práctica política vital. Resulta esto evocativo del concepto del siglo diecinueve de “la gran familia puertorriqueña,” concepción que tan provocativamente discute Angel Quintero Rivera. Como él sugiere, esta “gran” familia, de facto jerárquica, patriarcal, blanca y burguesa, lejos de ser representativa de la diversidad social del País, . marca el poder mercantil de la clase hacendada, tanto liberal, como conservadora (Quintero, 1977, 1981,

1988).4 Pero lejos de enfrentar estas realidades, el eufemismo de la gran familia puertorriqueña se extiende al desarrollo del constructo de la nación, como extrapolación a una “meta familia”, y por consiguiente, una familia con toda la carga de exclusiones históricas Este pensamiento es parte, asimismo, de la confusión que emana en Occidente en el desarrollo de la teoría política democrática—primero, en la teoría medieval (Aquinas) y luego en la teoría contractual (Hobbes, Locke) —en donde se va perdiendo la distinción privilegiada que le otorga la antigüedad a la esfera política, en contraste no tan solo con la esfera privada, sino asimismo con la esfera social. De esta manera históricamente se va restringiendo el ámbito de la política, en ventaja de la existencia privada-social: “desde la comunidad de creyentes de Aquinas en la Edad Media, la sociedad de poseedores de propiedad privada en Locke, a la sociedad de productores de Marx, o en nuestra era contemporánea: la sociedad de empleados”5 (y más recientemente, la sociedad de consumistas y desempleados). De esta evolución teórica surgirán, de igual manera, las definiciones “mínimas” y o procesales de la democracia, tanto en su vertiente conservadora ( Joseph Schumpeter, Samuel Huntington, Francis Fukuyama), como en A manera de reproche popular a la hipocresía de la construcción de este tipo de familia, brota el muy conocido poema de Fernando Fortunato Vizcarrondo,¿Y tu aguela, aonde está?, cuya primera estrofa lee: Ayé me dijite negro; Y hoy te boy a contejtá: Mi mai se sienta en la sala; ¿Y tu agüela, aonde ejtá? Sin embargo, el tono jocoso en que suele presentarse suele ocultar el impacto histórico de violación y abuso que realmente implica la realidad.

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Ibid., p187

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su corriente burguesa-liberal ( John Rawls, Robert Dahl, Giovanni Sartori). Todas estas orientaciones enfatizarán el aspecto “práctico” y procesal de la democracia y no su contenido substancial, o lo que sería una disposición maximalista radical de marcada preocupación de justicia social. Como define Schumpeter, teórico alemán, por cierto, en su reconocida enunciación: El método democrático es aquel mecanismo institucional cuyo fin es llegar a decisiones políticas, en la cual los individuos (elite) adquieren la facultad de decidir mediante una lucha competitiva por el voto del pueblo (Schumpeter, 1962).

Y es en este punto donde podemos, finalmente, ubicar nuestro ejemplo, en este entendimiento compartido de la “democracia,” fuere en contextos soberanos o colonizados, como un ritual de cada número de años en donde entregamos a una elite, como nos indica Schumpeter, nuestra capacidad de participar en la toma de decisiones informadas. Corrupción y violencia Para el también teórico alemán, Jürgen Habermas, la crisis de la modernidad—y por consiguiente, la crisis del proyecto de la democracia—está estrechamente relacionada a la transformación de lo entendido por él como la esfera pública, un espacio discursivo en donde se conforman la opinión pública y el consentimiento social. Según Habermas, en el desarrollo de las democracias liberales occidentales conectadas al Ilustración, la Re102

volución Americana y la Revolución Francesa, se intentó propagar la expansión de dicha esfera pública, como un “espacio de discusión racional, debate y consenso.” Sin embargo, tal racionalidad comienza a deteriorarse iniciado el siglo XX con la aparición, primero, del fascismo europeo y con la posterior creación del estado benefactor. A partir de ese contexto, la esfera pública se reduce progresivamente a “un ámbito de consumo masivo, administrado por las corporaciones y las elites dominantes.” Lo que Habermas describe como la refeudolización de la existencia se logra al paso en que los intereses privados—particularmente, las corporaciones multinacionales—van adquiriendo mayor influencia e injerencia pública para el control y manipulación social, tanto del aparato del Estado, como de los medios de comunicación masiva. “Con el deterioro de esta esfera pública, los ciudadanos se convierten cada vez más en consumidores dedicados al consumo pasivo y a la adquisición de intereses privados, no el bien común y la participación democrática” (Habermas, 1991, pp.181-96). El énfasis que Habermas nos introduce en torno a la centralidad protagónica de los medios logra anticipar la realidad de la colonización del espacio público—irrespectivamente de estatus soberano—por estos intereses corporativos. A partir de esto, se crean nuevas formas de controles—y colonizaciones—para la promoción de estos intereses privados, más allá del dominio habitual del Estado. Desde esta perspectiva, las proyecciones de Habermas nos anticipan el impacto del neoliberalismo y la globalización en la cultura y la sociedad; es decir, la contracción de la esfera de discusión—inteligente y racional—a la que apuntaban los griegos.


En respuesta a esto, y citando a Arendt, la banalidad esta propensa a surgir en este tipo de sociedades, “arrasadas por la soledad y el desarraigo,”6 en donde la vida activa del pensamiento se ha abandonado; y en donde no se fomenta la educación amplia que requiere el ethos democrático para la participación ciudadana, activa y consciente, y no simplemente el ritual de cada número de años. Como bien sabemos, lejos de ser un espacio de consenso racional y articulado, en donde los individuos y grupos presentan sus intereses en la búsqueda de un bien común, la esfera pública en la política puertorriqueña contemporánea se limita a ser un entorno claustrofóbicamente localista, desconectado en gran medida del resto del mundo y, constituido, por la más burda imposición de intereses egoístas y privados, y todo esto, a partir de la permisividad banal de la sociedad. En una sociedad en donde junto al café que nos tomamos por las mañanas, leemos sobre tiroteos de mujeres, estrangulaciones de ancianos, niños aplastados, asesinatos diarios; casos interminables de servidores públicos marcados por la de corrupción y el abuso del poder, al igual que una sociedad cuya convivencia diaria está inscrita a cada paso por el insulto, la intriga, la agresión y la absoluta ineficiencia, en tal sociedad, sugiero, tendríamos mucho que reflexionar sobre la banalidad. Un punto de partida fundamental en estas reflexiones es la necesidad de apartarnos y trascender el trillado—banal, justamente—discurso del estatus político. Como en tantas otras sociedades colonizadas—post o proto-coloniales, desde el Congo a las Filipinas —la 6

Arendt en Baehr, p.

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introducción de un proceso electoral siempre ha sido el resultado de una imposición externa, una imposición inmersa, además, en las contradicciones teóricoconceputales que sugieren Arendt o Habermas. Entre otras cosas, y aún en los estados soberanos, este proceso electoral no ha resuelto las profundas diferencias sociales—de clase social, género, educación y otras—inherentes. El resultado ha sido, en vez, y como el propio Schumpeter propone, el dominio de une elite, que como elite—y a pesar de sus colores—es substancialmente homogénea, e importantemente, conservadora. Una consecuencia directa de tal homogeneidad y conservadurismo es la reducción de la política, y de manera creciente, a una competencia entre personalidades: el juego del “menos malo”. Aparte, y conjuntamente con estas carencias, surge el peligro de la corrupción. Ahora bien, a este nivel, la corrupción ni siquiera se trata de una ponderación entre el bien y el mal, sino de una simple y burda competencia entre beneficiados y excluidos—“los in” y “los outs”, como dirían en Guaynabo City. Visto desde esta perspectiva, y como plantea Raul Pangalangan al comentar sobre la crisis histórica de la corrupción en las Filipinas—y en un artículo titulado, justamente, La banalidad de la corrupción: La corrupción en estos casos se refiere a la lucha de poder entre los sectores de la elite, quienes esencialmente rotan en su acceso al poder y al barril de tocino, al igual que en su turno al rol asignado de saqueador y acusador.7 7

Raul Pangalangan, “The banality of corruption,” Philippine

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Por consiguiente, y como muy bien él plantea, parte de la dificultad en poder enfrentar la problemática de la corrupción es presentarla, equivocadamente, como un “déficit de carácter moral”—precisamente como se interpreta el problema de la violencia y la familia en nuestra sociedad. Igualmente infructuoso es enfocarlo en las pérdidas económicas que representan para la sociedad estos desfalcos, ya que fácilmente podemos comprobar la relatividad con la que el ciudadano común tolera estos fraudes: “total, todos roban”. El problema de la corrupción no es otra cosa que síntoma de un modelo democrático deficiente y disfuncional. Eventos similares que apuntan al resquebrajamiento de este modelo democrático liberal, o aspiración a modelo, se han venido experimentando en variados contextos, desde Colombia y México a Grecia e Italia. La casi decena de años del gobierno, aunque no consecutivos, de Silvio Berlusconi en Italia, por ejemplo, concluyeron emblemáticamente en el 2011 con el juicio en su contra por “corrupción sexual de una menor” y por intento de obstrucción a la investigación policiaca. Su legado ha sido descrito, entre otras cosas, como el recrudecimiento de: Una sociedad cada vez más pequeño-burguesa, consumerista y proto-fascista, un pais tele-idiotizado y perplejo, sin sentido de historia, identidad y cultura.8 Daily Inquirer, 29 enero 2010, rescatado en, Tim Parks, “Booted: what really ails Italy?” The New Yorker, 11 abril 2008 Todo esto es análogo a nuestra propia experiencia, 8

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Otra caso sobrecogedor, por supuesto, es la propia Grecia, país que inventó no tan sólo de la democracia, sino el desarrollo de las matemáticas, cuya crisis y fraude financiero y bancario pone en jaque a la propia Comunidad Europea! Finalmente, también surge otra variante principal en los fenómenos recientes de corrupción: el narcotráfico, como una nueva forma de violencia social—aunque la violencia, en sí, no siendo un fenómeno nuevo—y de infiltración del espacio político. Pero, a manera de conclusión tentativa, me gustaría presentar algunas de las ideas de la cientista política británica, Carole Pateman; particularmente su distinción entre la obediencia política y la obligación política. Conclusión tentativa: aspiración a obligación democrática La extensa obra de la reconocida teórica feminista británica, Carole Pateman, es apenas utilizada en las discusiones de análisis político puertorriqueño; discusiones caracterizadas usualmente por la falta de rigor académico, la anquilosada jerga legalista y las voces masculinas. Sin embargo, al igual que con la obra de Arendt, el trabajo de Pateman mucho podría aportar a estas discusiones, abriendo posibilidades de enfoques a los tranques argumentativos existentes. En sus escritos principales, The problem of political obligation, The sexual contract (Pateman, 1979, 188), Pateman reta lucidamente el mal y un paralelo importante a comprender, como lo ha hecho, en esta misma publicación, Manuel Almeida, ver El otro laboratorio Italia, www.revistacruce.com


funcionamiento de las democracias liberales, particularmente la norteamericana y la británica, a partir de un cuestionamiento extenso de los principios que sostienen estos modelos, según derivados de la teoría contractual liberal. Haciendo eco de algunos de los argumentos de Arendt--pero contrario a ésta, siendo feminista—señala que parte de las dificultades de poder enfrentar las limitaciones de la teoría democrática contemporánea se subscriben a algunos de sus implícitos. Para Pateman, muchos de estos errores de entendimiento surgen de la propagación de la definición minimalista/procesal de la teoría democrática, representada, como indicamos, por los escritos de Schumpeter. Como ella plantea:

En la teoría liberal, la transición del ser humano de un estado natural a la sociedad se presenta como un acto de “consentimiento,” por ende, es voluntario y es representado por el contrato social. La condición que propicia la necesidad de este contrato fluctúa entra la interpretación draconiana de la naturaleza que presenta Hobbes en el Leviathan—el individualismo extremo y la anarquía total—a la pérdida de una libertad natural, ocasionada por la necesidad práctica de “las cadenas” que para Rousseau simbolizan la sociedad. Todas estas construcciones son abstracciones, por supuesto, siendo este estado natural una condición pre-histórica. Em-

pero, y como nos señala Pateman, estas abstracciones han pre-determinado—y no problematizado—a un tipo de ser humano; un ser humano incapaz de asumir un sentido propio de obligación social; por ende, necesitado de una elite “iluminada” que lo dirija. Para Pateman, la presunción de dichas limitaciones humanas radica en el colapso de premisas que crea ese tipo de teoría democrática, en la que se confunden el componente liberal (mercado) y el democrático (participación política). Por consiguiente, el ser humano que surge es uno limitado a la obediencia—al látigo del soberano, como sugiere Hobbes—y no a la participación—un acto auto-dirigido. Es tal el poder de esta visión limitada de la política que, y no nos debería asombrar, hoy día enfrentamos el arraigo de la doctrina neoliberal a través del globo— literalmente, hasta China! Por otro lado, como propone Arendt y repetidamente sugiere la historia, el verdadero poder político no se sostiene indefinidamente con el manto del aparato del Estado y sus estructuras disciplinarias de control y orden. Los eventos recientes en diversas latitudes del mundo que buscan retar esa visión limitada demuestran, una vez más, la capacidad humana de la acción colectiva orientada a un bien común más allá de intereses y ganancias individuales. Para continuar fortaleciendo estos propósitos, y como concluye Pateman, tanto la práctica como la teoría democrática contemporánea deben de ser cuestionadas, ya que representan un fracaso de la imaginación de las posibilidades democráticas (en plural). La vita activa, la vida activa, es la vida colectiva, la vida del polis. El reto a la imaginación, entonces, queda por realizarse. {

V.2_2013

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La resistencia a re-examinar las nociones tácitas de lo que se interpreta como “la teoría clásica de la democracia” ha prevenido el examen más consciente de un elemento central: la participación ciudadana (Pateman, 1979, p.103).

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