MÉXICO $50 • US $10.95 • ISSN 1405-7913
R E V I S T A D E F O T Ó G R A F O S n D I R E C T O R : P E D R O V A L T I E R R A n A Ñ O X X V I I n N Ú M E R O 16 7 n M A R Z O - M A Y O 2 0 21 n C U A R T O S C U R O . C O M . M X
n PEDRO ANZA n FOTOGRAFÍA ESTENOPEICA TE X TOS DE PEDRO ANZ A • ANA LUIS ANZ A • MOISÉS PABLO
UNA REVISTA DE CULTURA VISUAL Y TESTIMONIOS FOTOGRÁFICOS
n R E V I S T A D E F O T Ó G R A F O S n D I R E C T O R : P E D R O V A LT I ER R A n A Ñ O X X V I I n N Ú M E R O 1 6 7 n M A R Z O - M A Y O 2 0 2 1
n W E B w w w. c u a r t o s c u r o . c o m . m x n F A C E B O O K c u a r t o s c u r o n T W I T T E R @ c u a r t o s c u r o m e x n I N S TA G R A M @ c u a r t o s c u r o m e x
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No. No se entiende Tacubaya sin el Gimnasio Lupita. Pero los golpes, las ganchos, las ponchadas y el sudor de quienes sueñan con ser campeones y fajarse el cinturón, de aquellos que no dejan de abrazar en la mente un campeonato, sigue en casa de quien sentencia que “dejar de luchar es comenzar a morir”.
PEDRO ANZA los ve
entrenar, se vuelve testigo de las escenas de cuadrilátero y las enseñanzas que, a fuerza de gritos, se pronuncian entre los alaridos y mentadas de madre que inundan el gimnasio. 6 Parece que la nada habita la caja oscura. Sigilosa, la superficie emulsionada espera la luz que pasará por el orificio para fijar la imagen que nos será revelada: una foto cuya técnica sigue siendo una mezcla de asombro, cálculo preciso, química pura y la persistencia de quienes siguen experimentando y mostrando la poderosa belleza de la
FOTOGRAFÍA ESTENOPEICA, la que no sólo resiste
sino que resurge en México en su aparente simplicidad. 26 DE LAS MEJORES es una selección del trabajo realizado por los fotoperiodistas de la agencia Cuartoscuro. 58 Portada: De la serie Gimnasio Lupita. Leonardo Marín, boxeador amateur del Gimnasio Lupita, después de su participación en una pelea de exhibición en Mixcoac, organizada por Anthar Sosa, entrenador del lugar. © PEDRO ANZA
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luzPétrea
Ritual de sanación de un cajita, seguidor del Niño Fidencio. Espinazo, Nuevo León, 2004. © PEDRO VALTIERRA
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portaFolio
Gimnasio Lupita
A CUATRO ROUNDS Texto y fotos de Pedro Anza
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El escritorio del arquitecto Alberto Navarrete es lo único que permanece pulcro en el edificio de tres pisos del número 32 de la Calzada Be cerra luego de más de seis meses de haber cerrado el Gimnasio Lupita. Ubicado en el corazón del em blemático barrio de Tacubaya, enfrente del Mercado Becerra, el gimnasio se vio obligado a cerrar a prin cipios de marzo de 2020 tras decretarse la emer gencia sanitaria por parte de las autoridades capitalinas. En 1963, el señor Francisco Navarrete Herrera, abuelo de Alberto, inauguró en este lugar un nego cio de baños públicos, los Baños Lupita que, a los pocos años, para fomentar el deporte en la comuni dad, incluyó como complemento un área de entre namiento de lucha libre, pesas y boxeo. Este último ganó protagonismo rápidamente. Al paso del tiempo, el sitio comenzó a ser conocido entre la gente del barrio como el Gimnasio Lupita. —No se entiende Tacubaya sin lo que es los Baños y el Gimnasio Lupita, espacio en el que la gente que ahorita ya es mayor aquí estuvo de niño, o se venían a bañar o venían a entrenar al gimnasio, que es parte de la comunidad de Tacubaya —cuenta el Arqui, como apodan a Alberto los boxeadores que entrenan en el recinto. El timbre de un teléfono antiguo irrumpe de vez en cuando en la quietud de su despacho. Detrás del escritorio hay cajas, papeles, láminas, hules y collages fotográficos de los ídolos del gimnasio: boxeadores famosos que desfilaron en su juventud por aquí. Son más de diez meses ya desde que el lugar está inac tivo a causa de la pandemia. Alberto viene unas cuantas veces a la semana a limpiar y ordenar.
Página opuesta: De la serie Gimnasio Lupita. Leonardo Marín, boxeador amateur del Gimnasio Lupita, después de su participación en una pelea de exhibición en Mixcoac, organizada por Anthar Sosa, entrenador del lugar. © PEDRO ANZA
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Mientras subimos las escaleras para visitar el ring y el sitio donde alguna vez funcionaron los baños, me cuenta la historia del lugar. —El gimnasio ha pasado por varias etapas, desde los tiempos gloriosos, donde estaba aquí el Cuyo Hernández con todos sus campeones, la época de oro del Gimnasio Lupita, sin discusión. Se acabó el boxeo de ese tipo, donde había un solo campeón en el mundo, nada más, y ahora hay campeones mun diales en cada país… Era otra dinámica. Al descorrer una puerta movediza atrancada con un trapeador, queda al descubierto el gimnasio. Se entra con paso reverente, como si se ingresara a una capilla: el gimnasio reposa en un silencio demasiado largo y desacostumbrado. En 57 años de historia nunca se vio así de desolado, pero aún en su inacti vidad conserva la atmósfera del pugilismo popular capitalino, un olor a cuero y sudor mezclado con sangre impregna las paredes. Un mural de la Virgen de Guadalupe y las caras en blanco y negro de boxeadores como Carlos Zá rate o Lupe Pintor esperan, desde las paredes, en guardia eterna, el reacomodo y la reapertura. Los costales y las peras están en su mayoría descolgados, las escupideras secas. Hablamos entonces del carácter del gimnasio, su orgullo e idiosincrasia, el estilo aguerrido y fajador de los boxeadores del barrio y sus inmediaciones. —Los boxeadores del Lupita son muy entrones, gente que va para adelante, que no se rinde —dice el arquitecto Navarrete, quien sin embargo es parti dario de un estilo más técnico, que busca promover en los jóvenes aspirantes a campeones mundiales que se acercan, como una forma de balancear su
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De la serie Gimnasio Lupita. Un collage con fotografías de exboxeadores que entrenaron en el Gimnasio Lupita luce al interior del área de entrenamiento del lugar. © PEDRO ANZA 8
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De la serie Gimnasio Lupita. El entrenador del Gimnasio Lupita, Anthar Sosa, ayuda a uno de sus alumnos a levantarse del piso después de haber recibido este úlltimo un gancho al hígado durante una sesión en el gimnasio. © PEDRO ANZA
bravura con lo que denomina “el arte del boxeo”, un estilo “fino” como el de quien representa para Navarrete el arquetipo ideal del peleador, Ricardo Finito López, boxeador de los años noventa que se formó en el Lupita. —Yo quisiera que la gente que viene aquí fueran personas como El Finito, porque es una gente que siempre fue muy disciplinada. El boxeo es un arte. Aquí los del gimnasio son corazón, por ponerle una palabra que se pueda decir, salen y dan todo. Yo estoy tratando un poquito de influir en ellos el sen tido de que, oye, el boxeo es que tú le des y que no te den. A la gente no le gusta aquí en México el que golpea y se mueve; no, “es que es correlón”. El con cepto de la gente es que yo me tengo que quedar
parado y los dos nos tenemos que matar el uno al otro… Eso no es el boxeo. El Finito es uno de los diversos personajes recono cidos del boxeo mexicano que han pasado por el Gimnasio Lupita. Un torrente de nombres salen de la boca del arquitecto Navarrete cuando le pregun to por otros ejemplos de expugilistas que entrenaron aquí: Carlos Zárate, José Guadalupe Pintor, Alexis Argüello, Rafael Bazooka Limón, José Luis La Gringa Zepeda, Genaro León, El Vaquero Navarrete, El Coreanito Mateos y, más recientemente, Dante Crazy Jardón y Anthar Sosa. Este último, Anthar, fue de signado por el legendario entrenador del Gimnasio Lupita, Enrique Profe Morales, para sucederlo como entrenador y manager del lugar.
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Todavía no suena la campana que anuncia el final del primer round. El niño arroja mi radas desesperadas a su esquina cada que su guardia se lo permite, apenas siente sus piernas, es como si no las tuviera; lo mismo sus manos, se han entorpecido y no detienen los golpes que le estallan en las costillas y en la nariz desorientando aún más su desordenada vista al moverle la care ta de lugar. Ring. Suena la campana, es la primera. El niño camina a su esquina. Tembloroso contiene con los músculos faciales las lágrimas que quieren salírsele desde el pecho, quisiera huir a los brazos de su madre que lo mira horrorizada bajo el ring. Avanza rengueando esperando encontrar consue lo en su padre o su entrenador al llegar a la esqui
na, pero no encuentra el alivio que esperaba, “ya no quiero pelear” berrea entre dientes al entrena dor Enrique Morales, quien con la sensibilidad perceptiva del chamán reconoce, escondida tras su rostro asustado, la mirada furiosa de un toro queriendo cornear. El Profe Morales y su padre tienen las venas del cuello saltadas, gesticulan y gritan mientras le untan vaselina en los pómulos. Él ve sus caras moverse como las órbitas de dos soles furiosos a su alrededor. Sus oídos tampoco funcionan y no escucha lo que dicen. Respira a bocanadas, y así, mareado, con vértigo, de entre la algarabía de la multitud y los hilillos de baba que se desprenden de los dos adul tos vociferantes, el niño alcanza a discernir cinco
De la serie Gimnasio Lupita. Antonio El Tony Montana y Javier Coquitas Navarro, después del entrenamiento. © PEDRO ANZA
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De la serie Gimnasio Lupita. Fabián Tovar El Nenuco le pega al costal después de participar en un acalorado sparring en el gimnasio. © PEDRO ANZA
palabras: “Aquí no queremos putitos, hijo”, la frase motivacional de su entrenador que en ocasiones anteriores ha logrado levantarlo del berrinche y lo ha obligado a no salir corriendo; pero ahora es dis tinto: hay rostros excitados que se difuminan a su alrededor como demonios danzantes borrando al tiempo la imagen de su madre, lejana, temerosa, cubriéndose los ojos. Frente a él, en su esquina, en su mundo, sólo quedan dos figuras que lo empujan con aspereza a regresar a su calvario. El niño se da cuenta que está solo, está solo y no hay nadie que pueda salvarlo.
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Una tenue luz se cuela por las rendijas de la ventana del gimnasio que Anthar improvisó en la parte de arriba de su casa ubicada en la colonia Tepeaca de la alcaldía Álvaro Obregón. Entre barrancos y callejones laberínticos, la venta na tiene una vista amplia y despejada desde donde se divisa el poniente de la ciudad, los barrios de Puerta Grande y la colonia Presidentes en primer plano; al fondo una postal inusual, una Ciudad de México sobria y reposada. Son las primeras semanas de la emergencia sanita ria, los capitalinos permanecen en sus casas; hay ais lamiento forzoso, si no a fuerza de toletazos, sí por una incesante propaganda de apariencia beatífica que entra constantemente por los cinco sentidos y pe
ga con más asiduidad que el sol, fuente de vitamina d que apenas toca la recluida piel de los ciudadanos. “Quédate en casa”, no salgas, no toques, no abra ces, no mires… Estadísticas, brotes, muerte, el mie do que parece hoy ser buen consejero. Nubes grises descienden sobre la ciudad y sobre una humanidad dejada a su suerte por los dioses. En medio de la incertidumbre, del cierre de los centros de entrenamiento, la suspensión de torneos, peleas y eventos deportivos, como el río que encuen tra su camino al mar sorteando todo tipo de riscos a su paso, el determinado espíritu de los discípulos más constantes de Anthar sigue su cauce al océano.
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Al ritmo de un disco de salsa caribeña, los jó venes se intercalan el pequeño espacio apro vechándolo en una coreografía precisa y cronométrica: unos alternan el entrenamiento de velocidad con el de fuerza, pasan de practicar com binaciones en los costales a hacer sombra con pesas en la mano; otros trabajan la coordinación y la con dición pegándole a la pera fija y saltando la cuerda. En el cuarto del fondo, apenas iluminado por un foco de luz intermitente, tintineante, que se niega a dar su último suspiro, se escuchan golpes secos y a veces se escapan gritos. Es el cuarto de la tortura, en el se practican sparrings acalorados y, como es tra dición en el Gimnasio Lupita y sus sedes alternas de pandemia, todos los días son “viernes de sparring”.
De la serie Gimnasio Lupita. El entrenador del Gimnasio Lupita, Anthar Sosa, se pone las vendas para comenzar su entrenamiento. © PEDRO ANZA
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De la serie Gimnasio Lupita. Diego Armando Barrios, boxeador amateur del Gimnasio Lupita, golpea con un izquierdo a su rival, en una pelea de exhibición en Valle de Bravo. © PEDRO ANZA
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Sus edades rondan entre los 15 y los 22 años, siete u ocho son los más constantes, algunos de ellos ya boxeadores profesionales, como Antonio Tony Montana y Javier Coquitas Navarro. Al primero lo caracteriza su disposición y terquedad, al segundo su estilo nato y elegante. Otros están próximos a debutar, como Diego Armando Barrios, quien reúne la serenidad y la templanza para mantener la pun tería en los puntos álgidos de la madriza. Algunos más consolidan firmes sus primeros pasos en el boxeo amateur; es el caso de Fabián Tobar El Nenuco y Leonardo Marín. Todos miran a Anthar con respeto y admiración.
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La carrera de Anthar como boxeador profe sional ascendía a paso veloz: campeón abso luto de los Guantes de Oro en 2009, campeón absoluto en la Arena México y subcampeón del Cinturón de Oro en el Salón José Cuervo en Po lanco. Triunfador en sus 18 peleas profesionales, comenzaba a estabilizar su vuelo midiéndose con pugilistas que hoy son boxeadores de renombre. Lo caracterizaba un poderoso upper y el hecho de ganar la mayoría de sus peleas en el cuarto round, de ahí el nombre de su negocio: El Cuarto Round, un restaurante de comida corrida que abrió en la colonia Mixcoac. Tranquilo, de carácter amable y sobrio, dentro del ring era un feroz noqueador, un fajador al puro es
Arriba: De la serie Gimnasio Lupita. Entrenamiento de los boxeadores del Gimnasio Lupita, en casa de su entrenador Anthar Sosa. © PEDRO ANZA Página opuesta, arriba: De la serie Gimnasio Lupita. Antonio El Tony Montana practica con su entrenador Anthar Sosa, en el gimnasio que Anthar improvisó en su casa. © PEDRO ANZA Página opuesta, abajo: De la serie Gimnasio Lupita. Antonio El Tony Montana le pega a la pera en el gimnasio. © PEDRO ANZA
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tilo mexicano. Un día, saliendo del entrenamiento en el Gimnasio Lupita, tuvo un accidente en su motocicleta, un camión de la Ruta 46 lo arrolló mientras cruzaba la esquina de Calle 10 y Periférico. Después de despertar de un coma de 20 días, tras una fractura expuesta de cadera, traumatismo en el cráneo y múltiples operaciones, incluido un injerto de placa de titanio en el pómulo derecho y una ciru gía en la que le redujeron metro y medio de intesti no, la prometedora carrera boxística de Anthar Sosa frenó de manera súbita. —Mi vida cambió bastante, yo era un campeón, era un atleta de alto rendimiento, y de un día a otro estoy en cama, sin poder mover piernas, brazos. No podía comer, no podía bañarme, no podía ir al baño,
Arriba: De la serie Gimnasio Lupita. Diego Armando Barrios, boxeador amateur del Gimnasio Lupita, después de su participación en una pelea de exhibición en Mixcoac. © PEDRO ANZA Página opuesta: De la serie Gimnasio Lupita. Antonio El Tony Montana practica con Javier Coquitas Navarro. © PEDRO ANZA
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todo me lo tenían que hacer, un médico me dijo que no iba a poder caminar dentro de seis años. Mi papá me decía que usara el bastón, que usara la andadera, la silla de ruedas, y yo no quería usar nada de eso porque me sentía inútil. A los dos meses ya estaba yo caminando bien, a los tres meses ya estaba tro tando y a los seis meses ya estaba yo corriendo. Así, en un prodigioso “levántate y anda” y contra viniendo el influjo potencialmente hipnótico de los diagnósticos médicos que sentenciaban, más que advertir, un destino hostil e irreductible, como el toro sangrante y moribundo que desde el suelo y con las patas hechas pedazos sigue aferrado a su córneo, Anthar se puso en pie y siguió su derrotero. Aunque de vez en cuando participa en peleas de
De la serie Gimnasio Lupita. Antonio El Tony Montana durante su participación en un torneo de exhibición en Valle de Bravo. © PEDRO ANZA
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exhibición, enfoca su energía y tiempo, principal mente, en formar futuros campeones. ”Dejar de luchar es comenzar a morir”, dice un tatuaje en el brazo derecho de Anthar. Al sonido del timbre, los jóvenes boxeadores se acomodan en torno a su entrenador para recibir instrucciones del siguiente ejercicio. Lo escuchan en un silencio reve rente, como honrando con su atención plena un li naje no expresado, una cadena maestro-discípulo que remontara a los primeros boxeadores del mun do. Lo observan con los mismos ojos que el niño Anthar veía a su maestro, Eduardo Profe Morales, intentando develar un (el) secreto.
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Vuelve a sonar la campana, se escurrió el minuto de descanso y el niño no fue conso lado, cabizbajo se mira las manos: sus puños son lo único que tiene en el mundo, sólo estos podrán devolverle la inocencia minutos antes man cillada por los golpes rivales. Vuelve entonces su mirada vacilante al rival y es como si se viera a sí mismo, cae en cuenta que su árida esquina es más hostil que el gigante de múltiples cabezas que lo espera enfrente, otra vez ahí, orillado a obligarse a confrontar. —Tira putazos, hijo, tira putazos —escucha a lo lejos la voz de su entrenador. Avanza resignado como si se arrastrara al pelotón de fusilamiento. “La guardia, hijo, la guardia”, es la voz de su padre.
El niño sube la guardia, en su cabeza no hay pen samientos. Recibe golpes, ganchos, uppers, sobre todo volados, que se le estrellan con violencia en los costados haciendo vacilar sus caderas. Un recto le pega entre el mentón y el pecho. Sus pupilas se di latan, le sangra el labio inferior. Se hace un silencio profundo en el recinto. Entre los destellos de luceci tas que se prenden y se apagan, un aullido estrepi toso emerge de entre el murmullo de la multitud. Siente el calor de su propio cuerpo mientras saborea su sangre hirviente y, de un espasmo, nace en su pecho el movimiento inesperado de una fuerza hasta entonces desconocida, se abalanza sobre su rival liberando el calor que su pecho contraído había enfriado.
De la serie Gimnasio Lupita. Antonio El Tony Montana durante su pesaje en una pelea de exhibición en Valle de Bravo. © PEDRO ANZA
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De la serie Gimnasio Lupita. Boxeadores amateurs esperan su turno para subirse al ring en una pelea de exhibición en Mixcoac, organizada por Anthar Sosa, entrenador del Gimnasio Lupita. © PEDRO ANZA
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Puede sentir su torrente sanguíneo. No sabe si lo que arde dentro de él es hielo, brasas, o todo junto. Si el mundo, hace unos segundos, había quedado reducido a una multitud de siluetas, a su esquina inhóspita en el cuadrilátero y a su reflejo bestial es perándolo a contraesquina listo para degollarlo, ahora sólo existen él y sus alaridos. Embriagado por el movimiento enjundioso de sus puños, que lo han poseído desde sus entrañas, dispuesto a morir ve, ajeno, como si mirara una película, sus guantes es trellarse en la cara y el cuerpo del niño de enfrente mientras va subiendo el volumen de una multitud cada vez más enfebrecida. “Eso es, hijo, tira putazos, hijo; así, hijo, tira putazos”. Las palabras de su entrenador se desvanecen casi al
De la serie Gimnasio Lupita. El arquitecto Alberto Navarrete, dueño del Gimnasio Lupita, posa para una foto en el patio del inmueble. © PEDRO ANZA
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instante de ser pronunciadas ahogadas en la polifo nía de voces, gritos y mentadas de madre que han inundado al gimnasio.
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Llegó al Gimnasio Lupita a los ochos años cuando entró con su padre a pedir informes. —En ese entonces costaba el gimnasio 250 pesos al mes y mi papá me dijo: “Tú vas pagar tu primera mensualidad porque lo que no te cuesta no lo vas a valorar”. Ayudando a recoger los puestos a los comercian tes del mercado frente a su casa, quienes a veces le pagaban con monedas de 5 y 10 pesos y otras con fruta, Anthar tardó dos meses en juntar la mensua lidad. Entusiasmado por la proeza, el niño Anthar
fue corriendo al Lupita. Se disponía a subir las esca leras hacia el gimnasio, pero lo detuvo la voz del dueño: —¿A dónde vas? —A entrenar —contestó el niño. —No, no puedes entrenar sin vendas —. Dicho lo cual, ante la mirada triste del infante, Alberto Nava rrete sacó un par de vendas del cajón y se las ajustó. Después del primer mes de entrenamiento, dedi cado únicamente a “aprender a caminar”, su entre nador, Eduardo Morales, introdujo a Anthar a la olla de cocción donde se cocina el talento pugilístico desde antaño, hornos que habían forjado el hierro en la pegada de distintos campeones mundiales. “Me enseñó a ser una persona aguerrida, fuerte, a no dejarme vencer por cualquier cosa”. En la meto dología formativa del Gimnasio Lupita no hay ins trucciones elaboradas ni motivación en tabletas; hay ley sagrada pero no interpretaciones bíblicas. —Ahí eran unas golpizas horribles, ahí en el Gimnasio Lupita te golpeaban a más no poder, y si tú le decías al Profe Morales que ya no querías boxear hoy, te decía: “Ven, vas a hacer sparring”, y si tú le decías al profe: “No, hoy no quiero boxear”, el pro fe Morales te decía: “No, hijo, aquí se boxea diario, aquí no quiero putitos; ¡puta, no!”. Ya no te quedaba de otra más que decir, sí, pues sí boxeo, ¿no?” La enseñanza de Morales a sus pupilos no conso laba, era directa como el varazo en la espalda que azota el maestro Zen a los meditadores que se que dan dormidos. —Me acuerdo mucho de una vez, una pelea, no me acuerdo si iba a seis u ocho rounds, pero iba perdiendo los primeros cuatro rounds, me iban dando una golpiza. Termino el round, llego al banco, y el Profe enojado, enojado, destapa el agua y me mete toda la boquilla de la botella en la boca y ex prime, me estaba ahogando, y me dijo así con gro serías: “Póngase chingón, tire madrazos, no sea pendejo; ya se le acabó la condición pero tiene huevos, salga y pelee. Me picó el orgullo y en el sex to round, noqueo”. Anthar recuerda que en los tiempos de su recu peración tras el accidente, el Profe Morales lo visita ba semanalmente llevándole fruta y haciéndole compañía. El entrenamiento de los jóvenes termina, Anthar se pone las vendas pues practicará sparring con un amigo; se prepara para una pelea de exhibición.
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El futuro del Gimnasio Lupita parece estar en jaque. En el solitario inmueble de la Cal zada Becerra 32 el arquitecto Navarrete es pera la luz verde de las autoridades capitalinas a la reapertura. Acomodarse a las medidas sanitarias para proseguir con el entrenamiento es difícil al interior del inmueble. La mayoría de los jóvenes que aquí entrenan, poco más del 50 por ciento, tiene como mira la profesionalización. En aras de ello el contacto físico es irremediable. —La mayoría viene a ser competitivo, entonces tiene que hacer sparring. No vamos como en otros gimnasios, no voy a decir nombres, donde es más “llevo mis pants bonitos y me estoy luciendo”. Aquí vienen a los chingadazos, aquí vienen a ser compe titivos y para eso hay golpes”. Aun así, el arquitecto vaticina para tiempos venideros no muy lejanos la formación de un nuevo campeón mundial. ¿Será uno de los jóvenes que hoy entrenan con Anthar un candidato al puesto?
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El niño salta la cuerda de vuelta en el Gim nasio Lupita. No hay sino él entrenando. Tiene algunos moretones el rostro, pómulos aún hinchados. Lleva mucho tiempo saltando la cuerda. En el radio suena una salsa, Juanito Alimaña, que se repite y repite, la habrá escuchado ya una decena de veces seguidas. El entrenador le dijo que no dejara de brincar hasta su regreso. Pasaron horas. ¿Cuántas? ¿Dos, tres, cuatro? No lo sabe. Sigue saltando mientras intrusa la noche negra de Tacubaya se cuela por las ventanas. Como si quisiera decirle algo, un pájaro describe circunferencias con su vuelo una y otra vez fuera de la ventana frente a él. Su entrenador entra de pron to, lo mira extrañado desde la puerta y camina has ta el radio, que apaga. ¿No te aburres de la misma canción? ¿Por qué no te has ido, hijo? Ya es tarde. Vete a descansar. Se despiden, el niño cuelga la cuerda en la pared, toma su toalla y se seca la frente, mira enmarcada la foto antigua de un boxeador de mirada serena. Sin mover los labios, el retrato le dice: “Duda de tu tiempo, hijo”. El niño asienta con una leve reveren cia, se pone su abrigo y sale del gimnasio a las calles frías de Tacubaya. n
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Fotografía estenopeica
DE CAJAS MÁGICAS Y UNICORNIOS Ana Luisa Anza
A Carlos Jurado, in memoriam
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egro. El no color absoluto, la ausencia: la oscuridad completa. Parece que nada habita en la pequeña caja formada por cartón o madera, aluminio, plástico, lámina. Examinemos. Quizá sea sólo el aire encapsulado. Allá, al fondo –y sólo si lo sabes de cierto– un soporte espera al rayo de luz que habrá de convertirse en una pro yección del afuera y, con suerte y si ha sido emul sionado, la transformará en imagen fijada. No hay circuitos electrónicos, ni mecanismos que miden el iso o la velocidad; menos, soluciones digitales. Son cosas de la magia, se pensaba. De hechicería, se sentenciaba. De alquimia, más tarde. El principio básico de la creación fotográfica, hoy y desde siempre. En realidad, es todo eso y más, pues en la foto estenopeica hay una mezcla de asombro, cálculo preciso, química pura y la persistencia de una técnica que se ha negado a desaparecer para, en cambio, resurgir poderosa en su aparente sim plicidad. Aunque no lo parezca ante los ojos tecnologizados, todo es perfecto: las sombras de los que ya no están, los movimientos marcados como un trazo en el espa cio, el oscurecimiento de las orillas que enmarca el Sin título, 1998. © CARLOS JURADO
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Sin título. © CANNON BERNÁLDEZ
objetivo, las dobles exposiciones que no lo son, el fuera de foco que no es un defecto, las formas de los objetos que se transparentan de manera imposible a través de un cristal, el retrato del fantasma que tal vez estuvo ahí en forma más material o el ser desdibujado que se enfrenta a personajes insólitos en una azotea cualquiera, el cuerpo de halos luminosos a punto de desaparecer, la luz artificial que agrede a las miradas acostumbradas a matizar, el circular perpetuo de los caballitos en la feria o el paso inacabable de un tren, los negros-grises-blancos misteriosas que nos hacen
adivinar un bosque, la transparencia de un gajo de fruta, la perspectiva lograda con ¿segundos? ¿minu tos? de exposición en ese río que da tal sentido de profundidad que parece invitar a navegarlo, la luz capturada en rodajas de color, la presencia pasada del ahora ausente, el ojo cuya pupila nos mira desde un mar de escamas, la irreal escena de la velación de un cuerpo que parece levitar… Y allá, cabalgando sobre la no superficie, el unicornio que acecha. Ese es. El mítico animal que penetra la cámara os cura con el cuerno recto y afilado que lo hace incon
Página opuesta: Sin título, 1973. © CARLOS JURADO
* a la página 39 29
Sin título. © ARTURO FUENTES
Página opuesta: Ciudad de México, 2015. © CARLOS JURADO
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Autorretrato estenopeico en adicromo con Carlos y Chichay. © SERGIO MAYORGA MAGALL ANES
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La cita circular. © ADRIÁN MENDIETA
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Sin título. De la serie Guchachi’ Reza. Juchitán, Oaxaca, 2012. © IVÁN PIÑÓN Página opuesta: Ambas de la serie Acto reservado. © PATY BANDA Estenopeica / plata sobre gelatina 34
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Arriba: Copas en Palermo, 2011. © SILVIA GONZÁLEZ DE LEÓN Página opuesta: Banana de grosella, 2018. © DAVID VICTORY PINEDA Abajo: Sin título, 2019. © CITL ALLI GONZÁLEZ
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Página opuesta: Con/cierto pudor. © LUIS/CABALLO
Arriba, izquierda: Mi espíritu dialoga con la virgen loca, 2014. © DANIEL MENDOZA . Arriba, derecha: Autorretrato con la virgen loca en el ataúd estenopeico, 2014. © DANIEL MENDOZA
fundible, para convertirla en mágica al dar paso a la luz, como si dijera: “Adelante, la imagen está espe rando, sólo hay que atraparla”. Así lo afirmaba con profunda certeza Carlos Jurado, quien falleció en noviembre de 2019 y fuera el gran impulsor de la estenopeica en México, quien decía que el arte de aprehensión de las imágenes se debe en gran parte a que sólo esta criatura –que, afirmaba, sí existió pero se extinguió de tantos que buscaron su valiosa asta– podía hacer el orificio que permitía las fotos perfectas.* Esto es sólo en cuanto al “agujero”. De la caja mágica se había hablado antes. Aristóteles, el filóso
fo griego, la había mencionado en el año 500 dc. Sabía que si se dejaba pasar la luz mediante un pe queño agujero en un cuarto oscuro, en la pared opuesta se formaría la imagen de lo que se encon trara enfrente. A la física –¿a la óptica?– había que agregarle la química. Fijar la magia. Los árabes habían ya desen trañado los secretos de la creación de emulsiones sensibles a la luz en el siglo vi. Pero habían sólo fija do contornos de plantas y frutos. El alquimista Adojuhr, quien vivió en Sevilla en el siglo xi combi nó la cámara oscura con el material sensible a la luz
* En Jurado, Carlos (1998 ). El arte de la aprehensión de las imágenes y el unicornio. San Cristóbal de las Casas: Taller de Leñateros. (La primera edición fue de la unam, en 1974.)
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De la serie A la sombra del narval. © ARTURO TAL AVERA Abajo: De la serie Morisma de Zacatecas. © CARLOS SEGURA PÉREZ
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De la serie A la sombra del narval © ARTURO TAL AVERA
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La cocina de mi infancia, 2018. © ILSE TRUJILLO
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Arriba y abajo: De la serie Nevada, 2012. © JORGE CAMARILLO
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Lolo en medio de 13 segundos de luz, 2019. © DAVID VICTORY PINEDA Abajo: Evocación. © LYDIA LOZANO
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De la serie Morcellement. © MARÍA LUISA SANTOS CUÉLL AR
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Arriba: Mariposa. © BYRON BRAUCHLI Página opuesta: De la serie A kuvi nikiv+ Ñuu Ka’nu, 2009. © NUTE KUIJIN
y creó imágenes para “aprehender espíritus malig nos”**. Más tarde, los artistas europeos del Renacimiento en la segunda mitad del siglo xv, como Leonardo da Vinci, retomaron la técnica para usarla en su pintu ra. Fue como un redescubrimiento de la caja oscura –usada del tamaño de un cuarto– para proyectar en una pared sus diseños y así lograr la perspectiva de sus cuadros, calcando la imagen resultante. Y, sí o no, debates aparte, sigue considerándose que la foto, como tal, se inventó en el siglo xix por el francés Nicéforo Niepce pues fue quien colocó den
** En Jurado, Carlos (1998). El arte de la aprehensión de las imágenes y el unicornio, op. cit.
tro de la cámara oscura una placa con una sustancia fijadora de imágenes que él mismo preparó. Des pués, dejó que la luz se proyectara durante horas sobre el papel y así obtuvo en 1816 la primera foto grafía, una palabra que viene del griego y cuyo significado describe exactamente de qué se trata: de escribir o dibujar con luz. El caso a discutir seguirá el curso de historia e historiadores. Argüir acerca del objeto. Pero son ellos, los sujetos que practican hoy la foto estenopeica quienes se debaten detrás de la cámara: ¿a qué dis tancia se debe estar del objeto retratado? ¿cuántos * a la página 55
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Sustento de vida, 2019. © OCTAVIO ZALDÍVAR
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Limón partido, 2019. © OCTAVIO ZALDÍVAR
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Teotitlán. De la serie Volver, 2017. © REGINA MEJÍA
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Arriba y abajo: Sin título. © SILVAÍN GONZÁLEZ ZÁRATE
Arriba: Unicornio. © CANNON BERNÁLDEZ Abajo: La conversación celestial (abuela). De la serie Memento Mori, 2016. © YADIRA ANDRADE VIOSCA
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De la serie El bosque encantado, 2018. © SILVIA GONZÁLEZ DE LEÓN
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Rocas del río. © BYRON BRAUCHLI
segundos debo darle de exposición? ¿será demasia do larga la cámara, muy corta? Hay que verlos creando bellas cajas con materiales accesibles y reci clables, preparar emulsiones como alquimistas con sus balanzas, embudos, matraces, mecheros y una cantidad de sustancias cuyo listado sería imposible mencionar. Y luego la búsqueda del objeto, persona je o paisaje que habrá de aprehenderse, la colocación de la cámara, la emoción el momento del revelado… Hoy en México, la fotografía estenopeica vive un resurgimiento. Son muchos quienes tienen años, décadas, dedicados a su desarrollo, a su experimen
tación, a explorar las miles de posibilidades de apre hender las imágenes sin el uso de lentes, sin tecnolo gía. Otros más, inician con estos maestros el camino que, como a las imágenes en la caja, a ellos los ha atrapado. En abril se celebra a la foto estenopeica. Así que Cuartoscuro propone un paseo por las fotos recu peradas en una breve –de verdad increíblemente concreta– selección de quienes ya por un tiempo, unos más, unos menos, se han dedicado no sólo al rescate y preservación de esta técnica sino a su utilización como un medio de expresión único. n
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unaFoto, unaHistoria
LA CAÍDA Foto y texto: M oisés P ablo
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ay instantes únicos y difícilmente repetibles. Son el oro molido que un fotoperiodista pue de esperar toda su vida profesional. A veces es difícil que ocurran, pero cuando suceden se trata de algo fugaz que, de ser captado con la cáma ra, alcanza un carácter completamente opuesto, si bien no eterno, sí más duradero. Si el presidente de una nación que atraviesa por al gunas dificultades se cae y estás ahí para registrarlo, y luego esa fotografía es publicada al día siguiente por la prensa nacional, descubres que algo hay en ti para ejercer esta profesión. A mí me pasó recién iniciaba como fotoperiodista en Cuartoscuro. Fue el 18 de diciembre de 2003, era un joven aspirante y todas las órdenes me parecían un descubrimiento, tierra nueva que conquistar con mi cámara. Germán Romero –quien coordinaba la agencia en ese tiempo– me dijo que me había acreditado para la posada decembrina en Los Pinos. En aquel entonces yo no solía cubrir la fuente de Presidencia, pues gene ralmente era asignada a los fotógrafos con más expe riencia. Aun así, sin dudarlo le dije: “¿A qué hora hay que estar?” Preparé mi cámara digital –una gloriosa Canon 10D– y me lancé. Entrar a la “casa de todos y todas”, como le decía Vicente Fox , era un ritual. Tenías que esperar más de una hora, aguantar hasta que la gente de prensa se dignara a darte un pegote, no sin antes verificar si esta bas en la lista. Hacías una fila, pasabas el arco detector de armas, te revisaban la mochila los elementos del hoy extinto Estado Mayor Presidencial, y volvías a hacer una fila hasta que por fin te conducían al lugar donde sería el evento. Esa noche era en La Hondonada, un sitio restringido para los mortales. En aquellos días, los Fox aún gozaban del capital político que les había dado haber sacado al pri del poder y querían llevar al “pueblo” a que conocieran lo que antes no les estaba permitido. 56
La pareja presidencial arribó. Martha Sahagún ves tía de negro y un abrigo rojo; su esposo, el señor Presidente, de pantalón gris y una chamarra de piel de color negro, tipo cazadora; obviamente, no podían faltar sus botas. Inmediatamente empezaron a organizar a los niños –todos traídos de colonias populares– para que le pegaran a la piñata; pasaron tres pequeños y luego con ese carácter de rancho con el que se describía el propio exmandatario, no se aguantó las ganas de darle él también.
De tres garrotazos, Fox rompió la piñata. Los niños se abalanzaron por los dulces, nada pudieron hacer los militares entrenados en Israel contra esa estampi da. Se le incrustaron entre las piernas, lo que le hizo perder el equilibrio. El extitular del Ejecutivo trató de no aplastar a los niños al caer. Entre risas, su esposa intentaba levantarlo. Por unos instantes me miró –al menos yo sentí eso– y fue cuan do, yo pienso, que cayó en cuenta de lo que ese ins tante significaría para él como mandatario una vez que la foto fuera publicada por los diarios.
Todos los seres humanos caemos, de una u otra manera, a veces de todas las formas posibles, es parte de nuestra naturaleza, pero en la política todo lo que se haga o no, la propia condición humana y, sobre to do, sus pueriles debilidades, son exponencialmente sujetas al desprestigio. Caer frente a los medios es una premonición, un mal augurio, el destino, la síntesis de la historia. En ese momento, yo le tomaba fotos con la ingenui dad de creer que ver caer a un mandatario era algo co tidiano, cosa natural de este oficio. n
La caída del entonces presidente Vicente Fox durante la posada celebrada en la residencia oficial de Los Pinos. Ciudad de México. Diciembre 18, 2003 © MOISÉS PABLO / CUARTOSCURO
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LasMejores En la comunidad de El Terrero, mujeres, jóvenes y niños han instalado barricadas al lado de la carretera con la leyenda “Grupos de Autodefensa”, para protegerse de las incursiones armadas que el Cártel Jalisco Nueva Generación realiza en la región de Tierra Caliente, según relatan. Estos grupos reprochan al gobierno que no les brinde seguridad y que cuando intentan defenderse se les envíe a la Guardia Nacional para desarmarlos. Buenavista Tomatlán, Michoacán. Enero 18, 2021. © JUAN JOSÉ ESTRADA SERAFÍN /CUARTOSCURO
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Mujeres de distintas colectivas feministas realizaron un “tendedero de acosadores” frente a las instalaciones de la Fiscalía General de Justicia (fgj). Durante la protesta realizaron pintas en exigencia a que se dé seguimiento a sus denuncias por abuso sexual y violencia. Ciudad de México. Enero 25, 2021. © ANDREA MURCIA /CUARTOSCURO
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Ante el alza de contagios de Covid-19 en la capital del país durante la temporada invernal, los ingresos de enfermos se mantuvieron constantes en el área de Urgencias del Hospital General Doctor Eduardo Liceaga. Ciudad de México. Diciembre 12, 2020. © ROGELIO MORALES /CUARTOSCURO
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LasMejores Página opuesta, abajo: Personal médico descansa un momento tras haber realizado traslados de pacientes con Covid-19 al Hospital General Rodolfo Antonio de Mucha Macías Venados. Ciudad de México. Diciembre 9, 2020. © GRACIEL A LÓPEZ /CUARTOSCURO
Personas se tienen que formar por varias horas para recargar sus tanques de oxígeno en una sucursal de la empresa Infra. Los usuarios señalan que tienen que llegar desde las 5:00 o 6:00 de la mañana para lograr abastecerse. Ciudad de México. Enero 17, 2021. © MOISÉS PABLO /CUARTOSCURO
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LasMejores Un hombre con síntomas de coronavirus recibe atención médica en la colonia Camino Verde. De acuerdo con la Cruz Roja, hasta diciembre del año pasado contaban con 13 ambulancias para atender los reportes de diversas emergencias; entonces recibían 150 llamadas diariamente, situación que obligó a personal médico a trabajar horas extras para poder cubrir la demanda. Tijuana, Baja California. Diciembre 25, 2020. © OMAR MARTÍNEZ /CUARTOSCURO
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