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DISCALCULIA
DISCALCULIA ¿Acaso pensarías al menos siete maneras de asesinar al indecente que enbroncó a Fabiola solo porque su perro fue moviendo la cola a saludarlo, por HELEN ÁGREDA WILES y los mandó a los dos derechitos al pipican, el único lugar donde es legal llevar al perro suelto? No creo que tú te cruces con Fabiola y la mires y No creo. Tampoco es que necesitara Fabiola de ti pienses que tenga 82 años. Si la vieras sentada en ni de nadie para defenderse, porque como ya le el banco rojo del pipican con una pierna cruzada dijo al bestia aquel: sobre la otra, y todo el cuerpo volcado encima de la pierna cruzada, al estilo del Drogas o del -Como le des una patada a mi perro- porque iba a Evaristo, no creo que te preguntaras por su edad. darle una patada a su perro- te mato. Igual soy una Y si, justo antes, desde la puerta del pipican, se te vieja. Pero te mato. hubiera aparecido Fabiola, la noche ya afincada, con sus pantalones de punto bobo, de muchas ¿Le creerías? ¿Le rayas y de muchos colores, y te hubiera gritado: hubieras creído? No creo. Pero tampoco -¿Podemos entrar? ¡Es macho y castrado! creo que Fabiola te creyera si, al No creo que pensaras que te fueras a enamorar contarte que ella de ella. A correr a por el móvil y contarles a tus está aquí por su mejores amigas lo de Fabiola. Lo de la cresta hermana y que a su hermana tienes que conocerla rizada y espesa que luego asemejarías a la selva de porque va todo el día por la calle en una silla de Irati en cenizas y luego al Torcal de Antequera. Lo ruedas eléctrica, tú le dijeras que no, que conoces del pitillo de liar ese que no suelta, y lo enciende al de la bici que va con un precioso perro viejo y lo requetenciende entre dos dedos recogidos en un remolque con un banderín, y también al en gancho que deben de oler a la cazoleta de una señor del sombrero de ala ancha que va con un pipa y a peta apagado porque ha sonado ya el chihuahua encima de un monopatín, pero que a timbre y hay que ir a clase. su hermana no la has visto nunca.
Quizá la segunda vez que la vieras sí hablarías con ella, pero la primera no creo. E incluso la segunda, no creo que te acercaras al banco rojo de Fabiola esperando que te dijera que ni ella ni su perro entienden mucho de la ciudad ni de cómo hay que comportarse en ella porque viven en el monte los dos. En la punta más alta de un monte, los dos.
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¿Acaso te apurarías, sonrojarías casi, al confesar que tú y tu perra vais al pipican todos los días? No creo que vuelvas a ver a Fabiola para que empiece a hablar otra vez del derecho a morir que tiene un perro cuando su sufrimiento es mayor que su disfrute, y luego termine apropiándose de ese derecho muy en primera persona.
No creo. Igual que no creo que os volváis a encontrar Fabiola y tú, en el pipicán, el 9 de octubre a las diez de una noche muy afincada. No lo creo.