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CONCHA TISFAIER
La histeria fue una enfermedad que se inventaron los hombres para encerrar a las mujeres que no se comportaban como ellos querían. Ahora ya no está muy bien visto usar esa palabra, que significa “útero” y que se decía la provocaban los viajes de dicho órgano por el resto del cuerpo. Anda que no me gustaría a mí a veces tener el útero en la boca para escupir coágulos menstruales cuando me toquen las narices. Ahora ya no se dice “histérica” para que nos comportemos como si no nos agredieran, ni nos discriminaran, ni nos humillaran. Ahora cada vez que nos hartamos del mansplainning o del ghosting o le decimos al padre de nuestras criaturas que se responsabilice un poco que queremos irnos a escalar tranquilas, nos llaman “intensas”. Hubo una pequeña fase de llamarnos “dramáticas”, pero duró poco. Ahora se nos quiere insultar degradando la intensidad. Pero luego quieren el sexo intenso, el café intenso, la sudadera de azul intenso, la sentadilla profunda e intensa. Ah, pero que nosotras no sintamos, y que si lo hacemos sea porque no estamos bien, que los condicionantes sociales y económicos creados por esta sociedad no tengan que ver. ¡No te quejes, intensa!, o te encierro o te empastillo. Que la queja no ha solucionado nada ya lo sabemos, pero da casi el mismo gustito que dio uno de los primeros tratamientos para la histeria: los orgasmos.
Existe el mito de que el vibrador se inventó porque a los médicos se les cansaba la mano al aplicar el tratamiento. Eso cuenta la película “Hysteria”, ligera de ver y sin mucho análisis, perfecta para un viernes a la tarde en los que la cabeza no te da para nada más que para un vino con Diazepam. Que el orgasmo relaja a hombres y mujeres ya es bien sabido a estas altura, que en la época victoriana las mujeres no tenían mucho acceso al placer, también. En una sociedad donde la masturbación femenina y el lesbianismo no se admitían y donde en los matrimonios heterosexuales no se priorizaba el bienestar ni sexual ni de ningún tipo de la mujer, tiene lógica que el acceso al orgasmo redujera el malestar de las mujeres que se lo podían permitir. Pero ya nos dimos cuenta entonces y ahora, que nuestro derecho al placer debe ser conquistado a la par que otros derechos sociales. La llamada “histeria” solo era la expresión del malestar frente a la opresión. Para aquellas que no se conformaban con el subidón de dopamina postorgasmo clínico (que ya me diréis lo que duraba en un entorno médico), existía el tratamiento del encierro. Que prefieres enfocarte en tu profesión a tener relaciones forzadas con tu marido para tener una descendencia que no quieres, ¡Pa’la casa de salud! Que se te ha ocurrido quejarte por trabajar más de 12 horas por la mitad del sueldo de un hombre que trabaja 10. ¡Anda, tira pa’la cárcel, histérica! Que le pides al maestro con el que te has enrollado que las esculturas que has hecho para él lleven tu nombre… ¡Mira qué psiquiátrico más bonito, Camille!
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No cumplir las obligaciones y opresiones por ser mujeres estaba mal, pero hacer pública tu oposición está peor, porque ¿y si lo contagias? ¿Y si de repente más mujeres se dan cuenta de que no quieren lo que tú no quieres? ¿Y si de histéricas pasamos a históricas? ¿Y si dejamos de preocuparnos por otra gente y nos preocupamos por nosotras? ¿Y si en lugar de sobre la histeria a mí el jefe mierdas opresor de esta revistilla me hubiera dejado hablar de lo que yo quería? ¿Qué tenía de malo hablar de Jane Austen? ¿Te molesta, oh, intelectual premiado por tus libros, que hable de una autora que nos regala finales felices? ¿Qué tiene de malo que yo hable del análisis de la economía inglesa que hacía la escritora victoriana? ¿Qué extraños traumas desvela en ti una novelista que sabía tasar tierras y dejar por escrito que la propiedad de estas siempre recaía en los varones? ¿Cómo te ofende a ti, maldito dictador, que yo escriba de una mujer atenta al mercado matrimonial de la época y las consecuencias del empobrecimiento de las mujeres en sus decisiones vitales? ¿Sobre qué explotaciones has construido tu imperio? ¿Por qué quieres callarnos a mí y a Jane Austen?
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