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DISCALCULIA
DISCALCULIA por HELEN ÁGREDA WILES
Si una cosa no puede ser reducida, reutilizada, reparada, reconstruida, reacondicionada, revendida, reciclada o compostada, entonces debería ser restringida, rediseñada, o eliminada de la producción. Eso dice el quiosco de la foto. Berti, ponme la foto un poco grande para que se entienda la letra, que no tengo yo el estatus necesario para que se piensen que me lo invento, como Pérez Reverte y sus señoras que le piden dinero o Pérez Reverte y su farfullo mursiano. Gracias, majo.
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Sin embargo… ¿No será por alguna razón que una bolsa de plástico dure en la tierra más que un libro? ¿O una colilla de cigarro más que mi perro? ¿O que un mechero permanezca aquí unos 105 años, como la Tía María pero sin artrosis? Igual nos hemos equivocado, como humanidad, eligiendo nuestra escala de valores sentimentales, y hemos engendrado un apego demasiado condicionado por nuestra propia fugacidad; y por eso, salvo alguna tortuga de extraordinaria longevidad, un par de secuoyas y todos los objetos astronómicos, amamos aquello que dura tan poco como las personas o menos. Por cierto, he leído que hay una almeja que vive 500 años, no sé por qué razón no suscitará grandes pasiones en el ser humano. Una almeja, ¿eh? 500 años.
El reciclaje es un motivo perfecto para valorar la permanencia de las cosas. Precisamente porque perduran, podemos darle un uso; muchas veces es un uso muy distinto al que tenían. Así puede una escobilla de váter transformarse en un set de tenedores, un matamoscas reciclarse como mordedor para bebés, o mi cepillo de dientes acabar siendo tu cepillo de dientes.
Las personas, sin embargo, no nos podemos reciclar. Algunas creen que podemos reencarnarnos, y bueno, puede ser, pero en cualquier caso, eso consistiría en un alma, un espíritu, transmigrando a un nuevo cuerpo. Quiero decir que la reencarnación en ningún caso radicaría en nuestra carne, grasa, músculos, pelo, uñas y vísceras trituradas con saliva, sangre y flujos, nuevamente moldeadas como parte de algo vivo —un pavo— o inerte —slime de ese para chiquillos—. Eso nunca pasaría. Por eso somos menos interesantes que una escobilla de váter.
Pero, ¿y si un día —que no es de descartar que sea anterior a la Santa Vacuna— sí que pudiéramos reciclar personas y transformarlas en objetos? ¿Cuáles serían, por ejemplo, los tres objetos más demandados?
Yo creo que el primero sería el teléfono móvil; de esa manera, integrándose la persona reciclada en lo que hoy en día es la prolongación de nuestra mano, dicha persona reciclada estaría siempre lo más cerca posible a una persona real, experimentando esa borrosidad de límites físicos que vemos ahora entre personas y móviles, pero desde el lado del aparato.
El segundo sería un libro que la persona reciclada no podría leer por encontrarse dentro, lo cual no le dejaría otra opción que reciclarse en uno de sus personajes. Una reencarnación literaria. Mejora eso.