Grimorio Año II N°9

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Grimorio

Año I I– Núm. 9 Febrero 2018

Viajes


VIAJES “De nuevo estoy de vuelta después de larga ausencia…”, canta la Luna Cautiva. Y, sí, acá estamos de regreso. Ha sido un viaje largo la pausa en la aparición de Grimorio. Un intervalo necesario, muchas veces pensado como definitivo porque aquello de crear un espacio para darse el gusto de escribir lo que nos gusta leer quizá estaba agotado. Otras veces este paréntesis no era más que una parada al costado para enfrentar, sin brújula, la encrucijada del camino a seguir. Pero ¿hacia dónde continuar? El espacio que alguna vez se imaginó ya está abierto, existe, se autoconstruye, se retroalimenta. Es por sí mismo. Inesperadamente (y por qué no decirlo, ha sido lo más satisfactorio), Grimorio se convirtió en un ámbito autoconvocante y autogestionable. Existe porque hay quienes sienten que tienen algo que decir, mostrar, la necesidad de escribirlo, de expresarse; de comunicar, en definitiva. Confiaron en que Grimorio era una posibilidad de hacerlo libre y generosamente. No hace falta ser afamado, graduado, experto o entendido en el área. Basta con tener la grandeza de querer compartir parte de sí mismo con el único motivo de hacer más agradable nuestro viaje humano. La invitación sigue hecha a todos los hombres y mujeres del mundo que quieran habitar este 1

Grimorio.


Y si alguna vez con estas páginas virtuales hemos logrado hacer más ameno el instante a alguien que viene de librar quién sabe qué contienda al otro lado de la pantalla, que eso pase, es mágico. Esa y no otra es la quintaesencia de este Grimorio que como aquellos compendios medievales de conjuros contiene las fórmulas cifradas de cambiar las cosas, al menos por un rato. Habiendo tanta realidad por transformar, tanto por decir, tantos intentando comunicar algo lindo, pues, acá estamos de vuelta con la sola intención de intentarlo de nuevo. Hemos recomenzado el viaje con el agradecimiento infinito a los que desinteresadamente comparten y se suman, los que llegarán cuando elijan hacerlo, los que deciden abrir un link y descubrir de qué se trata esto, al Universo que sigue conectándonos en Luz y nos entrega todo lo necesario para hacerlo concreto. Convencidos que algo todavía podemos cambiar para que nuestro viaje sea mejor,

vamos por más!

Vanesa Téllez Febrero 2018

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Índice Editorial

Viajes _________________________________________ 1

¿Recuerdas cuándo…? Viaje a través de los Andes. Vanesa Téllez _____________ 5

Un columnista, un invitado, un conocido Tienes que hacer tu propio viaje. Osho _______________ 12

En foco Viajar a los sueños o desde ellos. Carlos Campodónico___ 14 Australia. La aventura salvaje. Marcelo Luzi ___________ 21

Con todas las letras Juan Pablo Echagûe. Un viaje de tres mundo __________ 35 La Pericana . Juan Pablo Echagûe____________________ 41

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De lápices y de pinceles Canaletto. Una Venecia para los viajeros ______________ 48


Dirección editorial Vanesa Téllez Colaboran en esta entrega Carlos Campodónico Marcelo Luzi Fotografía de portada Marcelo Luzi Todos los derechos sobre la misma pertenecen a su autor

Editada en San Juan - Argentina

Grimorio es una publicación cultural mensual de carácter gratuito. Los colaboradores son responsables de sus opiniones y de los contenidos de sus aportaciones, conservando los derechos de autor sobre los mismos. Los contenidos de autor se encuentran referenciados.

Contacto: revistagrimorio2016@gmail.com https://www.facebook.com/Grimorio-Revista-Cultural-1795980500634211/?fref=ts

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? Viaje a través de los Andes

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Investigación histórica y texto: Vanesa Téllez 5

rancis Ignacio Rickard era un militar e ingeniero inglés radicado en Chile y acostumbrado a la vida “a la inglesa” de Valparaíso. Sarmiento lo conoció allí y cuando asumió la gobernación de San Juan lo convocó para que trabajara con él en el desarrollo de la minería en la provincia y le ofreció el cargo de Inspector de Minas. Aceptó e inmediatamente inició su viaje el 23 de abril de 1862 a través de los Andes


El frío intenso y las tormentas de nieve acompañaron su travesía por el Puente del Inca, Uspallata y Villavicencio, para llegar a la Ciudad de Mendoza devastada por el terremoto del año anterior. A los pocos días de llegar a San Juan marchó a reconocer los incipientes establecimientos de Calingasta y explorar luego la mina de La Huerta.

Conmovido por el potencial mineral y las posibilidades de explotación, viajó a Buenos Aires en busca de capitales, cruzando la pampa desolada por San Luis y Río Cuarto hasta Rosario. De allí bajó por barco a la gran Capital, donde fue recibido por el presidente Mitre. Más tarde partió hacia Europa a fin de equipar empresas futuras en el que llamaba su "país de adopción". Las viviencias de este súbdito de la reina Victoria, dejaron de ser un ameno relato para convertirse en un libro que publicó en Londres, en 1863 bajo el título de A Mining Journey across the great Andes (Un viaje minero a través de los grandes Andes) y que siglo y medio después es el más valioso testimonio sobre la geografía, las costumbres, los recursos y las expectativas en las travesías por la Cordillera. 6


Comenzó su travesía en Valparaíso el 23 de abril de 1862, ciudad puerto que describe con nostalgia en tanto, dice, fue un lugar en el que él pudo desarrollar sus actividades recreativas de costumbres británicas: cacería de zorros, tiro, navegación, cricket, carreras de caballos, la compañía de los amigos y, enfatiza que sólo después valoró totalmente las bondades y ventajas de vida civilizada. Una vez descendido del tren, la trayectoria le llevó a cruzar la cordillera de Los Andes desde Santa Rosa de los Andes hasta Uspallata. Después de inspeccionar los animales y satisfacerse de la resistencia de las mulas sudamericanas, dio la orden de marcha. De este tramo hace una descripción de la producción local y otras localidades, como La Calera, San Felipe y la cuenca del río Aconcagua. Siguiendo el curso del río Aconcagua, ascendiendo gradualmente apareció la primera “casucha” o choza de refugio para tormentas de nieve, hechas de ladrillos y piedras, años antes dotadas de puerta, leña y provisiones.

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Al acercarse a la cima de los Andes, la tormenta se levantó con furia. Desmontados, con la nieve a la rodilla y las mulas desbarrancándose lograron superar las inclemencias.

“Lamento poder dar testimonio de la indiferencia con la que contemplan los sudamericanos en general el cumplimiento de su palabra en lo que concierne al tiempo; de hecho, no tienen idea del valor del tiempo, por lo cual rara vez o nunca son puntuales con sus compromisos. Es así como a uno le pueden prometer con la mayor buena fe que cierto día cierto trabajo estará concluido, o cierto trámite hecho; pues bien, uno siempre puede estar seguro de que pasarán varios días (qué digo días: semanas en algunos casos) de la fecha fijada antes que se obtenga el cumplimiento de la promesa…” *


Hacia las dos de la tarde llegaron a Puente del Inca y sus celebradas aguas termales, pero la ceguera producto del reflejo del sol en la nieve lo trajo muy afectado.

“A la siete llegamos a un sitio llamado Villavicencio, que consiste en dos chozas, en las que viven los cuidadores de la propiedad. Un poco más allá de ese puesto es necesario llenar las cantimploras, pues ya no vuelve a encontrarse agua hasta llegar a Mendoza…” *

La curiosidad de ver las ruinas de Mendoza lo hizo ir hacia esa ciudad primero y después seguir en diligencia a San Juan. Allí pasó horas recorriendo los escombros. En muchas partes era la misma exhibición: cráneos, piernas y brazos. Al acercarse al templo de Santo Domingo pudo ver todavía partes de cuerpos asomados bajo la mampostería. Desde el techo del teatro obtuvo con su cámara tres tomas que sumó a su álbum de paisajes sudamericanos.

Durante el viaje y todas sus expediciones en Argentina, lo siguió su fiel perro Grouse, un hermoso cachorro setter negro, en el que tuvo el más útil compañero. En su viaje a través de los grandes Andes, la mascota escoltó a la mula del inglés al extremo de lastimarse la planta de las patas con la grava afilada. Rickard, antes de salir hacia la cumbre le hizo coser una especie de “zapatos” de cuero con los cuales partió a la carrera. Recuerda sus lloriqueos de miedo y de frío, agazapado contra sus

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rodillas durante la tormenta de nieve como también su paso por Puente del Inca brincando y revolcándose en más de un metro de nieve, sin el mínimo signo de cansancio.

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l viaje de Mendoza a San Juan ocupaba unos dos días y medio, y estaba jalonado por cuatro postas habitadas y dos deshabitadas. El cuerno del cochero anunció su llegada a San Juan, un arribo poco auspicioso, pues, en la plaza mayor frente al gobernador Sarmiento un pelotón fusilaba a un desdichado. Se acomodó en el Hôtel de France vereda mediante la plaza y una vez que tomó toda la información necesaria decidió iniciar su gira de inspección desde el Tontal.

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“A aquellos que no saben qué hacer con su tiempo y su dinero, y quieren disfrutar de un «viaje a alguna parte», yo les recomendaría un viaje a Buenos Aires, vía Brasil (…) Si el turista desea extender su viaje y volver por una ruta diferente, yo le recomendaría firmemente que galope a través de la pampa salvaje a Mendoza, y visite esa interesante pila de ruinas. Si desea ir hasta San Juan, y a nuestros distritos mineros, el autor tendrá el mayor placer en conocerlo e invitarlo a una buena casería de avestruces, o quizá de guanacos; sin por ello garantizar la seguridad del cuello del jinete. Tras lo cual seguramente querrá cruzar la Cordillera de los Andes, y visitar Chile; allí podrá tomar el vapor del Pacífico (…) al llegar de vuelta a la vieja Inglaterra, no tendrá nada que lamentar y sabrá un par de cosas más …” * *RICHARD, F. Ignacio, Viaje a través de los Andes. Emecé, Buenos Aires, 1999


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rancis Ignatius Rickard, había nacido en 1836 en Inglaterra, en una prominente familia irlandesa del Condado de Dublín. Muy joven tuvo destacada actuación como militar en la India. Fue miembro de la sociedad científica más antigua del Reino Unido y una de las más antiguas de Europa, la Real Sociedad de Geografía y Geología de Inglaterra; miembro correspondiente de la Sociedad Antropológica de su país. Además se sabe que habría sido miembro de la Institution of Civil Engineers, por una participación en su sesión de 1870. Cuando viajó a América, a radicarse en Chile, era ya un reconocido ingeniero en minas. En Argentina, estuvo al servicio del gobierno provincial, primero, y luego nacional designado como Inspector General de Minas. Luego de su estadía en Londres en busca de capitales que favorecieran el desarrollo minero argentino, fue convocado por la importante sociedad de bancos J. Thomson, T. Bonar & Cía., para evaluar la factibilidad de instalar un pueblo al Oeste del río San Javier en Santa Fe, la que sería “Alexandra Colony”. Contrajo matrimonio con Juliet Heurtley, hermana de uno de los fundadores de la colonia, y de

esta corta unión nació su único hijo, Julien. Tras divorciarse se casó en la primavera de 1878, en Londres, con Marie Louise Christine Godoy, princesa de Bassano. Lamentablemente fueron sólo dos años felices y enviudó. Nuevamente, “ese espíritu vagabundo de Rickard”, como decía el joven colonizador Andrés Weguelin lo llevó a buscar otros destinos, y se alistó como pioneros a Rhodesia (Zimbabwe), cuando Cecil John Rhodes recibió el privilegio del gobierno británico para crear la British South África Company. Visitó reiteradamente Estados Unidos y formó una lucrativa asociación de patentes con Cromwell Varley, W. Thomson y Fleeming Jenkin, que terminarían monopolizando la instalación de los cables telegráficos trasoceánicos. Como a todo caminante que en algún momento se detiene su andar, Rickard regresó a Inglaterra y en la Isla de Wight, al sur de Inglaterra, en el mismo sitio a mitad del Canal de la Mancha donde muriera la reina Victoria, falleció en setiembre de 1906, a los setenta años.

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Un columnista, un invitado, un conocido

A nuestro columnista Juan Ignacio Giménez “Juani”, la siempre invitada Themis Lima y al pequeñín

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Levi que pronto será nuestro gran conocido, desde Grimorio toda la Luz en vuestro viaje hacia el propio destino, esperamos pronto tenerlos con nosotros sumando todo lo que saben dar


Tienes que hacer tu propio viaje Tienes que hacer tu propio viaje. Estás helado; lo sé. Eres desgraciado; lo sé. La vida es dura; también lo sé. Y no tengo ningún consuelo para ti, ni creo que yo pueda consolarte, porque todo consuelo se convierte en un aplazamiento... No se puede rehuir la realidad. Teorizar tampoco sirve de ayuda. Olvídate de las teorías y presta atención a los hechos. ¿Te sientes deprimido? Tienes que indagar en la depresión. ¿Estás enfadado? Tienes que indagar en ese enfado. ¿Sientes deseos sexuales? Pues olvídate de lo que digan los demás; indaga en tu interior. Es tu vida y tienes que vivirla. No pidas nada prestado, no aceptes nada de segunda mano. Dios ama a las personas de primera mano. No parece que le gusten las copias. Sé una persona original, individual, sé tú mismo e indaga en tus problemas. Y sólo puedo decirte una cosa: que en tu problema está oculta la solución. El problema es simplemente una semilla. Si profundizas en él, brotará la solución. Tu ignorancia es la semilla. Si

profundizas en ella, florecerá el conocimiento. El problema consiste en el frío que sientes, en los escalofríos. Adéntrate en ellos, y surgirá el calor. En realidad te lo dan todo: la pregunta y la respuesta, el problema y la solución, la ignorancia y el conocimiento. Sólo tienes que mirar en tu interior.

Osho, El libro del ego http://osho-maestro.blogspot.com/

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FOCO

Creo que los viajes en la vida de las personas se centran en el disfrute, en el ocio, el descanso y la suerte. Muchos escritores famosos describieron sus viajes a su manera. Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni, Daniel Defoe, Italo Calvino, Julio Verne, Emilio Salgari, Saint Exhupery, entre otros, siempre tocaron el corazón del lector, quien se sumergía en esos viajes imaginarios y reales que cada autor nos regalaba. 14


Nada era tan fĂĄcil como viajar a los sueĂąos o desde ellos, nada tan difĂ­cil como hacerlos realidad.

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Los viajes para mí desde mi infancia fueron aventuras, fueron sueños reales, fueron alegrías y descubrimientos. 17


Desde San Juan hacia Entre Ríos, cada verano era una aventura. Era vivir una aventura de ilusiones, una aventura de sorpresas...desde los atardeceres indescriptibles hasta las tormentas y tornados a mitad del camino... deseando llegar al río Paraná para cruzar en balsa ese imponente río hasta que construyeron el famoso túnel. Túnel de asombro una vez que crecimos. Esas cosas maravillosas de la ingeniería y arquitectura que permiten atravesar de una provincia a otra por debajo del río mediante un túnel ¡Sí, un túnel!

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Cuántas veces me he preguntado como hizo Urquiza para cruzar el Paraná y el Uruguay, como hizo Sarmiento para cruzarlos también, Mitre, los correos y carretas para llegar río arriba. Los viajes siempre fueron alegrías. No se olvida ese aroma a lluvia, los truenos, el guarecerse debajo de un tinglado para protegerse de los vientos o tornados, detenerse en algún arroyo cordobés a pescar o refrescarse.

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Todo era ilusión, todo era recuerdo, todo era alegría. Hoy todos esos viajes son mis viajes. El resto queda en mi interior y es sólo mío. Mis paisajes, mis ríos, mis montañas, mis cielos e ilusiones.

Texto y fotografías: Carlos Campodónico

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EN

FOCO

Australia La aventura salvaje

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a había visitado Japón en julio en pleno verano, y la idea de ir de vacaciones en enero al hemisferio norte a un clima frío nunca fue una chance. Esta vez investigué, como siempre lo hago antes de un viaje, y la elección recayó sobre la costa este australiana, Sydney, Gold Coast y Brisbane.

Sydney si bien es moderna, mantiene la esencia de su patrimonio histórico muy vigente. La población es deliberadamente una mixtura de razas y la inmigración en especial la asiática es evidente. 21

La Sydney Opera House es el símbolo distintivo que define la imagen de la ciudad, es su marca indeleble. Realicé un tour interno junto a españoles, colombianos y una argentina, por momentos sentí envidia del guía, por su labor en este lugar emblemático, luego cuando dijo que tenía varios tours más esperando y su voz comenzó a languidecer, el sentimiento pasó. Sin duda una tarea agotadora. La Opera de Sydney tanto en el exterior como en su interior tiene un diseño exquisito, su techo contiene pequeñas piezas de cerámica cortadas de formas muy precisas, se trata de una obra de arte en sí misma. Tuvimos la oportunidad de presenciar un ensayo y la acústica es de excelencia.


En los alrededores de la Ă“pera siempre hay gente obteniendo instantĂĄneas de momentos imborrables y personas compartiendo en la confiterĂ­as con vista al Harbour Bridge. 22


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Los ferrys que salen de Circular Quay pasan por allí, rodean la Opera House y representan una oportunidad única para verla desde diferentes ángulos. Sydney es gayfriendly, la bandera del arco iris no sólo se encuentra en los negocios de la calle Oxford y en Taylor Square, sino también en cada playa y otros edificios públicos.

En la ciudad y caminado por el barrio chino en Sydney, uno tiene el privilegio de toparse con el edificio “Dr. Chau Chak Wing (conocido como “bolsa de papel marrón”), que es la única obra en Australia del gran Frank Ghery, recomiendo verlo desde todos los ángulos posibles para apreciar su magnitud y diseño de vanguardia.

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aminé sobre este puente sin protector solar porque el día había iniciado con lluvia, pero el sol en Australia siempre aparece y es tan sorpresivo como intenso, por eso si va a Australia, lleve más de un muy buen protector solar factor 50 o superior pero no menor, su piel se lo agradecerá.

En la zona de Darling Harbour, hay que recorrer los negocios, llegar hasta el International Convention Centre y conocer su terraza desde donde la vista es suprema. Desde allí se puede ir al Hard Rock Café y diferentes restaurantes y locales para degustar platos sobre todo en base a pescado, pero hay para todos los paladares. Para pasar al otro lado y llegar al Acuario hay que atravesar el Pyrmont Bridge y del otro lado también hay una infinidad de locales cuyo personal muy afable ofrecen desayunos, almuerzos o cenas. 29


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Transitar por las calles de Sydney, en el centro o bien por las cercanías de las principales playas es un desafío para la vista, murales por doquier harán las delicias del transeúnte. Recomiendo parar unos minutos y admirarlos.

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Las playas en Sydney merecen toda la atención, son inolvidables, del otro lado de la bahía se encuentra Manly Beach, hay que llegar en ferry desde Circular Quay, y durante el trayecto se puede apreciar toda la actividad náutica que se desarrolla diariamente, motos acuáticas, veleros e impresionantes yates. En una de las zonas más bellas, la Balmoral Beach, obtuve una foto con niños y adultos disfrutando de un día nublado, un bote con vegetación sobre la arena y grandes árboles, que resultó ser una de mis instantáneas preferidas de Australia y bien podría ser un cuadro de Camille Corot, todo en esa escena de verano australiano se vuelve simple e idílico.

Texto y fotografías: Marcelo Luzi

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Marcelo Luzi Viajero incansable a esos lugares que a los occidentales nos encanta llamar “exóticos” pero que para la Naturaleza no son más que la muestra de su riqueza y su diversidad. En esta entrega compartimos sólo parte de la experiencia de viaje de Marcelo a Australia, en las venideras nos complaceremos con algunas otras . Odontólogo, trabaja en la Universidad Nacional de San Juan, y además se interesa por las artes visuales, la arquitectura y el diseño. Disfruta de los animales y las actividades acuáticas, en general. Sus amigos lo definen por su gusto estético exquisito y desde Grimorio por la generosidad de compartir sus fotos y sus vivencias. ¡Bienvenido!

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Había nacido junto a la Cordillera, en la provincia de San Juan, y de ella había mamado en el hogar de la infancia, el cosmos supersticioso que crece subordinado a la impotencia frente al macizo andino pero también había alimentado sus primeras letras junto a su padre poeta y legionario de Lavalle. Ese fue su primer mundo, el de la pequeña aldea de adobe, de casas bajas, de amplios patios y azahares en flor. Luego, enraizaría su alma en la Perla del Plata y bebería de la propia fuente del refinamiento cultural, París, en el mundo de la Belle Époque.

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Juan Pablo Echagüe Un viaje de tres mundos

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ra hijo del periodista, Pedro Echagüe y de Epifania de la Barrera. Nació en la ciudad de San Juan 1875, registrándose su bautismo el día 16 de noviembre, a los 4 meses. Contrajo matrimonio con Dolores Naón Peralta, en 1918. Cuenta la tradición oral local, de boca de algunos memoriosos que el tiempo se fue llevando, que en aquel último viaje de Domingo F. Sarmiento a su provincia, aquel cuando se detuvo a felicitar a las maestras pocitanas por su labor, el mismo cuando su índice certero marcó el lugar para su monumento en la Plaza. En esa concluyente visita los escolares de San Juan le brindaron el homenaje meritorio.

Se reunieron en la Escuela de Varones (ubicada en el actual sitio ocupado por la escuela “Antonio Torres”, en la ciudad de San Juan) y de allí en risueña caravana fueron afinando canciones hasta llegar a la casa natal del ex Presidente. En la puerta los esperaba un Sarmiento viejo, achacado y lloroso que poco tenía que ver con el toro bravo que había crecido en la mente de esos niños. De entre toda la infantil multitud uno impecable y mejor peinado que el resto se adelantó para con su pequeña voz cantarina recitara una loa compuesta especialmente para ese momento. Era un Juan Pablo Echagüe de nueve años. El niño no había sido seleccionado al azar, pues su padre había dirigido El Zonda, el diario de Sarmiento, era amigo de toda la vida y un gran poeta que escribió los versos precisos para el lucimiento de su hijo. El niño, por su parte, no aminoró su elocuencia y sus dotes de orador que conmovió al Gran Maestro hasta las lágrimas.

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Cuando se hizo cargo de la sección de comentarios teatrales del diario El País, comenzó a hacer popular su seudónimo Jean Paul. Esa modificación afrancesada de su propio nombre y que sentía tan propia surgió cuando asistía a Primer Año en el Colegio Nacional de San Juan y debía cursar clases de francés. Conocido era que el profesor de la materia parsimoniosamente año a año pedía a sus alumnos sus nombres para tomar lista, entonces, por anticipado el jovencito Echagüe averiguó como se decía su nombre en ese idioma y al momento de ser interrogado, enfáticamente pronunció Jean Paul. No fue menor la sorpresa del docente aunque más prolongadas las burlas de sus compañeros que desde ese momento lo llamaron a la francesa, Jean Paul.

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unto a su padre pasó mucho tiempo en la redacción del diario El Zonda hasta que se instaló en Buenos Aires con intenciones de continuar la carrera militar. Pronto la abandonó e ingresó al diario El Argentino, donde se le confió la crítica teatral. Allí, su seudónimo de Jean Paul llegó a popularizarse y a cotizarse espiritualmente. Los lectores se dejaban guiar por sus certeros y severos juicios, de estilo enérgico y acerada ironía, que eran esperados al día siguiente de los estrenos. Luego pasó a El País, junto a los prestigiosos periodistas Paul Groussac, Francisco Grandmontagne, Ricardo Rojas, Monteavaro, Duhau, Ingenieros, Becher y otros reconocidos escritores. Sus crónicas teatrales en El País, y más tarde en La Nación, serían recogidas luego en volúmenes tales como Prosa de combate, Un teatro en formación o Una época del teatro argentino. Sus críticas también aparecen como colaboraciones en El Diario, La Razón y en la popular revista Caras y Caretas. Pero es en La Nación donde se publican sus críticas de teatro más famosas, entre 1912 y 1918. La Primera Guerra Mundial, al interrumpir bruscamente la labor de autores y actores extranjeros, dejó casi huérfano de espectáculos a Buenos Aires acostumbrado a albergar lo mejor del teatro francés, español e italiano. Así nació el teatro nacional con empuje y no es exagerado decir que Juan Pablo Echagüe fue el crítico más autorizado de esa época en mérito a la destreza en la composición, el orden, en el desarrollo y la dignidad en los temas de nuestro teatro.


http://www.lanueva.com/domingo-impresa/813579/la-buenos-aires-del-centenario.html

La Buenos Aires en la que se instaló Juan Pablo Echagüe coincidió con la Buenos Aires del Centenario. Como afirma el historiador Ricardo de Titto en Mayo de 1910, Buenos Aires -y el país- vive su esplendor. El centenario de la Revolución de Mayo “cae” en un momento en el que la clase dirigente argentina goza de una situación excepcional. Tres décadas de crecimiento económico y desarrollo –sobre todo agropecuario- coronan un momento histórico: el país se exhibe rico, poderoso, cosmopolita. A Buenos Aires se la endiosa como la nueva “capital del Sur”; en sus calles se cruzan idiomas, dialectos y giros de un modo casi único en el mundo: hacia 1914, los extranjeros constituyen una tercera parte de los 8 millones de habitantes censados. La ciudad, que en cuanto a tamaño es la quinta más grande de Occidente (después de Londres, Nueva York, Chicago y Berlín), se precia de estar entre las más modernas del mundo. Sin embargo, las autoridades municipales se proponen embellecerla aún más. Disponen la construcción de gran cantidad de plazas y parques (de los Patricios, Chacabuco y Centenario), ornados por estatuas y monumentos que se encargan a artistas nacionales y extranjeros; entre ellos, el de los Dos Congresos (por la Asamblea de 1813 y el Congreso de Tucumán) y la fuente de Las Nereidas -llena

de desnudos realistas- con la que Lola Mora escandaliza a la pacata sociedad porteña. Es, además, una ciudad culta: sus diarios y revistas son envidia de toda América, sus teatros líricos presentan programas que atraen a lo mejor de la operística mundial, su música local en ciernes, el tango, perfila modismos que la distinguen, sus luminarias en las calles sólo se parangonan con las de Nueva York: Buenos Aires es más “ciudad luz” que la misma París.

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Echagüe se hizo conocido en Argentina y en el extranjero, particularmente en Hispanoamérica. Pero París fue en cierta forma, su segunda patria, viajó varias veces a Europa, donde acrecentó su cultura de autodidacta y allí recibió honores, como la de Oficial de la Legión de Honor de Francia que alentaron su labor literaria.

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Le tocó en suerte ser testigo de ese período de poco más de treinta años llamado Belle Époque, expresión que se relaciona con un estado de ánimo que se manifiesta en algún momento en la vida. París fue el epicentro del mundo, la capital del mundo civilizado y del progreso. El francés era un signo de refinamiento. La ciudad de la luz con sus cafés-conciertos, operetas, librerías, teatros, bulevares y talleres de alta costura, fue el centro de la cultura mundial. La cultura bohemia inmortalizada en las páginas de la novela de Henri Murger Escenas de la vie de Bohème (1848) era una referencia a la vida intelectual de Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Zola, Balzac y Anatole France. En la Belle Époque hubo varios cambios en el mundo del arte, permitiendo a los teatros, cines y exposiciones de pinturas, entrar en la vida cotidiana de las personas, dando lugar a la aparición de la cultura de la diversión.

Esta cultura de la burguesía obtuvo estatus social a través de los cabarets, donde era posible encontrar la fusión de elementos de la cultura aristocrática con elementos de las clases menos favorecidas. La industria del entretenimiento se hizo posible gracias al desarrollo de la electricidad y la reducción de la carga de trabajo, permitiendo a los trabajadores tiempo libre para el ocio. Los parques y los cines se convirtieron en entretenimiento de masas, porque la entrada era barata y estas diversiones causaron una momentánea separación de la realidad cotidiana de las personas. La fotografía, el cine, la radio, el arte, la música y la pintura, dio lugar a un clima pro-picio para el desarrollo de la belleza. Los parisi-nos comenzaron a disfrutar de la noche, ir a espectáculos, music hall y el circo. El progreso de la ciencia médica y química condujo a un aumento en la esperanza de vida. El desarrollo económico cambió realmente la forma de vida.

Desde entonces, las clases sociales se mezclaron en los mismos lugares de entretenimiento y pintores y músicos grabaron su nombre en la capital francesa, centro de una verdadera efervescencia cultural.


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a personalidad de Echagüe se articuló entre París, Buenos Aires y San Juan, entre la visión del filósofo y la del crítico.

Exaltó su tierra natal en libros como Paisajes y figuras de San Juan; Por donde corre el Zonda, Tierra de huarpes.

Fue un hombre de una gran cultura, de fino gusto y de un talento ecléctico, lo que le permitió también mostrar sus valiosas cualidades al momento de evocar y narrar, escribió valiosos relatos y novelas que fueron premiadas. Su obra es plural, allí se mezcla la crítica, la historia y la imaginación.

Sus dos novelas principales son Hechizo en la montaña y La tierra del hambre. En esta oportunidad compartiremos uno de sus escritos más recordados: La Pericana

Como escritor, habla de su tierra, tiene el encanto de la novela y la emoción del drama. Páginas deslumbrantes de luz. Prosa rica y precisa con pinceladas de genio. Visiones profundas que hacen sentir la presencia espiritual del fantasma de la montaña. Sin aludir a seres reales o imaginarios, sino al encanto simbólico que respiran los valles y cumbres. . 40


La Pericana ¡La siesta!... Era el terror de nuestras familias. Nos encerraban y saltábamos por la ventana o forzábamos la puerta. Nos reprendía la palabra cariñosa de la madre o la severa y breve amonestación del padre, nos vigilaban, nos suplicaban… ¡Inútil! Cuando el pueblo entero se adormecía postrado por el vaho quemante de la siesta; cuando de entre el ramaje de los árboles salía el ríspido cantar de las chicharras, único ruido que turbaba la calma desfallecida de la tarde; cuando las víboras y los lagartos abandonaban sus madrigueras para ir a regodearse sobre el reseco polvo de los caminos, nosotros, burlando prohibiciones y cárceles, ganábamos los viñedos reverberantes de sol. Un cañaveral divisorio de las quintas adyacentes servían de punto de reunión. E íbamos llegando por turno: la Tijereta, chiquilla de doce años, hija del próximo chacarero, montaráz criatura, crecida como animal silvestre entre los yuyos, capitana de la banda y baqueana incomparable de cuanto intrincado vericueto escondían los carrizales y las marañas de las cercanías; Felipe, avispado, galopín, lector de “Robinson”1 y las “Mil y Una Noches”2, cuyos 1

Robinson: Robinson Crusoe, novela inglesa escrita por Daniel Defoe (1660-1731); basada en la historia real de un náufrago que logra sobrevivir en una isla desierta. 2 Las mil y una noches: título de una famosa colección de cuentos en lengua árabe, cuyo primitivo núcleo se conocía ya en el siglo IX. Sus partes más valiosas son algunas brillantes anotaciones realístico-psicológicas, así como las descripciones de ambientes y tipos del mundo musulmán de la Edad Media

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cuentos nos relataba; Enrique, Alberto, Eduardo… hasta media docena de forajidos de dos lustros más o menos de edad, que, durante nuestras vandálicas correrías, solíamos entretenernos en devastar los circunvecinos fundos. La Tijereta nos dominaba. Era ella la que nos obligaba a ser puntuales a la diaria cita. Aquella selvática muchachuela ejercía sobre nosotros esa especie de fascinación con que arrastran a sus tropas los grandes capitanes. La admirabamos y la temíamos. Nadie como ella trepaba a un árbol, escalaba una barranca o acertaba una pedrada a treinta metros de distancia. Nadie sabía tampoco castigarnos con más eficacia. Ni las súplicas de nuestras madres, ni las reprimendas de nuestros padres, ni los encierros, ni las amenazas, ni los pescozones, alcanzaban el terrible efecto punitorio de esta sola palabra con la cual la Tijereta fulminaba al desertor de un día cuando se reincorporaba a la caterva: ¡Mariquita! Desde que alguno de nosotros había recibido el formidable calificativo, quedaba estigmatizado por una semana. No se le hablaba, no se le señalaba puesto en los asaltos a chacras y parrales, no se le participaba del botín. Si llegaba a clavarse una espina o a herirse entre las zarzas, la Tijereta lo abandonaba a su suerte,

sin ir, como otras veces, a curarlo. Si se extraviaba, debía buscar por sí mismo el buen camino; si el cansancio lo rendía, nadie lo auxiliaba. ¡“Mariquita”! Palabra de honor, era espantoso… Sólo una acción heroica inmediata podía rehabilitar al penado. Para congraciarse con nuestra tirana implacable tuve yo cierta vez que abatir de un hondazo el pavo real de una vecina. ¡Y cómo rió la Tijereta! Premió mi hazaña con un puñado de ciruelas exquisitas que ella en persona se encaramó a tomar del árbol.

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¡Oh, nuestras infantiles excursiones a través de los vastos viñedos sanjuaninos! Bajo un sol llameante, que enardecía la atmósfera y achicharraba la tierra, saltando tapias, tramontando cercos, la Tijereta guiaba por sus senderos misteriosos su escuadrón de pilluelos, y eran aquellos largos vagabundajes entre cepas y pastizales a caza de pájaros y nidos; eran rudas tareas por construir con cañas y malezas, en cualquier perdido rincón de la ancha viña, un rancho liliputiense donde descansaríamos por grupos, confortándonos con uvas de la cercana planta y sandías de la quinta

próxima; eran horas de charlas y de ensueños, cuando Felipe nos contaba la historia de Robinson o Alí Baba3, que nosotros escuchábamos boquiabiertos, mientras la Tijereta atendía gravemente aquellos inauditos relatos, incomprensibles para su oscura inteligencia de pequeña salvaje. Luego, al caer la tarde, destrozados los trajes, el rostro encendido, llenas de arañazos las manos, extenuados, temiendo la represión segura, regresábamos a nuestras casa. La Tijereta marchaba el frente del pelotón, siempre la primera para vadear el arroyo y trasponer las vallas, la primera siempre en despejar la ruta y orientar el rumbo. En el cañaveral de donde partiéramos, nuestra capitana nos despedía brevemente: -Hasta mañana… ¡Ah!, y no falten, ¿eh? ¿Faltar? La tremenda palabra cruzaba por nuestra memoria: ¡Mariquita! No, con seguridad, no faltaríamos…

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3 Alí Babá3: uno de los más conocidos cuentos de las Mil y una noches.


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scuchábamos a Felipe aquella siesta. A la sombra de una bóveda de pámpanos frondosos agobiados de racimos, recostados sobre el pasto húmedo y mutilado, oíamos el cuento de Felipe. Era una historia aterradora… Figuraba en ella ogros y gigantes, genios y dragones. Por eso la atendíamos absortos, mientras el sol rutilaba sobre la verdegueante viña. Allí cerca, un pajarito piaba tenaz y chillón en una cepa.

… “Los principitos se hallaban solos cuando se les apareció el horrible monstruo con cuerpo de gigante, cara de león y largos dientes que relucían en su inmensa boca abierta. Echaba fuego por sus ojos, empuñaba en la diestra un gran cuchillo…”

…”Y entonces el monstruo – decía Felipe- penetró hasta el castillo, donde estaban los dos principitos, para devorárselos…” Alberto interrumpió. Él había oído a su mamá que un ser prodigioso, asesino y ladrón de niños, la

Pericana,

moraba en los viñedos y andaba ahora rondando la comarca. Hubo una pausa. Nos miramos sobresaltados… en la vecina cepa, el pajarillo seguía piando burlón y provocativo. Era aquel ruido el único que interrumpía la pesa da calma circundante. Felipe prosiguió:

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l orador nos fascinaba. Latían con violencia nuestros corazones y comenzábamos a sentir miedo. De pronto, ordenó la Tijereta: - Alberto, andá, espantá ese pájaro… El aludido avanzó hasta la puerta de la rústica glorieta. Pero no alcanzó a salir. Pálido, tembloroso, castañeteándole los dientes, se volvió y señalando hacia afuera prorrumpió con angustiosos alaridos:

¡La Pericana! ¡La Pericana! Allá, como a cincuenta pasos de distancia, vimos ¡sí, vimos!, entre las verdes parras, una silueta negra, altísima de rostro ensangrentado, roja barba y saltados ojazos amarillos. Avanzaba despacio, despacio, muequeando espantosamente. Fue un desbande, una derrota, una fuga de pánico y demencia. Arrastrándonos, arañándonos, enceguecidos, desesperados, nos lanzamos afuera y echamos a correr. No supe hasta des-


pués qué hicieron mis compañeros. Yo corrí… corrí… las espinas desagarraban mis ropas, los cactos se clavaban en mis pies. Yo corría… corría… me llevaba por delante matas bravas erizadas de púas, penetraba como una bala de cañón en los compactos cañaverales, saltaba de un solo impulso los arroyos, escalaba tapias, horadaba cercos… y por último, jadeante, enloquecido, dando gritos de angustia y de socorro, fui a caer medio muerto entre los brazos cariñosos de mi madre. Estuve enfermo en cama. Una intensa fiebre se apoderó de mí. Durante mis delirios veía docenas de enlutadas pericanas que danzaban furiosas rondas en torno a mi lecho y oía sin cesar el pío pío irónico de un invisible pajarillo.

Cuando hube sanado, busqué a la Tijereta. -¿Sabes? – me dijo -. Era el peón de cuidar la viña… Caminaba con zancos, se había envuelto en una capa y llevaba puesta una careta de carnaval. - ¿Cómo?... Pero, ¿y la Pericana? – pregunté. - ¡La Pericana!...¡Salí diaí!4… ¡Mariquita!... Casi volví a enfermarme de vergüenza.

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Salí diaí: expresión popular apocopada, en lugar de salí (sal) de ahí.

http://literatureando9.blogspot.com.ar/2010/09/cuento-regionalista.html


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Canaletto Una Venecia para los viajeros Venecia fue a comienzos del siglo XVIII uno de los destinos favoritos de una élite culta que quería conocer nuevos lugares, experimentar la emoción de descubrir nuevas sensaciones a través de paisajes y vistas diferentes a los que les eran habituales... Y allí estaba Canaletto con su cuadros que, como si fuesen una postal de la época, lograban captar el instante fijándolo en sus lienzos. No era poco lo que mostraban: la Venecia eterna.

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El llamado Grand Tour era un itinerario de viaje por Europa, antecesor del turismo moderno, que tuvo su auge a mediados del siglo XVIII. Fue especialmente popular entre los jóvenes británicos de clase media-alta, considerándose que servía como una etapa educativa y de esparcimiento, previa a la edad adulta y al matrimonio. Este viaje ilustrado tenía el objetivo primordial de enseñar a estos jóvenes candidatos los saberes y los logros de los estados europeos modernos, y sobre todo en su parte italiana, el esplendor de las antiguas civilizaciones griega y romana, aunque uno de los fines principales era el de formar un cuerpo de diplomáticos, políticos, abogados y militares bien capacitado. Podía durar desde varios meses hasta varios años. El recorrido era variado, pero generalmente se consideraba obligatoria la visita a Francia e Italia. 49

L

a posición de Venecia en el Mediterráneo, como puente comercial entre Oriente y Occidente la convirtió en un lugar espectacular y mágico a la que llegaban las mercancías de los bazares orientales para ser facturadas inmediatamente a los países del centro y norte de Europa.Los viajeros que llegaban a ella se sentían estupefactos por una ciudad que parecía un decorado de teatro, un artificio en un emplazamiento casi imposible, formada por un dédalo de callejuelas llenas de color y comercios llenos de especias, sedas, alfombras, cerámicas y multitud de productos que convirtieron a la ciudad en un mito de esplendor y la riqueza. Esa Venecia de ensueño se mantuvo durante el siglo XVII, decayendo irreversiblemente a finales del XVIII. No obstante, Venecia no contaba con los elementos requeridos para ser incluida en el recorrido del Grand Tour, pues aquel había sido pensado para apuntalar de alguna forma las carencias universitarias británicas. El mismo Adams Smith ya había dado cuenta de su pobreza educativa y de enseñanza de lenguas extranjeras. Sin ruinas grecorromanas, sin ser un polo cultural, sabiéndose al margen de la gran política y de la gran economía, Venecia apuntó hacia una tenaz estrategia de imagen. Su nombre se asociaría al goce y la elegancia suprema. La ciudad donde en una noche podían lapidarse fortunas en cortesanas, fiestas y casas de juego pero la misma cuya calidad de sus productos es insuperable. Se convirtió en un objeto de lujo que atraía a los viajeros al tiempo que consolidaba su propio leyenda.


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n el siglo XVIII las clases acomodadas descubrieron el placer de viajar, animadas por los ideales del Siglo de las Luces.

Los destinos se elegían siguiendo criterios culturales y científicos, en el libro del alemán Legipont Itinerario y arte académico para la ilustre juventud, de 1759, hay una relación de los temas que debían interesar a los viajeros de entonces, que aparte de los criterios citados, debían observar también las costumbres, ceremonias y fiestas, visitar todos los templos, palacios, universidades y bibliotecas y hablar con los habitantes locales. También debían llevar un diario donde anotar todas sus experiencias. Las rutas estaban altamente planificadas y los jóvenes iban acompañados por un tutor que, previamente, ya había estado en todos los lugares visitados concertando citas y reservando estancias para que el joven viajero no se preocupara de nada. La razón de este “Grand Tour” era conocer in situ los lugares donde habían sucedido grandes acontecimientos históricos. Los jóvenes aristócratas volvían a Inglaterra cargados de antigüedades, obras de arte y primitivos souvenirs de todo tipo que habían adquirido a lo largo de su ruta. Al no existir la fotografía, llevaban o se hacían llegar innumerables pinturas de los lugares visitados, en parte para recordar y en parte como forma de alarde. 50


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A la vez conciudadano y contemporáneo de Tiepolo, Antonio Canale, llamado Canaletto para diferenciarse de su padre (1697-1768) iluminó la pintura europea con la luz deslumbrante del arte veneciano. Hijo de un decorador de teatro, comenzó a trabajar con su padre para espectáculos en Venecia y en Roma. Como consecuencia de un viaje a Roma (1719) e influenciado por Pannini y Van Wittel, se especializó primero en el “capricho”, la pintura de ruinas y el paisaje urbano pero su consagración vendrá con las vistas de su ciudad


Esta actividad juvenil dejó una huella imborrable en el artista que se mostró siempre preocupado en crear perspectivas escenográficas sugestivas y profundas. En 1746, se instaló en Londres donde permaneció durante años, alternando las vistas de Venecia, realizadas a partir de carnets de dibujo de una precisión extrema, y de vastas escenas de la capital y de las casas de campo inglesas. De regreso a Venecia en 1757, Canaletto fue considerado como el maestro absoluto de la perspectiva y continuó dibujando y pintando hasta su muerte.

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la vez conciudadano y contemporáneo de Tiepolo, Antonio Canale, llamado Canaletto para diferenciarse de su padre (16971768) iluminó la pintura europea con la luz deslumbrante del arte veneciano. Como consecuencia de un viaje a Roma (1719) e influenciado por Pannini y Van Wittel, se especializó primero en el “capricho”, la pintura de ruinas y el paisaje urbano pero su consagración vendrá con las vistas de su ciudad. Esta actividad juvenil dejó una huella imborrable en el artista que se mostró siempre preocupado en crear perspectivas escenográficas sugestivas y profundas. En 1746, se instaló en Londres donde permaneció durante años, alternando las vistas de Venecia, realizadas a partir de carnets de dibujo de una precisión extrema, y de vastas escenas de la capital y de las casas de campo inglesas. De regreso a Venecia en 1757, Canaletto fue considerado como el maestro absoluto de la perspectiva: y continuó dibujando y pintando hasta su muerte.

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La pintura de nuestro artista es siempre amable y delicada. Sus paisajes nos muestran habitualmente una Venecia de cielo azul, de dulces nubes que suelen aparecer en los cuadros, de aguas tranquilas, de gente que está en lo suyo, ya sea paseando, celebrando alguna fiesta o volcada en sus tareas cotidianas. He aquí otra de las características de los cuadros de Canaletto, que suele atribuirse a una cierta influencia de la pintura flamenca: el gusto por el detalle, la minuciosidad de la pincelada que convierte a cada lienzo en un universo en miniatura. Además, aunque inicialmente la paleta del pintor gustaba de acentuar los contrastes entre las zonas de sombra y las de luz, con el tiempo esta tendencia acabó casi por desaparecer.

Sus cuadros al óleo nos enseñan casi siempre una Venecia luminosa recogida en todo su esplendor: la opulencia de sus clases altas, la sofisticación de sus ceremonias y fiestas, lo majestuoso de sus edificios y los canales. Siempre los canales, como el propio nombre del artista ya parecía pregonar. Hasta el ruido de la ciudad y su gente y el aire que respiran parecen estar presentes en las vistas del italiano.

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Sus vistas de la ciudad, todas ellas destinadas a la exportación por lo que no es casualidad que hoy en día haya muy pocas obras de Canaletto en Venecia, se conviertieron rápidamente en el objetivo de un mercado artístico muy disputado. Las vistas de Canaletto fueron realizadas, al menos en parte, con la ayuda de una cámara óptica, un instrumento de visión del paisaje que anuncia el concepto del “cuarto oscuro” fotográfico. Gracias a ello, pero sobre todo gracias a su trazo seguro y a su increíble luminosidad, Canaletto goza de un papel preponderante en el arte europeo.


http://www.wga.hu/art/c/canalett/4/canal406.jpg

Una “vista” (veduta) es la representación fiel de un paisaje auténtico, urbano o rural. El “capricho”, en cambio, es un paisaje con elementos arquitectónicos puramente ficticios, destinado a cautivar al espectador. La veduta se acerca más a la escenografía y presenta problemas de investigación espacial donde la práctica de la perspectiva es muy utilizada. El gusto por los recuerdos de viajes estimula, a través de la pintura, el atractivo que ejerce el espectáculo vivo y animado de las arquitecturas.

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Para los ricos habitantes de las regiones septentrionales, Venecia fue durante mucho tiempo una ciudad que había que visitar. Así, la “veduta” de Canaletto era muy solicitada, sobre todo en Inglaterra. En este país, la gran vuelta, “le grand tour”, el viaje que las personas acaudaladas hacían para finalizar su educación, y que los conducía principalmente a Italia, era una tradición. Artistas como Canaletto, Guardi, Bellotto, Hackert, Pannini realizaron reproducciones exactas y documentadas de diferentes lugares.

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https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/fb/Piazza_San_Marco_with_the_Basilica,_by_Canaletto,_1730._Fogg_Art_Museum,_Cambridge.jpg


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l turismo aristocrático supuso para la pintura un buen medio para hacer dinero y negocios. Esta idea de riqueza exclusiva, contrastada con la lúgubre apariencia de una urbe ya pasada de moda, aunque disfrazada de lo contrario, fue motivo de inspiración para el joven Canaletto. Comenzaría entonces a inmortalizar escenas enmascaradas de su ciudad; siendo por tanto fiel a lo que ocurría en la realidad. Pero el uso de una radiante luz, que disimulaba metafóricamente que el brillo del sol sólo recaía en el fenómeno meteorológico, y no en Venecia como ciudad próspera, fue la pauta de Canaletto que le otorgó la atracción de la clientela.

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