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Educar para la felicidad
Aprender a salir de sí
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Escribe: Pablo Ferreiro Fundador del PAD Escuela de Dirección
La felicidad tiene un precio y ese es el dolor, por eso hay que educar para el sacrificio. Las instituciones tienen que educar para el dolor, para ese sacrificio porque la formación que se da en diversos lugares, todas las profesiones contemporáneas, está orientada a facilitarnos la vida. Y no se es feliz cuando se tiene la vida fácil.
El problema de la sociedad actual es que huimos del dolor, hay que aprender a sufrir o nunca serás feliz. Y cuando digo sufrir es por una causa, por ser responsable. Aprender a olvidarme de mí. El que no es feliz es porque está demasiado pendiente de sí. Quiero divertirme yo, entonces tú vas a ser la parte fea del juego, me voy a aprovechar de ti.
Hay que saber qué es educación y qué es felicidad. Educar no es un sedante, no es tómate esto y se acabó. Si un maestro jala a las tres cuartas partes de los alumnos, él está jalado porque no ha sido capaz de enseñarles. Un profesor no está para enseñar a sufrir, primero debe sufrir él porque no le entienden, porque no se sabe explicar. Lo más importante de las clases son las preguntas. Pero qué pasa, al ponerse primero le aburre lo que dice la gente y no entiende que no es el primero en cualquier relación personal que tiene que ver con la felicidad, es el último.
Hay que educar para pensar. Se está educando para calcular, que no es pensar, es parecido. Calcular son números, no es una idea, son símbolos. La educación no está para tranquilizar a las fieras, no es un protector solar, es un urticante; te pica después de haber huido. Hay que educar para que la gente aprenda no a buscar ser feliz sino un motivo para ser feliz. Ese motivo cuesta esfuerzo, una carrera universitaria, sacar adelante a una familia, un quehacer público. En esta vida hay que pedalear porque todavía te queda un tour. Por eso la relevancia es enseñar a sacrificarse porque es el precio de tu felicidad y el precio de pasar la felicidad a los demás.
Hay que enseñar a darse y eso cuesta, el yo está presente mañana, tarde y noche. El yo siempre está reclamando derechos perdidos. Me quejo porque no me han agradecido. Entender que uno tiene ese currículum no para lucirlo sino para servir.
La palabra clave de la felicidad es servir, el que no sirve a nadie no sirve para nada.
El servir no es para que me agradezcan, servir nos da identidad. Valdría preguntarse: ¿Tú a quién sirves? Yo me sirvo a mi mismo. ¡No sirve! Porque se agota. Cuando uno busca su autoservicio o que me sirvan me canso rápido. Felicidad es olvido de sí, es preocupación por los demás, interés, servicio.
La felicidad no es un derecho. ¿Qué pasaría si digo no tengo tiempo para pensar en mí? ¡Qué gran fórmula! Felicidad es amor y amor es dar sin esperanza de recuperar. Mi tiempo no tiene precio, no está en venta y lo doy a quien quiero. Nuestro papel no debería ser esperar felicidad sino dar compromiso y cumplimiento.
La felicidad no es un calmante sino un excitante, es un reto. Me propongo ser feliz, qué voy hacer, a ver qué doy. Aprender a salir de sí, tienes que servir al que tengas al lado. Si no eres feliz es porque no te ha dado la gana de ceder. Cada minuto, cada segundo tiene su propio afán. Lean mucho, a los hijos le entra la lectura viendo a sus padres leer. El ruido de tus actos es tan grande que no me deja oír tus palabras.