Letrina # 10 noviembre - diciembre 2013

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Editorial Letrina continúa implacable, bimestre a bimestre como siempre con la vocación de brindarte, a ti lector, el contenido literario de calidad que no verás en ningún otro lado. Y es en ese afán que nos encontramos en procesos de cambio. Dentro de unos meses daremos las buenas nuevas, Letrina crece, y atraviesa por esos hermosos cambios que todos pasamos: crece vello en lugares que antes no solían, nos empieza a atraer el sexo opuesto, nos llenamos de acné… Esa es la etapa en la que nos encontramos actualmente. Te saluda tu revista Letrina, a la que has visto crecer desde el inicio y ahora es una tierna prebuscente que se lanza febril a descubrir la vida tomada de tu mano con la que a cada click le das vuelta hoja por hoja compartiendo la marca que ella deja en ti.

Director general: Alberto Rivera Mena Editora de Secc. Lingüística: María Guadalupe Gutiérrez Arroyo Editora Secc. Comunicaciones y Fotografía: Itzi Paulina Medina Jiménez Editores Secc. Creación Literaria: Alberto Rivera Mena Corrección de Estilo: Todos Diseño: Marco Antonio Martínez Canales

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Índice

Páginas

Artículos Creación Literaria Artes Visuales Miscelánea

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Colaboran en este número: Angélica Ramos Diana Ferreyra Jonatan Ricardo Murillo Ortíz Carolina López Herrejón Ilich García Moreno Miguel Alejandro Santos Díaz Aleqs Garrigóz Karla Rodríguez R. Eduardo Mozqueda María Guadalupe Gutiérrez Arroyo Itzi Paulina Medina Jiménez

Todos los contenidos de Letrina son responsabilidad de sus respectivos autores, y no necesariamente reflejan la opinión de los editores.

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Carta al Presidente: llámese como se llame Algún día de mi vida. [Indignado]

C. Presidente: Comodidad, comodidad es lo que espero que usted tenga en estos momentos, antes de comenzar a leer lo que yo he llamado: Mi lucha: la lucha de muchos. Espero, con todo respeto, que mis letras sean bien recibidas en la sutileza y lustrada fineza de su hogar. No se imagina lo laborioso que es tratar de hacerle llegar una carta. El escribirle una es de lo más sencillo, lo difícil es hacérsela llegar. Pero en una sociedad como la de nosotros eso es prácticamente normal, ¿no lo cree? Sin más que agregar en esta pequeña, muy pequeña introducción, comienzo a recitarle… Familia, ¿le suena esa palabra? Tal vez, tal vez en un momento de su vida fue una palabra indispensable, razonable, inquietante y hasta importante para usted. Ahora, espero, es usted quien está a cargo de esta palabra. No del uso de la misma, sino de la firmeza con la que los ciudadanos a los que representa, entiendan y valoren su significado. Nunca he sido un moralista, (me gustaría saber si usted lo es, pero eso lo dejamos para otra ocasión, quizá me invite un café). Bueno, mi querido ciudadano –colega–, en estos tiempos, tanto la palabra como el significado y la idea de lo que anteriormente era entendido como familia ya no existe. Me gustaría que usted, quien ahora, seguramente o muy probablemente está leyendo esto con mucha atención y bajo la seguridad de su espléndido hogar, recorriera cada uno de los lugares más recónditos de lo que usted dice y pregona: gobernar.

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Le hago una invitación a conocer su ciudad, sólo una vez en su vida salga y mire el rostro de la verdad de lo que usted construye día a día: calles frías, desoladas, llenas de suciedad, mugre, sangre, perros muertos, perros vivos y abandonados, excremento, vagabundos orinados y humillados por la vida misma. Me gustaría que usted saliera un día y observara a las madres trabajando, ya sea bajo un salario miserable, ya sea bajo ninguno, ya que están a cargo de la


estabilidad del hogar. Claro que la palabra hogar es diferente para usted que para los condenados a la miseria. No todo es malo, mi estimado. Estas son las cosas que hacen a las personas adquirir un poco de valor ante la vida, ante la muerte. Usted debe de envidiar un poco de eso…o eso quiero. Las instituciones, que se rigen bajo los criterios y normas establecidas política y económicamente, han resultado ineficaces en la mayoría de los casos. Pero eso ya lo sabe, no por nada existen tantas manifestaciones en el mundo. Deficiente ha sido la policía, que cuando se necesita de su auxilio lo único que pueden hacer es seguir un mandato incoherente y falto de sentido común. Deficiente ha sido el sistema médico, que cuando se ha necesitado de él han respondido tardíamente el llamado provocando la extinción de los desdichados. Deficiente ha sido la moneda, que con su corazón roto ha convertido al mundo en una guerra sin final, en una masacre, en el delito más grande provocado por el hombre, y que usted, compañero, ha representado tan bien. Deficiente es el ejército, que ha sido otro invento inútil por parte de los grandes señoríos y niños bonitos del mundo. Deficientes las estrategias de consumo, que han deshumanizado la grandeza de la razón. Lo invito a conocer a fondo su país. Envolverse de humanidad. Destilarse de ego y confrontarse a la realidad. Pobres ricos, que creen que con su estúpido dinero pueden comprar almas. La humillación y la falta de educación se hacen presentes en este rubro. Es lógico cuando hasta los niños y adolescentes de clase media creen poder tener la capacidad y la opción económica del mismo Rey de Francia (bienvenidas escuelas privadas, y patito para acabarla…) Todo con un mismo fin: dinero ensangrentado. Los sueños de las nuevas generaciones son, más que sueños, excusas para sobrevivir. ¿Eso es lo que estaba en su plan de gobierno? Funcionarios corruptos, estudiantes perezosos, trabajadores insatisfechos pero irresponsables. Amas de casa olvidadas. Personas compradas por un precio tan bajo que hasta un mendigo con un año de trabajo podría alquilarlos y tirarlos cien veces al cesto de la basura. 7


Espere… aún no se ría. Todavía no he terminado. Siéntese por favor. No arrugue la hoja. Esto le interesa. Puede pedirle a alguno de sus subordinados (si es que tiene alguno…) que le prepare una taza de café. Le repito, la comodidad de su hogar le permite hacer todo eso y más, aprovéchelo, al fin que la aventura presidencial no es eterna. Eterna es la indignación que veo en los ojos y lágrimas de los que se esfuerzan a diario para conseguir nada. Es como si la vida se hubiese convertido en una parodia de los planes frustrados de Pinky y Cerebro (ahora sí puede reír). Dele un buen sorbo a su café y piense que la soledad es un arma, un arma que sólo ciertos afortunados poseen. ¿Usted está solo? Lo dudo, pero en ocasiones, esa duda se contrapone y me hace pensar que usted vive otra especie de soledad. No la de los afortunados, una soledad que comparte a cada instante, en todo momento, a cada hora de su vida. Lo invito a saludar a su bandera sin vendas en los ojos y a cantar el himno sin letras invisibles. Lo invito a vivir un día en el país que lidera. A sufrir hambre, presiones, humillaciones, indignaciones, esfuerzos, a levantarse temprano y bañarse con agua fría, a compartir cama, a soportar goteras y el estridente ruido del balazo en las noches, a pedir prestada la comida en la tiendita de su esquina, a solicitar apoyo, a hacer filas, a pensar en los demás y respetar sus palabras, a tolerar las ideologías, a satisfacer las necesidades básicas de su pueblo, a ser un ciudadano, a ser nuestro presidente; a ser un hombre. Ahora, ya que ha terminado su café importado, no me queda más que desearle un fabuloso día. Disfrute a su familia y esa silla en la que ahora está sentado. Gracias. Atentamente: Luchador. PD: Un día mi padre me dijo esto: “Si vas a luchar, que sea contra el demonio.” Autor: Christian Romero.

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Datos personales: Christian Irving Martínez Romero. Lic. Comunicación Social. UAM – Xochimilco. Séptimo trimestre.


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Crack Para el buen Abuelo.

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El trip duró horas. Lo que nunca me pasó con la marihuana. Tenía la boca seca, la garganta ardiendo y el estómago vacío. Sólo podía pensar en eso. En aquella sensación que subía hasta la garganta, un elevador vacío que debía llenarse. Luego luego pensé en un cigarro. Entonces, me busqué en las bolsas del pantalón, en la chamarra. Pero ya ni siquiera la traía. Tampoco la camisa con la que había salido… Aguanta, aguanta, pensé. De hecho, lo único que llevaba puesto eran unos pantos de mezclilla, la playera de resaque, mis tenis sucios ­–sin calcetines– . Busqué en las bolsas de atrás: mi celular y mi cartera tampoco estaban. Nada más me quedaba una cajetilla de Delicados, aplastada. La compré en algún fragmento de la cinta que debía reconstruir para saber cómo había llegado allí… ¿Cómo chingados llegué aquí?, dije, o tal vez lo pensé. Mientras, miraba a mi alrededor: iba a un lado de un par de weyes que no conocía. — Saca un tabaco —dijo un wey. Le pasé la cajetilla. — ¿A dónde vamos? —dije, antes de soltarme a reír por el rush. — A buscar una eriza… —susurró ese wey. —¿De qué? —le pregunté. — No sé. Lo que sea para seguir el trip—completó el otro. Los miraba pero todavía no había visto dónde estaba. Respirando aire caliente, arrastré la mirada por el suelo: nada más que arena y desperdicios. Olía a perro muerto. Sentí vértigo, ganas de vomitar. Me toqué la frente: estaba ardiendo. Miré al cielo: detrás de las nubes el sol seguía quemándose. Veía todo esto con la boca seca, la garganta ardiendo, el estómago vacío y las ansias por fumar. Primero que nada… dije para mí, mientras prendía un cigarro. Fue cuando me di cuenta de lo que tenía enfrente: había casas de muros pelones a los lados de la calle. Estaba en un lugar donde jamás había ido, con alguien a quien nunca había visto. ¿Cómo llegué hasta acá? ¿Estoy en la ciudad? ¿O hasta dónde me llevó el último trip?, pensaba y me daba coraje no acordarme cómo había llegado hasta ese caluroso pueblo en no sé dónde, con no sé quién, a buscar no sé qué. La gente que estaba alrededor no parecía normal. Tenían la


piel de ceniza, tatuajes malhechos y dibujos extraños en la espalda o el brazo. Una mujer desnuda salió de una de las casas con jeringa en mano y se tumbó al suelo. Luego de que se arponeó, puso los ojos en blanco y recibió el chingazo de la droga. And still tripping, baby... Reaccioné hasta que la colilla me quemó el dedo. Miré al frente: los weyes con los que venía se detuvieron más adelante. Me les emparejé y alcancé a escuchar lo que decían. — Na’más cristal, morros —dijo un wey de piel reseca y ojos hundidos. — Ni pedo, mai’ —respondió el otro wey. — Más adelante. No sé cómo se llama ese cabrón, pero en breve lo ubican. Caminamos como zombies a través de las casitas grises, sobre la tierra suelta. Entre cicatrices horrendas y miembros podridos. Con el calor asfixiante, la tierra en los labios, la boca seca, la garganta ardiendo y el estómago vacío. — ¡Hey! ¡Aquí es! —gritó alguien de una casa por la que ya habíamos pasado. Miré sobre mis hombros: la calle sola de repente y en medio del desierto: un wey en silla de ruedas, arriba de lo que pudo ser una banqueta. Miramos a todos lados, para ver de dónde venía el grito. Pero sólo estaba el wey de la silla de ruedas: sin piernas con cara de matón. Tenía una cicatriz bien larga que salía de la sien y terminaba en la barba. Parecía como si siempre se estuviera riendo, pero así eran sus gestos. Tenía la cara de piedra, bajo el cielo nublado. —Aquí es —dijo cuando nos acercamos —.Na’más uno — dijo, apuntándome con los ojos. Nada más miré a los dos weyes con lo que venía: discutían en silencio con la mirada. Luego me vi entre las manos un billete de cincuenta, el azul del de veinte y el brillo de las monedas. Después el de la silla de ruedas hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera y entró a la casucha. Tiré el cigarro y lo seguí. Cruzando la puerta había un pasillo angosto con paredes húmedas y verdes. El suelo estaba lleno de cajas, botellas y jeringas. No había puertas y al final había un patio donde el sol pegaba a plomo. Alguien salió de lo que más parecía un hoyo en la pared que una puerta. Una morra de unos dieciséis corrió hacia mí, en short y con una toalla contra el pecho. Gritó algo que no entendí y pasó a mi lado. La venía siguiendo un junkie viejo, sin playera y sosteniéndose los pantalones que se le venían cayendo. —Espérate aquí —dijo el de la silla, antes de llegar al patio. 11


Luego me dio un pedazo de plástico envuelto en una bolsita. Cuando lo vi de cerca me di cuenta: claro que no era plástico, ¡era una piedrita de crack! Lo que siguió fue muy rápido. Salí del pasillo y vi que ya no estaba nublado: una lluvia de luz caía del sol. Y ahora era insoportable sentir la boca seca, la garganta ardiendo, el estómago vacío y las ansias por fumar. Por suerte, después de inhalar, todo fue un constante y repetitivo zumbido. Francisco López Ibarra Universidad de Guadalajara CUCSH/ Licenciatura en Letras Hispánicas Sexto Semestre

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El ÍDOLO ROTO Hace poco más de un año del accidente automovilístico que tuve y que me dejó cojeando para el resto de mi vida. La fábrica me despidió, y en un ningún lugar me quieren dar trabajo. Me tratan como si fuera completamente un inútil. Eran las cinco de la tarde, desde las ocho de la mañana había salido a buscar una oportunidad, pero como siempre, nada. Tenía tanta sed y tanta hambre, aunque ni ganas me daban de regresar a mi casa, comenzaba a sentir que ya era una carga hasta para mi hermana y mi madre, pero qué podía hacer, el accidente no había sido mi culpa. El otro auto rebasó cuando no debía y se topó conmigo de frente a más de cien kilómetros por hora, y tampoco tengo la culpa de que no me contraten para ningún empleo. Sólo cojeo de mi pierna izquierda, puedo hacer prácticamente todo, como la mayoría. Esa tarde ya me dolía mucho mi cadera de tanto caminar, y, debido a mi incapacidad, no debía hacerlo en exceso. Pasé frente a una iglesia y decidí entrar un rato para descansar un poco. Antes de cruzar los relieves tallados en madera, que a su vez funcionaban como la puerta, se me ocurrió algo que nunca creí que llegaría a hacer, es que ya estaba desesperado. Cuando entré, únicamente se encontraba el padre y pensé: qué suerte. Puse cara de mártir y con voz angustiosa comencé a pedir ayuda. El sacerdote, rápido se acercó a mí. — ¡Ayúdeme por favor, padre! —mis ojos vidriosos se escurrieron—. Me asaltaron, me quitaron todo lo que llevaba y me golpearon horrible, con un fierro, no puedo caminar bien. — ¡Válgame el Señor! —el padre estaba realmente preocupado—. Siéntate hijo, ven, siéntate aquí. ¿Quién fue? ¿Para dónde se fueron? Sí, me dolía la pierna y la cadera, pero exageré mucho la intensidad del dolor, tenía que ser creíble. Cuando me senté pegué un grito que resonó en toda la iglesia, hasta un ave salió volando asustada. —No sé, padre, no sé, pero no deben estar muy lejos, llame a la policía, tráigame algo para el dolor, haga algo, ayúdeme por favor. —Sí, hijo, ahora regreso —mi actuación había sido sublime—. Mientras tanto reza, pídele al Señor por ti y por esos maleantes, para que enderecen su camino. No te muevas de aquí.

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Cuando el padre se perdió detrás del altar, de inmediato me paré y fui hacia la última ventana que estaba en la parte derecha, a un lado del confesionario. Ahí estaba una escultura de un santo, supe que era San Judas Tadeo por su vestimenta verde y blanco inconfundible. Lo tomé y me dispuse a emprender la huida. Nunca fui un ferviente católico pero no me sentía orgulloso de lo que hacía, estaba robando en una iglesia. De verdad necesitaba el dinero y sabía que habría gente que me pagaría muy bien por el ídolo. Ya casi llegaba a la salida cuando una voz quiso detenerme; era el padre que me veía irme con San Judas Tadeo en brazos. Era un hombre mayor, aun con mi cojera no me alcanzaría. Apresuré el paso y cuando pensé que me había salido con la mía me tropecé con la puerta y caí. El santo quedó hecho pedazos. Y a mí no me quedó otra que levantarme, correr e ir a buscar otra iglesia. Edgar Fernández

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Lectura. ¿Casualidad o destino? Rodrigo Rafael Zamora Ruiz Desde agosto de 1958 todos los viernes para mi han sido iguales; levantarme a las cinco y media de la mañana para tomar una ducha de agua al tiempo mientras el agua para el café se calienta en el pocillo que saqué de casa de mi madre antes de salir a vivir mi independencia en la ciudad; prendo el radio y me visto; no tan simple como un estudiante preparatoriano, pero sin caer en la formalidad de mis compañeros Doctores en el Colegio de San Nicolás, preparo algún desayuno “caminero” (como se dice en mi pueblo) y salgo puntual a las seis con treinta y cinco de la mañana para caminar hacia mi trabajo. Poco después de las seis cincuenta abro mi cubículo y tomo el material que necesito para dar la primera clase del día a los alumnos de nuevo ingreso. Y así hasta las dos de la tarde que terminan mis horas de maestro y salgo al centro a buscar algo para comer, regreso y preparo la clase del día siguiente, termino y vuelvo a mi casa para ver a mi esposa y a mi pequeña hija Ángeles, de nueve años. Hoy, viernes 23 de agosto de 1968, diez años después de tener la misma rutina algo me preocupa, mi hija de diecinueve años quiere casarse. Mi problema no es que quiera casarse, mi problema es el tipo con el que quiere hacerlo, Francisco García; un joven hijo de un panadero del barrio que parece está perdido en la vida y no se le aprecian las ganas de ser una persona trabajadora como su padre. Este viernes, mi esposa va a buscarme al trabajo para decirme que Ángeles no llegó a comer y no le avisó a dónde iba. Yo, como un hombre despreocupado, le digo que seguramente salió con sus amigas a comer después de la universidad y que no tarda en volver a casa, que mejor se vaya para que le abra la puerta. Lo único que me quita de la cabeza el hecho de que Ángeles quiera casarse con ese que trae por novio es la investigación acerca de la vida de un hombre que me apasiona, Don José María Morelos y Pavón; trabajo que hago para mi Doctorado en Historia. Sigo trabajando en la investigación en la biblioteca de la escuela a altas horas de la noche cuando escucho un ruido entre los estantes de libros y leo un título que me llama mucho la atención: Rituales en Nuestros Días, lo saco y le doy una ligera ojeada. En la distracción que 15


me causa ese libro miro el reloj y me doy cuenta que es más de media noche, entonces, tomo mis notas, ordeno los libros y agradezco al velador que me haya permitido seguir dentro del edificio a esa hora. Caminaba por las solitarias calles del centro fumando un cigarrillo cuando escucho el grito desesperado de una mujer, me alteró un poco y seguí caminando. Unas calles más adelante se repite el grito pero ahora más cerca. Observo buscando el origen del quejido y diviso una ligera luz que se escapa de una puerta entreabierta. La abrí y llegué a un pasillo que marcaba un camino con velas tenues; la intriga me llevó a caminar cuando escuché cómo la puerta se azotó estrepitosamente detrás de mí, di un pequeño brinco y cuando me reincorporé vi una escena que me remontó a las hojas que vi en el libro de la biblioteca; parecía un sacrificio ritual, había una joven mujer atada a una mesa de piedra y muchos hombres encapuchados alrededor coreando en una lengua desconocida para mí. En eso, un anciano me tomó del hombro y me dijo que la profecía se estaba cumpliendo, que me estaban esperando. Aquel hombre me empujó frente a la mesa y descubrí que la joven atada era mi hija Ángeles. El anciano parecía ser el líder y me explicó hasta con dibujos cómo tendría que asesinar a mi hija con un cuchillo que él mismo puso en mis manos. Recordé que en algún párrafo del libro que me distrajo en la biblioteca leí que las sectas solamente siguen a un líder, que parecía ser el anciano. Tomé el cuchillo y agarré al anciano por el cuello amenazando a todos con matarlo si no soltaban a mi hija. Nadie me hizo caso y alegaban que el ritual tenía que continuar; al entender su necedad tuve que cumplir con mi amenaza, maté al anciano, le corté el cuello con el cuchillo ante la admiración de todos. Entre el barullo, uno de ellos se quitó la capucha, era Francisco, el pretendiente de mi hija. Él me confesó haber elaborado un plan para culparme de un asesinato. El hombre al que maté era un indigente que ellos habían entrenado para que actuara como líder de la secta y me encaminara al máximo de mis emociones mostrándome a mi hija amordazada y atada en una mesa de sacrificio. Francisco no acababa de explicarme de explicarme cuando la policía golpeó fuertemente la puerta de entrada, ya habían denunciado. Al no tener defensa, fui condenado a tres décadas en la cárcel y miré tristemente cómo mi propia hija me traicionaba para poder cumplir 16


su capricho de casarse con aquel que yo odiaba. Desde la cรกrcel le deseo lo peor.

Rodrigo Rafael Zamora Ruiz El Terecuo

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ODISEO EN COMALA El soplar del viento era fuerte pero hacía mucho calor, la luz del sol casi no lo dejaba abrir sus ojos. Cuando lo hizo vio cómo el polvo se levantaba y dejaba una pequeña nube amarillezca por el correr del animal. Se detuvo el caballo y un hombre bajó. Él se sintió amenazado. —¿Quién eres? —exigió Odiseo mientras veía a ese hombre acercarse con paso lento—. Eres alguien muy extraño, no conozco hombres como tú. ¿Y por qué está este lugar así? Está desolado, no hay vida, no hay nada. Todo está en ruinas. Pedro Páramo miró unos instantes a aquel desconcertado hombre, como detectando si podía ser peligroso. Sacó su revólver. —Yo soy Pedro Páramo ¿y tú? Casi estás encuerado y con este méndigo calor te vas a quemar amigo. Seguramente te asaltaron en un pueblo vecino. Así son esos jijos de la fregada. Este lugar se llama Comala y claro que no hay nada, excepto lamentos. Es un pueblo fantasma. Odiseo no entendió muy bien lo que le dijo aquel hombre sucio, y peludo. Pero sí tuvo mucha curiosidad por saber qué era esa cosa tan grande y rara que llevaba sobre su cabeza y también ese objeto que tenía en la mano. Nunca había visto unas cosas así. Le preguntó. —¡Ah! ¡que bruto me saliste amigo! —rió Pedro Páramo—. Esto que traigo en mi cabeza es un sombrero, pa cuando el sol está pegando duro, como orita, pa cuando llueva no te mojes, y lo que tengo en la mano es una pistola, es pa quebrar a la gente que se quiere pasar de la raya. ¿Pues de dónde eres? Estas medio atarantado.

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—Soy Odiseo y soy de Grecia —levantó la vista y respondió con orgullo —. Un guerrero que se ha enfrentado a muchas bestias, incluso a los dioses. Pero no sé qué ha pasado, recuerdo que tuve un sueño muy raro, todo era oscuridad y de repente ya estaba aquí. Esto debe ser obra de Zeus, sí, o de Hades, tuvo que ser uno de ellos. Creen que pueden divertirse con nosotros cuando y como les plazca. ¡Pero ya no levantaré mis plegarias por ellos!


— ¿Qué? De plano estás rete loco, amigo, yo mejor me largo —Pedro Páramo se subió a su caballo—. No deberías quedarte mucho tiempo aquí, no te lo recomiendo. Y lentamente se esfumó.

Edgar Fernández

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Lluvia. La lluvia cae gota a gota, suavemente, cubriéndonos con su perenne silencio sepulcral. Hiriente intermedio entre el crujir y repicar de los cañones que nos hostigan sin piedad durante días, semanas, meses… El tiempo pasa inimaginablemente lento cuando uno está atrapado en esta sucia y húmeda trinchera, intentando imaginar algo que no sean ni el hambre ni el frio, con metralla ardiente que vuela por encima de nuestros ya castigados hogares como único abrigo. Hogar, extraña palabra que suena a hueco en nuestras cabezas ¿Qué es el hogar? No creo recordarlo ya, demasiado sufrimiento, demasiadas heridas sin cicatrizar y demasiados amigos perdidos en una contienda, fruto de las maquinaciones de gente mundialmente famosa, acomodada en sus cálidos y confortables despachos, jugando con las almas de incontables seres “inferiores” de una manera terroríficamente anónima. Qué nos cabe esperar si a cada paso que intentamos dar por este reino del caos y la angustia corremos el riesgo de acabar en el dulce regazo de la muerte. Sí, la muerte suena tentadora cuando la sientes acogerte en su cálido abrazo libre de dolor y de penurias pero entonces es cuando algo tira bruscamente de ti, el aire vuelve a entrar ardiente en los pulmones, quemándote como si de una brasa incandescente se tratara, te vuelves a despertar, un nuevo renacer para despertarte en el mismo mundo injusto y cruel, al igual que al principio de los tiempos que según los representantes del que puede ser o no un falso dios, en el barro ¿Irónico no? Cuesta imaginar un dios tan cruel, que permite que sus supuestos hijos vayan a acabar en esta orgía de miserias y podredumbre.

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En ese momento de renacer lo único que se te ocurre es llevarte las manos a la cabeza para encontrarte lo que podría haber sido tu vía rápida de escape de este cenagal, ahí está, completamente destrozada y humeante contra un lateral de tu abollado casco, el cual te ha separado de tu ya irreconocible hogar por quizá menos de 3 mm de hierro. Los ojos se me llenan de lágrimas, de rabia , de frustración, de alegría… Maldigo el día en que le prometí a mi sollozante madre – No llores, te prometo que volveré cuando todo esto acabe ¿Vale?. Podré ser considerado mentiroso por algunos pero hombre de palabra soy y no pienso morir hasta volver a ver otra vez la sonrisa de mi madre, abrazar a mi padre, jugar con el pequeño Julian al balón… ¿Por qué las lágrimas vuelven a acudir a mis ojos, Padre? ¿Por qué


no puedo recordar el sonido que hace un río de agua cristalina al correr, Madre? Como en infinidad de otras ocasiones lo único que nos queda es volver a levantarnos. Al alzar la vista me encuentro una mano tendida hacia mí, seguidamente unos ojos marrones me sonríen desde una cara cubierta de barro y suciedad, recuerdo haber hablado con este chico en un par de ocasiones sobre nuestras vidas antes de que a un desquiciado individuo le viniera a la cabeza la idea de tener más de lo que podía abarcar. Sólo me dio tiempo de esbozar levemente la que hubiera sido mi primera sonrisa meses antes de ver ante mis ojos cómo una bala, probablemente de una Gewher alemana, atravesar su cráneo de lado a lado. Mi mirada se perdía ahora en los últimos vestigios de vida que se escapaban de sus ya opacos ojos, mi cerebro no entendía lo que estaba sucediendo, su mano todavía me estaba estrechando la mía mientras el resto de su cuerpo se precipitaba a la que sería su fría y oscura sepultura. Hice bien en no haberle preguntado nunca su nombre… eso deja cierto margen al remordimiento. La lluvia sigue cayendo, inmutable a la vida y la muerte de las personas, ha caído desde el principio de los tiempos y caerá hasta su final, es algo inevitable, al igual que la muerte… He llegado tras mi estancia y experiencia en esta absurda guerra a la conclusión de que lo que en verdad nos atormenta es la manera en la cual moriremos y no la muerte en sí, ya que oí en cierta ocasión de alguien sin identidad, un rostro sin facciones, una vida sin nombre, que la muerte nos reta a través de la vida, nos reta a superarnos, a combatirla con todas nuestras fuerzas para prepararnos para la etapa posterior. No pienso que vencerla sea la inmortalidad ni mucho menos, simplemente pienso que es el modo de pasar a otro estado, sólo una puerta que tenemos que aprender a abrir. Entonces, una luz resplandeciente me cegó, era cálida como ninguna otra, pensé que mi momento había llegado pero la lluvia seguía cayendo sobre mi alzado rostro. El sol asomaba tímidamente entre las oscuras nubes, las cuales parecían disolverse como si de ligero humo se trataran. Empecé a escuchar gritos eufóricos en la lejanía y lentamente bajé la vista para llegar a enfocarla en soldados de identidad perdida al igual que la del compañero que yacía inerte a mis pies, igual que la mía. Corrían con sonrisas y un inmaculado comunicado oficial 21


en las manos. El sonido llegaba amortiguado a mis oídos como si me encontrara en el interior de una cámara estanca, me costó concentrarme en lo que decían hasta que lo discerní. Un peso se alivió en mi corazón pero eso no me hizo sentir más ligero sino que me obligó a postrarme de rodillas en el movedizo suelo de la trinchera. De la camisa de mi compañero caído asomaba un pequeño escrito, con mano temblorosa lo conseguí rescatar de entre sus sucias prendas, lo alisé un poco para encontrar un pequeño poema, si podía llamársele así a ese par de versos torcidos.

Cuando mi alma alcance el reposo deseado me convertiré en un simple pensamiento. Acabaré por siempre encomendado a madre Tierra, a padre Tiempo.

El cielo se había despejado dejando paso a un cielo de un azul tan puro que no es comparable ya que nunca había sido y nunca volverá a ser, cerré los ojos mientras las lagrimas corrían por mis mejillas para encontrase con una melancólica sonrisa.

-Madre, vuelvo a casa-

Entonces la lluvia cesó. Jorge Holgado Torres

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Calavera del Interno y la Residente Era un joven interno que en el hospital estaba viendo a los pacientes que le llamaban y a su mandona residente, quien le molestaba Era tal su situación, una sobreexplotación, que cuando por el pasillo estaba una sorpresa se llevó "¡Amado mío!", escuchó, una voz tétrica le paralizó el estetoscopio se cayó cuando a la muerte vio "Matasanos, mi amigo", la huesuda le expresó, y el pobre interno solo se hincó. "¿Acaso daño le haré al más grande socio, que he de conocer?" Con un poco de valor, el interno respondió: "No sé si vengas por mí, pero de aquí no me voy a ir". Una carcajada la huesuda echó "¿Venir por ti?, ¡por favor!", la muerte exclamó. "Es a todo el hospital, al que me quiero llevar, Y sólo te pido a ti, que me quieras ayudar". El interno se incorporó, y con temor a la calaca expresó: "Está bien si a todos te quieres llevar, pero primero, a la residente debes de quitar; Es que la doctora es una tipa exigente que cuando quiere, me deja hasta las nueve y si algo no le gusta, hasta el día siguiente".

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"¡Excelente!" felizmente exclamó, "si primero quieres eso a tu residente conmigo me llevo luego me ayudas con el resto".


La Catrina a la doctora buscó y el interno a todo el hospital alertó, todos corrieron del hospital, menos la residente quien tristemente encontró muy mala suerte. El interno fue el último en escapar por lo que a la muerte no pudo evitar y cuando la huesuda descubrió la traición junto a la residente lo enterró en el panteón.

Gerardo A. Esparza M.

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PUEBL QUE DA RISA Mi señora Televisa que altanera transmite, que alegre sintoniza, la muerte pronto remite.

Cuídate Televisa la muerte anda canija las novelas que dan risa le provocan retortija.

Mi señora Televisa, la muerte ronda airosa, ya te toca la revista, no te pongas color rosa.

Presidente escogiste, 26


si no fuera tan pendejo, de donde te escondiste no pelo diente, festejo:

¡Ya te chingaste de nuevo, la muerte anda tras de ti, este es tu fin longevo! Lo consiguieron así:

Laura Bozzo es perdición; se los lleva a la tumba. No funciona ya su función, la peruana los derrumba.

Televisa se destruyó, los demonios perdieron. la dientona instruyó y en chacho los convirtieron.

Lo bueno dura tan poco sólo en México es así por eso me vuelvo loco, se burlan de ti y de mi 27


Terminó lo que cosechó: llegó la rosa de Lupe el mágico aire les echó, la pelona les escupe.

Pues Televisa revivió y la población festejó así el pueblo se pudrió y por los siglos se quejó.

ERIK GARARRDO GACÍA MOYA, FLLH UMSNH, PRIMER SEMESTRE SECCION 02, ESTUDIANTE. FUENTE DE LA IMAGEN: http://tinyurl.com/qc7ql9f

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De la burbuja que revienta a lengüetazos. De frente a sus ojos negros, pienso: las estrellas que se apagan son abismos oscuros que te chupan el [alma. Y extiendo mi brazo para ofrecerle una paleta de fresa. Estamos separados por un dulce. Sus dedos atrapan el mango de la paleta tocan mis manos. rozan de imprevisto mis dedos. Uno, dos segundos. Sonríe, en la plenitud de una belleza que desconoce y, entre los dientes, las palabras [forman un significado insípido. Me mira, antes de adelantar la lengua hasta la mística redondez del caramelo. Y en la curva de la lengua, descansa el azúcar que se diluye entre sus células. De frente a sus pechos, pienso: 30


sobre este callado planeta flotan dos inmensas lunas [muy cerca para ser vistas, [muy lejos para ser tocadas. [arrebatan mareas, voluntades. Lluvia lunar que se esparce en forma de luz. Introduce la paleta en su boca y lame con una felicidad tan deliciosa como devastadora. Entiendo de instantes como este o la burbuja en la consagración de su belleza instantánea. ¿Cómo penetrar en la redondez de su perfección efímera o interpretar el reflejo que sobre [la burbuja imagino? Si la belleza es eterna, pertenece al instante como la burbuja que revienta.

Francisco López Ibarra Universidad de Guadalajara CUCSH/ Licenciatura en Letras Hispánicas Sexto Semestre

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Las nubes A Martín Ezquerra López

I De niño empezaba a colgarme de las ventanas mientras de noche, la familia alguna vez completa volvía de Mazatlán a lo que es mi Escuinapa. Asombrado, el carro de la película Volver al Futuro ascendía una montaña sin ápices y del cielo flotaba un castillo lleno de luces navideñas.

En mi infancia era lo máximo porque fabricaba nubes pero me dejaba un hueco en mi estómago que a mis lombrices con rabia les era imposible penetrar y todo porque nunca vi a Gokú volar en ellas.

II Suspendidos mis ojos sobre la ventana mi nariz adornaba con vaho el vidrio viendo más allá de las paredes el infinito azul del cielo, 32


rastros de lo que era una línea de nube espesa.

Retaché mi espalda contra el asiento me crucé de brazos y fruncí mi ceño virgen porque Gokú pasó por ahí y no lo vi.

Arnulfo Valdez Oleta

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TITULO: EL PASO DEL TIEMPO. AUTORA: ANA POBO CASTAÑER OBJETIVOS: Prespectiva histórica del proyecto El proyecto fotográfico se basa fundamentalmente, en la sensibilización de la sociedad hacia el arte fotográfico y el acercamiento del espectador hacia la riqueza expresiva del as pequeñas cosas, que la mayor parte de las veces nos pasan desapercibidas, pero que están ahí para sorprendernos cuando las contemplamos con interés y detenidamente. El proyecto contiene dos temas: uno basado en el paso del tiempo (escenas y objetos del pasado), y otro la belleza de naturaleza sencilla, la más simple, la más humilde. Ambos temas nos son próximos pero habitualmente no nos percatamos de la belleza que encierran. Y el patrimonio histórico que desean transmitirnos. Es como una aproximación al origen (como diría Salvador Pániker), a nuestras raíces. Y el conocer nuestro pasado nos enriquece no sólo racionalmente sino también en lo más profundo de nuestra sensibilización espiritual.

METODOLOGÍA

Se trata de rastrear, de examinar en primer término lo más cercano, en este caso se trataría de Teruel para ir ampliando tanto en la provincia, cómo en las zonas limítrofes, de manera que quedasen plasmados los dos objetivos del proyecto, EL PASO DEL TIEMPO.

MATERIAL COMPLEMENTARIO LIBROS DE FOTOGRAFIA ANTIGUA “Tras las huellas del pasado” “Teruel, historia y arte” “El color de la ira” “De ayer a hoy” historia de la medicina























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DE TIPS Los saludo de nuevo de manera respetuosa, queridos y finos lectores. Hasta hace un par de días me preguntaba de qué les hablaría en esta ocasión, pero luego, gracias a una duda de mi hermano que surgió espontáneamente, decidí el tema. Sé que les gustará, porque es apasionante y de actualidad: hablaremos de la manera correcta de escribir una expresión que a una gran cantidad de personas les causa mucha confusión, principalmente en las redes sociales, pues es donde la mayor parte de los jóvenes y no tan jóvenes escriben con frecuencia. Veamos las siguientes oraciones: Me dijo que quería que fuera su novia enserio. Me dijo que quería que fuera su novia en serio. Me dijo que quería que fuera su novia encerio. ¿Cuál de todas creen ustedes que es la correcta y por qué? Parecerá, para muchos de ustedes, que la respuesta es clara y obvia, sin embargo, he detectado que a muchísimas personas, en la práctica, usar la correcta les da un enorme trabajo. Para resolver este enredo y contestar cuál es la correcta con un buen fundamento debemos acudir a los diccionarios, a los manuales, a la RAE y a otras opiniones especializadas. Después de investigar arduamente, esto fue lo que encontré:

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Resulta que la oración correcta es la segunda, porque “en serio”, según varios autores, es una locución adverbial que significa “sin burla, sin engaño”, “sin afán de hacer una broma o jugarreta”. Esa es la idea que, precisamente, se trata de transmitir en esta oración. Pero ¿qué hay de las otras expresiones? ¿tienen algún significado?. Ciertamente la de la primera oración lo tiene, ya que, según la RAE, esta palabra proviene del verbo “enseriar”, que, en algunas zonas de América latina, significa “poner el semblante serio”, “dar a un asunto o situación un aspecto grave y formal” y, “ponerse serio mostrando algún disgusto o desagrado”. Así que, como ven, debemos tener cuidado en la manera en que lo escribimos porque podríamos estar manifestando una idea que no deseamos.


Pero, volviendo a las oraciones, en la tercera “encerio” no significa absolutamente nada, pues esa palabra no existe. Este tipo de errores ortográficos se pueden evitar de diversas maneras, por ejemplo, repasando las reglas de los usos de la “c” y la “s”, pero, las más efectivas, desde mi punto de vista, son LEER mucho y ESCRIBIR mucho. Únicamente la práctica puede ayudarnos a mejorar, a pulir, nuestra ortografía. No es imposible lograrlo si tenemos constancia, buena disposición y practicamos. Sigo esperando sus dudas, comentarios, reclamos, preguntas y demás en la página de Facebook de Letrina, o bien, si lo desean, en mi facebook personal (María Guadalupe Gutiérrez Arroyo) o al correo de la revista, como ustedes se sientan más cómodos. Recuerden que son ustedes y sus dudas del día a día los que conforman esta sección. ¡Hasta la próxima!

María Guadalupe Gutiérrez Arroyo

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