Editorial ¡Tres años! Cuando iniciamos Letrina la idea original era quedar como un proyecto cien por ciento estudiantil, mas no institucional de la actual Facultad de Letras de la Universidad Michoacana de San Nicolás (Santa Claus) de Hidalgo. Posteriormente un amigo de Alberto comentó ¿por qué rayos dejar en manos de quién sabe quién el trabajo y esfuerzo que habíamos realizado nosotros? Ahí fue cuando los miembros editoriales tomamos la decisión de seguir adelante por nuestra cuenta, como al fin y al cabo habíamos iniciado. Hoy somos becarios del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) con el Programa “Edmundo Valadés” de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes, emisión 2014, y puede que haya quien nos diga vendidos por esto. Sin embargo, por un lado, los contenidos siguen teniendo la misma libertad que buscamos desde nuestra fundación y, por otro lado, no debemos olvidar nunca de dónde viene el dinero que los gobiernos manejan: de ti, que estás leyendo estas páginas y a quien nos hemos debido siempre, desde lo que publicamos hasta la difusión que recibimos. Es por eso que cargamos con la responsabilidad de hacer algo de provecho con TU dinero que recibimos a través del FONCA. ¡Vaya tres años que hemos pasado! Entradas y salidas en el equipo de los que elaboramos esta revista, pasiones y traiciones, sorpresas y decepciones, y etcétera, etcétera. Aquí estamos hoy, después de sueños de papel, PDF y ahora dominio web con el número 19 deseándote ahora y por siempre… Movimiento intestinal regular… pero… mejor… una dieta baja en fibra, para que pases más tiempo leyendo en el retrete nuevos años de nuestras letras para tocador y otros lapsus lingüe.
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Director general: Alberto Rivera Mena Editora de Secc. Lingüística: María Guadalupe Gutiérrez Arroyo Editora Secc. Comunicaciones y Fotografía: Itzi Paulina Medina Jiménez Editores Secc. Creación Literaria: Alberto Rivera Mena Corrección de Estilo: Todos Diseño: Marco Antonio Martínez Canales
Índice Páginas Prosa Verso
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Colaboran en este número: Zepeda Villarreal, Ernesto Adair Miguel Ángel Araujo Cortés Andrea Rodríguez Reyna Carlos Noyola Bolboreta Gabino G. Ocampo Daniel Medina Rosado Diego Rodrigo Illescas Diaz
Todos los contenidos de Letrina son responsabilidad de sus respectivos autores, y no necesariamente reflejan la opinión de los editores. Reserva de derechos al uso exclusivo de Letrina: 04 - 2014 - 022015214400 - 203
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AVE AZUL Por: Ernesto Adair Zepeda Villarreal A Bossuet Gastón Aún puedo paladear el sabor del labial en la boca, y en todo el cuerpo. Tomo la botella de vodka sobre el tocador y me sirvo un trago. Comienza a amanecer. El gusto acre del humo se adhiere a los dientes, amargo y espeso, mientras desciende por la garganta. Encender un cigarro apenas despertar, sin escupir la saliva anegada en los dientes, es un goce extraño; pocos lo entienden. La pieza se sumerge en la oscuridad fingida de las ventanas cerradas. Cada objeto guarda un delicado equilibrio, no obstante su aparente desorden. La sangre se agita y crece con la arrogancia del oleaje que bate contra las sienes. Entre las persianas miro los haces de luz escudriñando el cuarto, tratando de alcanzar a las criaturas de este abismo simulado. Un impetuoso ardor envuelve los ojos, tan calientes… Apenas puedo respirar. La piel de mi acompañante emerge de las sábanas con la gracia de quien se entrega al sueño. Su mansedumbre desbordada es el centro alrededor del que gira la habitación, lejana del mundo, casi incorrupta. El cuerpo desnudo de una mujer así tiene la gracia de multiplicar su atractivo cuando el sudor evaporado deja ese bálsamo mineral de su violencia física. Los detalles son caprichos del diablo. Observo con paciencia como agita su espalda a cada inhalación. Una infinidad de partículas se revelan en el humo enrarecido que golpea la luz. La miro y no dejo de pensar en el profundo asombro que una mujer desnuda me causa. Más allá de su cuerpo, lo que me atrae es la serenidad de sus brazos, la franqueza en su rostro, y ese pequeño tatuaje detrás del hombro. Es el dibujo de un ave azul agitando las alas. No creo haber visto nunca un ave real con tanta gracia. Mientras observo la tinta crece la potencia de su perfección sobre la carne femenina. Las cenizas que caen del cigarro se acumulan en el pecho. Y ella duerme con la tranquilidad de quien se aferra a un sueño como si fuera a durar por siempre.
A mí también me ha pasado. Desear con tal rabia que esa forma de conciencia, esos figurines en las siluetas de vapor, sustituyan a la realidad; sin importar cómo o por qué, desvaneciendo la ilusión anterior en un instante. Abrir los ojos dentro de los ojos, ver por vez primera. El humo que escapa de la vista se arremolina en el techo. Supongo que la mayor de las atracciones de esa trivial idea es la de perder por completo la noción del tiempo, liberarse de la dictadura de su prisión efímera. Acaricio su hombro. Es patético, lo sé. Pero cuando es todo lo que te queda… Ella no despierta. Y no la culpo. En el momento que sus pupilas claras se enciendan lo único que verán será la frívola imagen de la habitación en desorden, la luz del día próxima a alcanzar los pies de la cama, y a mí a un costado. Dondequiera que esté, es libre. Descansa de la fatiga de la cotidianeidad, del fiasco de vivir en resignación constante. Dormida de esa manera se ve tan hermosa. Nadie tiene derecho a arrebatarle el anhelo de volver a su inocencia, recuperar un poco. Conforme la observo más clara es su trasmutación, se convierte en algo diferente. Su cuerpo se abraza a través del silencio. La finura de sus manos, la manera en que el cabello oculta su frente, lo brillante de su piel cancina... Se torna un misterio. Ella se funde con su tatuaje, y emerge debajo del lino como un ave, un ave azul. Duermen sus labios la fatiga de la pasión sin ternura. Entregada hasta el fin del mundo, pero incompleta. La comprendo. Sus párpados retienen la impotencia de su generosidad carcomida. Abre las alas con cierta duda… Las palabras se deforman en el humo de otro cigarro. Entendemos lo que fue. Adivino los caminos que tomarán mis pensamientos. No puedo evitar recordar el pájaro azul del poema del viejo mediocre. Siento la sonrisa áspera. Sí, como el pájaro azul. Algo así tiene gran valor en estos momentos, una curiosa coincidencia. La idea me distrae. Hay que entretener la mente. Sentir aunque sea por breves instantes que no hemos perdido mucho, que podemos volver a comenzar. La calma con que ella respira comienza a molestarme de pronto. Es furia. Reconozco en ella lo que he negado en mí: la esperanza. Y no es una de esas cosas que se puedan recuperar. Fue bueno, fue algo bueno. Yo no le puedo seguir en ese viaje.
Las puntas de los dedos conservan el cosquilleo apagado de unas caricias pasajeras. Consumida la pasión en su propia espontaneidad no queda nada. Cada mimo insustancial borronea la piel tras una película de polvo; una marca indeleble. Lo sentidos se saturan en el alcohol y el aroma de los cuerpos extenuados, tibios, contiguos. Aspiro con fuerza para no olvidarlo. Es la atmósfera de una resaca ligera, de esas que zumban como un foco de argón. En un par de horas habrá pasado. Tras cada nuevo cuerpo no volvemos a ser los mismos. Un precio justo. La noche termina. La luz se abre paso y golpea la superficie de los objetos. Ante los ojos la botella se presenta como un recipiente manchado con grasa en el talle del cuello; los cuerpos parecen diminutos, más pesados; el vacío que escapa de la carne fluye por la almohada. Fue bueno, tan bueno como se puede esperar sin pedir demasiado. Y ahora ha terminado, ya pasó el momento. Otro día, la misma búsqueda descarnada de razón, de otra vida de la cual alimentarse. La pasión de los cuerpos es un monstruo que absorbe el calor de quienes se encuentran a su alrededor. El sueño escapa a los desgraciados. Es una búsqueda de placer en la materia que nunca se sacia, nunca es suficiente. Perpetúa la ansiedad, y la insatisfacción. Cuanto más se abreva, más se padece la sed. Cada inhalación acompaña un ligero resuello hasta el estómago. La mujer permanece inmutable. Yo no existo. Estábamos ávidos de compañía, de ese calor que sólo se encuentra en alguien más, y nos dejamos llevar. Nos consumimos en los apetitos de la voluntad. Estábamos solos. Pero ocurrió lo de siempre, y ahora nos hemos arrancado un filón de alma el uno al otro. El rubor de su rostro, la animosidad de las piernas, el sabor dulcificado del alcohol en sus labios, la extensión de la piel indiferente. Terminamos fracturados, llenos de otros, de recuerdos; cada vez menos reconocibles. Llegamos a la muerte como una unidad corrompida, un objeto desgastado en tantas manos. Es difícil encontrarse al borde del espejo y mirar
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dentro de las propias pupilas. Tenerla acostada y reconocer que su tranquilad es
una llaga inescrutable dentro de mí mismo. Puedo ver aquellas alas brotando de su espalda, pero no puedo tocarlas. Las palmas de mis manos están demasiado cansadas… pesan tanto. Quizás el agua distraiga mi mente. Sirvo otro trago. El alcohol calienta el esófago antes que el estómago. Disfruto el ardor. Me levanto. Aspiro por la boca para que el éter suba de nuevo a la garganta. Me acerco a las persianas mientras se acostumbran los ojos a la luz. Afuera acontece el mundo, indiferente a nuestras pequeñas existencias. Enciendo otro cigarrillo. Tal como pensaba, ella es el centro de la habitación. Desde aquí, el tatuaje de su espalda se ve claramente. Si pudiera lograr lo que ella… si tan sólo lograra perder el control de la conciencia, y dejar de darle vueltas a los pensamientos… si tan sólo pudiera escapar de la convicción por ser miserable, tan aprehensivo con las pequeñas obsesiones. Una idea complicada. Estoy atrapado en mi propia cólera. El agua de la regadera se desliza por el cuello. Los golpecillos tibios me arrullan. Es un buen lugar para despejar los sentidos. Permanezco inmóvil bajo el chorro. En el caudal de la ducha navegan demasiadas ideas. Pienso en ella, en mí, en la habitación, en la sed que sé que vendrá, en el deseo insatisfecho de seguir buscando aquello que me falta. Pienso en todo como si no tuviera destino. Las quimeras me dominan, unas sobre otras, con voces simultáneas. Mientras más tiempo pase en la habitación, cerca de su plumaje, la dificultad para respirar aumentará. Su tranquilidad me perturba. Si acaso fuera parecida a mí podría decir lo que fuera, darle un beso y largarme. No me molestaría en imaginar lo que sentiría, por lo que no supiera decirle… Nunca es sencillo. Trato de conjugar un par de palabras, una buena frase, cualquier cosa que no arruine demasiado la amistad. Nunca he sido bueno hablando con otros. Contemplo las palmas de mis manos, y el agua que escurre en los dedos. Decir cualquier cosa a veces parece tan sencillo, natural, casi instintivo. No para mí. La ropa del día anterior tendrá que servir. Me visto con la paciencia de quien no tiene a donde ir. Tendré que marcharme.
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El aire viciado impregna la camisa. Fumo más por costumbre que por adicción. Es simplemente algo que he aprendido a hacer. Y lo hago bien. Simple acondicionamiento, costumbre. Algunas revelaciones carecen de misterio. La camisa cuelga del modo en que lo haría una segunda o tercera piel. Las volutas de humo se mueven de un lado a otro, con su franqueza quisquillosa, fuera de tiempo, lejanas, inmunes a todo cuanto les rodea. La cama con la mujer desnuda bajo las sabanas es una concha marina en la que la luz rompe el oleaje. Allí está ella, todo un laurel en los brazos de Apolo. Su sueño, prolongado por el silencio de la mañana, es un páramo infinito en el que nada brota. No me atrevo a robarle un solo instante de su delicadeza. El perfume de su cresta es inmune a mi bestialidad. Busco la cartera. Dentro, junto a las facturas y otros papeles que se han ido quedando allí asoman los mismos billetes que vi al comprar la botella, las mismas fotografías que atesoré con remordimiento, la excusa para deambular sin rumbo de nuevo atada a un anillo. Aún puedo escapar a algún otro sitio, lejos de esta colosal derrota de una mujer que duerme en su pureza. Quizás sea cierto lo que se dice sobre la imposibilidad de comprar un poco de satisfacción, pero la compañía siempre ofrece la posibilidad de un buen momento. Sin embargo, termina. Cualquier contacto con otro ser humano, sin importar la naturaleza azarosa o efímera, siempre tiene algo de valor. Cualquier instante para dejar de fingir que nada importa es bienvenido. Sirvo otro trago. El último. Rasgo un pedazo de papel. Las líneas se escriben con rapidez, casi de manera autómata. Las manos saben lo que tienen que hacer. Cuando ella abra los ojos y lea el mensaje, puede que sonría, puede que se enfade, puede que no le importe. Quizás ni siquiera lo vea, y cuando lo haga ya no sea relevante. Con el tiempo lo sabré. Sólo un beso, un roce en la frente; una extravagancia para no sentir que dejo algo más que dinero. Pequeña ave azul. Trato de imaginarme a mí mismo también como un ave colorida, o púrpura o sanguinolenta, extraviada allá afuera en el caos
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cotidiano. Es fácil ilusionarse con la idea del cambio, mas es una concepción que
muere joven. Imagino los pájaros sobrevolando la ciudad. El canto de mi ave se sofoca por miedo a delatar su escondite. Puedo sentir la cobardía bajo su plumaje desgarrado. “Disculpa, linda, tengo que seguir buscando. El batir de tus alas sobre la almohada me ha recordado cuán incompleto estoy. Tengo que irme. No me atrevo a despertarte. Un beso.” Mi impenetrable ave debe estar en algún lugar, tratando de vivir cada día la vida que yo no le di. Tendré que continuar buscando una excusa para no abrir la jaula deshabitada, un sitio en que la oscuridad sea tan densa que su canto crezca en toda dirección, desde cualquier sitio.
Zepeda Villarreal, Ernesto Adair. (Texcoco, Estado de México, 1986). M.C., Economista. XVI Premio Nacional de poesía Tintanueva 2014, con el poemario Reminiscencias. Mención honorifica en el 3er certamen de poesía Francisco Javier Estrada 2011, de la Casa del poeta Gonzalo Martré (Cd. Neza). Primer lugar del III certamen Buscando la Muerte, del Centro Cultural Mexiquense Bicentenario, 2014. Ha publicado en las revistas Salamandra, Molino de Letras (Texcoco, EdoMéx), Aeroletras1 y 2 (Querétaro, Q.), El Perro, así como en digitales: Penumbria 23, Revarena Vol. 6, y otras. Los libros colectivos más recientes donde ha participado son: Sobre la brecha (C. Entrópico), Masturbación Latina (La Fonola Cartonera, Chile), Lo poéticamente incorrecto (MiCielo Ediciones),Hostal Entrópico (C. Entrópico), La llave de los secretos (C. Entrópico), ¡Está vivo! Homenaje a Frankenstein (Saliva y Telaraña), El infierno es una caricia (Fridaura), TurdusMirula (Revista Mirlo, España), entre otros. levedadlunar.blogspot.mx.
@adairzvFb: E Adair Z V
Actualmente es el Editor del proyecto Colectivo Entrópico.
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EL DÍA EN QUE MURIÓ LA ETERNIDAD Raúl fue el último en enterarse, y no es sólo una expresión. La noticia había contaminado todos los medios, para los internautas apareció como un rumor, una mala broma, un absurdo, un montón de palabras sin sentido que tomaron forma en el transcurso del día para que en las últimas horas de la noche el presentador del noticiero nocturno repitiera esas líneas en la pantalla de los televisores de todos los hogares. La noche se sumió en un silencio frío, nostálgico. Al amanecer, el diario local golpeó la puerta de Raúl para exhibir en letras grandes y negras un encabezado que parecía sacado de una novela de José Saramago. “La Eternidad se aproxima a la hora de su muerte”. La nota se refería a la Eternidad como un ente con vida y voluntad, que respiraba, se alimentaba del tiempo, dormitaba cobijada entre nuestros sueños y algunas promesas. El conocimiento de esta realidad había llegado a la mente de los hombres preciso como llega el amor a las mentes comunes, cruza la puerta un martes cualquiera y decide quedarse en el espacio donde guardamos nuestras ambiciones, entonces ya nada se puede hacer.
La conmoción fue general, las reacciones diversas. Los incrédulos se
manifestaban con bromas, comentarios despectivos para los autores de esa falacia ridícula, las críticas para los gobiernos de los países con antecedentes de corrupción fueron mordaces, la opinión pública coincidía en que se habían quedado sin imaginación para distraer a las masas. Pero otros tantos abrigaron el miedo y la preocupación tras la noticia. Los grupos religiosos temieron perder el motor de su fe, la promesa de la vida eterna se veía desecha y el incentivo para que los feligreses adoptaran sus normas y creencias compartía el lecho de muerte con la Eternidad. Los besos de los amantes se volvieron fríos, el sexo era sólo un deshaogo del instinto, ya no había lugar para guardar promesas bajo el colchón, decir “por siempre juntos”, era mofarse del otro.
Raúl miraba por la ventana, consumía las horas en absoluta contemplación
del cielo, se preguntaba dónde estaría la Eternidad de la que hablaban, si era posible sentir su respiración y si las nubes eran, quizá, sus exhalaciones. Caían las hojas de los árboles, caía la luz y también la oscuridad, los días se marchitaban,
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morían, respiraban, volvían a perecer en el manto de la luna y las hojas seguían cayendo en aquel helado y largo otoño.
Los hombres parecían sombras al avanzar sin rumbo en las calles, las
mujeres habían perdido esa luz que hace de las figuras algo digno de ver, el mundo era un reloj de arena. A Raúl el tic-tac de las manecillas le parecía un llanto hueco, mecánico, como los rezos que murmuraban los templos los domingos por la mañana. Los sueños, los deseos, las palabras no pronunciadas, los momentos anhelados que se habían guardado en un cajón en la última habitación, eran costales de arena para los hombres de traje que trabajan en la torre de Babel.
Los relojes se detuvieron una mañana, el cielo no cambió de color y
las nubes continuaban su navegación hacia el horizonte, todos sabían por quién doblaban las campanas. Raúl fue el último en enterarse, corrió a la calle y gritó al cielo: - ¡Alguien haga algo, digan ya sus palabras finales, alguien derrame una lágrima, alguien dé un abrazo, que dé la bendición, otro grite al cielo y cuestione a nuestro Señor, alguno diga adiós. Se va, se ha ido, se ha marchado ya la Eternidad. Sólo nos queda este momento, no se diga más. Hagamos el amor, porque esperar un instante más sería esperar una eternidad! Y la Eternidad, lo sabemos, ha muerto. Miguel Ángel Araujo Cortés
Miguel Ángel Araujo Cortés. Estudiante de la Facultad de Letras y Comunicación en la Universidad de Colima. Obtuvo el tercer lugar en la categoría juvenil del certamen “Escríbeme un cuento” organizado por Radio Levy. Y el cuarto lugar en la selección de cuentos para antología de cuento erótico “Detrás de la puerta” realizada por Destellos FALCOM. Participó en el “Encuentro de Estudiantes de Lingüística y Literatura Hispánica XIII”. Ha colaborado en el suplemento de literatura Voz Zero de Querétaro, en los especiales “Café y cigarros” y “Crónicas infrecuentes”
LEY DE MURPHY En un reloj de mano, hecho a la antigua usanza, vivían Horario, Minutero y Segundero. Por lo general, Segundero pasaba sus días corriendo, temeroso de que sucediera una calamidad si no llegaba a cada una de sus citas en el momento designado, solamente hablaba con los otros dos para saludarlos y despedirse en el acto. Pero Horario y Minutero, que se veían constantemente durante el día, se habían enamorado locamente el uno por el otro.
Como todas las parejas, Horario y Minutero tenían problemas en su
relación: la cadencia era el origen de todos los males. A Minutero le gustaba andar con un paso ágil, viviendo una emoción tras otra, abrazarse al vértigo y lanzarse al vacío sin miramientos. Por otro lado, Horario encontraba su dicha en contemplar todo aquello que el mundo pudiera ofrecerle y abstraerse durante un largo rato, además, era extremadamente reflexivo y necesitaba pensar antes de tomar decisiones o hacer planes, de tal forma que su vida transcurría lenta y sin muchos sobresaltos. Era natural que sus vidas tuvieran ciclos diferentes, como era natural que estos ciclos no siempre pudieran coincidir, dando paso a una interminable serie de encuentros y separaciones. Aun cuando sabían que esto era inevitable, cada vez que Horario y Minutero lograban abrazarse, sentían una alegría chispeante que corría por sus cuerpos, una felicidad que los iluminaba y por un instante los convertía en astros. De la misma forma, conforme iban alejándose, su luz se volvía más tenue, se dispersaba en el espacio que separaba a los amantes hasta que sus cuerpos se drenaban completamente y entonces sólo quedaba el recuerdo de su júbilo, esparcido por el aire. Hastiado por la situación, Minutero le propuso a Horario que lo siguiera sin importar qué y pasaran el resto de sus vidas marchando el uno al lado del otro, inmersos en una dicha infinita. La reacción de Horario fue muy distinta a lo que esperaba, turbado y horrorizado le tomó por desquiciado, le dijo que nada bueno podría resultar de aquel acto de rebeldía contra la naturaleza de su
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existencia.
Minutero se puso a rabiar, no podía creer que en el momento decisivo
su estrella fuera tan pusilánime, se aferró a Horario y le rogó que lo siguiera, o de lo contrario detendría la marcha de todo el reloj. Segundero, que corría presuroso hacia las 12 rompió su acostumbrado silencio, gritó con toda la fuerza de sus pulmones para que Minutero desistiera “¡¡Muévete, muévete!! La desgracia caerá sobre todos nosotros si no te mueves” incluso Horario luchó por deshacerse de los brazos de su pareja, rogándole que fuera más comprensivo, pero ni los gritos de uno ni las lágrimas del otro lograron menguar la obstinación de su amigo. Como todo lo que tiene que pasar, pasará, el berrinche de Minutero provocó que la mecánica entera sufriera debido al exceso de trabajo, los engranajes se golpearon entre sí hasta que la carátula no resistió más salió volando por el aire. Una vez que cayeron al suelo, Horario y Minutero descubrieron que entre ellos se levantaba un enorme mar de engranes y tornillos que no encontraban la forma para volver a encajar. Siendo una costumbre de la actualidad el reemplazar en vez de reparar, el idilio de Horario y Minutero culminó en el fondo de una bolsa negra. Andrea Rodríguez Reyna. Escribiendo desde Jalisco, México, en donde estudia la carrera de Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara. ¿El resto? Es más divertido dejarlo en suspenso.
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CANTAR LIBÉLULAS Subo los jarrones para escapar de mi memoria. Desde allá veo a mis hermanas brincan encimándose para alcanzar libélulas que se congelaron cuando pensaban en ser aquenios.
La tía llamó e intenté correr pero mis hermanas decidieron construir pirámides sobre mi cuerpo. “No siento los dedos”, dijo una de ellas y volteé a mirar por la ventana el vals de dieciséis que pronto se convirtió en canto de risas y libélulas.
Mis hermanas repetían que no las encontraban y entonces entendí lo que vi
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cuando dijeron: “las libélulas no están se han ido o se las llevaron.”
Carlos Noyola nació en la Ciudad de México en el 96. Sus poemas han aparecido en publicaciones como el Periódico de Poesía de la UNAM, Matapalo de Ecuador y Crítica de la BUAP. Escribe regularmente para El Inconformista Digital y The inisghters. Escribió Costumbres correctas (Texere, 2014).
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I Un día, mis pies se hundirán en el pasto, llegarán a la raíz del árbol. Me comeré la tierra, y seré la flor. Sentiré como las hormigas, recorreré las hojas, hasta darles forma. Jugaré a cantarle al alba. Andaré a ciegas, para sentir el aire. Dejaré que caiga la noche, que es allí, donde están todas las respuestas.
II Y navegué en el pantano de mi mente. Flotaba, ya no era agua. Me quedé suspendida… Allí estabas tú, hundiéndote, con piedras en los pies. Acto suicida. Situación fortuita. El suelo te buscaba, te esperaba, parecía venganza. Era el llamado de la Moira, el hilo de la muerte… III
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Llegué al mar, me perdí en el horizonte. Pasaron las horas, Me confundí con la noche. Mi luz se volvió sombra. Me suspendí en la oscuridad… Di un salto al vacío, y decidí que era el momento para dejarlo ir. Dejar atrás los lamentos, el miedo. Descubrí el sentido de las cosas, que si el camino no es oscuro, con niebla, jamás encontraría la respuesta, no sabría palpar el cielo, sentir el aire. Entendí que sólo en un valle oscuro puede verse la luz del alma. IV Dejaré que seas el fantasma que persiga al que está vacío, al que no ha emprendido el vuelo. Yo seguiré caminando dibujando las nubes jugando con el aire bebiéndome al río. Comiéndome al tiempo, cantándole al viento, y deshojando al árbol que un día, volverá a nacer.
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AGUA Aquella vez, se hacía de noche y descubrí lo tramposa que podía ser la mente. Era traidora, embustera. Todo comenzó cuando vi la tina llena de agua, y me invitaba a sumergirme, a navegarla lentamente… La mente, me decía que podía llegar hasta el fondo, flotar en el tiempo, perderme en el espacio; inventar un universo. Entonces, escuché un fogonazo y desperté por dentro. La tina es un objeto, el agua es un elemento. Eran Los heraldos negros de los que hablaba Vallejo. Era el juego de la muerte. Astuta, mentirosa, tramposa, la mente. V Mi cielo se nubló de jacarandas, mis días grises recibían las flores que caían lentamente. Vi el resplandor de un suelo violáceo, áureo. Que me recordaba que estaba aquí, Preguntándome cómo ser flor, árbol, agua, viento… ¿Será la imaginación? o son mis sueños de aire. Veo que la calle florece, los huecos del alma se desvanecen. Decido abrir el corazón, caer en el pasto, sacar las raíces. Quiero ser yo la que nuble otro cielo y dé flores. Por: Bolboreta
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LA INFECCIÓN La infección existía desde el siglo III. Los doctores de esos tiempos trataron de curarla, usaron químicos y pociones, pero no pudieron detenerla. La infección creció. Los químicos usados sólo aumentaron sus defensas. El bicho que cargaba el virus era muy eficaz; vivía en casi todos los cuerpos. Entraba en los ojos y vivía por largos periodos de tiempo. La población lo podía ver, pero les parecía inofensivo. Vivía ahí, como hilos en los ojos.
De los ojos al cerebro y ya adentro, se alimentaba de materia gris. Poco a poco el propio cerebro se tornaba contra el portador y con el tiempo, éste dejaba de pensar. La gente lo atribuyó a diferentes cosas: libros, sexo, masturbación y al diablo. La realidad era otra, el cerebro ya no les pertenecía. Lo que quedaba era usado por la infección
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y el resto ya eran desechos.
Pseudónimo para publicación: Gabino G. Ocampo (Que no aparezca el nombre completo por favor) Semblanza del autor: Estudia la licenciatura en filosofía en el CUCSH-Universidad de Guadalajara. Reside en Guadalajara, México y es maestro de inglés y traductor. Ha sido publicado en la revista literaria Factum, el suplemento Voz Zero y pronto será publicado por la revista Himen. Aparte a concursado en la semana cultural del CUAAD y fue finalista en el concurso “La ciudad y yo” de Taciturno Editores. Su blog literario es: http://sinconfin.blogspot.mx/
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IRREAL Y MARINA La osa no se hunde en el mar Paul Blackburn
He emprendido un viaje hacia alguna parte.
En las inertes horas de la playa, como roca inamovible, me he cultivado de energías, de líquidos vivaces y de espumas, de caracoles abiertos y el sexo infuso de sirenas.
En tifones de luz se consagra el siempre conmovido océano.
Y alucino con la visión de un mar que yace muerto en la orilla.
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Floto a veces entre algo que tiembla, alguien vivo que se muere y se asfixia con el rayo.
¡Y también me he sumergido con mujeres Atlántidas!
En más extensos mares me he perdido.
Bebiendo todo el tiempo, estoy ya ebrio de sal.
Completamente oscuro, con el cuerpo a la deriva, extraviándome, me alejo de la presencia del frío.
MEDITACIONES (A partir de un cuadro de Vincent Van Gogh)
Agotados ya todos los sentidos de la espora,
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toda creciente imaginación azarosa, toda paradoja indescifrable definida.
Acurrucado en dos septiembres sombríos renazco de las frías crisálidas agonizantes. Renazco una y otra vez en la estación púrpura. Y mis manos son planetas no fundados, de alineadas personas que habitan en los cascarones.
Agotado ya el material fluctuoso de la célula. Vidrieras de parásitos. Y miro el agua curva con su hablar espontáneo.
Las hojas no responden al llamado de la bruma. Dicen sus líneas que son mudas o trastadas, que están locas.
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Locas las hojas, las esporas.
Y la luciĂŠrnaga de la maĂąana me intimida tras una noche de espanto.
Estoy lejano.
Como aletargado en una rama me devora una manzana fresca y me voy haciendo‌ Creando poco a poco imaginario.
LA TRANSMUTACIÓN DE LAS SOMBRAS El tono de la voz de la sombra no era el tono de un solo ser, sino el de una multitud de seres. Edgar Allan Poe
Magnético el brillo de los pájaros, el fragor de las sustancias fronterizas. ¡Sombra, oh Sombra! Cuerpo desigual de la tarde que se incendia.
¿Cuándo podré volver a verte? ¿bajo qué nombre? ¿en qué raíces? ¿entre qué formas? De los árboles inclinados a la espera del vacío, Sombra brotan tus frutos refulgentes.
Daniel Medina Rosado (Mérida, Yucatán, 1996). Es poeta. Autor del poemario Mímesis para Gusanos (Ediciones El Viaje y Letras de Pasto Verde, 2015). Director y fundador de la revista literaria Bistró. Estudiante de Letras del Centro de Educación Artística “Ermilo Abreu Gómez”. Poemas suyos han sido publicados en blogs y revistas nacionales y del extranjero. Ganador del IV Premio Nacional de Poesía Joven “Jorge Lara” y del Concurso de Cuento Breve y Poesía “100 Años de Letras Mexicanas” convocado por el Instituto Nacional de Bellas Artes.
AÚN Aún no la encuentro, quisiera que mis voces se callaran, que las cruces suplicaran un último encuentro y yo aún no la encuentro, sé que ha de estar perdida bajo la vista, bajo cualquier puerto, quisiera soñarla aunque fuera en réplica, aunque fuera instantáneo, que si se perdiera fuera soprano, de manto orgiástico y piel vulgar, sin líneas en los jardines que se cruzan dentro de su corazón plata. Aún no la encuentro, ha de estar excomulgada, donde nada es visible, sobre un óleo negro, negro como párpados, tan negros como la noche, tan inocentes, y quisiera desearlos, sentirlos vibrar en los ojos alacranes de mi ser, que inyectaran algo de ámbar cenizo
en el sexo femenino, en la boca pulcra de frutos, en las aguas vegetales de mi cuerpo labrado de horas.
Y si lo encuentro, será, dentro y sólo dentro de la memoria del cuerpo.
UNO Un canto sin sonido, una luz perdida en el estribo, una nube que es olvido, una sonrisa que es desdicha, un encanto sin fronteras, un beso amortiguado por el ruido, un descenso con destino, una mirada a la deriva, un hasta adiós aflorado de recuerdos, una lágrima por cada grito ahogado, un laberinto derruido en cada instinto, un gozo arbitrario, una caricia en cada luna, un escrito a cada esquina, un sueño a cada silencio,
un rencuentro con cada palabra que dejo fluir en mares de tinta, y en ellos un solo reflejo.
VEREDA Vereda que no se a dónde me llevas, si perdido estoy en tus manos, déjame perderme en mi espíritu, llévame lejos por escaleras, sótanos, zócalos, pasillos, pero llévame a donde mi instinto me llama, a donde las palabras me han guiado, a los juguetes de mi infancia, algo me dice que he de recuperar mi t-rex.
No sé si sea de mañana o noche, ¿qué importa?, sólo sé que las veredas de mi ser, las que he labrado yo mismo, las
he de retomar para encontrar la luna, el sol, el universo, a mí, en cada hoja, en cada aliento.
MAR Andaba perdido en el mar del tiempo, ahogado por el pasado, mecido entre la espuma y el vientre que me sabía a sal, la corriente llevaba entrecortada mi voz, y mis lágrimas se hacían mar. No supe cuando me perdí, los segundos pasaron, las horas transcurrieron y mi cuerpo era otro cuerpo más en la discordia de la lluvia, en la furia de las olas, que me alejaban de las estrellas con la marea, mi cuerpo se cristalizaba en sal, se deshilaba en sangre, consumiéndose en mar.
Adentrándome en él, en sus profundidades,
volví a la costa, a la playa, y de nuevo me encontré en un dédalo de cristal y supe llegar a la cúpula de mis sueños.
Diego Rodrigo Illescas Diaz Edad: 17 años Nacimiento: mayo 20 de 1997 Correo electrónico: clipper11.97@hotmail.com Origen: Guadalajara, Jalisco, México Publicaciones: Revista Morbífica, cultura colectiva, blog err magazine, y una página web llamada ajiems.
Breve biografía: Escritor por impulso desde pequeño la necesidad se ha presentado a manera de desahoga desgastando el grafito a manera de versos sobre el papel, amante de toda arte, en sus pasatiempos libres fotógrafo.