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La soledad y “Eleanor Rigby”
Alberto Ruiz Cantero
Médico Internista (España)
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Las personas pueden desear vivir solas, eligen la soledad; lo cual genera autoconfianza, autonomía. De ahí la frase de Paulo Cohelo: “La soledad, cuando es aceptada, se convierte en un regalo que nos lleva a encontrar nuestro propósito en la vida”. Sin embargo, otras personas viven en soledad no deseada y no elegida, por tanto, se sienten solas y fuera del tejido social.
El entorno de vida es donde las personas nacen, se desarrollan, viven y mueren. Las personas que viven en pequeñas poblaciones tienen una red social a pesar de vivir solas. Con la globalización, las personas se desplazan de un país a otro y de pequeñas a grandes ciudades, como mano de obra, evidentemente ligado a las distintas pobrezas. Manfred Max Neef, en su libro “Desarrollo a escala humana” habla de la pobreza de subsistencia, de entendimiento, de afecto, de participación, de identidad…
Desde inicios del siglo XXI, se comenzó a hablar de la soledad como una epidemia en el que, sobre todo, personas de edad avanzada se sienten solas y están afectadas biopsicosocialmente, por lo que en distintos países se han creado secretarías o ministerios para atender a la soledad. Aparece así como un fenómeno nuevo, pero no lo es, puesto que ya comenzó con la industrialización en la época moderna, la misma que generó los primeros y grandes desplazamientos humanos.
En los años 60 del siglo pasado, el grupo británico The Beatles, cantaba una canción compuesta por John Lennon y Paul McCartney llamada “Eleanor Rigby”, donde cuentan la historia de una mujer que vivía sola e iba a recoger el arroz de las iglesias donde había habido una boda. Ella murió en la iglesia y fue enterrada en soledad. En dicha canción se repite un estribillo: “Todas las personas solitarias (“Aah, mira a todas las personas solitarias”) ¿De dónde vienen? / Todas las personas solitarias (“Aah, mira a todas las personas solitarias”) ¿A dónde pertenecen?”. No es un fenómeno nuevo.
Si bien la soledad no está ligada a la edad, una persona puede sentirse sola tanto en la adolescencia, como en la juventud, la edad media y hasta en edad avanzada. Las personas mayores son más vulnerables a los problemas que acarrea dicho fenómeno debido a que han perdido a familiares cercanos –cónyuge, pareja, hermanos, hermanas, hijos etc.-, y a sus amistades, y también debido a problemas de comunicación, tales como carecer de teléfono o de redes sociales, o por su condición socioeconómica, todo lo cual, en definitiva, condiciona el aislamiento social, aun cuando puedan tener contactos sociales, se sienten solos. No siempre vivir en compañía evita la soledad; tal como dijo el escritor estadounidense Joseph Heller: “Mi problema con la soledad es que la compañía de otros nunca ha sido una cura para ella.
Es de todos conocido que a medida que avanza la edad las amistades van desapareciendo, bien sea por pérdida de contacto o por fallecimiento. También las familias se van distanciando al no tener un núcleo común, como serían los padres. Las personas mayores también pueden tener problemas financieros y, por tanto, las circunstancias sociodemográficas a nivel individual también influyen. El problema se ha incrementado durante el aislamiento por la pandemia de COVID-19. En un reciente estudio de 2021 de la Organización Mundial de la Salud y de la Organización de las Naciones Unidas, cifran entre un 20 a 34% de personas mayores que se sienten solas y en aislamiento social en China, Europa, Latinoamérica y Estados Unidos de América.
En personas más jóvenes y por distintas circunstancias, como la pérdida del trabajo, al llegar a una edad media de la vida, problemas familiares, entre otros, se ven abocadas a vivir solas y vivir “sintecho”, “sinhogarismo” (homeless, en lengua inglesa) y, en general, habitan en grandes ciudades.
Otros grupos de personas que pueden sentirse solas son los migrantes, como se relataba al principio, a consecuencia de los desplazamientos en busca de trabajo, por circunstancias bélicas en su propio país o por otras razones. También las personas con diferencia de género, o por otros conflictos sean familiares o sociales, al no ser bien acogidas y sentirse aisladas deciden emigrar, a lo que se suma la discriminación social.
The Guardian, un diario británico, publicó en 2019 una experiencia en Finlandia. Con el fin de abaratar costes por las visitas domiciliarias, a la hora del almuerzo los adultos mayores se comunicaban con otro grupo de personas a través de la videoconferencia, a fin de entablar conversación entre ellos mientras comían. Una de las participantes de 80 años, comentaba que vivía sola y que la comida le sabía mejor al estar acompañada, que le agradaba ver y hablar con otras personas. Este efecto colateral de la asistencia sanitaria mejoraba la sensación de soledad de los participantes.
Se ha descrito que la soledad tiene implicaciones significantes con varias enfermedades físicas y mentales, como la depresión, el alcoholismo, problemas cardiovasculares, dificultades del sueño, alteración del sistema inmunológico, enfermedad de Alzheimer, el estado de salud general y la mortalidad temprana, como también en la calidad de vida.
Por ello, las administraciones públicas de los distintos países, desde lo local hasta lo estatal, deberían poner medidas sociales e imaginativas para evitar, en lo posible, la desigualdad y que las personas vivan en soledad no elegida ni deseada, por sus consecuencias hacia ellas mismas y por la propia sociedad. Ya existen organizaciones no gubernamentales (ONG) para luchar contra la soledad, así como asociaciones de voluntariado que puedan mitigarla. Pensemos que todos podemos llegar a dicha situación; por tanto, hagamos visible lo invisible cuando no nos afecta.