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El laberinto de la felicidad

Aland Bisso Andrade

Médico Internista

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El Diccionario de la Real Academia de la Lengua ofrece una definición de Felicidad tan infeliz como mezquina: “Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”. Bajo esa óptica, el gozo de la felicidad está condenada a ser el producto de una posesión, un trueque, una compra, una dádiva, incluso al hurto o la extorsión. Platón y Aristóteles coincidieron en que para alcanzar la felicidad es necesario identificarse con Dios practicando la virtud y adquiriendo el conocimiento de lo que realmente es bueno para el hombre. Una definición que fue bien recibida por los religiosos cristianos y orientales ya que logró fusionar el estado de felicidad con el de beatitud, puesto que, aun cuando el individuo esté desprendido de toda relación con el mundo, bastará solo el cultivo de la virtud para alcanzar la felicidad. Definición difícil de aplicar en estos tiempos. Sin embargo, Aristóteles no excluyó la necesidad de la satisfacción de las aspiraciones mundanas y señaló que el hombre tiene derecho a poseer tres tipos de bienes: los externos o materiales, y los bienes del cuerpo y del alma, pero siempre y cuando los bienes materiales cumplan una función de utilidad y no ser perjudiciales o inútiles para quien los posee. Suficiente explicación para entender la falta de felicidad (o felicidad pasajera, superficial y volátil) que experimentan aquellos cuyo enriquecimiento va destinado solo a la posesión de bienes de lujo o a la demostración de poder. De otro lado, Kant dijo que la felicidad es la condición del hombre en el cual todo le resulta conforme a su deseo y voluntad en el curso de su vida; por tanto, como se trata de una situación utópica, declaró que la felicidad era inalcanzable y la remitió a un mundo inteligible que sería “el reino de la gracia”. De este modo, y coincidiendo con Hegel, la felicidad sería un estado ideal o una condición ilusoria a la que solo puede lograrse en un mundo sobre- natural y por intervención de un principio omnipotente.

Kant declaró que la felicidad era una situación utópica inalcanzable y la remitió al mundo ininteligible del reino de la gracia”

Immanuel Kant 1724 - 1804

“El hombre tiene derecho a poseer tres tipos de bienes: los externos o materiales, y los bienes del cuerpo y del alma, pero siempre y cuando los bienes materiales cumplan una función de utilidad y no ser perjudiciales o inútiles para quien los posee”.

Aristóteles (384 – 322 a.C.)

En el mundo actual, la felicidad se mide bajo la variable denominada “calidad de vida”, la cual está referida al nivel de comodidad y libertad de acción que tienen las personas para ganar dinero, mantener una buena salud y escalar en la sociedad (“vivir bien” o el “disfrute por la vida”). Bajo esta definición, esa supuesta felicidad mueve la balanza a favor del consumismo, el deseo por lo efímero y el cultivo de la imagen en un sentido individual y egoísta. De ahí que el denominado “sueño americano” es un camino directo al fracaso, dado que sus objetivos de fama, fortuna y belleza son entes perecibles y con “fecha de vencimiento”. En cambio, para los chinos el hombre que desea ser feliz, además de ir tras la abundancia material y preservar la salud, debe lograr una vida virtuosa, tranquila y dejar atrás la ansiedad por la muerte; pero no para lograr un estado de felicidad individual o personalista, que resultaría intrascendente, sino como un eslabón más en el linaje familiar debido a que el individuo es una continuación de sus ancestros. A diferencia del cristianismo occidental, la cultura china no proclama la búsqueda de la salvación en la próxima vida como preocupación final, sino que cada uno debería esforzarse por aumentar y proteger la prosperidad y la salud de su familia. En el Confucionismo, la felicidad final se basa en el logro del bienestar colectivo de la familia o de toda la sociedad más que el bienestar individual, mientras que el esfuerzo egoísta por conseguir solo la felicidad individual se considera más bien indigno y hasta vergonzoso. Algo diametralmente diferente a lo que se observa en nuestras latitudes, donde la mayoría primero quiere saciar sus intereses personales antes que perseguir el bien común.

El filósofo Osho sostuvo que la verdadera felicidad solo se consigue en el presente. El pasado ya no forma parte de la existencia y el futuro aún no ha llegado. Dijo que la felicidad real, auténtica, está aquí y ahora. Según Osho, no es real la felicidad que se cree tener por hechos pasados (“yo fui”, “yo tuve”, “yo estuve”) y menos por ansiados hechos futuros que aún no ocurren (“yo seré”, “yo tendré”, “yo estaré”). Un ejemplo al paso: con los reveses y altibajos de nuestro fútbol solo nos queda revivir el pasado mirando una y mil veces los vídeos de las selecciones que alcanzaron llegar a una copa mundial de fútbol o para ganar la Copa América. No hay más.

Es posible que, acorde a la época y cultura en la cual se vive, todas las definiciones sean válidas. En lo particular, me gustó mucho lo expresado por el cineasta Woody Allen durante una entrevista que le hiciera la actriz argentina Susana Jiménez: “La felicidad es simplemente estar entretenido”, dijo. A mí no me cabe duda que cuando disfruto de la lectura de un libro, un concierto, una película o tocó la guitarra, encuentro la felicidad no solo por el gozo que me otorga el entretenimiento en sí, sino también porque significa que mi vida lleva un balance positivo que me permite disponer de tiempo y medios para satisfacer gustos particulares y familiares, sin tener que descuidar mis obligaciones. De lo contrario, no hubiera escrito tan a gusto el artículo que usted acaba de leer.

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