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“Teleconsulta presencial”: matando al acto médico

Luis Robles Guerrero

Médico especialista en Administración

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Después de varias teleconsultas, esta vez Moisés acudió a un instituto de salud para una consulta presencial. El médico, vistiendo una bata blanca y doble mascarilla, lo hizo ingresar al consultorio y tomó asiento tras un escritorio provisto de unas láminas transparentes delante y a los costados, similar a una plataforma de banco. Moisés tomó asiento a dos metros del médico quien le preguntó cómo estaba y si tomaba sus medicamentos; luego revisó la historia y le comentó que los análisis estaban bien. Acto seguido, imprimió unas recetas a las cuales puso firma y sello. Eran las mismas medici- nas que Moisés tomaba hace más de un año. Le dijo que su control sería dentro de tres meses. Finalmente, se puso de pie y lo despidió. Moisés, sorprendido, habiendo esperado ilusionado que el especialista lo evalúe y le diga realmente cómo estaba, sintió que todo podía haberse hecho igual por otra teleconsulta. Nunca lo examinaron, tomaron sus controles vitales ni siquiera un apretón de manos de saludo o despedida. “Cómo habrá desarrollado la ciencia”, pensó, “ya nada de eso es necesario”. Sintió que había tenido una “teleconsulta presencial”. El médico especialista de ese gran instituto no sabía que Moisés también es médico (tal vez sí lo sabía, o tal vez ni eso le importaba).

Más allá de lo anecdótico, este hecho ocurre a menudo y es un problema creciente: el acto médico obvia el examen clínico. Algunos recordarán la reticencia del médico para “diagnosticar” o “prescribir” por teléfono debido a que esta vía no permite el examen directo del paciente, la misma que se complementa con el resultado de los análisis clínicos. Tener un resultado de análisis no era suficiente para emitir una conclusión; antes había que realizar un examen físico completo.

Con el surgimiento de las especialidades y de las subespecialidades, el examen físico se ha ido minimizando, bajo el argumento de que la especialidad, por lo general, se asocia a una determinada estructura anatómica, u órgano en particular, y por tanto, el examen físico se hace en forma dirigida o es hasta prescindible. El hecho que muchas patologías no tengan manifestaciones sistémicas no significa que no deba darse una mirada integral al paciente a fin de examinar lo que corresponda cuando sea necesario. El criterio clínico se ha ido perdiendo con el tiempo. Las justificaciones son varias: debilitamiento en el proceso de formación desde el pregrado que no valora el examen clínico y la semiología, el desarrollo de la tecnología diagnóstica y la fuerza del mercado que genera la mayor demanda, la presión de las organizaciones para rendir una cantidad de consultas en un determinado horario, el tiempo real dedicado a realizar las consultas, la presión por mantener tasas de pruebas diagnósticas, entre varias otras; y se añadió la llegada de la Covid-19 que suspendió la atención presencial, dando paso a la proliferación de la teleconsulta.

En el Perú, el concepto inicial de teleconsulta se definía como la “consulta mediante el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), que realiza un teleconsultante a un teleconsultor para el manejo de un paciente, pudiendo estar presente o no el paciente”. Pero ante el avance de la pandemia se dispuso la modificación del concepto a “la consulta a distancia que se realiza entre un profesional de la salud, en el marco de sus competencias, y una persona usuaria mediante el uso de las TIC. El enfoque cambió y permitió que se realicen estas consultas a distancia en las cuales, por razones obvias, la comunicación entre el paciente y el médico tratante es limitada y tampoco permite realizar un examen físico completo. Es importante entender que la alternativa de la tecnología es un apoyo para lograr el objetivo en determinadas circunstancias y que en condiciones normales esa alternativa debe usarse sólo si se justifica. Su uso debe estar ligada al ejercicio serio y responsable de la profesión médica, y no tiene que ver con desconocer o no valorar las TIC. Por el contrario, son la alternativa en aquellos casos que no permitan una consulta presencial, por ejemplo, por distancia geográfica, carencia de oferta local, situaciones de emergencia y siempre y cuando el examen físico no sea indispensable para la evalua- ción clínica y la presunción clínica correspondientes.

La importancia del acto médico

El hombre, desde sus épocas más antiguas, siempre ha necesitado recuperar la salud y cuando eso ocurría interpretaba que debía restituir sus buenas relaciones con el dios o los dioses a los que había ofendido, más el facultado para hacerlo posible era el curador, curandero, chaman, brujo, o un médico prehistórico. El enfermo no podía tener contacto con la divinidad, pero sí con el curandero; ese contacto físico entre ambos seres se volvería un momento crucial para lograr el objetivo: la curación. Así, en tanto esa actividad no fue científica sino mágico-religiosa, fue un elemento clave que explicaba con racionalidad actos poco racionales, tales como la imposición de manos o la curación tocando al enfermo. Cuando la medicina se tornó en ciencia, lenta y progresivamente desde fines de la Edad Media, comenzó a aparecer la anatomía, la fisiología, la histología, la microbiología, entre otras disciplinas, que le dieron las bases para el fundamento científico y entonces los médicos al incorporar el conocimiento científico comenzaron a valorar la importancia de no solo mirar y oler al paciente (en la Edad Media los médicos de occidente no tocaban a los pacientes), y aprendieron que es imprescindible tocar al paciente, examinarlo físicamente.

Cuando la medicina se tornó en ciencia y práctica (el término latín “Ars” debe traducirse como práctica y no como arte, término subjetivo se aleja de la ciencia) indica que la medicina es ciencia aplicada y, por tanto, el quehacer del médico (la práctica) debe tener fundamento científico necesariamente, pues ese es el sustento de la profesión.

La consulta médica es el sustancial y más importante acto médico. A partir de ahí se desarrollarán las demás acciones médicas. Así fue en las oscuras cavernas y así debe ser hoy con todo el desarrollo científico y tecnológico que existe. Si un médico no tiene en cuenta esto, está yendo en contra de su propia profesión y provocando el cuestionamiento de la existencia de la misma. Un médico que no examina a su paciente, sea un médico general o un súper especialista, está dejando de ser médico para volverse un charlatán o un advenedizo que funge una función para la cual no está preparado.

Esta no es una pugna entre el desarrollo de las TICS y la medicina, de ninguna manera y en ningún caso. Debe tenerse en claro que el desarrollo de la tecnología tiene que estar al servicio de la ciencia y de la humanidad, no al revés. No se puede caer en la confusión de creer que la medicina de hoy ya no necesita de sus bases clínicas, que no es necesario examinar ni estar en contacto con el paciente porque las máquinas y la tecnología lo pueden hacer mejor. Es necesario que toda esa tecnología le dé solidez al acto médico, que sea un soporte, un apoyo, no que lo desplace. Tal vez, los equipos, los programas, los algoritmos informáticos y los aplicativos se equivoquen menos que los humanos, pero lo que nunca harán es dar un cálido saludo con las manos. Un abrazo o una palmada de ánimo sobre el hombro del paciente, les permite decir a muchos de ellos que ya sienten alivio con solo haber ido a la consulta.

Los que han sido pacientes, como Moisés, conocen la importancia de la evaluación física y de la palabra del médico en la generación de la confianza en su afán por dar alivio o curación. Además, sabemos que la “teleconsulta presencial” no existe y que quien la practica sólo está haciendo mala medicina.

El periodista Luis Miró Quesada de la Guerra acuñó la frase: “El periodismo puede ser la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios”. La medicina es la más noble de las profesiones porque protege la vida y la salud de las personas, debemos ser cautelosos de que no se vuelva un vil oficio.

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