Metapolitica 57

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PORTAFOLIO En el nombre de Dios. Arte musulmán Director fundador: César Cansino; Director: Israel Covarrubias; Subdirector: Ricardo Moreno Botello; Enlace Editorial: Ariel Ruiz Mondragón; Editor literario: Hugo Diego; Jefe de Redacción: Enrique de Jesús Pimentel Consejo de Redacción Azul Aguiar, José Antonio Aguilar Rivera, Alejandro Anaya, Jaime del Arenal Fenochio, Israel Arroyo, María Luisa Bacarlett Pérez, Alfredo Echegollen Guzmán, Héctor Enrique Espinosa, Edgar Esquivel, Juan Sebastián Gatti, Armando González Torres, Conrado Hernández López, Ismael Ledesma Mateos, María de los Ángeles Mascott Sánchez, Miriam Medel, Brenda Mariana Méndez Gallardo, Beatriz Meyer, Edgar Morales Flores, Juan Manuel Ramírez Sáiz, Víctor Reynoso, Xavier Rodríguez Ledesma, Mauricio Saldaña Rodríguez, Roberto Sánchez, Ángel Sermeño, Federico Vázquez Calero, Silvestre Villegas Revueltas Comité Editorial Roderic Ai Camp, Antonio Annino, Roger Bartra, Judit Bokser, Javier ;Yehgk <Yjg[Y$ Ea_m]d ;YjZgf]dd$ ?]gj_]k ;gm^Ú_fYd$ Bgk­ 9flgfag Crespo, Helmut Dubiel, Víctor Farías, Néstor García Canclini, Aurora Gómez-Galvarriato Freer, Alfonso Hernández Valdez, Celso Lafer, Rigoberto Lanz, José Lazcarro Toquero, Claude Lefort, Steven Lukes, B]k»k EYjl±f%:YjZ]jg$ 9dÚg EYkljghYgdg$ B]Yf E]q]j$ Dgj]frg E]q]j$ Raymundo Mier, Esteban Molina, Leonardo Morlino, José Luis Orozco, Will G. Pansters, Ugo Pipitone, Gerardo Ramos Brito, Javier Roiz, Antolín Sánchez Cuervo, María Eugenia Sánchez Díaz de Rivera, Giovanni Sartori, Philippe C. Schmitter, Ilán Semo, Enrique Soto Eguibar, Bryan S. Turner, Gianni Vattimo, Danilo Zolo Diseño original: Armando Hatzacorsian ;gehgka[a¶f lahg_j¦Ú[Y q \aY_jYeY[a¶f2 Jacqueline Velázquez tel. 52 35 15 93 Versión Electrónica: México.com Publicidad y Relaciones Públicas: Armando Mena, tel. (55) 91 50 10 38. METAPOLÍTICA es una publicación bimestral editada por Cangato, S. A. de C. V. Redacción: Campeche 351-101, Col. Hipódromo Condesa, Deleg. Cuauhtémoc, México, 06100, D.F., MÉXICO, tels. (55) 91 50 10 36 y (55) 91 50 10 38, fax: 91 50 10 38. Correo-e: metapolitica@ gmail.com, metapolitica@prodigy.net.mx. Suscripciones: Miguel Escalona, tel. (55) 91 50 10 38. Todos los derechos de reproducción de los textos aquí publicados están reservados por METAPOLÍTICA. ISSN 1405-4558. ISSN (versión electrónica) 1605-0576. Número de reserva Yd l±lmdg ]f \]j][`g \] Ymlgj2 ((*(/)'1/& F»e]jg \] []jlaÚ[Y\g \] da[alm\ \] l±lmdg2 )((/+& F»e]jg \] []jlaÚ[Y\g \] da[alm\ \] [gfl]fa\g2 7050. Publicación periódica autorizada por SEPOMEX. Registro postal IM09-0058 y PP09-0463. Impresión: CAMSAN Impresiones, S. A. de C. V. Distribución: CITEM y Arieli. El tiraje de este número es de 10,000 ejemplares. METAPOLÍTICA aparece en los siguientes índices: CLASE, CITAS LATINOAMERICANAS EN CIENCIAS SOCIALES (Centro de Información ;a]fl±Ú[Y q @meYf±kla[Y$ MF9E!3 AFAKL Afklalml] \] D Af^gjeYlagf K[a]flaÚim] ]l L][faim]!3 Kg[agdg_a[Yd 9ZkljY[lk$ Af[&3 H9AK HmZda[ Affairs Information Service) ; IBSS (Internacional Bibliography of the Social Science); IPSA (Internacional Political Science Abstract); MDJA;@ K Afl]jfY[agfYd H]jag\a[Ydk <aj][lgjq! q =:K;G Af^gjeYlagf Services. METAPOLÍTICA no se hace responsable por materiales no solicitados. Títulos y subtítulos de la redacción.

SOCIEDAD ABIERTA 17 ORTEGA Y GASSET, SOCIEDAD Y ESTADO DE DERECHO por Víctor Reynoso 21 TRES CORRIENTES Y UN DILEMA DE LA IZQUIERDA LATINOAMERICANA por Jesús Tovar Mendoza 27 RAFAEL ROJAS: “HAY QUE RECONSTRUIR DE MANERA PLURAL LA MEMORIA POLÍTICA DE CUBA” Entrevista realizada por Ariel Ruiz Mondragón 32 PASADO PRÓXIMO. LAS ELECCIONES EN ARGENTINA por Federico Saettone 35 EL VENDEDOR CANIBAL MÁS GRANDE DEL MUNDO por Héctor Villarreal 37 LA MÚSICA. DE PITÁGORAS A LAS REDES DE NEURONAS por Enrique Soto Eguibar

SOCIEDAD POLÍTICA El retorno de lo público Usos, narrativas y expectivas.

42 PENSAR LO PÚBLICO HOY por Nora Rabotnikof 47 VISIBILIDAD Y REPUTACIÓN PÚBLICA por Alessandro Pizzorno 52 ESPACIO PÚBLICO, MERCADO Y DEMOCRACIA por Philip Oxhorn 58 LA SUBVERSIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO EN AMÉRICA LATINA por Gabriela Ippolito-O’Donnell 67 LA IZQUIERDA Y LOS CONTORNOS DE LOS PÚBLICO EN AMÉRICA LATINA por Claudio Lomnitz 74 DE JARDINES Y BANQUETAS. LAS MISERIAS DEL ESPACIO PÚBLICO MEXICANO por José Antonio Aguilar Rivera


SOCIEDAD SECRETA 77

UNA TEMPORADA FLOTANTE, Baratijas por Luigi Amara

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DIARIO DEL SOLDADO TENNERY por Gerardo Piña

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EL KARMA por Luis Jorge Boone

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TAKASHI MURAKAMI O EL REMORDIMIENTO DE LA HECATOMBE por Juan Carlos Reyna

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EL ESPÍRITU DEL TÍTULO por Lobsang Castañeda

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EL MUNDO IMPAR DE WES ANDERSON por Alfredo Lèal

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AFUERISMOS por Alfonso Camberos Urbina

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ESCRIBIR ES SALTAR EN PARACAÍDAS SOBRE EL VACÍO por Vivian Abenshushan

IMPRENTA PÚBLICA 96 LOS LIBROS DE HOMERO por Jesús Salazar Velasco 98 MEET SITIOHABITABLE, EDITORIAL por Laia Jufresa 101 MANUEL RAMÍREZ “INDEPENDIENTES SOMOS TODOS” Entrevista realizada por Luis Mondragón 104 JAIME LABASTIDA, EL EDIFICIO DE LA RAZÓN por Luis Villoro 107 MARÍA PÍA LARA, NARRATING EVIL. A POSTMETAPHYSICAL THEORY OF REFLECTIVE JUDGMENT, por Mario Alfredo Hernández 110 ALFREDO LÈAL, OHIO, por Ana Flores Rueda 111 HERMANOCERDO, UNA REVISTA ELECTRÓNICA por Mauricio Salvador


Portafolio

ESPEJISMOS. ARTE CONTEMPORÁNEO DE MEDIO ORIENTE Y NORTE DE ÁFRICA Aziza Aloui

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ivimos en un mundo donde tener una opinión firme y definida es primordial. Lo que lamentablemente sucede es que esta opinión se forma muchas veces con base en una información muy deficiente, a veces inexistente. Construimos nuestro mundo como un rompecabezas, sólo que con muchas piezas faltantes. Como dice Oswald Spengler en su libro El declive de Occidente, “el presente es una época civilizada, no una época cultivada”. Esa ignorancia lleva a resultados deplorables de intolerancia. Desde el 11 de septiembre de 2001, día fatídico para el mundo, para Estados Unidos y para los países árabes y musulmanes, la fractura parece insalvable. Será porque nací en Casablanca, Marruecos, de padre marroquí y musulmán, de madre alemana y cristiana; será porque viví su amor incondicional hasta la muerte de mi padre en 1986, y porque la vida me ha llevado de Marruecos a Alemania, de Francia a México, que siempre creí que las barreras estaban en la mente de los que las crean. No quiero demorarme en los motivos políticos y económicos de las polarizaciones. Los conocemos todos. Lo que me interesa más bien es construir puentes, hacer hincapié en las similitudes y en la riqueza de las diferencias.

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Después de varias estancias en Dubai y a raíz de exposiciones en las que participé como artista y como público, me pareció oportuno organizar una exposición de arte contemporáneo de artistas de Medio Oriente y de Norte de África durante el Festival Internacional de Puebla y mostrar así otra cara de esta región del mundo. Sí existen fanáticos radicales, conflictos bélicos, dictadores, terroristas, mujeres oprimidas, sí… Es una faceta del cristal. Existen también seres humanos maravillosos, herederos de culturas ancestrales que han dejado huellas profundas en la historia. La muestra actual es una selección realizada conjuntamente con Art Space Gallery en Dubai, de artistas de diferentes países de aquellas regiones. Muchos de ellos son catalogados por Christie’s, han participado en bienales de gran renombre y han expuesto en los espacios de arte contemporáneo más importantes del mundo. Opté por mostrar diferentes soportes como pintura, fotografía, instalación, video, caligrafía, litografía, con el fin de dar una prueba de la diversidad plástica y de que hay escritores, poetas, artistas plásticos, calígrafos, directores de cine, fuentes de ideas, con ideales de cambiar al mundo haciendo conciencia; y que a veces son más críticos de sí mismos que sus propios detractores.


ESPEJISMOS l PORTAFOLIO

AZIZA ALOUI Le plateau des rouges Mixta sobre tela 100 x 100. 2007

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PORTAFOLIO l ESPEJISMOS

FOUAD Bellamine Litho 60 x 40. 2007

FATHI HASSAN Receptacle of life II Arena sobre tela 80 x 10.

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ESPEJISMOS l PORTAFOLIO

BAHRAM HAJJOU Zwei Frauen Mixta sobre tela 120 x 140. 2006

HILDA HIARY Tarabish Instalación con DVD y 150 sombreros. METAPOLÍTICA

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PORTAFOLIO l ESPEJISMOS

TAHAR BENJELLOUN* (Traducción de Aziza Alaoui)

Dos poemas 1 La lentitud traiciona el tiempo El cuerpo se adormece y la palabra respira Es el camino hacia el silencio soberano El castillo interior Los espacios infinitos donde tilila La última luz del día eterno

2 Se acostó sobre el mármol de la tumba familiar Se puso boca arriba y luego de lado Su corazón latía con alegría Sus pies se crisparon El llamado a la oración de mediodía lo sobresaltó Se dijo que la muerte no era nada Sólo algunos hormigueos en las piernas

* Novelista, poeta y ensayista marroquí (Fez, 1944).

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ESPEJISMOS l PORTAFOLIO

MARWAN SAHMARANI Can you teach me how to paint Oleo sobre tela.

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PORTAFOLIO l ESPEJISMOS HUSSEIN MADI Oleo sobre tela 100 x 80 2002

KHALED AL-SAAI Tornado pigmento y acuarela sobre papel.

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ESPEJISMOS l PORTAFOLIO

JEFFARKHALDI Process of gradual decline mixta sobre tela.

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PORTAFOLIO l ESPEJISMOS

KATIA Chanteuse orientale mixta sobre tela 1 x 1 m 2005

MOHAMED ABLA People of Cairo mixta sobre tela 160 x 120 METAPOLÍTICA

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Ortega Gasset,

y

SOCIEDAD Y ESTADO DE DERECHO

Víctor Reynoso*

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osé Ortega y Gasset inició su formación filosófica en el racionalismo de los neokantianos alemanes. Terminó su obra escrita con un tratado de sociología, El hombre y la gente. Este tránsito de la razón pura a la reflexión sobre el entorno social del hombre, presente en toda la obra orteguiana, es un buen resumen de las preocupaciones filosóficas de Ortega. La cuestión del Estado de Derecho, que se ha vuelto un lugar común entre nosotros, y por lo tanto en algo que se repite sin mucha reflexión, puede ser pensada de manera provechosa desde su obra, sus preocupaciones por las distintas formas de racionalidad (pura, histórica, vital), su experiencia marcada por la destrucción temporal de la civilización europea por los fascismos y la Segunda Guerra Mundial. Ortega distinguía entre sociedad y asociación. La primera es resultado de la libre asociación de individuos, que deciden de manera libre reunirse en una

Profesor de la Universidad de Las Américas, Puebla. Su último libro es Rupturas en el vértice. El Partido Acción Nacional a través de sus escisiones históricas (México, Educación y Cultura/Cepcom, 2007).

organización y pueden fijar por lo tanto los fines de la misma, así como sus normas. Puede ser pequeña o relativamente grande. Lo que la caracteriza es que fue constituida de forma voluntaria, y que está formada por normas claras, explícitas y generalmente escritas. En sus críticas a la “modernidad” el español reiteró la confusión, clara y difundida desde el siglo XVIII, que ve a la sociedad como asociación. El contractualismo consiste en suponer que los seres humanos decidieron en algún momento vivir juntos bajo determinadas reglas, y que para ello hicieron un “contrato social” y formaron una sociedad. Pero la sociedad es algo mucho más complejo. Es para Ortega algo así como un resultado etimológico. Como el lenguaje, la sociedad es para él un conjunto de reglas, de significados, de usos que muchas veces han perdido su sentido original, pero que siguen normando la vida humana y al hacerlo constituyen lo específicamente social, la sociedad. En este término, usos, se concentra la idea de sociedad de Ortega. Un uso es lo que hace la gente, lo que se METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD ABIERTA l VÍCTOR REYNOSO hace. Algo impersonal, externo al individuo, que ejerce coacción sobre él porque implica sanciones en caso de no cumplirse. Toda sociedad es para el filósofo español un océano de usos en el que nos sumergimos desde que nacemos. Vivir en sociedad, socializarse, es interiorizar esos usos. Les atribuye tres características. Primero, hay una sanción o coacción social a quien deja de cumplirlos. Cumplimos los usos por una presión social, porque su incumplimiento nos acarrearía represalias, a veces morales, a veces físicas. Segundo, los realizamos mecánicamente, sin entenderlos y generalmente sin conciencia de lo que hacemos; son en este sentido “irracionales”. Tercero, son realidades extrapersonales, extraindividuales, ajenas a la decisión de los individuos. El ejemplo más claro de uso, que el autor describe detenidamente, es el saludo. En la sociedad occidental contemporánea se usa saludar de distintas formas, según el caso. Y este uso cumple las tres características mencionadas por Ortega: si dejamos de saludar a quien debemos hacerlo, vamos a tener una sanción moral: rechazo de los demás, aislamiento, o al menos consideración de que somos “raros” o hasta un poco locos. Saludamos mecánicamente, generalmente sin percatarnos que lo hacemos, y sin entender el sentido del saludo. El saludo no es, por lo mismo, una decisión individual, personal, sino algo que hacemos en virtud de que estamos socializados, de que hemos aprendido, en forma inconsciente, a vivir en sociedad. El lenguaje y las palabras son también usos, ya que cumplen con las tres características. Si no seguimos las reglas de la gramática y el significado usual de las palabras, recibiremos por lo menos la sanción de no ser comprendidos. Rara vez sabemos por qué las palabras significan lo que significan, ni por qué debemos decirlas en determinado orden. Finalmente nadie decide personalmente el lenguaje que va a usar: nos los impone la sociedad más allá de nuestras preferencias. Como el lenguaje, el mar de usos y costumbres (sinónimo de usos para Ortega) se va construyendo muy lentamente a lo largo de la historia. Todo uso tiene su etimología, y las palabras la tienen no en cuanto palabras, sino en cuanto usos. Así como las palabras llegan a conformar un todo coherente que es el lenguaje, los usos conforman un todo que es la sociedad o, utilizando un término más actual y no utilizado por Ortega, un orden social. Una concepción muy cercana a la de Emile Durkheim, lo que el autor de El hombre y la gente METAPOLÍTICA

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reconoce, pero considera que su propuesta es mucho más radical y profunda que la del sociólogo francés y que, además, incluye el factor ya mencionado de irracionalidad, ausente en Durkheim. ¿Qué relación existe entre este concepto de sociedad y el objetivo de esta reflexión, el Estado de Derecho? Que en muchas nociones de éste, las más ingenuas pero quizá las más difundidas, se considera que toda la sociedad puede funcionar como una asociación, es decir, como un acuerdo entre individuos que definen con claridad los objetivos y normas de su grupo, que las normas sustantivas están claramente escritas, y que es relativamente fácil aplicarlas. Es decir, ven la sociedad como algo donde no hay usos en el sentido orteguiano. Regresando a las tres características del uso, en la visión ingenua del Estado de Derecho la sociedad estaría conformada por normas que cumplen sólo la primera de las tres características: ser normas que se cumplen porque de lo contrario se recibe una sanción. Pero ni remotamente serían normas inconscientes e irracionales. Las normas del derecho están escritas, son resultado de deliberaciones a veces muy complicadas. Son, contrariamente a los usos, racionales: su sentido es claro y explícito. Ciertamente ese sentido suele ser controversial, y de ahí la existencia de la hermenéutica jurídica. Pero se trata de controversias con bases racionales, discutibles, en las que se puede llegar a acuerdos o a desacuerdos. Los usos sociales, por el contrario, rara vez se hacen explícitos, y casi no se discuten, como en pocas ocasiones se discuten las normas de la gramática. La tercera característica, ser supraindividuales, el estar más allá de las decisiones de cada persona, puede ser compartida, aunque a diferencia de los usos, las normas del derecho tienen su origen en decisiones de personas. Una sociedad es siempre algo más que el Estado de Derecho. Éste es parte del orden social, de formas muy distintas según la sociedad de que se trate. Pero siempre existe una zona amplia de acciones humanas que son usos en el sentido definido: coactivos, irracionales, impersonales. Sólo así es posible la vida en sociedad, pues la complejidad de acciones y relaciones exige automatizarlas. No es posible ser consciente y racional en cada acto. El derecho racionaliza muchas cosas, pero muchas otras no. El régimen político mexicano, por lo menos desde Juárez, ha sido un buen ejemplo de esto. Como el orden jurídico fue en buena parte importado, estuvo lejos de normar la vida social concreta. Al margen de la ley, a


SOCIEDAD Y ESTADO DE DERECHO l SOCIEDAD ABIERTA

veces en combinación con ella, lo que estructuró a la política mexicana fue un conjunto de usos no escritos. Muchos de ellos llegaron a ser concientes: la subordinación de toda la clase política, mediante un sistema más o menos barroco, al presidente de la República; el mecanismo sucesorio, que impedía al presidente reelegirse pero le permitía nombrar a su sucesor; la imposibilidad práctica de hacer carrera política fuera del PRI en los tiempos del sistema hegemónico. No se encontrará norma jurídica alguna sobre estos tres pilares del sistema hegemónico (que tuvo algunos antecedentes en el juarismo y sobre todo en el porfiriato), pero fueron sin duda usos, normas, que dieron forma y estructura a nuestro orden político. Un tema que ha sido tratado, con terminología distinta pero con contenido muy similar, en ensayos clásicos sobre la política mexicana, destacadamente los “Escenarios sobre el fin del PRI”, de Gabriel Zaid, y Ciudadanos imaginarios, de Fernando Escalante. La importancia de estos textos reside en buena medida en que supieron plantear la lógica interna de la política mexicana en los períodos que analizan, lógica que no se agota, ni mucho menos, en la racionalidad jurídica. La sociología de Ortega, centrada en los usos sociales, no es ajena al resto de la filosofía del autor. En alguna ocasión escribió que él no era “moderno”, que moderno era el siglo XIX, y que con ese siglo y sus ideas ya obsoletas había que lidiar. Una de esas ideas, que prevaleció desde la Ilustración del siglo XVIII, permeó el XIX y llegó al XX, es que la sociedad puede ser un contrato explícito entre individuos “racionales”, basado enteramente, o casi, en normas escritas. Esta es la visión ingenua del Estado de Derecho. No hace falta ir muy lejos para descubrirla hoy entre nosotros. Tiene que ver también con su axiología, concretamente con su continua búsqueda de una buena sociedad, de una España y una Europa mejores que en las que él había vivido. Una de las distinciones más polémicas y más actuales de Ortega es su distinción entre ideales y arquetipos. Los ideales son productos de la mente humana, por lo que son relativamente simples. La idea de utopía, tan cara a la modernidad (en el sentido orteguiano) es la máxima expresión de estos ideales. Los arquetipos, por el contrario, no son producto de la mente humana, sino de la realidad. Son mucho más complejos y por supuesto mucho más difíciles de comprender y transformar. La analogía entre lenguaje y sociedad va en esta línea de los arquetipos: ni unos ni otros son in-

ventos de la mente humana, antes bien productos de la historia. No podemos transformarlos a voluntad: su ritmo de cambio es complejo y lento. La propuesta del filósofo de hacer una “higiene de los ideales”, de darle “lógica” a los deseos, tiene que ver con esto. Ideales y deseos son fundamentales en la filosofía orteguiana. Pero requieren de higiene y lógica. Suelen infectarse del racionalismo propio de siglos anteriores y estar, por tanto, simplificados por las abstracciones de la razón pura, que poco tienen que ver con la historia y con la vida. Dicho sea de paso, las actuales discusiones sobre el “racionalismo metodológico” mucho ganarían si recuperaran la distinción entre razón pura, razón vital y razón histórica, que están a lo largo de la obra de Ortega. Volviendo al caso mexicano, la sociología de los usos sociales puede ser útil para comprender el pasado de nuestro orden político y social, así como el sentido, las posibilidades y riesgos de los cambios actuales. Puede dar luz sobre fenómenos muy comentados, pero no siempre comprendidos, como la corrupción, el clientelismo y el corporativismo. También puede permitirnos ver en qué sentido y por qué este tipo de usos han prevalecido sobre el Estado de Derecho entendido como racionalidad jurídica, como apego a las normas escritas. Muchas tensiones actuales van en este sentido. Se llegan a oír quejas de que los procesos políticos acaban hoy con demasiada frecuencia en los tribunales. Que no hay elección más o menos competida que no acabe en manos de jueces y magistrados. Pero en cierto sentido, en el de la racionalidad jurídica, esto, más que un problema, es una solución. En la política mexicana del sistema de partido hegemónico, la política ciertamente no pasaba por los tribunales. Y no es que no hubiera problemas políticos. Las formas de solucionarlos tenían canales informales, basados en los usos del sistema político priista. Fue un orden político notable por varias razones, pero en el que no prevalecía la razón jurídica. Que los procesos políticos lleguen hoy a los tribunales puede verse como un cambio en la racionalidad de la política mexicana. La informalidad, entendida como aplicación de normas no escritas, siempre va a existir, y la negociación en política también, pero en proporciones distintas. Que asuntos políticos lleguen hoy a los tribunales cuando antes no lo hacían, parece indicar que la racionalidad jurídica está teniendo un mayor papel, un papel que no tuvo en el siglo XX mexicano. METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD ABIERTA l VÍCTOR REYNOSO Hay un avance hacia la racionalidad jurídica o Estado de Derecho. Se trataría de un cambio gradual, parcial y conflictivo. No hay otra forma de verlo si consideramos que lo que se está cambiando son usos sociales, bien arraigados en la historia de nuestro país, que tuvieron notable vigencia. No se trata, porque no es posible desde esta perspectiva, de fundar una nueva “asociación”, un nuevo “contrato social”, decidido enteramente por la voluntad de los individuos (si es que llegaran a ponerse de acuerdo). Eso no es posible, nunca ha sido posible: la sociedad es algo mucho más complejo que una asociación. Pero hay formas diversas de sociedad, y la nuestra parece encontrarse en un momento en el que las viejas reglas para resolver conflictos políticos han dejado de funcionar, y la única salida parece ser la solución jurídica, la aplicación de la ley, los tribunales. Un obstáculo para este tránsito pueden ser las viejas ideas o las viejas mentalidades, como la vieja idea ilustrada, racionalista, con una visión simplista, que anula la complejidad social y cree que los problemas básicos pueden resolverse de manera sencilla, como una “Nue-

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va Constitución”, por ejemplo, idea que se suele plantear de vez en cuando. Esta mentalidad es moderna, pero no en el sentido de que sea superior a todo lo anterior, sino en el sentido de ilustrada, originada en el siglo XVIII europeo, vigente en el siglo XIX. Es una mentalidad abstracta, simplificadora en extremo (todo pensamiento simplifica, pero no todo en este grado), que por lo mismo crea ilusiones que invariablemente acaban en la desilusión. En términos de Ortega, las “almas racionalistas”, limitadas a la razón pura e incapaces de reconocer la razón histórica, acaban siempre como “almas desilusionadas”. Se suele recurrir a los clásicos como fuentes de dogmas, como orígenes del criterio de verdad. Algunos pensadores se prestan para este dogmatismo. Me parece que no es el caso de Ortega. Su propuesta sociológica, basada en los usos sociales, limitada como todas, polémica, contradictoria (no distingue, por ejemplo, los usos jurídicos de los sociales, los que, según su propia definición, serían muy distintos), lejos de ser un criterio de verdad puede ser un instrumento para comprender los cambios que estamos viviendo, reconocer su complejidad y sus riesgos, y así tener una mayor capacidad para consolidarlos. Q


TRES CORRIENTES Y UN DILEMA DE LA

izquierda

LATINOAMERICANA Jesús Tovar Mendoza*

E

s inevitable dejar de pensar en un péndulo cuando observamos hoy en día la configuración política de los gobiernos en América Latina. En efecto, hasta hace menos de una década teníamos a gobiernos de centro (ya sea de izquierda o de derecha) en la mayor parte de la región latinoamericana. Haciendo una comparación de la orientación política que prevalecía en los gobiernos de entonces con los de ahora, contrastamos claramente este giro a la izquierda en la política regional entre 1996 y el 2006. Podemos observar el desplazamiento político hacia la izquierda que ha experimentado América Latina comparando la orientación política de los gobiernos de la región en la más reciente década: consideramos que en 1996 en Argentina (Carlos Menem), Ecuador (Sixto Durán), Nicaragua (Arnoldo Alemán), Panamá (Ernesto Pérez Valladares), y en Perú (Alberto Fujimori) había gobiernos de derecha; en México (Ernesto Zedillo), Uruguay (Julio María Sanguinetti) y Venezuela (Rafael Caldera), de centro, y con tendencia al centro izquierda en Bolivia (Jaime Paz Zamora), Brasil (Fernando Henrique Cardoso), Chile (Eduardo Frei) y en Colombia (Ernesto Samper). En 2006 existían en la región nueve gobiernos de izquierda: Argentina (Néstor Kirchner), Bolivia (Evo Morales), Brasil (Lula), Chile (Michelle Bachelet), Ecuador (Rafael Correa), Nicaragua (Daniel Ortega), Perú (Alán García), Uruguay (Tabaré Vázquez) y Venezuela (Hugo Chávez). De orientación centroizquierdista estaba únicamente el de Panamá (Martín Torrijos).

El Colegio de Veracruz.

En medio de esta ola izquierdista, podemos observar un par de excepciones: Colombia, que tiene un giro totalmente opuesto a los demás con la reelección del presidente Álvaro Uribe, y México, donde Felipe Calderón, del Partido Acción Nacional (PAN), con una orientación de derecha, ganó unas elecciones muy disputadas y conflictivas en 2006. HACIA UNA CARACTERIZACIÓN DE LOS GOBIERNOS DE IZQUIERDA

La llegada al poder de gobiernos de izquierda no corresponde a una casualidad. Las razones de este giro se remontan a la última década del siglo XX. En primer lugar, tuvimos la caída del muro de Berlín y el consecuente derrumbe de la Unión Soviética, con lo cual se rompió la bipolaridad existente desde la posguerra. Ello trajo consigo que la llegada de la izquierda ya no implicara una amenaza geopolítica para Estados Unidos, como anteriormente había sucedido en varios casos de intervención. Por otro lado, a pesar de los logros de las reformas económicas promovidas desde el Consenso de Washington, hubo también consecuencias negativas: el incremento de la pobreza y una mayor concentración de la riqueza. La combinación de pobreza y democracia dio como resultado el surgimiento de una expectativa de amplios sectores de la población por partidos políticos, preferentemente de izquierda, que proponían resolver sus problemas socioeconómicos. Los gobiernos de centro de los años ochenta y noventa no habían logrado METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD ABIERTA l JESÚS TOVAR MENDOZA superar los principales problemas que prometieron resolver: corrupción, desempleo, inseguridad y ausencia de políticas sociales efectivas. Esta fue la oportunidad para las plataformas de izquierda. Sin embargo, no hay un bloque homogéneo de los partidos de izquierda que llegaron al poder desde fines del siglo pasado; por el contrario, encontramos una apreciación académica muy difundida, que consiste en diferenciar entre una izquierda moderna (Chile, Brasil y Uruguay) y una izquierda populista (Argentina, Ecuador, Venezuela y Bolivia). Si a ellas añadimos la ortodoxa izquierda comunista de Cuba, podemos sumar tres corrientes de izquierda en los gobiernos latinoamericanos. El principal tema en común que define la orientación izquierdista de estos gobiernos se encuentra en su énfasis en la redistribución social, y por ende en un enfoque de políticas sociales dirigidas a los sectores de menores ingresos, los cuales representan aproximadamente la mitad de la población de sus respectivos países. Las diferencias entre estos tipos de izquierda se pueden apreciar a través de sus planeamientos en diversos ejes temáticos como son Estado, economía, entorno, liderazgo, partidos, gobierno, ideología y democracia, tal como se puede apreciar en el cuadro 1. Este cuadro nos permite diferenciar claramente posiciones antagónicas en muchos sectores, lo cual relega los aspectos comunes sobre la mutua identidad de izquierda a una mera semejanza formal. Esta diferenciación se traduce en enfrentamientos y relaciones tensas entre estos mismos gobiernos,1 algunos de los cuales se constituyen en bloques que les permitan afianzar sus posiciones políticas y económicas en la región, como sucede con el Tratado de Comercio de los Pueblos, suscrito por Venezuela, Bolivia y Cuba en abril del 2006, lo cual configura una alianza geopolítica entre algunos de los gobiernos populistas con la corriente más radical y ortodoxa de la izquierda: el gobierno cubano. Los antecedentes históricos de la izquierda moderna provienen de la izquierda marxista latinoamericana, que en muchas ocasiones apostó por la vía armada y que básicamente proponía como su telos político la revolución popular, y en su programa económico un Estado socialista que centralizase los medios de producción. Otra característica común de esta izquierda fue un distanciamiento de la influencia de los grandes ejes comunistas de la época (la Unión Soviética y China), lo cual implicó una relación tensa y conflictiva con los partidos comunistas ortodoxos de sus respectivos países, aunque muchos METAPOLÍTICA

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de sus cuadros políticos provenían originalmente de estas estructuras. En contrapartida de este deslinde con los países comunistas, hubo un estrecho acercamiento con la revolución cubana y con el gobierno de Fidel Castro en sus inicios. Por otra parte, los antecedentes de la izquierda populista se remontan a las grandes transformaciones populistas de Rómulo Betancourt en Venezuela (1958), Domingo Perón en Argentina (1946), Hernán Siles Suazo y Víctor Paz Estenssoro en Bolivia (1952).2 Las características de estos gobiernos populistas clásicos fueron: la creación de estructuras estatales corporativas; la nacionalización de los recursos naturales (y en ciertos periodos de euforia, de empresas y del sistema bancario); la generación de un aparato de propaganda y simbología antiimperialista que reivindicaba el espíritu nacionalista, popular e indigenista. El legado político populista fue la construcción de los partidos de masas que emergieron de dicho periodo: Acción Democrática en Venezuela, el Partido Justicialista en Argentina y el Movimiento Nacional Revolucionario en Bolivia. Sin embargo, la trayectoria de estos partidos y de sus dirigentes los alejó de la dinámica populista de izquierda y asumieron posturas de derecha hacia la última década del siglo XX, como son los casos de los presidentes Carlos Andrés Pérez (1989-1993), Carlos Menem (1989–1999) y Gonzalo Sánchez de Lozada (1993–1997), respectivamente. Podemos distinguir, en el caso argentino, la herencia peronista clásica en el gobierno de Kirchner; mas en los casos de Chávez, Morales y Correa en Ecuador no se da esta continuidad orgánica, ya que estos personajes no provienen de los partidos tradicionales y sus respectivos movimientos políticos son muy recientes (el MovimienLas relaciones entre ambas izquierdas fueron históricamente conflictivas. Más allá de algunos frentes comunes antifascistas durante la Segunda Guerra Mundial, el populismo clásico del siglo pasado asumió una postura anticomunista, y de igual modo la izquierda marxista no conciliaba con la integración de varias clases y las alianzas con las burguesías nacionales que propugnaba el populismo. Un ejemplo extremo de este conflicto fueron las persecuciones, y algunas veces masacres, de la izquierda radical por parte de los gobiernos populistas en Argentina, Brasil y México a partir de la década de los cincuenta del siglo XX. 2 Cabe destacar que esta ola populista de mediados del siglo XX tuvo grandes líderes históricos y profundas repercusiones en otras partes de América Latina: Víctor Raúl Haya de la Torre en Perú, Getulio Vargas en Brasil, Lázaro Cárdenas en México, Jorge Gaitán en Colombia y José Velasco Ibarra en Ecuador. 1


LA IZQUIERDA LATINOAMERICANA l SOCIEDAD ABIERTA CUADRO 1

Criterios de diferenciación de las tres izquierdas latinoamericanas respecto a varios ejes temáticos Ejes Temáticos

Izquierda Comunista

Izquierda Populista

Izquierda Moderna

Transicional de un modelo demo-liberal a un modelo de mayor centralización, orientación plebiscitaria Mercado intervenido y regulado por el Estado, nacionalización de recursos naturales, progresiva centralización de la economía

Democrático–Liberal, división de poderes, alternancia en un sistema de partidos Mercado Libre, regulación estatal de fallas del mercado para promover la competencia del mercado

Estado

Comunista, centralización rígida, identidad Partido–Estado.

Economía

Centralizada, prohibición de propiedad privada de los medios de producción, control de las remesas internacionales, enclaves turísticos extranjeros

Liderazgo

Carismático-tradicional, líder histórico, relación directa del líder a través de la movilización social

Carismático, lenguaje emocional y retórico, con fuerte carga simbólica y difusión a través de los medios de comunicación, relación directa del líder con la masas

Carismático–legal, intermediación mediática y a través de los partidos

Entorno

Aislamiento internacional, relaciones conflictivas con países que critican violación de derechos humanos en Cuba

Antiglobalización, antiamericanismo, creación de bloques regionales con países afines, buenas relaciones con Cuba

Pro-globalización, suscriben tratados de libre comercio con ejes económicos mundiales, buenas relaciones con Estados Unidos

Partido

Partido único de masas, estructura fuerte y vertical

Partidos movimientistas, estructura débil y vertical

Partidos atrapalotodo, estructura fuerte y horizontal

Gobierno

Identidad Estado-Gobierno-Partido, control rígido de la sociedad y la economía

Gobierno que tiende a subordinar a los otros poderes del Estado, fuerte orientación redistributiva a través de mecanismos políticos (clientelismo)

Gobierno como uno de los poderes del estado, orientación hacia las políticas públicas y la nueva gerencia pública

Ideología

Marxismo ortodoxo, clasismo revolucionario

Nacionalismo, indigenismo, adherencias marxistas

Ex marxistas, orientación socialdemócrata

Democracia

No democrático, autoritario, elecciones no competitivas

Crítico de la democracia liberal, promotor de una democracia directa, plebiscitaria, intervención de los otros poderes del Estado, permanencia de partidos de oposición, restricción de libertades ciudadanas

Democrático liberal, pluralismo competitivo, amplias libertades civiles y políticas

to V República fue fundado en 1997; el Movimiento al Socialismo fue creado en el 2000, y Alianza País fue recientemente formada para postular a Correa en el 2006). Sin embargo, a pesar de esta discontinuidad partidaria, se observan rasgos comunes entre el populismo clásico y las nuevas expresiones populistas: nacionalización, indigenismo, caudillismo y antiimperialismo. Una correlación significativa a constatar es el cambio de las intensidades de las posturas políticas de ambos tipos de izquierda a lo largo de medio siglo de existencia. Por una parte, la izquierda marxista renunció a su legado radical, con lo cual dejó de lado el marxismo–leninismo,

y asumió un posicionamiento moderado, más cerca de la socialdemocracia europea. Este giro ideológico se plasma en las políticas de gobierno orientadas a la estabilidad macroeconómica y al equilibrio fiscal, al énfasis en la gobernabilidad, a una integración en los mercados internacionales, sin perder de vista las metas redistributivas y los objetivos de alcanzar una sociedad más justa y solidaria. Por otro lado, tenemos a los clásicos gobiernos populistas que oscilaban entre la centroizquierda y la centroderecha, que se alejaban de los extremos clasistas de los marxistas-leninistas y de la oligarquía ultramontana. Sin embargo, la tendencia centrista de estos gobiernos METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD ABIERTA l JESÚS TOVAR MENDOZA fue definitivamente abandonada por un neopopulismo actual que surge de movimientos populares radicalizados (cocaleros, piqueteros, militares de rangos inferiores), y que luego se expresa en gobiernos con un exacerbado protagonismo político, que se sitúa cercano a la izquierda comunista y arremete estridente contra Estados Unidos. De hecho, estamos ante un cambio de posturas (ver la figura 1) en el que la izquierda radical deviene moderada, y el populismo deja de ser centrista y asume tendencias radicales. Este reposicionamiento de las corrientes de izquierda, en la medida que abarca a la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos, redefine el mapa político de la región, donde las identificaciones relevantes ya no son tanto el ser de izquierda o derecha, sino que los bloques se alinean según su intensidad, de donde resulta más significativa la dicotomía de moderados versus radicales. Este entrecruzamiento de posiciones no informa particularmente acerca de las continuidades o rupturas que estas izquierdas tienen respecto a un tema en particular: la democracia. El populismo clásico siempre buscó aparecer formalmente como democrático, aunque haya manipulado elecciones e intervenido a los otros poderes del Estado; sin embargo, mantuvo la dinámica de los procesos electorales y fue víctima de los golpes de Estado de las reacciones oligárquicas y militares. Por su parte, el neopopulismo reacciona abiertamente contra los principios de la democracia representativa y, a pesar de que ha crecido bajo la cubierta electoral, propone un modelo de democracia directa y plebiscitaria, en busca del apoyo de militares y de movilizaciones populares, por lo que propugna cambiar las constituciones de sus respectivos Estados. Sin embargo, es prematuro saber la orientación final que estos gobiernos tengan respecto a la democracia como régimen, tal como veremos más adelante. Las posturas respecto de la democracia liberal y representativa se han modificado sustancialmente en la

izquierda moderna: se pasa de una izquierda revolucionaria antisistémica (cuya participación política y electoral sólo servía para preparar las condiciones para una insurrección popular generalizada) a una izquierda socialdemócrata, que abjuró de la ideología marxista–leninista, y adoptó una postura reformista y moderada. De hecho, fracciones radicalizadas que propugnaban por la vía armada, como los “Tupamaros” en Uruguay y una parte del Partido Socialista de Chile en el gobierno de Salvador Allende, actualmente están integradas al marco político legal y comparten el gobierno.

EL DILEMA POPULISTA DE IZQUIERDA: DEMOCRACIA VERSUS AUTORITARISMO

Una clasificación alternativa para las tres corrientes de izquierda la tomamos de Linz (1987, 32-34), según la cual la izquierda comunista es denominada (junto con el extremismo de derecha fascista) como desleal, en tanto que juega abiertamente por destruir el régimen político democrático (por supuesto antes de que alcance el poder, ya que a partir de ese momento se ocupa de constituir y consolidar un régimen alternativo). En el extremo opuesto tenemos a los actores leales, aquellos que aceptan las reglas del juego democrático. Más allá de una integración pragmática con el sistema democrático, estos actores leales asumen ideológicamente los valores que constituyen el núcleo del régimen democrático: libertades civiles, pluralismo competitivo, división de poderes, mercado libre, rendición de cuentas y transparencia de la información, entre otros. En medio tenemos a los actores semileales, que tienen un juego ambiguo, ya que dicen aceptar las reglas del juego democrático, pero toleran y hasta se suman a las expresiones de crítica del régimen por parte de los actores desleales o antisistémicos y, como señala Linz,

FIGURA 1 Entrecruzamiento de la intensidad de posicionamientos de la izquierda y los populistas a lo largo de medio siglo Intensidad de posicionamientos

Mediados del siglo XX

Radicales

Izquierda marxista

Moderados

Populismo clásico

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Inicios del siglo XXI Neopopulismo (outsiders) Izquierda moderna


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están dispuestos a “alentar, tolerar, encubrir, tratar indulgentemente, excusar o justificar” la violencia extremista, e incluso hacen alianzas con esos sectores. Por tanto, estos actores semileales no se presentan abiertamente como subversivos, sino encubren sus críticas bajo una apariencia de profundización de la democracia. La izquierda populista cabría dentro de la categoría de actores semileales. Sin embargo, el dilema en el que se encuentra esta izquierda es si defenderá su permanencia en el poder respetando las reglas del juego que le permitieron constituirse como gobierno, o procurará cambiar estas reglas por otras que le permitan mayores ventajas frente a sus adversarios, para lo cual emprenderá, por ejemplo, un proceso de reformas a la constitución de sus respectivos regímenes, con lo cual iniciaría una vía de alejamiento de la democracia. Existen varios factores según los cuales podemos situar a los líderes respecto de su mayor o menor distanciamiento de la democracia y por tanto de explicar las decisiones que tomen frente a ese dilema. Una primera variable tiene que ver con su formación política partidaria, es decir cuánto y cómo se han forjado como políticos en un partido (Kirchner) o, por lo contrario, si han surgido como políticos de otras fuentes y experiencias (movimientos sociales, funcionarios públicos, ejército) y por lo tanto su acercamiento a la política es externo y relativamente reciente (Chávez, Morales y Correa). Otra variable a considerar es el grado de institucionalización del sistema de partidos que existe en sus respectivos países, entendiendo por tal la regularidad en las estrategias y reglas de la competencia entre los partidos (alianzas, posicionamientos ideológicos, orientación hacia determinados sectores sociales, ofertas electorales), arraigos sociales de los partidos respecto de grupos, organicidad de las estructuras partidarias y legitimidad que tienen respecto de la opinión pública (Mainwaring, 1999, p. 27). De acuerdo a esta variable, el caso argentino se ubicaría en un mayor grado de institucionalización de su sistema de partidos, frente a los casos venezolano, boliviano y ecuatoriano, en los que el bajo grado de institucionalización (y crisis) de sus sistemas partidarios se

constituye como una variable independiente para explicar en parte el surgimiento y auge de sus líderes. Una tercera variable a analizar en el dilema democracia–autoritarismo al que está sometida la izquierda populista, es la coexistencia con una izquierda clásica en su mismo sistema de partidos. Me refiero a aquella izquierda que surge de un paradigma marxista-leninista ortodoxo en las décadas de los treinta y cuarenta del siglo pasado, la que luego se vio enfrentada al reto de asumir una orientación más socialdemócrata después de la caída del muro en 1989. Al respecto, podemos encontrar una clara diferencia entre el caso argentino frente a las demás izquierdas populistas. Es así que existe una izquierda clásica en Argentina, que subsiste tanto al interior del Partido Justicialista como fuera de él; mientras que en el caso venezolano y ecuatoriano la izquierda tradicional siempre fue marginal, y la izquierda boliviana se derechizó en los pactos de gobierno luego de la recuperación de la democracia durante las dos últimas décadas, dejando vacío este espacio de representación y configuración ideológica. En ese mismo sentido, observamos que el liderazgo de Chávez, Morales y Correa no surge de estos grupos clásicos de la izquierda marxista (y luego socialdemocratizada), sino que, por el contrario, se oponen mutuamente, a pesar de los débiles y efímeros intentos de alianzas políticas entre ambas corrientes. De esa forma, encontramos que Kirchner tiene menos probabilidades de “patear el tablero” de la democracia, aun cuando haya ataques y críticas al sistema democrático, así como acciones que rompen el balance de contrapesos de los poderes y las instituciones por parte de su gobierno, mientras que Morales, Chávez y Correa tienen mayores probabilidades de incurrir en un desmontaje del régimen democrático y asumir un modelo autoritario. En conclusión, luego de una revisión histórica de la evolución de la izquierda clásica y del populismo durante el siglo XX, constatamos un cambio de posicionamiento de ambos fenómenos políticos a inicios del siglo XXI, de lo cual observamos un neopopulismo radicalizado y una izquierda socialdemócrata moderada. Q

REFERENCIAS Linz, J. (1987), La quiebra de las democracias, Madrid, Alianza Editorial.

Mainwaring, S. (1999), Rethinking Party Systems in The Third Wave of Democraticism, The Case of Brazil, California, Stanford University Press. METAPOLÍTICA

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RAFAEL ROJAS: “POR LA RECONSTRUCCIÓN DE LA

memoria cubana”

Entrevista realizada por Ariel Ruiz Mondragón*

U

no de los acontecimientos políticos del siglo XX que más impacto tuvo en América Latina fue la revolución cubana triunfante en 1959, la que para muchos prometió la unión de valores como la justicia, la igualdad y la libertad, la que la haría distinta del socialismo real de raigambre soviética. Sin embargo, el contexto de Guerra Fría terminó por hacer del cubano un régimen muy cerrado que fue alejándose de aquellos ideales, lo que trajo consecuencias para la vida de la sociedad cubana en todos sus ámbitos. Uno de éstos lo es el cultural, en cuyo seno las condiciones políticas internacionales y las propias concepciones que del intelectual tenían varios dirigentes revolucionarios, hicieron que los espacios en los que se expresaba la pluralidad creativa y crítica de los intelectuales se fueran reduciendo drásticamente }lo que llevó a mucho de ellos al exilio}, para terminar generando un duradero y polarizado conflicto entre quienes apoyan al régimen castrista y quienes no lo hacen, enfrentamiento que permanece hasta la actualidad. * Enlace editorial de Metapolítica. METAPOLÍTICA

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Un muy logrado estudio del desarrollo de la intelectualidad cubana en el siglo XX, con especial acento en los efectos que para ella significó la revolución, es el libro Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano (Barcelona, Anagrama, 2006) de Rafael Rojas, con quien sostuvimos una conversación acerca de los espacios de libertad en las dictaduras y en el régimen castrista, las razones y circunstancias de la cerrazón a la disidencia, el conflicto entre la poesía y la historia en los escritores cubanos, los proyectos culturales de la revolución cubana y la recuperación de diversas tradiciones para la construcción de un nuevo modelo cívico. También abordamos temas como la posición de los intelectuales extranjeros frente al régimen revolucionario, la relación entre los dirigentes políticos y los intelectuales, los aspectos positivos de la revolución en la cultura y el papel de los intelectuales en la construcción de un régimen democrático en Cuba. Rojas, quien nació en Santa Clara, Cuba, es doctor en Historia por El Colegio de México y profesor-investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas. Autor de más de diez libros, es codirector de la revista Encuen-


RECONSTRUCCIÓN DE LA MEMORIA CUBANA l SOCIEDAD ABIERTA

tro de la Cultura Cubana y colaborador de publicaciones como Letras Libres, El País y El Nuevo Herald. Con Tumbas sin sosiego ganó el XXXIV Premio Anagrama de Ensayo. }Ariel Ruiz: ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo? }Rafael Rojas: En mi caso llevo muchos años trabajando sobre el tema de la historia intelectual cubana, y de algún modo lo que hice en este libro fue sintetizar muchas de las reflexiones que venía realizando. Claro, hay una motivación siempre ligada a la escritura de estos libros que son resultado de una investigación, y que es un poco como ajustar cuentas con el pasado y hacer justicia. Siempre hay ese impulso en el historiador de hacer justicia a través de la memoria, y en mi libro se nota: es tratar de reconstruir un campo intelectual que era muy diverso, muy amplio, y que en las visiones más difundidas ha quedado como cercenado, enfocado en un solo sentido. }Ha habido una visión muy polarizada del asunto tras la revolución cubana. A mí me queda la impresión, tras la lectura de la primera parte del libro, que había un ámbito mayor de libertad, pluralidad y crítica política que provenía de la literatura y de la poesía, en las dictaduras, por ejemplo las de Machado y de Batista, que en el régimen de Fidel Castro. ¿Fue así? }Sí, eso se transmite en el libro. Yo no me ocupo específicamente de eso, pero sin duda esas dictaduras fueron, para empezar, muy breves; estamos hablando de dictaduras de seis o siete años, no más. No todo el momento de la dictadura es alta o férreamente autoritario; hay momentos en que son dos dictaduras que juegan con el orden constitucional o que lo tratan de respetar, el de 1902 en el caso de Machado y el de 1940 en el caso de Batista. Pero evidentemente sí son climas de mayor flexibilidad, que se notan sobre todo en la opinión pública y en el campo intelectual, porque en éste tienes a comunistas, católicos y liberales debatiendo muy civilizadamente sin que la sangre llegue al río. }Me llamó la atención el espacio público donde, como usted señala, existía una coexistencia entre liberales, católicos y comunistas. En ese sentido, ¿había una tradición fuerte de tolerancia?

}Tampoco era una tradición fuerte. Estamos hablando de un país que comienza una vida semiindependiente en 1902, y la experiencia republicana es muy breve, a pesar de las dos dictaduras. Pero esa experiencia de medio siglo ha sido negada en la historia de Cuba por un orden típicamente totalitario, donde existe un único partido y un único caudillo prácticamente desde 1959, que además es un régimen que tiene que insertarse plenamente en la Guerra Fría. Entonces se incorpora en la esfera doméstica de la cultura la polarización generada por ese conflicto. }Una de las partes que me parecieron más apasionantes del libro es donde trata el tema de la Revista de Avance, en cuya dirección convivían liberales como Jorge Mañach, Félix Lizaso y Francisco Ichaso, con comunistas como Alejo Carpentier y Juan Marinello. ¿Cómo fue posible esta confluencia?, ¿por qué tras la revolución los comunistas se cierran y atacan a sus antiguos compañeros y polemistas liberales? }Es la polarización de la Guerra Fría, que lleva a un Estado de sitio que prácticamente se impone a la cultura cubana, especialmente a partir de 1961, cuando se resuelve la inserción de la isla al bloque soviético, y por la propia guerra civil que está teniendo lugar. Entre 1960 y 1961 hay una oposición armada dentro de Cuba, respaldada por Estados Unidos, con el propósito deliberado de aniquilar al gobierno revolucionario, y éste buscaba también aniquilar a esa oposición. Entonces es un momento de guerra civil intensa, y eso se refleja en el campo de la cultura. }Pero Mañach y varios de los intelectuales liberales tenían otra idea de la revolución cubana y de lo que debía de ser; incluso después uno de ellos, ya establecido el régimen castrista, dijo que la revolución no se trataba de eso. }Todos eran revolucionarios a finales de los cincuenta, hasta 1960. Todos se opusieron en algún momento }unos más temprano que tarde, es verdad} a la dictadura de Batista y respaldaron a la revolución. El momento de la ruptura es la radicalización comunista desde el poder. Hay un momento entre finales de 1960 y principios de 1961 cuando la élite del poder, quienes están tomando las decisiones cruciales en el gobierno revolucionario }léase Fidel Castro y las personas más allegadas a él}, deciden la alianza con la Unión Soviética en un contexto de Guerra Fría, como protección METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD ABIERTA l RAFAEL ROJAS frente a Estados Unidos para algunos, y como resuelta adopción del orden totalitario para otros. Fue una decisión que, como todas, tiene elementos racionales y también no tan racionales. Pero ese es el momento en que se produce la fractura, porque en una situación de polarización total, binaria, como la que se vive en Cuba en ese momento, de Estado de sitio, entonces el opositor comienza a ser asumido como enemigo. }Tras la revolución hubo acusaciones a algunos intelectuales de que habían colaborado con el antiguo régimen. ¿Pero hubo intelectuales importantes que se pronunciaran contra la revolución y a favor del régimen batistiano? }No, los batistianos sí quedaron fuera del campo muy pronto. Realmente era difícil encontrar intelectuales batistianos; más bien había intelectuales que podían justificar la dictadura por la crisis de las instituciones, pero batistianos, como después habría castristas, fue muy raro encontrar. Entonces no los hubo; que hablaran de defensa de la dictadura o regreso a ésta, no; ni siquiera en Miami, que en los años sesenta es un lugar básico del exilio, era popular la figura de Batista. La mayoría de los intelectuales eran revolucionarios con distintas ideas de la revolución: estaban los que defendían a la revolución como una recuperación del orden democrático perdido, que querían una reforma agraria moderada, que querían instituciones representativas, etcétera, y había los que defendían la revolución desde un punto de vista marxista o socialista, que querían la radicalización del proceso para llevar a la alianza con Moscú. }Hay una discusión que atraviesa todo el libro, que es el choque que hay entre lo que llamaría la poesía, en términos de la literatura (y que hacia el final del libro adquiere el cariz de memoria), y la historia, entendiendo a ésta como política. ¿Se pueden conciliar ambos aspectos en la realidad cubana? }Ese es el gran dilema de los creadores, de los poetas y de los narradores en Cuba antes de la revolución: ¿cómo conciliar poesía e historia? Muchos de ellos estaban frustrados con la historia, y producían su literatura a partir de esa frustración. Lo que produce la revolución es supuestamente un idilio, en el que el problema histórico se resuelve porque supuestamente Cuba ya es plenamente soberana y justa y, por lo tanto, la literatura METAPOLÍTICA

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pierde el soporte de frustración y se vuelve muy complicada: ¿cómo hacer una literatura, una narrativa y una poesía en un estado de felicidad? Ese es el gran dilema. Esa es una de las discusiones más fecundas que se producen en Cuba en los años sesenta y setenta. Ahora, por suerte, creo que en la literatura que se produce de los ochenta para acá ya está resuelto el asunto, porque quienes trazan la política cultural, el Ministerio de Cultura, no pretenden que estemos viviendo en un mundo feliz. Entonces la literatura vuelve a adquirir esa plataforma de insatisfacción con la historia que necesita para poder crear. }Sobre la política cultural de la revolución cubana: usted menciona que ha habido cuatro: la liberal, la guevarista, la soviética y la posmoderna. Pero parece que hoy sólo quedan ruinas de ellas. Pero, ¿hubo algún proyecto cultural de la revolución cubana coherente e integrado? }Ha habido varios. Uno puede hablar claramente del proyecto cultural muy vanguardista antirepublicano, pero al mismo tiempo distante de los soviéticos y de los chinos, que era el de Carlos Franqui, un gran político de la cultura cubana, en los años sesenta y setenta. También se pueden mencionar ciertas instituciones como el ICAIC con Alfredo Guevara o la Casa de las Américas con Haydeé Santamaría, que parecieron seguir ese proyecto nacionalista pero al mismo tiempo cosmopolita, de vanguardia. Ese es un proyecto; pero hay otro proyecto claramente delineado en el Congreso Nacional de Educación y Cultura en 1971, que es el del marxismo-leninismo ortodoxo soviético y que se opone al anterior. También en los ochenta hay proyectos culturales posmodernos. Pero lo que ha pasado al final es que no ha subsistido ninguno, y entonces el régimen actual casi carece de política cultural, y lo que hace es recuperar tímidamente el nacionalismo republicano, católico, algo de reencontrarse con el nacionalismo revolucionario, pero sin enfatizar fuertemente desde las políticas culturales un perfil. }Plantea usted que para la recuperación democrática de Cuba, que no abarcaría solamente el ámbito político, se requiere un nuevo modelo cívico. Dice que para construirlo habría que recuperar el pasado colonial y republicano. ¿Qué habría que recuperar de este pasado para ese flamante modelo?, ¿tal vez los mitos de la revolución inconclusa,


RECONSTRUCCIÓN DE LA MEMORIA CUBANA l SOCIEDAD ABIERTA

del regreso del mesías, que tanto pesaron sobre la intelectualidad cubana? }No, eso no, esa es la parte que a mí no me parece que contribuya a un orden democrático. Hay que salvar algo de las tradiciones intelectuales, de la tradición cultural colonial republicana y revolucionaria también. Es decir, yo creo que la revolución también tiene valores muy importantes que deben aprovecharse en el orden democrático. A grandes rasgos podría mencionar de la tradición colonial, toda la gran historia del pensamiento cubano liberal-republicano, que dotó a la nacionalidad de bases modernas, desde José Antonio Saco hasta José Martí. De la republicana, la diversidad: los católicos, los marxistas, los liberales; para mí los marxistas anteriores a la revolución }Guillén, Marinello} hacen varios de los aportes más valiosos a la cultura cubana, y son críticos muy refinados. En la revolución también hay una gran tradición de irreverencia política, de vanguardismo en los proyectos culturales, sobre todo en los sesenta y en los ochenta, que son dos épocas de mucha efervescencia desde abajo.

izquierda occidental, que estaba buscando una convergencia con todo eso. Uno de los capitales simbólicos más grandes del gobierno de Fidel Castro en los sesenta era su distancia o su conflicto con Moscú; o sea, aparecer como un orden social heterodoxo dentro del socialismo, un orden herético o inconforme. Lo que sucede a finales de los sesenta y en 1971 es que con la sovietización de la isla una buena parte de esa intelectualidad socialista le retira su apoyo al régimen cubano. Creo que desde entonces hasta ahora lo que ha habido es un desencanto sucesivo, una serie de frustraciones que le van restando apoyo intelectual desde las izquierdas al gobierno cubano. Creo que más bien va por allí; crecimiento del respaldo, no, y van quedando muy pocos al final, como Mario Benedetti o el propio Gabriel García Márquez, quien es un defensor más bien afectivo, que ya ni siquiera apela a cuestiones ideológicas; pesa más su amistad con Fidel Castro que cualquier otra cosa. }En esta historia de la intelectualidad cubana, ¿qué papel juegan los grandes dirigentes de la revolución, como Fidel y el Che?

}Otro punto que me llama la atención de su libro es que también toca en algunas partes a los intelectuales de fuera que viajaron a Cuba; usted va desde la célebre visita de Jean Paul Sartre hasta José Saramago. ¿Qué tan parecidas fueron las posiciones frente a la revolución de intelectuales cubanos y extranjeros? Veo el ejemplo de Octavio Paz, quien se entusiasmó inicialmente con la revolución, y terminó como un terrible crítico de ella. Actualmente sigue habiendo quienes critican de forma acerba al régimen cubano, y otros que siguen defendiendo a capa y espada a Castro, como ocurre en el caso de Ramonet y el escándalo de su reciente libro sobre Fidel. ¿Qué tanto el conflicto de la intelectualidad cubana se trasladó al ámbito internacional?

}La visión que tenían tanto Fidel Castro como el Che y otros dirigentes de la revolución como ideólogos, desplazaba o subordinaba el papel de los intelectuales. Allí es donde se produce un choque entre el intelectual como letrado, y el dirigente revolucionario como ideólogo. Al atribuirse el dirigente revolucionario el papel del ideólogo le restringía, digamos, una función de representación al intelectual, y por lo tanto subordinaba a éste.

}Lo que sucedió fue que desde los años de 1959 y 1960 Cuba se colocó muy bien en el imaginario de la izquierda occidental, porque una revolución en el Tercer Mundo, y además en un país fronterizo con Estados Unidos, capitaliza muchos símbolos anticoloniales y, además, cuando se alía con la Unión Soviética capitaliza muchos símbolos socialistas. Es decir, la revolución es anticolonial y al mismo tiempo anticapitalista, y además defensora de una democracia directa o participativa. Eso fue un atractivo muy grande para la intelectualidad de la

}Bueno, Hart era un político, era un dirigente revolucionario que se atribuía la función de ideólogo; o Carlos Rafael Rodríguez, que incluso tenía una formación como intelectual más depurada que la del propio Hart. Entonces hay esa pugna de roles, que es la que subordina a los escritores, que abastecen de ideología a patrones trazados por los políticos ideólogos. Creo que en los años sesenta y setenta no tanto, pero en los años noventa, en el período poscomunista que se inicia en 1992, intelectuales como Fernández Retamar y Cintio

}¿Existieron intelectuales que ejercieron una gran influencia sobre el poder? No sé, Fernández Retamar, Hart tal vez.

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SOCIEDAD ABIERTA l RAFAEL ROJAS Vitier se vuelven fundamentales, porque son los que proporcionan una legitimación más genuina al régimen en el momento en que éste se quiere desembarazar de la alianza soviética e incluso de la herencia comunista. En algún momento del poscomunismo el discurso intelectual que sirve de legitimación es el nacionalismo revolucionario, y allí intervienen estos intelectuales. Tienen su momento de influencia sobre el poder, tardío pero lo tienen. }En los esbozos biográficos de intelectuales cubanos que se presentan en el libro, creo que sólo hay uno de la Cuba castrista, Fernández Retamar. ¿Por qué no incluyó a otros? }Bueno, Vitier también está. Comparé a Fernández Retamar con otros miembros de su generación, como Lisandro Otero y Edmundo Desnoes }aunque éste salió}, y creo que en ella es, sin duda, el intelectual que produce mayor sentido a la legitimación del régimen, y por eso lo escogí. }Me parece que el libro manifiesta un desencanto con la revolución cubana en el ámbito cultural. Pero quiero preguntarle, ¿qué aspecto positivo en el ámbito cultural le encuentra a la revolución cubana? }Creo que un sentido muy agudo que se creó pero que está ahora en decadencia o en crisis: la defensa de valores como la soberanía, la justicia y la igualdad. Son valores que la revolución colocó en el centro de su imaginario, de su plataforma simbólica, segregando a la periferia otros importantes valores, como la libertad.

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Eso generó un tipo de comportamiento y de cultura en la ciudadanía de la isla, que es celosa de esos derechos sociales y de su independencia, aunque son valores hoy en crisis. Pero creo que es un legado favorable de la revolución. La revolución también modernizó de algún modo el orden cultural que traíamos de la república; es decir, conectó mucho la cultura cubana con la izquierda occidental en los años sesenta y setenta, y le inyectó cosmopolitismo y contemporaneidad a esa cultura. No creo que haya sido una voluntad deliberada de los máximos dirigentes de la revolución, pero sí de muchos dirigentes culturales como Carlos Franqui, Alfredo Guevara y Haydeé Santamaría. Eso dejó su huella, muy salvable para el futuro democrático de Cuba. }Usted habla al final del libro de las posibilidades de que se instale un régimen democrático en Cuba. Viendo hacia el futuro, ¿qué papel tienen que jugar los intelectuales cubanos, tanto de dentro de la isla como los de fuera? }Ojala pudieran jugar un papel mayor, pero creo que la esfera política cubana dentro y fuera del país está concebida de tal manera para que su papel sea mínimo. Dentro y fuera de Cuba estamos excluidos realmente de la toma de decisiones, en esa polaridad política que todavía se vive. Creo que el papel que sí podemos desempeñar es reconstruir de una manera plural la memoria; trazar estrategias políticas de la memoria que sean inteligentes y que salven lo rescatable de estos últimos cincuenta años de conflicto, que no es poco. Q


EL PARAÍSO DE LA

crueldad

Wolfgang Sofsky**

S

obre un puente dos soldados han agarrado a un hombre por los pies y los brazos, para aventarlo más allá de la trinchera. Otro dispara ráfagas de balas sobre el río, en donde alguno grita intentando esconderse. Un poco más lejos, una masa vociferante arrastra por la calle un cadáver semicarbonizado. En primer plano, un grupo ha rodeado a una mujer que se retuerce en el piso. En modo intercalado, alguno se aproxima y le salta sobre el vientre para ver cuánto resiste. Sobre el ala derecha se observa un pelotón de ejecución. En segundo plano está la ciudad: un desierto de ruinas en llamas. El ala izquierda, en cambio, presenta un paisaje de colinas tranquilas: algunos árboles, matas, prados verdes. En los campos no se ve a ningún ser vivo. El paraíso está vacío, sin seres humanos. No sabemos cómo Hieronymus Bosh, si hubiese vivido en nuestra época, habría pintado el tríptico del Juicio final, o si quizá hubiera usado instrumentos dis

Traducción del italiano de Israel Covarrubias. Sociólogo alemán. Profesor de la Universidad de Gotinga, Alemania.

tintos del pincel y la paleta. De frente al extremo, la capacidad de imaginación estética, así como la capacidad de juicio moral, no aparecen a la altura de su objetivo. Inclusive el intelecto analítico con fatiga logra tener una visión de conjunto de la infinidad de horrores pasados y presentes, al estar imposibilitado para entender exactamente qué sucede cuando se desencadena la violencia. En primer lugar, es necesario recordar las circunstancias antropológicas. Un presupuesto del desencadenamiento de la violencia es la capacidad de imaginación. La fantasía es la que lleva al hombre por fuera de la esfera de influencia de sus experiencias. Lo exonera de sus condiciones de vida y lo libera de los hábitos tradicionales. Le permite volverse otra persona. La fantasía no está vinculada a la vivencia y no se encuentra sujeta a inhibiciones. No existe límite que el hombre no pretenda superar. La violencia imaginada es libre, se le piensa sin reparo alguno y, por ello, estimula la acción. En efecto, una vez abierta la atractiva perspectiva de superar el límite, el primer paso se da rápidamente. Quizá al inicio METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD ABIERTA l WOLFGANG SOFSKY se experimenta aún con excitación, un estira y afloja de prueba y error. Pero si la ocasión es propicia, es el mismo primer acto el que abre la vía para posteriores fantasías y acciones. La imaginación no tiene límites y es obsesiva, inventa nuevas prácticas, experimenta con nuevas armas. La capacidad de imaginación no se ocupa exclusivamente del asesinato, la culminación de toda violencia. Inventa nuevos tormentos y métodos para el segundo homicidio: el vilipendio del cadáver. Es la imaginación, una facultad completamente humana, la que introduce en el mundo nuevas formas de violencia y hace, por ende, que la historia de la violencia siga adelante. Los motivos de la violencia son múltiples. Es ridículo pensar que quien comete actos de violencia es impulsado siempre por la agresividad. Como si bastase deshabituar al hombre a las tendencias agresivas para poner fin a la violencia de una vez por todas. Es verdad que los sentimientos de rabia, odio, venganza, pueden instigar a los hombres hacia los actos de violencia. Pero, ¿qué relación existe con los instintos agresivos, las loas de gloria y riqueza, la curiosidad jocosa de la experimentación, el aburrimiento, la ejecución cuidadosa de una orden, la utilización apropiada de un arma de fuego, el espíritu de sacrificio del guerrero?, ¿qué tiene en común con la agresividad la consideración de que la violencia es el camino más fácil para alcanzar un objetivo? La naturaleza y las proposiciones de algunas atrocidades llevan a la suposición de que quien las cumple ha sido empujado por un fortísimo fanatismo o por impulsos muy intensos. La lógica pura contradice esta intuición. Los hombres pueden manifestar distintos comportamientos para los mismos motivos. Y viceversa: pueden hacer la misma cosa por distintos motivos. Entre el acto y el motivo no existe una relación de necesidad. La violencia puede ser vinculable a la satisfacción o al deseo de arbitrio, a la furia ciega o al disgusto, al sentido del deber o a la necesidad de hacerse notar, al deseo de aprobación, a la sangre fría o a la costumbre sorda y sin motivo. En otras palabras: con relación a sus estados de ánimo, aquellos que llevan a cabo actos de violencia son todos iguales. Además, es una característica del hombre la capacidad de variación de sí. Solamente el hombre se encuentra en grado de cumplir las peores atrocidades. Es por su constitución abierta que se vuelve tan peligroso. Por ejemplo, uno sale de casa por la mañana, va al trabajo, desarrolla sus actividades como siempre, regreMETAPOLÍTICA

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sa a casa: un día como cualquiera, ningún sobresalto en particular. Después, se cambia de ropa, toma las armas y las municiones del sótano, dispara a uno de sus familiares, se atrinchera sobre la azotea y abre fuego sobre cualquiera que en ese momento esté pasando por la calle. Casi de un día para otro los vecinos se transforman en enemigos mortales, los niños en blancos fáciles, los maestros en plurihomicidas, los empresarios en paidófilos, los obreros de una fábrica de chocolates en caníbales. En el origen de tales sucesos algunos observadores sugieren que se deben al impulso de fuerzas escondidas, accesos de locura o a situaciones de oscurecimiento interior. Otros, en un acto auténticamente de inversión, sostienen que los mismos carniceros son víctimas de las circunstancias externas, de una infancia difícil o de una represión dolorosa. El espectro de las presumibles causas es muy amplio. Rechazo social, crisis económica, pobreza y explotación, convulsiones políticas, la pérdida del monopolio de la fuerza por parte del Estado o una política represiva, vínculos con la tradición cultural o desorientación, pérdida de valores o fanatismo, contrastes étnicos, figuras enemigas en un ámbito social, anomia, anonimato, espíritu de pandilla, conflictos familiares o amor-odio íntimo, un trauma o un ataque repentino de psicosis: todo esto es llamado en causa para explicar la violencia humana. Es probable que un hecho determinado influya de vez en cuando en las circunstancias del acto de violencia. Pero las circunstancias, ¿de qué modo influyen al acto? Más la explicación se eleva, más insignificantes aparecen los hechos inquietantes. Es imposible mirar detrás de los límites. El número de los “factores”, en parte contrastantes, sólo indica en el fondo que la violencia no es vinculable a algún motivo en particular. La consideración de que la transformación de los hombres en asesinos se dé con frecuencia en un abrir y cerrar de ojos desmiente las esperanzas ilusas. Las circunstancias no son las causas de la acción, no son condiciones necesarias ni suficientes. A lo más favorecen o bien obstaculizan la violencia. La identificación de los contextos señala las ocasiones, no las causas. En efecto, produce historias plausibles, pero ninguna explicación causal. Cuantas personas tienen una vida similar, o viven en las mismas circunstancias desfavorables, y no piensan ni siquiera lejanamente en alzar una mano. Los riesgos pueden ser altos, el desprecio social fuerte, las penas duras; sin embargo, en la guerra existen los desertores,


EL PARAÍSO DE LA CRUELDAD l SOCIEDAD ABIERTA

existen soldados que cargan las armas pero no aprietan el gatillo, los fusileros del pelotón de ejecución que no se prestan a nada; en general, es sólo una minoría, pero demuestra de cualquier forma que se abre un entredicho entre la ocasión de la situación y el acto de violencia. Queda una parte que se sustrae a la explicación determinista, y no por motivos empíricos, antes bien por principio. Esta otra parte se basa en la libertad de decidir si lleva a cabo o no un acto de violencia. Sin embargo, el análisis de los procesos de la violencia tiene sus razones. En general, las personas saben muy bien qué es lo que están haciendo o por qué lo hacen. Pero con frecuencia no saben qué hacen con sus acciones. El encadenamiento de los eventos supera el horizonte de los protagonistas. En la mayor parte de los casos la violencia es un proceso de transformación social. La tarea prioritaria de un estudio sobre la violencia, por consiguiente, no es la identificación de las presumibles causas, sino antes bien la descripción analítica del proceso mismo de la violencia. ¿Qué favorece la elección libre de la violencia?, ¿cómo se puede superar el límite?, ¿cómo se desarrolla la violencia en las interacciones sociales?, ¿cómo el proceso de la violencia transforma a los hombres en asesinos? Existen procedimientos sociales que facilitan la transgresión. El método más eficaz es el ritual. Los ritos son manifestaciones de la metamorfosis, del pasaje de un estado a otro, de lo profano a lo sagrado, de la estructura a la communitas, de la paz a la guerra, de la cotidianidad a la fiesta. Las formas más antiguas de violencia —la caza del hombre, el sacrificio y la guerra— eran preparadas con frecuencia con ritos o directamente se desarrollaban por completo siguiendo un orden ritual. Las penas corporales, sobre todo la pena de muerte, obedecen a un reglamento rígido, tanto si se trata de una ejecución masiva en una arena como en un auto de fe, si es una lapidación del chivo expiatorio o la fiesta de sangre sobre la plaza del mercado. El daño y los duelos de honor, los combates entre gladiadores, los conflictos étnicos y las guerras entre las bandas presentan elementos rituales. Si la lucha inicia verdaderamente, en general valen otras leyes. Los ritos no sólo tienen la función de frenar a la violencia con un orden normativo y enaltecerla con significados. Esta visión culturalista es muy ingenua. Los tradicionales sacrificios humanos de los aztecas o de los cartagineses, a pesar de tener un ritual regulado, no eran otra cosa que masacres colectivas, fiestas sanguinarias de

la devoción. El ritual desencadena la violencia. Crea una comunidad en estado de excepción, una comunidad en fiesta, en la cual la alegría y el entusiasmo han vencido al terror. El miedo a la muerte es superado a través del poder de matar. En el origen común por la lucha o la caza, la communitas arrastra al individuo, lo transforma, lo lleva más allá del umbral con el ritmo envolvente de las danzas, después con aquel uniforme de la cacería. El colectivo es atrapado por la euforia: nadie quiere estar excluido. La situación del individuo se funda con el aspecto social. Así, el ritual, este tumulto ordinario, tira el muro que separa la violencia de la muerte. Los sistemas sociales jerárquicos prefieren otro método: el orden, la autoridad. El orden no admite objeciones. Dudar de su legitimidad destruye la eficacia. Por ello, con frecuencia es protegido por sanciones durísimas para prevenir la desobediencia. Sin embargo, el orden no es para nada una simple constricción. Es, al mismo tiempo, una concesión de poderes y un estímulo bien aceptado. Es equívoco creer que la mayoría de quien ejecuta órdenes las sigue en contra de su voluntad. Con frecuencia espera mucho tiempo en la inactividad, hasta que la orden finalmente da rienda suelta a la necesidad de acción. Los soldados que se encuentran listos para la acción desde días antes, con frecuencia esperan impacientes a que llegue finalmente la orden para el ataque. El miedo y las dudas se desvanecen cuando de pronto la orden clarifica la situación y concentra todos los pensamientos y los sentimientos sobre la lucha. La orden genera claridad. También de ello se deriva la disponibilidad, a veces suicida, para seguir la señal de ataque y saltar más allá de la trinchera. La orden no lleva a los hombres más allá del límite, los tira más allá con un solo movimiento. Con las órdenes se pueden mandar a las personas a matar, pero también a una muerte segura. La orden de cometer violencia es más que un simple cuerpo extraño clavado en la carne; sin embargo, se puede extraer. Es también un impulso, una ayuda para el primer ataque. Con frecuencia sucede que los subalternos se apropian de las órdenes. Los encargos generales o vagos delegan la iniciativa a los ejecutores subalternos. No dicen precisamente qué hay que hacer, sino únicamente lo que está permitido. Necesitan independencia en el uso de la libertad. Los ejecutores gustosos siempre hacen más de lo que les han ordenado. ¿Qué pasa más allá del límite, cuando el primer obstáculo ha sido superado? A veces no se va más allá con METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD ABIERTA l WOLFGANG SOFSKY el primer ataque. Un intercambio de golpes y la lucha ha terminado. Sin embargo, si se pone en acción un proceso, la violencia se vuelve constante o se desarrolla. Nacen nuevos comportamientos, sentimientos y formas sociales. La violencia obtiene duración y continuidad con la rutina o la institucionalización. Es inquietante la capacidad que tiene el hombre de lograr habituarse a casi todo, aun a su violencia. ¿Qué resulta? Las costumbres son disposiciones con un sentido unívoco, que a través de situaciones recurrentes son realizadas en modo casi automático. Las reflexiones o directamente las decisiones se vuelven superfluas. El estímulo a la violencia está contenido en la situación misma. El acto se sucede vertiginosamente y sin necesidad de ser pensado. La violencia deviene rutina, cotidianidad, trabajo. Después de la primera transformación el asesino debe solamente emularse. Día tras día el carcelero repite su trabajo, cada tarde el francotirador toma su posición y dispara sobre todo lo que le aparece bajo la mira. Con demasiada frecuencia el asesino repite la acción. Más la practica, más se estabiliza volviéndose una disposición natural. Las guerras o las actividades terroristas se basan de este modo en la disposición individual de su personal. La violencia habitual es violencia sin motivo. Las cuestiones morales resultan superfluas. Las costumbres tiran por tierra el intelecto y la conciencia. Es insensible al sufrimiento de las víctimas. Esta indiferencia, esta ausencia de cualquier sentido moral explica el hecho de que, como se observa, muchos asesinos seriales tienen la conciencia limpia. Al volverse costumbre surge la mecánica de la disciplina colectiva, que se encuentra en los pelotones de fusilamiento o en las formaciones militares de las guerras del pasado. La disciplina es una fuerza de destrucción social de tipo particular. El grupo es adiestrado en modo de actuar como un cuerpo único. El fuego común es coordinado en una fracción de segundo. El pelotón fun-

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ciona regularmente, como una máquina de asesinato social. Mientras las armas son recargadas, la segunda fila va hacia adelante y dispara. Así nace el “disparo en rotación”. Cada uno se confía ciegamente del hecho de que los otros actúen como él. La tropa construye su unidad en el acto de disparar. Es precisamente la violencia la que crea la unión. La culpa por la sangre derramada se distribuye entre todos, de tal modo que nadie la percibe. Cuando el individuo se fusiona con el órgano colectivo de la violencia, su individualidad se cancela. Mientras que las representaciones de la violencia se dirigen hacia terceros, el exceso no tiene alguna finalidad social. En el centro de la atención no está la relación con los otros, sino la relación consigo mismo. El furor del exceso es la violencia como fin en sí misma. Lo que cuenta es la acción, la experiencia, la existencia más allá de los límites. El resultado no es decisivo, la acción sí. La violencia habitual es regular, indiferente. El exceso, en cambio, es explosivo y expansivo. El protagonista del exceso se mueve por un goce maligno. Se entusiasma por sus propias acciones. Cada idea nueva, cada muerto nuevo aumenta su euforia. En el exceso, el asesino no está para nada fuera de sí. Desde su interior se engrandece, crece, gana terreno nuevo, el terreno de la libertad absoluta. El exceso no libera al hombre únicamente de la prohibición, lo libera también de la obligación de rendir cuentas consigo mismo acerca de su comportamiento. Ningún pensamiento, ninguna idea lo atormenta. Está liberado de los sentidos, de su propia conciencia. Más allá del muro es un todo consigo mismo y con el mundo. La necesidad de individualización, el miedo de la muerte desaparecen de repente. La fiesta de la exaltación de la violencia es un salto en un estado de utopía. Se realiza una aspiración antigua: el sueño de la libertad y de la absoluta satisfacción, el sueño del regreso al paraíso. Pero para las víctimas eso resulta un verdadero infierno. Q


La

música.

DE PITÁGORAS A LAS REDES DE NEURONAS

Enrique Soto Eguibar* Alex todo ha cambiado mucho Ya no está de moda colchoquear Oh hermanito se acabaron los delitos Nadie compra discos de Ludwig van La naranja no es mecánica Los Nikis, 1985 La música pura es el número hecho audible San Agustín

R

ecuerdo estar en el Arsenal de Venecia escuchando una obra de percusiones de Iannis Xenakis, unos momentos después degustando un platillo, luego música de Brian Eno, otro platillo, Stockhausen, un brindis, etcétera. En suma, seis horas de comer, beber y escuchar música recostado en una poltrona que para fines prácticos constituyó una forma moderna }aceptable para la Bienal de Música de Venecia (2006)} de una bacanal. El tema que convocó dicha bienal fue el de La música y el pensamiento, y es el asunto que abordaré desde la perspectiva de las neurociencias.

Instituto de Fisiología de la Universidad Autónoma de Puebla.

La música es cara a la ciencia, ya que el descubrimiento por Pitágoras de las bases aritméticas de los intervalos musicales no fue sólo el inicio de la teoría musical, sino el inicio de la ciencia como tal. Por primera vez el hombre descubrió que verdades universales pueden ser explicadas a través de la investigación sistemática y el uso de símbolos matemáticos. Como ha dicho Iannis Xenakis: en cierta forma “todos somos pitagóricos” (James, 1993).

ORIGEN DE LA MÚSICA

¿Por qué es la música una forma de expresión en aparentemente todas las culturas?, ¿cómo es que se ha originado?, ¿a qué se debe su notable capacidad para evocar sentimientos y emociones en el hombre? Éstas son algunas de las preguntas que se han mantenido sin respuesta durante años y que la investigación en neurociencias ha abordado recientemente. Se ha especulado que en sus orígenes la música tiene que ver con el cortejo, o que sirvió para promover lazos de orden social en las sociedades primitivas. Hay autores que piensan que es simplemente un subproducto evoluMETAPOLÍTICA

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SOCIEDAD ABIERTA l ENRIQUE SOTO EGUIBAR tivo del desarrollo del lenguaje (Weinberger, 2004). La música no tiene sentido simbólico como el lenguaje; se trata de una forma de comunicación preconceptual y enraizada en la expresión emocional. En inglés existe el término motherese para indicar los cantos y sonidos que, teniendo a su hijo en el regazo, una madre emite para arrullar al bebé. Este comportamiento podría apuntar al origen de la cognición musical en el hombre como un elemento innato, muy probablemente relacionado con el lenguaje, pero enraizado más profundamente en nuestro cerebro, relacionado no con el contenido simbólico sino con la forma de los sonidos y las relaciones temporales y tonales que existen entre ellos. La pregunta esencial es cómo es que un conjunto de sonidos deviene en nuestra mente en algo musical, o es simplemente un ruido o una conversación. ¿Qué es lo que sucede en el cerebro que determina esta forma peculiar de la cognición que llamamos musical? Los sonidos no son en sí mismos musicales, lo son cuando resuenan en un cerebro. No es que existan consonancias per se de las notas musicales; la percepción consonante-disonante refleja la forma como los humanos percibimos y procesamos el sonido en nuestra corteza cerebral. En los animales se pueden identificar conductas que se relacionan con la percepción musical }particularmente en las aves, pero también en anfibios como las ranas } o al menos que a nosotros nos parecen musicales. ¿Qué percepción tendrá un canario en celo cuando escucha el canto de los machos? Es imposible imaginarlo, pero parece legítimo pensar que el comportamiento de las aves canoras ante secuencias complejas de sonidos emitidos por sus congéneres está en la base de la evolución de lo que en el hombre constituye lo musical.

MÚSICA Y CEREBRO

La evidencia neurofisiológica indica que las áreas cerebrales involucradas en la música no son las mismas que las relacionadas con la producción del lenguaje. Se sabe, por ejemplo, de lesiones cerebrales que producen afasias profundas sin alterar las habilidades musicales. Tal es el caso bien documentado del compositor ruso Vissarion Shebalin, quien en 1953 sufrió un accidente vascular cerebral que le impedía completamente comprender el lenguaje hablado, aunque retuvo intactas sus capacidades para escribir música hasta su muerte (Sacks, 2007). METAPOLÍTICA

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Dependiendo de que el sujeto escuche música o esté ejecutando una obra musical, se activarán diferentes regiones del cerebro. Al escuchar la música, se activarán exclusivamente áreas sensoriales; en cambio, si el individuo es además capaz de ejecutar la obra, o de hecho la está ejecutando, se activarán también regiones motoras del cerebro. Las áreas de la corteza relacionadas con la audición se localizan predominantemente en las regiones temporales del cerebro. Al igual que en otras modalidades sensoriales, existen niveles primarios y secundarios de análisis de la información auditiva. El tono, el ritmo, la melodía, la armonía, la identificación de instrumentos por su timbre, etcétera, se realizan en diferentes regiones de la corteza cerebral (Soto, 2001; Peretz y Coltheart, 2003). Inicialmente la información auditiva se disgrega en sus componentes y diversas redes neuronales extraen características del sonido; en los niveles superiores toda esta información se integra finalmente produciendo la percepción musical. En los individuos que ejecutan una obra, las áreas de la corteza parietal relacionadas con el control motor tienen un papel predominante ya que contribuirán al control del movimiento de las manos o la cara para tocar un instrumento. En los individuos con educación musical, la percepción de la música implicará necesariamente la coactivación de las áreas motoras y de planificación del movimiento aunque el sujeto no esté tocando ningún instrumento. En este caso, la percepción implica una forma de identificación empática probablemente mediada por el sistema de neuronas en espejo (Soto y Vega, 2007). Se ha demostrado usando resonancia magnética funcional (fMRI) que si, por ejemplo, un trompetista escucha un sonido musical, reacciona como cualquier otra persona, pero si se trata del sonido de una trompeta, su cerebro activa regiones completamente diferentes que incluyen áreas motoras y orbitofrontales relacionadas con la planificación del movimiento. En este caso el sonido aparece para el músico inmediatamente codificado como un conjunto determinado de hipótesis de acción (Rizolatti y Sinigaglia, 2006). Estudios con fMRI en sujetos sin conocimientos musicales, demuestran que al escuchar música, por ejemplo la Sinfonía del nuevo mundo de Dvorák, se activa la parte del hemisferio derecho correspondiente a la percepción sonora, la misma que se activaría con cualquier otro sonido. Pero en sujetos con entrenamiento musical (un violinista por ejemplo) se activan diversas regiones corticales inclu-


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yendo áreas relacionadas con la espectancia, áreas premotoras y motoras que programan el movimiento para ejecutar la pieza y otras áreas más asociadas con la expresión emocional y la memoria. Se ha demostrado que algunas áreas auditivas (circunvolución de Heschl), así como el cuerpo calloso que comunica ambos hemisferios cerebrales, tienen un desarrollo claramente superior en los individuos con educación musical temprana. Un caso especial es el de los compositores. Ellos imaginan una composición que deberá ser traducida a patrones escritos y a su ejecución, muy probablemente en el piano. Un caso que ilustra estos procesos es el de Ravel, que en la etapa final de su vida, luego de un proceso probablemente de tipo neurodegenerativo, quedó incapacitado para escribir música. Así, en 1933 declaraba a un amigo: “Nunca escribiré mi Juana de Arco; esa ópera está aquí, en mi cabeza, la escucho, pero nunca la escribiré. Se acabó: ya no puedo escribir mi música” (Sergeant, 1999). El caso de Ravel da una luz en el sentido de que no sólo el análisis, sino todo el pensamiento musical se realiza de forma modular, lo que explica que existan sujetos incapaces de imaginar siquiera unos cuantos acordes de una melodía, en tanto otros son capaces de reproducir mentalmente una sinfonía completa de forma tan vívida que no pueden diferenciar si la escuchan o la imaginan, sin que ello implique diferencias en el goce estético entre ambos. De hecho, la capacidad de disfrutar intensamente de una cierta melodía es independiente de la educación musical del sujeto y de su capacidad para reproducir mentalmente o ejecutar obras musicales. Cierto que en los sujetos “educados” musicalmente la parte analítica y racional producirá además un goce intelectual estético más complejo, que se añade o se monta sobre el componente emocional. Tan es así que en sujetos con lesiones bilaterales de los lóbulos temporales puede perderse completamente el reconocimiento musical, sin que por ello se afecte la expresión emocional relacionada con la música (Weinberger, 2004). Pero ésta es sólo una cara de la moneda; la otra, quizá más sutil y compleja, tiene que ver con el proceso de creación artística. ¿Qué sucede en la mente del autor cuando encuentra el hilo de una nueva melodía, el ritmo de una obra, su estructura? Existe un gran vacío de conocimiento en este campo. Sin embargo, algunos datos pudieran ayudar a guiar la reflexión al respecto. Por ejemplo, el hecho de que el proceso de creación es de tipo autopoiético, que se inicia por una pequeña

perturbación del flujo del pensamiento, y culmina en un acto conductual que consume el total de las energías física y mental del individuo (Soto, 2007). Pero, ¿qué sucede finalmente en el cerebro durante el acto de creación artística? Empezando por el final, es claro que en la culminación del acto creativo participa el total del sistema nervioso, y particularmente el neocortex. Un nivel básico, tónico, de actividad en sistemas que mantienen el estado de ánimo del individuo, asociado con la activación de circuitos relacionados con el reforzamiento y el placer, es un requisito para generar el impulso que lleva a la creatividad. Luego es la interacción de estas áreas con la corteza frontal, en un diálogo sostenido, lo que probablemente mantiene el impulso creativo.

LA MÚSICA Y EL MUNDO MODERNO

Es necesario anotar que hemos hablado de la música idealizando una situación en la que un individuo escucha con atención e interés. En el mundo moderno la música es una de las artes que podrían convertirse en una forma de contaminación ambiental y en un elemento molesto del ambiente citadino. Particularmente en México (donde se carece de legislación o, si existe, se le ignora) la presencia continua de música estridente se convierte en una amenaza que invade todos los espacios. Dice Pascal Quignard (1994): Amplificada de manera infinita por la invención de la electricidad y la multiplicación de su tecnología se tornó incesante, agresiva de noche y de día, en las calles comerciales de las ciudades, en las galerías, en los pasajes, en las grandes tiendas, en las librerías, en las piscinas, en las playas, en los taxis, en los aeropuertos. Incluso en los campos de la muerte.

Según George Orwell, el objetivo de esta música ligera y continua es el de impedir el pensar. La música adquiere así un carácter doble: una, la música que escogemos escuchar con atención y que nos deleita, induciendo estados mentales complejos, o invitando al baile y la fiesta }la que invita a las musas a acercarse a nosotros; otra, la música altisonante que nos es impuesta muy a nuestro pesar y que bloquea la interacción social, un mero zumbido ambiental contaminante contrario a cualquier forma de expresión artística. METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD ABIERTA l ENRIQUE SOTO EGUIBAR Imagino que existirán lectores que no hayan tenido la oportunidad de gozar del canto de un enorme conjunto de ranas }cada vez menos abundantes} en un bosque húmedo, o de permanecer en silencio buscando percibir el canto de las aves. En el mundo moderno estamos cada vez más lejos de estos acontecimientos de la naturaleza que seguramente han contribuido a moldear nuestra cultura y nuestros gustos musicales. Hoy habremos de aprender a gozar del canto de los teléfonos celulares, de los clicks del ratón y del sonido de cientos de miles de automóviles. De hecho, uno de los muchos aportes de la música contemporánea es el haber llamado la atención sobre la musicalidad de ciertos sonidos cotidianos. Tal es el caso de las máquinas de escribir en las Gymnopedias de Satie (habrá lectores jóvenes que nunca hayan usado una máquina de escribir y desconozcan su sonido), o el de los helicópteros o chirridos de columpios en la obra de Stockhausen (El cuarteto de los helicópteros o Mikrophonia-1), o el sonido de los silbatos de los trenes en Trenes diferentes de Steve Reich, o el sonido de ambulancias en la obra de Varèse. Esta posibilidad de percibir como musicales sonidos que tradicionalmente no lo son, constituye un ejercicio que sin duda contribuye a expandir la experiencia artística y nos reconcilia con nuestro mundo citadino.

COLOFÓN

La música, una de las grandes artes, que ha jugado un papel tan fundamental en el desarrollo cultural del

hombre en todos los ámbitos y rincones del mundo, la música que permitirá al dios de los católicos anunciar el fin del mundo, es hoy objeto de estudio científico, y al igual que ha sucedido con la cognición visual y las artes plásticas (Zeki, 1999), los estudios neurocientíficos han permitido desentrañar algunos de sus secretos y sientan las bases para una comprensión más profunda de la cognición humana. El conocimiento sobre la fisiología del sistema nervioso es aún fragmentario; insuficiente para dar cuenta de los procesos psíquicos complejos; sin embargo, no cabe duda de que todos los procesos mentales, al igual que nuestras percepciones }incluyendo las artísticas} se relacionan con una cierta dinámica de actividad cerebral. En lo que se refiere al placer estético, se ha propuesto que se produce un “diálogo” neuronal estructurado entre las regiones relacionadas con el pensamiento racional, como lo son las regiones frontales del cerebro, y aquellas que se relacionan con la expresión de conductas emocionales, como el sistema límbico (Changeux, 1997). La experiencia estética singular que nos invade cuando percibimos una obra de arte tiene componentes emocionales e intelectuales muy intensos, que dominarán según el individuo en particular. Ante la abstracción del compositor no podemos menos que contraponer a Alex, personaje de La naranja mecánica, a quien la música, particularmente la quinta sinfonía de Beethoven, le producía un estado mental que de forma incontrolable le inducía a la transgresión y a la violencia, y que luego del tratamiento quedó incapacitado para la violencia, pero sobre todo para gozar de la música. Q

REFERENCIAS Changeaux, J. P. (1997), Razón y Placer, Barcelona, Tusquets. James J. (1993), The Music of the Spheres. Music Science and the Natural Order of the Universe, Nueva York, Grove Press. Peretz, I. y M. Coltheart (2003), “Modularity of Music Processing”, Nature Neuroscience, Vol. 6. Quignard, P. (1994), El odio a la música, París, Hachette. Rizzolatti, G. y C. Sinigaglia (2006), Las Neuronas en espejo: los mecanismos de la empatía emocional, Paidós, Barcelona. Sacks, O. (2007), Musicophilia, Nueva York, Alfred Knopf.

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Sergeant, J. (1999), “La música, el cerebro y Ravel”, Elementos, núm. 35. Soto, E. (2001), “El oído y la música”, Elementos, núm. 44. Soto, E. y R. Vega (2007), “El sistema de neuronas en espejo”, Elementos, núm. 68. Soto, E. (2007), “Arte y cerebro”, Metapolítica, núm. 56. Weinberger, N. M. (2004), “Music and the Brain”, Scientific American, vol. 291, núm. 5. Zeki, S. (2006), Inner Vision. An Exploration of Art and the Brain, Nueva York, Oxford University Press.


Presentación

EL RETORNO DE LO PÚBLICO USOS, NARRATIVAS Y EXPECTATIVAS

S

i algún acuerdo parece existir en los debates de la política contemporánea de los últimos años, se refiere a la relevancia del “retorno de lo público” después de un par de décadas de “primacía de lo privado”, sobre todo en contextos donde “lo público” fue visto como sinónimo de ineficiencia, corrupción y “obstáculo al desarrollo”. Sin embargo, las voces y discursos que narraron una especie de “ocaso del espacio público”, no siempre aludían al mismo fenómeno y en muchas ocasiones sus usos resultaban contradictorios. El retorno sin duda es positivo, y en muchas sociedades latinoamericanas presenciamos procesos de cambio socio-político que tienen como uno de sus ejes la rearticulación de las relaciones entre el dominio de lo público y el ámbito de la esfera privada en sus estrategias de desarrollo; pero es momento de trazar distinciones analíticas que nos ayuden a comprender las expectativas contenidas en las distintas formas de decir y narrar, de concebir y pensar la “gran dicotomía”. Con tal propósito, el público-lector tiene entre sus manos un número que dibuja un panorama de las distintas concepciones del “espacio público” y las consecuencias prácticas de su aplicación a una diversidad de problemas sociales y políticos. Es así que Nora Rabotnikof fija las coordenadas teóricas y conceptuales de los usos de lo público; llama a mirar con cautela las apuestas normativas y el excesivo entusiasmo depositado en la sociedad civil como “hogar común”, trayecto en el que bien convendría evitar las tentaciones antipolíticas y la crítica sin tregua contra el Estado, así como subrayar el fortalecimiento de los “sentidos de lo público”

como tarea pendiente del proyecto democrático latinoamericano. Posteriormente, Alessandro Pizzorno bordea la relación dialéctica y conflictiva entre reputación y visibilidad, dos categorías centrales que suelen emerger en los discursos sobre la sociabilidad pública y política. Por su parte, Philip Oxhorn se adentra en una temática que, por extraño y paradójico que resulte, ha sido poco abordada: el nexo entre espacio público y Estado, así como su relevancia para la profundización de las democracias en América Latina. Desde el campo politológico, Gabriela Ippolito-O´Donnell nos brinda un detallado análisis sobre las implicaciones de ciertas instituciones informales, como el clientelismo, para la calidad democrática al subvertir el espacio público como esfera de igualdad ciudadana y de libertad política. Mientras Claudio Lomnitz sugiere algunas claves de lectura para mirar detenidamente las consecuencias para la política democrática, así como los resultados concretos que se derivan de la “nueva agenda de las izquierdas”, las interrogantes provocativas sugeridas definen un campo de contradicciones en lo que atañe a las políticas de los gobiernos progresistas. Finalmente, a través de la metáfora de las banquetas, José Antonio Aguilar convoca a mirar con preocupación el estado lamentable de nuestra vida social y el poco espesor público en la cultura política de los mexicanos, la banqueta como un espejo de la miseria del espacio público como lugar de todos. Valga la publicación del presente número como pretexto intelectual para abrir un debate que, por razones inexplicables, ha sido poco abordado en México. Q Federico Vázquez Calero Coordinador

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PENSAR LO

público hoy

Nora Rabotnikof* EL EXTRAVÍO DEL ESPACIO DE LO PÚBLICO

¿

Cómo y por dónde pensar lo público? Desde algún tiempo, la reivindicación de “lo público”, asociado a un ámbito específico, ocupa un lugar central en el debate político y académico, así como en la teoría normativa. En no pocos casos, esa invocación se inscribe en expresiones tales como fortalecer, inventar, recuperar, redescubrir, aludiendo a una especie de debilitamiento o de extravío de esas cuestiones públicas, o más propiamente de ese espacio. Para una tonalidad anímica esperanzada, dicho extravío podría ser superado por una auspiciosa voluntad política, encarnada en las políticas de Estado o en las iniciativas de la llamada sociedad civil. En otras ocasiones, en lugar de la tonalidad anímica auspiciosa, el debilitamiento adquiere un tono de caída o de pérdida: se habla del eclipse de lo público, de su feudalización, de la oclusión o pérdida, para después, en tono apocalíptico, diagnosticar que la imagen clásica del ámbito público no habría podido pasar la prueba de una sociedad compleja y diferenciada. Para la primera “tonalidad anímica” lo público, no importa cómo se lo caracterice, se habría debilitado o extraviado con el avance del individualismo competitivo, las arremetidas neoliberales, el debilitamiento del Estado y en general, la privatización de la vida social. Podría ser recuperado, fortalecido, redescubierto, a través de inicia

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tivas y políticas públicas en las diferentes esferas (cultural, urbana, social, etcétera) y a través de la denuncia y reversión de esos procesos privatizadores (de los espacio de sociabilidad, de los mecanismos de asignación, de la prestación de servicios). Para la segunda lectura, en cambio, el tono de caída parece condenarnos a la nostalgia, la nostalgia por un lugar perdido y a la invocación de un espíritu de civilidad también extraviado en la historia. Hay una tercera actitud o tono anímico posible, que consistiría en aceptar el desafío de pensar nuevas formas de articulación entre lo público y lo privado en las distintas esferas de la vida social (en la economía, en la política, en las experiencias de la vida cotidiana). Como ocurre a menudo, el arte parece ser más audaz que la ciencia para encarar esos desafíos. Si vemos, por ejemplo, la obra del pintor Guillermo Kuitca (2007), nos quedamos un poco perplejos antes esas pinturas en las que el plano de un pequeño departamento de clase media urbana se introduce en el espacio amplio y visualmente ilimitado de una pista de aeropuerto. O aquellas obras en las que los mapas del metro de alguna gran ciudad (Berlín o la Ciudad de México), itinerarios de circulación pública, aparecen estampados en colchones (a primera vista artefactos de uso privado o símbolos de intimidad, del sueño o la sexualidad). O ante representaciones de espacios abstractos de reunión y expresión pública como los planos de algunos teatros, en los que aparece pintada una pequeña cama (con la almohada, las cobijas, la esquina doblada). Todas representaciones de una articulación, desconcertante e insólita, de lo pú-


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blico y lo privado a través del lenguaje visual (Kuitca, 2007). Pero si en el lenguaje visual y la expresión estética parece más fácil imaginar estas nuevas formas de articulación entre lo público y lo privado, en el plano conceptual una cierta omnipresencia de la dicotomía público-privado (espacios públicos, políticas públicas, reforzamiento de lo público) paga el precio de una creciente indeterminación: lo público parece poder decirse de varias manera. Y las invocaciones a la imaginación y creación de nuevas articulaciones y a la innovación política parecen usufructuar, no del todo legítimamente, esas equivocidades. Una primera pregunta que surge de esta constatación es: ¿esta indeterminación se salva o se atempera al utilizar el adjetivo “público” para calificar un espacio? En parte podemos pensar que la respuesta es afirmativa, ya que al hablar de espacio público nos topamos con significados más o menos codificados disciplinariamente (en la sociología urbana, en la teoría política o en los estudios sobre comunicación). Pero por otro lado, los problemas reaparecen porque: a) el adjetivo público, aún aplicado a un espacio (ya sea que este espacio sea pensado como lugar geográfico, como circuito de comunicación, o más abstractamente como esfera de construcción de ciudadanía) mantiene referencias normativas fuertes que no siempre se hacen explícitas; b) porque el campo de problemas revelado por cada una de esas perspectivas (comunicación, estudios urbanos, teoría política) puede resultar a veces contradictorio. Por ejemplo, para una cierta tradición que se remonta a Simmel, el espacio público es el escenario de una atenta desatención (civil inattention) que está en la base de una convivencia civilizada entre gente diferente. Por el contrario, para otras perspectivas, neorepublicanas o participativas, el compromiso cívico activo parece descansar en el ejercicio de un compromiso y una atención activos (Weintraub y Kumar, 1997), y c) porque más allá de los usos codificados en cada disciplina, todavía se trata de una distinción relativamente ambigua, traicionera, cuyos límites han ido variando históricamente, y cuya construcción revela formas históricas diferentes de entender la política y la sociedad. ¿A qué se apela en general cuando se nombra lo público? Puede sonar reiterativo, pero quizá no esté de más retomar o recordar los tres sentidos tradicionalmente asociados a la distinción público-privado, entre otras cosas porque estos sentidos también han sido usados (y no siempre de manera explícita) como criterios he-

terogéneos para trazar esa distinción. En primer lugar, un criterio para el trazado de la distinción pasa por la referencia alternativa al colectivo o a la dimensión individual. Así, según este primer sentido, público alude a lo que es de utilidad o de interés común a todos, lo que atañe al colectivo, lo que concierne a la comunidad. Y ello, en oposición a lo privado, entendido como lo que refiere a la utilidad, el interés o el ámbito individual o particular. Por un lado, entonces, público designa lo perteneciente o concerniente a todo un pueblo (populus) o comunidad política y por eso su referencia a la autoridad colectiva de ahí emanada. De allí también el progresivo deslizamiento del sentido del término público hacia la idea de un monopolio estatal de los intereses de la comunidad políticamente organizada, es decir, la progresiva construcción de la identificación público-político-estatal. En oposición, en esta primera acepción, lo privado designa lo que es singular y personal y aquello que, en su origen, pretende sustraerse a ese poder público (entendido como poder del colectivo). La recuperación de este primer sentido en términos jurídicos de la oposición, será básica para la distinción entre derecho público y derecho privado, así como para lo que se ha dado en llamar las “dicotomías derivadas”: sociedad política y sociedad doméstica, ley pública y contrato privado, voluntad general y voluntad particular. En este primer sentido o acepción, entra en juego la oposición entre lo general, lo común y lo colectivo versus lo individual y lo particular. El segundo criterio para el trazado de la dicotomía remite a la visibilidad en oposición al ocultamiento. Público sería aquí lo visible y lo ostensible, versus lo privado como lo secreto. Es decir, según este criterio, público es aquello que se despliega a la luz del día, mientras que lo privado es aquello que se sustrae a la mirada, a la comunicación y al examen. Decimos que una cuestión ya es pública en el sentido de que es conocida, sabida, y ha sido expuesta a la luz pública. Dicha cuestión puede hacer referencia a la dimensión privada (en el primer sentido, es decir no ser de interés común ni general) de una persona o un grupo y, sin embargo, ser pública en el sentido de ser manifiesta, de aparecer. Un personaje público no es necesariamente alguien cuyo espacio de decisión o de acción se vincule con el colectivo (en el primer sentido de público) y, sin embargo, su vida (un actor, un jugador de fútbol) transcurre, la mayoría de las veces, públicamente, porque está expuesto a la mirada de los demás. De manera inversa, y esto es importante, METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l NORA RABOTNIKOF la autoridad pública, el poder público, la gestión de la cosa pública puede ejercerse de manera privada, ocultarse, desenvolverse en secreto. Como sabemos, la noción ilustrada de publicidad recuperó básicamente este criterio. Ilustrar al poder político era volverlo público en tanto sometido a reglas explicitadas y públicamente accesibles, una idea que recogerá la moderna noción de accountability. En este segundo sentido, la connotación espacial es, a veces, inevitable, porque hablamos de visibilidad y ocultamiento, de audiencia y de secreto. De lo más exterior a lo más interno: del foro, el estrado, la escena, “hasta los últimos reductos en los que se encierra la más preciosa de las riquezas o los pensamientos propios, en los que se amurallan las situaciones que no se pueden exhibir” (Ariès y Duby, 1990). Este segundo criterio o sentido opone entonces lo visible a lo oculto. Y el tercer criterio es el de la apertura o la clausura. Público, en esta línea, designaría lo que es accesible y abierto a todos, en oposición a lo privado como aquello que se sustrae a la disposición de otros (para algunos intérpretes éste sería un sentido derivado pero para otros este parece ser el significado original de la distinción). Se hace referencia al publicare latino que significa confiscar, sustraer al uso particular (como sabemos, una acepción muy presente, por ejemplo, en la discusión en torno a las expropiaciones). En cualquier caso, según este último y tercer criterio público, sería aquello que al no ser objeto de apropiación particular, se encuentra abierto, distribuido. Los lugares públicos (calles, plazas) son así lugares abiertos a todos, mientras que el símbolo más ostensible de la privacía entendida como apropiación es precisamente la clausura, la cerca (en nuestra ciudad, diríamos la “pluma” y la guardia de seguridad privada). Estos tres sentidos o criterios pueden combinarse, y así ha ocurrido históricamente, pero, en principio, las diferencias parecen estar claras. En muchos casos históricos esos sentidos fueron divergentes. Según el primer sentido de la distinción, aquel que opone lo colectivo a lo individual, y lo común a lo particular, público se asociaría progresivamente a político, para referir a la dimensión pública del Estado, o a los espacios públicopolíticos (parlamentos, opinión pública política). En el segundo sentido, visible contra secreto, las prácticas que tienen lugar ante la mirada de los demás son públicas pero no necesariamente políticas (pensemos en las interacciones cotidianas como prácticas públicas), ni han coincidido con una accesibilidad generalizada (las prácMETAPOLÍTICA

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ticas cortesanas, la fiesta barroca, la liturgia eclesiástica, el ceremonial político). Todas ellas combinan visibilidad y clausura, apertura y exclusión. Si recordamos El proceso civilizatorio de Norbert Elias, o las líneas históricas reconstruidas en la Historia de la vida privada, descubrimos que lo privado, entendido como aquellos aspectos estrictamente individuales e, incluso, íntimos de la vida, no estuvo siempre y de la misma manera sustraído a la mirada pública.

PARECIDOS DE FAMILIA, ENFOQUES DISCIPLINARIOS Y PROBLEMAS TEÓRICOS

Si tratamos de esquematizar (con todos los riesgos de simplificación que ello implica) algunos de los debates actuales en ciencias sociales, y los relacionamos con tópicos de la retórica política, encontraremos al menos cuatro formas de pensar o de enfocar el espacio público. Esas formas de abordar la adjetivación de “un espacio”, no se corresponden de manera estricta con perspectivas disciplinarias, aunque hay parecidos de familia. Y las cuatro recuperan de manera diferente estos criterios que he enunciado. De manera frecuente, la noción de espacio de lo público se sigue asociando a la institución tradicionalmente identificada con la actividad pública, es decir, el Estado. En esta perspectiva, que sigue identificando lo público con lo estatal, se revelan problemas jurisdiccionales y de facultades que hacen referencia a cómo se distribuye el poder político en un espacio público pensado como territorio. En nuestra ciudad está planteada una agenda que hace referencia a esta cuestión de la gestión de los espacios públicos, de las competencias federales y locales. En el debate político más general, muchas veces lo público sigue siendo pensado estrictamente en relación con la dimensión jurídico estatal. En este primer abordaje, la publicidad en el segundo sentido es, en general, pensada como accountability y como visibilidad (o transparencia) en el ejercicio del poder. El tercer sentido, la accesibilidad, aparece en términos de la legitimidad democrática (entendida como el respaldo electoral de la autoridad pública). Reflexiones de mayor alcance pondrán el acento, específicamente, en la recuperación de la dimensión pública del Estado. En otras perspectivas, más ligadas a la gran crítica del Estado de los años setenta (críticas que atravesaron los mapas ideológicos de la época y que provinieron tanto de derecha como de izquierda), se verifica el tránsito


PENSAR LO PÚBLICO HOY l SOCIEDAD POLÍTICA

de lo público entendido como público-político estatal a lo público-político-cívico o social. En ese sentido, lo público y el espacio público son pensados alternativamente como expresión de la sociedad civil, o como mediación entre gobierno y sociedad, como lugar de gestación de movimientos sociales, como esfera pública autónoma e, incluso, como forma de autoorganización de lo social. En este caso, se recupera también el primer criterio, y lo común y lo general aparece transfigurado en la forma de cuestiones de interés general (definidas como tales a partir de mecanismos complejos), de gestación de consenso fuertes, o de manera más módica como posibilidad de construcción de perspectivas de bien común. La visibilidad aparece como posibilidad de expresión de proyectos ciudadanos y como presencia pública, aparición y participación de los actores en el plano político y cultural. Quizá la noción de esfera pública, de raigambre ilustrada, recupera más nítidamente esta perspectiva (la relación entre Estado y esfera pública recién está comenzando a ser analizada de forma más compleja). En cuanto a la apertura, en general se privilegia el análisis de formas diferenciadas de acceso a lo público, entendido como uso y consumo de los servicios públicos y de los bienes culturales. Pero en otros enfoques, público ya no se asimila a político, o no se equipara automáticamente a político. La publicidad aparece, en cambio, referida a una modalidad específica de coexistencia social: es aquella que trascurre especialmente en los espacios urbanos y que se caracteriza por la ausencia de una comunicación intensa y por cierto anonimato, por el predominio de las apariencias y por la aceptación de la indeterminación del otro (escenas en la calle, en los museos, en los centros comerciales, etcétera). En este caso, los llamados espacios públicos pensados desde la antropología cultural y la sociología urbana, el eje de la distinción público-privado parece estar dada por distintas formas de sociabilidad. Más que la figura del ciudadano virtuoso, o más que la referencia a la vida ética de la comunidad, predomina aquí la metáfora teatral: el espacio de lo público es aquel donde los actores representan sus papeles, donde se da la puesta en escena y la actuación frente a un público de desconocidos. Más que pensarlo como espacio de elaboración de una voluntad colectiva o común, o de movilización conciente de la atención, se piensan los espacios públicos como ámbitos de visibilidad recíproca, donde se instauran nuevas distancias, se establecen relaciones interpersonales que, en cierto modo, contribuyen a sostener la

identidad personal. Muchas de las reflexiones en torno a la crisis del modelo clásico de espacio público y a la coexistencia en los “no lugares” giran en este sentido. Por último, hay una gran referencia al espacio público como espacio de comunicación mediática y, en algunos casos, virtual. En estos enfoques no predomina la delimitación territorial o físico-territorial del espacio. Precisamente, la desarticulación de las categorías espacio-temporales supone instaurar la idea de circuito global de comunicación. Si en la aproximación anterior, delimitada por la metáfora teatral, se partía del supuesto de la co-presencia (aún, o sobre todo en contextos masificados: desde plazas a centros comerciales, desde los mercados populares a los aeropuertos), aquí predomina la perspectiva de la circulación de la comunicación, en un enfoque, quiérase o no, más sistémico. En términos de políticas culturales, esta caracterización del espacio público también quiere reconocer e identificar estrategias de construcción de ciudadanía, formas de hacer visibles los conflictos y tácticas o estrategias de inclusión de demandas. Es decir, aunque no se relaciona específicamente público con político (ni en el sentido estatal ni cívico-social) sí se piensa al espacio público como un ámbito de construcción y despliegue de estrategias políticas o político-culturales. En general, cada una de estas formas de construcción conceptual del espacio público abre un abanico de problemas de investigación específico y sobre todo construye la problemática de la polis desde una mirada particular. Es por ello que un ejercicio analítico como éste no pretende anular la pluralidad de sentidos o la equivocidad del término a través de la estipulación de una definición, y menos aún de una definición verdadera aunque convencional. Por el contrario, se trata de desplegar esa multivocidad de sentidos y mostrar la complejidad de la discusión y las diferentes líneas de investigación que se abren: desde el análisis de las dinámicas concretas de nuestros espacios públicos culturales, su relación con el mercado de bienes culturales, con la empresa privada, las universidades y los medios de comunicación, hasta las políticas de ordenamiento urbano del gobierno. Desde la relación entre participación democrática y desigualdad social hasta el alcance de la corrupción y su posible control. Desde el ámbito de intervención estatal hasta el desarrollo de nuevos públicos. Sin duda también hay parecidos de familia en esos distintos usos. Y esos parecidos tienen que ver con los criterios expuestos, pero también con el hecho de que METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l NORA RABOTNIKOF el adjetivo público es un término normativo, de algún modo importado, como tantos otros, al terreno de las ciencias sociales. ¿Por qué hablar de un concepto normativo? Porque, en términos muy básicos, tiene sentido para nosotros en tanto articula un horizonte de expectativas compartidas. Porque más allá de su uso descriptivo, más allá de que registremos privatizaciones de los espacios públicos (en la forma de apropiaciones privadas, etcétera), o de que celebremos nuevas articulaciones o caracterizaciones (lo social-privado, el tercer sector, lo público-antiestatal) pareciera que lo encontramos siempre en la forma de un ideal investido de valor y deseo, que no se limita a ser una mera herramienta de descripción de lo que es, tal como es. Hay una dimensión normativa, sea esta positiva o negativa, en casi todos los usos del término “público”. Dimensión que sería más fecundo reconocer desde el comienzo de cualquier debate. Por ello, las dos tonalidades anímicas, las invocaciones al fortalecimiento del espacio de lo público o los diagnósticos en torno a su eclipse abren un panorama complejo: ¿qué o cuáles problemas pueden y deben ser hoy enfrentados colectivamente?, ¿cuáles pueden y deben ser los temas de una argumentación pública?, ¿podemos seguir identificando lo público exclusivamente con la dimensión estatal?, ¿o más bien deberíamos pensar lo contrario, es decir que en tanto “el público” moderno tiene su origen en los individuos autónomos y en la conformación de una sociedad “separada” del Estado, toda invocación a un espacio público remite al no-Estado?, ¿hay todavía cuestiones “públicas” para tratar en público y asumir públicamente?, ¿qué papel desempeñan los individuos, las comunidades, la llamada sociedad civil y el Estado, en esta caracterización de lo público?, ¿podemos hablar todavía de un espacio de lo público que enhebre y otorgue densidad histórica y social a estos tres sentidos: el de lo común y lo general, lo visible y ostensible y lo abierto y accesible?

Algunas formas de evocar la noción de espacio público parecen conducir irremediablemente a la nostalgia por algo perdido: algún otro momento en que la imagen modélica del ágora hacía coincidir centro espacial, discurso y acción ciudadana e interés común de la polis. O más módicamente, algún momento más cercano en el que la vida pública fue más activa. Pero esta invocación nostálgica (que a veces, en nuestros países latinoamericanos se torna hacia el siglo XIX, o hacia las etapas iniciales de la urbanización moderna) no siempre “cruza” su cara reflexiva con el número de votantes, o de lectores de periódicos, o con la pregunta por aquellos que eran considerados, en su momento, ciudadanos. Otros, en cambio, recelosos de la nostalgia (y a veces también de la historia) suponen que los flujos globales de comunicación y el florecimiento de las diferencias dejaron irremisiblemente atrás el modelo clásico, pluralizando (interna y cuantitativamente) los espacios públicos, ampliando las posibilidades de intervención y participación y proyectando al infinito el (también controversial) concepto de autonomía. También el carácter “resbaloso” y traicionero de la distinción público-privado, las distintas formas históricas asumidas, su incorporación en los distintos vocabularios especializados, llevaron a muchos a pensar que se trataba de un par conceptual de escaso o peligroso valor heurístico, potencialmente inconducente cuando no ideológicamente pervertido (formulación liberal, o puramente instrumental, o genéricamente sesgada). Sin embargo, a pesar de los riesgos de la nostalgia o del optimismo fácil, a pesar de las diferentes formas de “naturalizar” la distinción entre lo público y lo privado, la diversidad de problemas conceptuales y políticos que la noción de espacio público abre, nos envía señales de que todavía puede resultar una herramienta conceptual potente para el análisis, la investigación y el discurso político en un debate que, en México, recién inicia. Q

REFERENCIAS Ariès, P. y G. Duby (1990), Historia de la vida privada, Taurus, Madrid. Kuitca, G. (2007), Das Lied von der Erde, Zurich, Daros Exhibitions, noviembre 2006-marzo 2007.

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Weintraub J. y K. Kumar (1997), Public and Private in Thought and Practice, Chicago, University of Chicago Press.


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pública

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Alessandro Pizzorno**

E

n términos generales, existen tres formas de reputación: la conformidad comunitaria, la credibilidad y la excelencia en el nicho laboral donde uno se desenvuelve. Sin embargo, existe una cuarta forma de reputación, distinta de las tres anteriores, y a cual me parece adecuado, en coherencia con el lenguaje cotidiano, llamar visibilidad. Es un fenómeno que tiene en común con el de la reputación el hecho de referirse a una situación social en la cual la identidad

Traducción del italiano de Israel Covarrubias. Profesor emérito del Instituto Universitario Europeo, Fiesole, Italia.

de una persona se construye a partir del juicio comparado que los demás le dan. En otros casos, sin embargo, la visibilidad indica un fenómeno diferente al de la reputación. La reputación, por excelencia, la crean personas que están en aptitud de juzgar a otra ya que son expertos en su mismo campo (son sus “pares”). Los médicos son juzgados por otros médicos, los ingenieros por otros ingenieros, los profesores de historia por otros profesores de historia. En general, la situación no es tan simple. Por ejemplo, los médicos pueden ser juzgados por sus clientes, a pesar de que no son sus pares. En efecto, esto sucede después de que los médicos han pasado por el METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l ALESSANDRO PIZZORNO juicio de los expertos en su campo, a través de una serie de pasajes institucionales (exámenes, concursos, etcétera). Pero siempre podemos imaginar que en un determinado momento, la reputación de un médico puede ser el fruto de juicios más compartidos, a pesar de estar fundados sobre criterios menos rigurosos, que se refieren a competencias distintas de las usadas normalmente por los pares. Un conjunto de pacientes, incapaz de superar la incertidumbre cualitativa que enfrenta quien debe valorar las prestaciones de un médico (y así sucede para otras profesiones), se referirá a criterios tales como gentileza o humanidad del médico, su modo de explicarse al cliente, puntualidad, número de curaciones realizadas, incluso si no está en posibilidad de determinar si éstas fueron casuales. Son criterios muy distintos de los que usan los pares pero que, en sentido amplio, están conectados con el tipo de profesionalidad del médico y, además, derivan de experiencias directas de quien otorga el juicio. Es un cambio ligero respecto al dictamen de los pares, pero sabemos que una clientela se puede basar también por el “me han dicho”, y aquí comenzamos a aproximarnos al fenómeno de la visibilidad. Ahora bien, realicemos un paso ulterior: un médico que ha efectuado intervenciones quirúrgicas innovadoras; por ejemplo, a él se debe el primer transplante de un órgano. Entre sus pares gozará de alta reputación, pero no más alta que la de muchos otros médicos. Sin embargo, por razones que a veces son predecibles, a veces casuales —y no por valoraciones meritorias de alguien que conozca el rubro profesional específico—, este médico se vuelve una celebridad de la cual hablan los periódicos y la televisión le dedica un amplio espacio. Entramos en el campo de la visibilidad. Este médico se ha vuelto célebre, es decir, visible aún para quien no está en aptitud de dar un juicio sobre sus capacidades profesionales. Tal es el caso de aquel que no es cardiólogo, o aquel que jamás ha sido su paciente. La gente estará al corriente de sus viajes, aficiones, romances y biografía. Su visibilidad no será distinta de la que tiene un atleta o un artista importante. El público, a pesar de que se alimenta de visibilidad, no podrá evaluar con conocimiento de causa su valor profesional. Debe aceptar su situación de persona célebre sin más argumentos para dar un juicio serio. Si quisiera refutar las razones de dicha visibilidad, a lo más podrá referirse a observaciones que tienen que ver con los medios de comunicación gracias a los cuales el personaje se ha vuelto visible: deberá sostener que rechaza creer en aquellos periódicos METAPOLÍTICA

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que han hablado del personaje, dirá que la televisión ha exagerado, que la publicidad estaba trucada, que las personas de las cuales “escuchó algo” no eran confiables, que uno jamás se debe confiar de los chismes, etcétera. Será incapaz de objetar mediante juicios sobre méritos, sólo lo hará a partir de un juicio de método; es decir, aquel método que permite volver visibles a ciertas personas o determinadas actividades. El crítico (que sólo puede ser pacificado con la indiferencia) puede cambiar el canal de televisión donde se habla de aquel médico y, de este modo, negarse a mirar aquello que lo hace visible, pero no puede ir más allá. En cuanto a nuestro personaje, le corresponde explayarse constantemente sobre el escenario de la reputación y/o de la visibilidad. Por consiguiente, mientras la reputación puede vincularse con el papel que la persona cubre en el mundo en el cual las relaciones tienen lugar a través de la producción, el intercambio de bienes y la excelencia que se consigue en dichas relaciones, la visibilidad, en cambio, pertenece a un mundo aparte y es un fin en sí misma. Con mayor exactitud, a un mundo que provoca que una persona y su actividad, asuma quizá de manera indirecta el propósito de ser vista por los otros (de siempre “ser observable”). De este modo, en un determinado punto, será ilusorio hablar de juicio y adecuado hablar únicamente de aceptación o rechazo de la visibilidad (a pesar de que se utilicen juicios del siguiente tipo: es simpático o no; es narcisista o no; hasta llegar a “es insoportable”, imaginando con esto que lo pueden excluir de la visibilidad). También es diferente la naturaleza de lo que hacen los productores de visibilidad respecto a la de los productores de reputación. Estos últimos, ya lo hemos dicho, están constituidos por pares que juzgan a otros pares: sus criterios son iguales para juzgarse también a sí mismos y el valor de la actividad que desempeñan. Los productores de visibilidad, en cambio, no son expertos en las competencias particulares de las personas que se proponen volver visibles, sino que, ante todo, son expertos en aquellos elementos que hacen que en un determinado momento una persona, una actividad o una determinada situación pueda manifestar la cualidad de volverse visible: periodistas, expertos de televisión, publicistas, especialistas en relaciones públicas, encuestas, consultores de quienes están en aptitud de influir a los medios de comunicación, etcétera; si una especialización los reúne, a pesar de estar tejida de mil conocimientos y experiencias específicas relativas a di-


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ferentes casos y situaciones, es probablemente la que consiste en la capacidad de interpretar o reconstruir las posibles conexiones que se forman entre los sucesos de la actualidad, por inesperados o provocados que sean, y encuadrarlos en un repertorio cultural que permita conectar la actualidad y sus sorpresas con los aspectos de una historia imaginada como familiar para todos. Las condiciones que hacen posible esta relativamente nueva esfera de actividad son más de una, pero no son difíciles de identificar: la difusión de la prensa cotidiana, la radio, la televisión, la internet; en seguida, la expansión de la escolaridad y, naturalmente, la proyección de la libertad de expresión pública de las ideas. Sin embargo, más importante es el discurso sobre los efectos de la actuación de esta nueva esfera de actividad. Los distinguiría a partir de su manifestación sobre todo en cuatro diferentes campos: la naturaleza de la competencia por estatus; la definición de los objetivos organizativos; el funcionamiento de la democracia y la naturaleza de la disfunción de la información y, finalmente, los efectos sobre la naturaleza de la nueva socialidad.1 I

Sobre la naturaleza de la competición por estatus podemos decir que una esfera de visibilidad hace posible que alguien, en posesión de un juicio de excelencia por parte de sus pares y que ha ocupado por un período más o menos largo una posición de relevancia en la esfera de la visibilidad, pueda gozar de una mejor gratificación que la que recibía por su reputación. No obstante, las relaciones reputación/visibilidad no son simples. A veces, la visibilidad no aparece como extensión o crecimiento de la reputación. Una persona con altísima reputación en su campo puede ser completamente ajena a cualquier tipo de visibilidad. O bien, se puede llegar a la visibilidad sin pasar por la reputación. Otras veces, alcanzar la visibilidad puede tener un efecto negativo sobre la reputación, ya que los pares observan con fastidio a una persona que recibe notoriedad por parte de un conjunto de no competentes.

No me ocupo, por su imponente y fugitiva caracterización, del problema del cambio de la naturaleza humana provocado por la llamada democracia teledirigida, de la cual se ocupó Giovanni Sartori en su brillante y cáustico panfleto Homo Videns. Sin embargo, estoy de acuerdo con él acerca de los efectos políticos de la omnipresencia de una “realidad imaginaria”. 1

Las posibles formas de la relación reputación/visibilidad se pueden ilustrar imaginando dos tipos de sistemas culturales. En el primero, la reputación gana terreno sobre la visibilidad. La única recompensa simbólica de un juicio positivo sobre el valor de una persona es la que recibe a partir de la reputación reconocida por los propios pares. Personalidad que, a pesar de ser considerada como fundamental en su propio campo de acción, se aleja de cualquier manifestación de visibilidad que se separe de las promovidas por sus pares: aparecer en los medios de comunicación, dar entrevistas, hacer declaraciones públicas, etcétera. En el segundo tipo de sistema cultural, en cambio, la simple reputación decretada por los pares es considerada insuficiente, así que apenas tiene la ocasión una personalidad busca aprovechar la propia reputación u otras posiciones de capital social, para formarse una figura pública, es decir, visible más allá del propio grupo de pares.2 Las razones de la diferencia entre las dos esferas son muy claras. La del primer tipo incluye círculos de reconocimiento capaces de ofrecer suficientes gratificaciones personales y ocasiones de socialidad tales que una persona no tiene necesidad de ir a buscar otras, ya que encontrará su trabajo apreciado y discutido por otras personas que estima, y su profesionalidad mejorará continuamente por la recepción identificante que le es destinada. Entrará en relación con otros ambientes de su profesión y ello le permitirá participar en una socialidad sin carencias. Su fin no es llegar a un gran auditorio por lo que hace, sino ser reconocido por un público formado 2 Doy algunos ejemplos escogiéndolos, al azar, en campos que conozco. Consideremos a los mayores filósofos que han vivido en los últimos cincuenta años, según el juicio de otros filósofos: Quine, Davidson, Rawls, Dummet, Parfit y algún otro; o los mayores sociólogos, según el juicio de otros sociólogos: Merton, Coleman, Parsons, Goldthorpe, Harrison White. Todos ellos son ejemplos de personas que han vivido en ambientes culturales del primer tipo. Ambientes culturales del segundo tipo pueden ser, de igual modo citados al azar: Sartre, Lévi-Strauss, Foucault, Derrida, Hayek, Giddens, Habermas, Luhmann, Ricoeur, Bourdieu, Popper, Touraine, Morin, Bobbio, Bell. Sobre el predominio de los nombres de la primera lista es difícil que se observen rechazos de importancia. Los nombres de la segunda lista corresponden a estudiosos con frecuencia del mismo valor respecto a los de la primera lista, pero a veces más sujetos a críticas. De cualquier modo, se puede decir que la relación reputación/visibilidad es muy superior en los autores de la primera lista que en los de la segunda. ¡Quién pudo imaginar que un Quine o un Rawls podrían aparecer en televisión o escribiendo en los periódicos!

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SOCIEDAD POLÍTICA l ALESSANDRO PIZZORNO en lo posible por personas que miran con conocimiento de causa el trabajo que hace. La del segundo tipo responde a una situación en la cual las condiciones del primer tipo están ausentes. En ella, el juicio sobre el trabajo de una persona queda estrictamente en el interior de una organización, mientras que en el exterior de su ambiente laboral su éxito no lo juzga una comunidad de pares, sino un público que lo admira indiscriminada y transitoriamente; admiración que se expande con la ignorancia del interesado mismo, el cual termina por encontrarse admirado por su cantinero, su tendero, su alcalde o su párroco (en el siglo XVIII, se hubiera hablado de la admiración de su mesero).

sividad en la participación de base, surge el cinismo. Esto es consecuencia del hecho de que, retomando la terminología antes usada, la reputación que los líderes habían adquirido en el juicio de sus pares se eclipsa por las dotes de visibilidad que el juicio de fuentes extrañas otorga al movimiento. Los medios de comunicación, continuamente en búsqueda de personalidades preeminentes y atrayentes según los estándares de la visibilidad, tienden a ocuparse siempre de las mismas personas que, de este modo, se vuelven célebres, dejando en la sombra a los otros, que se sienten excluidos por razones que nada tenían que ver con las finalidades del movimiento. En consecuencia, de aquí resulta el surgimiento de una competencia interna con una alta dosis de envidia, que provoca posteriores divisiones.

II

Los efectos de la visibilidad sobre la formación de los fines de una organización se pueden observar analizando cómo, por una ocasión u otra, se exponen a los medios de comunicación, al grado de modificar la naturaleza de su estructura organizativa y de sus estrategias. Reconstruiré aquí un proceso de este tipo utilizando el análisis de un movimiento social, potencialmente público desde sus inicios, como lo fue el movimiento estudiantil norteamericano de los años sesenta, que se ha encontrado en un determinado momento en el radio de acción de los intereses de los medios de comunicación. De ello se pueden extraer las siguientes conclusiones: a) La elección de los dirigentes del movimiento social se alteró en cuanto el movimiento entró en el campo de observación de los medios de comunicación. De los líderes en contacto con su base, capaces tanto de elaborar un discurso ideológico como de definir los objetivos estratégicos del movimiento, los dirigentes fueron elegidos de entre aquellos que tenían la calidad de news-worthiness, o sea de aparecer bien en televisión o en otras ocasiones públicas, saber responder a entrevistas, etcétera. Cuando esto sucede, el estímulo narcisista adquiere preeminencia en la selección para cargos de dirigencia sobre otras cualidades de carácter, cultura, dedicación al trabajo, capacidad organizativa. Además, cuando los militantes se dan cuenta que tanto la selección de los dirigentes como la elección de las estrategias responden a criterios que son extraños respecto de los fines que el movimiento se había fijado originalmente y, por ende distintos de las razones de su participación, surge la paMETAPOLÍTICA

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b) Luego, se ve afectado el reclutamiento. El movimiento, que se ha vuelto cada vez más visible, atrae a aquellos que se adherirán precisamente por su capacidad de volverse visibles, sin pasar por la fase de toma de conciencia sobre cuáles contenidos son los rasgos distintivos de las finalidades que el movimiento propone. c) Las estrategias no son dictadas por las conquistas de los contenidos (cambios de la situación real, procedimientos deseados), antes bien, por conquistas de visibilidad. Se habla de un modo de “organizar a través de espejos”: se genera una reputación para un determinado proyecto, para después abandonarlo antes de que se vuelva real. d) Finalmente, se difunde el llamado “efecto pirámide”: se pretende multiplicar la visibilidad de cualquier personaje, con la idea ilusoria de que el uso de la celebridad conquistada por algunos termine por recaer sobre el movimiento en su conjunto.

III

Pareciera que, a primera vista, la existencia de una esfera de visibilidad abierta comporta efectos positivos para la democracia. A ella van a pertenecer personas que, se dice, no eran nadie poco tiempo atrás, y que ahora están en boca de todos y son envidiadas por muchos. El famoso dicho de Warhol de que cualquiera antes o después tendrá su cuarto de hora de celebridad parece ser una buena configuración de cómo se vive este mun-


VISIBILIDAD Y REPUTACIÓN PÚBLICA l SOCIEDAD POLÍTICA

do imaginario, y de la referencia seudodemocrática a la cual parece aludir. En efecto, dado que una de las características (al menos presumibles) de la democracia es la de favorecer la movilidad social, ¿qué más connatural a la democracia que este acceso no exclusivo a la esfera de la visibilidad y, por consiguiente, dirigida de manera implícita a la prosecución de la admiración general? Claro, no se puede hablar de movilidad social en su sentido tradicional de tránsito de una a otra clase; sino al menos (¿como decirlo?), de esa movilidad que es pasar de la sombra a la luz. Se trata, en efecto, de un mundo que no existía en tiempos predemocráticos. Cuando, si acaso se podía, y se tenían dudas al concebir el mundo de la visibilidad, esto era accesible sólo por nacimiento. Pero precisamente este aspecto puede ser derribado, y ser observado como un modo de ilusionar a una población haciéndole creer que la movilidad social puede ser llevada a buen término, mientras que en realidad su efecto se vuelve, para la mayor parte de la población, ilusorio e inalcanzable. En este sentido, el mundo de la visibilidad puede ser considerado como aquel que desempeña la función de lo que Marx, en La cuestión judía, llamaba la illusorische Gemeinschaft, una concepción de sociedad que permite ilusionar al pueblo con la existencia de un mundo en el cual todos pueden tomar parte, los conflictos pueden pacificarse, la sociedad reunificarse.

IV

Es verdad que la esfera de la visibilidad puede ser lugar de conflictos que tienen como efecto la difusión de la

información de interés común (político o de otro tipo). Pero la cortina de la información conlleva también un doble efecto: por una parte, definir a priori qué es lo que más importa saber; por otra, seleccionar sin levantar muchas sospechas lo que, en cambio, es necesario que permanezca en el ámbito de la arcana imperii. En el mundo de la visibilidad las situaciones de socialidad tienen una función sustituta. Es decir, sustituyen la microsocialidad que llamo microsalida de un estado de naturaleza, con formas imaginarias de socialidad, fundadas esencialmente sobre procesos de redescripción de las posibilidades de lo real, en la cual los individuos se piensan, en el óptimo de la visión, como presentes en el escenario de la acción (el llamado pero poco explicado “proceso de identificación”). El espectador cree que el mundo donde actúa coincide con el que le es permitido observar; sabe también, sin embargo, que si es capaz de revivir en la imaginación lo que ve en la representación, lo hace con la conciencia de su insuperable exclusión. Esto es un fenómeno bien conocido en el mundo del arte y del espectáculo. Pero allí sucede en un ámbito cerrado, espacial y temporalmente, de un lugar diseñado para ser distinto del mundo real. En cambio, cuando es precisamente en el mundo real donde el espectáculo pretende enraizarse, fingiendo que el juicio de aprobación o de indignación, del espectador puede ser seguido por la posibilidad de una elección de acción en aquel mundo, el vidrio que separa la visión y la realidad permanece inevitablemente opaco: la exclusión será tremenda y humillante. El inescrutable arcana imperii por una parte, las clausuras local-familiar-televisivas por la otra, así como la impotencia para salir de aquellos muros, definen la posición inevitable del espectador. Q

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ESPACIO PÚBLICO, MERCADO Y

democracia Philip Oxhorn*

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ocas personas negarían que un espacio público dinámico sea una característica definitiva de una democracia política exitosa. Pero existe un mayor debate alrededor de preguntas específicas sobre cómo emerge tal espacio público, en qué consiste exactamente o, incluso, por qué es necesario para un gobierno democrático efectivo. Tales preguntas están directamente relacionadas con inquietudes crecientes sobre la calidad de las democracias latinoamericanas. Dichas inquietudes reflejan un vacío de representatividad creciente que ha generado resultados a veces dramáticos, incluyendo la elección de Alberto Fujimori y su subsecuente suspensión (temporal) del gobierno constitucional que llevaría a la introducción de una nueva constitución en Perú en los años noventa, así como las más recientes elecciones de Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia, ambos también dedicados a la creación de nuevos órdenes constitucionales. A pesar del inmenso abismo ideológico que separa a Fujimori de Chávez y de Morales, los tres llegaron a la eminencia política tras llevar una campaña exitosa contra una clase política aislada de la sociedad y contra los partidos políticos dominados por esa clase, con el objetivo explícito

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de reconectar a la mayoría marginada con el sistema político. De hecho, Chávez, Fujimori y Morales identificaron la debilidad del espacio público de sus respectivos países, y en gran medida su “éxito” a largo plazo debería medirse en términos de su capacidad de crear espacios públicos más dinámicos. De manera más general, el concepto de espacio público puede ofrecer importantes indicios sobre la razón por la cual las democracias latinoamericanas parecen estar tan distantes del ideal expresado por el Programa de las Naciones Unidas Para el Desarrollo (PNUD, 2004) de “una democracia de ciudadanas y ciudadanos”, así como sugerencias sobre cómo alcanzar ese ideal. EL VACÍO DE REPRESENTATIVIDAD

Un creciente vacío de representatividad es común en la región, aunque su severidad varía en el tiempo tanto dentro de los países como en la región. Tal vacío se refleja en la gran distancia que existe entre el apoyo popular al sistema democrático y la satisfacción con los gobiernos electos. Por ejemplo, Latinobarómetro (2006) encontró que 58 por ciento de los latinoamericanos creían que la democracia es el mejor sistema de gobierno en 2006, igual que cuando la encuesta se hizo por primera vez en 1995. Sin embargo, sólo 38 por ciento estaba satisfecho


ESPACIO PÚBLICO, MERCADO Y DEMOCRACIA l SOCIEDAD POLÍTICA

con el desempeño de la democracia en la práctica en 2006, de nuevo el mismo porcentaje que en 1995. Estos datos reflejan el hecho de que la gente generalmente no percibía que la democracia funcionara a favor de sus intereses. A la pregunta “¿para quién se gobierna?”, 26 por ciento respondió que para el bien de todo el pueblo en 2006, mientras que 69 por ciento indicó que a grupos poderosos en su propio beneficio. No es sorprendente que los partidos políticos se encontraran constantemente al final de la lista de instituciones en las que se tiene confianza: 22 por ciento confiaba en ellos en 2006, un poco más que 20 por ciento que lo hacía en 1996. El Congreso generalmente se encuentra en la posición anterior, con 27 por ciento tanto en 2006 como en 1996. Sin embargo, la mayoría reconoció consistentemente que la democracia no es posible en ausencia tanto de partidos políticos como de poder legislativo. La dificultad de llenar ese vacío se complica con la fragmentación de la sociedad civil. Con varias excepciones notorias, las organizaciones del sector popular generalmente continúan siendo pequeñas, atomizadas y dependientes de la generosidad externa (de agencias del Estado o no gubernamentales). Esta fragmentación refleja varios factores, incluyendo la desmovilización de las actividades del sector popular durante las transiciones democráticas y el debilitamiento de las organizaciones laborales. Las reformas del Estado que debían hacer que sus actividades fueran más conformes a los principios del mercado, en gran medida han agravado el problema. Las reformas al sistema de seguridad social, por ejemplo, enfatizan el ayudar a las personas a participar en el mercado, enfocándose en las personas más necesitadas de asistencia hasta que puedan resolver su situación a través de la participación en el mercado laboral. Esto puede generar apatía política en la medida que los esfuerzos de las personas se dedican a participar en el mercado laboral, dejándoles menos tiempo, menos incentivos perceptibles para participar activamente en la política. Las agencias estatales con frecuencia atizan la competencia entre organizaciones populares para la obtención de recursos limitados, particularmente cuando los presupuestos de asistencia social se reducen para controlar el gasto público. La descentralización de los servicios de asistencia social, además, puede contribuir a la fragmentación de los movimientos sociales populares, al restringir la actividad organizacional del sector popular a comunidades definidas de forma estrecha.

¿QUÉ ES EL ESPACIO PÚBLICO?

En última instancia, este vacío de representatividad es consecuencia de un espacio público muy limitado en Latinoamérica. Para comprenderlo, es importante primero definir el espacio público. El sentido común sugiere que el espacio público tiene muchos paralelismos con la economía de mercado. En particular, la competencia es en varios aspectos una parte fundamental de las dinámicas que animan tanto al espacio público como al mercado. Por esa razón, distintas formas de concentración o de monopolio constituyen una amenaza a ambos, ya que minan la eficiencia de los mercados y reprimen los debates que generalmente se consideran centrales para los espacios públicos dinámicos. Igualmente, se dice con frecuencia que tanto los mercados como el espacio público son escenarios o espacios autónomos en los cuales los individuos actúan en busca de sus propios intereses. La intervención del Estado también es generalmente presentada como una amenaza a la autonomía tanto de los mercados como del espacio público, porque al imponer límites excesivos el Estado también impone límites a la capacidad de los individuos de buscar sus propios intereses. Sin embargo, tales comparaciones simplistas ocultan diferencias importantes entre los mercados y el espacio público. Esto es porque el espacio público es el lazo entre la sociedad civil y el Estado. Por lo tanto, el espacio público está formado tanto por la sociedad civil como por el Estado de varias maneras fundamentales. Más específicamente, es en el espacio público que los diferentes actores compiten entre sí para formular las políticas públicas, definir los derechos ciudadanos y buscar sus propios intereses. Por ejemplo, y un tanto irónicamente dadas las a veces fáciles comparaciones entre ellos, es en el espacio público que se deciden los límites al mercado (o su ausencia) por parte del Estado. Es un escenario para la lucha social y la negociación. La calidad del espacio público se determina, por lo tanto, por los grupos que incluye (y los que excluye), así como por el significado de tal inclusión en lo que respecta a la capacidad de los actores de seguir los intereses que determinan para sí mismos al contribuir a la definición del carácter de la unidad política y los detalles de las políticas públicas. Aunque el espacio público está estrechamente relacionado con la sociedad civil, es importante enfatizar que son distintos. La sociedad civil se define mejor como el tejido METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l PHILIP OXHORN social formado por una multitud de unidades autoconstituidas con base territorial o funcional, que coexisten pacíficamente y que colectivamente resisten a la subordinación al Estado, al tiempo que exigen su inclusión en las estructuras políticas nacionales (Oxhorn, 1995). Esta definición centra la atención en las relaciones de poder en una sociedad, captando la tendencia de las sociedades civiles a reflejar la distribución de poder existente en sus respectivas sociedades. La doble dinámica de resistencia e inclusión que caracteriza a las sociedades civiles tiene lugar de hecho en el espacio público e implica que las sociedades civiles fuertes (y en consecuencia los espacios públicos dinámicos) reflejan una dispersión relativa del poder político en la totalidad de la unidad política. Al estudiar a la sociedad civil en términos de esta doble dinámica, subrayo el aspecto de las sociedades civiles, que es de particular importancia para comprender América Latina. En los regímenes democráticos consolidados, esa doble dinámica es más latente que visible. Generalmente no se anticipa que las organizaciones voluntarias que constituyen el sello de la sociedad civil en países como Estados Unidos, exijan activamente la inclusión (puesto que la inclusión política ya está firmemente establecida de manera más amplia) ni que resistan activamente a la subordinación del Estado (puesto que existen varias instituciones para negociar los límites a la acción del Estado en la sociedad civil). Las organizaciones de la sociedad civil son generalmente bastante activas en todos los niveles de gobierno, tratando de influir en el diseño de las políticas y determinando los límites adecuados a la acción del Estado en la sociedad civil a través de canales bien establecidos. Aun así, incluso en Estados Unidos algunos de los movimientos sociales más influyentes desde los años sesenta, en particular los movimientos de derechos civiles y feminista, han tenido explícitamente a la inclusión como su objetivo principal. Aunque se deba subrayar la autonomía de la sociedad civil con relación al Estado, esta autonomía no implica el aislamiento. Tal aislamiento, irónicamente, estaría asociado a un espacio público débil. Por el contrario, tal autonomía se refiere a la capacidad de las unidades sociales que conforman la sociedad civil para definir sus intereses colectivos y actuar en su búsqueda abiertamente, compitiendo y negociando unas con otras. En el marco de la competencia y la negociación, estos actores sociales tratan de influir en las políticas del Estado a través del espacio público. METAPOLÍTICA

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Dependiendo del carácter del espacio público, la relación de la sociedad civil con el Estado puede ser fluida y de refuerzo mutuo, como es el caso de los regímenes democráticos liberales establecidos. Pero también puede ser más selectiva, dando preferencia solamente a algunos grupos, como es el caso de muchos gobiernos recientemente democráticos. Puede incluso ser antagónica en países en que la sociedad civil se encuentra en medio de luchas contra regímenes autoritarios.

¿DE DÓNDE PROVIENE EL ESPACIO PÚBLICO?

Al igual que el mercado, generalmente se presume que el espacio público es de alguna manera un fenómeno “natural” que aparecerá inevitablemente en el transcurso del desarrollo socioeconómico. Hasta cierto punto es innegable: los mercados capitalistas emergieron en efecto hace siglos en Europa occidental y hacia finales del siglo XIX habían dado lugar a los inicios de un espacio público moderno en los cafés y salones de Europa occidental. Pero la experiencia histórica sirve para subrayar que tanto los mercados como el espacio público deben ser condicionados por un Estado fuerte para lograr resultados socialmente aceptables. De la misma manera que los mercados que no son limitados por el Estado amenazan los fundamentos mismos de un orden social moderno (Polanyi, 1944), un espacio público ilimitado estaría dirigido por una dinámica determinada por los recursos económicos y extremos de desigualdad de formas que amenazan tanto a la vitalidad de la sociedad civil como a cualquier pretensión de gobierno democrático. Más específicamente, el Estado juega un papel central en la estructuración del espacio público, por lo menos en tres maneras. Primero, el Estado establece las fronteras del espacio público al definir la magnitud geográfica de la unidad política. Idealmente, esto puede ser a través de la creación de un sentimiento de comunidad e identidad compartida (Walzer, 1992) que reúna a diversos grupos de personas en la búsqueda del bien común, y que sancione las prácticas sociales y las actividades que amenacen a ese bien común. En la ausencia de tal comunidad natural o consenso, sin embargo, el Estado puede tener un papel central creando instituciones democráticas que puedan mediar los conflictos pacíficamente reflejando una situación de “empate” en la sociedad y/o la imposibilidad práctica de alternativas secesionistas que


ESPACIO PÚBLICO, MERCADO Y DEMOCRACIA l SOCIEDAD POLÍTICA

pudieran crear nuevas unidades políticas más homogéneas (Oxhorn, 2006; Rustow, 1970). Segundo, las instituciones del Estado crean oportunidades e incentivos para que diferentes grupos se organicen y traten de influir en las políticas. En casos extremos, el espacio público queda severamente restringido por la represión física del Estado sobre los actores de la sociedad civil. Los Estados también tienen un papel central en la creación directa y/o el fortalecimiento de los actores de la sociedad civil, afectando el carácter del espacio público a través del tipo de relaciones que establece con esos actores. Este es uno de los sellos de los modos de intermediación corporativos en países tanto desarrollados como en desarrollo (Schmitter, 1974). El espacio público refleja esta situación tanto por los tipos de actores que se encuentran en él, como por los canales específicos que el Estado establece con esos actores de la sociedad civil. De manera más general, el grado de apertura de las instituciones del Estado determina los tipos de grupos que tienen acceso y la manera en que se consigue ese acceso. Las políticas en las que se implica el Estado, la magnitud de su influencia en la economía y la sociedad, y los recursos reales de los que dispone el Estado para distribución son todas variables fundamentales que contribuyen a determinar los contornos del espacio público. De la misma manera, las instituciones del Estado varían con respecto al grado en que permiten que los ciudadanos se relacionen entre sí en una multitud de maneras distintas que pueden contribuir a institucionalizar la participación en el espacio público de la pluralidad de identidades sociales presentes en cualquier sociedad. Una tercera manera en que los Estados condicionan el espacio público es a través del otorgamiento de derechos ciudadanos. Ciertos derechos formales importantes, como la libertad de expresión y de asociación, al igual que el sufragio universal, son prerrequisitos obvios para que cualquier espacio público funcione democráticamente. El otorgamiento efectivo de otros derechos ciudadanos, en particular los derechos civiles básicos, es también muy importante para comprender el carácter del espacio público en Latinoamérica. Esto es así debido a que tales derechos con frecuencia son todo menos “universales” y en la práctica llevan a la exclusión de amplios sectores de la población de la participación efectiva en el espacio público. Por supuesto, el otorgamiento de derechos ciudadanos, la creación de oportunidades específicas para la

acción colectiva o, incluso, el reconocimiento de que una sociedad se encuentra en situación de “empate” al grado que se requieran nuevas instituciones democráticas para la resolución de conflictos, no son ni automáticos ni inevitables. Todos reflejan el resultado de luchas sociales en curso. Los derechos ciudadanos epitomizan esta relación. Esto es porque están construidos socialmente. Históricamente, los límites de los derechos ciudadanos (o, de forma más positiva, su amplitud respecto a quien disfruta de ellos y su profundidad respecto a lo que tales derechos significan) han sido el resultado de “luchas y negociaciones entre Estados en expansión y sus sujetos [que] crearon la ciudadanía donde no existía antes” (Tilly, 1996, p. 9). El carácter de los derechos ciudadanos, tanto en la ley como en los hechos, refleja este proceso de interacciones Estado-sociedad civil, que a su vez se reflejan directamente en la magnitud del espacio público. Por ejemplo, aunque el espacio público puede haber tenido su origen en los cafés y los salones de la Europa burguesa, fueron las muy públicas luchas de los grupos sociales, en particular de la clase obrera a inicios del siglo XX, las que suscitaron la extensión de los derechos ciudadanos básicos a más grupos, así como la expansión del significado de esos derechos para todos los grupos. Esto incluye más recientemente en Latinoamérica el papel principal de los actores de la sociedad civil en las recientes transiciones democráticas, que de hecho empujaron los parámetros del espacio público muy por encima de los límites impuestos por varias formas de gobierno no democrático. En otros términos, la fuerza relativa de las unidades constituyentes de una sociedad civil en última instancia obliga a las élites recalcitrantes a abrir sistemas políticos cerrados como medio para mantener la paz social, y esto se logra a través del espacio público. En última instancia, los regímenes democráticos inclusivos son una conquista de la sociedad civil a través de su participación en el espacio público. Así, hay una relación de tres sentidos entre la fuerza de la sociedad civil, el dinamismo del espacio público y la profundidad del gobierno democrático. Históricamente, en Occidente esta dinámica ha sido central para la emergencia tanto de la sociedad civil como de regímenes democráticos consolidados —y su fuerza actual es una medida de sus “victorias” previas (Bendix, 1964). En la mayor parte de América Latina, tanto la inclusión política como la autonomía de las organizaciones de la sociedad civil con relación al Estado son mucho más METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l PHILIP OXHORN problemáticas, y esto es un reflejo directo de los límites del espacio público. Para comprender los problemas que actualmente enfrenta el espacio público en América Latina, es útil explorar las diferencias intrínsecas entre mercados y espacio público. Sus objetivos son claramente distintos, con mercados que idealmente se dedican a maximizar la eficiencia y la generación de riqueza o recursos económicos, en contraste con el espacio público, que se dedica más bien a la influencia y a la distribución de esa riqueza y recursos. Esto crea una tensión inevitable entre los dos. El concepto clásico de Schumpeter de la “destrucción creativa” del dinamismo y la abundancia productiva del capitalismo puede tener sentido en el ámbito económico (particularmente si la construcción social de los derechos de ciudadanía lleva a la creación de una amplia red de seguridad social); cualquier cosa remotamente similar en el marco del espacio público seria anatema, invitando los peores abusos del poder autoritario. Asimismo, la desigualdad que es esencial para el funcionamiento de los mercados que están predicados en la necesidad de tener “ganadores” y “perdedores” para maximizar la eficiencia, solamente sirve para minar el espacio público y las sociedades civiles en que éste se funda. De hecho, fue la reacción de la sociedad a los mercados ilimitados al inicio del siglo XX la que a fin de cuentas les puso un freno a través de la creación de Estados de bienestar modernos en Europa occidental. Hoy, la prevalencia del neoliberalismo ha significado que los mercados penetran cada vez más todos los aspectos de la vida sociopolítica, debilitando tanto a la sociedad civil como al espacio público. Aunque aún es muy pronto para predecir si Latinoamérica va a tener una contrarreacción similar a la de Europa occidental al cabo de la Gran Depresión como la describe Karl Polyani. El desafío sirve para subrayar la importancia de espacios públicos dinámicos y las consecuencias de su ausencia.

¿QUÉ HACE EL ESPACIO PÚBLICO?

Si la evaluación del espacio público depende de quien queda incluido (y quien no), así como del significado de tal inclusión respecto a la capacidad de esos actores para buscar sus intereses propios, no podemos ignorar la relevancia de la participación en el espacio público para enfrentar las exigencias principales de las personas. Como advierte Habermas (1992, p. 452), el teórico METAPOLÍTICA

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político más cercanamente asociado con el renovado interés actual en el espacio público, “los discursos no gobiernan”. El espacio público se hace políticamente relevante (...) únicamente en la medida en que permite que los participantes en la economía, a través de su posición como ciudadanos, se acomoden mutuamente o generalicen sus intereses y los defiendan efectivamente de tal manera que el poder del Estado se transforme en un medio fluido de la autoorganización de la sociedad (Habermas, 1992, p. 431).

La multiplicación de los grupos basados en la identidad de género y etnicidad ofrece un buen ejemplo de este desafío de ser relevante. La existencia de tal actividad organizacional es significativa y sin precedentes, dados literalmente los siglos de opresión que han padecido los grupos representados en tal actividad organizacional. Aunque dichas organizaciones son, sin duda alguna, muy importantes para sus miembros y, probablemente en menor medida, para las comunidades de las que han emergido, su existencia es insuficiente, en última instancia, a menos que la acompañen cambios sustanciales en las políticas, instituciones y prácticas sociales del Estado. Esto es particularmente cierto en Latinoamérica, donde la notable falta de impacto de tales movimientos puede alimentar las frustraciones y, tal vez paradójicamente, reducir aún más la magnitud del espacio público ya que las personas se retiran de éste. En otras palabras, un espacio público que no lleve a cambios notables puede crear un círculo vicioso en el que los grupos marginados se repliegan aún más sobre sí mismos, buscando medios alternativos para responder a sus con frecuencia urgentes necesidades. Más generalmente, necesitamos situar a los actores locales (que incluyen a la mayoría de las actividades organizacionales basadas en la identidad) en un contexto nacional más amplio para comprender su impacto final en las sociedades de las que emergen. A menos que dichos actores puedan influir en las agendas nacionales y comenzar a influir en los procesos socioeconómicos y políticos más amplios que afectan su capacidad de buscar sus propios intereses, sus logros concretos no serán más que muy limitados, en el mejor de los casos. Ya sea para influir en la distribución de recursos por parte del Estado central, para buscar protección de las consecuencias negativas de la globalización, para revertir


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y/o compensar prácticas discriminatorias, proseguir un desarrollo ecológicamente sustentable con cierto nivel de equidad social, para mencionar solamente algunos ejemplos, muchos de los objetivos principales de los actores sociales no son alcanzables en aislamiento de los procesos de toma de decisiones que determinan la dirección general de las sociedades más amplias a las que pertenecen. Esto es particularmente cierto en América Latina, donde siglos de tendencias de centralización nacional aún predominan, a pesar de esfuerzos recientes de descentralización en muchos países. Por eso, la fragmentación de la sociedad civil puede impedir un espacio público fuerte, puesto que la acción colectiva dispersa, sin coordinación, no puede tener el impacto requerido para lograr un cambio real al nivel de la sociedad ni del Estado. A fin de cuentas, lo que representa un espacio público dinámico es la dispersión relativa del poder político y social en la totalidad de una unidad política. Se crea a través de la interacción entre Estados y sociedades civiles como un mecanismo potencialmente efectivo para resolver conflictos de manera pacífica, creando así sociedades

más justas e iguales. En este sentido, el espacio público, con su relación intrínseca con la democracia política, es la alternativa principal tanto a las formas tradicionales de revolución como al populismo. Cuando la democracia, y por lo tanto el espacio público, pierden su relevancia para resolver los problemas urgentes que con frecuencia enfrentan a la mayoría de los latinoamericanos, la gente inevitablemente busca alternativas. Es demasiado pronto para determinar si tales alternativas serán mejores para promover el tipo de cambios que se buscan, pero el concepto de espacio público en sí ofrece tal vez la mejor manera de predecir que tan probable sea el resultado. A menos que la gente pueda jugar un papel central en decidir lo que significa pertenecer a una unidad política más amplia, definiendo sus propios derechos ciudadanos a través de interacciones públicas con todos los miembros de dicha unidad política, de manera continua, el archivo histórico de Latinoamérica sugiere fuertemente que tales alternativas no sólo no tienen muchas probabilidades de ser superiores a la democracia y al espacio público, sino que es probable que creen nuevas formas de inequidad y/o que perpetúen las inequidades existentes. Q

REFERENCIAS Bendix, R. (1964), Nation-Building and Citizenship: Studies of Our Changing Social Order, Nueva York, John Wiley & Sons Inc. Habermas, J. (1992), “Further Reflections on the Public Sphere”, en C. Calhoun (ed.), Habermas and the Public Sphere, Cambridge, MA, Cambridge University Press. Latinobarómetro (2006), Informe Latinobarómetro 2006, Santiago de Chile, Corporación Latinobarómetro. Oxhorn, P. (1995), “From Controlled Inclusion to Reactionary Exclusion: Authoritarianism and the International Economy in Latin America”, en J. Hall (ed.), Civil Society: Theory, History and Comparison, Cambridge, Polity Press. Oxhorn, P. (2006), “Conceptualizing Civil Society from the Bottom Up: A Political Economy Perspective”, en R. Feinberg, W. C. H. and L. Zamosc (eds.), Civil Society and Democracy in Latin America, Nueva York, Palgrave Macmillan.

PNUD (2004), Democracia en América Latina: Hacia una democracia

de ciudadanas y ciudadanos, Nueva York, Programa de las Naciones Unidas Para el Desarrollo. Polanyi, K. (1944), The Great Transformation, Nueva York, Rinehart. Rustow, D. A. (1970), “Transitions to Democracy: Toward a Dynamic Model”, Comparative Politics, vol. 2, abril. Schmitter, P. C. (1974), “Still the Century of Corporatism?”, Review of Politics, vol. 36, enero. Tilly, C. (1996), “Citizenship, Identity and Social History”, International Review of Social History Supplement 3, Cambridge, Press Syndicate of the University of Cambridge. Walzer, M. (1992), “The Civil Society Argument”, en C. Mouffe (ed.), Dimensions of Radical Democracy, London, Verso.

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LA SUBVERSIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO EN

América Latina* Gabriela Ippolito-O’Donnell**

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n la última década, el estudio del clientelismo político ha ganado renovada atención entre los académicos de América Latina. Si bien las relaciones patrón-cliente han sido históricamente endémicas en la vida política de la región, desde la transición a la democracia en los años ochenta ellas parecen haberse expandido y consolidado. Algunos académicos ya se han referido a esta paradoja: la democratización de las instituciones políticas formales en América Latina ha llegado de la mano con la expansión y fortalecimiento de instituciones “informales” como lo es el clientelismo (O’Donnell, 1996; Helmke y Levitsky, 2006). Hoy, gracias a numerosos trabajos de campo tenemos un mejor conocimiento sobre la lógica interna y las complejidades del clientelismo político. Por ejemplo, hay evidencia empírica que los partidos y candidatos asiduamente canalizan recursos públicos para movilizar apoyo electoral (Auyero, 2000; Díaz-Cayeros y Magaloni, 2003; Levitsky, 2003). También hay evidencia que no todos los partidos políticos se benefician en igual grado de las prácticas clientelistas (Calvo y Murillo, 2004), así como también que los ciudadanos pobres en lugar de los ricos son el objetivo principal de estas prácticas (Brusco et al., 2004). A pesar de algunas diferencias de enfoque, estos estudios recientes definen el clientelismo como * Traducción del inglés de Miguel Escalona, revisada por la autora. ** Universidad Nacional de San Martín & Latin American Center, University of Oxford. METAPOLÍTICA

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una estrategia de movilización electoral y a los ciudadanos como simples votantes. A pesar de estos importantes avances para comprender el funcionamiento del clientelismo en las nuevas democracias de América Latina, una evaluación de su impacto sobre la calidad de la democracia aún esta pendiente. Para hacerlo, opino, necesitamos empezar por hacer explícita nuestra definición de democracia, algo que la mayoría de los estudios recientes sobre clientelismo pasa por alto. La democracia no es sólo un arreglo institucional para elegir a aquéllos que gobiernan. Detrás de las diversas definiciones disponibles de democracia yacen diferentes visiones normativas sobre la dignidad y los derechos humanos. Podría llamar a esto la lógica moral de las instituciones (democráticas), sobre la cual descansa en definitiva su legitimidad política. Cualquier discusión sobre la democracia y su calidad permanece incompleta si los valores éticos que subyacen a su definición no se hacen explícitos. Esto es de mayor relevancia en momentos históricos en los que la lógica moral de las instituciones políticas es ignorada o dada por sentada, por lo tanto reduciendo el funcionamiento y mejoramiento de la democracia a una simple cuestión técnica de ingeniería institucional. Con esto en mente, argumento que el clientelismo, entendido en sentido amplio como un intercambio de beneficios materiales a cambio de apoyo político, afecta negativamente la calidad de la democracia al subvertir el espacio público, el milieu simbólico en el cual los


LA SUBVERSIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO l SOCIEDAD POLÍTICA

ciudadanos se reúnen como agentes iguales (individual y/o colectivamente) para deliberar libremente y participar en la toma de decisiones. Al socavar la efectividad de los derechos fundamentales de la ciudadanía como el votar libremente, la libertad de expresión y la asociación autónoma, el clientelismo y sus intercambios privatizados subvierten la constitución del espacio público y, al hacerlo, niegan la realización del pilar básico de la democracia (como defino más adelante): la agencia humana.

EL CLIENTELISMO EN LA ANTIGUA GRECIA. UNA DIGRESIÓN HISTÓRICA 1

Una de las características más sorprendentes de la democracia en Atenas era la casi completa ausencia del clientelismo en la vida política. La antigua Grecia era una sociedad preindustrial, agraria, en la cual pocos eran ricos y muchos eran pobres. Aunque Atenas se destaca como la democracia antigua más desarrollada y estable, existían desigualdades de estatus y propiedad. Pero, a pesar de la persistencia de estas desigualdades, los atenienses consideraban el clientelismo antagónico con la democracia. Por casi siglo y medio (462-322), mientras duró la democracia ateniense, fueron implementadas medidas específicas para evitar el clientelismo en la vida política. ¿Por qué los atenienses consideraban el clientelismo contrario a la democracia? Aún cuando las fuentes históricas son fragmentarias, es seguro que los atenienses compartían la opinión que las relaciones patrón-cliente eran incompatibles con la democracia debido a que, siendo originadas en desigualdad, imponían una limitación a la libertad personal (Millet, 1989, p. 25). Uno de los principales atributos de la democracia ateniense era la eleutheria (libertad), entendida tanto por simpatizantes como por detractores de la democracia como “la libertad de hacer lo que se quiera o lo que se elija”. La aceptación de dicha definición de eleutheria supone una objeción fundamental a la dependencia y obligación personal implicadas por el clientelismo. De la misma manera, Aristóteles afirma en la Retórica que un hombre libre es aquel que no vive dependiente de otro, y en la Política agrega que si se hace algo obedeciendo a Esta sección esta basada en Millet (1989). Para una visión complementaria sobre la política en el mundo antiguo ver Finley (1973; 1983). 1

la voluntad de otros, se está en peligro de comportarse de una manera servil. De esto se concluye que la dependencia de otros puede ser fácilmente asimilada a la esclavitud (Millet, 1989, p. 29). Como consecuencia, bajo la democracia ateniense comprometer la propia eleutheria al adaptar el comportamiento en vistas a agradar a un patrón (benefactor), era severamente desaprobado. Un segundo aspecto constitutivo de la democracia ateniense era la isonomia, o igualdad ante la ley; este principio de igualdad generalizada es también desfavorable a la diferenciación de estatus generada por el clientelismo. Pero sobre todo, la democracia ateniense dependía de la libre participación de todos los miembros del demos. Para evitar el clientelismo y sus consecuencias negativas sobre eleutheria e isonomia, los atenienses tomaron medidas específicas para preservar la independencia de los pobres respecto de los ricos. Estas medidas no fueron intentos por revertir la desigualdad económica; estuvieron destinadas a redistribuir parcialmente los ingresos (no la propiedad) por medio de transferencias monetarias a los pobres (el salario público diario asignado por la participación en los varios cuerpos colectivos). Como consecuencia, los ciudadanos atenienses pobres no eran presionados para entrar en lazos de dependencia patrón-cliente, y de esta manera eran capaces de participar libremente en el demos. En esta corta digresión histórica podemos captar que los efectos del clientelismo sobre la calidad de la democracia son función de los principios básicos subyacentes de la misma, en el caso de Atenas eleutheria e isonomia. En este sentido, una evaluación de los efectos del clientelismo sobre la democracia no depende del modelo empírico de clientelismo que uno pueda adoptar sino, como en Atenas, de nuestro propio entendimiento y definición de la democracia.

CAMBIANDO PARADIGMAS. DEFINIENDO LA DEMOCRACIA Y EVALUANDO SU CALIDAD

Recientemente, los estudiosos de las nuevas democracias han comenzado a cuestionar su “calidad”. Este oportuno debate resulta, desde mi punto de vista, de la crisis paradigmática que las teorías actuales sobre la democracia (básicamente entendidas como teorías centradas exclusivamente en el “régimen político”) están experimentando, a lo cual se suman los limitados resultados de los esfuerzos de promoción de la METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l GABRIELA IPPOLITO-O’DONNELL democracia derivados en su mayoría de dichas teorías.2 Esta crisis paradigmática (que Kuhn3 definió como el surgimiento de anomalías crecientes o divergencias entre postulados teóricos sobre, en este caso, las teorías democráticas y las democracias realmente existentes) parte de la rápida expansión en las últimas dos décadas de regimenes políticos que han adoptado la forma electoral de la democracia pero que, al mismo tiempo, presentan graves deficiencias en otros, no menos importantes, atributos de la misma. De acuerdo a los indicadores de Freedom House del 2006, existen más democracias en la actualidad que nunca antes en la historia de la humanidad, 123 en total. A pesar de estos logros, una mirada a la realidad cotidiana de estas democracias muestra amplias divergencias entre ellas, tanto en términos de derechos civiles, humanos y sociales como en aspectos básicos de la operación del régimen político. A pesar de que en algunos de estos regímenes se llevan a cabo elecciones como mecanismo principal para la obtención del poder político, estas elecciones están lejos de ser limpias, libres e (más importante aún) institucionalizadas (O’Donnell, 2000). Es más, en la práctica el poder político es ejercido por medio de una compleja red de instituciones informales y esencialmente antidemocráticas (como el clientelismo). En resumen, en muchos de estos países el espacio público es prácticamente inexistente, poniendo el significado mismo de la ciudadanía en juego. Un hecho no menos relevante es que en muchos de estos países un crecimiento sin precedentes de la pobreza y la desigualdad económica ha acompañado a la implantación de la democracia. Como corolario, encontramos un alto nivel de insatisfacción ciudadana con respecto al desempeño general de las instituciones democráticas. Actualmente parece tabú incluir a la pobreza y la desigualdad social dentro de la definición y la evaluación de la democracia. Aún así no debemos olvidar que en el siglo XIX la tesis redistributiva de la democracia4 —esto es, la suposición de que al introducir el gobierno de las mayorías y el sufragio universal se llegaría a una mayor igualdad social— fue considerado un asunto legítimo y central en el debate sobre la democracia política. La vía electoral aparecía como el antecedente y, en gran parte, como la raison d’etre para la ciudadanía social. Para una evaluación de los modelos de promoción de la democracia, Ver Carothers (1999). 3 Thomas Kuhn (1962). 4 Para una discusión de este tema ver Saphiro (2002). 2

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En este contexto de anomalías crecientes entre la teoría y la práctica democráticas, y entre las aspiraciones ciudadanas y la realidad social, es legítimo cuestionar la pertinencia de la evaluación de los regímenes de dichos países como democráticos. Científicos sociales han adoptado dos estrategias en respuesta a estas anomalías. Por un lado, han producido una serie de refinamientos conceptuales acerca de la democracia, llevando al nacimiento de “las democracias con adjetivos” (Collier y Levitsky, 1997). Por lo tanto, encontramos democracias de varios tipos: delegativa, electoral, oligárquica, semidemocrática, etcétera. Mientras que el uso de adjetivos ha sido útil para el avance de la clasificación de regímenes políticos “híbridos”, su desmedida proliferación ha generado más confusión que precisión; consecuentemente, el horizonte de sentido de la democracia tiende a perderse. Más recientemente, y en parte como respuesta a la confusión conceptual, otros académicos han elegido reclasificar algunos dudosos regímenes democráticos como “autoritarismos electorales” (Schedler, 2006), atribuyéndoles sólo unas de las características pertenecientes a la democracia.5 Estas distinciones analíticas son bienvenidas pero, en mi opinión, también son ilustrativas de la profundización de la crisis de significado que, en cualquier campo científico, precede a cambios paradigmáticos. En este sentido, el debate sobre la “calidad” de la democracia y sus derivados es oportuno. Este debate reconoce que la cuestión de la democracia no es sólo cuestión de clasificar los regímenes políticos o elegir entre las definiciones existentes, ya sean minimalistas o maximalistas. En su lugar, el debate sobre el concepto de “calidad” indica que la redefinición del contenido de la democracia y las dimensiones relevantes para su estudio están en cuestión. Preguntar qué dimensiones son relevantes para definir un país como de (alta/baja) calidad democrática a la manera que algunos académicos han comenzado a hacer (O’Donnell, et al., 2004; Diamond y Morlino, 2005) es un asunto no sólo de relevancia académica sino práctica, con el consecuente potencial para desarrollar políticas de promoción de la democracia más efectivas alrededor del mundo. Hemos aprendido que el concepto de democracia ha viajado extensamente a través del tiempo y el espacio, y que ha cambiado significativamente su Un régimen democrático es componente fundamental de la democracia, pero es insuficiente para conceptualizarla adecuadamente. 5


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máscara (Dunn, 2005). En verdad, las instituciones democráticas de Atenas difieren profundamente de las de la democracia moderna. Sin embargo, si observamos cuidadosamente dentro (y más allá) de la democracia como un simple régimen político, se vuelve evidente que los principios morales básicos de la democracia ateniense aún son el núcleo de la democracia moderna. Hoy, casi nadie niega abiertamente que la eleutheria (libertad) e isonomia (igualdad) debieran ser los elementos constitutivos de la democracia. Es más, como en Atenas, los ciudadanos y no sólo los votantes son el verdadero demos de las democracias modernas. Consecuentemente, la existencia de un espacio público para la deliberación, participación y toma de decisiones de los ciudadanos debe ser considerado un aspecto constitutivo de la democracia moderna. Con esto en mente, adopto los criterios propuestos por O’Donnell (2004) para caracterizar la democracia. Las principales proposiciones son: 1) Un régimen democrático es componente fundamental de la democracia. 2) La democracia supone una concepción particular del ser humano, el ciudadano/a como agente. Este es el factor fundante de la democracia. 3) La agencia implica una concepción moral del ser humano como alguien que está dotado de suficiente razón práctica y autonomía para decidir la clase de vida que desea vivir, que tiene capacidad cognitiva para detectar razonablemente sus opciones disponibles, es conciente de sí mismo, y es normalmente entendido por los demás, como responsable de las consecuencias de las acciones que realiza. 4) Esta visión lleva a la pregunta de cuáles son las condiciones básicas para permitir a un individuo funcionar como tal agente. 5) Un régimen democrático incluye elecciones libres, inclusivas, e institucionalizadas, así como (obligadamente) algunos derechos políticos universalmente asignados a todos los ciudadanos. Esos derechos son básicamente los de libre expresión, movimiento, acceso a una información no monopolizada y, sobre todo, para el propósito del presente ensayo, de asociación.

6) La ciudadanía política es el correlato individual del régimen democrático. Consiste en la asignación legal de —al menos— los derechos arriba mencionados, y de los de participación en elecciones libres, inclusivas e institucionalizadas, incluyendo votar para elegir y/o ser elegido. 7) Un régimen democrático (o una democracia política) es aquel en el que el acceso a las principales posiciones gubernamentales es logrado por el tipo de elecciones especificadas en el punto anterior. Asimismo, en un régimen democrático, existen y son legalmente respaldados, durante y entre elecciones, los variados derechos políticos especificados más arriba. 8) Después de una larga y compleja trayectoria histórica que en la mayoría de los países altamente desarrollados incluyó primero la extensión (en su mayoría sólo a varones) de la ciudadanía civil, la democracia contemporánea está basada en la idea de ciudadanía política, que a su vez se basa en la concepción de una agencia que es legalmente establecida y respaldada. 9) En aquéllos países, el problema de las capacidades que realmente permiten la agencia fue encarado en asuntos de derechos civiles y sociales. La visión subyacente de las construcciones legales resultantes es la justicia e imparcialidad debida a los individuos dada su condición de seres libres y responsables, es decir, agentes. 10) La concepción de agencia supuesta por el régimen democrático tiene implicaciones directas y concurrentes en las esferas civiles, sociales, culturales y políticas, porque es una concepción moral, que en varios aspectos ha sido legalmente establecida, de los seres humanos como individuos autónomos, razonables y responsables. 11) Una de las consecuencias de lo anterior es que en la democracia, las instituciones estatales tienen la tarea (correlativa a los derechos del ciudadano/a) de tratar a todos con la completa imparcialidad, consideración y respeto que se le debe a todo agente. Creo que la cuestión principal que subyace a esta definición de la democracia es la siguiente: ¿cómo jusMETAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l GABRIELA IPPOLITO-O’DONNELL tificamos la coexistencia de un régimen político democrático basado en la idea de ciudadanía e igualdad política en un contexto de gran desigualdad socioeconómica y/o de violación de libertades y derechos humanos fundamentales? Basada en las ideas de agencia humana y de la resultante demanda de imparcialidad, esta definición tiene repercusiones para repensar, primero, los elementos centrales de un régimen político democrático qua régimen y, segundo, la relación del mismo con las condiciones mínimas para el ejercicio de la ciudadanía política. Ambas ideas están fundamentalmente relacionadas, dado que colocan a los seres humanos y el respeto por sus derechos como el centro del análisis de la democracia. De acuerdo con este punto de vista, las instituciones políticas son cruciales para la democracia, en la medida que fomentan o entorpecen la constitución de los individuos como seres efectivamente dotados de agencia. La pregunta que podemos derivar de esto es: ¿qué instituciones (formales y/o informales) son necesarias para proteger y promover a los ciudadanos como agentes, en el sentido de si respetan los atributos básicos de tal condición? De esto surge que el clientelismo (aun cuando puede ser evaluado empíricamente como una estrategia efectiva de movilización electoral) es contrario al ejercicio de la ciudadanía política y, en consecuencia, subvierte el espacio público.

DEMOCRACIA, AGENCIA Y CLIENTELISMO

La agencia humana es el elemento fundante de la ciudadanía y, por ende, de la democracia. Colocando el tema desde esta perspectiva, las condiciones mínimas requeridas para el ejercicio de la ciudadanía política —esto es, los umbrales de condiciones sociales y políticas que hacen la agencia humana posible— se convierten en parte constitutiva de la democracia. De esto surge que cualquier violación de las condiciones necesarias para la efectividad de la agencia es una negación de la ciudadanía y debe ser considerada parte de la problemática de la democracia y de su calidad. La violación a las condiciones necesarias para la agencia y su impacto en la vigencia real de la ciudadanía es un aspecto crucial para evaluar el grado o la calidad de la democracia. La práctica del clientelismo viola la agencia (y consecuentemente la ciudadanía) en diversas formas. Primero, viola la igualdad política presupuesta en el acto de METAPOLÍTICA

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votar en elecciones democráticas.6 En casos de extrema pobreza o aguda incertidumbre económica, la evidencia empírica muestra que en las democracias modernas los ciudadanos pobres son comúnmente presionados para votar por candidatos que los extorsionan mediante el miedo de ser privados de beneficios materiales. Aun cuando el voto de cada persona es contado por igual, en dichos contextos los ciudadanos carecen de suficiente autonomía (o eleutheria en gramática ateniense) para formular y expresar sus verdaderas preferencias. En este caso, como asegura Fishkin (1991), la autonomía ciudadana y la igualdad de “poder” del voto son violados. El clientelismo también es contrario a la idea de imparcialidad supuesta en la caracterización de democracia que anteriormente sugerí. Bajo un régimen democrático, el Estado está obligado a tratar a todos sus ciudadanos con el respeto y consideración que merecen dada su condición de agentes. Esto implica otorgarles las capacidades materiales mínimas básicas requeridas para el ejercicio de la ciudadanía. Como planteé arriba, los atenienses sabían esto mejor que nadie. Esta es la cuestión del logro de un umbral de justicia sustantiva. Además de las capacidades mínimas necesarias para realizar el verdadero ejercicio de la ciudadanía, surge la cuestión de la justicia procedural; esto es, la manera en que las políticas dirigidas a facilitar la agencia, y de esta manera el ejercicio de la ciudadanía, son decididas e implementadas. Estos procedimientos normalmente tienen un efecto significativo en la constitución de agencia/ciudadanía más allá del contenido específico de dichas políticas. En particular, la manera en que las políticas sociales son implementadas es una esfera crucial para la constitución de las identidades e intereses de los ciudadanos y, por ello, de la agencia. En este contexto, evaluar la calidad de la democracia es importante no sólo en términos del esfuerzo del Estado para generar capacidades básicas, sino también para registrar cómo el Estado da lo que da. Preguntas clave surgen de esto, como las relacionadas con las maneras y el grado de discrecionalidad en que el poder del Estado se ejerce. Por ejemplo, la ley puede establecer un seguro de salud como un derecho ciudadano, pero si su implementación es focalizada al punto de estigmatizar a los beneficiarios, la pregunta que surge es si dicha política está facilitando u obstaculizando la constitución de la ciudadanía. De la misma manera, si Expertos en derecho han hablado extensivamente sobre este asunto. Ver Rose-Ackerman (1985), Parlan (1994) y Hasen (2000).

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las políticas sociales fuerzan a los presuntos beneficiarios a cambiar su forma de vida o exagerar sus privaciones para obtener los beneficios, también vale la pena preguntarse si esto viola la agencia de dichos ciudadanos.7 Las instituciones de bienestar social son un elemento fundamental en la relación entre democracia y Estado; por ello es crucial que sean analizadas no sólo como políticas públicas sino también desde la perspectiva de cómo las instituciones estatales tratan a los ciudadanos; esto, a su vez, es primordial para la evaluación de la calidad de la democracia. La evidencia empírica sugiere que en América Latina, principalmente como resultado de la reestructuración económica y de la reducción del Estado de bienestar, muchos programas sociales están siendo administrados de manera clientelar y son usados para presionar a los beneficiarios a intercambiar su apoyo político por beneficios materiales (Fox, 1994; DíazCayeros y Magaloni, 2003). En resumen, el clientelismo niega la agencia humana sobre la cual se basa la ciudadanía (y la democracia). Esto también subvierte profundamente el espacio público. Lo hace al entorpecer el derecho del ciudadano pobre para formar y expresar preferencias políticas autónomas e introduciendo miedo en el proceso electoral. Como John Dunn (2005) ha sugerido, en la democracia moderna, aunque no nos gobernamos de la misma forma como lo hacían los atenienses, otorgamos legitimidad al gobierno al llevar a cabo elecciones regulares en las cuales los ciudadanos votan libremente y sin miedo, y en las cuales los votos tienen un peso razonablemente similar.

CLIENTELISMO Y EL DERECHO DE ASOCIACIÓN 8

Votar es un derecho básico de la ciudadanía, pero es sólo uno de ellos. Existen otros derechos importantes, sin los cuales la misma efectividad del voto está en riesgo. Inclusive, una estrecha (procedimental) definición de democracia necesita incluir otros derechos, como los de asociación autónoma y libertad de expresión. Estos derechos son algunas de las “libertades circundantes” del régimen político, sin las cuales el acto de votar carece de sentido (O’Donnell, 2004). En particular, como Jona-

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Este tema lo discuto en mayor profundidad en Ippolito (2004). Esta sección está basada en Ippolito-O’Donnell (2006).

than Fox (1994) argumenta, la asociación autónoma es de la mayor importancia, especialmente para miembros marginados de la sociedad, quienes prácticamente tienen sólo ese recurso para hacer que su voz sea escuchada en el proceso político. Al respecto, Amy Gutmann (1998, p. 3) destacó: “Sin el acceso a una asociación que esté dispuesta y sea capaz de hablar por nuestras opiniones y valores, tenemos una muy limitada capacidad para ser oídos por mucha otra gente o para influir en el proceso político, a menos que resulte que somos ricos o famosos”. Las prácticas clientelares por funcionarios de Estado, líderes políticos y punteros partidarios interfieren con el derecho a la asociación autónoma de los ciudadanos pobres: les impide la acción colectiva por medio de, primero, la coacción y/o cooptación de líderes y activistas populares; segundo, creando incentivos para la competencia suma-cero entre organizaciones populares en un contexto de recursos escasos y, tercero, generando desconfianza entre los mismos ciudadanos pobres a través de la frecuentemente percibida desigualdad en la distribución de recompensas clientelares (algunos obtienen algo, otros nada). El miedo a la pérdida de recompensas materiales, la poca cooperación entre las organizaciones y la desconfianza interpersonal se refuerzan mutuamente y entorpecen la acción colectiva. A nivel local, las máquinas políticas partidarias crean una estructura de incentivos negativos para la asociación autónoma y la acción colectiva. Es una experiencia común en la mayor parte de los países de América Latina que para convertirse en candidato, uno debe primero ganar las elecciones internas del partido. Esto se lleva adelante principalmente creando un electorado leal en los vecindarios mediante la promesa de distribuir recompensas clientelares. Las máquinas políticas operan no sólo a través del intercambio de servicios por votos en las elecciones generales, sino también, y quizá más importante, en las elecciones internas partidarias. Distritos o vecindarios leales dan ventaja a líderes partidarios para convertirse en candidatos de sus partidos, evitar la competición partidaria interna y acceder a recursos estatales o partidarios. En este esquema, las asociaciones vecinales condescendientes juegan un rol muy importante, no sólo como beneficiarias sino también como eje de una red de distribución de recompensas clientelares. En este contexto, cualquier expansión de participación autónoma a nivel local es percibida por los políticos locales como una situación de riesgo que puede dañar sus oportunidades para convertirse en canMETAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l GABRIELA IPPOLITO-O’DONNELL didatos altamente consensuados. Esta situación implica que mientras a nivel nacional las elecciones suelen reforzar la legitimidad de la democracia como régimen político, a nivel local, sobre todo en los vecindarios pobres, se desatan prácticas antidemocráticas y clientelares que afectan adversamente la autonomía y las capacidades organizacionales de los ciudadanos más necesitados. ¿Por qué es el derecho de asociación autónoma importante desde la perspectiva de los ciudadanos pobres después de todo? Amartya Sen (1999, p. 18), definió el desarrollo como libertad como la “expansión de las capacidades de la gente para llevar adelante la vida que valoran y tienen razón de valorar”. Esta expansión depende de la eliminación de la opresión y la provisión de algunos servicios básicos. Aún así, como Peter Evans (2000, p. 56) argumenta persuasivamente en su respuesta a Sen, la expansión de las capacidades individuales depende fundamentalmente del logro de las capacidades colectivas: “En la práctica, mi capacidad para elegir la vida que tengo razón de valorar a menudo depende de la posibilidad de mi acción conjunta con otros que tienen razones para valorar cosas similares”. De esto sigue que “fomentar la expansión de tales medios de acción colectiva es primordial para la expansión de la libertad” (Evans, 2000, p. 56). Existe otra manera importante mediante la cual las violaciones al derecho de asociación autónoma subvierten el espacio público y por ende la calidad de la democracia. Recientemente, Enrique Peruzzotti (2006) ha argumentado que la representación democrática tiene dos caras. Una son las elecciones como fuente de accountability vertical. La otra cara deriva de que el proceso de representación no sólo ocurre en época de elecciones. En su discusión con Bernard Manin (1995), Peruzzotti sostiene que deberíamos avanzar más allá de un modelo de representación centrado en las elecciones y observar las actividades de representación que tienen lugar entre elecciones. Peruzzotti entiende la segunda cara de la representación democrática como una compleja serie de interacciones que representados y representantes desarrollan en la esfera pública entre elecciones. La característica clave de la representatividad no es el momento decisional-electoral, sino más bien, “los procesos de deliberación y negociación que suceden entre elecciones en el ámbito de la esfera pública” (Peruzzotti, 2006, p. 19). En este sentido, este autor concluye que

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deberíamos tomar en cuenta cómo las diversas formas de participación ciudadana alimentan la dinámica del gobierno representativo. En resumen, la violación del derecho de asociación autónoma —como ocurre bajo el clientelismo— subvierte el espacio público al limitar las oportunidades de los ciudadanos pobres de deliberar, participar colectivamente y hacer que sus voces sean efectivamente escuchadas en el proceso político. Y al hacerlo entorpece la realización de la agencia humana sobre la cual esta basada la democracia. CONCLUSIONES

Inicie este artículo con dos observaciones. Una, la desafortunada paradoja que en muchos países recientemente democratizados, algunos de ellos de América Latina, la inauguración del régimen democrático ha venido acompañado de clientelismo generalizado. En la segunda observación me referí a numerosos estudios recientes que están enfocados en las dinámicas y los efectos a corto plazo del clientelismo. Sin embargo, argumenté que aunque estos estudios son loables en términos de avanzar nuestro conocimiento empírico sobre algunos aspectos de esta institución informal, en tanto que estos omiten una discusión teórica de la democracia, o adoptan una concepción estrecha de ella, son incapaces de proveer una evaluación adecuada de las consecuencias del clientelismo en el funcionamiento y, finalmente, en la calidad de la democracia. En este sentido, comenzando con Atenas argumenté que desde entonces, a pesar de las transformaciones que ha experimentado con el paso de tantos siglos, la democracia presupone la concepción del ciudadano como un agente que tiene las libertades y las condiciones sociales mínimas necesarias para formar de manera autónoma sus preferencias y expresarlas individual o colectivamente en el ámbito del espacio público. Desde esta perspectiva las múltiples —algunas veces implícitas pero siempre presentes— coerciones del clientelismo sobre los pobres son claras y severas violaciones a los principios básicos de la democracia. La degradación resultante de la ciudadanía subvierte el espacio público y, en consecuencia, daña profundamente a la democracia y su calidad, más allá de los beneficios materiales y siempre condicionados que algunos pueden recibir. Q


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La

izquierda

Y LOS CONTORNOS DE LO PÚBLICO EN AMÉRICA LATINA* Claudio Lomnitz**

A

lo largo de la década pasada, la izquierda en América Latina ha realizado avances espectaculares. Desde la elección de Hugo Chávez en Venezuela en 1998, partidos o coaliciones de izquierda han ganado la presidencia en Brasil (2002), Argentina (2003), Uruguay (2004), Bolivia (2005) y Chile (2006). En México, en las elecciones de julio de 2006, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) se convirtió en la segunda fuerza electoral en el Congreso, superando al Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó dicho país por más de setenta años. El candidato presidencial del PRD, Andrés Manuel López Obrador, perdió la elección por medio punto porcentual. En Nicaragua, Daniel Ortega, del Frente Sandinista de Liberación Nacional, obtuvo la victoria en las elecciones presidenciales celebradas el 5 de noviembre de 2007, recuperando la presidencia de su país después de 16 años. Esta tendencia no tiene precedentes. A lo largo de la Guerra Fría, los países que eligieron presidentes de izquierda, como Guatemala en la década de los cincuenta o Chile en los setenta, enfrentaron una profunda inestabilidad financiera e incluso golpes de Estado respaldados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA). En contraste, los triunfos de ahora han estado invariablemente acompañados de movilizaciones masivas poco comunes en el pasado, sin que los mercados se hayan visto signi

Traducción del inglés de Miriam Medel. Universidad de Columbia, Estados Unidos.

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ficativamente afectados. Más aún, la izquierda parece avanzar sin que Washington intervenga. Todos estos sucesos pueden ser vistos como parte de un fenómeno positivo. Sin embargo, también debe tomarse en cuenta que el resurgimiento de la izquierda en América Latina coincide con el peor desempeño económico de la región desde principios del siglo XIX. Las nuevas políticas reflejan estas circunstancias y por tanto es importante evitar idealizarlas: son tanto síntoma de la decadencia como signo de una renovada esperanza. Durante 25 años, otros Estados y algunas instituciones financieras impusieron un capitalismo muy rígido en América Latina. La resistencia colectiva de hoy día es importante a nivel global, pues la única manera de detener la desregulación y la pauperización de las clases trabajadoras es restringir la libertad de acción del propio capital. Incluso si algunas democracias latinoamericanas encuentran dificultades para robustecer sus economías internas, de cualquier manera generan la crítica y la competencia suficientes para inducir a los grandes poderes y a las corporaciones a controlar sus excesos. El envío de petróleo al Bronx por parte de Hugo Chávez o el ofrecimiento de Cuba para ayudar a las víctimas del huracán Katrina son ejemplos claros de lo anterior. Si profundizamos un poco más, las victorias electorales de varias coaliciones de izquierda en América Latina encuentran resonancia en las batallas en torno al libre comercio y reforma laboral que hoy se libran en Europa y, en un nivel más general, con la presión internacional en torno a las ideologías del laissez-faire.


LOS CONTORNOS DE LO PÚBLICO l SOCIEDAD POLÍTICA

El resurgimiento de la izquierda a través de políticas democráticas ha abierto algunos espacios para un estilo político mucho menos estatista que se distancia de la tradición patria o muerte, la cual se evidencia todavía en actos tales como la glorificación de Fidel Castro, el pretorianismo de Chávez o del candidato presidencial Ollanta Humala e inclusive la grandilocuencia de Andrés Manuel López Obrador. En Chile y en Brasil, por ejemplo, la izquierda ha puesto sobre la mesa una agenda de derechos civiles; en México defiende los derechos civiles en contra de una derecha católica recién empoderada. Aunque la izquierda latinoamericana en su conjunto mantenga una relación ambivalente con las críticas provenientes de la izquierda europea de los años setenta y ochenta, no ha resistido completamente la autocrítica. Por tanto, hoy en día existe una corriente crítica feminista, un movimiento indígena robusto, así como otras fuentes de energía que incitan a la reflexión, en medio de una tradición política que ha sido profundamente influida por los ideales soviéticos del industrialismo, el antimperialismo, el nacionalismo y el estatismo. Inclusive la izquierda ha dado muestras de imaginación en el diseño de programas de redistribución de la riqueza, de inversión en bienes públicos y en la experimentación que ha realizado al descentralizar instancias de gobierno y al generar espacios alternativos para los medios de comunicación. Esos esfuerzos han tenido éxito, en parte debido a que se insertan en un ambiente de competencia democrática que podrá ser demagógica o populista pero que busca atender las necesidades reales de la gente. Independientemente de esas ganancias sustanciales, aún existen preguntas acerca de la identidad de esta nueva izquierda recién empoderada, así como sobre sus capacidades para producir resultados positivos. Con el fin de explorar su potencial, he identificado siete temas comunes a la competencia política y electoral contemporánea. Juntos constituyen una especie de vocabulario para definir un movimiento que hasta el momento tiene mucho más claro a qué se opone que aquello sobre lo que está a favor. En tanto no ha articulado un proyecto político alternativo, esta izquierda vacila entre un moralismo que celebra la virtud cívica, un énfasis en las regulaciones estatales casi pasado de moda y ciertos tintes de neoliberalismo. Debido a que esta combinación está tan pobremente estructurada y carece de definición, tiende a inclinarse a una especie de énfasis extremo en el li-

derazgo, lo cual ha tenido efectos negativos en la clase política latinoamericana desde el siglo XIX.

FUNDACIONISMO

Fantasmas del pasado acechan los pasos que América Latina da hacia la izquierda. De manera consistente, emergen argumentos que reclaman la rectificación de la historia, el retorno al origen o al momento fundacional, en una especie de búsqueda de una segunda oportunidad para realizar un proyecto previamente abandonado. Debido a que cada historia específica rectificada se presenta como una historia nacional, los puntos de referencia varían según el país. Así, la victoria de Evo Morales en Bolivia supuestamente rectifica 500 años de imposición colonial de blancos sobre indígenas. La ceremonia de investidura de Morales fue precedida por otra ceremonia, más “genuina”, en Tihuanaco, un sitio preinca, donde a Morales se le entregaron objetos que simbolizan el gobierno del rey Aymara. Por su parte, Hugo Chávez encontró el origen de la redención nacional no en el pasado precolonial, sino en el retorno al momento de la fundación de Venezuela como un Estado-nación, bajo el sello de Simón Bolívar, casi 200 años atrás. En México, el encumbramiento de la nueva izquierda ocurrió primero en 1988, con un movimiento encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, que se sustentaba en la nostalgia por la presidencia de Lázaro Cárdenas, padre de áquel, cuando se llevó a cabo la reforma agraria y la nacionalización del petróleo. Seis años más tarde, el movimiento zapatista se presentó a sí mismo como la continuación de la lucha radical de Emiliano Zapata durante la fase armada de la Revolución Mexicana (1910-1920). En Chile, Michelle Bachelet redime al socialismo democrático de Salvador Allende, asesinado en 1973, junto con el padre de la propia presidenta. En Argentina, tal como lo ha señalado Beatriz Sarlo, el secreto de la vigencia del peronismo es la obsesión de muchos con las oportunidades perdidas, mismas que se consagran en el culto a Evita. La crisis de 2002 convirtió al peronismo en la única fuerza política, el único lenguaje político con cierta fuerza, en todo el país. 1 En Brasil, el triunfo de Luiz Inacio Lula da 1

Hoy, con la elección de Cristina Fernández de Kirchner como nueva presidenta de Argentina, el pueblo ha demostrado su compromiso con la continuidad del proyecto que Lomnitz describe, sustentado, en efecto, en la nostalgia por Eva y Juan Domingo Perón (Nota de la traductora). METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l CLAUDIO LOMNITZ Silva fue percibido nacionalmente como la conclusión simbólica del tránsito de un gobierno militar, formalmente finiquitado en 1981, a un gobierno democrático. Finalmente, en Uruguay la victoria de Tabaré Vázquez —primer triunfo de la izquierda en la historia de dicho país— es entendida también como la reivindicación del legado social demócrata uruguayo de los años veinte. Bolivia, Venezuela, México, Uruguay, Argentina, Chile: 500 años, 200 años, 90 años, 80 años, 60 años, 40 años, 30 años. Además: la era precolonial, el momento del inicio de la república, la Revolución Mexicana, la democracia social uruguaya, los regímenes populares nacionales y la socialdemocracia. Todos estos son los fantasmas del nuevo fundacionismo. La recepción que se ha dado a estos fantasmas pone fin, en apariencia, a un período de nostalgia por algunas ilusiones de la Guerra Fría y por lo que se denominó “milagro económico” en muchos países de la región durante esa era. El nuevo fundacionismo retoma las esperanzas de dicho período —que habían sido degradadas e incluso humilladas por las dictaduras de los setenta y las crisis económicas de los ochenta y noventa— y las integra como componentes de los nuevos regímenes. No obstante, el encumbramiento actual de la izquierda se presenta sin un proyecto económico alternativo, lo cual hace muy complicado determinar el significado de los términos “derecha” e “izquierda”. Ahora bien, dicha dificultad ayuda a explicar por qué todos esos “momentos perdidos” resultan tan atractivos para la construcción de tradiciones nacionales específicas e imágenes de autonomía y autogobierno. Apoyarse en estas imágenes nacionalistas ha provocado, por otra parte, debates en torno al significado de nación, quién tiene autoridad para representarla y quién pertenece a la misma. En el caso de Venezuela, donde la polarización es casi extrema, existen disputas sobre la bandera nacional, sobre quienes son los verdaderos descendientes de Bolívar, e incluso sobre el nombre del país. En un nivel más general, el nacionalismo de la izquierda tiende a describir a la oposición como una oligarquía ligada a intereses extranjeros. La derecha y el centro, por su parte, han acentuado su discurso nacionalista, eso sí, sin comprometer su postura en favor de la globalización. En resumen, el discurso fundacional de la izquierda latinoamericana se construye a partir de remanentes de un discurso nacionalista más antiguo cuyo origen no es precisamente de izquierda. METAPOLÍTICA

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CORRUPCIÓN

Los reformistas neoliberales de los ochenta manifestaron una renovada preocupación por la corrupción, representando a los regímenes nacionalistas-populistas de la era anterior como “obesos” y caracterizándolos como ineficientes, subsidiados por el Estado o por compañías estatales, además de objetos de pillaje político. Estas críticas fueron posteriormente adoptadas por movimientos sociales y por partidos y votantes de izquierda. Más aún, el fracaso de los regímenes neoliberales fue entendido como el resultado de una nueva forma de corrupción, más parecida al vampirismo del chupacabras que a los excesos del sistema clientelar precedente. En algunos casos, donde la reforma neoliberal condujo a crisis económicas profundas, los líderes neoliberales corruptos fueron demonizados de manera novedosa, siendo públicamente repudiados y posteriormente ignorados: Carlos Salinas y su asesor José Córdoba Montoya, en México; José Carvallo en Argentina y Gonzalo Sánchez Lozada (Goni) en Bolivia. Esta preocupación en torno a la corrupción delinea los contornos de la política democrática contemporánea y define sus límites: el dictador chileno Augusto Pinochet no fue juzgado por asesinato en tanto ello hubiera representado una profunda división nacional. Sin embargo, si se le juzgó —junto con miembros de su familia— por corrupción. En un nivel más profundo, temas como la transparencia y autonomía de los bancos centrales —entendidos como respuestas a la corrupción— establecen los límites de las acciones políticas del populismo contemporáneo. La honestidad neorepublicana se enfatiza de nuevo como un contrapeso a la ideología neoliberal, cambiando el énfasis de su atención de la organización del Estado a las virtudes cívicas de los líderes y los propios ciudadanos. Es por ello que Simón Bolívar y Benito Juárez, parangones de la virtud republicana del siglo XIX, son revividos como héroes, a pesar de tener muy poco en común con la nueva izquierda. Si ser atlético, jovial y tener éxito personal fueron los íconos de los ciudadanos neoliberales (iconografía que fue desarrollada en los noventa por los presidentes Fernando Collor de Mello, de Brasil, y Carlos Menem, de Argentina), hoy en día despertar temprano, reducir el propio salario, manejar un Datsun y viajar en clase económica se convierten en los íconos del paradigma neorrepublicano de ciudadanos virtuosos, representados por políticos como López Obrador y Evo Morales.


LOS CONTORNOS DE LO PÚBLICO l SOCIEDAD POLÍTICA

Este nuevo líder ascético representa a la burocracia existente como débil y corrupta, en urgente necesidad de una nueva estructura de pactos, iniciativas políticas e instituciones paralelas, estructuradas de manera formal pero animadas por medio de la virtud cívica.

EL CUERPO POLÍTICO

El renovado énfasis en la virtud política ha traído consigo una especie de sentimentalismo —utilizado de manera evidente por los zapatistas— que se asienta en la imagen de una sociedad civil donde todo es verdadero, virtuoso y puro. El ideal de dignidad resuena alto y fuerte. Los empleados de cuello blanco de Argentina y Uruguay, las clases trabajadoras de Brasil, los campesinos, artesanos y pequeños empresarios de México: todos ellos son representados como víctimas nobles de un Estado perverso y todos son reivindicados por los líderes de la nueva izquierda democrática. No obstante, mientras el término “sociedad civil” es adoptado y aceptado de manera generalizada, existe una tensión tácita entre dos significados del mismo: la sociedad civil como una especie de asociación de la clase media, que incluye a los medios de comunicación, y la sociedad civil como un término elegante para designar a las clases populares, anteriormente conocidas como “el pueblo”, así como a la soberanía que emana del mismo. La nueva derecha democrática ha estado trabajando arduamente para establecer las líneas divisorias entre el discurso populista (fanfarrón) y el diseño de políticas democráticas basadas en la protección de los derechos individuales. Así, por ejemplo, una de las prácticas más controversiales de la política latinoamericana contemporánea es el bloqueo de las calles para la realización de mítines políticos. Estos eventos son cubiertos por los medios de comunicación como un abuso en contra de la ciudadanía a favor de intereses particulares. De hecho, la ocupación “plebeya” del espacio público es un motivo de conflicto entre las dos visiones opuestas del término sociedad civil y la manera de instrumentar las políticas democráticas. Analistas políticos de derecha son propensos a contrastar a los “verdaderos” ciudadanos con “la chusma”, un término peyorativo para la plebe. A su vez, la nueva izquierda realiza acciones que molestan a la clase media, a través de cambios en los protocolos políticos tradicionales. Por ejemplo, el Movimiento de los 400 pueblos ha realizado

manifestaciones en las que sus miembros desfilan desnudos por las calles de la Ciudad de México, con el fin de forzar la atención de los medios de comunicación y la discusión pública, que no ocurriría si se tratara de una manifestación más. En modo análogo, ciertas prácticas antiguas e incluso arcaicas de discriminación comienzan a proliferar entre los representantes de la derecha: representaciones racistas de Chávez como un mono, de Morales como un indio poco civilizado y de López Obrador como una serpiente negra, o bien la representación clasista de Lula como un borracho bebedor de cerveza. Estas formas de discriminación se convierten en parte esencial de las batallas políticas públicas entre ambos grupos, tal como ocurría durante el peronismo en Argentina o durante la Revolución Mexicana. Las características físicas y propensiones individuales de los presidentes de América Latina han adquirido un enorme peso simbólico: de alguna manera, sus triunfos han redimido la moralidad y la virtud de ciertas clases y sectores sociales que habían sido relegados por los reformadores neoliberales. Como resultado, cuando se suscitan escándalos políticos, tienden a generarse en torno a los cuerpos presidenciales y sus violaciones de los símbolos de la sobriedad estatal: la Corte Suprema de Venezuela recibiendo a Chávez con la porra “U. A., Chávez no se va”; la expulsión del periodista del New York Times por su reportaje sobre Lula bebiendo cerveza; videoescándalos mostrando la corrupción de los operadores políticos del PRD; críticas de los medios de comunicación en torno a la forma de vestir de Morales. Las tensiones entre una forma de política democrática que excluye a los pobres y otra que los moviliza de manera masiva —y que además es capaz de transgredir derechos civiles a través de dicha movilización— se centran en la figura presidencial y sus propias transgresiones. Así, el origen racial se convierte en un asunto importante para Chávez, al igual que el divorcio de Bachelet, la etnicidad de Morales y el origen humilde de Lula. Existe, en otras palabras, una política de identificación entre la figura del presidente y la de la gente inmersa en el proceso democrático.

ANTIMPERIALISMO

Antes de la Primera Guerra Mundial, ni Estados Unidos ni las potencias europeas se preocupaban por la opinión METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l CLAUDIO LOMNITZ de América Latina: no había necesidad de preocuparse en ganar los corazones y las mentes de las personas en tanto la diplomacia del dólar y la presión militar eran suficientes. Lo anterior comenzó a cambiar durante la Primera Guerra Mundial, con la quiebra del orden económico internacional. Alemania se interesó inmediatamente en México, Panamá, Brasil y Argentina. Con el ascenso de los bolcheviques y del fascismo, Estados Unidos comenzó a preocuparse más por América Latina, buscando ganar influencia a través de métodos tanto abiertos como cerrados: campañas cinematográficas, colaboración en materia de salud pública, propaganda antifascista. Esta preocupación se intensificó durante la Guerra Fría, cuando se puso en marcha la política de “desarrollo” como un arma en contra de la expansión del comunismo. Con el fin de la Guerra Fría, el interés en América Latina declinó. Su situación se convirtió en algo tan irrelevante para Estados Unidos, Asia o Europa como siempre lo había sido. América Latina aún es “amenazada” por el espectro de su irrelevancia internacional y por un declive de su estatus, similar al de África, así como por su lejanía de las economías emergentes del Este y Sur de Asia. En este contexto, un acierto indiscutible de la nueva izquierda ha sido su habilidad para poner a la región en el centro del radar internacional: ¿cuánta prensa recibía Bolivia ante de Morales?, ¿Venezuela antes de Chávez?, ¿América Latina antes de Lula y Kirchner? Aún resulta complicado entender el significado completo del antimperialismo de la izquierda contemporánea. Por lo tanto, en este momento sólo podemos adelantar algunos acontecimientos, tales como el acercamiento a la Cuba de Castro, antes que el distanciamiento iniciado por el ex presidente mexicano Vicente Fox y su entonces secretario de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda (el cual no se convirtió en una ruptura total debido a presiones internas en México). Otros países de la región se mantienen distanciados del modelo económico cubano, pero reconocen la resistencia de Cuba frente a Estados Unidos, así como sus logros en materia educativa y de salud. Por su parte, el activismo internacional de Venezuela constituye una novedad regional que en cierto modo se asemeja a las políticas internacionales en el mundo árabe (Arabia Saudita o Irán). La alianza de Bolivia con Venezuela, incómoda para Brasil, se fundamenta en intereses en torno al petróleo y el gas natural. De METAPOLÍTICA

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tal modo, la orientación internacional de los gobiernos cuya bandera es la nacionalización de este tipo de recursos se distingue de aquellas economías que dependen de un portafolio mucho más diverso de bienes o de recursos renovables que son menos propensos a ser regulados por el Estado. Así, la oposición a la izquierda —en México o Perú, por ejemplo— frecuentemente se organiza en contra de la amenaza de Chávez y su política y diplomacia petroleras. De modo contrario, los líderes de izquierda tienden a equiparar el antichavismo con una alineación con Estados Unidos (incluso si intentan mantener su distancia con respecto a Chávez). El ascenso de la izquierda ha motivado intentos creativos por reposicionar a América Latina en la economía internacional. Brasil ha intentado consolidar sus aspiraciones de hegemonía regional a través de la firma de acuerdos comerciales en el Cono sur, y tanto Argentina como Brasil han incrementado sus exportaciones de soya a China, por ejemplo. En este contexto, el antimperialismo no es sinónimo de anticapitalismo sino más bien una política de reconfiguración de los bloques regionales. En todos los casos existe una línea sutil pero real entre el antiamericanismo como un recurso político y la relación real con Estados Unidos y sus intereses públicos y privados. Las complejidades de esa delgada línea serán de gran utilidad para el nuevo gobierno mexicano, sobre todo ante el giro que ha dado la política migratoria estadounidense.

POPULISMO

Muchas de las características de la izquierda latinoamericana son comunes a la política democrática de la región en su conjunto. Una de dichas características es la transición de un Estado corporativo a formas más flexibles de distribución social, comenzando con programas tales como el “socialismo liberal” del Programa Solidaridad de Salinas de Gortari en México en los años noventa, hasta llegar a la distribución de pensiones por parte de López Obrador, el Programa Cero Hambre de Lula y las misiones de Chávez. Cada uno de estos programas provee recursos de manera directa desde el gobierno federal para ciertos fines (finanzas, educación, materiales para construcción, salud o alimentos), sin que haya mediadores (sindicatos o registros de trabajadores) entre los recursos y sus destinatarios.


LOS CONTORNOS DE LO PÚBLICO l SOCIEDAD POLÍTICA

Tanto los gobiernos de izquierda como los de derecha parecen incapaces de movilizar de manera eficaz a sus estructuras burocráticas, lo cual ha tenido como consecuencia la creación de estructuras paralelas más flexibles para la intervención del gobierno en temas como la seguridad, la salud y la educación. Al tiempo de resultar efectivas en la producción de resultados inmediatos, estas nuevas prácticas concentran el poder en las manos de ciertos operadores políticos, alcaldes y presidentes. La prominencia de estas formas de inversión e intervención social es un aspecto clave del tinte populista de los regímenes de izquierda latinoamericanos, contrario a los regímenes populistas de los años treinta, cuarenta y cincuenta, que tendían a apoyarse en estructuras burocráticas y sindicatos. Esta nueva característica confiere al populismo moderno más similitudes con las movilizaciones bonapartistas que con el corporativismo semifascista del peronismo, por ejemplo. El populismo flexible puede constituirse en una amenaza en contra de las inversiones públicas a largo plazo y es en definitiva un peligro para los equilibrios de poder constitucionales. Por ejemplo, fácilmente conduce a la organización de grupos de poder institucionales, mismos que son desplegados en épocas electorales. No es un hecho accidental que el equipo que organizó el programa Solidaridad con Salinas de Gortari era igualmente prominente durante el gobierno de López Obrador en la Ciudad de México. Los partidos políticos compiten para ofrecer programas atractivos de redistribución de la riqueza, aplicándolos independientemente de si dichos programas se originaron en la izquierda o en la derecha. Las políticas sociales de Lula son un préstamo de las de Cardoso. Vicente Fox también copió a su enemigo López Obrador. A este respecto, nuevamente existe una relación competitiva entre la izquierda y las estrategias políticas de los gobiernos neoliberales.

CONSUMISMO

La arena política latinoamericana ha comenzado a concentrarse en el consumo y en el desarrollo de políticas para la construcción obras públicas visibles, constantemente en detrimento de esfuerzos más duraderos para consolidar las economías nacionales. En México y Centroamérica pero también en Perú, Ecuador, Bolivia y muchos otros lugares, comienzan a generarse nuevos estándares de consumo, delineados por los trabajado-

res migratorios en Estados Unidos, Europa e incluso Chile y Argentina, donde los salarios son más altos y las estructuras del empleo más favorables para dichos estándares. Así, surge un nuevo tipo de consumismo que presiona a los gobiernos a responder a nuevas expectativas. Se ha dicho que en Brasil la mayoría de los jóvenes que son encarcelados cometieron delitos menores asociados al robo de producto de marcas conocidas tales como Nike, Calvin Klein y Tommy Hilfiger. Un retorno a las formas clásicas del Estado concentrado en el desarrollo (developmental state) podría exacerbar el problema a largo plazo: la educación en dicho sistema es un bien nacional ligado a temas nacionales antes que un bien de consumo orientado al mercado global (una postura frecuentemente asociada con el neoliberalismo). Como resultado de ello, la educación no está dirigida a reconstruir la economía nacional — por ejemplo, en la India con su énfasis en el desarrollo de la industria de alta tecnología—. La izquierda latinoamericana, con la posible excepción de Chile, no ha manifestado postura alguna frente a tal reto. Más bien se ha dedicado a continuar con la tendencia consumista neoliberal, que convierte a todos estos países en una especie de suburbio cultural masivo (massive cultural suburb) de Estados Unidos.

REALISMO

En toda América Latina la era neoliberal produjo fracturas profundas entre los segmentos de la población que se beneficiaron del libre comercio y el adelgazamiento del Estado y aquellos que fueron puestos en riesgo. Esta fractura fue visible en todos los países excepto probablemente en Chile, el pionero neoliberal, donde las condiciones especiales de la dictadura de Pinochet hicieron la fractura menos visible y más difícil de discutir, y donde ha habido avances significativos en la reducción de la pobreza. En el resto de los países, la ruptura fue prominente y tuvo muchas expresiones: el país de dos niveles, la “nación profunda” versus la “nación ficticia”, la oligarquía versus el pueblo. Con frecuencia, la lucha era representada como una competencia para determinar qué es real y qué parte de la economía representa mejor a dicha realidad. La facción neoliberal lanzó el primer disparo en esta batalla cuando argumentó que el modelo de “sustituMETAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l CLAUDIO LOMNITZ ción de importaciones” desafiaba toda lógica económica. La izquierda construyó una versión alternativa que contenía pobreza, marginación y violencia. Finalmente, la izquierda identificó esta versión con las “leyes económicas” neoliberales y con imposiciones extranjeras (provenientes de economistas educados en Chicago o de banqueros de Wall Street). A partir de dicho discurso, el proyecto político de la izquierda ha sido poner a la nación marginada en el centro de la escena. Las publicitadas manifestaciones masivas en Caracas en 1989 demandando alimentos —llamadas Caracazo— constituyen un punto culminante en el surgimiento de lo marginal como una realidad, en la que la Caracas pudiente y acomodada apareció como una isla rodeada, sitiada, por una realidad cargada de pobreza, negada de manera cotidiana. Este surgimiento de lo marginal-real ha sido señalado por el propio Chávez como el parteaguas de la llegada de la corriente bolivariana al poder. Por su parte, la literatura y el cine latinoamericanos se han alejado del realismo mágico que les caracterizó en los sesenta y setenta para transitar a un nuevo tipo de realismo que busca lo que la académica brasileña Beatriz Jaguaribe califica como “el choque de lo real”, el retrato más crudo de la pobreza urbana, la violencia asociada al tráfico y consumo de drogas y la prostitución infantil. La izquierda ha enfatizado repetidamente su contacto con esta realidad social. López Obrador, por ejemplo, inició su campaña presidencial en enero de 2006 en una pequeña comunidad de Guerrero, seleccionada por ser el municipio más pobre del país. El subcomandante Marcos, quien escribió un libro de reglas para comprender lo real, firmando sus comunicados de prensa desde un ejido en Chiapas llamado “La realidad”. Este discurso en torno a “lo real” forma parte de un lenguaje político que emergió del populismo clásico latinoamericano —Evita, Getulio Vargas, e inclusive los dictadores populistas como Trujillo y los Duvalier— y ha sido denunciado por muchos como populista y antidemocrático. Es un lenguaje de transgresiones, de hombres sencillos que desafían los protocolos y las convenciones. Es un lenguaje que incita temor entre algunos sectores, pues fomenta una relación cercana entre el líder y el seguidor marginal e, inclusive, parece ser un llamado al odio clasista. El odio entre clases sociales se convierte en una dimensión —o al menos en un recurso— de la política democrática contemporánea en la región.

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De manera adicional, existe otro componente de este discurso de lo real: el teatro de las construcciones públicas. El trabajo público, y especialmente el monumental, constituye una especie de imagen indeleble, un acto positivo que contrasta con la corrupción de los regímenes neoliberales, que fallaron en construir este tipo de obras. Por supuesto, son los mexicanos y los brasileños los campeones en esta forma particular de monumentalidad: segundos pisos en las autopistas, sistemas de irrigación, escuelas —igual que en los cincuenta— son ahora las imágenes de lo real una vez que lo real está en el poder, imágenes de lo que puede lograrse cuando un individuo virtuoso ocupa la presidencia. Por esta razón, una imagen neorepublicana de la persona presidencial se complementa con las políticas neodesarrollistas de su programa económico. La imagen se extiende inclusive a su equipo completo. Entonces, el matrimonio entre el fundacionismo, neorepublicanismo y neodesarrollismo es una fórmula para un mayor control estatal de la economía pero también un signo de la falta de imaginación de la izquierda. La nueva izquierda no es revolucionaria ni anticapitalista, es pro-regulaciones. Continuará volteando hacia políticas desarrollistas si no se realiza un esfuerzo consistente por promover alternativas. En este mismo orden de ideas, la debilidad de los partidos y movimientos verdes en América Latina constituyen una fuente de preocupación y de creciente atención. Hoy, la izquierda latinoamericana está plagada de contradicciones: es una forma de política democrática que desafía algunos de los preceptos de la democracia liberal; es también una rebelión en contra de la globalización que corre el riesgo constante de caer en el nacionalismo y en un estado desarrollista estilo años setenta; busca fortalecer la intervención y la regulación estatales pero se apoya en formas “flexibles” de redistribución al estilo del neoliberalismo; busca producir modelos alternativos de realidad y de desarrollo pero invierte muy poco en ciencia, tecnología y medio ambiente. Estas contradicciones son reconocidas en las discusiones públicas en América Latina, pero también son minimizadas en el fuego cruzado de las acusaciones entre partidos políticos, en vez de convertirlas en debates urgentes en torno al diseño de políticas públicas. Hasta que no sean tomadas en serio, la izquierda de América Latina continuará siendo un ideal de resistencia global pero una falla práctica. Q


DE JARDINES Y BANQUETAS.

Las miserias DEL ESPACIO PÚBLICO MEXICANO José Antonio Aguilar Rivera* LAS ACERAS QUEBRADAS DE NUESTRA VIDA PÚBLICA

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as banquetas revelan una parte mínima de nuestra vida pública. Una seña particular de las banquetas mexicanas llama inmediatamente la atención de los viajeros extranjeros: su falta de uniformidad y, a menudo, cuidado. A diferencia de lo que ocurre en otros países, donde muestran una continuidad y armonía de diseño urbano, en México las aceras se encuentran a medio camino entre la propiedad privada y la vía pública. Son un espacio híbrido, una especie de tierra de nadie en donde se permiten los despropósitos más escandalosos. Los particulares saben que son espacios públicos, pero creen que les pertenecen; el Estado sabe que, como muchas otras cosas, atenderlas es una obligación que jamás cumplirá y por lo tanto “concesiona” a los particulares “sus” banquetas. En mi calle, un vecino decidió revestir la acera frente a su casa de mosaico blanco; me imagino que un parche de color

Centro de Investigación y Docencia Económicas.

de horchata es una especie de alfombra de bienvenida para su automóvil. Más adelante, frente a una vecindad, el concreto de la acera se ha roto y los transeúntes deben maniobrar para no tropezar. En general, las banquetas presentan una aglomeración caótica de parches de cemento, asfalto y concreto quebrado. Su ancho no es regular y su espacio a disposición de los transeúntes varía de acuerdo al capricho de particulares. Quienes transitan las calles salvan coladeras sin tapas, suben rampas caprichosas, sufren los desmanes de Telmex, y padecen la basura abandonada en las esquinas. Los temblores han hecho su contribución al caos aceril, así como los árboles, cuyas raíces muchas veces acaban por levantar y romper el pavimento. Hasta en Las Lomas las banquetas son una calamidad, aunque ahí se encuentran en mejor estado que en otras partes de la ciudad. De las jardineras es mejor no hablar: merecerían por derecho propio un capítulo aparte. Para los transeúntes, la construcción de un nuevo edificio es motivo de zozobra: ¿qué espantosa idea nos deparan los arquitectos neo art decó? Las banquetas en México son territorio de impunidad, ejemplifican una crisis de lo público que nos aqueja METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD POLÍTICA l JOSÉ ANTONIO AGUILAR RIVERA desde siempre. Ya en el siglo XIX, Lucas Alamán, ese observador insuperable de la fisonomía nacional, lo hacía notar. La ciudad de México se había engrandecido y “hermoseado con magníficas casas, en cuyos almacenes se ostentan las alhajas más costosas y todos los artículos de lujo más refinado, pues las calles en que están construidos estos suntuosos palacios, en que brillan tantos diamantes y sederías, tienen un empedrado en que apenas pueden rodar los soberbios carruajes con hermosos caballos que por ellas transitan, y muchas son depósito de inmundicias que forman el más chocante y triste contraste con la hermosura de las casas que en ellas hay”. Las banquetas dan cuenta no de la riqueza o miseria de las naciones, sino de su noción acerca de lo público y lo privado. “Estas casas y estas calles”, se quejaba Alamán, “presentan en compendio al Estado y a la república: todo lo que ha podido ser obra de la naturaleza y de los esfuerzos que los particulares han adelantado; todo aquello en que debía conocerse la mano de la autoridad pública ha decaído”. Las banquetas son una metáfora de las áreas grises en nuestra vida pública: aquellas que supuestamente son comunes (el sistema bancario, las cajas de ahorro, las carreteras, etcétera), pero que en realidad han sido privatizadas. Las banquetas también hablan de la incapacidad de los mexicanos para solucionar dilemas de acción colectiva. Algunas comunidades humanas, ante la falta de una autoridad, logran ponerse de acuerdo y así lograr ciertas regularidades y consistencias. La incapacidad de encontrar mecanismos de coordinación y la existencia de un Estado eficaz han permitido que los lavacoches, los dueños de comercios, los vecinos —y muchos otros personajes de la vida urbana— secuestren a la vía pública con botes, cartelitos, amenazas y rayas pintadas en el pavimento. Las aceras de la ciudad semejan los registros geológicos: en ellas encontramos rastros antiquísimos de nuestros males seculares. Las fechas de los despropósitos se hallan inscritas en el concreto. Muchos factores dan cuenta de la economía política de las banquetas: años de políticas públicas erráticas, las crisis fiscales de los gobiernos, una nula cultura de lo público, una estructura de incentivos que induce a la privatización y un Estado ausente, pobre e irresponsable. Nuestras abigarradas banquetas son una placa de rayos equis de nuestro maltrecho tejido social. Nadie las ha planeado; no son producto de ninguna conspiración urbana, son el resultado natural y espontáneo de una sociedad que no se organiza. METAPOLÍTICA

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LAS MISERIAS DEL JARDÍN

En plena Segunda Guerra Mundial Peter Smithers, entonces un joven agregado de inteligencia naval, fue comisionado a la embajada británica en México. Su misión era averiguar si los submarinos alemanes estaban reabasteciéndose de combustible en algún punto de las costas mexicanas. En sus memorias (Adventures of a Gardener, Londres, Harvill, 1995), Smithers intercala sus aventuras políticas y diplomáticas con la pasión de su vida: la jardinería. En México no encontró submarinos nazis, pero sí una paradoja que lo desconcertó: “A pesar de que los mexicanos vivían en un país en el cual casi cualquier cosa podía cultivarse en un lugar u otro, y a pesar de que estaba repleto de una de las floras más ricas del mundo, los mexicanos no eran un pueblo conocedor de plantas ;...= Había algunos buenos botánicos mexicanos, hombres de ciencia. Pero en lo que se refiere a la horticultura, los pocos maestros eran, inconvenientemente, japoneses o alemanes. Conseguir material vegetal para plantar era difícil, con excepción de dos grandes familias: las orquídeas y las palmas”. Smithers no era un observador casual. Su crítica no puede descartarse a la ligera. En los pocos años que pasó aquí como agregado naval logró reunir un acervo de fotografías sobre el país muy notable. En 1999 donó al gobierno de México su colección privada de más de 3,500 transparencias. Ahora se conserva en la Fototeca del INAH, en Pachuca, con el nombre de “Smithers Photographic Archive”. Los jardines —como espacios públicos y privados— dan cuenta de la cultura de una sociedad. Aunque Inglaterra y Estados Unidos poseen un clima mucho menos benigno, su horticultura es infinitamente superior a la nuestra. En sus viveros se pueden encontrar muchas más variedades de plantas, semillas, bulbos, etcétera. Producimos, eso sí, flores de ornato de primera calidad que exportamos al mundo. Sin embargo, nuestros jardines son más bien pobres en diversidad y diseño. Me llaman la atención dos cosas en particular. La primera es el carácter caótico e improvisado de los jardines. En México es muy difícil hallar un jardín plantado geométricamente. La improvisación es reina soberana. Una rosa por acá, un agapanto por allá y una mata de geranio en medio. Eso dice mucho de cómo pensamos el mundo y los espacios. Nuestra estructura mental no es simétrica. En segundo lugar, las camas —que en los jardines ingleses son anchas y permiten combinaciones de arbustos y plantas en distintos niveles de profundidad y comple-


DE JARDINES Y BANQUETAS l SOCIEDAD POLÍTICA

jidad— en México son bordes estrechos y aburridos. Dan cuenta de lo estrecho de nuestra imaginación. En la mayoría de los casos sólo se cultiva un puñado de especies, como geranios, bugambilias, alcatraces, rosas, etcétera. Nuestra idea de jardín —y la de los diseñadores profesionales— es pobre y unidimensional: en la mayoría de los casos se reduce a un espacio llano sembrado de pasto. El césped no sólo es monótono y poco imaginativo, también consume enormes cantidades de agua. Los jardines públicos en México son una desgracia comparados con los de otros países. Otro dato interesante tiene que ver con la práctica de la poda. En México se podan los árboles cuando, literalmente, sus ramas afectan los cables de electricidad en las calles o el pasto se ha convertido en una jungla. En otros países la poda preventiva es una práctica bien establecida. En invierno se podan los arbustos para que en la primavera crezcan más vigorosos y produzcan más y mejores flores. Esto involucra una visión de futuro, así como un juicio presente sobre cuáles ramas y tallos son esenciales y cuáles prescindibles. ¿Qué forma queremos que este arbusto cobre en uno, dos o diez años?, ¿qué parte de la planta debe ser sacrificada para asegurar su vigor en el jardín? Nosotros muy pocas veces somos capaces de tomar este tipo de decisiones en nuestra vida social. La mexicana es una sociedad que no prevé, que tiene una visión de muy corto plazo y a la cual el futuro siempre sorprende. Preferimos dejar a la buena de Dios asuntos como la planeación urbana y demográfica. Sabíamos, desde que entró en vigor en 1994, que el TLC abriría el sector agropecuario, pero por diversas razones no se tomaron las medidas necesarias para que el impacto sobre el campo mexicano no fuera súbito. Ahora tendremos que pagar el precio por haber postergado esas difíciles decisiones. No sabemos podar, sólo amputar miembros gangrenados en situaciones de emergencia. Tal vez esto sea así porque creemos que en la vida económica y social todo es posible y que no es necesario sacrificar unos bienes sociales por otros. Se trata de una economía política de la ilusión. Es la fantasía del jardín del Edén, en el cual el orden surge de manera espontánea y se conserva providencialmente sin que sus habitantes tengan que preocuparse. Los jardines mexicanos reflejan nuestras miserias en más de un sentido: creativas, económicas, imaginativas y estéticas. Como en otras áreas de la sociedad y la economía, los recursos materiales para crear hermosos jardines públicos y privados existen en México. ¿Por qué, teniendo

todos los ingredientes necesarios, los resultados son tan pobres? No lo sé. Se trata de un problema genérico; el de sociedades pobres en tierras ricas. En casa del herrero azadón de palo. ¿Es la abundancia una especie de anteojera que nos impide ver lo que tenemos frente a nosotros? El asunto es serio, pues son los países con cambios de climas pronunciados, como Estados Unidos, los que producen más granos. Esto ocurre a pesar de que los inviernos impiden el cultivo durante muchos meses del año. Algunos estudios explican que los ciclos de las plagas contribuyen a este fenómeno. En los países con climas benignos las plagas hacen más daño porque el invierno no interrumpe su actividad. La ventaja de un clima templado no es tal en realidad. En lo que respecta a los jardines, tal vez la respuesta se encuentre en la estructura social. La mexicana es una sociedad desigual, pero no tiene las ventajas de una tradición aristocrática. Para Smithers el jardín —junto con la casa familiar— significaba continuidad generacional, tanto del aristócrata como de las personas a su servicio. En Estados Unidos, donde hay hermosos jardines públicos y privados, no existe una tradición aristocrática, pero los norteamericanos tienen a cambio la costumbre de ocuparse ellos mismos de las tareas: cavan, siembran y podan con sus propias manos. Nosotros carecemos tanto de la sensibilidad aristocrática como de la laboriosidad democrática. Y nuestros jardines lo atestiguan. Nada sabemos de bulbos, nenúfares o lotos. Paradójicamente, es posible que los jardines más logrados hayan sido los prehispánicos, creados a instancias de los señores de Tenochtitlán, Oaxtepec y Texcoco. Según Bernal Díaz del Castillo, los jardines de Moctezuma eran tan hermosos que no podía colmar sus sentidos con todos los tipos de árboles y sus diferentes aromas. “Había senderos bordeados de rosas de esta tierra y muchos árboles frutales y matas en flor, y también un estanque”. Según Cortés, el jardín de Oaxtepec era más hermoso que cualquiera de los jardines de España. ¿Qué patio trasero podría inspirar hoy estos versos de Piedra de sol ? un sauce de cristal, un chopo de agua, un alto surtidor que el viento arquea, un árbol bien plantado mas danzante, un caminar de río que se curva, avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre:

Si no lo cree, eche un vistazo a su jardín. Q METAPOLÍTICA

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UNA TEMPORADA FLOTANTE

Baratijas Luigi Amara

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a irresistible y más bien bajísima pasión que ejercen las chucherías. El guiño fácil que nos lanzan desde su precio de bicoca, ese burdo tintineo del celofán que las envuelve y que hace que nos apresuremos a comprarlas como si se trataran de tesoros efímeros pero al mismo tiempo imperiosos, el souvenir de una tarde afortunada así sea sólo porque tuvimos la ocasión de encontrar esa pequeña y sospechosa ganga, que antes de que se oculte el sol se habrá transformado en estorbo. Preguntamos por aquel artículo que probablemente nunca habremos de usar, quizá inservible, que no ostenta la pátina de ninguna autenticidad, y he aquí que cuando el comerciante anuncia su precio irrisorio lo que nuestros oídos escuchan es un ábrete sésamo tan banal como ineludible. Tal vez ese objeto producido en serie, de colores chillones, a punto de precipitarse en lo horripilante, no produzca la avidez malsana de una antigüedad o la ensoñación de una piedra preciosa; pero hay algo en él, algo indefinible que quizá tenga que ver con las rebabas de sus acabados deficientes, con la estridencia de su tosquedad, que aguijonea nuestro afán de posesión como un alfiler impertinente, derrumbando de un momento a otro todo lo que hubiéramos podido edificar a lo largo de nuestra vida en beneficio del buen gusto. La nota característica de estos productos tan distintos entre sí es su manifiesta equivalencia. Con una sola METAPOLÍTICA

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moneda que los rebaja y los vuelve intercambiables, se pueden adquirir linternas, pisapapeles de cerámica, lupas, ceniceros con forma de Coliseo romano, cortaúñas con insignia, bisutería, plumas con una muchacha que se desnuda cuando se les da vuelta, lentes de falso carey, espejos de mano, delineadores, llaveros con figuras flotantes, estampas donde la virgen guiñe un ojo, moños de fantasía, cápsulas de resina que han atrapado una tormenta de nieve, encendedores que parecen granadas de mano, bromas, muñequitas insinuantes, manitas rascadoras para la espalda... Cada cosa es cualquier cosa amontonada en las inagotables cordilleras de lo cursi, y de no ser porque la fealdad modelada en tres dimensiones es un atributo que no suele pasar inadvertido, se diría que cada una alardea de su insignificancia. Hasta donde se sabe, la única utilidad comprobada de estos artículos pintorescos es completar la metamorfosis de una moneda en una entidad menos abstracta que el dinero, un esperpento que abulta nuestros bolsillos o decora la mesita de centro con su peso leve tan próximo a lo insustancial, pero no a lo invisible. Las baratijas son el reverso del lujo o su complemento vergonzante. Al ingresar a uno de esos santuarios del plástico en el que todos los artículos se venden a un mismo precio, el consumidor no busca, desde luego, adornos cuya compra se convierta en una muestra de riqueza y refinamiento; pero por una lógica macabra


BARATIJAS l SOCIEDAD SECRETA

que opera a un nivel más primario que las leyes de la oferta y la demanda, su reputación se vería comprometida si abandona el lugar con las manos vacías. Y es que ni siquiera en medio de la pobreza más aguda se puede renunciar a esos objetos de poca monta que resultan tan necesarios para el equilibrio del ánimo. En caso de que el consumo ostensible no esté al alcance de nuestras posibilidades —aquel desplante de connaisseur que se traduce en derroche y hasta en vicios rebuscados y costosos—, queda el salvoconducto de la ostentación del consumo: hacer alarde de que compramos, no importa qué. El dinero, en especial cuando hace falta, quema las manos, y hay que deshacerse de él a cambio de fruslerías, saldos, objetos fuera de temporada, con tal de que la transacción nos regale otra vez la música monótona y relajante de las cajas registradoras. Como escribe Thorstein Veblen en Teoría de la clase ociosa, “se soportan muchas miserias e incomodidades antes de abandonar la última bagatela o la última apariencia de decoro pecuniario”. A diferencia de la mayoría de las obras de arte y de los objetos suntuarios, que brillan con la luz prestada de nuestro anhelo en el cielo de lo inaccesible, la baratija ofrece un consuelo inmediato a las mandíbulas de la ansiedad de consumo. En su calidad de lenitivo, en su contextura de chicle, no promete más que un remanso para la avidez que nos consume, una interrupción súbita para ese pendular asfixiante que va de la insatisfacción al hartazgo. Pero como todo chicle, la baratija no tarda en perder su sabor y volverse dura y amarga, y entonces plantea el problema de cómo deshacernos de ella, siendo que se sitúa un paso antes de calificar como basura estricta. La bagatela es desechable no porque después de usarla la tiremos al cesto, sino porque después de resplandecer con su brillo de abalorio termina en el cajón de las cosas inservibles pero de valor incierto, que en mucho se asemeja a un purgatorio: el purgatorio de los recuerdos. ¿Hay algo más patético que descubrir que las artesanías típicas de una playa del Caribe son made-inChina?, ¿hay algo más advenedizo que abarrotar la casa o la propia cabeza con recuerdos importados?

En la baratija, como en todo lo que se refiere al deseo, la oportunidad precede a la necesidad y la rebasa. Lo que uno compra no es un artículo, sino la mera idea del precio ínfimo. Qué importa si esta lámpara con pelos danzantes de plástico ofende las pupilas como una nueva Gorgona, si aquel masajeador de espalda viola todas las reglas de la ergonomía, “¡estaban baratísimos!”. Se interpusieron en nuestro camino con la fuerza turbadora del hallazgo, de la ocasión única. Ya veremos después dónde encontrarán acomodo, a qué ex amante se las enviaremos como una nueva declaración de guerra. Cumplieron su cometido y eso basta. No sabíamos qué hacer con el tiempo muerto, no sabíamos dónde meternos nosotros mismos, y entonces apaciguamos la conciencia del vacío mediante el tótem fácil de las baratijas. A fin de cuentas es gracias a la transacción, al ritual del cambio de dueño, que el acto salvador de salir de compras no se confunde con un paseo miserable del que volvemos en blanco. Ningún artículo de 9.99 está a la altura de nuestro deseo, pero al menos lo distrae y lo maleduca. Si también habremos de hartarnos del jarrón de Ming y de la cristalería de Murano, si también esos objetos algún día nos mirarán de frente para restregarnos en la cara el horror de las horas muertas, qué alivio que en su momento no tuviéramos más remedio que optar por materiales deleznables como el mimbre y el polietileno. En el afán inútil de colmar con objetos la sensación de vacío, de suavizar la decepción que el mismo sistema de consumo nos inyecta día y noche, atamos a nuestro caparazón estorbos y pesos muertos, que sólo muestran su perfil de pesadilla durante el juicio final de las mudanzas, como un recordatorio implacable de que ese amasijo de chácharas y chucherías, todo aquello que vino alguna vez a apuntalar el equilibrio del ánimo, ahora es sólo la ocasión de un tropiezo. Un precepto vagamente budista para resistir la tentación compulsiva sería no acumular más objetos de los que podríamos llevar a cuestas, de los que podríamos cargar con nuestros músculos. Y al menos el lastre de las baratijas es liviano y se puede arrojar por la ventana. Q

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DIARIO DEL SOLDADO

Tennery

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Gerardo Piña

¿

Cuál es el momento en que un texto se vuelve literario? Acaso la presencia de ciertas metáforas, la certeza de la ficción o el velo de una prosa poética —que con frecuencia confunde más de lo que adorna— sean para muchos los indicadores de estar frente a un texto literario. Si lo literario pudiera definirse sólo a partir de aquellos elementos que conforman ciertos textos, entonces de poco valdría la relación del lector frente a lo escrito —un texto sería literario independientemente de quién y de cómo lo lea—. De ser así, los diarios de Cristóbal Colón, las cartas de Madame de Sévigné o la historia de la caída del imperio romano de Edward Gibbon no serían literatura. El diario de un soldado estadounidense del siglo diecinueve puede ingresar al terreno de lo literario sólo si la relación de quienes lo leen hace cobrar ese sentido al texto. Thomas D. Tennery no era un escritor, y al llevar

Prólogo del Diario de la guerra contra México de Thomas D. Tennery, de próxima publicación (México, Plan C Editores). METAPOLÍTICA

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su diario durante la guerra contra México no pretendía hacer literatura. Mayo 29— ¿Por qué ocurre? No lo sé, pero tan pronto uno está confinado en un cuarto tras haber estado enfermo o herido es seguro que pasará noches sin dormir. Es el caso de varios de nosotros. Anoche me levanté y salí al patio. La luna brillaba; todo estaba quieto excepto el centinela; el paso tranquilo de su sombra en movimiento dejaba ver que aún estaba trabajando. La policía o el vigilante pasaban ocasionalmente por las sombras de las casas, pero todo lo demás estaba quieto; no había ni un perro moviendo la lengua, cada hoja de los árboles permanecía en su lugar, las oscuras montañas al oeste brillaban como una nube amenazante cuyo deseo fuera envolver esta ciudad de belleza en reposo en una oscuridad de tormenta. Sin embargo, por extraño que parezca, los picos nevados de Orizaba se veían a la distancia como un haz de luz, una estrella de esperanza sobre una torre erigida por la propia naturaleza, completando la grandeza de la vista nocturna. No ocurrió nada de importancia el día de hoy.


DIARIO DEL SOLDADO TENNERY l SOCIEDAD SECRETA

El lector de este diario encontrará una forma de mirar la realidad que coincide en buena medida con los procesos del quehacer literario: descripciones conscientemente subjetivas, una ética caprichosa y una falta de empacho por la exageración. Las contradicciones están, literalmente, a la orden del día. Lo que en un momento produce la nostalgia del hogar o la muerte de un soldado, al día siguiente se traduce en un sentimiento distinto. En ocasiones esta narrativa aterriza en una casi-objetividad, cuya falta de entonación refleja la monotonía propia de la guerra y, sobre todo, de la guerra en el siglo diecinueve —largos viajes y caminatas, campañas de exploración y reconocimiento que duraban varias semanas, enfermedades, etcétera, antes de iniciar un solo combate. Abril 27.— […] Nos dijeron que anoche, en un receso, uno de los que estaban ayudando a cargar una litera juró que prefería suicidarse antes que cargar un día más; así que esta mañana, casi una hora antes de que tuvieran que estar listos para continuar, cargó su rifle, se quitó los zapatos y los calcetines, dirigió el cañón del arma, jaló el gatillo con el pulgar del pie y la carga explotó sobre sí mismo. La desilusión terminó con su vida.

No sólo como un texto literario ni como una imagen de la guerra sino también de una idiosincrasia —una perspectiva propia de los estadounidenses decimonónicos— es lo que ofrece al lector mexicano la lectura de este diario. El espíritu de Tennery habla por su raza y abre una veta para el lector atento: la mirada del otro sobre nuestro país, sobre nuestra cultura. No me refiero aquí a la obviedad de los juicios o descripciones del propio Tennery sobre México y los mexicanos —juicios bastante frecuentes entre observadores extranjeros. Hablo de aquellas razones que habrían motivado esos juicios. Ante la contundencia de la miseria y la ignorancia que el ejército estadounidense encontraba a su paso, también tuvo que haber actitudes del grueso de la población que llevó a los norteamericanos a ver en el pueblo mexicano un enemigo indigno y un territorio de nadie de fácil disputa. Es decir, donde los conquistadores españoles habían visto una grandeza digna de admiración que les resultaba lamentable aunque necesario destruir, trescientos años después los norteamericanos sólo ven un páramo con ciertos “montículos que contienen algunos huesos y objetos de barro para probar que alguna vez existieron y reinaron [miembros de una numerosa raza]” (Tennery, febrero 22, 1847).

Muchos mexicanos prefieren reencontrar su exotismo a través de la caída poética de Under the Volcano de Malcolm Lowry o del ritual del inicio de The Plumed Serpent de D.H. Lawrence. Cuando los escritores extranjeros describen a México como una suerte de tierra visionaria o espiritual, nos resulta más fácil encontrarnos en sus personajes. Pareciera que lo literario genera el espacio para imaginarnos a nosotros mismos con la posibilidad inmediata de no ver lo que no nos gusta: “esto no es México”, decimos, “pero da igual: es una novela, es la visión de un inglés”. Probablemente México es el único país en el mundo que tiene un Museo de las Intervenciones. Es decir, un museo que exhibe mapas, objetos y que ofrece información sobre las invasiones que ha recibido nuestro país y sobre cómo y por qué fue derrotado. Esto, que para más de una visión psicológica sería un primer paso hacia la aceptación y la cicatrización de las heridas históricas, se traduce en una sociedad que parece refocilarse en la derrota y más aún, en la misoginia, el racismo y la ignorancia, es decir, en el menosprecio de sí misma: “Los españoles y los indios no producen una raza con el patriotismo y el candor suficientes para sostener una república, mucho menos para formar, establecer y mantener una a partir de esta dañada estructura que recibe el nombre de República de México” (Noviembre 21). Sin duda habrá quienes se ofendan al leer aseveraciones como ésta a pesar de haber sido moneda corriente durante toda la Colonia —y de seguir siéndolo en nuestros días—. La ausencia no ya de un nacionalismo sino de un auto-conocimiento histórico y cultural, manifiesta —por ejemplo— en la devoción con que se abraza lo estadounidense (ropa, comida, cine, viajes, referentes léxicos y culturales, etcétera) al tiempo que se desprecia cualquier referencia cultural indígena (idiomas, expresiones artísticas e históricas), ya no es privativa de los criollos y peninsulares de la Nueva España ni de las clases medias y altas del siglo XX mexicano. Es un acuerdo tácito entre la mayoría de los habitantes de este país. Sin embargo, opiniones como las de Tennery molestan porque son proferidas por un soldado de un ejército que no sólo nos venció con facilidad en 1847, sino que se adueñó (con el permiso y la indignidad de nuestros gobernantes) de lo que hoy constituye la mitad del territorio de su país. Profético a la manera clásica (i.e. con enigmas) Tennery vislumbra desde la inmediatez de la muerte y la victoria la oscuridad del futuro de los vencidos. METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD SECRETA l GERARDO PIÑA Abril 6.— Fui a la ciudad. Es un lugar encerrado y sólido pero parece muy viejo y muestra señales de haber tenido un período de grandeza anterior […] Al pasar por aquí casi todos experimentarán algo indescriptible, su mente viajará tiempo atrás a los días de Moctezuma, al arribo de Cortés, sus conquistas y derrocamiento del gobierno, el largo y tiránico reinado de los españoles, la crueldad desplegada por aquellos que se profesaban cristianos, y finalmente la revolución y la liberación del país. También el gobierno distraído que le siguió y que no puede ser de otra manera mientras continúen vinculados con su religión y sean presa de los sacerdotes. Cada vuelta, cada esquina y poste parece contar una historia de desgracia y miseria por más de trescientos años […] La mente vuelve al día de hoy e inevitablemente se pregunta cuál será el resultado de esta guerra, o quién y cómo habrá de ser gobernado este país cuando ésta termine. Pero es en vano tratar de mirar en el libro del destino antes de que las páginas hayan sido volteadas.

El pasado es lo único que da sentido a la Historia. “El pasado”, al menos, “como una forma de comprender el presente” es una frase común. Si partimos de esta idea, entonces leer el Diario de la guerra contra México

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de Thomas D. Tennery debe ayudarnos a comprender mejor no sólo los móviles de la política exterior norteamericana de esta época, sino los del desprecio por sus gobernados de la nuestra. Leerlo debe contribuir a la aclaración de un misterio: ¿cuándo y cómo fue que nos convencieron de que la democracia es en sí misma un valor positivo? La flecha que lanzó Tennery acerca de la incertidumbre sobre quién y cómo será gobernado México atraviesa intacta ciento sesenta años. Si resulta vano mirar en las páginas del libro del destino se debe sólo a la imposibilidad de dicho acto, ya que si las naciones aprenden poco del pasado bien valdría la pena explorar el futuro: tal vez allí esté no la solución a los problemas del presente, ni siquiera buenas ideas de cómo mejorarlo. Pero tal vez allí esté, como en un cuento de Las Mil y una noches, la revelación de un tesoro que está oculto en nuestro jardín y que ha estado allí desde hace mucho tiempo. Quizás de allí venga el aliento para hablar y vivir en un presente histórico que tenga conciencia de sí mismo, es decir, que al actuar —pensando en el futuro que habríamos visto— tuviéramos presente la imagen de la Historia. Tal vez no es imposible y acaso el pasado sea el futuro en un lenguaje cifrado. Q


El

karma Luis Jorge Boone

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a muerte, esa extinción privada e incomunicable, no se trata del fin de todo, sino del fin de uno. La desaparición categórica de un organismo y sus atributos intangibles. Casi todas las culturas y religiones antiguas incluyen en sus creencias la inmortalidad del alma, la reencarnación, el karma. Las tribus prehistóricas, los griegos, la escuela de Hermes, el cristianismo gnóstico, ciertos cabalistas judíos. Más allá del incentivo para la imaginación, la idea de que nuestras almas reencarnan en numerosos cuerpos ha conquistado la simpatía de grandes mentes: Flaubert, Goethe, Jack London, Immanuel Kant, Arthur Scho-

penhauer, Mahler, Jung, etcétera. Benjamin Franklin se refirió en algún momento a la reencarnación como el regreso “en una nueva y más bella edición revisada y corregida por el autor”. La literatura ha capitalizado a la muerte como espacio de conocimiento en narraciones que proponen la posibilidad del conocimiento de la metatrama de nuestras existencias pasadas y futuras. Dichas narraciones entrañan la continuidad de la esencia individual del ser humano (alma, mente, conciencia, energía vital) a través de encarnaciones sucedidas en vastos períodos de tiempo. METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD SECRETA l LUIS JORGE BOONE Si bien los filósofos griegos (con Platón a la cabeza) postulaban la metempsicosis (el retorno de un alma a la carne después de la muerte), ciertas derivaciones de las enseñanzas budistas opinan que no existe tal entidad espiritual e indestructible, sino que hay resonancias de un ser pasado en otro futuro, vasos comunicantes que se extienden por la especie. Es decir, el karma, un boomerang temporal que abona de forma equilibrada las consecuencias de los actos a lo largo de las existencias. En algunas religiones dharmicas se considera que cuando un alma alcanza un cierto estado de gracia cancela su karma. El alma asciende a niveles superiores de existencia para fundirse con el alma universal, cesando así el ciclo de sus reencarnaciones. En todo caso, la inmortalidad de la conciencia está implícita en cada uno de estos términos y es, me parece, la principal fuente de fascinación que ha atraído a ciertos escritores. En el nuevo siglo, en su novela Nadie me mata, el novelista ibérico Javier Azpeitia utiliza la metempsicosis griega como base de la estructura del relato y crea una suerte de Rashomon narrativo donde cada personaje representa un punto de vista, y donde una conciencia innombrada narra la historia, viajando de un personaje a otro, cambiando su experiencia del mismo suceso sangriento (un asesinato), de forma que la conciencia narradora completa de forma caleidoscópica la intricada trama que revive. Esta conciencia narradora encarna lo mismo en un hombre que atestigua el homicidio, un psicólogo relacionado con el caso, un jefe de policía corrupto, una joven y hermosa actriz de cine porno, la hija pequeña de esta, otra actriz madura y lesbiana, etcétera. Durante el período de un día ocupa cada uno de estos cuerpos, llegando a establecer un entendimiento particular de cada uno, comprometiéndose con sus temores y deseos específicos, viviéndolos y encarnándolos en toda la extensión de la palabra, intentando salvarlos del destino terrible que los aguarda. Es notable cómo en un momento definitivo de la novela, esa conciencia narradora que ha habitado una máscara tras otra, se pregunta si a lo largo de la trama no ha sido ella misma la que, habitando todos los cuerpos simultáneamente, se interroga, se interpela y se contesta. Es decir, se pregunta si será ella misma una especie de meta-alma que anima todos los cuerpos e interpreta todos los papeles en el drama,

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segura de “pagar una deuda adquirida por algún error que había olvidado, pero cuyo peso terrible me acompañaba en sus consecuencias”. Presentimiento de un karma sombrío y colectivo. Actualmente, en México una novela inteligente y arriesgada urde laberintos de tiempo y existencia para contar una historia donde los protagonistas encarnan una y otra vez en vidas cuyos destinos se conectan. Jaque perpetuo, del zacatecano Gonzalo Lizardo, ensaya diferentes aproximaciones, alteraciones, transmutaciones de una historia. En Jaque perpetuo se agita la idea de la reencarnación de las almas. Al final de uno de los cuentos, cuando la vida de Gaspar Morelli se apaga, la voz de la muerte que lo impele a entregar sus fuerzas se confunde (o se alterna) con otra voz amorosa que lo anima a emerger a la vida desde las aguas del vientre materno. De la misma forma, en otra declaración de su poética, se habla del cuerpo como la crisálida del alma y, en otra página, un cuento inicia con la siguiente frase: “Supongo que el hombre lleva tatuados, en sus más íntimas células, los indicios de una memoria milenaria, un palimpsesto inmune a las borraduras que la cultura y la historia inscriben sobre su corteza”. Imposible cambiar el destino. En esa planeación inalterable, los personajes de las novelas de Lizardo y Azpetitia parecen compartir una desgracia: por más que se esfuercen, nada cambiará su desenlace, ningún conocimiento es suficiente, ninguna estrategia es suficiente para dar un vuelco al marcador que el futuro nos tiene reservados. No importa cuánto se esfuercen, cuánta conciencia tomen o rechacen del papel que desempeñan, cuánto intenten driblar el plan trazado de antemano, tienen el destino sellado. En ambas novelas estas dos fuerzas condicionan las tramas: en la mexicana Jaque perpetuo, la traición, el deseo y el amor conforman los vértices de un triángulo sobre el que los personajes trazan sus múltiples vidas. En la española Nadie me mata, un asesinato es el epicentro de las encarnaciones de la conciencia narrativa, así como el amor que estos cambios sucesivos van despertando en dicha conciencia por la frágil y autodestructiva Mari Meruane. Amparados en estas nociones místicas los autores urdieron perspectivas, posiciones narrativas desde las cuales contar sus historias de formas novedosas y desconcertantes. Q


TAKASHI

Murakami O EL REMORDIMIENTO DE LA HECATOMBE Juan Carlos Reyna

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ás que un artista importante, Takashi Murakami es un artista sintomático. Su lugar en el arte contemporáneo es imprudente pero oportuno. Su obra, precisemos, es descaradamente axiomática para una era de estéticas obsesivas e ininterrumpidamente reciclables. La retrospectiva que el Museo de Arte Contemporáneo de Los Angeles (MOCA) ha montado recientemente nos lo echa en cara sin remordimientos: nadie como Murakami para entender la pecaminosa división entre arte elevado y cultura popular, contraste característico del mercado actual y piedra en el zapato de los cánones curatoriales en Occidente. El que un museo reputado y norteamericano sea el encargado de hacer un recuento mayestático de su producción no es ninguna casualidad. Su obra es un prolífico ejercicio de disciplinas aparentemente disímiles como la pintura, el arte digital y el diseño publicitario. Su mensaje, en resultado, es una declaración de principios insidiosos en torno al hedonismo y la decadencia del oficio del artista capitalizable. El japonés de 45 años deliberadamente ha intentado eliminar las fronteras entre estas y otras etiquetas y, por el contrario, ha terminado por exhibir las tensiones constreñidas entre arte, diseño, moda y tecnología. De un extremo a otro en la vasta producción que ha acumulado en la última década, Murakami ha encarnado al artista de posturas exquisitamente cínicas respecto al papel que juega en un mercado que mueve millones de dólares a costa de sensiblerías históricas.

Su obra, en la más benévola de las perspectivas, erige una crítica legitimable, aparentemente hecha sin pretenderla. La originalidad de ésta (mejor dicho, su no-originalidad) se enmarca en: a) el paulatino desencanto por la tradición pictórica nipona (Nihonga), b) el reconocimiento crítico del consumismo fetichista (Otaku), y c) la imposibilidad de un mercado que permita desoccidentalizar las tendencias del arte, en especial las que han definido la producción en Japón después de concluida la Segunda Guerra Mundial. Hacer frente a la sombra que se impone desde entonces no sólo en Oriente, sino en el resto de los mercados no-europeos y no-estadounidenses, es su objetivo primordial. ¿Cómo logra lo anterior? Maximizando hasta la extravagancia las dinámicas que definen la vida política y económica de Occidente, pero desde la praxis de un Japón mutado hasta el desfiguro y la observancia incontrolable. Detrás de la apropiación de la cultura pop japonesa, Murakami nos revela la resaca retorcida que dejó la hecatombe nuclear perpetrada por Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki. El artista, pues, brilla en los ojos de Norteamérica por las razones equivocadas. Su celebración hasta el hastío de la cultura de consumo —es decir, del triunfo del anónimo ejército de Estados Unidos sobre los honorables kamikazes japoneses— esconde un rencor histórico (un rencor histérico para nuestros días-de-consumo) del que los admiradoMETAPOLÍTICA

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SOCIEDAD SECRETA l JUAN CARLOS REYNA res de este artista pirotécnico no están conscientes y, por lo tanto, no posibilitados para recolectar. La figura romántica del artista occidental, del idealista europeo, es sustituida en la concupiscente creatividad nipona por el empresario maquilador. Esta estrategia tiene la finalidad de redimir los pecados de la tragedia bélica y cobrar venganza espiral haciendo del mercado del arte, el mismo que legitima el arte japonés, una vulgar factoría en serie. Un tercio de la obra que se exhibe en el MOCA no es firmada por Murakami, sino por su compañía fabricante de arte-objetos en serie Kai Kai Kiki. Por si fuera poco, Murakami compensa la invención de una maquiladora artística con la fundación de un movimiento de vanguardia que celebra, con ironía sutil, la fantasía del consumismo indiscriminado: el Superflat, apropiación deliberada de la cultura-pop japonesa manifestada en la animación manga, el mercantilismo obsesivo y el totemismo sexual del erotismo estereotípico de las sociedades orientales. Toda la obra en el museo californiano (androides esculpidos, pintura monumental, animaciones digitales y mercancía hecha en masa) se exhibe en el contexto de este movimiento y luce, por lo tanto, como un espectáculo empalagoso de colores y monolitos caricaturescos. Pero detrás del exotismo kitsch de las piezas en conjunto, los horrores de la herencia capitalista acechan al espectador sin moralismos ni dubitaciones: Miss ko2., una geisha posmoderna que personifica la carrera espacial en el cuerpo de una estrella porno, recibe a los asistentes a la exposición con un aura de inocencia pervertida capaz de calar en las sensibilidades más estoicas. Esta muñeca monumental apela a la irracionalidad de nuestros instintos bajos, mediatizados por la modernidad aparentemente civilizada y resquebrajados en el conflicto interno de fuerzas culturales que se oponen. La pintura Nihonga, que Murakami estudió en un programa de doctorado hasta 1993, ya había sido una respuesta categórica a la influencia occidental en su país natal —una respuesta ensimismada que, desde finales del siglo XIX, pretendía atisbar una idiosincrasia en la cultura visual de oriente—. La animación manga, por el contrario, fue el resultado de la conquista militar de 1945, el usufructo de una infancia que los colonizadores impusieron sin querer queriendo en el país devastado y que Murakami mamó en la década de los setenta. Ambas tradiciones hilan las 96 piezas que componen una retrospectiva henchida de mitos extravagantes METAPOLÍTICA

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y ornatos irrisorios. El desenlace no puede ser otro: una repugnancia contenida que el espectador termina experimentando luego de este recorrido apolítico, amoral por el imago del consumismo histérico que nos sonríe, ido, con la misma mueca de ternura que un Hello Kitty. La obra de Murakami nos hace obvio lo que cualquiera en sus cabales sospecharía en las sonrisas forzadas e infantilismos enfermizos de los estereotipos japoneses: que después de que el hongo nuclear desparramó su halo de muerte instantánea, el pasado fue constipado, negado por un ansia de resurrección atascada en una niñez permanente. No es psicoanálisis de pacotilla, tampoco es arte pop a la Warhol y mucho menos a la Koons. Es Murakamiherida-abierta y señalada no en las piezas, sino en el proceso en que éstas llegan a su público: muerte emperifollada y lista para vender, como lo sugiere el símbolo de “copyright” al lado del apellido del artista en la publicidad de la exhibición. Hasta aquí no hay cuestionamiento ético en su obra. No hasta que aparece una de las piezas más espectaculares del acervo, un Buda monumental con el rostro de Takashi que permanece montado en una bestia. La instalación, hecha ex profeso para el museo, evidencia la disposición humorística del artista para la autoparodia o una concesión al juego de egolatría y consumismo pervertido al que alude el resto de la obra. ¿Acaso en su crítica, de por sí desprovista de una postura contundente, asoma la resignación feliz a los sistemas de los que tanto aparenta renegar su obra temprana? Para colmo de esta suposición, la exposición en el MOCA incluye una boutique instalada en su interior. En colaboración con la marca Louis Vuitton y su diseñador estrella Marc Jacobs, Murakami vende una onerosa colección limitada de bolsos con diseños hechos especialmente para la casa de moda. Murakami y Jacob unen esfuerzos para mostrar, en un último intento, la supuesta evaporación de diferencias entre consumo de arte y consumo de lujo. A pesar de que el curador del museo, Paul Schimmel, deja en claro en el catálogo que se trata sólo de indicar “cómo funciona la obra de Murakami en el mundo”, evidentemente se trata de un truco publicitario. Si Duchamp metió un urinal a un museo, Murakami mete una boutique por las razones más convenientes: consolidar una obra crítica que encaja sin causar problemas en los mismos sistemas que critica. Q


EL ESPÍRITU DEL

título

Lobsang Castañeda A María de la Paz El título es la gloria de la obra. Theodor W. Adorno

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apturando la inquietud de la mirada que se mueve zigzagueando, brincando de un lugar a otro, dispersándose en sutiles relieves y cambios de enfoque; atrapando la atención del transeúnte distraído, despertando la curiosidad del que se sabe afín a la escritura o del que ocasionalmente le confiere a la lectura un lugar en el mundo, el título del libro ejecuta lo que bien podríamos llamar la “eclosión inicial” de la experiencia literaria, a saber: la conquista del lector. Más allá de su función designativa, de todas aquellas minucias sólo importantes para el analista textual —pienso, por ejemplo, en el estudio que Gérard Genette le dedica a los títulos en tanto elementos del paratexto en su libro Umbrales—, el apelativo libresco se sostiene como una especie de eslabón primigenio, como un puente capaz de unir lo público —el libro expuesto en la librería, interceptado en la calle o visto casualmente en manos de otro— con lo privado, lo externo con la propia interioridad del que llega a él sin pretenderlo. A pesar de que resulta imposible averiguar qué mecanismos se activan a la hora de escoger la palabra o conjunto de palabras capaces de nominar el torrente de la creación escrita, la elección del nombre es una tarea esencial para el autor, pues en ella tiene lugar una síntesis intensa de reminiscencias, tramas y andamiajes que a golpe de vista serían difíciles de identificar. Antes de

apelar al contenido, el libro despliega su seducción a través del noble antifaz de la ilusión instantánea; antes siquiera de despojar al volumen de su cubierta plástica, el probable lector se convierte en un experto deletreador de rótulos incandescentes llenos de elocuencia y persuasión. Si, por un lado, es verdad que en el vasto paisaje de la biblioteca los libros se agrupan indistintamente las más de las veces, también es cierto que en nuestra mente perdura un recuerdo firme que los proyecta hacia el futuro, que los rescata de las garras del olvido. Ese relámpago indómito es el título y a él debemos la incesante propagación de la literatura. Ahora bien, la capacidad nominativa del escritor depende de diversos factores. Para elegir el estandarte que conducirá el libro a la posteridad es necesario tomar en cuenta su estilo, los alcances que pretende, los límites existenciales que se ha impuesto a sí mismo, el estado de ánimo al cual se suscribe y, sobre todo, la cantidad de libertad que se atribuye para adecuarse o no a su contenido. Escoger el nombre es tan difícil como definir a qué tipo de variación temperamental pertenece lo escrito o cuáles son las metas que se ha propuesto cubrir. Desde el momento en que se concibe como “el último paso” de la creación literaria, la elección del título se llena de una carga centrífuga que le exige retratar con fidelidad los derroteros del autor. Así, pues, la diversidad de las formas titulares se revela infinita y el nombre, en sí mismo un microcosmos, responde a una selección determinada proveniente siempre de un macrocosmos que subraya con uno de sus tentáculos aquella palabra emblemática que, a la postre, intentará reunir al autor con el lector. METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD SECRETA l LOBSANG CASTAÑEDA En suma, la secuencia de letras grabadas en la portada debe su existencia a un proceso estético que se alimenta al mismo tiempo del compendio y la apertura. Mediante el título, el libro juega con lo más pequeño, pero lo hace con la intención de llegar a lo grandioso, de asegurarse la supervivencia de la obra independientemente de la época y el lugar de su lectura. Oscilando entre lo particular y lo universal, el nombre del libro lucha por la perpetuidad de su pronunciación. En lo que sigue, propongo una tipología que, sin ser exhaustiva, ofrece grosso modo algunos criterios para configurar e identificar el título del libro. Sobra decir que los ejemplos elegidos para ilustrar cada caso son arbitrarios, por lo que queda a juicio del lector el tomarlos en cuenta o no. Lo que importa, en última instancia —y, en efecto, nada más persigue este ensayo—, es advertir la burbujeante savia de la imaginación literaria.

TÍTULOS LUENGOS O DILATADOS

Son aquellos que, inaugurando la sustancia del texto desde la portada misma, logran establecer de inmediato el diálogo con el lector. No reconocen principio o punto de partida, ya que para ellos la palabra “inicial” va seguida de muchas más. Ejemplos: Otro mundo: transformaciones, visiones, encarnaciones, elevaciones, locomociones, exploraciones, peregrinaciones, correrías y altos; cosmogonías, fantasmagorías, desvaríos, travesuras, humoradas y bufonadas; metamorfosis, zoomorfosis, litomorfosis, metempsicosis, apoteosis y otras gnosis de Grandville, o El almanaque de las mujeres, de sus signos y de sus mareas, de sus lunas y sus mutaciones, de sus estaciones, de sus eclipses y equinoccios, y el inventario completo de sus trastornos diurnos y nocturnos, de la escritora norteamericana Djuna Barnes.

TÍTULOS BREVES O EXIGUOS

Son aquellos que cumplen su cometido de forma contundente, dejando en vilo los laberintos estilísticos del autor y las transformaciones propias del libro. A través de ellos se busca un acercamiento inmediato con el lector, un enlace que, con pocas letras, consiga ser duradero o recurrente. Ejemplos: Lluvia de William Somerset Maugham, Hambre de Knut Hamsun o Soledad de Rubén Salazar Mallén. METAPOLÍTICA

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TÍTULOS CAUTIVANTES O SUGESTIVOS

Son aquellos que, acariciando súbitamente nuestros sentidos, posibilitan un romance libresco imperecedero y vuelven entrañable la obra antes, incluso, de su lectura. Su mayor atractivo radica en suscitar la envidia del resto de los escritores que querrían inventar títulos de tal belleza para designar su propia labor artística. Ejemplos: Episodios de una vida tunante de Joseph von Eichendorff, Las ensoñaciones del paseante solitario de Jean-Jacques Rousseau o los Sueños de un visionario explicados por los sueños de la metafísica de Kant.

TÍTULOS DESAFIANTES O PROVOCATIVOS

Son aquellos que, de entrada, cimbran la hipócrita serenidad del lector exquisito, logrando con ello una ampliación de su horizonte estético. En ningún otro tipo de rótulos se pone de manifiesto la versatilidad de la palabra, su poder irreverente y su carácter contestatario. Si en la entrada anterior se valoró la belleza de la expresión, ahora se resalta la insolencia en tanto anzuelo literario. Ejemplos: Perorata del apestado de Gesualdo Bufalino, Historia de la mierda de Dominique Laporte o Pendejos de Reynaldo Sietecase.

TÍTULOS INSENSATOS O PURAMENTE INVENTIVOS

Son aquellos que, estimulando la imaginación del lector y suspendiendo las expectativas que éste arroja sobre los volúmenes, logran trascender los esquemas usuales de la comunicación escrita. Conscientes de que el lenguaje se renueva a sí mismo, esta clase de apelativos recurren al efectismo de los galimatías y a las contorsiones bucales propias del trabalenguas. Cabe agregar que el sentido les es tan familiar que no es posible imaginar otro tipo de palabras capaces de designar un microcosmos perfectamente autosuficiente. Ejemplos: Ferdydurke de Gombrowicz o Hilarotragoedia de Giorgio Manganelli.

TÍTULOS HECHIZOS O IMPOSTADOS

Son aquellos que deben su presencia no al autor de la obra sino a personas cercanas a él. La referencia obligada es, por supuesto, Kafka, cuyas novelas El proceso y El castillo fueron bautizadas por su albacea Max Brod.


EL ESPÍRITU DEL TÍTULO l SOCIEDAD SECRETA

Otros ejemplos: El gran Gatsby (título creado no por Francis Scott Fitzgerald sino por su esposa Zelda) o Auto de fe de Elias Canetti (que conserva dicho nombre en las ediciones inglesa y española, pero que en francés se publicó con el rótulo de La torre de Babel, además de que ninguna de estas traducciones concuerda con el original alemán El deslumbramiento).

güedad para seducir al lector contemporáneo. Acatando aquella máxima de la literatura que consiste en recuperar el pasado para ahondar en la intemporalidad de la naturaleza humana, los nombres de esta especie despliegan, además, una musicalidad propia, una polifonía capaz de alertar los sentidos por medio de mensajes circulares. Ejemplos: Ulises de Joyce, Medea de Christa Wolf o todas las variaciones del mito fáustico desde Marlowe hasta Thomas Mann.

TÍTULOS EXTRAÑOS O FORASTEROS

Son aquellos que designan con palabras de otro idioma el vínculo estético que el libro mantendrá con su probable lector. Al igual que los títulos puramente inventivos, este tipo de rótulos capturan la atención de inmediato, ya que inducen a descubrir el sentido del nombre a través de la lectura. Ejemplos: Ragtime de E. L. Doctorow, Meshugah de Isaac Bashevis Singer o Post mortem de Albert Caraco.

TÍTULOS HEROICOS O BIOGRÁFICOS

Este tipo de rótulos designan el contenido del libro mediante nombres propios, de tal manera que el lector sabe de antemano qué personaje lo acompañará a lo largo y ancho de las páginas de la obra. Existen infinidad de ejemplos citables —desde Ana Karenina hasta Lolita o desde el Tom Jones de Fielding hasta el Gunther Stapenhorst de Arreola—, aunque el más emblemático seguirá siendo, sin duda, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

TÍTULOS DOBLES O COMPLEMENTARIOS

Son aquellos que se refuerzan a sí mismos o se alimentan con sus propios frutos, ofreciéndole al lector dos caminos para acceder a la lógica del discurso. Además de elegante, esta estirpe de nombres resulta profundamente ilustrativa, ya que pretende explicar una abstracción (concepto, idea) recurriendo a situaciones ficticias. Ejemplos: Justine o los infortunios de la virtud del Marqués de Sade o Cándido o el optimismo de Voltaire.

TÍTULOS SIMBÓLICOS O MITOLÓGICOS

Gracias al ejercicio de la memoria, este tipo de apelativos recurren a las grandes ficciones alegóricas de la anti-

TÍTULOS ANTICIPANTES O TELEOLÓGICOS

Son aquellos rótulos que, jugando con la estructura tradicional del relato, adelantan el final, seduciendo al lector no con el desenlace de la trama sino con el desarrollo de la misma. Su mayor virtud consiste en asir la concentración por vía de una inversión cronológica, de tal manera que la concepción espacio-temporal tradicional queda suspendida. Ejemplos: La muerte de Virgilio de Hermann Broch o La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria de José Donoso.

TÍTULOS TAUTOLÓGICOS O REITERATIVOS

Esta clase de nombres resguardan su origen con celo y delectación. En su esqueleto mismo se encuentra la llave, la frase que los arrojará a la posteridad. Orgullosos de su linaje, esparcen su enseñanza por doquier y multiplican al infinito aquella palabra mágica que los hechiza y libera: la palabra “libro”. Ejemplos: El libro de las imágenes de Rilke, el Libro del desasosiego de Fernando Pessoa o El libro de las preguntas de Edmond Jabés. De esta manera, en los párrafos anteriores he enumerado una serie de criterios (tentativos, desde luego) para reconocer el carácter del libro a partir de sus primeras letras. Seductor o no, el título de la obra resulta siempre estimulante y familiar para aquel que, con mayor o menor curiosidad, se aproxima a la experiencia literaria. Ataviado con el disfraz de la libertad, el rótulo libresco comenzará a tejer las madejas del texto que mantendrán en vilo al lector a lo largo de las páginas restantes. En última instancia, este acto de creación refleja que de alguna manera siempre vivimos rodeados de palabras rutilantes, de términos bruñidos que esperan el momento propicio para ser enunciados con orgullo y ventura. Q METAPOLÍTICA

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EL MUNDO IMPAR DE

Wes Anderson Alfredo Lèal*

E

l teatro clásico hindú se construye, entre otras tantas cosas, con base en un concepto denominado rasa, el cual es “el estado psíquico producido en el espectador por la acción combinada de los personajes y las circunstancias representadas en la escena”, según refiere Juan Miguel de Mora en su “Introducción” a El último lance de Rama, de Bhavabh ti (UNAM, 1984). Rasa es el resultado de (…) estados mentales o humores. Estos estados mentales corresponden a ese aspecto de la vida consciente que se llama sentimiento y ese sentimiento mismo es el resultado de una causa, el conocimiento, que puede producir a su vez otros efectos en el plano mental, el de la palabra o el del cuerpo. Todo lo que se manifiesta en estos tres planos es una consecuencia. El sentimiento es de una parte una consecuencia y de la otra una causa.

Existen ocho rasas: el erótico, el cómico, el patético, el trágico, el heroico, el de terror, el de horror, y el de lo maravilloso, de cuya combinación derivan los géneros del teatro clásico hindú; entre los principales, encontramos, en primer lugar, el n aka, la obra más completa, que acepta todos los rasa —aunque deben tener preponderancia el heroico y el erótico—. Su contraparte es el prakara a o comedia burguesa, “que se diferencia de *Alfredo Lèal (Tlalpan, 1985). Cuando comenzó a publicar decidió ponerle un acento grave francés a la “e” de Leal, por lo que quedó Lèal; esto es para que no se confunda con el torero que llevaba su nombre. Los toros, siempre atentos a la gramática, hasta ahora no han intentado embestirlo. METAPOLÍTICA

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la anterior por el tipo de intriga y por el tipo de héroe, que será un ministro, un brahamán o un comerciante. La heroína puede ser de la misma condición del héroe o una cortesana. El autor inventa todo en esta comedia (…) y se atiene a las reglas del n aka”. The Darjeeling Limited, el más reciente filme de Wes Anderson, es una versión occidentalizada del prakara a del teatro clásico hindú. El trabajo de Anderson ha evolucionado sobremanera desde Bottle Rocket hasta Darjeeling. Aunque ya con Rushmore nos enfrentamos a un filme completo, donde es muy difícil descubrir las costuras, no es sino hasta The Royal Tenenbaums que estamos frente a un verdadero trabajo de arte. Con The Life Aquatic with Steve Zissou Anderson nos lleva literalmente a otro mundo, el suyo, mismo que pretende, a través de Darjeeling, hacer sobresalir ahora en el límite del mundo (en tanto que mundo-al-límite, al menos desde lo estrictamente occidental): la India. Pero, ¿por qué es importante el sitio donde acontece el filme? Porque en Anderson el espacio plástico es, al mismo tiempo, locación interna y externa, donde los personajes se mueven no como entes ajenos sino, por el contrario, cual producto de una combinación precisa entre su desconcierto y el aparente orden, la pulcritud del exterior. Baste recordar la escena de Richie (Luke Wilson) y Margot (Gwyneth Paltrow) en la ècasa de campaña, en los Tenenbaums, o el salto que Herman Blume (Bill Murray) da a la alberca, cigarro en boca, a mitad de la fiesta de sus hijos —Rushmore— para darnos cuenta cómo los personajes andersonianos se valen del espacio para expresar sus sentimientos. No es extraño, pues, que, en Darjeeling, Peter (Adrien Brody) sienta la responsabilidad de aventar el cinturón de la discordia


EL MUNDO IMPAR DE WES ANDERSON l SOCIEDAD SECRETA

al rostro lastimado de Francis (Owen Wilson) al ver que éste está perdiendo los cabales: el cinturón es una palabra que no se dice pero que tiene consecuencia en dos rasas: el cómico y el patético; una palabra expresada por la sola plástica y su poética. Ahora bien, si consideramos la plástica y su poética como un lugar donde se suceden ciertos y muy dispares acontecimientos, podemos decir que estos son, por lo tanto, acontecimientos estilísticos. El de Anderson no es un estilo uniforme, lineal, sino un estilo hecho de estilos; dentro de una misma escena —temporalmente delimitada—, nos encontramos con una vasta variedad de estilos aconteciendo al mismo tiempo. A esto se le suma, además, una serie de diálogos que reflejan distintos estilos, correspondientes a distintos personajes. Max (Jason Swchartzman), por ejemplo, no está hecho del mismo material que los demás alumnos de la preparatoria pública a la que tiene que acudir luego de ser expulsado de Rushmore. En Darjeeling, sin embargo, Anderson trabaja con un mismo elemento estilístico trasladado a varias escenas. En “Hotel Chevalier”, Jack (Jason Swchartzman) pone una canción para su Amada (Natalie Portman). Esta canción es repetida tres veces, dos dentro del propio Hotel y una más ya a bordo del Darjeeling. La primera vez que Jack pone la canción, esta nos sirve como fondo para comprender un poco más de la relación tormentosa de la pareja. Nos queda bien claro que ese “I want to look inside your head… Yes, I do” del coro refleja las intenciones de Jack, las dudas de su Amada: sus miedos. La segunda vez que escuchamos la canción, todavía dentro del Hotel, ésta aparece como una suerte de suplantación del diálogo: Jack y su Amada no hablan, sólo asoman el cuerpo y la hipocresía, la indiferencia y el deseo por un balcón para cantar “I want to look inside your head” como si quisieran entrar en los pensamientos de un París que amanece. La tercera vez, en cambio, vamos ya en el Darjeeling; Jack observa entrar al railway carriage que comparte con sus hermanos a Rita (Amara Karan), la chica hindú con la que tiene amoríos a bordo. Esta vez la música, a pesar de ser la misma, suena más bien como un error, como un cigarro que se prende y se apaga inmediatamente; Rita sale del carriage sin despedirse y el “I want to look inside your head” suena ya a lugar común, ha perdido todo su significado (separan estas tres escenas menos de treinta minutos). Estamos en el rasa de lo patético. Ya que visitamos el Hotel Chevalier es preciso mencionar el efecto de los moretones en el cuerpo de Natalie

Portman, pues estos, aunados a las heridas en el rostro de Francis, son unos de los pocos detalles grotescos de por sí en la obra andersoniana. Jack observa los moretones en el cuerpo de su Amada, se cuestiona al respecto. Asimismo, la escena de los tres hermanos frente al espejo, cuando Francis se quita los vendajes y muestra sus heridas, provoca, tanto en el espectador como en los personajes a su lado, otro rasa, esta vez el del terror: terror ante lo que puede estar detrás de esas heridas en realidad, ante lo que pueden significar esos moretones en el cuerpo. El espectador se pregunta si realmente fue un accidente lo que ha provocado las heridas en el rostro de Francis y con esto, de paso, entiende la importancia del tigre que circula por los alrededores del convento donde Patricia (Anjelica Houston), la madre de los hermanos Whitman, está enclaustrada; ese tigre que “se ha comido ya a varias personas”. Todos estos pequeños detalles son los que desatan el sentimiento, el conocimiento al respecto, la duda, el rasa. Cuando llegamos al convento en mitad de la nada, luego de no haber tomado el avión de regreso a América con Francis, Peter y Jack, ya estamos listos para entrar en la siguiente etapa del filme, en la que predomina la tragedia y el terror, en la cual, no sin coincidencia, se muestra la visión de Anderson sobre la paternidad. La paternidad es el conflicto en la obra de Wes Anderson. Casi siempre aparece complementada por una figura de lo materno que ha caído en terrenos del fracaso, de lo patético. En Rushmore, por ejemplo, tenemos una visión de la paternidad evidentemente contrastada: por un lado, Max, quien niega a su padre, un barbero; por otra parte, Herman Blume, negado por sus hijos; a todo esto se le suma el conflicto particular de Rosemary (Olivia Williams), viuda, donde se asoman los dejos de un deseo por haber concebido. Los Tenenbaums y sus tragedias personales giran todos en torno al padre; Etheline Tenenbaum (Anjelica Houston), su esposa, es el balance, la válvula de escape, la indiferencia incluso. Steve Zissou (Bill Murray) y Ned (Owen Wilson), tentativamente su hijo, protagonizan la tragedia marítima en Life Aquatic; completando el cuadro, el hijo abandonado en el vientre de Jane Winslett-Richardson (Cate Blanchet). No obstante, en todos estos trabajos lo paterno había sido tangencial, aledaño a los conflictos principales. Darjeeling no sólo gira en torno a la paternidad sino que la enfrenta. A todo lo largo del filme, Francis, el hermano mayor, da indicios de que es él quien ha llevado las riendas de la familia, quien METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD SECRETA l ALFREDO LÈAL ha criado a sus hermanos. Siempre que se sientan a la mesa es él quien ordena lo que ellos habrán de comer. Creemos, pues, nosotros espectadores, que Francis trata de suplantar al padre muerto no hace mucho. Sin embargo, cuando los hermanos Whitman se reencuentran con Patricia, su madre, nos damos cuenta de que es a ella y no al padre a quien Francis ha estado imitando. Es ella, cuyo fracaso radica en que sus hijos no crean en el cristianismo, quien llevó las riendas de la familia, quien los crío en verdad. Esta vez la figura de lo materno no sólo es complementaria sino que en cierto modo suplanta a lo paterno, lo cual queda, una vez más, como un misterio que los mantiene unidos, ese tigre que merodea el convento, matando gente. Una vez establecido todo lo anterior podemos hablar de los rasgos particulares de Darjeeling que lo emparentan con el prakara a del teatro hindú. Algunos de los rasas que conforman el filme han sido ya mencionados, como el de lo patético con la canción de Jack, el del terror por las heridas en el rostro de Francis y los moretones en el cuerpo de Natalie Portman. El rasa del horror acontece en la muerte del niño hindú que Peter no puede salvar; su combinación con otros elementos del filme —como lo es la propia paternidad de Peter, cuya esposa va a dar a luz muy pronto—, así como el velorio que se le hace al niño muerto nos instalan en el rasa de lo trágico. Lo cómico ocurre, como ya nos tiene acostumbrados Anderson, en muchos aspectos, los cuales sería imposible jerarquizar para mencionar los más importantes —aunque destaca, por supuesto, la escena del gas pimienta. El rasa de lo erótico es uno de los motivos por los que se inserta en el filme el cortometraje “Hotel Chevalier”, sumado a las escenas con Rita. Con esto dicho, nos quedaría por definir dónde exactamente es que acontecen los rasas de lo heroico y lo maravilloso. Tenemos de cierto una intriga por la paternidad. El problema es que esta intriga debe darse, para cumplir con la regla del prakara a, en el héroe. Aunado a esto tenemos otro problema, de índole mayor: habíamos dicho que en el prakara a, a diferencia del n aka, el héroe debía ser un ministro, un brahamán o un comerciante. Hasta donde tenemos noticia ninguno de los tres hermanos es ministro o brahamán; el único comerciante que aparece en la historia es el personaje de Bill Murray con el que comienza el filme y esto lo sabemos no por su acción o sus diálogos sino por los créditos. ¿Cómo definir al héroe en una historia donde nadie lleva el papel protagónico? Es esto precisamente lo que METAPOLÍTICA

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occidentaliza el prakara a de Anderson. No quiere él escribir un drama completamente hindú —puesto que sería imposible— sino realizar una visión occidental de este. Sus personajes son occidentales, aun cuando su acontecer se dé en los ámbitos de lo hindú. A la luz de esto es interesante considerar que Peter y Francis no tienen una profesión definida, como si ello no afectara el desarrollo del filme en lo absoluto. No así el caso de Jack, autor de Invisible ink and other stories. Jack, el escritor, es el único de los posibles héroes que tiene una profesión definida. Respecto a la intriga sobre la paternidad —es decir, el conflicto— Jack es el único que no se queda con algo del padre, que lo mira todo como desde fuera, como juez y parte al mismo tiempo. Recordemos la escena en la que recuperan uno de los maletines de Whitman en el taller Luffwaffe. Jack abre un sobre. Adentro está su libro. Está intacto. “Es decir que no le dio tiempo de leerlo…”, dice. Nos quedamos así, en los tres puntos suspensivos que decidió escribir Jack. Es posible, pues, que la intriga por la paternidad esté sólo en él como un verdadero conflicto, dado que sus hermanos se han pasado la película peleando sólo por los bienes materiales. Empero, tal vez la haya contagiado a sus hermanos; en ese caso él sería el héroe, aunque su oficio sea el de escribir. ¿Será que Anderson pretende establecer la idea del escritor occidental como una suerte de amalgama del ministro, el brahamán y el comerciante que exige el prakara a para ser considerado como tal? En el caso de que así sea los demás detalles concordarían, pues la heroína vendría siendo, bipolarmente, de la misma condición del héroe, como se ve en el Hotel Chavalier y una cortesana del reino, del Darjeeling Limited, a saber, la hija del dueño del tren, Rita. Luego de salir del convento, en el taxi que los llevará a la estación de trenes, Jack avisa que ha terminado un nuevo texto. Sus hermanos, emocionados —han hecho ya las paces, ha terminado el spiritual journey que los juntó en la India—, le piden que lo lea. Jack va a comenzar a leer pero recuerda la consigna que ha hecho a todo lo largo del filme cuando de sus cuentos se trata: the characters are all fiction. Sin embargo, esta vez se queda a la mitad (the characters are all…); vacila, duda. Al fin, luego de unos segundos, que parecen más largos de lo que en realidad son, dice: thanks. Estamos en lo que yo considero el rasa de lo maravilloso: los hermanos se han dado cuenta del amor, invisible como la tinta, que los une. El viaje, finalmente, ha servido de algo. Q


ADELANTO EDITORIAL

Afuerismos

*

Alfonso Camberos Urbina La arquitectura no es poesía, es poema.

El espacio es limitado por la incapacidad creativa, lo que no pudiste resolver.

*

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¿Para quién es la casa? ¿Para el arquitecto?

Categorías: arquitectura incidental, arquitectura accidental, arquitectura accidentada y una que otra con cirugía plástica.

* El avance tecnológico no sabe diseñar.

* * El arquitecto no tiene la culpa, tiene la intuición, la costumbre, el defecto. * Cuando la cocina demanda libre tránsito al comedor, se inicia la política del espacio. * La arquitectura es un proceso, no un dibujo.

Ésta es una selección arbitraria de los “afuerismos” que próximamente publicará en Tijuana la editorial Sitiohabitable.

El espacio no se crea ni se destruye: lo habitamos... es energía que no crea ni destruye: nos habita. * El espacio tiene tus reglas y tus complejos y tus traumas... * El miedo a la naturaleza limita la habitabilidad —es natural. * Cuida tu alimentación: no leas basura, no fumes engaños, no tomes indecisiones, no copies revistas: la arquitectura transgénica le provoca cáncer a la ciudad. METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD SECRETA l ALFONSO CAMBEROS URBINA *

*

La arquitectura es un ente vivo, un ente vivo se alimenta de otros vivos, un vivo por entropía está destinado a morir; al morir no queda más que ser polvo, la vida se inicia con polvo de muertos, los muertos hacen de los vivos su historia, la historia es una serie de muertes registradas; los registros son los muertos que hablan, hablan los que poco pueden escribir, escriben los que no van a morir, los otros todavía nunca existen.

Técnica Abraham: primero diseña, luego vemos para qué puede ser bueno.

*

*

El color verde no hace la vivienda ecológica. * La arquitectura es un ecosistema de acción... y está en peligro de extinción. E.V.: o en proceso de mutación? * No es el muro lo importante, sino la distancia.

* La crisis de espacio se manifiesta con mayor claridad en la vivienda de autoconstrucción. E.V.: crisis de falta de espacio crisis de tiempo en el espacio y la dinámica en el espacio?

El espacio necesita de la edificación para tener presencia; el edificio de una actividad, un contexto, un barrio, una ciudad o un entorno completamente natural. La Fracción. * El barrio posee cualidades y propiedades que difícilmente podría obtener la vivienda en forma aislada; al igual, ciertas cualidades de la vivienda aislada son inhibidas por el barrio, por lo que resulta indispensable recomponer el conjunto.

E.V.: o la temperatura. * * No es el vano, sino la dimensión del vano. * La arquitectura está preocupada por... porque no sabe qué quiere...

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Fraccionamiento: pedazos de vivienda para confinar humanos o lo que quede de ellos. (Evítalos). Q


Escribir

ES SALTAR EN PARACAÍDAS SOBRE EL VACÍO Vivian Abenshushan

H

ace algunos años emprendí una colección un tanto extraña, una colección de saltos y caídas que nunca busqué de manera premeditada, pero que me fueron cercando desde que me convertí a la escritura, una conversión que en mi caso significó la renuncia a la academia, es decir, a la claridad de un camino ascendente, para internarme en ese desierto de incertidumbre que es la escritura, donde siempre se avanza entre tinieblas, donde nunca hay algo seguro y donde la única certeza es que siempre nos quedaremos un poco atrás de nuestras aspiraciones, si es que nuestras aspiraciones han valido la pena… Mi colección de caídas se remonta a la historia del primer estudio que logré tener en mi vida, un cuarto de servicio diminuto donde sólo había una mesa, una silla y tres libreros. Frente a la pared de mi escritorio pegué un grabado temprano de Paul Klee llamado El héroe con el ala. Se trataba de una especie horrible de hombre-pájaro, con un yelmo en la cabeza y un ala en lugar de brazo. Su aspecto general era desastroso —pierna y mano rotas—, como si hubiera regresado de un combate o se hubiera dejado caer desde las alturas, pero en el rostro mantenía una actitud desafiante. Era un rebelde vencido o quizá un samurai, que respiraba orgullosamente a través de sus heridas. Al calce del dibujo, un apunte de Klee decía: “El héroe con el ala, un héroe tragicómico, quizá un antiguo Don Quijote... A diferencia de las naturalezas divinas, este hombre intenta despegar el vuelo con su única ala de ángel. Se rompe brazos y piernas al hacerlo, pero él se mantiene, pese a ello, bajo el estandarte de su Idea”. Ignoro qué clase de estímulo creativo esperaba obtener de aquel dibujo que no era sino la viva imagen de la derrota. ¿Se trataba quizá del retrato de un artista adolescente, de sus luchas tempranas como escritor?, ¿o

más bien encarnaba la idea del artista como alguien que está dispuesto a sacrificarlo todo por su arte, incluso someterse a las peores formas de miseria y de dolor? El grabado sobrevivió hasta mi primera mudanza, cuado el héroe de Klee fue suplantado por otro kamikaze, que permanece hasta ahora en la pared de mi estudio. Se trata de la célebre, y muy perturbadora, imagen de Yves Klein: El salto sobre el vacío, una fotografía publicada en los años sesenta, es decir, en la era de la llamada conquista del espacio. En la imagen se ve al propio Klein saltando desde una pared, con las manos al aire y el rostro mirando hacia el cielo, como si se tratara de un clavadista invertido, un clavadista que quisiera desafiar la gravedad, lanzándose como un cohete hacia el espacio. Siempre me ha inquietado esa escultura aérea, esa caída suspendida justo en el instante en que todavía es una forma de vuelo, aunque el espectador sepa que tarde o temprano ese hombre se desplomará sobre el pavimento... Después de Klee y Klein mi colección comenzó a incorporar también frases acrobáticas, entre ellas un par de líneas de Carlos Díaz Dufoo hijo, a quien he llamado el aforista desconocido, un escritor suicida que aún aguarda ser descubierto en México, uno de nuestros pocos escritores extremos, un dandy que abdicó de la posteridad, pues escribió apenas un libro de aforismos, una auténtica obra maestra en miniatura, para después, “en un gesto banal de fastidio”, suicidarse. El aforismo decía: “La incoherencia sólo es un defecto para los espíritus que no saben saltar. Naturalmente, sólo pueden practicarla los espíritus que saben saltar”. Junto al de Dufoo coloqué un saltito de Walter Benjamin, una frase que encontré en su libro sobre el Haschisch: “La risa es una forma de vuelo”. Con el tiempo acumulé tantos despegues y desplomes (la caída de Leibnitz, la caída de METAPOLÍTICA

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SOCIEDAD SECRETA l VIVIAN ABENSHUSHAN Borges, la de Lucifer) que finalmente escribí un breve ensayo, que aparece en el libro Una habitación desordenada, dedicado enteramente al tema. Aún así, fue hasta hace poco que entendí por qué me persiguen los perdedores y suicidas y qué relación secreta guardan con la idea —una idea cada vez más radical— que me he hecho de la escritura. La clave se encontraba en una anécdota poco conocida de Georges Perec, un autor que venero de manera absoluta, un héroe de la dificultad que se empeñó en escalar hacia las zonas más escarpadas del lenguaje a través del juego y la restricción. La anécdota tenía que ver, por supuesto, con un salto, un salto en paracaídas. A los veintiún años Perec se encontraba frente a una bifurcación de caminos, uno de esos momentos insidiosos con que suele mortificarnos la vida. Perec no sabía si seguir en la Sorbona la carrera de sociólogo o internarse mejor en el desierto de incertidumbres de la escritura. En medio de la duda se alistó como paracaidista en el servicio militar, a pesar de su pésima condición física (era más bien enclenque y enemigo de los deportes), porque tenía la impresión de que ahí lograría “sentir algo nuevo”. Le atraía la idea de buscar eso que no encontraba en sí mismo y, a pesar del pánico, logró saltar desde la avioneta en varias ocasiones. Algunos días después decidió renunciar a la academia y convertirse en escritor. Había descubierto un estado físico que sólo se encontraba en condiciones extremas, una especie de júbilo nacido del enfrentamiento cara a cara con el vacío. ¿Y no es eso mismo la escritura? Me gusta imaginar ese momento de vértigo en que Perec decide dar el salto mortal a la escritura, como si intuyera que escribir es una actividad peligrosa que sobrevuela en todo momento el abismo. Al menos eso es algo de lo que estoy convencida: que la literatura que no corre algún riesgo no es literatura. Y hoy el mayor riesgo de la literatura consiste precisamente en enfrentarse a la nada, es decir, a la indigencia de un mundo que corre hacia su línea de muerte de manera acrítica, pero también a su propia ruina retórica, a su desorientación ética. Frente al declive de los valores humanistas y el ascenso definitivo de una literatura sexy social climbing fantastic, esa literatura inofensiva, legible, exitosa, competitiva, egocéntrica, comercial y orientada al consumo, esa literatura domesticada y cínica que ha renunciado para siempre al peligro, parece que no hay más remedio que saltar, es decir, deslindarse, abominar de los sistemas de consagración mediática, volver a la escritura entendida como un fin en sí mismo, no como METAPOLÍTICA

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un medio para alcanzar alguna forma de poder o respetabilidad, esa respetabilidad de la que tanto se mofaba Bolaño. Escribir es arriesgarlo todo por nada. Creo que fue precisamente Bolaño quien dijo: “Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura”. Es difícil que un escritor que conozca un poco de historia confíe aún en que la palabra puede salvar a la humanidad. Sin embargo, como el héroe de Klee, el escritor de verdad no desiste de su impulso. En eso pienso cada vez que me siento frente a la computadora y me veo obligada a superar el miedo, como le sucedía a Perec frente al vacío, me veo obligada a creer que ese gesto, el hecho impostergable de la escritura, tiene algún sentido. Siempre he guardado una enorme simpatía hacia los héroes de la caída, esos personajes aturdidos, inútiles, proscritos, libres y holgazanes, que son también grandes personajes cómicos —pienso en Chaplin y Buster Keaton—, pues después de todo el humor no es otra cosa que la expresión de la disparidad entre las ilusiones y la vida. Mi primer libro de cuentos, El clan de los insomnes, es una especie de homenaje a esa tribu de seres escindidos que han adoptado una relación negativa con su tiempo, seres que habitan los rincones y los márgenes para esquivar la violencia del mundo. Como en el salto de Klein, estos personajes van al encuentro de la muerte entre carcajadas desafiantes, creyendo que en efecto la risa es una forma de vuelo. Son personajes excéntricos y proclives a teorías fantasiosas, miembros de una secta que se ha entregado al insomnio como protesta contra la presión capitalista y su vida ultraplanificada, donde no queda tiempo para ser uno mismo. La suya es una libertad nómada y evasiva, ajena a los engranajes productivos de la sociedad. Tal vez por eso, todos se empeñan en empresas descomunales que no conducen a ningún lado —una conspiración de peatones contra el automóvil o la construcción masiva de una cama universal— pero, aunque se rompen piernas y brazos en el intento, ellos se mantienen bajo el estandarte de su idea. Son figuras tragicómicas, tal vez parias, que han hecho del fracaso una forma de insumisión. Su combustible es el humor negro, es decir, melancólico, una expresión simultánea de la desesperación y la esperanza. En el fondo el proyecto de estos personajes es también el mío: saber que al final no hay ninguna Tierra Prometida, intuir que la escritura ha entrado en el régimen de las causas perdidas, y sin embargo, obstinarse en la escritura. Escribir es, después de todo, irremediable. Q


LOS LIBROS DE

Homero Jesús Salazar Velasco

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os libros son pacientes. Se calientan y cobijan al abrigo de las entrañas de la tierra, del seso del memorioso, entre los espinos de la historia, bajo la almohada del teólogo, el aventurero, el filósofo, anidan en el cabello enmarañado del distraído o en la tromba funesta de la mujer sorjuanesca. Los libros esperan, lo saben muy bien y esperan, aún cuando no son todavía libros, tan sólo folios sueltos de cuero, papel o madera, debatiéndose entre verso, tratado y épica o, quizá, entre panfleto, documento revelado o novela, sin saber cómo decantarse cuando fueron mero distraimiento, sin saber cómo tomar vuelo cuando nacieron con el sello lúcido en la frente. Los libros dan tiempo al tiempo, y entre tiempo y tiempo sus letras, a veces, se van borrando; al darse de bruces con ellos comienza el calvario, el deseo de recuperar la letra perdida, el sentido extraviado, pero el libro da tiempo al tiempo, sabe que en su silencio, en ese sentido gustosamente traspapelado, se juega un nuevo sentido, un nuevo juego. Los libros salen al encuentro, son como aquel que todas las mañanas se asoma al camino para esperar un encuentro, un reencuentro, un regreso, a las manos de quien, sin saberlo, lo ha estado soñando, pues los libros creen en eso que se

llama destino, o algo así, como una historia escrita que está escribiéndose en sus folios cada día. Dice Steiner que los libros son pacientes, esperan, dan tiempo al tiempo, salen al encuentro… pero el editor no. Ahí está el editor, sentado en la mesa, tomando café por la mañana, ideando su frenético plan. Homero contaba cómo el guerrero en la batalla, asustado y embravecido —porque es valiente, no temerario, el buen guerrero, el héroe— se lanzaba, escudo y lanza en mano, con fiera y decidida rapidez sobre su enemigo —aunque algunas veces, como Diómedes y Glauco, conversaban amistosamente y se retiraban a buscar otros a quién dar muerte—. Esta rapidez —frené en griego— la padecen y ejecutan los héroes… pero también las cosas: la lanza se contagia de ese frenetismo del guerrero y va que vuela contra el enemigo, la daga lo mismo, la flecha aún más. Pues bien, ese frenetismo, más o menos, es el que padece el editor, que lápiz, pluma o lo que sea en mano, va por esa página, ese capítulo, ese libro, ese manuscrito, y aún más, va por la idea en la mente del escritor —ensayista, novelista, tratadista, cuentista, articulista—; va por todo ello decimos, envalentonado y confiando en que tendrá fuerza para embestir el maremágnum que se METAPOLÍTICA

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IMPRENTA PÚBLICA l JESÚS SALAZAR VELASCO yergue ante sus ojos. El editor, el buen editor —que como el buen guerrero, puede ser hábil en algún arma, pero difícilmente en todas—, es templado y no se deja ir, así como así, en ese frenetismo que padece. Algo le dice que, todavía, debe hacer una pausa más. Tiembla la mano para editar. La duda, asegurar la confianza en sí mismo, detener el encuentro, retrasarlo un poco. El editor está al acecho en la esquina, camina de un lado a otro mientras llega el tiempo de la cita, fuma y recita en voz alta los momentos del encuentro, anticipa el futuro, calcula o adivina con las runas primitivas grabadas en algún sexto sentido que no sabe que posee —cuando lo posee. Los libros esperan, el editor no. Esto, a nuestro parecer, es Los libros de Homero: el juego y el engaño, la savia fértil y el estío, la tinta y la goma, sentido y vacío con sentido, memoria y creación, culto e improvisación, tradición e interpretación, herencia y creatio ex nihilo, imitación prudente. Los libros de Homero es el nombre de una editorial, pero es, sobre todo, la metáfora de nuestro trabajo: hemos recibido una tradición que leemos con atención, que cultivamos en conversaciones, discusiones y hasta bromas de sala de edición; con el rito y la veneración le tratamos también con confianza, le perdemos un poco el miedo, sacamos del mismo baúl lo nuevo y lo viejo, recuperamos aquello que ha sido marginado para ponerlo en el centro y así nosotros mismos poder marginarnos, entregamos libros bellos que dan ganas de tener en las manos, para leerlos, para hacer el tiempo mejor del día y sentarse a hojearlos. Creemos en la imaginación narrativa, en la razón que cuenta, en el cuento que piensa; nuestro auto de fe está sellado, como los libros antiguos en sus cantos, por la debilidad ante el buen argumento, el argumento sugerente y el argumento bello; nuestras pasiones se mueven al ritmo de las pasiones de nuestros autores, y hemos hecho nuestras sus debilidades; entre los libros publicados se contienen muchos más libros, pues basta El mercado está cerrado y para ello hemos de abrirlo, poniendo la cuña adecuada en los resquicios que desdeña el gran mercado. Confiamos en aquel sabio que con un punto de apoyo podía mover el mundo. Nos recomendaron al iniciar que nos fijáramos en los números, que cuadraran —hojas contables—: pues bien, contra todo, contra la matemática, los hacemos cuadrar. Las relaciones públicas las hacemos personales, los contratos son el testimonio de una promesa entre amigos. Nos llaman “editorial independiente”, pero nosotros nos consideramos “casa editorial”. Se habla de librar batallas contra emporios, pero nuestra batalla real está con nuestras lecturas. 1

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jalar un poco el hilo para descubrir la gran madeja con la que hemos de hilvanar; entre el relativismo y el dogmatismo nos escurrimos una y otra vez, entre la ciencia y la imagen nos sentimos a nuestras anchas. La tarea, la labor, es disfrutable. De cosas baladíes podemos decir poco, son las que menos nos ocupan, las mandamos a pie de página.1 Estamos solitariamente acompañados por quienes editan —que aquí es recrear— la cultura amplia y con horizontes; nos perdemos en ese horizonte para renacer tarde o temprano. Las ferias —de libros— son jolgorio, festejo, encuentro, pues los libros han salido a la luz a decir lo que tienen que decir, y con ellos hablamos. Las librerías son la extensión de la mesa de edición, donde somos testigos del cortejo entre autor y lector. La imprenta es el taller donde se hace vida la vida. Las manos que llevan los libros cuidan el ave herida que ha de aprender a volar, una vez más… y los clásicos pronto levantan el vuelo. ¿Es posible hacer convivir la paciencia y la impaciencia? Creemos que sí. ¿Es posible sobrevivir contra todo pronóstico? Nos consideramos fuera de ese pronóstico. ¿Hay futuro sin lectores? Sabemos que hay lectores. ¿Podríamos hacer otra cosa? No. Dice Simone Weil, que leyó muy bien a Homero, que la Ilíada es el poema de la fuerza, que en ella lo que se lee es ese espíritu dinámico que anima a los hombres. Esa misma fuerza nos mantiene en pie. Dicen nuestros amigos de Taller Leñateros que en la palabra está la vida; como decían a su vez los antiguos, nos jugamos la vida en nuestros libros: si no hubiera nada que apostar, estaríamos en el lugar equivocado para perder el tiempo. No es claro discernir a dónde vamos: no nos preocupa, sabemos de dónde venimos. Somos Lorena Gómez Mostajo, que hace portadas de ensueño; Diego Ramírez, que dibuja las cajas de los libros con letras y blancos de antología; Salvador Ramírez, Luis Xavier López Farjeat y Jaime Reyes, incansables lectores y argumentadores; Jesús Salazar, orquestando. Somos de oído, líricos, no aprendimos a leer con la vista —nadie lo hace—, con pautas, privilegiamos el oído privilegiando la palabra. Nuestra línea editorial no se pro-pone, anticipando lo incierto, se pos-pone, se descubre en cada texto. Nuestros libros son más que capítulos de una gran novela, los consideramos el pentagrama donde el lector construirá su propia obra. Quedan libros por despertar de su eterno descanso, argumentos e imágenes con palabras que poner sobre el papel, guiños de este terriblemente privilegiado deseo: leer. Q


MEET SITIOHABITABLE

Editorial Laia Jufresa TRANSITABLE

Un guía nos recibe a gritos: “Esto es Tijuana, pasen. Esto es el ocio y éstos los neones. Por aquí tenemos las playas y sí, ésa, ésa, señores y señores, ¡es la barda! La barda nació porque la frontera se desdibujaba…” Cuando señala la barda, ni el más idiota mira el dedo. Pero no, no sucede así, en Tijuana no hay guías para transeúntes. Hace mucho que dejó de ser un oasis turístico para convertirse, en todo caso, en un atractivo antropológico o, ciertamente, en el paraíso de las farmacias. Reverbera con la lógica “de paso”. Su decadencia le carcome el orgullo. En las playas sólo hay piedras, y gente que de algún modo logra, a ratos, darle la espalda al cerco. Pero es difícil. No es que el cerco estorbe, es que se impone. Más que cubrir o proteger, delimita, pero aun así abarca un territorio mucho más amplio que el de su cuerpo: el bordo cuartea por igual planes y familias, se cuela en las cabezas, aliena lo mismo al tijuanense que a un migrante que hoy empieza su camino, y que tendrá que cruzar otras cinco fronteras antes de llegar a parársele enfrente. En Playas, no obstante, dominguean las familias. Re-

definen el término turista. Algunos viven del otro lado y cruzan a visitar familiares. Algunos viven de éste y la familia se les quedó allá. Algunos no cruzan porque no tienen visa. Algunos cruzan a diario y jamás han tenido, ni tendrán visa. Hacen picnic al tiempo que sacuden las abstractas (y tan difusas) terminologías de la mexicanidad, de lo local, de la pertenencia y de otros tantos conceptos que participan —o debieran participar— de la idea de identidad. Sobre la misma playa, del otro lado de la barda, la soledad. Una esporádica border patrol y unos letreros que declaran: caution, el agua está contaminada. A esta barda no le hace falta introducción. Nadie coquetea con la labor patética de un guía que nos la presente. Aquí, a diferencia de la ciudad, está hecha de barrotes. Pero la barda es la frontera: los huecos no le restan contundencia. Tanto en los clichés que manejamos en el centro del país, como en los planes de vida de millones de sureños —y cuando digo “sur” voy lejos, hasta bien entrados en la contraparte de la fuerza de Coriolis y más allá—, Tijuana es un lugar de paso. Ya sería tiempo de que alMETAPOLÍTICA

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IMPRENTA PÚBLICA l LAIA JUFRESA guien hiciera notar, al borde, en letra chica, un hecho pequeñito: que Tijuana crece a razón de dos hectáreas diarias. HABITABLE

Anécdota: Eréndira González lleva seis meses viviendo en Guadalajara. Yo vengo a lo mismo (a vivir, digo), pero acabo de llegar. Ella viene de Tijuana y yo de la capital. Ella es pintora y una de las fundadoras de SitioHabitable Editorial. Hace mucho que admiro su trabajo y dos horas que la conozco en persona. Le pido que me muestre su lugar favorito de mi nueva ciudad. Me lleva al parque Metropolitano y mientras paseamos me cuenta de qué trataba su tesis en arquitectura: la absoluta ausencia de parques en Tijuana. Charlamos muchas horas, me cuenta que realizó la mitad de sus estudios “al otro lado”. Hablamos sobre el proyecto de la editorial y la habitabilidad como su mayor preocupación. Hablamos, claro, sobre la frontera, sobre la barda y su tránsito. Sobre esa peculiar cultura bicéfala que se da al norte y que yo prácticamente desconozco. Desde la profundidad casi abismática de sus ojeras, Eréndira parpadea. Mira fijo algo. Algo adentro, me parece. Dice: “para mí la cultura gringa es como… como un dibujo en plumón”. Luego recuesta la cabeza en el pasto, esboza una sonrisa como un sauce y me cuenta que va a regresarse a su casa. Su casa —su vida/su gente—, está en Tijuana. Permanentemente.

SITIOHABITABLE

Hay prisa, no hay parques. Hay que producir otro millón de televisiones y una guerra tácita aumenta la cuota de muertos por semana. ¿Dónde va Tijuana, a refugiarse de Tijuana?, ¿dónde tiene, en qué recoveco, en qué lote baldío, en qué ausencia de parque, en qué camino hacia una maquila, un espacio blando, un pastito para echarse?, ¿dónde un espacio que sea más que transitable, habitable?, ¿dónde podría sentarse a escribir, a mirarse?, ¿dónde podría Tijuana construirse a room of her own? Tijuana es habitada. Muy. Ostenta una población de un millón 200 mil y contando. Que sea habitable, eso es otro cuento. Eso, señores y señoras, no es redituable. El mercado de la “calidad de vida” ya está consagrado. Para verificar, giremos en esta esquina: URBI (empresa encargada de la construcción masiva de casitas donde METAPOLÍTICA

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si abres la puerta, ésta choca con el sofá), ha colocado en un espectacular la siguiente —tentadora— invitación: SE INCLUYEN REJAS GRATIS. El mercado de la “calidad de vida” está, pobrecito, muy norteado. Confunde calidad con cantidad pero en algún lugar de la numeralia se le escapa el aprovechamiento del espacio. No sabe de habitantes, sólo de acreedores, e ignora la importancia del respiro. Y para qué mejorar las casas si el sueño, anyway, es cruzar la barda. Para qué vamos a pensar en una ciudad a la que, de entrada, pensamos como un pasillo. Para qué vamos a verificar que no se ensordezcan en las maquilas las mujeres si el son al que quisieran bailar no es el nuestro. Es el de allá. Allá donde, cuidado, el agua está contaminada y la bebida que usted está por consumir está very hot. Mire antes de cruzar la calle, vendría bien pensar antes de hablar, mejor lea el letrero porque, caution, pensar envejece. ¿Para qué vamos a pintar nada, si lo que queremos es un dibujo en plumón? Los integrantes de SitioHabitable proponen: “También podemos aprender a vivir la ciudad, tenemos derecho a saber qué se está haciendo y debemos tener la capacidad de señalar qué es lo que se está haciendo de manera indebida: esto, estamos convencidos, puede hacerse desde el arte”.1 Yo concuerdo. Permanentemente.

SITIOHABITABLE EDITORIAL

De la UNAM (y ya se sabe que en la UNAM se está más cerca de Dios) se gradúan, con optimismo, una decena de urbanistas al año. Los expertos son pocos y tienden a estacionarse en la academia. Tanto en el centro como en el interior del país, el urbanismo como corriente de reflexión se practica, las más de las veces, muy lejos de las constructoras. Los intereses con los que una ciudad crece no nacen de la planeación inteligente, sino de dos factores que apremian mucho más: el negocio y la necesidad. De tanto saber lo anterior, nació SitioHabitable Editorial en el 2004. Fruto de los insomnios de tres arquitectos algo preocupados y algo empedernidos. Las citas provienen de la página web www.sitiohabitable.com. Yo diría que lo allí encontrado es casi un manifiesto, pero luego tendría que retractarme: los manifiestos, mucho como las bardas, se autodefinen para excluir al resto. SitioHabitable, en cambio, me parece, se autodefine para autoentenderse. 1


MEET SITIOHABITABLE EDITORIAL l IMPRENTA PÚBLICA

Eréndira González, Teresa Avedoy y Alfonso Cambreros vivían, trabajaban, caminaban en Tijuana. A veces se desvelaban discutiendo la vulnerabilidad del peatón. Otras tantas la inexistencia de áreas verdes, la parafernalia engañosa de los fraccionamientos, cierto poema de Vallejo. Un día discutir dejó de ser suficiente. “La Editorial se originó debido a la facilidad de reproducción que existe en la actualidad gracias a la accesibilidad de herramientas tecnológicas, pero también porque en la ciudad y en la región no hay ningún grupo editorial dedicado a la promoción y difusión de temas relacionados con la habitabilidad ni desde la creación ni desde la crítica. La idea es producir material accesible y que permita la difusión de las preocupaciones de estos temas urbano ambientales”. SitioHabitable no es un proyecto con fines de lucro. Se imprime en un papel que no es de cambio. Sus ganancias se traducen únicamente en nuevos proyectos. Para el editor la libertad de la hoja en blanco se complica, pero ése es el juego de toda editorial naciente: aquí las hojas se tejen, los libros florecen lentamente, al sabio ritmo del slow food. Su pretensión a largo plazo es la gesta de lectores. Su pretensión a mediano y corto plazo es generar un ruidito tenue, de caracol a la oreja y que reza un “esto somos, aquí vivimos, ¿qué vamos a hacer para vivir mejor?”

SITIOHABITABLE HA EDITADO

“SitioHabitable Editorial es una mesa de trabajo colectivo, un laboratorio, un playgraund”. Como en toda cancha, hay reglas (“trabajar propuestas creativas de escritura y artes gráficas, teniendo como eje la búsqueda de escrituras que no serían publicadas por una institución”) y hay áreas: se divide en dos colecciones. “La primera colección Viznaga-poesía hace referencia a los endemismos, a la producción local porque se trata

de una escritura que se da en una región caótica, semidesértica y alejada de loas y laureles —de palmeras y bosques en vías de extinción”. Viznaga cuenta con tres títulos de autoras tijuanenses: Fracciona-miento (2006), libro a dúo de Eréndira Gonzáles Paredes (gráficos) y Teresa Avedoy (texto); Poemas del Ordenador (2006), de Ruth Vargas Leyva, investigadora de temas relacionados con la industria electrónica de la ciudad, y Quiero cambiar de look interior (2007), de Camelia García. La segunda serie, Guías para Transeúntes, alberga “manuales salvajes”, es decir “textos abiertos pero con un claro sentido de difusión; con estas guías se busca difundir trabajos no académicos y con temáticas que contribuyan a la comprensión de fenómenos relacionados con nuestra habitabilidad en el área rural y en el área urbana”. Las Guías se realizan en coordinación con la librería Sor Juana y cuentan con el primer número titulado Y fui ciclo (2006), breve relato sobre la importancia del manejo del agua. Se encuentra en prensa Afuerismos (del cual se ofrece un adelanto en este número), guía de aforismos urbanos relacionados con la práctica de la arquitectura y el urbanismo en Tijuana. En SitioHabitable siguen siendo tres, pero todos los días crecen. Eréndira pinta. Teresa escribe. Poncho diseña. Ere esboza. Tere edita. Po corrige. E dibuja, T reedita, P verifica el pantone. Aquí el cómodo disfraz de lo multidisciplinario no es tal: en SitioHabitable las manos se ensucian. La Casa Roja Taller los alberga. Hay poesía por los suelos y se reciben y discuten múltiples textos de autores locales. ¿Por qué casi sólo juegan los locales? Porque la habitabilidad es el objetivo. Porque la crítica de la situación actual de la ciudad —y ¡por ende! de sus habitantes— es su materia prima. Porque a SitioHabitable le tiene sin cuidado la frontera como un tema, como una delicatessen kitch o como un adjetivo para colgarse. La frontera es su día a día. Ciertamente les atraviesa la reflexión, a veces los corta, pero no les merma, ni un ápice, la contundencia. Q

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MANUEL RAMÍREZ: “INDEPENDIENTES

somos todos” Entrevista realizada por Luis Mondragón Ante ciertos libros uno se pregunta ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán? Y al final, libros y lectores se encuentran. Paul Valèry

—Luis Mondragón: ¿Considera que tener una editorial independiente es un negocio arriesgado? —Manuel Ramírez: Yo creo que cualquier editorial en general es un negocio arriesgado. El mundo del libro es de por sí arriesgado, por las características del “producto”, que cumple una doble o triple función y no tiene siempre el tratamiento más apropiado que debería tener. Si a eso se suma el ser independiente, y en nuestro caso, el ser periférica, una editorial que no está en los dos grandes núcleos de producción española —Madrid y Barcelona—, lo convierte en más difícil todavía. Desde este punto de vista hemos tenido que luchar mucho para llegar a lo que hemos llegado y tener el reconocimiento que tenemos ahora en el mercado internacional. Estoy convencido de que en Madrid o en Barcelona nos habría costado menos desde este punto de vista, el de la difusión (aunque tenemos un pequeño piso en Madrid desde hace 15 años, porque vimos que era necesario tener una cierta presencia ahí). Por otro lado nos ha facilitado tener una estructura mínima de empresa, por el hecho de vivir en una ciudad como Valencia, en la que en un día se pueden hacer muchas más gestiones que en METAPOLÍTICA

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Madrid o en Barcelona, donde para eso habríamos necesitado más personas. Ten en cuenta que durante los 12 primeros años —estamos trabajando desde 1976— todo lo hicimos entre los tres socios fundadores. Y durante toda esa época estuvimos las tres personas haciendo de todo. Claro, dábamos servicios externos, imprenta, fotocomposición. Pero correcciones, administración, conformar el catálogo, lo hacíamos nosotros solos. —Esto es usual en las editoriales independientes: que pocas personas se encarguen de todo el proceso. —Sí, ese es el secreto de mantener una pequeña editorial, creo yo: no sobredimensionar la estructura. Esto te resta cierta capacidad de poder llegar a nichos de posibles lectores, pero se supera con el trabajo y el paso del tiempo y, lo que creo que es más importante, con la configuración de un catálogo honesto y de calidad, en el que la gente se reconozca, y no le des gato por liebre por cuestiones espurias, de tipo de moda o que no tienen que ver con lo puramente literario. —¿Cree que las modas literarias son un obstáculo para la difusión de obras interesantes y auténticas? —En la medida en que inciden en la estructura del mercado, sí. Cada vez va a ser más grave, está siendo cada vez más grave. El mercado se está conformando en torno al dictado de estas grandes empresas multi-


INDEPENDIENTES SOMOS TODOS l IMPRENTA PÚBLICA

nacionales, que trabajan pura y llanamente la novedad más rabiosa, a veces amparadas en cuestiones extraliterarias, con las que inundan el mercado. Y por lo menos en España, se ha vivido durante muchos años con los catálogos de novedad, no con catálogos de fondo, como es el nuestro. Porque hay una aparente contradicción: se dice siempre, ¿cómo es que en España se publican del orden de setenta mil títulos al año y los índices de lectura no son tan altos como podrían ser en Alemania o en Francia? Es una aparente paradoja, pero la explicación a esa paradoja es esta: cuatro o cinco títulos, según la estructura de la empresa, que funcionen bien, hacen que una editorial pueda salvar el ejercicio económico del año. Los grandes sellos editoriales que necesitan mantener una macroestructura, apuestan por la cuenta de resultados. ¿Cómo salvar el ejercicio? Sacando muchas novedades, porque entre todas ellas habrá tres o cuatro títulos que van a pegar. Y los que no funcionan se guillotinan y se hacen papilla. Así está el mercado. Hace un año, por ejemplo, fui a Londres. Un amigo me había encargado que le comprase la obra completa de Eliot y otro amigo me había pedido un libro de Auden, Las manos del teñidor. Yo voy a librerías buenas, las conozco. ¡No encontré, en Londres, ni la obra de Eliot ni el libro de Auden! Me encontré en grandes librerías, donde solía encontrar cualquier cosa, los anaqueles y las mesas de novedades llenas, pero sólo de aquello que se vendía, apoyado, claro, por una gran campaña publicitaria. Como la oferta es tan grande, ese espacio se puede llenar. De esos libros, los que menos se venden pasan luego a los anaqueles, se quedan allí una temporada, luego se devuelven y se van sustituyendo por otros.

es internet, pero es complicado, sobre todo en España, donde la gente compra poco en internet. —Asumir el riesgo de publicar una obra para un público minoritario no es fácil. ¿Cuál es la motivación detrás de sus propuestas literarias? —Desde luego no es optar por lo fácil. Con perseverancia y teniendo muy claro lo que te interesa, vas conformando un catálogo. Cuando publicamos, por ejemplo, Mil mesetas de Deleuze, un libro arriesgado por la envergadura del libro, por el número de páginas, por el contenido, fue un reto, francamente. Pues bien, es uno de los libros que más vendemos y que en Latinoamérica, por ejemplo, tiene muy buena acogida y está recomendado en varios sitios. Nosotros siempre hemos apostado, por un lado, por gente nueva, y por otro tenemos muy presente recuperar determinados títulos, traducciones. Prestamos mucha atención a la traducción, a la calidad de las traducciones. Durante años se han estado manejando clásicos que estaban mal traducidos u olvidados, o incluso censurados, por ejemplo durante el franquismo, cuando algunas partes de un libro no se habían traducido nunca. —Susan Sontag ha dicho que no debe preocuparnos si una cosa es popular o si la gente no lo va a entender; que nuestro trabajo debemos hacerlo lo mejor posible y que, si es bueno, encontrará naturalmente su lugar.

—Ante este panorama, hay editoriales mexicanas que apuestan por una distribución alternativa para estar más cerca del lector.

—Sí, estoy totalmente de acuerdo con Susan Sontag, uno tiene que creerse y amar lo que hace, en el mundo de la edición y en cualquier otro oficio. Si te crees lo que estás haciendo, lo podrás defender de cualquier forma, aunque te puedes equivocar, eso está clarísimo. Ahí hay un reto personal a la hora de establecer unos criterios de calidad, que son los tuyos, aún a riesgo de equivocarte, pero ese es el reto del editor. Hay ejemplos de editoriales que han durado un siglo o dos porque han estado atentas. Esta es otra cuestión: hay que estar atentos, informados, y a veces uno mismo se recrimina por no disponer de más tiempo para ampliar esa información. Afortunadamente hoy en día la información es lo que tenemos más a mano. Una de las cosas que quizá caracterizan nuestra época es el acceso a la información. ¡Otra cosa es la formación! Y el saber interpretar y elegir de esa información.

—Sí, ahí es donde hay que empezar a trabajar. Nosotros estamos explorando estrategias de ese tipo. Otra forma

—Muchas editoriales publican sobre todo a autores consagrados, autores de bestsellers. Ahí los escritores jóvenes lo

—Así que la “vida útil” de los libros en las librerías es muy corta. —Claro. Lo que se busca es una rotación rápida. Afortunadamente todavía quedan libreros que tienen un criterio de excelencia a la hora de elegir determinadas cosas. También están los suplementos literarios, revistas especializadas, que apoyan esto seriamente.

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IMPRENTA PÚBLICA l LUIS MONDRAGÓN tienen difícil. ¿Cuál es la situación de los jóvenes autores en el panorama editorial actual? —Creo que vivimos una época, por lo menos aquí en España, en la que, en lo que respecta a la poesía, los autores tienen más facilidad para dar a conocer su obra que hace muchos años. Por todo lo que hemos dicho y aunque no hay muchos editores de poesía, sí hay revistas especializadas y muchos premios de poesía, que creo que ayudan a jóvenes a que se den a conocer. Es una de sus funciones, el dar a conocer voces nuevas. También está la autoedición por ordenador, los blogs, que creo que son una vía que hay que seguir muy de cerca; creo que los blogs abren perspectivas que antes no existían. —¿Están publicando libros de autores jóvenes? —Sí, siempre editamos cosas de gente joven. Patrocinamos dos premios de poesía para menores de 35: el Emilio Prados, que patrocinamos junto con la generación del 27 de Málaga. Ese premio da a conocer a gente joven, a veces con su primer libro. Y también el de Alcalá La Real. Nuestra satisfacción es que un porcentaje alto de los premiados, ha sido gente que luego ha seguido una trayectoria literaria. Lo que pasa es que los premios tienen muy mala propaganda. Raro es el premio que no esté amañado (aunque hay muchos y muchos muy honestos). Pero que los grandes premios, unos más y otros menos, están amañados, es vox populi. —A veces los premios no son sino una estrategia de promoción. —Claro, totalmente, pero además descarada. Pero creo que los premios siguen cumpliendo una función, que en un principio puede ser modesta, pero que a la larga puede dar sus frutos. Las editoriales independientes, dentro de ésta vorágine actual del mundo de la edición, creo que son la savia de la cultura. Pues si todos nos dedicamos a publicar bestsellers, autores consagrados, ¿cuál va a ser el bestseller dentro de diez años, si no renovamos el panorama? —Es problemático hablar de independencia. No está muy claro respecto a qué se es independiente cuando hablamos de las editoriales. En su opinión, ¿qué es una editorial independiente?

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—Independientes somos todos. El señor Lara, de Planeta, es el que se gastó su dinero para hacer lo que hace. Y desde ese punto de vista somos todos independientes: no dependemos ni del Estado ni de nada. Independientes somos todos. Así que quizá habría que decir “editores literarios” y “editores industriales”. Pero es difícil de demarcar. Y es que hay que ver quién dicta las leyes del mercado, porque éstas no surgen de la nada. Se crean. —En México hay géneros literarios muy descuidados, como el aforismo, el ensayo literario, el cuento. ¿Cuáles son los géneros más descuidados en España, en su opinión? Está claro que el género más exitoso es la novela, al grado que casi se equipara “libro” a “novela”. —Aquí la tónica más o menos es la misma. La gran disciplina es la narrativa, sobre todo la novela. El cuento tiene muy poca consideración en España, yo creo que en Latinoamérica tiene mucha más, además de que hay muy buenos narradores. Nosotros hemos publicado varias cosas de aforismo, pero es un género que se vende muy poco. El ensayo filosófico tiene algo más de difusión. —Los medios de comunicación, por su propia lógica, tienden a reducir el debate público al común denominador más bajo. Ante esto, propuestas editoriales inteligentes son necesarias para introducir el diálogo y la crítica en la sociedad, ¿no le parece? —Sí, yo creo que eso es fundamental. Yo creo que una de las cosas que se están perdiendo es el debate crítico. Cualquier tipo de debate está fundado en tópicos, en frases hechas. Hoy en día hay pensadores europeos que han dejado esto muy claro. Hay espacios públicos, nichos que a lo mejor están cumpliendo esa función de debate, a través de internet, de los blogs mismos. Pero es como dice Sloterdijk cuando habla de la masa actual: es una masa que no se ve la cara. Son individuos totalmente desconectados. El foro no está en la calle, no hay una relación personal: está siempre interpuesta la máquina entre uno y otro en ese tipo de debates. Y eso está bien y está mal. Y el espacio público, en el sentido físico, lo está ocupando el espectáculo. Encontrar buenos tertulianos es cada vez más difícil, y es una pena, porque la conversación es un gran placer que se está perdiendo. Q


EL CAMINO DE LA RACIONALIDAD

moderna Luis Villoro [Jaime Labastida, El edificio de la razón, México, Siglo XXI, 2007.]

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ste libro extraordinario trata de la construcción del sujeto de la ciencia moderna. Es una historia maravillosa y sorprendente. Habla de los mitos en los cuales se fue trazando el camino por el que se llegó, en la época actual, a la construcción de la ciencia moderna occidental. Es de una sorprendente erudición, que se manifiesta principalmente en las notas a pie de página, amplias y certeras, expresadas en párrafos escogidos en sus lenguas originales: el griego, el francés y el alemán.

La historia se detiene en peldaños amplios que corresponden a la escalera que va recorriendo la evolución de la razón científica. Su primera voz se oye ya en los presocráticos, con Heráclito y Parménides. Heráclito ya no habla en primera persona, porque su voz no es suya, sino de la razón. Los que oyen su palabra, no oyen su palabra personal, sino “oyen al logos, a la Razón, oyen la voz del otro, el gran otro, el sujeto racional que habla por y a través de Heráclito” (p. 28). Surge el sujeto científico, el sujeto universal de la Razón: “Heráclito es el primero en postular la escisión profunda entre un sujeto y otro: entre el sujeto de la vida cotidiana y el sujeto de la ciencia” (p. 32). Parménides habla, en su poema, de la unidad entre el ser y el pensar, la razón. De este modo, en Heráclito y Parménides se anuncia la primera voz de la razón. Ya no es una razón individual, restringida a un sujeto. Es la razón universal que se manifiesta. En los presocráticos está ya el inicio de su historia, que pronto se desarrollará en el sujeto científico. METAPOLÍTICA

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IMPRENTA PÚBLICA l LUIS VILLORO El sujeto de la ciencia es contrario al sujeto del mito. Mientras el sujeto proporciona voz a la comunidad o a la etnia, “el sujeto filosófico se esfuerza por incluir en la razón a todos los hombres en tanto que todos participan de ella” (p. 3). El sujeto mítico, de la etnia o el poblado, es intolerante y excluyente frente al otro; el sujeto de la razón teórica pretende ser universal. Desde sus lejanos orígenes, en los presocráticos está ya el germen de la construcción del sujeto de la ciencia moderna. Se inicia, sin duda, en Grecia, pero emerge después en los siglos XVII y XVIII en la Europa occidental moderna. Será un sujeto universal, abstracto, propio de la ciencia moderna. Atravesará las diferentes concepciones de Descartes, Spinoza, Berkeley, Hume, Hobbes, Leibniz, Kant. No será un sujeto situado, sino un sujeto abstracto racional, puro, como el sujeto trascendental kantiano. Ese es el sujeto filosófico moderno, que fue construido “durante los últimos 150 años (de 1637 a 1787) o sea desde la primera edición del Discurso del Método a la primera de la Crítica de la Razón pura” y que es paralela a la edificación de la ciencia moderna. Antes de esos años se habían publicado las obras de Francis Bacon, Nicolás Copérnico y Galileo. Ellos marcaron el inicio de la construcción del sujeto universal de la razón —cito a Jaime Labastida—: “modelo de todo sujeto racional posible; dotado de una estructura idéntica, poseído por los mismos principios y, por lo tanto, dominado por similar forma racional” (p. 115). Ese sujeto racional es un sujeto universal puro, más allá de su situación en cualquier lugar. Ausente de él está “el otro”. Con ese sujeto entra en contacto Hegel en su Fenomenología del Espíritu. ¿No es ésta la culminación de ese viaje, la construcción de la filosofía racional moderna?, ¿qué puede haber después? En la segunda parte de su libro, Labastida nos responde. El camino de la razón científica es complejo. No sigue una línea recta, sino otra con muchos meandros y variantes. Se manifiesta en múltiples disciplinas: en la astronomía, en la biología, en la genética, habla lo mismo de la máquina del cosmos, de la del cuerpo o de la sociedad. Pero siempre camina un andar semejante: va de lo simple a lo complejo, de lo singular a lo universal. Tal es el camino de la razón. El diversificado camino de la razón se manifiesta en varias disciplinas científicas: en la astronomía y en la física, como ya mencionamos, pero también en las cienMETAPOLÍTICA

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cias de la naturaleza, con Buffon, Humboldt, Darwin; en la economía política, con Smith, Ricardo, Marx; en la sociología, con Comte, Morgan; en la lingüística, con Saussure, y aun en la psicología, con Freud y Lacan. En todos ellos se muestran las múltiples vías de la razón científica para lograr sus objetivos. En todos ellos se manifiesta una razón estricta pura, no sujeta a una teleología, que sigue sólo el determinismo de las causas y efectos para llegar a leyes generales. Leyes que, desde luego, son impersonales, universales, en las que no intervienen intereses personales; leyes, podemos decir, ciegas. Sólo en algunos autores se advierte la influencia de la creencia religiosa en “lo más alto”. Es el deísmo de un Descartes, de Newton, de Kant, por ejemplo. Pero esas creencias no interfieren para nada en el camino de la razón. Cuando mucho, nos llevan a postular una hipótesis. Newton, por ejemplo, declara que “el orden perfecto del universo no puede ser sino la obra de un ser todopoderoso e inteligente” (p. 138). Y Kant considera la idea de Dios como la que da sentido a la razón. Sin embargo, en todo este camino de la razón, tenemos que advertir otra faceta que a menudo acude a la emoción, al sentimiento, aunque —pienso yo— sólo sea de paso. Me refiero, por ejemplo, a las emociones de admiración ante el cosmos, desde Descartes hasta Newton y Kant, y sobre todo a sentimientos más terrenos, que se muestran en la profunda indignación de Marx ante la injusticia. Pero sobre todo en un autor, al que Labastida concede toda su importancia: Alexander Von Humboldt. La extensa obra de Humboldt sobre América clama indignada por la desigualdad e injusticia en América Latina. Pero la justa indignación de Humboldt no desdice su visión objetiva frente a la realidad existente. No conduce a una posición revolucionaria, como en el caso de Marx. Hemos recorrido, paso a paso, el camino de la construcción de la razón científica, tal como nos la propone la obra de Labastida. Describe un camino de continuidad, con distintos meandros, de continuidad y superación permanente del sujeto de la ciencia occidental. “En el sujeto científico moderno —nos dice Labastida— no hay fisuras internas: es un todo sólido y coherente, pero en el inicio del siglo XX surgen grietas en aquel edificio que parecía tan perfecto”. El último capítulo del libro se asoma a esas grietas. Nos habla entonces de Heisenberg, Kuhn, Eddington, Popper. Sus observaciones ya no son tan firmes y seguras


EL CAMINO DE LA RACIONALIDAD MODERNA l IMPRENTA PÚBLICA

como lo eran en todo el resto de su libro. Apenas ocupan ahora unas breves páginas con las que el estudio concluye. ¿Son esas “grietas” tales que pueden amenazar el edificio que, con tanto cuidado, hemos construido? No lo sé. Sólo podría indicar, por mi parte, que si se profundizaran, esas grietas podrían conducir al resquebrajamiento del edificio de la razón científica moderna. Señalaré sólo dos puntos. El primero se refiere a la misma idea de la racionalidad en la naturaleza. Se refiere al determinismo. Supone que la naturaleza obedece a leyes universales incontrovertibles, aunque éstas pudieran expresarse en cálculos probabilísticos. Ya Darwin había manifestado que la evolución no obedecería, tal vez, a leyes universales si no estuviera sujeta al ayer. Tanto Heisenberg como Eddington señalan los límites de las leyes físicas, lo mismo en la observación empírica o al través del uso de instrumentos, que harían relativa la aplicación de las leyes de la física. No se trata solamente ya de superar la contradicción entre dos paradigmas teóricos, como en el caso de la posible contradicción entre la mecánica cuántica y la relatividad general, sino de hacer frente al desafío de la falta de fundamento racional de toda teoría coherente. Habría entonces que superar la misma racionalidad de la ciencia moderna sujeta a leyes incontrovertibles. Este sería mi primer punto. Mi segundo punto ya no se restringe a la modernidad occidental, la rebasa. Sobre todo marca los límites de una cultura que se quiere y se piensa universal. Esa cultura, aunque por un lapso de tiempo en el ámbito de un espacio mundial, haya sido la predominante, no ha sido la única. Ha habido otras muchas culturas en la historia universal, que perseguían o persiguen otros valores quizá más altos. De allí la conciencia creciente de la relatividad

de toda cultura, conciencia más fuerte sobre todo en los pueblos que han sido sometidos al dominio de la cultura occidental moderna. De ahí la valoración actual de un multiculturalismo entendido como la relatividad de toda cultura: la cultura dominante europea, que ha sido la del dominador, y las culturas dominadas, cuyos valores son o han sido comparables, e incluso a menudo superiores en parte, a los de la cultura occidental dominante. Esto ha dado lugar a un amplio movimiento cultural, en Asia y en América Latina, que considera a otras culturas actuales o pasadas en unos puntos superiores y en otros inferiores o iguales, a la cultura dominante de la modernidad occidental. Esos movimientos se dan en América Latina en Bolivia, Ecuador, Perú, Brasil y en México, en parte en el neozapatismo. Algunos filósofos han discutido detenidamente esas tendencias. Pienso, por ejemplo, en Taylor, MacIntyre, Sendel, Kymlicka y el propio Wittgenstein. “El edificio de la razón” no puede limitarse así a la razón de la modernidad occidental. Tiene que rebasar con mucho esos límites, abrirse a la pluralidad en que, de hecho, se ejerce la racionalidad. Estas dos advertencias finales (la universalidad de las leyes de la naturaleza y la multiplicidad de las culturas) pretenden ampliar aún más el edificio de la razón que ha estudiado Labastida. En la primera, se pondría en cuestión la racionalidad fundamental de las leyes naturales; en la segunda, se cuestionaría una cultura racional universal. Una y otra plantean sendos problemas para discutir en el porvenir. Ambas plantean ciertos límites a la racionalidad moderna que estudió Labastida. Discutirlos críticamente sería el camino de una racionalidad por venir. Este magnífico trabajo, en su parte final, abre ese camino para el porvenir. Q

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DIÁLOGO ENTRE LA

muerte y la doncella Mario Alfredo Hernández [María Pía Lara, Narrating Evil. A Postmetaphysical Theory of Reflective Judgment, Nueva York, Columbia University Press, 2007.]

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uando Ariel Dorfman fue cuestionado sobre la razón de haber aceptado, de entre las diversas ofertas que recibió desde que su obra de teatro se convirtió en un éxito internacional en 1992, la de Roman Polanski para realizar la adaptación fílmica de La muerte y la doncella, él señaló que el trabajo del cineasta polaco poseía dos características que lo aproximaban a sus intenciones al narrar el encuentro entre una víctima de la persecución por motivos políticos y su posible torturador, en “un país que es probablemente Chile, aunque puede METAPOLÍTICA

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tratarse de cualquier país que acaba de salir de una dictadura”. Por una parte, como lo habían demostrado Cuchillo en el agua o Luna amarga, Polanski sabía narrar el vínculo asimétrico que se establece entre quien ejerce la violencia y quien la experimenta, habiendo sido anulada previamente su capacidad de resistencia. Por otra parte, en el cineasta polaco estaba ausente un discurso moralizante —que no carente de cuestionamiento morales— o la pretensión de generalizar conclusiones a partir de las historias particulares que narraba. Polanski había experimentado el daño en primera persona —así lo prueba su estancia en el gueto de Varsovia a finales de la década de 1930 y su recuperación de las experiencias allí vividas a través de una de sus obras más recientes, El pianista— y por ello comprendía muy bien la dificultad de sostener un optimismo respecto del progreso moral de la humanidad. Desde el punto de vista de Dorfman, el mayor talento de Polanski se localiza en su capacidad para traducir a imágenes el vínculo claustro-


DIÁLOGO ENTRE LA MUERTE Y LA DONCELLA l IMPRENTA PÚBLICA

fóbico y permanente que se establece entre la víctima y el verdugo, así como para escenificar toda la complejidad moral de una situación que no es fácilmente reducible a la lógica del sufrimiento y la consecuente redención. Polanski, como ningún otro cineasta, poseería la habilidad para hacer eco en el espectador del diálogo que se produce entre las posiciones de quien, por una parte y de manera consciente, ejecuta una acción sobre otra persona para provocarle una herida profunda en su sentido de la dignidad y quien, por la otra, experimenta los resultados de dicha acción como una forma de aquello que Immanuel Kant denominó mal radical. Precisamente lo que le interesa a María Pía Lara en el capítulo de su libro Narrating Evil, dedicado a reflexionar sobre la textura moral de la adaptación que Polanski hizo de La muerte y la doncella, es la forma en que este discurso fílmico otorga una nueva dimensión política al planteamiento de Dorfman sobre la importancia de preservar la memoria sobre el mal y, al mismo tiempo, mostrar que es una tarea de justicia —no de venganza— el dominio del pasado y la asignación de responsabilidad por los actos de violencia extrema. Lara señala, inspirada de manera fundamental en Hannah Arendt, que dicho dominio del pasado —no la redención, la reconciliación o el perdón absolutos— significa aceptar que la historia que nos vincula como sociedad está compuesta por actos de irresponsabilidad política, que son el producto de una incapacidad para pensarse uno mismo desde la perspectiva de aquel que es depositario de las consecuencias de nuestras acciones. En Narrating Evil se sostiene la tesis de que el dominio del pasado tiene su vehículo privilegiado en las narraciones que vinculan a una memoria reclamada en primera persona con la discusión pública que nos conduce a revisar las categorías tradicionales con que hemos debatido a la justicia y con que revisamos críticamente el pasado que nos vincula. En el caso de La muerte y la doncella, el mal que experimenta Paulina Escobar —la protagonista de la obra teatral de Dorfman y de la película de Polanski— no es simbólico ni metafísico; más bien, se trata de una forma de daño permanente para ella —que la vuelve incapaz hasta de escuchar las primeras notas del cuarteto de cuerdas de Schubert que el doctor Miranda escuchaba mientras la torturaba, y que a Paulina tanto le gustaba antes de su encuentro con el mal político— y que es el resultado de un contexto social que volvió vulnerables a los seres humanos que disentían del ejercicio autoritario del poder. De acuerdo con la autora: “La

muerte y la doncella se convierte en una narración emblemática sobre la memoria porque captura esta verdad esencial sobre la experiencia colectiva. Su trama no es algo que sólo le ocurrió a Paulina, sino a muchas personas, y esta idea representa una verdad específica” (p. 160). La perspectiva que Lara emplea en Narrating Evil para destacar la importancia de la narración en el proceso de comprensión y crítica de la política a partir de los episodios históricos que se han constituido como paradigmáticos del mal secular y posmetafísico durante el siglo XX —Auschwitz en primera instancia, pero también las dictaduras en Argentina y Chile, la limpieza étnica y la violación como arma de guerra en Yugoslavia y Ruanda—, se sitúa en la intersección de los dominios de la ética y la estética. Debe decirse que la intención de la autora no es sugerir que la ansiedad y el pesimismo que nos provoca la revisión de dichos episodios se reduce tomando partido por las explicaciones que las teodiceas dan al fenómeno del mal, es decir, que éste es un elemento integral de un mundo que es diverso, en el que los seres humanos tienen la libertad de actuar incluso para dañar a sus semejantes en formas extremas y, aun así, que éste es el mejor de los escenarios que Dios pudo haber creado. Al contrario, la teoría sobre el mal de esta autora —y por eso ella la caracteriza como posmetafísica— implica la construcción previa de una imagen moral del mundo, en cuyo contexto puedan explicarse las formas particulares del mal siempre en referencia a un marco democrático común de justicia y derechos fundamentales. Narrar el mal tiene una intención política en tanto nos obliga a revisar la manera en que las experiencias concretas de dolor y humillación se relacionan con las condiciones históricas que las hicieron posibles e incluso normales, como en el marco de la legislación discriminatoria del Tercer Reich. Esta revisión implica una evaluación de las condiciones actuales para el ejercicio de aquél que Arendt denominó como el derecho fundamental en los regímenes constitucionales modernos, es decir, el derecho a tener derechos, la garantía de poder disfrutar de las protecciones jurídicas que la Ilustración como proyecto filosófico inclusivo formuló en términos universales. Sólo así se producirá el aprendizaje a partir de las catástrofes que es uno de los hilos conductores de Narrating Evil. Pía Lara se apoya en la comprensión del lenguaje y la comunicación que poseen Walter Benjamin, Martin Heidegger y Arendt para mostrar que las narraciones METAPOLÍTICA

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IMPRENTA PÚBLICA l MARIO ALFREDO HERNÁNDEZ sobre el mal nos proveen de las herramientas expresivas para volver visibles las dificultades que, en relación con el ejercicio de los derechos, ha significado una comprensión parcial de las instituciones políticas. Esta comprensión parcial sería el resultado de referir nuestros debates públicos sólo al punto de vista abstracto que suministran las teorías de la justicia y no, de manera complementaria, a la perspectiva subjetiva inherente a los dispositivos narrativos extraídos de la literatura y los testimonios de quienes han experimentado el mal en primera persona. En este sentido, “a través de los esfuerzos dialógicos que realizamos para apropiarnos de nuestra herencia de atrocidades, las narraciones deben someterse a un escrutinio público para obtener el reconocimiento de su potencial moral crítico” (p. 35). Para ejemplificar la forma en que nuestro lenguaje político y legal puede ser enriquecido con las herramientas expresivas de la narración, la autora examina las contribuciones de Arendt y Primo Levi a esta tarea, particularmente en los juicios políticos e imágenes metafóricas novedosas que contienen las obras de ambos autores, fundamentales para la comprensión del mal en nuestro tiempo. Por una parte, discute el uso que Arendt dio a la novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, para explicar la novedad del totalitarismo alemán, que convirtió al terror en su principio de acción política. En este sentido, señala que el objetivo de Arendt al narrar el pasado reciente —sin ira ni condescendencia— era mostrar que el totalitarismo significó una ruptura con las tradiciones filosóficas y morales precedentes, al crear un andamiaje institucional que diluía la responsabilidad política y silenciaba la capacidad crítica de los ciudadanos respecto de los discursos racistas y otras formas ideológicas de distorsionar una imagen moral del mundo de inspiración universalista. Esta tarea de comprensión del pasado fue asumida por Arendt en un sentido eminentemente narrativo —no científico ni abstracto—, abrevando de fuentes que los historiadores de la época consideraban menores o secundarias. En el caso particular de la recuperación que Arendt hace de El corazón de las tinieblas y de la figura del Capitán Kurtz, la autora argumenta que el viaje metafórico que Conrad describe hacia el corazón de África —donde los colonialistas europeos no reconocieron como humanos a aquellos seres sobre los que ejercieron una violencia que en sus países de origen habría estado reprimida por sus códigos morales— posee la fuerza expresiva suficiente como para ajustarse a la experiencia METAPOLÍTICA

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totalitaria de traspasar la frontera entre ser un ciudadano cumplidor de la ley y, súbitamente, percatarse de que esa misma ley tolera —e incluso prescribe— el asesinato de quien es considerado como no humano. Arendt habría formulado un juicio político exitoso, al integrar en su narración sobre el totalitarismo una nota sobre la forma en que todos somos susceptibles —si suspendemos nuestra relación crítica con la política y asumimos como artículo de fe los contenidos de las ideologías contrarias a la imagen moral del mundo que expresa el imperativo categórico kantiano en la formulación que prohíbe cualquier tratamiento instrumental de los seres humanos— de emprender el viaje hacia el corazón de las tinieblas que Conrad describe en su novela. Porque los regímenes totalitarios “promueven la dominación total de las personas y la destrucción y corrupción de los elementos de humanidad más básicos […] La inmersión en el corazón de las tinieblas comienza con el descenso en la destrucción del mundo humano. El lema totalitario ‘todo es posible’ se vuelve emblemático del mal en el siglo XX, en vista de cómo evoca todas las formas en que el sentido de humanidad puede ser destruido” (p. 140). En el caso de Levi, explica que la tarea narrativa que él se autoimpuso para superar la vergüenza que le producía haber sobrevivido cuando otros de sus compañeros del campo de concentración no lo hicieron, nos da la oportunidad de comprender lo que significa juzgar en términos morales las acciones de individuos situados en contextos de violencia y deshumanización extremos. De manera paradójica, el examen de estas condiciones se vuelve tan importante para nosotros porque ilumina la dificultad de asignar responsabilidad por dichas acciones, al tiempo que nos volvemos conscientes de que estos individuos vivían en lo que Levi denomina una zona gris. El análisis de María Pía Lara precisa —a partir de los ejemplos que Levi ofrece en Si esto es un hombre, La tregua o Los hundidos y los salvados— que el contexto del campo de concentración volvía difícil distinguir cuando un acto de sobrevivencia —como robar comida o agredir a un compañero de encierro— traspasaba la difusa línea entre el intento desesperado por ganar un día más de vida y lo auténticamente criminal. Por ello, no se puede entender el significado de la zona gris sin vincularla con otra de las imágenes que emergen de las narraciones de Levi: el musulmán, aquél individuo vuelto animal no humano, incapaz de oponer resistencia a las agresiones, auténtico cadáver ambulante a quien los nazis supusieron ninguna capacidad de acción ni de forjar una memoria que so-


DIÁLOGO ENTRE LA MUERTE Y LA DONCELLA l IMPRENTA PÚBLICA

breviviera a la destrucción. Es cierto, como señala Levi, que el totalitarismo creó espacios de violencia y discriminación extremas que cuestionan nuestra comprensión tradicional de la responsabilidad política; pero también es verdad, como nos recuerda la autora, que la figura del musulmán nos obliga a reflexionar sobre la manera en que el arrebato de la libertad y espontaneidad humanas es un producto también humano, no una trampa del destino ni una etapa determinada por la necesidad histórica. En este sentido, la conclusión de María Pía Lara es que los conceptos y herramientas de comprensión política que podemos extraer del metafórico viaje al corazón de las tinieblas descrito por Arendt y del lugar que Levi asigna en su narrativa a las imágenes de la zona gris y el musulmán, nos dan la oportunidad de revisar nuestras ideas sobre la responsabilidad política; pero también es mediante estos dispositivos narrativos que somos alertados acerca de la facilidad con que podemos transitar de la seguridad a la indefensión, en ausencia de un marco de derechos y de instituciones democráticamente configuradas. Por estos motivos, la relevancia política de las narraciones de Levi radica en que él “elige ejemplificar sus propias experiencias como un espacio para la reflexión, una textura que ilumina

lo que Arendt ya había definido como la característica más importante del totalitarismo: que las personas extravían la condición básica de lo que significa ser humano” (p. 121). Finalmente, debe señalarse que el diálogo que María Pía Lara propone escenificar en el espacio público entre los receptores y los agentes de las formas que el mal ha tomado en el mundo contemporáneo —entre la doncella de la pieza de Dorfman y la certeza de Polanski acerca de que la muerte es un extremo al que la irresponsabilidad política nos han orillado en el pasado reciente— sólo es posible a través de las herramientas que nos suministran la narración y la reflexividad, entendida esta última como la capacidad de revisar críticamente nuestra comprensión de la política como un dominio construido de actos y palabras. En este sentido, el objetivo del modelo de espacio público y de racionalidad deliberativa que se transparenta tras la lectura de Narrating Evil, consiste en permitirnos obtener algunas orientaciones normativas —no fórmulas infalibles ni leyes absolutas, pues como pensaba Arendt, las consecuencias de las acciones humanas son imprevisibles— para intentar contener la tentación de ejercer el mal que Kant consideraba un rasgo permanente de la condición humana. Q

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APUNTE SOBRE

Ohio Ana Flores Rueda* [Alfredo Lèal, Ohio, México, UACM, 2007.]

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ijo Bachelard que lo nuevo en un tiempo uniforme no es el ser sino el instante que, renovándose, transporta el ser a la libertad o a la suerte inicial del devenir. Y como la duración del instante siempre depende del punto de vista, el planteamiento de una historia, su preparación, pueden bien * Ana Flores Rueda. Ciudad de México, 1982. Estudió Lengua literatura Hispánicas en la UNAM. METAPOLÍTICA

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constituir material para una narración que dura más que su fotografía; prueba de ello, Ohio. Ohio hace su leonera en las historias que continúan. Su paradoja consiste en ofrecer en cada cuento un desierto abierto a las consecuencias dentro del corpus Ohio; no el libro, sino la región del Gran Río, del Río Largo, prolífico, inagotable. Quizá la paradoja se resuelve al relacionar en analogía la fertilidad que ofrece un río con la que prometen todas las posibilidades planteadas en estos cuentos. O quizá no haya resolución alguna, sino un claro descubrimiento de que la imposibilidad de conocer el azahar es el leitmotiv de toda cosa. En Ohio los cuentos son juegos de pares —por fortuna, nada maniqueos—; cada personaje vira su curso para hallar la realidad, una vía paralela a la de las letras escritas que los yerguen, pero que insisten en encontrar porque se niegan a mentir, a ser parte de las realidades


APUNTE SOBRE OHIO l IMPRENTA PÚBLICA

imposibles. En su juego, el presente es la única tirada libre, mientras que pasado y futuro son los requisitos para seguir jugando, son las no-realidades, donde ellos dejan de existir, porque, como opina Monique (uno de estos personajes), el presente es la única prueba de que estamos aquí y no donde no existimos. Intentan, sí, sentirse otros, evitar la sentencia de sus personalidades, intercambiarse con personajes ajenos que pronto les advierten la traición a sí mismos y entonces regresan a observar fijamente una ventana que no puede abrirse, cardúmenes nocturnos que se atreven a hacerse visibles, o una lluvia espesa que cae al suelo hecha de trozos de pollo. Estas historias no pretenden ser espectáculo de entretenimiento, ni prostituirse ante una mente-marisma, sino que apelan a la valorización de los instantes, a los inicios, a los óbices que esperan resolverse. En este minuto, en un hotel de Buenos Aires, se encuentra un manuscrito, al fondo de un placard. En sus páginas, una línea atina a describir la situación de los protagonistas de Ohio: una vez que sabes que no perteneces a algo, debes saber a qué sí perteneces. Y la antítesis continúa con los parajes que éstos habitan: un páramo en el Sur, o lo que es lo mismo, en el Norte, por ejemplo. Parte de la dicotomía engañosa en la que contrarios son iguales se plasma en el plexo del que se ase el autor: el símbolo.

Cuadros donde aparece, como ala estática de insecto que sostiene su peso, la copa vacía de un “güisqui”, el pretexto para revelar secretos; o un amor platónico lejos de casa, estratagema para intentar traducir a Efraín Huerta. En este minuto, corriendo por la calle República del Salvador, un hombre anhela escuchar el tango “Charlemos”, de Andrés Falgás. Existe. Su voz recuerda a suspiros que omiten lo que de antemano sabemos; Ohio: reproducir un recuerdo, personificarlo, cambiarle el nombre, la suerte y la hora para hacerlo vigente, presente. Sólo el presente. Los andamiajes literarios se edifican con sus propios riesgos, sus falacias, sus escaleras. Recuperan el aire cuando se leen sin requerir explicaciones. Definen su contenido mientras se identifican con el lector en manías propias de hijo pródigo del mundo. Para construirse hacen guiños a la cara de un Nadie, tocan a la puerta de Ningunaparte. Sueños que no saben si son realidades, realidades que ignoran si son sueños, que relevan los pasos de personaje a personaje. Pero sobre todo Ohio es la enfermedad crónica, casi palpable, de los movimientos que todos hacemos con el único objetivo de ambicionar un efecto. Y si, como Bachelard explicó, una perspectiva de instantes desaparecidos puede llamarse pasado y una perspectiva de espera puede llamarse porvenir, Ohio es libro del porvenir. Q

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Hermano Cerdo, UNA REVISTA ELECTRÓNICA Mauricio Salvador*

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iempre me ha gustado la manera en que Salvador Novo elogia a aquellos que integraron la revista Ulises: “Había un pintor —dice—, Agustín Lazo, cuyas obras no le gustaban a nadie. Un estudiante de filosofía, Samuel Ramos, a quien no le gustaba el maestro Caso. Un prosista y poeta, Gilberto *Mauricio Salvador. Últimamente ha tenido calambres en los dedos y en la espalda. Es porque se mudó de casa y ahora vive en el centro de la ciudad de México. Las cajas de libros esconden jubilosos proyectos de lectura. Tiene 28 años y Oveja es su año zodiacal. Es editor de la revista digital Hermano Cerdo. http://trapoviejo.blogspot.com METAPOLÍTICA

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Owen, cuyas producciones eran una cosa rarísima y un joven crítico que todo lo encontraba mal, que se llama Xavier Villaurrutia. En largas tardes, sin nada mexicano que leer, hablaban de libros extranjeros. Fue así como les vino la idea de publicar una pequeña revista de crítica y curiosidad”. Me gusta porque me parece que un joven crítico que todo lo encuentra mal es una condición sustancial para el nacimiento de una revista literaria. Quizá no siempre sea así, pero cambiar el estado de cosas y sacudir a los adormilados ha sido motivo para el nacimiento de muchas revistas. Cuando muchas décadas después se le preguntó a Daniel Bell cuál era el objetivo de la revista Partisan Review, él dijo, con estas mismas


HERMANO CERDO, UNA REVISTA ELECTRÓNICA l IMPRENTA PÚBLICA

palabras: “Cambiar el mundo”. Y los lectores, todo amor, guardan siempre las expectativas más grandes cuando se trata de una revista literaria que está por nacer. Y se preguntan: “¿Quiénes son estos tipos?” o “¿qué les molesta tanto como para que se decidan a sacar una revista literaria?”. En Los detectives salvajes la posible aparición de una nueva revista de poesía liderada por Arturo Belano y Ulises Lima es suficiente para cimbrar los fundamentos mismos de toda la poesía latino-americana. Uno comprende la ironía de Bolaño, porque dada la historia de la literatura mexicana es más seguro que sus revistas literarias perpetúen un estado de cosas a que lo cambien, lo que no es negativo, necesariamente, pues en el entramado que da forma a la República de las Letras, permanece también la dinámica que propicia a esos jóvenes críticos que todo lo encuentran mal, como un péndulo que una y otra vez, y a buen ritmo, toca sus extremos. Así, con frecuencia la cantaleta para presentar una revista es “lo hacemos porque nadie lo hace, porque nadie se atreve a criticar”. La presentación de la revista Revuelta, integrada en lo esencial por los escritores de la generación conocida como El Crack, dice: “Heredera de la curiosidad y la crítica que marca la tradición de la revista literaria mexicana, de Savia moderna a Vuelta pasando por Contemporáneos y Taller, por El hijo pródigo y Snob, así como por la Revista mexicana de literatura, pero también hija de otro afluente caudaloso: la revista de pensamiento, con Cuadernos americanos, La palabra y el hombre y la Revista de la Universidad de México, como ejemplos señeros, esta Revuelta aparece en el principio del siglo XXI de nuestro país en medio de una particular ausencia de debate y riesgo”. Y un poco después añade: “Revuelta es, también, una invitación abierta. Lejos de toda exclusión, esta revista latinoamericana de pensamiento hoy aparece en el horizonte. Reyes, Paz, Revueltas, Fuentes han construido —desde la divergencia— una tradición de la reflexión y la crítica que buscamos continuar en este espacio colectivo, lúdico, propicio en el que, anhelamos, la inteligencia no sea una soledad en llamas”. En medio de una “ausencia de debate y riesgo”, dicen los editores de Revuelta, ellos perpetuarán “la tradición de la reflexión y la crítica” en un espacio “colectivo, lúdico y propicio a la inteligencia”. Uno observa que las revistas literarias se sienten en la divergencia y pretenden estar diciendo justamente lo que era necesario decir en esos momentos y criticar lo que en esos momentos debía criticarse. Y entonces la dinámica va así: un gru-

po de escritores o de aspirantes a escritores forma un grupo, hace una revista literaria, y proclama, como los editores de Revuelta, que nadie está haciendo crítica y, entonces, hay que darse a la tarea de hacerlo todo otra vez. Y en esas circunstancias ¿para qué ponerle atención a las demás revistas? Dentro de esta honorable tradición parece un poco ingenuo creer en las revistas electrónicas de literatura, al menos como aspirantes legítimas a dicha tradición. ¿Dónde están las noches de desvelo junto a las prensas?, ¿dónde los bolsillos vacíos, la actitud heroica de mantener una revista de carne y hueso, por así decir? Además, porque viven en un espacio donde prácticamente no existen los límites, la cuestión de seleccionar o reclutar nuevos escritores parece democráticamente mediocre (aunque eso permita la ilusión de que las revistas de papel publican sólo pepitas de oro). Para la mayoría de las revistas electrónicas esto es cierto. En el ciberespacio una revista puede armarse con relativa facilidad; se puede anunciar su lanzamiento con un mail colectivo y actualizarla cada tanto con colaboraciones tomadas de aquí y allá, y además, con la parafernalia electrónica típica. Y en esas circunstancias, ¿quién puede culpar al editor de una revista de papel cuando éste no toma en serio a las revistas electrónicas? Pero lo que pienso es que la cuestión de revistas electrónicas versus revistas de papel no debería fundarse en sus respectivas plataformas, sino en lo que yace detrás del proyecto, lo que unos llaman la idea editorial, lo que otros llaman el feeling, y lo que otros más llaman “compromiso”. No que las tres cosas sean sinónimas, pero al menos una de ellas resulta indispensable para que una revista, ya sea de papel o electrónica, tenga sentido. HermanoCerdo, la revista de literatura de la que nos han invitado a hablar, nació dentro de esta honorable tradición, es decir, con la idea de que nadie estaba haciendo nada, de que todo estaba igual y de que la crítica, otra vez, no existía. Por perversión formativa decidimos que uno de los temas a discutir era la pertinencia del “realismo” en la literatura mexicana (y por extensión en la literatura latinoamericana), y que nadie estaba haciendo ni diciendo nada al respecto, porque, de hecho, nadie se interesaba en las convenciones del realismo, al menos no tanto como se interesaban en las convenciones de su hermanastro perverso. Parecía una posición conservadora, en cierto sentido, y paradójica, dada su plataforma. Pero así fue. Habríamos perdido tiempo y energías si hubiéramos pensado en la necesidad de legiMETAPOLÍTICA

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IMPRENTA PÚBLICA l MAURICIO SALVADOR timarnos con los editores de revistas de carne y hueso, porque esa legitimación tendría que venir de la mano de colaboradores “conocidos”, o del espaldarazo, o de un comité editorial con una o dos perlas a las que fuera posible acudir de vez en vez. Pero no ha sido así, pues lo verdaderamente fascinante de lo llamado “electrónico” es que se puede prescindir de las convenciones, o sea, uno puede concentrarse en lo que hace sin preocuparse por si las puertas de la República de las Letras se abrirán un día. La influencia del internet es tan bondadosa que uno tiene la certeza de que “eso” que se quiere decir, tarde o temprano, llegará a sus lectores. Al momento de escribir esto, nuestra revista ha alcanzado el número 18. Durante dos años hemos publicado a autores jóvenes de Argentina, Perú, España, Estados Unidos, Chile, Uruguay, República Dominicana, Ecuador y México. Para no quedar atrás, hemos hecho también un rescate literario reclutando al escritor marginal Miguel Habedero, que escribe una columna cada número. Raro como es, casi nadie de los que colaboramos en la revista nos hemos visto en persona, y las manos que la hacen trabajan a miles de kilómetros de distancia uno del otro. Entre nuestras satisfacciones se encuentra el haber ofrecido la traducción de voces críticas y creativas poco conocidas en Latinoamérica, como las de los críticos James Wood y B. R. Myers, o la del escritor de ficción Leonard Michaels. Hoy en día el equipo editorial de HermanoCerdo lo constituyen unas diez personas que viven en los más remotos confines de Latinoamérica y España. La idea de que debemos discutir “la pertinencia del realismo” se ha mezclado con

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núm. 57 | enero-febrero 2008

otras posiciones y gustos. Así, hay noches en las que, vía chat, mi amigo ecuatoriano me cuenta las últimas de las literatura ecuatoriana, y un poco más tarde mi amigo de Barcelona me manda una crónica de cómo Herralde salió por la tarde a caminar, y al otro día mi amiga de Argentina me habla de los jóvenes escritores argentinos. Y como resulta que HermanoCerdo está alojada en el ciberespacio, a veces siento como que yo mismo floto en el espacio y que, dadas las circunstancias, es un excelente punto de vista. Por último, quisiera citar un fragmento de un ensayo del crítico A. O. Scott que los editores de la revista Cuaderno Salmón citaron al lanzar su primer número: [...] Empezar una pequeña revista —es decir, comprometerte a crear una inmutable, finita pila de páginas, perfectamente encudernadas, que aparecerá, dedazos y todo, cada mes, o cada dos, o cada seis, o cuando sea, incluso si mantienes un blog o, por necesidad, un trabajo diurno o sufres preparando una disertación— es, al menos en parte, protestar contra la tiranía de lo fugaz. Es optar por la lentitud, la paciencia, la extensión. Es defender la posibilidad de la seriedad en contra del parloteo y la superficialidad de la época —y es ir también, por supuesto, contra otras revistas.

Varios de los peores adjetivos de esta cita son los que comúnmente se aplicaban a las empresas literarias electrónicas. Pero la verdad es que en el ciberespacio uno es capaz de comprometerse e, incluso, “de protestar contra la tiranía de lo fugaz”. ¿Raro, no? La verdad es que sí. Q


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