SUMARIO Vol. 14, núm.68, enero/marzo de 2010
www.metapolitica.com.mx D I R E C T O R G E N E R A L : Ricardo Moreno Botello F U N D A D O R : César Cansino D I R E C T O R E D I T O R I A L : Israel Covarrubias E D I T O R L I T E R A R I O : Hugo Diego J E F E D E R E D A C C I Ó N : Enrique de Jesús Pimentel G E R E N T E G E N E R A L : Alberto Navarrete Zumárraga CONSEJO EDITORIAL José Antonio Aguilar Rivera, Roderic Ai Camp, Alejandro Anaya, Antonio Annino, Israel Arrollo, María Luisa Barcalett Pérez, Miguel Carbonell, Sergio Cortés, José Antonio Crespo, Jaime del Arenal Fenochio, Rafael Estrada Michel, Nestor García Canclini, Juan Sebastián Gatti, Aurora Gómez-Galvarriato Freer, Armando González Torres, Conrado Hernández López (+), José Lazcarro Toquero, Ismael Ledesma Mateos, María de los Ángeles Mascott Sánchez, Alfio Mastropaolo, Beatriz Meyer, Jean Meyer, Edgar Morales, Leonardo Morlino, José Luis Orozco, Juan Pablo Pampillo Baliño, Will G. Pansters, Mario Perniola, Ugo Pipitone, Juan Manuel Ramírez Saíz, Gerardo Ramos Brito, Víctor Reynoso, Xavier Rodríguez Ledesma, Roberto Sánchez, Antolín Sánchez Cuervo, María Eugenia Sánchez Díaz de Rivera, Ilán Semo, Ángel Sermeño, Enrique Soto Eguíbar, Federico Vázquez Calero, Silvestre Villegas Revueltas, Danilo Zolo
PORTAFOLIO 8
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COMPOSICIÓN TIPOGRÁFICA Y DIAGRAMACIÓN:
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LA HUELLA DEL CRIMEN. IMAGEN DE LA CIUDAD por Patxi Lanceros
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JOSÉ ENRIQUE VILLA RIVERA: “EN MÉXICO, LA INVERSIÓN EN EDUCACIÓN SUPERIOR ES ALTAMENTE RENTABLE” Entrevista realizada por Ricardo Moreno Botello
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¿TODO ES TOLERANCIA? por Boris Berenzon Gorn y Georgina Calderón Aragón
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DICTAR LA MEMORIA. JUSTICIA TRANSICIONAL EN AMÉRICA LATINA por Óscar del Álamo Pons
49
ÉLISABETH ROUDINESCO: “LA DEMOCRACIA PROTEGE LA INTIMIDAD Y SALVAGUARDA EL PLACER” Entrevista realizada por Israel Covarrubias
Armando Hatzacorsian VERSIÓN
ELECTRÓNICA:
México.com
METAPOLÍTICA es una publicación trimestral (enero-marzo de 2010) editada por Cangato, S. A. de C. V. Editor responsable: José Ricardo Moreno Botello. Número de reserva al titulo en derecho de autor: 04-2008-120313370700102. Número de certificado de licitud de título: 14466. Número de certificado de licitud de contenido: 12039. Domicilio: Campeche 351-101, Col. Hipódromo Condesa, Deleg. Cuauhtémoc, México, 06100, D.F., MÉXICO, tels. (55) 91 50 10 36 y (55) 91 50 10 38, fax: 91 50 10 38. Correo-e: metapolitica@gmail.com Suscripciones: Gabriela Oropeza, tel. (55) 91 50 10 38. Correo-e: suscripciones@metapolitica.com.mx. Todos los derechos de reproducción de los textos aquí publicados están reservados por METAPOLÍTICA. ISSN 1405-4558. ISSN (versión electrónica) 1605-0576. Publicación periódica autorizada por SEPOMEX. Registro postal IM09-0058 y PP09-0463. Impresión CAMSA Impresores, S.A. de C.V., Calle San Juan, Lote 15, Manzana 10, Col. Bellavista, Cuautitlán Izcalli, C.P. 54720, Estado de México. Distribución: CITEM, S.A. de C.V., Av. Del Cristo 101, Col. Xocoyahualco, C.P. 54080, Tlalnepantla, Estado de México, Teléfono 52 38 02 00 y ARIELI Municipio Libre 141, interior 1, Col. Portales, C.P. 03650, México D.F. El tiraje de este número es de 10 mil ejemplares. METAPOLÍTICA aparece en los siguientes índices: CLASE, CITAS LATINOAMERICANAS EN CIENCIAS SOCIALES (Centro de Información Científica y Humanística, UNAM); INIST (Institute de L Information Scientifique et Tecnique); Sociological Abstract, Inc.; PAIS (Public Affairs Information Service); IBSS (Internacional Political Science Abstract); URLICH S (Internacional Periodicals Directory) y EBSCO Information Services. METAPOLÍTICA no se hace responsable por materiales no solicitados. Títulos y subtítulos de la redacción.
JOSÉ LAZCARRO: RECUPERAR LAS RAÍCES por Enrique de Jesús Pimentel
SOCIEDAD ABIERTA
C O O R D I N A D O R A D E D E B AT E S D E L P R E S E N T E N Ú M E R O : Ariel Rodríguez Kuri (El Colegio de México) DISEÑO,
LUIS ZÁRATE: LA ALGARABÍA ORGÁNICA DE UN MUNDO GENÉSICO
DEBATES El BiCentenario ¿Historia para qué? 56
1810: ¿FESTEJAR O CONMEMORAR? por Juan Ortiz Escamilla
60
“NACIÓN SOBERANA E INDEPENDIENTE”. LA DIMENSIÓN REVOLUCIONARIA DE LA INDEPENDENCIA A PARTIR DE DOS CASOS AMERICANOS por Erika Pani
65
PERSPECTIVAS CULTURALES SOBRE LA OPINIÓN PÚBLICA (NUEVA ESPAÑA, 1789-1821) por Gabriel Torres Puga
73
ESTILOS DE LIDERAZGO: DOS EJÉRCITOS EN LA REVOLUCIÓN MEXICANA por Pedro Salmerón
77
DIEZ ERRORES SOBRE EL ZAPATISMO por Felipe Arturo Ávila Espinosa
SOCIEDAD SECRETA 83
DEL MIEDO por Jair Cortés
84
INDAGACIONES A SU PULSO QUE CESA (DE CÓMO DON QUIJOTE CAYÓ MALO Y DEL TESTAMENTO QUE HIZO Y SU MUERTE) por Manuel R. Montes
88
WONG KAR-WAI Y LA POÉTICA DEL SECRETO por Jezreel Salazar
93
LA HUELGA DEL ESCRITOR por Vivian Abenshushan
95
DEL DIÁLOGO CON UNO MISMO por Rafael Toriz
98
FAUNA FANTÁSTICA por Askari Mateos
101
UNA TEMPORADA FLOTANTE
LA LETRA CON ANUNCIOS ENTRA por Luigi Amara 103
LA JAULA DE LOS CUYOS
EL TACTO Y LA PLÁSTICA por Enrique Soto Eguibar IMPRENTA PÚBLICA 106
LO QUE UN ESCRITOR DE ENSAYOS LE PUEDE ENSEÑAR A UN EDITOR por Mario Perniola
108
LA BIBLIOTECA “JOSÉ MARÍA LAFRAGUA” Y SUS LIBROS INCUNABLES por Manuel de Santiago
110
Sobre EL NARCO: LA GUERRA FALLIDA de RUBÉN AGUILAR VALENZUELA y JORGE G. CASTAÑEDA por Miguel Carbonell
112
Sobre LOS NUEVOS SENTIDOS DEL DESARROLLO. CIUDADANÍAS EMERGENTES, PAZ Y RECONSTITUCIÓN DE LO COMÚN de OSCAR USECHE por Luis Martínez Andrade
114
Sobre EL HOMBRE SIN CABEZA de SERGIO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ por Bibiana Camacho
115
Sobre TANTEOS de JOSU LANDA por José Trinidad Mendoza Hernández
117
Sobre HISTORIA Y DESTINO DE LA FILOSOFÍA NOVOHISPANA de SANDRA ANCHONDO PAVÓN (COMP.) por Gerardo Martínez Hernández
119
Sobre LA COMUNIDAD FILOSÓFICA. MANIFIESTO POR UNA UNIVERSIDAD POPULAR de MICHEL ONFRAY por Javier Tapia Navarro
S OCIEDAD 121
Y PATRIMONIO
LA REGIÓN DE LOS TUXTLAS. LA SUPREMACÍA DE LA NATURALEZA por Hugo Diego
Foto de la portada: Gerardo “Gudinni” Cortina
Luis Zárate , *
LA ALGARABÍA ORGÁNICA DE UN MUNDO P O R TA F O L I O
GENÉSICO En la obra de Zárate yo veo un elemento de compasión profunda que nos invita a comprender que todos —objetos, minerales, vegetales, animales, seres humanos y seres reales de la imaginación— participamos de un mismo impulso y de una misma energía: todos somos hilos distintos pero entreverados en la trama compleja de la creación” Alberto Blanco
* Nació en Santa Catarina, Cuanana, Tlaxiaco, Oaxaca 1951. De 1974 a 1985 estudió en la Escuela Nacional de Artes Decorativas en París y en el Atelier 17, París, Francia. Ha realizado exposiciones individuales y colectivas en museos, galerías y bienales en París, Francia; Singapur; Tuzla, Yugoslavia; Madrid, España; Berlín, Alemania; Bélgica; Bulgaria; Oslo, Noruega; México. Recibió en 1980 el Premio Internacional del Principado de Mónaco. Email: eltallerlz@hotmail.com METAPOLÍTICA
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LUIS ZÁRATE | PORTAFOLIO
Sin título s.f. Óleo sobre tela 80 x 100 cm.
METAPOLÍTICA
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PORTAFOLIO | LUIS ZÁRATE
Plática de perros después de chupar faros s.f. Óleo sobre tela 80 x 80 cm.
Enamorado 2003
Óleo sobre lino 100 x 80 cm. METAPOLÍTICA
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núm. 68 | enero-marzo 2010
LUIS ZÁRATE | PORTAFOLIO
METAPOLÍTICA
núm. 68 | enero-marzo 2010
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PORTAFOLIO | LUIS ZÁRATE
Gemelos 2009
Óleo sobre papel 56 x 66 cm.
METAPOLÍTICA
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LUIS ZÁRATE | PORTAFOLIO
Sin título 1985
Tintachina
METAPOLÍTICA
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AAA | AAA
José Lazcarro : *
RECUPERAR LAS RAÍCES Enrique de Jesús Pimentel
A
sí como los trazos sólidos y de gran aliento caracterizan la obra pictórica de José Lazcarro, en sus esculturas encontramos
una dimensión rotunda de los volúmenes que, de ma-
nera irresistible, se nos imponen como una categoría visual que intenta agotar las posibilidades de la mirada. Sus propuestas escultóricas son una suerte de presencias que se instalan en el centro mismo de nuestra capacidad de aprehensión, en el umbral exacto donde estar es algo más que simplemente ocurrir. Lazcarro lleva a cabo una ocupación del espacio que es, al mismo tiempo, una indagación del origen de todas las cosas. No es fortuito, por lo tanto, que la materia prima de Naturaleza Muerta IV provenga de las raíces de alguno de los longevos árboles que solían flanquear la carretera entre Cholula y Huejotzingo. Un material poco propicio para la talla pero altamente propiciatorio de significados y contornos, de perfiles sugerentes y vestigios conceptuales. Las implicaciones ecológicas de su propuesta no son menores: estas figuras sinuosas pertenecen a una tridimensionalidad que se multiplica para examinar las diversas aristas de la devastación que ha provocado que esta difícil madera emerja de su recinto terrestre. Pasta
Naturaleza muerta IV
plástica y pintura automotriz complementan esta trans-
Puebla, 2009
formación, esta recuperación excepcional con la que,
Talla en raíz de álamo, con pasta plástica
una vez más, la obra de José Lazcarro se reorienta de lo
y laca automotiva
ornamental hacia lo dramático, articulando además una
150 x 130 x 85 cm.
denuncia ecológica a la que recorre una tensión estética tan multiforme y polisémica como los diversos planos desde los cuales Naturaleza Muerta IV se inserta en nuestro campo de percepción.
*Artista plástico visual, académico e investigador, egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas (antigua Academia de San Carlos), ha participado activamente en el movimiento de formación de diferentes escuelas de arte y grupos de creación artística en México desde la década de los 70 hasta la actualidad. Con Naturaleza Muerta IV, José Lazcarro resultó ganador de la IX Bienal Monterrey FEMSA 2009 en formato tridimensional. METAPOLÍTICA
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LA HUELLA DEL
crimen.
IMAGEN DE LA CIUDAD Patxi Lanceros* No obstante, la vida humana es bendecida en imagen y maldecida en imagen; sólo en imágenes puede comprenderse a sí misma; las imágenes son indesterrables, están en nosotros desde el comienzo del rebaño, son más antiguas y más poderosas que nuestro pensamiento, están fuera del tiempo, abarcan pasado y futuro, son doble recuerdo del ensueño y tienen más poder que nosotros. Herman Broch, La muerte de Virgilio.
DE ESPACIO
C
oncebido en la modernidad, junto al tiempo y en relación con él, como condición a priori de la sensibilidad (con el concurso y la venia de Kant, evidentemente), el espacio no se ha beneficiado —sí, por el contrario, el tiempo— de una suficiente reflexión filosófica hasta hace muy pocos años. Si a lo largo del siglo XX el concepto de espacio ha sido habitual en las obras de arquitectos y urbanistas, de geógrafos y sociólogos, parece que su carácter “condicionante”, acaso equivalente al del tiempo, no incitó a la filosofía tanto como el de este último. Tal vez porque la modernidad ha vivido bajo el patrocinio de la historia (o ha consistido en el pre-dominio de la historia) y esta se extiende y * Filósofo y ensayista español. Entre sus más recientes libros se encuentran (como director junto a Andrés Ortiz-Oses), Diccionario de la existencia. Asuntos relevantes de la vida humana (Barcelona, Anthropos, 2006); y La modernidad cansada y otras fatigas (Madrid, Biblioteca Nueva, 2006).
METAPOLÍTICA
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se distiende en el tiempo, el espacio, inmóvil y fijo, paciente y subyacente, no ha requerido atención adecuada. O tal vez porque parece que la humana existencia se halla afectada por el tiempo y por el tiempo infectada, mientras que “solamente” se soporta en el espacio. Sin embargo, en el espacio se sostiene y se contiene la existencia humana. En el Espacio máximo de desconocidos límites que, más o menos, equivale al Universo y en los espacios mínimos, inframicroscópicos, infraatómicos o infracelulares; y también, más próximos a la experiencia habitual, en esos “mesoespacios” que se sitúan entre las magnitudes macroscópicas y microscópicas, que van desde el habitáculo hasta el Globo terrestre pasando por lugares, ciudades, regiones, naciones, continentes… Todos ellos son condición —inmanente— de la sensibilidad; y aun parecería que también del entendimiento y de la razón. Todos ellos son condiciones de la existencia y de la co-existencia. En ausencia de confirmación de una base en el griego spadion-stadion,1 la palabra espacio (espace, space, spazio) procede del latín semiculto spatium que designa un terreno abierto, un campo hábil para correr o para pasear (sentido que se mantiene en el alemán spazieren, también semiculto), un terreno, por ello que se entiende “exterior” y “público”, y que podría considerarse como dato inicial, o como mera naturaleza. En alemán, sin embargo, el término que cabe traducir por espacio (Raum) procede del teu1 La
hipótesis fue tempranamente sugerida por Mommsen y no cuenta, hasta donde me consta, con muchos partidarios, aunque resulte atractiva por muchos conceptos.
LA HUELLA DEL CRIMEN | SOCIEDAD ABIERTA tónico ruun, que da room en inglés o ruimte en holandés. Derivado del adjetivo común altogermánico ruuma relacionado a su vez con el avéstico ravah y con el latino rus (ruris) designa espacio, sí, pero un espacio que ha sido previamente “abierto” o despejado, un espacio que se ha conseguido o ganado; delata el término Raum la actividad humana en la elaboración y en la “conquista del espacio” (Duque, 2001, pp. 8 y ss., 2005, 2008). Encontrarse en el espacio abierto o provocar la apertura, saberse en el espacio o conquistarlo. Esa parece ser la alternativa que la historia de las palabras descubre y describe. O, más que la alternativa, la alternancia que indica la posición del humano y su trabajo creador: desde el espacio, sobre el espacio. Que puede aparecer, a la vez, como ilimitado y susceptible de delimitación, como indeterminado y susceptible de determinación. Determinación y delimitación son condiciones del orden, de todo orden. Y orden, u órdenes, es lo que descubre la mirada en los diferentes hábitats que la condición humana se ha dado, los que ha elaborado en su existencia y con su experiencia. Órdenes que, a una percepción no entrenada, o excesivamente complaciente con el propio entramado de relaciones, con las disposiciones habituales de sus palabras y sus cosas, le puede frecuentemente parecer caos. Pero orden delata la gruta prehistórica, o el claro abierto en el bosque a efectos de culto o reunión, o la ciudad antigua, cruzada por sus dos principales avenidas, o la Roma quadrata. Determinadas y determinantes, esas experiencias de orden son el resultado de una intervención técnica; una intervención en la que la técnica todavía conserva y guarda la presencia del arte. Esas experiencias son, también —o sobre todo— sustracción al espacio in-finito, inmenso; son acto —violento, si se quiere— de apropiación: o verdadera violencia fundadora, que antecede a la estudiada por Benjamin o Derrida. Del espacio in-finito se hace lugar al establecer límite, valla o cercado, al talar o despejar el bosque o el matorral. El espacio continuo se ve así fracturado, cortado por discontinuidades que establecen diferencias cualitativas, niveles y jerarquías: un ámbito sagrado, por ejemplo, un espacio separado y protegido, un espacio segregado del bosque o la llanura, un espacio capturado, captado y conceptualizado Así el temenos griego, o incluso anterior, y el templum romano son el producto de un corte, de una segregación. Y se alzan como territorio sagrado en la medida (y por la medida) en que representan una intervención, o una sustracción fundadora de culto y cultura. Lo mismo que la
tierra de labor; también ella, en este sentido, sagrada, ha sido separada, sustraída para el cultivo. Cultivo, culto y cultura, ámbitos de actividad y contemplación, de acción y pensamiento, escenarios en los que se gesta —y se gestiona— la experiencia humana y que aparecen inicialmente como dibujo, diseño y designio en el espacio: en un espacio que una vez cultivado y culturizado, se expone como condición de existencia. No se discute aquí si el humano ha trabado combate —singular y plural, individual y colectivo— en, con y contra el tiempo. Y que la intervención, también demarcadora, delimitadora, en el flujo temporal ha propiciado ritmos de actividad o labor, de celebración, culto y guerra, días fastos y nefastos, también ellos segregados. Como no se discute que el orden y la medida se experimenten también en el decurso del tiempo: en la alternancia del día y la noche, en los ciclos solares o lunares, en el devenir y retornar de las estaciones. Lo que ocurre es que la ley —férrea ley— del tiempo se conjura y se conjuga con la ley del espacio. Y ambas, de común acuerdo, son condición de orden, condición de existencia; o condiciones de toda experiencia posible. Pues la ley de la posibilidad y la posibilidad de la ley implican pro-posiciones, condiciones pro-puestas de(l) poder. Del poder ser, del poder estar. Despejar una estancia o promover un intervalo, es la genuina actividad creadora, previa a cualquier edificación. Bien lo sabía el cronista de la creación en el mito semita (Gen. 1, 1-18), que narra el episodio como una sucesión de separaciones y reuniones, de delimitaciones y demarcaciones que abren espacio y tiempo, escenarios en los que tendrá lugar la completa aventura de la vida (vegetal, animal y, finalmente, humana); o en los que tendrán lugar la producción (vv. 11 y 24), la expansión y el dominio (vv. 26 y 28). El imperativo “fiat” del Dios bíblico es el arquetipo, efectivamente, de la creación, de una “tecnopoiética” que delimita y separa: la luz de las tinieblas, las aguas superiores de las inferiores, la tierra de los mares, el día de la noche. El arte de la separación crea espacio y da lugar (y tiempo). Trazar una línea es circunscribir un habitat, y prefigurar hábitos y habitantes, divisiones y decisiones normativas que presuponen el gesto creador inicial e iniciático, gesto que se repite en la fundación de ciudades, en ese acto in-augural que invoca cielo y tierra y se consuma con un trazo, con una marca de limitación. Ocurre también que el espacio que así se abre, o el lugar que se augura y se inaugura, tiende rápidamente METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD ABIERTA | PATXI LANCEROS a cerrarse, que el trazo de apertura puede ser también trazo de clausura; y que la demarcación se prolonga en líneas de fractura: de exilio, hostilidad y combate. Caos es el “espacio” infinito, no demarcado o no trazado. Caos es el bostezo informe que, según Hesíodo, era en el principio, o era el principio. La línea o el trazo, la separación en cualquier caso, dan lugar (tópos) o espacio propiamente dicho, el que puede ser, con trabajo, violencia o astucia, habilitado y habitado (jóra): recipientes y contenedores hospitalarios en los que se cursa la experiencia y que cobijan la existencia. Pues espacio y lugar son cercos o límites sagrados de protección (el lugar, dice Aristóteles, es el primer límite inmóvil de lo abarcante: tou periéjontos péras akíneton proton). Inmóvil y, frecuentemente, impasible, el lugar, apertura de hospitalidad, es también clausura que proyecta hostilidad. No ambigüedad sino intrínseca duplicidad de toda línea, de cada trazo. Quizá todo el drama del humano, el drama de su existencia, se proyecta desde la primera línea que se traza, desde esa línea que crea espacio y da lugar: también al horror. Quizá el drama humano se haya escenificado preferentemente —y hoy más que nunca— en ese conjunto de líneas, superficies, volúmenes, en esa organización del espacio (y) del poder que es la ciudad (Cfr. van de Ven, 1981). La línea, trazo o traza, es establecimiento e institución de un principio de orden. De un principio que sucede, sin embargo, a otro: a un origen, si se quiere, que queda retraído o rezagado, a un origen separado (sagrado) del que el humano ha sido expelido, expulsado. Y del cual queda, resiste, memoria narrada, leyenda: mito. Origen paradisíaco, roto por la desobediencia: que abre otro espacio, de nomadismo y exilio, en el que se hace la experiencia de la orfandad, del abandono. El abandono y la orfandad de Adán y Eva, que dan paso a su condición humana:2 demasiado humana y plenamente humana. Y orfandad de una estirpe que se revela delincuente, que habita en el inmenso territorio de la falta, de la falta de fundamento: fuga del origen con el 2 Puede ser, como afirma Georg Simmel, que la fruta que degustaron (y por la que padecieron) Adán y Eva en el Paraíso no estuviera suficientemente madura: obliga, en cualquier caso a un nacimiento para siempre pre-maturo. Escenifica, sin duda, la caída, y la intemperie a la que la caída condena. Pero apenas sugiere nada a efectos de elevación alternativa. Esta última se proyecta desde otro signo, otro crimen. Una excelente filosofía de la caída (y de la caída en la filosofía) puede encontrarse en Fabris (2008).
METAPOLÍTICA
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que sólo (y siempre) se entabla relación a través del relato. Estirpe, la de Caín, que gestionará la herencia, acaso sin testamento, de una fundación distante del Paraíso, o en permanente exilio: organizado y ordenado. Orfandad de Rómulo y Remo que, amamantados por una loba, se yerguen de su estado salvaje (agrios) para proyectar otro estado de cultura, tal vez —la expresión es conocida— otro estado de barbarie. Y tras el abandono, el crimen: el de Rómulo mismo, el de Caín. Y tras el crimen (no se olvide: doméstico, familiar, “entrañable”), la ciudad. Roma, o aquella que fundó Caín en la región de Nod; y a la que puso el nombre de su hijo, Henoc. Otra vez la familia. Muchas cuestiones se acumulan sobre la línea: línea de fuga, de fractura, pronto de protección. Cuestiones relativas al origen —eludido o elidido— y aun al “suplemento del origen” (Derrida, 1985, pp. 149 y ss.),3 cuestiones referidas a la diferencia y a la presencia, o a la violencia, tanto fundadora como (in)fundada. A esa violencia que dispersa a la familia (y altera el estatuto de las génesis y las genealogías, la lógica del estirpe o del clan) al explotar en y desde su interior: y que re-produce (de forma difer(i)ente) sus arcaicos y arcanos prestigios en otro lugar. En el espacio in-menso o des-medido, en el espacio infinito o meramente indefinido, la línea abre otro espacio (que se quiere definido y acaso definitivo) al cerrarse sobre sí misma, al instituirse como clausura autorreferencial: condición de posibilidad de la hetero-referencia, de la comunicación y el dominio. En el mundo infinito —por pervertir un famoso título de Koyré— abre, al clausurarse, un cosmos cerrado. Ese cosmos es la ciudad, artefacto principal de la conquista del espacio. La línea es la gran hazaña técnica; la gran hazaña artística, vale decir. Y su producto genuino es la ciudad. La línea es signo, es crimen. Es efecto de una discriminación o un discernimiento y causa de muchos otros, es efecto de una decisión, de una occisión. De una violencia que amenaza con extender el desorden, de prolongar el abandono. Habrá que seguir interrogando sobre el mensaje que emiten esas metáforas —familiares— del abandono o de la orfandad. Vayamos, sin embargo, 3 No se olvide, por cierto, que crimen en latín (de cerno, relacionado a su vez con el kríno griego) significa, precisamente, signo. Resultará evidente que esa equivalencia —y lo que propone pensar-, fácilmente comprobable en cualquier diccionario, es la guía retórica del presente ensayo.
LA HUELLA DEL CRIMEN | SOCIEDAD ABIERTA
Foto: Arturo Talavera
al crimen, al signo: de Rómulo o de Caín. Vayamos a la ciudad (Zarone, 1993; Lanceros, 2006). Pues sin línea, sin discriminación o discernimiento, sin crimen, sin signo, no hay ciudad. Y no hay región. No hay espacio abierto sin el cierre de líneas. Coincido con Edward Soja (1996, 1989) en que no se puede entender la ciudad sin referencia —fundamental— al espacio. Tampoco se puede entender el espacio como espacio político, o espacio estético, o espacio ético, sin referencia a la ciudad.4 Que muchos
estudios de geografía urbana, sociología y urbanismo avalen hoy ambos asertos, no es óbice para ensayar una interpretación del compromiso princip(i)al entre espacio y ciudad. Pues la ciudad no se instala en un espacio indiferente: crea, por el contrario, un espacio diferente. Y un espacio que quiere —puede querer y quiere poder— diferirse en el tiempo. La ciudad crea región. Cuestión, nuevamente, de líneas: de crímenes o signos. La región puede pasar por ser el continente espacial
4 Pues de ese espacio se trata, efectivamente: un espacio producido o proyectado cuyo estudio requiere el análisis de ámbitos diversos, que no van a ser explorados aquí. Una invitación a considerar la complejidad del espacio en perspectiva urbana se puede encontrar ya en los clásicos trabajos de Castells (1974, p. 424): “Tan imposible es hacer un análisis del espacio ‘en sí’ como hacerlo del tiempo... El espacio, como producto social, es especificado siempre por una relación definida entre las diferentes instancias de la estructura social: la económica, la política,
la ideológica y la coyuntura de las relaciones sociales que resulta de ello. El espacio es, pues, siempre coyuntura histórica y forma social que recibe su sentido de los procesos sociales que se expresan a través suyo. El espacio es susceptible de producir, recíprocamente, efectos específicos sobre los otros campos de la coyuntura social, debido a la forma particular de articulación de las instancias estructurales que constituye”. Véase también Castells (1981), Borja y Castells (1997), y Lezama (2002). METAPOLÍTICA
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Foto: Arturo Talavera
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LA HUELLA DEL CRIMEN | SOCIEDAD ABIERTA más cercano a la mera naturaleza. La nostalgia de ella, de la naturaleza, que hoy nos afecta de forma particularmente acuciante, parece imponer esa “naturalidad” a las regiones, frente a la artificialidad de las provincias o de los Estados. Conviene no olvidar algún dato que ilustra al respecto del estatuto de la región, desde el principio. Y en el principio, lo sabemos, era el verbo: en este caso el verbo rego (conducir o guiar, dirigir en línea recta). Un verbo que delata un evidente uso político, o ya prepolítico; una íntima relación con el orden y la organización. Que de él procedan las palabras que enuncian lo recto y lo correcto, la rectitud y la corrección, o las que dicen el derecho y lo derecho (también la derecha), las que aluden al régimen y al regimiento, o a toda suerte de dirección, rección y erección, es algo interesante que no puede ser explorado aquí.5 Región: un territorio, acaso un país, una zona, una comarca, una extensión de terreno delimitada. Naturalmente. Pero, ¿delimitada por quién?, ¿delimitada por qué?, ¿por qué, por quién y dónde se traza la línea que de-limita, que de-fine la región?, ¿qué marca (es) la comarca?, ¿qué signo, qué crimen, qué acto de discriminación, de discernimiento o demarcación? En principio, regio no significa sólo zona o territorio delimitado, sino que alude, sobre todo en plural, a la misma línea o al límite, a la frontera que define la zona: y que zona, a su vez designa el ceñidor o la faja, el cinturón que ciñe, y así limita o demarca, lo que queda en su interior.6 Al pensar la región estamos, una vez más, sobre la línea. Ya no tan naturalmente. ¿Qué línea o líneas? La regio, no visible para todos o para cualquiera es, efectivamente, una composición de líneas: las que traza el augur en el cielo con su lituo (lituus). Se trata de la fundación de la ciudad, se trata de la imagen de la ciudad, de sus límites imaginarios que, a través de un rito complejo al que más tarde aludiremos, se trasladan a la tierra. La regio, la zona, el espacio, se definen y se trazan desde la ciudad, desde la fundación de la ciudad. No se instala, no se instituye o se fun5 Sí el hecho de que región (regio) sea un derivado, a su vez, de ese verbo impositivo (rego) que estaba -ya- en el principio: alejado del origen, con el que sin embargo, prolonga o difiere una cita permanentemente aplazada, permanentemente desplazada. 6 Zona, en latín, deriva a su vez de la palabra griega zóne, forma sustantiva del verbo zónnymi, que significa ceñir o ceñirse. De ahí procede también la palabra zoster, ese herpes con apariencia de cordel o cinturón, y que ciñe con dolor y sin piedad.
da la ciudad en una región (sea la de Nod, la del Ática o la del Lacio) sino que es la ciudad la que proyecta y domina un espacio que queda de-finido, de-limitado o de-marcado como región, como territorio ceñido, dirigido y dominado por la ciudad: regio. Toma de tierra, como diría Carl Schmitt, que implica capturar, partir o repartir, traer o sustraer, y habilitar un terreno nutritivo y seguro, zona de paz y zona en la que pacer, zona de pastoreo y de pasto (no sólo para animales no racionales): Nehmen, Teilen, Weiden. Trazado de líneas, partición o reparto, que precedería a la ley y al nombre: Nomos-Nahme-Name (Schmitt, 1953, 1959, 1979). Se trata de líneas, se trata de signos (Azara, 2005, pp. 56 y ss.). Y de imagen, poder o dominio. El lituo, el instrumento con el que esas líneas se trazan (en el cielo, no se olvide) es, efectivamente, el bastón o el báculo del augur, pero también la trompeta o el clarín de guerra, y también el signo, la señal: y el que de-signa y da la señal. Desde el cielo y sobre la tierra se funda la ciudad, se traza la línea, la región. Se cierra lo que (se) abre y abre lo que (se) cierra: la línea. Y se ha señalado, de signo se trata, un centro que es imagen del cielo en la tierra, imagen de la gloria y del poder. Desde ese centro, convenientemente señalado, se medirán el espacio y el tiempo. Desde ese centro, convenientemente edificado —construido, habitado, pensado— se proyectan el orden, la ley y el nombre: edificio singular y ordenación total, organización y normalización desde lo que se contempla, se percibe y se consiente como excepcional. Esquema repetido y conservado en sus muchas metamorfosis, para ese edificio modelo que la imaginación y la pluma de Julio Verne ubican en el centro de Stahlstadt —la Ciudad del Acero—, gobernada con mano de hierro por Herr Schultze: “Sabía que el centro de la tela de araña formada por Stahlstadt era la Torre del Toro, especie de construcción ciclópea que dominaba todos los edificios próximos” (Verne, 1970, p. 81). Desde cada Torre del Toro se proyecta(rá) una imagen que concentra y promueve todo ese complejo, todo ese síndrome —enfermedad de repetición— de dominio. Y que ejerce como condición de la sensibilidad: cierto es que ser es percibir y ser percibido. Desde la ciudad, desde la fundación de la ciudad, desde la imagen que la ciudad encarna o pretende, desde el Zigurat o la acrópolis, el palacio o el templo se habilitan espacio y tiempo habitables, se instituyen hábitos, se producen habitantes. METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD ABIERTA | PATXI LANCEROS En un verso célebre del primer estásimo de Antígona, se refiere Sófocles a tres dominios que el hombre, que poco antes ha sido calificado como “lo más formidable” (to deinotaton), ha aprendido por sí mismo: el lenguaje, el pensamiento y las pasiones que ordenan ciudades (astynómous orgás). Hemos de prescindir aquí, no por su menor importancia, de las dos primeras para centrarnos en la tercera. Considerando, además, que esas pasiones ordenadoras de ciudades se vierten en dos cursos de acción, obviamente relacionados, como se acaba de sugerir, desde el principio: la instauración de normas y la construcción de formas. Entre ambas, en el nudo que las ata, se produce y se reproduce la multisecular alianza o el verdadero matrimonio (no ajeno a desavenencias y conatos, nunca definitivamente consumados, de divorcio) entre la arquitectura y el poder. Espacio y tiempo, y todos los modos y todos los aspectos. Ab urbe condita.
DE L A CIUDAD
Si no una estricta necesidad, es una vieja convención la de comparar la ciudad real —en detrimento de ella— con una imagen o modelo que presume del valor añadido de la perfección y de la trascendencia. Sea la ciudad ideal (Platón es, obviamente, el aludido), sea la Ciudad de Dios (San Agustín, esta vez) o la larga serie de utopías que, a lo largo de los siglos, han proyectado el pensamiento, la literatura y el arte. La ciudad real, aquella que, de diversas formas se ha ido real-izando desde sus lejanos comienzos (acaso Jericó, acaso Uruk, o Ur, o Çatal Huyuk...) hasta las actuales megalópolis tiene que justificarse; y tiene que defenderse, todavía hoy, de su pecado original. Que, según el mito bíblico, consiste en haber nacido al margen del plan y del cobijo divino, y como consecuencia del crimen. Pues fue Caín —se sabe— el que fundó y construyó la primera ciudad; y cainitas serían, desde sus infames comienzos, las relaciones y la convivencia en la inicua ciudad real. Signo del crimen y crimen del signo: la ciudad. Quizá por ello, por esa necesidad de justificación, por esa permanente necesidad de indemnización, o de expiación de la falta cometida en el principio, la ciudad se impone por principio la tarea de mostrarse digna, de proyectarse como orden. Pero se trata de una dignidad y un orden que no son prolongación de la naturaleza o don gratuito de los dioses. La imagen de la ciudad (Lynch, 1984), la dignidad y el orden que esa imagen persigue tiene un carácMETAPOLÍTICA
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ter artificial: arte y técnica se alían, desde el principio y por principio, para construir una imagen que no consta en el catálogo de la naturaleza ni en el legado de los dioses, aunque establezca con aquella y con estos un diálogo no exento de fricciones y conflictos. La huella del crimen. La historia de la ciudad puede narrarse como una historia de las normas, lo que daría lugar al despliegue de una ética y de una política urbana; también puede narrarse como una historia de las formas: cuestión de percepción y estética. Creo que separar ambas historias es una operación falaz, ya que la norma se refleja en la forma, se incorpora a la forma. Y esto es lo que nos está ocupando aquí: el relato, necesariamente esquemático, de una estética de la ciudad. Pero de una estética integral, de una estética que considere los compromisos normativos y normalizadores de la forma. Si se pretendiera exhaustivo, este relato tendría que dar cuenta de las continuidades y discontinuidades en la composición urbana, en el trazado y en la trama, tendría que recordar modelos y pautas de crecimiento, también modelos y pautas de colapso. Más modesto en sus pretensiones, el presente ensayo propone algunos motivos para pensar la ciudad desde el punto de vista estético. Para volver a pensarla. Para volver a empezar a pensarla.7. Doblemente im-pertinente, por cuanto no perteneciente a la ecología natural ni a la economía divina, el artificio urbano construye sus normas y sus formas según pautas y lógicas que han de ser producidas e inventadas. Se propone y progresivamente se impone como una nueva presencia, como una nueva representación. Hoy, cuando más de la mitad de la humanidad habita en ciudades, cuando son las ciudades las que imponen modos, modas y estilos, las que gestionan la necesidad y el deseo, el trabajo y el ocio; hoy, cuando las grandes urbes se exhiben como hipérbole, acaso atroz, de aquella “elefantiasis megalopolitana” a la que aludía Lewis Mumford refiriéndose a la Roma clásica, quizá sea más urgente e importante que nunca estudiar la plural norma urbana, la múltiple forma de la ciudad. Una y otra en el cruce entre presencia y representación. ¿Por qué en ese cruce, en esa encrucijada entre presencia y representación? Tal vez por la costumbre, propiciada por la historia y la teoría, fomentada por ciertas “estéticas de lo bello” y acentuada por el turismo masivo, 7
Cfr. Simmel (1986). Sobre los tópicos simmelianos y otras cuestiones presentes en este ensayo, véase Frisby (2001, 1992), y Cunningham (2005).
LA HUELLA DEL CRIMEN | SOCIEDAD ABIERTA que sólo percibe la ciudad en tanto representación: y representación enucleada en unos cuantos puntos de referencia. Puntos, se dice, significativos, que expresan la identidad y la diferencia de la ciudad, fragmentos de pasado o visiones de futuro, reliquias o piezas de vanguardia que consienten ser fácilmente percibidos y consumidos. Monumento u ornamento del que hoy, apenas se cuestiona su lugar, su sentido y su función en el conjunto de la ciudad. Y de una ciudad de la que se olvida o ignora que no sólo es representación sino presencia; o que no sólo es arquitectura, sino estructura.8 Quizá en el momento actual más que en ningún otro, bajo la instrucción de una economía, una política y una cultura de la imagen y del espectáculo, se tienda a cercenar la estética de la ciudad, a prescindir de las complejas relaciones de estructura a favor de las impresiones ópticas, de la seducción visual que producen el monumento y el ornamento (Cfr. Loos, 1993, en particular “Ornamento y delito” y “Ornamento y educación”; también Kracauer, 1999). Y esa misma cultura de la imagen (con sus corolarios o fundamentos, económicos y políticos) dicta la pauta de intervención en las ciudades. Una pauta que apenas se preocupa de la producción de una estética urbana integral mientras multiplica gestos retóricos, a menudo superfluos, a menudo esperpénticos, del “star system” arquitectónico, o se dedica a restauraciones y conservaciones de dudoso valor artístico y nulo valor funcional mientras se incrementan los problemas de habitabilidad, movilidad, etcétera; de todo aquello que la ciudad como presencia ha de proporcionar (Tarufi, 1976, 1980; Benevolo, 1985). Podría decirse que desde el mismo comienzo de la forma urbana, la ciudad ha aparecido como “teatro del poder”, como escenografía para la producción, multiplicación y exhibición del poder político, o de los poderes religioso y económico, a menudo con-fundidos (Cfr. Giedion, 1955, 1981; Soja, 2008; Davis, 2003, 2007; Kotkin, 2006; Ibelings, 1998; Morris, 1984; Benevolo, 1999). La estética de la representación ha dominado siempre sobre la estética de la presencia. Cierto es, si de dominio se trata. Cierto que la exhibición del poder ha dado —en todos los momentos de la historia— forma a la imagen de 8 La oposición, drástica y deliberadamente forzada, entre arquitec-
tura y estructura ha de ser brevemente justificada: entiendo aquí por arquitectura únicamente la que, con independencia de su supuesta o superpuesta funcionalidad, se produce según la lógica del monumento; por estructura, todo tipo de relación, flujo o estancamiento, que compone la aventura urbana: por más que (a)parezca desestructurada.
la ciudad; cierto que los edificios y monumentos que cobijan y exaltan los poderes se destacan en el espacio y se prolongan en el tiempo. Aquí y allá podemos admirar restos: la calzada de los muertos de Teotihuacán o las pirámides de Egipto, acrópolis, arcos de distintas fechas, de distintos triunfos, iglesias y catedrales, castillos y palacios de diferentes culturas y estilos. Arquitectura altiva, más sobrecogedora que acogedora, que un día dominó el espacio y ahora resiste en el tiempo y al tiempo. Arquitectura altiva que, muda, llama la atención sobre lo que no resiste, sobre lo que no existe: sobre la ciudad precisamente, que antaño se rendía —casi literalmente— a sus pies.9 Representación sin presencia, memoria llena de olvidos, de una estética de la ciudad ligada a la representación, sacrificada a ella. De un estética que sigue informando los modos de construir y percibir la ciudad. A lo largo de sus muy venerables historias tanto la ciudad monumental como la ciudad documental han padecido el síndrome de la representación y han producido el efecto de la represión. Por decirlo, sin total consentimiento, con los términos que ahora utiliza la antropología, la ciudad ha reprimido a lo urbano (Cfr. Lefevre, 1968, 1971, 1972, 1974, 1976; Hannerz, 1993; Joseph, 1999; Delgado, 1999, 2002). Dicho de otro modo, el teatro de la ciudad —representación del poder— ha excluido, sometido y reprimido la dramaturgia urbana —presencia de una potencia siempre incómoda y acaso peligrosa. La imagen de la ciudad es una cierta organización del espacio que se proyecta en el tiempo. Uno y otro — espacio y tiempo— son, pervirtiendo levemente a Kant en la Crítica de la razón pura, condiciones de toda sensibilidad, de toda percepción, condiciones estéticas en todos los sentidos del término. Pero la percepción humana dista de ser natural; es más bien un proceso —habitual, a veces instantáneo, a menudo inconsciente, pero siempre complejo— informado por condiciones de organización y orden, producidas por la invención, consolidadas por la tradición y reiteradas como costumbre. No es un exceso, afirmar que la mera percepción, es un acto moral. E incluso el acto moral por excelencia, ya que prescinde de cautelas reflexivas o reservas críticas, ya que no impone corrección ética, o política, al (in)flujo moral. Y es la ciudad la que ordena y organiza ese (in)flujo moral, la que, al medir y distribuir el espacio y el tiem9 Dice
Giorgio Piccinato (2003, p. 82): “La arquitectura persigue sorprender antes que expresar”; véase también, de las Rivas (1992). METAPOLÍTICA
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po, pro-pone las condiciones, a la vez trascendentales y empíricas, de toda sensibilidad, de toda y cada percepción. O es la ciudad la que —utilizando pro domo famosas categorías de Reinhart Koselleck (1993)— organiza tanto el espacio de experiencia como el horizonte de expectativa. Es, en cualquier caso y en todos, la que incorpora a la forma la norma del orden público, de la jerárquica convivencia. Desde el principio (Cfr. Park, 1999). Se pueden consultar, por ejemplo en el libro de Charles Delfante (2006), cientos de planos de ciudades que se han ido produciendo y sucediendo en el tiempo y en diversos espacios; se puede leer esa historia urbana en el texto de Lewis Mumford (1966, 1945). Se puede repasar la filosofía desde sus comienzos, por ejemplo en la Carta VII de Platón, donde se impone el cometido de “salvar la polis”, y en todos los casos, tanto en los miles de ejemplos de ciudad monumental como en los miles de páginas que exponen la ciudad documental, se METAPOLÍTICA
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descubren dispositivos, artes y técnicas de representación que imponen norma y forma a la ciudad. Rykwert (2002) ha reconstruido el complejo rito de fundación de la ciudad antigua, aquella a la que Numa Fustel de Coulanges (1984) dedicara un libro. Ese rito, del que entre nosotros Trías (2001, 1991) ha hecho reiteradas lecturas y ha extraído sutiles conclusiones, ejemplifica perfectamente la constante histórica a la que me estoy refiriendo: la incorporación de la norma en la forma, la prioridad de la representación en la organización de la presencia. Previa a su plasmación en la tierra, la ciudad se halla dibujada en el cielo. Augures pacientes y arúspices tenaces contemplaban (cumtemplatio) cielo y tierra hasta encontrar las señales propicias para garantizar el éxito de la proyección de aquel sobre esta. Hasta hallar, en el cielo, el lugar exacto en el que trazar las líneas, el lugar exacto desde el que delimitar o definir la regio, o marcar la comarca: di-
LA HUELLA DEL CRIMEN | SOCIEDAD ABIERTA bujar la zona y ceñirla. Y desentrañaban —literalmente, como señala Trías en el prólogo a la edición española del citado texto de Rykwert— el secreto de la ciudad. En el cielo aguardaba la norma; y ojos atentos de sacerdotal o hierática dignidad la incorporan a, y en, la forma: las dos avenidas principales de la ciudad, el cardo y el decumanus que al cruzarse ubican el centro, y las murallas que habrán de proteger el espacio urbano. Rito, ceremonia o institución del vallum: genuina “cuadratura” válida tanto para la fundación de la ciudad como para la erección del campamento militar (ciudad diferente, ciudad diferida).10 Desde el centro se proyectan las avenidas que, en el interior de la empalizada, y acaso del terraplén defensivo (agger), dividen la ciudad en cuatro cuadrados, quartiers o barrios. El espacio ha quedado instituido, ordenado y dominado. Y el futuro augurado. La in-auguración se ha cumplido. A partir de aquí, la institución se impone, naturalmente. La institución, preciso es recordarlo, es, más por antonomasia que por ejemplo, Roma: la ciudad eterna, caput mundi. Roma, que multiplicará señales de su poder y de su gloria, que fundará otras ciudades, que será modelo obviamente envidiado. Contemplada en el cielo, la norma se proyecta idealmente sobre la tierra. Proyección ideal o representación que genera una arquitectura y segrega una estructura. Una estructura, ya que las avenidas de la ciudad, el cardo y el decumanus, separan y excluyen, dibujan espacios habitables de distinta densidad económica y política, también artística. Y una arquitectura. La que, elocuente, se alzará, con vocación de perennidad, con ambición de eternidad, flanqueando las avenidas: signo de la ciudad como representación del poder y de la gloria. Crimen de la ciudad, poder y gloria de la representación. La norma ideal, aquella que a lo largo de los siglos ha estado custodiada en distintos cielos —el de los múltiples dioses, el del Dios único, el cielo del Estado o el cielo del capital— dispuesta, sin embargo, a revelarse en el momento oportuno, se plasma en la forma urbana: horizontalmente distribuye los espacios (y los tiempos: de trabajo, fiesta, etcétera) y atribuye a esos mismos espacios diferentes valores: produce estructura; verticalmente erige signos del poder, hieráticos y dominantes, visibles desde la lejanía: produce arquitectura. Lo importante, lo sabía y lo 10 Usual es que campamentos militares devengan ciudades. En España, León conserva, en su nombre, el recuerdo de su origen (legio): aunque ahora se dude de si era la séptima o la sexta gemela la que estuvo asentada allí.
dice Lewis Carroll, es saber quién manda. Y el lenguaje de la ciudad expresa el mensaje del que manda. Ese mensaje, más que en ningún otro sitio, más que en órdenes precisas, en códigos o en libros de intención y contenido legal, político o moral se escribe en la ciudad:11 se plasma violentamente en la estructura y se exhibe obscenamente en la arquitectura. Porque la forma de la ciudad, traducción real de la (presunta) norma ideal, es un artificio pedagógico: cosmos “bien ordenado” que regula espacios, tiempos y movimientos, enseña a percibir el orden establecido como orden necesario, en el extremo como único orden. Educación estética, en el sentido más radical del término, pues nacer en la ciudad —o integrarse en ella— obliga a adaptarse a sus espacios, a sus tiempos y a sus modos, obliga a insertarse en las rutinas y en el (in)flujo moral que produce el uso de su estructura. Y la arquitectura —no pensada ni realizada para intimar sino para intimidar— puede y debe ser contemplada: para recordar quién manda.12 De este modo, se convierte en asistente óptimo de esa operación estético-política fundamental que consiste en ordenar la sensación, organizar lo sensible, dominar la sensibilidad o producirla según pautas precisas. O según pautas difusas: otra modalidad. Operación a la que Jacques Ranciére denomina, acertadamente, “división de lo sensible”: irrupción en —más que interrupción de, como afirma el filósofo francés— “las coordenadas normales de la experiencia sensorial”,13 ordenación y normali11 No
es la única forma de referir ni a la una ni a la otra, no es la única palabra sobre una y sobre otra, pero conviene recordar el vínculo que establece Platón (1971) entre la escritura y la ciudad. La pregunta es sobre la justicia (y sobre la siempre probable injusticia). Indagación delicada: “La investigación que hemos de acometer no es nada fácil, y requiere, a mi entender, una vista penetrante. Pero como no estamos nosotros dotados de ella, me parece -les dijeque podríamos llevar a cabo esta pesquisa como lo haría un hombre de vista no muy aguda, a quien se le ordenase leer de lejos unas letras pequeñas (grámmata smikrà), y que luego se diese cuenta de que las mismas letras están reproducidas en otra parte en tamaño mayor y en un espacio también mayor (aùtà grámmata ésti pou kaì állothi meízo te kaì en meízoni). Sería para él una suerte, a lo que pienso, el poder leer primero las letras grandes, y fijarse luego en las pequeñas, para ver si resultan ser las mismas. [...] Pero la ciudad, ¿no es mayor que el individuo? (Oukoún meízon pólis enòs andrós)”. 12 Se hará más adelante, con base en Walter Benjamin, algún comentario al respecto de la contemplación. Conviene, sin embargo, retener la invectiva de Debord (1992) contra la imagen autónoma y la contemplación que suscita. 13 La definición de esa operación por parte de Jacques Ranciére sirve a un muy interesante concepto de política cuyo análisis no poMETAPOLÍTICA
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SOCIEDAD ABIERTA | PATXI LANCEROS zación que tiene su principio en la mera percepción, en la pura sensibilidad. Y que acaso no tenga fin, aunque sí fines (Harvey, 1990, pp. 260-308, 1997, 2003, 1999). Así pues, la ciudad real —refugio para siempre de la estirpe de Caín— paga permanentemente la deuda infinita contraída en el momento de su pecado original. Expulsada del Paraíso —incluso de la Promesa—, hija del crimen y heredera del signo, se somete al más violento de los mitos: aquel del orden alógeno y del orden necesario. El mito de la representación. Con su corolario: la represión. Nuestras ciudades —modernas o posmodernas, en el caso de que hubiera diferencia apreciable— guardan (o inventan) memoria de esos mitos, de esas violencias. Los edificios que se yerguen, que se elevan intimidatorios exhibiendo orgullosos toda la envergadura que la técnica en cada periodo histórico ha podido lograr, son recuerdo —y, desgraciadamente, promesa— de otros tantos órdenes, de otras tantas violencias. Antaño la ciudad elevada —la acrópolis—, después palacios, catedrales, luego los edificios repres(entat)ivos del Estado-nación, ahora las estilizadas torres de empresas y bancos que dibujan el horizonte: skyline del capital globalizado. Y siempre, sometida, una estructura en la que sangran las heridas de mil violencias. Las insulae romanas,14 que horrorizaban a Marcial, Terencio, Juvenal o Petronio no han dejado de proliferar, no han dejado de degradarse. Quizá sorprenda su presencia humillada y humillante, su presencia sometida al mito de la representación. No he transitado las barriadas asiáticas; sí las europeas y las americanas: allí donde se presenta —que no se representa— el drama urbano, el drama humano de la presencia excluida y sometida. Suburbios o arrabales, bidonvilles o favelas. No sólo recuerdo y presente sino promesa. Se calcula que en el inminente futuro, esos lugares de asentamiento, en África, Asia y América Latina, albergarán a más del 90 por ciento de la nueva población urbana. Pero también en las ciudades europeas y norteamericanas, el incremento de la suburbialización se impone como tendendemos acometer aquí. La versión que he propuesto parte de una más (que) desencantada interpretación de la rutina estético-política, de su insistencia pertinaz. Véase, entre otros trabajos, Ranciére (2005, p. 19, 2002, 1998, 2006, 1996). 14 Debe verse, una vez más, el impecable e implacable “descenso al reino de las madres” que narra Herman Broch (1979, pp. 3947): el asombro ante las casas de la ciudad, el ascenso, peldaño a peldaño, por la calle de la miseria, la locura elevada hasta la verdad; locura de la verdad o verdad de la locura. METAPOLÍTICA
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cia: las banlieues francesas han dado, desde el otoño de 2005, nombre a ese proceso; y han mostrado una parte de su complejidad. Fuera de la imagen de la ciudad, incluidos como excluidos (o viceversa) en la ciudad de la imagen, esos paisajes —con su política, su estética, su economía y su ecología— hablan y gritan sobre la hegemonía de la forma, sobre su alianza con la norma. Y sobre la capacidad de ambas —forma y norma— de imponer significado, de crear discurso. Obviamente esos asentamientos ejercitan lo urbano; obviamente mantienen con “la ciudad” una relación extraña: de extrañeza y extrañamiento. En ellos se cursa una genuina Ent-fremdung, una auténtica Ent-äusserung. Extraños y ajenos a la lógica de la ciudad y, sin embargo, atados a ella. Extraños y ajenos no porque en ellos se cobije —que también— una masa creciente de población inmigrante y alógena: no sólo por la ascendente etnificación —y consiguiente guetificación— del suburbio. Ya Walter Benjamin en Passagen-Werk había identificado esas dinámicas de ocupación y rechazo. Y había señalado a un cierto urbanismo, a una cierta arquitectura, como operación destinada a asegurar la extrañeza. El suburbio no pertenece a la imagen de la ciudad. No pertenece a su arquitectura. La imagen de la ciudad se tramita estética y políticamente, se ofrece a la contemplación. La contemplación que requiere el suburbio es de otra índole: despojo infrapolítico, desierto económico, que puede interesar como documento sociológico o demográfico, que puede atraer al cine documental. Y que sin duda llamó la atención de la novela y de determinada poesía, de la pintura, ya desde el expresionismo. Cinturón alrededor de la ciudad, archipiélago que penetra en su interior, que medra y se expande como infección, o como metástasis. En él —verdadero Ground Zero dibujado tras una explosión demográfica, o tras la imparable atracción de la inalcanzable ciudad— se localizan todas las especies del peligro y desde él se proyectan todas las figuras —desfiguradas— del miedo (Davis, 1992, 1998; Bauman, 2007, 2005). En esos lugares dimite la forma, en esos espacios se altera la norma. Lugares y espacios de alteración y alteridad, de impertinencia: la ciudad ni los tiene del todo ni los contiene, no los alcanza (teneo); tampoco se extiende hacia ellos, no se prolonga y apenas los toca (pertineo). Cuando lo hace, lo hace con temor o asco. Varios grados por debajo de la ciudad, de su forma y de su norma, son espacios de-gradados (y la caracterización, habitual, falsa inferioridad económica y ecológica, política, estética y moral).
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Foto: Arturo Talavera
Son lugares in-formes, amorfos, desfigurados. Por ello, a-nómicos y anómalos. Poblados por masas humanas que comparten la misma anomalía, la misma condición amorfa o anamórfica. En el extremo, verdaderos anacronismos humanos. Fuera de la norma y de la forma, del espacio y del tiempo. Fuera de la ley. En el límite —a veces difuso, a veces bien definido— en el que cesa la forma, también la norma se eclipsa. Sobra decir que sólo la imagen habla, sólo la forma y la norma se expresan. También, o sobre todo, para mejor resguardarse de la intromisión. En los márgenes (aunque estos penetren en “el centro”) y al margen de la ciudad, crece lo inhóspito, lo siniestro, lo que produce una radical inseguridad (unheimlich). Aquello, oprimido y reprimido, que amenaza con el eterno retorno. Espacios en relación problemática con la ciudad de la imagen y la ecología del espectáculo, en los que se ensayan alternativas de socialización, con otros có-
digos, con otros ritmos y tiempos (rag-time): desaforadas por estar fuera, inquietantes por estar próximas. Sobre ellos, delincuentes a natura por estar permanentemente en falta, no se inclina la política sino la policía. Y si gozan de atención política es, frecuentemente, la de una política penal y punitiva. “Tolerancia cero”: consigna del otrora alcalde de Nueva York, Rudolf Giuliani, y de su jefe de policía, eminente asesor internacional, William Bratton. En el Manhattan de Dos Passos. Y en todo el mundo (Wacquant, 2000). Urbanismo y arquitectura, policía y derecho, blindan o acorazan, muchos pasos obstruidos. Y garantizan uno permanentemente abierto, franco: el que va del gueto a la cárcel y viceversa. Y es que, pervirtiendo la intención de una certera idea de Leibniz, “El Dios arquitecto satisface plenamente al Dios jurista”. La inversa también suele ser cierta. Esos espacios omitidos, borrados de la imagen, anicónicos y acaso iconoclastas, revelan una proliferación del METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD ABIERTA | PATXI LANCEROS fragmento y llaman la atención sobre otros tipos de (auto)segregación. A la suburbialización amorfa y anómala replica una suburbanización —esta sí, formal y normal— que busca y encuentra seguridad y confort. Lo que desaparece en el proceso es el espacio público y el sentido pleno de lo que un día quiso ser la ciudad. Suburbialización y suburbanización: ¿promesa o amenaza de una futura, o acaso ya presente, subpolitización y subcivilización?, ¿qué hay de la ciudad, qué de lo urbano?, ¿y de la imagen de la ciudad, su signo, su crimen? “Los edificios acompañan a la ciudad desde su lejana prehistoria. Son muchas las formas artísticas que, desde entonces, han nacido y desaparecido [...] Pero la necesidad de alojamiento en el hombre es constante. La arquitectura nunca se interrumpe. Su historia es más larga que cualquier otro arte y hacerse cargo de su influencia resulta de importancia capital para cualquier intento de comprender la relación de las masas con el arte. Los edificios son recibidos de una doble manera: por el uso y por la percepción. O también, mejor dicho: táctil y ópticamente [...] En el lado táctil no existe, en efecto, ningún equivalente a lo que es la contemplación en el lado óptico, ya que no se produce tanto por la vía de la atención como por la costumbre, la cual determina en gran manera la recepción óptica respecto a la arquitectura”. Walter Benjamin (2008, p. 82). Recepción táctil, recepción distraída, afirma Benjamin, recepción que se forja en el uso y se consolida en la costumbre.15 O exposición permanente, señalo, a un (in)flujo moral que transita por las calles. Exposición a una moral que, a fuerza precisamente de costumbre, acomoda y no incomoda, que domestica la percepción (y tras ella el entendimiento y la mera razón). Por otro lado, por el lado de la contemplación, percepción atenta, percepción recogida, dice Benjamin. No tanto recogida, corregimos aquí, cuanto sobrecogida. Y sobrecogedora. En el enésimo eón del arte y de la técnica, en el momento en que uno y otra vuelven a co-incidir en una determinada (y determinante) arquitectura, se complica la “imagen dialéctica” de la ciudad. Esa imagen en la que se dan cita el presente y “lo ya siempre sido”. Y se complica la relación —fundamental sin embargo— entre percepción táctil y percepción óptica, 15 La relación entre percepción distraída y percepción atenta es crucial a la hora de trazar cualquier tipo de consideración sobre la imagen. Apuntada eficazmente por Benjamin, creo que solicita mayor estudio. Al respecto ha de considerarse, de nuevo, el viejo artículo (de 1926) de Kracauer (2006, pp. 215-223); véase también Osborne (2008).
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entre distracción y sobrecogimiento en ausencia de recogimiento o acogida. Lo que re-cita ese “ya siempre sido” en el que y por el que la atención se dirige rendida, a la instancia que impone y garantiza la costumbre, a la que gestiona el (in)flujo moral que se vierte como orden necesario. Como orden obligatorio. Por eso, la perspectiva, un punto optimista, que Benjamin deriva de la percepción —mediada por la costumbre— formada en la arquitectura (y que traslada al cine) ha de ser atendida. Y tal vez matizada: “También ella se da originariamente mucho menos en una atención tensa que en una observación ocasional. Pero esa recepción, formada en la arquitectura, tiene bajo ciertas circunstancias un valor canónico, pues las tareas que en las épocas de cambio se le plantean al aparato perceptor humano no cabe en absoluto resolverlas por la vía de la mera óptica, es decir, de la contemplación. Poco a poco irán siendo cumplidas, bajo la guía de la recepción táctil, por la repetición y por la costumbre” (Benjamin, 2008 [cursivas del autor]; véase también, del mismo Benjamin [1982]; además, BuckMorss, 1996). La dialéctica —y aun la imagen dialéctica— adquiere otros compromisos, sanciona otros presentes y vaticina otros futuros (para el aparato perceptor humano) cuando la óptica, la contemplación sobrecogida, impone sus diseños y designios a la recepción táctil, a la costumbre y a toda repetición. Dialéctica negativa, en un sentido decisivo del término, y fácil de entender. Dialéctica congelada, en la repetición y en la variación, en la cita de lo “ya siempre sido”. En la re-citación implacable. Esa es la dialéctica inscrita en la imagen y en el lenguaje de la ciudad, en su estética, siempre trascendental, siempre empírica. La cuadrícula de Hipodamo de Mileto —celebrado por Aristóteles, ridiculizado por Aristófanes— deja sitio a distintas —jerarquizadas— formas de habitar, formas de uso y costumbre, de educación estética y moral; y da lugar a la arquitectura representativa del poder. Incorpora a la forma la norma ideal de la polis. No es el peor ejemplo. Vitrubio en su —fragmentariamente conservada— instrucción escrita, Antonio Averlino (Filarete) o Palladio, el barón Hausmann o Albert Speer. Todos ellos, augures y arúspices, contemplaron la ciudad en distintos cielos. Y, seguramente, no dudaron a la hora de someter la ciudad real, la ciudad de la presencia, al infierno de la representación. Hoy, en este mismo momento, arquitectos aúlicos han observado, quizá pacientemente, el vuelo de otras aves. David Childs, Frank Ghery, Cesar Pelli, Renzo Piano, Norman Foster y tantos otros compiten, o siempre habrán
LA HUELLA DEL CRIMEN | SOCIEDAD ABIERTA competido ya —hablamos de Manhattan, otra Roma— por dibujar, desde el cielo y hasta el cielo, el perfil del horizonte. Y por imponer una arquitectura intimidatoria a la que cualquier estructura se somete (Cfr. entre otros, Frampton, 1981; Rossi, 1971; Leach, 2001; Amendola, 2000; Foster, 2002; Sudjic, 2007; Montaner, 1997; Norberg-Schulz, 1979, 2005; Chambers, 1990). No ya en nombre del emperador o del papa sino en nombre de Time Warner, New York Times, World Trade Center 7 (WTC7), Reuters o el Banco de América, en Bryant Park. Manhattan, precisamente (A.A.V.V., 1997; Frampton, 2004; Koolhaas, 2007, 2001). Manhattan, que re-produce la memoria alterada de la célebre cuadrícula de Hipodamo. Sin ágora. Hacer imagen, hacerse con una imagen, dar imagen. Obsesión de una sociedad de consumo y de espectáculo que se alza, literalmente, como obstáculo insalvable para la genuina experiencia urbana. Arquitectura monumental que lleva en su interior el ADN del palacio o de la catedral, como representación del poder, como poder de la representación. Arquitectura altiva, sobrecogedora, al servicio de un urbanismo que tramita gramáticas de exclusión. O arquitectura selectiva que elige su público y que se ejercita en rechazos y desprecios. Elocuente: dice y muestra lo que hay. Un orden (¿hay otros?) atado a la forma y a la norma que en la forma se expresa. Orden de la imagen. Y —cómo no— imagen de orden. La imagen y el orden del capital, y aun del capital financiero, dominan la imagen, dominan desde la imagen en una sociedad del espectáculo y de la especulación: organizan los espacios y los tiempos trazando sus líneas horizontal y verticalmente. Rigen y crean región. O regiones. Expanden, hoy a escala global, la norma y la forma: a tra-
vés de reiteradas, incesantes y sobrecogedoras re-formas (o, más radicalmente, re-generaciones). Y dejan, como residuo o como excremento16 zonas asoladas y desoladas: enormes y a-normales, informes. Fuera de la imagen, fuera de la norma y la forma, fuera de la ley. La historia de la ciudad, la que narra su estructura y de la que alardea su arquitectura, es una historia de dominación. Es una historia de poderes despóticos, tiránicos, absolutos. Los edificios ante los que nos inclinamos —como debe ser, con rendida admiración, con sumiso sobrecogimiento— narran esa historia. No hay otra. Y esto no constituye problema. Es una mera constatación. El problema es el de nuestras actuales ciudades, que repiten acaso irreflexivamente la pauta de una construcción obsesionada por la representación —del capital, en este caso— y represora de la presencia. O definen una imagen de ciudad que es, cada vez de forma más decidida, la ciudad de la imagen. Imagen de dominio y dominio a través de la imagen. Una ciudad cuyo signo, cuyo crimen emite plurales mensajes en grandes letras. Acaso en ninguna se lea la justicia. Acaso no haya imagen de la justicia. Sólo otros signos, sólo otras huellas. Del crimen. La ciudad posmoderna carece por completo de forma democrática. ¿Puede alguien pensar que sea democrática la norma que la inspira? 16 La palabra excremento procede, obviamente, de los conocidos verbos kríno y cerno. Está relacionada, pues, con la discriminación y el discernimiento, con el criterio y la criba. Con el crimen. Con todos y cada uno de sus signos; en la forma de ex: exclusión, expulsión… Sobre capital y arquitectura, además de la bibliografía citada, véase Jameson (1999).
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José Enrique Villa Rivera: “EN MÉXICO, LA INVERSIÓN EN EDUCACIÓN SUPERIOR ES ALTAMENTE RENTABLE” Entrevista realizada por Ricardo Moreno Botello*
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n la actualidad, es indudable que las Instituciones de Educación Superior (IES) en México han manifestado una creciente preocupación respecto a las formas de conducción de la política económica y, sobre todo, de la política social dirigida al financiamiento del desarrollo y la educación. La insistencia de no reducir el financiamiento y de no olvidar la relevancia social, económica, política y cultural de las IES tiene bases más que sólidas: datos recientes revelan que es urgente y obligado profundizar el financiamiento y compromiso con las universidades, sobre todo aquellas de talante público, ya que resultan ser quizá una de las palancas primordiales del desarrollo de nuestro país, así como una ayuda fundamental para superar rezagos sociales históricos. De este modo, sin una sociedad realmente del conocimiento y la información no podemos anhelar al sueño de una sociedad auténticamente democrática, ya que la ciencia y la tecnología son hoy por hoy indispensables para que ello ocurra. Por tal motivo, ofrecemos a los lectores de Metapolítica la siguiente entrevista con el doctor José Enrique Villa Rivera, quien fungió como Director General del Instituto Politécnico Nacional (IPN) entre los años 2003-2009. José Enrique Villa Rivera es ingeniero químico industrial (IPN), maestro y doctor en Ingeniería en Ciencias Petroleras (Instituto Francés del Petróleo); además, es Doctor Honoris Causa por el Instituto Nacional de Ciencias Aplicadas (Lyon, Francia), por la Universidad Autónoma de Sinaloa (México) y por la Universidad Nacional de Ingeniería (Nicaragua). Entre sus múltiples premios y reconocimientos se encuentran: la Medalla al Mérito Científico del Consejo Cultural Mundial, la Orden Nacional de la Legión de Honor en grado de Caballero por el Gobierno de la República Francesa y la Presea “Sentimientos de la Nación” por el H. Congreso del estado de Guerrero. De igual modo, es Miembro de la Academia de Ingeniería de México, de la Academia Panamericana de Ingeniería, del Consejo Nacional de Posgrado, de la Junta Directiva del Instituto Mexicano del Petróleo, entre otras. *
Director General de Metapolítica.*Director Editorial de Metapolítica. METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD ABIERTA | RICARDO MORENO BOTELLO —Durante los últimos 30 años, a la par de los cambios en las políticas económicas nacionales y mundiales que dieron impuso al fortalecimiento de la economía de mercado, las sociedades se han visto inmersas también en un nuevo escenario en el campo de la ciencia y la tecnología, así como en las comunicaciones y las profesiones. Se habla del imperio de la inteligencia en casi la totalidad de la actividad humana. En este sentido, la economía del conocimiento —se dice— es la base del cambio y del desarrollo de las sociedades. De acuerdo con su experiencia y la del IPN, ¿de qué manera se han visto impactadas las actividades académicas de las IES por esas nuevas condiciones, y cuáles son los cambios más relevantes que se han generado en su interior y en su relación con el medio externo?, ¿ha sido positivo este nuevo contexto científico-tecnológico y económico global para el desarrollo de las IES y el mejor cumplimiento de sus fines? —Quiero agregar a sus consideraciones el hecho de que las nuevas condiciones, si bien atañen a la política económica, también tienen relación con la política a secas. En este sentido, la política, en términos de proceso democrático, nos ha dado la alternancia en el Congreso y en el Poder Ejecutivo Federal, como un nuevo contexto que no hay que perder de vista. Por lo que se refiere a la política económica, la apertura que se empezó a dar con el presidente Miguel de la Madrid y, luego, de manera más decisiva, durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, significó un cambio radical en el comportamiento del Estado y en la relevancia del mercado. Se creó un nuevo escenario, tanto en el ámbito de la política como en el de la economía, que indujo cambios sustanciales para el país, poco perceptibles quizá para quienes tienen menos de 30 años, pero de enorme trascendencia para quienes están por encima de dicha edad. A la vez hemos vivido ciertamente esa otra “revolución”, que ha cambiado la vida cotidiana de millones de personas, y que se ubica, como bien lo señala, en el campo de las tecnologías de la información y la comunicación, y de donde han derivado esos extraordinarios y difundidos instrumentos de nuestra época: las computadoras, Internet, los teléfonos celulares, los medios de información electrónica y otros muchos sistemas y artefactos que, además, empiezan a fusionarse. Nunca antes la idea de globalización fue más nítida que a partir de estas innovaciones. Todo ello, dicho de manera sintética, ha impactado enormemente a la educación superior. En la actualidad, METAPOLÍTICA
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las instituciones de educación superior se dividen en dos campos: en uno están las que han sabido reaccionar a todo ese nuevo contexto, y que a partir de ahí, han generado nuevos servicios educativos, trasformando su oferta y sus procesos de formación (y donde, por ejemplo, es de especial relevancia la educación a distancia). Estas instituciones en proceso de modernización, conviven actualmente con el otro campo, el de las que parecieran seguir situadas en los calendarios del siglo XIX y XX, y que no han tenido o producido modificación alguna relevante. Por consiguiente, el gran desafío de una política educativa nacional, de amplia visión, será entonces reducir esas brechas entre instituciones educativas y aprovechar el contexto de cambios como un estímulo para superar los rezagos. —Las políticas federales en los ámbitos de la educación superior y la investigación científica sufrieron modificaciones importantes desde los años noventa del siglo pasado a la fecha. Se habló de un proceso de “modernización” de las IES que puso el acento, más allá de consideraciones autonómicas, en la regulación por la vía de las decisiones presupuestales gubernamentales de los comportamientos institucionales. Se establecieron mecanismos de evaluación externos (CIEES) para garantizar la eficiencia y calidad de las tareas institucionales; se pusieron en marcha, primero en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y después en el conjunto del profesorado de la IES, programas de estímulo al trabajo individual, con la finalidad de contener incrementos salariales que no estuviesen ligados al desempeño y productividad de los académicos. Se ha intentado la creación de un sistema de homologación o estandarización de contenidos y prácticas curriculares en las distintas carreras, validado por cuerpos académicos interinstitucionales y asociaciones profesionales. Todo este conjunto de políticas y de intervenciones organizacionales, respaldadas como decíamos, con bolsas de recursos federales específicos, ¿ha mejorado el desempeño de la IES de nuestro país y elevado la calidad de nuestros académicos, científicos y egresados?, ¿ha sido esta la mejor ruta y el mejor ambiente para alcanzar los estándares internacionales en las tareas académicas? —En efecto, me parece que los cambios más importantes se trazaron y fijaron en los años noventa. Sin embargo, hay algunos fundamentales, como por ejemplo la creación del SNI, que deben situarse a mediados de los años ochenta. La gran cualidad de esas políticas educativas, en contra de lo que convencionalmente se suele
ENTREVISTA A JOSÉ ENRIQUE VILLA RIVERA | SOCIEDAD ABIERTA considerar, es su continuidad. Desde los cambios de los años setenta (planeación), de los ochenta (SNI y estímulos al personal académico) o de los noventa (CIEES, fondos extraordinarios, CENEVAL, COPAES) las orientaciones para la renovación del sistema se han venido perfeccionando y han estado sujetas a una gestión de mejoramiento continuo. Aunque no todas las directrices han logrado plenamente sus propósitos —y se deben reconocer errores mayúsculos—, el balance final es positivo: se ha mejorado el desempeño de las Instituciones de Educación Superior en nuestro país y se ha elevado la calidad de nuestros académicos. Más difícil es afirmar que tal mejoramiento haya alcanzado a los egresados, y no es por una duda absoluta, sino porque faltan instrumentos que, sobre bases uniformes y objetivas, permitan hacer una medición en el tiempo de dicha calidad. En mi opinión, casi de sentido común (aunque no siempre infalible), es que mejores insumos debieran producir mejores resultados. El gran reto de este momento es mostrar evidencia contundente de las modificaciones positivas que se han alcanzado en el Sistema de Educación Superior. En pocas palabras: hace falta mucha investigación educativa a ese respecto. Esto también debe extenderse a los llamados “estándares internacionales”. ¿Por qué las IES mexicanas, en un país con 50 por ciento de pobres, deben competir con instituciones de otros países cuyo ingreso per capita es seis u ocho veces mayor? Hay mitos y procesos de dependencia ideológica o tecnológica a ese respecto. —¿Cuáles son las señales que debemos leer para percatarnos del avance de nuestra educación superior y del desarrollo de nuestros aparatos científicos?, ¿cuál es el aporte que nuestras instituciones académicas ponen en favor de la sociedad, de los mexicanos, y de la solución de sus cada vez más agudos problemas?, ¿cómo se expresan sus dificultades para lograr sus propósitos y metas educativas, científicas y culturales? —Como Sistema de Educación Superior no tenemos señales claves. Se repite mucho, por ejemplo, que el índice de atención a la demanda —27 o 28 por ciento— es muy bajo comparado con otros países, incluidos los de América latina. Sin embargo, habría que considerar que en veinte años dicho indicador pasó, en México, de 18 por ciento a las proporciones actuales. Un logro enorme si se toma en cuenta el perfil demográfico del país. Las comparaciones con Argentina,
Chile, Uruguay y Costa Rica resultan casi ofensivas dados sus números de población nacional; da la impresión de que bajo esas bases se hacen comparaciones de peras con manzanas. En cambio, en la comparación con Brasil, país que en la actualidad está de moda, encontramos que tiene índices de atención más bajos que México, y les ha costado veinte años llegar a un indicador apenas cercano al veinte por ciento. Difícilmente las IES tienen una incidencia directa en la solución de los “más agudos problemas” de la sociedad. En este sentido debe reconocerse que el IPN es, en esta materia, una institución de excepción, por su origen y por así haberse mantenido durante 73 años. En los pasados seis años, a través de sus brigadas multidisciplinarias, los estudiantes y profesores que participan en ellas tuvieron una experiencia definitiva para sus vidas y trayectorias profesionales. Su acción se extendió en 753 municipios y 5 mil comunidades, alcanzando sus beneficios a casi cuatro millones de personas. Pero, insisto, el IPN es una institución excepcional en el conjunto de la educación superior de país. Si aceptamos algunas de las conclusiones del informe de la Fundación Mexicanos Primero (“Contra la pared”), podría decirse que la principal aportación de las IES en ese terreno es ampliar la escolaridad y la formación de los jóvenes mexicanos, ya que ellos mismos mejoran sustancialmente sus condiciones de vida con dichos estudios. Según las cifras que se manejan en ese informe, la conclusión de estudios de primaria, secundaria y bachillerato genera percepciones con muy escasa diferencia. Un poco más de cinco mil pesos con secundaria y otro poco más de seis mil con preparatoria. Pero, he aquí lo más relevante: a partir de licenciatura los ingresos se duplican (casi 14 mil pesos) o se triplican con posgrado (51 mil pesos). Conclusión: la inversión en educación en México, a partir de licenciatura es altamente rentable, tanto en términos sociales como privados; y ese es uno de los más importantes papeles que desempeñan las casas de estudios superiores. —Situados en el largo plazo, una lectura histórica de las relaciones entre la Universidad y el Estado nos muestra distintas facetas que van desde la tolerancia hasta el conflicto. Desde su experiencia como líder institucional, ¿qué es a su juicio lo que determina unas relaciones apropiadas entre las IES y el gobierno?, ¿se trata de simples vínculos económicos?, ¿cómo han sido las relaciones entre su institución con los gobiernos federales en la última década? METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD ABIERTA | RICARDO MORENO BOTELLO —Relaciones apropiadas son las que se basan en el estatuto o cuadro normativo de cada IES. Pero dicho respeto es camino de dos vías: IES y gobiernos tienen, respectivamente, derechos y obligaciones. Tan mal está que las primeras piensen o consideren que los segundos sólo deben dar dinero, como que éstos últimos contemplen como extensiones de su gestión a las IES. Pero también, habría que decirlo, encontramos cada vez más relaciones, tanto con el gobierno federal como con los estatales, de complementación y esfuerzos recíprocos. Al respecto, nuestra experiencia en los últimos seis años es muy positiva, sobre todo allí donde el IPN desarrolla funciones. Las nuevas Unidades Académicas de Guanajuato y Zacatecas han sido posibles por una conjunción plena de propósitos entre gobierno federal, gobierno estatal, gobierno municipal y el propio IPN. —¿La intervención cada vez más notoria del Poder legislativo en la definición de los recursos destinados a la educación, ha mejorado los criterios y montos de apoyo financiero a las IES? —Fundamentalmente ha mejorado los montos y, sólo por excepción, algunos criterios. A este último punto pertenecen muchos esfuerzos que aún no han culminado para poder tener, a partir de una disposición legislativa, un sistema de asignación de recursos financieros que tome en cuenta criterios y necesidades como sustento de las decisiones en esa materia. Esta necesidad también es observable en la escala de las entidades federativas. —Sobre su gestión como Director General del IPN existe una percepción positiva general de su trabajo en la institución y de cambios importantes en el IPN durante su periodo. ¿Cuáles son, a su parecer, los más importantes logros alcanzados por el IPN durante su administración en materia académica, científica y de vinculación social? —Una percepción general positiva de lo realizado en la gestión me gustaría que la hubiera. Pero, insisto, no se si así se perciba en toda la comunidad. Lo que si me gustaría es que los juicios sobre la gestión que he encabezado durante seis años se basaran en información y datos objetivos. De los muchos que ya están disponibles (que pueden consultar en el informe de gestión rendido en noviembre de 2009, disponible en la página del IPN) al respecto quisiera resaltar algunos. En primer lugar, el sistema escolarizado en sus tres niveles alcanzó la cifra de 153 mil estudiantes, una diferencia de 21 mil alumnos METAPOLÍTICA
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respecto a seis años atrás. En segundo lugar, la totalidad de servicios educativos (servicio escolarizado y no escolarizado) llegó hasta 358 mil personas. En tercer lugar, los programas de estudios con reconocimiento pasaron, en el lapso de esta gestión, de 73 a 162, y previsiblemente, por las evaluaciones en curso, llegará a 183. El resultado de ello es que el 96 por ciento de la matrícula está inscrita en uno de dichos programas. Por su parte, la prueba ENLACE, mecanismo para identificar la calidad de estudios del ciclo medio superior, en sus dos aplicaciones nacionales (2008 y 2009), ha servido para darnos cuenta que el IPN en el país es el subsistema con mejores resultados, aun respecto a cualquier otra modalidad, sea pública o privada. A los 21 mil espacios que el IPN agregó a su demanda atendida (similar a una universidad de tamaño mayor), se agregan ahora nuevas opciones en estados como Guanajuato y Zacatecas. No sólo se ampliará dicha atención sino que se implantarán nuevas carreras y enfoques profesionales. —Qué avances podemos reconocer en investigación y vinculación… —En materia de investigación, los miembros pertenecientes al SNI pasaron de 332 a 727, y 2010 iniciará con 737 como ya ha informado el Conacyt, un incremento superior al 100 por ciento, que no ha obtenido ninguna otra institución con la densidad demográfica del IPN. Por lo que toca a vinculación, el Instituto Politécnico Nacional renovó su vocación original de atención a las necesidades del sector productivo para que responda mejor a las necesidades de la sociedad mexicana actual. A esta concepción atiende el Modelo de Integración Social. Para ello se crearon las dependencias y normas que consolidan una cadena que va desde la formación y la investigación hasta la aplicación creativa del conocimiento y la tecnología en la producción de bienes y servicios. En estos seis años, el Centro de Incubación de Empresas de Base Tecnológica, junto con los proyectos emprendedores impulsados por la Unidad Politécnica para el Desarrollo y la Competitividad Empresarial, han incubado o constituido más de 940 empresas, que crearon casi 9 mil empleos directos e indirectos, y han solicitado el registro ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial de cerca de 490 patentes, secretos industriales, marcas, diseños industriales y modelos de utilidad, contribuyendo al desarrollo nacional.
¿TODO ES
tolerancia?
Boris Berenzon Gorn y Georgina Calderón Aragón* Hay un límite donde la tolerancia deja de ser virtud. Edmund Burke
E
n los corolarios de las cosechas en tiempos de crisis, de catarsis sociales, políticas, económicas y culturales —como las que vivimos en la actualidad— acaban siempre por expandirse los argumentos que expresan compulsivamente el poco alentador estado de salud de la sociedad. En la fiesta de la confusión, la incertidumbre, el desgano y la imposición de valores son anfitriones de los pensadores que deciden discutir el penoso estado de las cosas. El gran problema es que ante un alud de discursos, es fácil caer en la trivialización de los temas, la vulgarización de los valores, la supremacía de los fundamentalismos e incluso quedar atrapado en el discurso “correctamente político”. En este artículo deseamos expresar la sospecha escéptica del abuso de la tolerancia como la otra verdad para esbozar algunas ideas sobre el valor de la tolerancia frente al mundo actual que se plantea una ética política y académica a partir de una solidaridad subvencionada en el fin de las certidumbres al que ya se refería Ilya Prigogine (1996). “De los fumadores podemos aprender la tolerancia —nos dice Alessandro Pertini— todavía no conozco a uno solo que se haya quejado de los no fumadores”. El discurso histórico y dialéctico de la tolerancia y la intolerancia, parte del principio de que la tolerancia es *
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.política.
una virtud ilustrada que atiende a la igualdad, la libertad y algunos imaginarios espaciotemporales de la democracia. Estamos ante un conjunto de procesos políticos, económicos, sociales y culturales, en permanente interpretación espaciotemporal de donde surge la tolerancia como un concepto de la filosofía “moral” que en un primer momento buscó demarcar y reconocer las relaciones entre las distintas religiones, tradiciones y creencias. Si bien la tolerancia es reconocible como un valor emblemático de la democracia, resulta necesario definir sus límites. Una primera pauta para la vida en comunidad, lo daría la diferencia entre tolerar y soportar. Términos que en los últimos años se han confundido, lo cual ha llevado a desdibujar la precisión que cada uno de ellos tiene. Soportar es llevar sobre sí una carga o peso, aguantar, resistir. Por su parte, tolerar es respetar las opiniones y las prácticas de los demás, es decir, mientras lo soportable se sufre lo tolerable se acepta. Se soportan, en general, aspectos establecidos por los propios límites “naturales”, tanto los que marcan los mismos fenómenos naturales, como las limitaciones del organismo como ser biológico. De esta forma soportamos el calor, la lluvia, la llegada de las arrugas y de las canas. La tolerancia, por su parte tiene una trayectoria distinta. En las democracias “actuales”, los ciudadanos se sienten atrapados, empapados en una especie de doctrina viciosa que envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo perturba, lo paraliza. El inicio espaciotemporal de la tolerancia se ubica durante el proceso de transformación de las sociedades politeístas griega y romana, donde se vivía cotidianaMETAPOLÍTICA
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SOCIEDAD ABIERTA | B. BERENZON Y G. CALDERÓN mente con deidades semejantes a las del mundo que las creaba, con la irrupción de la creencia en un solo dios, originada primeramente por la sociedad judía, y luego por lo que sea considerado el mundo judeo-cristiano. Con el paso de aproximadamente un tercio del primer milenio de nuestra era, Constantino toleró oficialmente otra religión, al reconocer al cristianismo. Poco tiempo después, a mediados de ese primer siglo de nuestra era, inició la intolerancia cristiana, al instituir la salvación a través de una sola verdad. Como todos los poderes e intereses manejados por los hombres a lo largo del proceso histórico, los propios intereses y alcances de la Iglesia y de los papas, se fueron acomodando y modificando para el control no sólo de las almas, sino de los bienes de los creyentes. La época de la Inquisición se puede apuntar como una cima temporal de intolerancia en la humanidad. Consistió en la persecución hacia las consideradas brujas, cacería que inicia durante la alta Edad Media en el siglo V, y tiene una larguísima duración hasta mediados del siglo XVII, lo cual indica el gran periodo de intolerancia religiosa por parte de los católicos y los evangélicos quienes persiguieron durante siglos, a las personas acusadas por el derecho canónico como herejes. Esta imputación se hizo mayoritariamente a mujeres, las cuales fueron llevadas a la hoguera con los cargos de hacer pacto con el diablo. La finalidad subyacente estaba dirigida a ejercer control sobre la población. Este largo tiempo de la presencia de brujas en el mundo, convivió con un periodo más corto que abarcó desde el siglo XI hasta el siglo XIII, de la liberación de la Tierra Santa en manos de los musulmanes, conocido como las Cruzadas. Con ellas, también se cometieron todo tipo de atropellos contra la población civil y también teniendo como fondo de acción los intereses de los poderes fácticos de la época. Desde entonces la tolerancia encubre una doble intención. Reconocer en el discurso la existencia del otro, pero nunca darle la categoría de igual, e imputarle una historia alrededor a partir de la creación de imaginarios que los sitúen como enemigos del bien común. La cita de Iring Fetscher (1995, p. 34) continúa con vigencia hasta nuestros días: “como en muchos otros casos de persecución y de creación de enemigos imaginarios, en la cacería de brujas fue decisivo el terror al supuesto ‘poder’ oculto de brujas, demonios y magos. Era fácil inculcar ese terror a gente ignorante, pobre, amenazada por la necesidad y las epidemias”. METAPOLÍTICA
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Con las modificaciones de la sociedad a través del tiempo, la aceptación de tolerar se convirtió en un aspecto de importancia, convirtiéndola en un argumento de utilidad para el ejercicio del poder. Para que los ateos pudieran ser aceptados dentro de la tolerancia del Estado, éste tenía que liberarse de la tutoría de la Iglesia, lo que iniciaría el cambio teórico para imponer la idea de un Estado neutral. A finales del siglo XVII, Inglaterra lo implantó de manera definitiva, con excepción de los católicos, sin embargo, la completa separación entre la Iglesia y el Estado se llevó a cabo en las colonias de la unión americana, las cuales demostraron en ese sentido, una mayor tolerancia. Durante la Ilustración la tolerancia dio un giro con relación a su interpretación, en el siglo XVII, Montesquieu (1980) basado en el determinismo intentó explicar el comportamiento de las personas y que las formas sociales históricas (por ejemplo, las leyes, las religiones) no dependen exclusivamente del hombre, sino de las condiciones externas, principalmente el clima, con lo cual le quitó a la sociedad la responsabilidad y la posibilidad de transformar el mundo de acuerdo a sus intereses. El enfoque de Montesquieu no fue compartido por la tendencia universalista de la Ilustración. El Tratado sobre la tolerancia de Voltaire (1999), defiende la tolerancia religiosa no sólo en términos de la paz interior de los individuos, sino que también introduce las ventajas económicas de esta consideración, porque dentro de su concepción, la intolerancia enfrenta a los pueblos con guerras permanentes, lo que en ese entonces significaba la devastación económica de los pueblos. Además, considera que se ejerce un mayor control y serían menos peligrosas para el Estado mientras mayor fuera el número de religiones existentes, ya que es la religión la que impone los controles necesarios a las fuerzas naturales de los ciudadanos. Para Voltaire no era posible disociar enteramente la historia de la tolerancia y la historia del concepto de tolerancia: no es posible disociar la filosofía mundana de la intolerancia de su filosofía académica, porque los conceptos escolásticos (teóricos) de tolerancia no brotan de la conciencia pura, sino a través de los procesos efectivos e históricos. En cualquier caso, aun cuando ordo essendi pueda parecer a muchos evidente que lo primero es una historia (social, política) de la tolerancia y que sólo desde ella sería posible la historia del concepto, nos permitiríamos advertir que, al menos ordo cognoscendi, a la historia del concepto de tolerancia le corresponde siempre una prioridad metodológica, al menos en el momento en que sea de algún modo posible hablar de una historia
¿TODO ES TOLERANCIA? | SOCIEDAD ABIERTA sistemática o historia interna del concepto de intolerancia. Si esta historia sistemática no existiera, entonces la historia del concepto de tolerancia —que habría de ser puramente empírica, una recensión de opiniones cronológicamente ordenadas— quedaría anegada por entero en la historia de las técnicas o de las prácticas, como un apéndice suyo. No se puede afirmar si existe o no una historia sistemática del concepto de tolerancia, pero si es posible presentar “líneas sistemáticas” de esa hipotética “historia interna del concepto” algunas determinaciones y distinciones que poseen, sin embargo, el mínimo vigor exigible. A finales del siglo XVIII, con la Revolución francesa, inicia el reconocimiento de los llamados derechos del hombre y de los ciudadanos. El Estado devino garante de la tolerancia, ya no sólo religiosa sino de la igualdad de derechos, en virtud de que la política tenía que afirmar dos principios propios de la llegada de los Estados liberales, la propiedad de los individuos, la libertad en general y la de culto en particular. Lograr el equilibrio entre la libertad personal y la salvaguardia del bien común, resulta difícil y complejo. Los seres humanos aspiramos a la libertad al mismo tiempo que pedimos protección ante el ejercicio de la libertad de los otros, por ello es necesario que existan límites que permitan las interacción de ambas libertades. ¿Cómo encontrar este equilibrio? Se recurre a la tolerancia estatal, cuyo objetivo está relacionado con la protección y conservación de la parte física de los hombres y de su libre actividad. Lo que la tolerancia estatal regula son las convicciones, orientaciones o actividades religiosas que entran en pugna con el bien público. En cuestiones como el consumo del alcohol, la droga y el ejercicio de la prostitución, se produce un conflicto moral, que no ético, que atañe más al deber ser que al ser, y encontrar un equilibrio adecuado no es una cuestión simple. Sin embargo, es posible avanzar analizando los principios básicos en torno a la tolerancia. La tolerancia, entendida como respeto y consideración hacia la diferencia, o como una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta a la propia; aceptación de un legítimo pluralismo, es a todas luces un valor importante. Estimular en este sentido la tolerancia puede contribuir a resolver conflictos y a erradicar violencias. Y como unos y otras son noticia frecuente en los más diversos ámbitos de la vida social, cabe pensar que la tolerancia es un valor a promover. La tolerancia no es una actitud de simple neutrali-
dad o de indiferencia, sino una posición resuelta que cobra sentido cuando se opone a su límite, que es lo intolerable. De hecho, muchas formas de intolerancia tienen su origen en un previo exceso de tolerancia. ¿Qué se entiende entonces exactamente por “tolerancia”? Hay dos acepciones principales de la palabra tolerancia, que engloban lo que acabamos de decir. Una es el “respeto y consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás, aunque sean diferentes a las nuestras”. Y la otra —que recoge su sentido más específico— señala que “tolerar es permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente”; o sea, no impedir —pudiendo hacerlo— que otro u otros realicen determinado mal. No se trata de una abyección, o un chantaje como lo hemos vivido en nuestro país y en América Latina. Es inimaginable una sociedad en la que se permitiera todo, siempre hay cosas que no pueden tolerarse si no se quiere acabar en la ley de la fuerza. Si no toleramos algunas cosas es porque hay verdades y valores que consideramos innegociables y vitales. Hacia el final de la Revolución francesa, las ideas políticas comenzaron a tener un peso específico mayor a las religiosas. La discusión sobre la tolerancia para las exigencias de los partidos políticos, así como la propia libertad de palabra concedida de manera recíproca con la finalidad de expresar con toda libertad los argumentos, ocuparon el centro del debate. La evolución de este planteamiento derivó en que los partidos mayoritarios deben reconocer que sus decisiones, aunque reúnan un número más grande, no tienen la absoluta certeza de ser las correctas y, por lo tanto, aunque hayan derrotado a la minoría, son responsables con el respeto de las minorías y aceptar que pueden tener razón. Por otro lado, el respeto de las minorías es una decisión legal, pero no se les puede pedir la adhesión al pensamiento de la mayoría. ¿Y con qué criterio se puede distinguir cuándo debe impedirse algo y cuándo debe tolerarse? Es preciso hacer una valoración moral, atendiendo con rectitud al bien común, que es la única causa legitimadora de la tolerancia. Debe juzgarse valorando con la máxima ponderación posible las consecuencias dañosas que surgen de la no tolerancia, comparándolas después con las que serían ahorradas mediante la aceptación de la fórmula tolerante. El fundamento último de la tolerancia es no impedir el error, que no es lo mismo que hacerlo. Echando un vistazo a la situación mundial en el siMETAPOLÍTICA
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SOCIEDAD ABIERTA | B. BERENZON Y G. CALDERÓN glo XX, puede decirse que la tolerancia ha germinado fundamentalmente en los países de mayor tradición cristiana. En cambio, la intolerancia se ha mostrado con gran crudeza en los países gobernados por ideologías ateas sistemáticas (Tercer Reich nazi, la URSS y todos los países que estuvieron bajo su dominio, China, etcétera); también la violencia del integrismo islámico sigue muy presente en los países donde su religión aún no ha alcanzado el poder político, y donde ya lo han alcanzado (Arabia, Irán, etcétera) la tolerancia religiosa es prácticamente inexistente; en países asiáticos no islámicos (Vietnam, China, entre otros) no parece mejorar la situación. La aceptación de la diversidad en cualquiera de sus expresiones, es un signo muy representativo del nivel de civismo y práctica democrática que se alcanza en una comunidad política. Ahora la paz se consigue por la aceptación del otro, tal y como es, y no por la imposición de una única verdad provista por una fuente única de conocimiento y autoridad. En la actualidad nuestra convivencia se mantiene en la medida en que se hacen prevalecer los derechos de las minorías y de los que son y piensan diferente al grupo social que se encuentra en el poder, por más apoyo y respaldo que tenga en un momento dado. El gobernante genuinamente democrático acepta de antemano que su poder está limitado por las atribuciones determinadas en la ley y que su responsabilidad en la reproducción futura del régimen democrático le obliga a garantizar la presencia activa de las minorías en la discusión de los asuntos públicos. Este deber democrático llega incluso a más cuando se le exigen garantías de alternancia en el gobierno y el compromiso explícito de entregar el poder si le son adversos los resultados electorales o si pierde la legitimidad necesaria para conducir el gobierno. Estas reglas del juego no son nuevas. Tienen incluso solera, porque su vigencia en buena parte del mundo occidental comenzó a fraguarse en el siglo XVIII cuando franceses y americanos proclamaron al mundo que se iniciaba una nueva época, más igualitaria, fraterna y libre. No en vano la lucha fue contra la tiranía del poder absoluto y a favor de la libertad absoluta, igual y completa tanto de las opiniones como de las creencias de todos los ciudadanos. Más de doscientos años después las convicciones éticas y políticas de Occidente son suficientemente fuertes para condenar y considerar intolerable a un régimen que, utilizando la fuerza, intente anular las liberMETAPOLÍTICA
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tades de opinión, de expresión, de información, de culto, el derecho de las personas a disfrutar libremente de su patrimonio y a seleccionar el tipo de educación que deben tener sus hijos. En todos esos casos no hay nada que negociar, porque cada uno de ellos garantiza la heterogeneidad, el pluralismo, el derecho a la diversidad y la práctica pacífica de la disidencia, que son característicos y consustanciales a las democracias modernas. Ser un gobernante moderno, prudente y justo implica la práctica de la tolerancia, entendida como la disposición plena para atender y comprender las razones de los demás. Ser un demócrata es, por tanto, ser tolerante y respetar el derecho de los otros a convivir con creencias morales, prácticas políticas, convicciones éticas y prácticas religiosas que no se aceptan como propias. Ser un gobernante sabio es entender que ésta es la condición natural de las sociedades contemporáneas y que su papel es el de lograr una mediación entre intereses encontrados para producir síntesis enriquecedoras y socialmente productivas. Un ejemplo es la condición legal de los grupos migrantes. Desde siempre y en todo el mundo, se les han negado los derechos de ciudadanía en el momento de su llegada al país extranjero. El argumento central es que el Estado tiene derecho a oponerse a algunas inmigraciones, o bien a asignarles condiciones establecidas, pero en ningún caso se les pueden negar los derechos ciudadanos a los descendientes de los migrantes nacidos en ese territorio, los cuales los adquieren por nacimiento. El principio constitucional debe contemplar la igualdad de derechos y la libertad de pensamiento para todos los ciudadanos, con la finalidad de lograr el verdadero desarrollo de las personas. John Stuart Mill en su libro Sobre la libertad (1993), se refiere a la opresión estatal en términos de mayor impacto porque aunque “no recurre habitualmente a castigos tan severos, deja mucho menos salidas abiertas y, por ello, penetra mucho más en la existencia cotidiana, sometiendo a las almas”. Esta cita refleja no sólo la situación brutal que han padecido muchos países del mundo, desde ese tiempo, hasta América Latina en tiempos más recientes, sólo por mencionar algunos casos. También permite dar un salto cualitativo en aras de poner atención a los mecanismos que el propio sistema capitalista, abrogándose los principios de la democracia y, por tanto de la tolerancia, han ido implementando, transgrediendo los límites no establecidos en el derecho, pero si indispensables para la realización del bien
¿TODO ES TOLERANCIA? | SOCIEDAD ABIERTA común y el logro pleno de la libertad humana, la cual desde el siglo XIX incluye la libertad de pensamiento y de sentimiento. La sociedad democrática no se termina en la política. Aunque se le puede considerar como la forma de vida política, la propia condición para una libre participación de cualquier ciudadano pasa por su independencia económica. Sin embargo, con el paso del tiempo, el poder ha encontrado en lo ideológico la forma de legitimar la explotación capitalista. Herbert Marcuse (1977) adujo en contra de la moderna exigencia de la tolerancia, ya que ésta sólo sirve —por lo menos en muchos casos— para mantener el statu quo de la desigualdad. El ejemplo religioso lo explica claramente, el cristianismo logró convertirse en la ideología dominante, a partir de fusionar los fundamentos, anhelos y esperanzas de los oprimidos — la verdad está con los que sufren, con los humillados, el poder corrompe, entre otros— para hacerlos compatibles con las relaciones de poder. Los mecanismos ahora son diferentes. En la política ya no se compite. En la actualidad se lleva a cabo una colaboración y negociación de los intereses de todos los actores políticos para lograr algo que parezca un consenso. Por lo que el nuevo orden planetario, sustentado en lo global se sostiene en las ideas que funcionan, aunque esto sólo signifique que cada uno ocupe el lugar que el liberalismo le conceda. Esta globalización encubre la violación a las soberanías, intromisiones policiacas, asaltos militares y limitaciones comerciales en nombre de la defensa de los derechos humanos. No existe la llamada verdad universal, dentro de la universalidad siempre hay conflicto. La tolerancia con este sello significa exclusión, donde no tienen cabida las reivindicaciones particulares, son sólo quejas que al nunca ser tomadas en cuenta pueden terminar en explosiones “irracionales” dentro del esquema de negociación y acuerdo de la así llamada posmodernidad. Posmodernidad que encuentra en el discurso del reconocimiento del Otro su razón de ser y que pretende, en términos de ?i?ek (2007), la co/existencia en tolerancia de grupos con estilos de vida “híbridos” y en continua transformación, grupos divididos en infinitos subgrupos (mujeres hispanas, homosexuales negros, varones blancos enfermos de SIDA, madres lesbianas…). Este continuo florecer de grupos y subgrupos con sus identidades híbridas, fluidas, mutables, reivindicando cada uno su estilo de vida/su propia cultura, esta incesante diversificación, sólo es posible y pensable en el marco de la globalización capi-
talista y es precisamente así como la globalización capitalista incide sobre nuestro sentimiento de pertenencia étnica o comunitaria: el único vínculo que une a todos esos grupos es el vínculo del capital, siempre dispuesto a satisfacer las demandas específicas de cada grupo o subgrupo. En el México actual, los gobernantes no muestran una disposición efectiva y francamente “democrática”. Cada cierto tiempo se imponen a partir del engaño, la doble moral, y el disimulo, expresiones del fanatismo y personalidades perdidamente narcisistas que creen ciegamente en la exclusividad de su propia verdad, que confían en la fuerza para imponerla a sangre y fuego si es necesario, y que por esa vía confiscan la esperanza de la gente común y corriente de alcanzar algún estadio de felicidad. Lo único que están defendiendo son las prerrogativas adquiridas por pertenecer y reproducir al sistema. Ortega y Gasset decía con razón que la vida se consume en sed, ansia, afán y deseo de felicidad, que sólo se logra mediante la autorrealización si se tiene la suerte de trabajar a gusto y emplear la vida en aquello por lo cual se es capaz de morir. Cuando ese peligro es algo más que una amenaza nos topamos con los límites de la tolerancia debida. Porque la tolerancia es intolerable cuando se debe encarar el peligro que supone el ejercicio de un poder intolerante incapaz de observar la libertad de los sujetos para elegir su destino.
REFERENCIAS
Aries, P. (1957), Cincuenta años del pensamiento católico en Francia, Madrid, Escelier. Berenzon Boris y G. Calderón (2009), Diccionario de Tiempo Espacio, México, UNAM/IPGH/OEA. Burke, P. (1987), Sociología e historia, Madrid, Alianza. Fetscher, I. (1999), La tolerancia. Una pequeña virtud imprescindible para la democracia. Panorama histórico y problemas actuales, 2 edición, Barcelona, Gedisa. Marina, J. A. (1992), Elogio y refutación del ingenio, Barcelona, Anagrama. Marcuse, H. et. al. (1977), Crítica a la tolerancia pura, Madrid, Editora Nacional. Mill, J. S. (1993), Sobre la libertad, Madrid, Alianza. Montesquieu, C. (1980), Del espíritu de las leyes, Madrid, Tecnos. Ortega y Gasset, J. (1930), “La rebelión de las masas”, Revista de Occidente METAPOLÍTICA
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DICTAR LA
memoria.
JUSTICIA TRANSICIONAL EN AMÉRICA LATINA Óscar del Álamo Pons*
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radicionalmente, la historia latinoamericana se ha construido a base de rupturas del orden democrático, cuando este ha existido, o a través de la continua sucesión de gobiernos militares, dictaduras o autoritarismos de diversa índole durante ciertas etapas. Numerosos países de la región han vivido los períodos de interrupción democrática como una situación habitual y constante. El siglo XIX presenciaba el surgimiento de numerosos caudillos que, desde provincias o regiones periféricas lograban hacerse con el control político de sus respectivos países merced a la debilidad de los gobiernos e instituciones centrales.1 Posteriormente, durante el siglo XX, la instauración de regímenes dictatoriales ha respondido, en términos generales, a situaciones de mayor complejidad en las que las motivaciones personales de quienes dirigieron los levantamientos, y propias de los “caudillos”, no fueron las únicas. Al contrario, factores como la incapacidad de los sistemas *
Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador. 1 Para un repaso actualizado sobre el fenómeno del caudillismo en América Latina, ver Castro (2007). METAPOLÍTICA
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de partidos como vehículos para la canalización de intereses de la ciudadanía y para la gestión de los conflictos sociales o los problemas económicos contribuyeron a la emergencia de dichos regímenes vinculados, en algunos casos, a objetivos reformistas y nacionalistas. Todo ello aunado a la debilidad de las instituciones democráticas. En esta línea, la segunda mitad del siglo XX ha contemplado cómo la fórmula del golpe militar —que desemboca en dictadura— o el rol político ejercido por las Fuerzas Armadas ha sido un método frecuente. El poder militar se instaló en Paraguay (1954), en Brasil (1964), Perú (1968), Bolivia (1971), Uruguay (1972), Chile (1973) o Argentina (1976).2 Simultáneamente, en otros países, gobiernos elegidos democráticamente se ponían bajo la tutela militar, tal como ocurrió en El Salvador (1981) y Honduras (1982). En otros casos, más excepcionalmente, gobiernos elegidos democráti2 Por ejemplo, en Sudamérica, en 1960, nueve de los diez países hispanohablantes tenían gobiernos democráticamente elegidos. Para 1973, sólo quedaban dos: Colombia y Venezuela. Ese año, menos del 25 por ciento de Estados del mundo eran democráticos.
DICTAR LA MEMORIA | SOCIEDAD ABIERTA camente han derivado en prototipos de autoritarismo como los mencionados; tal vez, el caso más ejemplificador sea el caso de Perú tras el autogolpe de Alberto Fujimori (1992-2000). Independientemente del caso, la aplicación de estos patrones autoritarios ha desembocado en una serie de devastadores resultados para la institucionalidad democrática en general, y para el respeto por los derechos humanos en particular: torturas, secuestros, desapariciones forzadas, asesinatos de Estado o exilios voluntarios y forzados se convirtieron en una realidad cotidiana (Méndez y Mariezcurrena, 2000). El desgaste que experimentaron estos tipos de gobierno —sin olvidar la importancia de la resistencia interna— propició que, durante la década de los ochenta, América Latina entrara en lo que se ha etiquetado como la tercera ola (contra olas) de democratización, truncada en algunos casos como el de Perú (Huntington, 1994). Sin embargo, este nuevo proceso de reconstrucción institucional no estuvo acompañado, en la mayoría de los casos, de un proceso de reparación a las víctimas o de enjuiciamiento a los responsables de los diversos delitos cometidos en las etapas anteriores. Más bien, cuando los hubo, estos procesos fueron excepcionales y tuvieron que enfrentarse a diversos obstáculos que lastraron su implantación. De este modo, sustantivos como impunidad3 o dinámicas como las de un bajo respeto por los derechos humanos o la falta de independencia del poder judicial han tendido a acompañar los diversos diagnósticos que organismos, expertos y académicos en la materia han realizado sobre América Latina durante los últimos años. Ello no equivale a obviar los avances que, en este terreno, se han producido en diversos países de la región —con sus respectivos ritmos, especificidades, coyunturas y grados de éxito. Al contrario, a partir de 2009 se ha empezado a evidenciar la madurez que, tras más de dos décadas de esfuerzos, han alcanzado estos procesos si se atiende a algunos de los hechos más relevantes que han tenido lugar; entre ellos: a) el juicio oral y público para Reynaldo Bignone —previsto para octubre— y el retorno —anunciado en agosto— de Jorge Videla al banquillo de los acusados por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar argentina;4 b) el juicio y sentencia a 3
Youngers y Burt (2008) afirman que la impunidad ha caracterizado durante mucho tiempo a las sociedades latinoamericanas que emergen tras años de gobiernos autoritarios y/o guerras internas. 4 Bignone fue presidente de facto de Argentina durante el último periodo de la dictadura, del 2 de julio de 1982 al 10 de diciembre de 1983.
Alberto Fujimori en Perú durante el mes de abril de 2009, son ejemplos del proceso de cambio al que se hacía referencia y que abren las puertas al esclarecimiento de los crímenes y violaciones de derechos humanos cometidos por las dictaduras y gobiernos de facto en América Latina. De acuerdo con los datos que aporta el Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ), desde 1990 hasta la fecha, se contabilizan 69 casos de jefes de Estado comprometidos en delitos como los mencionados; sólo 35 de ellos han llegado a la justicia y sólo 17 por ciento ha sido condenado. Este dato ilustra la importancia que juicios como los mencionados suponen para América Latina, en particular, y para el resto del mundo, en general.
L A LUCHA CONTRA L A IMPUNIDAD
Hasta la fecha, los casos que pueden servir de ejemplo en la región han sido excepcionales. Entre ellos, destaca el proceso abierto contra Luis García Meza,5 que se inició en 1986 y concluyó en 1993, con una pena de 30 años de cárcel. Meza permaneció fugitivo de la justicia boliviana hasta su captura en Brasil en 1994, siendo extraditado en 1995 y encarcelado el 15 de marzo de ese mismo año. Por entonces, en América Latina no se había producido el caso de ningún otro mandatario que hubiera sido condenado y tampoco existía el caso de una extradición como la que aceptó el Supremo Tribunal Federal de Brasil el 19 de octubre de 1994.6 Para el resto de países de América Latina, el proceso ha transcurrido por otros cauces. La ola democratizadora trajo consigo los primeros intentos de confrontación con el pasado y un instrumento fundamental para ello han sido y son las llamadas Comisiones de la Verdad: a) impulsadas por los presidentes elegidos tras el fin de las dictaduras militares7 o mediante acuerdos de paz con 5 Presidente de facto de Bolivia del 17 de julio de 1980 al 4 de agosto de 1981. 6 Puede tenerse en cuenta el juicio que se llevó a cabo contra el general Manuel Antonio Noriega, en Miami, entre septiembre de 1991 y abril de 1992. Sin embargo, se le juzgó por crímenes ordinarios —narcotráfico y fraude organizado— y no políticos. Actualmente su caso está pendiente de la posibilidad de celebrar un nuevo juicio por delitos de asesinato. 7 Así, en Argentina, tras la caída de la dictadura, Raúl Alfonsín creó en 1983 la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas; en Chile, el presidente Patricio Aylwin creó en 1990 la Comisión Nacional. de Verdad y Reconciliación.
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SOCIEDAD ABIERTA | ÓSCAR DEL ÁLAMO PONS mediación de la comunidad internacional;8 b) conformadas en un clima posdictatorial o de postconflicto (Oettler, 2004) con el objetivo de esclarecer hechos, atribuir responsabilidades y evitar la impunidad. Pero los obstáculos fueron muchos y los resultados limitados. En varios casos, la voluntad de mantener la estabilidad de los nuevos y débiles procesos de democratización supuso que la justicia penal fuera sustituida por otras modalidades de satisfacción a las demandas de las víctimas que giraron, principalmente, en torno a la reconstrucción de los hechos ocurridos y la reparación simbólica y/o material de las víctimas. De este modo, los niveles de impunidad, en el plano de la justicia penal, fueron elevados y se vieron favorecidos por la existencia de un marco legislativo para tal propósito que era común en muchos países de la región (El Salvador: 1993; Perú: 1995; Chile: 1978; Brasil: 1979). Durante los últimos años se ha llevado a cabo una importante labor para combatir esta realidad y algunos casos se han constituido como referentes básicos de este esfuerzo. Dos de los más relevantes siguen trayectorias paralelas. Uno de ellos es el argentino. El “Juicio a las Juntas militares” (1985) permitió la condena a los miembros de las Juntas Militares del llamado Proceso de Reorganización Nacional. Pero la aprobación de la “Ley de Punto Final” (1986) y la “Ley de Obediencia Debida” consagraron la impunidad para los responsables de crímenes de lesa humanidad y paralizaron los procesos judiciales contra los autores de las detenciones ilegales, torturas y asesinatos que tuvieron lugar en la etapa de dictadura militar. Este bloqueo se completaría con los llamados “indultos de Menem”: una serie de diez decretos sancionados el 7 de octubre de 1989 y el 30 de diciembre de 1990 por el entonces presidente de la República y con los que se indultaba a civiles y militares que cometieron delitos durante la etapa de la dictadura militar, incluyendo a los miembros de las juntas condenados en 1985. De este modo, mediante estos decretos serían indultadas más de 200 personas. Sin embargo, en 2003, el Congreso de la Nación declaró la nulidad de las leyes y por su parte, la Corte Suprema de Justicia, por ser inconstitucionales, el 14 de junio de 2005. Asimismo, se empezaron a declarar in8 En El Salvador, la Comisión de la Verdad impulsada en 1992 por el Secretario General de Nacional Unidas, Boutros BoutrosGhali o, en Guatemala, tras la firma de la paz, se creó en Oslo (1994) una Comisión para el Esclarecimiento Histórico.
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constitucionales aquellos indultos referidos a crímenes de lesa humanidad. Así, se abría la posibilidad de nuevos procesos, de tal modo que el 10 de julio de 2007 se inició en Buenos Aires el primer juicio oral contra militares de la pasada dictadura después de la anulación de las leyes, y los miembros de la junta militar, fueron puestos bajo arresto nuevamente, cuando la Corte Suprema declaró, en 2007, que el indulto también era inconstitucional. El otro de los casos, es el uruguayo. Tras una dictadura que se prolongó desde 1973 a 1985, la “La Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado” (1986) —ratificada en plebiscito popular en 1989 y aún vigente— sirvió para dejar sin castigo a la mayor parte de los responsables de violaciones de derechos humanos. Gracias a las lagunas de la Ley y a reinterpretaciones alternativas de la misma,9 el gobierno del actual Presidente Tabaré Vázquez ha impulsado la apertura de una serie de juicios contra presuntos responsables de graves violaciones a los derechos humanos. Así, a pesar de la vigencia de la Ley, la justicia ha centrado su acción en aquellos delitos que, en parte o totalmente, fueron cometidos fuera de Uruguay. En marzo de 2009 se dictaron condenas, de entre 20 y 25 años de prisión, para ocho ex militares y policías por su responsabilidad en 28 homicidios cometidos en 1976, en el marco del “Plan Cóndor”. Un hecho que marca un hito en la revisión de las violaciones de derechos humanos en el país, al ser la primera condena en primera instancia dictada en un caso de violación de derechos humanos derivado de la represión dictatorial. Asimismo, se ha promovido el procesamiento con prisión para el dictador Juan María Bordaberry10 en la medida en que si bien la Ley provee una amnistía a oficiales militares y policiales no necesariamente protege a civiles. Lo que ofrece una conexión directa con el caso más reciente y uno de los de mayor importancia: el de Alberto de Fujimori en Perú. En primer lugar, por el hecho de que se somete a juicio a mandatarios no milita9 La ley, de acuerdo al artículo 3, establece que un juez debe consultar primero al Ejecutivo si un caso que le han presentado se encuentra cubierto por la ley. Mientras los gobiernos anteriores casi siempre decían que sí, lo cual tenía como consecuencia el archivamiento del caso, el gobierno de Tabaré Vázquez ha actuado de forma contraria, permitiendo que los casos sigan su proceso. 10 Juan María Bordaberry fue presidente constitucional entre 1972 y 1973 y de facto entre 1973 y 1976. Permanecía en arresto domiciliario desde enero de 2007.
DICTAR LA MEMORIA | SOCIEDAD ABIERTA res sino civiles. En segundo, porque el ascenso al poder de ambos se produjo por mecanismos constitucionales.11 Por un lado, el 7 de abril de 2009, la Sala Especial de la Corte Suprema de Perú sentaba un precedente al condenar a Fujimori a 25 años de prisión y por hacerlo por un gobierno democrático y por un tribunal civil concediéndole todas las garantías del derecho de defensa. Pero, por otro lado, lo equipara con los casos detallados antes al considerarlo responsable de crímenes de Estado y crímenes de lesa humanidad. Asimismo, el juicio a Fujimori es también un caso a tener en cuenta en la medida en que resultan extremadamente raros en el mundo los juicios contra jefes de estado en sus propios países por abusos a los derechos humanos. Los logros más recientes no deben servir para olvidar el importante número de casos irresueltos. Históricamente así ha sido en la región. Por ejemplo, en el mismo Perú, en dictaduras previas como las de Odría o Velasco prevaleció la impunidad y, si hubo alguna sanción, fue puramente moral. Más recientemente, pueden señalarse diversos casos de dictadores que fallecieron sin haber respondido por delitos contra la humanidad que se cometieron durante sus regímenes. Este es el caso de Alfredo Stroessner, que gobernó Paraguay desde 1954 hasta 198912 o el de Augusto Pinochet en Chile. A pesar de que se levantaron cargos contra este último en 1998 y se logró desaforarlo y procesarlo, murió antes de sentarse en el banquillo de los acusados en un juicio para responder por las violaciones a los derechos humanos cometidos durante la dictadura militar que presidió a lo largo de 17 años.13 A pesar de la ausencia de juicio a Pinochet, en Chile se revigorizó la actividad judicial contra casos de violación de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad14 contraria11
Bordaberry escaparía de estos márgenes legales después de 1973 y Fujimori haría lo propio con su autogolpe de 1992. 12 Se calcula que, al menos 14 mil personas, estuvieron directamente afectadas por la represión stronista. 13 A pesar de que Pinochet no fue juzgado, la dictadura que rompió 150 años de historia democrática y dejó como legado la muerte de 3,200 personas a manos de agentes del Estado y, de las que unas 1,192 figuran aún como detenidos desaparecidos. 14 Hasta agosto de 2008, 686 ex agentes del gobierno chileno habían sido acusados o procesados por delitos contra los derechos humanos. De éstos, 245 ya han sido sentenciados. Actualmente existe un universo de casos abiertos que comprende a 1,138 víctimas de ejecuciones extrajudiciales o desapariciones pero no hay casos en marcha para un número adicional de 1,960 víctimas oficialmente reconocidas (Youngers y Burt, 2008).
mente a la vigencia de la ley de amnistía impuesta por la dictadura militar en 1978. Casos como los señalados —a pesar de los efectos positivos que se han derivado de ellos— evidencian la necesidad de no descuidar los muchos otros que requieren de un abordaje profundo e intenso y que constituyen la evidencia más visible de las tareas aún pendientes. Por ejemplo, el de México, donde a pesar del establecimiento de una “fiscalía” para investigar la llamada “guerra sucia” contra opositores durante los años sesenta, setenta y ochenta, no se han logrado resultados convincentes.
MECANISMOS Y ESTRATEGIAS JURÍDICAS: FUJIMORI Y L A AUTORÍA MEDIATA
Casos como el de Stroessner o Pinochet suscitan varios interrogantes: ¿por qué quedan casos impunes cuando, en otras situaciones, se logran avances tan relevantes?, ¿por qué la misma justicia que ha sido capaz de procesar, con una notable celeridad, a dictadores como Pinochet se ha mostrado radicalmente incapaz de juzgarle y condenarle, con tiempo suficiente para hacerlo? Resulta evidente que la existencia de un marco legal que ha favorecido la impunidad es un elemento fundamental. En consecuencia, el uso de todas las herramientas legales que puedan resultar necesarias y durante todo el tiempo que haya resultado preciso han obstaculizado y entorpecido la tarea de la justicia, de forma que en algunos casos nunca se haya llegado a recibir una sentencia condenatoria. En este sentido, la rapidez con la que se resuelvan los casos puede tener efectos positivos diversos; entre ellos, no sólo que los casos no queden impunes sino también restablecer la confianza de los ciudadanos en las instituciones. Como se ha mencionado arriba, la legislación vigente se ha convertido en ocasiones más en una salvaguarda para la impunidad de los acusados que lo contrario. De este modo, estas situaciones obligan a buscar mecanismos que, al amparo del propio marco legal y buscando los espacios que este ofrece, se puedan superar obstáculos como los que existieron en Argentina o los vigentes en Chile o Uruguay donde las leyes de impunidad aún se encuentran vigentes. En el transcurso de los últimos 25 años, se han desarrollado instrumentos legales internacionales que resultan útiles para resolver estos casos cuando la ley aparentemente no tiene lagunas o imprecisiones —como METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD ABIERTA | ÓSCAR DEL ÁLAMO PONS se indicaba para el caso uruguayo. Uno de ellos, es el de la autoría mediata o de ejecución mediata. El caso de la sentencia a Fujimori ilustra que este es uno de los mecanismos que pueden resultar más efectivos cuando las evidencias empíricas y materiales no resultan contundentes contra el mandatario procesado15. De acuerdo con esta teoría, “autor mediato” es quien hace ejecutar un crimen mediante otro sujeto, cuya voluntad no es libre y que se puede efectuar valiéndose de una estructura de poder organizada. Esta nueva figura jurídica encuentra como responsable de una violación de los derechos humanos, en términos generales, al sujeto (sea cual fuere su cargo) que, sin haber participado directamente, estaba en la responsabilidad de oponerse, condenar, frenar o investigar los hechos o que, en todo caso, utiliza a otras personas bajo su mando para llevarlo a cabo el delito de lesa humanidad. De este modo, se responsabiliza como autores intelectuales de los crímenes de Estado a quienes tienen dominio del hecho.16 En este sentido, llegar a una sentencia justa en este tipo de caso no depende únicamente de los códigos penales nacionales ni tampoco de la evidencia de documentos escritos con la firma o sello del acusado.17 Asimismo, bajo la conceptualización de la “autoría mediata” también puede darse un control conjunto, compartido por varias personas, cuando la contribución de cada una de ellas resulta esencial para la comisión del acto. El Estatuto de Roma, aprobado el 17 de julio de 1998, contempla esta fórmula como la perpetración a través de un “aparato de poder”. El argumento esgrimido por la mayoría de jefes militares y civiles enjuiciados se basa en alegar que ellos tenían responsabilidad política, pero no actuaron ilícitamente porque lo hicieron los subordinados. La autoría mediata lo que demuestra es que en realidad lo que sucede es que las personas que ocupan los escalones más 15 El concepto de autoría mediata surge en 1963 de la mano del jurista alemán Claus Roxin que, por primera vez, utiliza la terminología “dominio del hecho” o “autor detrás del autor” aplicándose, inauguralmente, en 1963 contra el criminal nazi Adolf Eichmann. Para una actualización de su trabajo, ver Roxin (2000). 16 El Estatuto de Roma adopta el concepto de control del evento y “crimen del sistema” para referirse a los casos en los que el acusado no se encuentra necesariamente en la escena del crimen. 17 Además, en casos como el de Fujimori, la Corte Suprema en el Perú determinó por primera vez que terceras personas tienen derecho a presentar escritos amicus curiae que pueden ser empleados por los jueces al formular su decisión, y también ha mantenido el derecho a presentar expertos internacionales.
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altos de la jerarquía, hacen uso de este “aparato” para cometer delitos. En los casos de civiles, puede haber una subordinación de facto, cuando se reconoce en un superior esa calidad. Son hechos que se provocan, son realizados por los subordinados con conocimiento del superior o en situaciones en los que él no podía desconocer que esos hechos se estaban llevando adelante y no hizo nada para impedirlo. Por ejemplo, a Fujimori se le acusaba —y se le ha condenado por ello— del asesinato de 15 personas en el centro de Lima (la matanza de Barrios Altos en 1991) y la desaparición y posterior ejecución de 10 miembros de la Universidad La Cantuta (en 1992). Estos crímenes no fueron cometidos directamente por él sino que fueron perpetrados por un grupo operativo del Servicio de Inteligencia del Ejército.18 De hecho, en Perú la aplicación de este concepto jurídico no es nueva y ya ha sido utilizada con anterioridad. Paradójicamente, Abimael Guzmán, líder y fundador de Sendero Luminoso, también fue condenado por “autoría mediata”. En este sentido, la tesis de la “autoría mediata” si bien no es nueva sus aplicaciones más recientes y los logros obtenidos en ellas abren la puerta a su aplicación efectiva en nuevos procesos o en otros que han permanecido estancados hasta la fecha.
OTROS ACTORES Y FACTORES A TENER EN CUENTA
Al margen de las diversas “estratagemas” legales para la puesta en marcha de procesos como los indicados, es necesario señalar la influencia que han tenido ciertos factores, tendencias y dinámicas que, a efectos prácticos, son tanto o más relevantes que los mencionados ingenios jurídicos. Estos factores no deben interpretarse de manera aislada sino interrelacionada para comprender no sólo su razón sino los efectos conjuntos que han generado. Entre ellos: 1. Un proceso de autocrítica y de asunción de respon-
sabilidades 19 por parte de los diversos actores implicados en los delitos cometidos. 18
Denominado “Colina”, cuyos integrantes se encuentran procesados por otros 50 crímenes cometidos en nombre de la lucha contra el terrorismo de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru. 19 Por ejemplo, el reconocimiento por parte de las Fuerzas Armadas chilenas en 2003 y 2004 de su responsabilidad institucional
DICTAR LA MEMORIA | SOCIEDAD ABIERTA 2. El esfuerzo desarrollado por parte de la sociedad civil (familiares de víctimas, organizaciones diversas, etcétera) o medios de comunicación, que han sostenido una intensa labor, denunciando los hechos y contribuyendo a impulsar una agenda en favor de la verdad y la justicia. Asimismo, el análisis de los casos analizados no hubiera sido posible sin la existencia e intenso trabajo de las respectivas Comisiones de la Verdad.20 3. Paralelamente, la existencia de una férrea voluntad política es clave. No siempre ha estado presente o ha tenido que hacer concesiones en defensa de la fragilidad democrática posdictatorial (Argentina y Uruguay son dos claros exponentes). Diversos sectores —políticos e intelectuales— concluyen que el inicio de juicios como los analizados constituían un factor desestabilizador en las recientes democracias de la región y deberían ser evitados. Por ello, algunos casos que surgieron como ejemplos pioneros desembocaron paradójicamente en lo contrario, en contra-ejemplos. Casos como el del gobierno de Tabaré Vázquez en Uruguay o Kirchner en Argentina son casos a considerar y que pretenden cambiar esta tendencia. 4. Las lecciones aprendidas de casos como el argen-
tino y similares, han llevado a la conceptualización de un cambio de modelo. Los casos que sucedieron a la experiencia argentina buscaron, conocedores de los riesgos asumidos, la verdad pero no de justicia. Los nuevos gobiernos en estos países abrazaron la idea de comisiones de la verdad con una función investigadora, pero no arriesgaron sus recién recuperadas democracias juzgando a los responsables de abusos. Dentro de este modelo, llegar a la verdad se convertía en el elemento central de reconciliación. En la actualidad, en cambio, han surgido, en América Latina y en todo el mundo, nuevas demandas por responsabilidad basadas en un “modelo integral” de justicia que incluye no sólo la verdad y la justicia, sino también reparaciones y reformas. Un hecho que se ha valido también de la mayor solidez actual de las instituciones democráticas.
por crímenes cometidos durante la dictadura militar desembocó en un aumento de las actividades en favor de la justicia. 20 Un ejemplo es el caso de Perú donde en el año de 2003, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación entregó un informe final sobre el que se basa la sentencia contra Fujimori.
5. Un clima propicio, a nivel internacional, en materia de persecución de delitos y respeto a los derechos humanos, favorecido por la acción de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Corte Penal Internacional y una nueva sensibilidad global frente a los crímenes de lesa humanidad. Por ejemplo, la labor de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) o la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha ejercido presión “desde afuera” que ha permitido la apertura de espacios internos de cara a la obtención de procesos y condenas contra dictadores y mandatarios. Aunque es muy importante señalar que la actividad internacional no puede provocar el cambio a menos que existan condiciones domésticas mínimas. 6. Asimismo, en el panorama internacional, cabe destacar ciertos “hitos” que han abierto y acelerado la revitalización de la justicia: a) el establecimiento de tribunales internacionales tras las sucesos como los de la ex Yugoslavia o Ruanda; b) la adopción en 1998 del Tratado de Roma por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que condujo al establecimiento de la Corte Penal Internacional en 2002; c) el arresto, en 1998, del General Augusto Pinochet en Londres, el que implicó la reafirmación del concepto de jurisdicción universal.21 7. Asimismo, puede hablarse de una “globalización de la justicia” o de un “efecto contagio” entre países en el momento de emprender iniciativas.22 La existencia de precedentes genera una masa crítica que favorece la ruptura de barreras existentes y el avance de los casos.
LOS DESAFÍOS DE UN FUTURO PRESENTE
Al margen de efectos puntuales —en el sentido “nacional” de la expresión— que los diversos procesos han aportado (condenas, reparaciones, etcétera) pueden apuntarse una serie de impactos, tal vez no tan eviden21 A nivel nacional cabe destacar que, entre el arresto de Pinochet en octubre de 1998 y su retorno a Chile en marzo del 2000, se presentaron más de 300 nuevas denuncias penales por crímenes de lesa humanidad y otras graves violaciones a los derechos humanos (Youngers y Burt, 2008). 22 Por ejemplo, el arresto de Pinochet en Londres en 1998 tuvo un efecto inmediato en Argentina con el arresto de Emilio Massera en Buenos Aires y, una semana después, el ex general Jorge Rafael Videla fue detenido también.
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SOCIEDAD ABIERTA | ÓSCAR DEL ÁLAMO PONS tes, y cuya influencia es, geográficamente, más extensa. En primer lugar, procesos como los detallados, específicamente los más recientes, son un refuerzo de primer orden para las instituciones democráticas y se constituyen como medidas preventivas en relación a acciones en contra de las mismas y que proliferaron en un pasado no lejano (golpes de Estado y las consecuentes dictaduras). Paralelamente, demuestran que, a pesar de las dificultades, la impunidad puede y debe vencerse a través de la Ley y los tribunales. En segundo lugar, la mejora de la confianza de la ciudadanía en el desempeño y la confianza en el poder judicial. Pero aún queda mucho camino por recorrer en este terreno. Según datos del Informe Latinobarómetro de 2006, el poder judicial presentaba un desempeño deficitario; sólo un 38 por ciento de los encuestados en la región lo calificaban de bueno. Este dato se encuentra directamente correlacionado con el nivel de confianza que alcanzaba el poder judicial ese año y que era de 36 por ciento de media para la región, el valor más alto registrado desde el año 1996. En cambio, este nivel de confianza en el poder judicial, según el mismo informe, fue de 30 por ciento en 2007, el valor más bajo desde 2003. En este sentido, es importante mejorar esta volatilidad en la medida en que el aumento de la confianza social en las instituciones disminuye la sensación de impunidad. En tercer lugar, casos como el reciente proceso a Fujimori, y los anteriores, afirman una creciente independencia del poder judicial al demostrar que éste es capaz de resolver un caso tan complejo como ha sido el de un ex jefe de Estado. Lo que al mismo tiempo supone una prueba adicional de la existencia y eficacia del Estado de derecho y de la satisfacción de la ciudadanía con el proceso y sus resultados. Simultáneamente, la sentencia de Fujimori puede abrir, de manera definitiva, un nuevo ciclo en el que la impunidad dé paso a la apertura de procesos judiciales a los responsables por los delitos del pasado a través de tribunales domésticos y que estos deben ser el principal recurso para ello. A pesar de los logros, es necesario seguir avanzando en diversos frentes; entre ellos, resulta clave: a) abrir nuevos procesos y acelerar aquellos en marcha con el objetivo de obtener “mejores” sentencias ante casos abiertos y desembocar en una mayor legitimidad y credibilidad del proceso; b) aprovechar los procesos en
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marcha y los antecedentes existentes para promover reformas significativas en los contenidos del marco legal, el funcionamiento del poder judicial y seguir fortaleciendo el Estado de derecho, en general, para permitir una respuesta adecuada a situaciones del pasado, y asegurar el respeto a los derechos humanos en el futuro. Hablar de derechos humanos en América Latina es referirse aún a retos del pasado que siguen manifestándose en el presente como parte de los desafíos que enfrentan los procesos democratizadores en la región. El trayecto a recorrer en muchos países de la región es aún muy largo, pero casos como los analizados demuestran que los avances son posibles, las mejoras factibles y la justicia una realidad al tiempo que todos ellos son el mejor incentivo para no detener la inflexión que se anunciaba al inicio de estas páginas.
REFERENCIAS
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Élisabeth Roudinesco: “LA DEMOCRACIA PROTEGE LA INTIMIDAD Y SALVAGUARDA EL PLACER” Entrevista realizada por Israel Covarrubias*
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istoriadora y psicoanalista francesa, Élisabeth Roudinesco es desde mediados de los años noventa del siglo XX una de las principales polemistas y promotoras en el debate sobre la adopción de hijos por parte de parejas homosexuales, la laicidad y la bioética. Alumna de Michel de Certeau, Gilles Deleuze y Michel Foucault, en la actualidad enseña historia en la Universidad de París VII-Denis Diderot. Además, ha sido Directora de estudios y catedrática en la École Practique des Hautes Études en Sciences Sociales (1992-1996). Fue colaboradora regular del periódico Libération y actualmente lo es del periódico Le Monde. Entre sus múltiples obras se encuentran Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos (Barcelona, Anagrama, 2009); con Michel Plon, Diccionario de psicoanálisis (Buenos Aires, Paidós, 2008); La familia en desorden (México, FCE, 2006); El paciente, el terapeuta y el Estado (Buenos Ai* Director editorial de Metapolítica. Deseo expresar mi agradecimiento al Colegio de Saberes de la Ciudad de México, y particularmente a Germán Plascencia y María Laura Sierra la invitación para realizar la presente entrevista.
res, Siglo XXI, 2005); la entrevista a Jacques Derrida Y mañana qué… (Buenos Aires, FCE, 2003); Lacan: esbozo de una vida. Historia de un sistema de pensamiento (Buenos Aires, FCE, 1994); y La batalla de los cien años. Historia del psicoanálisis en Francia, 3 vols. (Madrid, Fundamentos, 1993). —Usted recientemente ha discutido sobre el lugar que ocupa el mal y la perversión en las sociedades liberal-democráticas. Tal pareciera que con ello lo que nos propone es discutir desde otro orden de inteligibilidad la siempre conflictiva y nunca alcanzada relación, desde un punto de vista moderno y también posmoderno, entre gobierno (en su noción de Estado-ley) y soberanía (que correspondería, tal parece, al orden del sujeto y su libertad). Entonces, esto nos llevaría a reflexionar y problematizar el estatuto que juega la justicia —recordando a Job y los orígenes del mal: “un justo que sufre”— a partir de indicar un mínimo de su universo “posible” en el interior de los Estados democráticos. De ser así, parafraseando su libro-entrevista con Jacques Derrida, Y mañana qué… ¿cuál sería el mañana de la democracia y la justicia? METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD ABIERTA | ISRAEL COVARRUBIAS rostro humano y no lo logra. Es una pena, pero es el —Jacques Derrida y yo coincidíamos con esta premismo movimiento. El riesgo evidentemente es que se gunta. Sin embargo, debo decir que la democracia no puede regresar a la dictadura. es un imposible. De hecho, la democracia es el único Por lo tanto, los regímenes democráticos y el Estasistema político posible, pero es tan frágil que se debe do de derecho siempre son los más difíciles de manteser reinventado permanentemente. Por otro lado, en los ner; son los más fragilizados porque entran en contrasistemas no democráticos, en todas sus variantes (la dicdicción con las demandas de certeza del pueblo. En la tadura estalinista, los nazismos, las dictaduras religiodemocracia, todo es puesto en cuestión. Por ejemplo, la sas, los sistemas teológicos, etcétera), son sistemas políprensa es libre, lo que evidentemente conlleva el peligro ticos mucho más simples, diría extremadamente de ponernos en el otro extremo: esta formidable libersimples: no hay libertad, dado que el sujeto se encuentad puede volverse explotra limitado, la verdad es tación. Es decir, nadie se una y, por ende, no son encuentra en grado de sistemas políticos frágiles. oponérsele democráticaPero, en realidad, lo mente a la libertad extreque mundialmente vema de la prensa. Por ello, mos en el interior de diel problema es otro: en chos sistemas, es que aslas democracias se puede piran a otra cosa, tanto el decir lo que sea, su difupueblo como el sistema sión alcanza cada vez un político. Tomemos algunúmero mayor de ciudanos ejemplos. Los chinos, danos, se difunde por incon los sucesos de la platernet, donde, por cierto, za de Tiananmen, se lanla información siempre zan enarbolando a la Reresulta ser —en extrevolución francesa, con los mo— subjetiva. derechos del hombre. Se dice que las diferencias —Esto quiere decir que culturales hicieron que nos estaríamos aproximanlos chinos no fueran cado al surgimiento de un répaces de acceder políticagimen nuevo donde siempre mente a Occidente, al existirá una necesidad insugrado de encontrarse imperable de inventar a un posibilitados para abanOtro absoluto, en este caso derar la noción de los dela extrema libertad de la rechos del hombre —que Foto: Arturo Talavera prensa y la imposibilidad de vienen precisamente de algún tipo de oposición, inOccidente—, pero lo que cluso democrática, a ella. Al respecto, de los efectos de la comanifestaron fue un deseo de democracia. Segundo municación democrática, ¿estaríamos hablando de una suerejemplo: Irán. Se pensaba que su régimen era definitite, como usted la llama, de “tiranía de la confesión”? vo, pero de pronto hace algunos meses aparece una demanda de democracia, lo que en su interior se traduce —Si, es la tiranía de la confesión y también la péren un conflicto de islamistas moderados contra islamisdida de lo universal de la ciencia y la racionalidad con tas radicales. Quizá este hecho no importa. En cualrelación a lo irracional, es la pérdida de la idea de sobequier caso, lo que sí importa es que esto se inicia así y ranía. Derrida decía que esta pérdida no era importandespués arrastra todo lo demás. Tercer ejemplo: la transformación del régimen estalinista en el periodo de te, que no era nada, ya que se deconstruía para posteGorvachov. Los cambios se realizaron desde el interior, riormente construir cualquier cosa. Sin embargo, con Gorvachov piensa que puede salvar el socialismo con ello no se puede establecer un diálogo, ya que no es poMETAPOLÍTICA
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ENTREVISTA A ÉLISABETH ROUDINESCO | SOCIEDAD ABIERTA sible deconstruir al infinito. Al final, el peligro de esta condición —y Derrida lo sabía— es que la deconstrucción al infinito es la pérdida total de la comunidad en el pensamiento. Al mismo tiempo, es paradójicamente lo que le da fuerza, y eso es lo que me acercó a Derrida — a pesar de que no soy derridiana—. Me gusta mucho la idea de la fragilidad permanente de la democracia y la fragilidad de la herencia; la idea de que para ser fiel a la herencia tienes que ser infiel, eso es formidable. Por ejemplo, para el psicoanálisis es absolutamente verdadero, pero también para todos los pensadores, para el pensamiento revolucionario más que para el dogmático. —En este sentido, frente al lado visible y obsesivo de la política democrática (con la insistencia por conocerlo todo a partir de la lógica de la transparencia), ¿no estaríamos presenciando un derrumbe de las libertades que precisamente son uno de los fundamentos de la democracia y de la vida compartida en nuestros días? —Seguro, estaríamos hablando de una tiranía de la transparencia. Sin embargo, repito, por un lado es cierto que la transparencia sin límites termina en dictadura de la transparencia y, por otro, estamos en un momento histórico en el cual no nos podemos oponer frontalmente a ella. Yo no formo parte de lo que sucedió no hace mucho tiempo en Francia —aunque también en otros lados—: los nuevos arquitectos o “reconstructores” de la soberanía que dicen que en la actualidad todo se vale por el hecho de asistir al colapso de la figura del padre, de la familia, como hasta hace muy poco tiempo las conocíamos. El peligro de ello radica en pretender reconstruir las antiguas soberanías: la nación, el padre, etcétera. Sucedió en Francia, donde hoy tenemos conservadores de izquierda criticando el exceso de liberalización de la transparencia y pidiendo el regreso al pasado. Consideran que los padres no deben autorizar a los niños ver a televisión porque es muy estúpida, y además existe muchísima transparencia ¡Esto no puede ser posible! No se pueden prohibir cosas de este tipo. Ahora bien, no hay que olvidar que la transparencia democrática prohíbe cosas como Auswichtz o Guantánamo, ya que enseguida lo sabemos todo. En Francia, en la guerra de Argelia hubo tortura y no se sabía… Hoy, si hay tortura en algún lugar del mundo, en un país democrático lo sabemos, todo el planeta lo sabe. Todos conocieron en escala global las filmaciones y fotos de la tortura de Guantánamo. De este modo, la mayoría de
las veces la transparencia tiene una utilidad. Ahora bien, ¿cómo combatir los excesos? En efecto, a través del derecho. El derecho redefine y asegura los derechos del sujeto a una intimidad que, por medio de reglas no muy rigurosas, posibilita la preservación de la vida intima. En esta materia, estamos más adelantados en Europa que en Estados Unidos, ya que la tiranía de la transparencia es mayor en los países puritanos, porque es herencia del puritanismo conocer el alma. Recordemos el affaire de Bill Clinton con Lewinsky; en Francia y Europa no sería posible mirar todo lo que sucedió con este escándalo en Estados Unidos, ya que el derecho protege la intimidad y salvaguarda el placer. En cambio, el puritanismo cree que se tiene que develar todas las esferas de la vida. Además, también se opone al freudismo, porque Freud pensaba que es posible aclarar la consciencia, aclarar el interior del sujeto pero no al sujeto en sí a partir de la confesión pública. En pocas palabras, la confesión pública es una herencia puritana y ligada a los excesos del capitalismo de mercado, es una perversión del capitalismo. —Por consiguiente, ¿nos estaríamos dirigiendo hacia una especie de control comunicativo y metapolítico del cuerpo, los afectos y la subjetividad, que podría señalar una suerte de “nueva teología política”? De hecho, ¿se podría concebir a la democracia como una nueva religión desde el momento en que estamos asistiendo a la desconexión casi completa entre vida privada y vida pública? —Si, el exceso de la transparencia puede atraer nuevas tiranías. Sin embargo, debo decir que yo pienso que la humanidad no va hacia la catástrofe definitiva. En este sentido, estoy completamente en desacuerdo con los filósofos del fin de la historia. Por ejemplo, Francis Fukuyama, había anunciado el fin del hombre, el fin de la lucha de clases, el fin del conflicto y nada de esto ocurrió. ¿Hacia dónde nos dirigimos? Si partimos de la constatación de que nadie previó la crisis financiera actual, nadie advirtió sobre los sucesos del World Trade Center en 2001, entonces, de lo que estamos imposibilitados en la actualidad es de prever el futuro. Déjeme le cuento una anécdota personal. El libro de la entrevista con Derrida lo realizamos en mayo de 2000. Lo transcribimos durante el resto del año, y salió finalmente a librerías el 11 de septiembre de 2001 (11S), con un título más que relacionado con el 11-S: Y mañana qué… Es una anécdota fascinante, ya que en METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD ABIERTA | ISRAEL COVARRUBIAS ese momento Derrida se encontraba en China y yo estaba en París. Habíamos previsto que a la salida del libro, yo haría las entrevistas con la prensa en Francia y que al regreso de Derrida de China, más o menos por el 20 de octubre de 2001, haríamos juntos la presentación a los medios de comunicación. Todo se canceló. El 11-S cambió completamente nuestros propósitos. Si bien no cambió la naturaleza del libro —que ya estaba escrito—, sí su recepción, en particular, en el entorno inmediato de Francia. En las entrevistas, súbitamente surgieron las preguntas en el sentido de que si habíamos previsto los eventos del 11-S. Todos los medios de comunicación me preguntaban mi opinión sobre el futuro —evidentemente también sobre el 11-S—. El libro se transformó, ya que no fue comentado por sus contenidos, sino que a través del cristal del 11-S. Entonces, si usted quiere, de acuerdo con la noción de modernidad, seguramente dirán que en este momento el libro ya está caduco, y no es así. Al releerlo y al hablar con Derrida, lo que proponemos en el texto es que todo lo que sucede no es previsible. Entonces, cuando se me pregunta sobre dibujar el futuro, no, porque precisamente todas las personas que anuncian el futuro se equivocan. La humanidad siempre encuentra la solución para repensar la realidad. —Frente a un mundo cada vez más intolerable desde el punto de vista de la economía, frente a la tentación de la exclusión comunitaria cada vez más recurrente, ¿qué habría que repensar y discutir, como oportunidad, de la democracia y de su porvenir más inmediato? Es decir, ¿qué sujetos, qué estrategias, qué horizontes, podríamos atisbar para pensar la política de nuestro tiempo? —Si tomamos como ejemplo a la ecología, es verdad que hay una crisis climática y que hay una necesidad absoluta de pensar políticas para salvar el planeta. Sin embargo, las catástrofes no se van a terminar. En efecto, la lógica de la transparencia, que puede ser tiránica en el plano de la subjetividad, también puede ser útil cuando se toman en cuenta realidades como la ecología. Si observamos las películas sobre los desastres vinculados a la contaminación, no se piensa en tomar medidas para paliar o resolver el problema. En este sentido, la democracia y el pensamiento siempre están comenzando, siempre están en movimiento. Por ello, tanto el progreso como las luces no se hacen presentes frente a estas realidades. El oscurantismo siempre regresa. En el momento actual, en Estados METAPOLÍTICA
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Unidos y en Francia aún nos encontramos atravesados — no sé si así se percibió en América latina— por la ola del conservadurismo y el triunfo de los peores conservadores que desató la caída del muro de Berlín y el fin del estalinismo. Es decir, al término del estalinismo el conservadurismo gozó con el fin de la revolución, el fin del comunismo, el fin de la idea de la lucha de clases. Para mí, fue una cosa terrible, ya que estoy apegada a los ideales de la Revolución francesa. En Estados Unidos, fue tremenda la ola de conservadurismo, de odio al pueblo, de odio a la libertad. El combate conservador de Bush fue la encarnación del mundo oscurantista, en particular, con los países islámicos y la crisis económica. Hoy, volvemos a hablar de lucha de clases y de Marx, sobre el cual precisamente Derrida escribiría un libro que a mí me gusta mucho, porque lo que me acerca a Derrida son los espectros de Marx. En el libro de Derrida había algo… Soy una gran lectora de Víctor Hugo, así que en Espectros de Marx me encanta la parte en la cual se habla de las barricadas, ya que es justo ahí donde Derrida se vuelve completamente político. De este modo, tenemos que el hombre político más admirado de nuestros días es Nelson Mandela, ya que vivió las peores cosas de la segregación racial; estuvo en la cárcel treinta años; cuando sale, busca la paz entre los negros y los blancos, el fin apartheid, y sobre todo el ideal democrático con el que dice que hay que responder a los ingleses para hacer otras cosas. Hoy nos encontramos en una situación de contrapesos. Desde hace veinticinco, quizá treinta años, estamos en una situación de retorno al conservadurismo, a la par de que subterráneamente las fuerzas de renovación regresan. A veces da la impresión de que, en realidad, hacía falta la crisis económica para que se reaccionara y que a su vez permitiera el regreso de la hipótesis revolucionaria. Mientras tanto, los progresistas —como yo—, durante el periodo del conservadurismo, nos ocupamos de los derechos individuales, de la lucha de los homosexuales, de la transformación de la familia, y cada vez menos de la lucha de clases. En Francia, por ejemplo, la clase obrera se la pasaba muy mal, a pesar de que existía una conciencia de la miseria mundial. Es, en ese momento histórico, que el progresismo se desplaza hacia la lucha por la defensa de los derechos individuales y es justo ahí cuando el psicoanálisis tenía mucho que decir, pero es cuando la mayoría de los psicoanalistas se vuelven conservadores, extremadamente conservadores. El conservadurismo se les metió a la cabeza, donde uno de sus rasgos centrales es lo que llamo un conservadurismo de izquierda.
ENTREVISTA A ÉLISABETH ROUDINESCO | SOCIEDAD ABIERTA Entonces, lo que nos falta para pensar la renovación democrática es entender que las antiguas formas de legitimidad y organización, heredadas del comunismo, ya no sirven. La reconstrucción idéntica del pasado no funciona, el viejo marxismo tampoco. Eso se encuentra en todos lados cuando vemos el estado actual de las cosas —creo que pasa lo mismo en México—: es innegable la crisis profunda de la izquierda. En Francia, a la derecha le sucede algo análogo a lo que pasa en Italia: tenemos una derecha extraña, donde hay una ruptura en su interior porque no hay vínculo alguno entre Nicolas Sarkozy y Jacques Chirac. Sarkozy es muy cercano al ultra-liberalismo y Chirac es más de la derecha clásica. Lo que es nuevo en Francia es la caída de la alianza entre el comunismo histórico y el gaullismo en la resistencia al nazismo. Eso se acabó. Desde que Sarkozy está en el poder, es la primera vez que en Francia un Presidente de la república es inculto y, además, reivindica la incultura. En Francia eso está prohibido, ya que todo presidente que quiera ser respetado debe ser culto. Es un viraje radical de la derecha francesa en la actualidad. No pasaba. Por ejemplo, Georges Pompidou y Charles De Gaulle fueron cultos; Jacques Chirac es muy culto, Dominique de Villepin también. François Mitterrand lo fue. Han leído nuestra literatura, conocen el pensamiento francés. Sarkozy apenas realizó estudios, no tiene cultura y, sobre todo, se vanagloria de ello. De este modo, estamos en un periodo de deconstrucción y reconstrucción de un mundo nuevo. Pienso que hay una fractura: el 11-S fue un evento mayor; también el 89 con la caída del muro y, hoy, con la crisis del capitalismo, ha regresado la idea de la transformación. Tal parece que hay algo nuevo por aparecer. —Para terminar, ¿cuál es entonces el lugar de la orga-
nización de distintas posiciones éticas frente a la gramática de la injusticia de los Estados? —En primer lugar, no me gustan los comités de ética. Aunque es cierto que el hecho de que existan comités de ética para todo y tribunales internacionales por todos lados es ya un signo de algo. Estoy convencida de que los pueblos están obligados a juzgar a sus dictadores, no es un problema internacional. Sin embargo, pasa lo contrario. Lo que sucede con los comités de ética (los biológicos, los del uso de internet, los del respeto a los derechos de los animales, etcétera) es que están obligados a mezclarse con otros lugares: es fundamental no dejar que estos nuevos terrenos sean ocupados por las fuerzas conservadoras, hay que apropiarse de ellos, ocuparlos y ser críticos. Por ejemplo, en mi experiencia personal lo hice. Fui miembro del Partido Comunista Francés, de 1962 a 1979. No reniego de ello, pues era un comunismo socialdemócrata, lo que sí reprocho a mis camaradas trotskistas, maoístas o marxistas dogmáticos, es que había algo que no funcionaba y nunca se ocuparon de ello: olvidaron y negaron las tradiciones, los cambios en la sexualidad, etcétera, y de esto es justamente de lo que se ocupan los comités de ética y los tribunales internacionales. Esa izquierda siguió empecinada con la idea de que todo era cuestión burguesa y capitalista. Por lo tanto, es necesario apropiarse de este tipo de cosas. Hay que respetar las identidades de los pueblos, hay que pensar en los derechos del hombre y, al mismo tiempo, observar que éstos últimos no se pueden plasmar con la fuerza de los tanques y metralletas. Todo el mundo estaba convencido de que el régimen iraquí era espantoso, pero yo no estuve de acuerdo con la intervención militar, ya que era peor. Hay que tener claro que les podemos ayudar, pero no se puede intervenir militarmente.
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DEBATES
El BiCentenario ¿HISTORIA PARA QUÉ?
En los años más recientes, 2010 se ha vuelto una estación temporal paradigmática en la política mexicana, pero también para la sociedad y la cultura de nuestro país. Para algunos sectores de la opinión pública, 2010 puede representar un año axial en la medida de sugerir la fuerte línea histórica de continuidad que nuestro país manifiesta: en 1810 fue la Independencia; en 1910 fue la Revolución; en 2010, puede ser un punto de quiebra igualmente radical… Para otros, a pesar de la compleja y crítica situación actual de nuestro país, 2010 es un año axial en otro sentido: recuperar la herencia que le dio vida a México como nación independiente para proyectar, en medio de la desgracia social y económica, un porvenir distinto. Tanto una como otra concepción no dejan de señalar, en mayor o menor medida -dependiendo la adscripción a una u otra orilla de ese océano de pasiones y desgracias-, un elemento de base que permea todo el horizonte nacional: nuestro país ha perdido las principales directrices de convivencia y coexistencia que edificó históricamente entre los distintos grupos sociales, entre los ciudadanos y en sus confrontaciones con el Estado y las instituciones públicas. Por consiguiente, 2010 debería ser pensado como un momento irrepetible de relectura y reescritura de nuestro pasado, si se logra tejer una narrativa histórica que señale claramente los fracasos, contradicciones y mitologías que en 200 años se han construido alrededor de las ideas de patria, Estado y nación. En particular, porque tanto 1810 como 1910, y ahora 2010, corroboran un hecho incuestionable desde el punto de vista de la nueva historiográfica mexicana que a partir de este año nacerá: es imposible en la actualidad enmarcar la definición de la nación y de sus problemas en una simple enumeración de criterios de unidad. Es decir, 2010 podría aproximarnos de una vez por todas a la confirmación del lugar histórico que México ocuparía a partir de 1810, pero también a comprender el lugar donde hoy estamos parados, qué hemos perdido y qué hemos ganado, para poder hablar como nación desde un nuevo lugar que se volverá común en la medida en que podamos reconocer las profundas diferencias que llevamos a cuestas, así como saber si todavía es vigente seguir hablando de un “nosotros” auténticamente mexicano.
Por tal motivo, Metapolítica ofrece en esta entrega una serie de artículos que van dirigidos precisamente a discutir —hoy en 2010— las herencias y la memoria histórica de México, con particular atención a 1810 y 1910. De este modo, Juan Ortiz Escamilla abre la sección abordando la disyuntiva de festejar o conmemorar la Independencia que oficialmente inicia en 1810. Para el autor, ambas cosas son necesarias. Sin embargo, nos advierte: “Lo que sí debemos tener presente es que este tipo de situaciones emergen ante la desesperanza de los habitantes de resolver por la vía jurídica y/o pacífica conflictos que por cuestiones políticas y económicas comprometen y arrastran a todos por igual”. Por su parte, Erika Pani ensaya una aproximación, sugerente y original, acerca de algunos de los problemas centrales que produjo la Independencia de México respecto a las maneras bajo las cuales se pensaba y vivía la legitimidad y la organización del poder político, a partir de confrontar el caso de la Nueva España frente al proceso paradigmático de independencia de las 13 colonias británicas en Norteamérica. Después, Gabriel Torres Puga pone particular énfasis en la formación nacional de la opinión pública, como detonante de la lucha por la Independencia. En este sentido, sugiere que los libelos y los papeles manuscritos fueron los lugares naturales donde inició la producción de una opinión pública, relacionados inextricablemente a la oralidad y no a la palabra escrita, y donde puede observarse hoy la crisis de la autoridad del antiguo régimen. Sobre 1910 y la Revolución, Pedro Salmerón nos ofrece una radiografía de los modos particulares de formación de los ejércitos (“ciudadanos armados”) y de la posición privilegiada que ocuparían en el conflicto, a partir de la centralidad de sus liderazgos. Para terminar, Felipe Arturo Ávila Espinosa, nos propone desmitificar por lo menos 10 lugares recurrentes acerca del zapatismo. En particular, dice el autor, porque “El zapatismo es, sin duda, uno de los movimientos sociales y políticos fundamentales para entender no sólo la Revolución mexicana sino también la historia política del México posrevolucionario, particularmente la cuestión agraria y las relaciones del Estado corporativo surgido de la Revolución con el movimiento campesino”. Estas cinco miradas dan al dossier, coordinado por Ariel Rodríguez Kuri (El Colegio de México), una interesante perspectiva de reflexión que Metapolítica comparte con sus lectores en este inicio de conmemoraciones y ajustes históricos, centenarios y bicentenarios.
1810: ¿FESTEJAR O CONMEMORAR? Juan Ortiz Escamilla*
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os mexicanos, ¿debemos festejar o conmemorar el 16 de septiembre? Ambas cosas. Festejar forma parte de una tradición de casi 200 años. Desde 1815, los insurgentes eligieron esta fecha para celebrar el día en que se dio la “voz de independencia” en México. Luego, el 4 de diciembre de 1824, el primer Congreso General la ratificó por ser el aniversario del “primer grito de independencia”. Desde entonces, año con año los mexicanos han convertido la conmemoración en una fiesta, la fiesta de la nación mexicana, por lo que no se debe, ni se puede, cambiar el sentido que tiene ahora. También hay que conmemorar, es decir, traer a nuestra memoria las causas y efectos de esta guerra. A partir de los estudios recientes, los historiadores tenemos la obligación y estamos en condiciones de explicar dicho suceso en términos amplios al estudiar, además del desempeño de los líderes de la Revolución, a los partidarios de la contrainsurgencia o realistas, a las oligarquías, a los indígenas, a las castas, a las mujeres, a los niños y a los extranjeros. Tampoco podemos dejar de lado los cambios provocados por la guerra en las estructuras militares, político-administrativas, sociales y económicas. La guerra trastocó y en varios aspectos destruyó el orden virreinal. En los territorios controlados tanto por insurgentes como por realistas, ambos diseñaron sus propios modelos de organización militar y política a nivel local y regional. Por otro lado, las constituciones española (1812) y mexicana (1814) nutrieron *
Universidad Veracruzana. Agradezco los comentarios de Ariel Rodríguez, José Antonio Serrano y Manuel Chust. METAPOLÍTICA
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de contenido ideológico a dichos cambios, y sentaron las bases del futuro Estado mexicano. La guerra y las constituciones dieron paso a la conformación de una nueva cultura ligada al uso de las armas y a nuevas formas de participación política. ¿Cuáles fueron los motivos que obligaron a miles de novohispanos (y al poco tiempo mexicanos), que en su mayoría eran pobres del campo y de los centros urbanos, para hacer justicia por su propia mano? En primer lugar se destaca la incapacidad y poca sensibilidad de la clase gobernante (monarcas, virreyes, audiencias, intendentes y subdelegados) para atender las demandas sociales relacionadas con los problemas económicos, sociales y políticos. El hartazgo del pueblo fue tal que se lanzó en masa contra el tirano, es decir, la clase gobernante coludida con los grandes propietarios. En segundo lugar, la pauperización de las clases medias provocada por la llamada “consolidación de vales reales”. En 1804 el monarca ordenó que los bienes hipotecados a favor del clero fueran rematados y las utilidades remitidas a la península para financiar la guerra que España libraba contra Inglaterra. Por esta disposición muchos propietarios perdieron sus bienes. Tampoco debemos olvidar los donativos y préstamos forzosos para el mismo fin; el abuso de los servidores reales (como los subdelegados) con las comunidades indígenas que sin su consentimiento arrendaban sus tierras, y de las argucias legales para que éstas no pudieran disponer de los fondos guardados en las llamadas cajas de comunidad. Sobre los indios y castas también pesaba el “pago de tributo”, equivalente a un peso anual por cabeza de familia.
1810: ¿FESTEJAR O CONMEMORAR? | DEBATES Otros sectores novohispanos debían pagar el diezmo y la alcabala. Por si fuera poco, los años de 1807 a 1810 fueron terriblemente secos y afectaron a toda la producción agrícola, con la consecuente alza de precio y especulación de productos (Florescano y Swan, 1995, p. 56). A la crisis económica se sumaron las demandas de tipo social y político. En mayo de 1810, el obispo electo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, informó que la sociedad novohispana se encontraba dividida por el ardiente deseo de independencia, el cual se había planteado una vez conocida la noticia de que los franceses habían ocupado la península y habían obligado a los monarcas borbones, quienes eran la fuente de legitimidad del orden virreinal, a abdicar a favor de la familia Bonaparte. Para evitar esta catástrofe, el obispo recomendó suspender el préstamo forzoso de los cuarenta millones de pesos impuesto a los territorios americanos; dictar leyes para lograr la igualdad social de los hombres libres; establecer la libertad de cultivo, el libre comercio y la apertura de puertos al comercio internacional. También propuso que el nuevo virrey designado para la Nueva España fuera un militar, “inteligente, recto, activo y enérgico”, el cual debía llegar acompañado de un contingente respetable de tropa bien armada y disciplinada. Como la Nueva España carecía de armamento, había que traerlo de Europa, lo mismo que operarios de Sevilla para la construcción de cañones. Antes del llamado “grito de Dolores”, los criollos de las provincias de Valladolid, Guanajuato, Nueva Galicia y Querétaro, de manera secreta concibieron un levantamiento con milicianos americanos con la finalidad de destruir al “ilegítimo gobierno virreinal” existente desde 1808, el cual había sido impuesto por los españoles más poderosos de Nueva España. En su lugar, se formaría una junta nacional con la representación de los ayuntamientos del virreinato. También se propuso aprehender a todos los peninsulares, expulsarlos de los territorios americanos y confiscar sus bienes. Este proyecto perdió sentido en el momento en que el líder de la insurrección, don Miguel Hidalgo, incluyó en los planes militar a todos los americanos, sin importar su habilidad y destreza en el arte de la guerra (Ortiz Escamilla, 1997). Se deben conmemorar los sucesos de 1810, porque en la madrugada del 16 de septiembre no inició una guerra por la independencia de México, sino que marcó el inicio de una guerra civil. Waldmann (1999, pp. 28-29) establece que en las guerras civiles uno de los bandos defiende a quienes ostentan el poder político, y
existe un mínimo de equilibrio entre ambas fuerzas. En ellas domina la brutalidad y la crueldad. Como no pueden destruirse fácilmente, se dedican a vejar, a extorsionar y a saquear a la indefensa población civil. Quien mejor entendió y explicó el significado de la guerra de 1810 fue el obispo electo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo. Para él se trataba de “uno de esos fenómenos extraordinarios que se producen de cuando en cuando en los siglos, sin prototipo ni analogía en la historia de los sucesos precedentes. Reúne todos los caracteres de la iniquidad, de la perfidia y de la infamia. Es esencialmente anárquica, destructiva de los fines que se propone y de todos los lazos sociales”. En este contexto, debemos destacar dos elementos principales de los insurgentes. En primer lugar, la ausencia de un liderazgo único que coordinara las acciones de guerra y condujera a los soldados hacia el objetivo principal que era la toma del poder virreinal. Las partidas de rebeldes se multiplicaron de acuerdo al número de regiones que conformaban la Nueva España y la mayoría de las veces no reconocieron a autoridad superior alguna. Estos grupos armados, por lo general permanecían estacionados en un territorio determinado. En segundo lugar, cada jefe y grupo armado justificaron sus actos utilizando múltiples argumentos: había quienes luchaban por la independencia de México; otros se movilizaron ante el supuesto peligro de su fe y sus creencias; unos más simplemente buscaban una mayor autonomía regional; a veces dominaban las venganzas personales por agravios del pasado, o eran seducidos por el saqueo y beneficio personal. En la guerra de 1810, los insurgentes perdieron la oportunidad de consumar con éxito el plan que se habían propuesto, es decir, ocupar la capital para luego formar un gobierno nacional. A pesar de haber organizado gobiernos americanos en cinco provincias (Guanajuato, Valladolid, Nueva Galicia, Zacatecas y San Luis Potosí) del virreinato y de haber derrotado a la principal fuerza de oposición en Monte de las Cruces, los insurgentes mostraron debilidad y falta de firmeza, al no marchar sobre la ciudad de México, la cual se encontraba a su paso. Los realistas simplemente aprovecharon las flaquezas e inexperiencia de sus oponentes para poner orden en las poblaciones en las que los rebeldes estaban destruyendo todo cuanto había a su paso. Cabe destacar que en esta guerra no hubo financiamiento del exterior, los combatientes se apropiaron de los bienes que encontraron en su recorrido hasta agoMETAPOLÍTICA
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DEBATES | JUAN ORTIZ ESCAMILLA tarlos. No importó que fueran propiedad del rey, de particulares o de corporaciones civiles y religiosas. En sus inicios, la insurgencia fue encabezada por los criollos milicianos seguidos de los indios y de las castas en contra de los españoles peninsulares locales. Mientras tanto, como las tropas regulares del ejército apenas llegaban a 2 mil plazas, y como buena parte de los oficiales ya no eran aptos para el servicio, se habilitaron nuevos oficiales y fuerzas armadas para combatir a los alzados en las siete intendencias no insurreccionadas. Ambos ejércitos debieron construir su propio armamento ya que el existente era escaso y se encontraba resguardado en la fortaleza de San Carlos en Perote, muy lejos del teatro de la guerra. Tras la reconquista realista de las ciudades, villas y pueblos, los criollos y la clase propietaria en general se indultaron y se sumaron a los planes contrainsurgentes, mientras que, buena parte de las castas y de los indios permanecieron fieles a la insurgencia. Mientras las tropas realistas controlaban la situación en algunas provincias, el movimiento se extendía a otras, lo que prolongó la guerra civil por varios años. ¿En qué momento inicia la guerra por la independencia de México? No podemos negar que las principales fuerzas insurgentes, es decir, primero Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, y después José María Morelos e Ignacio Rayón, luchaban por alcanzar la independencia. Sin embargo, los insurgentes tardaron tres años (6 de noviembre de 1813) en elaborar y publicar la “Declaración de absoluta Independencia de esta América Septentrional”, en la cual hacían explícita la ruptura total con la monarquía española. A partir de esta fecha, la posición de los contendientes se radicalizó y aumentaron los enfrentamientos armados y de exterminio entre adversarios. El enfrentamiento armado y verbal entre americanos y españoles se hizo más evidente en el momento en que empezaron a llegar tropas peninsulares en auxilio del gobierno colonial, aquellas que habían logrado derrotar a los franceses en la península (Archer, 2005). Los regimientos y batallones expedicionarios fueron distribuidos en toda la Nueva España con la consigna de pacificar a los pueblos por medio del indulto, del otorgamiento de la ciudadanía, de la creación de ayuntamientos en todas las poblaciones con más de mil almas y de la conversión de las antiguas fuerzas insurgentes en compañías de patriotas. A partir de 1817 los indultos y asesinatos de jefes insurgentes fueron de lo más común. Sólo en el sur de México y en algunas regiones de Veracruz grupos armados se mantuvieron en METAPOLÍTICA
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pie de lucha. Ni el romántico guerrillero Xavier Mina tuvo el tiempo suficiente para abastecer de armas a los rebeldes, y muchos de los que estaban en pie de lucha se negaron a apoyarlo. El ejército colonial construyó el mito de Mina para, ante una supuesta amenaza, intensificar la represión sobre la población civil. La estructura militar realista creada durante la guerra con el “plan Calleja” fue la misma que Agustín de Iturbide empleó para iniciar, en Iguala, el levantamiento armado contra el reestablecimiento de la Constitución de 1812, la cual daba plena autonomía para su organización política, fiscal, judicial y mejoras sociales, a las doce intendencias ahora convertidas en diputaciones provinciales. Con esta disposición, las diputaciones se convertían en entidades independientes del gobierno de la ciudad de México, y sólo tenían que atender y responder de sus actos ante las Cortes de Madrid. El radicalismo autonómico provincial fue tan fuerte, que la antigua Nueva España estuvo a punto de terminar pulverizada en pequeños Estados independientes. El levantamiento militar de Iturbide evitó la desintegración de un territorio que había tardado varios siglos en conformarse bajo un mismo gobierno. Para el éxito del pronunciamiento de Iguala, Iturbide contó con la adhesión de los antiguos insurgentes del sur, de las milicias provinciales y cívicas y de los ayuntamientos de villas y pueblos. Se trataba de organizaciones militares y políticas que ya no representaban los intereses de la monarquía española y sí de la mayor parte de los americanos. En cambio, los grupos de poder regional representados en los ayuntamientos de las ciudades y las diputaciones provinciales ya constituidas, en principio se negaron a segundarlo por considerarlo contrario a los principios legales y constitucionales. Ante la amenaza de destrucción de los recintos urbanos y de los saqueos y decomisos de bienes de opositores, autoridades y vecinos se vieron obligados a aceptar las demandas de los militares y juraron el acta. Mientras tanto, la mayoría de los oficiales y soldados peninsulares rechazaron el “plan reconciliador” por considerarlo contrario a sus principios y honor. Optaron por el armisticio y la rendición de las plazas para luego embarcarse con rumbo a La Habana. Sólo las tropas acantonadas en el puerto de Veracruz se negaron a ceder la isla de san Juan de Ulúa, desde donde matuvieron comunicación con quienes estaban contrarios a la independencia, los que en sus inicios habían apoyado a Iturbide y ahora le atacaban por considerarlo traidor a
1810: ¿FESTEJAR O CONMEMORAR? | DEBATES la causa que había encabezado. Éstos eran los grupos más poderosos y conservadores de México, entre los que se encontraban los miembros del consulado de comerciantes de la capital, del tribunal de Minería y de los obispos de Valladolid, de Guadalajara, de Puebla, de Oaxaca y de Monterrey. Todos seriamente afectados en sus intereses por las políticas liberales de las Cortes. En los siguientes 16 meses, de libertador, Iturbide se convirtió en tirano, en un emperador incapaz de conciliar los diversos intereses en pugna, y atender las demandas sociales y políticas de los mexicanos. Por esta razón perdió la confianza de los que antes le aclamaban. Contrario a lo que suele afirmarse, la guerra por la independencia de México no terminó el 27 de septiembre de 1821, con la “entrada triunfal” de Iturbide a la ciudad de México. Para esa fecha, las tropas españolas todavía mantenían ocupadas las plazas de Durango, Acapulco, Veracruz y San Juan de Ulúa. Las tres primeras fueron liberadas en los siguientes meses, no así San Juan de Ulúa. En 1821, en la provincia de Veracruz continuó la guerra por la independencia de México hasta el 18 de noviembre de 1825, en que finalmente se logró la rendición de la fortaleza de Ulúa. En Veracruz se libraron las últimas batallas tanto militares, como económicas y políticas. La prolongación de la guerra fue alimentada por los grandes intereses económicos con inversiones en México. La injerencia de los jefes militares y los comerciantes españoles en los asuntos de política interna, tributaria y de comercio, carcomieron los cimientos del pretendido imperio de Iturbide hasta su total demolición. En concreto, el emperador mexicano no pudo controlar Veracruz y con ello se privó de los recursos provenientes de la aduana y del tabaco. Si bien los pronunciamientos de Iguala en 1821, de Veracruz en 1822 y de Casamata en 1823, tuvieron una dinámica propia, en esencia formaban parte de un mismo problema: el modelo de independencia para México, la autonomía provincial y la forma de gobierno nacional. El plan de Iguala se celebró con juras públicas y grandes festejos (repique de campanas, tedeum, altares, verbenas populares). El de 1822 fracasó. En cambio, el de 1823 fue el que reconcilió a las fuerzas políticas y militares nacionales y con ello se alcanzaron los acuerdos de la mayor trascendencia para México. En 1823, en territorio veracruzano se definió la suerte de Agustín I y de su imperio. Con el Plan de Casamata, las fuerzas armadas y demás actores políticos y sociales apoyaron la república como forma de gobierno, y se propuso al general Guadalupe
Victoria como candidato presidencial del primer gobierno independiente de México (Ortiz Escamilla, 2008). Los eventos aquí expuestos ofrecen otra visión sobre el derecho y el gusto de festejar el bicentenario de la Independencia, no importa si la fecha coincide con el inicio o con el final de la guerra. Lo que sí debemos tener presente es que este tipo de situaciones emergen ante la desesperanza de los habitantes de resolver por la vía jurídica y/o pacífica conflictos que por cuestiones políticas y económicas comprometen y arrastran a todos por igual. La guerra que inició en 1810, aun con sus excesos, condujo a la independencia de México, y en 1824 se adoptó el modelo de república como forma de gobierno. Bajo el nuevo modelo de Estado, los mexicanos alcanzaron los tan deseados derechos individuales ante la ley, y la libertad de opinión, culto, comercio y cultivo. En cambio, los derechos ciudadanos, las formas de representación, la organización político-administrativa de las provincias y las contribuciones que los habitantes debían pagar, quedaron subordinados a la voluntad de los gobiernos de los estados. Para alcanzar dichos objetivos, miles de hombres, mujeres y niños, comprometieron su vida, sus bienes y sus principios. Esto es lo que no debemos olvidar, y en nombre de ellos hay que conmemorar nuestra independencia.
REFERENCIAS
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“Nación SOBERANA E INDEPENDIENTE” LA DIMENSIÓN REVOLUCIONARIA DE LA INDEPENDENCIA A PARTIR DE DOS CASOS AMERICANOS
Erika Pani*
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uál es la relación entre Revolución e Independencia? En México, para la historia patria, desde que se consolidara durante el último cuarto del siglo XIX, se trata de términos equivalentes, pues la Independencia no podía ser sino el proceso revolucionario que había liberado a la nación de sus anacrónicas ataduras coloniales. Sin embargo, la historia académica ha sido más ambivalente ante los movimientos indepedendentistas, no sólo en México sino en toda la América española, e incluso de la Revolución americana que, comparándola con la francesa, muchos historiadores consideraron excesivamente moderada y ambigua. Durante años se afirmó que la atrasada América hispana, hija tropical de una España decrépita, carente de una burguesía progresista, cuya emancipación no significaría sino el principio de un largo rosario de desordenes políticos, autoritarismo y subdesarrollo, no podía sino quedar al margen de la revolución, movimiento emblemático de la modernidad. Así las cosas, el hecho que la América hispana se transformara en un gran laboratorio de prácticas, discursos y actores que se reclamaban revolucionarios no podía sino reducirse a una serie aparentemente inagotable de contradicciones o hipocresías. En las últimas décadas, pocas áreas de la historiografía sobre Iberoamérica se han renovado de manera tan vigorosa como la que explora la crisis de la monarquía hispana y sus respuestas americanas (Halperin Donghi, 1979; Guerra, 1992; Rodríguez, 1993). Las independencias no *
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son vistas ya como el inevitable despertar de las naciones de América Latina, sino como un resultado no previsible de la crisis imperial. El restaurar a los movimientos independentistas su dimensión imperial y atlántica ha significado también restaurar su dimensión revolucionaria, al tiempo que se transformaba la construcción historiográfica de la revolución. Alimentándose de las reflexiones que provocaran los centenarios de las revoluciones americana y francesa, y de las aportaciones de la “nueva” historia política, el debate alrededor del concepto de revolución dejó de girar sobre los elementos que la caracterizaban como una etapa histórica definida dentro de un itinerario determinado, para retomar al revolucionario como un fenómeno cultural y coyuntural, transformador de las formas en que hombres y mujeres se expresaban, relacionaban y vinculaban con el poder. De ambos lados del Atlántico, la historiografía reciente sobre Hispanoamérica ha rastreado las distintas expresiones de la “revolución hispana” que desataron las abdicaciones de Bayona. Esta manera de concebir a los movimientos independentistas ha demostrado ser muy fértil, si nos atenemos al gran número y a la calidad de coloquios académicos, artículos y libros publicados sobre el tema. Cabría ahora apuntar, sin embargo, que la insistencia en lo revolucionario de un proceso compartido por metrópoli y colonias, en las coincidencias de las respuestas discursivas y organizativas, en los grandes debates trasatlánticos en torno a la nación, la soberanía y los derechos, y en el dinamismo —prácticamente a lo largo de una década— de la opción autonomista, ha desdibujado a la Independencia. Con
“NACIÓN SOBERANA E INDEPENDIENTE” | DEBATES esto se nublan los problemas y desafíos específicos que planteaba el hecho de cortar amarras con la Madre Patria para constituir una entidad independiente, que debía ocupar su propio lugar dentro del “concierto de las naciones”. Por esto, este artículo representa un primer acercamiento a algunos de los problemas que planteó la independencia para la forma en que se pensaba la legitimidad política y la organización del poder. Para abordar esta problemática, nos centraremos en dos casos americanos: el de las trece colonias británicas de Norteamérica, quienes marcarían la pauta de los procesos de independencia en el continente, y el de la Nueva España, donde, frente a la crisis de la Monarquía católica desatada en 1808, convivieron de manera particularmente dinámica por lo menos tres posturas: la de quienes se resistían a un replanteamiento de las relaciones metrópoli-colonia —el Consulado de comerciantes en la ciudad de México, la Audiencia—; la de los que buscaban mantener el vínculo imperial pero que vieron en la crisis y sus consecuencias —en la formación de Juntas revolucionarias, en la constitución de Cádiz y en las elecciones y las Cortes— una oportunidad para reestructurar las relaciones de la Nueva España con Madrid; y finalmente, quienes buscaron desde un principio separarse de la metrópoli. Tanto en los dominios británicos como en los de Su Majestad católica, la “revolución” inició como una serie de acciones firmemente inscritas dentro del sistema político establecido, articulado alrededor de la figura del rey: movilización y manifestaciones de lealtad al monarca, en las trece colonias para protestar las exacciones e imposiciones del Parlamento, en el mundo hispano para oponerse a la invasión napoleónica y a las abdicaciones de Bayona. En el caso británico la movilización de las colonias y eventualmente la fractura del imperio no conllevó a un debilitamiento del sistema, en el del mundo hispano significó el fin de la monarquía católica. La renovada historiografía sobre estos procesos ha mostrado el camino —sin duda tortuoso y quebrado— por los cuales estas expresiones de adhesión y esfuerzos de organización desembocaron en constituciones e independencias.1 Sugerimos que el enfocar las especificidades de la emancipación podría enriquecer nuestra visión de las independencias como algo más que el desenlace inevitable de un proceso revolucionario, para ir más allá de la imagen que hemos forjado de los sucesos políticos america1
Para Estados Unidos, véase Bailyn (1967); para la América española, una descripción reciente y brillante es la de Portillo (2006).
nos como una versión colonial —y reloaded— de los constitucionalismos británico e hispánico. Creemos que centrarnos en la forma y las consecuencias del rompimiento entre metrópoli y colonias, y en el carácter que éstas imprimieron a la “revolución” puede arrojar luz sobre aquellos puntos de contacto y divergencia entre experiencias revolucionarias, distintas pero inscritas dentro del largo proceso de reacciones, resistencias y ajustes que se dieron tras la crisis de los imperios que se desató con la Guerra de Siete Años (1756-1763). Aunque se trata de una serie de esbozos, esperamos dar muestra de la utilidad de este enfoque para revelar las peculiaridades de unas revoluciones que fueron, a la vez, atlánticas y americanas. Sabemos que el camino hacia la independencia, tanto en las trece colonias como en la Nueva España, fue largo, arduo e imprevisible. En 1763, el final de la Guerra de Siete Años empujó, tanto vencidos como a vencedores, a recalibrar su política imperial para extraer mayores recursos de sus colonias, con el fin de hacer frente a los problemas fiscales y de defensa que planteaba la nueva geopolítica. A pesar de desembocar en resultados muy distintos —la independencia en Estados Unidos, un ajuste al programa reformista en la América española—,2 la primera reacción de los súbditos británicos y españoles en América al endurecimiento administrativo fue similar: sorpresa, indignación y rechazo a lo que consideraban como una violación del pacto colonial, una reelaboración de la arquitectura imperial que reducía a los americanos a súbditos de segunda. En el caso de los colonos británicos, la que se convertiría en la “lucha por la independencia” inicia con el reclamo de que se respetaran sus prerrogativas y derechos como miembros de la comunidad imperial. No será sino tras mucho insistir en su devoción al rey y en lo constitucional —y muy británico— de los principios que defendían, tras organizar una estructura intercolonial —a través de los comités de correspondencia de las asambleas coloniales primero, y del Congreso Continental a partir de septiembre de 1774—; tras movilizar a la población para condenar y resistir a lo que era percibido como los crecientes abusos del parlamento; y tras más de un año de guerra —el famoso “disparo que se escuchó alrededor del mundo” había so2
Para una muy sugerente comparación entre la movilización que se produjo en Norteamérica como respuesta a las nuevas leyes de navegación y de impuestos, así como a la proclamación de una línea que limitaba la expansión hacia el Oeste, y los movimientos de rebelión y protesta que provocaron las reformas borbónicas en los dominios españoles (las rebeliones en el Bajío, en Nueva Granada y, sobre todo, en los Andes), véase Elliot (2006, pp. 325-368). METAPOLÍTICA
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DEBATES | ERIKA PANI nado en Lexington, Massachussets, el 18 de abril de 1775—, que los colonos optaron por la independencia. Diez años de debate, oposición y movilización —lo que John Adams llamó la “revolución mental”— transformaron la manera en que se concebían elementos clave de la política, como la constitución —que debía establecer, por escrito, límites al alcance del poder—, la soberanía —que residía en el pueblo y no en una instancia de gobierno— y la representación —que debía ser “real” y no “virtual”. Por otra parte, una de las principales estrategias del Congreso, el constituir al Rey como eje del Imperio, para liberar a las colonias de la política despótica de un parlamento en el que no estaban representadas, se volvía cada vez más incómodo pues constituía más bien un regresión hacia el absolutismo. Sobre todo, implorar a Su Majestad carecía de sentido desde que Jorge III había optado por desatar las calamidades de la guerra sobre sus súbditos (Maier, 1998, p 38). Ante esta situación de “peligro extremo”, el Congreso Continental decidió tomar dos medidas radicales: establecer gobiernos independientes de jure como lo eran ya de facto y declarar la independencia. El 10 de mayo de 1776, el congreso recomendó a las asambleas coloniales establecer los gobiernos “que mejor puedan, en opinión de los representantes del pueblo, conducir a la felicidad y seguridad de sus electores en particular y de América en general” (citado en Maier, 1998, p. 37, véase también pp. 94-96). Con la asunción explícita de la soberanía, y la elaboración de constituciones, las colonias se convertían en estados. Sin embargo, aún hacía falta transformar para los ojos del mundo a dominios rebeldes en una nación que se defendía legítimamente, y a traidores en ciudadanos patriotas. La “declaración de independencia” que debía cumplir con este cometido tardaría todavía dos meses más. La decisión de romper con la Madre Patria representó, para sus miembros, la más trascendental de las que tomó el Congreso. Sin embargo, la declaración fue esencialmente un documento para consumo externo. Como instrumento diplomático, no exhortaba a los americanos; interpelaba a “un mundo imparcial” al que daba aviso de la existencia de un nuevo actor que se incorporaba legítimamente al escenario de las relaciones internacionales. Con lo que David Armitage ha descrito como un “cambio crucial” en la concepción del derecho “del naturalismo al positivismo”, la declaración no insistía ni en la soberanía de la nación ni en los derechos de los individuos. En cambio, justificaba con una larga lista de “repetidos agravios y usurpaciones” la ruptura de vínculos que se suponían naturales e inqueMETAPOLÍTICA
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brantables entre un rey y su pueblo. Por otro lado, hacía hincapié en la capacidad demostrada que tenía la unión de estados de hacer lo que hacen los estados independientes: hacer la guerra, concertar la paz, y aliarse con sus iguales (Armitage, 2002, pp. 39-64). No obstante lo acotado y específico de sus objetivos, la declaración se convirtió en un documento fundacional, de fortísima carga simbólica. El desafío que enfrentaban los redactores de la declaración en el verano de 1776 no era menor. El documento tenía que contribuir a que los americanos “superaran sus miedos y el sentido de pérdida que significaba la ruptura con Gran Bretaña, vincular su causa con un propósito que fuera más allá que la mera supervivencia, y ensanchar su visión de un futuro tan irresistible que los hombres sacrificarían hasta su vida por él” (Armitage, 2002, pp. 95-96). No sólo representó —y habría que decir que con un éxito regular, pues la declaración fue acogida por un sepulcral silencio diplomático (Armitage, 2002, p. 50)— la carta de presentación del naciente estado sino que llegó a encarnar, gracias a la habilidad retórica de Thomas Jefferson, el ideal de país que los estadounidenses alegaban querer ser. En el caso de la Nueva España, ya la situación geográfica de América —al abrigo, por el momento, de la corruptora presencia de las armas francesas— permitió a sus minorías rectoras erigir al Nuevo Mundo como refugio — como sucedió también con la retórica de la Revolución Americana— de los derechos y libertades hispanas, amenazadas de muerte en la Península. En el caso de los insurgentes novohispanos, se trataba principalmente de proteger a la religión. De ahí el fernandismo, sincero o instrumental de la insurgencia, por lo menos hasta 1813, y de ahí quizá también, como lo ha notado Ana Carolina Ibarra (s/f; también véase Landavazo, 2001), la “inofensiva relación”, en estos primeros momentos, entre el rey y la independencia, conceptualizada como algo que había que “preservar” —uno supone, de los franceses y la caterva de males que consigo traían— y no imponer. Sobre esta visión de la América Septentrional como reducto de los derechos de la nación iba a fundamentarse el ejercicio, por parte de la primera insurgencia, de facultades soberanas de gobierno, algunas indispensables para la prosecución de la guerra: la liberación de esclavos, la abolición de gabelas y la libertad de beneficiar pólvora decretadas por Hidalgo; la elaboración de “elementos constitucionales” por Ignacio Rayón, la acuñación de moneda decretada por Morelos y, finalmente, la declaración de la independencia proclamada por el Congreso de Chilpancingo y su “Decreto
“NACIÓN SOBERANA E INDEPENDIENTE” | DEBATES constitucional para la libertad de la América hispana”.3 Así, dentro de la reconstrucción historiográfica de los primeros “textos de la independencia” en la Nueva España, habría que rastrear y subrayar no sólo aquellos elementos que, “novedosos” o “tradicionales” —otra vez, la nación, la soberanía, la representación—, resignificaron las formas en que se pensaba el poder político y se interpelaba a la autoridad, sino también la manera en que constituían a la comunidad política, y definían sus relaciones tanto con la metrópoli como con las demás naciones. Como en el caso estadounidense, habría que estar atentos a la doble función que debían realizar estos textos, hacia adentro y hacia fuera, así como a su carácter experimental, más marcado quizá que en el caso de Estados Unidos, lo que posiblemente refleje lo prolongado de una guerra dolorosa y lo fragmentado de una clase política que carecía de las estructuras para encauzar impulsos, movimientos y pareceres distintos. De esta manera, llama la atención la conciencia de los actores novohispanos de que, en el contexto de un Atlántico convulsionado a la vez que vinculado por las guerras napoleónicas, sus procederes estaban expuestos al escrutinio no sólo del “público”, sino al de la opinión internacional. Ya en 1808, el Síndico del cabildo de la ciudad de México se negaba a que el silencio frente a la escandalosa abdicación de los monarcas españoles en manos del emperador de los franceses lo hiciera “reo ante Dios, ante sus legítimos soberanos ante el Mundo y su Patria” (“Acta del Ayuntamiento de México…”, citada en Tena Ramírez, 2002, pp. 4-20, 5). En septiembre de 1813, José María Morelos apuntaría, como primer punto para discutir en el congreso, que había que dar “al mundo” las razones de la independencia de América. Si en 1812 Ignacio Rayón se había referido a ésta como una obviedad, pues “todo el Universo, comprendidos los enemigos de nuestra felicidad” conocían como una “verdad” que la emancipación era “demasiado justa” (“Elementos”, citado en Tena Ramírez, 2002, pp. 23-27, 23-24), poco más de un año después, el Congreso de Chilpancingo se mostraba menos optimista. El Acta de Chilpancingo no proclamaba un hecho patente, firmemente enraizado en un derecho natural, sino que buscaba fundamentar una ruptura. Así, aunque comparada con la Declaración de los Es3
“Bando de Hidalgo”, 6 de diciembre de 1810; “Elementos constitucionales de Rayón”; “Acta solemne de la declaración de la independencia de la América Septentrional”, 6 de noviembre de 1814; “Decreto constitucional para la libertad de la América Mexicana, sancionado en Apatzingán a 22 de octubre de 1814”, en Tena Ramírez (2002, pp.21-58).
tados Unidos, el Acta de Independencia mexicana insistiría más en la “usurpación” que había representado el dominio español, en la importancia de “velar sobre la pureza de la fe” y en la definición del crimen de “alta traición”, también echó mano de los instrumentos mediante los cuales los estados del norte habían legalizado su ruptura con Gran Bretaña: el cambio que representaban “presentes circunstancias” legitimaba que quedara “para siempre jamás rota y disuelta la dependencia del trono español”; una nota ministerial circularía en todos los gabinetes para informar a las naciones amigas del “manifiesto de sus quejas y justicia de esta resolución”. La América Septentrional quedaba por lo tanto facultada para hacer lo que hacían los estados libres, soberanos e independientes; era árbitra para establecer que le convengan para mejor arreglo y felicidad interior; para hacer la guerra y paz; para establecer alianzas con los monarcas y repúblicas del antiguo continente, no menos que para celebrar concordatos con el Sumo Pontífice romano (“Acta”, citada en Tena Ramírez, 2002, pp. 31-32).
Para asegurar que la nación llegase “a la gloria de la independencia”, el Congreso decretó una nueva forma de gobierno, que aseguraría “el goce de la igualdad, seguridad propiedad y libertad”, mismo que constituía la “felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos”, y cuya conservación era “el objeto de la institución de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas” (“Decreto constitucional…”, citado en Tena Ramírez, 2002, pp. 32-58, 34). Estas breves descripciones ilustran la manera en que nuestra apreciación de lo que sucedió en América entre el último tercio del siglo XVIII y el primer del XIX gana si recuperamos la dimensión independentista con la revolucionaria. La secesión del imperio, la creación de una nueva entidad soberana son actos revolucionarios; son procesos que exigen una reconceptualización radical del orden político. De este modo, la independencia exigía que se definiera, con urgencia, una nueva fuente de la legitimidad política y la naturaleza de los lazos que iban a constituir a la comunidad, incluso en el caso de una revolución tan “conservadora” como la estadounidense. En el norte, los nuevos estados alegaron que sus habitantes, por encontrarse bajo la protección de las leyes, debían obediencia a las autoridades que las habían emitido, renunciando por ende a la relación que los había vinculado con el monarca británico. Bien pronto, los estados establecieron mecanismos —juramentos y acciones judiciales— para purgar a la METAPOLÍTICA
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DEBATES | ERIKA PANI comunidad de aquellos elementos que no aceptaban el nuevo orden de cosas. Como resultado, alrededor de 50 000 “leales” (loyalists) abandonaron Estados Unidos, para refugiarse en territorios que permanecían bajo la égida de su Rey. En situaciones extremas, era la voluntad de permanecer y acatar las leyes la que definía la pertenencia. Por su parte, los insurgentes amarraron la ciudadanía al apoyo a su causa, al lugar de nacimiento y a la religión, mientras que la versión independentista en 1821 la vinculaba con el reconocimiento del proyecto de las Tres Garantías. De este modo, fueron los esfuerzos de imaginación e implementación para responder a los desafíos de la Independencia los que forjaron una concepción revolucionaria de la pertenencia política, basada en la adhesión individual, en la decisión del ciudadano (Kettner, 1974, pp. 208-266). Se trataba de un concepto escurridizo, que sería reelaborado una y otra vez, y que establece los parámetros para la exploración de la ciudadanía moderna. En la misma línea, no podemos leer las actas de independencia como mero colofón de la transformación revolucionaria, instrumento mediante el cual la nación ya “moderna” se desgaja del imperio —vetusto por definición— para ocupar su lugar en un nuevo escenario, poblado de Estados-nación. Como documentos que tenían que hacer cosas, su eficacia dependía del reconocimiento de quienes se pretendía fueran sus pares, y de su capacidad de respaldar las palabras con acciones. Estados Unidos logró establecer, para 1778, una alianza con Francia que contribuiría a la derrota militar de los ejércitos británicos, y al reconocimiento de la independencia estadounidense en 1783. Al contrario, el acta de independencia mexicana de 1814 no tuvo ecos diplomáticos trascendentes, y la insurgencia, tras la muerte de Morelos, se vería disminuida y arrinconada. Ésta es quizá una de las razones por las cuales Agustín de Iturbide buscó formas distintas de consumar la independencia en 1821: la convocatoria, si bien no del pueblo, sí de lo que pudiéramos llamar las “fuerzas vivas” a través del Plan de Iguala y, con los Tratados de Córdoba, la proclamación de una independencia negociada, pactada, que respetaba los derechos de Fernando VII como monarca. Por tratarse de textos con los que se pretendía dar vida a un actor independiente sobre el escenario de la diplomacia, estas actas y declaraciones, informadas por el derecho de gentes y por los nuevos principios revolucionarios, revelan los elementos que, para los hombres de la época, constituían a un Estado como tal: la capacidad legítima de pelear y pactar, pero también de hacer leyes y METAPOLÍTICA
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proteger derechos y, en el caso de México, de normar la vida religiosa. La opción independentista planteaba, además, a estos Estados en ciernes una serie de desafíos a resolver, de manera quizá más apremiante que en el contexto de otras experiencias revolucionarias. El rescate del pasado debe tomar en cuenta estos distintos niveles, los ámbitos particulares dentro de los cuales los actores históricos pretendían incidir. Así pues, un enfoque que distinga y vincule revolución e independencia puede contribuir a rescatar muchas de las complejidades de fenómenos excepcionalmente densos.
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PERSPECTIVAS CULTURALES SOBRE LA
opinión pública (NUEVA ESPAÑA, 1789-1821)
Gabriel Torres Puga*
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n vísperas de la celebración de Estados Generales ya se experimentaba una revolución en Francia: una revolución de lo impreso. Entre mayo y diciembre de 1788 circularon más de 1 500 panfletos impresos que trataban cuestiones políticas, y en los primeros cuatro meses de 1789 se publicaron más de dos millares y medio. Las expectativas políticas y los cambios en las leyes habían propiciado ese auge de la imprenta. Pero las opiniones políticas, los debates por medio de libelos manuscritos, la lectura de hojas de noticias, de gacetas y de libros “filosóficos”, impresos en la clandestinidad o importados desde Suiza a través de redes de complicidad eran prácticas viejas. La publicidad no era algo nuevo; lo único nuevo era que la Corona había aceptado su incapacidad para controlarla. La historiografía sobre Francia ha tenido claro que la prensa libre no marcó el inicio de la “opinión pública” y que antes de la revolución de lo impreso había acontecido una revolución de lo público. Como concepto o como fenómeno cultural, la “opinión pública” se había gestado décadas antes; aunque tal vez sólo se había transformado en el siglo XVIII, si por “opinión pública” queremos entender al conjunto de espacios, medios, mecanismos y formas de opinión y de publicidad que han permitido la comunicación política en distintos tiempos y sistemas políticos. En este último sentido, los estudios de Robert Darnton y Arlette Farge han mostra*
El Colegio de México.
do que los mecanismos de publicidad bajo condiciones de censura pueden ser extraordinariamente vigorosos.1 Por el contrario, la historiografía sobre la América hispánica y particularmente la que se ocupa de México ha tendido a sugerir una especie de vinculación entre el surgimiento de la “opinión pública” (como discurso o como fenómeno cultural o social) y la libertad de imprenta que sobrevino después del colapso de la monarquía española. François Xavier Guerra (1992) planteó esta relación. También mostró las posibilidades de explorar los fenómenos de publicidad entre 1808 y 1821. Retomo aquí algunas de las observaciones realizadas por Guerra, al mismo tiempo quiero cuestionar la búsqueda del origen de la “opinión pública moderna”, y proponer otra manera de estudiar las transformaciones de la publicidad y de la censura en un periodo amplio, que incorpore, que no se limite a los años de las revoluciones hispánicas. Un espectro mayor, que considere por lo menos a la década de 1790, podría servir para sopesar las transformaciones generadas a raíz de la crisis de 1808 sin perder de vista los mecanismos de control y las posibilidades de comunicación pública que venían de tiempo atrás. 1
Popkin (1990, p. 25) calcula 767 panfletos entre mayo y septiembre de 1788, seguidos de 752 en los meses restantes del año. Para los primeros de meses de 1789 calcula 2639 títulos. Sobre la opinión pública en Francia durante el siglo XVIII y su relación con las lecturas prohibidas y las formas de comunicación detectadas en expedientes judiciales, véase Farge (1994) y Darnton (s/f, 2008, 1982). METAPOLÍTICA
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DEBATES | GABRIEL TORRES PUGA EL PROBLEMA DEL ORIGEN
El término “opinión pública” es tan útil como engañoso. En el campo de la historia, un concepto puede ser, a un mismo tiempo, una herramienta explicativa y un ente susceptible de su propia historización; y tal es el caso de un concepto tan polisémico como el de “opinión pública”, cuya historia ha merecido varios estudios en las últimas décadas. Baker (1987, pp. 41-71) y Ozouf (1988, pp. 1-21), entre otros, examinaron la transformación semántica de éste y de otros términos afines como “publicidad”, “voz pública” o “público”, para objetar, matizar o complementar el modelo explicativo de Habermas (1994) sobre la génesis de la publicidad burguesa, una propuesta teórica que con el tiempo había llegado a convertirse en un modelo normativo para la historiografía social. Para Habermas, la “opinión pública” era el ejercicio de la razón dentro de una esfera de comunicación que la burguesía había logrado arrebatar al Estado a lo largo del siglo XVIII. En cambio, para Baker y Ozouf, la “opinión pública” era, una construcción discursiva que había precedido, acompañado y moldeado al propio fenómeno social. Para Baker, la “opinión pública” dieciochesca, al menos como se había creado en Inglaterra y Francia, era como una especie de “tribunal de la razón” cuyo poder se había proclamado antes de que pudiera ejercerlo efectivamente.2 En cualquiera de estas dos vertientes analíticas —la conceptual y la socialcultural—, una preocupación recurrente ha sido la de establecer el origen o los orígenes de la “opinión pública”. En el caso de la aproximación conceptual, siempre resulta difícil precisar el nacimiento de un nuevo concepto o el tiempo en el que se generaliza su uso en el lenguaje político o —más difícil aun— en el lenguaje cotidiano. Más que “origen”, los historiadores se topan con “orígenes”: descubren la coexistencia de significados atribuidos a un término en un mismo tiempo y espacio, y constatan la continua resignificación de términos políticos esenciales, como lo han conseguido Baker y Ozouf en el caso de Francia, y Fernández Sebastián (2009) y Palti (2007) en el caso del mundo hispánico. Pero en el caso de la vertiente social-cultural, el proble2
La explicación historiográfica no cabe en un ensayo breve como lo es el presente. Hago un análisis más detenido en la introducción de mi tesis doctoral (Torres Puga, s/f ). Para un estudio simultáneo de la publicidad, la censura y el concepto de “opinión pública”, véase Chartier (1995), Birn (2007), Van Kley (1995, pp. 215-226, 1991, pp. 447-465). METAPOLÍTICA
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ma del origen ha resultado ser todavía mayor y conduce a soluciones equívocas, toda vez que resulta difícil definir o identificar un fenómeno tan variante, tan complejo y tan difuso como puede ser la construcción de un espacio generador del debate público. Para quienes siguen el texto de Habermas como modelo, la libertad es el ingrediente central que permite la discusión y la formación de opiniones críticas. De ahí que sea frecuente suponer que el surgimiento de la opinión pública “verdadera” o “moderna” se relaciona directamente con la posibilidad de publicar libremente las opiniones o con la conquista gradual de esa libertad. Sin embargo, suponer que un hecho concreto como la libertad de imprenta, por ejemplo, fue un parteaguas histórico o el elemento necesario que marcó el surgimiento de la opinión pública puede ser una salida engañosa al problema, como lo revela el caso novohispano. La libertad de imprenta decretada por las Cortes españolas en 1810 fue una medida susceptible de interpretaciones al otro lado del Atlántico. Pues parece haber creado un clima político excepcional en Cádiz, más que una realidad jurídica en la totalidad del mundo hispánico. Al menos en Nueva España, la libertad de imprenta fue escondida entre 1810 y 1812, instaurada y suprimida en este último año, restringida en 1813, suprimida en 1814 y restablecida en 1820, lo que bastaría para advertirnos que se trataba de una disposición problemática y de un elemento que podríamos enmarcar en un estudio más amplio sobre la cambiante relación entre la censura y la publicidad. Las contradicciones de esta época, que François Xavier Guerra entendía como tensiones entre tradición y modernidad, le impidieron señalar a la precaria libertad de imprenta de 1812 como el momento fundacional de la publicidad moderna en Nueva España, y su obra no fue particularmente clara al momento de establecer fechas de nacimiento. Así, para Guerra, la “opinión pública” parece existir de alguna forma antes de 1808; más tarde considera la incursión de elementos modernos de debate por medio de los libelos gaditanos reproducidos en México (algunos de los cuales postulan a la “opinión pública” como nuevo principio de legitimidad) y ve en el movimiento insurgente la apertura de un nuevo espacio de comunicación; lo que lo lleva a suponer que entre 1810 y 1814 se había formado un “esbozo” de “opinión pública moderna”. En otras páginas precisa que la “opinión pública moderna” se manifestó con mayor claridad, aunque fugazmente, durante los pocos
PERSPECTIVAS CULTURALES SOBRE LA OPINIÓN PÚBLICA | DEBATES meses de libertad de imprenta en Nueva España; y finalmente señala que, pasado el periodo de la restauración absolutista (1814-1820), la “opinión pública” nació “verdaderamente”, es decir, ya convertida en expresión de la “modernidad” en 1820.3 En la obra de Rafael Rojas (2003) el nacimiento de la “opinión pública” se anuncia, pero tampoco queda claramente establecido. Rojas encuentra en las últimas décadas del siglo XVIII los primeros rasgos de una “publicidad moderna” que supone circunscrita a temas literarios; considera que el proceso de nacimiento sólo se completó cuando la “opinión pública” se abrió a asuntos políticos. En cualquier caso, no es claro si esto se debió a la crisis de 1808, al estallido de 1810 o a la libertad de imprenta de 1812. Desde mi perspectiva, los ejemplos anteriores sugieren que en la historia de la opinión pública el accidente de su “modernidad” no fue un hecho tan evidente. Por el contrario, tal vez ese empeño en distinguir lo tradicional de lo moderno, nos ha hecho sobrevalorar la revolución de lo impreso. Convendría recordar que antes de la apertura gaditana (que como hemos dicho, fue en la práctica muy limitada en el mundo americano), los libelos y papeles manuscritos suplían la falta de crítica en las publicaciones autorizadas y daban contenido a las conversaciones, espacio último donde se dirimían los asuntos públicos y se emitían opiniones encontradas. ¿No era a final de cuentas, en los espacios de recepción (más vinculados a la oralidad) donde se producía la opinión pública, donde lo escrito cobraba un sentido práctico y donde los chismes y rumores se mezclaban con las hojas manuscritas y las gacetas impresas? La búsqueda del origen o del germen de la modernidad puede dificultarnos el estudio de los cambios en la publicidad que se relacionan con la crisis de autoridad y con modificaciones concretas de los mecanismos de
3 La posibilidad de que exista una “opinión pública” antes de 1808 está referida en Guerra (1992, p. 294); la idea de “un esbozo de opinión pública” en Guerra (1992, p. 299); la transformación del concepto de opinión pública en Guerra (1992, pp. 269-271); la idea de un nacimiento “verdadero” en 1820 en Guerra (1992, p. 317). En un artículo (Guerra, 2000, p. 138) manifiesta con mayor claridad su idea de la vinculación de la “imprenta y la opinión pública moderna”. La apreciación de Rojas (2003) sobre las nuevas formas de sociabilidad en el siglo XVIII se relaciona con las propuestas de Annick Lempérière (1998, pp. 54-79). Cabe advertir también que Rojas (2003, pp. 29-50) emplea el término “opinión pública” para referirse a lo que Guerra precisaba como “opinión pública moderna”.
censura (la creación de nuevos tribunales, la crisis y desaparición del tribunal de la Inquisición, las disposiciones militares, la promulgación y supresión de la libertad de imprenta, la instauración de una junta de censura, etcétera); pero también puede hacernos perder de vista la persistencia de la difusión manuscrita que subsistió a pesar del auge de lo impreso. Tal vez una breve consideración sobre las formas de publicidad que ofrece nuestro presente, nos permita reforzar la afirmación anterior. Hoy somos testigos de una revolución en los medios de comunicación cuyas consecuencias culturales apenas comenzamos a entrever. La revolución tecnológica es tan notable que podría llevarnos a confundirla (o a algún historiador en el futuro) con el nacimiento de la verdadera “opinión pública”, en cuyo caso los fenómenos de publicidad anteriores podrían ser considerados —erróneamente— como meros antecedentes. Pero la reflexión sobre la publicidad contemporánea sirve también para apreciar la variedad de mecanismos comunicativos que pueden coexistir en un momento determinado. A través de blogs, páginas personales y espacios que reciben contribuciones audiovisuales de cualquiera que se registre con un correo electrónico, Internet facilita la difusión gratuita de expresiones escritas, visuales o verbales, emitidas por individuos que, por infinidad de razones, no podían acceder a los que hasta hace poco se llamaban “medios masivos de comunicación” — radio, televisión y prensa escrita— ; pero Internet difunde también (con o sin autorización) reproducciones de lo mismo que se publica por esos mismos medios que llamamos “tradicionales”: programas de televisión, noticias de radio o artículos periodísticos. Podríamos pasar horas discutiendo esta convivencia de lo “moderno” y lo “tradicional”, pero el hecho es que Internet es un nuevo fenómeno de “opinión pública” que se nutre de otros medios (a la vez que los vulnera y amenaza) y que, mientras tanto, genera nuevos desafíos para los regímenes que mantienen la censura política y levanta nuevas discusiones sobre los peligros de una libertad absoluta del espacio público. El estudio cultural de la “opinión pública” puede resultar más útil si dejamos de preocuparnos por su “origen” o “modernización” y nos concentramos en sus características y problemas concretos. Sin perder de vista la vertiente de la historia conceptual, es posible indagar sobre la opinión pública preguntándose cómo se relacionaban el poder, la publicidad y la sociedad en distinMETAPOLÍTICA
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DEBATES | GABRIEL TORRES PUGA tos periodos, y en la respuesta podrían incluirse también los variables usos del término. Una vez superado el problema del origen, podemos plantear un doble problema: cómo se las arreglaban los gobiernos para lidiar con las noticias, los rumores y las opiniones que, por escrito o a través de la oralidad, conseguían hacerse públicos, y como es que esto último ocurría a pesar de la censura. Para explorar lo anterior propongo la siguiente cronología basada en cambios políticos más o menos concretos que sugieren cambios de reglas entre la publicidad y la censura. En ella retomo varios elementos detectados por Guerra para plantear una aproximación distinta que no busca establecer etapas evolutivas de la “opinión pública”; sino proponer periodos de estudio, con distintas características de publicidad y de censura, en los que se incorporen también, como parte de la discusión, textos de publicistas que reflexionaron sobre estos dos temas, así como el uso y la transformación del concepto “opinión pública” y de términos afines. He comenzado en 1789 para romper con el punto de partida de 1808; pero vale advertir, a riesgo de parecer reiterativo, que no busco orígenes sino transformaciones y que, por tanto, no quiero asignar a ese año un sentido fundacional.
CENSURA Y PUBLICIDAD ( 1 7 8 9 -1 821 )
El primer periodo de esta propuesta analítica comprende los problemas de recepción (y no de “influencia”) de la Revolución francesa (1789-1795), y la manera en que los gobiernos virreinales trataron de lidiar con la lectura de impresos y manuscritos que lograban introducirse a pesar de la vigilancia en las aduanas. La inevitable circulación de libros y gacetas francesas en la Península fue un problema que pronto trascendió al mundo americano. Por ello, debe darse importancia a la suplantación de la estrategia de silencio intentada por el virrey Revillagigedo por una de publicidad oficial y de persecución de opiniones disidentes, emprendida durante el gobierno del virrey Branciforte. Los procesos judiciales e inquisitoriales formados al calor de lo que se creyó era una gran conspiración orquestada por los franceses de la capital permiten estudiar los espacios y mecanismos de información entre los años 1790 y 1794, así como la variedad de literatura que se difundió entre los círculos de letrados del virreinato. Un último elemento puede ser considerado: el antifrancesismo que estimularon las METAPOLÍTICA
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autoridades y que se esparció por medio de sermones, libelos manuscritos, pasquines y conversaciones hasta el punto de afectar a algunos peninsulares que fueron confundidos con franceses (Torres Puga, s/f ).4 Un segundo periodo es el comprendido entre la paz de París y el inicio de la crisis de la monarquía española (1795-1808); una etapa caracterizada por el estado de guerra entre España y Gran Bretaña, por los graves problemas económicos y por el malestar generado por la aplicación de la cédula de consolidación de vales reales. La discusión de noticias y las opiniones críticas sobre la errática política del ministro Manuel Godoy, detectadas (y no siempre perseguidas) por la Inquisición o por el gobierno, merecen atención. También es necesario examinar las disposiciones de la real cédula del 3 de mayo de 1805, por la cual fueron instaurados un juez privativo de Imprentas y Librerías y un nuevo reglamento; así como discutir las posibilidades de opinión que ofreció el recién fundado Diario de México y el empleo del término “opinión pública” en las páginas de ese periódico antes de 1808. Es necesario indagar más sobre las dificultades del gobierno y de la Inquisición para frenar la divulgación de noticias, impresos y manuscritos sobre política y religión, y sobre las opiniones críticas contra los mecanismos de censura. Por otro lado, la desconfianza del virrey Marquina a la publicidad que podían adquirir los casos judiciales explica por qué se tomaron medidas extraordinarias y casi secretas para enviar a España a los supuestos conspiradores arrestados.5 El tercer periodo corresponde a los primeros años de la crisis de la monarquía (1808-1810). La politización de escritos y sermones en 1808 y la inconsistente política de publicidad del gobierno del virrey Iturrigaray pueden determinar el comienzo de un estudio. Casos particulares como el del abogado Julián de Castillejos, estudiado por Alfredo Ávila, sirven para detectar las contradicciones y experimentos de publicidad en los primeros años, así como la agudización de la censura después del golpe de Estado contra el virrey Iturrigaray. En un principio, Castillejos no tuvo problemas para 4 Sobre las persecuciones de 1794, véase también Ibarra (2003, pp. 117-168); sobre el papel del sermón como portador de opiniones políticas, véase Herrejón (2003); sobre el antifrancesismo, Terán (1999, pp. 99-101). 5 Delgado (2006, p. 54); sobre el uso del término “opinión pública” en el Diario antes de 1808, véase la entrada de Roldán (2009); sobre la conspiración mencionada, véase “Conspiración de los machetes” (Boletín del Archivo General de la Nación, IV, 1, pp. 74-86).
PERSPECTIVAS CULTURALES SOBRE LA OPINIÓN PÚBLICA | DEBATES publicar en el Diario de México un artículo patriótico que se unió al coro de los muchos escritos que pregonaban la solidaridad con la España invadida; pero ya no pudo publicar la segunda parte, pues los recelos del virrey lo impidieron. Poco después, tras la caída de Iturrigaray, Castillejos pasó de ser patriota a sospechoso de sedición por divulgar escritos y versos con un cierto tinte separatista. Las indagatorias realizadas en distintos puntos del virreinato en 1808 y 1809 dan una idea de la efervescencia de la opinión después del golpe de Estado. El estudio de las famosas “conspiraciones”, incluida la de 1809, puede develar las redes de información, las prácticas de lectura y la discusión intensa — y no siempre secreta— sobre los asuntos del día: el golpe contra Iturrigaray, la suspensión de la ley de consolidación, el presente y futuro de España, el desarrollo de la guerra, las expectativas sobre la situación política del reino. Al mismo tiempo, cabría considerar la recepción de la nutrida literatura gaditana y dar realce, como bien señalaba Guerra, a las innovaciones del discurso político, particularmente a la postulación de la “opinión pública” como nuevo modelo de legitimación: idea presente en El espectador sevillano, que se publicó a fines de 1809 en Cádiz y se reimprimió en México en 1810, antes de la rebelión de Hidalgo.6 El cuarto periodo (1810-1814) es el más difícil de estudiar de cuantos aquí se sugieren, y tal vez ameritaría una subdivisión en 1812. Su complejidad radica en la bifurcación —señalada por Guerra y Rojas— de los fenómenos de publicidad después del estallido revolucionario, así como en la interacción de esos fenómenos. También es necesario recordar que, a partir de 1812, esa bifurcación comenzó a disiparse gracias a los puntos de encuentro que establecieron varios emigrados o fugados de las ciudades a las zonas insurgentes, y a los mecanismos de comunicación clandestina que permitieron la introducción de los escritos constitucionales y de los debates gaditanos en el campo insurgente. En este 6
Ávila (2003, pp. 139-168). Varios fenómenos de comunicación presentes en los procesos criminales contra los conspiradores de 1809 fueron abordados en un seminario coordinado por Moisés Guzmán, cuyos resultados se encuentran en proceso de publicación por la Universidad Michoacana. Los artículos del Espectador Sevillano están disponibles en el portal de internet del ayuntamiento de Madrid (http://www.memoriademadrid.es). Tratan sobre él Guerra (1992, pp. 269-271) y Roldán (2009, p. 1066); sobre la revolución del impreso en Cádiz, véase Cantos Casanueva, Durán López y Romero Ferrer (2008).
aspecto, el papel de la sociedad secreta de los Guadalupes fue fundamental y los trabajos de Virginia Guedea (1992) son un buen punto de partida para reflexionar sobre las redes de comunicación y los fenómenos de opinión en las zonas controladas por el gobierno virreinal. De manera equivalente, Eric Van Young (2006, pp. 551-619) ha encontrado indicios de la cultura verbal y manuscrita para sorpresa y escándalo de quienes suponían que la insurgencia era un fenómeno conocido y estudiado en extremo. En este sentido, cabe recordar una declaración de Hidalgo durante su prisión en Chihuahua. Interrogado sobre las razones que había dado para acusar al gobierno de tiránico, se le preguntó sobre el contenido de una proclama cuya autoría había aceptado y sobre “cuantos papeles anónimos han circulado los insurgentes por el reino, esforzándose a inspirar un odio encarnizado contra todos los europeos y contra el gobierno español”. Hidalgo respondió por la proclama e incluso por los artículos del Despertador Americano, “escritos de su orden”; pero no se consideró “obligado a justificarse de los que no ha[bía] producido él mismo”. Con esta afirmación, el reo se asumía como “motor” de la insurrección; pero mostraba también que no había controlado las opiniones del movimiento; no había podido establecer un discurso único y tal vez ni siquiera lo había pretendido. Van Young ha demostrado que es posible incluir la maledicencia, los insultos y la “cultura verbal” en un análisis de la insurgencia o de las insurgencias. Con ello pone de relieve dos fenómenos: por un lado, la criminalización de las palabras en una época de guerra; por otro, la presencia de discursos subversivos que no necesariamente coincidían con la cabeza del movimiento. Van Young tiende a entender esto último como un fenómeno paralelo al del discurso de la insurrección; como un discurso popular con tintes mesiánicos formado en los rumores propios de la cultura oral. Sin embargo, su propio trabajo sugiere que ese fenómeno no está necesariamente desligado de las estrategias de algunos líderes revolucionarios. En este sentido, me parece válida la crítica que le hace Marco Antonio Landavazo (2009, p. 217), al señalar que “la propaganda insurgente favoreció la propagación de estos rumores”. De hecho, puede añadirse que esa propaganda, de periódicos y libelos manuscritos, echó mano de algunos elementos retóricos que ya habían sido asimilados por la población y que tenían su origen en el discurso oficial. En este sentido, acusar a los gachupines de afrancesados y de querer acabar con la religión METAPOLÍTICA
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DEBATES | GABRIEL TORRES PUGA no era algo nuevo, ya que entre 1793 y 1795 el antifrancesismo impulsado por los papeles públicos de España, por las gacetas, por los sermones y a partir de 1794 por el propio gobierno virreinal habían logrado colarse a los pueblos. Tanto entonces como después, encontramos esa interacción de intereses locales y rencillas particulares con un discurso público que se expresa en el púlpito, en las gacetas o en los manuscritos. Avanzada la insurgencia, ya no se necesitó emplear el argumento del afrancesamiento, pues los periódicos insurgentes ya se habían encargado de convertir a los propios gachupines en monstruos inhumanos, más o menos de la misma manera en que los insurgentes habían sido descritos por muchos escritores de la capital (véase también, Ávila y Torres Puga, 2008, pp. 27-43). Por ello, el estudio de la prensa anti-insurgente también requiere una revisión cuidadosa. Con o sin libertad de imprenta, algunos sabios doctores convertidos en publicistas argumentaban y ofrecían elementos para el debate. Algunos libelos impresos están redactados en forma de diálogo, lo que podría sugerir una imitación de los debates cotidianos. Así, mientras el gobierno criminalizaba las opiniones y encerraba a borrachos por maldecir a los gachupines, algunos escritores imaginaron discusiones en las que los fieles vasallos convencían con razones a los rebeldes. El caso del diarista Severo Maldonado, que promocionó la insurgencia y la combatió después, muestra la fragilidad de las ideologías, pero también la importancia que se concedía a un publicista hábil, a quien se prefería activo que preso. El empleo de mecanismos publicitarios por parte de ambos bandos generó un debate público singular en el que los periódicos se citaban y respondían unos a otros; pero en el que también se quemaban y destruían las proclamas y textos del bando enemigo. Es necesario considerar la transformación de los sistemas de censura durante este periodo, no sólo en la ley sino también en la práctica, a partir del estudio minucioso de expedientes que suelen usarse para documentar exclusivamente a los inculpados, olvidándose muchas veces de los jueces, los calificadores y los denunciantes. Las dificultades del tribunal de la Inquisición de México para funcionar en una época en que no debía existir (1810-1812) y su supresión en 1813, es parte de un problema de crisis de autoridad del Estado eclesiástico que ha sido bien estudiado por Brian Connaughton (2007, pp. 241-268) y Ana Carolina Ibarra (1996). En este sentido, debe considerarse también que la cancelación de la libertad de METAPOLÍTICA
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imprenta no significó un retroceso a los viejos métodos censores, sino a un ajuste del sistema constitucional con una coyuntura bélica. Con sus limitaciones y todo, el periodismo ejercido por Lizardi entre 1812 y 1813, así como la publicación de numerosos textos gaditanos, mostraron las posibilidades y peligros que ofrecía la publicidad, aunque fuese dentro de un esquema de libertad contenida.7 La quinta etapa es la menos estudiada: la que corresponde a los años de restauración y que suele interpretarse como un eclipse de modernidad (1814-1820). Los fenómenos de publicidad en esta época han sido poco investigados, y ameritarían una seria discusión, sobre todo en consideración con el desgaste de las instituciones y la imposibilidad de reconstruir los sistemas de vigilancia, como el que ejercía la Inquisición sobre una población profundamente dividida y desconfiada. En particular, llama la atención la consolidación de un discurso antiliberal que no se había publicado abiertamente en los años anteriores (lo que evidentemente sugiere la paradoja de una publicidad autoritaria del liberalismo entre 1812 y 1814). El último periodo (1820-1821) corresponde a la restauración del sistema constitucional; el restablecimiento de la libertad de imprenta y los esfuerzos últimos del gobierno virreinal y de otras instituciones para ejercer un control sobre lo público cuando el orden fue nuevamente desafiado, esta vez por el movimiento militar de Iturbide. La efervescencia de publicaciones que, como señalaba páginas atrás, hizo a Guerra suponer que por fin surgía en 1820 la “opinión pública moderna”, puede ser considerada como un importante fenómeno publicitario y aun como una revolución de impreso, pues es innegable una proliferación de títulos a partir de ese año.8 Sin embargo, no se deben perder de vista las acotaciones de esa misma libertad; los intentos por construir nuevos mecanismos de contención y censura, la 7
La prensa insurgente se conoce mejor que la opositora. Véase García Díaz (1974); también el clásico libro de Vergés (1941); sobre la crisis de la Inquisición, puede consultarse Torres Puga (2004). 8 Gracias al catálogo elaborado por Amaya Garritz (1990) es posible hacer una aproximación cuantitativa a los títulos publicados en Nueva España entre 1808 y 1821. Así, podemos ver que entre 1808 y 1814 hay una media de 300 impresos por año que no varía demasiado (los años con mayores impresos son 1810 (367), 1811 (359) y 1812 (335). El declive es significativo entre 1815 y 1819 (menos de 200 por año) y el repunte es notable en 1820 (1144) y en 1821 (1254).
PERSPECTIVAS CULTURALES SOBRE LA OPINIÓN PÚBLICA | DEBATES supervivencia de otras prácticas de publicidad al margen de la libertad de imprenta y la efímera supresión de ésta después del levantamiento de Iturbide. En este ensayo he intentado proponer algunos caminos para emprender investigaciones sobre los fenómenos de opinión pública y, sobre todo, he querido llamar la atención sobre la conveniencia de aprovechar la riqueza documental que encierran los procesos judiciales. No he pretendido negar la importancia de la revolución publicitaria que produjeron los papeles de Cádiz e incluso la efímera libertad de imprenta de 1812; pero me parece indispensable subrayar que la opinión pública no se encuentra exclusivamente en folletos y papeles periódicos. La documentación generada por la vigilancia gubernamental y la persistencia de los sistemas cen-
sores nos ofrece otras vetas para estudiar fenómenos de publicidad e incluso de recepción. Los procesos judiciales (criminales, inquisitoriales, militares, eclesiásticos) formados en circunstancias difíciles suelen revelar los mecanismos cotidianos de información y publicidad en sociedades donde no hay prensa libre; nos acercan a los libelos, a los rumores, a la deformación de noticias, y finalmente pueden llevarnos hasta el corazón de la opinión pública, es decir, a la recepción, reinterpretación y formación de opiniones en la cultura oral. Desde luego, son evidencias sesgadas e incompletas, como todas las evidencias históricas. No obstante, constituyen un camino valioso para enriquecer nuestra interpretación sobre la compleja interacción de la publicidad y de la censura en una época revolucionaria.
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ESTILOS DE
liderazgo:
DOS EJÉRCITOS EN LA REVOLUCIÓN MEXICANA
Pedro Salmerón*
L
a Revolución mexicana fue hecha por ejércitos (o “ciudadanos armados”) y se resolvió y definió en los campos de batalla. Esto, que parece evidente, a veces se nos olvida, porque las campañas de la revolución se libraron en una época en la que el paradigma del pensamiento militar dictaba que la guerra era una continuación de la política por otros medios, y porque muchos de los estudios más importantes sobre la revolución se hicieron en una época en que el paradigma dominante del pensamiento histórico dictaba que lo social y lo económico determinaban lo político y lo militar. Por lo tanto, los estudios tradicionales de la revolución se centraron en sus aspectos políticos, y los de la etapa de auge de la historiografía académica, en sus aspectos económicos y sociales. Sin embargo, el estudio de la formación y funcionamiento de los ejércitos nos puede enseñar muchas cosas sobre las razones de los hombres que la hicieron. En este ensayo presentaré algunos resultados de una investigación recién terminada sobre el Cuerpo de Ejército del Noreste en la revolución constitucionalista (1913-1914), confrontándolos con los de un trabajo ya publicado sobre la División del Norte en el mismo periodo (Salmerón, 2006, 2010). El Cuerpo de Ejército del Noreste nació en julio de 1913 por decreto de Venustiano Carranza, quien en marzo de ese año se había hecho nombrar Primer Jefe de la revolución contra el régimen golpista de Victoriano *
Instituto Tecnológico Autónomo de México.
Huerta. El Ejército del Noreste reuniría bajo un solo mando a las fuerzas rebeldes de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Poco después, Carranza le dio el mando del ejército al general de brigada Pablo González Garza. El núcleo del nuevo ejército lo constituían las fuerzas irregulares de Coahuila o concentradas en Coahuila en marzo de 1913. El origen de estas fuerzas eran las milicias estatales profesionalizadas que absorbieron a los revolucionarios maderistas en 1911 y que aumentaron su número y potencia de fuego a lo largo de 1912, cuando defendieron al estado de la rebelión chihuahuense (y lagunera) de Pascual Orozco. Al iniciar la revolución contra Huerta, los jefes de estos regimientos irregulares eran los mismos hombres designados por Carranza para encabezar la revolución de 1910, que en Coahuila fue rápida y poco cruenta —salvo en La Laguna— y confirmados en sus mandos en 1912, cuando don Venustiano se convirtió en un gobernante duro y eficaz que afirmó su autoridad incluso frente a Madero, con quien tuvo un acre intercambio epistolar sobre los irregulares, que el presidente hubiese querido disolver y que para Carranza eran una garantía de seguridad para los gobiernos emanados de la rebelión de 1910. Al nombrar jefe del Ejército a Pablo González, hasta entonces jefe del Primer Regimiento de Carabineros de Coahuila, Venustiano Carranza fortaleció la dependencia del ejército y de sus mandos a la autoridad política de la revolución. A su vez, González reorganizó las fuerzas de Coahuila en tres brigadas de caballería y un METAPOLÍTICA
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DEBATES | PEDRO SALMERÓN batallón de infantería, dando el mando de las brigadas a los jefes en los que él confiaba políticamente (su primo Antonio I. Villarreal, don Jesús Carranza, hermano de Venustiano, y Francisco Murguía, que acababa de regresar a Coahuila desde el centro del país), sobre otros jefes de regimiento con mayor tiempo o prestigio en Coahuila y que podían haber creado bases regionales de poder propio, como Teodoro Elizondo, Cesáreo Castro o Francisco Sánchez Herrera. En el otoño de 1913, cuando las fuerzas de Coahuila rompieron el cerco que los federales les tendieron, González integró efectivamente a su mando a las fuerzas rebeldes tamaulipecas o que luchaban en ese estado y, tras ocupar Ciudad Victoria, reorganizó otra vez los mandos de las fuerzas del noreste. En esta reorganización, en la que el Ejército quedó constituido por ocho divisiones y cinco brigadas sueltas, se confirmaron algunos mandos regionales previos, como el de Alberto Carrera Torres, pero sobre todo, se reafirmaron las designaciones hechas por Carranza en 1912 y por González en 1913. El único jefe con prestigio propio que intentó oponerse a las disposiciones y al liderazgo de Pablo González, fue el general Lucio Blanco, quien fue removido de su mando y posición por Venustiano Carranza. A pesar de las derrotas, que al menos en 1913 fueron más numerosas y llamativas que las victorias, el del Noreste era un ejército notable por el espíritu de sus hombres. Durante la lucha contra Huerta, las fuerzas del noreste estaban formadas por voluntarios que luchaban por principios políticos abstractos y lealtad a sus jefes, y también, por un salario y la posibilidad de promoción social. Era un ejército revolucionario en el sentido de que se creó a partir del caos de una situación revolucionaria y de que se vio obligado a improvisar. La voluntad común, la disciplina gustosamente aceptada, una gran proporción de voluntarios y la audacia del mando, restantes características de un ejército revolucionario, las tenía en mayor o menor grado: no había una disciplina muy rigurosa, pero funcionaba, y si bien Pablo González no lo destacaba por esa cualidad, nadie puede dudar de la audacia de jefes como Francisco Murguía o Lucio Blanco. Al menos, sus hombres no dudaban. Hasta ahí se trataba de un ejército revolucionario. Sin embargo, era un ejército revolucionario del que sus líderes se fueron desligando cada vez más evidentemente de sus bases: al concebirse la revolución como una lucha institucional del gobierno legítimo de Coahuila contra la usurpación huertista, una revolución fincada METAPOLÍTICA
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en argumentos legales y legitimistas y no en el propósito de resolver demandas sociales. Las fuerzas revolucionarias de Coahuila, como las de Sonora al mismo tiempo, tenían como última razón cohesiva, aparte del entusiasmo regional, la lealtad y la admiración a un jefe, la paga y el riesgoso empleo de soldado. En Sonora, del desconocimiento de Huerta surgió un ejército profesionalizado que aisló a los combatientes de su contexto social y a los jefes de las demandas específicas de sus soldados. Los soldados luchaban por un salario, por lo que los jefes pudieron independizarse de las demandas de las masas que luchaban a sus órdenes. Era un ejército de soldados que, si bien luchan por la victoria, la camaradería, la lealtad al jefe inmediato, lo hacían en última instancia por el salario. Desde 1912, la estabilidad de los ejércitos de Sonora y Coahuila dependían del salario y del saqueo. Esto permitió a los jefes dirimir sus ambiciones y medrar sin voltear atrás, manejando el capital político que representa la lealtad de los hombres. Este tipo de ejército exigía la preservación de las estructuras vigentes. En el noreste, la victoria y la lealtad al jefe inmediato fueron, en 1913, un elemento mucho menos cohesivo que en Sonora. Una serie de datos interesantes son las constantes peticiones de soldados, grupos de soldados, oficiales sueltos y pelotones o compañías, para salir de una corporación e integrarse a otra. Es también sorprendente el hecho de que el Cuartel General la mayoría de las veces autoriza estos movimientos: la lealtad a los jefes, propia de Sonora, o la vinculación social y regional, propia de Chihuahua, es aquí mucho menos evidente. Indudablemente, el limitado carisma de Pablo González y sus magros logros militares poco —aunque su actuación haya sido estratégicamente significativa— inciden en la diferencia entre la percepción del liderazgo nordestino respecto al sonorense. En el caso particular de Coahuila hay una retórica revolucionaria y un divorcio total de las bases: a diferencia de lo que ocurre en Chihuahua, donde en la documentación villista están presentes de manera sistemática las demandas de los soldados, la relación entre los soldados y los jefes y el hecho de que los jefes lo son por decisión de los soldados y no del gobierno del estado o del Primer Jefe; en Coahuila apenas hay referencias a la composición social de la base y brillan por su ausencia las relativas a sus demandas. Francisco L. Urquizo y Alfredo Breceda refieren a los militantes de la Gran Unión Minera Mexicana, que proporcionó miles de
ESTILOS DE LIDERAZGO | DEBATES soldados a la revolución. Algunos documentos muestran también que las mutualidades ferrocarrileras y que vaqueros del río Grande respaldaron a la revolución además, naturalmente, de rancheros y peones del centro y sureste de Coahuila. La más detallada de las fuentes sobre las bases sociales del Ejército, es vasta en cuanto a los actos de los dirigentes y no sobre lo que las bases demandaban.1 Se trataba de un ejército que para su funcionamiento requería de la preservación de las estructuras sociales y económicas vigentes. Una gran cantidad de documentación cruzada entre el Cuartel General y el proveedor general del ejército, el coronel Emilio Salinas, da cuenta de esta característica. Son también notables algunos informes de los jefes responsables de regiones enteras, como Luis Caballero, gobernador de Tamaulipas; Jesús Carranza, responsable de la retaguardia estratégica construida en torno al puerto de Matamoros; o Cándido Aguilar, jefe de la Primera División de Oriente con amplias facultades en el estado de Veracruz, que en distintas ocasiones garantizan los intereses extranjeros y protegen los negocios particulares.2 Como ya lo habíamos señalado, casi todos los jefes del ejército fueron designados por Carranza en 1910 o en 1912, como jefes de la rebelión maderista o de las milicias estatales. Si se toma en cuenta esto, sus trayectorias vitales prerrevolucionarias resultaron enormemente significativas, ya que más de la mitad de los jefes militares del noreste eran empresarios agrícolas acomodados, con estudios medios o superiores, que fueron excluidos de la vida pública por el régimen de privilegio del porfirato. Semejantes por su origen y aspiraciones a los burgueses provincianos que encabezaron la revolución francesa. Sus antecedentes políticos, liberales o reyistas, los prepararon para encabezar una revolución política que barriera con las limitaciones puestas por la dictadura al desarrollo de la burguesía nacional. Cuando se comparan estos datos, con el estilo de mando y la vocación revolucionaria de los jefes villistas, se entiende que hubo dos revoluciones en México: la
1
Esta fuente cuenta el origen, formación y entrenamiento del Batallón de Zapadores, creado en la Cuenca carbonífera y la frontera de Coahuila en la primavera de 1913. Véase Urquizo (2003, pp. 764-765). 2 Estos ejemplos en Barragán, 1985, t. I, p. 473); Ulloa (1997, p. 202); y Archivo del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista (carpeta 8, legajo 919).
política, que triunfó, y la social, que fue derrotada. El recambio de dirigentes ocurrido en Chihuahua en noviembre y diciembre de 1910, el origen rural y popular de los nuevos líderes, sus antecedentes de lucha agraria y, sobre todo, el estilo de liderazgo, muestran un movimiento revolucionario muy distinto del originado en Coahuila que, en alianza con el sonorense —que aquí sólo hemos mencionado de paso—, señaló el rumbo que el país tomó a partir de 1917. Y es que en Chihuahua, el llamado a la revolución política hecho por Francisco I. Madero, le dio cauce a una serie de añejos agravios de la gente de los pueblos del estado contra la oligarquía porfirista. La rebelión de los pueblos de Chihuahua no sólo provocó la caída del régimen de Díaz, también rebasó las propuestas políticas del maderismo y forzó un acelerado recambio de dirigentes, con lo que aparecieron en primera fila un grupo de dirigentes campesinos y populares que, al cabo de casi tres años, darían vida a la División de Norte. Los jefes guerrilleros de Chihuahua, Durango y La Laguna eligieron a Pancho Villa jefe de la División del Norte en una reunión sostenida el 29 de septiembre de 1913. Los caudillos que eligieron a Pancho Villa como jefe tuvieron siempre la conciencia de que éste les debía su mando y era responsable sólo ante ellos, tanto como ellos eran responsables ante sus hombres. Alguna vez, puesto en tela de juicio el mando de Pancho Villa, los jefes de brigada expresaron claramente al Primer Jefe la convicción de que el mando de Villa, la legitimidad revolucionaria del movimiento norteño, emanaba de ellos en tanto jefes a la vez que representantes de sus soldados. Cuando cayó Chihuahua en manos del villismo y Pancho Villa consolidó su papel como comandante en jefe, los comandantes guerrilleros aseguraron también sus propias posiciones, conservando el control de sus hombres y la influencia en sus regiones. Si para estos caudillos estaba claro que Villa les debía el mando, los soldados también eran conscientes de que los jefes de las brigadas les debían a ellos el mando, de modo que cuando moría un jefe de brigada los hombres, en asamblea, elegían al nuevo jefe. Pancho Villa no tenía voz ni voto en estas decisiones, salvo para ascender de inmediato al generalato a los coroneles electos por los soldados. Los jefes de brigada, pues, no sólo eran lugartenientes de Francisco Villa o jefes de corporaciones militares, antes que eso eran caudillos regionales. “Caudillos” por la connotación militar del término y porque debíMETAPOLÍTICA
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DEBATES | PEDRO SALMERÓN an su posición a sus cualidades carismáticas, que les permitieron construir extensas redes de apoyo en sus respectivos territorios, y por su innegable vocación por el cambio social. “Regionales”, porque sólo unidos pudieron tener una trascendencia nacional, pero individualmente nunca superaron su dimensión regional, y por el claro dominio militar y político que llegaron a ejercer sobre sus regiones, dominio fundado en el prestigio y respeto que en muchos casos se habían labrado desde antes de la revolución. En ese sentido, Pancho Villa empezó siendo un caudillo regional, como los otros, pero al ser electo jefe de la División del Norte y, sobre todo, desde que tomó Chihuahua como base para avanzar hacia el sur, trascendió esa categoría para alcanzar proyección nacional. Tan importante como el origen social y el estilo de liderazgo de los jefes villistas fue su práctica revolucionaria: desde 1910 o 1911 algunos de los futuros generales de la División del Norte —sobre todo Calixto Contreras y Toribio Ortega— expropiaron por la fuerza las tierras de las haciendas. Cuando tomaron Durango el bandolero Tomás Urbina, el líder agrario Calixto Contreras, el herrero magonista Orestes Pereyra y el arriero Domingo Arrieta, impusieron un gobernador al que le dictaron una novedosa ley agraria de efectos inmediatos. Cuando en diciembre de 1913 las fuerzas villistas conquistaron el estado de Chihuahua, el jefe de la División del Norte expropió por decreto casi toda la riqueza pública del estado que, administrada por organismos creados exprofeso, y con lo que convirtió al
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ejército villista en la maquinaria militar que destruyó al ejército federal. Según las leyes villistas, los recursos confiscados serían la base de un programa radical de redistribución de la riqueza, al triunfo de la revolución. Mientras tanto, el producto de dichos bienes pagó la guerra y financió la política social del villismo, de manera que no es exagerado decir que en Chihuahua y Durango, de la misma manera que en Morelos y Guerrero, en 1914 y 1915 estaba en marcha una auténtica revolución social que, a la postre, fue destruida por los ejércitos carrancistas.
REFERENCIAS
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DIEZ ERRORES SOBRE EL
zapatismo Felipe Arturo Ávila Espinosa*
E
l zapatismo es, sin duda, uno de los movimientos sociales y políticos fundamentales para entender no sólo la Revolución mexicana —sino también la historia política del México posrevolucionario, particularmente la cuestión agraria y las relaciones del Estado corporativo surgido de la revolución con el movimiento campesino. El zapatismo ha sido, también, uno de los temas más estudiados y discutidos por la historiografía de la revolución. Existen libros que se han vuelto clásicos sobre él, entre los que sobresalen Raíz y razón de Zapata, de Luis Sotelo Inclán, y el más influyente de todos, Zapata y la Revolución Mexicana, de John Womack. En buena medida, la visión y la interpretación que ha prevalecido en el mundo académico y en el público interesado en la historia de la Revolución mexicana se ha formado, desde mediados de los años setenta del siglo pasado, por estas obras. No obstante, el zapatismo no puede considerarse un tema de investigación concluido, del que se haya dicho todo. Por el contrario, continua siendo objeto de interés por generaciones sucesivas de historiadores y, producto de esos trabajos,1 se tiene ahora una imagen más completa y compleja sobre él. Como ocurre con todos los te* Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. 1
Entre los más importantes trabajos de los años recientes están Brunk (1994, 2008); Rueda Smithers (1998); Espejel (2000); Crespo (1996); Pineda (1997, 2004); y Ávila Espinosa (2001, 2009).
mas históricos fundamentales, a medida que avanza la investigación histórica, muchas de las nociones, certezas y juicios tradicionales sobre él, han debido ser corregidos y matizados. Entre los más importantes están: 1. EL ZAPATISMO FUE UN MOVIMIENTO DE CAMPESINOS Y PEONES DE LAS HACIENDAS CONTRA ÉSTAS.
Los pueblos de Morelos habían perdido, en lo fundamental, la posesión y control de las ricas tierras cañeras y de los principales recursos acuíferos, desde la Colonia. No obstante, seguían reclamando sus derechos originarios y ofrecían una resistencia persistente, con ascensos y reflujos, a los avances de las haciendas azucareras. Sin embargo, lo que detonó el conflicto agrario del que surgió el zapatismo fue un conflicto de nuevo tipo: los pueblos que habían perdido sus tierras ante las haciendas habían establecido con ellas una relación simbiótica y las trabajaban estacionalmente, como medieros o arrendatarios. La modernización de las haciendas que tuvo lugar en el Porfiriato, llevó a que varias de ellas ampliaran la superficie sembrada de caña, cancelando el arriendo de los pueblos y privándolos de la posibilidad de cultivar productos tradicionales para su subsistencia. Esa alteración fue vivida por los pueblos como la ruptura del pacto moral con las haciendas. La privación de ese derecho —que consideraban natuMETAPOLÍTICA
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DEBATES | FELIPE ARTURO ÁVILA ESPINOSA ral— orilló a muchos campesinos a engrosar las filas de la revolución y del zapatismo, que fueron vistos como una alternativa de solución a sus demandas. En sus orígenes, fue por lo tanto un movimiento de arrendatarios privados del acceso a cultivar las tierras de las haciendas, al que se unieron campesinos libres, peones sin tierra, rancheros, pequeños comerciantes y sectores de la clase media rural ilustrada. Luego, durante el huertismo, se incorporaron sectores urbanos, trabajadores textiles e intelectuales radicales vinculados al movimiento laboral que se convirtieron en los ideólogos del movimiento zapatista y quienes le dieron una dimensión nacional a su proyecto. 2. FUE UN MOVIMIENTO CAMPESINO NOSTÁLGICO, VUELTO HACIA EL PASADO.
El famoso aforismo de Womack, “esta es la historia de unos campesinos que no querían cambiar y que por ello hicieron una revolución” ha servido como la definición más aceptada y repetida para caracterizar al zapatismo. Sin embargo, los análisis más recientes han mostrado que no existía tal visión romántica y nostálgica o aun reaccionaria dentro del movimiento suriano, sino que éste era una amalgama compleja donde coexistían fuertes elementos tradicionales, como los vínculos de parentesco y amistad, el papel central de las autoridades de los pueblos, la acendrada religiosidad y el respeto a sus costumbres y cultura ancestrales —por lo demás muy alejadas del estereotipo romántico de las comunidades campesinas holísticas—, con elementos políticos e ideológicos modernos desarrollados por los intelectuales orgánicos del zapatismo, con una propuesta avanzada de gobierno democrático parlamentario y la subordinación del poder político a la sociedad civil así como la participación de ésta en la supervisión y vigilancia de los poderes públicos. De hecho, varios de los principales planteamientos hechos por los delegados zapatistas en la convención fueron de los más radicales y avanzados en su tiempo, aunque no se pudieron aplicar. Temas como el gobierno parlamentario, la revocación de mandato, el derecho de huelga y de “sabotaje” de los trabajadores, la moralidad y el perfil de los funcionarios públicos, la disolución del ejército permanente en METAPOLÍTICA
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tiempos de paz, la igualdad jurídica de los hijos naturales con los legítimos y la emancipación de la mujer, por mencionar algunos, tuvieron sus formulaciones más precisas en los delegados zapatistas en los debates de la Convención y se expresaron también en el cuerpo de leyes nacionales que hizo el Consejo Ejecutivo de la Convención, una vez que el zapatismo había perdido la batalla con el constitucionalismo, por lo que no pudieron aplicarse. 3. FUE INCAPAZ DE PLANTEARSE LA CONSTRUCCIÓN DE UN
ESTADO NACIONAL.
Ésta opinión, prevaleciente en la historiografía zapatista y de la Revolución mexicana influida por el marxismo, partía de una doble vertiente. Por un lado, los campesinos no eran capaces, como clase, de plantearse y resolver la cuestión nacional y sólo lo podían hacer como aliados subordinados de fracciones burguesas o, en la alianza revolucionaria por antonomasia, subordinados a la clase obrera. Ese dogma se alimentó de otra estigmatización derivada de la historiografía tradicional de la Revolución mexicana: el zapatismo, al igual que el villismo, no tuvieron una visión nacional del poder, como sí la tuvo el constitucionalismo; asimismo, como parte de esa limitación, sus intelectuales no tuvieron el alcance de los vinculados al carrancismo y al obregonismo. El zapatismo no solamente elaboró un proyecto de nación, mediante las propuestas ideológicas y programáticas de los intelectuales fuereños que se incorporaron a él, sino además que instauró un gobierno y una administración propios en la región morelense y en una amplia franja del centro-sur del país, donde tuvo el control militar, político, económico y administrativo, y donde los jefes e intelectuales zapatistas aplicaron una peculiar forma de gobierno y administración caracterizados por la recuperación de la autoridad tradicional de los pueblos y el establecimiento de una considerable autonomía municipal, como parte de un proceso controlado y supervisado centralmente —no sin considerables conflictos—, por el cuartel general zapatista. El zapatismo se propuso derrocar al gobierno nacional, tomar el poder central, ocupar la capital del país e instaurar un gobierno que diera cumplimiento a un programa de reformas económicas y sociales cuya
DIEZ ERRORES SOBRE EL ZAPATISMO | DEBATES máxima expresión fueron las propuestas de los ideólogos zapatistas dentro de la Soberana Convención Revolucionaria, en cuya etapa de mayor poderío — entre finales de 1914 y mediados de 1915—, controlaron la capital del país y la mayor parte del territorio nacional, si bien efímeramente al no poder consolidar su alianza con el villismo.
fueron porfiristas o permanecieron al margen del proceso y si bien algunos de los más connotados intelectuales que sí participaron en la revolución, como Luis Cabrera, pertenecieron a las filas carrancistas, otros muy destacados, como José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán fueron cercanos al villismo, por lo que no puede considerarse que el constitucionalismo hubiera monopolizado los mejores intelectos de la revolución.
4. NECESITÓ DE INTELECTUALES EXTERNOS Y ESTOS NO FUERON CAPACES DE ELABORAR UNA PROPUESTA NACIONAL Y NO TUVIERON LA TALLA DE LOS INTELEC-
5. FUE SÓLO UN MOVIMIENTO LOCAL REIVINDICATO-
TUALES CARRANCISTAS.
RIO, CIRCUNSCRITO A LA CUESTIÓN AGRARIA.
El zapatismo es uno de los mejores contraejemplos a la tesis comúnmente aceptada de que los movimientos sociales no son capaces de formular una ideología y un proyecto político nacional por sí mismos y necesitan de intelectuales desclasados de las elites que les inyecten la conciencia desde fuera y los conduzcan en su lucha. El Plan de Ayala, uno de los planes revolucionarios más claros y precisos y de los que ha tenido mayor influencia en México no sólo durante la revolución, sino a lo largo del siglo XX mexicano, fue el producto endógeno del zapatismo, a partir de su experiencia en la insurrección maderista y del fracaso de sus negociaciones con Madero. Los autores del Plan de Ayala fueron Emiliano Zapata, el líder indiscutido del movimiento y Otilio Montaño, el principal asesor de su primera etapa, un modesto maestro rural quien escribió uno de los documentos paradigmáticos que mejor reflejan la visión y las aspiraciones de una revolución campesina. Posteriormente, durante la dictadura de Huerta, se incorporaron al zapatismo destacados ideólogos provenientes del movimiento laboral independiente, entre ellos Antonio Díaz Soto y Gama y Manuel Mendoza López quienes, con Manuel Palafox y Montaño, fueron el núcleo central que elaboró la ideología y el programa zapatista nacionales. El trabajo de esos intelectuales, aunque no fuera un fiel reflejo del movimiento zapatista, tampoco era una expresión ajena y desvinculada de la visión y de los anhelos de la gente de las comunidades zapatistas. Como todas las ideologías, las representó de manera mediada y fue influida, a su vez, por las propias comunidades. Por lo demás, los más connotados intelectuales mexicanos de la época revolucionaria o
Por lo general se ha sostenido que el zapatismo se explica por el Plan de Ayala y, no sin razón, se subraya que es el movimiento agrarista por antonomasia. Sin embargo, ese aspecto no basta para explicar al zapatismo y en muchos momentos de su desarrollo no fueron las demandas agrarias las que ocuparon el primer plano. En su origen, durante la etapa maderista de la revolución, si bien las reivindicaciones agrarias estuvieron presentes no fueron las más importantes, sino las políticas, pues Zapata y sus seguidores quisieron tener un papel relevante en el gobierno local de Morelos, así como en las fuerzas del orden de la entidad y exigieron la salida del clan rival de los Figueroa, de Guerrero. Después, cuando las negociaciones con Madero se vinieron abajo, la demanda central era la salida del ejército federal. Durante la lucha contra Huerta la principal consigna fue la salida de éste y posteriormente, en las discusiones en la Convención de Aguascalientes, además de la aceptación del Plan de Ayala —que lograron, al igual que el compromiso de comenzar la reforma agraria y el control de la Secretaría de Agricultura—, su principal petición, que fue uno de los factores que provocó la eclosión de la Convención, fue la exigencia de la renuncia de Venustiano Carranza. Luego de la derrota de Villa, cuando habían perdido la guerra y sabían que no era viable su proyecto, buscaron alianzas con grupos y líderes anticarrancistas que no eran revolucionarios y después de la muerte de Zapata, los jefes zapatistas sobrevivientes se amnistiaron y aliaron con Obregón. Si bien es cierto que consiguieron una temprana reforma agraria, fue muy distinta de la hecha por el zapatismo en el cenit de su fuerza en 1914 y fue una METAPOLÍTICA
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DEBATES | FELIPE ARTURO ÁVILA ESPINOSA reforma desde arriba, organizada y controlada por el Estado nacional. 6. FUE EL MÁS HOMOGÉNEO DE LOS MOVIMIENTOS SO-
dades de la región, sin duda mayoritario, pero que, al mismo tiempo, hubo otro tipo de relación entre el Ejercito Libertador del Sur con la población de las localidades en la que hubo fuertes tensiones, problemas y hasta enfrentamientos.
CIALES REVOLUCIONARIOS.
El aura romántica con la que se ha descrito al zapatismo no puede sostenerse. Si bien es cierto que en él no tuvieron parte destacada —como en las otras corrientes revolucionarias— los hacendados ni miembros destacados de las élites y que fue un movimiento de sectores rurales bajos y lideres radicales, no puede ocultarse el regionalismo de sus jefes campesinos ni sus rivalidades y disputas por el poder. Esas tensiones fueron una constante en el movimiento que no pudieron resolver el liderazgo de Zapata ni la centralización del mando en el Cuartel General suriano. Los pleitos entre varios de los más importantes jefes campesinos, como el que tuvo lugar entre Genovevo de la O y Francisco Pacheco, la notable independencia y el margen de acción con que actuaban, le restaron capacidad militar al zapatismo, unidad real de mando. Esas disputas y tensiones estuvieron en la base de su debilidad militar y en su incapacidad para tomar por sus propios medios la ciudad de México —cuando lo hicieron fue aprovechando la alianza con Villa en diciembre de 1914—, de extenderse más allá del Bajío, y de resistir con mayor fuerza el cerco al que fueron sometidos en la etapa final, luego de las derrotas de la División del Norte y hasta el asesinato de Zapata. 7. FUE UN MODELO DE ARMONÍA CON LAS COMUNIDADES CAMPESINAS.
Como todos los movimientos sociales, sobre todo en momentos tan atípicos como los de una revolución popular en curso, la relación del zapatismo con las comunidades campesinas, su principal base social, fue diversa, compleja y varió en las distintas etapas del proceso revolucionario. Aunque es indudable que la persistencia y arraigo del zapatismo en Morelos y sus zonas aledañas se explican por el apoyo y simbiosis que estableció con las comunidades, no se puede dejar de señalar que ése fue sólo uno de los aspectos con un sector de los pueblos y comuniMETAPOLÍTICA
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8. FUE AJENO AL BANDOLERISMO Y LA DELINCUENCIA.
A diferencia de lo que ha sostenido la historiografía zapatista, el bandidaje en sus filas no fue un fenómeno insignificante ni marginal y tuvo importantes repercusiones en el curso de la revolución suriana. En los archivos zapatistas se encuentran múltiples testimonios de pueblos que protestaron reiteradamente de los abusos, préstamos forzosos, robos y violencia cometidos por las partidas zapatistas —depredaciones era el término común en la época para referirse a ellos— en contra de la población civil. Un bandolerismo contra las comunidades que, si bien es cierto que se acentuó en los años finales marcados por la descomposición del movimiento, estuvo presente también desde la primera etapa y, aunque Zapata y el Cuartel General suriano hicieron esfuerzos por controlarlo y castigarlo, tuvieron poco éxito en lograrlo. 9. FUE UN MOVIMIENTO SECTARIO, PRINCIPISTA, AL QUE NO LE INTERESABAN ALIANZAS CON OTRAS FUERZAS.
Una constante en el zapatismo fue la búsqueda de alianzas con otras fuerzas, algunas de las cuales representaban intereses y proyectos distintos al suyo. En diferentes momentos el zapatismo buscó sumar fuerzas pragmáticamente con líderes y corrientes que, en la mayoría de los casos, fueron infructuosas. Con Madero, Pascual Orozco y Francisco Villa, grandes figuras nacionales, el zapatismo buscó tender puentes y establecer alianzas que les permitieran sumar fuerzas, resolver algunas de sus principales demandas o presentar un frente amplio contra enemigos comunes. Las diferencias políticas y las rivalidades entre los caudillos fueron determinantes para dar al traste con esos intentos, más que el sectarismo y el principismo de los líderes zapatistas, aunque éstos aspectos sin duda tuvieron también un papel importante en esos fra-
DIEZ ERRORES SOBRE EL ZAPATISMO | DEBATES casos. En estas alianzas el zapatismo se consideraba lo suficientemente fuerte para tratar de imponer condiciones a sus posibles aliados: la solución inmediata del problema agrario, la aceptación incondicional del Plan de Ayala, el derrocamiento de Madero o la renuncia de Carranza fueron esgrimidos como condiciones sine qua non por los líderes zapatistas, sin éxito. Los principios, sin embargo, no fueron los principales motivos de alianza con líderes y fuerzas menores, como Francisco Vázquez Gómez, Juan Andrew Almazán, Higinio Aguilar o con quien asesinó a Zapata, Jesús Guajardo, sino el pragmatismo. Fueron pues, las circunstancias, la relación de fuerzas y los objetivos que buscaban alcanzar los que determinaron la política de alianza zapatista. 10. ES EL MEJOR EJEMPLO DE LA INDEPENDENCIA Y DE LA LUCHA CONTRA EL
ESTADO MEXICANO.
Sin lugar a dudas el zapatismo fue la corriente más radical de la Revolución mexicana y las mayores transformaciones sociales y políticas de la revolución ocurrieron durante el cenit del zapatismo, entre 1914 y 1916 cuando desapareció la clase terrateniente en la entidad, los pueblos recuperaron sus recursos naturales y se desarrolló el más profundo experimento de autogobierno y de creación de un Estado con bases populares en la historia del país. Sin embargo, el zapatismo fue un movimiento derrotado, cuyos líderes fueron eliminados o cooptados por la fracción ganadora y cuyos postulados fueron testimoniales que no tuvieron mucha incidencia en la conformación del nuevo Estado y régimen emanados de la revolución. Paradójicamente, la dimensión nacional de Zapata como el máximo prócer del agrarismo mexicano fue una construcción
ideológica hecha por el Estado que lo derrotó, que utilizó su figura y refuncionalizó su significado para legitimar su política agraria y, sobre todo, para controlar y subordinar al movimiento campesino. Desde 1924 y hasta fines de la década de los setenta del siglo pasado, el Estado mexicano monopolizó el culto cívico a Zapata y no fue sino hasta mediados de los ochenta y en los noventa cuando el movimiento popular independiente pudo recuperar la figura y el significado de Zapata como símbolo de independencia y de lucha.
REFERENCIAS
Ávila Espinosa, F. A. (2001), Los orígenes del zapatismo, México, El Colegio de México/UNAM. Ávila Espinosa, F. A (coord.), (2009), El zapatismo, México, H. Congreso del Estado de Morelos. Brunk, S. (1994), Zapata Revolution and Betrayal in Mexico, Albuquerque, University of New Mexico Press. Brunk, S. (2008), The Posthumous Career of Emiliano Zapata. Myth, Memory, and Mexico s Twentieth Century, Austin, University of Texas Press. Crespo, H. (1996), La hacienda azucarera del estado de Morelos: modernización y conflicto, Tesis de Doctorado en Estudios Latinoamericanos, México, Facultad de Filosofía y Letras-UNAM. Espejel, L. (coord.), (2000), Estudios sobre el zapatismo, México, INAH. Pineda, F. (1997), La insurrección zapatista, México, Era. Pineda, F. (2004), La revolución del sur, 1912-1914, México, Era. Rueda Smithers, S. (1998), El paraíso de la caña, historia de una construcción imaginarias, México, INAH.
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SOCIEDAD SECRETA
“Las manos, con todas sus falanges, son subversivas.” Rafael Toriz
DEL
miedo
Jair Cortés* Lo malo es la infancia cuando el niño es el enemigo del niño. En las paredes busca soledad para matar a Dios, orienta parvadas con sus inexplicables trucos de magia, en una libreta anota con rencor el nombre y la fecha de sus más íntimos contrincantes. Afuera de la celda le espera un grupo de miedosos él se une, luego se rebela, nadie le sabe decir: acerca tu rostro a la flama, hermano, el fuego quemará tus pocas perversiones. Y quiere o no quiere pero ya usa mayúsculas cuando escribe DINERO y teje como su tía la tuerta un gran manto para cuando sea rey. Da vuelta y notan que algo oculta, en el camino le señalan, le dicen: tú, acerca tu rostro al agua y lava esa abuela y quita tu mancha. Pronuncia como se debe, corre y no sabe qué hacer con tanto miedo. Con tanto miedo, no sabe si lo persigue su infancia o es la adolescencia embistiéndolo a media noche.
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Poeta y traductor. Actualmente es becario del FONCA (Jóvenes Creadores 2009-1010). Escribe en www.granadademanopoesia.blogspot.com METAPOLÍTICA
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Indagaciones A SU PULSO QUE CESA (DE CÓMO DON QUIJOTE CAYÓ MALO Y DEL TESTAMENTO QUE HIZO Y SU MUERTE) Manuel R. Montes* Y si ellos están locos, es forzoso que yo esté loco. Porque yo podía jugar a mi juego porque lo estaba haciendo en soledad; pero si ellos, otros me acompañan, el juego es lo serio, se transforma en lo real. Aceptarlo así —yo, que lo jugaba porque era juego— es aceptar la locura. Juan Carlos Onetti, El astillero.
I
I
nteresa el amargo trance que le debió de implicar a Saavedra dar muerte a su héroe: asumir el rostro de todos los enemigos imaginarios de Quijano en uno solo, letal e invencible —el de su autor—, y proceder al más concreto de los deicidios. La patibularia escena del LXXIV, luego de las mil y tantas páginas en que deambulamos la sed y el delirio de una zaga absurda, apeados a Rocinante, nos parece asombrosamente corta, casi telegráfica. La frialdad de la pluma cervantina al referir el per*
Escritor mexicano. Su más reciente libro es Loquios (FETA, 2008). Actualmente coedita el minisitio de narrativa “Portal de Soares”, de la revista Círculo de Poesía. METAPOLÍTICA
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cance, entreabre sin embargo sus acercamientos al loco desahuciado anotando, desesperanzada: “Como las cosas humanas no sean eternas” (p. 1 099), tesis bajo la que subyace un deseo de prórroga sutil (“mientras las cosas humanas no sean eternas”) que se desgarra en la conjetura de otro plano temporal en que sí lo serían. Cervantes no se finge impersonal en el acto, ya que prefiere la ambigüedad del enunciado “no sean eternas”, en vez del categórico “no son eternas”. Quijano debe, pues, y en tanto el orden universal no revierta sus predicamentos de finitud, morir. Y Quijano muere. La eternidad del hombre intriga profundamente a Cervantes en el epílogo de la novela. El deceso del manchego lo confronta, lo abisma en una perplejidad absoluta frente al estado imaginativo al que han arribado sus vuelcos, frente a las exequias que debe esforzarse por inventar, desembocando, indeciso y voluntarioso, en el resuello que trascenderá las edades de la estética literaria.
II
Interesa configurar la diagnosis: la razón —tardía, incómodamente invocada, necesaria— del fallecimiento y los espejismos que incita.
INDAGACIONES A SU PULSO QUE CESA | SOCIEDAD SECRETA Cervantes, omnipotente y no, dilata el indicio cabal, se interna en la subjetividad y perpetúa los velos de su íncipit. ¿De qué murió el célebre loco? Saavedra propone: 1) “ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido” (p. 1 099); 2) “ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba” (ibídem). El cura, el bachiller y el barbero complementan las vagas impresiones del novelista: 3) “la pesadumbre de verse vencido y de no ver cumplido su deseo en la libertad y desencanto de Dulcinea” (ibídem). Curiosas interpolaciones: “melancolía” por “pesadumbre”, “desencanto”: “cielo” por “deseo”, “libertad”, “Dulcinea”. En torno al lecho fluye un diálogo en murmullos mediante el cual Cervantes proyecta en sus personajes una especulación sobre las causas del fin del Caballero, si no convincentes, acaso verosímiles, acordes a su zozobra y a sus maniobras de evasión. La voz autorizada del médico que acude para disipar supuestos, requerido con urgencia por todos (Cervantes, Sancho, allegados, lectores): establece que a Quijano: 4) “melancolías y desabrimientos le acababan” (ibídem). Consecuente a las argucias de Saavedra, el médico tampoco atina, y no importa que así sea, pues la crisis, aquí, no estriba en el raquítico desempeño de un músculo cardiaco de más de medio siglo, sino en la fórmula irreversible de una certeza que, abrupta, lo anula, lo empobrece y derrota, abarca sus irrigaciones: Quijano ya no verá, jamás, a su moza labradora.
III
Interesa el último sueño en el Quijote. Luego de los acalorados intercambios de opinión sobre los alientos debilitados de Alonso, a éste se le permite dormir, según su propia solicitud, “y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas” (p. 1 100). Tanto, que la sobrina y el ama sospechan que no retornará de este sueño, otro. ¿Qué soñaría durante dicho impasse?, ¿qué novela, de las infinitamente leídas, ilustró sus alucinaciones?, ¿qué símbolos, qué sensaciones lo perturbaron, aquietándolo? Al despertar, la locura, sin más, se ha disipado. Quijano Samsa entorna los párpados convertido en otra criatura, una criatura cuerda, recalcitrante, que nos espanta diciendo: “Las misericordias […] son las que en este instante Dios ha usado conmigo […] Yo tengo el
juicio ya libre y claro” (ibídem). Algún perdón eclesial recibiría —y de labios de qué otro cura abominable— en las penumbras de su ausencia inconsciente; algún cruento negocio de justicias entre villanos lo habrá ocupado, vencedor; alguna virgen hallaría en su regazo los consuelos paternales de su casta bondad. Quijano, arrepentido de su condición pretérita, revolucionaria, a contra reloj declara, recapacita: “No me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros [libros] que sean luz del alma” (ibídem). El Ingenioso querría curarse, arropado en otros géneros de literatura: quizá en su sueño de seis horas los habrá puntualmente leído, vislumbrado, y la sola superstición de hartarse en ésta su nueva y rara, postrera curiosidad bastaría para absolverlo, para esclarecer, devolverle y liberar su juicio. ¿Por cuáles libros encaminó los propósitos de su lamento?, ¿a cuáles se refería?, ¿a qué filosofías elipsoidales atenerse?, ¿serían dichos libros aquellos que Cervantes quiso de pronto escribir, también agonizando en el LXXIV, fatigado novelista que al final de su periplo sortea el escrúpulo de haber, quizá, errado el tema, la extensión, el personaje?
IV
Interesa la primera persona que atendió pasivamente las autopsias prematuras y ve agotarse el suministro de vida. Quijano asevera, dice sin decir nada que no hayamos advertido y reitera el nudo de tensión que irregularmente sofoca el capítulo de cierre: 5) “Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa” (p. 1 101). ¿Pero de qué?, insistiríamos, preguntándonos luego con insolencia y necedad inútil: ¿finge, ahora, como clausura maestra y viraje, su cordura repentina para obviar los motivos de su deserción, y apela sólo al trote veloz del segundo que va a detenerlo? Ni Quijano ni nadie sabremos de qué enfermedad lo quiere matar su autor. Cervantes tantea, oscilante, la cuestión del rigor mortis: aplaza, sugiere, banaliza, vuelve a sugerir. “Y así, en tanto el señor cura me confiesa vayan por el escribano” (ibídem), interrumpe Alonso, despejando las atmósferas cargadas de su habitación para avenirse al trámite que más apremia. Alonso exige un escribano: ¿Cide, Saavedra, Avellaneda? Mediante esta súplica, resuelve suplir la pluma de ficción por la pluma lapidaMETAPOLÍTICA
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SOCIEDAD SECRETA | MANUEL R. MONTES ria, jurídica; que de él se escriban no más que sus hálitos de cuerdo. La cronología de los episodios quijotescos demuestra que para la literatura un hombre cuerdo no da para otra gracia que no sea la dicción de un testamento Están, siguen estando allí, el ama, la sobrina, el médico, el cura, el barbero, figuras que se estremecen en la angustia de no descubrir los síntomas unívocos del hidalgo, asediados por una misma impaciencia, compartida, solidaria. Aceptan cualquier disparate, como el de la muerte por tristeza, no habiendo aceptado, o no con tal inminencia, al inicio de la historia, la locura por haber leído libros de caballerías. E insisten: 6) “una de las señales por donde conjeturaron haber se moría fue el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo, porque a las ya dichas razones añadió otras muchas tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a creer que estaba cuerdo” (ibídem). Ignora aquella comitiva que las convincentes razones de lucidez indiscutible también las ha articulado el loco Quijano, ya bueno e inserto en la bondad cuerda, que sus cuidadores adulan por cristiana, sí, pero loco, loco aún, loco irremisible. Alonso es aparentemente exorcizado, en el sueño de las seis horas, del venenoso espíritu musulmán de Benengeli. El Ingenioso no quiere traicionarse al confesar que le aburrió seguir interpretando su personaje; que su personaje lo cansó, a tal grado, que mentirá su muerte tal como ha mentido su vida, con tal vocación y perfeccionamiento, y que aguardará a que lo vuelvan a dejar a solas para huir e interpretar otros personajes, de otros libros luminosos. El Desocupado lector se permite aportar una nota de defunción: 6) “Alonso Quijano murió de aburrimiento de sí mismo”… Porque yo podía jugar a mi juego porque lo estaba haciendo en soledad; pero si ellos, otros me acompañan, el juego es lo serio, se transforma en lo real.
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Interesa, ante todo, la verdad, no las justificaciones ficticias de la verdad. El cura, tras la confesión —que como el sueño nos es reservada para elucubrar—, notifica: “Verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno” (p. 1 101). A esta altura de la novela lo verdadero, en su sentido literario más amplio, ha sido tan hábilmente puesto en el debate de sus reinvenMETAPOLÍTICA
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ciones, que la bitácora del cura sólo confunde más la esencia, por lo demás inaccesible, de esos dos estados del alma en que vivió simultáneamente don Quijote: la doble sustancia en que enraizaban su locura parcial y su cordura incierta, sin que nos atrevamos a citar un instante de la saga en que hubieran, en definitiva, de escindirse. El parte veraz del confesor, de cualquier modo, inicia el trazo del vestigio: “Don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno a secas” (p. 1 102). Don Quijote ya no es, fue. Y su nombre ya es distinto. Reconvenido a su condición de bondad, y una vez hecho jirones, de tanto y de tan excesivo trajín, el hábito de la locura, el retomado y ¿humillante? alias acentúa su inversión a lo “malo”, aun a lo “maldito”, de que lo contagiaron los detestables libros de caballería. Tan bueno, tan a secas, tan distintamente Quijote y tan verdaderamente Alonso Quijano, que su escudero le oye pronunciar lo impensable: “Perdóname, amigo” (ibídem).
VI
Importa lo que de todo lo acaecido perciba el interlocutor de más alto rango. Sancho diagnostica, luego de aquella muestra patética de pureza y amistad sin quebrantos, que: 7) “la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía” (ibídem). El escudero, desafortunadamente célebre por lo que se ha transcrito, es quien conoce más que ninguno de los presentes el temperamento de su amo. Y sabe, con malicia y lealtad cómplices, que la vuelta a la cordura es una delicada farsa, pues su comentario confirma que la muerte de Quijano es el espejo de su demencia máxima, tácita, al morir por melancolía, con el agravante de haberse caricaturizado a sí mismo en el más endeble e inverosímil montaje de lucidez. Panza revira y asume parte de la culpa: 8): “si es que se muere del pesar de verse vencido […] por haber cinchado mal a Rocinante le derribaron” (p. 1 103). Sansón Carrasco secunda al escudero, le da la razón que siempre tuvo y que siempre le adjudicamos, aunque ahora Sancho se quiera equivocar y hacer entrar en la razón, en la vida, al despojo de su caballero, reanimarlo a partir de sus razonamientos, que fueron antes suficientes para convidarlo a arremeter.
INDAGACIONES A SU PULSO QUE CESA | SOCIEDAD SECRETA VII
Importa lo que a Cervantes importa más que ninguna otra de estas sucintas digresiones: “Iten, es mi voluntad que si Antonia Quijana mi sobrina quisiere casarse, se case con un hombre de quien primero se haya hecho información que no sabe qué cosas sean libros de caballerías; y en caso que se averiguare que lo sabe y, con todo eso, mi sobrina quisiera casarse con él y se casare, pierda todo lo que le he mandado” (ibídem). Si bien aburrido de su personaje, a Quijano le pesa abandonarlo y lo reclama para sí a la posteridad, ahuyentando, escribano en ristre, a inevitables sucesores y advenedizos. Es esta “voluntad” testamentaria la inscripción en la lápida de las novelas de caballería: que no haya otro Quijote ni otro Quijote; que nadie torne a loco leyendo zagas; que quede en registro lícito la aversión de su memoria hacia algún indigno imitador, como ya los tuvo en demasía cuando vivo. La dirigida a Sancho no sería una disculpa aislada. Le ruega por lo mismo a Saavedra “por haberle dato motivo” (p. 1 104) para escribir la novela, evidencia clara de que Quijano continúa siendo un loco, puesto que solamente el loco sabía de aquello que su autor abominaba, ¿o cómo sería posible que en los recuerdos de Quijano, al trasluz del sueño reivindicador de las seis horas, sus experiencias hayan quedado intactas, salvo por los códigos de moral que, como angelicales salvadores las censuraron, aunque sin modificarlas? “Hallose el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballería que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote” (ibídem). Actitud más que coherente con Alonso el alienado, quien siempre quiso innovar, superar a sus maestros. Morir de otra manera es de igual modo un intento por reafirmar su vanguardia heroica, desquiciante. Morir denostando el estereotipo de la muerte del caballero. Morir en la metalocura de fingirse cuerdo y bueno, como a ninguno de los protagonistas a los que copió podría haberle sucedido. Cuando el personaje “dio su espíritu”, Cervantes no tarda, buitre, en tasar su valioso cadáver, “para quitar la ocasión de que algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente e hiciese inacabables historias de sus hazañas” (p. 1 104).
El recelo de Saavedra, plagiario y plagiado, al saberse vulnerable respecto de los embelecos de indudables imitadores, es matar a sangre fría su Quijote porque sólo matándolo le pertenecería definitiva, eternamente. O tal vez no, ya que, como no sean eternas las cosas humanas, bien podría su deseo contravenirlo, influenciando y produciendo no sabemos todavía cuándo al próximo derrocador, aunque Cervantes opine desde hace cuatro siglos que “esta empresa, buen rey, para mí estaba guardada” (p. 1 105).
VIII
Importa, a manera de réquiem, el otro difunto. A la muerte del Quijote y del Quijote siguió la muerte, o el suicidio, asaz fundamentalista, de Cervantes como su autor. Cervantes cita al árabe e insulta por boca ajena, infiel, a quienes se atrevieron a remedar su obra y a los que se atrevan a proceder con igual infamia, “porque no es carga de sus hombros, ni asunto de su resfriado ingenio” (ibídem). El último resuello de Saavedra es una voz colérica. Habla el espíritu con amenazas al abandonar el cuerpo de Quijano, como el peso inexplicable de una armadura que ya no tortura al caballero. Eso último que se desprende del cuerpo de Alonso es un alarde anarquista, un reto, una proclama de rebeldía contra detractores y maleantes de la prosa, de manera que el héroe mantuvo la locura desenvainada hasta el último duelo, para que “real y verdaderamente” pudiera yacer tendido de largo a largo. Con cuánta vehemencia Cervantes escribió sobre la rigidez mortuoria de Quijano sustantivos venenosos, de conserva, quizá para efectos de atrasar la descomposición. Enfermizo afán de aniquilar al más falso entre los falsos, y despedirse de él agitando un enardecido posesivo: “mi verdadero don Quijote” (p. 1 106).
REFERENCIAS
Miguel de Cervantes Saavedra (2005), Don Quijote de la Mancha, Madrid, Edición del V Centenario, Real Academia Española/Asociación de Academias de la Lengua Española.
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Wong Kar-Wai Y LA POÉTICA DEL SECRETO Jezreel Salazar* lo esencial es invisible a los ojos Antoine de Saint-Exupéry
S
egún Gastón Bachelard, “el instante poético es la conciencia de una ambivalencia”. La sentencia resulta adecuada para definir la mirada que propone el cine del director honkongués Wong KarWai, quien se ha caracterizado por crear un cine de gran sofisticación y sensualidad, centrado en el registro intimista de las pasiones amorosas y sus frustraciones constantes. Esto es perceptible desde su vertiginosa Chungking Express hasta la complejísima 2 046, donde el peso de los recuerdos y la imposibilidad de la entrega permiten una profunda reflexión sobre los vínculos entre realidad y creación artística. No obstante, fue con su séptima película, Deseando amar (In the mood for love), en donde se perfeccionan los recursos de este cineasta, quien logra crear una verdadera joya fílmica. Ahí, Kar-Wai reflexiona sobre la infidelidad a partir de una historia mínima: dos vecinos descubren que sus respectivas parejas son amantes y a partir de esta revelación,
* Ciudad de México, 1976. Cinéfilo de ocasión, disfruta descifrar los enigmas inscritos en las películas de Haneke, Ki-duk, Medem, Kieslowski… Recientemente apareció bajo el sello editorial de Tierra Adentro, el libro La conciencia imprescindible. Ensayos sobre Carlos Monsiváis, del cual es compilador.
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la pareja engañada, en su afán por descubrir cómo fue posible el adulterio, se enfrasca en una compleja relación pasional. Lo primero que llama la atención es el tratamiento sobre esta particular intriga erótica. La historia de amor más recurrente en el cine es el triángulo amoroso, la disputa de dos mujeres por un hombre o la rivalidad entre dos hombres por una mujer. La historia pasional entre cuatro personas es menos común. Wong Kar-Wai la resuelve de una manera sencilla y al mismo tiempo la sintetiza: sólo podemos conocer a dos de los personajes (Chow y Lizhen), nos es permitido acceder solamente al interior de la pareja engañada. Esa es la historia de amor que le interesa a Wong Kar-Wai, una historia de amor derivada, contingente, que surge por la casualidad, el dolor y la afrenta. Una historia que nunca habría existido por voluntad propia. A partir de esa anécdota el tratamiento tiene algo más de paradójico: el director nos obliga a observar la desgracia con ojos maravillados. La narración de las desventuras del corazón está realizada a través de una fotografía prodigiosa, en el juego de la luz, los colores y las sombras, nos deleita en medio del paisaje emocionalmente desolado. La escena en que Lizhen busca compañía con la esposa de Chow es al mismo tiempo admirable y anómala. Mientras Lizhen se muestra amable para conseguir una conversación que alivie su soledad, la esposa de Chow es brusca, descortés, cortante. Al cerrar la puerta se escucha la frase: “era tu esposa”, lo
WONG KAR-WAI Y LA POÉTICA DEL SECRETO | SOCIEDAD SECRETA que le confiere a la escena un carácter cruel y aberrante: la infidelidad ocurre en el departamento de junto. Lizhen está en espera del marido, mientras éste la engaña a un metro de ella tan sólo encubierto por una pared. Aquí está uno de los aciertos de Wong Kar-Wai, quien ha aprendido a narrar el drama, la tragedia amorosa, de una forma sutil, casi encantadora. Tal paradoja (la tragedia que maravilla) revela una clave para comprender la cinta: el sentido de la imprecisión. El motor de la trama está dado por una ambivalencia constante de los dos personajes engañados, en cuya relación la lógica del deseo siempre está precedida por el peso de la culpa, la carga del secreto y el miedo a reproducir (como un acto de venganza) una infidelidad simétrica a la que ellos mismos sufrieron. Quizá el mayor logro del realizador consiste en mantener esta ambigüedad. Ni Chow ni Lizhen (los personajes principales) parecen estar dispuestos a caer en la misma traición que ellos sufrieron y condenan de sus parejas. Sin embargo y acaso sin quererlo, poco a poco un vínculo emocional surge entre ellos, hasta que resulta imposible continuar ocultándolo. El imperativo que se imponen de “no ser como ellos” les impide dar rienda suelta a sus sentimientos y limita la relación desplazándola a un plano casi platónico. No obstante, el desenlace amoroso, nunca explícito, estará insinuado a través de un lenguaje más gestual que verbal. Cuando los nuevos amantes se toman de la mano en un taxi luego de que ella afirma “no quiero volver a casa esta noche”, podemos intuir que la nueva infidelidad tendrá lugar. Sin embargo, esto no aparece nunca en la pantalla y es aquí donde cabe resaltar el arte de la elipsis que Kar-Wai practica a través de la edición. Y es que, a pesar de haber filmado aquellas escenas donde se resuelve la trama, donde sabemos si en efecto la segunda infidelidad se consuma, el director decidió eliminarlas en el momento de la edición de su filme. (En el disco de “extras” que acompaña el DVD de la película, estas escenas inéditas están contenidas en un apartado titulado “El secreto del cuarto 2 046”). ¿Qué significado tiene para la película como obra acabada el dejar fuera estas imágenes? Si toda cinta supone una elección de secuencias que dan sentido a la trama y definen un estilo de narrar, ¿qué implicaciones estéticas conlleva la eliminación de esas escenas? Kar-Wai dirige la trama a partir de insinuaciones, sobreentendidos y silencios, de modo que la historia cobra vida en los encuentros y desencuentros fortuitos de los
personajes, a quienes conocemos más por sus actos que por sus palabras. Así vemos, por ejemplo, en la constante preocupación por la salud de Chow, el amor que Lizhen siente hacia él. Por su parte, Chow no puede ocultar los gestos de frustración que le provoca el continuo rechazo de su coprotagonista. Los personajes de Kar-Wai se hallan escindidos entre el ser y el parecer, entre el deseo y la realidad. De ahí su actuar ambivalente, su acercamiento y alejamiento constantes. Lo cual es remarcado por el tema de la película: “Quizás, quizás, quizás”... A esto contribuye la supresión de lo ocurrido en la habitación 2 046 (cifra que retomará Kar-Wai para el título de su siguiente película). Se remarca la importancia de lo no dicho, de lo aludido sólo a partir de sugerencias y detalles, de lo inexpresado. Lo que se busca al eliminar escenas es en principio potenciar la ambigüedad de la historia, mantener cifrada la verdad de la trama, cuya revelación será aplazada o mantenida, a través de un rodeo, en la indefinición. Esto puede verse en uno de los continuos ensayos que realizan los personajes al interior de la historia. En una escena Lizhen confronta a su esposo, a quien vemos de espaldas. La protagonista le recrimina su adulterio, pero pronto, ya con otra perspectiva de la cámara, nos percatamos que con quien está hablando es en realidad con Chow. En un juego no exento de ironía, los protagonistas actúan encarnando el papel de sus respectivos rivales. Aunque en principio el juego surge con la intención de intentar comprender cómo fue que se conocieron y sedujeron sus parejas, después se convierte en una estrategia de complicidad, un mecanismo para hablar de sí mismos. Estas actuaciones fingidas son ensayadas repetidamente hasta que cierta verdad sale a flote (la crueldad del cortejo infiel, el dolor del engaño, la certeza del propio enamoramiento) y es conocida por el espectador. De este modo, Kar-Wai problematiza al interior de la película tanto el tema de la actuación (apariencia/ pretensión/ impostura) como el de la construcción de la propia obra. Deseando amar se devela así como una película que reflexiona sobre sí misma. Tal autoreferencialidad tiene el efecto de hacer evidente el carácter ficcional de la obra, así como señalar la provisionalidad de las verdades, lo que permite pensar la actividad fílmica como un ejercicio de relectura constante. Y el amor como una tentativa, como un ensayar constantemente gestos e insinuaciones, el deseo como búsqueda incansable de la certeza del otro, en medio de tanta incertidumbre, de tantos futuros posibles. METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD SECRETA | JEZREEL SALAZAR Apariencias, tentativas, camuflajes, son los fundamentos de la película, cuya estrategia de ocultamiento implica un modo de narrar donde se privilegia el aplazamiento sobre la explicación inmediata, e incluso se silencian las presencias incómodas, aquellas que por su centralidad darían al traste con la forma sesgada del relato. En este sentido, uno de los aciertos de la película consiste en no mostrar nunca los rostros de la pareja antagónica, los esposos adúlteros, quienes nunca aparecen de frente a la cámara. A ellos sólo los conocemos fragmentariamente: por ciertos objetos, por sus voces, sus pies o de espaldas. Se trata de presencias ausentes que se mantienen siempre en las sombras: el marido de Lizhen sale constantemente en viajes de negocios y la esposa de Chow trabaja de noche como recepcionista de un hotel. Pareciera entonces que existe la imposibilidad de expresar directamente la verdad. O por decirlo con mayor precisión, la necesidad de afirmar que la verdad de la historia sólo puede conocerse oblicuamente, de manera indirecta. Que la realidad sólo puede percibirse desde una perspectiva incompleta. En una entrevista el director afirma que de las películas de Robert Bresson aprendió que “no se puede ver la totalidad de las cosas”. Por ello, en Deseando amar los movimientos de la cámara son limitados por los espacios reducidos en que están inscritos: pequeños cuartos, calles estrechas, corredores alargados, recovecos de escaleras. Pero también porque Wong Kar-Wai buscó que el espectador fuera como un vecino más, incapaz de ver el escenario y la trama de forma total y completa. El reverso de esta mirada sesgada consiste en el carácter activo que le confiere al espectador. Kar-Wai busca la complicidad del espectador de modo que éste sea capaz de restituir los contextos cifrados, la amplitud de los escenarios, la historia implícita. Lo importante es que el espectador abandone su papel tradicional, pasivo, y que logre interpretar el mensaje oculto y darle significado a lo no dicho, superando así la ambigüedad e indefinición del relato. Por una suerte de estrategia de compensación, siempre tenemos la voluntad de colmar lo que se encuentra vacío. Todo lo anterior sería imposible sin el trabajo de edición, al que podríamos definir como el encuentro creativo entre la supresión y la secuencia, como el arte de elegir lo que es enunciado o silenciado de una historia. El director de Deseando amar se nos revela como un maestro del montaje. En su obra la cuestión de la ediMETAPOLÍTICA
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ción es fundamental. Y es que Kar-Wai trabaja de manera simultánea en la escritura del guión, la edición y la filmación. Conforme graba escenas, las edita y las reescribe. Lo que resulta un insólito dolor de cabeza para sus actores, es para el cinéfilo un resultado sin igual. El proceso de edición resulta así no sólo parte esencial del trabajo, sino que constituye el elemento que configura sus obras e historias al momento de producirlas. Sobre tal proceso Kar-Wai ha dicho que consiste en “guardar lo esencial y lo que es preciso”. Tal consigna es la condición de toda obra poética: no debe sobrarle nada, no debe faltarle nada. Por ello podría decirse que del trabajo en la edición proviene el carácter poético de las películas de Wong Kar-Wai. Luis Villoro afirma que la poesía “más que decir lo que es, alude a lo que no es”, y constituye “un habla en tensión permanente entre la palabra y su negación, el silencio”. No encuentro mejor forma de describir el arte discreto de Wong Kar-Wai, cuya substancia poética “se halla más bien oculta que manifiesta” (Gorostiza). No obstante, la importancia del silencio, de lo no dicho, se expresa no sólo en términos formales sino a través de núcleos temáticos que van desarrollándose a lo largo de la película. Dos son los ejes narrativos que recorren la cinta y se encuentran vinculados: la censura moral y el secreto. Ambos constituyen un correlato a las preocupaciones formales del director, de modo que forma y contenido aparecen como intrínsecamente inseparables. (Así como la elipsis y el ocultamiento son formas de establecer secretos en la trama, el tema de la censura es convertido en asunto narrativo a través del trabajo de edición y la supresión de las secuencias). Lo no dicho es el secreto, acaso el tema fundamental de la película. Los personajes principales jamás confrontan en la realidad a sus parejas con lo que han descubierto: la infidelidad que cometieron. Tampoco son capaces de dar cuenta de su propia relación secreta (la cual ocultan continuamente), ni de asumir el amor que se tienen. Quizá la escena que mejor retrata esta cuestión es cuando Chow, al final de la película, se decide a enterrar “el secreto del cuarto 2 046” en las ruinas de un templo antiguo. Por otro lado, los personajes están inmersos en un mundo tradicionalista donde el peso del juicio moral fomenta el camuflaje de las actitudes, la sospecha constante y el ocultamiento de la verdad amorosa. Wong Kar-Wai quiso retratar el Hong-Kong de los años sesenta, que él mismo definió como “una época en la que
WONG KAR-WAI Y LA POÉTICA DEL SECRETO | SOCIEDAD SECRETA todo estaba oculto”. Por ello la historia se desarrolla entre espacios propicios para el secreto y espacios donde la mirada moral lo censura todo, es decir, donde el secreto corre peligro. En ese sentido es como puede leerse el melodrama de la película, como un vaivén entre la discreción y la indiscreción, entre el encubrimiento y la hipocresía, entre la apariencia y el engaño. Tal oscilación es evidente en distintos momentos del relato. Lizhen permanece escondida en el cuarto de Chow durante varias horas, debido a que llega de improviso la señora Chang con su familia, quienes comienzan un interminable partido de Mahjong. Durante una tormenta Chow corre a su casa por un paraguas para Lizhen y ella lo rechaza porque alguien podría percatarse de que estuvieron juntos. Para evitar chismes, Chow alquila un cuarto alejado de la mirada censora donde mantiene encuentros furtivos con Lizhen quien le ayuda a escribir relatos. Además, ésta última, quien trabaja como secretaria en una agencia de viajes, encubre las infidelidades de su jefe, volviéndose su cómplice. En todos estos escenarios el amor se presenta como un peligro para la sociedad establecida y por ello es necesario disimularlo en espacios acotados. Aquí es donde nos deja asombrados la capacidad de Kar-Wai para construir escenarios simbólicos, repletos de significados. El título original de la película (In the mood for love) da cuenta de ello. Se trata de construir una atmósfera propicia para el amor en medio de un espacio opresivo. Podríamos pensar la película como un arca (un baúl de recuerdos, un laberinto donde esconderse, la caja musical que es también joyero) donde es posible mantener resguardada la verdad, y no otra, sino la verdad del amor. La carga emocional que el director adjudica a cada espacio va constituyendo una geografía íntima, un mapa de deseos y miedos, de tentaciones y culpas. Hong-Kong se representa como una ciudad donde espacios interiores y exteriores se oponen, donde lo social (el trabajo, la vivienda, la comida) está caracterizado por lugares atestados y cerrados, mientras lo íntimo (aunque ocurra en la calle) es un lugar abierto donde sólo se encuentran dos. Kar-Wai ha descrito su película como un “melodrama de espacios”, definición por demás abstracta y precisa. Deseando amar es sin duda un melodrama en donde el sentido está inscrito en la iluminación de cada lugar y su colorido, en una música que proviene del pasado y en la velocidad lenta de quienes se desplazan en el espacio de la nostalgia. Y es que durante el transcurso de la trama, la urbe se trans-
forma y va perdiendo tradiciones y habitantes (“todo mundo se va”, dice un personaje casi al final), lo que aumenta su carácter melancólico, su rasgo de espacio roto, de ruina. Las últimas palabras de la película son en ese sentido iluminadoras, dan cuenta de esa pérdida del paraíso que narra Kar-Wai: “That era has passed./ Nothing that belonged to it exists any more.// He remembers those vanished years./ As though looking through a dusty window pane,/ the past is something he could see, but not touch./ And everything he sees is blurred and indistinct”. (“Esa era terminó/ Nada de lo que le perteneció existe más// Él recuerda esos años desaparecidos./ Como si mirara a través del cristal sucio de una ventana,/ el pasado es algo que puede ver, mas no tocar/ Y todo lo que él ve es borroso y confuso”). Por ello es que la geografía de Kar-Wai está repleta de fantasmas. En el pasillo del cuarto 2 046, los cuerpos quedan detenidos, congelados; se trata de imágenes espectrales. Los esposos infieles también tienen ese signo de desaparecidos, como si la infidelidad misma confiriera el carácter de espectro, el desdoblamiento de la identidad, su quiebre o disolución. Casi al final, Chow sospecha que alguien ha entrado a su cuarto y han desaparecido sus pantuflas. Las presencias invisibles están por todos lados (la mirada censora está interiorizada). ¿Qué lugar más propicio para la permanencia de lo ausente, para el diálogo con los muertos, que las ruinas camboyanas del final? La película además busca contestar un enigma: ¿cómo narrar lo oculto? Frente al chismorreo y las maledicencias, el silencio aparece en la película con un signo positivo. Si el deseo no puede expresarse por las restricciones morales y los prejuicios sociales, la discreción aparece como una respuesta donde lo silencioso y lo secreto se dan la mano. Wong Kar-Wai nos propone una ética de la discreción, que abre un espacio liberador en medio de una cultura represiva. Capaz de suponer que más allá de las normas establecidas es donde se encuentra la felicidad. El silencio/secreto cuestiona también el problema del lenguaje como instrumento para transmitir la experiencia y como modo de comprensión del mundo. En la actualidad “el arte expresa un doble descontento. Nos faltan las palabras, y las tenemos en exceso. El arte plantea dos objeciones al lenguaje. Las palabras son demasiado burdas. Y además están demasiado ajetreadas”. Deseando amar parece inscribirse en esta afirmación de METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD SECRETA | JEZREEL SALAZAR Susan Sontag, quien también sostiene que “la obra de arte eficaz deja una estela de silencio”. Un silencio que no supone mutismo. Por el contrario, un silencio que implica al mismo tiempo, cuestionamiento y propuesta, crítica y creación. Wong Kar-Wai propone otra moral (distinta a la hipocresía de su entorno) que tiene que ver con una manera excepcional de hacer uso del lenguaje. Sus imágenes convocan lo inminente, lo que se halla todavía in-nombrado pero que debe ser transmitido a pesar de lo inefable de la experiencia que narra. La sustancia poética siempre se refiere a algo incomunicable. Octavio Paz escribió que “la actividad poética nace de la desesperación ante la impotencia de la palabra y culmina en el reconocimiento de la omnipotencia del silencio”. Deseando amar pareciera asumir tal divisa. Su carácter poético tiene que ver con un intento por nombrar lo innombrable: lo que no tiene nombre por ser asombroso. Lo insólito que asalta al hombre en su existir. La película reproduce, como todo poema, la imagen del misterio, la plenitud de lo prodigioso; quiere revelar aquello que por su enigma nos asombra y nos asusta: la gracia o el prodigio de amar. Se trata de una revelación de la condición compleja y contradictoria de ser humanos; una revelación ante todo silenciosa. En algún lugar ha dicho Heidegger que “aquel que calla hace posible la comprensión”. En ese sentido, el verdadero poema invita a entablar un diálogo con el silencio. Por ello puede afirmarse que la poesía permite conocernos; al callar y al nombrar, nos enseña a escuchar, y en buena medida, a contemplar. En el cine de Wong Kar-Wai el secreto está a salvo de la censura moral, de la irrisoria realidad del mundo, sólo en espacios sagrados. Las ruinas de Angkor Vat de Camboya (en Deseando amar) o el faro de Ushuaia al
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sur de Argentina (en Happy Together), son los espacios donde según Wong Kar-Wai todavía es posible confesar secretos guardados y tristezas profundas, donde es posible dejar salir el lado oscuro del pasado, expresado como silencio culpable o como llanto liberador. Algo similar ocurre con el cuento futurista escrito por el protagonista de 2 046: es en la ficción donde todavía es posible reivindicar la inocencia perdida. El manejo de objetos mágicos, esos elementos que se repiten en la historia, catalizan la trama y poseen una función simbólica necesaria: los vestidos como forma de dar cuenta del paso del tiempo; la corbata y la bolsa como señales de la infidelidad; la comida como motivo del encuentro casual, donde se cruzan destino y azar; el humo del cigarro como el elemento que abre un espacio de reflexión ante el dilema moral, lo que convoca o incita al mood for love; el teléfono como el medio a través del cual circulan las historias privadas, los secretos a los que no accedemos... Milán Kundera escribió que “el objetivo hacia el cual se precipita el hombre queda siempre velado”. El silencio como mecanismo recurrente de la película tiene un objetivo: señalar que existe una situación vital que no puede traducirse en palabras, algo que va más allá de ellas y que no puede ser aprehendido por el lenguaje. Lo insólito, la maravilla, es lo que el silencio busca y puede mostrar. En el caso de Deseando amar, esta maravilla consiste en poner ante nuestra mirada asombrada el inusitado mundo donde los secretos del erotismo dan prueba de su existencia. Es como si Wong KarWai nos quisiese decir que del amor y del sufrimiento no es posible dar cuenta a través de palabras, y es tan sólo a través de imágenes cifradas cómo podemos registrar su presencia incomprensible.
LA HUELGA DEL
escritor
Vivian Abenshushan*
P
ara ganarme unos pesos que, según mis cálculos, me permitirían vivir durante tres semanas sin necesidad de entregarme al tormento de buscar trabajo, he tenido que cubrir para un periódico local una rueda de prensa que había sido anunciada con un año de anticipación y cuya singularidad, guardada en riguroso secreto, se había convertido en noticia incluso antes de ser noticia. El único dato que se había filtrado a las mesas de redacción era que ahí se daría cita, por primera vez en la historia desde la caída del muro de Berlín, un amplio grupo de escritores provenientes de los países más diversos, dedicados a géneros y posturas estéticas no sólo disímiles sino hasta antagónicas (algunos entre ellos no se hablaban en décadas), escritores sin embargo unidos en aquel momento de singular concordia por un hartazgo común y un propósito común (ya sabemos que nada une tanto a los hombres como la animadversión compartida), alrededor de los cuales sólo crecía el vasto humo de las especulaciones. La prensa internacional había supuesto que la reunión tendría como motivo central el anuncio de algún movimiento literario, una vanguardia renacida de las cenizas, o si no, de algún propósito activista como salvar la selva amazónica o librar una batalla frontal contra el calentamiento del planeta. Sin embargo, cuando entra*
Nació en 1972. Es autora de El clan de los insomnes (México, Tusquets, 2004) y fundadora de Tumbona Ediciones (www.tumbo naediciones.com).
mos al gran salón donde nos dieron cita, nos enteramos de que nadie iría. Las figuras literarias se habían arrepentido de último momento, se habían borrado, prefiriendo no asistir a aquella frustrada fiesta de las letras. Frente a los asientos vacíos sólo había una mesa impávida con un documento impreso en elegante tipografía Garamond de 12 puntos, que decía: “Hemos decidido no comprar más objetos producidos en China, ¡pero es tan difícil! Uno los encuentra por todas partes, en los lugares más insospechados, en la intimidad. Nos ofrecen tantos regalos chinos que hemos tenido que dejar de aceptarlos, pecando de malas maneras y hostilidad. Pero resulta que simplemente las premisas de su envoltorio no nos gustan, ¿por qué los habríamos de aceptar? ¿Porque están en el aire? ¿Porque así lo dicta la publicidad? En un mundo unificado no es posible exiliarse. “He aquí algunas reflexiones alrededor de una pregunta que últimamente nos hacen con frecuencia a propósito de cierta reunión de escritores a la que, después de varias insistencias, dudas, pretextos, negativas y amables reconvenciones, decidimos finalmente declinar. La pregunta es: ¿por qué hemos optado por deslindarnos del interés internacional? ¿qué nos pasa? ¿estamos acaso locos o enfermos? ¿hemos perdido el sentido del gozo gremial? Nosotros respondemos, con la mayor franqueza de la que somos capaces: señores, hay momentos en los que simplemente uno prefiere quedarse en casa, desaparecer, esfumarse, viajar a las antípodas, METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD SECRETA | VIVIAN ABENSHUSHAN no estar… Y eso nos produce una extraña felicidad. Una felicidad, llamémosla así, walseriana: ‘Al escritor se lo suele tildar en vida de personaje ridículo; sea como fuere, es siempre una sombra, está siempre aparte, ajeno al inefable placer de estar en el meollo, placer del cual disfruta el resto de la gente; sólo es importante cuando escribe sin descanso, es decir, a escondidas’ (Walser). Lo hemos dicho antes: el ritmo de esta época nos fatiga. Por eso preferimos de vez en cuando negarnos a ser interpretados, rotulados; renunciamos a defender nuestro lugar. Quisiéramos, simplemente, escribir para desaparecer, dejar el asiento vacío. ‘La huella del autor está en la singularidad de su ausencia; al autor le es asignado el papel de muerto en el juego de la escritura’ (Foucault). Nuestro ideal —¡tan lejano!— sería una renuncia absoluta, libre y gozosa, del reconocimiento (esa forma en que el autor se vuelve edecán de su obra) o de cierta tradición monolítica de la cultura: ‘El genio personal que hay en todo niño se esconde por el placer del acto mismo de ocultarse, del mismo modo que el autor de una verdadera obra literaria escribe esa obra por el puro placer de escribirla y todo lo demás — el reconocimiento, las medallas, las aclamaciones del público, etcétera— le parece inmensamente superficial, accesorio y encima contrario a sus propios intereses y a los de la libertad de su duende personal’ (Vila-Matas). Existe la vanidad del escritor y ha existido siempre. Pero nosotros tenemos una vanidad inversa, una vanidad que se alimenta del fracaso. ¿Qué tiene de malo no desear íntimamente ser un hit, situarnos en el centro de la noticia? Es probable que eso se tome como un desaire. Pero el escritor sólo debe guardar las formas consigo mismo. Y nosotros, qué duda cabe, nos hemos vuelto un poco majaderos, hemos adoptado la mala costumbre de dejar a los editores colgados en medio de su ansiedad. No a todos, sólo a los que se vuelven inoportunos pidiéndonos una no-ve-la o de pronto nos quieren convertir en estrellas de rock. Pero, ¿y si nos sentimos poco dotados para acometer una cosa o la otra? ¿Es tan difícil entender que un escritor prefiera no figurar, por
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decisión ética o por simple timidez, por habitar en el lado esquivo de la personalidad? “El escritor no es una máquina de escribir, y en ocasiones su silencio tiene la fuerza de un grito. Este silencio es la señal que anuncia una huelga del escritor” (Yacine). He aquí una forma documentada de escapismo, de autoanulación, de dar la espalda a las legitimaciones literarias: “¡La gloria nocturna de ser grande no siendo nada!” (Pessoa). Un deslinde sin estridencias. Es sabido que en un congreso de escritores soviéticos, Isaac Babel fue blanco de feroces críticas. Llevaba varios años sin publicar. Todo el mundo cultural manifestó su extrañeza, ¿no sería esa una forma solapada de mostrar su desacuerdo con el socialismo en marcha? Insolente, Babel replicó: ‘Siento por el lector tanto respeto, que pierdo el habla, me callo. Tengo fama de gran maestro en el arte del silencio.’ Nuestra tentativa es esa: volvernos maestros en el arte del silencio, escapar, aunque sea por breves periodos de tiempo, a las seducciones inescapables de esta época sensacional. Hemos hecho ya varios ejercicios de índole muy diversa, a veces colectiva y anónima, a veces personal y rubricada. Nos mantenemos frágilmente dentro y fuera, asomamos las narices para después, a la vista de todos, fugarnos hacia el mutismo, la afonía, como Josefina la cantora que un día dejó de cantar. Se trata de volverse impredecibles, la única forma de mantenerse al margen del control publicitario. ‘El mundo se vería en situación desesperada si cada año no entrase un nuevo contingente de seres humanos, frescos, libres del pasado, no comprometidos con nadie ni con nada, no paralizados por puestos, glorias, obligaciones y responsabilidades, seres, en fin, no definidos por lo que han hecho y, por lo tanto, libres para elegir’ (Gombrowicz). Ya lo dijo alguna vez Paul Lafargue, padre de la haraganería de la época industrial: ‘Todo elogio de la pereza despierta en los hombres peligrosos sentimientos de altivez e independencia.’ Es probable que de tanto leer a Lafargue y sus secuaces eso nos haya pasado a nosotros. Nos hemos vuelto cada vez más celosos de nuestro tiempo para refocilar.”
DEL
diálogo
CON UNO MISMO Rafael Toriz* Semen retentum venenum est Adagio latino
A
saber, existen una y mil maneras de ejecutar(se) una puñeta. Sus posibilidades, tanto de aparición como de aplicación, se ofrecen infinitas, merced de la más absoluta de las contingencias. El placer del “amor con uno mismo” —y esto todos lo sabemos— no tiene parangón. Lo supo y lo dijo Sócrates. Acaso la recomendación aquella de “conócete a ti mismo” no sea sino la punta de lanza para engancharse con el mundo de la reflexión y la sabiduría. Cada vez que a hurtadillas y recelosos nos comunicamos en íntima caricia con el “miembro”, debiéramos ser conscientes de las profundas implicaciones filosóficas del hecho. Tomar en nuestras manos la responsabilidad del conocimiento es un acto aventurero, ignoto pero también intensamente gratificante. Para amar a los otros, para querer al prójimo como *
Xalapa, 1983. Premio Nacional de ensayo “Carlos Fuentes” en 2004.
a uno mismo, es necesario por principio gozar de nuestra circunstancia. Resulta ocioso asegurar que durante buena parte de la historia el ejercicio de la masturbación ha sido vilipendiado, negado y en el caso más extremo, suprimido. Las políticas represoras hacia toda actividad sexual, hacia todo acto de apertura al saber, han sido siempre furibundas, fastidiosas y continuas.1 Es evidente que bajo este estado de cosas la masturbación se ofrece como un acto de resistencia, rebeldía y afirmación. Es fama también asegurar que acaso la voluntad del ser humano no se presente con tanta autenticidad como en la adolescencia, ese proceso determinante en la configuración de la personalidad que cada vez, dada la conformación de nuestras sociedades dependientes, dilata más su partida. Ahora no importa que tengamos 17 o 35, si las condiciones materiales lo permiten podemos seguir en casa de los padres (o recibiendo su dinero) arengando la 1
Conviene señalar que Michel Foucault, en La voluntad de saber, estaría en desacuerdo con esta aseveración, puesto que reforzaría lo que el francés denominó “la hipótesis represiva”, un discurso que se pretende revelador de una verdad antigua y soterrada. Para Foucault la represión no ha operado a través de la ausencia sino de la sobre exposición continua y declarada. METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD SECRETA | RAFAEL TORIZ pésima situación del mundo con la misma suficiencia de un preparatoriano despechado. La construcción de la identidad —como la chaqueta— son procesos que, bien mirados, no se abandonan nunca. Muchos son los mitos y leyendas que circundan a este ejercicio solitario, un folclor variopinto adereza su esencia sicalíptica. Podemos verlo desde la nomenclatura, una heterogénesis que se difracta como la luna en un estanque. Así, dependiendo del tiempo, geografía, estrato social y demás adendas coyunturales se le ha llamado, en castellano, chaira, manuela, manopla, puñeta, paja, pajita o pajilla, sobo, etcétera. La chaqueta, como toda visión de mundo representativa y categórica, es intraducible. El acto mismo a su vez cuenta con denominaciones características: jalársela, pelársela, torcerle el cuello al cisne, sobársela, pelar el plátano, desenfundar el camote, darle cuello a la gallina, dar de beber al elefante, sacarle lustre al pirata entre otras varias. Igual o más extensa que su nomenclatura son los malestares y enfermedades que se le han atribuido: acné, epilepsia, jorobas, pérdida de la memoria, palidez, crecimiento de pelo en las manos, impotencia, eyaculación precoz, estupidez, depresión, melancolía y todo lo que quepa en el medio. Por fortuna, gracias a la ciencia médica y el sentido común, ahora sabemos que tales pesares son falsos, impostados e ideológicos. Al hablar de la puñeta resulta obligado referirse a aquel parágrafo del génesis (38:9) citado hasta el hartazgo, en el que aparece el mítico Onán practicando el coitus interruptus con la viuda de su hermano, razón por la cual Yahvé habrá de castigarlo. Sin embargo, y leyendo con atención, podemos colegir que la condena contra Onán se debe más bien a la desobediencia del mandato del señor de fecundar a la mujer y no a que el sacrílego, mal llamado padres de los onanistas2, haya depositado su simiente en la tierra. Algunas otras mitologías, como la mesopotámica y la egipcia, cuentan historias diferentes. Para ellos la vía láctea sería el producto de la cópula del dios Apsu con su puño omnipotente. Para los griegos el arte de la caricia al propio sexo estaría fundado en un rechazo, el de la ninfa Echo al dios 2 En sentido estricto Onán no practica un acto masturbatorio que se define, según el lexicón, como la procuración de placer en solitario. Propongo por mero rigor histórico y etimológico, dejar de llamar a los practicantes del sexo unipersonal onanistas.
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Pan, razón por la que Hermes, su padre, le enseñaría al pequeñuelo el galano arte de sacudirse la corneta. Es posible entrever el carácter moralino que se le ha endilgado a la masturbación recurriendo a una de sus probables etimologías: manus struprare, es decir, estupro con las manos, autoflagelación. Si aceptásemos esta raíz preciso sería reconocer que, desde su seno, esta práctica dichosa vendría ya herida, lacerada por el prejuicio plenamente desarrollado en textos como Onania o el abyecto pecado de la auto-polución (1710) firmado por un tal Becker (presumiblemente médico inglés) y el célebre panfleto de Samuel August Tissot: L’ onanismo, ou Dissertation Physique sur les Maladies Produites par la Masturbation (1760), cuyo título da una idea cabal del contenido. Para finalizar dos comentarios: Es indiscutible que la sola idea de manipulación ha constituido desde siempre una trasgresión, desde los irreverentes puñeteros hasta el atrevimiento del hombre que repara un satélite en el infinito sideral. Las manos, con todas sus falanges, son subversivas. El campo de acción de las manos juega un papel fundamental en la vida del hombre: todo trastocamos, mejoramos y destruimos, de ahí las certeras metonimias: “manitas de estómago” es adaptable para alguien que todo aquello que toca destruye y vuelve excrementicio; la “mano larga” alude a quien palpa con lascivia donde no debe o bien a quien gusta de apoderarse de lo ajeno; la “mano pesada” aplica para hombres y mujeres que poseen una fuerza desmedida así como la “mano que mece la cuna” puede referirse a quien nos tiene en su poder. Por su parte la “mano negra” conviene a quien gusta de enredos y triquiñuelas. Quedan aún adjetivos como el “manirroto” para aquellos consumistas irredentos e inclusive el sexualmente ambiguo “manita caída”. Desde luego, la relación de co-dependecia entre el hombre y sus manos es indisociable: todo onanismo es un humanismo. La chaqueta permite asimilar, Ricoeur asentiría, al sí mismo como otro, creando una distancia con respecto al miembro que se traduce en la autonomía del pene. Con incandescente lucidez Cabrera Infante en algún momento de sus Exorcismos de esti(l)o nos legó distintos nombres —siempre en femenino— con los cuales es posible referirse a la alteridad que nos habita: ese otro con el que dialogamos desde una encendida mismidad. Bajo este estado de cosas la manipulación del sexo propio se revela como sana y encomiable costumbre.
DEL DIÁLOGO CON UNO MISMO | SOCIEDAD SECRETA
Por otra parte es igualmente verdadero asegurar que el acto de masturbarse implica una comunicación directa con nosotros mismos, con el deseo que se consuma en la fantasía y por eso no se extingue: se abre como posibilidad y permanencia. El acto de masturbarse, para ambos sexos, es una opción para combatir la soledad, recordar viejos amores, honrar a los presentes y soñar con los que nunca serán. Masturbarse instaura un poder más allá de todo límite conocido, es un pensamiento “del afuera” que, siempre desde el margen, logra incubarse en el centro estableciendo una indistinción lúdica entre lo público y lo privado, ocasionando un desfogue necesario para un mundo constipado y reprimido. Es la chaqueta comedida expresión de la nobleza, líquido amor que se derrama en ilusiones. Tanto la chaqueta como la poesía trabajan con la misma materia prima: es el oasis de la imaginación su prístino combustible. La cópula imaginaria implica, por decirlo con Placebo, dormitar con los fantasmas.
Los Íncubos y los Súcubos más que enfermedades invisibles (Paracelso) son poemas intensísimos de erotismo tenebroso, energía que apareciendo a discreción desgarra la epidermis de la noche para disiparse con la primera luz de madrugada: el sexo y los demonios abandonan la cama y el ensueño aprovechando la enramada duermevela; nada resta sino encarcelar espectros para placer de la memoria. Fue la monja mexicana quien lo expresó con disimulo: Que aunque dejas burlado el lazo estrecho que tu forma fantástica ceñía, poco importar burlar brazos y pecho si te labra prisión mi fantasía.
Finalmente creo que todo aquel que practica este ejercicio acompaña a Baudelaire en El spleen de Paris donde dogmático sentencia: “quien no sabe poblar su soledad no sabe tampoco estar solo entre una afanosa muchedumbre”.
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FAUNA
fantástica
Askari Mateos* A Francisco Toledo
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l día de la inauguración la galería se ha abarrotado de admiradores, compradores, conocidos, periodistas, lambiscones, curadores, alcohólicos disfrazados de amantes del arte, y uno que otro verdadero conocedor. Todos habían estado esperando ese momento. El artista, tras años de trabajo en los que permaneció aislado, por fin presenta su nueva producción. Todos, de una u otra forma, están sorprendidos. Una serie de cuadros colman las blancas paredes del recinto. El imaginario que habita en las obras es una fauna fantástica llena de colores con tonos terracota. Los trazos son impecables. Hay murciélagos, conejos, alacranes, changos, cangrejos, cocodrilos, coyotes, sapos, chapulines, elefantes, arañas, tortugas. Insuperable museografía. Texto de sala sobrio. La obra habla por sí sola, dicen algunos, mientras arquean las cejas. Los cuestionamientos arrinconan al artista contra un pilar. Responde con evasivas. Nunca le han gustado las entrevistas. Lluvia de flashes. Una, dos, tres, cuatro preguntas y con un movimiento de manos despacha a los reporteros. La gente se pasea con cervezas o mezcales en la mano. Remuelen con delicadeza los canapés que los meseros reparten. Nadie imagina cómo han sido concebidas * Artista oaxaqueño, aunque se dice romano (de la colonia Roma).
Su oficio deambula entre la narración, el periodismo y la fotografía. METAPOLÍTICA
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esas piezas que admiran, o fingen admirar. Las comentan. Sonríen y miran a los otros. Sus gestos y movimientos son códigos inviolables. Observan al artista replegado en uno de los rincones. Nadie sabe que éste se siente amenazado. Nadie se atreve a acercarse para felicitarlo, o preguntarle sobre las majestuosas piezas que por fin exhibe. Una hora antes el artista, para reafirmarse, ha dibujado su autorretrato junto al espejo del baño de su casa, después de que termina de ducharse. No le gustan las apologías y mucho menos las críticas. Desea no tener que asistir a la inauguración de su exposición, pero no tiene de otra. La galería ha hecho pública su presencia a los medios. El artista teme. Teme que esta vez alguien pueda descubrir lo que entraña su arte. No está seguro si le reconforta saber que posiblemente todo haya terminado. Sin embargo se viste con una camisa de algodón y unos pantalones de lino. Calza sus viejos zapatos descarapelados. Ni siquiera repara en acicalarse el cabello cuando se mira en el espejo. Es ahí, en el espejo, donde ve pasar algo detrás de él. El artista cierra los ojos. Respira profundo. Cuando los abre nuevamente no encuentra nada más que su reflejo. La casa sigue en silencio. Apenas un mes atrás tuvo lugar la última aparición. Fueron unos sapos. El primero de ellos se movía entre las sábanas, mientras el artista dormía. Éste de inmediato saltó de la cama y al intentar ponerse los zapatos
FAUNA FANTÁSTICA | SOCIEDAD SECRETA se encontró con un renacuajo gordo al que estuvo a punto de aplastar con el pie. No tardó en descubrir que el cuarto se iba llenando de sapos. Brincaban con lentitud de un lugar a otro. En la mesa de trabajo, dentro del clóset, por los libreros, sobre el buró. Descalzo salió de prisa al patio. Cientos de sapos ya habían ocupado las macetas y los pasillos, las bancas de madera y los quicios de las puertas. Los renacuajos posaban sus ojos saltones sobre el artista y emitían sonidos inflando sus enormes papadas. Aquello parecía un gran tapete verde de variados tonos. El artista se llevó las delgadas manos a la cabeza y revolvió más aún su cabellera larga y canosa. Quiso gritar, insultarlos, pero se contuvo. No quería despertar a los vecinos. Además, como de costumbre, no le creerían. El croar se hizo tan intenso que tuvo que abandonar la casa en plena madrugada. Antes de hacerlo fue a su estudio y cogió un rollo de papel de dibujo que se metió bajo el brazo. Cogió también algunos lápices que guardó con urgencia en uno de sus bolsillos. Los sapos lo tenía rodeado. Croaban y croaban. Lamían con sus lenguas delgadas y rasposas los pies del artista. Sin embargo, desde hacía mucho tiempo éste había dejado de sentir miedo. Sabía cómo hacerlos desaparecer. Vagó por el Centro Histórico. Por momentos se sentaba en algún quicio o jardinera, y dibujaba con vehemencia. Los renacuajos que lo seguían cada vez se hacían menos. En una banca del zócalo dio los últimos trazos, hasta que los sapos desaparecieron. El artista sintió una tristeza infinita cuando recorrió con la vista la plaza solitaria y silenciosa. Regresó a su casa con varios bocetos bajo el brazo. Caminaba agotado, como un soldado que vuelve de la batalla, con la cara, las manos y la camisa manchadas de grafito, el cabello revuelto, descalzo. Esta vez el sobresalto no fue tan grande. Pero hubo un tiempo en que realmente el desasosiego invadía al artista. La primera experiencia la tuvo en la infancia, terrible para un niño de apenas ocho años. Se trataba de un enorme cocodrilo. Era una mañana soleada. Regresaba de la escuela. Al doblar la esquina de una de las calles de su pueblo se encontró de frente con el reptil, que lo miraba con sus desorbitados ojos ambarinos. Pareciera que por lo corto de sus patas, los cocodrilos son lentos. El niño pudo comprobar que no es así, pues luego de salir del pasmo, echó a correr. El animal sólo alcanzó a darle un pequeño golpe en la pierna con su hocico. Un hocico que escondía filosas hileras de dientes.
Lo primero que hizo al llegar a su casa fue comunicarle a sus padres que un lagarto se lo quería comer. La alarma de que un reptil vagaba por las calles cundió por todo el pueblo. Las autoridades asignaron a un grupo de topiles y pescadores para atrapar al animal. Nunca lo hallaron. Sin embargo, el cocodrilo seguía acechando al niño cada vez que éste salía a la calle. Pronto descubrió que el lagarto no le haría ningún daño. Simplemente lo seguía a todas partes donde el niño iba. Ninguno de sus compañeros de escuela le creían una sola palabra. Y los padres, por supuesto, sabían que su hijo tenía una imaginación desarrollada, así que hicieron oídos sordos de sus quejas. Cierto día, el lagarto amaneció echado al pie de su cama. Era la primera vez que el animal entraba a su casa. De inmediato dio aviso a sus padres, quienes, por supuesto, no vieron nada. La insistencia del niño era tal que un día los padres le pidieron que se los dibujara. Y lo hizo. Entonces el cocodrilo se esfumó. Eso fue el principio de todo. No sería la última vez que viera a ese lagarto. Ni el último de los animales que se le aparecería. Una ocasión, apenas unos cuantos años después observó que el pueblo era sobrevolado por miles de murciélagos. Se lo comunicó a sus amigos, a sus padres y a todas las personas que se encontraba. No le hacían caso. Los animales dormían durante el día colgados de árboles y de las bóvedas de los mercados y los templos. Por la noche revoloteaban y hacían ruidos extraños. En realidad, parecían juguetear, más que andar en busca de alimento. El niño se sentaba en el patio de su casa y los dibujaba en su cuaderno. Cuando las hojas se hicieron insuficientes, tuvo que recurrir al muro de un lote baldío. Compró pintura acrílica y pintó tantos murciélagos que pronto atiborró la gran barda. Con el tiempo todos en la ciudad supieron de la existencia del mural. Lo admiraban, intrigados por la identidad del autor, que se supo unos años después, cuando el artista comenzó a hacerse famoso. Una de las apariciones que más lo preocuparon fue la de un elefante. El artista ya era un adulto y entonces se había mudado a la ciudad. Sin embargo, aquella vez sintió un miedo terrible. El enorme elefante se paseaba por el patio de su casa en Oaxaca. El animal bebía agua de una pequeña alberca que el artista había mandado a construir para sus hijos. Comía las hojas de las jacarandas que adornaban el patio. Lo que realmente le preocupaba al artista era que si el paquidermo abandonaba ese espacio seguramente lo destruiría todo. Tenía que METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD SECRETA | ASKARI MATEOS
impedirlo a toda costa, a pesar de que empezaba a acostumbrarse a su presencia. A sus ojos tristes, su piel seca y la suavidad de sus grandes orejas. Incluso a su barritar nocturno. El artista suponía que llamaba a otros de su manada. Con toda la tristeza del mundo, un buen día cogió una gubia y comenzó a dibujarlo en una placa de metal. Extrañó durante meses al paquidermo. Pero entonces supo que su trabajo tenía un poco de heroísmo y que él era quien protegía a la ciudad de amenazas terribles. El elefante pasó a formar parte de una serie de grabados que incluían una zoología fantástica que lo llevaron a viajar por el mundo. En París vio changos colgados de la Torre Eiffel. En Londres recorrió en compañía de miles de chapulines la National Gallery. También vio decenas de lagartos chapotear en las orillas del Támesis. En Venecia se montó en los caparazones de enormes tortugas con las que paseó por los canales. En estos viajes descubrió que no es ni ha sido él único ser que ha tenido estas visiones. No tardó en identificarse con otros artistas y escritores en sus mismas condiciones. Se acostumbró a convivir con esa fauna fantástica, aunque, incluso ahora, nunca faltan los sobresaltos, sobre todo por lo imprevisible de su llegada.
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La gente se empieza a retirar, muy pronto las obras dejarán de ser suyas. Todo mundo las ha estado esperando. Las fichas técnicas de las piezas empiezan a ser marcadas con etiquetas rojas. Vendida. Vendida. Vendida. Con nostalgia las contempla por última vez. Y se va, sin despedirse de nadie. Camina con una ansiedad incontrolable las pocas calles que lo separan de su casa. Al llegar, no encuentra changos ni chapulines ni cangrejos. No escucha el croar de sapos o el barritar de elefantes. El artista se encuentra muy triste. Contempla su autorretrato en una de las paredes del baño. Lo acaricia. Luego se dirige al patio, con la esperanza de ver un murciélago volar. Tal vez un lagarto salga de la piscina. Nada se manifiesta durante las dos horas que permanece sentado en una silla de madera. Cuando está a punto de resignarse e irse a dormir, escucha, sin asomo de estupor, un ruido de pezuñas acercándose. Es un xoloitzcuincle. Le lame la mano. El artista sonríe y acaricia la piel lampiña y caliente del animal, hasta que es vencido por el sueño. Antes de que el sol despunte, el perro ladra y ladra sin parar. Corre frenético por toda la casa. El artista despierta. Se irrita. Por un instante piensa en que debería dibujar al xoloitzcuincle, pero no lo hace. Está cansado de sentirse tan solo.
UNA TEMPORADA FLOTANTE
LA LETRA CON
anuncios
ENTRA
Luigi Amara*
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on gran despliegue televisivo se anunció hace unos meses que el gremio magisterial patrocinaría la educación de calidad a través de un programa de concursos en una televisora privada. La presidenta del SNTE, Elba Esther Gordillo, y el presidente de Televisa, Emilio Azcárraga Jean, estrecharon muy sonrientes sus manos ante las cámaras para decir que durante un año se transmitiría el programa Todo el mundo cree que sabe, refrito del programa estadounidense ¿Eres más listo que un alumno de quinto grado?, que a su vez es un refrito del juego infantil El burro sabe más que tú. El magnate de los medios de comunicación quizá sonreía tanto porque daba un paso gigantesco en pro de la Alianza por la Calidad de la Educación, mientras que la Maestra quizá no cabía en sí de felicidad porque gracias al acuerdo aportaba a la televisora 200 millones de pesos procedentes de fondos públicos que la SEP le autorizó al organismo sindical. Confieso que entonces me quedé paralizado de la emoción, con una mueca tan descompuesta como la que suele regalarnos la lideresa de los maestros. Definitivamente las ideas del gremio magisterial están tan avanzadas que a duras penas les seguimos el paso. Siempre sucede lo mismo: como uno se resiste a reconocer de buenas a primeras la genialidad, piensa torvamente que el cinismo ha rebasado los límites de lo obsceno, o bien se decanta por la hipótesis siempre persuasiva de la estu*
Poeta y ensayista.
pidez: lo que pasa es que son ineptos pero bienintencionados, lo que pasa es que su buena fe los lleva al despropósito de entregar recursos en las manos equivocadas. Ahora que el programa ya está al aire (canal 2, sábados 9 pm) y convencido de que no tenía por qué suponer que algo huele muy mal en el reino de los maestros, quise ponerme a la altura en vez de prejuiciarme tanto, y mientras veía la emisión realicé un ejercicio de análisis para desentrañar los razonamientos que llevaron a los maestros a sellar su pacto con El Canal de las Estrellas. Muchas escuelas del país no tienen baños, entonces que se aguanten las ganas hasta el corte comercial. A la mayoría de profesores habría que inscribirlos de nuevo a la primaria, ergo, Plaza Sésamo en horario estelar. Si los estudiantes hacen la tarea frente a la televisión, mutatis mutandis, que se les pida ver televisión como tarea. El sistema educativo está en crisis, por lo tanto el sindicato de maestros paga un largo anuncio de una hora para mejorar su imagen. Para todo aquel que no entendía por qué la vetusta asignatura de lógica ha estado al borde de desaparecer de los planes de estudio, la respuesta no se hace esperar: de Aristóteles a Frege, los lógicos han permanecido muy a la zaga de las inferencias que nos guiarán hacia la excelencia académica. Pero más allá de las acrobacias silogísticas de los maestros, caí en la cuenta de que en realidad la iniciativa partía de una consigna pedagógica irreprochable: ¿Para qué confundir a los niños con METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD SECRETA | LUIGI AMARA aquello de que estudiar debe ser una actividad seria y obligatoria, cuando en realidad “uno se puede divertir educándose”? ¿Cómo no lo habíamos entendido antes? ¡Chabelo para secretario de educación! La raíz cuadrada de nueve o prefieres entrar a la catafixia. ¿Qué se pretende con esta nueva forma de enseñanza que hace de un set “el salón de clases más espectacular”? Además de poner en ridículo al antiguo régimen, que formó a licenciados con destrezas y conocimientos por debajo de cualquier mozalbete al que todavía no le cambia la voz, se conseguirá, entre otras cosas, que A) los niños se liberen de técnicas pavlovianas dirigidas a desarrollar un pensamiento propio y enfoquen sus esfuerzos a la obtención de premios; B) que en lugar de la absurda tara de fomentar su curiosidad se consagren a técnicas más redituables como la memorización; y C) que no se les inculque que el aprendizaje es un proceso social, basado en el diálogo y la experimentación, cuando todavía están a tiempo de entenderlo como una
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práctica competitiva y si se puede feroz, gracias a la cual podrán humillar al prójimo y exhibir su ignorancia ante millones de espectadores. Ahora que canales como el Discovery Channel han dado un paso en la dirección correcta y en lugar de programas subidos de tono como los referentes a las prácticas sexuales de las musarañas se ocupan ¡por fin! de temas científicos genuinos como la abducción extraterrestre y las mansiones encantadas, celebro que tanto los maestros como las televisoras hayan comprendido que la pantalla es el aula más formativa y democrática del país. En muestra de agradecimiento, contribuyo a la causa con el siguiente lema, que pueden utilizar como les plazca y de ser posible pedirle a Marco Antonio Regil, el siempre sonriente conductor, que lo repita antes de ir a corte: —Y recuerden, estudiantes de Mérida a Tijuana, “La letra con anuncios entra”.
LA JAULA DE LOS CUYOS
EL
tacto
Y LA PLÁSTICA
Enrique Soto Eguibar* Tact is the art of making a point without making an enemy. Issac Newton
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uando pienso en el tacto (no al que refiere don Issac Newton, sino al de tentar cosas) y el arte, me resulta inevitable una referencia a la película: Ghost (Zucker, 1990). Y no porque se trate de una obra de arte, sino por una escena en particular donde Molly (Demi Moore), sentada en su casa trabaja el barro en un torno. La ductilidad del barro acentúa la sensualidad del acto creando así una de las escenas más memorables de la filmografía hollywoodense, que alude ineluctablemente a nuestro sentido del tacto: ella manipula el barro mientras el fantasmagórico galán la manosea. La escena tiene un referente erótico, que se insita únicamente en nuestra mente, que queda expectante, ya que sabemos las caricias no despiertan en el cuerpo de Molly ninguna sensación táctil, solamente el escalofrío propio del contacto espectral. Su piel se eriza, nosotros permanecemos sentados boquiabiertos en nuestra butaca. Esto me lleva a pensar al papel central que el sentido del tacto y la producción de objetos de terracota ha tenido en la historia de la humanidad y del arte, y a lamentar que no exista en cada escuela del *
Instituto de Fisiología de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
mundo un taller de cerámica y, además ojala, cada uno tuviera una maestra Demi Moore alike. El tacto es un sentido complejo con una gran diversidad de receptores distribuidos en toda la superficie de la piel. Hay regiones de la piel que tienen una densidad especial de receptores táctiles, lo que les confiere una sensibilidad “exquisita”. Tal es el caso de la mano (en las yemas de los dedos) y de la cara (particularmente en los labios). Esta riqueza de inervación táctil de la mano y la región de la boca implican que estas regiones se vean ampliamente representadas en la corteza cerebral. Así, el área de la corteza cerebral destinado al análisis de la información táctil proveniente de la mano es mucho mayor que el área dedicada al análisis de la información que proviene de todo el tronco. Esto sirve para enfatizar el hecho de que los centros superiores de análisis de la información hacen un mapeo complejo y no lineal de nuestro organismo, dedicando regiones mayores del cerebro a las regiones más relevantes y significativas del cuerpo. El tacto, a pesar de ser considerado como un sentido único, tiene varias modalidades sensoriales discernibles. Hay en nuestra piel terminales nerviosas especializadas en la detección de la temperatura, la presión fina, la presión intensa, terminales nociceptoras que se activan ante estímulos dañinos, receptores de tacto superfino que además se asocian a vellosidades de la piel que pueden erizarse produciéndonos lo que llamamos “carne de gallina”. Tenemos entonces un órgano sensorial distribuido por toda la piel del cuerpo y que engloba la METAPOLÍTICA
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SOCIEDAD SECRETA | ENRIQUE SOTO EGUIBAR información de varias submodalidades sensoriales. Por ejemplo, cuando introducimos las manos en una masa de material plástico maleable como el barro crudo, tenemos una sensación compleja que deriva de la activación de receptores térmicos (la sentimos cálida o fría); además, los receptores más finos del tacto nos informan si es áspera o suave, si es homogénea o no; según el grupo de neuronas de la piel que se active sentimos cuánto hemos hundido las manos en la masa. Cabe aquí una digresión: algunos peces, amén del sentido del tacto, tienen distribuida por la piel quimiorreceptores como los que nosotros poseemos en la lengua; entonces, además de la sensación táctil de la piel, existe para ellos una modalidad gustativa: en cierta forma, los peces saborean su medio al desplazarse en él. Volviendo al tacto en los vertebrados superiores no marinos, aunada a la información propiamente táctil, se recibe en el cerebro información acerca de la fuerza que es necesario ejercer para enterrar las manos en la masa y mover los dedos, dando así origen a la percepción de la dureza y densidad de la masa. Finalmente, cuando tomamos un puño de dicha masa, sentimos su peso y su ductilidad. Dependiendo de esta última podremos dar forma a una estatuilla o construir una olla o, en el caso de una masa poco elaborada, un ladrillo para la construcción. Pero el punto justo, la cantidad de arcilla y agua y el juicio acerca de la fineza del material depende del análisis que nuestro cerebro hace de la información que proviene del conjunto de sensores que se ubican en nuestra piel. Así como un cocinero prueba una cucharadita de sopa para saber si falta sal o condimento a un guiso, el escultor sabe cuando la densidad de la arcilla es óptima para tal o cual obra, y si requiere más agua o tal o cual tipo de arcilla para mejorar su consistencia o su ductilidad. Un proceso intelectual más elaborado permite, a posteriori, juzgar sobre la conveniencia de introducir ciertos materiales para la cocción de la terracota. La escultura, y particularmente el moldeado en barro, la cerámica, constituyen artes táctiles por excelencia. Cuando se esculpe en piedra, madera u otros materiales, el cincel se convierte en una prolongación de la mano, a través de él se percibe el punto de apoyo y la fuerza y eficacia del golpe de martillo. El escultor frecuentemente palpa la obra para asegurarse del carácter de la superficie. Pero me parece que en ningún caso se involucra de forma tan importante al tacto como en el modelado de arcilla. De niños, este proceso táctil lo hacemos con la plastilina, hermosa, dúctil y colorida METAPOLÍTICA
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(aunque, generalmente, no del gusto de los padres). Al final, como sea, con cincel o plastilina, las artes plásticas (escultura, pintura, arquitectura) se relacionan con la creación de objetos, por lo que sus características se presentan ante nuestros sentidos de forma simultánea, como un todo al cual podemos mirar, tentar, lamer (si nos dejan), oler, etcétera. En contraste, artes como la música, la poesía, la danza y el teatro, son asincrónicas y, no se relacionan con un objeto (en el sentido material y más estricto de la palabra) sino con un acontecer, son en cierta forma etéreas. Cabe anotar que todas las artes incitan al tacto. En el cine, si bien no tocamos nada, se evocan mediante la imagen sensaciones táctiles que pueden ser, como ya anote, muy fuertes. Igualmente en la fotografía: hay, tanto en su producción como en el resultado, elementos táctiles que van desde el oprimir el disparador hasta los procesos de revelado, y sugerencias táctiles de la imagen (Ruiz, 2009). La ductilidad de la pintura al óleo (que, por cierto, hace tan solo algunos años era debida a su contenido de plomo), le confiere un carácter plástico que es la base para el desarrollo de diversas técnicas pictóricas. Esta ductilidad del óleo es una de las fuentes principales del placer de pintar y se refleja en la forma de las pinceladas, especialmente notables en pintores como Van Gogh, de quien, además, se ha insistido en que sus problemas mentales fueron debidos a una intoxicación por plomo producida por su manía de chupar los pinceles. Podemos imaginar metafóricamente que el plomo también confiere ductilidad al pensamiento llevando a Van Gogh a un mundo escurridizo-táctil. El tacto ha sido para el hombre un elemento esencial de su evolución, la información que de él deriva nos ha permitido manipular finamente objetos y, finalmente, ha contribuido a desarrollar la escritura. En el arte, la idea misma de “artes plásticas” refiere al dúo sensación y movimiento, esenciales al desarrollo filo y ontogenético del ser humano y a la creatividad artística.
REFERENCIAS
Zucker, J (1990) Ghost Fantasía romántica estelarizada por Patrick Swayze, Demi Moore, Tony Goldwyn y Whoopi Goldberg, escrita por Bruce Joel Rubin.. Ruíz, I. (2009), “Fotografias de toque, consideraciones sobre el erotismo y el tacto”, Elementos, vol. 16, núm. 75, septiembre-noviembre.
IMPRENTA PÚBLICA
La Biblioteca Histórica “José María Lafragua” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla posee esta edición incunable de las epístolas de San Jerónimo impresa por Giovanni Rosso (Johannes Rubeus Vercellensis, su nombre en latín), quien se inició como aprendiz de imprenta alrededor del año 1477.
LO QUE UN
escritor
DE ENSAYOS PUEDE ENSEÑARLE A UN EDITOR INDEPENDIENTE Mario Perniola*
A
pesar de la proliferación de ferias, festivales y encuentros, el ensayo atraviesa una profunda situación de malestar. Uno de sus síntomas es el crecimiento de la divergencia —que siempre ha existido— entre el punto de vista de los autores frente al de los editores. Mientras que los autores están obligados, lo quieran o no, a confrontarse con un horizonte que les obliga a volverse cada vez más mundiales como efecto de la globalización, de la internacionalización del sistema científico, de la implosión de la universidad y de la pérdida de influencia en el periodismo cultural, la perspectiva de los editores se mueve en una dirección opuesta, es decir, se dirige hacia una perspectiva cada vez más provinciana y nacional, incluso local. Las causas de estas dinámicas tan distantes son múltiples y de naturaleza diversa. La más obvia depende de la disolución de las culturas nacionales y del imperialismo lingüístico y cultural anglosajón. La nación ya no constituye una unidad cultural compacta, mientras que las ideologías internacionalistas que la cruzan se han debilitado y nublado, conjuntamente a la desaparición de los apoyos financieros que de ellas derivan. El editor va del estatuto del empresario al de tipógrafo, mientras que el autor decae de la condición de escritor a la de escribano. El resultado es una cantidad *
Filósofo y ensayista italiano. Traducción del italiano de Israel Covarrubias. METAPOLÍTICA
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enorme de libros que nadie lee, escritos e impresos que, por muchas razones, nada tienen que ver con el texto que contienen, ya que con frecuencia están creados con un frenesí compilatorio, pero sin originalidad, sin diseño estratégico y sin fuerza de impacto. En otras palabras, es como si autores y editores fuesen golpeados por un síndrome autista que los vuelve ciegos respecto a la complejidad del campo de las producciones simbólicas en cuyo interior habitan. Este campo está estructurado por la interacción de diferentes agentes: los autores, los editores, las instituciones, el mercado, las profesiones, los periódicos, los medios de comunicación electrónica. Ellos proceden según lógicas completamente diversas y, a su vez, son atravesados internamente por relaciones de interés y conflictividad. Este cuadro, que es complejo por sí mismo a nivel nacional, en el curso de los últimos años se ha dilatado enormidades en el mundo entero gracias a Internet, que introdujo en su dinámica cientos de lenguas y decenas de millones de nuevos agentes —en gran medida no profesionales—, dotados de conocimientos especializados y con capacidades de influencia puntual y eficaz. En dicha revolución informática de grandes dimensiones en continuo cambio y expansión, los sujetos del campo cultural reaccionan encerrándose en nichos artesanales o parasitarios, incluso terapéuticos para sus frustraciones personales y, peor aún, bañados por ambiciones relacionadas con el bosque político o con intereses especulativos que no tienen que ver nada con la cultura.
LO QUE UN ESCRITOR PUEDE ENSEÑARLE A UN EDITOR | IMPRENTA PÚBLICA La primera cosa por entender es que la red de los valores simbólicos se rige por una lógica no esencialista y no contable, antes bien vinculante. Esto quiere decir que el valor intrínseco de un producto editorial se legitima por un colectivo, aunque sea restringido, de lectores competentes que pertenecen con mucha probabilidad a culturas distintas y no por la valoración del autor o de un único agente (por ejemplo, el editor) o por una sola institución, y mucho menos por el número de copias vendidas. La crisis actual del sistema universitario deriva precisamente del hecho de que, por lo menos a partir del 68, no se cuenta con la capacidad de ofrecer una legitimación compartida del valor de sus productos. El intento norteamericano de salvarlo a partir del llamado impact factor científico, se encuentra subordinado a los intereses comerciales de las revistas —en su mayoría norteamericanas— preseleccionadas para dicho fin. La proliferación de los fanfarrones universitarios, editorialistas mediáticos, gritones institucionales y políticos, deriva del hecho de que la valoración se cumple a partir de lógicas que pertenecen en modo exclusivo a un único microambiente y prescinde del campo más amplio de los valores simbólicos, los cuales deben ser compartidos por la sociedad en su totalidad. En otras palabras, la autoridad de la cultura nace de la pluralidad de los criterios y fuentes de legitimación. Sin duda alguna, Internet nos puede llevar a realizar valoraciones aberrantes y enloquecidas si lo consideramos el índice unívoco de valoración y si lo usamos en modo acrítico, pasivo, consumista y recreativo. Sin embargo, ello provee también la posibilidad de crear colectivos capaces de implementar el valor simbólico de un autor o de una empresa editorial, a pesar de las caídas comerciales. Una página web es la condición necesaria, pero no suficiente, para alcanzar este objetivo. La cuestión fundamental, en particular para los pequeños editores, es la siguiente: ¿cómo logra el usuario saber de su existencia? De otro modo, la página web es similar a una vitrina ubicada en una calle por la cual nadie pasa.
Si el editor no puede, más allá de su webmaster y de su logotipo, gestionar una red social dotada de un conocimiento específico en el sector donde trabaja, jamás logrará transformarse un empresario auténtico. El autor tiene una ventaja respecto al editor —que sigue razonando desde una óptica nacional—, ya que puede moverse en el interior de Internet con más agilidad, motivación y competencia, y sobre todo en función de la producción de textos claros que ya desde su composición están dirigidos a un público mundial. Los puntos de vista del editor y el autor, por consiguiente, divergen profundamente: mientras que el primero no tiene interés alguno para promover la traducción de las obras de ensayo que edita, ya que a diferencia del best seller narrativo, la cesión de derechos de autor es, en este caso, risible, la globalización representa para el autor una enorme oportunidad de implementación de su capital simbólico, aun si de todo ello no obtiene ganancia económica. De este modo, sucede con frecuencia que una promesa en un campo determinado de saber prefiera pagar las traducciones de su trabajo en alguna de las tres lenguas vinculantes del saber occidental (inglés, francés y alemán) y publicarlo por un editor extranjero, antes de darlo a un pseudo-editor que deja podrir las copias en cualquier cantina y, muchas ocasiones, no absorbe su obligación, por lo menos la estatuida por ley, para enviar, por ejemplo, las copias de depósito legal a las bibliotecas. Si el autor logra ser un escritor (no un escribiente) y si se sustrae del confinamiento nacional, entrando en una perspectiva global, su fuerza en las confrontaciones con el editor crecerá considerablemente, al punto que puede traducirse en un impacto relevante en las negociaciones en el plano contractual. En dicho caso, puede exigir al editor que el contrato tenga por lo menos las siguientes características: una duración no superior a los cinco años, la exclusión de la cesión de derechos derivados (en particular, los de traducción a otras lenguas) y encabezar el copyright de la obra.
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LA BIBLIOTECA “JOSÉ MARÍA LAFRAGUA” Y SUS LIBROS
incunables Manuel de Santiago
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os libros producidos durante los primeros cincuenta años de la imprenta son denominados incunables (1450-1500). El término procede del latín (incunabula —bulorum) y significa “cuna”. Se trata, entonces, de libros producidos en “la cuna de la imprenta”, este arte de imprimir que tuvo su origen indiscutible en la ciudad de Mainz, Alemania, por parte de Johannes Gutenberg. La Biblia de 42 líneas, que es considerada como el primer libro incunable, es el resultado de un más o menos largo periodo de ensayos y ajustes que le otorgaron ese refinamiento un técnico que salta a la vista; seguramente algunos otros impresos anteriores llevaron al perfeccionamiento del nuevo método. La metalurgia aportó la elaboración de los tipos móviles a través de diseños de letras y signos grabados en punzones de acero, de matrices de cobre que se integraban a un molde en el que se vaciaban los tipos de imprenta mediante la fundición de una aleación de estaño, plomo y antimonio, en proporciones que garantizaban su resistencia. Es resultado del alto desarrollo alcanzado por los orfebres en la baja Edad Media para la elaboración de monedas, medallas, mecanismos de relojería y dispositivos de armas, de gran complejidad y precisión técnicas. El otro elemento, el papel, aparece en Europa en el siglo XII y experimenta un proceso progresivo de mejoramiento en su calidad para convertirse en el siglo XV en una materia escriptorea ordinaria y preparada para recibir las tintas de la escritura y, con mayor razón, las tintas grasas de la imprenta. Por último, la prensa, cuyo uso era extendido en Europa por su aplicación en los procesos de extracción del METAPOLÍTICA
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vino y del aceite de olivo, permitió disponer —a partir de unas cuantas adaptaciones—, de la máquina impresora. Es así que los incunables son los productos de la imprenta primitiva que, a decir verdad, no experimentó cambios significativos ni en el equipo ni en los procedimientos durante un largo periodo, superior a los trescientos años. La difusión de la imprenta fue vertiginosa y al terminar el siglo XV existían más de 250 ciudades europeas que contaban con talleres de imprenta, de tal manera que la producción incunable fue bastante copiosa predominando las ediciones de temas religiosos, los tratados y los libros de temas clásicos. Considerando en primera instancia la importancia de la imprenta para la difusión de las ideas, pero sin ahondar en esto, situamos a los incunables y los libros del primer tercio del siglo XVI como muestras significativas de este arte que constituyó una revolución universal de más de 4 siglos, a la cual Marshall McLuhan denominó Galaxia Gutenberg. En este contexto, las bibliotecas que poseen incunables y libros del primer tercio del siglo XVI tienen la oportunidad de ir más allá de las tareas del servicio cotidiano a los usuarios y ahondar en el conocimiento textual e histórico de sus materiales con propósitos diversos que comprenden un amplio abanico de gestión de los libros antiguos considerando su carácter patrimonial: conservación, traslado soportes digitales, difusión especializada, interpretación social, etcétera.
EL HALL AZGO
La Biblioteca Histórica “José María Lafragua” de la Be-
LA BIBLIOTECA LAFRAGUA Y SUS INCUNABLES | IMPRENTA PÚBLICA nemérita Universidad Autónoma de Puebla posee una amplia colección bibliográfica, hemerográfica y documental que es consultada por un número creciente de investigadores en numerosas disciplinas del conocimiento. Su amplio fondo antiguo superior a 55 mil piezas incluye otros once incunables, textos religiosos y temas clásicos, como una Summa theologica de Antonino de Florencia (1480), Sermones quadragesimales y otras obras (1479, 1488, 1490) de Roberto Caracciolo, Satyrae VII de Aulo Flaco Persio (1482), Opera de Salustio (1497), Quadragesimales de Johannes Gritsch (1497), Textus Biblie (1480), De medicina libri VII de Aulo Cornelio Celso (1497), De consolatione philosophiae (1498) y Elegantiolae de Agostino Dati (1499). En el mes de abril del año 2008 fue tomada la decisión de continuar la catalogación de su fondo antiguo obedeciendo esta vez a criterios temporales, una vez que las anteriores políticas internas de catalogación del fondo antiguo habían cumplido el propósito de entrenar al personal y catalogar los libros del fondo reservado (restringido), proceso que fue iniciado en 2002. Sin embargo, continuaban existiendo problemas para la identificación cabal de los libros, que sólo podían subsanarse mediante criterios temporales. Así pues, fue realizada la catalogación de los incunables registrados en la biblioteca y posteriormente ésta se extendió a los libros del siglo XVI. Ello ha permitido uniformar los nombres de los autores, impresores y realizar los encabezamientos de materia apropiados. Además, aquellos libros mutilados y carentes de portada se habían dejado al final para concentrar todos los esfuerzos en su descripción y han sido identificados mediante un análisis comparativo con ediciones contemporáneas a ellos. Gracias a este proceso sistemático se descubrió el jueves 22 de octubre de 2009 un nuevo incunable en el área de catalogación de la biblioteca. Se trata del libro Epistolae Sancti Hieronymi impreso en Venecia por Johannes Rubeus Vercellensis en el año 1496. Un libro en tamaño folio, encuadernado en piel grabada que ostenta un deterioro moderado. El estado de conservación del papel, por su parte, es excelente. Su marca de fuego, al igual que una anotación manuscrita en portada nos indica que su procedencia era del convento de Nuestra Señora del Carmen de la ciudad de Puebla. San Jerónimo (ca. 340-420) es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia occidental, es decir, aquellos escritores latinos de los primeros siglos del cristianismo que han tenido una influencia decisiva en la configuración de
la doctrina, la moral y la vida eclesiásticas. Los testimonios ofrecidos en sus epístolas (150 cartas escritas entre los años 374-419, muchas de ellas verdaderos tratados teológicos), fueron muy difundidos en la Edad Media y en el mundo moderno. En ellas se trasluce su formación retórica y las estrechas relaciones entre las formas de la literatura cristiana y el mundo clásico, razón por la cual se le ha atribuido el título del “Cicerón Cristiano”. El impresor de esta importante obra es Giovanni Rosso (Johannes Rubeus Vercellensis, su nombre en latín), quien se inició como aprendiz de imprenta alrededor del año 1477. Comenzó su carrera como impresor en 1480 en la ciudad de Treviso (Italia) con la obra Geographia, del geógrafo e historiador griego Estrabón (63 a. C-19 d. C.), ciudad donde desempeñó su oficio hasta el año de 1485, con una corta estancia en Venecia en 1482. En poco tiempo se especializó en obras de autores humanistas. Para 1486 se estableció definitivamente en Venecia, donde continuó imprimiendo en solitario hasta 1499, fecha en que se asoció con sus hermanos Albertino y Bernardino. Giovanni Rosso, en esta edición incunable en un solo volumen, imprimió las epístolas de San Jerónimo en dos partes, la primera de ellas concluida, como puede apreciarse en los colofones interiores (en el reverso del folio 164 y en el reverso del folio 376) el 6 de enero y la segunda parte corresponde al 12 de julio de 1496. Además, en el mismo libro el impresor incluyó la obra de Lope de Olmeto Regula monachorum ex scriptis Hieronymi collecta, una regla de monjas atribuida falsamente a San Jerónimo. Lope de Olmeto (1370-1433) fue un religioso jerónimo quien intentó reformar la orden aprovechando su generalato, creando una Congregación de la observancia de San Jerónimo, similar a otras congregaciones de observancia de aquella época. Aparte de su antigüedad, este libro incunable que ha conocido un sinnúmero de ediciones posteriores -incluso contemporáneas-, ha sido una fuente importante de inspiración para la iconografía católica que pintores y grabadores utilizaron para desarrollar sus temas y composiciones. Los bienes que conforman el patrimonio documental no han formado parte de las políticas culturales del Estado mexicano, se trata de un patrimonio relegado, no obstante la amplia afirmación de muchos de su valor como fuente testimonial de primer orden. Es por eso necesario buscar su conservación material, su reconocimiento institucional, su protección jurídica y paralelamente su difusión y lograr con ello una valoración social que garantice su transmisión a las generaciones venideras. METAPOLÍTICA
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¿CÓMO LUCHAR CONTRA EL
narco
SIN MORIR EN EL INTENTO? Miguel Carbonell*
[Rubén Aguilar Valenzuela y Jorge G. Castañeda, El narco: la guerra fallida, Punto de Lectura, 2009.]
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esde los primeros días de su Presidencia, Felipe Calderón emprendió una lucha sin precedentes en contra de la criminalidad organizada. De hecho, el tema de la seguridad pública es el que ha consumido más tiempo en la agenda presidencial y al que más veces se ha referido Calderón en sus discursos. En algún momento parecía incluso que era el único tema que ocupaba y preocupaba al Presidente. Luego de tres años en el gobierno y del enorme esfuerzo operativo, logístico, militar, de inteligencia e incluso *
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
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económico realizado en la materia, no parece que los resultados sean muy alentadores. La cifra de ejecutados a lo largo de la primera mitad del sexenio supera los 15 000; la delincuencia en general ha presentado un aumento y sigue estando fuera de control en varias entidades federativas (incluso en algunas de las que el gobierno de Calderón ha concentrado buena parte de sus esfuerzos, como es el caso de Chihuahua, con fuerte presencia militar desde el inicio del sexenio). Así pues, por ejemplo, tenemos los datos que nos ofrece CIDAC sobre delincuencia violenta en el país (http://www.cidac.org/vnm/ pdf/pdf/IncidenciaDelictivaViolencia2009.pdf ). En ese índice se recogen datos tan impresionantes como el siguiente: en 2008 se robaron en todo el país más de 150 mil vehículos; una tercera parte de ese número de robos se produjo en dos entidades federativas: Estado de México y Baja California.1 En este contexto, se entiende que 1 Véase también los datos de la Sexta Encuesta Nacional sobre la Inseguridad presentada por el ICESI en octubre de 2009 (http://www.icesi. org.mx/documentos/encuestas /encuestasNacionales/ENSI-6.pdf); Sobre el mismo tema, el CIDE nos ofrece interesantes datos con respecto a la situación en el Distrito Federal y el Estado de México (http://www.seguridadpublicacide.org.mx/ CIDE/Portal/Docs/pdfs/encuestafinal_1.pdf).
exista quien salga a cuestionar la estrategia gubernamental, no solamente por los pobres resultados que arroja, sino sobre todo por las razones por las que fue instrumentada. De eso trata el libro breve pero sustancioso, El narco: la guerra fallida, de Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda. La obra se estructura en seis capítulos, en los cuales los autores van desmontando las razones ofrecidas por el Presidente Calderón para centrar los esfuerzos de su administración en el combate al narcotráfico y otras modalidades de la criminalidad organizada. Los puntos de vista de los autores no se basan simplemente en sus opiniones personales, sino que se respaldan en datos estadísticos oficiales, lo que refuerza sus argumentos. El primer argumento presidencial a desarticular por los autores es el relativo al incremento en el número de personas adictas a las drogas duras en México, o sea la idea tan repetida de que las drogas están llegando a nuestros hijos. Aguilar y Castañeda demuestran con base en la Encuesta Nacional de Adicciones, que en México el consumo de drogas en general es bastante bajo y que no se ha incrementado de manera importante en los últimos años. En todo el territorio nacional teníamos en 2008 aproximadamente 465 000 personas que consumían drogas duras de forma regular, cifra que no resulta preocupante en un país de 110 millones de habitantes (representa un 0.4 por ciento de la población, frente a un 3 por ciento en Estados Unidos, 2.1 en Alemania y 1.8 en Holanda). Los autores aportan evidencias empíricas interesantes sobre las ciudades con mayor consumo en la República (Tijuana, Ciudad Juárez, Distrito Federal, Matamoros, Monterrey, etcétera) y sobre los precios de la droga, a partir de los cuales —por cierto- se de-
¿CÓM LUCHAR CONTRA EL NARCO? | IMPRENTA PÚBLICA muestra que el mercado mexicano es poco atractivo para los grandes traficantes, dado el bajo precio de las sustancias ilícitas, en comparación con el precio que alcanzan en las ciudades norteamericanas. Por ejemplo, un kilo de cocaína pura cuesta en México 12 500 dólares, pero ese mismo kilo alcanza un precio de hasta 97 000 dólares en Nueva York o Seattle. El segundo argumento de Calderón que se revisa tiene que ver con el grado de penetración de los cárteles de la criminalidad organizada en el poder político o en algunos cuerpos policiacos, sobre todo de nivel local (estatales o municipales), así como con el incremento de la violencia que se había producido por el control mafioso de partes del territorio nacional. Los autores intentan demostrar que ese fenómeno no es algo nuevo (ya el Presidente Miguel de la Madrid tuvo, en su momento, que desmontar la Dirección Federal de Seguridad por la enorme corrupción que había). La postura de los autores es que la estrategia gubernamental a partir de diciembre de 2006 no solamente no contribuyó a disminuir la violencia, sino que la elevó (como se menciona en algunos párrafos precedentes y como lo demuestran todas las encuestas disponibles). Lo cierto es que, según algunas encuestadoras profesionales, para diciembre de 2006 el tema de principal preocupación ciudadana era la violencia y la alta incidencia delictiva, lo que probablemente ayudó a Calderón a tomar una deriva centrada precisamente en el ataque frontal a esos fenómenos (o, mejor dicho, a su parte más visible, pues la delincuencia que en verdad afecta al mayor número de habitantes del país es la común, sobre todo en la modalidad de robo). Los autores también discuten sobre la idea, muy asentada entre la opinión pública nacional, del efecto de la intro-
ducción de armas por la frontera norte en la incidencia delictiva en México. Los autores reconocen que la mayor parte de las armas incautadas a los delincuentes son originarias de Estados Unidos y afirman que las revisiones de las autoridades estadounidenses para ingresar en su territorio son cinco veces más estrictas que las que aplican las autoridades mexicanas para quienes provienen de Estados Unidos. Pero les parece que el problema no cuenta con una solución fácil, dado el apoyo político que en Estados Unidos tiene la Segunda Enmienda de la Constitución, que permite que cualquier ciudadano tenga en su casa armas.2 Lo cierto es que la regulación legal de la venta de armas en Estados Unidos es sumamente laxa, lo que genera severos problemas de un lado y de otro de la frontera. Permite, por ejemplo, que en Texas y otros cinco estados no haya un requisito mínimo de edad para comprar un arma; un niño de 12 años puede hacerse de una pistola o un rifle. En 48 estados sus habitantes pueden comprar sin mayor problema un rifle de asalto y en 43 de ellos no se requiere de una autorización, licencia o permiso especial para hacerlo. En 46 estados no existe límite alguno al número de armas que una persona puede comprar en cualquier momento que lo desee. Cuatro estados han establecido que una misma persona puede comprar solamente un arma al mes, como medida para prevenir el tráfico ilegal de armamento. En 35 estados no existe ningún tipo de registro respecto de los poseedores de armas. En muchos casos basta con que el comprador vaya a la tienda para salir con 2
Su texto es el siguiente: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada, para la seguridad de un Estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas”. Sobre su contenido ver Levinson, (1989); sobre su origen histórico, Carbonell (2005, pp. 199 y ss.).
el arma que desea, sin que se verifique si tiene antecedentes y sin que tenga que esperar unos días para obtenerla (Cfr. www.smallarmssurvey.org). El resultado de esta regulación completamente insensata es que hay cuarenta millones de personas armadas en Estados Unidos. La población estadounidense tiene en sus manos 65 millones de pistolas y revólveres de todo tipo; el 39 por ciento de los hogares de ese país tiene un rifle. Entre 55 000 y 120 000 veces se usan esas armas para autodefensa. Eso explica, por ejemplo, que cada año se reporten 130 000 heridos por arma de fuego.3 Los autores reconocen que un número considerable de armas de fuego compradas en Estados Unidos atraviesan la frontera mexicana, pero estiman que el costo de impedir ese tránsito es muy alto para el comercio y la economía fronteriza, y no puede asumirse en el corto plazo. Por lo que habrá que aprender a vivir con el tráfico de armas hasta en tanto se desarrollen los mecanismos tecnológicos para agilizar las revisiones de autos y camiones. En la parte final del ensayo, Aguilar y Castañeda plantean algunas alternativas posibles a la política oficial. Señalan que lo importante es atacar los efectos colaterales del tráfico de estupefacientes, o sea las ejecuciones, los secuestros, la violencia indiscriminada en nuestras calles, etcétera. En Colombia, el Presidente Uribe lo logró y gracias a ello tiene una tasa importante aprobación ciudadana. Igualmente, proponen reducir el daño por el consumo de drogas duras, dedicando recursos humanos y eco3 Cfr. “LEGAL COMMUNITY AGAINST VIOLENCE, REGULATING GUNS IN AMERICA: AN EVALUATION AND COMPARATIVE ANALYSIS OF FEDERAL, STATE AND SELECTED LOCAL GUN LAWS, 2008”, en: http://www.lcav.org/library/reports_ analyses/RegGuns.entire.report.pdf ).
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nómicos a la prevención y adecuado tratamiento de las personas adictas. También sugieren presionar a Estados Unidos para una legalización más o menos explícita de las drogas, con lo que, consideran, estarían de acuerdo altos funcionarios del gobierno estadounidense del Presidente Obama. Por cuanto hace a las acciones para frenar el tráfico que proviene de Colombia, Perú y Bolivia, los autores recomiendan actuar en la zona del Istmo de Tehuantepec, debido a que es la única parte del territorio nacional que podría ser objeto de un efectivo “sellamiento” por tierra, mar y aire. Como quiera que sea, considero que es un tema que merece ser discutido. Las soluciones fáciles no existen y los dilemas para el gobierno mexicano están a la vista. Lo que no podemos ni debemos dejar de hacer es participar en una discusión que nos interesa a todos, puesto que la inseguridad afecta a millones de mexicanos cada año. La Comisión Nacional de Derechos Humanos ha estimado que anualmente la delincuencia deja un reguero de 48 millones de víctimas en México4 (de víctimas en sentido amplio, no de víctimas mortales, obviamente). De ese tamaño es el reto que tenemos que enfrentar entre todos.
REFE REN CIAS
Carbonell, M. (2005), Una historia de los derechos fundamentales, México, Porrúa/UNAM/CNDH. Levinson, S. (1989), “The Embarrasing Second Amendment”, The Yale Law Journal, vol. 99, núm. 3, diciembre. 4 http://www.cndh.org.mx/lacndh/informes /espec/2infSegPublica08/2informeSeguridad08.htm
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Crisis Y DESARROLLO Luis Martínez Andrade* emitidos por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo Humanos, Oscar Useche muestra de manera aguda (análisis profundo) y clara (cifras contundentes) la creciente disparidad socioeconómica entre los individuos y su relación con la reconfiguración de lo público. El texto de Useche se divide en cuatro capítulos y ya desde el prefacio nos atrapa su postura crítica al afirmar que: [Oscar Useche, Los nuevos sentidos del desarrollo. Ciudadanías emergentes, paz y reconstitución de lo común, Bogotá, Uniminuto.]
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a crisis estructural que padece la economía-mundo obliga a un replanteamiento de las nociones clásicas que se han utilizado no sólo en las políticas públicas sino en general en las ciencias sociales. Allende los informes * Sociólogo. Actualmente realiza estudios doctorales en l’Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, París-Francia.
No se puede seguir asistiendo al espectáculo obsceno de que mientras no hay dinero estatal para las prioridades sociales de los más desamparados, cualquier sacrificio fiscal es posible si se trata de rescatar a los privilegiados de siempre, sin siquiera asegurar que esto no se va a repetir, ni como [sic] va a regresar el dinero a las arcas del Estado (p.19).
En el primer capítulo, el autor contextualiza la teoría del valor (Marx) para entender las nuevas formas de subsunción del trabajo (material e intelectual) en el capitalismo. Bajo el concepto de “eclosión”, propone, com-
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prender los mecanismos creativos que surgen para la reproducción social, esto es, el proceso de desfetichización en las relaciones sociales y pugna por un Estado social de derecho (p. 60) en contraposición al desarrollo unilateral que han practicado, a través de diversos ajustes estructurales y mecanismos de exclusión, los grupos hegemónicos. En el segundo, analiza la relación entre desarrollo y territorio, para ello, utilizando las aportaciones de Fals Borda (bioespacio y tecnorregión) plantea una relectura de la dinámica espaciotemporal que se gesta en la actualidad.
La lógica de territorialización-desterriolización, producto en gran medida de la forma de producción (zonas de procesamiento de exportaciones, enclaves trasnacionales, etcétera) repercute en la reconfiguración de los espacios de lo público (p. 107). El poder financiero no sólo ha transformado las relaciones de producción sino la configuración de lo político: consolidación de asimetrías entre Estados nacionales, soberanías secuestradas o, como también ha apuntado el autor, ciudadanías en vilo. Además, debemos resaltar que en esta sección se apuesta por un nuevo
pacto entre la sociedad y la naturaleza. La tercera sección es una excelente exégesis de las medidas prácticas y discursivas que adopta el Estado con la finalidad de legitimar la lógica de exclusión social. Desde la filosofía política, Useche se apoya en las propuestas de Giorgio Agamben, Michel Foucault y Paul Virilio para explicar la manera como transitamos de una sociedad disciplinar a una de control. Sin embargo esto “no significa que los dispositivos de disciplina y la correlativa potencialidad de resistencia hayan desaparecido” (p. 155). Sugerente es su relectura del concepto de “rostricidad” —propuesta por Gilles Deleuze y Felix Guattari para entender la relación entre poder e identidad— en la práctica constitucional y política de los Estados nacionales periféricos. El último capítulo aborda los problemas de la ciudadanía y los derechos sociales, teniendo como eje el problema de la reforma agraria. La pobreza como asunto público refiere a la ineficacia de los programas implantados por las instituciones políticas. El autor decanta por la obligatoriedad fáctica de los bienes de mérito, siguiendo a la investigadora colombiana Consuelo Corredor, para la transformación de la situación padecida por la mayoría de los excluidos del sistema. Aunque el texto tiene como marco el Estado y la sociedad colombiana, no dejan de llamar la atención los diversos pasajes donde uno, como latinoamericano, se sentirá identificado. La contribución de Useche radica en la visión holística y multidisciplinar que ofrece para comprender el desarrollo y su relación con las distintas esferas de la realidad social. El texto es un cúmulo de herramientas analíticas que, de manera muy bien articuladas, ponen en cuestión el paradigma discursivo de la modernidad y sus perversas secuelas. METAPOLÍTICA
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LA
decapitación DE LA POLÍTICA Bibiana Camacho*
[Sergio González Rodríguez, El hombre sin cabeza, México, Anagrama, 2009.]
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ice una leyenda que a mediados del siglo XIX, los insurgentes (futuros revolucionarios) se enfrentaron contra los conservadores en un camino que llevaba a la ciudad de México. El resultado de esta batalla fue la decapitación de un revolucionario, cuya cabeza fue llevada a la capital para ser exhibida como advertencia para aquellos que quisieran rebelarse contra el go-
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bierno. Los conservadores regresaron por el caballo y el cuerpo, pero éstos ya habían desaparecido. Se dice desde entonces que en las noches oscuras se pueden oír los golpes de cascos de un caballo y al jinete buscando su cabeza. La anterior es una leyenda mexicana, sin embargo, la nacionalidad del decapitado cambia dependiendo del país donde se cuente. Lo que se conserva es la esencia: se trata de un hombre asesinado injustamente, quien deambula en busca de su cabeza o de sus ideales -si lo vemos desde el punto de vista metafórico. En nuestro país, la realidad actual parece rebasar esta fantasía romántica, ya que no sólo sorprende el número de asesinados, sino que aterroriza el modo bajo el cual son asesinados, con independencia de sus causas: los muertos son decapitados, descuartizados y mutilados. Todos parecen participar de esa actividad macabra: grupos del crimen organizado, asesinos solitarios, políticos, el ejército y civiles. Frente a este desatino, González Rodríguez propone un magnífico libro; un híbrido a caballo entre el ensa-
yo, la crónica y el anecdotario personal, donde aborda el origen antropológico y subjetivo de la violencia y, con particular énfasis, el de las decapitaciones. Esta violencia despiadada, según el autor, es producto de una crisis institucional, en la que las más altas autoridades de las corporaciones policíacas y del ejército han sido corrompidas por el jugoso negocio del narcotráfico. González Rodríguez nos lleva de la mano a través de la historia, visitando diferentes culturas: desde las pirámides de calaveras que forman parte del folclor de diversas civilizaciones, el mito de Perseo que busca la cabeza de la Medusa, Salomé –en sus diversas representaciones pictóricas– recibiendo la cabeza de San Juan Bautista, la invención de la guillotina, el suicidio de Yukio Mishima y películas como Barton Fink o Seven. De aquí, pues, que el autor proponga que el fenómeno de los decapitados no se debe sólo a una manifestación del incremento de la violencia, sino también a que los señores de las drogas hacen uso de sacrificios y brujerías para, según ellos, mantener su po-
derío. De este modo, se ha consolidado un sincretismo que incluye a San Judas Tadeo, La Santa Muerte, Malverde y la Virgen de la Caridad del Cobre. El culto criminal pone en evidencia una “deshumanización” de las víctimas, cuyos cuerpos decapitados son usados como simples mensajes para sus enemigos, como si se tratara de objetos sin vida ni historia. En su inicio, este uso del cuerpo generó sorpresa, pero ahora parece haberse asimilado en la sociedad como un hecho más que, por desgracia, ya es cotidiano. El valor real del libro reside en el uso de múltiples resonancias culturales, diacrónicas y personales para explicar la violencia en el México contemporáneo. Y justamente de esa combinación de resonancias crea un eco perturbador para el lector, quien se puede sentir identificado en prácticamente todos los niveles del libro, ya que todos somos testigos, en diferentes grados, de la violencia cotidiana y de sus efectos. El hombre sin cabeza plantea que existe “algo más” que permea a la sociedad mexicana; es decir, algo que va más allá del morbo o de la resignación; algo que aún no tiene nombre y que sólo puede vislumbrarse con un análisis que no deje de lado en ningún momento el compromiso del autor, justo como lo hace González Rodríguez. El recurso de involucramiento por parte del autor le da un giro al recuento de atrocidades, al tiempo que nos permite asomarnos a las impresiones emocionales de una persona ante la barbarie. El trabajo de González Rodríguez resulta más que oportuno, ya que nos obliga a reflexionar sobre la pérdida nacional de la razón y sobre el desvarío en el cual nos encontramos como sociedad. Decapitada la política, los líderes brillan por su ausencia para afrontar la delicada situación actual.
TEXTURAS DE LA
palabra
José Trinidad Mendoza Hernández*
[Josu Landa, Tanteos, Afinita, México, 2009.]
A
“
todo el que siembra le llega la hora de la cosecha”, con estas palabras inicia el filósofo y poeta Josu Landa su último libro titulado Tanteos. Se trata de un compendio de ensayos e investigaciones que presentan al lector la posibilidad de analizar desde dos vertientes distintas, aunque no por ello disímiles, las paradojas referenciales con base en las cuales se mueve el len*
Ensayista.
guaje filosófico y poético. Por un lado, es una obra que puede leerse como un modo de realizar poesía haciendo uso de axiomas filosóficos; pero, por otro lado, nos presenta un análisis filosófico de la realidad, utilizando a la poesía como herramienta para confirmar su autenticidad en el tiempo, intentando, de este modo, traspasar los límites de la temporalidad y superar la función referencial de la palabra a partir de la renuncia a todo verdadero efecto de poder. Diríamos, pues, que a su modo, éste es un libro filosófico, poético y literario, que conduce al lector en tanto agente productor y consumidor de palabras, a participar en determinados juegos que sólo tienen cabida en las arenas movedizas en las que intenta asentarse el lenguaje. Así pues, en el primer apartado, “Cosas de la palabra”, el autor nos ofrece una visión crítica e histórica del poeta de nuestro tiempo, aquel personaje cuyo imperativo consiste y ha consistido en buscar, entre tanteo y tanteo, nuevas formas de expresión, las cuales lindan y rebasan la línea de lo evanescente, libeMETAPOLÍTICA
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IMPRENTA PÚBLICA | JOSÉ TRINIDAD MENDOZA HERNÁNDEZ ran a la palabra de aquello que la acosa y agobia en su textura febril. El poeta es, en palabras de Josu Landa, quien ejerce la acción de “nombrar lo que nombra” a través de la auténtica poesía, cuyo único y puro ideal consiste en conducir a la palabra hacia su asunción sobre el terreno de lo referencial, es el único que puede llevar —como quería Wittgenstein— de fiesta a la palabra, liberándola de las cadenas infranqueables a las que da cabida el entretejido sintagmático. Ahora bien, según nuestro autor, el único y auténtico compromiso adquirido por el poeta es con el logos, entendiendo a este último como la palabra ordenadora y creadora que constituye y une con lo otro, que comunica dialécticamente al yo con el no-yo y que, por ello, adopta también un carácter estético, epistémico y ético, en tanto proveedora de un discurso objetivo. Por tal, el ethos del poeta consistirá en hacer valer la univocidad de su expresión, sin por ello ser presa de las heteronomías que lo acosen y agobien en su libertad creadora, y que, en una escala mayor, pueden conducirlo por los caminos tortuosos de la angustia ante el vértigo que provocan los derroteros de la libertad de las posibilidades discursivas. Así, queda claro que la escritura y la poesía no son una tarea para gente sana, entendiendo a ésta como aquella que se mueve únicamente dentro del entretejido normalizante. Una persona sana es quien trabaja para acercarse a la vida, mientras que el poeta y el escritor trabajan para acercarse a las profundidades de su obra, donde les esperan peligros, terremotos, abismos e incendios sobre los cuales tendrán que trabajar para crear y recomponer las texturas que se forman de la palabra. Una vez analizado lo que constituye al ethos del poeta, en el segundo
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apartado, “Cosas del devenir”, nuestro autor se dedicará a analizar el ethos del lector, quien a su vez, en el ejercicio de dicho acto, habilita una ontología dialéctica que surge de la relación poetalector. Igualmente, dada esta completud ontológica y un tanto erótica entre el poeta y el lector, el texto aparece frente al sujeto como un objeto que se ofrece en un estado abierto, dispuesto a proveer de una experiencia estética diferente a cada individuo. Todo texto, por tanto, deberá andar su propio camino construido a través de las palabras que enmarca y texturiza para llegar al lugar donde se realizará como objeto estético y, en este sentido, dar cabida a la construcción del ethos en el lector. En última instancia, todo escrito poético es producto de la imaginación y la creación, y todo acto de lectura y relectura es recuerdo y nostalgia, es el viaje erótico, pero también el camino del arte y la reminiscencia que sólo mediante el juego que surge a través de las letras se puede alcanzar. Ahora bien, dado que todo camino recorrido por la palabra llega al lector a través de la estetización hecha por éste último, aquella tendrá que luchar por no morir del todo, por no sucumbir a las malas obras de la muerte y a las de su aliado incondicional, el olvido. Sobre esto, dice Josu Landa, tendrá que trabajar la poesía. A través de ésta la palabra tendrá que trascender y separarse de la condición mortal del ser humano, hasta poder decir, ella misma, Non omnis moriar. De esto se desprende un axioma que corresponde a la poesía, es decir, el hecho de que “sin muerte no hay poesía” y de que “sin poesía tampoco hay muerte”; lo cual es condición de posibilidad para dar paso a los sentimientos, y que las acciones del hombre no se vuelvan vacuidad, o
como nos diría el autor de dicha obra, pura “Nada de nada”. Así, la poesía y su herramienta la palabra, se vuelven el espejo, el vínculo entre el yo y el otro que hacen posible y hasta imperiosa a la primera persona del singular, el yo que mira porque es mirado, el sujeto siempre necesitado del otro porque es sujeto y que está necesitado de contemplarse y afirmarse a sí mismo a través del otro. Porque, “contemplar es completar; contemplarse es completarse”. Sobre estos tópicos se fundamentan y constituyen las “Cosas del asombro”, de la asombrosa función poética que adquiere la palabra. Finalmente, cabrá decir que el texto al que hacemos referencia pone de manifiesto la actualidad y vitalidad con que trabajan la filosofía y la poesía. Actividades que se fundamentan a través de la palabra, que a su vez se vuelve infinita (afinita) en el acto de la enunciación poética. Así, tantear la realidad a través de la palabra es, pues, hacer poesía. Seguir tanteando es actividad de escritores y lectores. Tantear con claridad y hacer discursos fehacientes que se ubiquen entre la “Ascética y estética” es una actividad que sólo corresponde a algunos filósofos y poetas, quienes funcionan como “Mediaciones” del logos. Al análisis de algunas obras de estos últimos, que son los menos, nos remite el autor en la última parte de su obra. Este es, pues, el camino tortuoso sobre el cual se mueve la palabra y que intenta ponerse de manifiesto en el presente compendio filosófico, poético y literario. Mientras tanto, al lector que se enfrente a dicha obra corresponderá la tarea de ir tanteando dicho camino a través de las diversas lecturas que realice sobre éste, en él estará la tarea de inmortalizar la palabra o bien de dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes.
LA QUERELLA FILOSÓFICA DE NUESTRA
historia
Gerardo Martínez Hernández*
[Sandra Anchondo Pavón (comp.), Historia y destino de la filosofía novohispana, México, Los Libros de Homero, 2007.]
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l tema del multiculturalismo dentro del pensamiento novohispano del siglo XVI sirvió como justificación para que el grupo del Seminario de Cultura Novohispana se sentara a reflexionar acerca del actual fenómeno de imposición cultural en un mundo global. Resultado de esas reflexiones es el contenido de este volumen de la colección Novohispanía de Los Libros de Homero. Los distintos trabajos presentados muestran la complejidad de la discusión que se abrió en torno a la asimilación de un mundo completamente extraño desde la todavía perspectiva medieval occidental. Se trata de un encomiable esfuerzo por analizar * Universidad de Salamanca, España.
las voces disidentes contra la imposición de valores culturales en una época concreta como lo fue la conquista y evangelización de la Nueva España. El libro consta de cuatro partes y se abre con un merecido homenaje a la doctora Elsa Cecilia Frost (1928-2005). Filósofa, historiadora, traductora, discípula de José Gaos, Edmundo O’Gorman y Miguel León Portilla, la doctora Frost no pudo entregar por escrito la versión definitiva de su última participación en el Seminario de Cultura Novohispana. Por lo tanto, el artículo que aparece es su conferencia tal y como la dictó, es decir, una amena plática que sostuvo con los integrantes del Seminario, en la que detalló algunos momentos que definieron su larga y variada trayectoria académica. En cuanto al argumento principal de la obra, la primera parte tiene como tema central la discusión en torno a la hermenéutica de la historia cultural. Desde esta perspectiva, se ha intentado interpretar los problemas y soluciones del pasado para realizar ejercicios comparativos con temas actuales. En este sentido, Alfonso Mendiola plantea la manera en que ha de mirarse lo acontecido, no como hechos objetivos y tangibles, sino como una sucesión de observaciones sobre observaciones. En este mismo sentido, María Luisa Aspe reflexiona sobre el proceso hermenéutico del historiador frente a las
crónicas de la conquista con el fin de cuestionar el modo de ver e interpretar los documentos del pasado. Carolina Ponce, por su parte, atiende el caso particular de los escritos de fray Alonso de la Veracruz, donde remarca la importancia de un acceso confiable a las fuentes primarias para lograr un verdadero avance interpretativo. El segundo bloque de exposiciones, dedicado a las influencias y ejes temáticos del periodo virreinal, abre con el artículo de Mauricio Beuchot sobre el tomismo mexicano. Aquí se relata la transformación que sufrió el pensamiento tomista en las obras de tres de los principales filósofos novohispanos del siglo XVI —Bartolomé de las Casas, Alonso de la Veracruz y Tomas de Mercado—, para hacer de éste un discurso aplicable a la situación de la realidad de la Nueva España. A continuación, Virginia Aspe analiza el aristotelismo medieval en los pensadores novohispanos del XVI, llegando a la conclusión de que no se debe señalar lo novohispano como algo puramente medieval, pues en la Nueva España se abrió una tercera vía de interpretación de la filosofía de Aristóteles para efectuar un diálogo con lo disímil. La autora señala con acierto que en el proceso de asimilación de lo indiano tuvo una notable influencia la experiencia previa que España experimentó con la cultura árabe a lo largo de ocho siglos. Por su parte, Jorge Morán rastrea, aísla y explica el concepto de ley natural —la cual constituía una de las bases jurídicas del pensamiento medieval y, por tanto, fue utilizada como autoridad en las distintas disputas escolásticas— en el contexto de la Suma Teológica de Tomás de Aquino. Cierra la sección el ensayo de Carmen Rovira sobre el humanismo mexicano, donde el tema no es el humanismo europeo que germinaría entre los siglos XIV al XVI, sino el movimiento filosófico-político-cultural de los jesuitas mexicanos del XVIII, el cual se METAPOLÍTICA
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IMPRENTA PÚBLICA | GERARDO MARTÍNEZ HERNÁNDEZ distingue por su interés en enaltecer la esencia de lo humano, es decir, el libre albedrío del hombre y el sentido de su autodeterminación, por encima del determinismo planteado por el pensamiento protestante. El tercer grupo de artículos se organiza alrededor de la vigencia de los pensadores novohispanos. En primer lugar, tenemos el ensayo de Valeria Martija que aborda algunas consideraciones sobre el concepto del “bárbaro” en la obra de fray Bartolomé de las Casas. La justificación de la Conquista por la Corona española fue un tema que causó un fuerte debate en el que hubo apologistas y detractores. En este caso se hace el énfasis en el tema de la consideración lascasiana del indio a la luz de la ley natural. En el trasfondo de este debate se encontraba la discusión sobre la legitimidad del sometimiento de los territorios americanos. Dándole seguimiento al tema de la ley natural como ética universal y, por lo tanto, como arma dialéctica que se usaba para la solución de conflictos, Yail Medina aborda aspectos específicos del multiculturalismo como lo fue el caso de la validez del matrimonio entre los indígenas a través del Speculum coniugiorum de fray Alonso de la Veracruz. Medina aborda una de las principales preocupaciones de los evan-
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gelizadores en la que se mezclaba diversidad cultural e intolerancia. Por otra parte, Luis Patiño Palafox presenta otra faceta de Juan Ginés de Sepúlveda, cuya figura en México suele ser asociada a su posición en la Disputa de Valladolid (1550-1551), en la cual se discutió la racionalidad del indio. En este ensayo, a través de un análisis de sus diversas obras, se ve a un Ginés de Sepúlveda en su faceta de ideólogo imperial. Para concluir la sección, Pablo Arce Gargollo hace una aproximación al “humanismo laico” de Vasco de Quiroga. Se trata de una aportación en la que el autor plantea una revisión minuciosa de la obra de Vasco de Quiroga para no seguir repitiendo simplemente que su actuar se abocó a la puesta en práctica de la Utopía de Tomás Moro en tierras americanas. La última parte de la obra retoma algunas conclusiones de los pensadores novohispanos que fueron tratados a lo largo de las secciones precedentes para proyectarlas hacia temas actuales. Mauricio Beuchot hace ver la vigencia que aún tiene la filosofía tomista. Juan Manuel Campos Benítez, por su parte, demuestra la actualidad que tiene la lógica que era enseñada por dos de los más connotados docentes novohispanos del siglo XVI: Alonso de la Veracruz y Tomás de
Mercado. Concluye el trabajo de Sandra Anchondo y Yail Medina, cuyo título redondea la idea central de todo el libro: “Diversidad cultural y derechos humanos. La actualidad de los planteamientos novohispanos”, donde se hacen presentes los nombres de De las Casas, Alonso de la Veracruz y Bernardino de Sahagún. La propuesta de estos pensadores novohispanos es colocada en su contexto, y sin grandes dificultades puede servir para analizar el proceso de la universalización de la cultura en nuestros días. El interés más palpable en la mayoría de los trabajos es dar una nueva lectura al discurso histórico y filosófico que sirvió como respuesta al fenómeno de la conquista española de América, con el objetivo de volverlo un elemento válido para la discusión actual del problema de la convivencia multicultural en la globalización. La lectura de esta obra colectiva, ya sea de una manera total o fragmentaria, resulta de gran utilidad, no sólo para el historiador o filósofo interesado en temas novohispanos, sino para todo aquel que se sienta intrigado por buscar los antecedentes de temas con tanta vigencia como lo son el de la legitimidad de imponer patrones culturales y el de la validez de los parámetros con los que se hace tal imposición.
ELOGIO DE UNA NUEVA IDEA DE
universidad Javier Tapia Navarro*
[Michel Onfray, La comunidad filosófica. Manifiesto por una universidad popular, Barcelona, Gedisa, 2008.]
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esde las lejanas medianías de la Edad Media y el hermetismo de su cultura y su cátedra, la Universidad como pilar institucional de la instrucción, pública o no, se ha convertido en el Goliat de la cultura moderna. La Universidad Popular de Caen se postula, en estos tiempos hipertrofiados en su motricidad, como el parteaguas, David heroico, hacia el retorno al jardín de Epicuro… es decir, hacia la popularización de la instrucción superior alejándola del rigorismo institucional en que se cimienta. *
Filósofo y ensayista.
Ampliar, elevar, innovar y realizar en vez de legitimar, institucionalizar, escolarizar y deformar es la propuesta de Michel Onfray para destronar a la cultura académica contemporánea, heredera de 2 500 años de una filosofía enraizada en los cimientos de los edificios públicos, la filosofía de los vínculos ideológicos insuperables entre la académica y el Estado, se eleva cada vez más allá de los espectros de la vida cotidiana: el académico vive en su cubículo, el estudiante en el aula y en los espacios para fumadores. Las ciencias humanas (que no las ciencias exactas, quizá por su menor dependencia a los problemas del espíritu y su apego a la practicidad técnica) adolecen cada vez más de un reumatismo institucional agudo. En otras palabras, la academia platónica de Estado ha terminado por imponerse, desde el siglo XII, sobre el silvestre y espontáneo epicureísmo, tan libre y ascético. El problema de la legitimación, institucionalización, deformación y escolarización de la educación superior en el mundo occidental (y también del resto de sus niveles) es que termina por imponerse como una gigantesca e impenetrable muralla, rígida en el currículo y burocráticamente escurridiza.
Entrar es un problema y salir lo es aun más. Es comprensible la necesidad de adquirir un conocimiento que permita el desenvolvimiento de los roles necesarios para el funcionamiento de una sociedad, lo cual hace indisolubles ciertos requerimientos en el currículo, pero también debe enfatizarse la necesidad de gestionar variantes cognitivas en el saber para las necesidades de un mundo plural. Generar estas nuevas vertientes se vuelve imposible cuando las autoridades académicas y las exigencias del Estado que les sustenta, se muestran poco propositivas al cambio estructural y se contentan con matizar sus bases pedagógicas en un coqueto rediseño curricular que sólo toca principios teóricos sobre el accionar del aprendizaje y la incorporación de las novedades tecnológicas. Michel Onfray propone dar un vistazo a las propuestas alternativas del hedonismo antiguo, al jardín de Epicuro en particular, como punto de partida hacia una revolución educativa que libere la formación de los ciudadanos de los carcelarios sistemas educativos. Como en el atomismo antiguo, hermano entrañable del epicureismo, hay que dar posibilidad a la generación de nuevos entes a partir de la nada, dejar que los átomos brinquen por el espacio y encuentren nuevos puntos de enlace; ocasionar, pues, una revolución atómica, molecular, en la que cada partícula de la vida social y de sus actores encuentre nuevos puntos de fusión y de autogestión. En otras palabras, dar pauta a la revitalización de los mecanismos de acceso a la educación pública y de su propia definición, no sólo en sus procesos burocráticos y sus estructuras curriculares, sino incluso abandonar —si es necesario y por ridículo que parezca— la cultura inmobiliaria de la educación: METAPOLÍTICA
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IMPRENTA PÚBLICA | JAVIER TAPIA NAVARRO “Aspiro a un nuevo tipo de Jardín de Epicuro, pero fuera de las paredes, ya no sedentario, geográficamente cerrado, localizado, sino un jardín nómada, portátil y móvil, llevado consigo ahí donde uno esté” (p. 19). Esto no quiere decir que se cambien las aulas por las banquetas o los parques, los cuadernos y las computadoras portátiles por las puras capacidades mnemotécnicas, sino que el ejercicio educativo tenga una verdadera incidencia en el desarrollo humano de sus educandos, dar un nuevo sentido al devenir de la existencia, en sus experiencias y vivencias, menos dependientes de la tradición pero tampoco cismáticas, y no sólo en el adiestramiento para operaciones técnicas y funciones protocolarias: formar en vez de instruir. Ampliar, innovar, elevar y, sobre todo, ejecutar. Ésta es la base sobre la cual se ha postulado la llamada Universidad popular de Caen, con la pretensión de volverse el reactor de la revolución molecular. “He aquí un elogio, por tanto, a las
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revoluciones moleculares”, concluye Michel Onfray sobre su Manifiesto por una universidad popular. Construir pequeñas células de resistencia, como si fuesen pequeños grupos de retro-virales, parece ser la única forma verdaderamente factible de generar el cambio radical. El caso Dreyfus y el mayo del 68 factualizan la siempre latente posibilidad del cambio social a través de la micro-resistencia: se trata, en esencia, de tejer telarañas sobre las superestructuras ideológicas y gubernamentales. Lo más seguro es que las tensiones generadas por el arácnido hilo no terminen por derribar dichas superestructuras y quizá ni siquiera podrá pensarse en que puedan envolverles, que tampoco es, por otro lado, el objetivo de esta iniciativa. Sin embargo, el espíritu retro ideológico de las revoluciones moleculares aspira, antes que nada, a la emancipación de mínimos y a la generación de nuevas ideologías regionales: archipiélagos del mundo. Las revoluciones moleculares encuentran su piedra angular en la forma-
ción de una sociedad autogestionable y crítica. El problema radica en los fundamentos propios de la “formación”, que invariablemente manan y maman de los aparatos gubernamentales. La rigurosidad del currículo, los perfiles académicos y la compleja constitución jerárquica de la élite intelectual y científica, convierten los sistemas educativos en palacios de cristal con jardines de arena, difícilmente accesibles para los plebeyos estrellados contra sus sólidas murallas. El sueño de la Universidad popular de Caen (con Onfray como uno de sus fundadores y pilares ideológicos) es restituir el jardín de Epicuro. Crear una verdadera educación popular que dependa menos del currículo, la moral académica y los vicios del sistema: molecularidad en resistencia, construir un espacio propio y evitar el desgaste de intentar derribar a Goliat. Al final, si el destino de la Universidad popular es volverse el objeto de sus ataques, como suele suceder, ya será un trabajo para sus propios productos ideológicos.
LA REGIÓN DE
Los Tuxtlas LA SUPREMACÍA DE LA NATURALEA
SOCIEDAD Y PATRIMONIO | LA REGIÓN DE LOS TUXTLAS Los olmecas fueron los primeros habitantes que dejaron testimonio de su paso por esta zona. Las cabezas monumentales de piedra volcánica son una elocuente demostración de su robusta presencia. En Santiago Tuxtla una cabeza olmeca de más de 20 toneladas tiene, a decir de algunos lugareños, poderes magnéticos: si alguien la toca puede salir volando por los aires. Desde la cima del volcán San Martín es visible el majestuoso imperio de la clorofila y la fotosíntesis con sus inagotables tonalidades. Se entiende por qué hay que quitarse el sombrero en señal de respeto ante un paisaje que se da a desear tanto como una caricia. En el aire quedan colgadas las imágenes de los campanarios que en la mañana llaman a misa, y las de los jaraneros que recuerdan a Mardonio Sinta tocando con su arpa: Ya no te voy a buscar, te traigo aquí entre los ojos. Se cambió el color del mar: ahora los peces son rojos.
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a visión también es tacto, decía un filósofo latino. Y es que existen días en que se puede tocar las hojas y la corteza de los árboles con los ojos. El tacto también es olor y la visión sabor. En la región de Los Tuxtlas esta cautivante confusión de los sentidos se convierte en una persistente evocación. En este recodo del mundo la naturaleza canta y baila. Su alegría produce mangos, plátanos, tabaco, y maíz. La frondosidad es una canción y la selva suena como un son veracruzano en donde la húmeda voz coplera se tiñe de un potente color verde. Lo que aquí se respira es una vitalidad cultivada como la tierra: salta de un cedro a una ceiba, vuela al lado de los cotorros y corre entre los matorrales siguiendo a un armadillo. Enclavada en el sur del estado de Veracruz, la llamada región de Los Tuxtlas (como antiguamente se le conocía de manera oficial) sigue existiendo como una entidad geográfica, ecológica y cultural. La región abarca la serranía de Los Tuxtlas y los actuales municipios de Santiago Tuxtla, San Andrés Tuxtla y Catemaco. METAPOLÍTICA
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En los Tuxtlas la lluvia no cede, está presente casi todo el año, pues no quiere perderse el espectáculo de los bejucos que cuelgan de los árboles y que parecen culebras buscando el suelo, o el de las flores de pitahayas y lengua de mujer que se abren tan grandes como las faldas blancas de las muchachas de San Andrés en los días de fiesta y fandango. En esta región, los pastizales alfombran las montañas. En la selva alta abunda el sombrerete y la caoba, el palo de agua y el zapote. Entre las ramas de estos árboles hacen su vida zanates, tucanes, calandrias y colibríes. Esta es la tierra de los chaneques, y quienes los han visto dicen que tienen los ojos rojos y la piel gruesa como la cáscara de un mamey. Tal vez por eso hay tantos curanderos que quitan los espantos y los hechizos. Pero lo que ningún curandero puede enfrentar es el encantamiento que produce el tabaco de San Andrés Tuxtla. Los puros de este lugar tienen tanta historia como los próceres de los manuales de civismo. Aquí la selección de las hojas del tabaco es un arte. Lo que se busca es sabor, color y textura, y lo que se encuentra es un placer ligero como el humo de una conversación.
Muy cerca de San Andrés se localiza la Laguna Encantada y, más adelante, el Salto de Eyipantla. La Laguna Encantada se ve a un lado del camino a Playa Azul. Los habitantes de las rancherías vecinas dicen que el agua de esta laguna es amarilla porque ahí bajaba la Virgen del Carmen a lavar su nixtamal, por eso la llaman también laguna de Nixtamalapan. Otros dicen que la Virgen venía a bañarse y que por eso dejó el agua pintada de su resplandor dorado. Catemaco es el espejo más grande de la región, pues la laguna refleja a diario el brillo de la tupida vegetación, y en los días de plenilunio no se sabe por qué razón el destello de la luna en la laguna es más impresionante que la misma Selene en el firmamento. Aquí el sol tampoco cede, quiere estar todos los días en esta fiesta de la naturaleza. Sus rayos se cuelan entre los espesos árboles y alegran los paseos de las embarcaciones que visitan la isla de Los Monos o llegan a la otra orilla de la laguna para comer unas deliciosas mojarras. Dicen que en Catemaco la vida se desliza jocosamente por diferentes niveles de la realidad, quizás por eso se desplieMETAPOLÍTICA
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El paraíso no necesita de embrujos. El relente y el rocío son una clara aserción de la naturaleza. Allí se puede reconocer un cocodrilario y escuchar el minimalista zumbido de la selva. Más adelante, es recomendable darse un regalo y disfrutar la frescura de un manantial de agua mineral que relaja el cuerpo y permite cerrar los ojos para poder descansar, aunque sólo sea por un momento, de tanta belleza. Una verdad simple se deduce después de caminar por algunos rincones de la región de los Tuxtlas: la pureza del agua y del aire no son una utopía. Hugo Diego Fotos: Gerardo “Gudinni” Cortina
ga una sustancial actividad alrededor de los curanderos y de las mujeres que practican la medicina tradicional. Al llegar a esta ciudad es obligada la visita al templo de la Virgen del Carmen. Según cuenta una tradición, la imagen de la Virgen fue descubierta por un pescador llamado Juan Catemaxca, quien la vio cerca de una cueva —llena de musgo y de helechos— que goteaba sortilegios. La Virgen se encontraba coronada por las raíces de una enorme higuera. Juan tomó la imagen y la llevó en su lancha a la iglesia. Adornó su pequeño bote con lirios acuáticos y ninfas. Cuentan los pescadores que iba remando despacito, mientras la Virgen sonreía y bendecía el agua de la laguna. Justo en la orilla opuesta de Catemaco se encuentra Nanciyaga, en donde una inteligente iniciativa ha permitido conservar un parque con decenas de hectáreas. METAPOLÍTICA
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