Revista Literaria Semestral - A単o XV - Octubre 2015. No.
Revista de Arte y Literatura
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Revista de Arte y Literatura
Rosa Julia Vargas • Directora
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ay días pesarosos, cuando se percibe un aire de pesadumbre que se propaga como un virus en la comunidad. En todas partes reina la desazón y la incredulidad del que le han trastocado el peculiar paisaje por un paraje oscuro y amenazador que se roba la libertad hasta de salir a pasear el perro por las tardes. Se le nota a la gente en el semblante y hay quienes dicen que se quieren marchar para otro lado, para un lugar donde no se pierda una vida en primavera porque pique un mosquito o haya una discusión o te quieran quitar una joya o un teléfono. Cuando le pasa a alguien que te importa y que te duele, lo que a diario le pasa a los demás y que leemos a distancia en los periódicos, refugiados en la indiferencia y la comodidad producto de nuestra perdida capacidad de protestar; es cuando sentimos el agobio y las ganas de salir corriendo para cualquier otra parte donde se reduzca el riesgo de que nos arrebaten sin causa ni lógica a los que todavía tienen todo el camino por delante. Fue en uno de esos días en que uno amanece maldiciendo a los gobiernos, cuando llegó como consuelo, por email, una metáfora comparando la línea de la vida con el tránsito de un tren hasta una estación final. Y me pareció la premisa de un buen ejercicio para poder plantear ciertas ausencias. Cada vida equivaldría, asumí, al maquinista de un vagón, en cuyo espacio entrarán y saldrán quienes le darán sentido a esa existencia, Revista de Arte y Literatura
porque de hecho solo contamos para quienes nos han amado y solo cuentan los que hemos amado y aquellos con los que de alguna manera hemos compartido un lugar, un interés, un credo, un mantel, unos lazos. Los de sangre, de crianza, o de raíces, que son obsequio que se acepta de la vida, no hay de otra, y los lazos del amor y la amistad que vamos eligiendo en el camino. En cada vagón habrá algunas caras imprescindibles que siempre estarán ahí, en toda ocasión, y otros entrarán y se irán sin que nadie los note, sin dejar ninguna huella. Algunos vendrán por vías formales esperando en la estación hasta que llegue la puerta señalada, y otros llegarán tarde corriendo en el andén hasta poder colgarse de alguna barandilla. Hay quienes abordan flotando entre nubes de encanto, y entre nubes al fin, flotan de salida, dejando atrás el espacio grande que ocupaba la alforja de sus gracias y talentos. Unos más que otros se van desvaneciendo con
el tiempo, y están los que permanecen como una estela luminosa siempre en lontananza y los que se asoman a veces en la sonrisa repentina o en la lágrima rencorosa que empaña la nostalgia por lo que debió haber sido. Están los que se bajan antes de tiempo en la estación que no les corresponde, convertidos sin ninguna explicación en seres de luz, eternamente jóvenes y bellos, más presentes que nunca en la vida de los suyos. Son quienes trastruecan las rutas y dejan a los otros serpenteando entre los rieles, y al mismo tiempo revestidos con cierta coraza ante el mundo y el futuro. La coraza que empieza a crecer como piel nueva después que se ha sufrido un gran dolor, o después de haber pasado por aquel dolor sin adjetivos que deja a una persona en carne viva. En verdad somos parte de un tren en inexorable tránsito, que por demás cubre un tramo demasiado corto. No creo que valga la pena ni cambiarse de lugar en este mundo donde ya casi todos somos de algún modo migrantes. Nuestro deber está en mejorar el entorno, en que cada quien asuma la intención y el esfuerzo que hacen falta para recuperar lo que hemos perdido del lugar que alguna vez se nos parecía a un paraíso. Lo bueno y lo malo pasa en cualquier parte del planeta, y al parecer es el impredecible momento quien decide lo de seguir o quedarse en un vagón, donde algunos -eso nada lo puede arrebatar- son y seguirán siendo de todos modos, idolatrados. 1
MINISTERIO DE CULTURA República Dominicana
CENTRO DE LA CULTURA DE SANTIAGO “Srta. Ercilia Pepín” El primer Centro Cultural de la ciudad de Santiago Trabajando por el arte y la cultura. • Animación Cultural. • Departamento Académico. • Exposiciones de artes plásticas. • Mediateca. • Sala de Teatro Héctor Incháustegui Cabral
Tel.: Revista de Arte y Literatura
Calle Del Sol esq. Presidente Ant. Guzmán 809-226-5222 • E-mail: cultura.ccs@codetel.net.do 3
Fernando
CABRERA Biografía
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ernando Cabrera, Santiago de los Caba lleros, 30 d e m a y o d e 19 6 4 , e s Poeta, ensayista, artista visual y compositor. Su nombre completo es Fernando de Jesús Reynoso Cabrera. Graduado de Ingeniería de Sistema s y Computación, y Maestría en Administración de Empresas, en la Pontif icia Universidad Católica Madre y Maestra, institución en la que, desde 1991, imparte docencia. En el 1996 rea lizó cursos de especialización en University of Kentucky. Fundó en 1984 el taller literario Héctor Incháustegui C a br a l . E nc a b e z ó d e s d e s u fundación en 1985 al Colectivo de Artistas de Santiago. Fundó
La Familia en Graduación de Fernando José
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y dirige el Festival Internacional Arte Vivo. Ha sido Presidente de Casa de Arte, Inc. en varios períodos. Actua lmente es miembro del Consejo Nacional de Cultura y de la Casa del Escritor Dominic a no. C olaborador f r e c u e nt e d e p u b l i c a c i o n e s especializadas en arte y literatura, como: revista Vetas, País de Letras, secciones Biblioteca y Ventana, del Listín Diario; Suplemento C oloqu io, E l Sig lo; pá g i na s culturales de La información. Desde 1995 hasta su desaparición fue responsable del contenido literario del Suplemento Cultural del periódico El Caribe. Entre los galardones recibidos por su obra literaria figuran: Premio de Poesía Casa de Teatro, 1992 por El Árbol, de Poesía Pedro Henríquez Ureña 1996 por Ángel de Seducción; Premio de Poesía UCE 2001 por Destierros, Curriculum Vitae; Premio Naciona l de Ensayos Pedro Henríquez Ureña 2008, por Utopía y posmodernidad. Poesía Finisecular Dominicana. Ferna ndo C abrera re side en Santiago junto a su esposa la destacada diseñadora gráfica Ana Svethania Gómez y sus dos hijos Demián y Fernando José Cabrera Gómez.
Fernando Cabrera, 1994
Con Carlos Fuentes, Premio Cervantes. Rodhe Island,1990
Con Danilo de los Santos, Miguel Piphs y José Mármol en la Puesta en Circulación de libro Curriculum Vitae, 2001
Con Patricia Pereyra y Luisa Rebecca, 2010
Día Fernando Cabrera Feria Internacional del Libro, 2011
Con Agripino Nuñez
En Chicago En Providence con José Mármol, José Luis Vega y Pedro Granados
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POESÍA • Planos del Ocio, Ediciones Litost, Editora Corripio, Santo Domingo, 1990. • El Árbol, (español-inglés), Editora Taller, Santo Domingo, 1992. Premio de Poesía Casa de Teatro 1992. • Ángel de Seducción, (español-inglés)Talleres Universidad Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo, 1996. Premio de Poesía Pedro Henríquez Ureña 1996. • Obras 1990-96 (Colección Fin de Siglo, Talleres del Consejo Presidencial de Cultura) • Destierros /Curriculum Vitae, Editora De Colores, Santo Domingo, 2001. Premio de Poesía UCE 2001. ENSAYO • Imago Mundi, lecturas críticas, 2000 (Colección Fin de Siglo, Talleres Consejo Presidencial de Cultura) • Utopía y posmodernidad. Poesía Finisecular Dominicana, 2008, Colección Egro de Literatura Dominicana Contemporánea, Editora Búho, 2008. Premio Nacional de Ensayo PHU 2008. ANTOLOGÍAS • Poetas Dominicanos (Voces con un merengue al fondo), Monográfico publicado por la Revista Blanco Móvil No. 110, México, Primer Trimestre 2009.
Bibliografía Pasiva: Creaciones de Fernando Cabrera y escritos sobre su obra han sido incluidas en una gran cantidad de antologías, entre las que figuran: • Este lado del país llamado el norte de, Danilo De los Santos y Carlos Fernández-Rocha; Ediciones de la Secretaria de Estado de Cultura, 1998. • Colección Fin de Siglo de Fernando Cabrera, Volumen Obras 1990-96, Santo Domingo 2000, incluye trabajos sobre la obra del autor de José Enrique García, José Mármol y Bruno Rosario Candelier. • Fascicolo monografico sulla letteratura dominicana 2000; Danilo Manera, revista L’immaginazione, n. 162, novembre 1999. • Miroirs de la Caraibe Antología de 12 poetas dominicanos realizada por la editorial francesa Le temps de Cerises, 2000, Délia Blanco y Juliette Combes. • Antología Mayor de la Literatura Dominicana (Siglos XIX - XX), Prosa II, Editora Corripio, 2000, de José Alcántara Almánzar. • Juego de Imágenes, la nueva poesía dominicana, (Santo Domingo: Isla Negra/ Hojarasca), 2001 de Frank Martínez y Néstor Torres. • Los Nuevos Caníbales, Antología de la más reciente poesía del Caribe hispano, Ediciones Unión, Vol. II, 2003 de Pedro Antonio Valdez. • Las Pelucas Delirantes, la poesía de la Generación 80 dominicana, Sociedad Internacional de Escritores, USA, 2006 de José Alejandro Peña. • Bibliografía de la Literatura Dominicana, 1993, de Cándido Gerón. • Diccionario de autores dominicanos 1492-1994. 2da. ed. Santo Domingo: Editora Colorscan, 1994. • Diccionario de la Literatura Dominicana, Santo Domingo, de Franklin Gutiérrez, Editora Búho, 2004. • La ciudad en nosotros, Antología, [La ciudad en la poesía dominicana], Soledad Álvarez, 2008. • Palabras de un poeta al desnudo, Danilo de los Santos, (Catálogo exposición pictórica individual Curriculum, Casa de Teatro, 23 de abril 2003, • El placer de lo nimio, Editorial Letra Gráfica, 2004, de José Mármol., Las pestes del lenguaje y otros ensayos, Editorial Letra Gráfica, 2004. José Mármol.
OTROS • Santiago de los caballeros, Visiones y latidos de la ciudad corazón. Retrato de Santiago en textos y fotografías. Edición y prólogo. 2012, Ministerio de Cultura. • La Información, Cien Años de Historia 1915-2015, Fernando Cabrera y Danilo de los Santos. 2015.
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Ensayo
O La Recuperación del Yo
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or muchas razones enero es un espacio temporal distinto, su esencia sugiere lo que es primero y quizás por eso en su regazo tantos individuos se replantean la vida y f ija n cada a ño sus expectativas, sus metas más caras, quizás por eso otros tantos, en su mayoría citadinos y burócrata s a horario completo, deciden h a c er u n apa r te dent ro del agobiante ritmo de su cotidianidad para recuperar algo del espíritu nómada ancestral y se enfrascan en la búsqueda de aventuras. De estos últimos, el gesto heroico más socorrido es la conquista d e l p a i s aje mont a ño s o, siendo los más empinados y difíciles, los que más llaman a la atención. El ángel de seducción y rey de pedestres nostalgias será por antonomasia, entonces, el Pico Duarte, con sus 3,175 metros por encima del nivel del mar, en una Cordillera Central que parte, como corazón, en mitades la isla; erigiéndose vigía natural de los valles más hermosos que ojos humanos han visto, enarbolando una primacía antillana, tan inmensa como ingenua. Revista de Arte y Literatura
Fernando Cabrera
Poeta y Escritor Dominicano
silvestres y el recelo de puercos cimarrones. Cientos de improvisados Robinson Crusoe, buscan la intimidad que brinda el rocío en los árboles, el rayo de luz en la escarcha, el agua en la roca, y las lágrimas del vértigo que nace del asombro en el cielo. Los hijos del smog y el stress toman por asalto esta tierra prometida, a sabiendas de que en sus entrañas se encuentran las minas de sabiduría del rey Salomón y los secretos de alquimia para la juventud eterna. Como se aprecia, al abandonar la sordidez del asfalto y el concreto de las paredes, de repente se resarce la identidad fluvial del sueño, la utopía de En enero, cuando menos llueve en esos ser; se ve y se siente todo líquido, pues ermitaños parajes de pioneras fábulas, nuestros modernos exploradores y cuerpo y mente se empapan de real amazonas, pertrechados de utensilios vitalidad, en una suerte de entrega rudimentarios, contadas viandas que no concibe el egoísmo. Al pico (víveres y especias enlatadas), así como Duarte nunca nombre mejor puesto, de confitería para endulzar el polvo, se no llega la fiebre del oro, el afán de lanzan con un atrevimiento rayante lucro desmedido, tampoco el puñal en la locura a recobrar la esencia de artero que prepara los peldaños para la naturaleza virgen, el aire puro, los el ascenso social. Por esta vez, la mil caminos de arcilla y sol definidos cima es un bien por demás conocido, como a r teria s entre empinada s compartido y amado: el marmóreo cuestas y tupida vegetación, entre el rostro del prócer y una tricolor canto dicharachero de las cotorras bandera como patria. 7
En esta peculiar odisea hasta las alturas, que también es, en aparente paradoja, hacia el interior de nosotros mismos, actúa como ente unificador el frío, el cansancio de las grandes caminatas, el calor del fuego en las cocinas de tablas y en las fogatas donde los cuerpos se reúnen y se buscan, la camaradería que impulsa el instinto de supervivencia, al son de relatos de ciguapas y desaparecidos en boca de guardias forestales y guías de rutas y reatas de mansas bestias. Esos hombres nobles y rudos que pasan sus días entre bucólicas faenas, tal vez por el ocio creativo y las verdades sencillas que la soledad prolongada encierra, desarrollan, igual que los marineros, un espíritu dispuesto para el buen ron y la fantasía; de ahí que
no ha de extrañar la fascinación que siembran en los que por necesidad hemos extraviado las creencias y la esperanza. Así como las tribus primitivas de c a si toda s la s civiliz aciones incluían entre las pruebas a superar p or su s g uer reros en e t apa de formación, el enfrentamiento de las fuerzas de la naturaleza (la real y la creada a partir de la propia i m a g i n a c ión), c omo f or m a de templar anatomías y voluntades, estas voluntarias excursiones a la vastedad del silencio engendran la plenitud de un diálogo interior, donde los protagonistas se ven reflejados tanto en la bóveda celeste, en el titilar sugerente de sus astros, en la canción que silba el viento entre el follaje, en
las mariposas que se desdibujan en las fuentes de aguas cristalinas que a poco confluyen para definir grandes caudales de vida. Es aquí en medio de esta e s t i r p e de pu r a t r a s c endenc i a donde f luyen, como en secuencia de imágenes de un especia l cinematógrafo, los eventos más radicales de nuestra historia personal, los olores y sabores que se han hecho ma ncha s indeleble s en nue stra memoria, las preguntas sin respuestas repetidas mil veces y otras tantas olvidadas; es donde se hace posible vislumbrar puertas prometedoras de terrenal felicidad. Cuán grato resulta recuperar en detalle a ese extraño íntimo que somos..
Fernando Cabrera (1964) José Alcántara Almánzar
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Escritor dominicano
n él se combinan la creatividad del poeta, el rigor del ensayista y crítico litera rio, con la ef iciencia del profesional actualizado en pleno dominio de sus conocimientos técnicos. Nacido en Santiago de los Caballeros, el 30 de mayo de 1964, se gradúo de Ingeniería de Sistemas y Computación en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, y luego realizó una maestría en Administración de Empresas. Inquieto, trabajador
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y estudioso, su labor abarca la docencia, el periodismo literario y la animación cultural a través de talleres literarios y centros de arte, sobre todo el Colectivo de Artistas de Santiago y la Casa de Arte. Ganador del Premio de Poesía Casa de Teatro de 1992, y del Premio de Poesía “Pedro Henríquez Ureña” en 1996, constituye una de las voces más vigorosas de las nuevas promociones de escritores de nuestro país, con una poesía que revela conciencia de oficio, apertura
estética y sagacidad en el empleo de recursos estructurales y lingüísticos. Además de su obra poética, con la que ha logrado un espacio propio muy merecido, viene realizando desde hace años una importante labor critica en suplementos culturales, mediante comentarios sobre literatura y temas variados que ha reunido bajo el título Imago mundi, en la edición de sus obras publicadas por el Consejo Presidencial de Cultura.
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Poesía
Poemas bélicos y nuevos Cotidianidad Ah cotidianidad de sicóticos, cortesanos desventurados, menesterosos fútiles, chicas neón y Pedro Navajas; de marionetas aprendiendo el abecé de la maldad; de infantes pariendo oscuridades y extremistas disparando plomo incendiario a las anatomías de vicarios y faraones ; de mediocres defecando sequías e inviernos perpetuos, degradando progresivamente las esencias originales —óleo en metano, carbono en plástico—; convirtiendo en cementerios marinos y en urbanos cementerios, los predios aún vírgenes del planeta. Latencia ¡Oh, sorda latencia! Nadie interpreta los latidos del Asia profunda; nadie lee sus pancartas atiborradas de milenarios signos; nadie toma en serio la amenaza del tigre de eliminar los veintitrés y medio grados planetarios; nadie aquilata el rencor acrisolado entre las incontables arenas del desierto; nadie percibe su beligerancia innata, su lúdica devoción de muerte. Ninguno presiente, siente o resiente; ni siquiera los insomnes norteños ocupados en pronósticos de mercado. Libre Mercado — ¡Todopoderosa hipocresía en la renuncia a las ancestrales herencias como requisito indispensable para el libre comercio! Áurea fiebre desde Madagascar al Estrecho de Magallanes, desde el Himalaya a la Patagonia, desde Fort Liberté a la Sierra Maestra, desde el Amazonas a la Mesopotamia, desde el Peloponeso a las islas Fiyi, desde Singapur a la Península de Yucatán, desde Jacagua al Aconcagua… En fin, desde todos los vértices devastados, indocumentados con carencias centenarias que ambicionan destazar el fiambre preferido, asimilando secretos de negocios, compitiendo por propinas, atestando las avenidas con sedanes-carabelas y, sus casas, con jeans y electrodomésticos baratos. Bolsa De Valores En Wall Street (y demás centros espiritistas) ni máscaras blanqueadas, ni ostentosas esencias de jazmín y pachulí pueden con tanta fetidez de agiotistas desarraigados de los valores del bien; ni el electrónico sintetizador disimula su operático lloro de fantasmales cocodrilos por bursátiles caídas futuras. Ni el sortilegio del oro de seiscientos sesenta y seis billones de dólares —numerología fabulosa hasta para negar a Cristo—, ni la continua subida del techo parasitario de Goliat, ha de recuperar la armonía de los añejos diapasones hechos con la madera de las casas derruidas, para devolverle confianza ciega a los amantes engañados… ¡Ah, súper usura! Revista de Arte y Literatura
Fernando Cabrera
Poeta y Escritor Dominicano
Civilizaciones En occidente, insaciable sed de ídolos. Plagas de templos y de milagreros animistas (carismáticos clérigos satelitales y agentes de bienes raíces del póstumo reino) con astucia para hacer estrellar los huracanes contra las líneas de cielo de las urbes continentales, que juegan al desasosiego de pecadores pobres y acaudalados, apostando siempre al terror de los incautos. En oriente, fanáticos radicales. Tercermundistas acorralados entre indigencia e ignorancia, dispuestos —como Judas Iscariote— a la infamia, fingiéndose otros, sembrando axiales dudas, atentando contra las buenas costumbres, consumando (con sus vidas) cábalas apocalípticas, en espera de que el azar redefina todo, acaso con mejor fortuna. Aldea Global Todos en las asambleas generales fingen. Los predadores fingen. Cuando se quitan sus sombreros y gentilmente se inclinan, fingen. Ocultan naipes de supremacía en torno al endeble equilibrio. Expectantes, rencorosos, pendulares, acechan disminuido los corsarios de siempre, los felinos septentrionales y los del sol naciente; también el dragón de las infinitas planicies (y planicies amuralladas) y sus devotos que son más que las gotas del mar; prestos todos a alzarse, al unísono, con el santo y la limosna, ante el recelo altanero de quien al fin reina solo. Estrategas ¡Increíble! Los estrategas jamás se inmutan en sus juegos de Dios, pues no se involucran en el drama que originan. Por razones de Estado, impolutos se preservan dentro de sus búnkeres de fantasías, distantes tanto de genocidas morteros, ántrax, cambios de clima, contriciones de esbirros y del sufrimiento de víctimas; como de las lágrimas que ahogan, en ambas orillas, a familias implorantes de paz — ¡paz con honor o vituperada, pero paz! —, ávidas de noticias sobre desaparecidos, que ruegan piedad para los zombis que regresan y, para muchedumbres, sepulturas dignas.
Poesía Del Libro PLANOS DEL OCIO (Fragmento)
Del Libro EL ÁRBOL (Fragmento)
Ventana Entonces nos situamos frente a una fantástica ventana y con curiosidad de siglos miramos el escenario inmenso del todo Luego nos adentramos en la ociosidad de un pueblo una ciudad hasta una calle un cuarto Develamos el secreto Allí nos infunde melancolía el pensamiento de alguien que nos mira fijamente y se nos parece De repente descubrimos que no vemos que nunca ha habido un rostro pueblo ciudad casa o cuarto que nadie absolutamente nadie hurgaba afuera
Cuarta estación Escucho cantar un poema terrible...
Afuera sólo el reflejo de la nada Quien se peina de aquel modo será mi doble perfecto con solo cambiar de gesto e invertir sus valores Podrá asistir a mis funerales y de paso recibir los pésames acostarse con mi viuda a mi novia acariciarla robarle un beso acostarse con ella en la gallera apostar a mi gallo jabao preferido posiblemente confundiendo la apuesta hacerle la guerra al vecindario con mis extravagancias acrecentarme las deudas mostrando mi cédula firmando con mi nombre y ganas quizás al firmar todavía usando mi mano siniestra Saludando a los lacónicos artistas a su manera mis amigos ignorando a los enemigos y sus querellas Podrá abrevar la puesta del crepúsculo llevarla a cuestas ocupar con idéntica pericia mi puesto en -el laberintola fábrica... Sin embargo me peino 10
La realidad asombra con matices vírgenes bajo el prisma triste de la ausencia inevitable. ¡Oh Ángel, te escucho cantar mi muerte! El libre albedrío fue sofisma e imposible siempre, y el ser, siervo atrapado en su forma o no-forma. De la rigidez o expansibilidad de su cuerpo, el ser adopta una peculiar genética, un código único para espejear o interpretar sus crisis íntimas, los túneles ajenos. Con la forma, las aptitudes: falsas las nubes; maleable, amistoso el río; amante, refugio la colina; títeres el hombre y el árbol. De la forma advienen las máscaras del vacío; del ser, sólo el vacío. Las simientes del hombre, en su dualidad, heredaron el caos como destino; eternamente voces y larvas de locura fosforescentemente tórridas, precipitándose sobre los océanos, fluyendo a través de todos los rumbos de la rosa de los vientos, hasta los equinoccios y el crepúsculo; arrastrándose entre áridas cordilleras de espinas por los siglos de los siglos. Recelando entre el cómplice follaje del árbol y de la noche. Pernoctando sus miserias en cavernas de aflicción. Abrazando mitos por consuelo. Tatuando muérdagos de sangre en sacrificios a la luna o a dioses antes ignorados. Sufriendo mil pestes de glaciares y huracanes de odio. Germinando la destrucción como sentencia definitiva. Cantando, en sombrías reiteraciones de noria, las estrofas de algún poema triste; bebiendo, espantosamente a oscuras, del enigma. Acatando las vendimias del azar, como obreros de la nada. Intercambiando genitales en orgías de canarios. Perdiéndose entre los efluvios de Baco y los arpegios de guitarras Revista de Arte y Literatura
Poesía y trompetas apocalípticas como estrellas; runruneando apáticos tras las difusas siluetas de aquellas dimensiones incongruentes, ateos o Teos según la suerte y el viento, regenteando quimeras marcadas propiedad con el esperma del olvido... Con lo siniestro, más que la bondad, hospedado en sus naturalezas de ángeles náufragos. ¿Qué esperar de un universo sin alternativas? ¿Acaso tendría que rebosar de dolor el cáliz para que fuese posible un poco de sosiego...?
Del Libro ÁNGEL DE SEDUCCIÓN (Fragmento) Yo, el de la isla Yo, el de la isla 3/4 y todo continente es isla 3/4, Después de fundar sobre duras piedras mi casa En esta frívola ciudad de nadie, Hoy huyo de mi imagen como del abismo. No soporto las mil y una interrogantes en la barbilla, Ni ese augurio agreste posado en los ojos del que se sabe ausente, Radicalmente solo, Desahuciado entre hilachas de absurdos presentes De obstinado fluir hacia el pasado. Ninguna paz se avizora a lo lejos, Ninguna esperanza hay que habite cerca. Yo, el de la isla “y toda tristeza es isla”, Tal vez deba morir para nacer de nuevo... Entra, ven, entra Entra, ven, entra. Mágica flor de luz que en el aire serpentea. ¡Persona eres!. Tu presencia seduce, llama: Lázaro, levántate. Acércate, Lázaro. No obstante, me preocupas... ¿Quién me asegura permanencia al abrir las ventanas? ¿Cómo estoy seguro de tu sombra? Mas, Entra, ven, entra... Hiere ¡Hiere mis oídos! Entona tu melodía terrible, Inyéctame desarraigo. ¡Hiere mi gusto! Deshaz en mi regazo tu equipaje De humores y amores. ¡Hiere mi olfato! Esparce a mi vera las fragancias Y el polvo de tus intimidades.
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¡Hiere mi tacto!
DESTIERROS, CURRICULUM VITAE (Fragmento)
Frótame cada ristra de piel Con tu voluptuosidad de poesía.
—¡Tic tac, tic tac...!—
¡Hiere mi cerebro! Reconstrúyeme el alma Desde este mar de cenizas Y hazme templo de tu fe... Entra, mas no calles Así en la oscuridad un relumbro es áurea galaxia, Así sobre las sosegadas aguas del perfecto equilibrio una ola es inminente revolución, Así contrasta en mí tu silencio. Háblame, hazte fragancia o verbo, Obstina tu linaje de rosa, Para saberte aquí al perderte entre mis laberintos. Canta, dulce cítara de mi embeleso, Para sentirte ardiente Entre las orugas de mis raíces y mi tierra. Gime, llora, o suspira fervientemente, Deja que tus ruidos habiten lo que intuyo por eternidad, Para que te escuche mi alma, Y te escuchen todos los habitantes de mi metro cuadrado; Para que te conozca mi boca, Para saberte desafío, Para sentirte sangre. Entra, mas no calles, No sabría qué hacer contigo desnuda. Probablemente ni yo sea el hombre, Ni tú la mujer, ni este el amor; Mas, de la impotencia emerge la ingenuidad como flor necesaria. Esta era indolente precisa de cada quien un acto de inocencia, Un gesto heroico, sublime, aferrado a ideales cristalinos, Donde palpite la ternura como única alternativa. Sé en mí y seré en ti, Seamos, juntos, uno y los demás en nosotros, Como si nos quisiéramos realmente. Sembremos de luminosas semillas Nuestras ocultas biografías, Hagamos una epopeya grande, mágica, De este poema particular y simple que callamos.
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A dos pasos una mirada sola, presa del humor que habita en el hastío. De estatua mirada, como de absurdo, hilada entre los azares de un vacío sin tiempo. Mira... mira y se escarcha —cruel, la mirada que piensa—, al estallar los grillos que matan el silencio al alba; adentrándose al laberinto mil veces recorrido después del primer golpe de espejo, para esfumarse luego sobre estos dos pasos vencidos de rutina. 7:28:06 Oscura corbata, menesterosa boa, con pavorosa lentitud teje un prodigio, constriñe sus músculos con indolentes bríos sobre la cáscara frágil de mi nuez de Adán; fruto del pecado poseo una garganta condenada a frívola etiqueta, un cuello indefectiblemente social. La corbata rítmicamente se enrosca, ajusta cada palmo de su viscosa piel a cada poro de mi ordinario agonizar; desde su turbia certidumbre de poder toma mi ser y género adoloridos, me excita a través de sus accidentes de bestia en tanto al amanecer me arroja. 7:58:12 Cada minuto: verdugo fiero, de ahí que el ser, aún cuando acuda absolutamente puntual, siempre llega tarde, y sin remedios, a sus encrucijadas vitales. 8:05:59 Agonía trae el rumor de las máquinas donde se destroza la ilusión en perpetuo afán, congelada queda la existencia entre las dimensiones y formas definidas, entre el deber impostergable y las cicatrices nacidas desde adentro, del reprimido impulso de amarme libre sobre las dimensiones, salvaje, ermitaño; a horcajadas siempre, por naturaleza, sobre un ave de paso, prestándole resortes a palabras de cera, subyugando cada imagen ideal de mundo. Mas,demencia es ambicionar el vértigo
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Poeta y Escritor Dominicano
TRAS UN ASESINATO MÚLTIPLE, EVIDENCIAS DE NUESTRAS POÉTICAS
El asesino de las lluvias, octava novela de Manuel Salvador Gautier, de calidad y aceptación validada por dos ediciones locales y una edición traducida al italiano, es una novela de tesis en cuanto sobre l a a c ción a r g u ment a l pro c u r a plasmar los conceptos y aspiraciones formales (en f in, la preceptiva) del movimiento literario que el autor profesa, el Interiorismo. Ciertamente procura mantenerse fiel a las aristas semánticas: místicas, míticas y metafísicas que como Revista de Arte y Literatura
canon estético sus teóricos proponen —principalmente Bruno Rosario Candelier—, en tanto derroteros indispensables para expresar con propiedad la actualidad. Notorios y a fortunados son los recursos t r a n ste x t u a le s ut i l i z a dos por el novelista para sustanciar las historias que cuenta (verbigracia: referentes a autores e inclusiones, tipo collage, de textos teóricos y creativos) principalmente de poetas, que los cultores del Ateneo Insular han tomado como paradigmas, a saber: Reiner María Rielke, Paul Valery, Arthur Rimbaud, Vicente Huidobro y, con mención especial, el
poeta chino Liu Yuxi, de la dinastía Wang, cuya poesía es referida como extraordinaria por su transparencia, sencillez y, al mismo tiempo, hondo significado. Gaut ier, med ia nte recu rsos de flashback y flashfoward —esto es, narraciones desde un pasado inmerso en los avatares de la tiranía trujillista y proyecciones futuras llenas de chicas universitarias alegres, prostituidas, en fin de “chicas beepers”—, nos sitúa en la dinámica de un álgido presente progresivo que se desplaza entre dos planos existenciales contrapuestos: de civilización y barbarie; habilidad artesanal y conocimiento de la lengua
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Crítica Literaria
EL ASESINO DE LAS LLUVIAS
ha demandado conciliar intereses expositivos tan diversos. Por un lado deja fluir lo biográfico, el reto de lo cotidiano condimentado por el morbo y la truculencia dramática machista tan del gusto popular; mientras, concomitantemente, apuesta, desde la narrativa, por encima de la simple exposición de hechos, a plantearnos una historiografía e incluso una poét ic a . Reg u la rmente pa ra el novelista basta la historia y para el poeta resulta imprescindible un ideario; en esta obra, sin embargo, el autor con desparpajo procura de manera ambiciosa ambos propósitos, dilucidando en el corpus de la obra incluso la dificultad de asumir ambos roles: “Quisiera que esta fuera una historia de amor, del amor de un Poeta por la Poesía. En vez, es una historia de celos descontrolados, desdichas padecidas, afanes desbordados y ansiedades enclaustradas” (Pág. 63) Desde el título del primer capítulo “Cómo ser la verdad y no existir” (el cual parafraseo para claridad: “cómo puede ser verdadero lo que no existe”) el autor nos enfrenta a una contradicción usualmente insalvable, toda vez que verdad y existencia constituyen un binario filosófico irreductible, ya que una instancia implica necesariamente a la otra, cual nos hace olfatear axiomáticamente Descartes “Pienso, luego, existo”. Empero, el ámbito en el que la narración nos sumerge no es el de la filosofía; al contrario, lejos de toda lógica, Gautier nos obliga a participar de u na e xperiencia tot a l mente desestructurada y misteriosa, onírica. Pa r t iendo de sde la ingenu id ad infantil, de la fantasía de la primera idealización romántica, prontamente nos hace testigos del desengaño primigenio que, accidentalmente, impele a l prot a gonist a , Serg io Echenique, a otra iluminación más 14
determinante y auténtica que el amor romántico: la revelación inequívoca de la vocación verdadera, la de ser poeta y, con ello, la vinculación temprana de la propia existencia con la misión definitiva de acceder a niveles de comprensión y expresión superiores de la realidad mundana, en f unción de otra rea lidad, la que los Interioristas denominan “trascendente”. Así tenemos de entrada al imberbe, víctima de los ardides del travieso Cupido, encandilado por el polvillo de pomarrosa, mitológica f lor de la inmortalidad, en trance de médium con una meta física deidad que le exige consumar el ayuntamiento: “Disuélvete en mí, no tengas miedo: la vida soy yo y la muerte eres tú” (pág. 18). Hay en esta premisa de iniciación una referencia a la concepción clásica, ancestral, del poeta como un ser dotado de condiciones especiales para desentrañar los misterios de la vida y de la muerte, que nos remonta a los arúspices, a los profetas, en tanto que toda revelación, como la narrada en el primer capítulo, supone una relación de primer orden con un ente divino que en un elegido se confiesa o confía. La f lor estimulante, el alucinógeno accidental que lleva al niño a la poesía, para la mente llana del vaquero de nombre Santico (que, verbigracia, lo ha privado del amor de Lili) contiene un veneno que lleva al infierno que, sin embargo, para el iluminado, deviene en la sangre contenida por el Santo Grial, en un portal privilegiado hacia lo eterno, capaz de convertir a cualquiera, en el sentir de Huidobro, en pequeño dios capaz de engendrar, con su estímulo: “otra realidad con las palabras y da sentido a lo absurdo de la vida y a lo inefable de la inmensidad cósmica” (Pág. 19). Obviamente,
dado que desde el siglo pasado las vanguardias obligan a un nombre para los innovaciones (aun pírricas e imposibles), la revelación recibida por el protagonista en su infancia, también procura una denominación fundante: Mosmos, vocablo que a falta de otras pistas, obliga a la simple asociación parónima, haciéndonos apostar a que acaso sea una derivación de “cosmos”, lo que concuerda, por demás, con la aspiración holística, con la pluralidad (“multivocidad”, diría Candelier) que posteriormente el poeta-protagonista a socia con su re velación. Otra acepción posible, relacionada fonética y semánticamente, aunque un poco más lejana, es “magma”, por aquello de alimento —esta vez estético— caído del cielo. E n e l s e g u ndo c a pít u lo “Cómo matar un sentimiento y quedar contento”, toma cuerpo el asedio que la cotidianidad descarnada ejerce sobre un Sergio Echenique ya adulto. El autor no escatima esfuerzos en situar al personaje en su inadecuación familiar y social —tan común no obstante lo satírico, a la de nuestros poetas criollos reales—, al insistir, en medio de limitaciones materiales severas, tras la utopía económ ic a mente improduct iva de contemplar permanentemente “e l m u n d o d e s d e u n a v i s i ó n poética” (Pág. 33). Escudado en su predestinación poética, como criollo aristócrata este personaje actúa cual si fuese merecedor incluso del sacrificio ajeno, cual confiesa: “Del mundo exterior solo logré compenetrarme con sus comodidades” (Pág. 33). El perfil de Echenique no puede ser más desbastador e incisivamente alegórico de nuestra fauna-f lorida literaria; encarna al escritor idealista acostillado: “Sé que muchos me consideran un caso perdido, un modelo de ‘vividor’ para imitar Revista de Arte y Literatura
conveniencias./…/ La fortuna de mi tía Eutimia la administraba Claudia./…/ En def initiva, creo que mi tía Eutimia me escogió de administrador solo para ayudarme económicamente, evitando darme a ent e nd er que me m a nten í a” (Pág. 35); es el tunante a tiempo completo que, no obstante evitar el trabajo bienhechor, parasitando sobre el sudor de su mujer (obligada, por el rancio entorno patriarcal, a suplantarlo en su rol primario de proveedor del hogar), tiene el tupé de aventurarse: “ a dar unas vueltas ‘por ahí’ en busca de alguna aventura fácil con alguna mujer liviana (prostituta o sirvienta de la calle, cualquiera de las dos me da igual, con tal de satisfacer mi apetencia sexual” (Pág. 34). Es el intelectual mediocre capaz de prestarse a componendas, con tal de acceder al propio reconocimiento: “los premios ya estaban dados y los miembros del jurado solo tenían que firmar el acta de premiación” (Pág. 93). Esta afirmación última se hace en la novela en contexto de la tiranía, pero constituye rumor socorrido con vehemencia en la actualidad con relación a los galardones otorgados por el Estado, bajo el alegato que sobre la calidad literaria aún pesan circunstancias extraliterarias. Estamos, pues, frente a un antihéroe, y la pregunta urge: ¿cómo un sujeto esencialmente vil puede ser percibido como el elegido, como el receptor de verdades nuevas y positivas para la sociedad, esta vez a través del género que precisamente sublimiza p e n s a m i e nt o s y s e nt i m i e nt o s humanos? Alguien ingenuamente defenderá que del carbón surge el diamante, sin embargo, afirmar esto ya en el plano de lo simbólico tiene sus dificultades, puesto que se trata de alimentar la espiritualidad desde la iniquidad parasitaria, en el Revista de Arte y Literatura
caso de marras desde la inmoralidad libidinosa. Evidentemente el fin de la poesía ha de ser la belleza, en tanto arte, a través del el lenguaje; y esto no necesariamente implica verd a d n i é t ic a ; de he c ho, en muchas circunstancias la poesía afortunadamente luce amoral, en función de que sitúa los juegos del lenguaje, de las palabras, por encima incluso de sus significados primeros, en tanto los utiliza para inducir perspectivas inéditas. Pero en esta ocasión se trata de que Sergio Echenique es desleal incluso con su vocación revelada y su propósito de dedicarse oficiosamente al quehacer poético, hecho constatable en su pírrica producción de apenas un poemario, mediocre por demás, en cerca de setenta años de vida. La cacofonía evidente entre el predicador y su mensaje impregnado de “la verdad suprema de la Poesía”, la resuelve el narrador con la creación de un a lter ego mitif ic ado, un personaje diametralmente opuesto al protagonista ruin: Vinicio Acosta, también poeta: “No era su otro yo [yo pienso que sí], más bien su antítesis, pero tenía las actitudes que él debía desarrollar: la pureza en sus sentimientos, la convicción en su propia valía, la seguridad y el arrastre en sus convicciones” (Pág. 115). El conf licto entre el personaje principal y su otredad, su complemento, es evidente desde el principio; empezando por el apelativo despectivo con que Sergio Echenique insistentemente lo refiere: “El negro”, procurando descalificarlo, desde su propia insignificancia y resentimiento, a partir de los antivalores de racismo otrora socialmente arraigados. Este nombrar accidentado, sin embargo, deriva después en una sinonimia para nada peyorativa: “Moreno”, en tanto, luce mecanismo transtextual para
fijar adhesiones a un poeta altamente valorado por todos: Moreno Jimenes, o mejor: Domingo Moreno Jimenes, padre del Postumismo; lo dicho encuentra eco en la evaluación dual que Echenique hace de la obra de Acosta: “Sus versos son axiomas, tienen las características de un post postumismo, antes de que hubiese p o s t u m i smo. E n de f i n it iv a e s una poesía imposible.” (Pág. 101) Evidentemente, Echenique está proyectando en su otro aquello en lo que él íntimamente cree, ya que los preceptos de sus formulación “mó sm ic a” re c up er a n en g r a n medida el legado postumista en tanto corriente estética de hondura de pensamiento sustentada sobre la llaneza expresiva, como la celebrada en el referido poeta chino: “Yo soy el poeta que usted quiere ser” (Ibíd.), le dice Acosta “el negro” a Echenique, el pervertido. Concomita ntemente a la definición del plano simbólico, el de la poética, en este segundo capítulo afloran las circunstancias que dan sentido y continuidad al plano de la historia ordinaria. Aparecen en el entorno doméstico dos personajes jóvene s , v it a le s , a g re s te s , que alcanzarán axial importancia para el desenlace argumental trágico: Roque y Silvina, ambos responsables de los que h ac ere s de l hog a r y catalizadores, como veremos, de las pasiones prohibidas de los esposos que degeneran a la postre en violencia doméstica extrema. De los dos, Silvina, cibaeña con todos los encantos imaginable (personaje salvado de una depuración de la tetralogía de novelas heroicas), tendrá mayor peso especifico, puesto que también ha de entrar con igual determinación en el plano especulativo, creativo, del protagonista; Con Silvina, al igual que antes con Lili, el protagonista 15
nuevamente confunde el llamado de Eros con la iluminación poética. En la postrimería de su vida, agotado sobre la propia nulidad escritural, sobre su obstrucción para concebir el poema a la altura de su propia aspiración teórica, Echenique se obstina erróneamente en buscar en lo epidérmico, en el ardor de la carne joven, el detonante, el “viagra” para que su inspiración derramada en lluvias emocionales finalmente fertilice las páginas en blanco con versos “mósmicos”, cual se percibe en su conmovedora confesión: “Un ser despreciable; un poeta mediocre; un miserable que idealiza una mujer (una jovencita, más bien) para inspirarse y solo siente deseo de poseerla se x u a l mente” ( Pá g. 75). En el devenir argumental poca inspiración aporta la musa que no desemboque en los avatares tragicómicos del romance, en la ensoñación egoísta de quien, como Echenique, vive de spreocupado del mu ndo. En definitiva, lo que se aprecia en el poeta envejecido (o mejor, en el viejo verde, en el intelectual “viejebo”) es la preeminencia del placer inmaterial sobre lo estético contemplativo. Con Silvina el estro de Echenique continua retraído, relegado por el simple deleite instintivo, primario, animal, del orgasmo posible. En algo Silvina ciertamente encarna la Poesía, ambas comparten dotes de putas: una, beldad libidinosa; y la otra, en tanto verdad estética, pertenencia de todos. Un recu rso na rrat ivo interesante, que complementa el engranaje de planos de la novela, es la referencia que, desde el futuro, un amigo poeta, Apolinar, hace a terceras personas interesadas en conocer los detalles del devenir trágico de Sergio Echenique. Estos breves diálogos
permiten ahondar en retrospectiva, desde la lejanía, aspectos atinentes a la socialización de las ideas del poeta fracasado, y en ellas las de tantas poéticas ma logradas de nuestra realidad que ya ni siquiera la historia literaria recoge: “…Sergio Echenique no está. ¿Por qué no se acepta su teoría y no se conoce su poesía? ¿Qué pasó con el poeta Sergio Echenique que a nadie le interesa, realmente?/ —Usted conoce el ritual indígena por medio del cual el victimario se nutre de las cualidades de sus víctima?” (Pág. 80). Las afirmaciones que en estas conversaciones entre desconocidos y el amigo del escritor, resultan de claridad meridiana aplicable sin apuros al canibalismo que en la realidad de la poesía dominicana acontece; aparecen verdades como templo explicativas de los síndromes de Sísifo y de Penélope propios de la dinámica artera existente entre nuestros poetas, que impide incluso la consolidación internacional de la que es, sin dudas, una de las principales vetas poéticas de Hispanoamérica: “Sergio siempre tendía a disminuir la obra de los demás, considerándose el mejor, el teórico supremo, el creador de una nueva visión universal del hombre. Si los poemas no seguían el plantea miento que decía, no servían. Había que ser ‘mósmico’ o nada. Es un problema que tenemos la mayoría de los intelectua les. Nos convencemos de que nuestras creaciones son superiores a la de los otros y nos empecinamos en que lo reconozcan así” (Pág. 102) En igual tesitura, resulta paradigmática —en tanto ejemplifica a la perfección las tensiones por las pasiones encontradas que se gestan regularmente en las tertulias entre poetas dominicanos—, la critica visceral y desmesurada que
hace Sergio Echenique, nuestro mediocre poeta, a una lectura que hace Franklin Mieses Burgos, voz esencial de nuestra poesía, de su extraordinario poema “Monólogo del hombre interior”, del cual por no ser “mósmico” con atrevimiento necio dice: “En este poema no se ha creado nada /…/ tan solo se han organizado nuevas relaciones entre los elementos ya establecidos. Más, ¿son realmente nuevas? ¿Qué tiene de nuevo proponer que la deidad nos da la espalda?” (Pág. 106). El poeta de ficción, igual que los de carne y huesos, concibe como original y valiosa solo su propia propuesta de “acoplamiento imperecedero de la psique del hombre con el universo y su misterio”, esto es, su concepción “mósmica”. Lo cierto es que ni el “mosmos” ni otra tendencia o escuela criolla actual, real o fictiva, puede objetivamente hacer alarde de primogenituras o exclusividades —por demás innecesarias, cuando lo que importa es el poema— dado los vínculos evidentes e inevitables de sus conceptos fundacionales con expresiones universales o iniciadas en otras latitudes. Las tensiones acumuladas en el capítulo II (tanto por los aprestos sexuales, como por los fracasos del protagonista en su intento de acceder a l pa rna so de los consa grados) alcanzan desenlace en el capítulo III titulado “Como ser el que se quiere ser”, pero no de forma lineal. La catarsis en el plano vivencial primario no resulta de la satisfacción por la posesión del objeto del deseo, sino por su destrucción; tampoco, en el plano simbólico, es el deleite resultante de la consagración al del pensamiento iluminado, sino la desazón existencial por la pérdida paulatina de la fe. Tras la a tragedia Revista de Arte y Literatura
absurda que la irresponsable conducta de vida de Echenique provoca —el doble asesinato por celo obsesivo de Claudia (confundida con Silvina) y su amante, el jardinero Roque—, el decir de la pitonisa onírica alcance significado lapidario: “la vida soy yo y la muerte eres tú”. Silvina, como creyó el malogrado poeta, ciertamente le devuelve la “inspiración”, mas no en el contexto apetecido; su obsesión por ella le hizo abrir la caja de Pandora y lo condujo a un callejón cuya única salida honrosa fue un desahogo operático, en palabras de trascendencia oportunamente “mósmica”. Impelido por la desgracia, con el mar por horizonte (cual ya lo pautaron, entre muchos, Alfonsina Storni y Nelson Minaya) su atrofiada vocación creadora se alentó en la proximidad de la Nada, en el ayuntamiento postrero del ego y su alter ego en el Ser verdadero. En el clímax narrativo el poeta mediocre al fin se catapulta integrando su teoría con su escritura creativa al legar un “inspirado” poema de divulgación póstuma: “Yo soy el asesino de las lluvias/ el único desprendimiento de si mismo/ que desafía la verdad/ y la esperanza/ el único que sobrevive/ y que muere/ por sí solo” (Pág. 140). Reitero, Gautier en “Asesinato de las Lluvias” permanece leal a su vinculación interiorista, toda ve z que en esta obra impor ta n tanto los aspectos biográficos y los hechos concretos como —y esto con preeminencia— preocupaciones mític a s, místic a s y meta físic a s que recuperan los preceptos del movimiento referido. No obstante,
sobre su peculiaridad interiorista, el autor procura ofrecer un equilibrado recuento de las generaciones poéticas dominicanas, abarcando desde las peñas literarias que emergen en los albores de la tiranía trujillista hasta los convites poéticos finiseculares escenificados en la informalidad aromática de la Cafetera de la Calle del Conde. En este sentido, el autor con fino tacto propone, primero, un personaje arquetípico del poeta
de la existencia! ¡Me disolveré en ti como niebla que a lc a nz a la s nubes para regresar hecha lluvia, la lluvia de la inspiración, la lluvia de las palabras iluminadas que se esconden en las obscuridades de mi subconsciente!” (Pág. 65)— también parecen aludir (cuando el personaje se afana en divulgar sus ideas) a la plaga de manifiestos, promociones y tendencias literarias que en su fruición superan, en nuestro entorno, el fer vor reproductivo de la verdolaga —De hecho, superan la decena los movimientos de los que se guarda algún registro, a saber: Vedrinismo, Postumismo, Poe sía Sor prend id a, Generacione s del 48, 60 y Postguerra, Pluralismo, De la Crisis, Generación Ochenta, Contextualismo, Metapoesía y, por supuesto, Interiorismo—. Ciertamente, a través de la “Mosmos”, inevitablemente devienen inferencia s ac erc a de la s poéticas imposibles, teorías s i n p o e m a s y, l o p e o r, poemas sin poesía, que como “ l luvia s” a neg a n nuestra actualidad literaria (y quizás por esta ma nifestación estéril, el deseo de Gautier de asesinarlas a través de Echenique). Pero al mismo tiempo, paradójicamente, como consecuencia de esta diversidad y riqueza manifiestas, aparecen poetas y obras con hallazgos extraordinarios, a nivel de lo mejor de la Lengua. Evidencia feliz de lo dicho —que desdice todo instinto criminal o suicida, aún figurado— es esta importante novela que testimonia el hecho de que incluso nuestros narradores privilegian a la Poesía.
“Yo soy el asesino de las lluvias/ el único desprendimiento de si mismo/ que desafía la verdad/ y la esperanza/ el único que sobrevive/ y que muere/ por sí solo”
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criollo; y segundo, con pericia de primera mano (tanto por experiencia personal como por vidas tomadas prestadas a contertulios), hilvana las peripecias del personaje en tanto socializa sus teorías y obra. En este sentido, las “lluvias” que inicialmente, como experiencia interior, simbolizan a la Poesía —“Confío en tu sentido
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PALABRAS A
UN POETA AL DESNUDO Danilo de los Santos miembro del ADCA/AICA
H
asta donde alcanzan mis conocimientos sobre la historia del arte dominicano, ningún poeta notable, en la madurez de su voz o con osado sentimiento de la juventud, se había atrevido a fusionar eficazmente la dualidad del poeta y la del pintor; esto es conjugar pensamiento y color con el objetivo de lograr definir una obra genuina. A propósito de poesía y pintura traemos a colación dos referencias: la del vate Manuel del Cabral quien en su juventud antes que la palabra prefirió el lienzo e insistió a posteriori, cuando su poesía alcanzaba las colosales dimensiones que le inscribieron en la memoria de la literatura nacional. Esa insistencia, pese a ubicarlo en la historia de la plástica, no fue una propuesta que le situara como artista visual de valía, aparte de que esta no guarda similitud con su paradigmática poética. El otro caso lo representa Gilberto Hernández Ortega, quien siempre mostró una alucinada voz poética que no traspasó el campo de sus visualidades pictóricas, aunque publicó dos libros de versos. Estos casos nos permiten reconocer una irónica contradicción: en el primero tenemos un buen poeta y un pintor de poca monta, mientras que en el caso de Hernández Ortega
es el irremediable caso inverso: un maestro de la plástica y un poeta de los comunes. Fernando Cabrera, quizás sin proponérselo se convierte en la excepción. Su libro Destierro, Curriculum Vitae es su excusa para desvelarse doblemente lírico, doblemente autobiográfico. Están en sus lienzos las cuitas que transcienden los versos y el drama que expresan unos iconos que se me antojan denominar globalmente: apología de la piel. Como poeta, le debe respeto a la palabra, por eso, es su piel la cobija única de sus huesos y sentimientos. Su exposición primera le vale para calificarlo de atrevido. No sólo explora un campo un tanto ajeno (pese a que sus amigos íntimos conocíamos que una de sus pasiones es la pintura), sino que lo hace con la arquitectura de su cuerpo. Cabrera conceptualiza sus versos en una grafía evocadora de la cotidianidad. Los temores taciturnos que nos hacen tropezar con la rutina, frente al espejo, en el auto, escondido tras un escritorio como péndulo colgado de una ventana, en fin, son sus cuadros un canto a ese paso diario al afán. Nos sorprenden sus pinturas la sobriedad de la paleta, el vivido calor de los colores del entorno y él, el mismo poeta, Revista de Arte y Literatura
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visto desde diferentes ángulos, acosado por un visor que le sustrae de otros rostros para que sea él, y no otro, el que nos diga: la costumbre nombrar el espacio de cada cosa. Fernando Cabrera se desnuda y lo hace sin narcisismo, ni eroticidad; se desnuda de diversas maneras. Como cuerpo que ofrece la carne trémula y como individualidad oprimida por la rutina, como esclavo de la ineludible faena y como un hedonista en el abandono. Es un Adán sin Eva, que va penetrando en un paraíso realmente urbano, en donde vislumbra una Eva que se trasmuta en una metáfora que es cuerpo, seno, útero, falo y construcción nunca asexuada, si calamos una doble lectura. En el poemario siempre ronda el desamor, en esta dirección canta:”¿Quién, para mi soledad, un ángel?/ - !Ah! preocupación vana/ siempre se está sólo en la estrechez de la carne...” El hacer pictórico de Fernando
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Cabrera no es nada nuevo, y no nos referimos a sus críticas sobre plástica, sino más bien a una etapa inicial en que los pinceles, eran instrumentados, empero le asedió la poesía, esta lo sedujo a él y a su voz, que repentinamente vuelve como discurso visual y paralelo: ¿Son sus iconos circunstanciales o un punto departida?... Lo cierto es que ahora Fernando Cabrera necesitaba desgarrarse por entero, mostrar su arquitectura corporal, en su estatura, masa, en gritos desplegados hacia la libertad. Se trata de una obra documentada en el sujeto, que es él mismo, remarcándose como eje temático sin precedentes alguno en la plástica nacional; es decir, reconocemos que por primera vez un autor se hace objeto de su propio discurso, por demás expresionista, emocional y pictóricamente expresionista, como los versos que condensan su discurso: “Quizás bajo este signo/-reo de mí y sin tiempo-, me redimiré.”
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Fernando Cabrera, José Mármol
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ernando Cabrera (Santiago, 1964) se nos reveló primero como poeta, dándonos a conocer en 1990 su libro Planos del ocio (Ediciones Litost, Editora Corripio). Tres años después se publica su segundo libro poético, El árbol (Editora Taller), con el cual obtuvo el Premio de Poesía Casa de Teatro del año 1992. Más tarde, en 1997, ve la luz su tercer poema de largo aliento, Ángel de seducción, con el cual había merecido, un año antes, el Premio de Poesía Pedro Henríquez Ureña. Al tiempo que sentaba sus reales como uno de los poetas destacados y laureados de los escritores ochentistas que empiezan a publicar en los años 90, Fernando Cabrera inicia en las páginas ya desaparecidas del suplemento cultural Artes y Letras del diario El Caribe una serie de artículos sobre arte y literatura que nos fueron revelando un ensayista provisto de una prosa despojada de ornamentos y con sobrada enjundia. Textos críticos de Cabrera enriquecen hoy día, esporádicamente, las valiosas páginas de la sección Biblioteca, dirigida por el crítico e investigador José Rafael Lantigua, en el periódico Listín Diario. C omo produc to de e sa fecunda labor reflexiva en torno a la literatura y el arte, Cabrera publicó en 1999 un volumen de ensayos titulado Imago mundi (lecturas críticas 1995-1999), que pertenece a la Colección Fin de Siglo, que creó y dirigió José Antonio Bobadilla.
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A propósito de su prosa ensayística puedo confesar, en efecto, que entre mis materiales de trabajo, en términos de lectura y escritura, se encuentra, ya invadido por mis notas y apuntes al margen, encaminados a convertirse en prólogo, el original de un ensayo crítico de Fernando Cabrera, que pronto dará a la estampa y pondrá en manos de los lectores. Se trata de una seria y aguda reflexión sobre la poesía y sus autores en los últimos treinta años, que el ensayista ha titulado Poesía finisecular dominicana. Asistimos a la entrega de un nuevo poema extenso de Fernando Cabrera, otro poemalibro que lleva por título Destierros, Curriculum Vitae, con el cual el autor obtuvo un nuevo galardón literario, en esta oportunidad, el Premio de Poesía de la Universidad Central del Este 2001.
A sistimos a la entrega de u n nuevo poema ex tenso de Fernando Cabrera, otro poema-libro que lleva por título Destierros, Curriculum Vitae, con el cual el autor obtuvo un nuevo galardón literario, en esta oportunidad, el Premio de Poesía de la Universidad Central del Este 2001.
Poeta y Escritor dominicano
Pero, encontramos en este volumen una nueva revelación, la de Fernando Cabrera como artista de la composición, la materia y el color, cualidad con la cual nuestro hombre de letras se inscribe en la trayectoria de grandes poetas y escritores con una marcada afición por el dibujo y la pintura como William Blake, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Henri Michaux o Ernesto Sabato, y de los nuestros, Manuel del Cabral, entre otros. Pasa, pues, Cabrera a la condición de artista creador con la materia prima de dos lenguajes, el de las palabras y el de la línea y el color. Interesa sobrema nera el hecho estético de que en Destierros, Curriculum Vitae el lenguaje de vocablos y el visual están articulados en forma armónica, en procura de permitir al lector y al espectador ir develando la estrategia de sentido del poema a través de las pinturas y viceversa. O bien, reforzar los parámetros de una lectura con la otra, para lograr un ejercicio inventivo que va más allá de la mera ilustración, de por sí valiosa y enriquecedora como recurso artístico y de significado. De sde el pr i mer te x to que escribí acerca de la obra poética, la primera de hecho, de Fernando Cabrera, había advertido en el la condición singular, en el marco de la vorágine generacional que nos ha caracterizado, de una escritura con ribetes cosmogónicos. Cada libro suyo encierra el inicio y el final de un solo poema de largo aliento, 21
con el cual abre y cierra un universo simbólico, un mundo de sentimientos, pensamientos y palabras, ahora también trazos y matices, que el lector podrá recrear y reinventar con cada experiencia de lectura, hasta descubrir la condición única e irrepetible del contacto con la poesía. En esta nueva obra poética y pictórica el creador traza una suerte de arqueología del tiempo contemporáneo, o posmoderno postrero, desde la aparente inmediatez y mensurabilidad de un día de labores burocráticas, una jornada de oficina, si se quiere, que empieza con el despertar de las 7:08 de la mañana, para concluir a las 18:00 de la tarde. El tiempo, si, el más radical y severo de los actos intuitivos, ese que ha consumido despiadada e inmisericordemente el pensamiento y la vida del hombre, occidental y oriental, desde Confucio, Lao Tse, Tales, Heráclito y Parménides, en días antes de Sócrates y de Cristo hasta New ton, Einstein, Mishima, Bachela rd y Hawk ing en día s má s cercanos a nuestra angustiosa existencia. El tiempo, cotidiano misterio, del cual la idea, el sonido y la palabra no son sino formas inmediatas por medio de las cuales tratamos de hurgar en su infinita duración, para consolarnos con la simple insinuación de su insondable memoria. El gran poeta japonés Matsuo Basho trató de atrapar, con brillante acierto, en una imagen poética la asombrosa duración de un día invernal, que, dicho sea al pasar, produce en nosotros una sensación de más corta extensión que un aciago y soporífero día de verano, al escribir en las breves sílabas de un haiku: “Día de invierno: sobre el caballo se hiela la sombra”. Así quedó dicho y pintado un día de frío del lejano Oriente, tal vez fáctico, tal vez sólo imaginado, en la historia de la literatura japonesa y en la posteridad. ¿A qué se debe, como inquirió Peter Handke, no lejos del influjo de Basho, en su fabuloso Ensayo sobre el día logrado (1991), el hecho de que la duración de un día y su efecto de logro o fracaso se hayan convertido, de repente, en tema o proyecto de nuestra época? Como si se tratase de 22
una respuesta, el propio poeta Cabrera nos advierte: “Cada minuto: verdugo fiero/ de ahí que el ser/ aun cuando anda absolutamente puntual,/ siempre llega tarde y sin remedios/ a sus encrucijadas vitales”. Platón define el tiempo como l a i m a g en móv i l de l a e ter n id a d . Aristóteles lo hace como acto del alma que permite apreciar la sucesión regular, el movimiento natural que fija lo anterior y lo posterior. Para Kant es forma pura de intuición sensible. Para Bergson el tiempo trata de laduración real contenida en él mismo, más como objeto de la intuición que del pensamiento. En las épocas modernas el tiempo está estrechamente ligado al trabajo como creación y como enajenación. Nietzsche establece el exceso de trabajo como uno de los vicios modernos. Fernando Cabrera parece gritar, entre paréntesis, a lomos de un verso que reza: “(Tengo el día demasiado adentro,/demasiado frío, ¡demasiado solo..!)”. Vivimos nuestro tiempo, nuestra era bajo una irreconciliable confrontación entre la cultura de la eficiencia productiva o de servicio y una cuasi perdida cultura del ocio y lo lúdico. Hay un estilo de vida, a veces insufrible, superf luo, absolutamente estéril y banal, que se ha impuesto odiosamente sobre el sentido de plenitud de la vida misma y de los días. Se trata de un modo de vivir, o tal vez de morir a plazos, que contraviene los valores esenciales de la existencia en libertad y armonía con el prójimo, la naturaleza y el espíritu. “Mi laberinto –más mi laberinto que nunca-,/ toma ausencia y silencio hasta hartarse”, escribe Cabrera con estupor. Y en otro momento de su personal y a la vez colectivo Curriculum Vitae, de su ser en el otro, el poeta se mira y nos mira aduciendo: “Jungla fluvial./ Muchedumbre/.../ Copiado instantáneo de accesorios a la moda./ Normas de productos de masivo consumo./ Mi Yo semejante a tu Yo, cuán similar a cualquiera./ .../ Egos en competencia maldita, más tendiendo a la pose que al esfuerzo real por las utopías./ Corderos de a labanza./ Carnes de sacrif icio. Náufragos de las horas...”
Desde el punto de vista de la técnica del poema y el manejo de los recursos expresivos Fernando Cabrera ha seguido fiel a la convicción según la cual lo fundamental en la obra poética es la problemática del lenguaje. Ello así, muy a pesar de los avatares e incomprensiones que contra quienes compartimos ese credo estético han promovido los tullidos del idioma y ciegos de percepción, que entre nosotros los hay en demasía. Aún más, en su pretensión estratégica y de una incólume coherencia a lo largo de su obra consistente en imprimir elevados niveles de abstracción y de densidad simbólico-estética al lenguaje ordinario, al lenguaje coloquial, esta vez, al de uso cotidiano en la autocontemplación de la vida burocrática, Cabrera colinda, sin dejar intacto a Kaf ka y gozando de su contagio, con la idea de Roberto Juarroz que dice de la poesía, que si bien es un hecho de lenguaje, es también la pretensión de ir con el lenguaje más allá del lenguaje mismo. He aquí una muestra más de infatigable oficio de uno de los no tantos poetas de nuestro país que ha asumido con honda seriedad la creación escritural. Fernando Cabrera sigue siendo, a mi ver, un poeta que escribe y publica como una expresión de su propia vitalidad espiritual y existencial, sin pretender con ello el prestigio social que otros maniáticos escribidores persiguen a muerte, para su efímera y hueca resonancia publicitaria. Y justamente como rechazo al ruido con que azuza la falsa poesía, sentencia nuestro poeta con versos resistentes: “Miro desde el umbral del ocio reciente/ pero en lo visible habita poca belleza”. Quede, pues, preser vada la poesía auténtica para quienes como Fernando Cabrera ofrendarían su más hondo y abnegado decir en pro del rescate del lenguaje poético de una estruendosa y vigente aurea mediocritas. Será él de los que han de perdurar, por contribuir a callar el lenguaje de la seudopoesía, y en su lugar, rescatar los valores estéticos capaces de hacer hablar el silencio.
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A MI PADRE JUAN ISIDRO (In Memoriam II)
Bárvara Moreno
Escritora dominicana residente en Alemania
Tiró el calendario viejo, pasadizos, desborde estirado, ¡uf! echado con descuido,“se fue muy rápido” pensó, humo, trinos, cauce hondo, telúrico hasta los bordes, llovía entonces el 4 de enero... y aunque el año apenas empieza... ¡Nos saludan ya las sombras! Chimenea monocorde, atónito su encendido, litros de estupor, desaire, y moviéndose insensibles en su hamaca, los escalofríos, devorando lo inmaculado, en abundancia... la tristeza del silencio... los buenos deseos del año nuevo todavía calientitos en nuestras manos, resonando en el aire que se aquieta: ¡Feliz año nuevo!¡ ¡Bienestar! Y sobre todo ¡Salud! Entonces, abriéndose paso... su derecho a llegar y hacerse sentir nos guste o no... ¡la horrenda noticia! ...blanco, leve, seguía subiendo el humo ininterrumpidamente... sin que nada pudiera detener su multitud oscura, insaciable, su marcha segura, paciente...insensible, ...subía y subía... todavía intacta, acostumbrada a brindar su apoyo, ahí, en su rincón de siempre...¡la máquina de escribir! mis manos o las tuyas, da igual... para sentirte más cerca, tu mirada retornando lejana y contándome mucho, su envoltura en suspenso y la expresión deshabitada, tú, componiendo, con ganas, lo sentido y lo vivido, ... seguía subiendo el humo... Revista de Arte y Literatura
dedos apagando las nostalgias del ayer perdido con sosiego, mientras, la página alba esperaba con buen tino, y sin querer influenciar los minutos y las horas enteras... tu puerto alcanzable, seguro, casi permante... “para que no se vaya a perder
con los tiempos” siento que me dices, ... el humo subía y subía... así padre somos los poetas, tú y yo, agarrado al mismo hierro de su fuerza... árbol, madre, médula y flor, y entre vocablos y suspenso, ...subía y subía... el mismo remedio secreto, desahogar, explicar, indagar, buscar, entrega alta... las palabras...tan vestidas de nada como al lanzarlas, tan vestidas de incierto como el recuerdo... acontecer de pájaros, montes, río, y del cielo azul cuando lo alborota el reino del sol con su hechizo de luz... y aunque ya era muy tarde, el humo seguía... Subía y subía...
El atracador Pascual Peña.
Ingeniero de Sistemas
La situación de nuestras calles arropadas por la delincuencia, cuya culpa recae sobre todo el sistema, políticos, justicia, comunicadores a sueldo, la pasividad y lo lúdico de la población, hipocresía, corrupción, armas, tecnología, vicios, se aborda con actualidad, inteligencia e ironía en este relato de Pascual Peña, santiaguero e ingeniero de sistemas. RM
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l anuncio en televisión decía claramente que si el atracado te entregaba el medallón especial y tú le respetabas su integridad física y sus otras pertenencias, te tocaría un premio de quince mil pesos (algunas restricciones aplican). De sde que sa l ió a l a ire, claramente se volvió el tema de los noticiarios y programas de opinión. Pocas veces antes se había visto un fenómeno tan descarado como ese y –contrario a lo que hubiera sido el desenlace vaticinado- la campaña sobrevivió; de hecho hubo momentos en que se tornó aún más extraña. Se estaba promocionando el crimen, y lo estaba haciendo el
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mismo estado. El ministro defendía su i n iciat iva c on el repe t it ivo comentario de que se trataba de un proceso científico que reproducía las mismas situaciones que se habían dado durante siglos en Europa y que lograron llevar su tasa de atracos al nivel más bajo. Su explicación, por supuesto, no bastaba, y aunque la policía conservaba todo el derecho de dispararte si te pescaba en pleno acto, el temor genera lizado era que esa inusual oferta incentivara una nueva oleada de criminalitos ya que si tomaban tu celular u otras pertenencias, apenas podrían conservar una fracción del valor ilega l de la venta en la que los intermediarios se llevarían la gran tajada, pero un premio en efectivo de quince mil pesos subía los beneficios de forma significativa. De poco va lió que la s instituciones a cargo explicaran que en uno de cada once eventos la población saldría beneficiada porque una tómbola enviaría al atracador a la cárcel por 3 años, y que a sabiendas de que al pueblo en sentido general le gustaba apostar, serían muchos los retirados del odioso oficio ya que los abogados no podrían liberarlos por falta de asistencia a los tribunales de pa r te de la s víctima s o por tecnicismos.
El tecnicismo entonces pasaba a ser la chocante oferta del estado, ya que recurría a procedimientos exactos para sus propósitos. Si el ladrón quería reclamar su premio, tenía que esperar a que se confirmara que el portador original del medallón numerado fuese confirmado vivo e intacto, lo cual dependía de un oficial médico para garantizar la confiabilidad, ya que la víctima podía mentir por diversas razones y eso podría restar a la seriedad requerida por el atracador para colaborar con el sistema como su usuario premium. Hubo comenta rista s que dijeron saber lo que en realidad se movía en el fondo y que entendían por las letras finas de esas “algunas condiciones que aplican” que el sistema probablemente buscaría reducir por medio de la alimentación en la cárcel especial la iniciativa de los huéspedes, por medio de métodos no tan radicales como los de los facistas, pero algo parecidos. Como todos los analistas verdaderamente pensantes y enterados, estos no conectaron con el pueblo y el tema quedó como la leyenda urbana de “apaciguar a los cabeza calientes por la boca”. Las reacciones no se hicieron esperar cuando algunos de estos ciudadanos prominentes dedicados a un trabajo de tan alto riesgo, Revista de Arte y Literatura
Noveles comenzaron a adquirir vehículos lujosos y a presentarse abiertamente en los lugares de moda, ya que la ley así lo permitía. Sólo tenían que no ser agarrados con las manos en la masa al momento de atracar, pero pasados 10 minutos, podían incluso ser interceptados con medallones en sus bolsillos y legalmente tenían que ser liberados y dejados en paz. Se supo de casos de policías que mataron a unos cuantos pillos para conservar sus medallones y que con el dinero que implicaba se declararon e l lo s m i smo s c r i m i n a le s p a r a aprovechar las grandes sumas de dinero que así se acumulaban. Ese fue el momento en el que el sistema quedó formalmente aceptado por todos. El tiempo transcurrió. Cuatro personas en específico habían logrado llegar a ser grandes empresarios con fortunas originadas en el novedoso programa. Comerciante uno, agro-industrial ot ro, c a mbiador de moned a y prestamista un tercero y actividades diversas incluyendo la política, un cuarto. La campaña insistía en que la sociedad debía aceptarlos de la misma manera en que los reyes de Europa tenían sus orígenes en individuos que lideraban bandas por los bosques y Revista de Arte y Literatura
q u e a hora era n admirados en las revistas sociales como nobleza pintoresc a, como el actual marqués de no se donde cuyos antepasados de siglos atrás usualmente llevaban el adjetivo “el terrible” o “el empalador” y así por el estilo. Los criminales son en esencia apostadores extremos, con el tiempo la casa se quedó con todo (excepto por esos 4 casos prominentes y decenas de casos menores que ya habían dejado el crimen porque tenían más que perder ahora que cuando se iniciaron en amenazar con arma en mano con quitar vidas para que se les diera lo que se cargaba encima). El artesano criminal prototipo (salvo las mencionadas excepciones) corrió con mala suerte. No pudo controlar su vicio y a la corta o a la
larga f u e a p a r a r a l recinto, y luego al salir tenía pocas ga na s de inventa r travesuras. Fue víctima del sistema, de uno que otro maquiavelo de esos que creen que aunque logren sus objetivos matemáticamente hacen el bien de forma extraña. También hay que decir que la tecnología jugó su parte, ya que además de las cámaras baratas, al fin se había podido implementar una red de sensores de olor parecidos a los de la nariz del oso y que alertaba más a menudo de la posición geográfica de los criminales registrados y otros conocidos que no habían adoptado el sistema y continuaban a la antigua. El atracador fue víctima de la modernidad.
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La Corista Antón Chéjov, (1860-1904) Escritor ruso. Fue una de las más señeras figuras del realismo ruso, creador del relato moderno en el que el efecto depende más del estado de ánimo y del simbolismo que del argumento. Algunos de sus mejores relatos se encuentran en su libro publicado póstumamente Los veraneantes y otros cuentos (1910). Sus biógrafos han registrado 588 novelas cortas, o relatos largos. En 1901 se casó con la actriz Olga Knipper, que había actuado en sus obras. Antón Chéjov falleció en Alemania a los 44 años.
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n cierta ocasión, cuando era más joven y hermosa y tenía mejor voz, se encontraba en la planta baja de su casa de campo con Nikolai Petróvich Kolpakov, su amante. Hacía un calor insufrible, no se podía respirar. Kolpakov acababa de comer, había tomado una botella de mal vino del Rin y se sentía de mal humor y destemplado. Estaban aburridos y esperaban que el calor cediese para ir a dar un paseo. D e pr ont o, i n e s p e r a d a m e nt e , llamaron a la puerta. Kolpakov, que estaba sin levita y en zapatillas, se puso en pie y miró interrogativamente a Pasha. —Será el cartero, o una amiga —dijo la cantante. Kolpakov no sentía reparo alguno en que le viesen las amigas de Pasha o el cartero, pero, por si acaso, cogió su ropa y se retiró a la habitación vecina.
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Pasha fue a abrir. Con gran asombro suyo, no era el cartero ni una amiga, sino una mujer desconocida, joven, hermosa, bien vestida y que, a juzgar por las apariencias, pertenecía a la clase de las decentes. La desconocida estaba pá lida y respiraba fatigosamente, como si acabase de subir una alta escalera. — ¿Qué desea? —preguntó Pasha. L a señora no contestó. Dio un paso adelante, miró alrededor y se sentó como si se sintiera cansada o indispuesta. Luego movió un largo rato sus pálidos labios, tratando de decir algo. —¿Está aquí mi marido? —preguntó por f in, levantando hacia Pasha sus grandes ojos, con los párpados enrojecidos por el llanto. —¿Qué marido? —murmuró Pasha, sintiendo que del susto se le enfriaban los pies y las manos—. ¿Qué marido? — repitió, empezando a temblar. —Mi marido… Nikolai Petróvich Kolpakov. —No… no, señora… Yo… no sé de quién me habla. Hubo unos instantes de silencio. La desconocida se pasó varías veces el pañuelo por los descoloridos labios y, para vencer el temor interno, contuvo la respiración. Pasha se encontraba ante ella inmóvil, como petrificada, y la miraba asustada y perpleja. —¿Dic e qu e no e s t á a qu í ? — preguntó la señora, ya con voz firme y
Anton Chejov
una extraña sonrisa. —Yo… no sé por quién pregunta. —Usted es una miserable, u na in fa me… — ba lbuc eó la desconocida, mirando a Pasha con odio y repugnancia—. Sí, sí… es una miserable. Celebro mucho, muchísimo, que, por fin, se lo haya podido decir. Pasha comprendió que producía una impresión pésima en aquella dama vestida de negro, de ojos coléricos y dedos blancos y finos, y sintió vergüenza de sus mejillas regordetas y coloradas, de su nariz picada de viruelas y del f lequillo siempre rebelde al peine. Se le figuró que si hubiera sido flaca, sin pintar y sin flequillo, habría podido ocultar que no era una mujer decente; entonces no le habría producido tanto miedo y vergüenza permanecer ante aquella señora desconocida y misteriosa. —¿Dónde e s t á m i m a r ido? — prosiguió la señora—. Aunque es lo mismo que esté aquí o no. Por lo demás, debo decirle que se ha descubierto un desfalco y que están buscando a Nikolai Petróvich… Lo quieren detener. ¡Para que vea lo que usted ha hecho! La señora, presa de gran agitación, dio unos pasos. Pasha la miraba perpleja: el miedo no la dejaba comprender. —Hoy mismo lo encontrarán y lo llevarán a la cárcel —siguió la señora, que dejó escapar un sollozo en que se Revista de Arte y Literatura
mezclaban el sentimiento ofendido y el despecho—. Sé quién le ha llevado ha st a e st a e spa ntosa sit u ación. ¡Miserable, i n f a me ; e s u s te d u n a criatura repugnante que se vende al primero que llega! —Los labios de la señora se contrajeron en una mueca de desprecio, y arrugó la nariz con asco. —Me veo impotente… sépalo, miserable… Me veo impotente; usted es más fuerte que yo, pero Dios, que lo ve todo, sa ldrá en defensa mía y de mis hijos ¡Dios es justo! Le pedirá cuentas de cada lágrima mía, de todas las noches sin sueño. ¡Entonces se acordará de mí! De nue vo se h i z o el silencio. La señora iba y venía por la habitación y se retorcía las manos. Pasha seguía mirándola perpleja, sin comprender, y esperaba de ella algo espantoso. —Yo, señora, no sé nada —articuló, y de pronto rompió a llorar. — ¡ M i e nt e ! — g r it ó l a s e ñor a , mirándola colérica—. Lo sé todo. Hace ya mucho que la conozco. Sé que este último mes ha venido a verla todos los días. —Sí. ¿Y qué? ¿Qué tiene eso que ver? Son muchos los que vienen, pero yo no fuerzo a nadie. Cada uno puede obrar como le parece. —¡Y yo le digo que se ha descubierto un desfalco! Se ha llevado dinero de la oficina. Ha cometido un delito por una mujer como usted. Escúcheme Revista de Arte y Literatura
—añadió la señora con tono enérgico, deteniéndose ante Pasha—: usted no puede guiarse por principio alguno. Usted sólo vive para hacer mal, ése es el fin que se propone, pero no se puede pensar que haya caído tan bajo, que no le quede un resto de sentimientos humanos. Él tiene esposa, hijos… Si lo condenan y es desterrado, mis hijos y yo moriremos de hambre… Compréndalo. Hay, sin embargo, un medio para salvarnos, nosotros y él, de la miseria y la vergüenza. Si hoy entrego los novecientos rublos, lo deja rá n tra nquilo. ¡Sólo son
novecientos rublos! —¿ A qué novecientos rublos se ref iere? — preguntó Pasha en voz baja—. Yo… yo no sé nada… No los he visto siquiera… —No le pido los nov e c i e nt o s r u blo s… Usted no tiene dinero y no quiero nada suyo. Lo que pido es otra cosa… Los hombres suelen regalar joyas a las mujeres como usted. ¡Devuélvame las que le regaló mi marido! —Señora, él no me ha regalado nada —elevó la voz Pasha, que empezaba a comprender. —¿Dónde está, pues, el dinero? Ha gastado lo suyo, lo mío y lo ajeno. ¿Dónde ha metido todo eso? E scúcheme, se lo suplico. Yo estaba irritada y le he d icho mucha s inconveniencias, pero le pido que me perdone. Usted debe de odiarme, lo sé, pero, si es capaz de sentir piedad, póngase en mi situación. Se lo suplico, devuélvame las joyas. — Hu m… — empe z ó Pa sha, encogiéndose de hombros—. Se las daría con mucho gusto, pero, que Dios me castigue si miento, no me ha regalado nada, puede creerme. Aunque tiene razón —se turbó la cantante—: en cierta ocasión me trajo dos cosas. Si quiere, se las daré… Pasha abrió un cajoncito del tocador y sacó de él una pulsera hueca de oro y un anillo de poco precio con un rubí. —Aquí tiene —dijo, entregándoselos a la señora. 27
Ésta se puso roja y su rostro tembló; se sentía ofendida. —¿Qué es lo que me da? — preguntó—. Yo no pido limosna, sino lo que no le pertenece… lo que usted, valiéndose de su situación, sacó a mi marido… a ese desgraciado sin voluntad. El jueves, cuando la vi con él en el muelle, llevaba usted unos broches y unas pulseras de gran valor. No finja, pues; no es un corderillo inocente. Es la última vez que se lo pido: ¿me da las joyas o no? —Es usted muy extraña… —dijo Pasha, que empezaba a enfadarse—. Le aseguro que su Nikolai Petróvich no me ha dado más que esta pulsera y este anillo. Lo único que traía eran pasteles. —Pasteles… —sonrió irónicamente la desconocida—. En casa los niños no tenían qué comer, y aquí traía pasteles. ¿Se niega decididamente a devolverme las joyas? Al no recibir respuesta, la señora se sentó pensativa, con la mirada perdida en el espacio. «¿Qué podría hacer ahora? —se dijo—. Si no consigo los novecientos rublos, él es hombre perdido y mis hijos y yo nos veremos en la miseria. ¿Qué hacer, matar a esta miserable o caer de rodillas ante ella?» La señora se llevó el pañuelo al rostro y rompió en llanto. —Se lo ruego —se oía a través de sus sollozos—: usted ha arruinado y perdido a mi marido, sálvelo… No se compadece de él, pero los niños… los niños… ¿Qué culpa tienen ellos? Pa sha se imaginó a unos niños pequeños en la calle y que lloraban de hambre. Ella misma rompió en sollozos. —¿Qué puedo hacer, señora? — dijo —. Usted dice que soy una miserable y que he arruinado a Nikolai Petróvich. Ante Dios le 28
aseguro que no he recibido nada de él… En nuestro coro, Motia es la única que tiene un amante rico; las demás salimos adelante como podemos. Nikolai Petróvich es un hombre culto y delicado, y yo lo recibía. Nosotras no podemos hacer otra cosa. —¡Lo que yo le pido son las joyas! ¡ D é m e l a s j o y a s ! L l o r o… m e humillo… ¡Si quiere, me pondré de rodillas! Pasha, asustada, lanzó un grito y agitó las manos. Se daba cuenta de que aquella señora pálida y hermosa, que se expresaba con tan nobles frases, como en el teatro, en efecto, era capaz de ponerse de rodillas ante ella: y eso por orgullo, movida por sus nobles sentimientos, para elevarse a sí misma y humillar a la corista. —Está bien, le daré las joyas —dijo Pasha, limpiándose los ojos—. Como quiera. Pero tenga en cuenta que no son de Nikolai Petróvich… me las regalaron otros señores. Pero si usted lo desea… Abrió el cajón superior de la cómoda; sacó de allí un broche de diamantes, una sarta de corales, varios anillos y una pulsera, que entregó a la señora. —Tome si lo desea, pero de su marido no he recibido nada. ¡Tome, hágase rica! —siguió Pasha, ofendida por la amenaza de que la señora se iba a poner de rodillas—. Y, si usted es una persona noble… su esposa legítima, haría mejor en tenerlo sujeto. Eso es lo que debía hacer. Yo no lo llamé, él mismo vino… La señora, entre las lágrimas, miró las joyas que le entregaban y dijo: —Esto no es todo… Esto no vale novecientos rublos. Pasha sacó impulsivamente de la cómoda un reloj de oro, una pitillera y unos gemelos,
y dijo, abriendo los brazos: —Es todo lo que tengo… Registre, si quiere. La señora suspiró, envolvió con manos temblorosas las joyas en un pañuelo, y sin decir una sola palabra, sin inclinar siquiera la cabeza, salió a la calle. Abriose la puerta de la habitación vecina y entró Kolpakov. Estaba pálido y sacudía nerviosamente la cabeza, como si acabase de tomar algo muy agrio. En sus ojos brillaban unas lágrimas. —¿ Q u é joy a s me h a r e g a l a do usted? —se arrojó sobre él Pasha—. ¿Cuándo lo hizo, dígame? —Joyas… ¡Qué importancia tienen la s joya s! — replicó Kolpa kov, sacudiendo la cabeza—. ¡Dios mío! Ha llorado ante ti, se ha humillado… — ¡L e preg u nto c u á ndo me ha regalado alguna joya! —gritó Pasha. —Dios mío, ella, tan honrada, tan orgullosa, tan pura… Hasta quería ponerse de rodillas ante… esta mujerzuela. ¡Y yo la he llevado hasta este extremo! ¡Lo he consentido! Se llevó las manos a la cabeza y gimió: —No, nunca me lo perdona ré. ¡Nunca! ¡Apártate de mí… canalla! —gritó con asco, haciéndose atrás y alejando de sí a Pasha con manos temblorosas—. Quería ponerse de rodillas… ¿ante quién? ¡Ante ti! ¡Oh, Dios mío! Se vistió rápidamente y con un gesto de repugnancia, tratando de mantenerse alejado de Pasha, se dirigió a la puerta y desapareció. Pasha se tumbó en la cama y rompió en sonoros sollozos. Sentía ya haberse desprendido de sus joyas, que había entregado en un arrebato, y se creía ofendida. Recordó que tres años antes un mercader la había golpeado sin razón alguna, y su llanto se hizo aún más desesperado. Revista de Arte y Literatura
Pedro Tolentino
Por . Fior D´Aliza Taveras
Un artista inspirado en las hojas de plátano
dominicano para trascender en los linderos de la universalidad? PT. Más políticas públicas y contar con más apoyo de las autoridades competentes, para que los artistas puedan trascender, sobre todo aquellos que tiene talento.
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edro Tolentino es un artista oriundo de la provincia de Puerto Plata que se ha desarrollado en la Ciudad Corazón, con una sólida presencia en exposiciones colectivas e individuales, con una trayectoria de más de 40 años en ese tipo de quehacer. Escultor, pintor y artesano, que ha descollado con su arte, inspirado en las hojas de plátano y en sus respectivas manchas, las cuales convierte en un extraordinario paisaje para el deleite de los que adquieren sus cuadros. Con esta propuesta temática amparada en un concepto ecológico, el escultor se reinventa y lo deja demostrado con su Stand en la Plaza del Artesano, en la ciudad de Santiago, escenario que le permite exhibir y comercializar sus obras, tanto a los dominicanos como a los extranjeros que concurren el centro comercial… RM- Cuál es su obra cumbre como escultor? PT- No tengo obra cumbre, porque considero que el artista nunca la llega a realizarla , ya que se mantiene trabajando. RM¿ Por qué trabaja sus obras en Revista de Arte y Literatura
R M-¿ S i f u e r a s M i n i s t r o d e Cultura, que harías por los artistas dominicanos? Los reuniría a todos en grandes talleres y de esa capacitación, se extendería el arte a todas las partes del mundo. hojas de plátano? PT- Es ese el arte que me identifica y al que me dedico por muchos años. Para trabajar en ese tipo de hojas, depende del tipo de mata, del lugar donde se siembra; todo eso varía para crear las obras, cuyas manchas producidas por los insectos son los que dan el paisaje. Con estos cuadros, se hace un reconocimiento a lo natural , a lo ecológico a los recursos que nos ofrece la madre naturaleza. Eso es lo que hago y es lo que me gusta hacer como artista.
RM-¿ Cómo te defines como artista? RM.Como un naturalista
RM- En cuáles escenarios se exhiben sus obras tanto, de pintura como de escultura? PT. Mis obras se exhiben en importantes escenarios del país y del extranjero, pero mayormente se encuentras en Alemania, España, en los Estados Unidos. Vivo del arte, pero más del aspecto educativo, que de la venta, porque el arte en sí, no es tan fácil venderlo y más en países como el nuestro.
EN PRIVADO: Un lugar: La naturaleza Un escultor: Miguel Ángel Un pintor: Miguel Ángel Ritual.. Me gusta ser respetuoso de la naturaleza De no será artista: Arquitecto Un color: Amarillo
MT ¿ Que le preocupa de la plástica dominicana? PT .Que se le dé más apoyo a los artistas del país por parte del sector oficial. R M. ¿Qué le ha fa ltado a l a rte
RM ¿ A la República Dominicana, que le hace falta? Ma s d emoc ra cia en cu anto a l a distribución de los bienes y mayor oportunidad para los artistas y los que deseen dedicarse al arte. RM¿ Que secreto se puede contar de Pedro Tolentino? PT, Soy músico y toco el clarinete muy bien, aunque prefiero tocar la flauta.
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Crónicas de Acciones
Curiosas de los enfermos de Pedro Mendoza
Los pacientes y sus ocurrencias según testimonios de su médico Por Manuel A. Ossers, Ph.D. University of Wisconsin-Whitewater
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rónicas de acciones curiosas de los enfermos (2008) por Pedro Mendoza, MD es un libro de las ocurrencias verbales y vivenciales de cua renta de sus pacientes en Santiago, República Dominicana. Muchas de las curiosidades de los pacientes son risibles aunque no es una risibilidad a carcajadas, pero sí es axiomático el intenso sentido de humor imperante en las historias. El Dr. Mendoza añade a su narrativa una dimensión socioeconómica, política y filosófica ya sea como explicación de la conducta y/o expresión humana o como moraleja de las consecuencias existenciales de los pacientes y/o sus familiares. Quizás al autor tales ocurrencias le producían carcajadas internas y hasta externas por diversos factores del lenguaje oral: tono de voz, manera de contar, ademanes, apariencia física, carisma del narrador, el propio estado de ánimo del autor en el momento, etc. Elementos estos que aunque pueden ser llevados a la página impresa, no van a surtir el efecto de la experiencia primaria de verlos, oírlos y sentirlos. Con todo, me 30
propongo, en parte, tratar de hacerme eco de estos testimonios con la osada intencionalidad de revivir, en efecto, tal vivencia primaria del Dr. Mendoza ante sus pacientes. Lo que atrae del libro no es sólo el contenido, sino también la forma pues las historias se leen como si fuesen cuentos dado el estilo literario del autor. Aunque el lenguaje popular se transmite con fidelidad, a veces, sin embargo, quizás por la distancia temporal entre los hechos y el momento en que se narran, o por hábito del escritor, no hay distinción entre la lengua de éste y la del paciente. También el autor usa el lingo de la profesión médica sin definición o explicación. Mas, la ocasional fusión expresiva y el uso de términos médicos son sólo pecadillos estilísticos que no afectan el aspecto estructural del libro ni interfieren con su flujo narrativo. La historia inicial del libro, titulada “Prefiere padecer SIDA a tener un embarazo”, se trata de un paciente de 55 años que no había tomado el medicamento recetado para el SIDA por haber malinterpretado la advertencia en el prospecto de la medicina, según se la leyó su mujer porque él no sabía leer: “No debe usarse
en caso de embarazo de menos de 12 semanas a menos que sea bajo estricta vigilancia médica…” (23). El paciente le explica al Dr. Mendoza: “¿cómo iba yo a quedar ‘preñao’ sin ser ‘pájaro’ y menos después de viejo? Además, si no estoy ‘preñao’ ¿por qué me indicó una medicina que ni las mujeres preñá la pueden beber? Es por eso por lo que no tomé nada hasta que usted me diga una cosa o la otra; si es SIDA lo que tengo o si es preñao que estoy” (Ibid). Si no fueran reales la enfermedad del paciente y la ignorancia de la pareja, este caso parecería un chiste cruel. De ahí que el autor aclare que tal confusión es “un hecho aislado” (24). Con todo, no podemos negar el humor en esta ocurrencia del paciente. La segunda historia se titula: “Tomó una broma muy en serio”. El paciente es un joven que intentó suicidarse con un yerbicida al enterarse de que su esposa había estado en un bar bebiendo y bailando con un amigo. La narrativa es un ejemplo típico del estilo literario de contar de Mendoza, pues la historia la narra en varios niveles temporales. Comienza en la Sala de Emergencia donde él forma parte del equipo médico que trata al joven suicida. Luego la historia Revista de Arte y Literatura
retrocede al pasado cuando el padre del joven le cuenta al Dr. Mendoza los hechos que culminaron con el joven en Emergencia. Pero el principio de los eventos no es del conocimiento primario del padre, sino que se lo cuenta su comadre; entrando así la historia a otro nivel temporal más alejado del presente narrativo. Se regresa al presente narrativo con la interrupción que del relato del padre hace el autor tanto para describir el estado de ánimo del padre como para referir su intento de calmarlo. Luego se vuelve a un pasado anterior al incidente en cuestión con el fin de presentar una conversación entre padre e hijo, en la cual aquél aconseja a éste que deje a su mujer. De nuevo en el presente narrativo, continúa el diálogo entre el padre y el autor acerca de la situación del hijo. Un mes después de darle de alta, el joven tiene una cita de seguimiento con el autor. Aunque todo parece bien, dos días más tarde el joven logró quitarse la vida al usar la horca esta vez. Otra técnica literaria usada por Mendoza en esta historia, y común a través del libro, es la referencia textual; apoyando así sus reflexiones filosóficas, sus inferencias sicológicas y sus nociones sociológicas y políticas. Hasta una cenestesia encontramos en su expresión en esta historia. Recordemos que la cenestesia es un recurso estilístico cuyo objetivo es “La materialización de lo que es esencialmente abstracto, inmaterial…” (Castagnino 262). En efecto, nótese, por un lado, el afán materializador en la utilización del verbo “manosear”, y por otro, en el decir de Castagnino, “la economía expresiva” (304) o la omisión de circunloquios en la siguiente exteriorización del autor: “-¿Cómo se llama tu mujer? –le pregunté sin manosear las palabras” (3 0). E s t a c olor id a y or i g i n a l cenestesia materializa el vocablo “palabras”. La tarea dual del verbo ‘manosear’ en la cita transcrita, esto Revista de Arte y Literatura
es, su valor cenestético y la economía expresiva que connota, sirve aquí de intensificador expresivo. La cenestesia, entonces, “permite a l lector una mayor visualización, sensibilidad e identificación con el texto” (Ossers Cabrera 46). …La historia “Fui invitado a comerme u na pol lit a” e s, efectivamente, sobre una invitación que la anciana madre de un paciente le hace al Dr. Mendoza a comer en la casa de ella, o así parece… Explica el autor que no es nada fuera de lo común que pacientes o familiares le expresen su agradecimiento con diferentes tipos de gratificaciones. Pero algunas pueden se atípicas e inverosímiles y por lo tanto “inesperada(s) o extraordinaria(s)” (89). La invitación de doña Emiliana cae en esta categoría, pero él no se da cuenta de ello al principio. Transcribo a continuación parte del diálogo entre ellos dos para que apreciemos la naturaleza de la gratificación que a él le espera, o, de nuevo, así parece: “-… Le guardaré algo que va a chuparse los dedos cuando lo pruebe; vaya que me lo va agradecer y yo me sentiré contenta de haberlo complacido. ¿Qué me guardará usted, doña Emiliana, tan bueno que me chuparé los dedos? -Una pollita criolla que manda madre. Le digo, mi docto, que se chupará los dedos. No tiene nada de grasa y en los últimos meses yo misma le he
echado maíz. La tengo separada para usted solito” (90). El autor describe su viaje hacia el pueblo de Hatico donde vive su anfitriona, que aunque de sólo 45 kilómetros, es sumamente incómodo en el vehículo de transportación pública que tuvo que tomar. Nótese, verbigracia, la humorada del siguiente pasaje donde el autor clasifica las nalgas según su relación con los resortes metátilicos que sobresalen de los asientos: “Si su nalga es un plato llano corre el riesgo de que el alambre sólo se detenga cuando choque contra el pantalón; si es tipo tinaja, necesitará protección contra tétanos y si es tipo baúl, guardará un eterno recuerdo del pinchazo” (91). Al llegar por fin a la casa de doña Emiliana, el narrador nos confiesa “que eso de ir tan lejos por el mero placer de comerme una pollita criolla, me tuvo intrigado todo el trayecto” (92). Pero unos minutos más tarde ya no se siente tan preocupado porque “llegó como un torbellino a mi nariz el sabroso olor de una gallina criolla guisada en leña y untada de jugo de naranja agria” (Ibid). La narración y la descripción que le si g uen a e s t a i mpre sión olfativa ilustran la habilidad singular de narrador de Pedro Mendoza, especialmente si no olvidamos que él está narrando hechos verídicos y no ficcionales. Transcribo, aunque fraccionalmente, tal trozo episódico para que apreciemos la efectividad expresiva desplegada en cada momento narrativo que paulatinamente nos lleva a l sorpresivo desenlace. La ingeniosidad de estos pasajes radica en los indicios encontrados en ellos sobre el inesperado final, pero que al mismo tiempo no parecen pistas sino simples detalles narrativos. No es hasta que nos encontramos cara a cara con el giro sorpresivo de la historia que lo que habíamos visto como aislados pormenores narrativos evidencian su papel de claves temáticas. 31
…mi anfitriona conversaba, iba a la cocina y luego entraba a su aposento, cuchicheaba a alguien que nunca le escuché hablar, y finalmente retornaba para prestarme atención… doña Emiliana está entrando a la pequeña sala procedente de la habitación… y al mirarme sonrió… Volvió a la puerta de entrada de esa habitación… hizo con su mano izquierda una subrepticia señal a alguien que estaba dentro… En segundos se volvió a mí diciendo: -Doctor Mendoza, … Pase; mire la pollita que le ofrecí. E’ lo más tierno que conseguí. Está jugosa y suave para disfrutarla como se disfruta un manjar de primera. Le dije que se iba a chupar los dedos y esa pollita está para eso y más. Traspasé el umbral de aquella puerta… para ver sentada sobre una cama… una jovencita que tenía cara, ojos, mirada y geometría de quinceañera… Llegué hasta ella y fue entonces cuando alzó la cabeza para mirar la persona que llevaba un minuto viéndola a una distancia de un metro. Me miró… Nunca he podido olvidar aquella mirada inquietante, ingenua y a la vez inquisidora. Me sentí avergonzado de estar allí… doña Emiliana… al verme de pie y… vestido, exclamó: ‘Doctor, a la buena comida no se le hace tanta chercha pa’ comérsela… Salí de aquella casa y lo siguiente que salió de mi boca fue un adiós de despedida… (92-94). Quizás las claves incluidas en esta transcripción, por ser ésta una versión resumida y por lo tanto los indicios encontrarse más cerca entre sí, hayan resultado más evidentes que en la totalidad del texto. Con todo, espero haber mostrado con esta transcripción el proceso narrativo que nos conduce de una aparente e x pe c t at iva de l a g r at i f ic ación ofrecida por doña Emiliana a la real intencionalidad de su oferta. Tal proceso constituye un logro deliciosamente creativo pues siendo el libro acerca de crónicas, el autor 32
sencillamente pudo haber aclarado desde un principio la naturaleza verdadera de la gratificación. Pero a sí su historia hubiese ca recido del interés, la expectativa, el final sorprendente, en fin, de la creatividad que la lleva al plano expresivo como si fuese un texto literario. … La última historia que deseo repasar se titula: “Por salvarle la vida se ofreció para hacerme un ‘servicio’ gratis”. El Dr. Mendoza clasifica a los médicos en tres categorías. Una: “los auténticos, tienen sentido del honor… del servicio amable…” Dos: los que “tienen una existencia sin identidad…” Tres: los “…prepotentes, intimida ntes y recha zables”. Su reflexión introductoria se concentra en el primer tipo. Baste una cita para resumir su visión del médico auténtico: “Aquellos de práctica amorosa son los que olvidándose de la catadura moral y la conducta social o posición económica del enfermo, ofrecen a éste una asistencia humana y comprensiva” (112-113). Por ese buen proceder con sus pacientes, “Es esta clase de médicos la que con mayor frecuencia recibe halagos, g r at i f ic a c ione s , ob s e qu io s… y ofrecimiento(s) de los más insólitos ser vicios…” (113). Esta clase de ofrecimiento es la razón de ser de la historia. Se trata de Mangolín, un hombre con un largo historial criminal y de violencia física que comenzó casi en su pre-adolescencia y que heredó de su padre y de su abuelo. El primero había degollado a la madre de Mangolín cuando éste tenía ocho años. Le dio al chico la cabeza de la madre envuelta en una bolsa plástica para que la pusiera en la nevera. El abuelo había asesinado a las dos mujeres con quienes tuvo hijos. “Antes de llegar a los 30, Mangolín había agredido con cuchillo, botella, navaja, punzón, garrote y piedra, a 28 personas” (118). Pasó 10 años en la cárcel por asesinato. A su vez,
él fue hospitalizado 14 veces por heridas de balas, cuchillos, machetes y otros objetos. Muy agradecido, sin embargo, del Dr. Mendoza por salvarle la vida, Mangolín le ofrece uno de esos “insólitos servicios”: Si un “tipo se ‘la debe’ por algún problema que tuvo con usted, búsqueme que yo le resuelvo eso. Ese servicio cuesta hasta diez y quince mil pesos pero a usted le sale gratis” (119-120). “–¿Y en qué consiste ese servicio, Mangolín? –Según lo que usted diga. ¿Que usted quiere que ponga al tipo a oler flore en la 30 de marzo (el cementerio)? Bueno, para allá va. ¿Que usted sólo desea que se le dé una lección? Bueno, pues se lo pongo a comer por un tubito…” (120). Sirvan estos dos ejemplos para ilustrar las opciones que Mangolín le ofrece al Dr. Mendoza. Y cada una planteada con la espontaneidad, la firmeza y el sentido irónico del humor manifestados en las dos arriba citadas. En fin, es esta historia una profunda penetración en la realidad vivencial y síquica de un individuo, por sus propios francos testimonios, que desde antes de nacer ya estaba condenado a una vida de plagada de crímenes y mutuas sangrientas agresiones. Es una historia que parece ficción por lo increíble que cuenta, pero por lo mismo es una muestra de la realidad imitando el arte. En suma, el libro Crónicas de acciones curiosas de los enfermos por Pedro Mendoza, MD es una compilación de testimonios de sus pacientes que por ser hábilmente contados y descritos en un estilo literario sin sacrificar su veracidad, nutren la narrativa con atracción, amenidad y valor humano.
Revista de Arte y Literatura
Perla Naftalí Rodríguez
Poeta Novel Abogada
Noveles
POEMAS PROMESA DE LLUVIA Promesa de lluvia De agua torrencial, Que cubrirá los montes, Hasta desbordarlos en flores, En odas y ruiseñores cantores, Promesa de lluvia De frutos vivientes, De ánimas silentes, De nuevos próceres, Que luchen valientes, De troncos boscosos de musgo verde, De esencia a campo efervescente. Promesa de lluvia De agua cristalina, Que adormecerá las rosas, Que aplacará los ríos con Vientos sopladores, De retoños soñadores, De sonrisas sin risa, Sin sonidos, sin mentiras. Que continuará los días de los envejecientes, que no olvidan ni se resignan a una vejez sin amores, Sin sal, sin mar, sin misterios, sin soles. Promesa de lluvia De agua sanadora, Y se hicieron el amor con los ojos con la mirada impávida, en Que barrerá los pueblos, aquel vagón del tren. Ella se puso de pie y él la siguió, él en De indignos acusadores, busca de ella, ella huyendo de él. El enloquecido, borracho De prejuiciosos sin juicio, De su propio capricho. por sus piernas encismado con la extraña del tren. Tres minutos bastaron para que él desesperara en deseo, ella Que encapotará los cielos se acercó junto a la salida, él se detuvo detrás de ella, tan De estrellas sin estelas, cerca que podía oler su pelo y su perfume a jazmín, su olor a Con bellas caricias, gata en celo, ella sintió su sexo y se escurrió de él al advertir De un latido de un niño recién nacido. la primera parada, así que él la siguió al bajarse más ella Promesa de lluvia desapareció como voluta de humo en la estación del metro. Que dejará la tierra tan mojada de tantas victorias, Que renacerá la llerva buena, Con amores más púberes, Más cuidados, Más dignos, Por que ya no habrá maleza, Sino más bien proezas del huerto más puro, Donde nacerá el amor a la puesta del sol. PARANOIA
Revista de Arte y Literatura
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Juan Carlos Mieses
Ju a n C a rlos Mie se s. (E l Se y bo, R D, 1947). Estudió Letras Modernas en la Universidad Toulouse Le Mirail, Francia. Entre sus publicaciones destacan: Flagellum D e i (19 85), G a i a (19 91), D e s d e l a s Islas (2001), El día de todos, (2009), Las palomas de la guerra, (2011), Caminos sobre la mar (2015).
To m a d o d e l a r e v i s t a d i g it a l [mediaisla]
C
omo he recorrido los inciertos caminos de la poesía desde mi adolescencia supongo que algunos pueden pensar que es ese un arte del que puedo hablar con propiedad o con profundidad, así que —para dejar las cosas en claro— quiero comenzar mis palabras con una confesión un poco embarazosa: yo no sé lo que es la poesía… y por eso, en los años de mi adolescencia, en cada oportunidad que tuve de acercarme a un poeta abrigué la esperanza de escucharlo revelar el secreto de su arte. El primer poeta que conocí fue Domingo Moreno Jiménez. Todavía recuerdo aquel hombre frágil, pero con una mirada tan pensativa y como luminosa que a donde quiera que volteaba la vista parecía que estaba mirando el mar.
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En esa ocasión, en vano esperé escuchar la revelación del secreto que buscaba y quedé con la impresión de que la poesía era una extraña energía que iluminaba los ojos de los poetas desde adentro. Unos días más tarde alguien me presentó a Manuel Yanes. En esa época él era ya un anciano “con ojos de cordero degollado” como él mismo se describía y disfrutaba su nombradía de poeta construyendo su propia leyenda e inventando su anecdotario, con un comportamiento que fluctuaba entre la bohemia ligera y el dadaísmo tropical. Franklin Mieses Burgos me había contado antes una anécdota sobre él que les contaré a ustedes ahora, porque supongo que a todos nos gusta una buena historia: Una vez, en una cafetería del Conde llamada Jai Alai, Yanes, en compañía de otros escritores, degustaba una soda de frambuesa, un “refresco rojo”, como él decía y que era su bebida preferida. Cuando terminó de tomar, pidió la palabra y con su voz quebrada y reseca, como quien confiesa un terrible pecado, dijo: “yo sólo me bebo el color”, luego pidió permiso, levantó el vaso a la altura de su rostro como si se dispusiera a
hacer un brindis y lo dejó caer; miró los pedazos de vidrio en el suelo y afirmó: “yo nunca había roto nada…” Yanes me dejó la sospecha, por un tiempo, de que la poesía era quizás una forma de vida. Luego disfruté el privilegio de conocer y frecuentar a algunos de nuestros grandes poetas. Todos ellos, tal vez con la excepción de Yanes, tenían la virtud del pudor, en el sentido de que no pretendían ser poetas fuera del momento en que realmente lo eran: cuando escribían, cuando sin dejar de ser ellos mismos se convertían en instrumentos de un genio interior que en cierto modo los completaba y los transformaba, por unos instantes, en creadores. Ahora bien, lo que acabo de decir me obliga a hacer otra confesión, porque yo tampoco sé lo que es ese genio interior que obliga a un ser humano a aceptar la condena perpetua de escribir poesía y de alterar, con sus versos, nuestra percepción de la realidad. Ni sé lo que es “La Herida de Hagen” de la que habla José Miguel Soto Jiménez para referirse a ese desgarramiento espiritual, que como una conciencia de vulnerabilidad arrastran algunos Revista de Arte y Literatura
seres humanos, conciencia que los vuelve particularmente sensibles al carácter efímero, precario y pasajero de la vida. Ni s é c óm o d e f i n i r e s a necesidad de escribir poesía que pone a un ser humano al servicio de una reflexión que no se basa en silogismos, ni en enunciados, ni en fórmulas matemáticas, sino en una delicada heterodoxia de introversiones en la que intervienen a la vez, entre otras cosas, el manejo de los signos, la imaginación, la erudición, el don de lo imprevisto y la aceptación de lo irracional. Tampoco sé cómo resumir ese sueño obsesivo que empuja a los poetas a emprender un viaje de exploración por las regiones menos conocidas del intelecto y de las emociones. Ni puedo explicar el sortilegio que atrae a poetas y a lectores hacia el extraño reino donde se forman Revista de Arte y Literatura
las ideas, donde las palabras — desnudas— esperan nuevos ropajes, innovadoras alianzas y sorprendentes destinos. Sé muy bien que muchos poetas no están de acuerdo conmigo, y que a lgunos se han divertido jugando con la idea de la poesía, como, por ejemplo, Gustavo Adolfo Bécquer, cuando con humor galante, le responde a una damisela, no sin picardía: “poesía eres tú”. O como R abindra nat h Tagore, que creía escuchar en los versos la música de los astros y el murmullo de las galaxias. O como Robert Frost, para quien la poesía era una aventura que comenzaba en la belleza y terminaba en la verdad… lo que lo hacía, en cierto modo, un discípulo tardío de Aristóteles. O como Gabriel Celaya, que con una gracia llena de profunda reflexión, y en un poema cuyo título
es toda una declaración de principios, “La poesía es un arma cargada de futuro”, declara lo siguiente: “Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras… Son lo más necesario: lo que no tiene nombre”. Pero, au nque p a re z c a hermoso, nad a de e so def ine realmente la poesía, y esos maestros simplemente enu mera n faceta s particulares de algunos poemas o de algunas intenciones. Yo también, si fuera atrevido, podría referirme a la creación poética como una forma de domesticar el misterio o de plasmar lo impalpable, o como una manera de sintetizar el pensamiento, la emoción y la belleza en un compartido crisol de palabras, o como el don de ver más allá de la realidad aparente y de pensar fuera de los límites de la razón, o como un modo de acoplarse con el ritmo del universo para revelar una grandeza 35
que sobrepasa al individuo, o como la virtud de descubrir en lo efímero la huella de la eternidad, o como el don de imprimir nuestra impronta en lo que ya existe y de agregar al mundo una nueva faceta que sin el hombre ni podría existir ni tendría sentido o como una fórmula para insertar un algoritmo humano en la ecuación infinita del cosmos… Pero, aunque también pueda parecer hermoso, estoy consciente que eso no sería más que un vano intento de encerrar la poesía en una hermosa jaula de palabras. Notemos, de paso, que en todos los casos el hombre —el factor humano para decirlo a la manera de Gra ham Greene— se coloca en el centro de ese proceso generador; y creo que tal vez era en eso en lo que pensaba el poeta William Yeats cuando decía que cuando discutimos con nosotros mismos hacemos poesía, lo que es una manera de decir, junto con Antonio Machado, que también él estaba en guerra con sus entrañas… y es que quizás, estar en guerra con nuestras entrañas, estemos o no en paz con el mundo, sea una constante inevitable en cada creador de arte, y la poesía es un arte, algo que en esta época de relativismo ingenuo y de bajo nivel de exigencia, muchos parecen olvidar, o peor, nunca han aprendido. Pero aunque sigo sin saber lo que es la poesía o el genio interior que la invoca, de lo que no tengo dudas es que la poesía transforma las cosas y nos transforma de una manera intangible, pero real y quizás por eso no puedo ver una rosa roja sin pensar que es una “herida abierta, desangrándose en el aire”, como la veía Franklin Mieses Burgos, ni puedo presentir la lluvia sin percibir el olor a espadas que sentía mi maestro Máximo Avilés Blonda ante la llegada de los aguaceros, ni 36
puedo contemplar el mar en un día nublado sin que se convierta ante mis ojos en “el vasto cristal azogado” que imaginaba Rubén Darío. No af irmo que la poesía, no tenga o no pueda tener una definición para un uso académico, enciclopédico, periodístico, o de crítica literaria, por ejemplo, pero creo que su verdadera definición —en todo caso, la que cuenta realmente para nosotros los lectores— la ofrecen cada día los poetas desde que escriben su primer verso hasta el último; y creo también que cada obra poética individual se suma al gran concepto que abarca el universo entero de la poesía de todos los tiempos y de todas las lenguas “y que conserva i m á g e ne s , f or m a s s i nt á c t ic a s , atrevimientos de la imaginación, juego de acentuaciones, de signos, de acepciones y connotaciones prodigiosas, de rimas y hemistiquios, de fonemas y significados” que van a parar al gran tesoro de esta forma de arte. Un tesoro que aunque lo crean y lo acumulan los poetas nos pertenece a todos, porque lo que en él buscamos y encontramos, como sugiere Octavio Paz, ya lo llevamos dentro de nosotros… L o que me l le va a vece s a preg u nt a rme, ¿c ómo sería el mundo sin ese tesoro? Para saberlo, intentemos ju ntos, por u nos instantes, el ingrato ejercicio de imaginar un mundo sin las melopeas de Constantino Cavaf is, sin los abismos de Stefan Mallarmé, sin los galopes prosódicos de José Santos Chocano, sin el tranquilo mar donde van las palomas de Paul Valery o sin esos caminos hechos de tiempo y de esperanza de Antonio Machado. Un m u n d o s i n A q u i l e s Nazoa, por ejemplo, en donde no haya un Hans Christian Anderson para amar a Jenny Lind, el ruiseñor
de Suecia, donde esta isla no sea el Centro del Mundo como había descubierto Máximo Avilés Blonda, donde Lía no sea la única y perpetua ilusión de Freddy Gatón Arce, o donde los Bosques Negros no crezcan jubilosos desde las manos de Bertolt Brecht. Un mundo sin los delirios de amor y de embriaguez de Omar Khayyam, sin las coplas impregnadas de melancolía de Jorge Manrique, sin las andanzas de Dante Alighieri por el reino de las alegorías o sin los sueños de plenitud de Aida Cartagena Portalatín. Un mundo donde Homero no cante el dolor y el orgullo de los griegos y los troyanos, donde Walt Whitman no celebre con optimismo las llanuras y los cielos de América, donde no existan las rosas imborrables de Franklin Mieses Burgos o donde Jorge Luis Borges no haya inventado la dicha de estar triste. Un mundo, en fin, donde Fernando Pessoa no haya tenido cinco vidas para una sola muerte, donde Paul Verlaine no cante versos impares al son del sistro y del tambor, donde la miel y la leche no nos hagan evocar los labios de la reina de Saba, donde los jazmines no nos inviten a mirar hacia el oriente junto con Rubén Darío o la luna no exhale el perfume de los nardos de los cantos de Federico García Lorca. Def init iva mente, y pa ra terminar, una última confesión: no me habría gustado vivir en un mundo donde no tiriten azules los astros a lo lejos, o el viento de la noche no gire en el cielo, ni cante sobre la casa de Pablo Neruda, o la mía. (Di sc u rso de Ju a n C a rlos M ie se s en oc a sión del la n z a m iento de su Obra Poética: Caminos sobre la mar)
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Revista Literaria Semestral. Año XV. Abril 2015. No.
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