4 minute read

Carátulas y CDs, por Ximena Candia - Cuentos

Carátulas y CDs

Por: Ximena Candia

Advertisement

Se encontraron en una cafetería. Teresa traía los CDs de vuelta y Rodrigo no recordaba si debía devolver algo, seguro que no. A esa hora la mesa de siempre estaba disponible.

Sentados uno frente al otro, desplegaron, con arte diplomático, los guiones que cada uno tenía para describir lo que pasó y lo bien que habían superado la situación.

Ella propuso que no nos viéramos por un tiempo. Ambos sabíamos que era definitivo. La entendí, estaba tenso, me sentía mal. En algún momento me tenía que pasar la cuenta que ella fuera la ex esposa de mi hermano.

Me la imaginaba con él y era una escena intolerable.

También pensaba en mi hermano. Sufrió por ella. Es un buen tipo, no se merece esto.

Ahora quedamos de vernos para terminar esto de buena manera y para que me devuelva los CDs que le llevé en un impulso. Quería que compartiésemos las mismas melodías, las mismas letras. La imaginaba escuchándolos y disfrutándolos tanto como yo.

Cada vez lo quería más, quizás desde antes. No podía ser que algo tan fuerte apareciera de un momento a otro. Tal vez lo esperé demasiado. Me atrajo desde que era niña, antes que su hermano, pero nunca le interesé. Nos llevábamos bien. Me enamoré, o algo parecido, de su hermano. Un amor tranquilo, suave, seguro. A él pude verlo como un tipo inalcanzable que me tenía como a una amiga-casi-hermana.

—Sí, claro que valoro la experiencia. Fue intensa y dulce. Por supuesto que te entiendo, tu reacción era lógica. Eres un buen tipo. Eso explica por qué me gustaste desde... eeeh, no importa desde cuándo en realidad.

Dijo esas frases de corrido.

No dijo que solo quería abrazarlo, que no podía dormir, que detestaba no poder escuchar sus canciones porque ahora todas se asociaban a él. Lo miraba y se veía que estaba bien, a salvo. Ella, por el contrario, trataba de equilibrarse como si hubiera sobrevivido a un tsunami.

—Sí, mira, nos dejamos llevar. Fuimos humanos, “demasiado humanos”, diría el Señor Spock —ambos sonrieron—. Tal vez me confundí y exageré, te pido disculpas por eso.

—No hay nada que disculpar —agregó Teresa, tomando un poco de café para poder tragarse esa parte de una vez.

—Gracias por los buenos momentos. Bebió ahora, de un solo trago, todo el vaso de agua. Gracias a ti —dijo para complementar.

Odiaba que le diera las gracias. ¿Acaso había sido un favor, un regalo?

Me escribía cada cierto tiempo. No tengo claro por qué. Me leía en Facebook y me comentaba. Comenzó a insistir. Tal vez fui yo. Me dijo que no me atrevería a encontrarme con él. Cierto, no me creía capaz, pero un día dije sí, muerta de miedo.

Sería algo emocionante, sin sufrimiento.Pensé en mi ex.

Saqué la cuenta que más que la lealtad con él, ahora, tenía que ser leal conmigo.

Por al menos una vez en la vida.

Me pasa algo raro con Teresa, se adelanta a lo que voy a decir. Me adivina. No me había pasado con nadie más. Era la novia, luego la prometida, la esposa de mi hermano y ahora la ex. Me gustó un tiempo, antes que mi hermano apareciera, pero no me atreví a decírselo. Se divorciaron y seguimos en contacto, dice que me transformé en su stalker porque leo su Facebook y otras redes. Conozco las canciones que le gustan, cómo está de ánimo. Hoy, aquí, está como siempre, segura, orgullosa.

—Mira, creo que nos pusimos cursis y románticos por la intensidad del momento, pero si lo pensamos en frío, como ahora, no era más que un invento fugaz. Y agregó:

—¡Por favor! No te preocupes por mí.

Dijo todo eso mirándolo fijo y casi sin pestañear. Lo había ensayado tanto que hasta pudo sonreír en los momentos precisos.

Llegué a la cita y a las otras. No puedo explicarlo, fue como un shock. No podía creer lo que sentía. Me dijo que me quería, luego que estaba enamorado de mí. Yo estaba recién aceptando que nos atraíamos y él me aturdía con su amor, los detalles y las sorpresas. No pude evitar enamorarme. (…)

(…)Sin ningún resguardo. Y justo cuando pensé que podíamos hacernos un espacio, sin la omnipresencia de su hermano, me doy cuenta de que no puede más, que se esfuerza, pero su lealtad con él lo traiciona conmigo.

Rodrigo la miró directo a los ojos, también sonreía cuando ella decía que se había confundido por la efusividad del momento. Una sonrisa que intentaba ser socarrona y cómplice a la vez.

—Sí, sé que eres una mujer razonable, te conozco hace tanto. Espero que esto no dañe el cariño. Sería una lástima, creo que podemos estar por sobre esto.

No dijo que ella había sido una tormenta para él. Que no inventó nada. Se perdió por cómo se sintió. Pensó que podía controlar la situación. Se iba sintiendo más y más al borde de un precipicio. Cada vez que la veía era peor porque separarse iba a ser más difícil. No le dijo que todavía leía sus post para saber si ya lo había olvidado y no podía anticipar si ese olvido traería alivio o dolor.

Teresa dijo luego que tenía muchas ideas en la cabeza y que retomaría algunos proyectos dejados de lado. Explicó en detalle las fases de la postulación a fondos de inversión social y otros aspectos que podía recitar de memoria.

Se calló que lo veía por todas partes, que las calles por donde anduvieron estaban plagadas de fantasmas suyos y que no dejaba de imaginar que un día la iría a buscar, para un segundo después, darse cuenta de que era una tonta. No le dijo que le alegraba no tener que pasar por esa plazuela donde le pidió que le dijera en voz alta que lo quería.

Hubiera querido decirle que fue valiente, llegó a la cita y el que se desmoronó fue él. No le diría que ella, ahora, ya no existía, era un holograma que la había suplantado en su vida diaria.

Rodrigo opinó sobre el proyecto y los aspectos en los que debía poner especial atención: la evaluación del impacto. Ahí fallan todos.

A veces me dan ganas de escribirle. Me quedo mirando la pantalla del teléfono. Me cuesta no decirle nada. Es mejor que se dé cuenta que no hay nada que decir. Ella entenderá.

Me hice el torito de las pampas, la desafié. Y llegó. Con miedo, igual que yo. La última vez la abrazaba y veía a mi hermano observándonos. Casi podía escucharlo. Sentir tanta culpa me hizo caer en cuenta que no podía seguir. O la tomaba y rompía con mi familia o la dejaba ir.

La dejé ir.

Teresa agradeció sus consejos técnicos y dijo que lo llamaría si lo necesitaba.

—Jamás, jamás —pensaba para sus adentros.—Por supuesto, cuenta conmigo para lo que necesites.

El encuentro fue exitoso, breve, civilizado, racional, adulto, aséptico, inocuo y tan falso como ambos lo planificaron.

Se despidieron con un glacial y rápido beso en la mejilla.

Teresa se puso los audífonos y luego no lo soportó. Sintió en cada respiración la comprobación de todas sus hipótesis. Solo ella se había enamorado.

Rodrigo caminó rápido hacia el metro. Al menos había recuperado sus CDs y la vida seguiría su curso sin más tropiezos. No vería de nuevo a Teresa. El tiempo hará su trabajo. Por lo visto, para ella, él había sido un desafío personal.

This article is from: