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Ambientalista por Rocío Prieto Valdivia

por Rocío Prieto Valdivia.

El sol se ocultaba en el horizonte cuando distinguí una figura, me tallé los ojos por saber si era ella la mujer que vi, y sentí correr la sangre por mis venas. No. Todo fue una fantasía. La tuve en mis brazos y ella se quedó inmóvil, ausente de sí misma. La perdí tras la larga estadía en el campo y en la cuál no le hice ni una llamada. Los días pasaron mientras los árboles me tenían cautivado, el paisaje era un cuadro tan motivador, me olvidé de todo. El aire limpio inundó mis pulmones, el viento silbaba en lo alto del monte, mi casita de campaña, mis víveres y mi cámara réflex era todo lo que en ese momento necesitaba para observar cómo las aves giraban sus evoluciones, formaban sus nidos. Logré tomar algunas muestras de las plantas endémicas; yo era uno con la naturaleza. Y de ella la verdad ni me acordaba.

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No sentía afán por el mundo. La tecnología me servía para estar al tono en mi ambiente, un pequeño pero útil GPS, un radio de banda, y la compañera inseparable de mis aventuras: Mi cámara. En ese viaje tuve la suerte de ver borregos cimarrones, así de aislado me encontraba. Sus grandes cuernos retorcidos me indicaban que se trataba de un grupo de machos; los vi trepar entre las rocas, y fui siguiéndolos, hasta alcanzar esos brotes tiernos que se alzaban en lo alto de la montaña; ahí arriba me sentí pleno, con la emoción de un chiquillo latiendo en mis venas.

Al retornar de aquel viaje recuerdo tus palabras: “ambientalista de mierda”, y aporreaste la puerta en mis narices. No te quise escuchar más, me di la media vuelta y salí de tu vida. Algunas noches evoqué tu figura, imaginé tus caricias, como hoy en que al caminar por la orilla de la playa, fotografiando aves marinas, la silueta de aquella mujer te trajo a mis recuerdos.

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