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Ensayo
no es solo una liberación ni una pérdida, sino un esfuerzo sostenido de excavar en lo oscuro.
A la poeta Sylvia Plath, según su amigo Al Alvarez, librarse a esta magia negra le costó la muerte. En los últimos seis meses de su vida, que terminó a los 30 años tras meter la cabeza en el gas del horno y resguardar a sus hijos, de 2 y 3, vivía sola en un departamento helado en Primrose Hill. Esa mañana estaba congelada. Esperaba a la niñera. “Por esos días escribía uno o dos poemas diarios, muy hermosos y perturbadores, en los que lidia con la muerte más intensamente que nunca”, recuerda Alvarez. A Silvia Plath la pena le quedó grabada a los 9 años, cuando murió su padre. A los 20 trató de matarse; varios electroshocks no le quitaron la sensación de muerte. Fue alumna más brillante y en Inglaterra conoció a su marido, el poeta Ted Hugues. Al contrario de Sylvia, explica Alvarez, Hugues venía de un mundo campesino en el cual los dioses negros, los brujos y los fantasmas, eran cosa normal: eran su conexión directa al mundo inconsciente. Plath, hija de un ambiente intelectual y burgués, con Hugues aprendió a seguir esa oscuridad y obtuvo poderes psíquicos tan fuertes que, dijo su marido, hubiese preferido no haberle descubierto. “En nombre de la poesía, él le dio la clave para entrar al laberinto de su padre muerto”, escribe Alvarez, “y ella descendió con la llave en la mano. Pero liberó fantasmas malignos. La ayudaron a escribir grandes poemas, pero destruyeron su matrimonio y la destruyeron a ella”. Hugues –que escribió sobre este proceso de su mujer en Birthday Letters– nadaba en su elemento, pero ella se ahogaba (así le dijo Jung a Joyce para entender a su hija Lucía). Plath es Perséfone, debe vivir con la muerte. Además del marido, su madre fue su única corresponsal para siempre. Pocos meses antes, en el verano de 1962, Ted Hugues la dejó por Assia, otra mujer guapísima y llena de vida que unos años después también se suicidó (se especula que Hughes la llevó a vivir al campo y la antipatía de la familia la liquidó). Plath no alcanzó a pasar el invierno y se mató el 11 de febrero de 1963. Habría estado mal medicada, cansada, sola. El arte genuino, reflexiona Alvarez, es un negocio riesgoso en que el artista experimenta con formas nuevas no para sorprender sino porque las formas antiguas no son adecuadas para lo que quiere expresar. En el caso de Sylvia Plath, dice, nada tenía que ver la experimentación técnica, se trataba de explorar su mundo interno, enfrentar sus demonios. “En eso su valentía y desapego artístico eran impresionantes: estremecedores, si se recuerda lo sola que estaba. Pero cuando todo terminó, no pude seguir creyendo que algún poema, por bueno que fuese, valiera el precio que ella pagó”. Para Sylvia Plath, “Morir/ es un arte, como todo lo demás./ Yo lo hago excepcionalmente bien”. Siguió la oscuridad que pocos se atreven a decir, muy pocos con tal claridad y belleza. “Mis huesos sostienen una quietud, los lejanos / campos derriten mi corazón./ Amenazan/ con dejarme ir hacia un cielo/ sin estrellas ni padre, un agua oscura”. Esos huesos, esa pena, que parecen volver a su fuente perdida, sin tener que querer : “La raíz de la magnolia,/ ebria con sus propios aromas/ nada le pide a la vida”.
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MACARENA
CUEVAS
Licenciada de Artes Plásticas, con mención en escultura de la Universidad de Chile. Su obra ha sido exhibida en Sala Juan Egenau de la Universidad de Chile, en exposiciones colectivas 13 Jardines (2018), Zodiac love team en Galería PANAM (2019), Cómo se avanza en un sitio peligroso (2019), VI Concurso Artespacio Joven (2021), entre otros proyectos y colaboraciones artísticas en áreas de la música y la moda.
Transitando desde la escultura a la instalación, investigó la relación entre el objeto, la imagen desdoblada y el material como posibilidad escultórica–fotográfica.
EL CONTEXTO CONTIGO EN EL REFLEJO
POR DIEGO MAUREIRA
Diego Maureira: Jean Baudrillard en los años 80 vaticinaba dos destinos para el arte. Por una parte, podía convertirse en un perpetuo ritual en que los espectadores acudían a las galerías o museos para ver lo que ahí se disponía, pero sin que tuviera mayor importancia lo que se mostraba, puesto que las obras venían validadas por el contexto y ya no por cuestiones ligadas a un canon o formato específico. O bien retornaría a la artesanía, es decir, la producción de objetos utilitarios a los que se supeditaba la dimensión estética. ¿Te hace sentido esta concepción del arte? ¿Puedes vincularla de algún modo con tu obra?
Macarena Cuevas: Yo diría que mi obra transita entre esos dos espacios. Pienso que son distintos órdenes de posibilidades para trabajar. La galería es uno, que probablemente vuelve al objeto más escultórico, en el sentido moderno de la escultura. Esto tiene que ver también con el montaje, qué es lo que te permite hacer ese lugar y las decisiones de cómo se presenta el objeto en ese espacio blanco. Pero por otro lado, para mí es incluso más bonito cuando se sale de ahí, cuando las obras se muestran afuera, en el paisaje o la calle por ejemplo. Creo que adquieren otro carácter, más importante en algunos casos que dentro de una galería o museo. Sacar ciertas piezas que quizá fueron pensadas para un cubo blanco me resulta más entretenido a veces, porque hay aristas que no se controlan, ahí aparece el azar y el encuentro inesperado, que muchas veces aporta un montón al proceso creativo.
DM: Esta regla de que todo puede ser arte anula de algún modo el valor estético de ciertas obras, pero me parece que tu trabajo aspira aún así a ciertos resultados en un plano formal, a algo no meramente conceptual o simbólico.
MC: Yo creo que siempre aspiran a algo así como apropiarse del lugar en relación a la arquitectura, trato de ser sensible en eso, al menos tenerlo muy presente. En este sentido sí me interesa la escala de cómo llenar un espacio con lo menos posible, me interesa ese lado minimalista. Tiene que ver con cómo puedo apropiarme de un lugar con la menor cantidad de cosas y en ese sentido es súper importante la forma.