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VIAJES MONGOLIA

Wild wild Mongolia

Texto: Jorge Herranz y Eva Aguado.

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Mayo de 2015, después de más de 8 meses viajando por Asia y de recorrer la región tibetana ocupada, debemos decidir nuestro próximo destino. ¿Qué puede haber más salvaje que el Tibet? Y solo nos vino a la cabeza Mongolia. Habíamos leído mucho sobre este enigmático país, y especialmente sobre cómo llegar a él. Así pues, nos dirigimos a Pekin, para emprender lo que se conoce como el tren transmongoliano. Todavía estábamos deseosos de aventuras y vaya que si las tuvimos en este hermoso y vasto país de Ásia central.

No sin pocos esfuerzos por hacernos entender en territorio chino, logramos un pasaje hacia la frontera chino-mongola, donde tuvimos que hacer un cambio de tren para adaptarnos al diferente tipo de vía, y allí en esa frontera austera y olvidada, vivimos nuestra primera aventura. No fue fácil encontrar qué comer. Veníamos de un país donde la comida abundaba en variedad para entrar en otro parco en calidad culinaria, pero no nos hizo dudar sobre lo realmente importante del país, sus paisajes brutos e indómitos.

El tren a Ulán Bator, toda una experiencia. Como siempre el mejor vagón, el del restaurante. Allí encontramos lo mejorcito del tren, donde el vodka y las risas nos amenizaron el viaje.

Tras una noche mecidos por el traqueteo del tren, llegamos a la capital mongola. Sin alojamiento ni planes establecidos, nos dimos al azar y nos dejamos llevar por las primeras impresiones de los captadores de extranjeros que había en la estación. Pronto nos vimos en un taxi camino del Hostel Wonder Mongolia donde nos prometieron alojamiento limpio, cómodo y la posibilidad de organizar un alquiler de vehículo para recorrer el país.

Nuestra única referencia era que el alquiler de una furgoneta rusa 4x4 sería asequible, pero la realidad nos dio un reverso inesperado y tras dos días buscando, todo era demasiado caro para un par de viajeros de largo recorrido, por lo que decidimos movernos en transporte público a la cercana región del Parque Nacional Gorki-Terelj, donde pudimos explorar por 3 días sus preciosas montañas y pinares, y donde pudimos tener las primeras experiencias con población local. Una zona donde se dice que nació el gran Gengis Kan pero que sabíamos que no era la aventura que buscábamos.

Así pues volvimos a Ulán Bator con la intención de movernos en autobús a la población del norte, Mörön en busca de Sara, una conexión fiable con los Tsaatan, (hombres Reno) y que habíamos oído que podría organizarnos un grupo para visitar a estos enigmáticos habitantes de la taiga.

Ya en Mörön y tras preguntar por Sara nos confirmaron que podríamos tener un encuentro en tres días, por lo que teníamos un valioso tiempo para recorrer el lago Khovsgol.

En el Hostel donde estábamos conocimos a Carlos de Valencia que junto con otros cuatro israelitas, un italiano y una chica turca compartiríamos esta aventura. Con ellos contratamos un vehículo para llevarnos al lago donde pasamos 3 días de treking y pudimos dormir en los “ger” que fuimos encontrando por el camino. Toda una experiencia.

De vuelta a Mörön acordamos con Sara que nos vendría a recoger una furgoneta Lada 4x4 para llevarnos donde ya no había más camino y allí habría un grupo de Tsaatan esperándonos con caballos para emprender un camino de tres días que nos llevaría hasta el asentamiento de verano de su tribu. No nos lo pensamos y allí empezamos la odisea… Las sillas de montar mongolas no eran muy confortables y los caballos digamos que no habían recibido doma clásica, nuestras posaderas dolían a cada trote después del segundo día, pero nada importaba cuando nos sentábamos al lado de la fogata nocturna que encendíamos en nuestros campamentos. Al tercer día llegamos al asentamiento, por primera vez desaparecieron los gers o yurtas para dejar paso a los teepees, las tienda típicas de este pueblo nómada.

Los Tsaatan tenían el mismo carácter que su hábitat, duro e inhóspito, pero a la vez enigmáticamente interesante, durante los días que pasamos allí tuvimos momentos en los que nos parecía que no éramos bienvenidos y otros en los que nos trataban como de la familia. En las tardes ayudábamos a recoger los renos que durante el día pastaban en las zonas más altas de la montaña. Tras tres días de vivencias inolvidables con ese pueblo resistente al cambio del tiem-

po emprendimos el camino de vuelta, primero a caballo y después en furgoneta hasta Mörön y tras un día de descanso, ducha y colada volvimos a Ulán Bator.

La experiencia del caballo nos había despertado aún más las ganas de aventura así pues cuando nos comentaron que había una mujer Mongola en Ulan Bator que alquilaba motos para recorrer el país no nos lo pensamos dos veces, haríamos el Gobi en moto. nómadas en el intento de arreglarla nos vimos obligados a regresar a la capital, sin freno trasero entre otras cosas, pero conseguimos llegar sanos y salvos.

No habíamos terminado de ver el Gobi y la suerte nos sonrió nuevamente, un grupo de 4 viajeros buscaban dos personas más para alquilar una furgoneta y hacer justo la parte del Gobi que nos faltaba por ver.

La moto de marca china que nos alquilaron no tenía muchas prestaciones y la puesta a punto dejaba mucho que desear, pero en ese momento para nosotros era suficiente, la siguiente semana la pasamos recorriendo parte del Gobi a lomos de la motocicleta, durmiendo en la tienda de campaña que habíamos comprado en el mercado negro y cocinando pasta y poco más, fueron días mágicos cabalgando nuestra moto junto a las manadas de caballos y de camellos bactrianos.

Tras cinco días de viaje la moto se averió y a pesar de la inestimable ayuda de unos La siguiente semana vivimos una nueva experiencia en ese vasto desierto, caminando por las dunas más altas de Mongolia (Khongoryn Els) de hasta 300 metros de altura, paseando por los Yolin Am, unos desfiladeros tan profundos y estrechos que albergan nieve perpetua en su interior, además de hacer caminatas por las minas de Tsagaan Suvarga, sobrecogedoras paredes de arena solidificada en medio de la llanura desértica.

Nuestro viaje por Mongolia había llegado a su fin, salimos de este inmenso país con la sensación de haber estado en uno de los rincones más alejados del mundo, un país salvaje, vasto e inhóspito, pero de una belleza sobrecogedora.

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