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PARA REFLEXIONAR

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VOZ DEL RECTOR

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La verdad

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no se impone, se propone y se abraza con amor

l Por Carolina Lizeth Flores Pérez Familióloga

Como católicos, encontrarnos con la Verdad es encontrarnos con una persona: con Cristo, y a su vez, este encuentro no es algo aislado que quede en una experiencia solamente individual, sino que nos lleva al encuentro con aquellos que nos rodean, creyentes y no creyentes; esto puede en ocasiones cuestionarnos en sobre cómo presentarles la experiencia del amor que hemos encontrado en Cristo a través de la Iglesia a aquellas personas que no piensan igual que nosotros.

Es por ello que hoy te quiero compartir estos tres aspectos para que logremos un diálogo auténtico que muestre la Verdad en la que creemos a través del amor:

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La Verdad no se impone:

saber qué es la verdad en torno a un contexto social donde actualmente se difunden ideologías y pensamientos que fragmentan a la persona no nos da el derecho de juzgar o etiquetar a personas que así lo creen. Una escucha activa, empática, que esté dispuesta a ver a la persona más allá de su pensamiento, sino que nos lleve a ver el tesoro que lleva en su corazón nos hará recordar que detrás de una persona que grita hay un corazón herido.

Se propone:

¿Te has puesto en el lugar de las personas que no piensan igual que tú? ¿Cómo te gustaría que te hablaran de la fe, de la verdad, de Dios, del amor? Aquel que es capaz de escuchar, de acompañar, impacta en el corazón de las personas con sus palabras, pero más aún con sus actitudes y comportamientos. Cada persona es única y especial para Dios, cuando te acerques y te abran su corazón recuerda descalzarte (de prejuicios o imposiciones), porque el lugar que pisas es sagrado.

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Se abraza con amor:

no bastan conceptos elevados si no somos capaces de vivirlos y llevarlos al corazón. Apropiarnos de los valores, principios y mandamientos cristianos desde el amor y no solo del deber le da un sentido nuevo a nuestro actuar. En el Evangelio, Jesús nos habla del mandamiento más importante, el mandamiento del amor, un amor que acompaña, se compadece, transforma, un amor que vive a través de su actuar y de su palabra. Frente a una cultura de la muerte, una sociedad desvinculada que ha fragmentado el concepto de la persona, el matrimonio y la familia, ser testimonios del Amor es ser luz que brilla en medio de las tinieblas.

Después de esta reflexión quizá te cuestiones, ¿cuál es la actitud que debo tener ante las personas que no creen ni comparten lo mismo que yo? Mi propuesta para ti es apropiarte de una actitud que le sume a la construcción de la civilización del amor.

En palabras de san Juan Pablo II, la civilización del amor «se basa en la revelación de Dios, que es amor», ver a la persona como un don de Dios para mi vida, detenerme a escucharla entre líneas, ver más allá de lo evidente, mostrarle el reflejo del amor que quizá en su familia o en su experiencia personal no lo ha vivido. Si yo no vivo lo que creo, ¿cómo podré ser reflejo del amor para aquellos que no conocen quién es el Amor? 1 Jn 4,8 «El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor». El amor es un desafío que vale la pena vivir, una vez que te encuentras con el amor mismo que es Dios quieres compartirlo con los demás, nuestra fe no es algo que se estanca para el propio crecimiento personal, es una experiencia que nos transforma y nos lleva al encuentro con el otro, somos seres relacionales, llamados a la comunión. Para los hombres esto es imposible, pero para Dios no hay imposibles. Me despido recordándote que, a pesar de que el amor humano es imperfecto, Dios es más grande, nos concede la gracia y los Sacramentos para alcanzar el llamado universal que nos hace al amor, por eso no solo puede el amor humano alcanzar el plan que Dios ha colocado en él, sino que debe y está llamado a hacerlo. Confía en aquello que Dios ha puesto en tu corazón, para que a ejemplo de nuestra Madre Santísima puedas acompañar con una mirada tierna a aquellos que aún no tienen la dicha de encontrarse con Aquel que es Camino, Verdad y Vida.

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