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LUZ PARA EL CAMINO

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PARA REFLEXIONAR

PARA REFLEXIONAR

EDUCAR ANTE EL DON DE LA VIDA

lPor Pbro. Juan Diego

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Chávez García

Pastoral Educativa y de Cultura

La situación en la que estamos ha cambiado nuestro modo de vivir. La COVID-19 ha puesto a la humanidad en crisis, la cual nos da la posibilidad, dice el Papa Francisco, de salir de ella mejores si sabemos aprovecharla. Las crisis son siempre una oportunidad de repensar los valores e ideales que nos mueven, y el rumbo de nuestras vidas de manera personal y comunitaria. No deberíamos perder la ocasión de renovarnos para bien. Hemos visto con claridad en este tiempo que la vida es un don de Dios. A pesar de los avances científicos y tecnológicos, maravillosos muchos de ellos, que facilitan y pueden prolongar nuestra vida, nos damos cuenta que nadie la tiene «comprada», y que cada día es un milagro. La pandemia ha puesto de manifiesto que somos frágiles y vulnerables, y al mismo tiempo todos importantes y necesarios (cfr. Papa Francisco, Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia, 27 de marzo de 2020).

Hay muchos retos por delante y uno de ellos es educar para cuidar la vida, la propia y la de los demás. Podría parecer algo obvio, especialmente en un tiempo en el que se habla mucho de derechos humanos; pero nuestra cultura está impregnada de una mentalidad individualista y egoísta, y no siempre le damos prioridad a las personas o no a todas, como a veces sucede respecto a los más indefensos. En la teoría hablamos de la dignidad de todos, pero en los hechos pueden prevalecer otros intereses como el dinero, el poder o el capricho personal. En ocasiones relacionamos erróneamente educar solo con ir a la escuela. ¿Y qué pasa ahora que no podemos ir? La pandemia nos ha recordado un principio esencial en educación: los padres de familia son los primeros responsables de educar a sus hijos. La familia es el primer y más propicio ámbito educativo de toda persona. Ahí se aprenden las cosas más importantes. Las escuelas y otro tipo de instituciones y ambientes coadyuvan a la familia, pero no la sustituyen. Educar significa ayudar a la persona a desarrollar su potencial, enseñarle a discernir entre lo bueno y lo malo, abrirle horizontes para que pueda crecer de manera integral y para que también sea solidaria con su prójimo. La educación no termina nunca, porque nunca estamos totalmente «acabados», siempre podemos ser mejores. Dicho de una manera «más» cristiana, siempre podemos amar más y mejor a Dios y a los demás.

En este momento se vuelve urgente insistir en la importancia de los «aprendizajes esenciales». Uno de ellos es educar para respetar toda vida humana desde la concepción hasta la muerte natural. No se trata solo de enseñar que el aborto y la eutanasia están mal. Por supuesto hay que profundizar en las razones que hacen a este tipo de actos moralmente malos. Sin embargo, el respeto a la vida y a la dignidad de toda persona, empezando por la propia, es mucho más amplio.

Estoy convencido de que el confinamiento forzado, que por ahora estamos viviendo, es una oportunidad de transmitir y reforzar conocimientos esenciales para la vida de toda persona. Necesitamos reaprender a vivir en comunidad y enseñarlo a los más jóvenes. Dice el Papa Francisco que no vale la actitud de «¡sálvese quien pueda!», pues todos estamos en la misma barca y nos necesitamos unos a otros. Valorar la vida también significa aprender a escuchar. Parece simple, pero no siempre somos capaces de tomarnos el tiempo y la atención necesarios para saber cómo piensan los demás. Ser capaces de vivir en comunidad respetando a todos, requiere además aprender a servir, en especial a los más necesitados, y a cuidar el mundo en que vivimos. Para hacer el bien hay que practicar,

imitar, repetir actos buenos una y otra vez hasta que se vuelvan hábitos. Por eso el ejemplo es clave para lograr mejores sociedades en donde todos tengan cabida. ¿De qué sirve contar con muchos títulos, si no sabemos pensar en los demás? Hay que valorar el comportamiento ético y el trato digno y respetuoso hacia todos. Esto es parte de educar ante el don de la vida. La promoción de cada persona, teniendo en cuenta el valor de toda su realidad, corporal y espiritual, pasa por el camino de la educación. Es la manera en que podemos soñar en un futuro con esperanza para todos. La pandemia nos ha hecho reflexionar en que no podemos darle énfasis solo a lo académico. Hemos de crecer en humanismo, en el manejo de las emociones, en espiritualidad, y para nosotros los creyentes, hemos de profundizar en nuestra fe y trato con Dios, que al mismo tiempo debe reflejarse en un trato cristiano, es decir, caritativo con los demás.

¡Gracias!

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