Perro Negro de la Calle No. 44 Mayo 2020

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eguimos resistiendo estos embates de la madre naturaleza, y la única manera de mantener sana la mente es con arte… ¡Cuánto necesitamos el arte! La edición número cuarenta y cuatro de Perro Negro de la Calle es la más extensa de la historia de esta revista: cincuenta obras (poemas, ilustraciones y relatos); veintinueve autores: ocho países de Latinoamérica; once estados de la república mexicana, y ciento dieciocho páginas de potentes letras y pensares. Magna es esta edición del calupoh digital y callejero. Esta no es «una» revista literaria de Lagos de Moreno, es «La» revista literaria de la Atenas de Jalisco. Los dejo entonces en este denso mar de letras, y no olviden que sin arte (en cualquiera de sus manifestaciones), no podemos ni merecemos llamarnos humanos… Este maldito virus se encargó muy bien de recordarnos eso.

Amaury R. Ledesma

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Rodéame con tus piernas: firmes como la piedra, suaves como la seda, misteriosas como un conjuro. Javier Alcántara

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e acercas sigilosa como un druida al acecho que me quiere arrancar la piedra de mi pecho; vestida de leyenda elixir en las bocas tatuajes en los senos que demarcan la senda, ojos de parda roca, y el cabello de helechos. Y flotas y pareces la madre de las nieblas una diosa gaélica que brilla en las tinieblas. Y así con tu grandeza me abrazas, me rodeas, das vuelta mi cabeza sudando paganismo tan milenario y mágico, como un giro de abismo como un Stonghenge nuevo sensualmente enigmático.

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Sobre el autor:

J.R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Teresa Magazine, La Piraña, entre otras.

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¡Oh vértigo! Ya, tembloroso, el espacio un beso parece qué, loco de nacer ocioso, ni estalla ni se desvanece. Stéphane Mallarmé

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a no aguanto! Pido permiso para ir al baño. La maestra asiente con la cabeza mientras finge leer. Bajo las escaleras. Necesito lavarme la cara. No puede estar pasando. Junto a los baños hay una escalera. El conserje debe andar en el techo reparando la cisterna. —Es tu oportunidad—. La muevo y la coloco cerca de la barda. Subo y brinco de panza en el borde. Tengo miedo. Aspiro tomando impulso y echo mis pies hacia el otro lado, hasta quedar colgando de los brazos. Esto dolerá, lo sé. Pienso en sus ojos avellana. Lo vale. El impacto me lastima los pies. Renqueó alejándome de la escuela. Calle Fresnillo #11, entre Acacia y Gardenia. La vi anotada en la lista de la maestra hace un mes y la memoricé. Alzo la mano y un taxi se detiene. Le indico la dirección. «Son cincuenta pesos». Es todo lo que traigo, ni hablar. Intento regatear sin éxito. Subo de todas formas. Regresaré caminando. La primera vez que la vi, me prendí del avellana y de sus mejillas pecosas. Esa cara en forma de corazón y la manera en que chupaba su paleta de cereza. Me prometí que sería mi novia. Hice mal en contarle a Sergio. Él le dijo a Genaro y conspirando con el resto del salón, me la trajeron. Lucía incomoda; presionado por los demás, decidí confesar lo que sentía. Dijo que yo era un gordete, que cómo lo pude imaginar. Recuerdo las risas cuando se dio la media vuelta y chocaba las palmas con sus amigas. No lloré, por lo menos no hasta llegar a casa. En la soledad. Decidí no rendirme. Al mes lo intenté de nuevo, armado con una caja de chocolates. Los depositó en la basura apenas los recibió. El intento número catorce fue el último. Solo quedaba contemplarla de lejos. Jamás me dirigía la palabra y ahora éramos una especie de chiste escolar. Todo cambió hace tres semanas. Era jueves dieciséis de enero. —¿Por qué no vino Martha? —Preguntó Emilse, la rubia de cabello chino, quien pocas veces me dirigía la palabra. —¿Si no lo sabes tú que eres su mejor amiga? —Desde que apareciste, ya no soy su primera opción. —¿Por qué? —¡Uta, qué mal novio eres! —Se levantó dejándome intranquilo. La maestra Mirtha llegó y no pudimos seguir hablando. Andrés me llamó a susurros. Seguro para que le pasara de nuevo la tarea. —¿Qué quieres? —¡Uy! ¡Qué carácter! ¿Estás de malas porque no vino la noviecita, o qué? —¿Mi qué? —Martha Laura, no te hagas pendejo. —Déjate de mamadas, ella no es mi novia. —¿No mames? ¿Cortaron? Bueno no importa. Pásame la tarea, no seas puto.

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Tomé una hoja de mi cuaderno y escribí: «¿Quién es mi novia?». Se lo mandé a Pedro. Era el más aplicado, jefe de grupo y todo, si alguien no me mentiría, era él. Se lo arrojé teniendo cuidado de que la maestra no nos viera. Leyó y frunció el ceño. Escribió en el papel. Lo hizo bolita y me lo regresó. Lo leí tres veces, y después le pedí a Genaro que lo leyera. Martha Laura. En el receso busqué a Nereida, la hermana mayor de Martha, estaba en segundo grado. La localicé entre un mar de jumpers azules. Era más alta y delgada que su hermana, pero también menos hermosa. —Nereida, ¿sabes por qué no vino Martha Laura? —¡Hola, cuñado! Me pidió que te dijera que está enferma del estómago. Y que te ama mucho. —¿Eso te dijo? —No esperé a que respondiera la abracé con fuerza. —¿Qué mosca te picó ahora? —Nada. Si estaba soñando no quería despertar. Me pasé el resto del día feliz. Esperando que fuera viernes y pudiera tomarle la mano. Darle un beso. Dormí imaginando las posibilidades. En su voz, en sus ojos, mirándome. —¡Qué te pasa, idiota! ¡No vuelvas a tocarme! —Vámonos, amiga —Emilse se la llevó y las dos me miraron con desprecio. Yo solo quería tocarle la mano. —Tendremos que ir a orientación —me dijo Pedro, con mirada gélida. —Es verdad, maestra Nelly. Hasta ayer era mi novia. —No lo dudo, pero no puedes obligar a una mujer a ser tu novia. Ella ha venido a quejarse de ti. Me suspendieron un día como advertencia. Recibí un castigo en casa. Y no volví a hablar del tema. Pudo ser solo un sueño. Hoy en la mañana, cuando Nereida me dijo cuñado, sentí estar quedando loco. He leído mucho sobre los universos paralelos; quizá ocurre cuando duermo. Como fuese, el día de hoy, Martha es mi novia. Iré por ella, aunque me contagie. Le pago al taxista. Su casa es más grande que la mía. Pintada de color mostaza, con el portón café. Toco el timbre. Las manos me sudan. Tengo la boca seca. Ella sale en camisón de Hello Kitty. Tiene un short muy diminuto que deja ver sus piernas blanquísimas. —¿Qué haces acá? —¡Por favor! Dime si eres mi novia. Me mira a los ojos. Como no lo había hecho desde que me le declaré por primera vez. Abre el portón. Me acerco, la tomo de las manos. Ella comienza a llorar. —¡Lo siento tanto!

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n una exasperante tarde de abril, Jorge no podía discernir si el aria que escuchaba también aparecía en una película de Chaplin… Se le hacía familiar. Jorge era de estos tipos cinéfilos que fácilmente podían relacionar escenas y diálogos de la vida cotidiana con una secuencia cinematográfica. Él no solo hacía eso. Ante la vista de sus escasos contactos, era considerado como alguien recto y responsable (dicha deducción lo hacía la señora del alquiler, ya que pagaba puntual ese pequeño cuarto con una sola ventana que casi nunca abría); la señorita Carmen, que vive al lado, también cuchicheaba con sus amigas que él no será tan galán ni todo un Adonis, pero sí respetuoso y muy culto, puesto que todas las tardes escuchaba música clásica al llegar del trabajo; sus compañeros de oficina decían que a pesar de ser reservado y distante, se notaba lo ordenado y disciplinado que es con tan solo ver su escritorio. Esta larga lista de formidables juicios hacia su persona podría extenderse hasta la misma omnibenevolencia, solo hace falta el mantener la distancia e inautenticidad por parte de él y seguir poniendo «etiquetas inofensivas» por parte de los demás. Solo el mismo Jorge conocía muy bien cuán extravagante y ruin es como ser humano. «¡Ah, del Gran Dictador!», dijo entusiasmado para sí, como si ganase un concurso de preguntas y respuestas y él mismo sería la única competencia. Luego de recoger el premio mayor imaginario, terminó de limpiar la mesa para disponerse a lavarse las manos por décimo tercera vez en lo que va de la tarde. Dentro de una caja de madera, se encontraban varios guantes quirúrgicos y tomó con cuidado un par para limpiar ahora su celular, apagarlo luego y disponerlo en su caja de compra; las llamadas fuera del horario de oficina o mensajes recurrentes de alguna red social no eran lo suyo. A este punto sería difícil detallar desde cuándo hacía estos rituales, quizás desde niño cuando le atormentaban las bacterias, así que salía con varias mudas de ropa y jaboncillos, o quizás desde que se independizó y ya la madre dejó de contribuir con sus obsesiones. En estos momentos, sería agradable que esté a su lado. En los últimos días, la amenaza de un virus que escaló rápidamente a nivel mundial fue el principal quid de pesadillas y ansiedades. Nuevamente y en sepulcral silencio, formuló una serie de ideas sobre su accionar ante lo inevitable. «Ni han encontrado la cura para la gripe y nos engañan de que en seis meses estará para este nuevo virus», siguió mascullando, maldiciendo la incompetencia del supuesto «avance biotecnológico». «El día de hoy tenemos el primer caso de un infectado por coronavirus quien regresó de Europa y ahora está internado en el Hospital Central de la capital. Les pido mantener la calma y no duden que este gobierno se compromete a poner por encima de todo la salud de ustedes, tomando medidas necesarias para que no falte alimento en el hogar y a la vez, evitar el colapso del sistema de salud». Repitió con benevolencia lo anunciado por su presidente hace ya un poco más de una semana, y a pesar que él confío un poco en los decretos y acatando la cuarentena, el virus alcanzó los mil quinientos infectados y sesenta y siete fallecidos. A él poco le interesaba los actualmente cremados o los que ya van muriendo en plena vía pública, ¡se trataba de él! ¿Qué hará si tiene el coronavirus? No podría ser capaz de mezclarse entre otros infectados ni soportar la mera presencia de un virus en su organismo

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que tanto cuidó, es ridículo. Los justos no pagarán por pecadores, era su lema. Cualquier acción que hiciera tenía como finalidad su propio beneficio; Jorge no entendía de empatía o de auténtica solidaridad. Es más, a pesar de conocer las profundas carencias afectivas que le faltaban, el joven de veintiséis años no se cuestionó moralmente ni planeaba hacerlo: no iba a cambiar. Su perversa definición de moral lo tenía tan arraigada que en situaciones extraordinarias como esta pandemia, pondrá a prueba su arduo entrenamiento con fines egoístas y maquiavélicos. La primera semana fue fatal. No importaba cuántas veces se lavaba con gel antibacterial, era la gente que con su irresponsabilidad portaba la peste, ellos invadían su espacio vital para atormentarlo al hablar y soltar esas minúsculas partículas letales; por más que salía pocas veces a la semana: en pisadas, roces no importa si es con la ropa, devoluciones de dinero, sentir la sola presencia de alguien pasando a su lado, el aire… todo era una amenaza para su pobre salud física y mental. «No pienso confiar en la estupidez del resto». Si por él fuera, a todos los tendría con toque de queda y estaría dispuesto a hacer un programa enseñando la adecuada limpieza de cuerpo y útiles del día a día. No importa que salgan los militares a obligar a la gente a tomar consciencia con su salud, ellos son otros animales portadores de este virus chino. «¿Habrá algún lugar seguro?». Mientras agrupaba sus suplementos vitamínicos, cayó en cuenta que tenía las defensas en buen estado, ¿pero si él terminase siendo ese uno por ciento de fallecidos sin condiciones médicas pre-existentes? «Ese virus es nuevo. No se sabe nada al respecto. Todos son suposiciones». Recordó de pronto las chacras de su tío Eulolio: alejado de todo, teniendo verduras y frutas para él y nadie más, así podría sobrevivir para siempre. «Debí haber ido antes del cierre de fronteras, ¡qué idiota!». Ni hacer trampa y fugar hacia allá porque igual involucraría el contacto con ciudadanos descuidados y malolientes. Apesadumbrado porque nuevamente no encuentra solución, prende la televisión y da con la noticia que lo definiría todo: un grupo de reos querían hacer un motín, aprovechando la zozobra de la situación. «¡Claro, tendría comida ya hecha! Un lugar para mí solo, no tendría que salir a exponerme porque todos estaremos libres del virus». Por la información que recaudó, desde que se dio anuncio del paciente cero, las prisiones cerraron puertas para las visitas y nuevos reos; no hay amenaza. La cárcel era el lugar más seguro, no solo por sus estrictas medidas sino porque era consciente de que podía soportar cualquier tipo de bacterias y virus conocidos, pero no este. ¿Cómo entrar? Si roba hay probabilidades de entrar a una celda compartida. Planeó incluso acuchillar a su anciano vecino: a fin de cuentas, le estaría haciendo un favor y librarlo del agonizante proceso que traería el virus, más la pena sería igual o peor que su idea inicial. En todo este maquinar no se quitó los guantes para justamente indagar por internet penas menores e inmediato arresto (o prisión preventiva). Tres años o menos en hackeos malintencionados, con pronto arresto. Nada mal. Para su suerte, había guardado un USB con los datos de la empresa donde trabajó, «El haber sido jefe de sistemas al fin tuvo su beneficio». El que lo hayan despedido injustamente de un día para otro sería un plus para no pasar tanto tiempo en condena y lo capturen rápido. Listo. Determinado a ir hasta el final, tan enfocado en sí y con un plan carente de sentido, logró descansar luego de varias noches en vela. A la mañana, se levantaría a hackear a la empresa de salud donde casi todo el personal le tenía gran estima y que se dedicaba a la venta de mascarillas y equipos de protección para

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personal médico. Pasarían cuatro horas para que la policía toque su puerta, mirándose extrañados de encontrar al principal responsable casi listo, con una mochila llena de útiles de limpieza. A la tarde que su sano y bien cuidado cuerpo descansó sobre un chirriante catre, dentro de una carceleta solo para él hasta que se inicie el proceso judicial, ahora cumple prisión preventiva. Quizás cambie de parecer (respecto a su accionar y su inmoralidad) cuando se entere que, dentro de unos cuatro días de estancia, escucharía de un oficial que el preso con quien compartió la misma silla y quizás cubiertos, provenía de Italia.

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Sobre la autora:

Paula Ireri Pech Marín nació en la ciudad de Chetumal, Quintana Roo, México, el 11 de julio de 1997. Actualmente cursa el internado médico de pregrado en el Hospital General de Chetumal, como parte de su formación en la licenciatura en medicina de la Universidad de Quintana Roo. Su gusto por la literatura y la ficción la ha llevado a estar inmersa en el mundo de la palabra y la imaginación. Algunos de sus cuentos han formado parte de publicaciones tales como la «Antología de escritoras de Quintana Roo» en 2014, y la «Primera Antología de Cuento Fondo Blanco» en 2017. Ha escrito novelas las cuales no ha publicado, pero espera en el futuro tener la oportunidad de hacerlo. Su pasión es el género de la fantasía épica, y sus autores favoritos son Robert Jordan, Brandon Sanderson, George R. R. Martin y Patrick Rothfuss. ¿Libro favorito? Imposible de decir.

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ecuerdo una época, mucho tiempo atrás, antes de que el sol se oscureciera y la tormenta azotara, cuando el horizonte estaba despejado y el aire susurraba secretos del porvenir, en la que éramos felices. Aún conservo el recuerdo de risas, abrazos, la incertidumbre del futuro y el disfrute del momento. Tiempos más sencillos, tal vez, comparándolo con el presente. Pero, ¿qué es el ahora cuando todo ha dejado de tener sentido? ¿Cómo decir en qué momento vivo cuando yo misma me he extraviado en la desesperación? Expreso estas palabras, hijo, pero me suenan vacías. Tú, la luz, no puedo hallarte. No puedo. He intentado buscarte, pero te has extinguido. Camino entre la niebla sin ninguna guía, perdida en el vacío de esta infinidad, que tan larga y eterna se ha hecho en tu ausencia. Cada avance es un retroceso, y cada esperanza, una humillación más a mi desesperación. Mis gritos desesperados se pierden en el abismo, y el eco suena vacío en el presente. Recuerdo el día en que llegaste al mundo, memoria tan clara como la certeza de que te amé desde el momento en que supe de tu existencia. Lo que yo era pasó a ser irrelevante, y tú te convertiste en el centro de mi universo. Recuerdo tu llanto, enérgico y vigoroso como un llamado de guerra, y luego, el calor de tenerte junto a mí. Creo que no hay nada que se pueda comparar con un momento así. El amor de una madre es abrumador. Quema; late; vive. Una forma de energía especial. Y la energía nunca se destruye, solo se transforma. Palabras extrañas para ti, cielo; una frase que seguramente te ha dejado confundido. Nunca llegué a poder explicarte tal enunciado tan complejo junto a todas sus implicaciones. Tal vez lo llegaste a aprender por otros medios. ¿Lo hiciste, hijo? ¿Lo lograste? Tenerte dormido en mis brazos, en calma, en paz. A salvo de todo daño. Estoy aquí, y tú estás conmigo. Siento cada una de tus respiraciones, observo cómo te mueves en sueños. ¿Con qué sueñas, hijo? ¿Cuál es el sueño de alguien tan nuevo en esta vida? Esta tranquilidad que me haces sentir… Oh, lo que daría por volver a ella. Cubrirte con una manta, rozar mis labios en tu mejilla en apenas un beso para no despertarte, sonreírle a tu padre… Es como ver todo a través de una pantalla. Me veo a mi misma, pero no me reconozco. Es una desconocida esa persona que está junto a ti. Me enferma; me enfurece. ¿Por qué ella no estaba ahí cuando debió hacerlo? ¿Qué podía ser más importante que tú? ¿Cuál es la prioridad para una madre? Oh, Dios, perdóname. Perdónala a ella. Ella no sabe lo que está por venir. Salgo al patio, me hinco de rodillas y extiendo los brazos hacia el cielo nublado, desde donde caen lágrimas, y grito que alguien la ayude. Grito, lloro, aúllo. Que alguien me escuche. Cualquier deidad o fuerza que esté allá afuera me envíe una señal para seguir. Si tan solo ella supiera lo que se avecina… En mi mente tengo la imagen de ti dando tus primeros pasos. La abuela estaba ahí, aplaudiendo por un logro tan bien recibido. A veces pienso que la vida me dio una mala jugada al permitirme conservar estas memorias. Cómo iba a saber yo que con cada paso vacilante que dabas te acercabas más al abismo, a aquel vacío donde yo no podría encontrarte. Tu risa, tu llanto, tu mirada tan ávida de conocerlo todo. Tu primera palabra, tu primera frase, el primer día de escuela… Lo primero de tantos logros que debiste tener el derecho de gozar. Lo he pensado mucho, y duele saber que fui yo la persona que te quitó todo. Estabas lleno de sueños y esperanzas, aun cuando no comprendías qué significaba aquello. Te lo debí explicar mejor. Verás, ahora entiendo que todo en esta vida cambia. El camino no está escrito: cambia, gira y da vueltas, como el viento mismo, como las olas del mar y el moverse del sol y de la luna. Podías ser quien tú quisieras y estaría bien. ¿Qué habrías hecho de tu vida, Nikolaj? ¿Quién serías hoy? ¿Quién eres hoy?

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Me dicen que no debería pensar mucho en ello. «Dejarte ir», es la sugerencia que muchos dan, pero ellos no lo entienden. ¿Cómo podrían? Lo que yo era se ha ido. Me despierto cada mañana y pienso en ti; me acuesto todas las noches y mi mente se centra en ti. Sigues siendo mi vida, aun cuando no merezca tenerte en mis pensamientos. Eres una presencia constante a mi alrededor, un fantasma del pasado y del presente. Intento liberarte, intento ayudarte a seguir adelante, pero no lo logro: me aferro a tu sombra porque deseo seguirte al mundo donde todo es posible, mas no se me permite pasar. Debo expiar mis pecados, pero no lo permito. La realidad de los espíritus perdidos tal vez sea un sitio prohibido para mí. Tu cuarto ya no existe, hijo. Me costó mucho, pero finalmente permití que se llevaran la mayoría de las cosas. Conservo algunos de tus dibujos, camisas y juguetes, pero no más. Debes saber que nos hemos mudado, tu hermano y yo. Es una casa bonita. Tiene un jardín frontal amplio, como el que me hubiese gustado poseer para verlos jugar en él. Árboles rodean el sitio, y la frescura del bosque llega hasta el interior del hogar. Elegí un lugar en el que predominase el silencio. Tu hermano está conmigo, por supuesto, pero me siento sola. Tu padre tomó otra decisión y otro rumbo para seguir su vida, y está bien. Está bien, Nikolaj. He muerto y Dios me ha impedido liberarme de la agonía de seguir en este mundo, pero aprendí algo de todo lo que se suscitó: las cosas dejan de ser importantes cuando un verdadero problema se presenta. ¿Qué podría importarme dónde vivir o con quién pasar el resto de mi vida cuando la esencia de esta se ha ido? Renuncié a mi trabajo, dejé mis actividades sociales. El club de lectura, de costura, el gimnasio y el yoga; me alejé de todo. Fue difícil, pero con el tiempo tuve que conseguir un empleo: tu hermano necesitaba salir adelante. Lo ha hecho, él está bien. Ha tenido una buena vida. Nunca se ha casado, nunca se fue de casa. No terminó la universidad, pero salió adelante. No tengo la certeza de que fue gracias a mí, pero estoy orgullosa. Te recuerda, por supuesto, pero es más bien una memoria vista a través de un velo oscuro. Sabe que formaste parte de este mundo, pero no puede aceptar que te hayas ido de él. Yo tampoco puedo. ¿Cómo hacerlo, cuando nunca supimos lo que en realidad pasó? Ha sido difícil, Nikolaj. Muy difícil… Oh, Dios, no estamos bien. Nunca nos recuperamos de haberte perdido, hijo. Lo siento por tu hermano, y más aún, lo siento por ti. ¿Por qué? ¿Por qué a ti? ¿Por qué no pude ser yo la que sufriera los tormentos de esta realidad? ¿Qué hice mal? Dios misericordioso, ¿por qué me has castigado de este modo? ¿Qué hice yo para merecer esto? ¿Qué hizo él? Las lágrimas caen en el papel mientras escribo esto, cariño, igual de fluidas que como brotaron aquella espantosa tarde que solo puedo describir como el infierno mismo. El llanto no se ha ido, la desesperación en mi pecho sigue ahí. Quiero gritar, arrancarme el cabello, morder todo y a todos. Me controlo, por supuesto, por tu hermano, pero en mi interior se libra una guerra. No puedo creer que me lamente al escribir esto, cuando debería estar rogando por tu perdón. Lo he hecho desde aquel día, hijo, pero tampoco obtengo una respuesta. A veces me encuentro imaginando cómo hubiesen resultado las cosas si hubiera hecho algo diferente. No me refiero a aquel día en particular, sino a todo. La manera en que me comporté, la forma en que te quise educar. Cada decisión que he tomado que me llevó a ese momento. El error es notable y tangible, pero no logro darle sentido. Me es difícil encajar las piezas a pesar de haber revivido la escena una y otra vez. No puedo salir de este laberinto, a despecho de que muchos me han intentado ayudar. Camino descalza y a oscuras, con los brazos extendidos a la espera de toparme con un muro. Y es que no puedo partir sin ti, hijo; no otra vez. Inspiro el aire que hay a mi alrededor y sueño con que huele a tu fragancia. Es

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un olor que largo tiempo atrás he olvidado, pero que mi mente desdichada ha intentado conservar aferrándose con uñas y dientes. Intento formar una imagen de ti de adulto. La cara de tu hermano aparece seguido, al igual que la de tu padre de joven. Tus ojos, amor, ¿seguirán igual de soñadores? ¿Tan llenos de vida y pasión? Te imagino alto, de complexión media, con una chaqueta desgastada como vestimenta y una muchacha atractiva a tu lado. Mi instinto de madre me dice que no te hubieras dedicado a las ciencias ni a las letras. Claro que de niño me diste una idea clara de lo que llegarías a ser algún día. No, lo tuyo es el arte, ¿verdad, Nikolaj? La música, el canto. La diversión. Una vida envidiable que pocos tienen la fortuna de aprender a conllevar. De alguna manera hubieses tenido la vida que muchos desean, en la que lo importante es disfrutar cada momento, y no me refiero a tener la capacidad de conservarlo por siempre, sino de en verdad saborear cada instante y atesorarlo como lo más valioso que existe. Solo tenemos una vida, hijo, y, que Dios me perdone, yo te la arrebaté. Nikolaj; hijo; tesoro mío; amor mío. Lo siento. Perdóname. No puedo cargar con esta culpa que me consume con cada aliento. Pero lo merezco. O tal vez no. Dicen que Dios y la vida te pone pruebas, pero no estoy de acuerdo con que esta haya sido obra del Señor. He intentado buscarle a Él, entender Sus motivos, pero soy incapaz de comprender. La gente habla, la sociedad susurra, y esos murmullos poco a poco se convierten en gritos. Sus miradas se clavan en mi cual cuchillas, juzgando, vigilando. Algunos me tienen lástima; otros, odio. No quiero que me miren, no quiero que me conozcan. Acepto todo, menos que tú te hayas ido. He hablado con otras que han pasado por lo mismo que yo, y de alguna manera me ha ayudado a mantenerme erguida, pero no es suficiente. No te puedes recuperar de que te arranquen el corazón y se lo lleven para no verlo más. Más imágenes de ti: en el parque, en los columpios, alimentando a Figs, aprendiendo a nadar. El primer viaje de avión, la primera vez que jugaste en la nieve, cada tarde que pasamos en casa frente a la chimenea, cada cumpleaños, cada Navidad, cada Año Nuevo… Inclino la cabeza y el llanto estalla nuevamente. El dolor me golpea como una avalancha, el odio y el caos se desgarran unos a otros. Quiero perdonarme, deseo aceparlo todo y dejarlo atrás, pero unas cadenas me lo impiden. No puedo hacerte esto, hijo. Mientras no sepa qué fue de ti, seguiré atrapada para siempre. Nikolaj… Me di la vuelta; dos minutos, tal vez tres. Estaba comprando el pan para la cena. Recuerdo haberte visto, recuerdo haber volteado. Ahí estás, junto al tobogán. Hay muchos niños a tu alrededor, muchas madres y muchas parejas. Es un día ajetreado en el centro comercial. Veo personal de seguridad frente a algunas tiendas. Afuera nieva, pero aquí dentro el calor es agradable. No obstante, te he dejado la chaqueta puesta, no te vayas a resfriar. Por mi mente nunca cruzó el presentimiento de que todo iba a cambiar. No, por favor, no te distraigas. No le hagas caso al vendedor. Mira a tu hijo, por Dios, míralo. Voltea. No lo dejes fuera de tu vista… Desapareciste. Justo ahí, en ese momento. Te fuiste, en medio de todo aquel caos. Nadie vio nada, nadie escuchó nada. Un instante estabas ahí, y al otro, te habías ido. El pulso se me acelera, mi respiración también. Un sudor frío cubre mi espalda y mi pecho y el miedo se instaura en mi estómago. El principio del fin. O más bien, yo diría, el fin. ¿Quién te apartó de mí, hijo? ¿Quién es ese desconocido sin alma y sin corazón que te arrebató de nuestro lado? Fantaseo el día con que esté frente a frente con él y pueda saber por qué hizo lo que hizo. No puedo, Nikolaj. No puedo seguir pensando en lo que pasó después. ¿Qué te hizo, mi vida? ¿Qué te hizo? ¿Cómo Dios lo permitió?

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Qué daría yo por saber qué fue de ti. Si sufriste, si fue rápido. Si gritaste mi nombre o si lloraste en silencio. Si escapaste o te quedaste dormido en un profundo sueño. ¿Estarás en paz, cariño? ¿La habrás encontrado después de todo este tiempo? Dios, Señor, ayuda a mi hijo. Te lo ruego, te lo suplico, ayúdalo. Tómalo en tus brazos y llévalo contigo. Dame un indicio para saber qué fue de él. Para mi tranquilidad y la de todos los que lo amamos y lo esperamos. Tal vez solo yo quede de esperar que algún día vuelva a verle, pero no me importa. Aquí estoy, Nikolaj, esperándote. Te extrañamos, hijo; todos los que tocaste y contagiaste con tu alegría sin igual. Tus risas y experiencias se quedan con nosotros, desde hoy hasta el fin de nuestros días. Cada memoria y cada momento perdura, en cada estrella, en cada grano de arena, en cada hoja que cae. Estás en el viento y en el mar, en el bosque y las montañas. Lo eres todo, Nikolaj. Luz de luna y rocío de la mañana; besos cálidos y llanto agonizante. Yo sigo aquí, en esta vida, en este instante. Puede que nunca te deje ir, pero aquí me mantengo. Mujer rota y atrapada en el pasado, pero todavía aguardando tu regreso. Vida solo hay una, y se mueve sin que uno pueda detenerla. Es difícil entenderlo, mucho más creerlo, pero es así. Espero que algún día lo comprendas. Hasta que nos volvamos a ver, cielo. Recuerda que siempre te querré… siempre. No importa en qué universo o realidad nos encontremos, eres mi orgullo más grande, y lo que más amo en esta vida. Estoy a tu lado y tú estás junto a mí. No temas, Nikolaj. Cuando partas de este mundo, yo me iré contigo. Para siempre, mamá.

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Sobre el autor:

Ríchard José Sosa Villegas. Nacido en Caracas, Venezuela (1984). Es profesor de Castellano, Literatura y Latín (UPEL-IPC), investigador y ensayista. Escribe para distintas revistas de investigación. A su vez, trabaja como editor de las siguientes: Revista de Ingeniería (UCV), Gaceta de Pedagogía (UPEL) y Colombia Internacional (ULA). En la actualidad, reside en la región del Atlántico, Colombia.

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rik se dispuso a realizar su último truco esa noche. ¿Cuántas veces no lo había practicado con Beatrice, su asistente? ¡Cientos de veces! Esta vez nada podía fallar. Era su momento. Saludó al público que lo ovacionaba de manera eufórica cada fin de semana, sin importar la ciudad en la cual se presentara. El escapista tenía serios compromisos con su público porque siempre se esperaba que los sorprendiera mucho más que en el acto anterior. Sin embargo, esta vez un sabor amargo en su boca le hacía pensar que algo saldría mal, aunque desconocía la razón. El escenario estuvo listo. Los reflectores se posaron sobre el famoso Houdini. El público contemplaba de manera inquieta el momento. Enseguida, el estilizado hombre descubrió la gigante vitrina similar a una pecera, en la que se introduciría atado por muchas cadenas cuyas llaves habían sido arrojadas a algún lugar del escenario. Ataron sus manos y taparon sus ojos. Esperó un instante y fue sintiendo el agua helada introducirse en sus zapatos y pantalones hasta cubrirlo por completo. El público no movía ni un músculo esperando el gran momento. Los focos estuvieron fijos mientras que la gran vitrina llena de agua con el exitoso mago era cubierta con la negra tela. Sin embargo, dentro de la vitrina algo ocurría. El joven mago intentaba liberarse de las ataduras sin poder hacerlo. En los dos primeros intentos no lo logró y no se preocupó, trató de no expulsar todo el aire de sus pulmones y retomó la operación inicial por tercera vez. Pronto se percató de que no sería posible. Se aterró en pensar que no lograría salir de su propia trampa. El público empezaba a murmurar porque el morbo natural los comenzaba a carcomer para así formular los comentarios más inesperados. Una inesperada mezcla de contradicción entre un posible fallo o el constante triunfo. Mientras tanto, la asistente se reía para sus adentros. Sus ojos despedían puro veneno. La contraluz le daba un aire malévolo. Su victoria final se acercaba vertiginosamente. La atmósfera era demencial. La cortina cayó y allí se veían las moradas facciones del último Houdini buscando respirar, sus ojos estaban volteados, sin vida. Los niños lloraban y los padres del público no lo querían creer. El público estaba compungido, las mujeres horrorizadas. La última función del circo había terminado. Los paramédicos llevaron la camilla para arrojar el inerte cuerpo sin vida. En el camerino, la hermosa asistente celebraba su diabólico triunfo con su nuevo amante. Juntos bebían un sorbo de vino tinto antes de pasar a la acción amatoria. De pronto, ambos sintieron un ardor que venía desde adentro. Se miraron con ojos llorosos a la vez que dos riachuelos nacían de sus adentros y de esa manera, supieron su destino. En la esquina superior derecha del escenario, en el lugar donde la luz de los reflectores no hubiese podido llegar, una estilizada figura sonreía a la vez que se levantaba del asiento y daba un par de zancadas. La negra capa lo pudo haber delatado si alguien se hubiese percatado.

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Sobre el autor: Octavio Ollin nació el 30 de agosto de 1998 en la Ciudad de México. Además de leer, le apasiona escribir cuentos, pues este género le ayuda a ejercitar sus habilidades como escritor. Actualmente estudia la carrera de Biblioteconomía, en la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía (ENBA). Ha publicado cuentos y poemas en revistas electrónicas, como: Revista Pluma, La Piraña, El ocaso de las letras y The Libertiry Prosem Journal en español.

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sa noche lluviosa, Eunice estaba ebria y enfurecida, y me había lanzado el cuchillo, pero con torpeza. —Hágame caso, oficial—. Entonces corrí a recogerlo, me abalancé sobre ella y la apuñalé en la mano. En ese momento, mi mente agitada y golpeada por la sangre, iba tramando miles de crímenes. —¿Qué hay de comer? —Le pregunté a Eunice al llegar del trabajo. —Hice hígado encebollado y un poco de frijoles —me contestó sonriendo, y luego sorbió tequila del vaso de cristal. —¿Solo eso? ¿No hiciste más comida? —Guardé el dinero restante para la semana. —¿Y cuándo piensas lavar la ropa? Cada vez que llegaba a casa, veía el montón de ropa sucia que se iba acumulando más y más conforme pasaban los días. —El viernes. Las vecinas lavan y lavan y ocupan todo el tendedero. —¿Cuántos llevas? —Le cuestioné, señalándole el vaso. Eunice gustaba de beber mientras yo estaba ausente. Según ella, el alcohol era un sedante que servía para mitigar los recuerdos. —Apenas es el primero. —Nunca te he visto fumar un cigarrillo. —¿Y por qué lo haría? —Desearía verte fumar, así te irías matando sola —le dije. —Los deseos también destruyen, cariño. —Sírveme de comer, por favor. —Sí, solo deja caliento las tortillas —me dijo, y sorbió más tequila. —¿No hay bolillos? —Se hicieron duros y tuve que remojarlos en agua para dárselo a los perros. —A esos los está chupando la muerte. Al llegar del trabajo, había encontrado el cuartucho igual de sucio y desordenado. Se lo hice saber a Eunice, pero ella alegó que le dolía la cintura por haber bajado la caja de los sartenes que había en la alacena. —No seas mentirosa. —¿Y para qué voy a mentirte? ¿Qué gano con eso? —Bueno, ¿ya comiste? —Desde las tres. Esa noche lluviosa, la encontré llorando en las escaleras principales de la vieja vecindad. Al verla desabrigada, con su vestido largo y holgado, le dije que podía coger un resfriado, o, peor aún, una neumonía. Pero ella siguió llorando. Entonces la tomé del hombro. Y me dijo, con un aire de ebriedad: —Es un infierno tanto silencio. —Vamos arriba pa’ que hablemos mejor. —¡No! —Ella se negó—. Quiero estar aquí, para que al menos me encuentren muerta. —Estás loca —le dije, algo fastidiado, y la tomé por arriba del codo. —¡Suéltame! —Cállate —le susurré—, o vas a despertar a la chusma. —¡No! En mi ardiente desesperación, el rostro empapado, y una fuerte humedad que se colaba por mi espalda, le solté una bofetada que sonó sordamente en el intenso ruido de la lluvia.

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Y entonces le dije: —Te subes ahora mismo conmigo —la levanté de las escaleras, y la jalé con fuerza, como se jala a los puercos recién muertos. Eunice, con el cabello y el vestido mojados, iba tropezándose con melancolía en cada escalón que subíamos. Al doblar a la izquierda, me raspé las piernas entre los guacales y las jaulas de los canarios. La densa oscuridad del angosto pasillo apenas me dejaba ver por dónde pisábamos. El agua caía a cántaros de la azotea y de los pisos de arriba. Afuera de las ventanas, los helechos en los maceteros, rosaban nuestros rostros. De las barandas de tezontle, escurrían y escurrían las gotas que nos iban mojando cada vez más. Eunice entonces me dijo, con una voz menuda y ronca: —Lloro para no sentirme sola. —¿Y por qué no te largas? —Es que me dueles tanto. —¡Estás ebria! —Le grité furioso al abrir la puerta—. Mi madre tenía razón: tú eres mi tumba, y voy a caer muy profundo —y la empujé para que entrara. Durante toda la semana hubo un silencio largo y absoluto. A Eunice y a mí nos era imposible decir algo. La polvareda y la mugre fueron extendiéndose a todos los rincones del cuartucho, donde vivíamos apretados como charales. Y la ropa ya desprendía un olor miserable, como si fuera un pesado vómito. En los últimos días, Eunice parecía más fatigada, y sus ojos carecían de vida y de brillo. Tenía el rostro en extremo descolorido. Y cada que caminaba doblaba las piernas de la debilidad. Por momentos, se acariciaba la gasa de su mano, y luego suspiraba en silencio, como si se le fuese el alma por la herida. Esa última noche, me asomé por el quicio de la puerta, y vi que Eunice hurgaba en las pilas de ropa, como si buscara algo. Después de eso, se metió abajo de la cama arrastrándose como un insecto. Y luego escuché que arañaba el suelo. Fue algo aterrador. Sentí que mi corazón se azotaba como piedra, y que un fuerte escalofrío recorría mi piel. Entonces me retiré de la puerta a hurtadillas, y me fui a dormir en el catre de latón. A la mañana siguiente, la muerte la había consumido. Desde luego moví el cadáver. En eso sentí un ligero asco mezclado con un aire de asombro. Y es que, de la gasa, desgarrada del todo, salió una araña parda y carnosa, como si hubiese nacido de la mano herida. —Más rápido cae un mentiroso que un cojo. Nomás son puras invenciones suyas — dijo el oficial, sonriéndome con desdén—. Una vecina vio cuando la bofeteó. También hubo testigos que lo vieron subiéndose con ella al tranvía. —Le juro por la memoria de mi madre que soy inocente. —Jurar en vano puede hacer reír al Diablo —me advirtió el oficial—. Mejor ya duérmase, que ya van tres noches que anda despierto —y apagó las luces de los largos pasillos. Las celdas, entonces, quedaron en la pesada y silenciosa penumbra.

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Sobre el autor:

Alejandro Espinosa nació en 1978 en la Ciudad de México, estudió en la UNAM y tiene una especialización en literatura mexicana por parte de la UAM. Es profesor de literatura y teatro. Está incluido en la antología Fútbol en breve Microrelato de jogo bonito en Internacional Microcuentista de 2014. Está incluido en la Antología mexicana de microficción y ha publicado Ishikoro (2010), Pagafantas (2014), El oficio de la holgazanería (2015).

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E

ntregaba su confianza a algo secreto… Paperman

¡Ey! El poema va de, no sé, comienza con… En el principio la nada fue sustancia, ser en su vientre la palabra era ausencia, carencia inesperada y las cosas iban bien, la nada veía las cosas y decía son buenas las cosas que alcanzo a ver. Fueron los ojos de la nada los que nombraron las cosas, porque las cosas en un principio fueron mirada, confidencia. El nombre que dio consistencia a las cosas quiero decir que los nombres crecen en un árbol para que estas y luego caen y mientras caen hay que contemplarlas y dirigir su caída que se va haciendo delirio, caída sobre el cuerpo de las cosas. Me da la impresión de que todo esto transcurre en el sueño. La nada se soñó onanizada, entonces la nada se hizo metáfora a fuerza poesía; palabra muda y torturada, palabra mito, palabra falsa y falsificada, palabra acto, entonces la materia fue dudosa y estrecha, no había sobre qué se extendiera, sobre qué estirarse como un recién despierto, sobre qué crecer como un niño, sobre qué hablar como antes. Y en su lugar, en el lugar de la nada quiero decir: [Una palabra a la que le viene bien el smoking, parece adjetivo de cerca, pero alejándonos un poquito sería nombre, plegaria] [Una palabra que se extiende a lo largo del verso como recuperada] [Una palabra con cara de naipe de espaldas] [Una palabra verbo con cicatrices echadas en falta] [Una palabra ulcerada paracaidista] [Una palabra que aspira a ser metáfora toda] palabra órfica palabra óntica auscultada programada grávida diosa palabra rueca palabra poema y así se fueron formado las primeras impresiones la nada orgánica.

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E

n cada llanto producido por la tristeza de los recuerdos que tenía de ti, en cada canción con recuerdo doloroso te iba dando poco a poco la libertad con cada uno de esos gritos desbocados siguiendo la letra de la canción. Soltar y dar luz, soltar el recuerdo de mil... ilusiones, sueños... todo se va, entre suspiros y sollozos, ya no se siente el peso de tu recuerdo. Desde mi libertad te estoy amando, con ese amor solo por haber sido, quien me demostró que no era. Las coincidencias y semejanzas entre lo añorado y lo odiado. Y al final, vuelvo en mí, veo y aclaro en mí a que se refiere la vida en coincidir. Solo me pide soltar, no para recibir a bien, si no para poder aceptar y creer que lo bueno también es para mí.

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Sobre el autor: Alfonso Armando Koyoc Pedroza. Escritor que inició con un estilo romántico. A lo largo de sus participaciones dentro de la revista, ha cambiado el tema de su escritura, pasando desde el amor hasta el suspenso, género en el que ahora incursiona con nuevos relatos, mismos que abrirán paso a diversas historias, la mayoría de ellas basadas en la fantasía y ficción. Ahora con el suspenso como género, ha desarrollado nuevas historias que en difíciles circunstancias transcurren y dejan al protagonista sin ninguna explicación razonable.

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S

i me detuviera en la frivolidad de la mujer, ahí estas. Si entendiera las complejas interpretaciones del ser, ahí estas. En donde pudiera observar el meridiano y retroceder, ahí estas. Si encontrara el menguante en un atardecer, ahí estas. A veces solo quisiera respirar y tenerte, acercarme y solo emprender. Cada día que pasa siento en la piel el cambio de estar y desaparecer. Ahí estas. Si entendiera el concepto de mujer, ahí estas. Tus cambios, transmutando a diario en el ocaso del amanecer. Ahí estas. Imagina un sendero juntos, dame la pauta que yo te daré el sendero. Imperfecciones que se vuelven una, seres que se unen en el universo. En donde entregaste tus defectos y todo se vio aminorado, ahí estas. Donde desaparecieron dos seres y creamos el verso, ahí estas. Vamos a transmutar, despertemos juntos, es solo un sueño. Donde nos encontramos aquella vez en la realidad, ahí estas. Cada punto marca el siguiente encuentro y nos hace sentir la verdad. ¿Cuál es la diferencia? ¿Dónde está la realidad? ¿Ahí estás? ¿Dónde estás?

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Eres mi nuevo campo de conocimiento, eres mi nueva "Piedra Rosetta". Javier Alcántara

T

e yergues a mi paso como el fragmento de una antigua estela egipcia.

Te observo y cómo cambias cuál camaleón de piedra de trasmutadas letras. De Ibis y de Anubis jeroglífico egipcio el Nilo de tu pubis. Demótico tardío de la ancestral cultura que nació junto al río. Y del antiguo griego sensual diosa vestal floreces con mi riego. Así es que nos buscamos, te toco, siento y leo y así nos desciframos.

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Cuento Ilustraciรณn de HugoFernizac

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Sobre la autora:

Sheila Patricia Fernández Díaz (La Habana, 1993). Ha publicado en la revista independiente de origen canadiense Lived Experiency y en el no.151 de la revista Educación (2017), –dicha revista es fruto de la prestigiosa editorial cubana Pueblo y Educación. Todo lo expuesto a continuación corresponde al año en curso. Uno de sus trabajos forma parte de la II edición de la revista digital Mundo de Escritores y encabezará la sección de poesía de la siguiente edición de este proyecto peruano. Sus trabajos también figuran en la II, III y IV edición de la revista digital española Claustrofobia –un proyecto creado por Ediciones de Humo–. Forma parte de la comunidad de artistas de La guarida Creativa Art (Colombia), y es #artistacisne de la igual llamada revista digital. El pasado 15 de abril vio la luz la primera edición de la revista digital peruana El Almacén, Sheila representa a Cuba como una de las naciones seleccionadas.

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M

ujer en el cuarto: sola, vestida de olvido y sueño, te angustia no tener dueño y a la espera de algún «hola» se va otro traje de cola cosido en tu juventud, otro afán de plenitud que se parece al amor, una frase sin color que solo descifras tú. Mujer que llevas el beso de quien no sabe besar, te consuela imaginar el nacer de algún regreso y se va el sutil bostezo de tu fugaz inocencia en obsequiarle paciencia a un recuerdo malogrado, a un fantasma idealizado que te intoxica de ausencia. Mujer en el cuarto roto: paredes al llanto, abiertas, atrincherado de puertas que presagian terremotos, cuajada de instintos locos y de sublimes pasiones, no malgastes las canciones en quien apenas escucha, no te rindas en la lucha de dibujar ilusiones.

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Sobre el autor:

J.R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Teresa Magazine, La Piraña, entre otras.

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L

a primera vez que sospeché que mi hijo podía predecir el futuro fue durante el cumpleaños número ochenta y uno de mi padre. Les invité a cenar a mi casa. Compramos un pastel de tres leches para partir después de comer. Recuerdo que coloqué las velas en el pastel, como mi padre hizo tantas veces en mis cumpleaños. Las encendí. —Una foto, una foto —gritó mi madre quién sacó su cámara y se colocó frente al pastel. Yo cargué a mi hijo de un año y me coloqué junto a mi padre. Justo antes de que soplara las velas, mi pequeño dijo su primera palabra. Fue pausada, como saboreando cada sílaba. —A…bue…lo. Después de que mamá tomara la foto y se soplaran las velas intentamos que el pequeño Rodri repitiera lo que había dicho. Nos rendimos después de media hora. Mis padres se despidieron. Fue una linda velada. A la mañana siguiente recibí la llamada de mi madre. Apenas podía hablar. Gemía y la voz se le cortaba. —Es tu padre —me dijo. —No tenía que decir más. Adiviné de qué se trataba. El funeral de mi padre fue a las diez de la mañana. Un lunes. Estaba lloviendo. Le dejé el paraguas a mi esposa y me hinqué frente a la tumba del viejo. Las gotas de agua, densas y robustas empapaban mi ropa. Se veía tan sano el día de su cumpleaños. Entonces una idea cruzó por mi mente. Como un relámpago. Al principio no la dejé entrar. Pero mi corazón destrozado le hizo un hueco. ¿Y si Rodri lo había predicho? Unas horas más tarde mientras me cepillaba los dientes para ir a dormir me convencí de que era una estupidez. Seis meses más tarde vino de visita mi cuñada. Aura. Una mujer delgada y desabrida. Estancada en la adolescencia. Siempre con ojeras bajo los ojos y haciendo comentarios (mitad en broma, mitad en serio) a mi esposa sobre buscarse a alguien mejor como pareja. La toleraba solo por mi mujer, y porque parecía tenerle un cariño sincero a Rodri. Por aquel entonces, Arleth y yo estábamos algo preocupados por el mutismo de nuestro hijo. El pediatra decía que cada niño tenía su propio ritmo. Que le dedicáramos tiempo, jugáramos con él y las palabras llegarían. Y de verdad llegaron, pero a cuenta gotas. —Tía Aura —lo dijo con claridad. —Ven, el nene si habla, solo hacía falta que llegara alguien a quien quisiera mucho —lo cargó y lo llenó de besos. Intentó que repitiera su nombre, incluso mi esposa lo invitó a decir mamá. Pero Rodri no habló de nuevo. Al día siguiente el teléfono sonó a las once de la noche. —¿Quién será a esta hora? —dijo Areth con voz nerviosa. Hace algunos meses le había descubierto hablando con alguien en la madrugada. Ella me jugó la del marido celoso, y me dijo que era un machista y un paranoico. Sin pruebas es difícil ganarle la conversación a una mujer, así que dejé el asunto por la paz. No volvió a ocurrir. Pero yo estaba seguro que quien llamaba hoy no era un hombre. —Es tu madre —le dije con la seguridad que tiene el conejo que va a morir cuando descubre a la serpiente. Ella contestó. —No, no puede ser. ¿Cuándo? ¡Oh Dios mío!, de acuerdo, sí, adiós. Se derrumbó sobre la cama y comenzó a llorar. Yo me acerqué y le abracé.

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—Es Aura, ¿verdad? Ella asintió con la cabeza y se hundió en mi pecho. A la mañana siguiente fuimos a la funeraria. Arleth caminó hasta el ataúd. Lloró y rezó. Yo le di su espacio. —Es una tragedia, era demasiado joven —me dijo Javier, quien era muy cercano a la familia de mi esposa. —Sí, es lamentable —por un momento pensé en contarle a Javier acerca de mi teoría, pero me contuve. Si debía hablarla con alguien era con mi mujer. Esa noche le solté la bomba. —Es una estupidez —su voz era gélida —es un pésimo momento para andar con ese tipo de bromas. Como Arleth estaba molesta me quedé a dormir en el sofá. Pero hacía un calor del demonio. Entonces me llevé unos cojines y fui al cuarto de Rodri, que además de nuestra alcoba era el único cuarto con aire acondicionado. Estaba por quedarme dormido cuando Rodri habló de nuevo. —Abuela —me levanté de golpe. Me vestí a toda prisa y cogí las llaves del auto. Conduje a casa de mi madre a las dos de la mañana. —¿Qué sucede? —ella estaba casi tan asustada como yo. Yo la abracé. Unas cuantas lágrimas se me escaparon. Ella lo notó y me enjugó los ojos. —Rodrigo, ¿qué te sucede? —Estaba preocupado por ti, creo que aún no supero lo de papá…y la muerte de Aura… —mentí. Me quedé con ella el resto de la noche. Arleth llamó por la mañana. —¿Dónde estás? —En casa de mi madre, estaba un poco enferma —mentí. —Ah… ¿puedes venir?, te necesito —no sonaba molesta. Tardé quince minutos en llegar a casa. Arleth tenía los ojos hinchados. «Estuvo llorando». —¿Qué sucede? —Pero en el mismo momento que hice la pregunta vaticiné la respuesta. Su madre había muerto a las seis de la mañana. Su hermana menor Delia le había marcado para notificarle. Esta vez no traté de convencerla. Fuimos al velorio. Estuvimos ahí hasta pasadas las doce. Después regresamos a casa. Le pedí a Arleth que se fuera a dormir. Que yo me haría cargo de levantarla al día siguiente. Me levanté muy temprano y le di un baño a Rodri. Lo estaba secando cuando habló nuevamente. —Papá. La sangre se me heló. Mi vista comenzó a nublarse. Estaba en un estado de trance. Como pude, vestí a mi hijo y me arreglé. Quizá por última vez. Desperté a mi esposa y conduje al panteón. Tenía miedo de morir mientras conducía y llevarme a mi familia conmigo. Mientras el ataúd descendía me imaginaba que era yo quien estaba dentro, sin vida. —Arleth, quiero que sepas que te amo mucho. Tengo un seguro de vida, no es mucho, pero servirá para pagar los gastos funerarios y algunas cosas más. —No me digas esto ahora Rodrigo —me abrazó, no estaba molesta. Era más bien cansancio.

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—Pero debes saberlo… por si acaso. Pensaba en cómo me hubiera gustado ver crecer a mi hijo. Hacerme viejo al lado de mi esposa. Todo eso se veía tan lejano, como sombras de un futuro que no iba a ser. Entonces se escuchó un grito. Era Delia. Junto a ella había un hombre tirado. Se convulsionó por unos momentos, después se quedó muy quieto. —¡Javier! —gritó mi esposa y corrió hacia él. Entonces ya no era una sospecha, lo supe. Tuve la certeza de que mi hijo predecía el futuro.

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Sobre el autor:

J.L. Zúùiga, nace en lagos de Moreno Jalisco, un 30 de abril de 1993, se define a sí mismo como un pensador constante, creador recurrente, creativo y sensible.

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ifuminar, descomponer y desvanecer. —Mi cabeza lo repetía como si no hubiese un mañana. Con un miedo palpable a no memorizarlo. Tus sentimientos, mis realidades y nuestros complicados juicios. ¿En qué me has convertido? —Me decía a mí mismo entre lágrimas, haciéndome culpable de haber permitido que tu oscuridad conquistara a mi existencia. Ahora que nada está roto, que la luz deambula por mis venas y los pasadizos herrumbrosos se han llenado de sol, te regalo estas palabras; esperando que, en algún momento de la vida, la armonía también te alcance, y tus sombras se evaporen. Para que puedas reanudar tu camino.

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Sobre la autora:

María LozanoS. Nació en Pénjamo, Guanajuato un 15 de mayo de 1974. Reside en León, Gto. Integrante del taller de escritura de la Biblioteca Central Estatal Wigberto Jiménez Moreno. Miembro de La Red Estatal de Tertulias Literarias Guanajuato. Capacitación en los talleres: Taller de escritura creativa con Enrique Páez y Taller intensivo de ensayo (INBAL) con Víctor Sosa. Publicaciones en la Revista Literaria Perro Negro de la Calle, no.32, Mayo 2019 y no. 40 Enero 2020. Revista Ecos literarios año 1 número 3, Marzo 2020 y número 4, Abril 2020. Participación del Festival Mundial de Poesía WFP. Solo te diré… guarda silencio y sentirás que hay una energía cósmica en nuestras almas.

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V

ivir en la oscuridad, sin saber si es de día o de noche, mis ojos derraman sangre y los párpados pesados en silencio con un dolor profundo en mi pecho y el alma desmembrada. No reconozco la paz. Siento una lanza de acero que penetra mi cuerpo. Sustancia que me quema y me da una tranquilidad vacía con sentimientos fugaces. Veo tus ojos llenos de luz; escucho tus risas con euforia al estar alegre. Percibo el perfume de tu cabello; no siento tu piel tibia, no es mi realidad, ya pasaron varias horas. No te encuentro, niña de mis ojos. ¿Dónde estás?

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Sobre la autora:

Paula Ireri Pech Marín nació en la ciudad de Chetumal, Quintana Roo, México, el 11 de julio de 1997. Actualmente cursa el internado médico de pregrado en el Hospital General de Chetumal, como parte de su formación en la licenciatura en medicina de la Universidad de Quintana Roo. Su gusto por la literatura y la ficción la ha llevado a estar inmersa en el mundo de la palabra y la imaginación. Algunos de sus cuentos han formado parte de publicaciones tales como la «Antología de escritoras de Quintana Roo» en 2014, y la «Primera Antología de Cuento Fondo Blanco» en 2017. Ha escrito novelas las cuales no ha publicado, pero espera en el futuro tener la oportunidad de hacerlo. Su pasión es el género de la fantasía épica, y sus autores favoritos son Robert Jordan, Brandon Sanderson, George R. R. Martin y Patrick Rothfuss. ¿Libro favorito? Imposible de decir.

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I

kal Balam observó al enorme jaguar lamerse sus patas, la cola agitándose tras él. El animal iba cómodamente postrado sobre la barca, despreocupado del agua que los rodeaba. —¿No le tienes miedo al agua, Gran Jaguar? —preguntó Ikal Balam mientras remaba. El jaguar lo miró con sus ojos inteligentes. Mientras aguardaba respuesta, el niño contempló la cueva: grande, bella, oscura. Las cristalinas aguas del cenote reflejaban luces sobre las paredes de piedra, los picos de estalactitas y estalagmitas figurando dientes y lanzas. El remo se deslizaba con facilidad en el agua; Ikal Balam lograba divisar miles de peces de vivos colores nadando allá abajo, ajenos a la amenaza del felino recostado en la barca. —No —respondió el jaguar con una extraña voz semejante a un rugido—. El agua es necesaria para la vida. —¿Tú hablas? Creí que los animales no hablaban. El jaguar rio. Ikal Balam nunca había visto algo tan gracioso: las fauces del felino se abrieron para semejar una sonrisa. —Todo en esta vida tiene voz. —Eso no es cierto. Las piedras no hablan, ni tampoco el agua o el maíz. El jaguar se levantó y sacó la cabeza de la barca para beber agua. Su larga lengua no tuvo dificultad para la tarea. —Tal vez no has escuchado bien —respondió cuando terminó—. Escucha. Ikal Balam obedeció. Allá arriba volaban los murciélagos, y en todo alrededor, gotas caían en un rítmico repiqueteo. El soplar del viento aullaba dentro de la caverna, y el chapoteo de los remos originaba eco que se distribuía en todo el espacio. —Oigo muchas cosas, pero no voces. Es el sonido de la naturaleza. El jaguar agitó las orejas, divertido y atento. —No todo habla de la misma manera, niño. Ikal Balam siguió remando. Pasaron junto a zonas abiertas de la caverna desde donde se atisbaban los anchos troncos espinosos de las sangradas ceibas, y otros árboles más pequeños, pero igual de importantes. Guacamayas, tucanes, monos, jabalíes, venados e iguanas los saludaban a su paso, mostrando respeto ante el jaguar que viajaba junto a Ikal Balam. —¿No extrañas a tu familia? —Preguntó Ikal Balam, deteniéndose un momento para beber agua desde una jícara. —Para eso viajamos, ¿no es así? Para ir con la familia. —No sé muy bien hacia dónde me dirijo —admitió el niño, mordiendo un jugoso mango que traía consigo. Le invitó al jaguar, pero este rehusó el ofrecimiento—. Solo remo hacia delante. —Eso está bien, más debes recordar lo que dejaste atrás. —¿Por qué? Lo importante es lo que está a continuación, no lo que ya he recorrido. El jaguar se lamió sus patas en un acto que le pareció curioso. —Nuestro pasado es igual de importante que el futuro. No importa no saber adónde nos dirigimos: si sabemos de dónde venimos, siempre tendremos un lugar al cual regresar. Desde un agujero abierto en la piedra, Ikal Balam contempló las estrellas. Miles, millones de ellas. Eran bellísimas, más hermosas que cualquier pintura o tejido. Se extendían en el cielo como un lienzo de cuidadoso detalle, siempre cambiando, siempre trayendo mensajes de otras vidas. El niño extendió una mano, imaginando que podía agarrarlas. De paso saludó a la luna, grande y redonda, la diosa Ixchel admirando lo que había ayudado a crear.

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El jaguar se levantó y se zambulló al agua de un ágil salto. No parecía tener frío, a pesar de que el cenote siempre estaba helado. Ikal Balam lo observó alejarse a nado. —No me dejes, Gran Jaguar —le pidió—. No quiero estar solo. Tengo miedo. El jaguar se detuvo y lo miró con detenimiento. Sus ojos, de un reluciente amarillo, eran tan brillantes como el propio sol. —No tengas miedo. No estás solo, niño. Nunca se está solo. Los espíritus de tus antepasados te guían en este viaje, mas eres tú el que debe concluirlo —el imponente animal se alejó un poco más. Ikal Balam lo despidió con la mano. —¿Te volveré a ver? —Sí —prometió el jaguar—. Mientras me recuerdes, yo viviré para siempre —nadó todavía más, perdiéndose en la oscuridad de la caverna. Ikal Balam sonrió y siguió remando.

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Sobre el autor:

Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Co-fundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, taumaturgia e ironía. Enfoca su obra poética (rima o prosa) en indagar en los recovecos de lo mundano desde el punto de vista pesimista. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: “El noveno arcano”, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019). “Lo que pasó en el sótano” (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019). “El puente del recuerdo” (Revista franco americana “Resonancias”, 2020), “La carta de Jacques Virgil” (“Más literatura”, sección cultural de Tecnologíaindustrial .net, Ciudad de México, 2020), “Retorno” (Revista Literaria Nudo Gordiano, Toluca, Edo. De México, 2020), “El cometa verde” (Revista de ciencia ficción y fantasía “Teoría Omicrón”, Quito, Ecuador, 2020), entre otras.

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I

N

o se toma en serio al arte, hasta que es necesitado, cuando el virus y el enfado son el único estandarte. Cuando todo queda aparte, el arte ocios recupera; no se toma a la ligera y en encierro aplaca mentes de las ya cautivas gentes que no quieren alma austera. II Libros, música y pintura; cine, danza o poesía, en el arte se confía; nos rescata la cultura. Es evidente, a esta altura, que siempre fue necesario, pues este impío escenario, de la pandemia y colapso, ¿cómo soportar el lapso? Haz del arte tu santuario.

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Sobre el autor:

Antonio Asunciรณn Pacheco. 1974. Santa Catarina Juquila, Oax. Aprendiz de escritor. Ha publicado un par de cuentos en periรณdicos locales de Oaxaca.

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U

na tolvanera envolvió por sorpresa al anciano. Trastabilló hasta detenerse de golpe flaqueando una pierna. Dibujó un gesto de dolor. Torció el pie sobre la goma del calzado y miró. Le escurría un hilillo de sangre. Atravesó el patio, apurado y renqueando. Tuvo que aventar a manotazos el alborozo del perro para conseguir abrir la desvencijada portezuela de la cocina, separada del dormitorio por una tela amarrada con cintas. Ambos espacios eran pequeños, de tablas deterioradas por el tiempo, piso de tierra, grandes rendijas por las que escapaba el humo o se colaba el viento. Todas las casas alrededor mostraban las mismas condiciones sobre un paisaje esculpido por las sequías. Su mujer quitó una tortilla de maíz del comal y lo miró con fastidio. —Cierra esa puerta, caramba, que ya conoces al mañoso de tu perro —dijo. Él obedeció—. Acuérdate de lo que nos hizo con la bolsa de galletas que me regaló nuestra ahijada. ¡En nuestras narices se dio mejor cena que nosotros! El anciano se sentó y se quitó una sandalia. La levantó pasando suavemente la mano por ambos lados. —¿Qué haces? ¡Te he hablado mil veces de la diferencia entre pobreza y suciedad! —dijo la mujer mientras apagaba el fuego del comal. Luego destapó una olla de barro, de donde se elevó un vapor denso, y agregó—: ve a lavarte las manos, que ya vamos a comer. Dejó caer la sandalia y apretó el talón contra la pata de la mesa. Ella retomó el asunto del perro. —Desde hace tiempo debimos quemarle el hocico para quitarle lo cusco. Si nos descuidamos, cualquier día de estos nos deja sin comer. —Me da lástima. Lo que se les quema es la campanilla, no el hocico. El dolor ha de tardar varios días. —Pero él no tiene lástima de nosotros. —Le puso enfrente un caldo en el que flotaban algunos frijoles. —A este paso —dijo mirando el plato—, en lugar de entrar, el perro va a querer salir corriendo. —Un gesto de dolor interrumpió el intento de una sonrisa. —A este paso nos lo vamos a comer a él después de vender la gallina que nos queda —alegó ella sentándose a la mesa. —No debiste vender ninguna. Ese dinero se nos fue como el agua. —Había que pagar las deudas —le gritó mientras iba camino al lavadero en el patio. Miró otra vez la puerta abierta y fue hacia allá—. La que nos quedamos es ponedora, no tarda en estar culeca. Primero Dios este año sí llueva y tengamos chepiles. Y con un poco de suerte, hasta chicatanas. El anciano flexionó la pierna para lavarse el pie a jicarazos; ya no sangraba. —¿Qué te pasó? —Nada, mujer, nada. —¿Cómo nada? ¡Déjame ver! —Seguro fue una espina. —¿Y si fue un clavo? —Insistió en mirar—. Tú no tienes la vacuna del tétanos. Deberíamos ir al doctor. El perro se acercó a ellos. La mujer le lanzó una advertencia. El animal, con la cola entre las patas, corrió a echarse por el brocal del pozo. —Decía nuestra hija que no solo en los metales está el tétanos. ¿Y qué doctor me querrá atender gratis? El centro de salud hace meses que lo quitaron. —Vendemos la gallina.

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—No, mujer, no. Al rato busco allá enfrente. —Señaló el lugar sin mirar—. Si encuentro el clavo, lo pones a hervir y me tomo la infusión y ya. De algo me tengo que morir de todos modos. La conversación continuó en la mesa. —Cuando ese día llegue, compra la caja más barata y cuatro velas. El dinero que traiga la gente, guárdalo, no lo uses en esa tontería del novenario de rezos y el cabo de año. Yo me encargo de hacerles saber allá arriba que me tengo bien ganada la gloria, después de tantos años de malvivir esperando a que se acordaran de nosotros. —¡No reniegues! Y menos en la mesa, que, aunque tortilla con sal y agua, Dios no nos abandona. —Hace rato que, para seguir, a mí ya no me alcanza ni la fe, mujer. Ella no le rebatió. —Después del entierro, vende este terreno y vete a casa de alguna de tus hermanas. A ella entrégale las tres cuartas partes del producto de la venta… —¡Las tres cuartas partes! —Sí, que sepan que después de eso te quedas con apenas nada para cualquier necesidad. Así no te tomarán por una arrimada. Y procura que mucha gente se entere del trato. Pregúntale a la hermana que tenga a bien recibirte si puedes llevar contigo al perro. Así no tendrías que abandonarlo a su suerte. —Ese animal dañino. ¿Quién me aceptaría con él? Y de hacerlo nos corren el mismo día. Ahora que, pensándolo bien, con el genio que me cargo es más probable que decidan quedarse al perro y me corran a mí —dijo, echándose a reír de forma tan contagiosa que rieron por un buen rato los dos—. ¿Por qué me dices estas cosas? —preguntó ya recuperada. —Estamos viejos. Tenemos que pensar con la cabeza fría. No tardo en morirme o, peor aún, en ser una carga. Creímos que nuestra hija cuidaría de nosotros y mira: allá arriba, donde todavía confías que nos procuran, decidieron llevársela antes. —Él sabe por qué hace las cosas y cuándo. No me gusta escucharte hablar como si desearas morir. —En mi situación, el deseo y el presentimiento son la misma cosa. Lo que más me preocupa ahora es que tú te vayas a enfermar de algo grave y no sepamos ni qué hacer, y desde este lugar resultará más difícil todavía si te quedas sola. Por eso quiero que te vayas al pueblo con alguna de tus hermanas. —Tú lo que andas buscando es deshacerte de mí de una vez para buscarte otra. —Una que no se queje de mi perro —completó con seriedad, el índice levantado, Después, apartó el plato y se incorporó. —¿Adónde vas? —A frotarme un poco de alcohol en los pies y recostarme un rato. Sentado en el borde de la cama, el anciano entrecerró los ojos y examinó otra vez el calzado. Con la sandalia en la mano, el pie descalzo en puntillas, fue a levantar la tela que cubría la ventana. En la calle, su mujer buscaba afanosa en el suelo, cerca de donde recibiera el pinchazo. Ella se enderezó mirando hacia arriba. Las primeras gotas de lluvia rebotaron en el tejado.

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Sobre el autor: Juan Cristóbal Ulloa nace en un poco transitado 1 de mayo de 1995, en la pequeña ciudad vitivinícola Santa Cruz, Chile. Juan Cristóbal actualmente busca espacios constantes de acogida para su mente y alma, ilusionado como perro nuevo en encontrar un trabajo fijo que tenga que ver con redacción creativa publicitaria o escritura de guiones, sin embargo se mantiene en cuarentena luchando contra la ansiedad, mandando material para publicaciones y explorando también otros tipos de materialidades y aristas como lo son la pintura y la actuación, a pesar de que ambas últimas no son su fuerte.

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E

l otro día se topó a un amigo Que venía llegando de Letamusé:

—Y cuando murió no la abracé, y cuando pude llorar me petrifiqué, y cuando venía en el viaje no quise leer. Nada me venía. Contraria a mi soberanía, y ahora siguiendo mi amor con la de siempre, el alma pesa toneladas, era ella quien me contenía. —Pero te dejó el camino libre, nadie supo que como amantes vivían. —Insensible canino, te crees estirpe y no tiene el tino de un escritor. Entonces ahí se quedó torpe. ¿En qué habría fallado? Y su ego de tauro fue a dar al bolsillo y a largo plazo el manuscrito entregó por fin calor humano.

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Naturaleza FotografĂ­a de Gael Alvarado

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Sobre el autor:

(Ciudad de México, 1983) Poeta y traductor bilingüe español-náhuatl. Ha trabajado en varias instituciones gubernamentales y privadas, entre las que destaca el servicio bilingüe de Telefónica México. Como autor, ha publicado en diferentes medios impresos y digitales en ambas lenguas. Actualmente es profesor de lengua-cultura náhuatl.

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E

l sol de pascua ha venido a mí como una ayuda inesperada en los días de aislamiento que me unen con mis amigos. Una pascua como la de este año, hace nueve, entré en cuarentena. Como en los meses de la tisis, en estos del COVID-19 mi claustro se volvió mi hogar y no tuve más compañía que yo mismo. En ese tiempo me reencontré conmigo, aunque en ese entonces tuve miedo de (re)conocerme, pero me superé y lo hice. Me había olvidado de mí y la enfermedad me hizo recordar. Y desde entonces, volví a ser quien no era. Todo en mí y nada en el mundo ha cambiado, aunque reconozco que ya no veo con los mismos ojos al mundo. En esta vez, me da gusto encontrarme de nuevo con la misma situación con sentimientos diferentes. No importa que cambie de nombre: la enfermedad es la compañera de la vida y, en ocasiones, heraldo de la partida. Y entre estas tres, yo tránsito por el mundo dejando una estela de errores, aciertos, (des)encuentros y sentimientos en un camino que los humanos llaman vida.

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...trozo pequeño de cielo que llevo en mi bolsillo. Javier Alcántara

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e tomado el vértice, de la Gran Pirámide de Guiza.

La mejor flor, de los Jardines Colgantes de Babilonia. La más grande ofrenda, al Templo de Artemisa en Éfeso. La curva más sutil, de la estatua de Zeus en Olimpia. La solemnidad y el silencio, del Mausoleo de Halicarnaso. La fuerza, del Coloso de Rodas. El brillo, del Faro de Alejandría. Reunido todo aquello me fue posible crear solamente una pieza para el mosaico de tu cuerpo.

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Sobre el autor: Fredy Rolando Ruilova Lituma. Nacido en Azogues-Provincial del Cañar-Ecuador, en 1956. Abogado, con Mención en Derecho Público. Miembro de la Casa de las Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Cañar. Vocal Alterno y Titular del Directorio de la Casa de la Cultura Núcleo del Cañar. Ganador de concurso de poesía provincial. Segundo premio: I Concurso Provincial de Poesía “Edgar Palomeque Vivar”. Primer premio: II Concurso Provincial de Poesía “Edgar Palomeque Vivar. Primer Lugar en el III Concurso Provincial de Poesía “Edgar Palomeque Vivar. Premio Único V Concurso provincial de Poesía “Edgar Palomeque Vivar”. Columnista del Diario “La Portada”. De Azogues. Editorialista del Semanario “Espectador”, de Azogues. Libros publicados:” Rostros Innominados” (2018). “Encuentro de Vértigos” (2019).

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C

aminar es saludable. Fluye tu calor latente. Patear gramos de piedra con las puntas de los zapatos desgastar las suelas, rodear los charcos, su agua venenosa, espantar a puñetazos las moscas, detenerse a pensar en el amor frío o herido como una hoja seca boca arriba. Sin ningún abrigo que el jugo de la herida. Recorrer el paso agreste en medio de hileras de árbol. Echar atrás las ramas del tiempo, las raíces sin fronteras, las paredes ácidas sin aromas. Parpadear mirando el cielo la congestión de los átomos, esperando que el amor caiga como una fruta. Despellejando nombres y corazones de las cortezas de los árboles. Mirando letras torcidas; tatuajes con sangre o pulpa. Pigmentos de clorofila saturados por la edad de los espectros. Escuchar esas voces azules que pronunciaron esos nombres y son cuerpos fríos en brazos de otros amores. Llegar sensibles a la orilla del río, desandar el camino y lavar la pupila en su reflejo, en su profundo universo que respira claridad en sus ondas. Limpiar los rastros putrefactos de las ramas enmarañadas que serán morosa fogata para otros amores o sueños.

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Sobre el autor:

J.R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Teresa Magazine, La Piraña, entre otras.

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esde el año 3026 los viajes en el tiempo son posibles. Posibles si… pero costosos. Un viaje al río Futaleufú en el verano de 1993 para navegar en kayak y beber de sus deliciosas aguas cristalinas cuesta aproximadamente setenta mil euros. Ir al festival Woodstock de 1969, para escuchar a Santana y Jimi Hendrix vale entre sesenta y sesenta y cinco mil euros. La agencia TimeExpress acaba de sacar un viaje a la Deutsche Nationalbibliothek de 1983, para escuchar de viva voz a Michael Ende leer su mayor obra: La historia Interminable. El paseo cuesta ochenta mil euros. Dinero que por supuesto no tengo. Afortunadamente siempre está la piratería. Ahora, existen reglas para viajar en el tiempo. La primera y más importante es no decir que vienes de otra época. La segunda es no revelar información del futuro. La tercera es evitar contacto directo con personajes históricos. No charlar con Cristóbal Colón, Sócrates o Jesucristo, por citar ejemplos. Hay un libro como de cincuenta o sesenta reglas, los artículos que puedes traer del pasado, las vacunas que debes tener para visitar tal o cual época, no se quiere causar una pandemia que cambie por completo la historia, por lo menos no desde el incidente con los ratones en Europa. Si alguien llegase a romper una de las reglas anteriores, los hombres de gris vendrían por él. La policía del tiempo. Quienes se encargan de mantener el orden cronológico. Ellos detectan las aberraciones de tiempo y dependiendo de la gravedad del crimen puedes ser multado, encarcelado, asesinado o desvanecido. Se creía que la peor manera de morir era ahogado, hasta que descubrieron que podían matar a alguien a los pocos días de nacido. La persona a quien le aplican este castigo se va difuminando mientras grita en agonía hasta que desaparece. ¿Han escuchado la frase: lo barato sale caro?, pues era precisamente lo que sucedió. Se suponía que estaría en la Alemania de 1983, pocos años antes de la caída del muro de Berlín. El turco que me vendió los boletos me lo había jurado por su madre. ¡Qué poca madre debía de tener! Apenas escuché disparos me tiré al suelo. Rodé hasta una de las trincheras más cercanas. Al levantar la vista pude ver una bala grande y lenta. Comparadas con las armas del siglo XXXI las armas del siglo XX parecían tan arcaicas. Pero sabía bien que no debía confiarme. Una bala de esas, en un punto vital podría causarme la muerte. Los soldados se acercaban a mí. Vestían con mascarilla en el rostro. Una delgada gabardina color verde oscuro. Botas militares. Cada uno portaba un largo fúsil con bayoneta en la punta. Saqué mis píldoras, repasé los colores, azul para inglés, rojo para español…la de alemán es de color amarillo. La meto a mi boca y trago. —¡Identifíquese! —me ordena uno de los oficiales. Tras la máscara su voz se escucha menos humana. —¡Soy alemán! Soy alemán. El hombre se descubrió el rostro. Era caucásico, de ojos azules, mandíbula cuadrada y una cicatriz en la mejilla. Si podía hacer que confiara en mí y lograr llegar a algún lugar a descansar. Solo debía mantenerme a salvo veinticuatro horas, el tiempo que tenía el cronómetro de mi cinturón. Después de ese tiempo regresaría automáticamente a mi época. —¿Qué está haciendo aquí? —¿Dónde estamos? —En la frontera con Francia, estás en la guerra mundial chico. —¿La primera o la segunda? Vi a lo lejos a un par de hombres vestidos de gris. Y sentí como cada célula de mi cuerpo explotaba. Cerré los ojos y lancé un aullido con todas mis fuerzas. Pude escuchar

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disparos, pero no los sentí. Con la piel ardiendo y los ojos perforados por mil agujas, con la nariz en llamas. ¿Qué eran unos arcaicos disparos de fusiles? Pensé en mamá. En la única vez que fui a la playa. Una tarde lluviosa leyendo, con las orejas rojas y los brazos entumidos.

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Sobre el autor:

Nacido en 1975. Frontino, Antioquia, Colombia. Libros publicados: Donde acaba el silencio, En el otro lado del espejo, De amor, La voz del Helicón, Pinceladas sobre la cultura frontineña, Una mentira llamada amor y Frontineando: perfiles de personajes de Frontino. Poemas suyos han sido incluidos en antologías poéticas a nivel nacional e internacional. Ha sido columnista de varios periódicos. Autor de varios prólogos de libros publicados.

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iento miedo ante los pasos de esa vejez que llegará solitaria y sin pedir permiso a mi vida. Siento miedo de esas canas que marcarán las líneas de mi cabello. Siento miedo de los pasos que anunciarán la llegada de la muerte silenciando por siempre mi vida. Siento miedo de dejar mil cosas que tengo pendientes aún por hacer y que sé que nadie las hará por mí. Siento miedo de irme lejos de esta tierra y dejar solo malos recuerdos y que lo bueno que hice nadie lo sienta Siento miedo de que olvide que una vez viví sonriendo y que nadie recuerde mi alegría. Siento miedo de no ser lo mejor que le pudo pasar a alguien, ese sueño eterno de amor. Miedo de que esos odios que desperté me atormenten en el más allá. Siento miedo de que mis palabras sean muertas conmigo también y que nadie al menos recuerde mis consejos y frases dichas. Siento miedo de no oír las canciones que tanto me fascinaron y que se olvidarán en mi memoria. Siento miedo de todo a mi alrededor de los hombres que me hablaron de las mujeres hipócritas que conocí y de las suegras a las que nunca les volví a hablar. Siento miedo de los ayeres que me golpean, de ese futuro incierto que me pone nervioso y de ese presente que se va rápido. Siento miedo de mí, de estas palabras que me ahogan, de todo lo que pasa justo por mi cabeza ahora, de las notas de mi cuaderno, que como agua se pierden lentamente. Siento miedo de ser lo que no soy y de lo que pude haber sido. Siento miedo de la luz de mis ojos de esa que se cerrará sin tregua alguna

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y que no podrĂŠ evitar. Siento miedo de todo hasta de no acabar este poema.

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ué razón tenías, al decirlo así... no creí que te conocieras tan bien, ante el instinto del hombre, ante el calor de la piel y el recorrer de los fluidos con la intensidad de los besos. Y fue ese momento, cuando en mi ser se dio la entrega y en ti, no fue ni placer... Me permití la entrega ante la incertidumbre del corazón, momento que, me confieso, disfruté como no lo hacía hace tiempo. De mí fue entrega al ser, no al placer... nuevamente no pensé, por ser de ti por creer que yo era en ti, lo que eras en mí. Al pasar de los días y disminuir el dolor entre mis piernas producto del calor de esa noche, puede pensar, entrar en mi mente y no dejar de ser yo la analítica, la meticulosa al detalle, la detective de tus palabras, y vino en mi mente algo que me perturbó... el placer fue mío... ahí me debí de dar cuenta y debí de empezar apagar la ilusión, el deseo, el sueño de ti. La estocada final, ese momento donde se da el tiro de gracia ante una gran faena de baile y persecución donde tu haz salió vencedor y a mí me llevan arrastrando atrás de ruedo. Y ahora, volvemos al comienzo... a ser quien era sin ser de ti.

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Sobre el autor: Alfonso Armando Koyoc Pedroza. Escritor que inició con un estilo romántico. A lo largo de sus participaciones dentro de la revista, ha cambiado el tema de su escritura, pasando desde el amor hasta el suspenso, género en el que ahora incursiona con nuevos relatos, mismos que abrirán paso a diversas historias, la mayoría de ellas basadas en la fantasía y ficción. Ahora con el suspenso como género, ha desarrollado nuevas historias que en difíciles circunstancias transcurren y dejan al protagonista sin ninguna explicación razonable.

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oledad, apártate de todo y aléjate de tus sentidos. Sus emociones distantes y sus sentimientos perdidos. Soledad, toma mi ser. Aléjate, piérdete, únete. Soledad, apártate de todos y déjalos con sus sentidos, corroídos por el paso del tiempo. Somos quienes navéganos contra el viento. Soledad, acaríciame una vez más, destruye el paso de las horas. Aléjame, piérdeme, úneme. Somos el paso del tiempo perdido en nuestras caricias diarias. Fuimos el tiempo que se perdió en cada uno de nuestros sentidos. Seremos los momentos que compartimos. Soledad intranquila. Aléjanos, piérdenos, únenos. Soledad, divide nuestros rumbos, haz que cada día estemos el uno en el otro. Somos la levedad del ser en un rumbo desconocido. Seremos quienes imaginan el sendero de nuestros instantes. Soledad, sepáranos. Dame la virtud que a diario le pido a mis emociones. Piérdeme, aléjame, úneme…

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Sobre el autor:

Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América Los jóvenes cuentan (2007). Es autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018) y Cementerio prohibido (2019).

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A

quella botica en los ochenta, empezó a sufrir el declive de sus ventas cuando Sendero Luminoso campeaba en la zona, y era común ver cadáveres en las calles y los campos, ya torturados, chamuscados, baleados o descuartizados, por culpa de la revolución armada. El centro farmacéutico de gran popularidad funcionaba en el primero de dos pisos de una construcción colonial, construida con paredes de ladrillos de adobe y el techo de tejas andinas, y entonces atendía un joven robusto, de cabellos rulos, piel morena, estatura mediana, a quien los amigos llamaban El Quijudo, por tener una deforme quijada de caballo y una voz tétrica que luchaba con su comportamiento risible y burlón. Una tarde calurosa, en cuyas sombras el aire helaba, cuando las radios y los periódicos anunciaban varias víctimas de atentados senderistas y ataques ilegales de la Guardia Civil, El Quijudo vio que un jovencito zarrapastroso arrojó dentro de su establecimiento una carta amarrada a una piedrecita, que le cayó bajo los pies luego de rebotar de una de las vitrinas y que sintió como si una roca le golpease la nuca. Él no tuvo tiempo de correr tras el heraldo misterioso, pues un temor profundo le congeló los pies. Al recibir el mensaje, paseando la lengua por los labios y sudorosos los dedos, con los ojos redondos por la impresión, trémulamente descubrió primero al final de la hoja blanca la imagen de la hoz y el martillo; y, al terminar de leer el breve texto, comprendió el inminente peligro. Entendida la desgracia, les contó con tristeza y temor a los dueños de la botica sobre las amenazas de muertes de los extremistas contra los responsables del negocio, si es que no colaboraban con el partido del Camarada Gonzalo entregando dinero y medicinas a la dirección y hora indicadas. Claramente intimidados de perder la vida de la forma más sanguinaria, pueda ser tras un atentando afuera o dentro del negocio, obedecieron sumisamente y, en la noche, El Quijudo llevó trescientos soles en un sobre y varios medicamentos en una bolsa plástica, y los dejó debajo del puente de ingreso a la ciudad, a la orilla del río Accoscca, entre matorrales y piedras, en una zona deshabitada entonces y que hoy limita con el popular barrio Cinco Esquinas; tal como los extorsionadores —¿acaso no es exacta la palabra?— lo habían ordenado. Los días siguientes, acaso más tranquilos, creyeron liberarse del problema. No obstante, pasados tres semanas del incidente, llegó otra carta con el mismo mensaje amenazador. ¡Qué engañados habían estado! Lo más lógico en esa temporada donde la vida valía un comino, era pensar que el problema no terminaría así por así. Obedecieron una y otra vez por el lapso de tres meses, siempre entregando dinero y medicinas, hasta que creyeron conveniente cerrar la botica por ‹‹culpa de esos miserables››. Así fue que llegó la última amenaza, cuando El Quijudo se disponía abrir la puerta del establecimiento, y lo halló escondido entre la ranura de la puerta y el piso. Desesperado y alterado, sin completar su cometido, se fue corriendo veloz a buscar a uno de sus familiares lejanos, que según tenía entendido desde hace poco, aquel se había enganchado al partido del terror y la muerte. Le contaría, con lágrimas en los ojos, cómo el abuso de su grupo revolucionario terminaría por destruir el único sustento de su familia. Llegó cansado y falto de aire a una vivienda destartalada ubicada en las inmediaciones de la ciudad, tras recorrer trochas y cortar caminos en medio del paisaje boscoso. Tras cruzar un zaguán sombrío y fresco, halló en el patio y a plena luz de la mañana, a su primo lejano leyendo una revista, tan concentrado que, extrañado y descifrador, se demoró en reconocerlo.

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Al hacerlo, El Quijudo se arrodilló delante de él y le contó lacrimógenamente todo lo sucedido, atropelladamente como lo hacen los desesperados. Marco, su primo lejano, le pidió que le mostrara la carta. Al dársela, Marco la revisó clavando su mirada fruncida y, con el semblante de hierro, exclamó disgustado: —Pero si esta carta es una patraña. Esto no lo ha enviado el partido. Es un modelo en desuso. —¿Ah? ¿Una patraña? —El Quijudo no podía creerlo. Es más, no lo entendía. —Te digo que es apócrifa —explicó Marco con enfado. Su rostro estrenaba una frialdad y crudeza renacidas de pronto—. Esto es un aprovechamiento —agitó la carta temblorosamente. —¿Apócrifa? ¿Aprovechamiento? —El canalla estafador que está lucrando con esto merece vérselas con el partido. Es intolerable —sostuvo Marco con voz metálica. Marco se puso de pie y le explicó que los verdaderos camaradas sabían que los mensajes eran modificados cada cierto tiempo. Ahora el modelo era otro. El que le mostró era de casi un año atrás. Finalmente, le indicó a El Quijudo los pasos que tenía que seguir para dar con el embaucador. En la noche de aquel día, El Quijudo fue al puente de siempre y arrojó debajo un sobre lleno de papeles de oficina y una bolsa llena de basura. Se marchó hasta cierta distancia, se ocultó en una esquina, y esperó a ver lo que sucedía. Pasado menos de media hora, salido de la penumbra, observó a un hombre delgado asomarse con cierta prisa, a quien los senderistas capturaron casi inmediatamente. Pudo distinguir a lo lejos borrosamente como le golpearon a patadazos, puñetazos y culatazos, y tras varios gritos horrísonos, le balearon hasta matarlo. Seguidamente, los camaradas huyeron y se perdieron entre la selva y las sombras. Al perderse de vista, la curiosidad de El Quijudo le hizo ver el rostro del asesinado, tras llegar cautelosamente al lugar del crimen. Con contradicción y asombro brutal, reconoció a su compañero de colegio llamado Patroclo, un ex militar desertor, con quien había compartido varias lunas de bohemia los fines de semana de los setentas.

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Noite FotografĂ­a de HugoFernizac

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Sobre el autor:

J.L. Zúùiga, nace en lagos de Moreno Jalisco, un 30 de abril de 1993, se define a sí mismo como un pensador constante, creador recurrente, creativo y sensible.

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E

n todo aquello que nos alumbra, que nos alinea. Residimos en las palabras, en las melodías, incluso en las penumbras. Residimos en lo profundo, en lo extraordinario. En aquello que nos regresa, que nos

parte. En las lágrimas, en lo dulce, en lo inalcanzable. Resido cuando te escucho sin saberte. Resides cuando me atiendes sin juzgarme. En el silencio, en la inmensidad de los sueños… En mí.

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Sobre la autora:

Nacida un martes 5 de enero, un día después de la primera luna llena del 88, Licenciada en psicología, Docente en el área de Orientación educativa. Radica en un pueblito de paso cerca del mar, en Nayarit. Es una hacedora de imágenes que emanan de la profundidad de sus visiones y memorias distorsionadas, invocando crudeza, melancolía y magia en su prosa poética. Se le caracterizan por ser obras breves y precisas, siempre con un sentido irónico de los saturninos.

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C

ualquier objeto era un arma permitida, la gente huía de los grupos de asalto, eran voraces y despiadados, parecían la peor amenaza. La misión: escapar de ellos, correr por tu vida o enfrentarlos, morir en el intento de sobrevivir y llevarte a algunos de paso, o con mucha suerte, cómo me ocurrió mí; quitarte de encima a algunos cuantos y salir ilesa. Como dije, eran la peor amenaza hasta que esas cosas comenzaron a caer del cielo, pequeñas llamaradas que se desintegraban antes de tocar el suelo, después, vinieron las grandes bolas de fuego, aplastando y quemando todo a su paso. Edificios en llamas, derrumbándose, gritos ensordecedores por doquier, ya no podíamos escondernos, nadie, ni aquellos despiadados estaban a salvo. Sentía que el cielo se caía, no más que el temor de aquel estacionamiento partiéndose en piedras listo para colapsar sobre mí. Aturdida y con miedo, llegué hasta una rampa y logré refugiarme debajo de unas escaleras que daban a la parte de adentro de un centro comercial. Pensé en mi padre, algo dentro de mí deseaba despedirse, me estaba dando por vencida. Fue entonces cuando me percaté de la presencia de alguien, algo acercándose, lo sentí atravesar la misma vía que yo había seguido, era como una ráfaga, como un tornado allá afuera viniendo hacía a mí, y de pronto la calma, una energía llena de fuerza y serenidad me sorprendió por la espalda, ahí bajo la escalera, le vi a los ojos, tenía frente a mí a otro tipo de padre. Revestido con dorado, y rasgos orientales, un hombre un poco regordete, con bigotes de dragón, me observaba sonriente. Tomó mi mano y sobre ella colocó la mitad de un pan, mi atención se volvió plena, por un momento olvidé todo a mí alrededor y vi como de este pan germinaban unas pequeñas plantas que poco a poco crecían, hasta formar un bosque entero en su superficie, vi a esos árboles dar frutos, y supe que frente a mí estaba mi padre, el destructor y creador. Qué lucidez, mi consciencia onírica despierta, lloro con mi corazón rebosante, y él me dice: «Ve a afuera». Y con el pan en la mano, salgo, sus ramas se extienden a lo alto y ancho, reverdece.

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Sobre la autora:

María LozanoS. Nació en Pénjamo, Guanajuato un 15 de mayo de 1974. Reside en León, Gto. Integrante del taller de escritura de la Biblioteca Central Estatal Wigberto Jiménez Moreno. Miembro de La Red Estatal de Tertulias Literarias Guanajuato. Capacitación en los talleres: Taller de escritura creativa con Enrique Páez y Taller intensivo de ensayo (INBAL) con Víctor Sosa. Publicaciones en la Revista Literaria Perro Negro de la Calle, no.32, Mayo 2019 y no. 40 Enero 2020. Revista Ecos literarios año 1 número 3, Marzo 2020 y número 4, Abril 2020. Participación del Festival Mundial de Poesía WFP. Solo te diré… guarda silencio y sentirás que hay una energía cósmica en nuestras almas.

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espertar cada mañana, esperando que sea un sueño, solo que vivo este sueño dentro de otro. Donde duermo con miedo en compañía de la soledad, pero ambas me dan una noche

de paz.

Al tomar el café, que invita a disfrutar de la vida, aunque en el menú del desayuno están mis demonios, pensamientos y sueños rotos. Habitan en la casa la locura y la ansiedad, pero solo ellas se aparecen por instantes. En mi ventana veo el teñido de flores lilas de Jacaranda en el asfalto. El viento sopla fuerte y me comparo con ellas. Ver su tronco delgado de madera dura y olor fuerte. Raíces aferradas a una tierra seca y aun así hechizan al verlas. Aumenta mi fortaleza y endurece mi piel. Es la paz que necesita mi alma. Se escuchan las campanas, anunciando la libertad. Estoy de pie y ya término la tormenta. Solo en busca de tantas preguntas y pocas respuestas…

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Sobre el autor: Juan Cristóbal Ulloa nace en un poco transitado 1 de mayo de 1995, en la pequeña ciudad vitivinícola Santa Cruz, Chile. Juan Cristóbal actualmente busca espacios constantes de acogida para su mente y alma, ilusionado como perro nuevo en encontrar un trabajo fijo que tenga que ver con redacción creativa publicitaria o escritura de guiones, sin embargo se mantiene en cuarentena luchando contra la ansiedad, mandando material para publicaciones y explorando también otros tipos de materialidades y aristas como lo son la pintura y la actuación, a pesar de que ambas últimas no son su fuerte.

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e penumbras por segundo se vio interrumpida la vela. Cegรณ al instante en madera hasta cesarse su diluvio. Tres tabletas con tarugos que le hicieron aflojarse. Acudieron al instante damas con fuerza fatal y con zancos al verdugo le dieron por ser cobarde.

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Sobre el autor: Demetrio Navarro del Ángel. Nació en Ébano, S.L.P. en 1976. Docente por vocación y escritor por convicción. Ha escrito ensayos académicos de distinta naturaleza. Fue Finalista en el VII Certamen de Relatos en torno a San Isidro 2018 (España). Ha publicado en la Antología de cuento breve Cuentos de Msterio, suspenso y horror (2019), en la Antología de cuento breve Para un mundo mejor (2018), y en la Antología del Concurso Internacional de Cuento Breve Todos somos inmigrantes (2017), todos ellos de Grupo Editorial Benma.

Texto corregido del original publicado en Antología de Cuento Breve Cuentos de Misterio, suspenso y horror. (2019). Grupo Editorial Benma. México.

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anuel siempre había sido un poco ignorante en muchos aspectos de la vida, pero temeroso de Dios, por azares del destino había hecho conocido a Pablo, un hombre extraño que parecía vivir atormentado por alguna razón. Pablo era un ermitaño, seco y casi inaccesible que vivía a orillas de una hondonada. Un día de tantos, Pablo le pidió a Manuel que lo ayudara a llevar un encargo a una casa en el cerro de Leviatán; a lo cual sin dudar accedió. Le había dicho que pasara a su casa cerca del mediodía. Manuel llevaba un costal amarrado, el cual puso en la parte trasera de la troca, le dijo lo siguiente: —Pablo, te voy a pedir que lleves este costal con carnitas a mi compadre; no te las vayas a comer, y ten mucho cuidado no vayas a entrar en su casa, por más que te invite a hacerlo. Solo llévalas y entrégalas, Él me va a mandar algo, lo recibes y me lo traes. Del costal emanaba un delicioso aroma a carnitas recién sacadas del cazo, por lo cual a Manuel se le estaba haciendo agua la boca y se le antojaba darse un buen atracón, o al menos poder saborear un suculento pedazo de carne que saciara su instinto primigenio. Víctima de la gula, el conductor paró la troca a orillas de la carretera, y allí se había atrevido a abrir el costal el cual contenía un aborrecible platillo compuesto de sapos y serpientes, los cuales se encontraban perfectamente fritos, al ver aquel contenido se le revolvió el estómago. Estremecido, nervioso e incapaz de continuar su camino, estuvo varado con la repulsiva carga. Se había retrasado, hasta que pudo salir de ese estado de fragilidad en el que se había envuelto, y que lo hacía tan vulnerable pues no era capaz de poder tomar el volante y continuar aquel trayecto al que se había comprometido. Con inusitada agilidad logró llegar hasta aquella casa que parecía derruida en la cual tintineaba una pequeña luz; había tocado tenazmente la puerta, un elegante hombre lo recibió, y atinó a decir: —Aquí le manda su compadre Pablo estas carnitas. Aquel hombre sonrío maliciosamente, invitándolo a pasar en varias ocasiones. A lo que Manuel interpeló: —No, muchas gracias ya es tarde, solo dijo que usted le iba a mandar algo. El hombre se introdujo en las negras fauces de aquella casa en la que no se alcanzaba a ver nada. Parecía estar frente a un sueño o una alucinación, allí atado a una columna en el fondo se encontraba Pablo semidesnudo, y el personaje que lo había recibido con tanta amabilidad se había convertido en un ser abominable, provisto de cuernos y cola quien con una fusta laceraba sin misericordia a aquel desdichado. Hubiera querido gritar, pero recordó que no debía entrar allí, así que salió inmediatamente persignándose sin hacer el menor ruido posible. El malévolo compadre tardó unos seis minutos en regresar; entregándole una talega con monedas, lo sabía por el peso y el ruido que hacían. Desde aquel día Manuel cayó en un agujero sin sentido, con la ropa percudida andaba por las calles del pueblo diciendo incoherencias en voz baja de aquel encuentro. La mirada pérdida lo acompañaba de forma perenne, y una mueca de pavor se dibujaba en su rostro cada vez que creía ver en el pueblo a Don Sata, de quien huía en forma errática por las empedradas calles.

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E

l amor, como el tiempo ... es relativo no absoluto.

Cómo decirte que me he enamorado de ti, cuando el tiempo está en mi contra. Uno no se enamora del cuerpo físico del contacto ... porque eso también es relativo, no absoluto, cuando se ve más allá de las palabras. Cómo poder explicar lo que se siente en esa parte donde se une el corazón con la razón. Cómo poder explicar el amor relativo como el tiempo, explicar por qué te puedes asombrar de lo grandioso que es enamorarse de un alma, antes de tocar su piel. Me resigno ante lo que es y entierro sueños e ilusiones, pero no la esperanza de que un día me voltees a ver. Me resigno y acepto ser vista como lo que para ti sea lo mejor, porque para mí así también lo será. Es mejor ser que no estar. El tiempo está en mi contra, porque para ti es absoluto... cuando para mí es relativo. El que no creas conocerme está en mi contra, el amor que yo siento es relativo y absoluto.

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Sobre el autor: Alfonso Armando Koyoc Pedroza. Escritor que inició con un estilo romántico. A lo largo de sus participaciones dentro de la revista, ha cambiado el tema de su escritura, pasando desde el amor hasta el suspenso, género en el que ahora incursiona con nuevos relatos, mismos que abrirán paso a diversas historias, la mayoría de ellas basadas en la fantasía y ficción. Ahora con el suspenso como género, ha desarrollado nuevas historias que en difíciles circunstancias transcurren y dejan al protagonista sin ninguna explicación razonable.

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Ilencio. Aquellos puntos donde nunca puedo encontrarte. Esos pasos en los que nunca puedo verte. Las travesías que has recorrido. Los puntos que dividen nuestros seres. Los lugares que aún están llenos de tu presencia. Silencio. Pausas que ocurren en las noches. Ritmos melódicos que nadie puede sentir. Espacios que nunca podrán aparecer. Reacciones que están muy lejos de mí. Simplemente ausencia de tu ser.

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Sobre la autora: A.B. Noviembre de 1994. Guadalajara, Jalisco. Estudió en Universidad de Guadalajara, Egresada como Abogada. Surge en los últimos meses del 2017, como la manifestación de todo aquello que se siente y se vive. Amante de la expresión en cualquiera de sus formas. Publicó su primer escrito escondido en la edición No. 18 de la Revista Digital Perro Negro de la Calle.

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e senté a esperarte, como todos los días, solo por un instante. Puse pausa a mi día, tomé un libro y fingí leer, mientras todos mis sentidos se agudizan esperando alguna señal de ti. ¿Cuánto tiempo más debo esperar tu regreso? Ha pasado ya algún tiempo desde tu partida, y en mi corazón, un momento de cada día aún yace la esperanza de volverte a ver, como si una noticia de ti fuese a traer consigo aquel amor que se marchó tiempo antes que tú. Es absurdo, lo sé. En ocasiones te sueño y por un momento, justo antes del amanecer, te siento a mi lado, desapareciendo al segundo siguiente y llevándote contigo la efímera calma otorgada. Y no es que te eche de menos, mucho menos que me hagas falta, es tan solo ese vacío provocado por tu repentina partida. Son todas aquellas palabras que jamás pude decirte y que se acumulan en mi pecho buscando la manera de salir. Ese último abrazo que aún aguardan mis brazos, sentir el latido de tu corazón junto al mío, con su tranquilo palpitar diciendo: «Todo estará bien». Es ese último beso que nunca te di y que ahora se encuentra perdido en el cajón de los sueños rotos, guardado a un lado de nuestros recuerdos juntos y que aún espera llegar hasta ti y decirte: «Gracias por todo». Es ese café que nunca tomamos, la canción que nunca bailamos, la película que no vimos, las pláticas que tuvimos y las que jamás tendremos, los versos que no te escribí, los proyectos que no realizamos, aquellas noches sin dormir, los momentos junto a ti. No es que te eche de menos, es que el nosotros aún me persigue en mis noches de insomnio, es que en tu rápida huida no pude decirnos adiós y dar paso a mi vida sin ti. No es que te eche de menos, es solo que a menudo me acuerdo de ti, porque aún existe un rastro de nosotros y el susurro impertinente que pregunta por ti, porque aún tengo esa última carta que te escribí. No es que te eche de menos, ni tampoco que te necesite, es solo que aún me resulta extraño el mundo así. Es solo que siempre fuiste un huracán. Es solo que, aunque estés lejos te has vuelto una parte de mí. Es solo que hasta ahora he caído en cuenta de todo el tiempo que perdimos. Es solo que, hasta ahora, pienso fuera de mí. No es que te eche de menos, es que aún reservaba en mi mente algún ojalá. No es que te eche de menos, es que te eché de más.

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Sobre el autor: Fredy Rolando Ruilova Lituma. Nacido en Azogues-Provincial del Cañar-Ecuador, en 1956. Abogado, con Mención en Derecho Público. Miembro de la Casa de las Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Cañar. Vocal Alterno y Titular del Directorio de la Casa de la Cultura Núcleo del Cañar. Ganador de concurso de poesía provincial. Segundo premio: I Concurso Provincial de Poesía “Edgar Palomeque Vivar”. Primer premio: II Concurso Provincial de Poesía “Edgar Palomeque Vivar. Primer Lugar en el III Concurso Provincial de Poesía “Edgar Palomeque Vivar. Premio Único V Concurso provincial de Poesía “Edgar Palomeque Vivar”. Columnista del Diario “La Portada”. De Azogues. Editorialista del Semanario “Espectador”, de Azogues. Libros publicados:” Rostros Innominados” (2018). “Encuentro de Vértigos” (2019).

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evantarse con los ojos de animal dormido, los zapatos sin cordones; madrugar y encontrar las calles estirando las piernas plácidamente, sin gente, sin que se levante una hoja, sin que una voz extraña te interrogue, O un polvo vuele como alfombra persa. Sin importarle que la madrugada tenga su guante de frío. Que, ligera flota como una cola de cometa. Yo me zambullo en los ojales de mi abrigo, como el avestruz yace su cabeza en la tierra. Esta soledad de esqueleto sumerge la cabeza bajo el agua, como la luz en el opúsculo de la última letra. Los rótulos lucen agónicos de luces y las aves están de vacaciones. Los domingos son festivos y de saludos lentos, pero en este vacío me inclino a saludar a mi sombra camuflada en las calles desiertas. Han desaparecido la flora y la fauna de la jungla citadina. La mañana es una masa sin rostro en el camino algo admirable: saludo a un perro, que por fortuna no tiene dueño. El perro trajo el sol de la mañana. Se ralentiza su mirada caída. Se acuesta. Con su nariz huele el leve ruido que se escapa, el vapor que expulsa Está caliente como el pan que tritura Como el metal de las campanas que llaman a misa. Fue un viaje interminable de dos cuadras de dos vagabundos atados como fardos en el oleaje del universo buscando algún puerto o una patria.

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Sobre el autor:

Nacido en 1975. Frontino, Antioquia, Colombia. Libros publicados: Donde acaba el silencio, En el otro lado del espejo, De amor, La voz del Helicón, Pinceladas sobre la cultura frontineña, Una mentira llamada amor y Frontineando: perfiles de personajes de Frontino. Poemas suyos han sido incluidos en antologías poéticas a nivel nacional e internacional. Ha sido columnista de varios periódicos. Autor de varios prólogos de libros publicados.

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s tan solo en el mes de noviembre que cada noche sentimos el animero, el que con el tilin tilan de la campana nos invita a un padrenuestro venidero. La noche lo acompañara en silencio y un océano de fe llevará con calma, él camina con orgullo por las calles pidiendo padrenuestros con el alma. En su ser llevará mucho compromiso y su súplica siempre noble y sagrada, es bastante fiel a este ritual religioso y a la herencia cultural que fue dejada.

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Sobre el autor:

Angel Acecam Cloneoser (Nicolás Romero, Estado de México 1985) es licenciado en Administración de empresas, sus textos hablan principalmente de la muerte, la soledad y el desamor, ha participado con poesía y fotografía para la Revista Literaria Pluma de argentina, y con poesía para las revistas Mexicanas Reminiscencia, Letrantes, Perro Negro de la calle, Collhibri, Tintasangre, monolito, engarce, poetomanos, nocturnario y Melancolía Desenchufada. Actualmente estudia la maestría en tecnología educativa.

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cuando ella te pregunte: ¿qué asesino le arranco la vida? Atiende a decirle sin excusarte que todos sus moradores han sido sus verdugos. Que aquellos que acogió con amor en su pecho, le han herido y lentamente agonizó, sin ellos hacer nada por calmar su aflicción. Dile que le fallaron aquellos a los que alimentó desde su génesis con las viandas de la vida, entre las estaciones que abortaron sus penurias. Que fueron aquellos que derribaban a sus hijos y le dejaban un yermo para vender sus retales al mejor postor, esos que le vomitaban sus desechos sin compasión y la envenenaban con su desmedida ambición. Aquellos que mudos al ver su dolor no levantaban la voz, y dejaron a los sierpes consumar su asesinato atroz. Esos que consumían sus pliegues con fuego para poder construir su aposento cerca de su rostro ¡Insensatos! ¡Asesinos! ¡Cobardes! ¿No escuchan el llanto de gea? ¿No ven cómo convulsiona? ¿No sienten su agonía? Atiendan sus plegarias ahora, antes que las lágrimas del cielo, el calor de Apolo o la fuerza del viento la conviertan en su cementerio.

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Puerta FotografĂ­a de HugoFernizac

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Sobre el autor:

Jesús Elizondo González nació en Monterrey del año 1994. Su interés por la escritura surgió en secundaria, cuando comenzó a participar en obras de teatro. Durante preparatoria, comenzó a escribir para la revista estudiantil La esfera. Ya en carrera, comenzó a introducirse en el área de cinematografía, dónde realizó guiones y dirigió cortometrajes. Actualmente, escribe cuentos en su blog Historias por Jesús Elizondo González.

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E

stás a punto de morir. Está bien. No te preocupes. Digo, sé que no planeabas morir el día de hoy. Nadie planea su muerte. Excepto los suicidas. Aunque no sé. Déjame decirte que en ocasiones he querido suicidarme, pero son momentos que nunca planeó. Tirarme enfrente de un camión. Estar en edificio muy alto, tan alto que no puedo ver el piso, y sentir esa adrenalina de saltar y acabar con todo. Pero nunca lo hice. ¿Piensas que la gente que se suicida lo hace a propósito? ¿Lo hace pensando? Digo, por un lado, tienes a los que deciden hacerlo solos. Que se quedan encerrados en su casa, sin decirle nada a nadie y que se dan un balazo en la cabeza. O se asfixian con el carro. O en el peor de los casos solamente se cortan las venas, lo que hace que sus muertes sean lentas y dolorosas. ¿Pero qué piensas de los que arruinan el día de alguien más suicidándose? El que decide lanzarse en las vías del metro y ¡pum!, con todo el cagadero que hacen ahora se tiene que parar toda una línea, solamente porque a un idiota se le ocurrió la gran idea de matarse en un lugar público, provocando que se tenga que quitar la sangre y los huesos del camino. O el que decide conducir intoxicado y todo lo que tiene en su cuerpo le dice que sería buena idea chocar contra un poste o árbol o cualquier otra cosa que generaría su muerte, pero no es capaz de ver a la persona que está en el camino así que termina matándola. Aun así, todo el mundo reconoce que una persona que se suicida automáticamente va a hacerle daño a alguien más. Porque al final de cuentas, una persona que se suicida crea como un vacío entre todas las personas que la conocen. Y es que una persona no puede vivir sola. Al contrario, este individuo está rodeado de otros individuos que ya sea en mayor o menor escala se ven afectados por sus decisiones y no pueden ignorar la muerte de un ser querido. Ese fue el caso de mi hermana, Ely Ramírez. ¿La conoces? Claro que la conoces. Si no fuera por ti, no se hubiera suicidado. Y si no fuera por su suicidio, yo no estaría aquí. Pero eso no es lo que importa por el momento. Lo que importa es que se suicidó. Para la suerte de esta pinche ciudad, ella no decidió lanzarse en las vías del tren o tirarse en frente de un carro en movimiento. No, ella fue más respetuosa y esperó a que toda mi familia no estuviera en la casa para quitarse la vida. ¿Sabes qué es lo peor de todo? Que no dejó una nota. Suena muy cliché, pero piénsalo. Si hubiera dejado una nota, nuestra familia hubiera sabido todo. Lo que tenía en la cabeza, por lo que estaba pasando, que no era nuestra culpa y no teníamos que sentirnos mal, que era nuestra culpa y que debíamos sentirnos mal, algo para explicar una decisión tan importante como esa. Pero no dejó nada más que un cadáver con un agujero en su cabeza tirado en su cuarto. Mi madre fue quien descubrió el cuerpo. No pudo parar de llorar cuando lo vio. Me llamó por teléfono cuando estaba con mis amigos. Te juro que no entendía nada de lo que decía. Absolutamente nada. Lloraba tanto que su garganta se tragaba su voz. Pasó casi un minuto para que finalmente le pudiera dar forma a sus palabras. Aunque yo no lo mostré mis sentimientos a nadie, me dolió mucho. Pero creo que a la que más le dolió fue a mi abuelita, que se murió al recibir la noticia. Así que, de una persona muerta, pasamos a tener que enterrar dos personas. Y estar en los funerales fue un infierno. No solo era el hecho de que dos seres queridos habían muerto, sino que ahora primos y tíos nos estaban echando la culpa por la muerte de abuelita. Y digo, sí. Quizás no debíamos de haberle dicho de manera tan repentina acerca de lo que le pasó a Ely. ¿Pero en serio era nuestra culpa que un evento tan deprimente ocasionará la muerte indirecta de alguien? ¿Cómo íbamos a saber que una cosa así iba a llevar a la otra?

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Entonces, solamente quedaron tres personas. Mi padre, mi madre y yo. Y sabía que algo estaba roto en nuestro núcleo porque Ely era la alegría de nuestra familia. Ella era la que nos mantenía juntos y alegres. Pero, sin ella, esa unión no existía. Éramos solamente tres personas viviendo en una misma casa. Y poco a poco, cada uno de nosotros se deterioró. El primero en caer fue mi padre. Todos sabíamos que le gustaba el alcohol y que le gustaba tomar de vez en cuando. A veces me invitaba a beber y aunque odiaba el sabor de la cerveza, la aceptaba porque quería pasar un tiempo con él. Sin embargo, su consumo aumentó y también comenzó a salir más. Antes de que supiéramos, fue atropellado por un borracho que no podía distinguir a una persona del camino. Luego siguió mi madre, que no tenía más vicios que ver las novelas. pero que retraía todo su dolor hacía ella. Cualquiera hubiera pensado que era fuerte, pero la verdad es que poco a poco se estaba volviendo loca. Comenzó a hablar sola y tener momentos en los que ya no sabía que era real o no. Pensaba que los personajes de la telenovela eran reales y que yo no existía. Ahorita, no sé dónde está. Solamente desapareció. Llegué a la casa y ya no estaba. Solamente se había ido. Y eso me deja a mí. A lo que te has de preguntar: ¿Cuál fue mi tragedia? A lo que mi respuesta es que: por suerte yo no tuve ninguna tragedia. ¿Crees en dios? Yo no creía. Pero ahora creo. Porque cuando todo apuntaba a que yo iba a ser el siguiente en encontrar la manera de desaparecer en este mundo, encontré tus cartas. Encontré las cartas que le habías enviado a Ely en dónde le decías que la amabas, que tú eras el amor de su vida, que la querías, que era mentira, que querías a tu esposa y a tus hijos, que te dejara en paz o te ibas a asegurar que la metieran a la cárcel. Esas cartas me salvaron, Fidel. No sabes cuánto dolor tenía en mi corazón, cuánta rabia, cuánto odio tenía en éste. Y es que no tenía dónde ponerlo. No sabía dónde dejar ese dolor para vivir feliz o al menos satisfecho con mi existencia. Podía hacerlo contra mí mismo, pero no me parecía una buena idea. Pero cuando descubrí lo que le hiciste a mi hermana, cuando me di cuenta que todo el abismo que se tragó a mi familia comenzó por tu culpa, supe que todo este sufrimiento que siento tenía que ir directamente hacia ti. ¿Por qué vas a morir? Fácil. Vas a morir para que yo vuelva a ser feliz.

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Sobre el autor: Fernando Huaroto (Lima, Perú / 1993). Estudió Literatura en la UNMSM. Fundador y director de Hierba/Zine. Finalista en el I concurso de poesía experimental Jean Brossa (Cuba). Ganó el concurso internacional de poesía erótica Isabel Vigo con Canciones para June. Ha publicado las plaquetas Devociones, Gabaratos, Anotaciones y Correspondencias. Dirige Circo Editorial, administra el blog: www.manualdepirateria.blogspot.com Ha publicado textos en revistas nacionales e internacionales, como: Delirium Tremen, Monolito, Molok, Enpoli. Actualmente intenta trabajar en la teorización de la Poesía Negra.

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a noche inflamándose en su luz de pólvora y mi infierno girando por salir de tu jaula donde luego facundo, me danzo como un río entrando hacia los túneles negros de tus ojos donde tus flores musicales accidentales tubular van frotando tu cuerpo de una manera tan propia y propicia, componiendo tu vestido de cabellos religiosos. Ahora que tus calles suenan más distantes y ejemplares esculpiendo su piedra infinita, coloreando tu ciudad que va creciendo originada en tus pasos donde rebalsan crónicos tus ojos.

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Sobre la autora: Mariana Checa Miranda nació el 30 de marzo de 1984 en Cuautitlán, Estado de México, estudió psicología en la Universidad de Cuautitlán Izcalli. Hija de padres mexicanos. A la edad de trece años escribió pequeñas reseñas para un periódico local de su Municipio. Siempre interesada en las artes en general, pero su mayor gusto es por la lectura y escritura. Actualmente radica en Guadalajara, Jalisco.

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uando la sinceridad toca la puerta… y ese perfume tan peculiar que acontece a esta nueva vida, hacen bloquear todos y cada uno de los sentidos... Esto no es Esparta, pero sí es un bello rincón desde el cual te escribo y me escribo, te medito y me medito, un rincón sobre el cual me estremezco, me voy a sumergir y emerger cuantas veces sea necesario y sea posible en esta realidad... tu nueva y existente realidad... Cuando los 20's caen y pesan tanto, y más que un 60 o incluso un 80, cuando uno que otro 20 es... tan incómodo que no sé en qué momento debo convertirlo en 5... sigo entendiendo pese a los días que han transcurrido ya... Esto no es Esparta, pero es el mejor que tengo para obsequiarte y compartirte, pese a mis múltiples y extrañas fijaciones y paradigmas que, pese a lo mucho que realmente cuesta, sigo intencionada a romper, un lugar. Ese lugar que vuelve a ser un paraíso compartido donde todas las ilusiones se albergan... desde aquel sobre el cual pocas veces me atrevo a indagar, sigo encontrando… Me encuentro... Esto no es Esparta, pero soy yo una mente salvaje corriendo tras un nuevo sueño sin final, pero estando lo más posible y cerca de la realidad... Una nueva aventura, feliz y emocionante aventura, sin marcha atrás, con miles de ideas y miles de fantasías, y, aunque pueda parecer lo contrario, cada minuto, cada hora, reconozco el gran delirio sobre aquella insospechada frase matutina. Voy a volver sin poner un final, ese final está lejano a mi realidad y sigo sin querer pensarlo o imaginarlo.

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Sobre la autora:

Nacida un martes 5 de enero, un día después de la primera luna llena del 88, Licenciada en psicología, Docente en el área de Orientación educativa. Radica en un pueblito de paso cerca del mar, en Nayarit. Es una hacedora de imágenes que emanan de la profundidad de sus visiones y memorias distorsionadas, invocando crudeza, melancolía y magia en su prosa poética. Se le caracterizan por ser obras breves y precisas, siempre con un sentido irónico de los saturninos.

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la mañana siguiente ya no estaban, habían desaparecido Aun podía verse alejándose frente a nosotros, enorme, azul, radiante, era inexplicable, y sin embargo ahí seguía materializado, menguando nuestra visión y creencias, casi tangible, un planeta visitante. Una aureola de energía entre ellos y nosotros se cerraba poco a poco, pronto se irían dejándonos en una ensoñación, entre un sinfín de dudas y sin su presencia irremplazable. Ya no estaban entre nosotros, ni uno solo de ellos nos acompañaba, partieron durante la noche, usaron la «teletransportacion», dicen los noticieros. Ninguno de los míos acudió a la cama a despertarme, a exigirme por atención y alimento, nadie vino a meterse entre mis sabanas, o, a posarse sobre ellas a amasarme el vientre; ningún ronroneo, ni restriego de bigotes, no había ni uno solo en casa haciendo su voluntad, esclavizándome. Y para todos será evidente cuando caiga la noche y nos invada el silencio. No se les verá cruzando las calles, ni lloriqueando sufridamente entre encuentros salvajes en las azoteas, ni caerá sobre nosotros el brillo de sus ojos hipnotizante desde las sombras. Su suavidad, mesura, su arrogancia, se han ido. Lo supimos todo el tiempo, eran una raza superior entre nosotros y ahora ya no están.

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Sobre el autor:

Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América Los jóvenes cuentan (2007). Es autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018) y Cementerio prohibido (2019).

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l despertar, como una navaja tajándome el hígado, escuché con horror aquella horrible carcajada. Enfebrecido, casi paranoico, observé a todos lados, pero la habitación, estrecha y repleta de libros, aparte de estremecerme más, me hizo dudar de la realidad que hería mis retinas. Tuve que salir a desayunar donde la vecina, una señora de edad que me tenía carisma. Sin embargo, los últimos días la había notado extraña, como si escondiera algo sobre mí y no quisiese contármelo. Al probar los fideos, los sentí desabridos e, incluso, mal cocidos. Pero no me atreví a reprocharle ni contarle las tribulaciones que me atacaban con una angustia depresiva. Al cerrar la puerta, oí unos pasos que, alejándose por la vereda, soltaban aquella horrible carcajada. Aparte de estrepitosamente ofensiva, excesivamente invasiva, vergonzosamente ridícula, dolorosamente insoportable e, incluso, hiriente para los tímpanos y la sesera, tenía que escucharla cada corto tiempo. Bastaban unas horas o, peor, unos minutos, para sentirla palpitar bajo mis orejas calientes, que, como es vox populi, era porque mal hablaban o se burlaban de mí. No, aquella mañana no podría leer, que era una de las virtudes del que siempre me vanagloriaba. Me ordené, como un imperativo categórico, hacer limpieza de la casa; pero desistí cuando quise pasar trapo por los muebles, pues, como ya lo sospecharán, aquella monstruosa carcajada pareció espumarse de la radio que había encendido previamente. Esta vez, al parecer, provenía del locutor, que, como verán, imaginé un ser deplorable. Al sentirme fastidiado e incómodo, decidí dar un paseo por el parque. El viento fresco, liviano y agradable, me calmó los ánimos. Al sentarme en una de las bancas, bajo la sombra de unos enormes pinos, traté de pensar en cómo me liberaría de aquella persecución burlesca. Cuando el sol ardía más y el viento soplaba con sutileza, casi a la hora, vi asomarse a cierta persona, que se dirigía a mí con toda la intención del mundo. Al verlo más cerca, pude reconocerlo. Era el poeta de Los excesos de la juventud, un amigo que conocí en un recital y que, según la crítica literaria feminista, tenía cierta mala fama. —Hola, estimado Alter —dijo con voz escrutadora. —Hola, Redvil, no pensé que vivías por aquí. —No, camarada, solo vine por ti —dijo y, como si sintiera una roca en la cabeza, me aturdió aquel designio. En efecto, paré las orejas. No tenía mucha confianza con aquel ni aún peor nunca le dije donde vivía. —Y cómo así, Redvil, para qué cosa me necesitas. —Vine exclusivamente para visitarte, amigo, pues quiero hacerte compañía —dijo con una voz que sonó, créanme, consternada. —Siéntate y dime, por favor, qué novedades en nuestro majestuoso mundo literario local, que tanto nos interesa. —Me importa un bledo aquel mundillo; yo, por mi parte, continúo escribiendo y vendiendo mis libros —expresó con voz extraña y yo, más calmado, quise reírme, pero un estremecimiento nervioso espabiló mis ánimos. —Y cómo te va en aquel negocio. —Un gran poeta es un artista, y el artista solo vive de su arte. Yo trabajo, y aquel defecto me impide llegar a ser un verdadero artista. Pero también vendo mis libros. De repente, cuando me enfrascaba en la conversación, preguntándole sobre sus lecturas y nuevas creaciones, un poco más tranquilo, pasó por nuestro lado un señor conversando por celular, aquel que, alejándose, soltó aquella risa chillona, parecida o igual a

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la que me atormentaba. Al fruncir las cejas y bajar la mirada con preocupación, viéndome aturdido, Redvil me preguntó: —Y tú, ¿qué te cuentas? Forjando un rictus de desagrado con los labios, como si me costase hablar, expresé con desazón: —Solo quiero estar solo —dije y me puse de pie—. Me voy a casa. —Te acompañaré. Llévame a tu casa. Quiero ver tu biblioteca. —No puedo, amigo. Lo siento, pero no puedo. No tengo una biblioteca ni mucho menos ganas de seguir charlando. —Ah… Pero, por favor, si me prestas unos diez soles, podré pagar cierta deuda. Necesito que me ayudes —rogó con voz conmovedora—. Te mentí. No tengo trabajo. Al verlo mejor, como si recuperara la claridad de la mirada, pude apreciarlo con el rostro mustio, pálido, casi amarillento, acaso con ictericia. Tenía los ojos sanguinolentos y, como si lo pudiera oler de cerca, su aliento expelía hambre. —Te daré un ejemplar de mi poemario. Por favor, compañero —suplicó. —Ya, ya… Ya tengo tu poe… —Solo necesito diez soles, amigo —dijo con voz tan débil que pareció que pronto aquel desfallecería y caería muerto en el piso. Su mirada, a la vez, se perdía vagamente, producto tal vez del desfallecimiento. —Pero no… No, no tengo… Entonces, lenta, perdidamente, bajó la mirada inclinando tristemente la cabeza, como si él y yo nunca hubiésemos escuchado nuestros nombres en el anuncio final con altoparlante de los ganadores del último concurso literario del año; y aquello, como si yo también sufriera con la misma intensidad aquel golpe bajo, me hirió más. Inexplicable y vertiginosamente, sentí una inmensa solidaridad con aquel amigo que, créanme, también me producía cierta simpatía. De inmediato, como si su problema fuese el mío, busqué la billetera, lo saqué atolondradamente y pude ver, como si fuera la única realidad ante mis ojos, un solo y único billete de cincuenta soles. No tenía monedas ni otro billete. Era aquel único billete de cincuenta soles de tono rojizo, pardo y claro. Al instante, como si mirarme me atrajera, lo miré a él. Su mirada era apremiante de necesidad y ayuda. —Tómalo, amigo, y no me busques nunca más —dije y le ofrecí el billete, quien, antes de cogerlo, quiso sacar su «bendito» poemario, lo que me desesperó más—. Cógelo… Cógelo antes que me arrepienta, Red… Vil… Como si lanzara un puñetazo, lo atrapó desesperadamente y lo estrujó entre sus dedos y la palma, dudando de la realidad. Antes de ver la transformación de su rostro más violentamente, yo le daba la espalda alejándome apresuradamente con dirección a casa. Sin embargo, como si una tormenta con truenos y rayos se desatara en mí, la horrorosa carcajada hiriente se centuplicó en mi enfebrecido seso. Aquella tempestad atizada por la contradicción e, irremediablemente, la preocupación, me hizo sentir tan vulnerable ante aquel terrible mal que me atormentaba, aquella horrible paranoia que nació en la temprana juventud. A los pocos minutos, llegué a casa con el estómago excitado, gruñón e irritado. Apresurado y desesperadamente, busqué el último tomo de las obras completas de Gustav Flaubert, pues, como tenía acostumbrado, escondía los ahorros entre las hojas de Cartas a Louise Colette, y, aunque removí todos los libros de la habitación, pesquisando rincón a rincón, desordenando y hasta deshojando páginas, no hallé la única salvación que guardaba como el as bajo la manga, que era, como verán, mis últimos ahorros.

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Entonces la carcajada estalló a lo lejos más hiriente que nunca, fuertemente asfixiante, exasperantemente sarcástica, cruelmente sardónica y presidiaria. Me elevó por los aires, me hundió en lo más profundo de la tierra, y, como si tuviera ramas que me enredaban y aplastaban con furia, no pude moverme de aquel lugar, como una especie de Prometeo que desafió a los dioses. Me sentí como en una cárcel de barras infranqueables y cadenas indestructibles. Y, entonces, descubriéndome destruido, aplastado y molido, como si hubiese descendido al círculo más sórdido de los infiernos y hubiese sido expulsado como un apóstata, escuché, como si fuera un ruido luminoso y sublime, etéreo y esperanzador, tocar la puerta. Dudé si era Dios.

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Sobre el autor:

J.L. Zúùiga, nace en lagos de Moreno Jalisco, un 30 de abril de 1993, se define a sí mismo como un pensador constante, creador recurrente, creativo y sensible.

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uena suerte», me dijo. Suerte es que la vida nos haya colocado en la misma frecuencia de nuevo… Suerte, es que te hayan crecido flores en las cicatrices. Suerte es que las estrellas hayan decidido hospedarse en tus ojos, y que de cada saludo que regalan tus manos, brote la luz más resplandeciente que nadie haya percibido jamás. Suerte es que el mar haya tocado tu piel, y que las montañas y los bosques hayan escuchado tu canto. Suerte es que seas única, que tu semblante se haya vuelto magenta y no gris, que de cada camino que recorras enseñes y aprendas, que sepas que tu valor es infinito… Que inhales humo y exhales diamantes, que irradies belleza, que tu alma sonría y que tu esencia prevalezca. Suerte es que existes.

«B

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Sobre el autor:

Angel Acecam Cloneoser (Nicolás Romero, Estado de México 1985) es licenciado en Administración de empresas, sus textos hablan principalmente de la muerte, la soledad y el desamor, ha participado con poesía y fotografía para la Revista Literaria Pluma de argentina, y con poesía para las revistas Mexicanas Reminiscencia, Letrantes, Perro Negro de la calle, Collhibri, Tintasangre, monolito, engarce, poetomanos, nocturnario y Melancolía Desenchufada. Actualmente estudia la maestría en tecnología educativa.

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chame en el seno de mi madre apenas iniciada la primavera, entre los surcos que los bueyes y el arado forja en sus pliegues.

É

Cúbreme con su piel una vez dentro, ahí, con sus caricias germinaré pronto, mis raíces le corresponderán en su alma al amor que de ella emana cálido y en calma. Mis besos saldrán de su vientre largos como sus planicies y valles, fuertes como sus robles y cerros, profundos como sus cenotes y barrancos, eternos como sus volcanes y peñascos, y exquisitos como sus mares y dunas. Ella, me regalará los frutos que nacerán de mis propias entrañas y yo los llevaré al troje de mis complacencias. Así, guardaré mis memorias llenas de lodo y polvo esperando volver a su seno para germinar de nuevo y dar vida a las milpas con haba, maíz, avena o sorgo y los árboles talados resurgirán con un bello vestugo. Madre, amamántame con tu fértil amor, llévame contigo y alivia de los abrojos el dolor acarícialos también dentro de tu ser, no podrías tener otro nombre que de mujer porque en tu vientre la vida haces crecer.

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Sobre el autor: Fernando Huaroto (Lima, Perú / 1993). Estudió Literatura en la UNMSM. Fundador y director de Hierba/Zine. Finalista en el I concurso de poesía experimental Jean Brossa (Cuba). Ganó el concurso internacional de poesía erótica Isabel Vigo con Canciones para June. Ha publicado las plaquetas Devociones, Gabaratos, Anotaciones y Correspondencias. Dirige Circo Editorial, administra el blog: www.manualdepirateria.blogspot.com Ha publicado textos en revistas nacionales e internacionales, como: Delirium Tremen, Monolito, Molok, Enpoli. Actualmente intenta trabajar en la teorización de la Poesía Negra.

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En Lima se ven pocas estrellas, pero si cierras los ojos se pueden ver más. Hey – The pixies

I

L

lámame esta noche donde la muerte fracasa pidiendo nuestra documentación.

No fuimos bienvenidos en las iglesias ni en las comisarias por nuestro vestigio galvanizado de rastro errante ese alfabeto de ruido y carne persiguiéndose en su color mareado. Canta la noche con sus pájaros creciéndose en su angustia de celebrarse alto hasta extinguir su abismo perturbado, remediándose a besar la vanidad de imitarse un animal bohemio.

II

Te duró el azar como una moneda, y dormida en tu brazo la noche acomodo un ritmo como la lluvia dibujándose violenta en su gravedad.

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Sobre la autora: Mariana Checa Miranda nació el 30 de marzo de 1984 en Cuautitlán, Estado de México, estudió psicología en la Universidad de Cuautitlán Izcalli. Hija de padres mexicanos. A la edad de trece años escribió pequeñas reseñas para un periódico local de su Municipio. Siempre interesada en las artes en general, pero su mayor gusto es por la lectura y escritura. Actualmente radica en Guadalajara, Jalisco.

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E

l mundo se ha alejado, me ha dejado olvidada, a mi propia y atinada suerte. Eso no me preocupa, pues mientras mi realidad falla y el mundo se diagnostica en banalidades extremas, yo me encargo de volar a uno que otro recuerdo donde mi mente se encuentre protegida, lejos de cualquier malestar sentimental. Preocuparme sería una actividad inútil, siempre encuentro lo más necesario e indispensable para seguir siendo yo misma, sin deterioros. Me río del mundo, del mundo atacado por unos y otros, por ello es la causa de mi tremendo olvido, yo sigo fugándome a mi interior. Tan absurdas son las imágenes, tan calificativas son las frases, ¿Por qué el mundo se empeña en seguir en un retraso mental y emocional? Y no solo en ello es su retraso, hay miles de aspectos más que no pienso mencionar, soy demasiado mala para mencionar, así, tal cual, me declaro culpable de muchos y ciertos aspectos que yo, una mortal más en este planeta tierra, ha contribuido a la causa del mismo deterioro social. Por ende y seguro, muy pero muy verídico, he causado el desapego de uno que otro mortal a mí, y es que por más que quiera, no puedo ser simpatizante de cursilerías y derrames de romanticismos. ¿Qué alguien me explique? Y muchos me llaman loca, anormal, delirante y talvez… talvez, uno que otro tenga algo de razón, yo solo sé que, en mi mundo, mi mundo de locuras y anormalidades, soy feliz, soy y dejo ser, voy y dejo ir, entendí perfectamente el sentido del amor. Bendita soy por el don de perderme de una realidad demasiado adulterada a un simple escrito, a unas cuantas y simples líneas conmigo misma, a un escrito donde ni siquiera necesito una inspiración fortuita, esa la llevo siempre en mi bolsillo, con pluma y papel. En cuestión; Me declaro incompetente a frases carentes de materia gris, por sobre todas y cada una de las cuestiones que más aborrezca, prefiero no hablar mucho de ello, pues soy una persona extremadamente obsesiva de la crítica a beneficio de uno mismo y a veces eso causa furor y uno que otro sentimiento de intolerancia, me declaro tal cual una mujer fanática a ciertas situaciones que vive hoy en día el mundo incongruente. Soy esto y aquello que he querido hacer, innumerables aspectos que definen mi ser, conozco muchas verdades, loca o como me llame el mundo externo, no importa, me encuentro en el mejor y enfocado camino, he encontrado una que otra perfección en mi conducir, seguiré siendo esto y aquello, miles de defectos, uno que otro vicio contraído, retraído y manifestado, soy la real completa y auténtica manifestación del olvido, soy un millón de situaciones, un puñado de sueños, un montón de ideas y miles pero miles de luminosas inspiraciones…

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