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ste prólogo se ha convertido en una suerte de bitácora; una bitácora que da constancia que, en esta pandemia 2020, no hemos dejado de escribir y seguimos al pie y al orden con la voluntad del arte. Y eso es bueno, porque en esta época —para que aquellos del futuro distante que leen esto— lo que mantuvo cuerda a la población fue el arte, sin lugar a dudas, en cualquiera de sus manifestaciones. Esta edición número cuarenta y seis de Perro Negro de la Calle rompe los records de la revista —otra vez—, pues es la más larga de sus casi cuatro años de historia. Autores de doce estados de la república mexicana (Jalisco, San Luis potosí, Chihuahua, Baja California Sur, Baja California Norte, Veracruz, Nayarit, Aguascalientes, Tlaxcala, Estado de México, Tamaulipas, Ciudad de México). Sumado a eso, contamos con autores internacionales, además de México, de seis países más de Latinoamérica (Argentina, Perú, Cuba, Uruguay, Chile, Colombia). 58 obras; 46 autores; 135 páginas en este faraónico palacio de arte y cultura que es Perro Negro de la Calle. Adéntrate, sumerge tus ansias de lectura. Latinoamérica quiere ser leída; hay tanto por descubrir en estas páginas digitales, que no hay tiempo que perder. Este Perro azabache no se calla. LADRA, LADRA, LADRA. Y habrá poetas que escribirán sobre su andar, así nacen y sobreviven las leyendas.
Amaury R. Ledesma
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Sobre el autor:
Demetrio Navarro del Ángel. Nació en Ébano, S.L.P. en 1976. Docente por vocación y escritor por convicción. Ha escrito ensayos académicos de distinta naturaleza. Uno de sus cuentos se encuentra en la Edición de la Revista Literaria Perro Negro de la Calle del Mes de mayo 2020. Ha publicado en la Antología de cuento breve “Cuentos de Misterio, suspenso y horror” (2019), en la Antología de cuento breve “Para un mundo mejor” (2018), y en la Antología del Concurso Internacional de Cuento Breve “Todos somos inmigrantes” (2017), todos ellos de Grupo Editorial Benma.
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a gitana constelaciĂłn es un rumor de eternidad... El sol se diluye en una misteriosa tintura negra.
Las nebulosas planetarias vibran al compĂĄs de la sensualidad perfecta. El astronauta es el fauno de mirada lasciva que trastoca las sombras con la ceniza de sus manos. Me cubro con un traje de melancolĂa y me lanzo al abismo, apoyado en el hueco de mis alas que dormitan. El placer de la fugacidad, de las tinieblas bamboleantes me hipnotizan y no puedo prescindir de su llamado.
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Sobre el autor:
Escritor nacido en La Unión de San Antonio, Jal. Sus obras literarias ahondan temas de actualidad, poesía urbana, política, melancolía, amores y desamores, pero sobre todo una honestidad tremenda en cuanto al análisis y exploración de las pasiones y enigmas de la existencia contemporánea.
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odo se resume en los momentos que definen su ausencia, en los instantes en que la mañana se vuelve eterna con el primer café, con los huevos revueltos y las prisas para alcanzar el tren, para cruzar la División del Norte y llegar hasta Pedro Moreno, arribar presurosos todos y perder la poca levedad que se había acumulado durante los días de ocio que tanto aconsejan los sueños y los delirios. La última vez que la vi afirmó que a ella también le gustaban las mujeres, que le eran más familiares los besos finos de Sonia, y que de verdad era mejor despertar a lado de Fátima que a mi lado. Al principio la odié profundamente, como venganza, guardé su estampa en un rincón profundo de mi memoria, limité su recuerdo para las noches de tragos y suspiros; los llantos para ella quedaron relegados a un acto de bondad que nunca se me ha dado bien. Hace mucho mi cama es el hogar de la ausencia; mi casa ha dejado aquel ambiente de amor bohemio, por veladas de errantes, noches fatales para las memorias sin fundamento: necesarias para los corazones curtidos en vinagre y soledad; frutos de las sombras, hijas del paso de los años y de mi orfandad, de la ausencia de su recuerdo que ha surgido del rincón en el que lo dejé hace cinco años. En tiempos de la peste todo se recuerda diferente: se siente distinta la distancia y el tiempo tiene poco sabor en el encierro; los quehaceres diarios se vuelven obsesión, mientras rebanamos los nervios con cada salida a la calle. Es este escenario de náufragos en calles vacías, que la he recordado: a ella y a sus ojos de aquel azul de otras tierras: la he recordado y no recuerdo cómo sentirme. En cuanto encontré aquella figura delgada en aquel rincón obscuro de mi memoria, recordé los motivos; aquella pasión loca, aquel odio repartido entre las comparaciones y su lacerante voz tenue: pero lo que realmente descubrí es que la distancia es demasiada, que en este claustro me gustaría buscarla, que después de su revelación y sus gustos por las chicas, de su preferencia por los labios de Sonia. A diez años de distancia, recuerdo: Que, en medio de aquella maraña de ideas, surgió su figura febril: aquella flaca pálida por la que sin duda podría haber entregado un brazo, pero que al final del túnel me di cuenta que lo único que ella quería era mi corazón; ella, que deambulaba por la ciudad, medio fantasma, medio representación, mientras sus manos dibujaban el pasado, yo comencé de nuevo a no superar sus piernas largas. No sé dónde se encuentra, no sé si es feliz; pero en medio de este desierto, creo que hoy seriamos buena compañía: ella me dijo todo, mientras yo solo escuché a la inseguridad, mientras la estupidez dejó que mis días se quedaran sin sus suspiros, sin sus reclamos culturales e ideológicos; sin su presencia insondable. Nunca he sabido mucho sobre las cosas del amor, nunca sobre lo que hubiera podido suceder. Es triste verse lejano; ajeno de los fenómenos universales; distante de las noticias y sus notas rojas cada treinta días. Ella me abandonó al final. Eso no es lo importante: lo que realmente me preocupa es que después de tanto, aún recuerdo su olor después de ducharse, después de leer toda la tarde, después de fumar sus plantas mágicas que la sorprendieron un día a mi lado, cuando un día le dijeron que ella amaba: que amaba a Sonia…
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Sobre el autor:
16 de febrero del 2004, Ciudad de México. No es una persona que suela leer mucho ni tampoco escribir, pero desde siempre se ha considerado alguien con mucha imaginación, y cree que gracias a que entró a la clase de artes en la escuela ha podido explotar aún más esa imaginación, y ha podido plasmar muchas de las cosas que piensa.
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oy me desperté más temprano de lo normal, nadie en el cuarto se había despertado aun, así que me encontraba solo y aburrido. Me levanté de mi cama y enseguida me dirigí a la ventana para ver que estaba ocurriendo en las calles; la ciudad todavía se encontraba muy sola y silenciosa, apenas comenzaba a salir el sol y solo se podía escuchar el canto de los pájaros que empezaban a sobrevolar la ciudad. Estuve parado frente a la ventana alrededor de media hora, hasta que uno de mis amigos se despertó y fue a hacerme compañía, comenzamos a charlar sobre el viaje que realizaríamos en la tarde; él se encontraba muy emocionado, por fin podría salir y jugar en el exterior; yo en cambio, no me encontraba feliz en realidad me daba igual, en ocasiones anteriores ocurría que justo los días que estaban planeadas las salidas me comenzaba a sentir mal y me tenía que quedar para que me pusieran en supervisión. Desde entonces dejé de emocionarme por las salidas, pues siempre ocurría que me desilusionaba a última hora. Llegó la hora del desayuno, y, como era costumbre, entraron a la habitación las personas de la cocina y nos dejaron a cada uno una bandeja con nuestro alimento, vitaminas y medicinas, como siempre la comida estaba muy insípida, pero ya me acostumbré al sabor; supongo que después de estar comiendo esto toda mi vida, me comienza a gustar. Después del desayuno, comenzó la hora del juego, algunos de los niños en la habitación comenzaron a jugar y muchos otros prefirieron quedarse en sus camas, pues estaban muy agotados, yo en cambio preferí acercarme a la ventana a observar el exterior, lo que más me encantaba ver eran los pájaros y esta vez corrí con mucha suerte pues pude ver a dos pájaros parados en el cableado eléctrico, ahí permanecieron durante unos minutos y después volaron, creo que el observar a los pájaros me hace imaginar que puedo salir y volar, observar todo lo que está en esta ciudad. Ver a los pájaros me hace sentir muy feliz. Otra de las cosas que más me gustan hacer y me hace muy feliz es escribir historias. Tengo un cuaderno en el que tengo muchas historias fantásticas, me encanta escribir sobre lugares tenebrosos y mundos postapocalípticos donde hay una persona que investiga estos lugares llenos de suspenso, y después tiene que huir o encontrar una solución a las problemáticas planteadas en la historia. Tal vez el inventar historias, hace imaginarme que soy los personajes de mis cuentos y puedo salir e investigar lugares y no solo que estoy encerrado en la cama de un hospital. Llegó la hora de alistarnos para el viaje, pero acudió una de las enfermeras y me comentó que no podría salir, porque me encontraba muy delicado de salud, eso yo ya me lo esperaba, así que no me afectó, pues podría concentrarme más para poder hacer más historias, o podría observar desde la ventana con más tranquilidad. En fin, creo que soy alguien muy afortunado, pues a pesar de todo siempre puedo estar cerca de la ventana y puedo observar a las aves y eso no lo puede gozar cualquiera y solo por eso sigo siendo feliz.
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Fotografía de Logan W. Martínez S.
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Sobre el autor: Bruno Celiberti nació el 15 de marzo de 1995 en Rauch, un pueblo de Argentina. Es periodista y escritor de viajes. Su cuento “Mi mejor hincha” obtuvo el Primer premio en el concurso “Através de las palabras” del 2018.
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os más bajitos de la escuela charlaban en el patio sobre los viajes que iban a hacer con sus familias en vacaciones de invierno. Martin miró para el rincón donde estaba Amanda y se acercó para ver qué le pasaba. Ella, sola y en silencio, no participaba de la conversación porque no conocía otra cosa que no sea el campo con las vacas y los caballos. Amanda era morocha y un poco más alta que sus amigas. Siempre bien peinada y educada. No tenía hermanitos y sus papás trabajaban en el campo cuidando la casa de su patrón. Tenía que acostumbrarse a su primer año de escuela en el pueblo durmiendo de lunes a viernes en la casa de su abuela. La última campana del viernes tocó para la felicidad de todos los chicos. El lugar adonde viajó Martín fue realmente muy hermoso. Una cabaña con vista a un río angosto de agua transparente acompañado de muchos árboles y montañas gigantes. Todos los días, su papá lo llevaba con su hermana en su bote a navegar mientras su mamá pintaba cuadros. El domingo antes de volver, arrancó de su cuaderno una hoja y de su cartuchera sacó unos lápices de colores para que su mamá dibujara el paisaje donde habían estado pasando las vacaciones. Cuando volvieron las clases, él se alejó de la ronda donde charlaban de las anécdotas de los viajes para dar la hoja como regalo. Amanda se enamoró de las montañas. —¿Qué tan grandes son? —preguntó con los ojos bien abiertos. —¡Muy grandes! Casi nadie puede llegar a la cima —respondió Martín. Los dos miraron el dibujo con ganas de ir juntos hasta allá. Amanda le mostró a su familia el dibujo cuando volvió al campo, pero enseguida se dio cuenta de que no iba a poder ir. Lloró y lloró todo el día. La hoja quedó oculta en un cajón hasta que una tarde su papá la descolgó y se fue a caballo a visitar a sus vecinos. El lunes dejaron a Amanda en el pueblo y volvieron por el camino de tierra que tenía más tránsito que la ruta. Ese mismo día autos, camionetas y un montón de camiones cargados de tierra iban al campo donde vivía Amanda. Durante una semana se juntaron los paisanos y las paisanas de toda la zona rural con sus palas para dar la forma. Trabajaron incansablemente de sol a sol hasta que la campana sonó el viernes. Amanda se despidió de sus amigas y subió a la camioneta para volver a su casa. La cantidad de huellas que vio en el camino le despertó curiosidad, pero no dijo nada hasta que vio una sorpresa enorme que daba sombra al rancho de la familia. «Es más alta que el vuelo de los pájaros», susurró con una sonrisa mientras la camioneta saltaba por un camino muy desparejo.
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Sobre la autora: Krizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en 1996. Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas: Reflexiones Alternas, Poetómanos, La página escrita, Teresa MAGAZINE, La liebre de fuego, Búho Negro, Textos dispersos para mentes libres, Vertedero cultural, el morador del umbral, revista Katabasis, Revista Literaria Pluma, MÁS Literatura, Prosa nostra MX, Clan Kutral y El templo de las mil puertas.
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epetirás que nunca eres tú, pero tus piernas suben las escaleras, tus ojos miran el pasillo y tus oídos perciben el alarido de la podrida madera bajo tus pies, tu memoria busca la última puerta del lado izquierdo con el picaporte cubierto de polvo y tu mano abre la vieja habitación. Aún conservas aquellos tres libros apilados en forma de torre, el saco color verde abandonado en tu armario y un viejo poema. Reliquias de Galatea, catástrofe o paraíso. Hoy eres abrigo de un fantasma dormido entre tus brazos, donde ella solía descansar en una vida ya lejana, mientras los faros de tus pupilas iluminaban las calles oscuras de las suyas justo al final de un beso. Es ella un altivo cuervo volando a través de la lluvia de aquel adiós, tu veredicto impuesto a un jardín con una rosa abandonada al florecer en el invierno de ambos. Debajo de tus cutículas y líneas de tu mano, debajo de tus muñecas y cabellos, alguien más grita su nombre, a mitad de tus pesadillas puedes escucharlo. Desearías abrir la jaula a ese cuervo, pero le niegas el retorno. Tus luces intermitentes en la carretera, en la encrucijada de locura y razón, huyes y regresas, ¿no encuentras la salida? En un río de espectros no le ahogarás en el olvido, tiene la talla equivocada de un vestido efímero, pero el pasado no tiene réplica para ti. Cual Pigmalión cincelas sus rasgos sobre mármol frío, con esas caricias difusas en secreto anhelas su regreso, tu regreso. ¿Podría recuperar sus colores este fantasma? Loco, ciego, perdido cuidas cada detalle… mi recuerdo es tu obra maestra.
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Sobre el autor: Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007). Es autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018) y Cementerio prohibido (2019).
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e aprendido de Gabo, Capote y Vargas Llosa que el periodismo es un oficio que germina al escritor incipiente y palpitante dentro de nosotros. Lo recordé al bajar del vehículo, con aquella cámara pesada entre mis manos. Las tenía húmedas y sudadas. Ya por el calor, ya por el miedo, un gélido temor que me dificultaba respirar, como una disnea nacida de un coronavirus. Como siempre ocurría con los principiantes de las notas policiales al cubrir la primera tragedia, uno parecía que nunca hubiese deseado estar bajo aquellos pies tambaleantes, respirando aquel aire arenoso y dificultoso como si, ante una amenaza de vida o muerte, uno temiera lo peor. Al sentir el calor como un plomo disuelto en rayos de luz y ver a una multitud aglomerándose en medio de un pampón, tras ingresar por un portón abierto de par en par, dudé si el director del diario había dicho que ya todo había pasado o que, como temía estrepitosamente, todo venía ocurriendo en aquellos malditos instantes. —Disculpe, niño, ¿dónde ocurrió el crimen? —le pregunté a un pequeño que se alejaba de la conglomeración y este, al volver el rostro hacia mí, derramó unas lágrimas. —Han matado al Peluzo y a su hermana —dijo y caminó presuroso hacia un punto incierto. Al verlo alejarse y asomarme más hacia aquel gentío de mirones, pude recién identificarme para abrirme paso: «Disculpen, permiso, soy periodista». Y la gente, como por arte de magia, se abría paso y me dejaban más libre el camino. «El periodismo tiene poder, compadre, y eso lo saben las autoridades como el vulgo más popular», solo me había dicho anoche Huicho, el editor del diario judicial de la ciudad, entre copas de tragos y cigarrillos, en medio de un par de criaturas de la noche. Y, como corriendo las cortinas de la fantasía, la ficción y la teoría, pude ver el cadáver de un niño destripado. Se me nubló la mirada y sentí un mareo, como si me temblara el piso; pero pude contenerme y soplar un aire reticente para sentir que todavía controlaba mis actos y mis emociones. Sin esperar mucho, disparé varias tomas fotográficas. Lo hice desde varios puntos de vista, pese a que, al tercer disparo, los pobladores murmuraron cada vez más fuerte que era una terrible falta de respeto contra la pequeña víctima. Me contuve y les hice caso, y, ya un poco avalentonado, decidí averiguar qué diablos había pasado. *** No cortaré la crónica policial del crimen que redacté para el diario. Ni mucho menos colocaré la fecha ni adoptaré un tono periodístico. Prefiero mantener cierta literariedad que tanto admiro y, casi siempre, prefiero cuidar. Peluzo, con apenas seis años de edad, tenía planeado iniciar aquel ingrato marzo el primer día de clases en la primaria. Por su parte, Mellcca, la hermana mayor que llegó de Lima junto con los útiles escolares y con la noticia de su pronto matrimonio en la capital limeña, le había dicho que lo llevaría a los caballitos de la Pampa de la Quinua. Ella también le había contado, en el desayuno familiar del día de su llegada (un jueves con aguacero, del cual tengo ya el recuerdo), que lo haría tío a su corta edad. En efecto, sus padres, al escuchar el anuncio del embarazo y el matrimonio de la primogénita, decidieron que el fin de semana ellos celebrarían con un banquete y una parranda familiar, pues, incluso, aquel día el novio habría de llegar con el anillo de bodas.
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Aquel novio era un técnico en maquinaria pesada, vivía en Chosica y la había conocido en la panadería donde ella trabajaba para su tía. Fue amor a primera vista. Bastaron miradas, algunos gestos y cierto tono de voz, para que ella seduzca al joven que, entonces, empezaba a ganar más dinero y no sabía cómo darle uso ante tanta responsabilidad laboral. Y ella siempre había conservado una figura esbelta, rostro amable y aires modestos; además, había decidido guardar todas sus energías para el trabajo y el ahorro del dinero, pues tenía clavada en la mente la idea de salir de las garras de la pobreza. Por ello, todos los que la conocían se sorprendieron cuando, luego de conocerlo, tenía el semblante nefelibata, ojos dormilones y el carácter dulce que no podía ocultar los suspiros y el deseo, en especial cuando aquel venía a comprar el pan, se ponía nervioso y trataba de seducirla de un modo torpe y, claro está, evidente. Se enamoraron, se poseyeron y se amaron. Casi al año, ella tenía una semana de embarazo. Decidieron casarse y planearon aquel viaje, que, como una desgracia que ataca de golpe a los seres más felices, fue la tragedia más grave que habría de conmocionar a toda la población citadina por varios días consecutivos. Y, como la cruz de las encrucijadas, el puente de los laberintos, la alineación fatal de los astros oscuros, llegó aquella mañana del viernes maldito. Sus padres, que vendían frutas en el centro de abastos, volverían recién al mediodía. Mellcca (que todavía tenía diecinueve años) y Peluzo, a eso de las diez de la mañana, se repantigaban en el sofá viendo los dibujos animados. Hasta que escucharon tres golpes fuertes en el portón de la casa. Ella le ordenó que fuera a ver qué sucedía. El niñito, obediente, sumiso y agilísimo, fue a abrir la puerta. —Dile a tu hermana que saque la leña de la vereda de mi casa —dijo de inmediato el vecino frente suyo, ni bien Peluzo abrió la puertecilla del portón. —Está bien, Lele; pero no toques fuerte la puerta —respondió Peluzo asustado. Aquel vecino que tenía fama de «loco» en el vecindario y cuyo apodo era Lele por «pelele», se agachó violentamente hacia su rostro, lo vio a los ojos y le exhaló un aliento pútrido que asustó al niño, quien retrocedió temeroso. —Pues ve, dile eso a tu hermana y que no me joda más —dijo Lele y, como enojado, se fue a su casa con prisa. El niño, murmurando unos insultos entre dientes («eres un tarasnúpido, Lele: tarado, asno y estúpido»), se fue para continuar viendo los dibujos animados. Al volver a la sala, su hermana tenía la toalla, el shampoo y el jabón, listo para darle el baño que habían prorrogado por la serie animada. —Era Lele, ese cara de loco —dijo Peluzo cuando su hermana le preguntó. Al desnudarse por completo, fueron juntos al descampado del terreno de la casa, donde en medio y en pleno aire libre había un caño y unos baldes, con los cuales habría de asearse. Sin embargo, cuando recién lo enjabonaba, Mellcca vio como a un fantasma al tal Lele, hecho un demonio, con un cuchillo de cocina en la mano diestra. Antes que lanzara un grito, Lele avanzó presurosamente hacia ella, quien, como acto inconsciente, corrió hacia los servicios higiénicos, ubicado a unos metros de distancia y que se presentaba como un buen refugio por poseer una puerta de calamina y estar construida con ladrillos. Sin embargo, como una bestia sin sentimientos, el asesino atacó primero al niño, que de pronto empezó a llorar porque le había entrado jabón a los ojos. Bastaron varias estocadas mortales, en el cuello, el tórax y el estómago, para que Peluzo sufriera una de las peores muertes.
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Para ello, Mellcca no dejaba de gritar ayuda a los vecinos. Lanzaba terribles alaridos de desesperación y alarma, que no pasaron varios minutos para que llamara la atención de aquellos que, al ver las circunstancias, actuaron de inmediato. Sin dudarlo, luego de liberarse de su primera víctima, la bestia fue por su principal objetivo. Tuvo que dar varios golpes, entre patadones, puñetazos y cuchillazos, para romper la puerta de aquel baño. Lo hizo orquestado por los terribles gritos de auxilio de Mellcca. Al tenerla bajo su poder, le gritó: —Ahora verás, perra... Tratando de evitar asesinarla a cuchillazos, golpeándola y forzándola, empezó a desnudarla para abusar de ella. Y, cuando parecía que lo iba a lograr, apareció una turba armada de piedras y palos para ajusticiarlo popularmente. Con todas sus fuerzas, sujetando a su víctima, empezó a amenazar que, si se metían, la mataría a cuchillazos. Sin embargo, los vecinos furiosos y vengativos empezaron a arrojar piedras y acometer con palos largos y enormes para que la bestia suelte a su presa y, así, puedan lapidarlo vivo o, si se podía, quemarlo. Lele se defendió hasta el final; es decir, hasta que Mellcca se desmayó por los fuertes golpes y las cuchilladas sanguinarias. Entonces, como el río más fuerte y brutal, la multitud ingresó dispuesto a sacrificarlo; pero, ¡cómo es la suerte de los malditos! Agentes de serenazgo y las fuerzas del orden policiales contuvieron a los vengadores sedientos de venganza. En efecto, con gran cantidad de agentes, lograron reducir a la bestia y disuadir a la población. Actuaron con gran rapidez y efectividad, que trasladaron al maleante en unos minutos hacia la dependencia policial más importante del distrito; y, por su parte, los bomberos y el personal de salud trasladaron, aún con vida, a la joven embarazada. Pero, así de lapidario es el destino de las tragedias, Mellcca llegó muerta al Hospital Regional. Y, como si fuera poco, el cuerpo occiso del pequeño Peluzo descansaba sin vida esperando la llegada de los fiscales de turno. Como es de esperarse, los familiares al enterarse y el novio al verlo con sus propios ojos, ni bien llegado en el vuelo más próximo, representaron inefables escenas de llanto, dolor y desesperación. Una historia de miel, dulzura y alegría, culminaba en una letal hecatombe que hundía en el luto más terrible a toda la ciudad. *** Eran las tres de la mañana y yo, Huicho, Edu y Piers, fuimos desalojados por unos serenos municipales que querían dejar limpio el Parque de las Aguas, entre el Jirón Bellido y el Jirón 9 de Diciembre. —Esta sociedad está podrida, Francis —soltó Piers, mientras arrojaba volutas de humo de cigarrillo. Ya estábamos calmados por el desalojo, que siempre causaba malestar e incomodidad. —No escuchaba algo brutal desde la secta de los jóvenes sadistas, que mataron a una quinceañera en un ritual satánico de violación bestial —dijo Edu. —Eso es poco, compañeros, que todavía no le hemos contado la carnecita de aquella desgracia —dijo Huicho con una risa sardónica, sirviéndose el trago en el vaso descartable que nos pasábamos en orden cuando le tocaba a uno tomar la bebida alcohólica—. Cuéntales, Francis, y dile por qué el desquiciado ese estaba loco de remate.
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—Ya ven, camaradas, lo mucho que nos hubiesen ahorrado si leían los diarios de estos días. Fue dos veces portada de nuestro periódico —dije con el fin de reprocharles; pues, en general, nuestras bohemias giraban en torno a libros, escritores, y filósofos; canciones, películas y hasta de política. Sin embargo, aquel par de amigos universitarios, tenían mucho interés en conocer más sobre la tragedia que estaba en boca de todos, pues hasta había sido difundido en los noticieros nacionales de señal abierta. Se interesaron del tema cuando Huicho empezó a citar de memoria ciertos diálogos de los asesinos de A sangre fría, y yo como para apoyarlo toqué y aticé la noticia bomba del inicio de semana. —Lo que pasa es que aquel pelele matón, tenía muchos traumas familiares —dijo Huicho, entonces. —Sí —confirmé—, el día del interrogatorio con la policía, contó que de niño vio cómo su padre disparó con pistola contra su madre. La asesinó delante de sus ojos. —Oh, qué fuerte —dijo Piers. —Es un maldito —expresó Edu. —Y dicen que creció con su abuela, junto con su hermano mayor. Dicen que confesó que fue abusado y golpeado en varias ocasiones por aquel desde que cumplió los nueve años de edad. Y también contó que aquel hermano mayor enloqueció cuando cumplió los veinte años, pues un día salió de su casa y nunca más se le volvió a ver… —Ni Bolaño lo hubiese imaginado mejor —dijo Huicho, refiriéndose a aquella monumental novela titulada 2666—. Aunque, la verdad, tal vez sí —se corrigió y lanzó una risa tímida. —Además, y esto es lo espeluznante, le detectaron entonces una especie de locura, que lo hacía escuchar voces, ver visiones, alucinar olores, temer persecuciones, y sufrir ataques de violencia en defensa de aquellos demonios interiores. —Ah, estaba loco… —dijo Edu, cuando llegábamos al parque frente a la ex cárcel de Huamanga. —Sí, lo encerraron por varios meses en el Larco Herrera. Pero antes, según uno de sus familiares, lo trataron con brujos, exorcizadores, y otros tipos de curanderos; pero no lo sanaron. Solo cuando lo llevaron a un chamán del norte, aquel les dijo que la única cura era la medicina psiquiátrica. Y fue así que empezó a recibir tratamiento en dicho manicomio… —Oh, qué fuerte —volvió a decir Piers. Esta vez se servía el trago en el vaso. —Desde entonces tomaba pastillas contra aquella locura, desde hace casi diez años atrás; pero, como verán, sus familiares afirman que estos últimos meses, Lele había descuidado tomarlas; es más, afirman que no quería tomarlas. Y es por eso que enloqueció y se convirtió en un asesino bestial. Nos miramos asustados y callamos por unos segundos; pero de pronto Edu recordó ciertas escenas gore de películas ultraviolentas y nos enfrascamos en discusiones sobre la violencia descarnada en los filmes y en los libros. Y así, entre tragos van tragos vienen, nos quedaríamos conversando y libando hasta las seis de la mañana, cuando totalmente embriagados, recibiríamos alegres y dicharacheros el amanecer de aquel sábado (que era el único día que yo descansaba del trabajo) y, por fin, decidimos pararla. Curiosamente, los siguientes días no hubo portadas muy vendedoras como la de aquel caso tan sonado.
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Sobre el autor:
J.R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Teresa Magazine, La Gualdra, entre otras.
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«¿Es brillante dónde estás? ¿Han cambiado las personas? ¿Te hace feliz? Eres tan extraño. Y en tu hora más oscura. Guardo llamas de secretos. Puedes ver el mundo devorado en su dolor». The Beginning is the End is the Beginning, Smashing Pumpinks.
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a torre donde mora el rey arconte esta custodiada por decenas de hecatónquiros. Seres gigantescos de cien brazos y cincuenta cabezas. Capaces de estirar sus extremidades y con la fuerza de veinte elefantes. Aun así, me acerco. A lomos de Dranzer el valor crece. Si hay una criatura que es dueña de los aires esa es el grifo. Mitad águila, mitad león. Bestia sabia y poderosa. Me sujeto con fuerza de su grueso cuello lleno de plumas color bronce. Nos abrimos camino entre el mar de brazos que se alargan para intentar derribarnos. Con la espada rebano miembros con frenesí. Recuerdo las enseñanzas de mi maestro: «La no mente es poderosa, deja de ser para que sea en ti». Respiro y al exhalar mi arma se hace tan veloz que parece líquida y corta, cercena sin piedad. Entonces se abre un hueco. —¡A la carga, Dranzer! —gritó antes de emprender la acometida. Mi compañero es el último de su especie. Extintos están los unicornios, los centauros, los elfos, y nadie ha visto un fénix en doscientos años. Los humanos son ganado. El arconte se alimenta de sus emociones negativas. No pueden ayudarme. Duermen eternamente en la granja-prisión. Solo si tengo éxito podrá cambiar el futuro. Entramos. La sala del trono está llena de estatuas con figuras reptilescas. Seres humanoides con ojos viperinos, colas largas y escamas talladas en piedra. El monarca yace en un sitial de oro y diamantes. Me observa con sus ojos redondos, cocodrilescos, amarillos. —Me has ahorrado la molestia de ir por ti —su voz resuena por todo el salón. —He venido a ponerle fin a esto. —Pronto terminará —replica y transmuta en Kur. Un dragón con cuerpo de serpiente, melena de león y cola de alacrán. Yergue su cola y de ella lanza un rayo que impacta en mi fiel amigo. Un aullido de dolor corrompe el silencio. Me arrodillo para abrazarlo. Él deja escapar una lágrima antes de cerrar los ojos. El suelo se tiñe de carmín. Ha muerto el último grifo. Mi corazón se llena de odio, lo que hace que mi enemigo se haga más grande. De su hocico arroja una llamarada. Ruedo hacia mi derecha buscando evitarla. No me ha dado. Me lanzo hacia mi adversario con la espada erguida, a toda velocidad y después de un salto en el aire, la dejo caer sobre su cabeza, que se desprende de su cuerpo. La sangre que brota de su cadáver es brea, más oscura que la peor de mis pesadillas. Le miro a los ojos. Me muestra a mis hermanos. Disparándose unos a otros, protegidos en trincheras, llenos de mugre, sudor y sangre. Veo también una ciudad explotando y todo a su alrededor haciéndose cenizas. Una farola humeante y dos torres que caen. Una mujer desnuda y sin vida en una carretera. Un hombre sin brazos ni piernas colgado de un puente. Después veo a un individuo. Sentado, escribiendo en un papiro. Se da la vuelta. Soy yo. —Ahora también me alimentaré de ti.
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Sobre la autora: Sheila Patricia Fernández Díaz (La Habana, 1993). Ha publicado en la revista independiente de origen canadiense Lived Experiency, y en el no. 151 de la revista Educación (2017); dicha revista es fruto de la prestigiosa editorial cubana Pueblo y Educación. Todo lo expuesto a continuación corresponde al año en curso. Tres de sus trabajos forman parte de la II y III edición de la revista digital hispanoamericana Mundo de Escritores. Sus obras también figuran en la II, III, IV, V y VI edición de la revista digital española Claustrofobia –un proyecto creado por Ediciones de Humo–. Forma parte de la comunidad de artistas de La guarida Creativa Art (Colombia), y es #artistacisne de la igual llamada revista digital. Sheila ha participado en la primera y segunda edición de colaboraciones de la revista digital peruana El Almacén y es artista invitada de su primer festival online Almacén Cultural Una de sus obras integra la antología del IX Concurso de poesía de temática libre“Versos en el aire”, esta iniciativa es auspiciada por el proyecto español Diversidad literaria. Forma parte, además, del grupo de autores que integran la edición 44 y 45 de la revista digital mexicana Perro Negro de la Calle.
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i me vieras, corazón, si supieras habitarme, lentamente desnudarme los vicios de la razón. Si me vieras corazón con los párpados cerrados, pero llevas, marginados, los instintos y el deseo como quien se sabe reo de la cárcel que ha escapado. Si me vieras, corazón, mar de rizos en tu boca, tarareándote las notas de otra absurda sensación. ¡Ven y escucha corazón, cuna de cauces heridos, un eclipse de gemidos desafía las estrellas, y mil veces entre ellas han brillado tus latidos! ¿Por qué me ignora tu entrega? ¿Por qué no me basta el llanto? ¿Por qué si te quiero tanto ante mí tus alas pliegas? Como un vulgar estratega has planeado la estocada ya no puedo decir nada, nada es todo cuanto tengo lejos vas y te prevengo: son mis ojos tu mirada.
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Una mirada FotografĂa de Gael Alvarado
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Sobre el autor: David Jesús Flores Heredia (Lima, Perú, 1982). Escritor, periodista e investigador. Autor de la novela satírica Ya, ya, ya, Yo habilito tres máquinas (septiembre, 2019).
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A la 1 a. m.
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n un barrio sucio y pobre. Un padre oscuro, viejo e inválido, sentado sobre su silla de ruedas, mira en la TV una película pasada en la que un robot fornica con una loca. Contempla excitadísimo, cogiéndose el pene con ambas manos, muy fuerte. Sabe que sus tres menores hijas, una blanca de catorce y dos negras, una de doce y otra de quince (gordita), están durmiendo. La de doce; una belleza. Rostro de ébano con dos lunas como ojos y una boca en forma de rosa. Gema africana de cuerpo delicado y majestuoso. La blanca alta, reflaca, y la gordita, con lentes. De setenta y cinco años, el padre, en cada escena de sexo, se siente más excitado, más nervioso, más arrecho. Hasta que pierde el control y piensa en la menor, en lo exquisito de su cuerpo y su rostro. Deduce que no lo denunciará ante sus hijas o con la policía. Su madre no existe hace muchos años. Decidido el asunto, sube el volumen, deja el control y sale empujando las grandes ruedas de su silla hacia el pasillo pequeño, frente a las habitaciones de sus otras dos niñas. Al llegar, ingresa tan rápido como puede y cierra con cuidado. Sin encender, con la luz amarilla que filtra una ventanita del callejón, ve a su hija echada. Se acerca. Se detiene. Manipula su cremallera, saca su pene y lo coge con su mano izquierda, mientras con la otra comienza a destaparla. Descubierta por completo, admira la hermosura del diminuto pijama, de dos piezas, que dibuja su adolescente figura, recostada hacia un lado, oscura y misteriosamente bella. Se interroga éticamente en silencio. Pero su miembro domina y avanza su silla hacia el trasero de su hijita. Llega al filo. Pone una mano sobre el colchón y con la otra impulsa su cuerpo. La niña siente que alguien aterriza a su lado, se gira y se contrae y patea con todas sus fuerzas el cuerpo viejo de su abochornado padre, que cae al piso y escucha: «¡Qué te pasa oe conchatumadre!». Luego, se iría reptando…
A las 2 «¡Ya te he dicho, conchatumadre! ¡Que tú no te vas a ir!». Grita como loco Él, mientras Ella llora, forcejea y le responde: «¡Déjame ir, mierda! ¡Que yo no quiero nada contigo! ¡Coquero conchatumadre!». (Pausa) Él la coge del cuello y la jala hacia el balcón. Ella grita y se coge de los barrotes de la ventana vecina. Él le atiza un cachetadón. Ella soporta y le da un rodillazo en el estómago y emprende la huida hacia la escalera, pero no logra bajar. Él la ataja y la arrastra de regreso hasta el último departamento del lado izquierdo, segundo piso, en un edificio de seis, y se repite, y se repite la escena. Algunos borrachos que toman abajo, en la vereda contraria, les prestan atención. Ven su vaivén entre los balcones.
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Desde edificios cercanos, madrugadores vecinos los observan comentando: «¡Qué triste es ver a sus pequeñas!». Otros se avergüenzan de también haber sido protagonistas. La mayoría ya los conoce. Sus hijitas, de seis y siete años, miran sin saber qué va suceder, corren espantadas cuando sus padres se acercan forcejeando, gritando insultos, amenazas de muerte, brindándose cachetadones, escupitajos, arañones, puñetes en la cabeza. Nadie ayuda. Luego de traumarlas por casi una hora, por fin se amistan. Ahora los progenitores se presumen, abrazados en el balcón, mirándose como si su relación —ahora sí— fuera sagrada. Tiernamente entrelazan sus manos, y planean, entre sonrisas engreídas, tener un nuevo hijo para bendecir la unión. Después de unos largos minutos, se aproximan a su estrecho departamento, tomados de la mano, diciéndose palabras amorosas y sonriendo a sus pequeñas, que, temblando y confundidas, los contemplan desde el pórtico. Ellos avanzan. La familia ingresa y la puerta se cierra. Todo un desplazamiento. Una vez dentro, las besan y les prometen una historia de amor para siempre. Luego, cariñosamente las envían a dormir. Obedecen y se acuestan sin poder soñar. Tras un intervalo, escuchan a sus padres fornicar y…
a las 3 Llegan siete colegas en un taxi. El vehículo se detiene en un mercado cerrado, de paredes sucias, mal alumbrado, con portones de color azul, al lado de un pequeño montículo de basura y unos polvosos arbustos. Uno tras otro. Los siete bajan. Primero el copiloto. Luego el de la derecha trasera. Después el de la izquierda, el cuarto y así sucesivamente. El chofer arranca. Todos llegan ebrios, algunos drogados de blanco. Seis de inmediato se dirigen hacia el jardín central de esa calle de doble vía. Uno se separa del grupo, siguiendo la trayectoria del auto que se pierde, cruza la pista, de esquina a esquina. Los que se quedan orinando le gritan: «¡Oe, vamos a estar en la otra cuadra! ¡Regresas!». Sonriente, voltea para verlos, y, con un gesto de cabeza, les afirma. Continúa. Pasa de largo la puerta de hierro de su edificio. Micciona en un poste próximo. No está en otra realidad. Solo un poco alerta. Culmina y retoma su objetivo. Mientras anda, mete la mano sudosa en el bolsillo derecho del jean, buscando las llaves. Con la izquierda, acomoda su gorro deportivo. Empuja el portón y sube corriendo los cuatro pisos. Veloz, abre la verja de su pasadizo y la puerta de su casa. Haciendo el menor ruido, porque su madre y su sobrino de seis años están durmiendo, pulsa el interruptor y busca con agilidad entre gavetas y muebles. Encuentra el celular, lo prende, espera y timbra dos veces. A la tercera contestan... Remata: «¡Ya! ¡En dos minutos te veo en la esquina!». Cierra todo y baja disparado. Ingresa la llave en la cerradura. Comprueba que no lo vigilan. Gira y ágilmente sale del edificio. Sus amigos, que brindan desde lejos, gritan su nombre. Los ignora, mientras piensa en lo fácil, o difícil, que será matar a ese empresario. Llega el auto y... no tiene fin.
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Sobre el autor:
Viscely Zarzosa Cano (Perú, Chimbote, 1994). Poeta y periodista. Estudió Comunicación Social en la Universidad Nacional del Santa. Ha sido seleccionado en diferentes revistas de creación literaria. También aparece en la muestra de poesía neochimbotana Vientos del sur (Fondo Editorial de la Municipalidad Distrital de Nuevo Chimbote) y en el libro Concierto lírico (Ediciones Vicio Perpetuo, Lima). Obtuvo una mención honrosa en el III Concurso Nacional “Huauco de Oro” 2018 (Cajamarca) en la categoría de poesía. Ha dirigido la revista El Navegante. Actualmente labora en el diario La Industria de Áncash.
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Que tus versos sean testigos de tu crimen y de mí por mi complicidad Bolero de noche (película)
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olo mirábamos ese cuerpo de lujuria, ese volumen carnal, sin ojos, sin estética. Y empezaste a escribir espléndida sin respetar las comas ni los puntos apartes, dejaste que el crimen y el goce sean un solo manifiesto, piel de pólvora y sangre villana. Tal vez sea la palabra inventada que no encontraba definición abstracta en sus verbos, pero terriblemente vivida por ti. Y no había culpa en el baile de tus dedos, así convivimos con la muerte, la que tiene figura esbelta y lápiz labial tono borgoña. A partir de medianoche nuestros delirios eran libres y felices, nuestros cuerpos se enredaban ebrios, nuestros besos proclamaban obstinación. El revólver reposaba junto a tus manuscritos mientras nos entregábamos en el epicentro del deseo. El hoyo en su cabeza, ella ya no respiraba, ella ya no tenía consciencia, pero la bala aún latía en sus sesos.
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Sobre el autor:
Escritor nacido en La Unión de San Antonio, Jal. Sus obras literarias ahondan temas de actualidad, poesía urbana, política, melancolía, amores y desamores, pero sobre todo una honestidad tremenda en cuanto al análisis y exploración de las pasiones y enigmas de la existencia contemporánea.
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us escenas se ignoran en la red infinita, sus labios delgados cuentan historias de una evolución no superada: hablan de pueblos perdidos, de zonas inexploradas del cerebro que aún nos convierten en los monos que tanto hemos negado: sexo y alimento; proliferación y sustento, dos necesidades que la naturaleza otorgó a la especie para su supervivencia, mismas que ahora constituyen negocios infalibles. En los tiempos en los que el reloj se detiene cada que los potentados así lo consideran necesario, cientos de hombres son encadenados y hacinados en celdas tumultuarias, cárceles de horror que son el ejemplo de que, en las crisis, el poder enseña su mejor o su peor rostro, mientras al norte se celebra la intoxicación con licencia, al sur todo se cocina en sosa y necesidad, en gasolina rebajada y esperanzas perdidas. Quien diga que no ha soñado con tiempos mejores es un embustero: quien afirme que nunca ha envidiado a los muertos por los tiempos que vivieron, no es más que un alma perdida en nuestra época, llena de un vacío inexorable. Estamos atados a las decisiones de gentes que vivieron antes que nosotros y que aún con su desaparición empeñaron el futuro por una dicha personal y pasajera. Hoy la ciudad atardeció a treinta y ocho grados, el asfalto se derretía bajo los pies calcinados de unos cuantos que andaban las avenidas. Los coches se ausentan un poco del paisaje urbano, mientras desde el pulpito o el ágora nos lanzan dardos somníferos que amenazan el futuro de generaciones por venir, nunca las buenas intenciones han tenido cara de fraudes flagrantes, pocas veces las canciones amargas nos habían regalado noches tan dulces. Los días se desgastan entre excesos y grasas saturadas, nunca el veneno fue tan tentador, nunca unas palabras dulces llegaron a valer tan poco, y sin embargo nunca habrían ayudado tanto. Los romances a distancia desvanecen las pasiones de amantes que sueñan con los brazos del ser amado, y escuchan melodías que nutren la añoranza… el deterioro. Son las doce y no puedo dormir, el ruido de la noche se disuelve entre las notas dulces de hombres solos, que dejaron de amar en un momento, para volverse parte de la dialéctica de los amantes distanciados; pareciese que con unas cuantas notas hubieran podido encontrar el camino de regreso, ese trago dulce que se necesita al término de cada oscuridad profunda. Lo claroscuro se ha vuelto tan común que pareciese que ella gobierna el mundo. No puedo decir que ella es la mujer más alegre que he conocido; a decir verdad, ni siquiera se encuentra entre las primeras quinientas; sin embargo, la lobreguez de su ánimo cubría de milagros las páginas de los poemarios, que no alcanzaban con su modo incendiario. —Las llamas no alcanzarán para todos —me dije la segunda noche que salí con ella. Tenía el discurso fresco y la belleza atrayente de los gatos del monte; pero a pesar de eso y después de mucho pensar, me di cuenta que solo tenía un par de brazos y un corazón, que ciertamente no era para mí. Desde ese momento la dejé volar en medio de la jungla; dejé que se fuera y viniera cuando necesitaba un poco de agua y una cama a modo. Fui un perro que siempre estuvo al pie de su puerta, que vigiló sus sueños y se quejó poco de las sobras y los autoengaños. Su recuerdo sería triste si no me hubiera regalado la llave de su cueva oculta, si me hubiera negado el roce de su magnificencia. Ella era así y yo soy como siempre he sido: para algunos un mendigo que se extinguió por las caricias de una diosa; para otros un carroñero miserable que alcanzo un bocado de su eternidad.
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Sobre el autor: Bruno Celiberti nació el 15 de marzo de 1995 en Rauch, un pueblo de Argentina. Es periodista y escritor de viajes. Su cuento “Mi mejor hincha” obtuvo el Primer premio en el concurso “Através de las palabras” del 2018.
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as puertas que soportaban el viento caluroso del mes de marzo se abrieron después de mucho tiempo abarrotadas. En el anochecer de otro día enjaulado tuvo la posibilidad de ver más allá de los fantasmas y salir de la oscuridad de su guarida. A la brisa que le daba la calle le devolvió una enorme sonrisa de dientes no tan perfectos. Caminó unos pasos hasta subirse al auto que brillaba más de lo normal, y sin ver a su espejo retrovisor se fue del lugar. Lo que nunca sospechó era que lo veía desde un coche alquilado. Dobló un par de veces a la derecha y solo una vez a la izquierda. Hubo tres semáforos en rojo, dos en verde y nunca, pero nunca, frenó para dar paso al peatón de sendas borrosas. Aproveché para ponerme muy cerquita cuando frenó en el semáforo de la avenida Hamsun. Más rápido que ligero metí la mano en la guantera y mis zapatos conocieron el asfalto. Llegué hasta su ventanilla y disparé una interminable ráfaga de luz con aroma a putrefacción. Me escapé del lugar por el mismo camino que había hecho sonriendo al espejo retrovisor. Giré en varias oportunidades a la izquierda y una sola a la derecha. Hubo dos semáforos en rojo, tres en verde y nunca, pero nunca, frené la marcha prófuga. El frenesí se apagó cuando desperté en la cama que desde marzo ya no comparto con mi esposa. Pese al invierno incipiente, no tengo frío porque las puertas solo se abren si mi cabeza vengativa apoya la cabeza en la almohada.
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Sobre el autor:
Alan Román Méndez, nacido en Mexicali, Baja California en 1998. Actualmente estudia en la Licenciatura en Docencia de la Lengua y la Literatura en la Universidad Autónoma de Baja California. Sus textos han sido publicados por las revistas El Septentrión, Cinosargo y Tierra Adentro. En 2018 publicó el poemario Testigos del fuego con la editorial Pinos Alados. Escribe narrativa y poesía, y jura que antes del año pasado no era un poeta lírico.
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i fuera el fantasma de mi casa nunca estaría aburrido, descargaría tantos años de espera.
Abriría las persianas durante la canícula, sería West en el piano poblado de ratas, haría todas las sentadillas del milenio, comería todos los chocolates de una sentada. Odiaría los volanteros, al carrito de los camotes y a los hombres que envenenan a los perros. Terminaría dos veces cada serie de televisión, viviría eternamente en dos o tres cuentos de mi único libro original. Evitaría los poemas, los espejos y las fotografías, cualquier cosa donde pudiera encontrarme conmigo. Si fuera el fantasma de mi casa intentaría ser vegetariano seis meses, dormiría en el techo y me arrojaría al pavimento cada mañana. Saludaría mi vecina, la de los tres infartos en un año, acariciaría a sus gatos, les preguntaría cómo va su eternidad. Caminaría un maratón alrededor del jardín, bebería gaseosa con mentas en el sofá, dejaría la cocina cubierta de harina, el refrigerador abierto y la alacena vacía. Comería en las habitaciones que no he visitado y me desplazaría de esquina a esquina caminando hacia atrás o de lado o por el techo esquivando los ventiladores averiados. Soñaría las verosímiles pesadillas hasta que dejara de temerles porque, si tan solo fuera el fantasma de mi casa no podría no tendría porqué
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temerle al incauto habitante que soy.
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Sobre el autor:
José Luis Machado (Montevideo, Uruguay, 1974) es docente y escritor. En 2015 publica sus primeros libros: “El ajedrez es mucho más que un juego”, “Diario de un sinvergüenza”, “Fuera del tablero” y “Soñé que era un árbol”. (Ed. Abrelabios). En 2017 se edita “Crá” (Ed. Abrelabios) para la participación especial en el FIPCA XXI (Cartagena de Indias, Colombia). En 2018 gana el “Concurso Noss da Poesía” (Río de Janeiro, Brasil) En 2019 gana elconcurso “A los 100 años del libro de la selva” (Misiones, Argentina). Sus poemas y micro cuentos han sido publicados en blogs, revistas y libros en una docena de países.
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eticia Nuro estaba de mucama en la mansión de la vieja Etelvina Greta. Para lo que mandara, cocina, limpieza y ainda mais. Era con cama y solo le daba libre los domingos, para que fuera a misa. Mil pesos por semana y comida. Pero la comida era, por día, un plato de ensopado, mate cocido y un bizcochito de maíz. Eso sí, en las navidades le tocaba la carne que sobraba. Tenía que barrer, plumerear, pasear al Firulais, lavar, planchar, cocerle las medias, los calzones y algún que otro mandado, pero no mucho. Una mañana de domingo Leticia se metió al confesionario antes que llegara el cura, y en eso se mete El «Tato» Mateico, que siempre estaba para la pavada y le dijo: —Ave María Purísima. —Sin pecado concebido, Padre. —¿Y qué la trae por acá? Entonces Leticia contó todo lo que le pasaba y confesó que quería dejar a la vieja e irse para la ciudad. Entonces, muy indignado y con ganas de no hacer bromas el falso cura le dijo en tono enojado: —¿Y por qué no la deja tirada? No es de buena cristiana que la traten así. Yo que usted, la dejo tirada… Esa misma tarde, ni bien regresó a la casa, Leticia —envalentonada por el consejo del 'cura'— le puso unas pastillas para dormir al té manzanilla, esperó que la doña se durmiera, la embaló bien, la puso dentro de la bolsa negra, la bajó arrastrando por las escaleras del fondo y la puso junto a los tarros de basura. La dejó ahí, tirada. A la mañana siguiente, desde el jardín, mientras se servía un suculento desayuno, saludó al basurero, este agitaba la mano izquierda para responder el saludo y, con la derecha, bajaba la palanca accionando la prensa.
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n otra de esas noches donde acontece el insomnio, que cada velada domina mi ser, en donde entra un anormal deseo de adentrarme en una caminata nocturna solitaria donde solo esté yo, mi mp3 y uno de mis libros favoritos acompañándome en el oscuro sendero de las calles que recorro en mi enfermedad. Adentrado por las calles sin rumbo alguno, he de buscar tal vez una banca para sentarme a leer el dichoso libro «Factótum», de autoría por el desavenido escritor Charles Bukowski, y de fondo música de Bob Dylan que me ayuda a relajarme y a reflexionar mi situación actual que es una de las que me aferra a mi falta de sueño, mi ansiedad de ser alguien inestable sin rumbo en esta vida, alguien solitario que aún no encuentra razones de razón de existencia. En fin, leí unos cuantos textos de mi libro, con esto me dispuse a recorrer una calle, la cual nunca había transitado y menos en mis anteriores caminatas nocturnas, así que me sentía deseoso de recorrer aquella vía, ya que de ella emanaba una extraña sensación de misterio y oscuridad, como si ese pasaje nunca hubiera existido y solo haya sido abierto para mí en mi búsqueda de respuestas de mi existencia vital o no vital. Cada vez más me adentro a la profundidad de este lugar que es del todo normal, ya que solo es un vecindario común, en el cual no hay más que oscuridad con unas cuantas lámparas que iluminan toda la calle, pero cada vez más que lo recorro se vuelve más oscuro y se pierde con el rumbo iluminación de las lámparas, pero mi espíritu de amor a lo misterioso no me abandona se aferra a cada parte de mi cuerpo lo cual me hace seguir con el trayecto de esta pequeña velada. Ahora ya con toda la calle oscura sin rastro de nada aparente, de pronto una luz se deja mirar a unos escasos metros de mi ubicación, parece una luz que sale que de una casa. En efecto, es una luz que sale de una ventana de una gran casa al parecer, una casa con estilo peculiar, una casa con formas de extraña manera inexplicables con una gran ventana que deslumbra su interior. Me quedé un tiempo observando aquella ventana. De pronto, una mujer se asoma, por lo cual de manera rápida me hace esconderme detrás del muro de su fachada. Con el corazón latiendo a tope, mi deseo de seguirla observando prevalece, así que entre el muro que cubre su casa y mis ojos, me quedo sin razón observando aquella figura sombra que parece una mujer. Pero ella sabe que la estoy observando. Así que como si fuera una de esas mujeres de burdel me hace una seña con su mano, para ser exacto, con sus dedos los cuales me refieren a que entre a su morada, en la cual la puerta está entreabierta así que mis sentidos me alientan a obedecer, y acepto. Al entrar todo está oscuro, solo permanece la luz que me hace camino al cuarto de la ventana, paso por las escaleras para seguir con el final del corredor que me lleva a aquel cuarto, al entrar a esa habitación me encuentro de frente con la ventana cubierta con una cortina, al abrir aquella cortina hace presencia el universo; los oscuros secretos del universo se me revelan ante esa ventana, mis respuestas anheladas ahora las tengo. Por fin las tengo… todo es parte de, todos somos piezas de un juego sin fin, pero mi sentimiento de revelación terminó al voltear y ver aquella sombra femenina colgada de una soga al cuello. Ahora sé que es mi deber proteger estos secretos, para esperar al siguiente, el cual se le revelarán de la misma manera que a mí.
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Fotografía de Emiliano Márquez Zárate
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Sobre el autor:
J.R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Teresa Magazine, La Gualdra, entre otras.
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asé por mamá a las siete en punto. Había rentado un traje para la ocasión y mandé a lavar el auto. Me bajé del vehículo y toqué el timbre armado con un ramo de rosas. Ella vistiendo una blusa azul rey con un grueso cinturón café y falda negra. Su cabello recogido, parecía haberse peinado en algún salón. Lo tenía casi todo blanco, no se lo pintaba desde que murió papá. —Hoy no es día de las madres —me dijo, con esa mirada de rayos x, que usaba cuando niño para ver a través de mis mentiras. —No lo es, es 1 de junio, día de la marina. Le sostuve la mirada, y aunque lo intentó, no pudo ver a través de mí. Yo sonreí complacido y la tomé del brazo. Caminamos hasta la puerta del copiloto, donde le abrí la puerta del carro. —¿Adónde vamos? —dijo después de que yo encendiera el auto. —Creo que nunca has ido, se llama Barricada. —Escuché que es caro. —Dime, mamá, ¿te hace falta algo en la casa? Ella me miró por unos momentos, luego bajó su vista pensativa. —Desde que tu hermana y David se mudaron, tengo quien me haga las reparaciones. Aunque le he pedido que impermeabilice la casa, pero se ha estado haciendo el loco, a veces batallan por dinero, sabes. Aunque evitan pelear frente a mí. Le dije que enseguida lo resolvía. Marqué con el manos libres al sujeto que se encarga de eso en mi casa y le pedí que fuera mañana a donde mi mamá. Cuando llegamos al restaurante, me estacioné y antes de bajar, saqué mi cartera y le di a mamá el dinero que le cobraría el hombre por impermeabilizar la casa. Ella dudó, pero aceptó el dinero. En la cena no dejé que viera el menú. Pedí dedos de queso como aperitivo y fajita como plato fuerte. Lo que sí le pasé fue la carta de bebidas. —Pide la que quieras. —¿Seguro? —preguntó mientras remojaba el dedo de queso en salsa de tomate. Le dio una mordida —¿Por qué andas tan generoso? —Pide lo que quieras. Es parte de lo que quiero hablarte hoy. Mi madre pidió un litro de piña colada. Esperé a que se lo trajeran y diera el primer sorbo, antes de empezar a hablar. —Me ascendieron —mentí. —¡Es una gran noticia! —Lo sé. Pero deberé mudarme —eso era verdad. —¿Qué hay de Paulina? —Irá conmigo —mentí—, ha conseguido por fin su plaza de enfermera —eso era verdad. La fajita llegó. Después de darle un largo sorbo a su piña colada se sirvió un poco de carne. El restaurante tenía la reputación de tener los cortes más finos en la ciudad, reputación que debía ser cierta, pues mamá parecía complacida. Yo la miraba comer. Durante los siguientes meses tuve el dulce recuerdo de hacerla feliz aquel día. La cena continuó. Hablamos de papá, de nosotros, de mi hermana y su esposo. E hice lo posible por evitar el tema de Paulina. Pero de poco sirvió. —¿Y cuándo me darán nietos? —Pronto. Paulina debe establecerse, en un año o dos, tal vez.
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—Ya he esperado bastante, tu padre se murió sin conocer a sus nietos. Odiaba que me jugara la carta de papá. Pero no quería pelear con ella. —Prometo trabajar en ello, quizá para el próximo año ya seas abuela —mentí descaradamente. Esperaba que mi hermana fuera quien le regalara nietos. Apuré mi refresco y pedí la cuenta. Hice el mismo ritual de abrirle la puerta y todo eso. Una parte de mi quería que todo acabara, la otra, que durara por siempre. —Y… ¿qué tal nos la pasamos el día de la marina? —Gracias, hijo. Ha sido una maravillosa cena. Espero se vuelva una tradición —soltó una carcajada, «risa de anciana». —Te amo, mamá —fue la última vez que se lo dije. Le besé la frente y me despedí de ella. El cura me miró. Colocó la biblia en mi pecho y me sujetó la mano. —Creí que me hablarías de tus pecados. —Es justamente lo que le he estado contando. Hoy es el cumpleaños número 71 de mamá. Yo no llegaré a mis treinta y seis, pero me remuerde la conciencia solo haberle festejado un día de la marina.
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Sobre la autora: Sheila Patricia Fernández Díaz (La Habana, 1993). Ha publicado en la revista independiente de origen canadiense Lived Experiency, y en el no. 151 de la revista Educación (2017); dicha revista es fruto de la prestigiosa editorial cubana Pueblo y Educación. Todo lo expuesto a continuación corresponde al año en curso. Tres de sus trabajos forman parte de la II y III edición de la revista digital hispanoamericana Mundo de Escritores. Sus obras también figuran en la II, III, IV, V y VI edición de la revista digital española Claustrofobia –un proyecto creado por Ediciones de Humo–. Forma parte de la comunidad de artistas de La guarida Creativa Art (Colombia), y es #artistacisne de la igual llamada revista digital. Sheila ha participado en la primera y segunda edición de colaboraciones de la revista digital peruana El Almacén y es artista invitada de su primer festival online Almacén Cultural Una de sus obras integra la antología del IX Concurso de poesía de temática libre“Versos en el aire”, esta iniciativa es auspiciada por el proyecto español Diversidad literaria. Forma parte, además, del grupo de autores que integran la edición 44 y 45 de la revista digital mexicana Perro Negro de la Calle.
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si te beso las mañas,
las ganas de claudicar y si de pronto, al hablar,
me seducen tus patrañas: como ilusiones antañas, como sórdidos alivios, como mar de roces tibios en tu boca, eternizado, como un manantial errado brotando de mis entrañas?
¿Y si me empieza a gustar este afán de no querer y si me place morder el desliz de tu accionar, qué excusa me vas a dar cuando sean tus falacias un gemir de idiosincrasia en mi vientre, derramado, un goce resucitado que de tus males se sacia?
Yo te busco por entero, si te rompes, te construyo, porque tu ser ya no es tuyo porque mi yo es tu velero; un preludio pasajero de callado paraíso, que en nosotros se deshizo por miedo a palidecer. ¡Tú y yo somos el volver de quien marcharse no quiso!
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Sobre el autor:
Alfonso Armando Koyoc Pedroza. Escritor que inició con un estilo romántico. A lo largo de sus participaciones dentro de la revista, ha cambiado el tema de su escritura, pasando desde el amor hasta el suspenso, género en el que ahora incursiona con nuevos relatos, mismos que abrirán paso a diversas historias, la mayoría de ellas basadas en la fantasía y ficción. Ahora con el suspenso como género, ha desarrollado nuevas historias que en difíciles circunstancias transcurren y dejan al protagonista sin ninguna explicación razonable.
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Dedicado a la memoria de mi hermano Carlos Adrián Romo Pedroza
I espierta, despierta, despierta...Vamos abre tus ojos, levántate, tenemos mucho camino por delante. —¿Quién eres? —Soy tu amigo. —¿Mi amigo? ¿Dónde estamos? —Acompáñame, quiero enseñarte algunas cosas —No puedo levantarme, algo me detiene. —Ven, ven, ven, ahora sígueme. Caminemos juntos por este jardín dime: ¿qué es lo que puedes ver? —Todo parece muy tranquilo, me gusta. El pasto es verde, los árboles son grandes, el sol ilumina, pero no hace calor, es extraño, tengo la sensación de ya haber estado aquí, el lago que está en el centro es cristalino, me recuerda a una persona que amo con todo mi ser, su reflejo parece el brillo que sus ojos tienen. —Cada persona entiende y vislumbra de diferente forma cada lugar que voy a mostrarte, quiero que reflexiones y que escuches cada pensamiento que salga de tu mente, hoy entenderás el misterio más grande de todos. La vida está llena de emociones, hoy iniciaste una nueva etapa, es importante que entiendas que en cada etapa que enfrentemos, serán muchos los obstáculos que tienes que superar, de ti depende cómo enfrentas cada uno de ellos; hasta este punto, si no has logrado superar alguno, quiero decirte que no existen más, ahora eres libre, has alcanzado un estado nuevo donde ya todo es perfecto. Aquí predomina el elemento agua, ve, sumérgete en el lago, purifica tú alma y haz que tus sentidos se exalten. Una vez que lo hayas hecho tu primer viaje habrá terminado. —Tengo miedo —Hoy enfrentas lo desconocido, ante ti está un nuevo ciclo, no temas, no estás solo, tú sabes quienes te acompañan, ellos siempre habrán de estar contigo en cada momento que te sientas solo.
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II —¿Ahora adónde nos dirigimos? —¿Sabes? Es en este preciso lugar, donde la mayoría de los que he guiado sienten frío, ¿tú cómo te sientes? —Siento algo en mi pecho, es como un poco de calor, no sé describirlo, pero definitivamente no siento frío. —Para poder pasar por aquí debes pensar en todos aquellos que amas, imagínalos y piensa qué significan para ti; piensa también en tus virtudes, pero más importante aún; piensa cómo quieres que cada uno de ellos pase cada difícil situación que se le presente y cómo te gustaría verlos. ¿Listo? —Lo estoy. —Frente a ti tienes el árbol de la eternidad, aquí predomina el elemento tierra —¿Por qué se llama así?
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—En él están millones de pensamientos, millones de recuerdos, este árbol alberga todo lo que para ti es importante. Entra, visita el interior de la tierra, ahí podrás reflexionar, rectificar y después encontrarás la verdad oculta. En este acto no puedo acompañarte, una vez que termines toca tres veces el tronco del árbol con tu mano derecha y sabré que tu segundo viaje habrá terminado.
III —No puedo ver, estoy ciego, ¿qué sucedió? Al salir del árbol perdí mi vista, ayúdame. —Tranquilo, estamos en un lugar donde la luz emana con mucha fuerza y no estás listo para poder vislumbrar, no estás ciego, solo la luz es demasiado para tu entendimiento, ¿ya has olvidado las enseñanzas de nuestro viaje? —No, solo fue un simple reflejo, sentí miedo. —Escúchame, piensa y reflexiona; este lugar hará que entiendas la calma, el elemento aire predomina, solo debes ser paciente, escucha el sonido, el ruido que parece sugerirte, las voces que pueden formarse por los distintos canales que llegan hasta tus oídos, siente esa melodía, identifica las notas, sigue tu conciencia, no estás solo, estamos contigo, avanza y SIGUE MI VOZ... Pudiste notar cómo después de todo, predominó la calma, cada ruido, voz, desapareció. Abre los ojos. —Puedo ver, mis ojos pueden ver en donde estaba, el piso es negro y blanco, además tiene rostros grabados, ¿por qué? —Cada uno de ellos representa una parte de ti, lo que fuiste, lo que eres y lo que serás, además se encuentran en un estado de ánimo diferente, pues tú eres un ser tan cambiante como lo soy yo, ahora que has entendido este misterio, tu tercer viaje ha terminado. Acompáñame debemos estar listos.
IV Hasta ahora has enfrentado cada viaje con valor, he de decirte que eres un ser lleno de luz, pues no todos llegan hasta donde te encuentras, este viaje que estás por iniciar está considerado como el de purificación de todo tú ser y espíritu, pues predomina en él el elemento fuego. —¿Has dicho fuego? No entiendo, el fuego consume, ¿cómo habrá de purificar? —El fuego no es destrucción, pues emana de tu ser, generado de tu respiración y tus sentimientos, si estos son nobles serás purificado, si no lo son, serás juzgado. Tranquilo, nada habrá de pasarte, recuerda que nunca enfrentarás algo que no puedas hacer, además nunca estás solo, todos estamos contigo, hermano. Toma esto en tus manos, es una llama. —¿Cómo podría tomarla? Me quemaría —¿Acaso no escuchaste mis palabras? Libera tu mente, no pienses, siente, extiende la mano derecha en forma de garra, levántala y pon tu mano izquierda en el corazón solo así serás capaz de afrontar esta prueba. —¡Oh! No siento dolor o ardor alguno. —Respira, mantenla, esa llama representa todo lo que tú amas, y te acompañará por siempre a donde vayas, debes cuidarla, no dejar que jamás se apague, pero no sientas miedo
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o confusión, como tú hay otros que pasaron a ser eternos y te están esperando, creo que desde hace tiempo sabías adónde nos dirigimos y no dijiste nada. —Yo sé adónde vamos, tuve miedo, pero entendí la verdad oculta, ahora sé lo que pasó, y sé lo que debo de hacer; cuidaré de esta llama y cuando sea el momento la entregaré limpia, pura y sin mancha a los que vengan detrás de mí. Aquí no existe dolor, solo hay un inmenso amor que arde y vive conmigo, este viaje hacia la eternidad es amor, todo el que en otro plano nació ahora se exalta conmigo en este misterio, estaré cuidando mi llama que siempre arderá en el corazón de todos quienes yo amé y esperaré hasta que seamos de nuevo uno en esta eternidad.
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El abrazo Estudio de la obra de Jorge González Camarena Por Enrique Díaz Aldana
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Sobre la autora:
Escritora mexicana nacida en la Ciudad de México. Doctora en Educación. Profesora e Investigadora en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Estudió BA in English en la Universidad de Londres. Narradora oral y amante de la literatura.
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érdida. Aislamiento. Hermetismo. Oscuros pensamientos. Inacción. Nula energía. Dolor infinito. Despeñadero negro. Entorno difícil. Respiración muy lenta. Pensamientos rígidos. Melancolía profunda. Sufrimiento amargo. Pecho vacío. Sin motivos para vivir. Deseos de escapar. No voltear atrás. Parálisis total. Futuro roto planes truncos. Padecimiento profundo. Abismo quemado. Daño envolvente.
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Sobre el autor: Nació en Toluca, Estado de México, en el año de 1989. Estudió Antropología Social, pero ha tratado de escapar de las ciencias sociales cada vez que puede. Ha buscado refugio en la literatura y el arte, aunque la antropología siempre se las arregla para encontrarlo. Actualmente es docente en la UAEMex y trata de establecer puentes de diálogo entre ciencias sociales y literatura. Entre las cosas que disfruta están: ir al cine, caminar en una ciudad gris como Toluca, la voz de Borges, cuando un partido de futbol acorta la semana y el rock en casi todas sus presentaciones.
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abía dos personas esperando a que el semáforo diera el paso a la siguiente acera. Un ruido en el cielo les anunciaba que se acercaba la lluvia, se tomaron de la mano como si de un mero reflejo se tratara y una gota celosa se precipitó sobre la unión de sus dedos. Detrás, una señora se aferraba a su bolsa de mandado, mientras su pierna inquieta delataba su impaciencia en la espera por el muñequito de piernas abiertas pintado con luz verde. En el sexto piso de un viejo edificio, un hombre veía aquella escena desde la comodidad de su ventana, sostenía en su mano una taza con café a medio terminar, daba pequeños sorbos mientras sus ojos sin parpadear se postraban hipnotizados por la película cotidiana de la calle. —¿Qué miras? —preguntó su esposa recostada en el sofá. Él no le dio ninguna respuesta. —He pensado que tal vez podríamos mudarnos, no sé, o tal vez solo viajar —la esposa insinuó. Él de nuevo no contestó. Después hubo un silencio de esos que ya no importan cuando años de matrimonio hacen que no importen. Ella se levantó y fue hasta la ventana, echó un vistazo y no vio nada, solo gente cruzando la acera y el tráfico detenido, miró un poco más, pero no encontró nada interesante para ver y tomando las llaves del apartamento le preguntó: —¿Quieres que vaya a comprar algo para cenar? Ella bajó del edificio y él vio como cruzaba la calle aprisa tomando rápidamente el ritmo de la gente que huía de la húmeda y fría ventisca. Después le perdió la pista entre la multitud que se refugiaba en el portal. La mujer entró a la tienda, tomó un frasco de café, un par de latas de atún, un kilo de huevo, un paquete de tocino y una bolsa de pan. Giró rápidamente su carrito hasta la zona de cajas y se dirigió a la que tenía encendido el número siete, a pesar de que la caja cinco tenía menos gente. Ojeó una revista de moda mientras esperaba, tomó un chocolate y lo agregó a su lista de cosas sobre la repisa giratoria. —Hola —dijo mientras sus mejillas se sonrojaban un poco. —Hola, ¿encontró todo lo que buscaba? —Le respondió el joven cajero con una sonrisa, mirándola fijamente a los ojos. A ella le encantaban sus miradas, se sentía reanimada por esas sonrisas juguetonas que le mandaba cada vez que pasaba un artículo por el infrarrojo. —213 con 50 centavos, tarjeta o efectivo. —Efectivo —respondió ella al momento de entregarle el dinero haciendo que sus dedos se rosaran. Se sonrieron por última vez. Ella tomó sus cosas, dio media vuelta y puso un mayor énfasis en su caminar moviendo las caderas. Ese paso cadencioso de despedida, se desvaneció al salir de la tienda y se transformó en un paso frenético de huida ante los enfurecidos chubascos que arremetían la ciudad. Casi empapada, subió las escaleras del edificio y entró al departamento. Dejó las bolsas del supermercado en la cocina y fue a la habitación para buscar a su esposo. No estaba ahí. Tocó la puerta del baño y revisó el estudio, pero no pudo encontrarlo. Con una mueca desilusionada, regresó hasta la cocina, del gabinete sacó una copa, de la cava sacó un vino y del fondo de su bolso un cigarrillo. Sirvió el vino, encendió el cigarrillo, en su celular hizo
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sonar For my lover de Tracy Chapman y resignada, se tiró en el sillón a esperar mientras miraba la lluvia golpear la ventana. El hombre salió del departamento 506 y subió hasta el piso seis, abrió la puerta 606, fue a su habitación, luego al baño y cuando salió, la enésima repetición de For my lover dejó de sonar. —¿Quieres cenar? —preguntó a su esposo. Juntos se sentaron a la mesa. Afuera había dejado de llover.
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Sobre el autor:
Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Enfoca su obra poética (rima o prosa) en indagar en los recovecos de lo mundano desde el punto de vista pesimista. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: “El noveno arcano”, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019). “Lo que pasó en el sótano” (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019). “El puente del recuerdo” (Revista franco americana “Resonancias”, 2020), “La carta de Jacques Virgil” (“Más literatura”, sección cultural de Tecnologíaindustrial .net, Ciudad de México, 2020), “Retorno” (Revista Literaria Nudo Gordiano, Toluca, Edo. De México, 2020), “El cometa verde” (Revista de ciencia ficción y fantasía “Teoría Omicrón”, Quito, Ecuador, 2020). Entre otras.
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ace mucho tiempo que pasó, y, sin embargo, el relato sobrevivió al tiempo y al olvido, y llegó hasta mis oídos. Lo recuerdo bien, fue el juglar quien me lo cantó; con su lira y su peculiar voz amena. Cantaba, ¡oh! ¡Cómo cantaba él! Y de su canto brotaba esta historia, de la que no me siento digno de contar. Mientras ojos chismosos contemplaban escondidos entre los árboles del nocturno bosque, la doncella permanecía de pie, desnuda, fría y rígida, ante el reflejo de su cuerpo en la dorada armadura del guerrero. Pero no hubo tiempo para sentir memorias, ni, mucho menos, recuerdos felices y estremecimientos tiernos. En aquella escena, había una tercera persona; era el nigromante, pero estaba a punto de dejar el mundo de los vivos; empapado por su propia sangre, con la espada del guerrero atravesando su estómago, mientras el oscuro ser se hacia la mar de preguntas en su retorcida y umbría mente. La hermosa mujer no se movía. Sus largo y rubio cabello caía sobre sus pequeños y firmes senos, y su tersa piel tenía un color pálido, pero con vestigios de que alguna vez esa dermis había ostentado un tono rosa de naturaleza preciosa. El guerrero exhalaba su rabia y dolor, y a través de su yelmo, el vaho de pánico y terror se escapaba, como también lo hacían sus sueños y alegrías por segunda vez. El nigromante podía ver más allá de ese yelmo; contemplaba los ojos húmedos de su ejecutor, mientras el hierro seguía enfriando sus entrañas; paulatino, constante; inevitable. El verdugo no veía a los ojos de su víctima, claro que no; en ellos se reflejaba la doncella inmóvil, y la proyección sucumbía en los propios de aquel nigromante. Entonces, ese oscuro ser, dijo: —Pero tú me lo has pedido, guerrero. El guerrero se acercó a él, mientras deslizaba aun más su espada a través de sus tripas, y contestó sin mirarlo: —¡Lo sé, perfecto maestro de lo oculto! Pero jamás imaginé que, con tu acierto en este arcano arte, se me fuera infundido tal terror. ¡Es humano errar y de sabios aceptarlo! ¡Oh, aliado de la vida e hijo de la muerte! Lo que ves más allá de mi yelmo, lo que tú ves en mis pupilas no es mi amada. Contempla bien, desnuda el reflejo y adéntrate más, ¿lo notas? Es el abismo de la muerte, y mi rabia, que no acepta mi destino, me ha hecho actuar de tan violenta manera. Perdóname, anciano, he de robarte la vida, pues me has hecho contemplar lo más abominable de la mía con tal regreso, y eso, amigo mío, es cien veces peor que haber perdido a mi mujer, su existencia y compañía. Me diste venia de ser testigo de este oscuro retorno de la muerte. Cuando el guerrero terminó su doloroso discurso, sacó la espada de las entrañas del nigromante; el anciano cayó muerto. El hombre se acercó a la carcasa de lo que alguna vez fue su amada, y se retiró yelmo, peto y cota de malla, dejando su torso desnudo. Tiró su sangrante espada, y llevó su mano derecha al rostro de aquel cascarón de carne vacío, y con la izquierda desenvainó su daga. Y antes de que la tentación lo envenenara con un beso a tal aberración retornada de la muerte, clavó la daga en la carne…hondo, tan hondo. Hace mucho tiempo que pasó. Lo sé muy bien, fue el juglar quien me lo cantó; con su lira y su peculiar voz amena. El asesinato de un nigromante, el suicidio de un guerrero y el retorno de una mujer muerta. Ahora, ese cuerpo donde no habita ningún alma, camina desnudo por los bosques, atrayendo las miradas de uno que otro bandolero lo bastante valiente como para fijar su vista en ella. Una vez la vi de cerca, y en sus ojos contemplé la proyección de aquel guerrero, justo antes de negar un beso…un beso que nunca fue
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Sobre el autor:
Viscely Zarzosa Cano (Perú, Chimbote, 1994). Poeta y periodista. Estudió Comunicación Social en la Universidad Nacional del Santa. Ha sido seleccionado en diferentes revistas de creación literaria. También aparece en la muestra de poesía neochimbotana Vientos del sur (Fondo Editorial de la Municipalidad Distrital de Nuevo Chimbote) y en el libro Concierto lírico (Ediciones Vicio Perpetuo, Lima). Obtuvo una mención honrosa en el III Concurso Nacional “Huauco de Oro” 2018 (Cajamarca) en la categoría de poesía. Ha dirigido la revista El Navegante. Actualmente labora en el diario La Industria de Áncash.
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a Lea León toma este puñado de palabras y desparrámalas en tus sueños para ser algo de ti ese es mi sueño. Miguel Ildefonso
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ntendí que la urbe buscaba una conexión, una manifestación textual en medio del caos y el bullicio. Y apareciste tú como la letra desentrañada en el poema exacto, como la palabra escogida en la expresión urgente. ¿Y acaso en estos momentos importará la lluvia, el sol, el mar, el cielo, las nubes, la naturaleza misma? Porque frente a ti las cosas se han rebelado. El reloj ya no calcula las horas no hay mañana, tarde, noche. El día es día y punto. Escribo estas líneas y el poema ya no quiere ser poema. Tenía que ser así, ahora será un volumen de sombra un cuerpo azul en reposo. Y no habrá marcha atrás tu sueño ya no será el sueño que esperabas. En tu habitación se escucha la meditación de una tribu. Duermes como haciendo un viaje sin retorno, la prehistoria se ha cruzado en tu camino y puedes ver a lo lejos aquel hombre primitivo, apenas el mar mediterráneo los separa, pero te arriesgas a convivir con esta civilización sin entender la cronología, las generaciones, la teoría del amor. Solo estabas ahí, ¿para qué entenderlo? Los sueños no se entienden, solo se viven. Pero luego despiertas y las cosas siguen en su lugar,
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el libro abierto en tu cama desordenada, la copa de vino a medio tomar, y tĂş vuelves a la rutina sin alterarte de lo que acontece en la ciudad. Sin preocuparte de sus habitantes en extinciĂłn.
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Deslizo mis dedos por tu espalda rĂo revuelto por mis manos, dos suspiros y medio en el reloj de arena se ahoga la oscuridad en el oasis perdido entre tus muslos el Ăłxido del tiempo nos corroe.
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Paz FotografĂa de Andy Noriega
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i hubiera sabido la verdad, habría hecho algo por él. Miré al anciano en el piso, a punto de tocarme. Con largos cabellos y barba espesa, de sus ojos sobresalía una expresión airosa. Bien dicen que la esperanza es lo que muere al último. Retrocedí, inquieto por el olor a trapo sucio combinado con aceite. Sabía que toda su vida se había dedicado a destapar caños en casa de doña Bertha; yo era el encargado de llevarle en una bolsa el recipiente con los restos de la comida: medio tazón con sopa y tortas de carne en chile verde. Agradecido, siempre me acariciaba la cabeza. La mano pesada y los dedos ásperos al contacto con mi piel me provocaban una calidez tremenda, de esa que uno guarda solo para la familia. Mi padre, hombre de negocios y ambición desmedida, había vendido cada uno de los terrenos de mi abuela; todo para poder invertir ese dinero y construir el ancho edificio azul de la calle Madero. Ahí lo conocí y comenzó nuestra amistad. Compartir la soledad nos obliga en ocasiones a valorar. Eso y otras tantas cosas más aprendí del anciano. Por ejemplo, que los malos olores nos recuerdan los lugares que se deben limpiar y también lo que se deja atrás. «Estoy encomendado a Dios», solía decirme siempre, cuando lo veía feliz o enfermo, hambriento o desesperado por la falta de trabajo. Con el paso del tiempo, dejé ese lugar para rentar un cuarto cerca de la universidad, nadie supo de mí en años. Cambié la sobremesa y el amor por aquel cubículo de paredes falsas en el que te conocí. Ahora ya te has ido, cruzaste la calle y no te vi más. Una tarde llego caminando al costado de la catedral y nos volvemos a encontrar. Leo en el letrero «Servicios de plomería y destapa caños». Entonces me reconoce e intenta acercarse levantando su cansado cuerpo. Retrocedo, avergonzado por el momento tan íntimo. Su olor me repugna y evoca imágenes viejas. Hay un chamán cerca de ahí, ofreciendo agendar citas a un pequeño grupo de mujeres, mueve las cartas como si flotaran en el aire. Me alejo con pasos largos y llego a la esquina, el semáforo está en rojo. De pronto, una sensación extraña me hace voltear el cuerpo. El anciano está de pie, me saluda con la mano y sonríe con expresión jovial. Luego da unos pasos adelante y con un salto desaparece en la alcantarilla de la ciudad.
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Sobre la autora:
María Lucía Vélez Alonso, nació el 30 de abril del 2002 en Lagos de Moreno, Jalisco. Es sincera en decir que nunca creyó que un cuento de su autoría sería publicado en una revista, y que escribiría un relato, pero aquí está, y se enorgullece. Espera seguir escribiendo y mejorando, porque sabe que falta mucho camino por recorrer en cuanto a la literatura.
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engo tanto calor que no logro concentrarme, estoy absolutamente sola en la casa y en lo único que puedo pensar es en piñas coladas y cócteles a la orilla del mar. Me levanto de mi cama para abrir la ventana y que la brisa del viento pueda refrescar mis pensamientos, y en cuanto recorro la persiana, escucho un susurro. —Ven, sígueme. La voz se escuchaba tan bajo y tan claro a la vez que creí que era un juego de mi mente, así que dejé la ventana abierta de par en par y me dispuse a escribir en mi diario. Mientras escuchaba el sonido de las hojas revoloteando por el viento, volví a escuchar a la misma voz. —¿Qué esperas? No tengo todo el día. Me levanté de mi cama lo más rápido que pude y me dirigí a la ventana, en cuanto asomé mi cabeza, las hojas empezaron a revolotear y la brisa del viento se avivó. —Inteligente. A tu hermana le tuve que hablar cerca de diez veces para que reaccionara, tú eres más curiosa —me susurró el viento. No puedo explicar la paz que sentía cuando él hablaba, así que confié plenamente. —¿Qué haces aquí? ¿Por qué conoces a mi hermana? —Pregunté con mucha curiosidad, pues mi hermana y yo hablábamos de absolutamente todo y no recuerdo haber escuchado que chismeaba con el viento, ni siquiera estoy segura de que esto pueda ser real. —En una semana cumplirás años, y para las mujeres de tu familia cumplir quince años no es solo eso; tú linaje es distinto a cualquier otra mujer. Verás, cuando una niña cumple quince años le hacen un festejo y le dicen que a partir de ese día ella es toda una mujer, pero cuando alguien de tu familia cumple quince años se le activa un sentido más, digamos que, en lugar de tener cinco sentidos, tú tienes seis, pero no creas que puedes ver a los muertos o algo así. Tú puedes escuchar a la naturaleza, tu familia tiene una conexión pura y directa con la Pachamama —especulo la brisa con calma y después cesó. A la noche siguiente, un remolino abatió mi cuarto, me envolvió y me sacó de mi habitación, yo no entendía nada, pero por alguna extraña razón me dejé llevar. Esa noche paseé por toda la ciudad como lo hacía cada martes, solo que ahora podía escuchar cada conversación que la brisa traía hasta mí. Resulta mágico saber todo lo que escucha el viento, todos los mensajes y las palabras que tiene que transportar para que lleguen intactas a su destino, pero me resultó más increíble todas las palabras que se pierden con el viento, aquellas palabras que son lanzadas al aire, esperando una respuesta del destino. A partir de esa noche me volví la consejera de mi amigo, y ahora era yo la que le susurraba al viento para que llevara mis palabras a aquellas personas que esperaban una respuesta. Yo era la voz del viento. Yo era la voz del destino.
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Fotografía de María Lucía Vélez Alonso
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Sobre la autora: María del Sanjuan Lizbeth Juárez Trujillo, de 35 años, nació en Aguascalientes, Ags. El día 1 de abril de 1985. Radica en Encarnación de Díaz; psicóloga de profesión, estudió en la Universidad de Guadalajara en Lagos de Moreno, ha publicado un poema en la antología de la secretaría del estado de Jalisco, MUJER y POETA en los altos de Jalisco en el presente año.
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os que caminan despacio, devorando el silencio, consumando la pausa, son aquellos que, suspendidos del tiempo, le roban su importancia, retan a la vida con su lentitud, pero saborean más. Avanzan, no llevan prisa, han elegido tener su propio andar, su pulsión por la vida puede resultar arrítmica y, sin embargo, la consuman reiteradamente, suspendidos en el sonido del viento, vuelan como aquel papalote girando de aquí para allá, se cuelan por las ramas de los árboles y simplemente existen, descienden a los más profundos rincones y ahí juegan a las escondidas, hasta que de nueva cuenta el viento los impulsa a continuar. Los que caminan despacio, se vuelven naranja, amarillo, rojo y parpadean constantemente detrás de una nube, se esconden tibia y nostálgicamente en el horizonte, despidiéndose cada día de la vida con la mano alzada como diciendo adiós. ¡Despacio! que el crujir de las hojas entona mi camino y me recuerda los pasos recorridos, la pequeñez de la vida merece ser observada, escuchada, el chapulín saltando de hoja en hoja, el hongo emergiendo de la humedad y mis ojos experimentando el mundo. ¡Silencio! Dicen los que avanzan lento, ¡Silencio! Que la vida ensordece mi voz, ¡Silencio! Que los pensamientos son muchos y las pausas pocas. Empujados por la multitud son obligados a incrementar sus pasos, a ir a la par de los Otros, y poco a poco se van olvidando de sí, aunque no por mucho tiempo. Algunos se quedan suspendidos entre mundos, aquello que fueron, pero no vivieron y converge en el presente, inexplicablemente coexisten en mundos paralelos, se vive un encuentro con la ausencia y la sensación del vacío y ahí todo basta, nada importa y resulta incompleto, tan solo se encuentra la quietud, esa que abraza y cobija haciendo vibrar el alma. ¡Despacio! que la vida no empuja a la vida, al contrario, nos ínsita a amarla en cada suspiro, en cada sorbo de café, en aquel silencio o carcajada con el amigo, en la pesadez del deber y en la soltura de la libertad, ¡Silencio! Grita la vida, la pausa, la razón.
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reguntas azarosas en medio de la multitud, ¿desde dónde se aprecia el cosmos con mayor claridad? Desde la oscuridad se miran las estrellas apagadas, es el fondo el que te permite impulsarte, aun cuando las plantas se aferren a la grava árida y la cadencia te manipule con ventaja. Sigo buscando claridad en las pupilas ciegas, derramando las tripas en mesas ajenas, ¿tú alma es vieja y experimentada? Quizás el alma renacida de un poeta fracasado, la mía aún huela a cuero nuevo, emana estupidez de novato y devora falsa sabiduría, ¿y si te digo de nuevo? ¿Y si le hablo de usted? No es suficiente con palpar el fondo polvoso, mi hermano, hay que lamerlo y saborearlo, permitir que sus amargas experiencias se filtren por tu lengua y estómago, y ruega, ¡ruega te digo! Que el tiempo sea suficiente, para que la oscuridad sea permanente.
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Sobre la autora:
Escritora mexicana nacida en la Ciudad de México. Doctora en Educación. Profesora e Investigadora en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Estudió BA in English en la Universidad de Londres. Narradora oral y amante de la literatura.
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iento de fuego con sal y hielo, metal de sangre en el mar embravecido. Sutil presencia de movimiento diario, Imprescindible maestra científica hechicera sabia. Sabia intuitiva, revisas juicios y sentencias, narradora de sueños que bebe la vida. Conocedora del sino y profeta del paraíso, risa alegre sinvergüenza sarcástica culta. Deseo tu triunfo, tu carcajada. Que nada nuble tu mundo independiente, que analices y dispongas si amas o lloras. Grita libre llama violeta, haz lo que decidas. Prendo una vela por tu seguridad, ruego porque regreses completa a casa, Pido que la violencia no te toque, me duele saberte vulnerable. Hablo por nuestras hermanas ausentes; por quienes no tienen voz, por quienes son sometidas, por las olvidadas por ti y por mí. Sol brillante de papel y tinta, palabras de hierro con agua. Relámpago que rebasa el cielo, eternidad moviéndose en esperanza.
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Sobre el autor: ¿Cómo es que un escritor nacido y educado en la ciudad de México decide escribir sobre un municipio lejano y distante de todo su entorno cotidiano? José Antonio Calderón Magdaleno, o mejor conocido como, Antonio Magdaleno es un escritor joven con una educación literaria puramente latinoamericana. Estudiante de la facultad de Derecho de la UNAM, ha procurado mantener el humanismo en una carrera hostil y pragmática, redactando cuentos y novelas cortas en las que busca simplificar y volver accesible la literatura para un país con bajos niveles de lectores. Antonio Magdaleno nace como escritor debido a la fuerte influencia de su abuela materna, la cual, le enseñó la magia de las historias en Lagos de Moreno; ahí él descubrió que el pueblo imaginario de García Márquez siempre existió en ese rinconcito del universo. En esta búsqueda de contar historias con un contenido crítico y reflexivo, Antonio ha podido colaborar y publicar en distintas publicaciones como lo son: antología de COVID, por parte del pez ciego; y con un cuento corto en el programa “Diálogos por la democracia” de la UNAM.
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n la tierra ceniza y gris que opaca el canto coralino de los gallos, en medio del caos distópico que divide a los nostálgicos campesinos de las terribles armas del progreso destructor de identidades solitarias, donde cada mañana se levanta y alza al firmamento un triste silbido de silencio, el cual provoca que los ancianos se despierten, enfermos de cólera, para volver abrazar la melancólica memoria de los cantos de guerra y de pólvora en el campo de batalla; soltando lágrimas reprimidas y acumuladas, no solo de ellos, sino de todos sus ancestros, que al igual que ellos, se negaron a llorar para evitar el ridículo social. Iniciando las mañanas con las altas torres de la catedral central, que vigilan desde la cuna de un pueblo perdido a las millones de almas errantes que buscan un pequeño rincón entre tantos estados de la conciencia nacional. Ahí; entre identidades de bandidos y poetas, de amantes y religiosas suicidas, entre selvas de carreteras y túneles secretos que transportaban a militares y creyentes de espuelas y revólver. Se encuentra el sueño de los inocentes, de los exploradores y de los corazones con muletas. Una tierra de nadie, una tierra que se mantiene suspendida del tiempo y espacio, que se forma y deforma con cada retorno del grito frío y metálico del gallo de las iglesias anunciando la misa próxima. Lagos de moreno, ha estado aquí desde el inicio del tiempo y seguirá aquí después, este triste cúmulo de tierra no tiene edad, ni tampoco una delimitación territorial; parece ser que es una idea, un producto de la imaginación colectiva, una pintura abstracta o la permanente postal de un país vago. Un hombre de pequeña estatura y delgada complexión, llega a una casa ingeniosamente construida sobre la pendiente de una colina que ahora se le conoce como calle Aldama; es de un color azul con ventanas de marco negro y ancho, con un diminuto balcón que da a la inclinada calle, muy parecidos a las fachadas coloniales. Se sienta en la jardinera vigía, que contiene una pequeña palmera seca, se quita la desgastada gorra blanca: dada en un mitin político de un partido, que ahora solo le provoca decepción y vergüenza, pero que, en las noches inmerso en su intimidad, aún nutren sus sueños de prosperidad y que le cubre los últimos cabellos adheridos a la cabeza. Se detiene y contempla las lejanas calles y casas que rodean a la catedral. Ve a las jovencitas bajar de las pendientes calles en dirección a las discotecas cercanas al río que, aunque ya no fluye, los pintores locales siempre lo retratan lleno hasta el borde. Ve con indiferencia las sonrisas esquivas, contenidas de lástima, que recibe por cada persona que atraviesa su rutinaria vigilancia de las dos torres de catedral. El hombre odia ese tipo de sonrisa, porque no es normal, es una ligera sonrisa forzada de benevolencia y compasión que solo le produce asco y depresión. —Entre don Timoteo —le dice una de sus hijas al llegar, con un tono alegre y hasta provocador, mientras saca las llaves de su bolsa de mano—. ¿No tiene frío? Don Timoteo no la voltea a ver, pero responde en silencio a su pregunta, subiendo más la cremallera de su chamarra. Aun así, le parece ridícula la pregunta hecha por su hija. —Tú bien sabes cómo es la casa de tu mamá, te aseguro que afuera hace más calor que adentro —a lo que su hija responde con una risotada, aún más provocadora. Se levanta de la jardinera y entra justo detrás de su hija, no por obedecer su molesto consejo, sino para evitarse la pena de sacar sus llaves y tener que empujar la fría puerta de metal. Al entrar a la casa los recibe un largo y angosto pasillo que desemboca en la pequeña sala en la que una docena de sus nietos acomoda los cojines y muebles, que habían servido como barricadas en la decimosegunda guerra mundial de fichitas de construcción guardadas en el armario de la abuela. En cuanto don Timoteo cruza el marco de la sala, a modo de coro, le saludan sus nietos más pequeños, con cierto miedo en los ojos. El anciano devuelve la cortesía y pasa sin
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mayor problema el cuarto. En el instante en que sale de la habitación regresan los pequeños a sus trincheras y los jóvenes generales vuelven abrir fuego. Sube hasta la azotea; esquivando la cocina, en la que sus hijas estallan en risas y chismes atiborrados de críticas hacia sus hijos mayores; pasando por la pequeña explanada del primer piso, en el que un puñado de sus nietas más grandes han perdido todo contacto entre ellas; para así, subir trabajosamente unas largas y viejas escaleras de madera y metal oxidado, que dan al estrecho pasillo de la azotea, aquel pasillo conduce al pequeño hombre a la segunda pequeña explanada de la casa. La azotea es el lugar más cálido de cualquier sitio, no solo porque es el único espacio en el que apenas llegan unos lánguidos rayos del sol, sino también, porque está cubierto por lonas, colocadas ahí para resguardar la ropa seca de la lluvia, y que indirectamente almacenan un raro, pero hogareño calor de sol. Don Timoteo arrastra el banco de plástico color verde, ocupado por la abuela como columna de las plantas más débiles, hasta el barandal que da hacia la calle, se sienta y esforzando un poco su delgado cuello, regresa su mirada hacia las dos torres. Desde la pequeña azotea, don Timoteo, expande su mirada, es el lugar que más ama de la casa, se sienta ahí por horas, y escucha el mudo sonido del corazón latente de Lagos guardado en las grandes esculturas que abrazan eternamente a las dos hermanas barrocas. Se ha estado quedando sordo en los últimos años. Los más pequeños se han acostumbrado a entablar conversaciones con él a punta de gritos y señas, mientras que sus nietos de más edad, han dejado de hablar con él, no solo por su agotadora sordera, sino también, porque ya no les interesa saber sobre un anciano que ha perdido su mirada en el horizonte, más allá de la meseta redonda que protege al pueblo perdido. En ese mismo momento, en la sala, sigue el conflicto de intereses políticos y militares que desembocaron en la guerra más violenta, que se ha llevado en la casa de la abuela, de fichas de construcción. El general Mariano Padilla, líder de las fuerzas aliadas para la protección del ultimo dulce del molote, dado ayer en la posada del tío Daniel, se está quedando sin municiones, debido a que la almirante Sofía le ha pasado provisiones, a escondidas, a su hermano Chofo, que pertenece al bando rebelde, liderado por el hijo del tío Daniel, Itan, un hombrecillo de saco y corbata, de cuatro años, pero con la mente criminal de un coronel del ejército nazi. Miles de fichas de construcción han salido volando por toda la habitación, algunas han quedado detrás de las muñecas de cerámica y muchas otras debajo del sofácama, pero aun así el bélico juego no cesa. Para cuando se terminan los proyectiles de colores primarios, pasan a los pequeños cojines de los sillones que se convierten en granadas y en bombas caseras. El bando rebelde, bajo la dirección de Itan, ha destruido su propia trinchera, para así, lanzar los cojines más grandes y pesados que los protegían del fuego enemigo. Para cuando terminan de lanzar el último bloque de la trinchera, la guerra pasa a una feroz lucha cuerpo a cuerpo entre gladiadores, dejando a la primera herida del coliseo romano. La pequeña Sofía, fue emboscada en un repentino y tormentoso jalón de cabello que la ha dejado en el piso llorando y con un pedazo de pelos en la mano del agresor. El grito de dolor y el llanto estremece a los pequeños combatientes y, sobre todo, al gladiador que desprendió de Sofía el moño de su trenza con largos nudos de cabello. El atacante, que convenientemente es Chofo, acaba de tirar sus armas afelpadas para correr a auxiliar a su hermana; más con la intención de que pare de llorar y no sea encerrado en el baño como castigo que, por ayuda humanitaria, pero no rinde fruto su desesperado intento. La pequeña Sofía esta inconsolable. Chofo escucha, con cada grito de dolor de su hermana, el regaño furioso de su madre, encerrándolo en el baño frio. Es el único baño de la planta baja, con una enorme pila de cemento que contiene litros de agua helada y opaca, y
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con un pequeño foco colgante que produce un zumbido espectral. Se encuentra en un pequeño espacio debajo de las escaleras que dan al primer piso, por lo cual es muy difícil que llegue el calor de la tarde. Aquel cuarto ha alimentado todas las historias más macabras desde la época en que Don Timoteo empezó la construcción de aquel baño. Ni si quiera la abuela, que es la mujer más santa de todo Lagos, puede evitar un pequeño escalofrió al pasar por aquel lugar maldito de la planta baja. La casa pierde su habitual paz, se lanzan gritos por todos los flancos: la sala, la cocina, el cuarto del primer piso y en el centro sonoro, destacan los devastadores gritos de auxilio y llanto de la pequeña Sofía. Chofo, se mantiene estupefacto, su pequeña hermana no para de llorar. Los jóvenes soldados de ambos bandos y hasta su capitán Itan, se han desentendido del combate, para volver a ser pequeños de carne y hueso, conmocionados con el evento tan violento. Incluso el último dulce, motivo principal del enfrentamiento, ha desaparecido junto con la mitad de las fichitas de construcción. Por la puerta, proveniente de la cocina, entra Isabel, la madre de los involucrados, aparta a un par de niños de su camino y se inca en señal de angustia e impotencia, ante los trepidantes alaridos de la pequeña Sofía. —¿Qué paso, mija? ¿Estás bien? —La pequeña Sofía intenta explicar con torpes balbuceos y una respiración trémula, que solo obstaculiza más la explicación de la niña. Chofo, no dice nada, su mirada se queda petrificada en los humedecidos ojos de su hermana, esperando que la pequeña Sofía se apiade y que su agresor se pierda entre las tinieblas de la memoria. A pesar de la insistente presión de Isabel por conseguir al culpable, el pequeño atacante no fue identificado por la pequeña Sofía, liberando a chofo de la pena de muerte. Por alguna inexplicable razón, la pequeña Sofía le guarda una inocente devoción a su hermano mayor, a pesar de los incontables actos de traición fraterna por parte de Chofo. Sobando el área de su cabeza en la que fue desprendido un considerable pedazo de cabello, la pequeña Sofía corre hacia al niño asustado y lo abraza con compasión, sintiéndose culpable de casi mandar a su hermano al baño por su causa. El resto de la infantería de ambos bandos olvidan su enemistad y emprenden la retirada, para evitar que inculpen a algún otro soldado, escondiéndose en el cuarto de la abuela, que se encuentra en la planta alta de la casa, de frente a las escaleras. Es un cuarto de paredes blancas y tapizadas de cuadros religiosos que ofrecen a cualquier refugiado una calma y paz, que ni siquiera la azotea puede ofrecer. Los pequeños corren y se ocultan debajo de la cama y dentro del armario de la abuela, cada uno, con puños de fichitas en los bolsillos, para que la evidencia no quedara sepultada debajo de los cojines de la sala. Por toda la casa resuena la infantil manada esparciéndose por el cuarto de la abuela en busca de una nueva trinchera, pequeñas risas nerviosas se acumulan y taladran los concentrados oídos de las madres, en el siguiente rumor familiar. Las señoras enojadas, por el molesto ruido de los niños jugando, gritan una por una el nombre de sus hijos, amenazándolos con la imponente figura de autoridad de don Timoteo. —¡Ya cállense! Su abuelito se va a enojar Después de ese grito opresor de la policía materna, la guerra se disuelve y se firma el tratado de paz, viendo caricaturas en el viejo televisor. Don Timoteo no se inmuta con el coro de gritos ofrecido por sus hijas, permanece viendo las dos torres y en un llanto interno, el delgado anciano, desearía no ser el monstruo con el que sus nietos interrumpen sus juegos por el insondable miedo que produce la imagen del abuelo. Lanza una mirada vigilante por toda la azotea esperando que ningún molesto visitante haya subido y le haga una compañía incomoda. Una vez que su cansada mirada ha comprobado su irremediable soledad en el último piso de la casa, se retira la vieja gorra blanca y recorre con su pesada y callosa mano la desnuda curvatura de su cabeza.
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—A menudo me pregunto lo que piensa el abuelito, allá solo, en la azotea —dice lupita, una de las tantas nietas de la familia. Y organizándose con una pequeña multitud de primos, Lupita dirige una de las más temerarias expediciones a la azotea, con la intención de comprender la soledad del abuelo. A pesar de que Don Timoteo no escucha, los jóvenes exploradores evitan a toda costa producir algún sonido que los delate y enfurezca al solitario anciano. Al subir, se ocultan en la puerta que conecta al estrecho pasillo con el patio de la azotea. Los que lograron ver con detenimiento a don Timoteo, no volvieron a ser los mismos. Muchas veces, el resto de los primos trataban de enterarse de lo que habían visto los expedicionarios sin obtener ni una sola palabra del hallazgo. Pero años más tarde, algunos rumores indicarían, que habían visto en la triste mirada del abuelo, la inescrutable soledad de la vejez, y otros apuntaban que la figura triste de Don Timoteo, reflejaba las secuelas por la falta de amor de sus padres y la violencia con que educó a sus hijas, incluso se llegó a decir que el abuelo era un búho, que en su soledad se desmontaba el disfraz de anciano y volaba para asegurarse de que estuvieran bien todas sus hijas. Pero estos son rumores, nadie sabrá lo que aquellos jóvenes descubrieron esa tarde de diciembre. Bajaron sigilosamente de la azotea, y en cuanto pisan suelo seguro, se escucha la enorme puerta de metal abriéndose. Es la abuela. Un enorme e inconfundible sonido se desborda por toda la casa. La cocina; que antes estaba repleta por las madres, inmersas en las risas y en las bromas, queda completamente vacía. Y las hermanas adultas, vuelven a ser las pequeñas hijas que reciben con emoción a su madre, después de un largo día. La abuela siempre ha tenido algo de mágico cuando entra a la casa. Supongo que es de todas las abuelas, la verdad no lo sé, pero sin lugar a dudas doña lola tiene cierta magia que irradian los pueblos perdidos o una casa encantada. Probablemente se deba a las historias que doña Lola les cuenta a sus nietos de vez en cuando mientras la cena de la posada se termina de hacer, o la forma en la que tapa a sus pajaritos en la noche; quizá sea su forma de caminar o una expresión amable en su cara; tal vez sea porque nunca apaga la luz cuando duerme e incluso que duerme sentada a la orilla de la cama.
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Sobre la autora:
Jessica G. (23 de diciembre de 1995) nacida en Tlaxcala, lugar donde creció y realizó sus estudios, desde temprana edad se interesó por la expresión escrita; es hasta sus años universitarios cuando inicia el ejercicio de la escritura poética, incursionando en su estudio en algunos talleres. En el año 2018 colaboró en la revista “La Sirena varada” en su número 12 del año II con un microcuento de ciencia ficción bajo el pseudónimo “Orugazul”.
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S
uspiro gĂŠlido viaja... Quema la fuente donde miel brota; seca el cauce hacia la boca que fusiona.
Suaves mentiras, falsos acordes, insulsas rimas, tangibles, creĂbles, a media tinta. Anda suspiro. Abrasa, destruye fulmina, carcome. La voz viajera que vende ilusiones.
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Sobre la autora: Andy Noriega. 1992. Estado de México. Durante sus estudios la lectura fue su mejor compañera. Actualmente es profesora de educación especial, que ha descubierto en las letras una forma de expresar sus miedos, inquietudes y alegrías.
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H
oy salí y no había caos, caminé sobre calles solitarias y de vez en cuando me encontré con almas que cubrían parte de sus rostros con máscaras azules.
Hoy me senté sobre una banqueta mirando el atardecer, respiré profundamente y sentí mi cuerpo estremecerse. Hoy sonreí desde el alma y a través de mis ojos, agradecí por aquellos que están y aquellos que se fueron. Hoy cambié, no soy la misma de ayer y no quiero ser la misma mañana. Hoy simplemente quiero trascender.
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Sobre el autor:
Francisco José Casado Pérez, nació en 1990, casi al centro de la Ciudad de México. A pesar de formarse como arquitecto, su curiosidad lo ha llevado a buscar una voz escrita que poco a poco han publicado revistas digitales Primera Página, Página Salmón, Granuja, Nudo Gordiano, Teresa Magazine, Sinestesia (Colombia), El Almacén (Perú); así como parte de los fanzines Áspera (#3 y #4), Signos (#1) y ETC #6 del Taller Ambidiestro (Colombia). Recientemente fue seleccionado parte de la cuarta generación de Nido de poesía de las editoriales Los Ojos del Tecolote y LibrObjeto Editorial.
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B
endita sea la boca que-herida (te) perdona. Entre dagas inflamadas que caen una y otra vez.
Santificada sea, porque insiste en repetir tu nombre. Colmado de pétalos su pecho —una vez y otra más— cansado de ungir la partida con ruegos y bendiciones (ocultas) a la boca que ya no volverá.
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Sobre el autor:
Rodrigo Torres Quezada (Santiago de Chile, 1984). Licenciado en Historia de la Universidad de Chile. Ha publicado los siguientes libros: Antecesor (editorial Librosdementira, 2014), El sello del Pudú (Aguja Literaria, 2016), Nueva Narrativa Nueva (Santiago-Ander, 2018) y Filosofía Disney (Librosdementira, 2018). También ha publicado la trilogía de cuentos Podredumbre con La Maceta Ediciones (2018).
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L
legó a la tienda con un caminar pomposo, como quien asciende por los aires, dándose viento con un abanico. Su rostro tenía un maquillaje que le hacía ver pálida y sus ojos verdes infundían respeto a pesar que los párpados caían entrecerrando su visión. Se paseó por los pasillos tomando cada objeto con delicadeza. Escrutaba con la mirada la calidad del producto y luego volvía a depositarlo de donde le había sacado. Las vendedoras se observaban entre sí, dirigiéndose gestos graciosos con lo cual reían ante el paso de la mujer. Esta, tenía setenta y tres años, vestía con un traje pasado de moda y caminaba con dificultad. —Estas tacitas se ven muy hermosas —le dijo a una vendedora. —Sí, ya lo creo. Están bonitas —contestó esta mirando a sus compañeras. —A mis amigas les gustaría muchísimo que les sirviera el té en estas tazas. Muy bonitas. La anciana tomaba el juego de tazas tanteándole para cerciorarse que no hubiese ninguna falla. Dejó el juego en su lugar y avanzó al pasillo de los regalos y adornos. Aquí, diversas figuras de animales decoraban las repisas. Tomó varias en donde unos caballos se levantaban encabritados. Los halló de mal gusto. Tomó el de un elefante. Se acercó con él hasta un reponedor. —Disculpe, joven —las arrugas de la mujer se plegaban como un acordeón cuya música, emanada por cada gesto de ella, aparecía monocorde, tensa y que decaía en exabrupto—, ¿este elefantito me dará buena suerte? El reponedor la observó con desgano. Mascaba un chicle que podía verse perfectamente por cada vez que él abría la boca. Observó a sus compañeras de trabajo. Se llevó una mano a la cabeza y revolvió con un dedo su cabello, gesticulando así, el símbolo de la locura. Las mujeres rieron. —Disculpe, dama… ¿Qué quiere decir con eso? —Me refiero a sí este adorno da buena suerte. Tengo entendido que hay algunos elefantes que están hechos para la bienaventuranza en el hogar mientras que otros son meros adornos para un mueble. El joven hizo una morisqueta que denotaba incomodidad. Levantó los brazos como si fuese a bostezar y los cruzó tras su nuca. Así los mantuvo. Tomó aire. Suspiró. —No sé, señora. Ahí me pilló. —Señorita. —¿Qué? —el reponedor se mostraba un tanto molesto. Observó las cajas que tenía a su lado las cuales debía romper para sacar más mercancía. Quiso darle a entender a la mujer el apremio por continuar con su labor, pero esta ni se inmutó. —Soy señorita, y a mucha honra. Soy una mujer soltera cuyo corazón no se dejó embaucar, como las jóvenes de hoy en día, con cualquier palabrería de los pelafustanes que se ven en la calle. El joven sonrió. Observó de nuevo a sus compañeras. Las llamó con una mano. Estas enviaron a una chica joven. —Oye, Diana —dijo el reponedor—, la dama quiere hacer unas preguntas. Yo tengo que seguir laborando. Ahí nos vemos. El joven se apartó con sus cajas y dejó a la chica con la «señorita». —Dígame, señora, ¿en qué la puedo ayudar? —Soy señorita —esta vez, la mujer lo dijo con un tono soberbio. —Ah… Disculpe, señorita… ¿En qué la puedo ayudar? —Me preguntaba si alguno de estos adornos de animales, puede traer buena suerte a mi hogar.
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La joven, sabiendo que en realidad ninguna figura había sido hecha con esa connotación, ocupó todas sus artimañas de vendedora. —Por supuesto, mire —tomó la figura de dos lobos. Uno de ellos parecía asustado. Bajaba su cabeza ante la presencia del otro. Este último denotaba clase, nobleza y estirpe—. El lobo que agacha la cabeza simboliza la mala suerte que ha sido vencida por la buena suerte representada por el lobo que mira hacia delante, por sobre el otro. La anciana tomó los lobos. Parecía satisfecha con la explicación de la joven. —El que está sobre sus cuatro patas se nota que refleja clase —advirtió la mujer. —Pues claro. Demuestra su poder —la joven respondió con una sonrisa. La anciana dejó la figura en la repisa. Ahora puso toda la atención en un florero. Lo tocó y acarició con cariño. La joven, que había estado observando con un rostro irónico a la «señorita», ahora sintió algo inexplicable que se abría paso entre su fibra. —Este es muy bonito. Muy bonito —dijo la anciana—. Me gustaría poner una plantita aquí. Cuando las chiquillas vayan a mi casa, les va a encantar este florero. —¿Organiza juntas con sus amigas? —Preguntó la joven como si hubiese oído algo extraordinario. La anciana le observó con la misma mirada del lobo de la buena suerte. —Por supuesto —torció la boca—. Tengo un club de amigas. Recordamos nuestro pasado, reímos de los buenos momentos y hablamos de cómo está el mundo hoy en día. —¿Y cómo está el mundo? —preguntó la vendedora, más por divertirse escuchando a aquella vieja, que por un real interés. —Muy mal —sentenció la mujer. La «señorita» levantó el florero y lo examinó a contraluz. El local entero parecía estar sujeto a aquella mujer que había detenido el tiempo. En ese momento, casi ningún otro cliente apareció. Las vendedoras continuaban haciendo bromas. La mujer vio su rostro reflejado en el material opaco del florero. Apartó rápido su mirada y lo volvió a dejar en su sitio. —¿Cómo crees, hija, que se vería una planta en este florero? —La mujer no parecía tener la intención de llevarse el objeto a pesar de su muestra de interés. Más bien, se notaba preocupada en buscar la opinión de otros. —Bueno, creo que se vería excelente —la muchacha no abandonaba su papel de la vendedora del mes—. Por ejemplo, un tulipán, unas orejas de oso, unas siempre vivas… —¡Ay! No me gustan las siempre vivas, se ven mucho en los cementerios —la anciana levantó sus brazos y se protegió la cara como si algún espectro la atosigase. —Disculpe, es que… —No te preocupes, hija —la mujer volvió a abanicarse—. Es que de tanto andar en el cementerio y ver estas flores, te aburres. La joven se quedó en silencio. —El color de las flores va a permanecer un tiempo aquí, sin duda —prosiguió la anciana. Ya no pensaba en el florero—. ¿Pero por cuánto tiempo? La joven se limitó a hacer un movimiento de cabeza. No dijo nada. Un guardia se paseó por el lado de ellas. Sentía curiosidad por esa mujer sacada de dos siglos atrás. El guardia miró a la vendedora, le cerró un ojo y dio una sonrisa maliciosa. La joven no respondió aquello. —Creo que los floreros no son la gran cosa después de todo. Mejor que las plantitas crezcan libres en el suelo. Los floreros son como un cementerio —la mujer cavilaba.
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De pronto, volvió a la realidad. Se olvidó del florero y le pidió a la vendedora que le siguiese. Volvió al punto de partida, en donde estaba el juego de tazas. —Quiero este juego. ¿Y ese de ahí? También quiero ese juego de platos. También dame los pocitos de cóctel. Y los platos ahondados para tomar sopa, también los llevo. La joven se sorprendió. —Vaya que se decidió de repente por tantas cosas. —Sí. Luego que me quedo pegada y hablo tonteras, una compra me levanta el ánimo. La joven le respondió con una sonrisa. En la caja, un empaquetador envolvió las cajas y las lozas en papel kraft. —Sí, eso, que queden muy bien envueltas —dijo la anciana. Cuando se fue, cargando las pesadas bolsas, las mujeres hicieron bromas con respecto a ese personaje que intentaba caminar erguido y cuyos pasos no seguían una línea recta. La joven vendedora no dijo nada. Al llegar a casa, la mujer entró a una sala de estar en la cual se respiraba un hondo silencio. Dejó las bolsas sobre la mesa del living y se echó en un sillón. No había un solo murmullo. El viento era el único que se atrevía a romper aquel mutismo, cada vez que se inmiscuía por entremedio de las latas del techo. Allá lejos, un par de gatos iniciaron una pelea. Parecían gritos venidos desde otro tiempo, muy lejano, por lo que tampoco afectaban el silencio que habitaba en aquel hogar. La mujer se dirigió a la cocina. Tomó una tetera y le echó agua. La puso a calentar. Entonces volvió al living. Sacó sus lozas y el juego de tazas. Les ordenó en la mesa. Se sentó de nuevo en el sillón y desde ahí las observaba. Cerró sus ojos y dio un suspiro. Con dificultad se levantó y se dirigió a un mueble enorme. Abrió sus puertas. Tomó sus nuevas adquisiciones y, loza a loza, las fue depositando con su respectivo envoltorio de papel kraft, en el mueble. Dentro de este, había decenas y decenas de objetos, adornos y lozas envueltas que jamás habían sido usados. La anciana les observó con tristeza. Así estuvo un buen rato. Entonces, la tetera dio un pitido. —Llegó la hora del té —se dijo a sí misma. Fue a la cocina y vertió agua en una taza desgastada, la misma que había utilizado por años. Se sentó a la mesa. Puso un té en la taza. Y ahí, como siempre, se quedó dormida. Ya no había viento.
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Sobre el autor: Alfredo Galán García. Nacido el 22 de septiembre de 1996. Procedente de cd Juárez Chihuahua. Escribe desde los 15 años. Ha publicado solo una vez en @autor.Libro. Es amante de la escritura libre, vive para escribir, escribe sin esperar ser leído, al fin y al cabo escribe para desahogarse.
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L
a mujer que amo está llena de cicatrices. Cuando llora o esta agobiada, logró ver cómo una niña de puntitas se asoma a través de esas cicatrices, carga en sus dos manos una maceta con un girasol. Las lágrimas que produce la mujer que amo se derraman y caen a través de esas cicatrices, permitiéndole regar aquel girasol y que no se marchite. La mujer que amo se sienta a solas en el césped dejando que los rayos del sol acaricien su rostro y entren a través de las cicatrices y el girasol se nutra. La mujer que amo es triste, pero yo la abrazo hasta que la niña de adentro se quede dormida. La mujer que amo es fuerte, porque está consciente que el día de mañana se sentirá igual.
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Sobre la autora:
Jessica G. (23 de diciembre de 1995) nacida en Tlaxcala, lugar donde creció y realizó sus estudios, desde temprana edad se interesó por la expresión escrita; es hasta sus años universitarios cuando inicia el ejercicio de la escritura poética, incursionando en su estudio en algunos talleres. En el año 2018 colaboró en la revista “La Sirena varada” en su número 12 del año II con un microcuento de ciencia ficción bajo el pseudónimo “Orugazul”.
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E
vapĂłrame la piel evapora.me evapora.te
Ve secando luna, los manglares de mis poros y, esparce el polvo de tu boca sobre la llanura de mi ombligo... Luego, con tu aliento sepulta los hilos de mi cuerpo bajo tu ser: tormenta de arena AsĂ, vuĂŠlveme desierto evapora.me evapora.te evapora.nos
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Sobre el autor: El F.A.C.T. Guadalajara Jalisco, 3 de julio del 2007. Es un joven de dieciséis años que, si bien podríamos argumentar no es muy apasionado ante la literatura como tal en definición estricta, suele ser muy fan de las historias y del cómo se desarrollan mundos y personajes nuevos. Suele ser muy apasionado de cómo es que esto se lleva a cabo, varias veces sentándose a imaginar mundos y otras historias, incluso llegándolos a juntar creando universos. No se considera ninguna clase de profesional en el ámbito, siendo la siguiente historia una de varias que he intentado desarrollar.
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D
ebimos hacerle caso a esas malditas tablillas. Dejo este archivo de audio para advertir a las fuerzas de la F.D.C., que deberían estar por venir, del enorme peligro que son las ruinas del çêke. Hacía unos meses que descubrimos estas ruinas en el subterráneo del planeta Babel, nos llamó mucho la atención encontrar unas ruinas de este tipo, eran finas y, omitiendo el polvo, estaban en perfecto estado. Para ser antiguas parecían provenir de una civilización muy avanzada, las paredes eran de un metal sin catalogar en aquel entonces, pero daban la apariencia de ser de piedra. Creo que lo encontramos podría tratarse de una suerte de antiguo templo de la especia, de la cual no conocemos mucho, ya que habían muchos artefactos y estatuas que parecían ser dioses o algo por el estilo, pero, en el corazón de la estructura había un portal, el cual estaba protegido entre un laberintico complejo de pasillos adornados con imágenes y tablillas que posiblemente narren o la historia de la especie, o sea alguna tipo de representación divina, ya que encontramos muchos parentescos entre ellos y nosotros. Los científicos del puesto gamma no paraban de enviar escuadrones de reconocimiento para la extracción de artefactos, parecían hasta dementes. Los soldados informaban que el lugar era un laberinto repleto de pasadizos secretos y paredes falsas, parecía que esos extraterrestres tenían mucho que ocultar. Fue en uno de esos donde descubrimos el portal, una estructura circular de cinco metros de diámetro que permanecía inactiva, hasta que con la traducción de unas tablillas alojadas ahí mismo pudimos darnos cuenta que con tres artefactos conocidos como: las claves, se podía abrir. Hubo un enorme debate vigente con respecto a su activación, unos alegaban que por la antigüedad del complejo era imposible abrirlo, otros que no sería malo, y al final estaban los que sugerían intentarlo con un equipo militar resguardando el área, al final ganó la tercera opción. El portal se activó y todos los operativos, incluyéndome, preparamos las armas para cualquier amenaza, las paredes se iluminaban mientras que se engendraban unas escaleras que conducían hacia el portal (que estaba a unos cuatro metros por encima de nuestro nivel) y un grito salió, todos estaban aterrados y en menos de un segundo criaturas comenzaron a salir, dichas criaturas eran imparables, ágiles, resistentes y peligrosas. Yo corrí como alma que llevaba el diablo, aprovechando los pasadizos y atajos del propio templo, pero ellos, por alguna razón, parecían conocerlo muy bien. Mi compañero, que iba conmigo, alegó que eran el misterioso çêke, (eso explicaría por qué en todas las ruinas conocidas no había ni un solo cuerpo) aunque no había tiempo para pensar. Al final logré escapar de ese templo sellando la entrada, pero puede que no tarden mucho en abrirla, no puedo establecer contacto con las fuerzas del puesto Gamma, posiblemente hayan sido alcanzados, pero algo es seguro: demuelan todo el templo, las explosiones si afectan la estructura. Suerte allá dentro, soldados.
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FotografĂa de El F.A.C.T
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Sobre la autora:
Esmeralda García (Guadalajara, Jalisco. México. 1970). Estudió la licenciatura en Psicología y maestría el Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. Se desempeña actualmente como profesora en secundaria, en una institución privada. Poeta independiente, escribe a verso libre desde adolescente, como una forma de hacer catarsis y de esclarecer las ideas que nacen en su mente. Ha participado en lecturas colectivas, festivales de poesía virtuales. Publicaciones: Deleite: Vida y placer, compilación Iberoamericana, Cascada de palabras, cartonera. Vol. 1, colección 2013. Poemario: Mujer Esteparia (2019) Proyección Literaria. Publicación en revistas digitales: La Coyolxauhqui, Revista digital, numero 0, abril 2020. Otros, Spotify, Audios de consumo: Inconformidad Esmeralda García. 23 de abril de 2020.
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E
scribo poemas etéreos entre indigentes borrachos y drogadictos. No puedo evitar regresar el pasado, ahondar la herencia del padre, el mundo que el poder nos ha legado y la negligencia de la cultura; la mierda le llaman… No puedo evitar rememorar al recordar mí hogar, porque solo aquí se comprende a las almas envenenadas, a las almas putrefactas, y no existen odios, ni dioses ni rencores ni nada. Aquí en el lenguaje de los olvidados, de los señalados mediocres, solo se entiende el «me cae de a madres», se ama al perro roñoso, al gato pulgoso que siempre son compañía; se comparte la mona y el churro. ¡Qué falte la comida! Pero que no falte el alcohol del 96° ¡Viva la soledad y la segregación! ¡Viva el valemadrismo! Se gesta el espíritu rebelde de almas nobles humilladas por la sociedad. ¡Aquí vive el padrote y la madrota! ¡Aquí nacen los niños de la calle! seres ingenuos mancillados… ¡Viva el delirio! ¡Viva la mierda! Que se acabe el mundo de una vez por todas…
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Sobre el autor:
Francisco Javier Arce Peralta, nació en Cd. Constitución, Baja California Sur, México; en el mes de agosto del año de 1981, estudió el doctorado en Pedagogía Crítica y Educación Popular en el Instituto McLaren de Pedagogía Crítica en Ensenada BC, donde ha enriquecido su formación profesional para realizar mejor su trabajo como profesor de educación primaria frente a un grupo con dieciséis años de experiencia en todos los grados, egresado de la Benemérita Escuela Normal Urbana de la licenciatura en Educación Primaria, con estudios de Maestría en Docencia e Innovación Educativa en la Universidad Pedagógica Nacional 03A LA PAZ, es integrante de Escritores Sudcalifornianos Asociación Civil desde 2017, pertenece al movimiento “Poetas del Mundo”; en internet con varios libros publicados de poemas y canciones regionales.
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Q
uiero que sepas, mi vida, te extraño tanto. Eres la reina de todo mi corazón Faltan palabras para decir lo que siento, y con un beso te entrego todo mi amor. Porque a tu lado hoy me siento muy contento; siempre contigo, mi vida, yo quiero estar. Aunque esté lejos, vives en mi pensamiento, pues tu recuerdo siempre me acompañará.
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Sobre la autora:
Estephany Lizbeth Padilla Núñez, nacida en Tepic, Nayarit, el 22 de octubre del 2001, su pasión por la escritura dio inició el 16 de mayo del 2016 cuando se sumergió en una app llamada Wattpad donde muchas personas eran capaces de compartir sus escritos. Y hasta el día de hoy continúa mejorando y evolucionando con cada palabra. Jamás se había interesado en intentar hacer públicas sus obras hasta que su amiga y psicóloga Adilene se lo aconsejó.
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orre, Artemis —mi padre jalaba mi mano haciéndome correr a su ritmo —.Ya falta poco, falta poco. Él repetía eso en todo momento, parecía que era lo que le motivaba a seguir corriendo, lo que le hacía jalarme para correr más rápido aun cuando su pierna sangraba tanto; el corte era profundo, lo podía notar, el dolor le hacía tropezar de vez en cuando, pero no tardaba ni un segundo en estabilizarse. su respiración era espesa y jadeaba sin cesar. Las ramas de los árboles nos arañaban el rostro y las raíces me hacían tropezar, pero no cedí al cansancio ni al ardor de mis heridas, seguí el paso de mi padre, de lo contrario ya habríamos muerto. No quería morir, no aquí. —Por favor, ya casi —mi padre parecía al borde del colapso, pero siguió avanzando. —¿Adónde vamos? —Esa pregunta había estado en mi cabeza desde que la persecución inició. —Falta poco, cariño. Ya verás, ya casi estamos ahí —parecía que no podía pensar en otra cosa, estaba enfocado en llegar, lo había hecho su misión. Avanzamos más y más que parecía que dábamos vueltas en círculos, sin un rumbo fijo aparente, pero no era así, al final del oscuro bosque al que nos habíamos visto obligados a entrar, estaba lo que creía era nuestra salvación. Una cabaña se hizo presente en mi campo de visión, tan vieja y tenebrosa, parecía que se caía a pedazos por el abandono, pero nunca nada es lo que parece. No aquí. Sentí cómo mi padre presionaba mi mano, sentí la tensión ascendiendo en su cuerpo, sabía que casi lo lográbamos, pero aún no se había declarado vencedor, hasta que no entráramos, el peligro nos asechaba. Un peligro de pesadillas, pero ya no habría pesadillas, ya no más. Hoy se habrían terminado, papá lo dijo. —No, no, no —mi padre dejó de avanzar, y cayó al suelo, conmigo a un lado, pues aún sostenía mi mano, ahí se quedó estático a tan solo unos pasos de la puerta. Lo miré preguntándome qué pasaba, tan cerca estábamos ya, ¿qué había pasado? ¿Qué salió mal? Quise dar un paso al frente y jalarlo ahora yo, no podíamos quedarnos ahí, no podíamos, pero mi padre me soltó y uso sus grandes manos para clavarlas en la tierra húmeda e hizo el intento de impulsarse hacia adelante. Miré como las venas de sus brazos se marcaban del esfuerzo, su rostro se tornó rojo; sus uñas se resquebrajaron y comenzaron a sangrar, pero de nada sirvió, no tuvo la fuerza suficiente para avanzar. No podía quedarme quieta, observando como luchaba sin éxito, con apuro tomé sus manos y lo jalé. Jalé con todas mis fuerzas, una y otra vez, pero obtuve el mismo resultado que él: nada; por mi corta edad de siete años, aún era demasiado débil y pequeña. —Vamos —jalé su mano sobre mi hombre y puse los pies firmes contra el suelo—. Falta poco, no te rindas. —No puedo, cariño, perdóname —dio un golpe a la tierra con el puño cerrado y se cubrió los ojos. Yo no lo entendía—. Mis piernas no responden, no me obedecen, ya no hay nada que hacer por mí. Retiró la mano y pude notar por un momento cómo sus ojos se humedecían, pero en un segundo volvieron a estar secos y neutros. Como si hubiera recobrado fuerzas de alguna parte en el suelo, apartó la debilidad, como siempre supo hacer, mandó sus sentimientos al fondo.
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No sabía que pasaría, podía oír los pasos de nuestros asechadores, estaban cerca, no tardarían mucho en llegar y acabarnos. Teníamos que hacer algo. —Ve a la cabaña, Artemis. Ve al sótano y abre la puerta de metal con esto —sacó una pequeña llave del bolsillo trasero de sus pantalones—. No mirarás atrás y no me esperarás ¿Entiendes? —No, llegaremos juntos. Ayúdame, podemos hacerlo. Jalé con más fuerza, pero mi padre movió su brazo bruscamente haciéndome soltarle y caer al suelo por el brusco movimiento. —No, tú llegarás —su voz era gélida—. Hazlo y estaré bien, solo así estaré en paz. Artemis. Hazlo por mí Las lágrimas desbordaron mis ojos, tan rápido que nublaron mi vista por unos segundos. Él no lloraba, ¿por qué yo sí? Quizás aún no era tan fuerte como él, no era capaz de mandar mis sentimientos al fondo. Tomé la llave que él me ofrecía, como si me diera su pase a la vida, quedándose él sin nada, ya no tenía nada, me lo estaba entregando todo. Corrí sin mirar atrás como me dijo, obediente, debía cumplir sus últimos deseos, aunque sentía mi pecho comprimido, aunque mi vista estuviese nublada por las lágrimas, avancé. La cabaña era tan tenebrosa por dentro como lo era por fuera, solo que la oscuridad reinaba por completo, sin la luz de la luna llena que iluminaba afuera. Había unos cuantos muebles dentro, todos rotos y llenos de suciedad, la madera del suelo crujía ante el peso de mis pies. Avancé por el largo pasillo, siguiendo derecho, buscaba una puerta, no sabía cuál de ellas llevaba al sótano. Abrí la primera que encontré, solo era un baño, su olor nauseabundo me tomó desprevenida, cerré de un portazo para encerrar el olor, seguí por el pasillo, este se terminó y tuve que girar a la derecha, al fondo había otra puerta, esa debía de ser, sino habría perdido segundos valiosos. Abrí y unas escaleras aparecieron ante mí, respiré hondo y bajé, justo al bajar la escalera estaba la puerta de metal, ignoré el miedo que me producía aquel húmedo y oscuro sótano, me debía concentrar. Mi padre no me había confiado su vida para dejarme llevar por el miedo y la angustia, no fui criada para eso. Aferré la llave a mi mano con la fuerza suficiente para que me doliera, debía concentrarme y el dolor lo había facilitado siempre. Inhalé profundamente y me aproximé a la puerta. Puse la llave contra el cerrojo. No entraba. Pero ¿qué pasaba? Era la llave, esa era la llave, debía ser la llave. ¿La había metido al revés? Giré la llave e hice otro intento, aún nada. El pánico empezó a dominarme, mis manos temblaron y mis ojos ardieron. No era la llave. ¿Ahora qué? La puerta se abrió, pero no la que debía, sino la que daba al sótano, el pánico llegó con más potencia en mí, ya me habían hallado, bajarían y ese sería mi fin. Le fallaría a mi padre, a su sacrificio, a su último deseo. No me atreví a mirar atrás, al menos eso debía cumplir, escuché los pasos en las escaleras, vi la luz de las linternas, pero no giré. Fue cuando sentí la presión de una mano en el hombro.
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Abrí los ojos precipitadamente, sentí una fuerte punzada en la frente, y el sudor frío bajando por mi espalda, miré a los lados de mi habitación, aterrada, transpirando, llena de pánico. Mi madre estaba a los pies de la cama mirándome con desosiego y tristeza. —Fue una pesadilla, Artemis —su suave voz y su sonrisa me dieron un poco de paz, puso su mano sobre mi tobillo y lo acarició con su dedo pulgar—. Vuelve a dormir, me quedaré contigo. Otra punzada aún más fuerte en mi frente, me hizo querer tocarla, pero mi mano no pudo llegar, ni siquiera la sentía. Mi madre se levantó hacia la mesita de noche y tomó el vaso con agua que ahí reposaba, y sacó una pastilla de la palma de su mano. —Abre —abrí la boca y puso la pastilla en mi lengua. Me dio de tomar el agua para tragarla—. Ya podrás dormir. Mis parpados se hicieron pesados cual rocas, obligándome a cerrarlos, lo último que miré fue el rostro de mi madre. Aún con la cabeza dando vueltas y el cansancio físico que sentía, no pude más que preguntarme: ¿desde cuándo volví a tener una madre?
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Sobre la autora: María del Sanjuan Lizbeth Juárez Trujillo, de 35 años, nació en Aguascalientes, Ags. El día 1 de abril de 1985. Radica en Encarnación de Díaz; psicóloga de profesión, estudió en la Universidad de Guadalajara en Lagos de Moreno, ha publicado un poema en la antología de la secretaría del estado de Jalisco, MUJER y POETA en los altos de Jalisco en el presente año.
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oleccionaba palabras, las recogía del camino, algunas cortantes, poderosas, y otras pequeñas, suaves, como un suspiro, debí soltarlas de a poco, cual semilla en el sembradío, pero las llevé conmigo; una a una las fui guardando en el bolsillo, se volvieron inertes, pesadas tanto que hicieron mella en mi destino. Las migajas del tiempo se desmoronaban sin sentido, quizás era el momento de aventarlas al vacío, verlas rodar distantes, fuera de mi camino, dejar de atesorar el pasado, dándole el justo valor al instante vivido, avanzando un poco más ligera sonriéndole al olvido.
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Sobre el autor:
Angel Acecam Cloneoser (Nicolás Romero, Estado de México, 1985). Es licenciado en administración, sus textos tratan principalmente de la soledad, el desamor y la muerte, ha participado con poesía para las revistas, Monolito, Poetomanos, Nocturnario, Perro Negro de la Calle, Ibidem, Collhibri, Gazeta, Tintasangre, Katabasis,Clan Kutral, entre otras, así como en fanzines y para editoriales como Elementum y Letras Rebeldes, actualmente cursa la maestría en tecnología educativa.
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s preciso disipar la angustia atorada en mi pecho desde que te fuiste a colorear el mar, divina pintora, llevaste tus oleos a la galería eterna, ahí, dibujarás sus quimeras que te pertenecieron desde la madrugada de su primicia, hasta el ocaso de tu soledad infinita por un momento, azul y verde llevas en tus pinceles listos para dar vida a la suave piel de tu amante eterno, celosa no llevas café ni dorado, aquellos que engalanarían a su fiel compañera y lo harían olvidarse de ti, ella, que gloriosa sabe los secretos que esconde desde su brillante manto donde juegan las gaviotas, hasta su alma en penumbra que iluminan especies fluorescentes, ella, a quien con cada ola que llega a la costa busca besar prometiéndole retornar esas caricias por la eternidad, ella, a quien con paciencia le canta a través de una sirena esa embrujada melodía que lo enamorara inevitablemente, lirios y peces multicolor son sus mensajeros que te arrebatan esos dulces sueños de tenerlo solo para ti, llegado el ocaso como peregrino sonrojará su rostro y pasado este, en compañía de la luna llena subirá hasta tus labios con la marea y solo ahí podrás besarle, así, en tertulia hablarle de tus amores, después, entre reflejos como luciérnagas te arrojaras a sus brazos sin importarte que así perecerás. Pintora; es preciso disipar esta angustia atorada en mi pecho y hundirla en el mar.
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La madrugada FotografĂa de Gael Alvarado
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Sobre la autora:
Esmeralda García (Guadalajara, Jalisco. México. 1970). Estudió la licenciatura en Psicología y maestría el Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. Se desempeña actualmente como profesora en secundaria, en una institución privada. Poeta independiente, escribe a verso libre desde adolescente, como una forma de hacer catarsis y de esclarecer las ideas que nacen en su mente. Ha participado en lecturas colectivas, festivales de poesía virtuales. Publicaciones: Deleite: Vida y placer, compilación Iberoamericana, Cascada de palabras, cartonera. Vol. 1, colección 2013. Poemario: Mujer Esteparia (2019) Proyección Literaria. Publicación en revistas digitales: La Coyolxauhqui, Revista digital, numero 0, abril 2020. Otros, Spotify, Audios de consumo: Inconformidad Esmeralda García. 23 de abril de 2020.
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oy mujer, lo acepto. Amo a una mujer, lo reconozco. Que la sociedad crítica, es cierto. Que me importa un bledo, lo afirmo. En ti, mujer, encontré todo, lo grito. No te cambiaré jamás, lo juro. ¿Ser o no ser? No lo dudo. Ser mujer, ser lesbiana, y lo vivo.
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Sobre el autor:
Samuel David Simanca Narváez nació en la costera ciudad de Barranquilla/Colombia (2003) desde temprana edad comenzó a escribir, especialmente poemas, ha participado en diversos foros de filosofía de su ciudad natalicia. A los catorce años escribió su primer libro El latir de las almas. Luego, publicó diversos poemarios. Director del semanario digital El Rebelde. En el año 2020 escribió la novela infantil: La hermosa y triste historia de Lumpu Gú.
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neida Castro se quedó dibujando con sus ojos la virginidad de las tierras más allá de su poder, la niebla bajaba de los cerros como el agua de una cascada. Alguno que otro cabello interrumpía el sacro instante silencioso para la señora. Todo estaba frío. Había estado esperando alguna noticia de su marido, no sabía dónde se encontraba. Una noche de septiembre, ante la mirada vaga de los sirvientes, se despidió para irse a la guerra. En ese momento, al parecer, el tiempo se detuvo y solo dedicaba las tardes a esperar lanzado miradas vagas por la ventana. En aquellos momentos no lograba diferenciar la alegría de la pena. Si su marido moría instantáneamente todo pasaría a su nombre. Por otra parte, al morir él inmediatamente la considerarían viuda. Y nadie se casa con las viudas. Más allá, bajando la sierra se pintaba entre pajales y barro Pajanal, aquel pueblo no conservaba sino cuatro casas de barro y estiércol. Lo cromáticamente bello del pueblo era su capillita de veinte metros con techo de palma. Al interior se aspiraba la pesadez pueblerina depositada ante el altar vacío. Alzaban la vista pidiendo pronto socorro al cristo mal tallado que colgaba en la pared. Los zapatos sacerdotales no pisaban allí cuando por cosas de la vida inicio la guerra de los insurgentes. El marido de Oneida, el general Odanilo Sánchez y Povona le relataba entre dormido los antiguos tiempos en los cuales Pajanal estaba lleno de vida, recordaba a los campesinos recolectando el café, desentrañando la yuca de la tierra. —Para eso seguramente recién cumplía veintidós años —el capitán buscaba acomodo en la cama matrimonial de sus bisabuelos—, el pueblo era el encanto de toda la región. A veces aparecían conchas marinas entre el camino y el sembrado. No resultaba extraño puesto que las calmas Ecuatoriales se entremezclaban con los Vientos Alisios. Cierta vez llegaron mojarras volando. Caían en el lodo. La iglesia parecía una perla, brillaba en blancura. No es de barro, como ahora. No. En esos días recién llegaba el mármol al pueblo. Todos recolectamos y nuestra capilla se convirtió en el monumento de la zona —el general tosió— . Ya estoy envejeciendo, quiero ser franco contigo. Primero: No tendremos hijos; segundo: deberás obedecerme; y tercero: en el momento que quiera descargarme aceptarás sin reproches. Si cumples con todo lo que te digo dentro de unos veinte años serás una viuda con la mayor fortuna de la zona. Tendrás poder. La gente se someterá a ti, sus vidas van a ser tuyas. Por ahora solo obedece. No esperaría ni un año más al general. Si estaba muerto, muerto estaba. No habría ninguna solución en tal caso. Vendió algunas parcelas de tierra a su nombre, era suficiente dinero como para irse a otras tierras, lejos de balas, mugidos de vacas y ladridos de perros. Despidió a los sirvientes, bajo el manto sombrío de la noche se marchó con el baúl, agarrando con la mano diestra la lampara de gas bañada en plata. Alrededor de tres horas, a la sazón, se mantuvo abriéndose paso entre malezas, hierba seca, cruzando pequeñas lagunas o llenándose las botas de barro. Sentía pequeños alfileres atravesándole la piel y los huesos. El oído le rascaba infernalmente, seguramente era uno a de esa moscas pantanales. Se meten en los oídos hasta para después de tres días marcharse. Ninguna diferencia podría encontrar entre la mosca y su marido. Habiendo cumplido un día de marcharse se celebraba su natalicio número setenta y seis. Sin embargo, siendo viejo el ejercito lo llamó a la guerra. Ya no quedaban muchos jóvenes vivos. Los grillos nocturnos anunciaban pujantes el silencio de ametralladoras ocultas en las entrañas de la tierra. Oneida se sintió cansada. Se acostó sobre la hierba haciéndose de almohada la ropa resguardada por el baúl. Hubo silencio. Cantos de grillos. De momento el exiliado grito balístico arremetió entre las hierbas. Hombres gritaban. Destellos de luces como luciérnagas se asomaban entre la montaña. No se escuchaba vida alguna pasada una
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hora. El temor entre las uñas llegó arrastrándose al que posiblemente era un pozo. No meditó un segundo efímero rindiéndose a las palmas somníferas. Oneida llevaba algunos meses viviendo en Barranca, ahora era libre, de extraña manera desarrollo un gusto desmedido por los zapatos de tacón, especialmente los rojos. Rojos tierra. La casa no resultaba moderna, aires de finca vacuna merodeaban entre las paredes sostenidas por viejas estacas, a los pueblerinos les resultaba difícil hacer disimilitud entre la arena y la casucha. En tiempos de lluvia el techo palmar protegía desmesuradamente el ranchón. Pobre, pero era su hogar. Con tal motivo la conformidad no podía quedar en la verja. Vetustas calles llenas de polvo levantaban el polvorín formando remolinos areniscos que salpicaban entre la vista. Los viejos iban norte a sur montados en mulas, a lado y lado gajos de plátano y bultos de yuca. A doce días quedaba la capital. El precio de tales trabajos mensuales los compradores no lo remuneraban como a los grandes imperios industriales matizando grisácea la urbe. Pagaban la mercancía con aceite, o arroz. Barranca y sus calles de barro donde bajo el susurro nocturno aparecían grillos cantores. La vida primitiva bastaba para encontrar la felicidad. Las carretas simulaban los tranvías capitalinos. Un día cualquiera llegó volando la avioneta del alcalde. La gente se amontonaba alrededor sorprendidos por el carajo demoniaco aquella tarde junto al sucio riachuelo. Pero nuevamente a silencio nocturno los insurgentes irrumpieron la mediana paz del paraje. Las ametralladoras, los machetes abriendo los cráneos de opositores, la gente quemada a fuego lento por días. Las mutilaciones a los niños negros. Las amancillaciones a las jóvenes del pueblo. Agotada por el grito de la gente y el zumbeo arenoso traído en oleajes. Nada escapaba a tales armas. Esa vez la fuerza bruta triunfaba sobre la carne podrida comida por los perros que alguna vez pertenecieron a los Barranqueses. Le cambiaron los zapatos de tacón por botas pantaneras mientras marcaban sobre su frente la palabra PUTA.
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Sobre el autor: Nacido en 1972 en Lima, Perú. Sus escritos han sido publicados en Colombia, Chile, Ecuador, México, Argentina, España y Perú en antologías, revistas y blogs. Entre sus logros literarios figuran los siguientes: Mención honrosa en los Juegos florales de la Pontificia Universidad Católica del Perú por “Los perros anónimos”, Lima, Perú (Categoría Cuento) (1994). Tercer lugar en el XIV Concurso literario bonaventuriano de poesía y cuento corto 2018, convocado por la Universidad de San Buenaventura Cali, Colombia por “Ausencia y otros cuentos” (Categoría Cuento) (2018). Finalista en el XVI Concurso literario Gonzalo Rojas Pizarro, organizado por el Club de amigos de la biblioteca municipal de Lebu y patrocinado por el Gobierno regional de la región del Biobío, Chile por “La otra Antígona” (Categoría Cuento) (2019). Mención honrosa en la VIII Bienal de poesía infantil Icpna 2019, Lima, Perú por el poemario “Visitando a la abuela Estela” (Poesía) (2019). Finalista en el VII Premio internacional de poesía Jovellanos; el mejor poema del mundo, España; por el poema Otoño, (Poesía) (2020). Ha publicado los libros: Trazos primarios (Relatos) Instituto Económico de Cultura, Lima, Perú (2001) y Pasajeros de lo efímero (Microrrelatos) Editorial Saxo-YoPublico, Lima, Perú (2019).
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abíamos llegado cerca al anochecer a la casa del tío Jacinto. Él se sorprendió al vernos, pues pensó que nos quedaríamos hospedados en el pueblo más cercano, ubicado a tres horas de distancia a pie. De manera casi obligada nos invitó a pasar la noche allí, pues era obvio que no esperaba que llegásemos sino hasta la mañana siguiente. Nos ofreció la habitación que había pertenecido al abuelo Honorato y, acto seguido, empezó a quitar los maderos que tapiaban las puertas y ventanas. Mientras lo hacía nos explicaba que guardaba mucho respeto a la vieja costumbre de clausurar las habitaciones de los familiares una vez fallecidos estos. Puedo decir que la habitación no está nada mal: es espaciosa y cabemos los cuatro recién llegados, aunque el olor desagradable y la presencia del cuerpo putrefacto del abuelo evitan que peguemos los ojos.
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Sobre el autor: El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año 2018, lanzando su primer libro “Mellon Collie y la Infinita Desolación” en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina, en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle, y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido.
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ué son los ojos? Son solo retinas, cámaras fotográficas que captan fotones, luces de neón, focos, imágenes y fotogramas. La luz del atardecer no anida en el ocaso de la misma, sino en la simbología que represente. El ojo es solo un albacea en la puerta de la resplandecencia. No toda verdad está puesta a nuestros ojos y por más que veamos estatuas, símbolos, héroes; son solo un barniz en la gran fachada de una austera sociedad.
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Sobre el autor:
Angel Acecam Cloneoser (Nicolás Romero, Estado de México, 1985). Es licenciado en administración, sus textos tratan principalmente de la soledad, el desamor y la muerte, ha participado con poesía para las revistas, Monolito, Poetomanos, Nocturnario, Perro Negro de la Calle, Ibidem, Collhibri, Gazeta, Tintasangre, Katabasis,Clan Kutral, entre otras, así como en fanzines y para editoriales como Elementum y Letras Rebeldes, actualmente cursa la maestría en tecnología educativa.
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ada tarde apareces frente al inmenso cementerio de tu alma placida, ese, que se llevó al infinito a tu dulce amor a naufragar desde hace un lustro, la contemplas con rencor mientras ella se acerca a posar su espuma entre tus pies, mezclas tus ausencias que caen desde tus dilatadas pupilas con su piel salada también, ambas doloridas con huellas de soledad tardía y vacíos tan grandes que nadie puede llenar, tú, esperando el milagro que lejano se quedó hundido en el ancho y profundo color azul, que sometido a la tragedia pereció anclado al lamento de sirenas y algas enamoradas de tu marinero, tú, que sollozando caminas por la arena que es testigo mudo de la esquela que se aproxima con las olas presurosas para borrar tus pasos otra vez, tú, que destrozada desde el alba miras el horizonte esperando gaviotas con buenas nuevas que alegren tu corazón, pero sus graznidos funestos solo te hunden más en la agonía, en sus picos traen restos del naufragio que aún no acepta tu soledad, ella, cansada de ser solo silencio se quiebra en gritos que no escuchas y sigues llorando, ella, quisiera encaminarte en una barca a la búsqueda de tu amoroso almirante, desplegar las velas y navegar entre coral rosado donde su reflejo aún permanece, arrullarte con la canción que él cantaba para ti, ahora recitada por hermosas sirenas, ella sufre tanto como tú, por su soledad, por tu odio,
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por sus ausencias, por el olvido que amenaza a su arrebujado trovador en luna llena, ahora mezcla tu sal y la de ella para unificar el mar y la muerte.
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Sobre el autor:
Abraham Azuara, nació en octubre del 87, en un pueblo pequeño al norte de Veracruz, llamado Platón Sánchez, donde escribió sus primeras letras en forma de canciones que llegaron a un disco a la edad de quince años. A los diecisiete se mudó a Xalapa, a estudiar grado y posgrado (con una estancia intermedia en España), dejó en pausa las letras, pero los textos estaban ahí, en su mente, finalmente sus manos no pudieron callar mucho más tiempo y volvió a escribir con pausas desde 2012 hasta hoy. Actualmente se encuentra trabajando en un poemario donde “Ensayo” y “La distancia más corta” están incluidos.
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veces las jornadas de silencio son necesarias, pero nunca se debe renunciar a vivir diciendo… Cuando estás roto cuesta articular hasta el aliento, cada centímetro significa dolor, pero casi inexplicablemente te sigues moviendo, sigues viviendo, tal vez porque no sabes cómo morir; existir es sencillo, tan solo necesitas un cuerpo, una historia y un mínimo de creatividad para compadecerte, no hace falta ni talento ni futuro; morir, por otro lado, implica resolución, decisión, no es tan fácil como parece, requiere explicaciones, razones, formas, valor… no se puede morir por que sí, hay que morir de algo, hay que morir por algo, encontrar el motivo correcto es la razón de la existencia misma, e inevitable como es la muerte, no queda más que verla a los ojos y andar el camino, cada centímetro y cada aliento, elegir la herida, la guerra, el tormento o la banalidad que nos lleve a ella, así con el dolor a cuestas debes decidir si la justicia y el amor, si la tentación y la piel, si la lucha incomprendida o la infame comodidad de buscar la gracia del poderoso… Vivir diciendo, vivir para elegir como morir, morir para honrar la vida, el camino, para encontrar por fin, la distancia más corta entre los puntos.
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Sobre el autor: Nació en Iztapalapa el 6 de marzo de 1995. Creció en Neza y ahí observó las dificultades a las que se enfrentan las personas, ahora intenta escribir eso en sus cuentos y poemas. Es licenciado en Comunicación por la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (UNAM). Ha publicado cuentos en las revistas Pez Ciego, Tierra Adentro, Zarabanda, Gata que Ladra y en la antología La memoria de la palabra. Actualmente imparte clases a nivel bachillerato y es editor de la revista independiente Monodemonio donde a veces se autopublica. Le gustan las mandarinas y los anos.
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e creció otro brazo. Era cuestión de tiempo. Mi madre tiene tres ojos, mi padre una cara en la nuca y mi hermana una joroba. Vivimos en una casa rodante, somos la atracción del circo. Antes iba a la escuela, tenía amigos y mi familia pensaba que por fin alguien sería normal. Mi papá y mi mamá son hijos de mi abuelo. Nunca me quedó claro qué era lo normal. Cuando me dejaban en la escuela mamá usaba un sombrero que le cubría el tercer ojo y papá una tela enredada en la cabeza. Mis compañeros comenzaron a llamarme el hijo del árabe, pero eso a mí no me molestaba. Cuando, cerca de la cintura, me salió el brazo extra, todo fue distinto. Dejé de ser el árabe y me convertí en el deforme. Me jalaban el brazo cuando escribía, me raparon y una vez intentaron cortarme la extremidad en el baño. Se burlaban de mí, yo me tapaba los oídos y con mi otro brazo me secaba las lágrimas. Nadie quería jugar con un «monstruo», lo que era normal para mí, no lo era para ellos. Me sacaron de la escuela por mi seguridad y me uní al show en el circo. Hice ejercicios para controlar mejor mi brazo, me pintaba la cara, me ponía un traje peludo y cubría mi nuevo miembro con un tramo de tela café, como si fuera un guante. Caminaba con las rodillas dobladas y arrastraba mis dos brazos, tomaba cinco pelotas y hacía malabares, firmaba autógrafos a tres personas al mismo tiempo. Mi acto principal consistía en atravesar una escalera suspendida en el aire utilizando mi cola falsa. El público se ponía de pie y me arrojaban plátanos, yo los pelaba y me los comía. Yo era el niño mono. Después de mí seguía el acto de mi padre: se sentaba en una silla giratoria, se pintaba de color rojo los labios de la otra cara y representaba una plática entre una pareja: —Deja que yo trabaje —¿Trabajar? ¿De qué hablas? Las mujeres están hechas para la casa, la cocina y la cama. Además, cómo quedaría yo, estaría insultando mi hombría. —Tienes razón, dame un beso. —No te lo mereces. Es más, ya cállate y tráeme una cerveza. —Claro, cariño, pero no me pegues. Y el público, pensando que se trataba del mejor ventrílocuo del mundo, reía. Cuando terminaba la función, la gente podía entrar al cuarto de los fenómenos. Mi madre abría y cerraba sus tres ojos, los guiñaba o los ponía en blanco. Alzaba sus tres cejas al ritmo de la música y, por algo de dinero, adivinaba el futuro de quienes veían el ojo de su frente. Mi madre era la que más público atraía. En una ocasión, cuando llegó la hora de dormir, yo daba vueltas para acomodar mi apéndice y escuché a mi madre sollozando. Todos dormíamos en la misma cama. Esa noche soñé a mi mamá en medio del escenario, desnuda, llorando, a su alrededor había mucha gente que se reía de ella, yo me quitaba el disfraz y utilizaba las palmas de mis tres manos para cerrar sus ojos. Ser el niño mono ya no me estaba gustando. Mientras me convertía en hombre recorrimos todo el país, aprendimos nuevos trucos, seguíamos durmiendo en la casa rodante y cada vez más personas iban al circo solo para vernos. Durante uno de estos viajes conocí a María. Solíamos caminar por las calles principales de cada ciudad para promocionar las funciones, la vi parada en una esquina y las esferas de los malabares se me cayeron. Tenía los pechos y las nalgas enormes como los payasos, pero había algo más en ella. Al terminar la función, me amarré el brazo con una venda para que quedara bien unido a mi cuerpo. No quería que se notara el bulto así que me puse un saco de mi papá. Fui a la
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calle en donde la había visto, le di el dinero que había ganado ese día y entramos en una casa con muchos cuartos. Comencé a besarla, le quité el vestido y acaricié sus amorfas nalgas, sus exagerados pechos. Pensé que lo mejor sería que ella estuviera de espaldas, así no se asustaría al ver que tenía una extremidad sobrante. La acomodé y le quité los calzones. Había visto varias mujeres desnudas en mi vida (el circo requiere distintos vestuarios y hay poco tiempo para sentir vergüenza). Estar en contacto con la diversidad te hace apreciar la diferencia, valorarla como una piedra preciosa que no cualquiera tiene. Nunca entendía por qué todos querían ser iguales, eso sería como ser invisible. Supe que María no se reiría de mí. Ella me comprendería. Me quité la venda. Con mi tercer brazo acaricié su pene. Metí el mío en su ano y con mis otros dos brazos la sujeté de la cintura. La sensación superaba por mucho los encuentros que había tenido con mi hermana o mi madre. Eyaculé en su espalda y ella eyaculó en mi mano. La envolví con mis tres brazos y nos quedamos dormidos.
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Sobre la autora:
Mariana Checa Miranda, nació el 30 de marzo de 1984 en Cuautitlán, Estado de México, estudió psicología en la Universidad de Cuautitlán Izcalli. Hija de padres mexicanos A la edad de trece años escribió pequeñas reseñas para un periódico local de su Municipio. Siempre interesada en las artes en general, pero su mayor gusto fue por la lectura y escritura. Actualmente radica en Guadalajara, Jalisco
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i querida princesa de sueños rotos y olvidados, olvidaste que eras fuego y te convertiste en hielo. Tú no tienes la culpa de este mundo tan revolucionado, de este mundo tan abandonado, olvidaste lo frágil que eras y te convertiste en dureza pura. Vives enojada, cuando tu cuerpo solo pide un refugio seguro, te has conformado con tan poco cuando eres todo. Querida princesa de papel, vives en un castillo de cristal que, en cualquier momento, se va a derrumbar. Has rebasado los límites de aceptación por una tormentosa edificación. La frialdad es tu rutina día a día por un error en el camino a la Felicidad. Querida princesa, tus gritos han sido callados, tu aceptación ha sido victoriosa, pero llena de miedo y cobardía. No puedes construir con el estómago hecho un nudo, con los pies cansados, con tus lágrimas a flor de piel, con los labios agrietados y dientes apretados. Te escondes para no sufrir, aunque eso te lleve a dejar de vivir. ¿Cuánto te has permitido llegar hasta ahí? Te sentías tan culpable por mantenerte en silencio y no ser acreedora de tus propios pensamientos y sentimientos. Querida princesa, de tanto andar y andar aprendiste a trotar y llegar al final a un camino que no te lleva a la felicidad.
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Sobre el autor: El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año 2018, lanzando su primer libro “Mellon Collie y la Infinita Desolación” en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina, en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle, y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido.
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¿E
l tiempo será un individuo, un estado o solo otro atavismo de nuestra imaginación? ¿Cuál sería el deber con el tiempo? ¿Acaso podría ser capaz de ver a perpetuidad todo lo que puede hacer esta especie tan ínfima en pensamientos y emociones? Y bajo esa incandescente escena, ¿cuán penoso y glorioso ser nuestro actuar con tan pocos momentos de efervescencia?
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Sobre el autor:
Abraham Azuara, nació en octubre del 87, en un pueblo pequeño al norte de Veracruz, llamado Platón Sánchez, donde escribió sus primeras letras en forma de canciones que llegaron a un disco a la edad de quince años. A los diecisiete se mudó a Xalapa, a estudiar grado y posgrado (con una estancia intermedia en España), dejó en pausa las letras, pero los textos estaban ahí, en su mente, finalmente sus manos no pudieron callar mucho más tiempo y volvió a escribir con pausas desde 2012 hasta hoy. Actualmente se encuentra trabajando en un poemario donde “Ensayo” y “La distancia más corta” están incluidos.
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H
e coleccionado verdades en cada dimensión que he habitado, he memorizado errores, malas jugadas, incluso he desarrollado versiones, realidades alternas de cada escenario, de cada vivencia; he vuelto a repasarte, a repensarme, he arreglado todo y me he dado cuenta que no arreglo nada… Los destinos no me limitan, ni las vidas, ni las formas; he buscado y seguiré haciéndolo, torceré el tiempo, haré un nudo el espacio, te saludaré de mil formas, ensayaré, repasaré cada línea, cada tono, haré un poco el ridículo esperando una sonrisa, demostraré seguridad aunque no sepa lo que estoy haciendo, tengo miles de oportunidades de encontrarte, en el universo de mi mente no tengo ningún límite, soy todo, y todo puedo… Repetiré las veces que sea necesario, en mi universo personal… porque se bien que afuera, solo tengo una oportunidad y no pienso desperdiciarla más, porque he aprendido que un día siempre puede convertirse en una vida, y viceversa… sé que tú eres ese día, sé que somos esa vida… He coleccionado trucos, inventado mundos, diseñado sueños, y nada me sobra, uso todo para transformarlo todo, el trabajo más grande de mi vida es cambiar vidas… y voy a empezar por la mía.
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