Perro Negro de la Calle No.47 Agosto 2020

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Sobre la autora: Marcia da Luz Leal, 48 años de edad, brasileña. Es Profesora de Lengua Portuguesa/ Española/Literatura. Colaboraciones en revistas: Revista Sures- (Revisora técnica) Brasil, 2020, https://revistas.unila.edu.br/sures. Revista Duc in altum, 2020, Brasil, http://ducinaltum.fasm.net.br/normas.html. Artículo científico publicado con el Título: A Mulher e o Desenvolvimento Sustentável. Revista El Almacén, 2020, Perú, Poesía con el Título: Ponto de Interrogação. https://www.facebook.com/search/top/?q=el%20almac%C3%A9n&epa=SEARCH_B OX. Publicación en Anais do VII Seminário de Pesquisa em Turismo do Mercosul- Artículo Científico, Título: Percepção Ambiental dos Funcionários de um Hotel em Relação à Prática das Ações dos 3 R’S., 2012, Brasil, https://www.ucs.br/ucs/eventos/seminarios_semintur/semin_tur_7/arquivos/09/07_22_09_ Leal_Souza.pdf. Revista D-Arte londrina, 2020, Brasil, https://www.facebook.com/RevistaD-Arte-Londrina-112040283525824.

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uchar contra la alienación, luchar contra la indiferencia, ¡desterrar el discurso innecesario, atroz para los oídos, sinónimo de «excremento»! Tener convicción de mi pensamiento, saber el tiempo, hora de renunciar... Golpeo en el pecho, y grito en voz alta: «¡PSIU! ¿ESTE PAÍS NO TIENE MANERA, NO? Escucho al unísono: "NI MANERA, NI SOLUCIÓN…» Por ahora nada que hacer… ¿Pero será? Estoy paralizada, aceptación, sumisión… ¡AYUDA! ¡LLAMO POR CASTIGO! Después de todo, si tengo voz, si siento pena… ¿Por qué me callo?

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Sobre la autora:

Esmeralda García (Guadalajara, Jalisco. México. 1970) Estudió la licenciatura en Psicología y maestría el Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. Se desempeña actualmente como profesora en nivel secundaria, Poeta independiente, en proceso de autoconocimiento permanente. Ha participado en lecturas colectivas, festivales de poesía virtuales. Publicaciones: Deleite: Vida y placer, compilación Iberoamericana, Cascada de palabras, cartonera. Vol. 1, colección 2013. Poemario: Mujer Esteparia (2019) Proyección Literaria. Publicación en revistas digitales: La Coyolxauhqui, Revista digital, numero 0, abril 2020. Perro Negro de la Calle, no.46 Julio 2020. Otros: Spotify, Audios de consumo: Inconformidad Esmeralda García. 23 de abril de 2020.

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lla es fría mirada ausente, rostro mustio, labios inmóviles. Ella es ella, de voz fuerte y palabra hiriente al fin, rebelde. Ella es ella, a veces enmudece construyendo sueños, ríe hacia adentro. Ella es ella, escribe poemas y canciones, incoherencia. Ella es ella aparte de la propia, vive otra historia y cualquier instante. Ella es ella, aunque reconozco yo soy ella.

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Sobre el autor: José Luis Machado (Montevideo, Uruguay, 1974), es docente y escritor. En 2015 publica sus primeros libros: El ajedrez es mucho más que un juego, Diario de un sinvergüenza, Fuera del tablero y Soñé que era un árbol. (Ed. Abrelabios). En 2017 se edita Crá (Ed. Abrelabios) para la participación especial en el FIPCA XXI (Cartagena de Indias, Colombia). En 2018 es seleccionado para integrar la antología binacional (Uruguay-Paraguay) Poesía de los países de Guay. (Prensas Universitarias de América Latina) En 2018 gana el Concurso Noss da Poesía (Río de Janeiro, Brasil) En 6/19 Fue invitado especial en el 1er Festival Poético Musical de Livrera (Brasil-Uruguay). En 2019 gana el concurso A los 100 años del libro de la selva (Misiones, Argentina). Obtuvo una mención de honor con 3 Décimas a la verdad, 7º Certamen Rioplatense de Poesía en Décimas. 6/2020 (Argentina). Obtuvo el 2.º lugar en el concurso Microfantasy IV del Círculo de escritores. 6/2020. (México). Sus poemas, artículos y micro cuentos han sido publicados en blogs, revistas y libros en una docena de países.

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e me hacía tarde. Debía estar en el Palacio de la Cultura, para la lectura y presentación de un libro de un muy buen amigo mío. Eran casi las 6 de la tarde y no me habían pasado a buscar. Nervioso caminaba de un lado a otro del hall del hotel, hasta que uno de los empleados me preguntó: —¿Necesita algo? —No... bueno, no sé. ¿Me podría pedir un ta…? Olvídelo. En ese momento llegaron a buscarme. Un hombre en un flamante auto negro me hizo una seña y cuando estaba cerca me gritó: —Buenas tardes. ¿Usted es el uruguayo? —Sí. —Suba. Le entregué el papelito con la dirección: Calle 52 (Calibío) con carrera 51 (Bolívar), sobre la Plaza Botero. Sonrió y me dijo: —Lo sé amigo. Vengo de ahí. ¿Conoce la historia del palacio? —No. Solo por fotos. —No se preocupe, yo le voy contando. No había terminado de abrocharme el cinturón cuando ya había salido a toda velocidad y comenzado a hablar, su voz sonaba algo extraña, una extrañeza que no tenía nada que ver con el acento. Como si estuviera dentro de un túnel. —Desde el principio la construcción fue accidentada, y sería muy larga e inconclusa. Goovaerts, el arquitecto, comenzó a trabajar en el proyecto poco después de llegar a Antioquia, en 1920 —hizo una pausa para mirar a una mujer que cruzaba la calle, acomodó el cuerpo en el asiento, escuché un sonido como de huesos fracturándose, iba a decir algo, pero se me adelantó—. El tipo era un genio. Pero debido a la crisis económica, quedó por la mitad y el señor Goovaerts se regresó a Bélgica por el 28. Hizo otra pausa, mientras esquivaba un motociclista, luego del chirriante sonido de los frenos, continuó. —En el 34, arquitectos colombianos retomaron la construcción, pero tuvieron que afrontar recortes y en el 38 se suspendió la obra. —Pero en las fotos se ve muy bien —dije, en parte porque es verdad y en parte para que supiera que le prestaba atención a pesar de ir mirando por la ventanilla. —¿Sabe cuándo lo terminaron? —Me preguntó. —Ni idea. —¡Recién en 1970! En ese mismo momento llegamos al palacio. Estacionó con una brusca maniobra y me dijo: —¿Y sabe cómo sé todo esto? —Supongo porque trabaja aquí —respondí. El chofer meneó la cabeza, me miró por el retrovisor y dijo. —No. Lo sé porque ese mismo día nació Ernesto. —¿Ernesto? —Sí, señor. El dueño de todo esto —dijo sonriendo, y culminó haciendo un ademán que recorría su cuerpo terriblemente maltrecho. Quise dejarle propina, pero no la aceptó. Se fue a toda velocidad, sonriendo de una forma estridente y fantasmal.

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No tenía tiempo, entré apurado al palacio; soy puntual y me gusta llegar antes. Eran las 6 y 27, todo estaba programado para las 7. Llegué a la sala asignada y enseguida sentí que algo extraño estaba sucediendo. El lugar estaba casi vacío. Solo mi amigo, el escritor que presentaba el libro, estaba allí. Pero tenía la cara larga, como de velorio. —Hola. —Hola. —¿Qué pasó? —Lamentablemente tuvimos que suspender todo. Disculpa que no te avisé. —Pero... ¿Por qué? —Es que hace un par de horas el editor tuvo un accidente automovilístico y murió. —¡Qué pena! Lo siento. Pobre... ya tenías todo listo. —¿Pobre yo? —Me dijo—. Pobre Ernesto. .

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Sobre el autor:

Mexicano, nació el 18 de julio de 1980 en la Ciudad de México. Creyente de que las palabras son una fuente inagotable de magia poderosa; capaz de infligir daño o remediarlo, asir nuestra realidad o vomitarla. Egresado de la Universidad Tecnológica de México en la licenciatura en mercadotecnia; lingüista por vocación, actualmente cursa la licenciatura en lengua y literaturas hispánicas en la facultad de filosofía y letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. A lo largo de sus quehaceres ha tomado cursos, para ver qué se sentía, sobre filosofía presocrática, creación de empresas corporativas, y en huertos urbanos Ayocuan. En la actualidad administra: Blog: https//loshuesosdelinvertebrado.blogspot.com/. FB: http://www.facebook.com/loshuesosdelinvertebrado. Co-creador de contenido en Blog: @Horus&Ra, @La casa de Ana y Francisco, y @La casa de la bruja. Ha publicado en revistas digitales A buen puerto, Panfleto del manifiesto Forever; participó en los performances y exposiciones: Mexicanx hasta el culx; Temporada de tacos, estimpo de patalear; Maispeis una historia palistagram; Biblioteca forever´s ocpua. Amante de la fotografía y rareza de aquellos momentos poco apreciados por lo habitual en donde los comparte en: https//instagram..com/hueso_roido/

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iró el reflejo tenuemente devuelto por el cristal del vagón, perdiéndose en detalles no resaltados por la translúcida imagen. Las luces al avanzar el convoy se proyectaban en su visión completando el cuadro. Sentado sobre uno de los asientos de dureza palpable, miraba plácidamente, de frente, en el sentido del tren. Una extraña pesadez aplomó su movimiento. Sus ojos se posaron, atraídos, en el relejo, y a veces, el impulso necesario para voltear lo suficiente, ampliaba su visión del evento. En realidad, no era en absoluto extraño o asombroso lo que sucedía. El recorrido no llevaba contratiempo alguno, el número de personas para esas horas se encontraba dentro del rango, al igual que la temperatura. Observó pasar y desaparecer, para volverse a formar, una masa multiforme de rostros sin fin, extraños. Un número considerable de personas en un vaivén de sonidos que dan un colorido particular al metro. En las últimas estaciones el sueño arrullaba su viaje. Parpadeo pesado, luz, parpadeo, luz, parpadeo. Observó una sombra que entraba en la penúltima estación. La silueta delgada tomó asiento en el otro extremo. Su perfil izquierdo, lado que el acomodo de asientos permitía mirar, era afilado. El estado de somnolencia no le dejó distinguir sus rasgos ni su vestimenta, solo su perfil. El siguiente parpadeo fue muy largo, sus ojos, al abrirse, se clavaron directamente en la extraña figura. Entonces todo fue caótico. Fueron quizá segundos, tal vez menos. Apartó la mirada de la atrayente silueta, en dirección a la ventana. Su rostro palidez mortuoria, el cuerpo trémulo. Un copioso sudor escurría por su frente. En idéntico suceso, el viaje antes realizado, se presentó devuelto por el cristal. Las mismas personas, colores, vestidos y hasta olores, y para detrimento de su mente insana, fue audible un extraño sonido. La perspectiva del reflejo dejó entrever ajenos colores, figuras, sombras, todas ellas en siluetas afiladas. A unos cuantos metros de la última estación, y terminar así con la jornada, el tren se detuvo. Entonces la representación se volvió errática. Los detalles sugerían explicaciones inimaginables, excitando un instinto primitivo en la profundidad de su cerebro. Dejó de temblar. Sus puños apretados mostraban gran esfuerzo de volición. Continuó mirando fijamente aquellas figuras de colores configuradas en inverosímil movimiento, dando vida a trazos que desafiaban la templanza del discurrir humano. Los colores eran de leyes innombrables, los seres, a veces amorfos, eran proyectados a todo el espacio por la diáfana superficie. Todo parecía tener un grado de conciencia independiente. El vagón quedó apagado por unos instantes para avanzar nuevamente junto con un chirrido estridente al cambiar de vías. Fue insoportable. La mezcla de distintos sonidos componía una melodía errabunda, parecían voces, y al unirse, la mixtura desesperaba y lo más primigenio de su cuerpo despertaba. Al volver súbitamente la luz, el hombre afilado, la sombra sin rostro que era, volteó la cabeza lanzándole una mirada con serpentinos ojos. El asiento quedó vacío al tiempo en que sus miradas se cruzaron. Los sé. A veces suelo ver en el periódico mural, en siluetas diversas, su rostro. Olores y colores indican señas particulares, lo describen. Hace tiempo que no encuentro algún mirar conocido. Parece cansancio de mi alma marchita. ¿Qué le parece? Yo estaba en ese tren, en el vagón, en la hora del último viaje. Después de esfumarse la extraña silueta quedé completamente solo. Un extraño frío apartó mi esencia a un tiempo pretérito. Mecánicamente me puse en pie y bajé del vagón mientras una bocina escupía su monótono ruido, al prevenir el cierre de puertas, impregnando un hilarante sonido. Caminé hacia las escaleras, en vano busqué alma alguna. La estación estaba cerrada, decidí encontrar un lugar para pasar la noche. Echado sobre el gélido mármol no pude dormir

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en un principio, meditando en lo sucedido. Las luces no se apagaron y finalmente dormité sin darme cuenta. Al despertar aproveché la oportunidad para acabar con algunas diligencias. La gente llegaba ya. Tomando asiento aborde el primer tren de la mañana. Éramos muy pocos, demasiado pocos. En la misma línea se encuentra la estación de mi destino. El transcurso del viaje no dilató. Al bajar, se escuchó el apremiante sonido antes del cierre, hilarante. Di algunos pasos antes de caer en cuenta que no era la estación, ni la línea, ni dirección, ni hora, ni tiempo... Cada estación en que puedo, miro el reloj o echo un vistazo al diario de alguna persona. La hora y los días cambian, y las personas que abordan, y nunca es mi andén. —No me lo tome a mal, le comento esto porque noto que usted acaba de llegar —el sonido hilarante continúa.

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Sobre el autor:

Javier Dumenes, naciĂł en enero de 1999 en Rancagua. Estudia Licenciatura en FilosofĂ­a. No ha publicado antes sus escritos en revistas.

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veces el silencio se rompe, a veces dudo de todo esto, abandonado como un perro en el tren. A veces el alcohol es mi compañía, a veces cigarrillos y tabaquerías. Todo esto… Gritos eternos. No desaparecen. A veces siento angustia, a veces pesado, aún concluyo que de esta ilusión no despertaré jamás.

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Sobre el autor: Nació el 4 de abril de 1994, en la Ciudad de México. Cuenta con una página de Facebook (https://m.facebook.com/Juan-Rogelio-108979084074895) donde comparte algunas de sus obras, anécdotas sobre ellas, los sitios en que llegan a publicarse, sus inspiraciones, entre otras cosas. Algunas de sus poesías han sido compartidas en la página del grupo Legüera Cartonera (https://www.facebook.com/legueracartonera/ ); en una compilación, en PDF, lanzada por el mismo grupo, titulada Desde la cueva. Tatuajes de un tiempo difícil de nombrar; en la página web de la revista digital Teresa Magazine (http://teresamagazine.com/de-la-primera-torre/ ); y fueron recitadas, por el locutor André Michel, en la plataforma Spotify, como parte de la colección #AudiosDeConsumo, del grupo radiofónico por Internet, Existencias: (https://open.spotify.com/episode/5cSHB4ps0N0NQGJL6EQHC2 ), ( https://open.spotify.com/episode/49FRi5XYkuUS80mV6aTG7m ), ( https://open.spotify.com/episode/32dCXRerVdU1ntqBq6R219 ), ( https://open.spotify.com/episode/2BPGIKc1gfz8FZLn0H4ggd ), ( https://open.spotify.com/episode/7lVukByFLQcsBoEGfJ7cNC ). Por último, en otro género, colaboró con un pequeño relato erótico, en la página web del grupo Caracola Magazine ( http://caracolamagazine.com/organismo-de-abuela/ ).

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islumbro claro un campo de batalla: lo adornan mil armas desperdigadas; incluso hay fisuras ensangrentadas; la maldad se ha pasado de la raya. Al aire una interrogante lanzaré: ¿Por qué la paz no reina en todos lados? ¿Por qué la solución son los soldados? Es una cosa que nunca entenderé. Derramar sangre, da a muchos la calma, pero a mí, que no comparto la idea, no hace otra cosa que dañarme el alma. Dicen los animales, de seguro, cuando los humanos les llaman así: «Calla, hombre de corazón frío y duro».

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Mercado FotografĂ­a de Demetrio Navarro del Ă ngel

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Sobre el autor: Fabrizio González Torres es un escritor mexicano, de esos a los que el gremio y las instituciones denominan emergentes. Nació el 23 de mayo, en la Ciudad de México. Ha publicado algunos relatos en las revistas Sapo (publicación chilena, experimental), El espejo humeante (revista de ciencia ficción latinoamericana), Senderos (revista de ciencia ficción) y una antología de cuentos, con el grupo independiente Fractales literarios, donde también fue editor. Ha publicado poesía en Literatinos y el Periódico Poético de Tecpan.

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n el mar índigo de tu cama surge una blanquísima isla, tus brazos caen a los lados, el cabello se revuelve con las olas. La cúspide rosada de tus senos inventa matices imposibles, devorados por las sombras de mis manos. Detrás de la marea de tu cadera, como imponentes leviatanes de poder y belleza irresistibles, tus muslos me arrastran a las profundidades. De tu amor, de tu pasión. La violencia de tu oleaje despedaza mi cuerpo dentro de ti, un mítico Maelstrom ardiente, que bulle bajo las aguas heladas. De tu recuerdo, de tu corazón.

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Sobre la autora: Marcia da Luz Leal, 48 años de edad, brasileña. Es Profesora de Lengua Portuguesa/ Española/Literatura. Colaboraciones en revistas: Revista Sures- (Revisora técnica) Brasil, 2020, https://revistas.unila.edu.br/sures. Revista Duc in altum, 2020, Brasil, http://ducinaltum.fasm.net.br/normas.html. Artículo científico publicado con el Título: A Mulher e o Desenvolvimento Sustentável. Revista El Almacén, 2020, Perú, Poesía con el Título: Ponto de Interrogação. https://www.facebook.com/search/top/?q=el%20almac%C3%A9n&epa=SEARCH_B OX. Publicación en Anais do VII Seminário de Pesquisa em Turismo do Mercosul- Artículo Científico, Título: Percepção Ambiental dos Funcionários de um Hotel em Relação à Prática das Ações dos 3 R’S., 2012, Brasil, https://www.ucs.br/ucs/eventos/seminarios_semintur/semin_tur_7/arquivos/09/07_22_09_ Leal_Souza.pdf. Revista D-Arte londrina, 2020, Brasil, https://www.facebook.com/RevistaD-Arte-Londrina-112040283525824.

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icen que las personas complejas son dignas de elogios! Hablan palabras de amor, esperanza y son de almas amables. Las personas complejas no tienen prejuicios, son completas, después de todo, ¡las personas complejas son ciertas! Las personas complejas están abiertas a nuevas amistades, están deslumbradas por nuevos sabores, olores y amores, ¡Son reciclables, son orgánicos, son sostenibles! ¡Las personas complejas crean, innovan, perpetúan contenidos! ¡Hacen que los mayores cámbiense en nuevos, el menor sentirse entendido! El pequeño se siente inmenso y grandioso. ¿Y la vida? ¿Cómo llevan la Vida las personas complejas? ¡Ah! ¡La vida! ¡Las personas complejas toman la vida a la ligera y sigilosamente! Sin mucha teoría, sin mucha melancolía, las personas complejas viven cada momento, ¡jamás están inquietas, ya que siempre buscan la satisfacción! Por esto mismo son completas.

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Sobre el autor: Demetrio Navarro del Ángel. Nació en Ébano, S.L.P. en 1976. Docente por vocación y escritor por convicción. Ha escrito ensayos académicos de distinta naturaleza. Pequeños fragmentos poéticos y fotografía se encuentran en la Edición de Taller de Humo Enjaulado Fotografía y Poética. Volutas Volumen I. (2020). También ha publicado en la Revista Literaria Engarce julio de 2020, y en la Revista Literaria Perro Negro de la Calle del mes de mayo y julio del 2020. Pueden encontrarse cuentos de su autoría en la Antología de cuento breve “Cuentos de Misterio, suspenso y horror” (2019), en la Antología de cuento breve “Para un mundo mejor” (2018), y en la Antología del Concurso Internacional de Cuento Breve “Todos somos inmigrantes” (2017), todos ellos de Grupo Editorial Benma; finalmente prosa y poesía en la Revista electrónica Teresa Magazine.

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l miedo es la suave debilidad, la posición vulnerable para las mariposas elegidas al azar… la culpa se detuvo en el fondo de la taza de mi café matutino, un breve atisbo de la libertad acongojada entre las alas de espuma se eleva como sahumerio enredado en el hado. Rescato las dudas con el anzuelo de la confusión, bordo a mano la luna inexistente, la paz hipotecada se triplica en esta dimensión que me habita, el viajero sueño me alcanza con esa pesadez a borbotones; en amoratados rostros descanso en solsticio conyugal, ¡Mañana maquillaré las heridas! Moiras tras bambalinas monopolizan con depredadora voracidad el check out cotidiano; en espejismos impregnamos los mitos aprehendidos mitigadas mordazas nos acompañan con fidelidad en nuestros vacíos cósmicos, indelebles, fosilizados. En este mundo todo es posible, el bálsamo de la tortura se encuentra en distintos escaparates con suaves trazos difumina los nudos; heridas pinceladas se escapan en la vigilia adormecida, el eco suicida se vuelve bendición en la galería de la esclavitud recalcitrante. Inmemoriales egos cercenan la conexión total, el vuelo solitario arropa la melodía encadenada, aquelarres agónicos tañen la cítara de la nostalgia y danzo en el sueño que se apaga para olvidar el caos que me carcome. Orfandad encarnizada azota la Tierra en las noches sin tregua voluntades disparejas se fraguan en el azul melancólico, tramas opresivas son silenciadas con outfits coloridos, la pasarela de la vida cae en abismos de porcelana. La hipocresía ecoamigable ronda el crepúsculo de la inexistencia, en confinamiento desquiciante espíritus degollados son puestos a prueba, en el mundo que se detuvo son pétalos de ceniza que se difuminan en el ocaso. Estáticos ritmos palpitan entre las alas del desvelo, parámetros rondan las elipsis recurrentes.

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los pĂŠtalos de ceniza regresan a mĂ­, a ti, a todas, a todos, la otredad se desliza con pulsaciones digitales, focos tonales cuajarĂĄn nuevos hologramas.

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Sobre el autor:

Juan Luis Henares, nació en 1963 en Paraná, Entre Ríos, Argentina; desde 2012 reside en Colonia Avellaneda, un pueblo ubicado a 15 kilómetros de su ciudad natal. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004 con Treinta mil imprescindibles obtuvo el Primer Premio en el Concurso de Ensayos sobre Derechos Humanos Memoria y Dictadura, organizado por la Universidad Autónoma de Entre Ríos y la Universidad Nacional de Entre Ríos, comenzando en ese momento a escribir notas sobre temas sociales en diferentes revistas de su ciudad. Desde 2015 escribe cuentos y relatos; varios han obtenido premios y menciones y otros han sido publicados en diferentes antologías y páginas web de Argentina, España, Cuba, México, Uruguay, Venezuela, Alemania, Canadá y Estados Unidos. En 2018 fue publicado su primer libro de cuentos y relatos: Lápiz clandestino (Ana Editorial, Paraná, Argentina). Actualmente prepara el segundo. Web: https://juanluishenaresescritor.wordpress.com/

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isculpame, Roque, no te puedo dar fiado, me debés mucha plata, hermano. Las palabras de Roberto, el almacenero del barrio, lo dejaron atónito: con solo un billete de diez pesos y otro de cinco en el bolsillo, no sabía cómo podía arreglársela para llevar la comida ese día a su casa. Deambuló minutos sin rumbo fijo, con los pensamientos puestos en su pequeña hija y en Romina, su mujer, quienes no tenían con qué alimentarse. Pensó que al menos necesitaba llevar un sachet de leche y un paquete de fideos, pero era imposible conseguirlos con quince pesos. De pronto recordó: en los supermercados solían hacer publicidad de nuevos productos con jóvenes promotoras que invitaban a los clientes a degustarlos. Podría ir, tratar de conseguir alguno de estos alimentos y llevarlo a su casa. Caminó varias cuadras rumbo al más próximo; entró, lo recorrió durante veinte minutos, y lo más cercano a una promoción que encontró fue el litro de leche de marca desconocida que se ofertaba a dieciséis pesos. Tomó un envase, y mientras pensaba la manera de lograr que en la caja se lo dejen a quince —por ejemplo, decirle al cajero: joven, perdí un billete, tenía veinte—, se le ocurrió mirar la fecha de vencimiento: había vencido el día anterior, los tramposos lo ofertaban por ese motivo. Con bronca lo descartó y se dirigió a la puerta en busca del siguiente supermercado. Debió caminar bastante, en el barrio no abundaban. Al entrar divisó en el fondo de un pasillo, escondida entre góndolas, una pequeña mesa con su promotora vestida de rojo y amarillo. Se le iluminó el rostro, pensó que al fin podría conseguir algo; aunque la alegría le duró poco, ya que entregaba un pequeño envase de quince gramos de mayonesa con gusto a limón. Luego de repetir la caminata —con tres sachecitos de mayonesa en los bolsillos— Roque se dirigió al siguiente autoservicio, en el cuál consiguió degustar sorbos de un nuevo vino torrontés riojano que una rubia, vestida de color marrón claro, ofertaba en pequeños vasos plásticos. Cansado ante la inviabilidad de su idea, se dirigió a la góndola que se encontraba al fondo, colmada de botellas de leche, yogures, manteca, flanes, postres y demás variedades de lácteos. Abatido, apoyó su mentón en el borde, e imaginó la manera en que su pequeña Marianita disfrutaría de tomar un buen vaso de leche o de comer esos postres de dulce de leche y chocolate que las ilustraciones de sus envases hacían irresistibles. Los miró, cerró los ojos, y deseó con todas sus fuerzas poder encontrar la solución a la situación de desempleo que padecía. Dio media vuelta y se topó con el sector de las carnes, rebosante de cortes de lomo y cuadril, además de las tiras de asado, chorizos y achuras varias. Recordó cuánto tiempo hacía que no comían un buen asado, y se imaginó con un vaso de vino tinto en la mano, a la vez que le cortaba sabrosas costillas a Romina y le preparaba un sándwich de chorizo con tomate y lechuga a la nena. Con el dinero que tenía solo pudo comprar un barato paquete de fideos guiseros, nada de leche u otro alimento. Pagó y resignado salió apurado del local, ya que deseaba llegar a su casa antes que su mujer; ella se iba temprano a trabajar —limpiaba la casa de un matrimonio de empleados en un barrio cercano— y al terminar con sus tareas pasaría a buscar a Marianita por la escuela. Roque quería evitar que ellas esperasen ilusionadas su arribo con la comida. Llegó y meditó acerca de la manera de explicarles que no pudo conseguir leche, ya que si la hubiese comprado no tendrían almuerzo y cena. Inserto en sus pensamientos se sorprendió al abrirse la puerta y ver la cara soñadora de Marianita, la que se abalanzó y lo abrazó con todas sus fuerzas. Romina lo miró y notó la preocupación en su rostro; como no quiso interrumpir ese idílico momento, fue a la heladera en busca de la botella de agua. Roque evitó mirar la cara que pondría al darse cuenta que no estaba la leche en el refrigerador; abrazó con todas sus fuerzas a su hija y lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. De

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inmediato la exclamación de Romina lo confundió: parecía de alegría, no de tristeza o desconsuelo. —Vení, Marianita, mirá lo que te trajo papi. Roque, desconcertado, se acercó de la mano de la niña al refrigerador, y debió refregarse los ojos para creer lo que tenía frente a él: yogures, postres, flanes, litros de leche y diferentes variedades de cortes de carne. Debió sentarse, porque sintió que todo comenzaba a girar a su alrededor. —No importa el modo en que lo conseguiste, ni me digas que debiste hacer, no pienso preguntarte nada. Fueron las palabras de Romina que escuchó Roque al recuperar sus sentidos, tras estar en un estado de conmoción —combinación de alegría con incertidumbre— al no saber cómo llegaron los alimentos a la heladera. No pudo aclarar sus pensamientos, su cabeza parecía girar y no poder detenerse. Meses después, al llegar el cumpleaños de Marianita y sin haber podido solucionar los problemas por la falta de trabajo, fue con escasos pesos en el bolsillo —producto de la changa de albañilería que hizo el fin de semana anterior— a la juguetería de su barrio. Hermosos juguetes abarrotaban el local, muñecos de los personajes de la televisión con los que disfrutaba su hija: Rayo McQueen, Peppa Pig, la Princesa Sofía, Masha —sin el oso—, Buzz Lightyear y Woody, la Doctora Juguetes, Barbie, Donald, Mickey, las pequeñas Pony y otros de los que no recordaba el nombre. Si bien se sintió un niño al verlos, su alegría duró poco, tanto como ver el cartel con el costo de cada uno: carísimos, precios exorbitantes. Resignado, compró un juego plástico de cocina con diversos utensilios, lo que odiaba hacer ya que no deseaba verla jugar a ser ama de casa. Para ella guardaba los mejores sueños; la imaginaba médica en un gran hospital, proyectista de aerodinámicos coches o diseñadora de edificios futuristas. Llegó a su casa, dejó el pequeño envoltorio con el regalo en su mesa de luz, y se durmió debido al cansancio que pronto lo venció. El bochinche lo despertó: Marianita gritaba, asustado se levantó de un brinco y fue hacia su habitación. Se tranquilizó al notar que no eran gritos de dolor, sino que se parecían a alegres alaridos. Al ingresar la encontró con su guardapolvo escolar, a los saltos contenta abrazada a un enorme muñeco de Masha y a media docena más que pasaban de una mano a la otra. Su hija lo abrazó y le agradeció los regalos. Se quedó sin palabras, solo atinó a apretarla y darle un beso grande en la mejilla; devolvió un guiño de ojo a la mirada complacida de su mujer, quien no comprendía, pero igual estaba contenta al ver el alegre festejo. De esa forma transcurrieron los meses: sin un peso, salvo los que traía Romina del trabajo, con los que alcanzaban a duras penas a pagar las cuentas. No obstante, con suficientes alimentos, ya que bastaba con que Roque fuera al supermercado y deseara lo que se necesitaba; hacer las compras lo llamaba en su interior. Además, visitas a diferentes comercios de venta de artefactos domésticos hicieron que sus anhelos ante necesidades de la vida diaria se vieran recompensados; la casa pasó a contar con heladera, cocina, lavarropas, aire acondicionado, televisor, computadora y tablet. Lo que no resultó posible fue tener un coche: miraba algún último modelo con ojos soñadores —imaginaba los diversos viajes que harían en él— a través de la vidriera de una concesionaria y se iba rápido a su casa, pero al abrir la puerta del garaje siempre lo encontraba vacío. Tampoco funcionó el intento de obtener dinero en efectivo: en la cola de un banco, miró y deseó con todas sus fuerzas esos billetes que un empleado contaba; mas éstos nunca se materializaron, ni en el cajón de la mesa de luz ni en la lata de galletitas donde los escondían dentro del aparador. Al menos,

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pensaba conformándose, ningún vecino sospecharía al ver a un desocupado con un último modelo o al notar que realizaba opulentas compras con el efectivo. No todo se puede tener en la vida. Cierta mañana de camino al mercado pasó cerca de la estación terminal de ómnibus; desde el prostíbulo que se encontraba en las calles laterales, una morocha con sus grandes pechos al descubierto lo invitaba a pasar. La tentación fue mayor a su cordura: aunque no tenía un centavo, se acercó y le preguntó el precio. A la vez que ella respondía, Roque observó las curvas de su cuerpo, las que pudo apreciar gracias al diminuto short que llevaba puesto. Contestó que no tenía ese dinero, la miró libidinoso y se retiró lleno de fantasías; ella lo despidió con besos al aire. Media hora después, luego de mirar en las góndolas algunos productos, llegó excitado a su casa. Susto mayúsculo se dio al sentir ruido en su habitación; pensó que a su mujer le había sucedido algo que la hizo regresar del trabajo. Su sorpresa fue mayor: lo esperaba en la cama, desnuda, la morocha del prostíbulo. Sin mediar preguntas — las palabras sobraban— se dispuso a dar rienda suelta a su imaginación y deseos. Se sintió en la gloria: ahora no solo disponía de comida y confort en la casa, sino que también podía tener todas las mujeres que deseara. Tanto disfrutaba de estos placeres, que no escuchó la puerta de calle al abrirse, y recién notó que Romina llegó más temprano que de costumbre cuando ésta ingresó a la habitación: en realidad no la vio ni sintió el sonido de sus pasos, sino que lo espantó su grito al verlo en la cama acostado con otra mujer. A pesar de su mala suerte, agradeció que llegara anticipada, caso contrario lo hubiera sorprendido acompañada de Marianita; al menos pudo resguardar el amor de la niña hacia él. Posterior a este incidente, la relación de pareja parecía a punto de estallar. Roque se encontraba en un callejón sin salida. ¿Cómo explicar que no trajo a la chica, sino que ella apareció porque él la deseó? La situación se mantuvo durante meses: Romina era mujer de ideas firmes, coherente con sus principios, y resultaba improbable que llegara a perdonar semejante traición. Intentó regalarle ropa, carteras, botas… Ella se probaba los presentes y los lucía en varias ocasiones; sin embargo, se mantenía impasible y lo trataba de manera cortante. Solo, con el fin de guardar en parte las apariencias ante la niña, compartían la misma cama. Roque, que la quería mucho, se abocó a encontrar la manera de que su esposa lo perdonara y juntos poder disfrutar de esta nueva vida: sin dinero, pero enamorados y con la mayoría de sus necesidades básicas cubiertas. Cueste lo que cueste debía conseguirlo. Un día, agotados los recursos, se le ocurrió una última —aunque dolorosa— idea. Al ser el cumpleaños de Romina, en el trabajo sus patrones le dieron la mañana libre. Roque se levantó temprano e insistió en que al ser su aniversario se quedara en la cama mientras él llevaba la niña a la escuela. Tras dejarla en el colegio, y asegurarse de la presencia de la maestra, fue hasta la feria de artesanos que funcionaba en la plaza mayor de la ciudad. Observó durante minutos y se dirigió a la mesa en la que jóvenes africanos trenzaban pulseras. Intercambió escasas palabras y les compró una muy bonita, hecha con piolines multicolores. La pagó, guardó la bolsa de papel con la pulsera en el bolsillo de su campera, y se dirigió al mercado a buscar el almuerzo. Recorrió diferentes puestos y regresó a su casa. Entró, preparó el café, encendió el televisor y se sentó junto a la mesa en el comedor; entretanto, hizo caso omiso a los sonidos que llegaban a sus oídos. Al rato se abrió la puerta de su habitación y sin darse vuelta oyó la voz de Romina que, agitada, le dijo: —Muchas gracias amor, ¡vos sí que sabés hacer regalos! Roque volteó, observó el cuerpo transpirado y los pelos revueltos de su mujer, y señaló el baño a los desnudos jóvenes nigerianos que necesitaban asearse para volver a la feria.

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Sobre la autora:

Esmeralda García (Guadalajara, Jalisco. México. 1970) Estudió la licenciatura en Psicología y maestría el Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. Se desempeña actualmente como profesora en nivel secundaria, Poeta independiente, en proceso de autoconocimiento permanente. Ha participado en lecturas colectivas, festivales de poesía virtuales. Publicaciones: Deleite: Vida y placer, compilación Iberoamericana, Cascada de palabras, cartonera. Vol. 1, colección 2013. Poemario: Mujer Esteparia (2019) Proyección Literaria. Publicación en revistas digitales: La Coyolxauhqui, Revista digital, numero 0, abril 2020. Perro Negro de la Calle, no.46 Julio 2020. Otros: Spotify, Audios de consumo: Inconformidad Esmeralda García. 23 de abril de 2020.

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M

i realidad está fragmentada como en un calidoscopio, formando figuras caprichosas que se llaman: Esmeralda. A cada movimiento se construye, una figura diferente que determina mi ser, soy: una persona eficiente, una trabajadora responsable, una alumna sumisa, una estudiante inteligente, una investigadora pertinente, una profesionista comprensible, una hija perfecta, una hermana que es madre sustituta, una madre paciente, una sobrina consciente, una mujer proveedora, una vecina amable, una amante disponible, una pareja complaciente, una compañera común y corriente, una amiga atenta a las necesidades, una persona que adula, una niña que juega, una adolescente rebelde, una mujer sensible, una mujer que escribe poemas, un ser con templanza, un alma expectante… Fragmentos de cristal, que se llaman Esmeralda.

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P

ablo García trabajaba en un café como mesero, su horario y el pago era gratificante, es demás decir que con su carácter carismático y risueño hizo amistades con algunos visitantes frecuentes. Brillaba de alegría transmitiendo buenas vibras, sin embargo, durante varias semanas empezó a experimentar el sin sentido de la vida, a tal punto de sumergirse en una depresión que le afectó en el trabajo. Se volvió despistado, olvidaba las órdenes de los clientes, y confundía las bebidas de cada mesa. Debido a eso, el supervisor decidió enviarlo a descansar. Amelia, su compañera de trabajo, le recomendó a Pablo que visitara el psiquiatra que la atendía por sus problemas de ansiedad. Como no tenía otra alternativa, hizo una cita con el famoso psiquiatra. Llegó al consultorio, y esperó algunos minutos retrasados de la hora establecida según la secretaria que había arreglado la cita. La mujer le dijo que el doctor estaba con un paciente y pronto saldría, y así fue, el paciente salió del consultorio, y el doctor dijo: «Pablo García». Durante la entrevista previa, Pablo fue directo y le aclaró el problema de su disgusto por la realidad, esto le dificultaba su existencia, es decir, quería disfrutar de la vida, pero no sentía que algo en él habitara de manera armónica. El doctor le preguntó si le gustaba ver televisión, Pablo contestó que sí, y en exceso, le dijo que podía ver programas y series hasta altas horas de la noche. El doctor anotaba en su cuaderno y luego de escucharlo le diagnosticó depresión leve, añadió que podía mejorar con algo la lectura terapéutica. Le recomendó leer cualquier tipo de libro y, por supuesto, dejar de ver televisión por un rato hasta observar mejoras en el transcurso de las sesiones. Pablo fue a una librería, recorrió todos los estantes y uno de los vendedores se le acercó para preguntarle si buscaba algún libro en particular. Pablo contestó que quería algo espectacular, un libro que pudiera hacerle imaginar hazañas y aventuras asombrosas. El vendedor se movió entre los estantes, después de unos minutos, volvió y le mostró a Pablo los distintos libros con portadas fantásticas, de colores lisérgicos, parecían lecturas prometedoras. Pablo tomó los libros, vio los precios, y como tenía algunos ahorros, fue a la caja y pagó por ellos. Al llegar a su casa, tiró la bolsa con los libros en la cama, estaba a punto de ver televisión, sin embargo, recordó las indicaciones del psiquiatra y lo apagó. En seguida se acostó en la cama, y revisó los títulos de cada libro «Antología de cuentos latinoamericanos», «Narraciones extraordinarias de Edgar A. Poe», «Cuentos de Kafka», «Historia universal de la infamia». Se propuso leer varias páginas de Poe, sumergido en el cuento de El gato negro, pronto su imaginación recreó las imágenes terroríficas de la narración, por primera vez disfrutaba algo que no fueran la televisión. Fueron tantas emociones que al anochecer tuvo miedo que apareciera el gato negro, y trató de calmarse, hasta que se durmió. Al día siguiente arremetió con la lectura de Borges, cada historia lo mandaba a buscar palabras en el diccionario. Además, se dio cuenta que había demasiados nombres extraños, y buscó en su ordenador las historias de esas personas que aparecían en el texto. De tanta euforia terminó de leer las cuatro obras en una semana, se volvió un devorador de libros. Llegó el día de la cita con el doctor, Pablo mencionaba los términos y categorías que había aprendido, y las historias de cada autor que parecían estar escritas por genios. El psiquiatra prestaba atención, y le preguntó su opinión de cada autor. Pablo con la frente en alto dijo que Borges era excepcional, y al igual que Poe, sufría de un pesimismo ancestral por la vida, llegando a asquearse por cualquier banalidad, en cuanto a Kafka, sugirió que

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debían leerse sus obras con demasiada hambre, es decir, con hambre de justicia por la pena que significa estar vivo. El psiquiatra cambió su mirada, y anotó en su cuaderno «psicópata». Pablo se dio cuenta en ese preciso momento que se había encontrado con los temores de la humanidad en la lectura de ficción. Por supuesto que el psiquiatra no tuvo más opción que recetarle antidepresivos. Pablo le contestó al doctor que no necesitaba medicina, y que renunciaría a su trabajo, no solo a eso, sino a la vida entera, porque todo era una desgracia. El psiquiatra suspiró y solicitó una ambulancia del Centro Psiquiátrico para que encerraran al joven en un cuarto de seguridad hasta que mostrara mejoría. Habían transcurrido meses, y Pablo no tuvo acceso a lecturas, incluso sus familiares tenían prohibido visitarlo porque el psiquiatra lo consideraba un sujeto nocivo para la sociedad debido a sus pensamientos desviados. Cada vez recibía una dosis de píldoras que aniquilaban sus pasiones. Su rostro perturbado por las ideas que revoloteaban en su mente era mayor, y pensaba que su realidad como un interno más en el Centro Psiquiátrico mostraba la incongruencia de los cuerdos y los locos. Los cuerdos, amantes de la vida, y los locos, férreos detractores de la supervivencia humana. Pablo ya se había despedido de la humanidad, y sabía que no hay esperanzas para las penosas hazañas humanas, retirado en un cuarto de aislamiento, se quedó con la mirada al vacío. A veces los enfermeros lo sacaban a pasear en silla de ruedas, pero era demasiado tarde, Pablo había apagado su mente.

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Sobre el autor: Fabrizio González Torres es un escritor mexicano, de esos a los que el gremio y las instituciones denominan emergentes. Nació el 23 de mayo, en la Ciudad de México. Ha publicado algunos relatos en las revistas Sapo (publicación chilena, experimental), El espejo humeante (revista de ciencia ficción latinoamericana), Senderos (revista de ciencia ficción) y una antología de cuentos, con el grupo independiente Fractales literarios, donde también fue editor. Ha publicado poesía en Literatinos y el Periódico Poético de Tecpan.

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¿T

us pies descalzos se alejan de los sueños?

Tardes sin recato, noches entre tus besos. Mientras la luna se eleva nos observa separados, deja detrás la noche y se aleja, en silencio con la madrugada a cuestas. ¿Tus pies descalzos, florecerán sobre otro anhelo? Tan fría la faz de la luna, como mordaz es el destino. Escarchada con gotas de rocío la blancura de tu piel se rebela a la conjura de las miradas, carcelera de la plateada sentencia que nos despierta de madrugada.

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Sobre el autor: Guille Cifuentes, nacido en el año 1979 en la ciudad de Guatemala, actualmente reside en el occidente del país en la ciudad de Quetzaltenango. Profesor y psicólogo, a los cuarenta años inicia a escribir poesía, cuento y relato, a través de sus textos busca exponer los matices de la expresión emocional de los personajes en la dinámica intra e interpersonal; ya con cuarenta y un años, Guille expone parte de su material en el blog personal y se ha convertido en un entusiasta colaborador de revistas digitales tales como: Revista Digital Cisne, Revista Literaria Pluma, Teresa Magazine, La Orden de los Escritores sin Editor, Revista Tabaquería, Gorrión ahorcado entre otros. El principal objetivo que tiene como escritor es promover la lectura y escritura literaria como una dinámica de autodescubrimiento.

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E

l yugo tirano del habitual paseo por la lejana niñez, añoranzas que construyo en la cotidianidad de estos días, arrullo los momentos en que fijé en el cielo cada deseo y prematuramente abandoné con siniestra sencillez. Nutro con argumentos de personal filosofía la algarabía de mis gritos en cada conquista, las lágrimas reservo para la cadenciosa monotonía, vuelvo otra vez a la despedida que es mi punto de partida. Magistrales enunciados que reverdecen la motivación, la esperanza perpleja se expande en el tiempo y alucino con observar la calle principal en primavera justo en la mañana en ausencia de desesperación. El desasosiego presente en mi mente y en el corazón atan lo que puedo lograr y lo que lograré, infancia que deseé entre equilibrio y añoranza, ofrezco a los días grises el merecido perdón Conquista de vida es cada día en que sonrío y aminoro lo lazos de la tristeza que sujetan el corazón, me levanto si hace falta, café en mano y mirada a la ventana el afán de los sueños no cumplidos por momentos es sombrío. La juventud cómplice del frenesí de la repetición de los anhelos y la prioridad de la cordura, sensatez y obediencia divaga de la infancia los simples recuerdos... en el firme silencio que cobran justa razón las palabras de los abuelos. Pretendo a escondidas los anhelos y los sueños de la infancia, ya no puedo regresar en el tiempo más que en la mente y muy lento en el control de la personalidad que no se rinde, que ahora escucha y a la consciencia da importancia. Decisiones y acciones contrarias son experiencias que fortalecen cada entrega, las seducciones en cada travesía son insanas y atrevidas, son advertencias de la letanía que con cada error no desearía. Al límite de esta nueva etapa sin paciencia lo bueno me acompaña y lo que no lo fue, es una falla, los supuestos, apetencias e intenciones son opciones que la desesperanza no haga obsoleta la consciencia. Abrazo en medio del sollozo y del desvelo la vertiente hecha lágrimas de las aspiraciones de mis primeros días

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que ahora es causa de ficción, de sufrimiento y negación. Y ante mi lejana niñez espero se encuentre aún lejos mi final.

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Sobre el autor: Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Enfoca su obra poética (rima o prosa) en indagar en los recovecos de lo mundano desde el punto de vista pesimista. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: “El noveno arcano”, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019). “Lo que pasó en el sótano” (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019). “El puente del recuerdo” (Revista franco americana “Resonancias”, 2020), “La carta de Jacques Virgil” (“Más literatura”, sección cultural de Tecnologíaindustrial .net, Ciudad de México, 2020), “Retorno” (Revista Literaria Nudo Gordiano, Toluca, Edo. De México, 2020), “El cometa verde” (Revista de ciencia ficción y fantasía “Teoría Omicrón”, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología “Los múltiples rostros de la muerte” (Editorial Aeternum, Perú, 2020) Entre otras.

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E

l secreto del hombre inicia en su prematura visiĂłn luminosa. Se propaga a lo largo de su existir y se devuelve en su semilla. A lo largo de su camino, el hombre, adquiere las llamas del conocimiento de la vida y la sabidurĂ­a. Estas llamas se fusionan y forman solo una; la punta superior de la estrella pentĂĄculo que, a su vez, envejece con el hombre. Es la vela el objeto inerte que mĂĄs se asemeja al hombre y es el tiempo quien se encarga de disolverlos. Es entonces cuando el anciano siente la llama por los suelos, pero su calor se propaga por los cielos del norte. Y ese calor permanece, de una u otra manera, en el espacio, en las vidas, en sus acciones y en su arte.

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Sobre el autor: J.R Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Teresa Magazine, La Gualdra, entre otras.

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E

l troll frente a mí está de rodillas, tengo el filo de mi espada a un lado de su cuello verde y escamoso. Levanta su mirada, para verme a los ojos antes de que todo termine. Ser un príncipe no es cosa sencilla. De los cuatro hasta los quince años, estudié gramática, dialéctica, retórica, aritmética, música, geometría y astronomía. De los quince a los dieciocho: esgrima, equitación, política, danza, combate cuerpo a cuerpo y natación. A los dieciocho, mi padre me envió a recorrer los once reinos. Debía pasar tres meses en cada uno, aprender sus costumbres, su forma de vivir, según él, esto me ayudaría a convertirme en un monarca más completo. Yo no soñaba con ser rey. Si quería serlo, algún día, pero no tenía prisa porque eso pasara. Mi único objetivo era aprobar esta última prueba que mi padre asignaba, así tendría tiempo para mí. Aprendí mucho durante mis viajes. No había tenido problema alguno los primeros treinta meses, hasta que llegué al reino de los trolls. Lo de su olor era un mito. De hecho, eran bastante limpios en cuanto a su higiene personal, aunque sus modales en la mesa dejaban mucho que desear. El primer día imité su costumbre de comer el pollo con las manos. —Humano, ¿seguro que no quieres usar uno de tus cubiertos? —uno de ellos, de cabello rojo me mostró un tenedor. —No, estoy bien. —¿Estás seguro? No desearía que te mancharas tus delicadas manitas. Ese día aprendí que los trolls siempre tienen algo que criticar a los otros reinos. Las sirenas tienen mucha belleza, pero poco seso. Los magos viven metidos entre libros, se les va la vida en letras, no aman, no ríen. Los elfos creen que son perfectos, basta con ver sus orejas para darse cuenta del tamaño de su soberbia. Los Olmeyen —raza de muertos vivientes—, por mucho el pueblo más numeroso —nacen cuando muere algún ser de los otros reinos— son haraganes y nihilistas. Y los enanos, bueno, son enanos. Comentarios parecidos, críticas y burlas hay para el resto de los reinos. Estaba harto de convivir con ellos, así que solo me dediqué a estudiarlos. Descubrí que se rigen mediante un imperio, a quien llaman KAFA es el líder y su sucesor no es su hijo, sino quien logra vencerle en combate singular, cada año está obligado a aceptar tres desafíos. Tres días antes de mi partida vi al troll de cabello rojo perder ante el rey. Salió del trono entre abucheos y críticas. Lo vi apartarse de todos e ir al estanque. Lo seguí. Estuvo llorando. Descubrí que llevan una vida muy solitaria. Las hembras viven en una ciudad aparte y solo hay una por cada veinte machos. Ganar combates es lo que los hace ser atractivos para ellas. Me pareció muy triste. Por eso le pedí que viniera conmigo. Levanté mi espada y le tendí la mano para que se pusiera en pie. —Levántate Sir Onur, KAFA de mi guardia real.

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Flor de la adversidad FotografĂ­a por Alfonso Koyoc Pedroza

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Sobre el autor:

Ronnie Camacho Barrón, (Matamoros, Tamaulipas, México, 17 de marzo de 1994) escritor y titulado en la carrera de Comercio Internacional y Aduanas, ha publicado dos novelas: Las Crónicas Del Quinto Sol 1: El Campeón De Xólotl (Amazon) y, Carlos Navarro y El Aprendiz Del Diablo (Pathbooks), ha participado en cuatro antologías, tituladas como Taller Alquimia De Palabras: Antología De Cuentos y Relatos (Amazon) y Cuentos Cortos Para Noches Largas (Editorial Kaus), Zona de cuentos (Editorial Kaus) y Horas de Extravió (Editorial Awen). También muchos de sus cuentos han sido publicados en diversas revistas y blogs nacionales e internacionales, siendo las más importantes: La Gualdra, Revista Katabasis, Perro Negro De la Calle, Editorial Elementum, Revista Literaria Pluma, Revista Awen, Revista Clan Kutral, Teoría Ómicron.

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—¡N

os encontró, ¿Qué hacemos? ¡Ya no hay a donde ir! —grita Raúl, mi mejor amigo, sin apartar la vista de la siniestra creatura que por tanto tiempo nos ha estado siguiendo. —Tenemos que pelear, no hay de otra —comienzo a buscar cualquier cosa con la que pueda defenderme. —¡No vamos a poder ganarle! —¡Eso no importa! Ya me cansé de huir, esta noche terminaremos con todo —agarro un palo y mientras me preparo para lo peor, repaso en mi cabeza cómo fue que llegamos a este punto. Todo comenzó hace un par de meses, desde que tengo memoria mi amigo Raúl y yo crecimos temiendo a doña Teresa, una anciana que vivía en nuestro barrio, en una inmensa casa y sin ninguna otra compañía, más que un enorme y negro perro faldero que cada noche sacaba a pasear. Realmente, nunca ninguno de nuestros vecinos se tomó el tiempo para conocerla, pero todos alguna vez llegamos a escuchar los rumores que pendían sobre ella, rumores que contaban la historia de una mujer pobre que, ansiosa de riquezas, hizo un pacto con el diablo y a cambio de cumplir con sus más banales deseos, no dudó en sacrificar las almas de su propio esposo e hijos. Por mucho tiempo Raúl y yo discutimos la veracidad de esas historias y tras unas cuantas cervezas, encontramos el valor suficiente para ir a comprobarlas. Como pudimos, nos brincamos la barda que servía de frontera entre su casa y la calle, tuvimos cuidado de no encontrarnos con el perro y con una palanca, destruimos la cerradura de la puerta delantera y nos adentramos en su hogar. Aún sin saber si la historia del pacto con el diablo era cierta, una cosa era verdadera, aquella mujer tenía dinero y para probarlo estaban las múltiples fotografías que reflejaban sus viajes por el mundo, las decenas de muebles antiguos y bien cuidados, y los cubiertos de plata pura que guardaba en la despesa. Cuando comenzamos a pensar que todo aquello no se trataba de nada más que de simples chismes, el sonido de un golpe seco llamó nuestra atención. Pronto más golpeteos le siguieron y guiados por la curiosidad, los seguimos hasta hallar la fuente en el sótano de aquella casona. Rodeada por un círculo de velas rojas y los cadáveres de gallos negros decapitados, se encontraba Doña Teresa, armada con un cuchillo y un aparente transe del que salió tras un grito ahogado de Raúl. Comenzó a confrontarnos, exigiendo saber ¿qué hacíamos ahí y cuánto habíamos visto?, pero antes de que siquiera pudiéramos responder se abalanzó sobre nosotros y trató de asesinarnos con su cuchillo. Logró herir a Raúl en el hombro y tras un violento forcejeo, le arrebaté el puñal, y sin darle la oportunidad de volver a defenderse, le clavé el arma justo en el corazón. A la par de que un chillido de dolor salía de ella, un potente aullido proveniente del piso de arriba hizo temblar la casa y no cesó, hasta que la mujer que por años había sido la causa de nuestros miedos, murió frente a mí. Aún con las manos llenas de su espesa sangre y sin comprender nada de lo había pasado, levanté a mi amigo y juntos salimos huyendo de la casa. No fue hasta que me detuve para ayudarlo a saltar la barda, que me percaté de su presencia, aquel perro negro que servía de compañero de la ahora occisa anciana, nos observaba desde la entrada de su casa.

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Lo había visto miles de veces antes, siempre fue un perro calmo, pero ahora lucía distinto, pues no dejaba de mostrarnos sus afilados colmillos a la par que gruñía feroz y nos dedicaba, una pesada mirada que denotaba una sobrenatural inteligencia y que no parecía albergar nada más que un profundo odio. Sin hacerle mucho caso continuamos la huida y aunque Raúl insistió con correr a buscar un hospital para atender su herida, yo se lo impedí, pues si alguien llegaba a ver la sangre que ensuciaba mis manos, pronto sabrían lo que habíamos hecho. Tras darle unos rudimentarios primeros auxilios, tomamos todo lo que pudimos y esa misma noche nos fuimos de la ciudad. Condujimos hasta bien entrada la madrugada y mientras recorríamos la carretera que nos llevaría a la ciudad vecina, el inmenso perro apareció en medio del camino, la sorpresa de verlo de nuevo hizo que perdiera el control del volante y termináramos saliéndonos de la carretera. Por muy poco fue que logramos salir vivos, pero nuestra suerte no duró tanto, ya que nos esperaba aquel extraño animal que, desde el otro lado de la carretera, amenazantemente, se acercaba a nosotros y mientras buscaba algún objeto con el cual pudiera alejarlo, el perro hizo algo que jamás creí que vería, habló. «Mataste a mi bruja, y como su familiar, es mi deber vengarla», pronunció con una voz cavernosa antes de saltar sobre mí. Pero antes de que siquiera pudiera ponerme una pata encima, los primeros rayos del sol aparecieron en el horizonte y tras tener contacto con su pelaje, este comenzó a quemarse. Al ver que no lograría su cometido la creatura retrocedió, no sin antes advertirnos, que no descansaría hasta matarnos. Hemos huido desde entonces, cuidando cada uno de nuestros pasos, pero estamos tan cansados que, sin darnos cuenta, cometimos un error y sin más alternativa, terminamos escondidos en una pequeña ermita en medio de la nada. Aquella siniestra cosa nos ha seguido hasta aquí y desde la sombra de un árbol, atenta, espera que llegue la noche para por fin venir por nosotros. Faltan pocos segundos para que anochezca y sin importar lo que suceda, tengo el único consuelo, de que al final de esto, ya no tendré que correr.

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Sobre la autora:

Alefilos es una mujer que nació en la ciudad de Lagos de Moreno Jalisco en 1981, que gusta de la apreciación de cualquier manifestación artística, comenzó a escribir a corta edad, sin embargo, solo ha escrito en grupos cerrados. Recientemente tomó un curso en línea de escritura de poesía para mejorar la técnica en el Centro de Experimentación Literaria de Mérida Yucatán, así como un taller igualmente en línea en el CONECULTA de Chiapas impartido por el escritor y poeta Balam Rodrigo. Se encuentra muy interesada en buscar espacios donde poder plasmar sus escritos y con ello mejorar en este arte de la escritura.

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L

legas perjurio infame usurpando un sentimiento motu propio prorrateando ilusiones allanando mis adentros y más íntimos aposentos, con todos los agravantes en tus tantas omisiones. Busco pro se mis dulces desvíos para adjudicarme un poco de voluntad y no ceder a tus ineludibles encantos que necesito emancipar de esa tu potestad. El daño colateral está hecho, pues has atentado con negligencia dejando un afecto maltrecho prescritas tus palabras necias. Pareciera que este amor es un canon de facto cómplice de dulces y amargas madrugadas, medianera de cadena perpetua sin llegar a un pacto conmutando tantos daños y fantasías arraigadas. Comparezco ante ti con causa justa en un conato de rebeldía atenuante para impugnar esta afección que a morir se rehúsa en un fallo inapelable para siempre amarte. Pero si al amparo no procedo no ha lugar amnistía alguna el principio in dubio pro reo te concedo y que en una sentencia perentoria resurja.

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Sobre el autor:

Luis G. Torres Bustillos. Nació en la CDMX en 1961. Ahora vive en Cuernavaca, Morelos. Hace algunos años participó en el taller de cuento dirigido por Hernán Lara Zavala, dependiente del Instituto Estatal de Bellas Artes Morelos. Actualmente participa en el taller de Literatura dirigido por Frida Varinia, de la UAEM, Cuernavaca, Morelos. Ha tomado cursos de guión cinematográfico con Michael Rowe, de la Escuela Itinerante de Cine, CDMX y de Guiones y Formatos de la SOGEM con Pablo Zuack. Recientemente publicó el cuento Juan Aldama 119 en la revista electrónica ZOMPANTLE. Está preparando un libro de cuentos y narraciones.

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Para Vladimir

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uando éramos pequeños, esto es, en la época en que cursábamos la primaria, nos llevaron a todos los primos más de una vez a Amecameca. Recuerdo que la hacienda que visitábamos era de la familia de la Maestra Encarnación, entonces compañera de trabajo y muy amiga de mi abuela Marielena. Ellas trabajaron por muchos años en la Escuela Primaria República del Brasil hasta que se retiraron, pero fueron amigas hasta el último día de la vida de mi abuela. Amecameca está en Estado de México, al oriente de la ciudad y tiene un clima frío y húmedo, alcanzando temperatura hasta -8 grados centígrados. Yo recuerdo que en las ocasiones que fuimos, hacía mucho frío y mucha humedad siempre. Lo más bonito de estar en Amecameca, era ver tan de cerca el Popocatèpetl y el Iztaccihuatl, siempre nevados y majestuosos. Antes de comer en la vieja hacienda, dábamos un paseo por el pueblo. Era muy tranquilo y pintoresco. Lo más relevante del centro es la Parroquia de la Asunción, del siglo XVII. Ahora sé que se construyó en el estilo Manierista, que se considera la última etapa del Barroco en México. La fachada es muy hermosa, es una combinación de cantera blanca y las calles centrales y laterales están pintadas con formas geométricas, son muchos cuadritos con moños geométricos en rojo para la parte baja de la torre. La combinación de todos ellos forma una red intrincada. En la parte central se combinan esos mismos moños geométricos en rojo y negro, que hace un contraste esplendido. Esas comidas familiares eran con la abuela, mis papás, los tíos y los primos. Todos nos sentábamos en un porche de la hacienda que tenía una magnífica vista al bosque. Las mesas eran largas y nos sentábamos en equipales de palo y cuero natural. La comida siempre era abundante y surtida. Por lo general estaba compuesta por barbacoa, antojitos y quesadillas. No faltaban la crema y quesos de la región, deliciosos. Recuerdo con mucha claridad una vez que fuimos a Amecameca, coincidiendo con la celebración del miércoles de ceniza. Este día marca el fin de la cuaresma y se celebra a lo grande. La costumbre es subir el Sacromonte. Este camino está empedrado y a los flancos hay unas bardas blancas de un metro de altura más o menos, rematadas con un filo rojo vivo. Cada cierta distancia hay una pequeña capilla blanca con ribetes rojos y al frente hay una cruz rodeada de piezas de cerámica azules. Después supe que esas catorce estaciones representan la senda que siguió Jesucristo hacia el calvario. Así se hace todo el recorrido, sobre la pedrería. Al llegar a la cima hay una terraza muy grande, que tiene una vista maravillosa de Amecameca y los volcanes. También está la iglesia del Señor del Sacromonte. Al entrar, se observa una gran vitrina y en su interior, la caja que contiene al Señor del Sacromonte, una escultura de caña que representa a cristo. Según cuentan, la figura tiene un origen muy antiguo, aunque se discute si viene de España, de un estado del centro de la república o si bien se elaboró aquí, lo fantástico de esa figura es que mide más de un metro sesenta centímetros y se dice que no pesa más de dos kilogramos por el material del que está hecha. También por esa causa, con el tiempo se ha ido ennegreciendo. Según la costumbre, cada miércoles de ceniza a las siete de la noche, se baja al Señor del Sacromonte a la Parroquia donde está toda la cuaresma y la semana santa. Al finalizar esta, hay otra procesión para subir al Señor de regreso a su sitio. Muchos peregrinos suben y bajan la cuesta empedrada de rodillas, por lo que se las deshacen, cumpliendo mandas.

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Esa vez que hicimos el camino hasta la parte más alta, donde se encuentra la Iglesia del Señor del Sacromonte, un trabajador de la Maestra Encarnación nos acompañó. Se llamaba Evaristo y debió tener unos dieciséis años, algo mayor que nosotros. Era serio y usaba sombrero y huaraches. Ahí íbamos mis primos y yo tratando de alcanzar su paso. Nosotros como niños de ciudad no teníamos buena condición. Mi primo Daniel y yo, los más chicos, no pudimos seguir al grupo, así que Evaristo les hizo una señal de que continuaran y nos esperó a que descansáramos en una de las banquitas al lado del camino. Daniel y yo ya no queríamos continuar caminando. Él se reía abiertamente de nosotros con cierta pena. Entonces, mientras nos reponíamos, nos contó de la procesión. Empezó diciéndonos lo milagroso que era el Señor del Sacromonte y su larga historia. Parece que el cristo es muy ligero, pero la caja en la que lo transportan está hecha de madera gruesa y vidrio de cierto grosor. Aun así, lo sorprendente es que pesa muchísimo y se necesitan dieciséis hombres vigorosos para cargarla. En el camino se deben ir haciendo paradas para cambiar a algunos de los hombres que cargan, pues terminan sudados y cansados por el corto trayecto que les toca cargar. Eso es realmente raro, ¿no? Nos contó también que en la cima del monte existía el adoratorio que llamaban Chalchiuhmoztoc, porque allí era venerada y reverenciada el agua. La deidad se conoció en muchas zonas como Tlàloc y aún se le relaciona con la lluvia, tan necesaria para los campesinos, pues de ella depende el éxito de las cosechas. A la llegada de los dominicos, en el mismo sitio donde antes se adoraba a Tlàloc se construyó la Iglesia del Señor del Sacromonte y la gente siguió peregrinando ahí año con año. Empezamos a caminar de nuevo entre la gente, que era mucha, para llegar a la cima. Ahí nos encontramos con la iglesia y la terraza con esa gran vista. Evaristo nos señaló desde ese punto muchos lugares que conocía de Amecameca. Nosotros nos esforzábamos por distinguirlos a la distancia sin lograrlo, pero disfrutábamos mucho de la vista. No encontramos pista de los mayores ni de mi hermano y mis primos y nos preocupó un poco, pero Evaristo dijo que estaba bien, que seguro habían empezado a bajar. Cuando nosotros le pedimos que hiciéramos lo mismo, nos convenció de ver algo especial, cerca de allí. Entonces nos miramos Daniel y yo, y ávidos de aventuras dijimos que sí. Empezamos a caminar ya no por un camino empedrado sino por una angosta vereda, se sentía más frío y la humedad de las plantas y árboles mojaba nuestras ropas al paso. Evaristo no menguaba el paso y nosotros sentíamos que lo perdíamos. Entonces él se detenía y nos pedía no quedarnos atrás. Así caminamos por un gran rato, sin saber cuánto tiempo pasaba, pues en ese entonces no teníamos relojes y tampoco Evaristo. Así llegamos a la entrada de la famosa cueva, en donde fue encontrada una caja con el Cristo de Sacromonte, siglos atrás. Y al interior de esa misma cueva, se supone que estaba el nacimiento de agua. Nosotros nos emocionamos de estar frente a dicha cueva, pero por ningún motivo hubiéramos entrado a esa cavidad oscura y lóbrega. Evaristo para no variar, se reía de nuestro miedo. Entonces sin decir palabra, se adentró en la cueva. Nosotros le llamamos, pero no se detuvo. Entonces nos atrevimos a caminar un poco hacia adentro. El espacio iluminado por la luz exterior es muy pequeño y hasta ahí llegamos. Se sentía mucha humedad al interior. Gritábamos su nombre, pero parecía que ya estaba demasiado lejos. Todo nos imaginábamos en esos momentos: que había caído por allí, lastimándose o que hubiera alguien al interior que le hubiera atrapado y tapado la boca con la mano… ¡Que tensión! Daniel y yo nos preguntábamos si sería mejor regresar a la hacienda a pedir ayuda, o esperar más.

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Yo ya imaginaba que el propio fray Martín de Valencia, quien se retiraba a rezar a hacer penitencia en esa cueva, saldría a perseguirnos, por haber osado entrar en ella. Creímos oír ruidos al interior, ruidos de gente que camina o el chisporroteo de antorchas… Quizá la misma Chalchiuhmoztoc saldría enojada por haber sido molestada. Daniel y yo nos abrazamos. Estábamos muy asustados. En eso sale caminando muy campante Evaristo, que seguro había hecho tiempo para hacernos sufrir ahí, con una gran sonrisa en la cara y preguntándonos por qué no lo seguimos. Nos dio mucha muina, pero lo importante era regresar ya, no sabíamos cuánto tiempo habíamos permanecido allí y el camino a la hacienda era aún largo. Entonces Evaristo accedió y emprendimos el camino a la iglesia primero, y de ahí al camino del Calvario para llegar al centro de Amecameca. Cuando llegamos, vimos a varios de los adultos con cara de preocupados dando vueltas. Ya habían pasado horas desde que ellos bajaron y sabían que estábamos con Evaristo, pero definitivamente estaban preocupados por nuestra ausencia. Daniel y yo nos acercamos emocionados para decirles que habíamos conocido la cueva donde nace el agua y donde encontraron al Cristo, pero no nos dieron ni tiempo de contarlo, nos llevaron de la mano rápidamente entre palabras de preocupación y regaños. Dani y yo nos mirábamos extrañados, pero cuando vimos que los papás estaban tan serios, decidimos ni chistar y seguirlos. Creo que a Evaristo lo regañó la Maestra Encarnación. Nos dieron de comer a los tres, pues todo mundo ya había acabado y estaban por ahí haciendo la digestión. Comimos en silencio, ya sin intentar contar nada, pero la emoción de hacer lo que hicimos por nuestra propia cuenta no nos la quitó nadie. No sé si fue la última vez que fuimos a esa hacienda, pero seguro es la que recordaremos siempre mi querido primo Daniel y yo. Yo nunca tuve hijos, lo cual me pesa, pero Daniel tiene ahora un hijo de once años que me lo recuerda mucho… a esa edad. Ahora ya casi nadie hace paseos así los fines de semana, al campo, a los pueblos aledaños. Cómo han cambiado los tiempos… ¿no?

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Sobre la autora: Rocío Salas Arreola. No influencer, Sí paisajista sonoro; Humanista en antropología, fue Productora General en Radio UdeG en Lagos, Reportera en Comunicación Social del Gobierno de Lagos del 2013-2018, Mención honorifica en la Bienal de Radio del 2012, trata de especializarse en el estudio de la sociedad por medio del cine. Cofundadora y Directora Editorial del medio de comunicación artístico y cultural alteño, Lagos Post.

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«Estamos haciendo un cine verbal en presente», nos explicaba Greenaway, mientras atónitos esperábamos a ese hombre de casi setenta años, en la alhóndiga de Granaditas, hacer algo vanguardista, ya de por sí había causado revuelo en ese 2009 con sus declaraciones de «El cine ha muerto, larga vida al cine», que desataron toda una serie de comentarios, unos a favor otros en contra como el gran provocador que es, ahora estábamos a nada de verlo en su faceta de DJ con : «Tulse Luper VJ Performance Guanajuato». A diez años de distancia de ese espectáculo que nos causó toda una serie de emociones, ver dirigiendo y montando su película, todo un DJ cinematográfico, ahora me cuestiono si lo que decía y sigue asegurando Greenaway ya sucedió: salas de cine colapsadas, plataformas de streaming con una cantidad enorme de producciones, ya sea que pagues o sean gratuitas, pero sobre todo la manera en la que también se filma; el comunicarnos, en este confinamiento podemos ver a seis personas al mismo tiempo, eso me recuerda las pantallas montadas para que el cineasta pudiera editar, manejar y armar su historia a su antojo… «La imagen no tiene por qué estar estática en una pared» Peter Greenaway es adelantado a su tiempo, es el vanguardista que vaticinó que la caverna de proyección para ver cine tendría que ser quitada, es obsoleta, no tiene ya por qué existir, es solo un recuerdo de tiempos que para muchos fueron mejores, pero hasta él sabe que la tecnología y los nuevos tiempos obligan a directores, productores y sobre todo espectadores a mirar el cine (que dicho sea de paso ni siquiera en su significado ya es cine) ahora bajo la lupa del dispositivo. Le fascina la revolución digital. Es uno de los más originales directores de las últimas décadas del siglo XX y parte del XXI, ha realizado sendos trabajos sobre pinturas, con elementos como, pantallas múltiples, puntos de vista diversos, una noción cinemática diversa, el resultado, tratar de construir un dialogo entre el contenido que se proyecta y el efecto que esto provoca en la pantalla. Para Greenaway la pintura lleva más tiempo en el occidente a comparación del cine: «La pintura nos ha dado tanto y lo seguirá haciendo por siempre. Es una forma clásica de arte que se contagia». Pero ¿qué sucede con el cine? Bazin a mediados de los treinta del siglo XX mencionaba que el cine es una combinación de literatura, teatro y si tienes suerte algo de pintura. Para Greenaway no le parece que el cine merezca ser conocido como el séptimo arte. «El cine no es autónomo y lo saben bien quienes lo hacen es por eso que el cine siempre recurre a las librerías y me parece una tragedia».

El cine rupestre en una caverna «Me gusta hacer referencia a la pintura como un ejemplo de perfección, una metáfora de la visión y de la observación; es mi reconocimiento de dos mil años de pintura europea, de la cual el cine es el más reciente heredero; un reconocimiento de que la pintura y, espero, el cine son vehículos del razonamiento y la especulación y, finalmente la expresión de puro placer ante tales objetos, tales «íconos» comenta. El cine es una referencia pictórica, que se limita a copiar semejanzas superficiales, en una especie de «localice la referencia». ¿Cuántos de nosotros no hemos visto videos en redes sociales que hacen eso, ponen el fragmento de una película con la pintura? Para Greenaway es perezoso, igual lo menciona Godard.

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El 5% de las salas tan solo hace cinco años, la ocupaban los «cinéfilos» entonces, ¿dónde está el otro 95% de la población? ¿En qué medio está viendo y consumiendo cine? En sus móviles, en dvd, en tv, ¿haciendo qué? Dando de comer al gato, cocinando…todas estas interrogantes, respuestas y estadísticas nos mencionan y dan como resultado que el cine está muerto. Dentro de unos años, las nuevas generaciones nos preguntarán ¿qué era el cine? Lo mismo sucedió con el cine silente, ahora solo se recopila en archivos históricos y su misión para muchos estudiosos y academia es conservarlo. Así sucederá con este cine occidental y de cualquier latitud.

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Sobre el autor: Nacido en 1972 en Lima, Perú. Sus escritos han sido publicados en Colombia, Chile, Ecuador, México, Argentina, España y Perú en antologías, revistas y blogs. Entre sus logros literarios figuran los siguientes: Mención honrosa en los Juegos florales de la Pontificia Universidad Católica del Perú por “Los perros anónimos”, Lima, Perú (Categoría Cuento) (1994). Tercer lugar en el XIV Concurso literario bonaventuriano de poesía y cuento corto 2018, convocado por la Universidad de San Buenaventura Cali, Colombia por “Ausencia y otros cuentos” (Categoría Cuento) (2018). Finalista en el XVI Concurso literario Gonzalo Rojas Pizarro, organizado por el Club de amigos de la biblioteca municipal de Lebu y patrocinado por el Gobierno regional de la región del Biobío, Chile por “La otra Antígona” (Categoría Cuento) (2019). Mención honrosa en la VIII Bienal de poesía infantil Icpna 2019, Lima, Perú por el poemario “Visitando a la abuela Estela” (Poesía) (2019). Finalista en el VII Premio internacional de poesía Jovellanos; el mejor poema del mundo, España; por el poema Otoño, (Poesía) (2020). Ha publicado los libros: Trazos primarios (Relatos) Instituto Económico de Cultura, Lima, Perú (2001) y Pasajeros de lo efímero (Microrrelatos) Editorial Saxo-YoPublico, Lima, Perú (2019).

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orfirio se sorprendió muchísimo cuando descubrió que su novia hablaba dormida. No es que solo dijera palabras inentendibles o balbuceos, sino que —según contaba él— ella abría los ojos y le hablaba moviendo las manos y diciendo cosas sin sentido, como si fueran las palabras de una niña acostumbrada a decir mentiras. Muchas de estas conversaciones o monólogos se habían dado mientras Porfirio dormía, pero algunas cuantas se dieron mientras él estaba despierto durante alguna de sus acostumbradas madrugadas de insomnio. Conocedor de la extraña habilidad o desgracia de su novia, depende como se mire, optaba por seguirle la corriente, es decir, seguir con la conversación hasta que ella cerrara los ojos y se volviera a dormir. Porfirio tenía la certeza que su novia se había vuelto a dormir cuando ella se daba vuelta en la cama y le daba la espalda. Había oído que no era bueno despertar a un sonámbulo, por lo que, bajo ese supuesto, nunca intentó despertarla cuando estuvo en dichos trances. Esperaba a la mañana siguiente para comentarle lo que había ocurrido. Ella, a veces aterrorizada o asombrada, no creía que fuera verdad lo que su novio le contaba; más aún, ella afirmaba no recordar nada de lo ocurrido. Porfirio sentía predilección por algunos recuerdos, como aquel en el cual ella cantó bien afinada una ranchera o aquella vez donde parecía que tres voces salían de su interior para dialogar entre ellas. La que más miedo le causó fue aquella donde hablaba una lengua extraña y usaba un tono amenazante. Esta noche Porfirio descubrirá algo más aterrador: que el cadáver de su novia puede hablar.

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Sobre el autor: Nació en Lima en 1987. Estudió en la universidad nacional Federico Villarreal donde se especializó en Lengua y Literatura. Ha publicado relatos en El Dominical de El Comercio, El buen librero, Operación marte de México. Guerra perpetua forma parte de su libro Hijo de la guerra (Hipocampo editores 2020)

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Maison de Santé/ Lima, 3 de diciembre, 1984

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s de noche y como todas las noches desde entonces yo reclamo tus ojos para no estar sola. «César Vallejo, César Vallejo», qué fácil suena decirlo ¿verdad?, qué fáciles resultan los nombres cuando solo son eso, palabras, sonidos vacíos que no pesan y que terminan siendo, a pesar de su grandeza, lugares comunes, simples referencias que nada tienen que ver con la vida. Ha sido un verdadero alivio, después de la caída, no perder la conciencia y todavía más, la voluntad de las hermanas de acogerme en esta casa, así como su delicadeza para procurarme papel y lápiz con que he podido escribir durante estas horas —con la licencia de la fiebre— esta carta que no está dirigida a nadie. ¿Que cómo han sido para mí estos años? Pues, regulares, he sabido defender lo importante, aquilatar los hechos, tomar distancia, convertirme lentamente en muralla impenetrable que hoy pocos se atreven a escalar y que ofrece, al impertinente que divisa su cúspide, migajas de un pan que he aprendido a devorar sola. Qué más puedo decirles, esta soy yo, la mujer de César Vallejo, ciudadana francesa con cédula vigente, lectora incontestable de Flaubert y revistas de folletín, una mujer que ha tenido que escribir miles de cartas, sellar papeles, autorizar ediciones y estudios, ayudar a morosos investigadores a completar un dato, llenar vacíos sobre alguien a quien servía el desayuno, alguien a quien remendaba las medias y cocía los botones, alguien, en fin, a quien he refutado cosas, la única persona con la que he llorado de dicha al hacer el amor, el único al que he insultado con verdadera furia. Y soy también y, a fin de cuentas, la mujer que lo engañó. Todo empezó como lo hacen las cosas sin importancia, la inercia de una discusión doméstica que se prolongó y que se mantuvo inalterable y sin punto de conciliación, por el silencio mutuo, que en aquel momento nos hizo tanto daño. Eran los tiempos de la Guerra. Yo quería salir de Europa, ver el mundo, darle vuelta a nuestra monótona existencia, entre sus papeles amados (nunca comprenderemos a los poetas, sus alas están sujetas al cuerpo con el fino hilo con que se tejen las pesadillas y los sueños) y mis notas de traducción que nunca prosperaron. César escribía un libro. «Un libro —me dijo— en el que puedan apoyarse los que vienen, un libro que ayude a escribir incluso en la desesperación». Me había comentado su plan, su forma y yo me había dedicado como de costumbre a los apuntes, consultado en la biblioteca pública de París, pedido fotografías desde Lima a una amiga que se empleaba en el Correo Postal, y habíamos discutido, aunque de manera inútil, el título. — ¿Por qué un libro sobre Lima?, —le había dicho yo—, una noche, ya acostados. ¿Por qué no hablar, por ejemplo, de la guerra? César Vallejo debió buscar mi rostro en la oscuridad y hacer un gesto con sus manos. Lo sentí toser. Después de un momento me dijo: «Porque Lima es un lugar imposible para la poesía. Un lugar donde hay que vencer para poder seguir. Y esto es justamente lo que vamos a hacer». Las cartas en esos días no paraban de llegar con noticias de la Guerra, y yo pensaba que otro gallo cantaría si hubiesen venido con alguna libra o con los derechos negados de una conferencia que César dio en San Petersburgo y que un editor sin escrúpulos convirtió en libro comunitario. En nuestro hotel del barrio latino, fuera del alcance de las ametralladoras que los cables de noticias describían con horror, yo estaba peleando mi propia guerra, y estaba sola. Por esos días, yo deseaba con todas mis fuerzas tener un hijo. Íbamos por el bulevar Saint Michael, entrábamos en los cafés: La Opera, De la Paix, La Cochera, comprábamos queso para los tallarines, abríamos y cerrábamos cartas sin novedades. La vida seguía su rumbo y este deseo que me tomó por

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asalto estaba allí, creciendo, alimentándose de todas mis fuerzas. Y no iba a ceder. El verano llegó y yo lo veía trabajar día y noche en este libro, darse apenas descanso para algunas notas de prensa que nos permitían sobrellevar el mal tiempo. Poco antes de que esta discusión nos sumiera en el silencio, una tarde en que la luz de la calle hacía vibrar tenuemente la figura de las palomas en los vidrios, hicimos el amor, y hablamos durante mucho tiempo del Perú, de Lima y sus calles y su ruido y su alienación brillante. Me parece verlo ahora mismo, ir hasta la mesa de centro, tomar unas hojas sueltas donde la tinta brillaba aún y leer el más hermoso de sus poemas. El más hermoso que yo había escuchado jamás. Un poema sobre una ciudad. Una ciudad de avisos luminosos, vibrante, una ciudad de gente desesperada y tierna, una ciudad de mil rostros, una ciudad del futuro. Solo entonces comprendí: al otro lado del océano, César había enterrado sus manos en la nueva urbe limeña —esa ciudad que tanto daño le había hecho — y en la que, en un acto de amor, él había fecundado. Cuando terminó de leer, tenía la voz conmovida y yo lo veía como una adolescente eufórica, capaz de comprenderlo todo, incapaz de comprenderme a mí. —Voy a tener un hijo, César— le grité. Cueste lo que cueste. Los días que vinieron apenas los recuerdo. La ventana del cuarto abierta, el café hirviendo en la cocina, las cartas sin novedad. La guerra era atroz y cada uno la sufría a su manera. César siguió trabajando en el libro que por momentos parecía ir a toda máquina, como gustaba decirle, aunque había tiempos de total incertidumbre. A veces, se levantaba de la silla, parecía no encontrar caminos, detenerse frente al abismo de un adjetivo (los consideraba ociosos), pero era yo la que había encontrado con toda seguridad un rumbo. Ese libro iba a ser mío. Mío y de nadie más, e iba a quererlo y entregarme a él como lo hubiera hecho con el hijo que no tuve. Fui paciente, esperé mi momento y una noche, mientras César dormía, lo copié, página por página, entre cables de guerra, soportando con dulzura toda la violencia que ese tiempo nos entregó a cambio de nuestros mejores años. Entonces lo engañé. Esa mañana las palomas no estaban en la ventana. Me acerqué y empecé a recriminarlo, como nunca había hecho. Él intentó abrazarme. Me solté, fui hasta la mesa, tomé las cuartillas y las arrojé sobre la estufa. Nos quedamos mirando en silencio cómo ardían. ¿Qué si me siento culpable, qué si tengo remordimientos? Me parece que no. A estas alturas ya todo está saldado. Recuerdo que entonces estalló lo de España y el incidente, junto al libro, quedó olvidado. O eso creí. Cuando César enfermó, juré ocuparme de todo, con tesón, como lo he hecho siempre, hasta ahora. Incluso, había decidido entregar el libro, nuestro hijo de la guerra a los editores. Pero todo cambió la última vez que lo vi en la clínica. Entré en el cuarto y con solo mirarlo supe que él lo sabía todo. —Voy a encargarme de los poemas de España, dije —, de todos tus papeles sueltos. César Vallejo me miró a los ojos y yo sentí que las piernas se me licuaban. —Le falta algo, me dijo, con un hilo de voz— No está completo. —A quién, le dije yo, aguantando la respiración. —A nuestro hijo, Georgette, no tiene nombre. Entonces me lo dijo. Yo me apreté a su mano y me quedé mirando esos vidrios de ventanas amplias, que el invierno, con sus charcos había comenzado a estragar, y de donde habían emigrado una vez y para siempre las palomas. Es de noche y allá afuera han cesado todos los ruidos. Y tus ojos, tus ojos arden, arden ahora con más intensidad sobre los míos.

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RincĂłn de Fe FotografĂ­a de Demetrio Navarro

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Sobre el autor: Juan Carlos Nació en Aguascalientes, México un 24 de agosto de 1998, pero solo vivió ahí dos años de su vida, luego de eso, por razones familiares, se mudó a la Ciudad de México, tres años estuvieron en una casa rentada en la colonia Aragón, pero la poca seguridad y los altos precios, llevaron a su Padre a tomar la decisión de mudarse al Estado de México. El municipio seleccionado fue Cuautitlán Izcalli, ahí, el autor conoció tanto dolor y placer, alegría y tristeza, la desesperación de tener a su familia lejos, pero el gusto por poder vivir libre y sin prejuicios, gracias a esto nació el gusto por la lectura, gusto que también adquirió gracias a una profesora que supo instruirlo en ese bello mundo. Varios intentos de escribir una novela, lo llevaron a encontrar su pasión, logrando pulir su talento y buscar casas editoriales para sus dos novelas terminadas. Pero la realidad y él literalmente un desconocido lo llevaron a buscar hacer primero un nombre, el proceso es lento, pero igualmente excitante, logrando en este año (en parte gracias a la cuarentena) publicar dos cuentos en dos antologías de historias de la editorial Alebrijez, eso y el despegar su fan page en Facebook, donde habla de libros y cine, esperando que de esa manera, algún día su sueño de ver sus libros en los aparadores, pueda volverse realidad.

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na noche más llegaba a su fin en la ciudad. Las luces de una galería de arte brillaban en lo alto de un edificio ubicado justo en el centro. Entre las copas de champán y los elegantes trajes que portaban los invitados, el artista Johan Morán, culminaba la presentación de esa noche mostrando su más reciente pintura, todos los aduladores de siempre la miraron y aplaudieron. El cuadro mostraba un hermoso atardecer en la playa, pintado al óleo, con detalles tan nítidos y claros que casi parecía una fotografía. Fue tanta la impresión que sintieron los invitados, que Johan tuvo que dejar abierta la galería una hora más; le hicieron preguntas, algunos incluso le pedían que les diera un precio por la pintura, pero el artista se negaba, diciendo: «mi arte es para ser apreciado. No vendido». Parecía redundante su frase, pues ganaba miles con esas presentaciones y en ocasiones una que otra pintura terminaba en la galería de algún rico, claro siempre con el mayor sigilo posible. Los que contemplaban la pintura, si bien se maravillaban, se iban con una sensación, una que nadie tenía el valor de expresarle al artista. La pintura se sentía vacía, como sin vida, una mera imagen bien elaborada, pero al final vacía. Todo siguió sin ninguna otra sorpresa, la hora del cierre había llegado, el anciano encargado de la galería le indicó al artista que era hora de desalojar, ya mañana las personas podrían contemplar las bellas obras de Johan; como La bailarina frente al espejo, o Noche de cigarro, ambos cuadros preciosos hechos, el primero con acuarela y el segundo con carboncillo. Ambas obras sufrían el mismo desperfecto de la pintura al óleo, les faltaba un detalle para ser perfectas y sublimes. Es quizá por eso que, en el alto mundo del arte, Johan era conocido como el «a medias», una manera elegante de decirle que todo su trabajo era bueno, pero se quedaba en eso, solo bueno. Cuando en el interior solo quedaron el viejo y el artista, el primero se paseó con su trapeador, mirando las pinturas. La bailarina frente al espejo mostraba la imagen de una mujer hermosa de cabello cobrizo, piel nívea y profundos ojos verdes, pero tristes, pues permanecía eternamente mirando las heridas de sus piernas a través del espejo, una de ellas finalizaba en un pie únicamente pintado con lápiz y sin colorear. El segundo era un dibujo a blanco y negro, de un caballero fumando un cigarrillo, recargado en la baranda del puente del amor en Francia, con Notre Dame al fondo, por la posición de los ojos del hombre, parecía que miraba hacia la bailarina, como si se preguntara: «¿por qué sufre?». Johan Morán, por su parte, se había quedado un rato de pie contemplando su obra, lentamente el anciano de cuerpo regordete se le acercó, Johan no lo reconoció, pero casi nunca les prestaba atención a los encargados de las galerías, así que lo ignoró por completo. El anciano miró la pintura, la analizó un tiempo y le dijo: —Es demasiada soledad… ¿no le parece? Con un gesto osco, Johan miró al anciano y sin decirle nada salió de la galería. El anciano pasó unos instantes viendo ese atardecer, luego se paseó una vez más por la galería y se detuvo especialmente en la pintura de la bailarina y la del hombre eternamente mirándola, luego de eso, sonrió, tomó sus llaves, caminó por el pasillo, apagó las luces y justo antes de cerrar las puertas, chasqueó los dedos —Demasiada soledad —dijo suavemente y se fue. Pasaron las horas y todo seguía igual dentro de la oscura galería, de pronto, en uno de los muros, una delicada estela de humo comenzó a emanar de la pintura a carboncillo, lentamente la galería se impregnó del aroma acre del cigarrillo, por primera vez en cinco años desde su creación, el hombre que fumaba podía terminar de hacerlo. Una extraña magia o milagro le habían dado la capacidad de moverse, de mirar hacia otros lados. Al principio se sintió extraño, se movía y al parecer todas las pinturas lo hacían con él. Muy confundido,

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comenzó a tocar todo a su alrededor, se sentía como un ser vivo, pero algo en su entorno no parecía ser real, quizá el río de lápiz que avanzaba por debajo de ese puente oscuro, o el humo gris hecho de carbón. Pasó unos instantes completamente anonadado, hasta que el aroma a frutas de la pintura a su lado lo invadió, un crujir en su descolorido estómago lo sobresaltó, nunca había sentido nada, y mucho menos olido nada, pero ahora, las sensaciones, los aromas, todo se abalanzaba hacia él de forma descontrolada. Con mucha cautela y decidido a salir a conocer el exterior, extendió su mano fuera de esa pared invisible que lo había mantenido encerrado toda su vida, logró llegar hasta las frutas y tomó una manzana, la acuarela de la manzana se cortaba con el carboncillo de sus manos, aun así, acercó la fruta a sus labios y comió; fue lo más satisfactorio que había hecho o sentido, simplemente algo indescriptible. —Así es la vida? —se preguntó con una sonrisa. Tanta era su alegría que sintió pena por no poder compartirla, fue cuando recordó a la chica, la eterna bailarina, esa que había estado sufriendo tanto tiempo. Sin titubear miró hacia donde había estado mirando toda su existencia, la bailarina se había ido. Él no sabía que era esa sensación que tenía en el pecho, era como una presión, como si algo lo estuviera pisando. Él estaba vivo y quizá ella también, no lograba entender muy bien por qué, pero sabía que tenía que buscarla. Muy lentamente se acercó al borde de su cuadro con las manos extendidas hacia adelante, haber podido sacar una mano, no significaba que él podría hacerlo completo. Temiendo chocar con esa barrera inmutable, se acercó lentamente, para su sorpresa, nada lo detuvo, al contrario, su mano logró dejar atrás el cuadro y con sus manos, el resto de su cuerpo dejaron esa pared y salieron de ella. El piso que tocaba era frío, sus zapatos dejaban huellas de carboncillo por donde pisaba. La emoción del momento no le permitió quedarse mucho tiempo a disfrutar de esta nueva vida. Por la eternidad había mirado a esa mujer sin poder decirle nada, queriendo curar sus heridas, sintiéndose tan cerca de ella, pero a la vez a miles de kilómetros. Avanzó hacia el cuadro vacío de la bailarina, esperando encontrarla en algún rincón de este, mientras caminaba por la galería, las demás pinturas lo veían, todas demasiado temerosas de salir de sus cuadros. Al parecer él era el único que tenía un propósito para salir, aunque no sabía cuál. Al llegar al cuadro, notó que el suelo tenía gotas de pintura roja que dejaban un camino hacia la puerta, el hombre lo siguió con la mirada hasta que sus ojos toparon con una silueta arrinconada en una esquina. —¿Por qué te escondes de mí? —Le preguntó con una voz amable. —No quiero que sigas mirándome —le respondió la mujer de manera tímida. —¿Pero, por qué? —De nuevo sintió ese vacío, pero a la vez una fuerza que lo acercaba a ella. —Estoy herida, él me dijo que no estaba terminada, pero que debía mostrarme… no soy perfecta, así que aléjate y no me mires más —la mujer, al ver que su eterno espectador se acercaba, se abrazó más a ella misma. El hombre detuvo su caminar, miró a su alrededor, se acercó a una pintura de florero y sacó los girasoles de ella, tomó el pañuelo que los envolvía y dejó caer las flores, estas se convirtieron en un manchón de pintura al momento en que tocaron el suelo. —Tranquila —le dijo con voz calmada—, te he visto, sé que sufres ahora — lentamente se acercaba a ella—, pero mira —le mostró su mano, que hacia un momento atrás sostenía el cigarro; le faltaban los demás dedos, solo tenía el índice y el cordial— ,él tampoco me terminó a mí, ¿qué no ves que no tengo ni color? —llegó a ella y se inclinó para poner el

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pañuelo en las heridas de sus piernas. La mujer se acercó a él; la luz de la luna iluminó sus rostros. El hombre quedó hipnotizado por la belleza de la joven. Su mano faltante de dedos envolvía delicadamente la pierna faltante de color de la bailarina, unas lágrimas de acuarela rodaron por las mejillas de la chica, con su otra mano, el caballero se las limpió, al momento de que sus dedos negros tocaron el delicado color claro de la joven, se mezclaron formando algo sublime. —¿Te puso nombre? —Le preguntó él maravillado. Luego le sonrió y ella correspondió. Sus miradas se fundían en una sola. La bailarina lo pensó un momento, al final solamente pudo decir un nombre, el único que conocía, aun sin vida siempre había podido sentir, ver, cuando Johan la pintó vivía en Francia y lo que siempre veía en el reflejo de su espejo, el mismo cuadro del hombre que ahora le curaba delicadamente sus heridas, era la misma ciudad, por ello no tuvo que pensarlo demasiado: —París —dijo ella sonrojándose levemente. Ambos tenían sus labios a centímetros de tocarse, él le sonrió, ella le tocó su rostro blanco y negro, la acuarela de su piel coloreó la cara de aquel a quien había visto sin poder hablarle. —Yo amo parís. Ambos rieron ante la broma, luego se miraron a los ojos. El sol estaba próximo a salir, algo en ellos les decía que solo tenían esa noche, esa noche mágica y milagrosa, para estar juntos. Lentamente sus labios se fundieron en un beso, uno que habían anhelado desde aquel día en que Johan puso el cuadro de París en ese lugar, desde el día en que el viejo llegó a la galería, desde que su existencia comenzó. Ambas pinturas se mezclaban en un ritual mágico, la acuarela coloreaba el carbón oscuro y el carbón oscuro dibujaba las partes faltantes de la acuarela. El amanecer llegó, el viejo abrió las puertas con una mirada de satisfacción. Al entrar pudo ver manchas negras, verdes y amarillas de pintura ensuciando el suelo. El cuadro de los girasoles se encontraba vacío, al igual que el puente de Notre Dame y el espejo de la bailarina. Una sonrisa se dibujó en el rostro bonachón del anciano, además de las manchas de pintura, había un rastro de pisadas por todo el suelo, una mezcla de pinturas y colores. Las pisadas de acuarela y carbón, dibujaban una trayectoria extraña, dejaban una pista que llegaba hasta el cuadro más nuevo de la galería, al acercarse, el anciano pudo ver complacido que, sentados sobre una roca, contemplando el amanecer, estaban la bailarina y el caballero, abrazados el uno al otro, con las manos entrelazadas. Los años pasaron y pasaron, y nunca nadie supo cómo es que el Artista, que a partir de ese día fue reconocido como uno de los mejores y nunca más fue llamado el «a medias», había logrado que el carboncillo y la acuarela pudieran combinarse de manera tan perfecta con el óleo.

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Sobre el autor: Óscar Páez (Huatusco, Veracruz, México, 1993). Estudió creación literaria en los estudios estatales de Literatura red de letras 2019, del H. Ayuntamiento de Acapulco Guerrero. Autor del libro Los Castigados y compilador de la antología Flores de vacío. Sus textos han aparecido en las antologías de poesía Cama, Versos y Café. Flores de Vacío, la antología de red de letras del H Ayuntamiento de Acapulco Guerrero y la antología de minificion de Rockcabilly de la editorial La Tinta Del Silencio. Colaborador de las revistas digitales Poetómanos, Golfa, Revista Tlacuache, ADN Cultura, Los Nahuales, Engarce, Polisemia, Literaturalmente, Himen, Campos de plumas, el periódico La jiribilla de Xalapa Veracruz y la revista Primera Página. Locutor del programa Tu lado positivo por cinco temporadas. Ha impartido en Atoyac, Guerrero y Acapulco el taller de escritura terapéutica a través de la creación literatura. Consejero del comité en Redes sociales de la revista literaria periódico poético de Tecpan. El 2 de marzo fue reconocido por la Sociedad de geografía, historia, estadística y literatura del estado de a. c. de Tlaxcala. Por su labor a la difusión cultural y literaria en la coordinación del evento Todas las plumas en un mar de poesías, llevado a cabo en el puerto de Acapulco del año 2019. Experto en redes sociales por Nafinza. Acapulco 2019 y el taller de análisis y corrección de texto poético con el poeta, Jorge Humberto Chávez.

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V

eo voces de pájaros atrapar el gusano del aire con sus garras de cielo. * Grabo en la memoria de mis ojos, la extinción de los días que se van detrás del mañana. * En tu abdomen de peces nada mi saliva de mar. * Llevo puesto el cubrebocas de las palabras que nunca te dije. * Ella era un mar yo solo un día nublado * Agarré los cabellos del día para trenzar las formas de mis desvelos. * Miro en el espejo al hombre que más daño le hecho, y me abrazo. * La palabra Abuela, sangra cada vez que la repito, un aire de muerte me sacude los huesos. * Llevo veintiséis años buscando una madre que me arrulla entre mis sueños.

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Sobre el autor:

Germán Castro, nacido en el ´97, recién graduado de la carrera de derecho. Cree fervientemente en la reparación de esta realidad despostillada. Nacido en el estado perroforme (San Luis Potosí), hace saber que ningún resultado está garantizado.

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Q

uiero un lugar en dónde poner esta tristeza, con tres o cuatro, mejor tres, peces, quiero peces. Que dicen que, si son dorados, vienen con la memoria recortada. Pienso entonces en su vida como un manojo de llaveros que se mete a una caja de cartón. «Alguien que me quiere mucho me trajo este recuerdito de Tabasco». La pulsera con la que creíste luchar contra el cáncer, credenciales vencidas en las que el tiempo se acurruca y todas esas dulces pendejadas Allí estarían como malos inquilinos sin dirigirme la palabra. Pero yo sé que se amedrentan entre ellos inventándose una vida al paso para no aburrirse de tanto volverse a conocer. El más pequeño habrá empezado como cirujano, y qué mal por él, al tercer día tuvo que hacerse eterno sordomudo para evitar penas futuras. Los otros dos —más listos—, se rechazan como se convive en una fiesta de trabajo y así, cada uno vive pegado al cristal mintiéndose: «Vecino buenos días tardes, a dormir ya, sí, ya es bien noche. ¿Los niños? ¿Cómo? Ya están enormes, ah bueno, pues me saluda a la familia». Todos conocemos el desprecio disfrazado de cordialidad. Yo los veo al atardecer, con vajillas nuevas cada vez que se levantan de la mesa imaginando todas sus posibilidades a este paso uno ya habrá querido cambiarse de calle, pero simplemente ya no tengo espacio. La vida pasa y aquí estoy yo varado, viendo como ellos, encerrados, solo siguen yendo.

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Sobre el autor:

Osmar Isay Urías Flores nació en Chihuahua, Chihuahua, en el año 2000. Estudia Letras Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha publicado en la antología del Encuentro Nacional de Jóvenes Escritores Jesús Gardea 2019.

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D

aniel tuvo una vida similar a la de su padre. Como todo un Chávez que se respetase, Daniel, después de haber abandonado la secundaria poco antes de su graduación, comenzó a trabajar. Tenía quince años. El trabajo, una enorme fundidora de metales pesados cuyo ambiente siempre estaba viciado por el nauseabundo humo que despedían las gigantescas chimeneas, lo consiguió gracias a su padre, quien trabajaba ahí desde los quince años. En su vida tuvo dos parejas. Su prima, con quien perdió la virginidad el mismo año en el que entró a trabajar a la fundidora, y Carolina, con quien se casó a los dieciocho. A Carolina la conoció uno de esos viernes en los que sus compañeros de trabajo y él solían irse a beber al Gallito. Ella y una amiga lo escucharon cantar las canciones de moda mientras bebían cerveza sentadas en un rincón de la cantina. La boda fue horrible. Daniel se emborrachó antes de las once. Carolina estuvo cuidando de él durante toda la noche porque tenía miedo de que se le fuera a morir. Daniel consiguió una modesta casa y un carro de modelo reciente doblando turno en el trabajo durante algunas décadas. Tuvieron cinco hijos: tres mujeres y dos hombres. Dos de ellas se casaron antes de los dieciocho y Daniela, la hermana menor, fue la única que estudió hasta la licenciatura. Rodolfo se fue a trabajar a Estados Unidos y nunca volvió. Daniel, el segundo hijo, abandonó a la mitad la secundaria y se metió a trabajar en la fundidora en donde su padre y su abuelo trabajaban también. Daniel se veía a sí mismo como un padre y esposo ejemplar. Tenía una esposa que le preparaba la cena cuando llegaba del trabajo y un cómodo sillón individual en donde se sentaba a beber y a fumar mientras veía los partidos del Cruz Azul en un enorme televisor Sony. Su padre aún vivía, sus hijas eran buenas mujeres con sus esposos y sus hijos eran tan honrados como él. A pesar de haber pasado su último mes de trabajo incapacitado, Daniel logró obtener una pensión decente. El accidente ocurrió en el sótano en donde estaban los hornos. En el vaciado, el plomo empezó a filtrarse por otra parte del horno. Por suerte, Daniel logró huir antes de que el caldo le empapase el cuerpo. El plomo solamente alcanzó a tocarle el dorso de su mano derecha. Aun así, su mano no volvió a ser la de antes. Duró mucho tiempo acostumbrándose a hacer con la mano izquierda las cosas que normalmente realizaba con la derecha. Aprendió a escribir, a tocar guitarra, a afeitarse y a masturbarse. A raíz de su jubilación, el problema con el alcohol se agravó. Hubo ocasiones en las que duraba días sin llegar a su casa. Las primeras veces, su esposa, con los ojos pelados por los nervios, iba a la comisaría a reportarlo como desaparecido. Sin embargo, con el tiempo, llegó a acostumbrarse. No pasó mucho tiempo para que el ritmo de vida de Daniel le causara la muerte. Fue en una fría noche de enero. Llegó poco antes de las ocho al Gallito. Ahí se puso a cantar las canciones que cantaba en esa misma cantina años atrás. Bebió una botella y media de Oso Negro. Después comenzó a flirtear con una prostituta. Llegando a la ventanilla del hotel Del Sur, empezó a vomitar. Le vino el recuerdo de su fiesta de bodas. La señora, porque la prostituta no era joven, le hizo compañía hasta que se quedó dormido. Ya dormido, ella hurgó en los bolsillos de Daniel y tomó dos billetes de doscientos. De alguna manera ella tenía que sacar dinero para sus gastos. No murió de hipotermia como Carolina y Daniela llegaron a pensarlo cuando recibieron la llamada de los peritos. Todo lo contrario; Daniel murió por ahogamiento. Al parecer estaba acostado boca arriba y mientras dormía le regresaron las ganas vomitar. Cuando los policías llegaron a la ventanilla del hotel, tuvieron que espantar a un perro que andaba lamiendo el vómito que Daniel emanaba por su boca.

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Sobre el autor:

J.R Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Teresa Magazine, La Gualdra, entre otras.

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A

rrojé mi mochila contra la ventana de aquella casa justo antes de que los soldados me aprehendieran. Mientras me derribaban, pude ver cómo el vidrio se rompía y mi mochila atravesaba con éxito hasta el otro lado. Entonces sonreí, satisfecho. Lo había logrado. Nunca había vivido una cuarentena. Viví la crisis sanitaria de la influenza porcina, H1N1, en aquel lejano 2009. En aquella ocasión, no fue necesaria una cuarentena total —por lo menos no en mi ciudad—, no hubo toque de queda, ni tampoco se requirió de la vigilancia del ejército en las calles, so pena de arrestar a quien se le ocurriera salir de su casa. Con el COVID-19 era diferente. La gente estaba cada vez más histérica, corrían rumores de toda índole acerca de su origen. Desde una extravagante sopa de murciélago, un virus de laboratorio —en algunas versiones creado por China, en otra por Estados Unidos— diseñado para controlar la economía —en algunas versiones la población— mundial; una mutación natural del virus, como producto de la selección natural, incluso el sujeto de cabellos extraños de History Channel dio una conferencia de cómo el virus era culpa de los aliens. El día treinta y cinco de cuarentena, el presidente emitió un decreto para extenderla por veinte días más, junto con la utilización de las fuerzas armadas para vigilar las calles y hacer cumplir el toque de queda. Por supuesto, era imposible que vigilaran todo el día, así que la vigilancia consistía en rondines a ciertas horas en determinadas zonas. Por eso no era tan extraño ver personas en la calle, a través de la ventana, aunque con cada día que pasaba, eran menos. Para mí, no era tan difícil permanecer dentro de casa. Me despertaba, almorzaba un par de huevos mientras veía Bo Jack Horseman, después veía un rato pornhub (para desahogarme, claro). Al terminar, jugaba Injustice o echaba una partida de League of Legends. Por la noche descongelaba una pizza y veía una película. Más o menos así era a diario… hasta el día treinta y ocho. Eran las dos de la tarde de ese día cuando la vi. Se ocultaba detrás de mi vehículo, un viejo Chevrolet color verde del año 97. Su cabello era liso, tenía la piel morena, los labios gruesos y los ojos grandes. Cuando se puso en cuclillas noté lo enorme de su trasero, aprisionado por un short de mezclilla azul. Quizá fue eso lo que me animó abrir la puerta. Ella lo notó de inmediato y corrió hasta el interior de mi casa. —Muchas gracias —dijo abrazándome. Luego se retiró, pude ver que tenía algo de miedo en los ojos, así que retrocedí unos pasos, ella se relajó un poco y depositó las bolsas de plástico que traía en las manos. —¿Qué hacías afuera? ¡A un lado! —la jalé lejos de la puerta. Un camión militar pasó frente a la casa. —¡Gra…gracias! —me abrazó, ahora con mayor seguridad. Entonces vi el interior de las bolsas. Eran traslúcidas, pero no había reparado en su contenido. Leche en polvo, fórmula para bebé. —Son para mi hija —dijo como si me leyera el pensamiento. «¿Tienes una hija? ¿Estás casada?». —¿C…cómo se llama? —fue lo que me animé a decir. —Saori, me respondió. Tiene seis meses, yo…yo no le puedo dar más leche. Miré por instinto a sus senos, que me parecieron normales, después reparé en su incomodidad. Para congraciarme con ella fui por mi mochila, la vacié y metí las latas de leche dentro. —Habrá que esperar una hora, en lo que los soldados acaban su rondín de la zona.

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—Tú… —Iré contigo, tenemos que salvar a Saori. Tenía mucho que una mujer no me sonreía de esa manera. Nos conocimos un poco en la espera, se llamaba Karina, era operadora en una fábrica que hacía volantes, tenía veintiséis y le gustaba Linkin Park igual que a mí. Descubrí que la leche la compró en una tienda clandestina a dos cuadras de mi casa. Quise preguntarle si era casada, pero me acobardé. No tenía anillo en el dedo, aunque eso no era determinante. Transcurrida la hora tomé la mochila y nos escabullimos fuera de la casa. Era importante hacerlo con el mayor de los sigilos, pues había visto en internet, vídeos sobre personas que denunciaban por gusto o por un mal encausado sentido del deber a quiénes andaban en el exterior. En todos los casos la milicia llegaba a los pocos minutos y aprehendían al fugitivo. Por esa misma razón no utilizamos el auto. Estando afuera comencé a sentir miedo, como no lo había sentido desde niño, una parte de mí pensaba en regresar a casa corriendo, pero me dominé. Quería hacer esto por ella, por ambas. —Ya casi llegamos —dijo después de veinte minutos de avanzar, ocultándonos tras vehículos— esa es —anunció triunfante señalando una casa pintada de amarillo. Sacó un celular del bolsillo de su short, escribió en él y lo guardó nuevamente. Estaba por preguntar a quién le escribía, cuando la puerta de aquella casa se abrió y un hombre de barba y cabello negro se asomó. Le hizo una seña a Karina y la animó a correr. Yo me quedé paralizado. Ella llegó con el hombre, este la tomó de las manos y… —USTED ESTÁ VIOLANDO LA LEY MARCIAL, ENTRÉGUESE DE INMEDIATO —el camión estaba a menos de treinta metros. No tenía salvación, pero Saori sí. —¿Me está diciendo que, en ese momento, pensó primero en la niña? ¿En lugar de tratar de huir? —Estoy diciendo que no pensé. No sé por qué hice lo que hice, solo ahora, mirando hacia atrás me doy cuenta de que fue algo bueno, quizá lo más valioso que haya hecho en mi vida. Ahora, haga lo que quiera conmigo.

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Sobre el autor: Jorge Martínez (Ciudad de México, 1989), es egresado de la carrera de Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado en las revistas El Morador del Umbral y Collhibrí.

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C

uando Carlos descubrió que nunca había soñado, cursaba el cuarto año de primaria. Fue una tarde cualquiera cuando, rodeado de sus amigos, se percató de ello. La culpable fue Rosita, la niña más presumida del salón, que de pronto, como si supiera que Carlos no tendría nada que decir, pavoneándose con su uniforme nuevo, les dijo a sus amigos: —¡Anoche tuve el mejor sueño de todo el mundo! Y comenzó a contar su sueño donde se perdía en una gran tienda de dulces y comenzaba, como loca, a probar los cientos de golosinas de los aparadores. Después, cabalgaba en un hermoso unicornio donde alcanzaba a ver, desde las alturas, su casa con piscina mientras sus papás preparaban su fiesta de cumpleaños. —¿Qué pasó después? —Preguntó Carlos. —Mi mamá me gritaba y hacía señales con las manos para que bajara, entonces me desperté y la pude ver, en carne y hueso, sacudiéndome para venir a la escuela —¡Eso no es nada! —Contestó Roberto—. Yo sí que tuve el mejor sueño. No necesitaba de unicornios, naves ni nada de esas cosas, ¡yo podía volar! Cuando estaba entre las nubes, a lo lejos veía un incendio en un edificio. En la azotea, un niño cargaba un pequeño perro y gritaba: ¡Socorro! Entonces volaba hasta ellos y los salvaba. Carlos pasó el recreo oyendo el relato de sus compañeros: batallas con dragones, poderes de superhéroes, viajes por el espacio. Carlos se encontraba confundido por lo que decían sus compañeros, no entendía de qué hablaban. Rosita pudo ver su cara de desconcierto y alzando su voz chillona le dijo: —¿Y tú? ¿Cuál es el mejor sueño que has tenido? En ese momento sonó la campana, indicando el fin del recreo. Durante el resto del día no pensó en otra cosa. Por más que intentó recordar, no había nada que le indicara que él había vivido algo parecido, no entendía cómo podía ser posible. Quiso acercarse al profesor y preguntarle qué era un sueño, y sobre todo qué podía hacer para tener uno. Sin embargo, se sintió ridículo, tal vez el profesor se burlaría de él. Decidió no comentar con nadie de la escuela lo que le pasaba. La campana sonó de nueva cuenta. Comenzó a meter sus útiles a la mochila, cuando Rosita se acercó y jugando con sus coletas en la mano, le dijo: —No contaste tu sueño. Su tono burlón y chillón, hicieron que Carlos se pusiera rojo del coraje. Mañana tendremos más tiempo para que nos cuentes al menos uno. Y se fue brincando hacia la salida. Se sintió acorralado, si les decía que él no tenía sueños, seguro dejarían de hablarle y pasaría las tardes del recreo solo, sin tener con quién jugar. Necesitaba tener un sueño esa misma noche, aunque claro, primero tenía que averiguar qué era eso. Al llegar a casa, con la enorme mochila, que le pesaba horrores, sobre sus hombros, saludó rápidamente a su madre y se dirigió a su cuarto. Tomó un gran diccionario, y buscó el significado de la palabra sueño: Actividad de la mente durante el periodo de descanso. Lo leyó varias veces, aunque no le quedaba claro, no supo qué hacer, según entendió, era como imaginar algo mientras dormías, pero ¿cómo podría ser eso posible? De pronto su madre le llamó para comer. Primero se cambió de ropas y se dirigió al comedor, donde su madre le ajustaba el babero a su hermanita. A diferencia de otras ocasiones en que solía platicar a su madre las novedades de su día, Carlos permaneció en silencio comiendo con lentitud, mientras veía a su hermana botar la comida de su plato, o embarrársela en la cara.

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—¿Y cómo ha ido tu día? —Preguntó su madre. —Normal, como siempre, ¿qué esperabas? —Contestó Carlos con frialdad. —¡Oh! Alguien ha tenido un mal día. Seguro es el clima, con tanto calor uno siempre anda de malas. Lo mismo me pasa a mí. De hecho, no he podido dormir bien últimamente. Más tarde iré a la farmacia por algunas pastillas para soñar. —¡Pastillas para soñar! —Gritó Carlos. Su madre se quedó sorprendida por el grito. —¿Qué pasa? ¿Qué he dicho? —Has dicho pastillas para soñar. —Sí, ¿qué tiene de raro? Cuando murió tu abuelo, hubo un tiempo en que no podía dormir bien y entonces el doctor Echeverría me recetó unas pastillas para poder conciliar el sueño. —Entonces, sirven para soñar. —Supongo, a mí me relajaban bastante y podía conciliar el sueño. —¿A qué hora vas a ir por ellas? —Más tarde, después de la novela. ¿Necesitas algo para la escuela? —No, no, solo que no debes olvidar comprarlas, tienes que dormir bien. Su madre le desordenó el cabello y continuaron comiendo. Carlos se sintió tranquilo, tenía la respuesta, tomaría una de las pastillas y podría soñar. Al terminar lavó su plato y fue directo a su cuarto para hacer la tarea. El tiempo se le hizo eterno y no pudo concentrarse. Al cabo de un par de horas su madre le dijo: —Voy por el pan y a la farmacia. Cuida a tu hermana, acaba de dormirse. Sus ansías aumentaban, paseaba de un lado a otro, no había podido terminar sus deberes, el tiempo se alargaba y su madre no llegaba. Pasó aproximadamente media hora para que su madre volviera del brazo de su padre. Apenas entró, Carlos escudriñó entre las manos de su madre en busca de las pastillas, pero no vio nada, seguramente se encontraban en algunos de los bolsillos de su abrigo. Carlos intentó actuar lo más normal posible, pero sus padres percibían su desesperación. —Seguramente se enamoró —musitó su madre después de ver cómo entraba y salía repetidamente de su cuarto. Al poco tiempo, después de revisar a la niña, y ver que todo estaba bien, platicó un rato más con su esposo y tomó una de las pastillas para conciliar el sueño, dejando el frasco en su mesilla. Carlos había seguido con atención los movimientos de sus padres desde su dormitorio, después de no percibir ningún movimiento, llegó a sus oídos los ronquidos de su padre. Se coló silenciosamente hasta el cuarto de sus padres y, arrastrándose hasta la cama, tomó el frasco de pastillas. Nuevamente se arrastró hasta dejar el cuarto. Ya en su cama y con una gran sonrisa, abrió sin dificultad el frasco. Se sentía feliz, por fin sabría lo que era soñar y podría compartirlo con sus compañeros. Tomó una de las pequeñas pastillas, pensando que con ella soñaría que volaría. Tomó una más —Con esta lucharé con un dragón—, pensó. Sin poder controlarse, Carlos continuó tomando pastillas y enumerando sueños. Al día siguiente, su madre lo llamó repetidas veces, pero al no escuchar respuesta alguna, abrió la puerta y vio a Carlos todavía en la cama, con una gran sonrisa, como si estuviera soñando. Se sentó a su lado e intentó despertarlo, pero enseguida sintió la frialdad de su cuerpo que le provocó un escalofrío, al levantarse precipitadamente pudo ver entre las sábanas el frasco vacío de sus pastillas para soñar.

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Sobre el autor:

Ronnie Camacho Barrón, (Matamoros, Tamaulipas, México, 17 de marzo de 1994) escritor y titulado en la carrera de Comercio Internacional y Aduanas, ha publicado dos novelas: Las Crónicas Del Quinto Sol 1: El Campeón De Xólotl (Amazon) y, Carlos Navarro y El Aprendiz Del Diablo (Pathbooks), ha participado en cuatro antologías, tituladas como Taller Alquimia De Palabras: Antología De Cuentos y Relatos (Amazon) y Cuentos Cortos Para Noches Largas (Editorial Kaus), Zona de cuentos (Editorial Kaus) y Horas de Extravió (Editorial Awen). También muchos de sus cuentos han sido publicados en diversas revistas y blogs nacionales e internacionales, siendo las más importantes: La Gualdra, Revista Katabasis, Perro Negro De la Calle, Editorial Elementum, Revista Literaria Pluma, Revista Awen, Revista Clan Kutral, Teoría Ómicron.

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M

i abuela solía decir que «La muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja», nunca supo cuánta razón tenía, pues cuando ella murió, vi cómo el negro ángel de la muerte vino por su alma. Fue así, que a sabiendas de que nada importaba y de que eventualmente mi destino sería el mismo, abandoné el rancho que por generaciones había pertenecido a mi familia y salí en busca de la gloría que nunca tuvimos. A base de plomo y sangre, me hice de una reputación y pronto fui conocido como Javier «Tiro Certero» Murrieta, uno de los bandidos mexicanos más grades del Salvaje Oeste, temido e idolatrado por todos los gringos a la vez. Durante años y a lo largo de mis atracos volví a encontrarme con la muerte, la cual aparecía ante mí con cada hombre que mataba y aunque siempre intenté entablar una conversación con ella, la parca nunca me dijo nada, hasta hoy. Hace poco, mientras dormíamos, un coordinado grupo de Sheriffs y alguaciles se adentró sigilosamente en la guarida de mi banda y mató a todos mis hombres, yo no corrí con tanta suerte. A mí me han aprendido y encerrado dentro de una jaula, tirada por caballos y rodeado por los cadáveres putrefactos de mis compañeros. Llevamos horas de trayecto, apenas si resisto el aroma y desde que salimos de mi guarida, la muerte nos ha estado siguiendo sin dejar de recitar las siguientes palabras «Memento Mori, recuerda que morirás». Supongo que cuando lleguemos al pueblo, será el fin de mis aventuras.

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Grietas profundas FotografĂ­a de Gael Alvarado

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Sobre el autor: Jesús Jaramillo, nacido el 16 de agosto del año 2002, en la ciudad de Valencia, estado Carabobo, en Venezuela, es un escritor, guionista y fotógrafo que actualmente se encuentra en redacción de su libro debut Cuestión de Tiempo. Recientemente ha sido publicado en la revista digital mexicana delatripa, en su edición No.41, y ha colaborado en otras revistas digitales como Cisne y Teresa Magazine.

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H

abían pasado siete meses desde la última lluvia fría en un arduo amanecer pintado por Dalí, de la mano de un ángel y con todas las repercusiones surrealistas: elefantes en el horizonte con piernas de cuello de jirafa, hombres y mujeres sin formas reales y un color naranja estampado en aceras, ventanas y cielos. María Paulina observaba sin atención visual, porque la mente le tergiversaba sus momentos, y por esa misma razón, las añoranzas tergiversadas en un rostro demente sin ojos atentos se reflejaban en las aceras, ventanas y cielo en una calidez fotográfica alta y naranja, donde hombres y mujeres charlaban, reían y jugaban desde una hipnosis eterna que les hacía perder sus formas reales hasta convertirse en elefantes con piernas de cuello de jirafa, que había descubierto María Paulina en una pintura de un tal Dalí, y aún pensaba que su mano pictórica era como de ángel. Parpadeó en su interior llameante, enamorada de una mortal ansiedad, hasta que después de siete meses exactos cayeron una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta más de seis gotas de una lluvia fría que pasmó un arduo amanecer y la vida de María Paulina.

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Sobre la autora: Irma Lozano Ramírez. Arandas, Jalisco, México. 1973. Ha publicado: dos poemas en el periódico Noti-Arandas; en El caballo negro, dos sonetos, periódicos locales de Arandas, Jalisco. En la página virtual Café de letras con algunos haiku e ilustraciones. Ganadora del segundo lugar de los Juegos Florales 2017, Encarnación de Díaz, Jalisco. Con el poemario El umbral Del fénix. Actualmente participando en dos antologías: 1; Los cuentos de la campana, libro que se ésta editando por la fundación del pensamiento editorial de Arandas, Jalisco. Participando con el cuento El Sonido de la oscuridad. 2; Mujeres Poetas de los Altos de Jalisco, libro que ya fue publicado por el ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco, viendo la luz el 4 de marzo del año en curso; participó con dos haiku. Otro haiku se tomó como portada para la revista virtual el colibrí https://www.facebook.com/Collhibrirevista/

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E

n la galaxia nocturna, una vĂ­a de panales, se contorsionan lĂĄnguidos los colmenares. Lubrican rubĂ­es enjambre de estrellas. Prepara el nido arpegios siderales, la nombraron luna.

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Sobre el autor: Nació en Cd. Constitución, Baja California Sur, México; en el mes de agosto del año de 1981, estudió el doctorado en Pedagogía Crítica y Educación Popular en el Instituto McLaren de Pedagogía Crítica en Ensenada BC, con estudios de Maestría en Docencia e Innovación Educativa en la Universidad Pedagógica Nacional 03A LA PAZ, es integrante de Escritores Sudcalifornianos Asociación Civil desde 2017, pertenece al movimiento Poetas del Mundo en internet con varios libros publicados de poemas y canciones regionales.

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R

ecuerdo de niño una hermosa mañana que mi padre estaba parado en el muelle pesquero de Puerto Escondido en el municipio de Loreto. Fumándose tranquilo un cigarro, llegó el velador del muelle con pasos presurosos y le dijo: —¡Señor! Necesito que quite ese carro de ahí. Mi papá, que miraba hacia el mar, voltea y se le queda viendo. «El Ángelo», un hombre amanerado en tono más fuerte le dice: —¡Que no sabe que los carros no deben estar en el muelle, allá está el estacionamiento! —señalando con su mano un amplio terraplén, donde hay algunos coches estacionados. En ese momento mi padre le contesta: —No lo voy a quitar... Entonces el velador enojado le dice: —¡Ah! ¿No lo vas a quitar? —No —le contesta secamente mi padre. —¿Y por qué no lo vas a quitar? Mi padre con una sonrisa disimulada le responde: —Porque ese carro no es mío.

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oy Shakira, tengo cuatro años, y de acuerdo a la tabla equivalente de vida perruna, serían treinta y seis en el ser humano; de tal forma, que he acumulado grandes experiencias y aventuras que quiero compartir con ustedes. Dicen los humanos que los perros visualizamos en blanco y negro, no lo sé con certeza, pero cuando veo aparecer en la puerta del patio a Cuquis y Jorge, todo mi mundo se pinta de color, experimento una serie de emociones que paso enseguida de una pasividad pasmosa al estar postrada en el piso, a enloquecer en segundos; parece que se enciende una chispa en mí, que me da cuerda y me inyecta energía solo con su presencia; empiezo a correr por todo el espacio que me tienen asignado, entro al jardín, salgo por pequeños huecos que he construido entre las plantas, brinco, emito ladridos de júbilo, cual si quisiera expresarles el mucho amor que siento en mi corazón. Corro a su encuentro y les abrazo con toda la efusividad posible. Estoy un poco grande y obesa, por lo que varias veces, con mi abrazo afectuoso, Cuquis se tambalea como hoja que mece el viento, y en muchas ocasiones cae al piso. Yo pienso que está jugando, por lo que rápida y presta brinco sobre ella, lamo su rostro y manos y permito que mi cuerpo quede encima del suyo; no entiendo por qué de pronto ella, se enoja y empieza a gritar, sube sus manos para cubrirse el rostro y pone su cuerpo en posición fetal. Para mí es una invitación a seguir jugando y brincando, hasta que llega Jorge en su auxilio, emite un tremendo grito y es suficiente para que yo salga corriendo lejos de su alcance. No es que me haya golpeado, simplemente es que tiene tanta determinación en su voz, que mejor corro fuera de su alcance; no así, Cuquis, que puede gritar y gritar, pero sé en el fondo que lo único que quiere es demostrarme su cariño. Estoy consciente del amor que me profesan, de ser depositaria de su confianza, entender sus tristezas y alegrías, brindarles seguridad; cuando salen fuera, les extraño tanto, pero me encargo de cuidar la casa. Empezaré a narrarles mi historia desde el principio. Nací dentro del seno de una familia Rottweiler, mis padres parecían figuras majestuosas de cuarenta kilos que se erguían sobre nosotros para cuidarnos; con un pelaje aterciopelado de color negro en gran parte del cuerpo, el pecho y patas caoba claro. Ambos con la cola corta, (destino que también me tocó experimentar cuando cortaron mi rabo) y una lengua larga rosada que casi siempre está por fuera de su hocico, dejando entrever unos filosos colmillos. De pronto sentí que unas manos me arrancaban de la ubre de mamá, me encontré con unos ojos hermosos que me miraban llenos de admiración. Sus manos me acariciaban y balbuceaba muchas palabras que aún no podía entender. Carlos, joven de veinte años, llegó conmigo a casa, me presentó ante sus padres y dijo que se haría cargo de mí. Sufrí ansiedad al desprenderme de mi familia; buscaba la seguridad de un abrazo protector, esa noche, lloré incansablemente, estaba solita, envuelta en una cobija dentro de una caja de cartón en el cuarto de lavandería. No paré de gemir lastimosamente, hasta que mi sufrimiento penetró en sus oídos y corazón y, desobedeciendo las órdenes de sus padres me llevó dentro de la recámara y me acunó en su pecho. Cuando el sol entró por la ventana, estaba tan plácidamente dormida a su lado, que solo el rugir de mis tripas me obligó a despertar. Me preparó una leche espumosa y calientita que fue un manjar para mi estómago hambriento; acto seguido, hizo un recorrido conmigo en brazos para mostrarme la casa, ¡era enorme! Dicen que los perros reencarnan en otros, quizá sea cierto, porque todo me empezó a ser familiar, como si ya lo hubiese visto en otro tiempo. Esa sensación la sentí especialmente con los padres de Carlos, me daban tanta seguridad, que sentía me habían cuidado por siempre. La novedad de mi presencia pasó rápido para este joven. Un día, al buscar su

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presencia, mis ojitos vislumbraron a lo lejos una figura extraña, ¡era un cachorro! ¡Sorpresa que me llevé!, totalmente diferente a mí, no es que hubiese visto mi figura en un espejo, sino que vi a mi familia y por consiguiente supe que esa era mi apariencia. Perry, dejó entrever una mirada temerosa, era un perrito sin raza definida, con un cuerpo alargado y patas cortas, con cara de chihuahua y de color morrón claro. No entendía el por qué se escondía de los humanos, en cuanto ellos aparecían, él corría a ocultarse entre las plantas del inmenso jardín; no se acercaba al plato de comida hasta que quedábamos solos en el patio. Teníamos la misma edad, pero obviamente yo era mucho más grande, inteligente y fuerte, por lo que desde ese momento tomé el rol de liderazgo. Primeramente, compartíamos platos de comida y lechos separados. Perry esperaba pacientemente a que yo terminara de comer, para luego hacerlo él y correr a esconderse con el rabo bajo sus patas. Cada vez que intentaban acariciarlo, huía en una carrera desenfrenada. Me fui ganando su confianza, y en la medida que me permitió estar cerca y compartir juegos, se propició el acercamiento con las personas a nuestro alrededor. Fuimos desarrollando un vínculo indisoluble, desde entonces Perry duerme encima de mí, tenemos una increíble sincronía en todo lo que hacemos; conocemos exactamente la hora en que nos sacan a pasear, por lo que empezamos a rasgar la puerta y ladrar; apenas salimos fuera de nuestro entorno, disfrutamos enormemente corretear y asustar a los gatos. Perry enfrenta a los perros más grandes sabiendo que estoy lista para defenderlo. Yo he crecido alrededor de sesenta centímetros y él sigue estando pequeñito. A los nueve meses tuve mi primer ciclo de calor y empecé a expulsar un flujo marrón rojizo, me sentía cansada y con dolores en el cuerpo, no entendía el por qué Perry quería estar más cerca de mí. En una ocasión trajeron a casa a otro perro de mi misma raza para que me preñara y Perry sufrió tanto, no paraba de ladrar y de querer enfrentarse a ese monstruo gigantesco que le quería robar mi amor y atención. Finalmente, no permití que ese perro me montara, pero sí corrimos por todo el patio e hicimos tanto desastre que pronto lo regresaron a su hogar. Atrás de nuestra casa, hay un enorme campo de fútbol y béisbol; el cual solamente está ocupado los fines de semana y eventualmente por algún deportista ocasional; por lo que se ha convertido en nuestro espacio de paseo y ejercitación. En una ocasión, el perfume de mis feromonas era tan intenso, que atravesó la distancia y muros de paredes; un perro desesperado ladraba afuera de la puerta, buscaba la manera de llegar hasta mi fragancia, por lo que se atrevió a saltar la barda que nos separaba de cuatro metros de altura. Fue inútil su acto desesperado, Perry ladraba tan ferozmente que Jorge salió a revisar, corriendo al intruso a palos. A pesar de mi apariencia feroz, soy tranquila, obediente y muy juguetona, no necesito cuerda al salir a mis paseos, sin embargo, en una ocasión que Cuquis fue a caminar sin la compañía de Jorge, nos sentimos responsables de su cuidado; corríamos alegremente por la pista, cuando de pronto alcancé a ver a un hombre que se aproximó a ella, no me gustó su apariencia, y olvidando las buenas maneras de conducta y socialización que me habían inculcado, corrí y le aprisioné el muslo entre mis colmillos. No fue una mordida fuerte, solamente quería lanzar una advertencia. Fue tanta la preocupación que causó este hecho, que por varios días no salimos de paseo y los posteriores, debía ir atada al cuello con una cuerda. Debo decir que solamente Jorge es lo suficientemente fuerte para detener mi ímpetu de correr desenfrenado. Una vez que uno de sus nietos me sacó a pasear, jalé tan fuerte la cuerda que lo tiré y arrastré por el suelo.

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Perry y yo, tenemos la suerte de estar con una familia que nos ama y cuida, y sabemos que cuando acaben nuestros dĂ­as con este ropaje que vestimos, usaremos uno nuevo y volveremos a encontrarnos.

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Sobre el autor:

El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año (2018), lanzando su primer libro Mellon Collie y la Infinita Desolación en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido.

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eremos qué nos depara el lúgubre y desolado porvenir. Es la paradoja del comediante, es la entonación de los deprimidos consuelos. Al ser más joven, debería tener sueños, esperanzas, ilusiones, anhelos que después se conviertan en desdenes, desdichas, tragedias, acoplamientos. Pero en vez de eso tengo todo gris, no hay mutación. Y las fauces del viento y de la contemporaneidad aplastan los más bellos flecos que algún artista debería pintar. Lo contrario es ser un iluso hippie que nunca vio la plenitud de sus ideales, vendiendo sus esfuerzos en cada semáforo.

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Sobre el autor:

Francois Villanueva Paravicino, escritor peruano (Ayacucho, 1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado el libro de relatos Cuentos del Vraem (2017), el poemario El cautivo de blanco (2018), la novela Los bajos mundos (2018), y los cuentos Cementerio prohibido (2019). Textos suyos aparecen en la antología Recitales “Ese Puerto Existe”, muestra poética 2010-2011 (2013) y en diversas páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas y/o. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020). Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007).

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uenta la historia de un jovencito de peinado elegante con crencha en medio de cabellos lisos, ojos garzos y redondos como canicas en párpados gatunos, labios rosáceos de efebo hermoso, temple firme en el rostro de aires seductores. Usaba una tela inmaculada amarrada a la altura de la frente, un mangacero celeste plateado pegado al pectoral, un pantalón dril negro con broches de acero, y zapatos charolados de gruesa planta. La importancia de su pasado, que se remonta desde el inicio del nuevo milenio, está cargada de oscuridad como la noche sin luna ni estrellas. Enemigo del tedio como los capricornios y corrompido por las malas compañías, a los trece años —cumplidos en enero del 2000—, se unió a la pandilla Los Jinetes Nocturnos, conformada desde chiquillos de diez años hasta avezados delincuentes que robaban autos y casas, y mataban con arma blanca o pistola. Entre ellos le llamaban Jean Danny, quien con el paso del moho del tiempo se volvió el más prestigioso entre la juventud despistada de la organización criminal, y el más bello cual oveja blanca, escapada del redil, en medio de una jauría de lobos de filudos dientes. Entre Los Jinetes Nocturnos, que albergaba a más de treinta matones, cada uno cumplía un rol funcional, aunque trabajaran en dúos, en tríos o en bandas de cuatro o cinco, pues existía responsabilidad grupal de cada quien. Los delitos de esta organización se relegaban según la vulnerabilidad de la seguridad huamanguina; sin embargo, Jean Danny operaba en otro ámbito de la criminalidad: el del estupro contra jovencitas que salían a las discotecas de peor reputación. Lo hacía porque era el más indicado: simpático de rostro doncel y de ánimos parranderos, y poseedor de una dotada virilidad hormonal. Las chicas lo elegían a él, aunque este ya las tenía seleccionadas. En efecto, las lozanas chicas eran ultrajadas sexualmente por Jean Danny, quien aprovechaba el estado de embriaguez de ellas luego de una maratón de alcohol y drogas, tras entregarle la confianza y cariño depositados en él, y este, una vez aprovechado, las dejaba dopadas en manos de sus camaradas para que las hicieran «cola». La fama de Jean Danny creció hasta convertirse en un mito urbano: por las calles de Huamanga, en el refugio de las sombras, en los antros, existía alguien tan bello, muy joven, como Don Jean el Desflorador. Y mientras los funcionarios corruptos despilfarraban los bienes de las arcas del estado, ocurrían sequías o heladas en las zonas altoandinas de la ciudad atizando el hambre de los hombres de campo, proliferaban las zonas de perdición carnal y espacios para los vicios en las periferias urbanas, escaseaban los implementos policiales de las fuerzas del orden, aumentaba la fe ciega en nuevas religiones de falsos profetas como en los últimos tiempos, Jean Danny y sus compinches hacían de las suyas con total impunidad. Sin embargo, cuenta la leyenda que Jean Danny, al cumplir la mayoría de edad, dejó la ciudad de las iglesias y los muertos, huyendo hacia los valles frondosos del norte, y los motivos fueron que obró así por su vida, ya que lo buscaban para matarlo, cuentan, porque se metió con la hija de un «fuerte». Según informó la prensa en las portadas y notas interiores, la quinceañera murió desangrada en una casa abandonada de la Vía de Evitamiento, tras recibir varias puñaladas en un intento de violación. Sobre los culpables, poco tenían que informar, algo que no ocurría en el mundo del hampa, donde la cabeza del depredador sexual y sindicado del asesinato, tenía un precio atractivo. Jean Danny, que temía más de los avezados matones de su calaña que de las fuerzas del orden, huyó lejos con un miedo espeluznante, a cientos de kilómetros, y se refugió en la selva. Ahí, en una caverna rocosa, entre la espesura de los cacaos, bananos, piñas, cafés y quinas, y otras especies de árboles, donde las lluvias con truenos y rayos eran más abundantes que en la sierra. Empezó a subsistir comiendo frutas, hierbas, animales cazados, y saliendo a

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ver desde lejos y de vez en cuando como se desarrollaba la vida en su normalidad en los pueblos aledaños al Apurímac. Nadie sabía de su paradero, ni los «carroñeros», ni sus persecutores, solo un enigma mórbido persistía en su persona. Una tarde, ya un poco hastiado de la soledad agobiante, cuando meditaba la posibilidad de vivir desapercibido entre los aldeanos de las comunidades cercanas, mientras se bañaba en las aguas cristalinas de un río delgado, distinguió entre los follajes espesos que una mirada luciferina lo espiaba. Trató de disimular y así se cambió y se fue hasta cierta distancia. Entonces, ya alejado, armado de una piedra y un cuchillo en las manos, regresó y buscó al espía cautelosamente, pero no lo encontró. Quizás era producto de su imaginación y no creyó conveniente todavía una pronta partida hacia otra guarida. Otro día, mientras descansaba sobre el pasto con una brizna de hierba entre los dientes, el ruido de unos pasos pausados pisando secamente las hojuelas lo alertó, más al aguzar la vista, paseándola por todas partes, no encontró al visitante. Luego de pocos días, sucedió algo semejante. Escuchaba algunas voces que hablaban sobre él, voces extrañas, confusas, emergidas del verdor espeso como susurros endemoniados, por lo que creyó firmemente que tenía que cambiar de morada, y pensando que la noche era el mejor momento, alistando su liviano equipaje, se enrumbó. Amparado en la oscuridad y a la luz del plenilunio, convencido de que sus enemigos dormían y que no tardarían en continuar con el hostigamiento psicológico, a las dos de la madrugada, partió rumbo incierto, hacia arriba, siempre arriba. Cuando empezó a clarear y el sol a verse magistralmente áureo en el horizonte montañoso, con la vista apañada por el cansancio, se le apareció su propia imagen que se le acercaba lentamente: pelo desgreñado, ojos cansados y rojizos, vestimenta sucia, y, horriblemente, su boca se mostraba bañada en sangre. Abrió más los ojos estupefactos de terror y la sombra se esfumó; sin embargo, tras ella venía un ser mítico de la selva: El Chullachaqui. Era un vejestorio con cabellos pardos crecido hasta el hombro, una barriga dionisíaca, unas manos peludas, un pie humano y otro de jabalí doblado hacia atrás, y vestía apenas un taparrabo y sujetaba un báculo. Solo entonces Jean Danny comprendió su perdición, pues aquel ser, como había escuchado en los burdeles lóbregos de los Bajos Mundos cuando fue más joven, era el guardián de las selvas que perdía a las almas más negras, más blancas, las ánimas que poseían un estado de mayor exageración, más graduación de sentimientos, que en algún momento había ofrendado su alma por algún deseo oscuro e ilegal. Apenas vio como el báculo le golpeó la frente, antaño adornada con la franela blanca, sintió sumergirse en un laberinto sin salida, como ser enterrado aún con vida en una tumba inexpugnable. Así lo escuché.

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Sobre la autora:

Alefilos es una mujer que nació en la ciudad de Lagos de Moreno Jalisco en 1981, que gusta de la apreciación de cualquier manifestación artística, comenzó a escribir a corta edad, sin embargo, solo ha escrito en grupos cerrados. Recientemente tomó un curso en línea de escritura de poesía para mejorar la técnica en el Centro de Experimentación Literaria de Mérida Yucatán, así como un taller igualmente en línea en el CONECULTA de Chiapas impartido por el escritor y poeta Balam Rodrigo. Se encuentra muy interesada en buscar espacios donde poder plasmar sus escritos y con ello mejorar en este arte de la escritura.

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ombras escurridizas transformando en seres escalofriantes que en cuarto o creciente se cohíben y huyen de destellos que llena difuminan y extinguen, persiguiendo la vuelta del ciclo, canon de vida. En la ausencia inminente de Marte, llegan presurosas al acecho, gran festín; Saturno cual rehilete da tregua a la batalla. En penumbras se entrelazan, se murmuran al oído, juegan y desaparecen al alba, donde los sueños se difuminan y eternos soñadores guardan utopías en pestañas que se desentrelazan. Al sereno entre ramas se atestiguan polos opuestos de miradas fijas brillantes y picos inquietos sin rivalidades, sin encuentros casuales, relevando plumaje. Ocaso cómplice del viento, meciendo en su regazo deseos furtivos, anhelos encallados en memorias entrañables que regresan al origen refulgente.

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Luces FotografĂ­a de Alfonso Koyoc Pedroza

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Sobre el autor: Diego Vidal Santurión es un escritor uruguayo nacido en Montevideo en 1981. Cursó estudios de Historia y Literatura en el Instituto de Profesores Artigas; actualmente integra el grupo Escritores Creativos de Uruguay, y la Comisión para las artes del Club Del Trompa Negra. Ha publicado poesía y narrativa en distintas revistas digitales y antologías de Argentina, México, Chile y España. Sus cuentos, micro relatos y poemas han obtenido menciones en Uruguay, Argentina y España.

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a náusea asomará desde las rocas bajo el triste farol y su resaca; la mañana vendrá con sus cuchillos, con su aullido fatal, golpe y estaca. Los perros ladrarán al caserío, la barca invocará otra vez la muerte; no hay ánimo ni pan, tan solo hastío, en un terco designio de tu suerte. Apenas guardarás en la memoria el aroma de almizcle de un verano, sus ojos de muchacha ensimismada, el adiós como arena entre tus manos. Verás en un reflejo del pasado tu cuerpo sacudirse entre las olas, el aire lacerando tus heridas, el eco incierto de las caracolas. El mar ignorará tanta agonía y las diez mil botellas que tiraste; ni un lamento tendrán de tus cenizas, te pudrirás al sol como anunciaste.

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Sobre el autor:

El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año (2018), lanzando su primer libro Mellon Collie y la Infinita Desolación en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido.

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G

olpéame... Grrrr. Maltrátame… Grrrr. Escúpeme…Grrrr. Dame de comer que soy una fiera llena de odio… Maltrátame con tus libros de autoayuda, dame de comer tus transgénicos y tus sobras… Escúpeme con la lluvia ácida que producen tus industrias, maltrátame con el látigo de la indiferencia, y te juro, lo aseguro que seré más fiel que Hachiko.

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L

a vida es un constantemente vaivén, regala días completos de ternura y amor propio, otros tantos con ultraje enloquecedor. Hoy nos envuelve de caricias, besos y palabras dulces, mañana agresiones al por mayor; el domingo hay flores por doquier, para el viernes todo es cruel. El sábado temprano atenciones al cien, por la tarde iniquidad. En la calle todos ofrecen sonrisas francas, en casa solo brindan menosprecio. A ratos se abrazan las heridas, para de pronto lastimarse el corazón; madrugadas con tenues murmullos al oído, después gritos al despertar. Por las tardes, románticas caminatas, al retornar, sacudidas crueles. Las parejas disfrutan películas abrazados, y al siguiente día total indiferencia. Vivir es bello y drástico es dar vueltas de montaña rusa. Enaltece y después mengua el amor; vivimos en dualidad.

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Uruapan FotografĂ­a de Demetrio Navarro

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Sobre la autora:

Roxana Aguilar Rebollo es originaria de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. México. Nació en 1987. Estudió Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Universidad Autónoma de Chiapas. Ha sido publicada en la revista digital MAGAZINE COLLAB y el fanzine Memoria y Resistencia: abuso policial en México editado por la Red Tapatía de Revistas y Fanzines.

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A

bubakar descansaba rebosante ya en aquel lecho mortuorio, ahí donde las imaginaciones del miedo son casi tan absurdas como la esperanza y sin duda mucho más penosas. Su cuerpo es preparado para los ritos establecidos en un pueblo donde la muerte es esperada y dirigida por Anubis hacia el lugar del juicio. Sutilmente ese cuerpo es lavado y un súbito resoplar basta para que se agite el ánimo de aquel ritual y un instinto arraigado y antiguo se vierta sobre el hombre que se encuentra en espera de un juicio justo. El cuerpo liberado de la mayoría de sus partes corruptibles, pasa a ser preservado en medio de un masaje de natrón delicadamente ungido tratando aun de conservar la minúscula parte del soplo de vida. Es importante conservar el cuerpo intacto, para que la fuerza vital tenga un sitio donde habitar tras la muerte. Rellenado de especias y plantas aromáticas, es a continuación envuelto en vendas de lino y protegido por amuletos y textos religiosos, y aguarda en su tumba la visita de su ba. Su entierro es poco profundo enaltecido en una exaltación sagrada en aquellas ardientes arenas del desierto, esto ayudará a la momificación del cuerpo, y a la espera indefinida de su quizá resurrección. De repente, desde lo alto de la tribuna concibe Abubakar la idea misma de su existencia, pasan a través de él, imágenes sumatorias de toda una vida. Entiende entonces que la moral es una convención privada, y la decencia, una cuestión pública. Observa entre sus actos, que cualquier licencia que se halla favorecido demasiado visible, lastima a otros sin razón, él jamás se enteró de las consecuencias de cada acto egoísta que mantuvo, y es así que adquirió una detestable reputación de cazador de herencias olvidando simplemente lo que en realidad importa. Ahora es tarde. Un sonido seco se oye al fondo de aquella sala, el horror se apodera de él. La balanza se ha inclinado y no es a su favor. Mientras tanto, Anubis ha conducido ya a Abubakar a la sala de las dos verdades, y su corazón, símbolo indiscutible de su moralidad, retumba ya como un tambor en espera de su juicio. Anubis toma ese poderoso emblema latiente y lo posa en una bella balanza de oro, contra una hermosa pluma blanca que representa el Mâat, este concepto de verdad, armonía y orden universal. Aparece frente al juicio aquella bestia ancestral devoradora de corazones, Ammit. Su monstruosa forma fusiona la imagen de un cocodrilo, un león y un hipopótamo, arremete contra la balanza y de un bocado toma el corazón, Abubakar grita de horror y ese grito sella la negativa de su inmortalidad.

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H

uellas indican tu presencia guiando el rumbo de tu caminar, dejas estela de tu aroma a salvia mezclado con el salitre que trae la pleamar. Gozamos tempestuoso amor sĂ­mil al idilio del ocĂŠano y luna, iniciando en los atardeceres separados despuĂŠs del amanecer.

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