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l camino literario continúa. Este mes nos traerá el otoño, y nosotros no podemos librarnos todavía de la influencia y vicisitud del enemigo microscópico (maldito sea). No obstante, es muy difícil detener la expresión artística, y, paradójicamente, estás circunstancias la han impulsado; se sigue escribiendo, pase lo que pase, cueste lo que cueste. Ya van cuarenta y ocho números del calupoh azabache, y siguiendo la tendencia de este año, esta edición es generosa en obras y calidad de las mismas; el mundo responde al aullido de este perro digital; nosotros compilamos dichas respuestas, y te los presentamos a ti, lector, para que descubras nuestras ideas hechas letras y obra literaria. Hay que tener coraje para escribir, pero, en definitiva, hay que ser valiente para crear obras con actitud y espíritu propio; nosotros, te las presentamos, las creamos con la alquimia de las letras, en el atanor de nuestra mente. Septiembre comienza con este ladrido que es el número cuarenta y ocho, ¡qué el mundo lo escuche, carajo! ¡Fuerza a todos!
Amaury R. Ledesma
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Sobre el autor:
Octavio Ollin nació el 30 de agosto de 1998 en la Ciudad de México. Además de leer, le apasiona escribir cuentos, pues este género le ayuda a ejercitar sus habilidades como escritor. Actualmente estudia la carrera de Biblioteconomía, en la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía (ENBA). Ha publicado cuentos y poemas en revistas electrónicas, como: Revista Pluma Literaria, La Piraña, El ocaso de las letras y The Libertiry Prose Journal en español.
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Fue la visión de este delirio todo un desastre de locura. Javier Solís Cataclismo
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lanca, ¿estás en casa? —Amador llamó por segunda vez a la puerta del jacal. —Espérame —ella contestó con voz risueña. —Soy yo. —Aguántame tantito. Ya salgo. El cielo de la noche era iluminado por el mar de estrellas. Las pencas de nopales rodeaban, a corta distancia, un sombrío y tenebroso árbol. Las luces de los jacales lentamente se iban apagando. El pueblo ya comenzaba a dormirse. El viento cálido y silencioso rozaba suavemente el rostro vivo y alegre de Amador. Blanca entonces abrió la puerta. Y con la mirada llena de júbilo, se lanzó a sus brazos. —¿Cómo estás, amor? ¿Cómo te fue hoy? —Me fue bien —Amador le dijo, y luego le dio un beso—. ¿Y a ti? —¿Me amas? —dijo Blanca tomándolo del rostro, y lo miró con total vehemencia, como si deseara encontrar la verdad absoluta tras sus ojos. La pasmosa hermosura dejó boquiabierto a Amador. Eran inevitables esos ojos negros y redondos, esos pómulos marcados, esa nariz fina y esas cejas delgadas, sin olvidar esa cabellera castaña y ondulada. —¿Me amas, Amador? —Sí, así como tu mamá te ama y te aprecia, yo igual. —Olvídalo. Mejor ven, vamos —Blanca lo jaló del brazo y lo llevó hasta el árbol. Mientras más corrían, mayor era el ruido seco y quebradizo de la tierra. —Te encanta estar aquí, ¿verdad? —Amador la miró alegremente. Y ambos se recostaron bajo el árbol. —Así como me encantas tú. —¿Cómo está tu mamá? —Mucho mejor. La medicina que le dio mi abuela le ayudó. Amador recordó la vez que Clementina, la mamá de Blanca, le dio su itacate para que comiera en la escuela. «Esa señora siempre se preocupa más por mí que mi propia madre.». —Supongo que está descansando. —Sí, por eso me salí de rápido —Blanca soltó una risita, y luego lo abrazó. —Y tú, Blanquita, ¿cuánto me quieres? —No, no, yo solo te amo. Es lo que más me importa —ella le dijo, y luego lo apretó tan fuerte en sus brazos como tenazas de hierro. —Eres hermosa. —Gracias —Blanca recargó su cabeza en el hombro de Amador—. Me esfuerzo para parecerte hermosa. Amador la tomó de la barbilla y le plantó un beso. Y murmuró: —Me encantas, Blanca. Las armoniosas facciones de la joven apenas se vislumbraban entre la penumbra y la fantasmagórica luz que atravesaba las enormes hojas del árbol.
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Amador recordó esa noche de luna llena, cuando Blanca le había llevado jugo de limón en un pocillo de aluminio. —Gracias, amor —Amador le sonrió, y luego bebió un sorbo. —¿A qué te sabe? —Me sabe algo agrio. Como que le falta azúcar. —Es que le’ché poca. Entonces Amador bebió el resto, y dejó el pocillo a un lado. —¡Un alacrán! —Blanca gritó llena de espanto. —¿Dónde? — ¡En tu pierna! Amador estaba hecho un manojo de nervios ante la situación, así que hizo un intento por ahuyentarlo, pero fue en vano, pues el alacrán, por naturaleza, clavó su podrido aguijón. —¡No! —Blanca desgarró el silencio con su voz tibia. —¡Chingada madre! —Espérame, voy por un trozo de ajo —dijo Blanca, agitada y sudorosa. Y corrió hacia la casa. —Amor, tengo que irme —Blanca bostezó—. Nos vemos mañana. —¿Recuerdas lo del alacrán? —dijo Amador al mirar su pierna. —Sí, por suerte era uno negro. —Y se veía grande —Amador se carcajeó brevemente. —Mi abuela dice que la oscuridad suele transformar las cosas. —Fue no’más una ilusión. —Sí, una ilusión —dijo Blanca mientras miraba las manos de Amador—. Pero olvidemos eso. —Sí, mejor. El viento nocturno, después de unas horas, se tornó frío y helado. Las estrellas aún resplandecían libres y serenas. Blanca, con la mirada puesta en el cielo, se arrimó más y enganchó tiernamente sus brazos sobre el cuerpo de Amador, como si su piel fuera un abrigo que intentaba arroparlo. Y ambos silenciaron mientras escuchaban el suave y monótono crepitar de las ramas, y el golpe incesante de las hojas. En algún recóndito lugar, el canto del grillo empezó a hacerse más audible. Y muy a lo lejos, se escuchó el aullido lastimero de un perro. Blanca suspiró relajada. Y dijo: —Amador, ¿me amas? —Te querré siempre. —¿Solo me quieres? —Y te amo. Mi abuelo me dijo que cuando amas a alguien sientes una ruidosa alegría en el corazón. —¿Y eso sientes? —Contigo, siempre —Amador acariciaba la cabellera de Blanca—. Pero luego todo cambia de sopetón. —¿Por qué? —Blanca lo miró con ojos cristalinos—. ¿A qué te refieres? —Cuando estás lejos, la angustia va comiéndome desde aquí —Amador puso su mano en el pecho—, hasta que llega a mi estómago. Y por las noches, cuando ando recostado, te voy pensando, y entre más lo hago, siento que hemos convivido más de lo que es. Hasta siento que ya tuvimos... esta conversación. Hubo un breve silencio.
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—¿Qué tienes? —Nada, es que ya tengo sueño —Amador se sacudió los ojos, y se levantó—. Vámonos. Mañana me toca ir a la merca de la harina pa’ las tortillas. —Vámonos. Callados y agarrados de la mano cruzaron dos pencas de nopales. La atmósfera se volvió más implacable y fría. El aire se oía por todos lados como una ola invisible moviéndose desmedidamente. Y cuando ambos se alejaron a través de las oscuras pencas, una silueta frágil y encorvada se iba acercando. —¿Qué’sesto? —dijo el anciano con voz espesa, y golpeó con su bastón el bulto que se asomaba tras una penca. Luego dio la vuelta y observó con más atención. Amador se encontraba tirado de bruces sobre un gran charco de vómito. Junto a sus pies había un pocillo de aluminio vacío. Y un montón de moscas zumbaban violentamente como si estuvieran poseídas, cautivadas, por el pesado y nauseabundo olor que persistía. —Pobre chamaco, lleva tiempo aquí y nadie lo ha visto. Voy avisarle a Clementina ahorita que sigue despierta, pa’que hagamos algo —dijo el anciano con aire de humildad. Y luego se alejó tranquilamente mientras cojeaba apoyándose de su bastón.
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Sobre el autor: Nació el 4 de abril de 1994, en la Ciudad de México. Cuenta con una página de Facebook (https://m.facebook.com/Juan-Rogelio-108979084074895) donde comparte algunas de sus obras, anécdotas sobre ellas, los sitios en que llegan a publicarse, sus inspiraciones, entre otras cosas. Algunas de sus poesías han sido compartidas en la página del grupo Legüera Cartonera (https://www.facebook.com/legueracartonera/ ); en una compilación, en PDF, lanzada por el mismo grupo, titulada Desde la cueva. Tatuajes de un tiempo difícil de nombrar; en la página web de la revista digital Teresa Magazine (http://teresamagazine.com/de-la-primera-torre/ ); y fueron recitadas, por el locutor André Michel, en la plataforma Spotify, como parte de la colección #AudiosDeConsumo, del grupo radiofónico por Internet, Existencias: (https://open.spotify.com/episode/5cSHB4ps0N0NQGJL6EQHC2 ), ( https://open.spotify.com/episode/49FRi5XYkuUS80mV6aTG7m ), ( https://open.spotify.com/episode/32dCXRerVdU1ntqBq6R219 ), ( https://open.spotify.com/episode/2BPGIKc1gfz8FZLn0H4ggd ), ( https://open.spotify.com/episode/7lVukByFLQcsBoEGfJ7cNC ). Por último, en otro género, colaboró con un pequeño relato erótico, en la página web del grupo Caracola Magazine ( http://caracolamagazine.com/organismo-de-abuela/ ).
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e incorporé. Estaba sudorosa y muy espantada. Tenía la respiración agitada y creí que se me iba a salir el corazón, debido a lo fuerte que sentía que golpeaba contra mi pecho. Nunca antes, como esa noche, había podido abrir los ojos tanto como lo hice esa, después de haber dormido. Tampoco, hasta antes de esa noche, me había asustado tanto. Y menos aún me había ganado el sentimiento como esa vez. Fue por eso que, en cuanto vi a mi mamá, igual que si tuviera yo cinco años, me abracé a ella. No dije nada, y me puse a llorar contra su pecho. Sentí cómo ella me daba en la espalda unas palmaditas, que me devolvía el abrazo y que me apretaba contra su pecho. Igual sentí que sus manos me acariciaron el cabello, como para que me calmara. —No pasa nada, hijita —oí que me dijo—. Ya. Ya. Ya pasó. Fue nada más una pesadilla, mi niña.
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Sobre el autor:
J.L. Zúñiga, Lagos de Moreno Jalisco, 30 de abril de 1993, se define a sí mismo como un pensador constante, creador recurrente, creativo y sensible. Las experiencias plasmadas en sus obras son inspiradas en las propias experiencias de vida del autor y de su círculo social directo e indirecto.
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s normal odiar los silencios? Los silencios que se crean justo en el medio de dos semejantes. Los silencios que se alimentan de conjeturas. Aquellos silencios que terminan por rebosar en ambas miradas. Los silencios que, por rutina, nos llenan de una apatía trascendente. Y más que odiar los silencios, detestamos descifrarlos. Por temor a lo que juzgues callo, por esquivar el conflicto huyo, mientras colmo de intranquilidad mi tiempo, pensando a gritos cómo matar los silencios.
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Sobre el autor:
Juan Luis Henares nació en 1963 en Paraná, Argentina; desde 2012 reside en Colonia Avellaneda. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004 con Treinta mil imprescindibles ganó el Primer Premio en el Concurso Memoria y Dictadura; comenzó luego a escribir notas sobre temas sociales en revistas alternativas. Desde 2015 escribe cuentos; obtuvo premios, menciones y publicaciones en antologías y webs de Argentina, España, Cuba, México, Uruguay, Venezuela, Colombia, Guatemala, Alemania, Canadá y Estados Unidos. En 2018 fue publicado su primer libro: Lápiz clandestino. Actualmente prepara el segundo. Web: https://juanluishenaresescritor.wordpress.com/
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espertó aturdido. Pronto comprendió el motivo: sonaba el timbre de su celular; pensó que sería las seis menos cuarto, hora en que se levantaba para ir al trabajo. Encendió su velador, el viejo reloj que colgaba de la pared marcaba las dos y veinte; recordó que era sábado, día en que no trabajaba. Atendió con torpeza y le respondió una voz de mujer: —Luis, soy Alicia, ¿Mariano está con vos? Trató de aclarar su mente y confundido contestó que lo había visto a la salida del trabajo, pasado el mediodía. Ella, a un paso del llanto, insistió: —No regresó, salió a caminar y me dijo que era probable que después fuera a tu casa. Tras intentar en vano tranquilizarla cortó la conversación; volvió a la cama y apagó la luz del velador. No logró dormirse. La confianza con Mariano era ilimitada; su amistad comenzó siendo niños, cuando jugaban con los autitos en el cordón de la vereda en el barrio; siguió en la escuela secundaria y la universidad, con las chicas que se peleaban por bailar con el rubio de ojos celestes o con el morocho de ojos verdes; y continuó, más cerca en el tiempo, al recomendarlo Luis en el puesto de administrativo que dejó vacante un viejo empleado cascarrabias que se jubiló. Compartir tantos años sus vidas los llevó a no ocultarse nada. Recordó la charla que tuvieron esa mañana en un descanso en la oficina. Mientras revolvía el azúcar en su humeante taza de café, Mariano contó que la tarde anterior —durante su caminata diaria en las afueras de la ciudad— descubrió escondida detrás de un pequeño bosque de pinos una casa que le llamó la atención, ya que arriba del arco de entrada tenía la escultura de un gran ojo en color rojo. Luego de sobreponerse a la impresión que le causó verla —era tan real— advirtió junto a la piscina en un claro entre los árboles a una bella muchacha que tomaba sol con los pechos al aire. Se sintió excitado, y al acercarse hasta el alambrado en busca de observar mejor pisó una rama seca que crujió y llamó la atención de la joven, quien se incorporó y lo miró fijo. Mariano quedó en evidencia y la rubia, divertida ante la situación, tomó su remera, levantó los brazos, se la colocó lentamente —para prolongar el momento— y se dirigió hacia él. Algo turbado salió del paso al consultar acerca de la figura; ella explicó que la construyó con cierto material que él no recordaba: es que no prestaba atención a sus palabras, solo imaginaba diversas situaciones eróticas. La rubia de pechos grandes y firmes —como la bautizó— lo invitó a pasar y mostrarle unos cuadros de personajes famosos que tenía a lo largo de la finca; a pesar de sus ganas de aceptar, le dijo que sería imposible, pues recordó que debía ir con Alicia al médico. Ante su negativa, lo despidió provocadora: —No olvides volver; hay cosas que tus hermosos ojos celestes no pueden perderse. Dio media vuelta y regresó por donde apareció; Mariano la miró, prestó atención al bikini que en cierto modo cubría su cola, y sintió impotencia al no poder hacer lo que deseaba en ese momento: entrar. Entre risas terminó el relato y comentó a Luis que esa siesta, con tiempo disponible, retornaría a la casa. Al no lograr dormir, Luis se dio un baño y preparó café acompañado de tostadas untadas con manteca; lo tomó en su cama y encendió el televisor. Al fin, entretanto miraba un aburrido partido de fútbol, se quedó dormido. Alterado, tomó el teléfono: Alicia, desconsolada, le pidió ayuda: era media mañana y Mariano no había regresado. Luis se vistió y trató de recordar el lugar dónde se encontraba esa casa. Los caminos eran todos iguales: tierra, sol, perros, árboles. Preguntó por la casa con un ojo rojo, nadie sabía de ella. Supuso que la rubia de pechos grandes y firmes debería ser muy atractiva para lograr que Mariano olvide a Alicia, su amada Alicia. Justo en ese instante descubrió la escultura sobre el arco de acceso a una propiedad.
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Detuvo el auto y caminó hacia la entrada; en la piscina no encontró ninguna rubia tomando sol, se escuchaba el solitario canto de los pájaros y el sonido del viento al sacudir los pinos. Golpeó las manos, no hubo respuesta; regresó al coche e hizo sonar la bocina varias veces. En tanto dudaba entre hacerlo de nuevo o saltar el portón de entrada, la vio salir de la casa. ¡Era ella! A pesar de la remera que la cubría, su cuerpo era inconfundible; Mariano la describió de manera magistral: pechos grandes y firmes. A Luis se le ocurrió decir que era un estudiante de oftalmología sorprendido con el ojo de la entrada. La muchacha abrió el pórtico y lo invitó a pasar; argumentó que adentro podría mostrarle cuadros y objetos referidos al tema. Además, pronunció insinuante: —Hay cosas que tus preciosos ojos verdes no pueden dejar de ver. En el interior lo sorprendió la extensa galería repleta de pinturas al óleo que colgaban de sus paredes; en todas ellas, rostros de actores famosos lucían sus grandes ojos bien abiertos. Reconoció a Bette Davis, Paul Newman, Steve McQueen, Sofía Loren, Brigitte Bardot, Brad Pitt, Angelina Jolie y otros que recordaba sus caras, no obstante, le costó ponerles un nombre. No alcanzó a preguntar, ya que pronto dejaron el ambiente e ingresaron a la biblioteca; se sentaron y la mujer lo invitó a tomar café. Contó que era artista plástica especializada en trabajos relacionados con su tema preferido: el ojo humano; su última obra era la figura que estaba en la entrada de la casa. Explicó que el ojo rojo es un efecto que se produce en algunos albinos: al casi no tener pigmento su iris, se lo ve así debido al color de la hemoglobina de la sangre que circula en él y en el fondo del ojo. —Aún no viste lo mejor —comentó tras degustar el café, a la vez que lo invitó a pasar a la habitación contigua. Luis recordó que todavía no tenía pista alguna de Mariano; al ingresar balbuceó: —Tengo un amigo que te visitó ayer... Ella lo ignoró, encendió la tenue luz, lo abrazó, besó su cuello y boca, y lo llevó de la mano a un catre junto a la pared posterior. Él alcanzó a ver al costado una mesa con frascos y latas, pero como la rubia se sacó la remera, decidió dedicarse a acariciar y besar sus grandes y firmes pechos. Se quitaron las ropas; de espaldas en el colchón Luis disfrutaba el momento, mientras los suaves labios descendían por su cuerpo, desde el cuello al pecho, a su cintura… De repente percibió un leve pinchazo en un brazo; aterrado la vio sostener una jeringa con su mano. Mareado intentó empujarla, mas su vista se nubló y se sintió flotar en el ambiente. No pudo mantener su cabeza erguida, la dejó caer hacia un costado; sobre la mesa lateral observó un frasco con un par de ojos —bellos y celestes— que lo miraban, los ojos de Mariano que parecían pedirle auxilio.
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Sobre el autor: (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Irán, España, Estados Unidos y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018, Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019, y Alborozo, 2020. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
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a poesía por todas partes anda: mariposa sobre la flor de los milagros posándose, ave más allá volando y llave de oro que al venir abre del mundo, y para los hombres todos, su misterio. La poesía canta, y aun el más oscuro silencio se enciende con su canto. La poesía acontece en la luz cotidiana y anda y luminosa se levanta entre las sombras. Por todas partes la poesía fulgura, transita y canta. Florece alegre en montañas y valles de cordura y no es flor de un solo instante. Única voz que viene, en un tren de sombras, desde los reinos en los que luminosa la poesía nace. La poesía anda en el aire: mariposa alegre por los fulgores de cada instante volando.
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Sobre el autor:
No es más que otro cuerpo tirado en Piedecuesta, un escondido pueblo próximo a la capital de Santander por allá en 1990. Un ser parido en tierra fértil y un país de miedo. Sin más público que sus amigos y las hoy lejanas tertulias en algún bar.
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on sinceros los impulsos que retraen este cuerpo, los sueños que al mirarte mueren son solo un secreto. Tu cintura asfixiada y tu voz atragantada, tu cuerpo sacudido y extraviada tu mirada. Dedos, manos, besos, piernas, labios, senos, llanto, lenguas, gemires, jadeos, gritos, guerras. Tu silueta vespertina contrae el miedo del ocaso, una cueva en tus destrezas queda, pretendida por verdugos y guerreras, obtenida por tus besos, explorada por tus manos. Distrae sus ojos con tu lengua, atraviesa la infancia de tu amada damisela, llanto, sangre y flores placenteras, recibe de su hades el desconsuelo de los muertos, como lluvia relame para siempre sus cimientos. Entreabre su boca y deja escapar la víbora que le alimenta, estruja sus bezos con violencia, desviste sus temores de toda prenda, ya es tarde para una duda, ya es tuya su entrepierna. Que tu ritmo no ceda, la venganza siempre espera, la victoria nunca aguarda, un gemir se acerca. Has perdido amada mía, tu derrota es inminente, tu boca lo refleja, sangran tus labios las caricias de tus dientes, el ruego de Pandora de tú garganta escapa lentamente. Arrójate a la cama, tu enemiga ya te tiene, sobre tu cuerpo reclama un prisionero, una amante, un susurro, una muerte obtiene como premio. En honor a Baco el vino vierte, con la boza de Baal debes beberle, entre hiel, veneno y miel la tentación aún crece, un orgasmo de pétalos azules por su espalda se enmudece, su lengua es traicionada, su boca tus pechos enciende, tu piel es arrancada, tus cánticos de gloria con los suyos a los dioses mienten. La apaciguada estepa de clítoris sumisos nieve llora, asesina fortalezas que distrae a trozos, se derriten con cautela, miradas y espejuelos rotos. Los tabúes, los ingenuos, las pesadas palabras que puñales lleven,
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las sociedades insurrectas, las vociferadas alambradas que el amor secuestren, todo oculto bajo tierra, sepultado serรก por tus placeres. Abres los ojos y a tu consagrada musa encuentras, de tu vino y su sabor sus piernas mojadas, de sangre libertaria las tuyas empapadas, en su mirada sostente pues el pรกnico brilla en sus pupilas impacientes. Ata su corazรณn con los nudos de tu lengua, el futuro estรก dormido, roba sus pรกginas de leda, escribe historias nuevas donde las vecinas no comenten, donde tus padres no lamenten, donde el mundo con tu amor desaparezca, donde este amor permanezca, por siempre junto a ustedes.
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Sobre la autora:
Eunice Victoria Martínez Matos. Nació el 27 de noviembre de 1998 en el municipio San Francisco del estado Zulia, Venezuela. Desde pequeña fue llevada a vivir en el municipio Dabajuro, en donde sus padres trabajan y residen. Desde temprana edad fue guiada por el camino de la lectura y las artes, llegando así a valorarlas, amarlas y hacerlas suyas. Actualmente estudia Educación mención Orientación en la universidad del Zulia y también cursa la licenciatura de Educación Mención Música en la universidad Francisco de Miranda en el municipio Dabajuro, estado Falcón. Vive con sus padres y hermanos.
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o existen suficientes palabras ni el abecedario me alcanza para escribir de ti. Tú, que no me juzgas, que cuando me abrazas la paz me abraza. Me haces sentir grande como Goliat, me animas a ir por mis sueños sin ponerme a prueba y si no lo logro no me culpas. Eres la sultana de mi corazón, el faro que alumbra mi boscoso camino, los brazos que me levantan para que las espinas no me dañen. ¡Oh, mamá! El tiempo pasa y en ocasiones una es insegura y tropieza con piedras, aun cuando me lo has advertido y entonces me siento perdida como cuando mi manita soltaba tu sedosa mano en la calle. Mi brazo se extiende como alguien ahogándose que anhela ser salvado, ¡ven! Para mi búsqueda con tu mano. Vuelve a deleitarme con tu voz que ella vuelva a ser mi cerco como cuando de niña las pesadillas me engullían y, cuando te escuchaba, la tormenta se detenía, se disipaba. Vuelve, mamá, vuelve a tomar mi mano.
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Sobre el autor:
J.L. Zúñiga, Lagos de Moreno Jalisco, 30 de abril de 1993, se define a sí mismo como un pensador constante, creador recurrente, creativo y sensible. Las experiencias plasmadas en sus obras son inspiradas en las propias experiencias de vida del autor y de su círculo social directo e indirecto.
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o estoy solo… Me acompaña la fe de ti, la esperanza de ti. En un espacio de mi cabeza se aloja lo que fue. Se mantiene separado, suspendido,
aparte. Intento una doble jugada, engañar a mi corazón, a mis sentidos, mientras te bloqueo y a la vez te necesito. Te has vuelto intermitente, punzante, un espejismo. Ya no sé cuándo realmente serás tú… Ya no sé si yo he errado. Por ahora no eres fantasía ni eres realidad; eres la paradoja de mi presente, el recuerdo de mi esperanza y la esperanza se desvanece, se difumina, pero prevalece, persevera, no se borra. ¿Dónde estás? Desde hace semanas que eres solo un sueño. Mientras mi recuerdo de ti se materializa en la fría oscuridad de mi habitación y te recargas fuertemente en mi pecho como si estuvieses casi aquí, yo seguiré.
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Sobre el autor:
Christopher Medina González (Chris Medina) es un estudiante mexicano de la carrera de ciencia política, nacido el 14 de marzo del 2000. Es director/editor de Iguales Revista, cofundador/colaborador de FLOU Revista Independiente y community manager/colaborador de Sonámbulo Publishing. Ha publicado en Revista Afluente, Teresa Magazine, Chupacabras Fanzine, Revista Literaria Ibídem, Editorial Elementum, LibertariA Fanzine, Áspera Fanzine, Cannibalismo Mortuorio Zine, Aria Revista Literaria y en el Fanzine Libre Virtual del Museo Virtual de Ilustración Contemporánea de la Ciudad de México
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ajé el telón y denuncié a la nada que ya entendería lo ansiado, que ya no tendría el agrado y que lo dejaría contigo por si se ocupa. Talentosa, glamurosa, eterna diva, esperaré desdichado. Cabalgas otras olas, pero te siento desde las puntas hasta los cueros y hasta que amanezca en tu recuerdo. Iré directo, iré sin calma yace estoica, baila mambo, suda vodka, ama a otros. La extraño cual buen guerrillero. Y ahí se lo dejo en la obscura alfombra por si se ocupa.
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Sobre el autor: (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Irán, España, Estados Unidos y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018, Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019, y Alborozo, 2020. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
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na mariposa blanca en el pensamiento vuela. Hay también un río lleno de transparencia por allí cantando. La mariposa se acerca a la flor, bajo un cielo dulce y claro. Es primavera y el pensamiento vuela como una mariposa, como un río canta y es flor hacia el cielo abierta.
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Sobre el autor:
El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año (2018), lanzando su primer libro Mellon Collie y la Infinita Desolación en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido.
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a dureza y la mutabilidad de la roca no están en ella. Lo divisible e incoloro lo creemos nosotros, más cuando vuestro intelecto está enfermo desde el mismo gen de la civilización. No creo en la matemática del cuento ni en los árboles construidos por los desarraigados; ni en el vanorriego de los mal pensantes. No creo en las sutiles caricias de los hipócritas, no deseo germinar la semilla de una patria obtusa que desemboca en los infines lagos de la estupidez.
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quella tarde yo salía después de una semana de porquería en la oficina, el tráfico difícilmente había estado más asqueroso, los tumultos de personas se agolpaban en las aceras, mientras la semana agonizaba entre cláxones y gritos por todos lados. Mientras me encaminaba a la parada, crucé sin querer la calle, a cierto lugar en medio del Centro, un lugar sórdido que regularmente apesta a orines y suciedad. Los mendigos hacían lo suyo mientras decenas de personas salían de las oficinas. No recuerdo bien si llovía levemente o solo sentía que mi vida era miserable. Como decía, en medio de ese escenario recordé que cruzando la calle se encontraba aquel lugar al que ya había ido varias veces. Me despabilé y caminé hasta ahí. El sitio era como siempre había sido: varias mujeres jóvenes atendían el servicio, una detrás de la barra saludaba a todos los clientes, mientras las otras servían las mesas. Pedí varias cervezas; las bebí como si aquel lugar fuera un oasis o un refugio del fuego de artillería en las grandes guerras, como si fuera el mejor sitio para lamentarse; para olvidar el asco de la realidad, para dirimir los barrotes de la soledad que compartimos con la especie. Es patético si lo pienso ahora, a mí nunca me ha gustado viajar y en aquel momento, en aquel lugar me lamentaba por no conocer Cancún, Morelia, Monterrey, Playa del Carmen; incluso sabiendo lo que odio las playas, el calor húmedo que invaden cada rincón de esos lugares alegres, atestados de turistas extranjeros que inundan sus cuerpos con vitamina B, alcohol y una variedad de drogas que cuestan cientos de vidas en el país. La verdad es que nada importaba en ese momento, porque aún si yo hubiera estado nadando en millones de pesos, en aquellos días podría haber estado a punto de saltar del Matute Lemus. Sin embargo, en aquel lugar estaba cómodo entre mujerzuelas que se ganan la vida como pueden: atendiendo indeseables y pobres diablos como yo. No sé en realidad cuantos litros de cerveza había tomado y ya comenzaba a hacerse tarde, terminé con la última y pagué la cuenta. —No estoy ebrio o al menos no tan ebrio—, pensé y supe que sería buena idea ir a un sitio más alegre, un poco más lleno de gente, personas que escuchan música y requintos de cantantes que poco importa si cantaban bien o no. Llegué al lugar y para no dejar que se me escaparan bebí unos cuantos mezcales, platiqué con un par de parroquianos mientras se disolvía mi miseria entre tragos fuertes y pláticas con desconocidos. Quizá lo que me contaron sea mentira, siempre he creído que la verdad está sobrevalorada, que nos morimos en medio de un millón de tragedia por probar nuestra verdad, y que ciertamente a nadie le importa. Es por eso que me gusta ese sitio, a pesar de que es luminoso y alegre. Me gusta por los que asistimos regularmente, todos somos mentirosos de profesión: a la mayoría nos gusta contar lo que hacemos como si nuestros proyectos tuvieran un final feliz, acudimos prestos a rescatar la poca esperanza que tenemos en este barco que se hunde. Después de platicar con un tipo que me contó que se iba del país porque no lo merecíamos, salté al siguiente bar: el reggae y las cervezas heladas poblaban aquello, decenas de niñas sonrientes bebían y platicaban con sus amigas o acompañantes, todo en un ambiente relajado y fresco: aquel lugar de decoración barroca bien podría ser la iglesia de los gladiadores caídos o el altar de un arte histriónico y rudo que en nuestros días está casi lastimosamente extinto. Como es mi mala costumbre me acomodé en la barra para olvidarme de las sonrisas, en aquel momento ya me daban igual. Todo iba bien hasta que sonó Trátame suavemente con Gustavo Cerati, estaba cantado en voz baja, y al levantar la vista: ella estaba ahí sentada en un banco de madera, bebía un curado de pistache y una cerveza clara, era pequeña y delgada con los ojos más lindos que un ebrio a media noche puede reconocer, estaba abstraída, como sumergida en una reflexión de media suela, me acerqué un poco y
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escuché aquel pequeño hilo de voz que surgía de sus labios finos: sonaba como un chorro de luz que se escapa de una obscuridad plena, de una negrura que le oprimía la garganta. No estaba triste, más bien era una mujer que había pasado demasiado tiempo a la sombra del mundo, en esos sitios que existen en todos lados, esos absorben toda la luz que podemos transmitir. A pesar de eso era la criatura más linda que había visto en muchos años, terminó la canción y después de que ella pidió otro trago, le pregunté si el curado de pistache estaba bueno: ella me miró como a través de un vidrio grueso, me dijo que estaba bastante decente, que se llamaba Estrella y que regularmente prefería no hablar con nadie, pero que en ese momento necesitaba maldecir a los que vivían con ella y que otra persona escuchara. Le pregunte qué sucedía con sus compañeros de casa y me contó que uno de ellos había sido su novio hasta tres semanas después de que se había mudado con él. Que ella es de Veracruz que solo vino para estar con el tipo, que dejó su casa y sus amigos, que cruzó medio país para darse cuenta a la segunda semana de vivir con él que tenía un par de hijos con dos chicas de su misma edad. La verdad es que no se veía triste, ella no era una mujer que necesitaba ser rescatada, lo que contaba sonaba como la lección aprendida de la boca de una anciana que corrige y alecciona a los jóvenes que están cerca, me contó que ya no se enamoraba desde hacía mucho, que había viajado porque le pegaba la gana y que la verdad es que no esperaba mucho de nadie, solo que había pagado tres meses de renta y no tenía donde vivir; que además no pensaba dejar el departamento, que estaba cansada de pelear con tres tipos que se pasaban los días fumando y tocando guitarra, que se comían lo que cocinaba y que a pesar de que nunca les había dicho nada por decencia, los odiaba con todo su corazón. A eso yo le respondí que la comida y un buen puñetazo en la cara se le niega a nadie: ella sonrió y me miró por primera vez. Aquellos ojos guardan una profundidad tan antigua que no pude dejar de verla, además que no hay mejor representación de la belleza entre la sombra. —Tienes razón—, dijo mientras sus ojos se llenaban de ese sopor que solo los conocedores del secreto pueden alcanzar, dijo algo que nunca podré olvidar: —Ellos no saben el pozo en el que terminarán, no saben, ni se imaginan la obscuridad que dejaron entrar en su casa… en sus corazones, cada palabra, cada acto cometido contra mí, será una aguja clavada y cada golpe un cuchillo que se clava en sus cuerpos miserables. Cuando dijo esto pensé que bromeaba, pero al verla supe que era la maldición que quería que escuchara. Me invadió un miedo primigenio, mis piernas temblaron, cabe mencionar que quedé profundamente enamorado. Seguimos platicando de cosas sin importancia hasta la hora en que estaban por cerrar el bar, estábamos por despedirnos y yo le solté la propuesta como quien lanza un anzuelo a un tiburón: —Oye, si tanto te molesta regresar a tu casa ven conmigo, duerme en mi casa, tengo unas pocas cervezas y una cola de tequila, no sé si tengas problema, yo vivo solo, anímate es aquí cerca. No sé si ella se burló de mí porque creyó que no había estado consiente de lo que habíamos platicado toda la noche; solo asintió con la cabeza como esperando el momento para lanzar el siguiente sortilegio al pobre ingenuo que insistía meterse en sus días… entre sus piernas…
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Sobre el autor:
Guille Cifuentes, nacido un 25 de mayo de 1979 en la ciudad de Guatemala. Psicólogo, profesor y deportista. Inicia su incursión en la literatura en el año 2020, con la finalidad de promover la lectura y a través de la literatura emergente apoyar el desarrollo de la literatura en su país en el que la cultura, el arte y la ciencia demandan nuevos talentos. Ha hecho colaboraciones artísticas en revistas como: Revista Literaria Pluma, La Fabrika, Cisne Revista Digital, El Gorrión Ahorcado, Revista Tabaquería, entre otras.
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uena a melancolía el sonido de tu voz, te escucho cantar y la soledad no es mala; abrazas recuerdos en progresiva melodía del pensamiento que toleras estoy a la expectativa. La necesidad existencial y persuasiva, el camino en retrospectiva virtual es irremediable amargura en versos tristes arropan el pasado, la desesperanza recorre tu mente de ida y vuelta. Arruinaré este momento ante la concepción de momentos innegables, toma mi mano aquí estaré en tu despertar, el producto del silencio esta vez testimonio del pasado. Los rincones de tu corazón atentos a la melancolía sumergen momentos inspiradores de sonrisas y lágrimas, lágrimas y sonrisas de persuasivos fragmentos de la vida ocultas en la mirada muchas primaveras e inviernos. Dejas sentir lo que no puedo ver, tu semblante recorre el porvenir que no pudo ser, la imaginación tiene sus formas, el gato roza tu piel y te devuelve a mí en este momento. Tomé en mis manos un corazón roto. Sin decir palabras un capítulo de vida transcurre, quizás el collage de recuerdos enmascara tu fragilidad, las experiencias no agotan su existencia banal. Has sido tú en mi llanto y alegría, prometo no reducir a cenizas tus recuerdos, recuerdos que enriquecen tu espíritu deja que queden en el paraíso de lo especial Vamos a coleccionar bellos momentos que serán buenos recuerdos, llegará a su manera la serenidad que guíe el camino, seré paciente las veces que haga falta, seré tu presente para fusionar el amor y la esperanza. Química delirante sin mesura en almas gemelas, la ventura del destino reposará en el privilegio de ti y de mí con la certeza inminente de las caricias benditas con la transparencia de la devoción de nuestra ilusión.
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Sobre la autora:
Eunice Victoria Martínez Matos. Nació el 27 de noviembre de 1998 en el municipio San Francisco del estado Zulia, Venezuela. Desde pequeña fue llevada a vivir en el municipio Dabajuro, en donde sus padres trabajan y residen. Desde temprana edad fue guiada por el camino de la lectura y las artes, llegando así a valorarlas, amarlas y hacerlas suyas. Actualmente estudia Educación mención Orientación en la universidad del Zulia y también cursa la licenciatura de Educación Mención Música en la universidad Francisco de Miranda en el municipio Dabajuro, estado Falcón. Vive con sus padres y hermanos.
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itibunda se torna mi alma al recordarte y al recordar los deseos nonatos. Algente mis días cuando no me arropas con tus alas. Tú que desbrazas mi cuerpo, que quitas los aspectos confusos, que destrozan la vida. Somos uno, uno en amor y en belleza. Tú que quemas mis sombras y con gratitud sometes al orgullo. Tú que alejas las procelas que se avecinan y despejas mis días. Oh, amor, que demos paso a la fruición, que nuestros labios bailen una dulce melodía y que tú y yo seamos sempiternos. Tú y yo, alígeros como ángeles, y juntos cabalgamos en sus aureolas.
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Sobre el autor: Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Enfoca su obra poética (rima o prosa) en indagar en los recovecos de lo mundano desde el punto de vista pesimista. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), Lo que pasó en el sótano (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), La carta de Jacques Virgil (Más literatura, sección cultural de Tecnologíaindustrial .net, Ciudad de México, 2020), Retorno (Revista Literaria Nudo Gordiano, Toluca, Edo. De México, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), entre otras.
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U
n día me di cuenta que existía, y me levanté hacia mi anhelo.
Quise retractarme y lo conseguí no haciéndolo; los dilemas se apagaron y las velas fueron antorchas. Esperé un tiempo y me cansé de hacerlo, fue entonces que abrí la puerta y salí a buscarlo. Quise agonizar mientras mi herida sangraba, pero no existía tal herida y la razón se tornó absurda. Un día pretendí ser todo, y solo ahora me doy cuenta… que no soy nada.
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Sobre el autor:
J.R. Spinoza H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Teresa Magazine, La Gualdra, entre otras.
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—¿C
ómo está el abuelo? —Dormido. ¿Pudiste conseguir los pañales? —Sí. Creo que son los indicados. —Bien, no tardes.
Cuelgo, me toma un momento descubrir cuál es el botón para bloquear la pantalla. Es una gran molestia usar un aparato tan antiguo. Lo guardó en el bolsillo del pantalón antes de sentarme en el asiento del conductor. Giro la llave. Y después de un ronroneo enciende. Piso el acelerador y conduzco. ¡Pero qué maldita suerte!, tantos años por vivir y por un maldito error estoy obligado a cuidar del abuelo. A Sonia no parece molestarle tanto, quizá aún no se da cuenta de la magnitud de la falla, tal vez aun no repara en todo de lo que se tendrá que privar por servir a alguien que no puede valerse por sí mismo. Una pelota choca contra mi parabrisas. Freno. Me dijeron en la academia que, por estos tiempos, cuando un balón pasa, un niño irá detrás. No se equivocaban. Un regordete niñito de no más de siete años corre despreocupado tras su pelota, mientras a mí, casi se me sale el puto corazón. No te preparan para esto en las simulaciones. El pequeño termina de cruzar la calle con su balón en brazos y con una amplia sonrisa en el rostro. Pese al susto, es lindo ver a los niños jugar en la calle. Es un buen momento para vivir, buscar una bella esposa, ¿por qué no?, respirar el aire limpio del campo, ver el atardecer acompañado de un gran vaso de agua fresca y dulce. Giro el vehículo. Me sudan las manos y el corazón me late con violencia. Acelero. Pero al poco tiempo me empieza a doler el estómago. Es una náusea que viene desde muy adentro. El carro comienza a reducir su velocidad. Quito mi mano derecha del volante solo para verla desvanecerse. Entonces freno. Doy media vuelta al automóvil y solo después de haber girado los ciento ochenta grados me permito abrir el vidrio y vomitar por la ventana. La boca me sabe a heces. Mi teléfono suena. Lo dejo sonar un poco antes de coger la llamada. —¿Qué mierdas estás haciendo? —Lo siento. Voy enseguida. —No hagas más estupideces y vete haciendo a la puta idea. Me miro al espejo. Apenas si tengo cabello y de mis orejas brotan vellos de color blanco y gris. Así no debería verse alguien de veinticinco. ¡Sonia y sus malditas ideas! —Vamos a ver al abuelo. Será divertido —me había dicho. Aunque para ser honestos yo fui quien quiso entrar a la casa. A la bisabuela no le sentó nada bien vernos. El registro no mencionaba que era hipertensa. Su esposo fue alertado por el grito último de su mujer y entró con una escopeta a la habitación. Pensó que éramos ladrones o secuestradores. Y sin decir ninguna palabra como tal, más que el torpe balbuceo de insultos entremezclados, disparó. Debí desactivar el modo reflector de mi reloj. Quizás ahora estaría en mi hogar recuperándome de una herida de bala en el brazo y no condenado a jugar a la casita con mi hermana. Después de eso llegaron los hombres de gris. Nunca los había visto, pero cuando entraron a la habitación supe de inmediato que eran ellos. Siempre vienen de a dos. Uno de ellos cargaba un maletín de color plateado. Nos escanearon con sus armas, las cuales les proporcionaron nuestros nombres y datos básicos. —¿Son esos sus nombres? —Sí —me recuerdo contestando mientras tragaba salida.
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—Han incurrido en un delito tipo C del artículo vigésimo sexto. La pena es cadena perpetua. Yo negaba con la cabeza buscando desesperado alguna excusa o solución, pero sentía el cerebro seco, y ver los cadáveres en el suelo no le ayudaba a mi cordura. Por su parte Sonia se aproximó a ellos y extendió sus brazos, en señal de que le esposaran. —Negativo —dijo el otro, aunque de no haberlo visto mover los labios hubiese jurado que lo había dicho el mismo, no solo se parecían en el rostro y la complexión, también sus voces eran muy similares —cumplirán su condena aquí. Abrió su maletín y nos colocó un par de collares de metamorfosis. Recolectaron una muestra de sangre de los difuntos y de un momento a otro Sonia lucía como la bisabuela Teresa, con su cabello chino y nariz afilada. Y yo había tomado la anciana forma de mi bisabuelo Jared. —¿Qué pasará con el abuelo? —preguntó Sonia. —Cuídenlo. —¿Oh sí no? —repliqué en un último intento de cambiar la situación. Pero los sujetos solo se miraron entre sí y después intercambiaron una sonrisa maliciosa. Empaquetaron los cadáveres y tan pronto como llegaron se retiraron. He arribado a la casa. Estaciono el auto en la cochera. Salgo y abro la puerta trasera. Tomo el paquete de pañales y el bote de leche en polvo. Dentro de la casa me espera Sonia cargando al abuelo quien llora como si deseara que se le reventaran los pulmones. —Creí que dijiste que estaba dormido. —Lo estaba, pero despertó hace cinco minutos. Tiene hambre. —Dámelo, yo lo cuido en lo que tú preparas la comida. Apenas lo comienzo a mecer y deja de llorar. Se ríe. Estira su manita para sujetar mi dedo índice. Lo aprieta con fuerza. Mi dulce abuelito.
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Sobre el autor:
Christopher Medina González (Chris Medina) es un estudiante mexicano de la carrera de ciencia política, nacido el 14 de marzo del 2000. Es director/editor de Iguales Revista, cofundador/colaborador de FLOU Revista Independiente y community manager/colaborador de Sonámbulo Publishing. Ha publicado en Revista Afluente, Teresa Magazine, Chupacabras Fanzine, Revista Literaria Ibídem, Editorial Elementum, LibertariA Fanzine, Áspera Fanzine, Cannibalismo Mortuorio Zine, Aria Revista Literaria y en el Fanzine Libre Virtual del Museo Virtual de Ilustración Contemporánea de la Ciudad de México
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V
aliente caballero como rayo de luz, voraz guerrero empuña su hacha. Verdugos andantes que no reblan verán el daño. Hechicero distante con ojos rojos, horrendo ladrón sin escrúpulos, háganse a un lado, hoy seremos eternos en la sinergia moderna. Dragones de ensueños cuasi amigables, daremos sin tregua día a día, donde nadie somos nosotros, pues todo. Sol bendito y maravilloso, sacude las esporas de la hierba salada, sonríe en la hoguera lastimosa, salpica tus heridas.
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Sobre el autor:
Francisco Barrios nació en EE. UU. en 1976, pero radicó en la Ciudad de México y Cuernavaca desde pequeño. Realizó estudios de matemáticas y filosofía en la UNAM, pero se inició en la poesía gracias a los talleres de Porfirio García en Cd. Nezahualcóyotl y el CECyT no. 4, incorporándose a varios talleres y podcast entre los que destacan los dirigidos por los poetas Zel Cabrera y Ekiwah Adler. Su obra ha aparecido en diversas publicaciones y antologías entre las que destacan Selfie poética, antología editada por el Centro Cultural Los Pinos (México, 2020) y El Elefante Azul (Argentina, 2020). Además de poesía ha publicado traducciones, reseña, crítica y ensayo en distintas publicaciones especializadas. Actualmente se dedica a la docencia en la ciudad de Puebla y prepara su poemario Poemas para no morir en ayunas.
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ermino de lavar los trastes que no dejan de apilarse torrencialmente: son un reflejo de la lluvia que construye castillos de charcos en la calle y que rinden vasallaje a la incertidumbre, esa diosa macilenta y maliciosa, que nos impide saber cuándo veremos a nuestros viejos que se quedaron esperando con quién compartir la primavera. Cierro la llave queriendo detener el caudal de augurios fallidos y profecías inútiles como una baraja incompleta. El frío de la pileta me hace sentirme vivo al macerar mis manos, que regresan a esta vida dentro de la vida mientras devuelvo todo lentamente a la despensa, seguro de que nadie más saldrá de su soledad a mi encuentro. Los silbidos de las ranas y los rumores con que nos asusta la crecida del río tallan un perfil huraño en la atmósfera que se echa a dormir sobre el silencio del pueblo. ¿Cuántos habremos muerto ya en esta noche que lleva meses, sin saber quién regará nuestras plantas o cuidará de los trastes, ni quién los pondrá de vuelta en su lugar después de usarlos?
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Sobre el autor:
Francois Villanueva Paravicino, Escritor peruano (Ayacucho, 1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado el libro de relatos Cuentos del Vraem (2017), el poemario El cautivo de blanco (2018), la novela Los bajos mundos (2018), y los cuentos Cementerio prohibido (2019). Textos suyos aparecen en la antología Recitales “Ese Puerto Existe”, muestra poética 2010-2011 (2013) y en diversas páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas y/o. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020). Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007).
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L
a orilla del Apurímac está bañada por aguas verdecinas y por basura. El margen arenoso y pedregoso del Río Grande es una mezcolanza barroca de triste urbanidad atizada por una barbarie disonante en medio de una belleza tropical. Por la zona inferior de San Francisco, a espaldas del mercado, hay una pendiente que bajándola te lleva a un pampón rodeada de tiendas, criaderos de pollos y chatarreros. En el último está el padre de Geppetto dando martillazos a una lata muy vieja, escuchando una radio a pilas, silbando la música. El hombre, de rostro arrugado, ojos chiquitines, labios violáceos, orejas grandes, es robusto, un poco gordinflón y considerado alto en la zona. Aunque es pobre, tiene nueve hijos, es honrado, humilde, y poseedor de aires fortachones. La lluvia, que rebota en el suelo fangoso revolcándose como porcino en su chiquero, le recuerda los relatos de su infancia, leyendas inventadas de la más alucinógena ontología, las mismas que cuenta a sus hijos más pequeños, entre los cuales está Geppetto, de apenas diez años. En los orígenes del mundo, cuando todo era lava, azufre y oscuridad, piensa, existieron dioses mitológicos que lucharon entre sí y venció el más bueno. Él era Dios, cuyo hijo, Jesucristo, fue crucificado, muerto y sepultado, pero que resucitó al tercer día, en los principios de la Era Cristiana. También las gotas gordas agujereando el fango le recuerdan su primer amor, la madre de sus primeros hijos, que ahora aquellas imágenes mentales le saben a lágrimas. Se concentra más en la cumbia que escucha, ya no quiere pensar más en la fémina que encontró, cada día por aquellos años, menos atractiva. Aquella tarde Geppetto llegó sonriente, gozoso de aprender cada día nuevas cosas, no importa si de las buenas o de las malas. Vino solo, cargando su enorme mochila azulino, esquivando los charcos de aguas sucias, vestido con su uniforme: crema camisa blanca, pantalón ceniciento y gastados zapatos charolados; usa una correa cuarteada y unas medias finísimas con pequeños agujeros en la parte de los talones. Geppetto es de piel olivácea y enormes ojos oscuros, nariz chata, boca rasgada y orejas abultadas como la de su padre, pues se parece mucho a él. Ambos se aprecian mucho. —Hola, papaíto —saludó Geppetto pasando por el costado de su padre. —Qué tal, Cochinín —contestó el padre al saludo—. Qué tal, cómo te fue hoy en las clases —pregunta. Geppetto expresa su placidez por el buen día y, en son de broma, profiere una interrogación: —Papaíto, cuándo me lleva a los Bajos Mundos. — ¡Qué cosas dices, Cochinete! Ahí solo van los ladrones, los asesinos y los violadores, ¡ah!, y los adolescentes rebeldes sin causa. Gente dominada por sus bajos instintos, como los que nombré. Pero ¿dónde oíste eso, Cochinón? —Es que mi amigo Federico Rojas me invitó a su casa, y me dijo que vivía por los Bajos Mundos, y cuando le pregunté dónde quedaba eso, me respondió que donde la gente se divierte. —Pues diversión de malandros y malandrines, Cochinito… —Pero quiero jugar con mi amigo —insistió a su padre. —Que te indique bien dónde es, y ahí le estás, sin necesidad de pisar bajos u hondos submundos. Una gota gorda de sudor surcó la frente del padre de Geppetto. El pequeño se fue a su habitación, que era la contigua; en sí eran dos habitaciones, estaban divididos por un cordel con una extensa cortina blanca; en el lado derecho había dos camastros donde dormían cuatro de los hijos; y en el lado izquierdo, donde descansaban los padres. Geppetto se cambia lentamente de ropa; planea ayudar a su padre hasta que deje de llover completamente,
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después irá a los Bajos Mundos por su amigo Federico Rojas. El tiempo entonces pasa como un ratón en el basural de las orillas del Apurímac, rápido, escurridizo, desapercibido. El sol empieza a quemar acorde las tres de la tarde. Geppetto se encontró con su amigo Patricio López en el mercado a las cuatro de la tarde. Patricio es un chiquillo distraído en las clases escolares, pero avispado en materias callejeras. Tiene los ojos somnolientos, una voz suave y es alto y delgado; viste un short jeans, un polo blanco y sandalias nuevas. Como todos los niños de su edad, está imbuido en la funcionalidad lúdica de la vida, y por eso le gusta reírse de cualquier disparate. Ha traído un trompo de tronco pintado de amarillo y rojo con una punta muy afilada y un cordel grisáceo amarrado al final con una chapita. Geppetto le dice que no van a jugar, que tienen que llegar a los Bajos Mundos. Desilusionado, Patricio López empieza a subir las gradas del mercado hacia el puente. Atrás va Geppetto. —¿Conoces dónde vive Federico Rojas? —preguntó de pronto Geppetto en medio del puente. Patricio asintió y continuó andando. «Ahí vamos», sentenció. Mientras caminaban pegado a los pretiles, el viento les refrescaba el rostro, el calor los iluminaba y el cantar de los pájaros les divertía. Al terminar de cruzar el anaranjado puente metálico de concreto, sobre el Apurímac de aguas diáfanas de mediados de año, Geppetto sintió un vago presentimiento, que se intensificó mientras continuaba dirigiéndose hacia la casa amical. Tal vez por las advertencias de su padre, o quizás por la impresión de no importarle tanto aquellas diversiones prohibidas de aquellas personas de extraño vivir que tanto disgustaban a su papá. Se estremeció ante la idea de estar perdiendo cada vez más la niñez y recordó que cumplía diez años de ahí dos meses. Percibió latir fuerte su corazón durante algunos segundos cuando bajaron las gradas que se ubicaba en medio de la avenida principal. Antes de voltear una curva, ya se erguían ante en una de las entradas a los Bajos Mundos. Llegó hasta ellos el tufillo del vicio y las melancólicas y discordantes melodías, la atmósfera cargada de aires secretos y de amores contrariados. La primera idea que tuvo Geppetto fue la que nació al apreciar un panorama abigarrado de matices cenicientos, misterios prohibidos y oscuras realidades. Al poco rato apreciaban un local curioso con un letrero grande y blanco anunciando con letras góticas su nombre: Bar El Alacrán, que no era otra cosa que un prostíbar. Entraron por entre las cortinas guindas no sin antes de dar un vistazo curioseando el terreno ignoto, desde donde emergía una música embriagadora. Ubicadas en fila a un metro y medio de distancia entre ellas, había tres mesas de olivo vacías con asientos con respaldar; al fondo, por un ingreso, se hallaba un salón al aire libre con mesas del mismo tipo y cubiertos con sombrillas hechas de plantas y chamizo; más al fondo, varias habitaciones de triplay y calamina sobre pisos de concreto de fina capa orillando con la tierra en espacios regulares. Eso le creó cautela a Geppetto, quien temeroso se había pegado a Patricio, y ambos se quedaron entumecidos en la primera sección. No se habían dado cuenta que, apoyado en la parte baja del otro lado del mostrador que no era visible para los niños, dormía un chiquillo a pesar del sonido fuerte de la música. —Eh, ¿eres tú, Andy? —inquirió una voz ronca de pronto. Le pertenecía a un joven gordo de mirada beoda que salió del fondo, de una de las habitaciones. Vestido zarrapastrosamente y con una gorra de ala quebrada en la cabeza, producía miedo—. ¿Quiénes son ustedes? —dijo con voz gruesa y furiosa. No hubo respuesta—. Chiquillos malcriados, es mejor que me den algo si no quieren que les corra a patadas de aquí.
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Geppetto, asustado como lo estaría una ardilla atrapado en las redes de un cazador desalmado, antes de huir prefirió sacar silencioso una moneda de cincuenta céntimos y dársela rápidamente, pues si hacía lo que creyó en primera instancia, temió ser alcanzado y finalmente golpeado. Patricio se resistió a dar algo, quedándose boquiabierto y petrificado, pero cuando el obeso le tendió la mano y le escrutó de forma miserable, le dio dos soles en duro vertiginosamente. —Ahora será mejor que se larguen —gritó con rabia el extraño de rostro sudoroso y moreno, mirada fiera y corpulencia imponente. Era la persona más rara y extravagante que habían visto los dos amigos en su vida, quienes corrieron embalados a la orden dada sin esperar más advertencias. Corrieron y corrieron hasta que se vieron fuera de peligro. Se detuvieron cansados, sin fuerzas, en la vereda casi a mitad del puente. Geppetto no pudo contener las lágrimas y estas cayeron como perlas límpidas y salinas, con el cuerpo tembloroso, de forma desconsolada. Patricio lo miraba atónito, perplejo ante la debilidad de su amigo, quien le daba la espalda. Al más fuerte no le había importado perder la moneda de dos soles y, con espíritu de solidaridad, empezó a consolarle diciéndole: «Ya, tranquilo, si quieres te daré mis otros dos soles». Pero Geppetto siguió llorando con la mirada arremolinada clavándose en su pecho.
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Sobre el autor:
Ramiro Guzmán, nació en Montevideo, el 25 de setiembre de 1972. De muy niño desarrolló la vocación de artista, estimulado por su madre. A los nueve años fue premiado en un concurso de cuentos escritos por niños, organizado por la Biblioteca Nacional de Uruguay. Ese cuento se titulaba La huida, y hablaba de lápices que huían de su dueño. Luego, con once años, fue premiado nuevamente en ese concurso con su cuento La experiencia de una vela, que el escritor sigue considerando su mejor cuento. En 1988, con dieciséis años, publica su primer libro: La leyenda de los eoeses. De ahí en más su reconocimiento fue creciendo libro a libro, habiendo publicado hasta ahora más de treinta. Más tarde, Ramiro se acercó a la música, apoyado por Jaime Roos, con la que sentía que estaba en deuda. Así editó el disco Ruina Amada, en el que participaron Mario Villagrán, Hugo Fattoruso, Nicolás Molla, Luis Restuccia, Fernando Cabrera, Jorge Nasser y Samantha Navarro. Animado por su amigo español Enrique Rojas, Ramiro empezó a pintar, construyendo su casa museo en la calle Constituyente 1823 de Montevideo.
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is ojos sollozan lo conchiano. Buda apela a su máxima de sugerir y perdonar. Dios bendice a las gaviotas que flotan como lagartos viejos en las entrañas anoréxicas del sol. Solo, anciano, me anclo en el alba férrea de un tiempo inmortal. Soy un pez solitario que abraza las alas de Patricia como quien redime al mar. Diariamente voy escalando hacia una luna de las tres que habitan la tierra. La noche y sus devaneos recomienzan con la lluvia llena de tertulias, pinceladas, focos. Un día como hoy nacía el nazareno. El sol descuelga una pena llena de logaritmos y dificultades que se lloran y mascan y renuevan y el bien y el mal se acarician y bailan y yo maltrecho trato como puedo de empeñar mi corazón. Una chica ha empeñado sus chancletas y trajo buena suerte. La muerte hace el amor conmigo que la amo en frazadas, zorzales y orgasmos. Los días parecidos a la noche atraviesan con frenesí sus longevas y atrevidas y noctámbulas… Los días se poseen y se descargan con un amor tan grato, granate y efímero… Olvidar los burdeles donde fui Touluse Lautrec. La actriz de fuego canturrea sus Alpes que bailan todas las malezas que escabian semáforos presos en desamor. Lo lácteo fisura lo subalterno como la noche brinda al día su conciencia y su elixir. El sol renace satélite inmortal y el mar es gaviota y eclipse y cenit andino. La gente y sus estrellas caninas van de a poco cincelando Australias, lugares donde muero y nazco para recitar la alegoría de mi ignorancia, mi apego, mi amor. Borges escribe El tamaño de mi esperanza, tal vez su mejor libro, y la paulatina noche cae mientras Chiquito vuela zar al más allá. Una y otra vez los relámpagos de fuego crispan y revientan contra las olas del mar. La luna diezma su brisa con informalidad. Poco a poco me jubilo de mi camino zen. Vengo diestro y siniestro y esa boca no es mía. La desesperación alfombra los crepúsculos del mar y siguen atados a la televisión. Llueve en la logia masónica. En el BPS el infierno se arrodilla como circula una noche longeva. Los árboles matizan su cintura astronauta con mi nueva y diáfana blasfemia. Los días anochecen como sectas de petróleo. La NASA inventa al Invencible Séndicos. Ángeles de trapo, murales de esencia. La imperfecta cadencia de lo legendario. La noche y el insomnio traen mal al pecho. Las cunas regresan en su sabiduría. La imperfecta tarde regresa con calma a las rodillas de Dios. El llagado corazón de la vida aparece astronauta y emblemático. Extraño la Argentina. La lluvia muele el frío polar de mi casa loca. Unamuno escribe El sentimiento trágico de la vida. La comedia es un gol del aire. Una mayéutica intuitiva de la parábola exterior. Sufro gracias a Dios. Río también gracias a él. La tarde peca de rufiana noble. El día cuida a la luna mientras Patricia me afeita. La pena que me condena me arrulla y me salva. Baltasar, el cabeza de Tortuga, y la cancha arde. Ya no más ir a gritar a todo viento. Pero quién calma el grito del alma. Yo nací en cuna de oro y fui crucificado.
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Sobre el autor:
El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año (2018), lanzando su primer libro Mellon Collie y la Infinita Desolación en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido.
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eo que la calma yace en el asesino como en el ladrón su entremés más suculento. Los ánimos son tan súbitos como la humareda de la chusma. Es preciso deplorar cualquier ímpetu amenazante de la mundana paz que habita en el ser, a menos que sobrecaiga la candilezca figura justiciera en el hábito del inmaculado e inmundo sátrapa.
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Sobre el autor:
Mauro Rojas Núñez, poeta nacido en Santiago de Chile, más abajo del río Mapocho, en 1984. Se vuelve profesor de lenguaje y músico auto-otro didacta, entre otras cosas. Ha publicado Háblame con los Fantasmas (Isidora Cartonera) y ha aparecido en distintas revistas y antologías de Chile y Sudamérica. En la música ha participado en los proyectos Eleterios y Voto de Pobreza. Con su proyecto actual, Parasomnia, ha publicado un EP bajo el sello InClub Records, de Lima. Actualmente, prepara un EP bajo el nombre Pan de Dios y un libro ilustrado en conjunto con Carmen Quiroz. Este año publicará además su segundo poemario: Redes Sociales.
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veces recuerdo pastillas en mi bolsillo. A veces sé: la pobreza me enseñó más que todas las escuelas. El trabajo que me dieron se quemó en una barricada, en mi cocina hay aún una caja sin abrir y congelo cosas en el refrigerador. Entrego y me entregan comida sin tocarnos los dedos; arroz, fideos, aceite y harina, un té para alguien en el frío de cuarentena, un recuerdo: ayer corrías gritando: esta es mi lacrimógena junto a dos niñas moqueando y huyendo del humo. A veces soy un perro que aúlla en las animitas. Hay una justo aquí: Santos Dumont con La Paz. El virus que lo mató fue una bala de medianoche, el miedo empuñó el arma y todos ladramos después, nadie más gritó nada. Ahora: una foto y un crucifijo que es el bono material para los muertos a bala. Apumanque abierto un domingo, por si acaso, alcohol gel en las manos, por si acaso. A veces recuerdo que sé algunas cosas: matemática, literatura y Medio Oriente, pero nada me sirvió. En mi cocina hay comida congelada y una caja sin abrir. A veces me pierdo, tres veces más profundo. A veces soy una máscara oculta en la media noche.
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quella mañana no era un día diferente, Juan despertó temprano, se bañó y salió al mercado a repartir mercancía. Era una mañana nublada de junio que le regalaba una jornada sin sol que odiar mientras recorría la ciudad. Pasó por el Parque Metropolitano, se orilló un momento, se quedó por un instante observando los pájaros que estaban sobre los enormes árboles; nunca se había detenido a escuchar y menos a mirar. Al elevar la vista se percató del verde profundo y las plumas azules, rojas y amarillas que llenaban la cola de aquellos pájaros: una colonia de loros vivía en aquella mancha verde que resiste a la ciudad. —La naturaleza, a pesar de todo sobrevive—, pensó mientras volvía la vista a la calle y continuaba su camino. Terminó las entregas en Santa Tere, en Mezquitán y Jardines del Contri, además del recorrido para levantar pedidos en las proximidades de Providencia. Pasado el mediodía se detuvo a desayunar, al terminar siguió su ruta de retorno al mercado, el tráfico se cargaba un poco, se veían autos de todo tipo: desde las camionetas familiares con señoras que regresaban con los niños de la escuela, hasta los hombres de rostros adustos y trajes a la medida que manejaba autos increíbles. Cruzó la avenida en el verde, llegó al puesto, entregó las llaves y dejó los pedidos nuevos. Su jornada aún no terminaba, pero su tarea había sido cumplida con satisfacción para su patrón y para él. Después de entregar todo, Antonio se tomó un respiro, bebió con calma un vaso de agua y pensó visitar a doña Lucía la de los panes, hacía más de dos meses que no comía una de aquellas donas majestuosas que prepara la mujer sexagenaria del puesto 357. Siempre ha sido difícil pensar en momentos críticos, más aún cuando el ánimo está alto y las esperanzas en el futuro comienzan a germinar en la mente de los desamparados. Pareciera que la realidad se empeña en que la humanidad esté hundida en las obscuridades de la incertidumbre y el miedo. Juan salió por la bodega del puesto que daba justo a un lado al local de doña Lucía, en menos de tres segundos sintió un pico en el costado y escuchó la voz trémula de un fantasma que no vio al salir: —Ora sí, carnal, saca tu cartera, sácala o te ensarto—. Juan hizo por atender lo que le pidió aquel tipo con el aliento más acido que había olido nunca. Solo sintió un dolor profundo y después nada; el ruido de la calle paró de repente… sintió cómo un hilo tenue escurría por su pierna, mientras un mugroso corría con su cartera en la mano.
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Sobre el autor: Daniel Frini nació en Berrotarán, Córdoba, Argentina en 1963. Es Ingeniero Mecánico Electricista, escritor y artista visual. Ha publicado en varias revistas virtuales y en papel, en blogs y en antologías de Argentina, España, México, Colombia, Chile, Perú; y, además, traducido y publicado en Italia, Portugal, Brasil, Francia, Estados Unidos, Canadá, Uzbekistán y Hungría. Publicó Poemas de Adriana (Artilugio Ediciones, Buenos Aires 2017), Manual de autoayuda para fantasmas (Editorial Micópolis, Lima, Perú, 2015) El Diluvio Universal y otros efectos especiales (Eppursimuove Ediciones, Buenos Aires, 2016), Nueve hombres que murieron en Borneo (Artilugio Ediciones, Buenos Aires, 2018) y La vida sexual de las arañas pollito (Color Ciego Ediciones, San Luis, Argentina, 2019). Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el Premio Internacional de Monólogo Teatral Hiperbreve Garzón Céspedes (2009, Madrid / México D. F.); Premio La Oveja Negra (2009, Buenos Aires, Argentina), Premio El Dinosaurio (2010, Colombia), Premio I Certamen Internacional de Relato Corto Nouvelle (2017, España), el Místico Literario del Festival Algeciras Fantastika 2017 (España), el 1er Premio del III Concurso de Microrrelato Ilustrado Universidad de Jaén (2019, España) y el 1er Premio en el Primer Concurso Internacional de Minificción IER/UNAM (Instituto de Energías Renovables de la Universidad Nacional Autónoma de México).
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odoma se quemaba en Fuego Santo. Lot huía, junto a su familia, hacia la villa de Zoar. Los enviados del Señor le habían advertido: «Escapa por tu vida. No mires atrás. No te detengas». El calor del fuego abrasaba las espaldas del grupo, que corría cubriéndose de las esquirlas incandescentes; que producían, aquí y allá, nuevos focos entre los arbustos. —¡Lot, hijo de Harán, hijo de Taré! —gritó, con enfado, Yrit, mujer de Lot, tapándose el rostro para protegerse del humo. —Cagamos —susurró Lot. Y dirigiéndose a Ahumai, su hija menor, agregó—. Cuando tu madre me llama por mi nombre completo… —¡Lot, hijo de Harán…! —insistió Yrit. —¡Ya te escuché! —contestó Lot—. ¡Qué querés! —¡Andá más despacio! —¡Ah, claro! ¡La señora no puede correr porque, para huir, se puso los stilettos de piel de antílope! —¡Pará, te digo! —¡Los ángeles del Señor me dijeron…! —¡Ángeles del Señor! ¡Voces en tu cabeza, son, zanguango! ¡Esquizofrénico! ¡Eso es lo que sos! —¡Los dos apuestos forasteros que vinieron a casa…! —¡Claro que eran apuestos! ¡Eran guerreros del norte, donde todos son altos y de cabellos dorados! ¡Dos potros eran! —¡Ellos me dijeron que debíamos abandonar la ciudad! —¡Porque si no, nos violaban a todos y hasta por las orejas, tarado! ¡Y, para embarrarla más, vos querías entregar las nenas a cambio de que no le hicieran nada a los dos guachitos lindos! ¡Tarado al cuadrado, sos! —¡Olvidándote que somos vírgenes…! —dijo Ahumai. —¡Vírgenes! ¡En Sodoma! —interrumpió Husa, la hija mayor—. ¿Te das cuenta, papá? ¡Vírgenes en Sodoma! ¡Dos pelotudas éramos! ¡Orgía perpetua y nosotras, las hijas de Lot, con el deber paterno de permanecer vírgenes! ¡Se nos cagaron de risa, papá! —¡No es momento! ¡Por Jehová, sigan corriendo! —las aguijoneó Lot. —¡Pará, que no te puedo seguir! —reiteró su mujer. —¡Vamos, no se detengan! ¡Nenas, corran! ¡Mamá, dale, dale! ¡Querida…! —¡Querida, las pelotas del patriarca! —contestó Yrit. —¡Con el tío Abraham no te metas, que es un hombre santo…! —¡… que está acostado en una reposera a orillas del Nilo, con dos concubinas en bolas, que lo abanican, mientras nosotros perdemos hasta los calzones en este quilombo! ¡Teníamos todo en Ur de los caldeos! ¡A vos solo se te ocurre mudarte acá, al culo del mundo! —Mamá, por favor, ayudame… —La chirusa de mi nuera tiene razón —respondió Seera, madre de Lot—. Primero, nos fuimos de Caldea. Ahora, nos vamos de Sodoma ¡Había conseguido novio acá, idiota! —¿Quién? —El verdulero. —¿Qué verdulero? —El cretense Talos… —¡Mamá! ¡Es como treinta años más joven que vos! —¡Y a vos qué carajo te importa! —Dejemos esto para después ¡Ahora, corran por sus vidas! —insistió Lot.
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—A todo esto —dijo Yrit—, ¿dónde están los forasteros? —Mamá —respondió Husa, la hija mayor— ¿oíste el precepto hindú que dice «A coger que se acaba el mundo»? —Lo tengo oído… —Bueno —continuó Husa—. Fijate allá atrás. Se está acabando el mundo, así que le deben estar dando tupido a la matraca. —O sea, nena —dedujo Yrit, girando su torso mientras miraba y señalaba hacia Sodoma—, que los papitos están meta traca-traca en medio de ese infier… —¿Qué decías, vieja? —preguntó Husa. —¿Mamá? —dijo Ahumai. —¿Querida? —inquirió Lot, al momento que razonó qué había pasado—. ¡Yrit! ¡No debías mirar atrás! —¡Mamá! —gritaron al unísono Husa y Ahumai. —¿Y ahora qué hizo la tarambana esa? —preguntó Seera, mientras Lot y sus hijas reculaban, mirando al piso, hasta donde estaba la mujer de Lot. —¿Qué es esto? —preguntó él. —Una estatua, papá —dijo Husa, con fastidio. —¿Y qué hace una estatua acá? —insistió Lot. —¿Y dónde está mamá? —interrogó Ahumai. —La estatua ¡es! mamá —respondió Husa. —¡No! —dijo Lot, desesperado. —¡Mamá! —dijo Ahumai, con la voz cortada. —¿Qué pasó? —demandó Seera. Lot acariciaba el rostro de su esposa. El viento del sur desprendía pequeños granos de la figura. El Diluvio Universal y otros efectos especiales —¿Qué pasó? —insistió Seera. —¡Yrit se trasformó en estatua! —contestó Lot. —Bueno… Nunca se movió mucho que digamos…— acotó Seera. —¡Qué decís mamá! —le reprochó su hijo. —Y, en la casa se la pasaba dándole a la sin güeso con las amigas, mientras yo, friega que te friega ¡En la puta vida levantó un plato! Y en la cama, hijo, era como si estuvieras con un cacho de madera… —¡Mamá! —la cortó Lot, arqueando sus cejas mientras señalaba a sus hijas que lloraban arrodilladas, mirando a la estatua. —¡Tenía razón la finada! ¡Sos un tarado! ¡No parecés hijo mío! ¡Dormíamos cinco, más ocho cabras, más dos perros y un gato en una habitación de tres por tres! ¿Te crees que soy boluda y no los oíamos cuando hacían la porquería? —¡Mamá! —insistió Lot, llevándose el dedo índice a los labios en señal de silencio. Su rostro cambió a una mueca interrogativa y pasó la lengua por su dedo—. ¿Sal? —¿Qué decís, zopenco? —¡Que Yrit se trasformó en una... estatua… de... sal…! —dijo Lot, mientras comprobaba, pasando su lengua por el brazo desnudo de la estatua. —¿De sal? —dijeron las tres mujeres, a la vez que se apresuraron a verificar por ellas mismas. —¿Qué carajo…? —estalló Husa. —¡Mamá, no te vayas! —rogó Ahumai.
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—No… sal… Yrit… ¿qué?... —dudó Lot. —¿Sal? —preguntó Seera—. ¿Café no había? O arroz. O fideos. Sal ya tenemos un poco; pero café no se consigue por ningún lado ¡Y hay que ver el precio del arroz!… —¡Mamá! —la recriminó Lot. —Hay que ser prácticos —dijo Seera—. Lot, sacate la túnica y hacé una bolsa. Chicas, agarren a su madre, muélanla bien finita y la guardan ¡Vamos, rápido! ¡Peero! Hijo: ¿cuánto pesaba tu mujer? —No sé… ¿sesenta kilos? —¡Un pelotudo, sos! —¿Y ahora qué hice? —¡Mil veces te dije que dejaras a la esquelética esta y te casaras con la gorda Ezer, que ahora debe estar pesando unos ciento cincuenta kilos! ¡Ahora tendríamos sal para pagarnos como diez meses de alquiler en Zoar, salame! —¡Mamá! ¡Estás hablando de mi esposa recién fallecida! ¡Tené un poco de respeto! —¡Estoy hablando de un puñado de sal! ¡Porque eso es lo que es: un puñado! ¡Y si no se apuran, se la va a llevar el viento! Años después (cuando ya vivían en la cueva de la montaña; y, de la relación incestuosa entre Lot y sus hijas, habían nacido Moab, hijo de Husa y futuro padre de los moabitas; y BenAmmi, hijo de Ahumai y futuro padre de los amonitas), el anciano estaba durmiendo su borrachera. La menor de sus hijas daba de mamar a su bebé, y un guiso humeante, con carne de cabra, se cocinaba en la hoguera. Husa revolvía el caldero. Quitó el cucharón y lo llevó a sus labios para probar la comida —Hum. Está bueno, pero desabrido —miró a su hermana y preguntó—. ¿Quedó algún condimento? —Nop —respondió Ahumai—. Orégano no se consigue y mamá se nos acabó hará unos diez días.
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Sobre el autor:
J.R. Spinoza H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Teresa Magazine, La Gualdra, entre otras.
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e cuentan muchas leyendas sobre los perros: que cuando mueres te ayudan a cruzar el río para llegar al otro mundo, que ven fantasmas y no los dejan pasar acercarse a ti, que en otra vida amo y mascota fueron grandes amigos. Ayer comprobé una de tantas. Hace catorce días caí enfermo. Fiebre, tos seca y un agudo dolor de garganta. El médico me mandó a hacer cuarentena en casa. —Si empeoras —dijo —es coronavirus. Y empeoré. Pero no fui. Escuché que ya no tenían medicamentos y no quería morir lejos de mi familia. Ellos intentaron llevarme a la fuerza, pero Sansón, mi perro rottweiler se instaló a un lado de mi cama, gruñéndole a quien se acercara. Estuvo durmiendo en mi cama, conmigo. Ayer desperté sintiéndome completamente recuperado. Llamé a mi esposa e hijas para compartir mi alegría, luego quise despertar a Sansón. Pero cuando lo toqué me di cuenta que estaba muerto. Dicen que toman el lugar de su amo ante el ángel de la muerte.
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Sobre la autora: Nació el 30 de enero de 1992 en Cd. Victoria, Tamaulipas. En su adolescencia vivió en Baja California y Sonora. Estudió psicología, y actualmente se encuentra formándose en psicología criminológica y arteterapia. Su obra se expresa desde lo socialmente repudiado, marginalizado y estigmatizado, todo aquello que se considera feo y negativo y que, a su vez, se intenta ocultar, principalmente en lo relacionado a las emociones humanas y las circunstancias de la vida. Ha publicado en Fémina Fanzine Literario y ha tenido uno que otro trabajo como escritora fantasma.
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oy de huesos afilados como navajas; no hay nada natural en mi estructura ósea. Tengo dedos largos y enjutos, como de bruja, rodillas angulosas y pómulos prominentes, iguales al filo de un hacha. Cuando muevo los brazos, de codos estrechos y salientes como una espiocha, mis omoplatos se agitan como un par de raíces cercenadas en busca de sus alas. Los huesos de mi cadera son tan cóncavos que forman un valle en mi vientre; nadie soporta ser tocado por estas manos angulosas y estas caderas aguzadas. Imaginan que tocan un esqueleto mal hecho disfrazado de fantasma, cubierto por una sábana hecha no de tela, sino de piel humana. Quiero suponer que Dios no me creó con cuidado ni cariño, sino en un lapsus de rabia y hostilidad. Un día morí, y desperté paralizada en una camilla de autopsia, desnuda y boca arriba. No había nada natural en mi cuerpo: ni un solo vello, ni una sola estría, cicatriz o lunar, solo grietas viejas bajo un barniz ajado. Una mujer con mi rostro caminaba alrededor mío: me observaba con ojos severos y curiosos; el bisturí brillaba entre sus dedos de bruja. Enfundada en una bata blanca, llevaba el cabello, igual al mío, rubio y largo, en una trenza enmarañada tras la espalda. Me dijo que se llamaba Felicia, ¡aquel era mi nombre! La impostora me abrió en canal y hacía frío. No sentí dolor hasta que, tomando la punta de una de mis costillas, la rompió con tal facilidad que más que hueso, parecía un trozo viejo de yeso. Hizo lo mismo con cuatro costillas más. —¿Por qué haces esto? —le pregunté cuando inspeccionó mis cuerdas vocales; la piel y músculos que las cubrían se extendían a los lados de mi cuello sin una sola gota de sangre. Felicia, la impostora, susurró que yo ya no necesitaba de mis costillas. —Tus órganos se han transformado en cuarzo, tu piel en cera, y tus huesos ahora son solo yeso. Cuando volvió a mis cuerdas vocales le reclamé: ¡nunca te dije que podías tomar partes de mi cuerpo, impostora! ¡Arpía mentirosa! Ella me miró con calma, y yo me reflejé en mis propios ojos verdes, los que ahora eran de ella; los míos, en cambio, ahora eran dos ópalos. —Sí lo hiciste —murmuró con su voz robada—. Porque yo soy tú —Y abriendo mi cráneo, en donde mi cerebro era una geoda con cristales de amatista en su interior, agregó que ella era el Dios que mi fe habían creado para mí, y que necesitaba, igual que Dios, aquella deidad que en mí fracasó, de más costillas, de más huesos falsos, afilados y moldeados en yeso bajo sus manos torpes y sus dedos enjutos de bruja maldita, para crear más fragmentos de mí, de nosotras, los mismos en los que yo pensaba cuando el insomnio me dejaba frustrada y fragmentada en mitad de la noche, seca por dentro, abierta en canal, pensando tonterías y huyendo de mis pesadillas. Al despertar tenía una almohada clavada en las costillas.
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Sobre el autor:
Ramiro Guzmán, nació en Montevideo, el 25 de setiembre de 1972. De muy niño desarrolló la vocación de artista, estimulado por su madre. A los nueve años fue premiado en un concurso de cuentos escritos por niños, organizado por la Biblioteca Nacional de Uruguay. Ese cuento se titulaba La huida, y hablaba de lápices que huían de su dueño. Luego, con once años, fue premiado nuevamente en ese concurso con su cuento La experiencia de una vela, que el escritor sigue considerando su mejor cuento. En 1988, con dieciséis años, publica su primer libro: La leyenda de los eoeses. De ahí en más su reconocimiento fue creciendo libro a libro, habiendo publicado hasta ahora más de treinta. Más tarde, Ramiro se acercó a la música, apoyado por Jaime Roos, con la que sentía que estaba en deuda. Así editó el disco Ruina Amada, en el que participaron Mario Villagrán, Hugo Fattoruso, Nicolás Molla, Luis Restuccia, Fernando Cabrera, Jorge Nasser y Samantha Navarro. Animado por su amigo español Enrique Rojas, Ramiro empezó a pintar, construyendo su casa museo en la calle Constituyente 1823 de Montevideo.
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enzo Teflón descascará amor desde su adiós. Schiele se despide. ¿Qué tiene el arte que da ritmo a la desolada desesperación, y oscuridad y luz a la metafórica noche? Los álamos miran que ella llora mi adiós terco pero infinito, lleno de bienvenidas… Las aguas llegan a Montevideo clausuradas como los bares de antaño. La muerte se descalza y baila abrigada por la vida. Mi conciencia eleva una sustancia luminosa y con el correr de los siglos veo a los minutos capturar milenios. Añoro Buenos Aires. El Hotel Diplomat, en cuya bañera templaba senderos. Renzo Teflón tocaba su guitarra preguntando por qué lo silbaban. Charly García lo consolaba. A mí me ahoga el destiempo. Pero ella me encadena de amor, me mece de amor, me rescata. Ella está en España. Pero acá, más terrenal, más mundana, está Patricia. Despedida y retomada. Llena de candor visible. Y acá están las ollas populares y la paranoia. El noticiero abruma como un río desbocado. Schiele pinta mujeres desnudas y yo siento que soy un vendaval estrellado. Una estrella nace al apagarse cuando me apago yo. El día en que me hice cristiano llega a mí con un rabino amigo. Todas las formas… Mañana va a amanecer y yo seré el astronauta de mi cordura. Los ángeles que me velan están cantando canciones de Renzo Teflón. Por la calle Bolívar me reconstelaré en San Telmo. Cuando Buenos Aires vuelva a estar abierto. Allá está mi hijo. En Eurasia, ella me olvida y yo vaivengo.
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Sobre el autor: El escritor en formación Sebastián Henao Agudelo, nacido en Medellín, Colombia el día 4 de noviembre de 1984, con treinta y cinco años, trabajó en diseño gráfico desde hace más de quince años. Gusta de leer y escribir desde que tiene uso de razón, ya que siempre han sido sus dos grandes pasiones. Sin embargo, decide dejarlo por un período de diez años para realizar su carrera en publicidad y posteriormente trabajar en el mundo de las artes gráficas como fotógrafo y diseñador gráfico. Aproximadamente a la edad de los treinta años y luego de sufrir diferentes problemas emocionales que le obligaron a recibir ayuda psicológica, decidió volver a las letras y comenzar de nuevo con su formación como escritor. A la par de esto, empezó a estudiar cine hace tres años y ha enfocado su proceso a la creación de historias y guiones para diferentes realizaciones. A futuro y mientras desarrolla su carrera como escritor, desea estudiar una maestría en cine y trabajar en la parte administrativa de algún festival importante de cine. Actualmente vive con su familia (Abuela, madre y hermano) en la ciudad de Medellín, pasa la mayoría del tiempo estudiando, leyendo y escribiendo. Hasta la fecha solo cuenta con una publicación de uno de sus cuentos de cuarentena llamado El citófono, con la librería Tanta Tinta del pueblo El Retiro, Antioquia.
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e han dicho que calle y piense, que debo sentir todo lo que observo, para entender que la vida es corta y vivimos sin nacer. Que la calle es mal y del cielo escapa veneno, que nos hace viejos, cultivando arrugas cartográficas que dirigieron nuestro andar. Me dicen que olvide y sueñe, que trate de entender lo que no ha de cambiar, que escupa sus besos suaves y la última hora de partir. Que el campo es necio y no hay lugar donde sembrar, los ahora parajes que deciden cual fruto cae rudo y la peripecia ha de devorar. Me han dicho que llore y perdone, que vuele bajo y sea enfado, cayendo en sus brazos, en el sueño taciturno donde pueda anidar. Robando oportunidades de padecer de nuevo en la hoguera de su amar, que mi rostro florezca en raíces y transitoria asfixia de paredes rugir. Me dicen que luche y arda, que esconda secretos de infancia para venderlos al mejor postor, que las noches sin miedo no complacen al mundo y nada se puede ser. Que cada dolor que se contempla tiene su propio dueño y no basta para sofocarlo con mirarnos amanecer. Me han dicho que ore y peque, que las almas pastan lejos del reino sin mucho esfuerzo de la verdad, perfilando templos sórdidos de la necedad. Que la culpa es un vacío temporal, donde el placer no se debe buscar y la tinta seca esculpe piedra y metal. Me dicen que corra y busque, las manecillas canallas del pasado déspota y tirano, siendo diminuta ceniza de libertad maleva que ni el viento tomará. Que olvide lo que he juzgado, acolitando el fin de los medios, llegando al hambre y la mudanza de esta piel.
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Sobre la autora: Karla Macías (Alefilos) nació en la ciudad de Lagos de Moreno Jalisco en 1981, actualmente radica en Aguascalientes, Aguascalientes, gusta de la apreciación de cualquier manifestación artística, contenta de tener la oportunidad de unirse a una jauría tan talentosa, espera poder aprender de todos ellos.
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xtrema dualidad de timidez inocua con esencia salvaje, cohibido al rayo refleja sublimes encantos, en oscuras tinieblas reluce temibles instintos, destinados a transmutarse y combinar linaje. Alma gemela, igual yaqui que azteca, espíritu secreto de brujos y chamanes, vengador nocturno que la razón evade no así, en los más profundos afanes. Señor del viento, jaguar o perro negro, tomando formas insospechadas que liberan y desahogan náufragos perdidos en mares de desencantos infinitos. Quingentésimo de metamorfosis, colibrí o coyote en deidad patrona, nahualli que desde ancestros se pregona Arrasando con ferocidad y extraña catarsis.
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Sobre la autora:
Nacida un 5 de enero del 88 bajo la influencia de Saturno, sus primeros escritos surgieron en Tijuana B.C., reforzando su aprendizaje en Lagos de Moreno, su segundo hogar literario, actualmente radica en Tepic, Nayarit. Su inspiración emana de la elocuencia gatuna, recuerdos, y mundos oníricos, sus obras se caracterizan por ser breves, precisas, traductoras de melancolía y magia. Lo suyo es la prosa poética.
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lvidé cómo se olvida, sé que en algún lugar de esta casa vieja tengo la receta, pero me preocupa más encontrar los ingredientes. Lleva agua del río Leteo y podría asegurar que es el ingrediente principal, pero no es así de fácil, si así lo fuese no estaría tan enmarañada. ¿Y si no lleva agua el río? Se cree que las lágrimas de gato servirán igual. Eso tampoco me incomoda, pues de ambos guardo siempre un barril en el sótano por si llegase a necesitar un poco. Con tantos gatos y su melancolía rondando la casa es posible acaparar sus lágrimas. Sé lo que estás pensando, y si no encuentro la receta o dichos ingredientes, ¿por qué no usar un conjuro? Me es casi imposible, pues mi voz no resuena como antes y el eco ya no atrae deseos, he perdido la práctica; hoy en día las palabras se las ha llevado el viento. Habrá que hacerlo como en los viejos tiempos, ya que no he aprendido tanto de pociones para no utilizarlas en un caso como este. ¿Y una invocación? Los dioses aun duermen. Cinco pasos desde la puerta de mi recamara hasta el tocador, pedirle permiso al reflejo es muy importante, al extender la mano dentro de la viscosidad la receta es mía. Todo está escrito, la dosis, el procedimiento, el orden de los ingredientes: Sangre de roble extraída en octubre, una pizca de ojo de cuervo en polvo, la quinta parte de un corazón… Y mi grito desgarrador deja ver que a esa lista le hace falta el ingrediente principal, la hoja se ha carcomido. Chillo, brinco y pataleo… algo dentro de mí cruje y colapso. ¿Qué haría mi madre en un caso como este, sin poder utilizar la fórmula del olvido? Una risa sonora se escucha a lo lejos, afuera, mientras tres golpeteos resuenan en mi vieja casona, Toca a mí puerta el tiempo. El universo prepara el brebaje perfecto.
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Sobre el autor: Daniel Frini nació en Berrotarán, Córdoba, Argentina en 1963. Es Ingeniero Mecánico Electricista, escritor y artista visual. Ha publicado en varias revistas virtuales y en papel, en blogs y en antologías de Argentina, España, México, Colombia, Chile, Perú; y, además, traducido y publicado en Italia, Portugal, Brasil, Francia, Estados Unidos, Canadá, Uzbekistán y Hungría. Publicó Poemas de Adriana (Artilugio Ediciones, Buenos Aires 2017), Manual de autoayuda para fantasmas (Editorial Micópolis, Lima, Perú, 2015) El Diluvio Universal y otros efectos especiales (Eppursimuove Ediciones, Buenos Aires, 2016), Nueve hombres que murieron en Borneo (Artilugio Ediciones, Buenos Aires, 2018) y La vida sexual de las arañas pollito (Color Ciego Ediciones, San Luis, Argentina, 2019). Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el Premio Internacional de Monólogo Teatral Hiperbreve Garzón Céspedes (2009, Madrid / México D. F.); Premio La Oveja Negra (2009, Buenos Aires, Argentina), Premio El Dinosaurio (2010, Colombia), Premio I Certamen Internacional de Relato Corto Nouvelle (2017, España), el Místico Literario del Festival Algeciras Fantastika 2017 (España), el 1er Premio del III Concurso de Microrrelato Ilustrado Universidad de Jaén (2019, España) y el 1er Premio en el Primer Concurso Internacional de Minificción IER/UNAM (Instituto de Energías Renovables de la Universidad Nacional Autónoma de México).
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I
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l hombre amaba los textos de Yasunari Kawabata. Llevado por su «País de nieve», viajó a Japón y visitó, en enero y con un frío intenso, las montañas donde jóvenes mujeres vírgenes, en la penumbra de sótanos asfixiantes de humedad y calor, sumergen los capullos en agua hirviente, devanan la seda Chijimi y tejen las finísimas telas que luego son puestas a secar, un día y una noche enteros, sobre la nieve pura hasta que adquieran la blancura inmaculada y se impregnen del Yuki no seishin, el espíritu de la nieve, y lo transmitan a quienes las vistan en los tórridos veranos de Tokio. El hombre bajó del tren que lo llevó a las montañas y buscó, en las posadas, a su geisha Komako. La encontró: se llamaba Aiko. Pretendió el mismo amor puro, bello e intocablemente perfecto de los personajes de Kawabata; pero la primera vez que Aiko se desnudó frente a él, desechó cualquier ceremonia y sucumbió a la fragilidad y la delicadeza desenfrenadas que encontró bajo la máscara de recato que el estereotipo social imponía a la joven. Y se quemó en su llama apenas estuvo dentro de Aiko por primera vez y ella lo envolvió con sus piernas mientras acariciaba suavemente su boca. ―Llévate mis lágrimas contigo —dijo ella. Y fue la última vez que habló. El hombre se quedó para siempre a su lado. Nunca más hubo palabras entre ellos. Y su amor cristalizó en algo mucho más hermoso que la mismísima seda Chijimi. II El hombre veneraba a Baudelaire. Él, como el poeta, rechazaba la idea clásica de que lo bello se hermana con lo bueno, el kalos kai agathos, y estaba convencido de la necesidad viva de encontrar el lado oscuro, reprimido y peligroso del amor. Viajó a París y vivió, apenas con lo puesto, en el viejo Barrio Latino. Conoció a su Jeanne Duval en un antro de la Rue Séguier, casi llegando al río. Se llamaba Elènne y no era mulata, sino mora. Vivieron juntos todo un invierno, en una habitación prestada con ventanas sin vidrios. Cuando se acabaron las pocas maderas que, para calentarse, quemaron directamente sobre el piso, se desnudaron bajo dos mantas raídas, y encendieron el amor. Ella lo hacía estremecer cuando bajaba sus manos y palpitaba cuando él, con toda suavidad, pellizcaba sus pechos. Matizaron sus propias bellezas con lo inesperado, la sorpresa y el estupor. Se sedujeron y se fundieron en el éxtasis, buscando, de manera consciente, ser destruidos por la cautivante intensidad de aquellas horas de frío. Baudelaire decía. La ciega polilla vuela hacia vos, candela. Crepita, brilla y dice: ¡Alabemos a esa llama! El amante jadeando sobre su hermosa; tiene el aire de un moribundo que acaricia su tumba. Llegaron a reírse del poeta. Cada uno de ellos olvidó su yo en la carne del otro. Sin embargo, al llegar la primavera, Elènne reivindicó su derecho a marcharse. El hombre ―que había sido tocado por esa arrebatadora visión de lo perfecto, que se había balanceado durante tres fríos meses entre lo sublime y lo diabólico, lo elevado y lo grosero, el ideal y el aburrimiento angustioso— entendió, de golpe, el espanto del juego del amor: era preciso que uno de los dos jugadores perdiese el gobierno de sí mismo.
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Como la polilla hipnotizada por la irresistible belleza de la llama, debía pagar el precio más alto: saltar al abismo y librarse al espasmo de la muerte. En la mañana, encontraron su cuerpo desnudo flotando en el Sena. Sonreía. III El hombre reverenciaba a Rainer María Rilke. Buscaba el amor como si fuera su patria, con el muy íntimo deseo que se pareciese a la soledad de su infancia. «La única patria feliz es aquella formada por niños», decía Rilke en sus Cartas; y hablaba de la necesidad de buscarla para encontrarnos a nosotros mismos, lejos del mundo marchito y convencional de los adultos. El hombre remontó la marea de los años y se rodeó de desconsuelo («La tristeza también es una ola»). A pesar de quedar encerrado en laberintos indescifrables, hizo esfuerzos sobrehumanos para salir adelante («Convierte tu muro en un peldaño»), Estuvo en los lugares en los que vivió el poeta: Praga, Sankt Pölten, Worpswede, París, Duino. Un día cualquiera, ya pasados sus cincuenta y en Múnich, encontró su Lou Andreas-Salomé. No se conoce su nombre. Era hermosa. Viajaron, siguiendo los pasos de Rilke, por Italia y por Rusia, por Dinamarca, Suecia, Holanda, España y Suiza. Primero fueron amantes. Él le recorría la piel entera con su lengua, degustando sus sabores y sonriendo con cada uno de los escalofríos de ella, en ceremonias que podían durar horas. A su turno, ella jugaba con su boca y le arrancaba gemidos imperceptibles. El amor consiste en dos soledades que se defienden, se delimitan y se rinden homenaje. Luego fue su amante y su amiga. Su hermosura, abonada con una extraña felicidad, crecía hasta que al hombre se le hizo insoportable. La belleza es el principio de lo terrible. Todo ángel es terrible. El hombre encontró al amor, a su patria y a la soledad de su infancia. Ella murió. Su tumba está en el cementerio de Rarogne, en Valais. Descansa a pocos metros del poeta. Ahora, el hombre mira por la ventana. Afuera caen pequeños copos de la primera nevada de este año. Tras los barrotes de la ventana, los jardineros limpian el parque de césped cuidado y amarillo. Más allá, tras las rejas, los autos pasan por la avenida fría, tan lejos del hombre como si estuvieran en Marte. El enfermero de las cinco de la tarde abre la puerta. El hombre ni siquiera le presta atención.
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Sobre la autora:
Roxana Aguilar Rebollo es originaria de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. México. Nació en 1987. Estudió Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Universidad Autónoma de Chiapas, y tiene una maestría en Reingeniería de la Educación por la Universidad Descartes, en la cual trabaja como docente de las asignaturas de Taller de Lectura y Redacción, en diferentes grados. Actualmente cursa una segunda licenciatura en Filosofía, en la Universidad Autónoma de Chiapas. Ha sido publicada en la revistas digitales MAGAZINE COLLAB primera edición,fanzine Memoria y Resistencia: abuso policial en México editado por la Red Tapatía de Revistas y Fanzines, Revista el Perro negro de la calle No. 47, Revista El futuro del ayer, hoy No. 5 y la Revista digital Unión José Revueltas No. 7. Además de editada por editorial Librerio en el libro Relatos: PM PERTURBACIONES Actualmente se encuentra trabajando en el proyecto Pangea Literaria, Curso-Taller permanente sobre lectura, análisis y creación literaria.
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amuel había amanecido con los ojos hinchados de tanto llorar, una noche antes, la reprimenda de su padre había sido tremenda. Samuel, había intentado explicar por qué otra vez ese examen tenía un cinco gigante marcado con color rojo, pero su padre no había querido escuchar ninguna excusa, y se había limitado a gritarle lo decepcionado y molesto que lo tenía, su voz cavernosa y potente como un volcán en erupción, lo hacía temblar como una ramita al viento, sus ojos eran dos manantiales que no paraban de brotar, y aunque a cada grito del padre exigía que detuviera aquel lastimero espectáculo, tal parecía que dentro de él un río enorme se precipitaba por sus ojos. El desayuno fue silencioso, habría podido escuchar sin problemas el aleteo de una mosca si hubiera habido alguna en ese momento, nadie parecía siquiera respirar. Su madre se limitaba a armar los desayunos de cada uno de los integrantes de la familia; su hermana Sara observaba perdidamente la pantalla de su celular y su padre ocultaba el rostro tras el periódico del día, Samuel no hacía más que sumir el rostro dentro del plato lleno de su cereal favorito y esperaba ser lo suficientemente cuidadoso para no hacer erupcionar nuevamente al volcán de papá. Afortunadamente, quizá, su papá había decidido castigarlo ahora con su silencio, para Samuel era preferible, y aunque el aire se sentía como la vez que jugó a los astronautas con su amigo Miguel y se puso una bolsa en la cabeza, Samuel no hubiera podido soportar otra reprimenda tan dura como la que tuvo una noche antes. Silencioso, entró al salón de clases y tristemente sacó de su mochila la libreta de la materia de Español, a Samuel le encantaba la materia, pero leer se le dificultaba, un miedo parecido al que tenía a los payasos se apoderaba de él cada vez que su maestro lo ponía a leer frente al grupo, no podía explicar que aunque las historias contadas en clase le fascinaban, tratar de contarlas él mismo le horrorizaban, sus manos temblaban como dos gelatinas de limón de esas que su abuela le daba los domingos, y las letras —esas traidoras—, les daba por jugar a las escondidas en el preciso momento que él tocaba el libro, cambiándose de lugar sin que él lo percibiera hasta que fuera muy tarde, lo peor, eran las risas que provocaba entre sus compañeros, eso lo abochornaba a tal punto que su rostro se convertía en un inmenso jitomate que hacía resaltar sus enormes ojos verdes. Esa mañana, su maestro sacó del casillero un hermoso ejemplar de una historia de dragones y posicionado frente a su mesa le mostró rápidamente las páginas de aquel lustroso libro. Samuel quedó fascinado ante lo que vio rápidamente, pero entonces el profesor dio un salto hacia atrás, y cerró de golpe el libro. Su maestro, era un hombre bastante joven, alegre y muy divertido, hacía las clases emocionantes y nada tenía que ver con la maestra del grado anterior que los mantenía aterrorizados con aquellos gritos de bruja que repartía sin ton ni son. —Muy bien, muchachos, hoy es día de la historia de la semana. Y esta será la historia de un pequeño niño. Samuel miraba atento cada gesto y movimiento que su maestro hacía, y entonces descubrió que aquel no dejaba de seguirlo con la mirada, parecía que el cuento solo se lo quisiera contar a él. —Había un pequeño niño, en algún lugar, él no podía leer ni escribir, por más que se esforzara. No podía recordar que la Q va después de la P La risa de sus compañeros inundó el salón de clase, pero algo dentro de él empezó a arremolinarse, quizá eran las nubes de la tormenta que desbordan el río que lo inundaba por dentro y sus aguas salían por su mirada, se empezó a sentir incómodo.
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—Las palabras lo odiaban, no se dejaban leer, como gatitos desconocidos que atrapas por la calle y se jalonean buscando su libertad, ellas no dejaban de moverse, de aquí para allá, y el niño no podía entender las palabras que formaban en aquellos extraños juegos danzarines que mantenían. Aquello, empezaba a preocuparle, conocía perfectamente aquellas sensaciones y la historia parecía curiosamente ser igual a la suya, ¿sería que su maestro quería exponerlo frente a la clase? No podía ser, aquel profesor era amable, no era la bruja del año anterior, él lo creía incapaz. —El niño, sufría demasiado, los estudios se le complicaba a morir. Tristemente él falló en los exámenes, era una víctima de la carga de los estudios, y sus padres estaban muy enfadados con él, su padre lo llamaba asno o tonto. Las risas nuevamente llenaron el aula, pero Samuel ya no quiso levantar la vista más, aquello era su vida, y tristemente se sentía muy avergonzado. —Pero, el muchacho tomó todo esto muy valientemente, y un día él hizo algo genial. Todo mundo se asustó cuando expuso su teoría. ¿Sabe alguien de quien estoy hablando? El corazón de Samuel parecía haber arrancado un motor individual de su cuerpo y parecía querer salir disparado, el silencio se hizo denso como en el coche con su padre, pero en eso el joven maestro lo desapareció con dos palabras. —Albert Einstein. Genio y gran Científico. Asustó a muchos con su teoría de la relatividad. Pero aun así ganó el premio nobel de 1921. El miedo que Samuel sentía inmediatamente desapareció, ahora en su lugar una creciente ola de curiosidad lo invadió, pues quería saber cómo alguien con su mismo sufrimiento fuera ahora conocido por todos como un genio. Quizá pensó, no todo estaba perdido para él. —Pero no fue el único que tuvo como enemigas de niño a las palabras, tenemos una larga lista, podemos hablar de Leonardo Da vinci, gran inventor y pintor, Edison, que encendió al mundo con la electricidad, él también fue una víctima del abcd, pero no olvidemos a Pablo Picasso, el famoso pintor, Walt Disney, Aghata Christie, escritora de cuento de misterio. Las palabras de su profesor lo habían inyectado de una esperanza inmensa, quizá si su padre supiera que todas esas personas famosas tuvieron el mismo mal que él, el enojo se disipará y no volviera a decepcionarse jamás. Quizá, así en algún momento lograría hacerlo sentir orgulloso. —¿Pero por qué estoy diciendo todo esto de la nada el día de hoy? Su profesor lo interrumpió abruptamente de la imaginación de sus deseos más profundos. —Para mostrarles que ha habido niños problema, que luego cambiaron el mundo y que, viendo el mundo desde sus ojos, con metas un poco diferentes y no siendo comprendidos del todo, aun así, ellos ganaron. Muy bien, chiquillos, ahora salgan al recreo y hagan algo diferente, regresando dibujaremos todos esos rostros ganadores. Todos se levantaron al unísono entre sonrisas por aquel interesante cuento contado esa mañana, Samuel sentía que era un niño nuevo, toda la tristeza parecía haberse quedado tras la puerta del salón de clase y una emoción enorme lo cobijaba entre un manto tenue de alegría. Entonces, el maestro lo detuvo y le dijo. —Samuel, ¿Quieres saber qué otra persona sufrió con el baile de las palabras de pequeño? Sorprendido, Samuel respondió.
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—¿Quién? —El pobre y pequeño niño Roberto Cruz Samuel abrió los ojos tan grandes como sus parpados le permitieron, ese nombre no era más que el de su maestro, ese joven carismático, que parecía ser muy listo para todos; hablar de gente famosa era una cosa, pero alguien real de carne y hueso era otra muy distinta. —Ya no te preocupes, Samuel, esta tarde hablaremos con papá y mamá para empezar a trabajar con los bailes inoportunos de esas traviesas palabras. Samuel, sonrió y salió con la alegría devuelta al patio de juegos para alcanzar a sus amigos.
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Sobre el autor:
Santos Morales Aroní, Ayacucho, Perú. 1990. Abogado por la U.N San Luis Gonzaga de Ica, con maestría en la U.N. Mayor de San Marcos de Lima. Ha publicado el poemario Flor de Lluvia en 2015 y el cuentario Bajo la Lluvia en 2019. En 2013 ganó el concurso en la categoría poesía organizado por el CONALL. Ha participado en diversos festivales de poesía en Perú.
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A mi hermano Miguel
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l abuelo Santos ha cosechado las mejores piedras hechas con la saliva del sol y ha musitado; wasiyta ruwasaq (voy a hacer mi casa). En su boca amalgama de koka y torqa irriga fortaleza. Se quita el sombrero hace reverencia al tayta inti (padre sol) y besa la mama pacha (madre tierra) para que la casa perdure en el jugo gástrico del tiempo. El mismo ritual es reproducido solemnemente por sus peones. Al atardecer la casa está lista como gran nido de perdiz a la orilla del arroyo. También está listo el patachi para recomponer la energía y la chicha de jora para beber, cantar, bailar, resollar, llorar hasta el canto del gallo. El abuelo Santos ha edificado la casa matriz en honor al sol y para que la lluvia le hable desde el techo con su gorjeo cristalino. La abuela por su parte domestica el pukupuku para tener certeza de la hora. La abuela entonces ha domesticado el tiempo. Ambos se asoman al río con sus cuerpos crisálidas, su reflejo los mira y los bendice para que su amor perdure a 5300 msnm. Han decidido multiplicarse. Veo a mi padre ligero como chubasco, gatear y zambullirse en el pecho de la abuela buscando la vía láctea. El abuelo Santos ha sembrado tankar kichka a un lado de la puerta para que sea su cancerbero. El pájaro árbol ha crecido, sus pequeñas hojas verdes elípticas se alimentan de destellos, con lentitud de lagartija. El pájaro árbol ha echado de fruto granos púrpuras ayrampos, papá lo derrite en su boca como pequeños soles sangrantes. Tunankancha solariega, sudor casa, sangre casa, árbol casa, wasi hause. En tus grietas discurre la saliva del sol y en tu techo fulgura suspendido una garra solitaria del relámpago. En tu puerta la abuela y el abuelo Santos como dos monarcas Incas, mientras desgranan mazorcas de estrellas, esperan a sus niños que han salido a ordeñar la luna.
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Sobre la autora:
María LozanoS nació en Pénjamo, Guanajuato un 15 de mayo de 1974. Reside en León, Gto. Integrante del taller de escritura de la Biblioteca Central Estatal Wigberto Jiménez Moreno. Taller Literario Ardentía. Miembro de La Red Estatal de Tertulias Literarias Guanajuato ¨José Luis Calderón Vela¨. Publicaciones en la Revista Literaria ¨Perro Negro de la Calle¨. Revista ECOS LITERARIOS. Participaciones en el Festival Mundial de Poesía WFP y Existencias en el proyecto de Spotify ¨Audios de consumo¨.
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V
ivían es una chica independiente sociable. Han transcurrido veintisiete días de aislamiento en su departamento, no lo lleva nada bien. El ocio la transporta a la ansiedad y le provoca dolor de cabeza. Se siente débil, opta por irse a dormir temprano. En la madrugada llega un correo electrónico a su computadora, ella aún sigue dormida. El correo dice: Vivían: El sol está por salir, entrará la luz por la ventana e iluminará tu cara. El dolor es continuó y tus días son nublados. La histeria te sofoca, el miedo te invade. El sueño y la realidad se vuelven dimensiones sin límite, sientes que todo está perdido, pero pronto reencontrarás tus sueños. El corazón deja de latir, pero la fe sigue ahí. Caes al vacío sin fondo, yo estaré ahí para sostenerte. No habrá tinieblas. Encontrarás el edén. El tiempo término, llegó la libertad. Atentamente Dios Llega la mañana, Vivían sigue dormida en su sueño profundo. La atmósfera del departamento está invadida por el peligro de un gas silencioso. Su cuerpo reposa inerte tan frío como su lecho. En la carpeta de Spam el correo electrónico que nuca se leerá. No hay nota de despedida, es la última jugarreta que la vida le hizo en el triste año de los gemelos.
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Sobre el autor: El escritor en formación Sebastián Henao Agudelo, nacido en Medellín, Colombia el día 4 de noviembre de 1984, con treinta y cinco años, trabajó en diseño gráfico desde hace más de quince años. Gusta de leer y escribir desde que tiene uso de razón, ya que siempre han sido sus dos grandes pasiones. Sin embargo, decide dejarlo por un período de diez años para realizar su carrera en publicidad y posteriormente trabajar en el mundo de las artes gráficas como fotógrafo y diseñador gráfico. Aproximadamente a la edad de los treinta años y luego de sufrir diferentes problemas emocionales que le obligaron a recibir ayuda psicológica, decidió volver a las letras y comenzar de nuevo con su formación como escritor. A la par de esto, empezó a estudiar cine hace tres años y ha enfocado su proceso a la creación de historias y guiones para diferentes realizaciones. A futuro y mientras desarrolla su carrera como escritor, desea estudiar una maestría en cine y trabajar en la parte administrativa de algún festival importante de cine. Actualmente vive con su familia (Abuela, madre y hermano) en la ciudad de Medellín, pasa la mayoría del tiempo estudiando, leyendo y escribiendo. Hasta la fecha solo cuenta con una publicación de uno de sus cuentos de cuarentena llamado El citófono, con la librería Tanta Tinta del pueblo El Retiro, Antioquia.
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H
asta hace un par de horas sentías mi pulso, hace un par de minutos viví tu partir. Un tren es aquel medio de transporte que implanta el drama necesario para un adiós… comienza lento y tortuosamente, dándote tiempo para entender lo que has hecho y finalmente cuando sabes que todo es un error, la velocidad de su partida desgarra el aire y ni su aroma queda allí para ti. Llevabas un nuevo vestido, aquel que yo mismo escogí para resaltar tus ojos negros, vaya día, vaya ocasión especial para usarlo; nunca había entendido esa belleza que opacaba todo lo que orbitaba alrededor mío, nunca serán breves el centenar de días que hoy comienzan para olvidarte. La innecesaria promesa rutinaria de enviarme alguna carta o telegrama me supondrá en la penosa obligación de conseguir un buzón, solo para complacer a mi espera. Entre eso labios dudosos que tiemblan, los mismos que hoy dejo de reconocer, susurras el motivo que nunca esperaba contemplar ni remotamente: «ahora serás libre». Le veo partir; sentada tras su ventana, evitando el cruce de miradas, como si toda la estructura la salvaguardara de mis arrebatos, de la posibilidad de mis arrepentimientos. Quizás la vida nos dé chance de cruzarnos de nuevo en otra ocasión, como en aquel café al fin de la tarde; de altas ventanas, donde la luz fugaz solo se reconocía en ella y en el silencio de quienes la contemplaban envidiando el hecho de que fuera mía. El adiós ha comenzado. Trato de correr tras la marcha del tren como un niño que pierde sus años, viendo pasar gradualmente un sinfín de ventanas en las que ella dejó de estar hace varias promesas; todo se revuelve entre pensamientos sin su voz. Corto el paso, descanso en aquella banca a mis espaldas y dejo que el resto de la tarde se esfume para mis lejanías. He esperado el último tren que viene de regreso, solo para enterarme si quizás ella al igual que yo, se había arrepentido de mi decisión. Tardé el resto de la noche en regresar a casa. Fui bebiendo en el recorrido cada recuerdo que dejé colgado en las paredes de esta ciudad, como retratos que siempre observaba de paso para sentirme en casa… tal vez haya tenido que falsear algunos momentos, con los años egoístas perdí un poco la lucidez de los acontecimientos, y, sin embargo, seguía recordando cada una de las sensaciones que los curtieron. Su estructura era clásica y bien conocida, comenzaban en medio de la incertidumbre, luego el riesgo y finalmente el placer; empezaba a hacerme adicto a la coyuntura de tus jornadas, a eso que no reside en mis noches. Inevitablemente entendí con el paso del tiempo que necesitaba más de ti, de tus juegos, de tus derrotas; me encontraba al borde de perderlo todo, rogando que fueras recaída y salvación. No lograba visibilizar la calma que me cubría bruscamente, como una helada que gradualmente conquistaba mi panorama. Abracé el alcohol, me permití la ira, confabulé tanta poesía como merecías, invoqué tu cuerpo y dibujé tu voz, pero siempre llegaba al alba roto. Cansado de andar en círculo en esta floresta de silencios y pérfidos aromas, entendí que quién debía deshabitarlo todo… era yo; alejándote de mí adicción, para no encontrarnos en el límite de la ribera perpleja. A causa de tu partida hoy comienzo las noches sin ti. El síndrome de abstinencia ha sido a lo sumo más que claro, fuiste bastante buena para mí; la realidad es escabrosa y por mucho que intento fundirme a ella, todo se fragmenta, ocultándome la ridícula razón en trapos viejos. A solas en mi cuarto y contigo a cientos de kilómetros, por fin concebí de qué iba todo esto; era la costumbre a la cobardía, eran las dudas a creer en lo que alguien sentía. Desconecto el teléfono un par de días, inhabilito todo contacto con el mundo exterior y degusto un sorbo del mejor insomnio cosecha ochenta y cuatro. Temo a no soñar contigo, a despertar buscando los perdidos rastros de los motivos furtivos.
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Para la media noche ya habrás llegado a tu destino, cansada de pasado; quizás te reciban esos brazos y aquellos labios… mientras yo, obtuso de remordimiento, comienzo sin esperanza otro día sin tu cuidado.
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Sobre la autora:
Nacida un 5 de enero del 88 bajo la influencia de Saturno, sus primeros escritos surgieron en Tijuana B.C., reforzando su aprendizaje en Lagos de Moreno, su segundo hogar literario, actualmente radica en Tepic, Nayarit. Su inspiración emana de la elocuencia gatuna, recuerdos, y mundos oníricos, sus obras se caracterizan por ser breves, precisas, traductoras de melancolía y magia. Lo suyo es la prosa poética.
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ncontré su frazada detrás de varias cajas olvidadas en el armario, suave, confortable, con el mismo estampado de su pelaje, blanco con manchas negras, como las vacas lecheras. Han pasado varios años ya desde que le enterré en el jardín y aun le recuerdo como a mi primer compañero; en aquel entonces yo era tan solo un niño conociendo la muerte a través de su perdida. Se me ocurrió llevar su manta a revisión, con la esperanza de clonarlo en mi afán de estrecharlo tal y como lo recuerdo. Decidí un modelo ya adulto, verlo de ese modo podría curar todo el tiempo perdido, sin embargo, unas horas después de llevarlo a casa le vi despertar, sus ojos horrorizados no me reconocieron y salió huyendo, huyendo de mí, se fue por la ventana para no ser visto nunca más. Exagero, fueron únicamente unas semanas las que esperé su regreso, hasta que una nueva idea me inundo y la llevé a la práctica. Esta vez criaría a un nuevo «vaki» II desde pequeño. Un año y meses después me daría cuenta de que no me tolera, claro que recibe el alimento que le doy, pero no responde a su llamado, no juega, no puedo pensar siquiera en acariciarlo porque sus garras filosas se incrustan con odio en mi piel. Sí, es idéntico a vaki, su ronroneo, su forma de andar, de comer, algunas veces hay algo en su mirada que me inspira amor, pero en segundos al intentar acercarme a él, sus ojos, su rostro ni se inmuta. Para mí es evidente que jamás será él y pronto estará en adopción debo hacer espacio para vaki III.
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Sobre el autor:
Santos Morales Aroní, Ayacucho, Perú. 1990. Abogado por la U.N San Luis Gonzaga de Ica, con maestría en la U.N. Mayor de San Marcos de Lima. Ha publicado el poemario Flor de Lluvia en 2015 y el cuentario Bajo la Lluvia en 2019. En 2013 ganó el concurso en la categoría poesía organizado por el CONALL. Ha participado en diversos festivales de poesía en Perú.
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u padre, ese gato celeste te negó su ronroneo al pie de tu cuna, al pie de esa sonrisa que brotaba magnánima de tu boca amapola. Ese gato huidizo te arrancó noches de llanto, te negó un te amo hija y dejó que tu madre y tú acudieran a las bodas capitalinas a recoger granos de arroz y menguar las ganas de morirse. Ese gato prefirió que otras bocas lo nombraran más no la tuya. La palabra papá nunca brotó en la pradera de tu lengua. A pesar de todo nunca renunciaste a su ternura. Ese gato celeste brincó a otro techo luego regresó a tus ojos y los floripondios de tu corazón florecieron como abejas, como anémonas alcanforadas. Lo tenías al frente mirándote como lince desbordado, mimándote en cada mirada, glorificándote en cada gesto. Te peinaba como un cangrejo ese hermoso cabello castaño como quien peina la espuma. Su corazón cantaba como estrellas, su voz fulguraba como calandrias, su sangre fluía por todos los cables de las ciudades. Su amor por ti galopaba en llanuras pobladas de peces ambarinas y retamas azulmarinas. Maldijo las noches que no te ronroneó canciones de cuna, las veces que no se sentó a tu lado a mirar el atardecer. Escupió todos sus perjuicios y se revolcó en ellas para purificarse. Empezó amarte desmesuradamente. Cuando vio que no le alcanzaba el día, lo estiró como un chicle, entonces convirtió las horas en ramas, los días en árbol y los años en bosques. Su amor por ti habitaba todos sus espacios; salía lamiendo de su centro laboral, discurría graznando por los corredores de la casa, florecía en las orillas del medio día. Sus sueños tenían tu rostro manchado en la frente, a todos los objetos nombrables le puso tu nombre; cuchara-MIRIAN, fulgor-MIRIAN, almíbar-MIRIAN… y así sucesivamente, infinitamente. Te amaba desmesuradamente, eras su grano de mostaza, esa semilla que sin querer esparció en el vientre de tu madre. Te amaba desmesuradamente que parecía morirse. Y se murió. Su muerte fue verduguillo mortífero que abrió grietas en tus párpados y carcomió al capulí de tu corazón. La noticia te halló en tus lecciones de leyes y pensaste en enterrarte junto a sus costillas, junto con esa saliva que te nombraba como torcaza, junto a esos ojos de lince que chisporroteaban pétalos cuando les sonreías. Lloraste y tu hermoso corazón maulló por ese gato celeste que te negó su ronroneo al pie de tu cuna.
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Sobre la autora:
María LozanoS nació en Pénjamo, Guanajuato un 15 de mayo de 1974. Reside en León, Gto. Integrante del taller de escritura de la Biblioteca Central Estatal Wigberto Jiménez Moreno. Taller Literario Ardentía. Miembro de La Red Estatal de Tertulias Literarias Guanajuato ¨José Luis Calderón Vela¨. Publicaciones en la Revista Literaria ¨Perro Negro de la Calle¨. Revista ECOS LITERARIOS. Participaciones en el Festival Mundial de Poesía WFP y Existencias en el proyecto de Spotify ¨Audios de consumo¨.
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A
nhelar tus labios prohibidos en tiempos de restricciรณn, extraviarme en la profundidad del abismo de tus ojos dilatados que invita a continuar. Vivir el apocalipsis irrumpe el deseo, pecar es innato, satisface probar tus fluidos aunque me invada un virus mortal.
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