Perro Negro de la Calle No.49 Octubre 2020 Edición Cuarto Aniversario

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uatro años se dicen fácil, pero les aseguro que no lo han sido, y, sin embargo, cada día 3 del mes de esas cuatro vueltas al sol, este perro callejero les ha traído las letras e ideas de gran cantidad de autores de diferentes lares de este mundo; y ha ladrado fuerte en nuestra ciudad: Lagos de Moreno. Esta revista está ya muy lejos de pasar desapercibida; se nota y lo saben, sabemos que lo saben. Jamás me imaginé que el proyecto que iniciamos los licenciados Jesús Prado y Alfonso Koyoc Pedroza y yo, llegaría a estas instancias… Fue nuestro sueño, sí, nuestro anhelo y pasión y nos ha llevado lejos, pero sabemos que aun nos falta mucho camino por recorrer, muchas calles en las que vagabundear, y estamos dispuestos a ello. En esta edición del cuarto aniversario de nuestro calupoh, Latinoamérica habla, quiere ser leída y escuchada, y aquí te presento las obras elegidas de este mes para que satisfagas tus ansias lectoras. Somos la revista literaria de Lagos de Moreno. Cuatro años de Perro Negro de la Calle; de historias; de poesía; de vidas; mentes; de amor al arte. Las cosas que hacemos por amor… ¡A brindar se ha dicho! Aquí seguimos, esto continua, ladra, ladra y ladra. ¡Salud!

Amaury R. Ledesma

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Sobre la autora:

Berónica Palacios Rojas (Chapala, Jalisco, 1973) Lic. En Letras Hispánicas y Maestra en Educación. Diplomada en Cultura Jalisciense. Autora de: Nostalgias (2002), Herencias (2003), Corazón por fuera (2006), Chapala y el beso soñado (2009), Memoria Incendiada (2011), y coautora del CD poético Bosque de silencios (2013), Remanso de mil aguas (2015 y 2017), Hombre mar (2015), El vuelo del ángel (2016), Roja Rutina (2019), y Fundadora y directora de la revista Papalotzi desde 2004. Ganadora del concurso organizado por STAUdG, 2014; del primer Lugar en el slam poético organizado por el SEMS y Verso destierro (2014); del Premio Nacional de poesía Rogelio Treviño 2016; de los juegos Florales Nacionales LXVII, Sahuayo Michoacán, 2017; Becaria del CECA Jalisco 2018. Reconocimiento por su trayectoria como promotora de lectura, SEMS, 2018. Cofundadora del Encuentro de poetas Francisco González León desde 2011, Lagos de Moreno, Jalisco.

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ordamos la comisura de la justicia, reneguemos de su sombra y de su aliento fallido, la muerte deja un vaho en cada paso de la mujer que pisa en MP de muertes dolosas. Cada fémina guarda una historia en su pañuelo para compartir en la sala de espera. Aparecieron los desaparecidos en sueños, incompletos, aullando justicia por el vecindario. Ellos, hijos no buscados, sentenciados al olvido, Paseándose en tráileres por la ciudad con sus voces opacas, sin esperanza del santo reposo. Aparecen los muertos como flores silvestres, como estrellas y arenas en pedacitos, cobijados, torturados o irreconocibles. Estos muertos, nuestros muertos que por todo México se siembran en cualquier baldío y bajo el sudario del viento. Ellos, se llevan a cuestas un dolor insaciable, una angustia de impotencia. Este País de fosas clandestinas, De aullidos de madres e hijos. Este país de feminicidios, orquestados por mujeres sin identidad, sin raíces, sin pensamiento propio que se desprendieron de un vientre seco y ahora no se sabe dónde quedaron sus oídos ni ojos.

México eres una vibración tupida de lágrimas. Estamos con los ojos llenos de ceniza, y el corazón de cristales punzantes. Por todo esto, dejemos que nuestros muertos cuiden a los muertos más jóvenes. Que la muerte limpie con su Justicia los aullidos y el odio que remueven una cantidad de penas. Dejemos de mirar rencores, odios, amarguras que los corazones guardan demos a nuestra patria la memoria quebrada de todos los vivos, resurjamos como el fénix recogiendo ese impotente grito de furia. De los muertos que nos han dejado.

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Sobre el autor: Es nacido en Buenos Aires, Argentina. Profesor de Filosofía y Cs. De la Religión, Licenciado en Educación. Cursó una Maestría en Orientación Familiar. Tiene formación Nacional e Internacional en temas de Seguridad pública. Casado, dos hijas, docente, autor de artículos y textos de formación en contenidos sociales (editorial San Pablo, Guadalupe, Tau del Sur). En noviembre se publicará su primer e-book. En el 2021, integrará una antología de editorial Dunken.

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staba de visita en la ciudad y sintió cierta curiosidad morbosa por ver ese espectáculo de violencia y dolor. Se acercó, pero al parecer el hombre ya había pasado. Se adelantó empujando a la gente amontonada que comentaba lo sucedido. Tenía que ver si era cierto lo que decían. Algunas buenas personas que conocía comentaban algo extraordinario, el rostro del hombre cambiaba y se veían a sí mismos o a sus seres queridos como imágenes superpuestas sobre él. Una cuadra más adelante lo alcanzó. Estaba caído y sangraba. De pronto el hombre levantó el rostro y lo miró. En ese rostro desfigurado creyó ver las facciones de sus dos hijos y sin pensarlo, como un impulso, dio un paso adelante. Un soldado lo vio y lo tomó del brazo —Ayúdalo, porque no va a llegar. Quedó paralizado, pero al ver nuevamente sus propias facciones superpuestas en el condenado, tomó la cruz y la cargó sin poder dejar de mirar el interminable desfile de rostros humanos sufrientes que se iban representando incesantemente. Sintió que, en ese simple acto de ayuda a ese hombre necesitado, de algún modo misterioso, estaba ayudando a toda la humanidad. Y lo acompañó hasta el Gólgota. Empezaron a caminar los diez kilómetros que los separaban del hogar. El transporte era muy caro y no podían gastar en eso. Hacía calor y el polvo del camino dificultaba aún más la caminata. El fracaso de la esperanza que los había llevado hasta allí los había dejado sin ánimo y sin fuerzas. Estaban convencidos que todo había llegado a su fin. Nada podía ser peor. La muerte hizo sucumbir todo esperanza. Siempre es así, la muerte todo lo termina definitivamente. Con la cabeza gacha y casi arrastrando las sandalias, llegaron a la mitad del camino cuando se les acercó ese extraño. —Buenos días, ¿puedo ir con ustedes? ¿De que venían hablando? —¡Cómo no sabes lo que sucedió! Debes ser el único hombre que desconoce los sucesos que terminaron para siempre con la vida de un gran hombre… La 24 13 35.

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Sobre la autora:

Jeimy Alessandra Sánchez Galván, de doce años de edad, vive en Matamoros, Tamaulipas, actualmente cursa el primer grado de educación secundaria, desde muy pequeña imagina historias y le gusta escribirlas. Asiste al taller Alquimia de palabras.

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espués de salir de la escuela, mi grupo de amigos hablaba sobre qué pasaría si un terremoto golpeara la escuela mientras estamos en clases. Yo iba detrás de ellos escuchando todo, la verdad, mis amigos a veces pueden ser muy molestos. Cuando llegamos a casa de mi amiga escuché pasos dentro del bosque, pero cuando di vuelta no había absolutamente nadie, en mi pueblo todo es bosque y las casas están todas juntas, por eso vamos en grupo de regreso a casa; siempre escucho ruidos en el bosque, probablemente son ardillas o cualquier otro animal. Por la noche, mientras me preparaba para dormir, lo vi por primera vez, pasaba por la calle vestido con un traje negro muy elegante; como era de noche no podía ver bien su cara, pero lo que me llamaba la atención eran sus ojos azules. Encendí la lampara que estaba sobre mi mesa de noche, el chico del traje dirigió su mirada hacia mi ventana, después corrió hacia el bosque y no lo volví a ver en toda la noche. Al día siguiente, en mi escuela, le conté a mis amigos lo que había visto en la noche, pero ellos me tomaron por loca. Cuando oscureció, volvió a pasar en frente de mi casa y de nuevo corrió al bosque como si quisiera que lo siguiera. Él pasaba por mi casa todas las noches y siempre corría hacia el bosque. Este suceso duró aproximadamente dos semanas hasta que, cuando él corría al bosque, tomé mi chaqueta y me la puse arriba de mi pijama para ver adónde me llevaba. Como mis padres seguían dormidos abrí la puerta lentamente para no despertarlos, ya que nunca me dejarían salir a esas horas de la noche. Lo dudé unos segundos, pero de todos modos entré al oscuro y espeso bosque. Mientras buscaba al chico del traje tropecé con una rama de un árbol, a lo lejos se veía una luz que salía de lo que parecía ser una cabaña. Como hacia un poco de frío, entré a la cabaña para calentarme; había una pequeña cocina y una sala de estar con una chimenea que me calentó; me senté en la sala y sentí que alguien me observaba, así que decidí salir a revisar. Cuando salí de la cabaña escuché que alguien se escondía en los arbustos y, cuando revisé, me di cuenta de que era el chico del traje. Me acerqué a él y le pregunté: —¿Por qué querías que te siguiera? No me respondió, solo me miró con cara de confusión, como si no me entendiera. Me tomó de las manos y me llevó a un lugar que nunca había visto, el lugar estaba iluminado gracias a las luciérnagas que pasan por ahí. —¿Es esto lo que querías que viera? —pregunté, pero de nuevo me miró como si no me entendiera, después saco de sus bolsillos una rosa y me la entregó, luego, se acercó a mi oreja y me susurró: —Vuelve a casa antes de que noten que no estás —tomé la rosa, y sin pensarlo dos veces, me dirigí a casa. Ya era de día, así que era probable que mis padres estuvieran despiertos, pero cuando abrí la puerta ellos estaban profundamente dormidos. Puse la flor en agua para que no marchitara y regresé a mi cama. A la noche siguiente, el chico del traje no volvió a aparecer, pero yo todavía conservo la flor que me regaló, esa flor me proporciona seguridad cuando duermo y sé que algún día el chico del traje y yo nos volveremos a ver .

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Sobre el autor:

Daniel Barrera Blake nace en H. Matamoros, Tamaulipas, México (1977). Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Miembro activo del Ateneo José Arrese de Matamoros. Publicaciones en las siguientes antologías: Cuentos cortos para noches largas (Kaus 2020), Flores de vacío (versoterapia 2020), Gracias de perro (minilibros de Sonora 2020), Zona de cuentos (Kaus 2020). Publicación en varias revistas digitales tales como Penumbria, Ibidem, letras y demonios, de la tripa, etc.

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ue una de las noches más calurosas de las que tengo memoria. El sudor me empapaba las canas en las sienes, junto con las axilas y las intimidades. Incluso los sueños me sudaban en los escasos ratos que lograba dormir. El ventilador no servía de mucho contra el asfixiante calor que emanaba del techo. Bajaba de forma paralizante, escupía el sol absorbido en todo el día. Me sentía clavado en una varilla, dando vueltas en un rostizador. Para colmo, mi esposa con seis meses de gestación era un quejido inacabable, una insufrible sopa de sudores que no paraba de maldecir. —¡Chingada madre, Daniel! ¿Cuándo vas a poner un minisplit? La tercera noche al hilo de incesante calor, mi mujer por fin pudo destrozar mi renuencia a comprarnos un aparatito de aire acondicionado. Al día siguiente fuimos a la tienda departamental a empeñar el alma y los calzones, a cambio de un moderno minisplit. Lo tramitamos con el crédito de mi mujer, pues para entonces yo había decidido quemar todas las naves y dedicarme a la plástica (por fortuna, meses después cambié a la literatura). Teníamos en mente un precio máximo, el cual quedó en duda al escuchar que el monto que mi mujer alcanzaba de crédito, era el doble de lo que suponíamos. Nos paseamos entonces entre los aparatos en exhibición, con ese aire estúpido de pudientes. Terminamos comprando el aparato más costoso. Dos toneladas de pura ventisca invernal, o de calorcito acogedor para los meses fríos. Dos toneladas que nos traerían comodidad para descansar por las noches. Un descanso muy necesario cuando se vive en constante ansiedad, por no tener para pagar las mensualidades de un aparato, que financiado, ascendía a catorce mil pesos. Llegamos triunfantes a nuestra casa, descargamos del coche los sesenta y cinco kilogramos del moderno minisplit de dos toneladas. Dos toneladas que, para instalarlas, costaría el doble de lo que hubiera costado la instalación de uno básico y suficiente para enfriar la pequeña recámara. En fin, la instalación tendría que esperar hasta la siguiente racha de buena fortuna. La semana siguiente fuimos bendecidos por un clima caprichoso, que nos mantuvo bajo un cielo alfombrado de nubarrones, por lo tanto, la instalación del aparato no fue necesaria esos días. Los primeros jueves, acudí al banco con religiosidad, a realizar el pago semanal. Pero en agosto mi mujer reventó, y ahora éramos tres los sofocados por el calor nocturno. Con la llegada del bebé, el dinero desaparecía más rápido de lo que entraba y la instalación sufrió varios retrasos más. La religiosidad del pago se fue por la borda en cuanto el bebé comenzó a firmar siete pañales al día. Las visitas al banco se volvieron esporádicas, los intereses se agigantaron. Al poco tiempo los lobos comenzaron a rondar el domicilio, yo me les escondía. Pero uno de ellos tenía tan buen olfato cazador y yo tan poca experiencia siendo presa, que resultó ser mejor tirarme al suelo y mostrarle el vientre en señal de amistad. —Buena tarde, caballero, ando buscando a la señora… —se presentó. Revisó rápido en su tableta el nombre de mi mujer. Estaba de pie, a un costado de su motocicleta de poco caballaje, con un peto y unas hombreras protectoras muy modernas, el casco aún instalado en su cabeza. —Aquí es… —dije resignado. Después de intercambiar dos o tres palabras respecto al atraso del pago del minisplit, le ofrecí un refresco. El cobrador no pudo negarse al vaso de vidrio repleto de hielos, que sudaba frescura y emitía un vaporcillo glacial. Lo invité a pasar al techo del porche y se bebió la oscura sustancia casi de un solo trago. Venía cada semana a la misma hora, justo cuando el sol había perdido su fuerza y comenzaba su lento descenso. Yo lo esperaba con su Coca Cola

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en un vaso con harto hielo. Una semana me sorprendió un cobrador diferente, el banco había mandado a alguien más capacitado. Pero lo fui convenciendo también de ser mi amigo y tener piedad. A veces era refresco, pero si era un gordito goloso lo esperaba con una concha o un marrano de pan dulce. Siempre sería menos que pagar la cuenta. Cada tanto, mientras la cuenta crecía y crecía, mandaban un nuevo cobrador con más experiencia, más autoridad y menos corazón. Me sentía en un videojuego, enfrentándome al malo de cada nivel, perdiendo con unos y ganándole a otros y seguir avanzando. Me fui volviendo experto en evadir las odiosas visitas, incluso las sorpresivas fuera de fecha y hora. De vez en cuando tenía dinero para pagar lo mínimo requerido, o la mitad de eso. Mientras, la instalación seguía pendiente. Pasado un año exactamente, me llegó una oportunidad de pago. Podía liquidar el aparato de una vez por todas a mitad de precio, pero tenía que ser en menos de quince días. Pedí prestado, empeñé la bicicleta junto con otras cosas y conseguí el dinero. No me tardé quince días, me tardé nueve. Llegué al banco con el pecho inflamado, le extendí los billetes a la cajera y el aire estúpido de pudiente me envolvió de nuevo al caminar hacia la salida. Tres días después, por fin pude cobrar la liquidación de mi último empleo. Para entonces había pasado tanto tiempo, que lo gasté en un solo día. Pagué todas mis deudas. Con lo poco restante contraté a un técnico para, por fin, instalar las dos toneladas del flamante minisplit. Mi esposa, al ver al técnico llegar a la casa, no pudo disimular la sonrisa amplia que se le dibujaba en el rostro, me besó como hacía mucho no lo hacía y se fue a la recamara a sacar las frazadas del cajón para orearlas. Al terminar la instalación, el aparato no funcionó. El experto en aires le movió por un lado y por el otro, pero simplemente no quiso enfriar; venía con defecto de fábrica. Enojado, busqué la garantía. Un grito se me ahogó en la garganta, dos toneladas de realidad me azotaron de lleno al leer que la garantía era de un año, había vencido la semana pasada.

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Sobre el autor:

Juan Luis Henares nació en 1963 en Paraná, Argentina; desde 2012 reside en Colonia Avellaneda. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004 con Treinta mil imprescindibles ganó el Primer Premio en el Concurso Memoria y Dictadura; comenzó luego a escribir notas sobre temas sociales en revistas alternativas. Desde 2015 escribe cuentos; obtuvo premios, menciones y publicaciones en antologías y webs de Argentina, España, Cuba, México, Uruguay, Venezuela, Colombia, Guatemala, Chile, Alemania, Canadá y Estados Unidos. En 2018 fue publicado su primer libro: Lápiz clandestino. Actualmente prepara el segundo. Web: https://juanluishenaresescritor.wordpress.com/

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ucedió por primera vez una noche al regresar del trabajo. El perro se apareció de repente, al darme cuenta lo tenía a centímetros de mi pierna; hasta podía sentir el olor que salía de su boca babeante al ladrarme. Era inmenso, negro, de esas razas que suelen matar a los pequeños hijos de los dueños de grandes mansiones. Me mordió; grité de dolor y apretó con fuerza. Fue ahí cuando lo miré fijo a los ojos, y ante mi asombro aflojó su mandíbula; me soltó, tras lo cual cayó al piso. No entendí nada, lo vi quieto —parecía no respirar—, lo pateé y no se movió. Estaba muerto. Un mes más tarde, desperté sobresaltado un domingo a las ocho de la mañana; mi hijo lloraba, pero no era eso lo que me fastidiaba. Aún aturdido, fui a su pieza y lo encontré en la cama; decía —entre sollozos— que esa música no lo dejaba dormir. Ahí me di cuenta cuál era mi molestia: el vecino con esas insufribles cumbias que nos regalaba en el barrio los fines de semana; y en especial a nosotros, que teníamos la desgracia de compartir la pared que separa nuestras casas. No aguanté, me puse el pijama y salí a la calle rumbo a su puerta. El tipo, borracho luego de una noche de vino tinto, me dijo: —¿Te molesta mi música? Tengo un regalo para vos. Dio media vuelta, buscó algo en un cajón de la biblioteca, y se vino hacia mí. En ese momento apareció su esposa, la que entre lágrimas le rogó: —Por favor, viejo, dejá eso. Noté que eso era un arma con el cual me apuntaba. Quedé paralizado, solo atiné a mirarlo fijo, con el terror que me recorría por dentro, y también con todo mi odio… De pronto soltó la pistola y se le aflojó el cuerpo, a la vez que se tomaba el pecho y acompañaba la caída del arma al suelo. La mujer lloró desesperada, corrí a pedir auxilio. Pasaron veinte interminables minutos y llegó la ambulancia: estaba muerto. Ataque al corazón sentenció el informe médico, pero empecé a sospechar de otra cosa. Transcurrido un tiempo discutí con el dueño de la tienda en la que trabajaba, quien descubrió que yo no rendía el importe de algunas ventas y me quedaba con el dinero; es que con la miseria de sueldo que me pagaba no alcanzaba ni para sobrevivir. Me dijo que quedaba despedido; lo miré fijo —con mucho odio— y pasó lo que presumía: como si le hubiera caído un rayo encima, se desplomó fulminado al piso. Ese día estábamos solos —el otro empleado tenía parte de enfermo—, de manera que lo dejé tirado en su oficina y volví al salón de ventas para no tener que verlo morir. A la media hora llegó un cliente, entonces entré y lo encontré muerto; fingí la sorpresa, tomé el teléfono y llamé a emergencias. De nuevo el habitual ataque al corazón fue la conclusión de los médicos; me salvé de ser despedido, mas quedé sin trabajo ya que la viuda —previo pago de la indemnización— cerró las puertas de la tienda. Creo que ese fue el preciso momento en que mi mujer comenzó a sospechar, aunque nunca me dijo nada. Al menos por esos días. Un año después aún no había conseguido un trabajo decente; la situación económica era difícil. Una calurosa noche de sábado llegó a casa mi suegra, y me encontró mirando en el televisor un partido de Boca, mientras tomaba cerveza acompañada de salamín, queso y maní. La doña venía con espíritu muy combativo —o enojada por algo que le habría sucedido— así que ni bien me vio le dijo a mi mujer en tono alto, para que yo pudiera escucharla: —¿Y este parásito que no consigue trabajo todavía se da el lujo de gastar en picadita y cerveza? Es probable que haya sido debido al efecto del alcohol, o porque Boca iba perdiendo, que me paré de golpe y le grité: —¡Vieja de mierda!

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Tal pueden imaginar, también la miré fijo… Posterior al entierro, luego de que mi mujer se fuera con nuestro hijo a vivir a casa de su padre, llegó la policía con la orden de presentarme ante el juez. Lo demás es demasiado conocido, poco puedo agregar; el caso se convirtió en tapa de las revistas y en tema obligado de los noticieros del país. Durante unos meses disfruté, si de ese modo podría llamarlo, de esa efímera fama con la que muchos sueñan. Y acá estoy hoy, encerrado entre estas cuatro paredes, que son lo único que me permiten mirar. Una cama, un lavatorio, el sucio inodoro y la estrecha ventana por donde me pasan la comida; cuatro pasos para un lado y cuatro para el otro. Nada más que eso y las malditas cuatro paredes blancas. Sobre el juicio, solo puedo decir en mi defensa que no quise mirarlo, que me esforcé por no mirarlo, pero ese testarudo fiscal insistía en acusarme…

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Sobre el autor:

Ronnie Camacho Barrón, (Matamoros, Tamaulipas, México, 17 de marzo de 1994) escritor y titulado en la carrera de Comercio Internacional y Aduanas, ha publicado dos novelas: Las Crónicas Del Quinto Sol 1: El Campeón De Xólotl (Amazon) y, Carlos Navarro y El Aprendiz Del Diablo (Pathbooks), ha participado en cuatro antologías, tituladas como Taller Alquimia De Palabras: Antología De Cuentos y Relatos (Amazon) y Cuentos Cortos Para Noches Largas (Editorial Kaus), Zona de cuentos (Editorial Kaus) y Horas de Extravió (Editorial Awen). También muchos de sus cuentos han sido publicados en diversas revistas y blogs nacionales e internacionales, siendo las más importantes: La Gualdra, Revista Katabasis, Perro Negro De la Calle, Editorial Elementum, Revista Literaria Pluma, Revista Awen, Revista Clan Kutral, Teoría Ómicron.

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i hogar, un pequeño poblado conocido como San Villareal, ubicado a las afueras de la Ciudad fronteriza de Matamoros, en el norteño estado de Tamaulipas, cuenta con una oscura leyenda que se ha visto estrechamente ligada a mi familia desde la fundación del pueblo. Todo comenzó el día de muertos del año de 1899, cuando un grupo de bandidos llegó a nuestro pueblo y comenzó a sembrar el caos entre los indefensos habitantes. Quemaron los cultivos, fusilaron a la mayoría de los hombres y robaron la honra de cada mujer que pudieron encontrar, fue en ese álgido punto que Griselda, mi tatarabuela, hizo su aparición. Durante las horas en las que el pueblo estuvo sumido en el terror, ella rogó a Dios por un milagro, cualquier cosa que los pudiera salvarla de aquellos hombres, pero sin importar cuanto lo intentó, sus plegarias no fueron escuchadas o al menos, no fueron escuchadas por el cielo. Antes de que los bandidos siquiera pudieran ponerle un dedo encima, un elegante hombre vestido completamente de negro, con amarillos ojos de cabra y el rostro cubierto por una máscara de día de muertos, apareció ante ella y con sus propias manos, destazó a los hombres que iban a lastimarla, para justo después, hacer lo mismo con el resto de los invasores en el pueblo. Cuando terminó, se presentó ante mi tatarabuela y el resto de los habitantes, como «El Hombre de Negro» y les dijo que, a cambio de un módico precio, él no solo seguiría protegiendo a San Villareal, sino que también, la haría tan prospera como la propia capital. Nadie supo que decir, era más que obvio que aquel ser era un demonio, pero tampoco podían negarse a su oferta, pues, después de ver cómo quedó su hogar, se dieron cuenta de que tardarían años en reparar los daños, además estaba el alto número de muertos, ¿Qué les garantizaba que no fuera a haber más ataques de bandidos en el futuro? Fue así como aceptaron su trato y a cambio de buenas cosechas y seguridad, El Hombre de Negro solo les pediría una cosa, cada año debían entregarle a una mujer para que fuera su compañera, si esta era de su agrado. Todo iría bien, pero de no ser así, la desgracia caería sobre la familia de la chica y una catástrofe sacudiría al pueblo. Para muchos turistas está historia no es más que una simple leyenda, una especie de héroe sangriento inventado por la propia gente del lugar, si tan solo supieran que cada palabra que decimos es cierta y que todos en San Villareal, somos rehenes de ese ser. Ahora mismo, mi hermana mayor está siendo preparada para ser enviada ante El Hombre y aunque la amo con todo mi corazón, mi amor por ella solo es superado por el miedo que le tengo a lo que él nos pueda hacer, si es que ella, no resulta ser lo suficientemente buena.

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Sobre la autora: Irma Lozano Ramírez. Arandas, Jalisco, México. 1973. Ha publicado: dos poemas en el periódico Noti-Arandas; en El caballo negro, dos sonetos, periódicos locales de Arandas, Jalisco. En la página virtual Café de letras con algunos haiku e ilustraciones. Ganadora del segundo lugar de los Juegos Florales 2017, Encarnación de Díaz, Jalisco. Con el poemario El umbral Del fénix. Actualmente participando en dos antologías: 1; Los cuentos de la campana, libro que se ésta editando por la fundación del pensamiento editorial de Arandas, Jalisco. Participando con el cuento El Sonido de la oscuridad. 2; Mujeres Poetas de los Altos de Jalisco, libro que ya fue publicado por el ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco, viendo la luz el 4 de marzo del año en curso; participó con dos haiku. Otro haiku se tomó como portada para la revista virtual el colibrí https://www.facebook.com/Collhibrirevista/

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ierra roja, gente noble. Camino por tus calles sembradas de rezos. Elixir de los dioses destila de tu seno, acógeme en tu regazo… Porque alteña soy.

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Sobre el autor:

Elvis Joel Cerrinos Paredes nació en Chimbote, Perú, 1980; hijo de Hernán Cerrinos Méndez y Agustina Paredes Valencia. Estudió Educación Secundaria, especialidad: Lengua y Literatura en la Universidad Nacional del Santa (Chimbote). Recibió diplomas de reconocimiento por su participación, en Domingos de Poesía del colectivo Literatura y Artes en el Mundo. Sus creaciones poéticas han sido publicadas en las páginas de Facebook: Literatura y Artes en el Mundo, de Ambato, Ecuador; Utopía Poética Universal, Los Poetas más Grandes del Mundo, de Michoacán, México; La Revista Collhibrí de la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), México. En cuanto a textos narrativos, participó con su microrrelato Usurpación en la miscelánea literaria Violencia en las redes sociales, de Potosí, Bolivia; su cuento Asfixia fue publicado en Revista Intermitente de México. En su cuenta de Facebook publica sus creaciones literarias en diversos géneros y especies.

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e buscaba en cada rostro entre el alba y el ocaso, en neblina y limpio día, con nubes y sin ellas, en primavera u otoño, en verano o invierno. Sola o en el gentío, mas no estabas aquí. Estarás en otro país, afirmé. ¿En qué continente? ¿Te busco? Cabizbajo, perdía la razón, A Dios, volaban mis súplicas, y él me dijo: «¡Hijo, espera! No está en Europa, Asia, Oceanía, África o la Antártida, está aquí». Decidí esperar con fe y esperanza. No te hallaba. Entristecí, te busqué en otros brazos. Lloró mi cruento corazón, quebrándose mi vibrante escarlata y cuando fulminado estaba vi y sentí el brillo del sol. En un lugar impensado, en el ciberespacio, te hallé. Ingresé a tu vida como un rayo, la inerte computadora nos presentó, conocimos nuestra alma, no la faz. El ciberespacio nos hizo amarnos, con sus lazos poco conocidos. Aquellos días de alegría, tú y yo. Ya no hubo distancia, ni tiempo ni fingir ser otro para agradarnos. El agua clara nos mostró como somos, estaba sediento de amor, te añoraba. Recibía gotas sobrantes que no bebí. Y hallé sin esperarlo, ni merecerlo la catarata cristalina del amor, en ella encontré las gotas sublimes, las que nunca saboreé y a tu lado, bebí. Aquellas, quitaron mi sed eterna. Ahora veo tu angelical rostro en el alba, en la tarde y el ocaso,

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en neblina o en día soleado, en primavera u otoño, en verano o invierno. Somos uno, enlazados en un canto, el canto del agua cristalina que calmó nuestra sed de amor. Y pronunciamos «¡Estamos aquí! ¡Amándonos bajo el mirar de Dios!».

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Sobre el autor:

Daniel Barrera Blake nace en H. Matamoros, Tamaulipas, México (1977). Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Miembro activo del Ateneo José Arrese de Matamoros. Publicaciones en las siguientes antologías: Cuentos cortos para noches largas (Kaus 2020), Flores de vacío (versoterapia 2020), Gracias de perro (minilibros de Sonora 2020), Zona de cuentos (Kaus 2020). Publicación en varias revistas digitales tales como Penumbria, Ibidem, letras y demonios, de la tripa, etc.

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omo cada noche al llegar a casa, se desparramó en el sillón frente al televisor y comenzó el ritual de quitarse los zapatos. Y en medio de ese ritual, que en realidad era una lucha contra su abultado abdomen, recordaba al Toño en aquellos tiempos que terminó su preparación oficial como criminólogo forense, técnico en crímenes informáticos y cuanto curso policial tuvo la oportunidad de estudiar. Con el cuerpo atlético, la sonrisa ancha y paso altivo, andaba el Toño queriendo comerse a todos los criminales del mundo, prometía reformar al país desde sus instituciones judiciales y de justicia. Aquellos tiempos del Toño habían quedado atrás, ahora era simplemente Antonio Anzures, nombre de pila de alguien serio, de alguien respetable que juega bajo las reglas de la comisaría sin dar problemas. Y también nombre de alguien con el espíritu corrompido por el sistema… «Antonio Anzures, nombre de un perdedor», pensó —Flaca, quítame las botas —Ay Antonio, quítatelas tú —Chingada madre… Antonio miró a su esposa en el otro sillón, le quedaba de perfil, estaba entre acostada y sentada con los pies encima de la mesita de centro, el cuello torcido, los ojos chiquitos enrojecidos y los pulgares calludos de tanto celular todo el condenado día. —¿Qué hiciste de cenar? —Ya pedí pizza, ahorita llega. ¿Cómo te fue hoy? —Ah… Se sacó la pistola del cinturón para poder desabrocharlo. Colocó la pistola oxidada sobre la mesita y reanudó la faena de quitarse las botas, la panza era el enemigo a vencer. Repasó su día en la cabeza antes de contestarle a su mujer, había despertado positivo como siempre, decidido a realizar ese cambio prometido a los veinte, aún podía hacerlo, estaba seguro. Para las ocho de la mañana su corazón ya bombeaba más cafeína que sangre, necesaria para soportar la jornada entera en el departamento de desaparecidos, el más pesado. Media hora después, ya estaba leyendo el primer reporte de una torre de fólderes que tenía frente a él. Su vista estaba bien entrenada para enfocarse en los datos importantes. Con cada reporte que leía, las viejas convicciones de su juventud le prendían como brazas en el pecho. Soraya, estudiante de medicina, veintidós años, pantalón blanco y blusa de rayas, se busca desde antier, no fue el novio, el tipo anda de viaje. Maribel, estudiante de preparatoria, dieciséis años, uniforme escolar, hace una semana desapareció, última vez vista en el transporte rumbo a su casa. Lorena, secretaria, veinticinco años, mini tatuajes en hombro y muñeca, última vez vista con el novio en su auto. María, treinta años, se dedicaba al hogar, madre de cuatro… La lectura se extendería por las siguientes cuatro horas, después iría a comer y al regresar a su escritorio seguiría leyendo hasta acabar con los reportes del día y archivarlos como Dios manda, en la bandeja de pendientes. Terminaría como todas las noches, con las manos sucias, negras de tanta miseria y el rostro colorado del coraje que le provocaba leer tanta injusticia, tanta desaparecida, tantos futuros desgarrados… —Ya llegó la pizza Su esposa le espantó las cavilaciones y le arrimó un plato y un refresco. Antonio prendió el televisor para ver el noticiario nocturno. El presentador comenzaba a dar las noticias de violencia en el país, afuera se escuchó un chirrido de llantas, frenos de un auto, gritos de mujer. La pantalla enumeraba los homicidios diarios, mientras los gritos en la calle continuaban, algunas quejas, por dioses, vidrios rotos. Antonio se enojó, no podía escuchar

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y la parte que más le interesaba estaba a punto de comenzar, le subió todo el volumen al aparato, la voz del presentador, cavernosa y viciada con el sonido de la televisión del vecino, sofocaba los gritos de ayuda del exterior y el acelerón de un auto que se alejaba quemando neumáticos… —¡Chingado! Que fea está la situación, ¿viste cuánta desaparecida en las noticias? —le decía a la esposa—, y yo con las manos atadas, sin personal ni recursos, carajo. —Mhmm… —contestó sin levantar la vista del celular Terminó el noticiario justo con el último pedazo de pizza. Antonio se levantó y le dio las buenas noches a su esposa, había que madrugar si se quería cambiar las cosas de verdad. Esa noche, como todas las noches desde hacía años, el altivo Toño durmió intranquilo, decepcionado, derrotado, mientras Antonio Anzures durmió como un bebé.

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Sobre el autor:

Hernán Semino nació el 12 de septiembre de 1978 en Brandsen, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Su primer cuento se lo contó al director de su escuela primaria con la intención de zafar el hecho de haberle desinflado una rueda de su Citroen 3CV beige. No lo logró, pero bastó para hacerle saber que algo de narrativa había latido dentro. Publicó en 2014 su primer libro de relatos Pasajero Errante. También publicó cuentos en revistas de España, México y Perú, además de colaborar en diferentes proyectos literarios. Actualmente vive en José Hernández, La Plata, Argentina y está trabajando en su segundo libro de cuentos.

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L

a nuestra es una familia de artistas, aunque en el pueblo se piense que solo lo sea mi hermana, Iris. Formamos un complejo engranaje de voluntades que desarrollan al máximo una idea de manera efectiva y satisfactoria. Cada uno de nosotros representa una pieza vital en nuestro acoplamiento artístico, y a la vez, necesaria para que las demás partes cumplan con su función según lo planeado. A mi hermana Iris, le toca materializar la idea sobre la tela. Probablemente sea por eso por lo que el pueblo piensa lo que piensa. Ella nos indica qué debemos hacer, y nosotros lo hacemos con entrega y dedicación. Nuestros clientes no son tan exigentes con nosotros como lo es Iris. A su vista nada se le escurre. Ella es nuestro Alfa y nuestro Omega. Vivimos en el barrio Mendizábal, en una casa que apenas soporta cobijar a nuestras cinco almas. Por eso con Iris y mi hermano el mayor, Pedro, dormimos en la misma habitación que nuestros padres. Mi padre se encarga de los trabajos de fuerza, en cambio, mi madre hace malabares con los sentidos de los clientes. También suele convidarles algún té con galletas sin sal mientras nos aguardan a que nos preparemos para ejecutar el retrato. Nosotros no copiamos. Jamás. Nuestras obras no reflejan lo real, lo actual, lo evidente. Nosotros creamos algo donde no hay nada. Modificamos cosas a pedido, revivimos el pasado o torcemos destinos. Eso hacen los artistas, y eso es lo que hacemos en casa, en un costado de la pieza y luego de sacar las camas al patio. Es martes y tenemos dos clientes: La viuda de Sánchez Sotelo, Doña Carmen, y Eusebio, el de la fábrica de pastas. Doña Carmen entra arrastrando los pies, cuelga la bolsa de los mandados en el respaldo de una silla, nos da un beso a cada uno y nos abre los brazos como no sabiendo qué hacer. Iris le indica que se siente en la mecedora. Ese es el único elemento tangible que ponemos en contacto con los clientes. Un elemento que comparte con mi hermana una misma capacidad: la de bambolearse, la de ir y venir sin perder su lugar. Iris coloca una silla de madera enfrente, y entre ellas dos solo quedan el atril, el bastidor, la tela y el pincel. Cuando Iris lo indica, todos nos acercamos a ella y nos abrazamos formando un círculo, cerramos los ojos y en voz baja invocamos al dios de la creación. Ella dice que al hacer eso, por más que tenga los ojos cerrados, logra ver más allá de lo evidente y de esa manera vislumbrar la obra terminada. Luego, nos pide que ocupemos nuestros lugares. Iris se sienta frente al bastidor y levanta un brazo, a lo alto el pincel de madera brilla firme y recto. Con un movimiento brusco lo baja y empieza a pintar. A Pedro le pide el rojo, a mí el marrón. Segundos después, nos indica que le soplemos con fuerza el pelo a Doña Carmen. Sus canas apenas se mueven. Iris mantiene todo el tiempo los ojos cerrados. Mi padre salpica a Doña Carmen con salmuera hasta que Iris le ordena que pare. Mi madre toma un tenedor y lo golpea rítmicamente contra un vaso de vidrio. Ahora le suma otro tenedor y una cuchara. Iris le hace una seña y mi madre se detiene, saca una mandarina de una bolsa, la pela y le esparce los trozos de cáscara por el pelo y la falda a Doña Carmen. La pieza entera huele a cítricos. Iris continúa pintando y con un leve pero súbito cabezazo hacia abajo autoriza a nuestra madre a exprimir la mandarina sobre la frente de Doña Carmen, que con cada gota va achucharrando la cara. Temo que Doña Carmen se ofenda, pero ella se ríe. Respira hondo y se ríe. Abre las manos hacia el cielo y su boca es una sonrisa gigante. Pedro me toca el codo y nos tiramos de panza al piso, a los pies de la mecedora y nos raspamos la espalda contra los apoyabrazos. Él en uno, yo en el otro. Doña Carmen comienza a llorar, pero eso a nosotros no nos distrae porque somos profesionales. Iris se muerde la lengua y continúa pintando. La veo abrir los ojos y sus pupilas son dos círculos oscuros. Me mira, o eso creo, y me marca en un gesto veloz, la mesita de luz.

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Obedezco y agarro los auriculares, los enchufo en el radiograbador, pero en la ficha del micrófono. Pedro me alcanza una hoja, acerco mis labios al auricular izquierdo y comienzo a recitar un poema de Amado Nervo. Iris extiende su mano hacia mí con la palma hacia arriba y hace una serie de movimientos cortitos y frenéticos. Levanto la voz. Iris repite el gesto y Pedro sube el volumen del radiograbador al máximo. Doña Carmen parpadea con intermitencias, se muerde el labio de abajo y ya no sé si llora o se ríe, y hasta parece estar rezando por lo bajo con la vista clavada en los tirantes del techo. Iris estira un brazo por sobre su cabeza. Todos la miramos atentos, si estira el otro habremos terminado. Finalmente lo hace y larga un suspiro con gusto a resoplo, pero es un suspiro. Es de alivio. Mi padre, entonces, sabe que debe agarrar el retrato y mostrárselo al cliente. Doña Carmen contempla el cuadro y llora con congoja. Se lleva una mano abierta al centro del pecho. Le hace dos o tres reverencias a Iris, la besa en la frente y le paga. Antes de que Doña Carmen agarre la bolsa de los mandados, le pedimos con Pedro que nos lo muestre. Doña Carmen no tarda en girar la obra hacia nosotros. Está sentada en el banco de lo que pareciera ser una plaza o el parque de una casaquinta, el viento le arremolina un pelo largo y rubio. Sobre la falda tiene un libro de poesías abierto. No está sola. Detrás del respaldo metálico del banco, un hombre lleva en andas a un nene que también es rubio y que no pasa de los cinco años. Los tres sonríen. Lo miro a Pedro y le levanto los hombros, él me devuelve un guiño de ojos. En los pies de la joven Doña Carmen dos gatos se frotan los lomos contra sus piernas flacas. Cuando la acompaño a Doña Carmen a la puerta, Iris va al baño a vomitar. Siempre lo hace. Debe eliminar los residuos del trabajo o pueden volvérseles fatalmente nocivos. Afuera ya está Eusebio, que llegó antes de la hora pactada. Eusebio es pelado y gordo. Tiene puesto el delantal blanco que usa en la fábrica de pastas, luce una barba larga y pelirroja con un lunar grande y negro a un costado de la nariz. Está fumando. Le digo que aguarde hasta la hora acordada. Él asiente en silencio. Si hay algo que nosotros odiamos es la impuntualidad. Una vez que Iris sale del baño, nos sentamos junto a ella a la mesa para compartir una ronda de té con galletas sin sal mientras nos dice que Eusebio le pidió un Chiribitil. Es un segundo, pero todos paramos de beber el té. Los chiribitiles son complejos y difíciles, a la vez que son de los retratos más pedidos. En esos encargos, a todos se nos vuelve más exigente el trabajo. Nos obliga a dar el ciento diez por ciento. Los chiribitiles son parecidos a los fantasmas, están en los lugares más recónditos y tienen la manía de salir borrosos. Es por eso por lo que debemos desarrollar una serie de acciones simultáneas y milimétricamente coordinadas para poder contrarrestar ese efecto nebuloso, y que el ojo clínico de mi hermana Iris logre captarlo con claridad, y así, poder plasmarlo en la tela con una forma acabada y veraz. En esos momentos, el resto de la familia pierde el enfoque. Nos chocamos entre nosotros. Nos golpeamos contra las puertas. Nos trastabillamos con nuestros propios pies, hasta calculamos mal la distancia. Pero en contrapartida, Iris gana en nitidez y en precisión. En los chiribitiles a Pedro y a mí nos invade una profunda contradicción. Como cuando nos encontramos frente al tire o empuje de las puertas. Dudamos y creemos, en un principio, estar haciéndolo mal, en cambio Iris es prestancia, equilibrio y armonía. A la hora exacta, mi padre le abre la puerta a Eusebio y lo acompaña hasta la mecedora. Eusebio se sienta, la mecedora cruje. Nosotros cumplimos con la planificación estipulada al pie de la letra y luego de invocar abrazados al dios de la creación, nos ubicamos en nuestros lugares. Iris, frente al bastidor, mantiene los ojos cerrados. Eusebio espera. Cruza las piernas y se hamaca. La mecedora no deja de crujir. Iris no nos dice nada. El sol que hasta recién

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entraba por la ventana, huye y torna oscura a la pieza. El silencio de mi hermana nos empieza a preocupar. Mi padre no le quita los ojos de encima. La mira, al mismo tiempo, que se agazapa como para actuar de inmediato. Jamás se había quedado callada tanto tiempo. Mi madre aguarda alguna indicación. Pedro y yo también. Iris toma el pincel. Nos preparamos, entonces, para una obra maratónica, así sucede cada vez que nos enfrentamos a un chiribitil. Nuestros talones golpean el suelo, como si fuéramos parte de una carrera y estuviéramos esperando la señal de largada. Iris levanta el brazo del pincel y entra a la habitación un olor a quemado muy parecido al de la fritura. La miro a mi madre que con la mirada me dice que no viene de nosotros. El cuerpo de mi hermana está erguido y recto al bastidor. De pronto comienza a serpentearse como si estuviera por abrírsele el pecho y de él pudiera escapar, como en las películas, alguna alimaña. Iris temblequea y levanta el otro brazo. Eso nos desconcierta. Mi hermana tiene los dos brazos levantados. No podemos terminar sin haber antes arrancado, es lo primero que pienso y lo miro a Pedro que mira a mi madre, que a su vez me mira a mí que ahora estoy viendo cómo Iris abre los ojos y los tiene grises y gira de repente la cabeza hacia mi padre, que enseguida corre hasta la mesita y desconecta los auriculares del radiograbador. La pieza continúa en silencio. Lo veo a Eusebio que también está algo confundido y fija su atención en los ojos fantasmagóricos de mi hermana. Mi padre se abalanza contra la mecedora y le enrolla a Eusebio el cable del auricular en un brazo y lo ata a uno de los apoyabrazos. Pedro también salta sobre Eusebio y lo sujeta del otro. Yo paso detrás del respaldo y le cruzo el brazo por debajo de la pera. Eusebio se mueve como un pez en la tierra así que lo agarro de su delantal a la altura del cuello y tiro con fuerza hacia atrás. Lo escucho emitir una serie de espasmos guturales y se pone colorado y además le sobresalen las venas de la sien. Eusebio comienza a tirar patadas al aire, pero enseguida mi madre le hunde un tenedor en cada pierna. El grito de Eusebio me crispa la piel. Mi padre no pierde el tiempo, con el cable del velador le ata el otro brazo y con el del radiograbador, las piernas. Recién ahí yo lo suelto y la miro a Iris que regurgita sobre el lienzo los restos que formarán al chiribitil. Eusebio babea, tiene las venas del cuello inflamadas, respira con estertores y nos escupe. Nos grita que lo soltemos, que nos va a matar a todos. Pero eso, a nosotros no nos distrae porque somos profesionales.

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Sobre el autor:

Jesús Prado (1986). Escritor nacido en La Unión de San Antonio, Jalisco. Cofundador de la revista literaria Perro Negro de la Calle. Sus obras literarias ahondan temas de actualidad, poesía urbana, política, melancolía, amores y desamores, pero sobre todo una honestidad tremenda en cuanto al análisis y exploración de las pasiones y enigmas de la existencia contemporánea.

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S

u voz derretía la realidad mientras melodías viejas llenaban de sentido los momentos que apenas acontecían. Ella suspende el tiempo, es el respiro que nos lleva a la muerte inmediata, que se pierde en lágrimas del recuerdo, de alegrías efímeras que no alcanzan para dar consuelo a los corazones que vagan por el mundo sin nadie quien los cuide, sin nadie quien los haga infartar. Y mientras se martiriza por los amores imposibles que busca como deporte, estoy yo aquí esperando que sus ojos se detengan en su huida, que en algún momento se dé cuenta, que se entere que ella sola inunda al mundo con su espíritu de violeta y lavanda; que es un sueño que vive y camina; que es la luz que llena las noches y los puentes. Ella se despide cada lunes, me besa suave, se marcha a buscar fortuna al mundo profano donde todo lástima, donde los refugios son celadas que cada tres días le parten el corazón: yo soy el sastre que cose sus heridas que sufre sus errores y su furia, sus suspiros ajenos que lanza al viento mirando las estrellas. Ella regresa los viernes con el alma en un hilo, llena de heridas de las batallas de los días; se refugia en mi casa, bebe un poco de cerveza y me ayuda a encontrar el olvido: somos dos pájaros sin hogar que coincidimos para sobrevivir la mensualidad; somos las gotas que se mezclan y evaporan bajo el sol de marzo.

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Sobre el autor: Daniel Montes. Tiene gusto por la historia y literatura. Nació el 31 de octubre de 1995 en Chihuahua, chihuahua. Participó en la antología de poetas chihuahuenses Versos norteados en 2017.

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L

os niĂąos de mi barrio juegan frente a la descarapelada pared al fusilamiento de los vicios, disparan rĂĄfagas de piedra, desatinan con su punterĂ­a las botellas, se turnan los intentos y se aproximan al estallido, al quebranto del cielo. La tarde se hace aĂąicos en la banqueta y el sol moreno tuesta la sombra.

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Sobre el autor: Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Enfoca su obra poética (rima o prosa) en indagar en los recovecos de lo mundano desde el punto de vista pesimista. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), Lo que pasó en el sótano (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), La carta de Jacques Virgil (Más literatura, sección cultural de Tecnologíaindustrial .net, Ciudad de México, 2020), Retorno (Revista Literaria Nudo Gordiano, Toluca, Edo. De México, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), entre otras.

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N

o es mi pretensión fulminar todo lo erigido, así como tampoco lo es aplacar al leviatán, que revuelca las entrañas y difumina mentes, impidiéndome razonar ante la vicisitud. Y así pierdo mi cordura mientras ganamos días, mientras el tiempo corre y coleccionamos los minutos; y así pierdo esperanzas mientras esperanzas nacen, atendiendo deseos, pero asesinando egos. El leviatán asciende entre las amarguras y el estrés; ante la imposibilidad de tener el orden; ante la duda, la verdad y la mentira; ante el cielo y el infierno; ante el pasado y el porvenir; ante la colera contra la calma. Debemos aplacar los huracanes que enfurecen aguas y que rompen nuestras calmas, pues en esas profundidades de rencores y de culpas, el leviatán espera pertinente para salir victorioso de ese caos que nos agobia y nos envuelve. El alba rompe nuestros horizontes, nuestros días; la noche arrulla en el sueño de las paranoias, y seguimos avante, cariño, mientras el mundo arde y la pandemia crece. Vamos sin vela en una pequeña barca sobre el océano de la incertidumbre; hay que afilar los arpones y estar dispuestos a lanzarlos, pues, si seguimos arrojando las carnadas de las furias, nuestro lugar no será otro más que las fauces del leviatán, donde tu destino y el mío, será el olvido mutuo.

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Sobre el autor: José Luis Machado (Montevideo, 1974). En junio de 2015 se editó (en un volumen doble) Diario de un sinvergüenza y El ajedrez es mucho más que un juego, bajo el sello abrelabios. Y, como parte de la colección de minilibros-tarjetas, abrelabios editó Fuera del tablero (en octubre de 2015) y Ssoñé que era árbol (en noviembre de 2015). Y, en noviembre de 2017, especialmente para el XXI Festival Internacional de Poesía de Cartagena (Cartagena de Indias, Colombia) el minilibro Crá que recoge poemas de su autoría con temario relacionado al fútbol. Obtuvo el 1er premio con el poema Vacío en el 6to concurso Nós da Poesia, noviembre de 2018. Rio de Janeiro. Brasil. Obtuvo el 1er premio en VI Concurso literario Homenaje a Horacio Quiroga, “A CIEN AÑOS DE CUENTOS DE LA SELVA”. febrero de 2019. Misiones, Argentina. Obtuvo el 2° premio en microrrelatos, del Círculo de Escritores. Argentina. 2020. Sus textos han sido publicados en una docena de países.

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¡Q

ué palabra cuarentena! Que se traslada en encierro; para algunos será entierro, para muchos vil condena, será profunda la pena; cicatriz de cicatrices, los cielos tornaran grises y grises los horizontes, se llenarán de Aquerontes, los ríos de los países. Qué palabra cuarentena, que nos canta las cuarenta, con la verdad nos enfrenta y cuan tristemente suena, nos apresa, y nos aliena, nos oprime, nos encierra, vaya palabrota perra, que retumba en la cabeza, que mina nuestra entereza, que hace temblar a la tierra. Qué palabra cuarentena, diez letras en aislamiento, cuatro sílabas al viento, palabra grave que truena, que todo lo desordena, con su aura tormentosa, con su silueta ominosa, de estatua de cementerio, de sombra de monasterio, de parca gris y ojerosa. Ya no quiero pronunciarte, no, ya no quiero decirte, no, ya no quiero escribirte, mucho menos recordarte; algún día serás parte, serás parte, de un te has ido, serás tiempo transcurrido, serás un anecdotario, efeméride de un diario, serás parte del olvido.

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Sobre el autor:

Ronnie Camacho Barrón, (Matamoros, Tamaulipas, México, 17 de marzo de 1994) escritor y titulado en la carrera de Comercio Internacional y Aduanas, ha publicado dos novelas: Las Crónicas Del Quinto Sol 1: El Campeón De Xólotl (Amazon) y, Carlos Navarro y El Aprendiz Del Diablo (Pathbooks), ha participado en cuatro antologías, tituladas como Taller Alquimia De Palabras: Antología De Cuentos y Relatos (Amazon) y Cuentos Cortos Para Noches Largas (Editorial Kaus), Zona de cuentos (Editorial Kaus) y Horas de Extravió (Editorial Awen). También muchos de sus cuentos han sido publicados en diversas revistas y blogs nacionales e internacionales, siendo las más importantes: La Gualdra, Revista Katabasis, Perro Negro De la Calle, Editorial Elementum, Revista Literaria Pluma, Revista Awen, Revista Clan Kutral, Teoría Ómicron.

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l fin del mundo siempre está a la vuelta de la esquina», ese, es lema del Buró de Prevención Profética, la organización a la que pertenezco. Desde el principio de la historia, hemos actuado bajo las sombras para proteger al mundo de las constantes amenazas que se ciernen sobre él y que sin duda alguna llevarían a la raza humana a su extinción. Con éxito prevenimos el regreso de los Atlantes de las profundidades del mar, la ascensión del Anticristo al papado, la incursión alienígena de Roswell, la rebelión de las máquinas del 2000 y la tercera guerra mundial que sería provocada por las armas biológicas bajo el poder de Bin Laden. La razón de todo nuestro éxito se ha debido a la familia Allard, un largo linaje de videntes franceses que generación tras generación, heredaron a sus primogénitos su mística capacidad. Fungiendo como nuestros profetas, ellos nos guiaron de la manera correcta en contra de cada apocalíptica amenaza. En tiempos actuales, dicho rol recae sobre los hombros de Levi Allard, mejor conocido por su nombre clave como «El vidente treinta y tres». Al igual que con sus ancestros sus predicciones siempre son correctas, pero a diferencia del resto, él no cuenta con la fuerza mental necesaria para cargar con dicha responsabilidad. Han pasado semanas desde la última vez que supimos de él, pero hoy, por fin hemos encontrado su cuerpo en la sucia habitación de un hotel en Praga. La causa de la muerte no es ningún misterio, se arrancó los ojos con sus propias manos, seguramente impulsado por una visión, pero ¿qué sería tan terrible que orillaría al último de los profetas a matarse? Por primera vez en siglos estamos a ciegas y cada una de nuestras divisiones alrededor del mundo se encuentra en alerta máxima. La única pista que tenemos es la nota que nos dejó y en la cual solo escribió lo siguiente: «El fin, ya está entre nosotros». No tenemos idea de lo que significa, ni tampoco de cuándo fue que la escribió, solo espero que cuando llegué el momento… estemos preparados.

«E

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Sobre el autor:

Un artesano nacido en los primeros dĂ­as de 1990, con las letras de su madre y padre por nombre, manteniendo una costumbre ancestral de no permitir que el olvido les llegue a los vivos o a los muertos. Publicado en Mundo de escritores con su cuento El mirĂłn y en la ediciĂłn anterior de Perro Negro de la Calle con su poema Tardes.

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E

s tu tibia piel de chocolate la sierra donde dormir deseo, aunque entre cabeceo y cabeceo, oirás mi lengua y no un corazón que late. Cuando tus jadeos te delaten, mis manos desvestirán el cielo, viendo tus poros como consuelo, para que mis secretos sueños aten, y será tu humedad quien me rescate, para beber como poseso, en tu entrepierna cual sediento preso, hasta que tu fluir al fin me mate. ¡Oh, diosa de ébano jadeante! un gemido se te ha escapado, y como perdón de cualquier pecado, serán tus devenires oscilantes, que, como coro de ángeles pecantes, estremecerán con tu orgasmo el mundo, llevando hasta lo más profundo, el título que me das de amante.

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Miradas al recuerdo Fotografía por Vaga-bundo Vaga-bundo surge de la inmensa necesidad de congelar pequeños momentos. Con la Fotografía hiper aficionada como estandarte, busca compartir a los demás la belleza de las simples cosas.

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Sobre la autora: Sheila Patricia Fernández Díaz (La Habana, Cuba, 1993). Ha publicado en la revista independiente de origen canadiense Lived Experiency y en el no. 151 de la revista Educación (2017), dicha revista es fruto de la prestigiosa editorial cubana Pueblo y Educación. Tres de sus trabajos forman parte de la II y III edición de la revista digital literaria Mundo de Escritores, ella tiene a su cargo una columna en este espacio que lleva por título Pluma y alma solidaria. Sus obras también figuran en la II, III, IV, V y VI edición de la revista digital española Claustrofobia –un proyecto creado por Ediciones de Humo–. Sheila ha participado en la primera y segunda edición de colaboraciones de la revista digital peruana El Almacén y fue artista invitada de su primer festival online Almacén Cultural. Dos de sus obras integran las antologías X Concurso de poesía Versos en el aire y VI Concurso de poesía Luz de luna, una iniciativa auspiciada por el proyecto español Diversidad literaria. Forma parte, además, del grupo de autores que integran la edición 44, 45 y 46 de la revista digital mexicana Perro Negro de la Calle; junto a otros escritores de diversas nacionalidades le dio vida a la XII edición del órgano digital argentino Revista Literaria Pluma. Dos de sus trabajos están presentes también en los libros recopilatorios VI Certamen de Poesía Tiempo Nuevo y VI Concurso Literario de Micropoemas El muro, por ambos recibió una mención especial del jurado. Dichas convocatorias literarias fueron auspiciadas por los proyectos españoles Letras como Espada y El muro del Escritor respectivamente.

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A

mor: llévate mis alas, el viento, llévate el mar, su costumbre de buscar en otro beso el aliento. Llévate el río sediento de plegarias infinitas y las lágrimas marchitas de este dolor necesario, quiero hundirme en el calvario febril de su nacimiento. Las pupilas del otoño se encienden cuando lo veo, mis manos son las de un reo feliz de llevar cadenas. Lleva un candil de azucenas colgado de los excesos, y yo tan falta de besos me aferro a su labio tibio porque preciso el alivio lacerante de sus penas.

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Sobre la autora:

Eunice Victoria Martínez Matos. Nació el 27 de noviembre de 1998 en el municipio San Francisco del estado Zulia, Venezuela. Desde temprana edad fue guiada por el camino de la lectura y las artes, llegando así a valorarlas, amarlas y hacerlas suyas. Ha publicado en la revista Perro Negro de la Calle y en la revista Almicidio. Actualmente estudia Educación mención Orientación en la universidad del Zulia y licenciatura de Educación Mención Música en la universidad Francisco de Miranda en el municipio Dabajuro, estado Falcón.

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E

lla, cerrada, ensimismada sentimientos enterrados, sepultados apilados entre raíces confió y fue pisoteada. Mentiras y farsas hicieron su casa, mentiras y farsas, con ellas fue golpeada, mentiras y farsas, deben ser ahuyentadas. Rodeada por reinos de nada rodeada por el aire que se vuelve ceniza. Que las lágrimas detengan sus salpicadas, que el esplín haga su parada. Que sean calmadas las bestias del olvido, que ya no abran su boca para tragarla que en cambio se adueñe y pueda dominarlas. ¡No te rindas! Que lograrás escapar, tu lugar será entre farolas radiantes donde no existe el olvido y la orquesta es desatada.

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Sobre la autora: Irma Lozano Ramírez. Arandas, Jalisco, México. 1973. Ha publicado: dos poemas en el periódico Noti-Arandas; en El caballo negro, dos sonetos, periódicos locales de Arandas, Jalisco. En la página virtual Café de letras con algunos haiku e ilustraciones. Ganadora del segundo lugar de los Juegos Florales 2017, Encarnación de Díaz, Jalisco. Con el poemario El umbral Del fénix. Actualmente participando en dos antologías: 1; Los cuentos de la campana, libro que se ésta editando por la fundación del pensamiento editorial de Arandas, Jalisco. Participando con el cuento El Sonido de la oscuridad. 2; Mujeres Poetas de los Altos de Jalisco, libro que ya fue publicado por el ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco, viendo la luz el 4 de marzo del año en curso; participó con dos haiku. Otro haiku se tomó como portada para la revista virtual el colibrí https://www.facebook.com/Collhibrirevista/

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C

on tu cerrazĂłn difamas la incrĂŠdula fragancia de la rosa; saliva hostil te atraganta y no hay nada que cambie la pĂĄgina.

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Sobre el autor: Nació el 4 de abril de 1994, en la Ciudad de México. Cuenta con una página de Facebook (https://m.facebook.com/Juan-Rogelio-108979084074895) donde comparte algunas de sus obras, anécdotas sobre ellas, los sitios en que llegan a publicarse, sus inspiraciones, entre otras cosas. Algunas de sus poesías han sido compartidas en la página del grupo Legüera Cartonera (https://www.facebook.com/legueracartonera/ ); en una compilación, en PDF, lanzada por el mismo grupo, titulada Desde la cueva. Tatuajes de un tiempo difícil de nombrar; en la página web de la revista digital Teresa Magazine (http://teresamagazine.com/de-la-primera-torre/ ); y fueron recitadas, por el locutor André Michel, en la plataforma Spotify, como parte de la colección #AudiosDeConsumo, del grupo radiofónico por Internet, Existencias: (https://open.spotify.com/episode/5cSHB4ps0N0NQGJL6EQHC2 ), ( https://open.spotify.com/episode/49FRi5XYkuUS80mV6aTG7m ), ( https://open.spotify.com/episode/32dCXRerVdU1ntqBq6R219 ), ( https://open.spotify.com/episode/2BPGIKc1gfz8FZLn0H4ggd ), ( https://open.spotify.com/episode/7lVukByFLQcsBoEGfJ7cNC ). Por último, en otro género, colaboró con un pequeño relato erótico, en la página web del grupo Caracola Magazine ( http://caracolamagazine.com/organismo-de-abuela/ ).

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¿Q

ué es aquello que podemos afirmar sin el menor temor a equivocarnos, y, por consiguiente, un chasco llevarnos? No creo yo poder eso contestar. Por ciertas muchas cosas podemos dar, pero posible no será saberlo sino hasta muy bien todo conocerlo y por fin una conclusión alcanzar. Ser difiere del creo, es eso verdad. Podemos creer que muchas cosas son, pero tal vez no es esa la realidad. Nunca lo que creemos afirmemos: mejor vamos a esperar hasta saber si la razón con nosotros tenemos.

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Sobre el autor:

Jesús Prado (1986). Escritor nacido en La Unión de San Antonio, Jalisco. Cofundador de la revista literaria Perro Negro de la Calle. Sus obras literarias ahondan temas de actualidad, poesía urbana, política, melancolía, amores y desamores, pero sobre todo una honestidad tremenda en cuanto al análisis y exploración de las pasiones y enigmas de la existencia contemporánea.

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E

lla tenía el color y el misterio de la noche, tenía el latido, el ruido, la mordida de las fieras que deambulan por las selvas sin medida, con la diferencia de que ella siempre evita el sufrimiento y el reproche. Se pasea por los bares en tiempos en que la muerte está en el aire, mientras los idiotas la vemos tan lejana del amor y sus rejas; tan lejos de los besos de compromiso y la rutina de las quejas: llena de ese amor que da vida, desamor y del desaire. Los versos y la métrica no alcanzan para el clamor de su voz dulce, de sus manos diminutas… tenues, para mis miedos que aguardan firmes. cuando la veo de lejos, cuando obligo con ella el cruce. Ella es el Jazz que buscaba en esta mortandad, es el gesto de dios para los náufragos del intento, para los días en que la calle se queda sola y sopla el viento. Mientras yo me pierdo entre su dicción, su ausencia… su orfandad. Aunque las tardes se separan de la realidad y de los rumores de la vida, todo se resume en melodías dispares y copas rotas: mientras ella se aleja después de calzarse sus botas, yo me sirvo el siguiente trago para buscar la mejor salida.

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Sobre el autor:

Un artesano nacido en los primeros dĂ­as de 1990, con las letras de su madre y padre por nombre, manteniendo una costumbre ancestral de no permitir que el olvido les llegue a los vivos o a los muertos. Publicado en Mundo de escritores con su cuento El mirĂłn y en la ediciĂłn anterior de Perro Negro de la Calle con su poema Tardes.

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D

e nuevo en mis manos, viejo amigo, a continuar con tu presencia hoy me resigno, aunque lejos de ti haya pasado noches de amargura, el calor de tu blanca piel, de nuevo me deslumbra, al ver tu cariz amoroso iluminar mi penumbra, debe proseguir tu influjo en las desdichas que me auguras, acabando mi vida, consumiéndome con tu abrigo, ese que se marchita con mis labios hoy de fuego, siendo déspota y benévolo al sentir tu frágil figura, esa que me embelesa con tu cintura madura, esa que me arrebata tiempo y que no es un juego me susurra, esa que me da el sabor que sé que no perdura, esa que se vuelve efímera y que en ocasiones relego, dominado por calmas y sonrisas de pueril criatura, sometido al influjo de tu maldecido ego, entre añoranzas que son putas, frente a guerreros sin armadura, que deforman mi existir y mi infierno en sombra, desliendo cada página arrugada, desechándola en la alfombra.

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Sobre el autor:

El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año (2018), lanzando su primer libro Mellon Collie y la Infinita Desolación en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido.

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H

ay veces que los cuerpos cansados dejan de llorar y se acuestan a descansar. Hay veces que no hay remedios ni curas para las enfermas situaciones y solo queda la cancerígena soledad.

Algunas veces no afloran las ideas, no nacen las palabras, en una centena de ideas, muertes y cadenas. Raras veces sale un corazón de colores después de una mocedad, espantos amarrados, levedades molestias que no dejan en paz la existencia. En ocasiones cesa la tempestad, en deslave, la tierra de nunca más sin nunca escampar, las siluetas caídas son rumas malestares. Llenos de dolencias, los días de mugrientos y traidores sueños son ampollas, yesos de una eterna y febril noche.

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Sobre la autora: Sheila Patricia Fernández Díaz (La Habana, Cuba, 1993). Ha publicado en la revista independiente de origen canadiense Lived Experiency y en el no. 151 de la revista Educación (2017), dicha revista es fruto de la prestigiosa editorial cubana Pueblo y Educación. Tres de sus trabajos forman parte de la II y III edición de la revista digital literaria Mundo de Escritores, ella tiene a su cargo una columna en este espacio que lleva por título Pluma y alma solidaria. Sus obras también figuran en la II, III, IV, V y VI edición de la revista digital española Claustrofobia –un proyecto creado por Ediciones de Humo–. Sheila ha participado en la primera y segunda edición de colaboraciones de la revista digital peruana El Almacén y fue artista invitada de su primer festival online Almacén Cultural. Dos de sus obras integran las antologías X Concurso de poesía Versos en el aire y VI Concurso de poesía Luz de luna, una iniciativa auspiciada por el proyecto español Diversidad literaria. Forma parte, además, del grupo de autores que integran la edición 44, 45 y 46 de la revista digital mexicana Perro Negro de la Calle; junto a otros escritores de diversas nacionalidades le dio vida a la XII edición del órgano digital argentino Revista Literaria Pluma. Dos de sus trabajos están presentes también en los libros recopilatorios VI Certamen de Poesía Tiempo Nuevo y VI Concurso Literario de Micropoemas El muro, por ambos recibió una mención especial del jurado. Dichas convocatorias literarias fueron auspiciadas por los proyectos españoles Letras como Espada y El muro del Escritor respectivamente.

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H

acerte el amor sin prisas en las lágrimas del sol, iluminando tu sangre, ciñéndome a tu dolor. ¡Qué de ilusiones ajenas, qué de infalibles decesos! Soy el jardín de la lluvia: semilla de nube y besos. Destinos abanicados por la dicha de un augurio, tu tiniebla en mis entrañas busca un mar de plenilunio…

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Sobre el autor: Guillermo Chocano Alfaro, Ciudad de Guatemala, América Central, 1980. Escritor de crónica literaria y geográfica empleando poesía, narrativa y fotografía como recursos esenciales. Con estudios de arqueología y turismo; Escritor de fronteras. Ha publicado varios ensayos: en materia de arqueología de la región de Tierras Altas del Área Maya en el simposio de investigaciones arqueológicas de Guatemala (2006); de molinología en la Revista Proyección Científica del Instituto de Investigaciones del Centro Universitario de San Marcos, Guatemala (2014 y 2019) y de geografía del altiplano de Guatemala en la revista Recorridos, donde también participó como editor (San Marcos, 2013-2018). En el género lírico, el poemario Cuando Encienden los Halógenos (Editorial Folio 114, Ciudad de Guatemala, 2003), textos varios en las antologías del Grupo Literario Tertulia Poética (San Marcos, Guatemala 2018 y 2019) y la serie Equipaje en el blog de Periódico Poético (Tecpán, Guerrero, 2020); en fotografía narrativa a publicado los fotolibros Tajumulco: la azotea de Centroamérica e Ixtágel: un recorrido fotográfico entre rocas, nubes y tiempo para Editorial AcaciaFlor, (San Marcos, Guatemala 2019 y 2020)) y Las Huellas del Terremoto en el libro “Miradas del Terremoto en San Marcos”, publicado por el Instituto de Investigaciones del Centro Universitario de San Marcos (2019). Muestras de su trabajo se encuentran en los blogs www.guipildelamemoria.blogspot.com y www.huellasdelcoyote.blogspot.com así como en www.instagram.com/guillecoyote.

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E

xiste la leyenda que una mariposa puede convertirse en un espíritu efímero que vuelve, justo, para estos días de lluvia. Es un ente que, si prestás atención, puede guiar tus pasos. Los colores vivos, el blanco y el naranja y el negro formando figuras caprichosas en el mismo patrón que tiempo después adoptaron los artesanos para el exterior de sus cántaros y que los arqueólogos bautizaron al pasar de los siglos, a razón de un nombre más técnico que emotivo, como Chinautla polícromo, toda la gama presente en una de estas almas voladoras, condujeron hoy mi andar entre el bosque cuando me hallaba perdido. Dejé la ciudad por unas horas, me fui por el camino del Saquibutz, un volcán pequeño que, según la tradición local, es el corazón energético de la meseta, razón de más para que exista en su ladera una serie de altares que permiten aún la celebración de «la costumbre» como le llaman acá al ritual sin tiempo, al encuentro con lo etéreo …la costumbre de los antiguos moradores. Entre tales adoratorios, estoico, viendo hacia el norte, un mono petrificado, convertido en vínculo de espíritus y vivientes por gracia de los dioses, esperaba por mí aquella ocasión, pues el día era bueno para el reencuentro. Había llegado a dejarle su candela a mi amigo antropoide, la última vez, para el día de los López, una festividad local con tiempo y lugar cada primero de mayo, aprovechando aquella visita al altar del Levante, para dirigirme hacia la cara Norte del volcán y donde quedó la piedra del mico, según su nombre actual, al olvido de los moradores del pie del cerro, que habían perdido el hábito de visitarle en los días que el calendario marca el Batz, el sabio, el escriba, el mono. Un problema encontraba para llegar aquella tarde, había olvidado el camino. El cielo abrazándome con brazos de neblina, un viento suave que hacía susurrar a las hojas, la soledad del camino… quedaba ninguna duda, la montaña me esperaba. Yo sentía también la necesidad de encontrarme con ella y comencé el ascenso, pero iba tan cargado de pesadumbre que mis pensamientos provocaron una especie de enceguecimiento y dejé de prestarle atención al camino. No andaba mucho aun cuando la mariposa polícroma salió a mi encuentro. Comencé a seguirla y me sacó del sendero principal con la misión de atravesar la cipresalada. Caí en cuenta de mi desconocimiento del camino cuando mi mente regresó a la realidad por unos instantes, era una veredita nueva, apenas notoria, adónde aquel revoloteo de alitas polícromas me condujo para encontrarme, al fin, con la piedra zoomorfa. Una vuelta en falso, la distracción que me provocó un ejército de ardillas y me separé de la mariposa guía. Me vi descendiendo y sentí, de nuevo, el temor de andar perdido y con el riesgo de volver a la ciudad sin cumplir con la entrega del presente de candelas que llevaba atado al morral. Opté por desandar el camino, volví al encuentro de un roble que parecía un horcón y, entre ambas ramas, divisé de nuevo al ser alado que, de alguna forma, con las figuras que pintaba al vuelo, me dejó comprender que no le estaba permitido acercarse más y, realizando un movimiento de saeta, me indicó hacia dónde enfilar los últimos pasos. Allí, tras la maleza, estaba el mono, serio y reflexivo, donde ha estado desde que la montaña lo reclamó nahual y lo inmortalizó en la piedra. Presenté la ofrenda y tomé un lugar junto a él. Contemplamos el bosque y escuchamos el mundo que combina el ritmo de la naturaleza y los ruidos de la humanidad. Así la vida me fue devuelta, recargada con el trinar de las aves y los colores de mi espíritu guía, quien aguardó por mí en el horcón para acompañarme al retorno, para que no volviese a salirme del camino.

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Sobre la autora:

Eunice Victoria Martínez Matos. Nació el 27 de noviembre de 1998 en el municipio San Francisco del estado Zulia, Venezuela. Desde temprana edad fue guiada por el camino de la lectura y las artes, llegando así a valorarlas, amarlas y hacerlas suyas. Ha publicado en la revista Perro Negro de la Calle y en la revista Almicidio. Actualmente estudia Educación mención Orientación en la universidad del Zulia y licenciatura de Educación Mención Música en la universidad Francisco de Miranda en el municipio Dabajuro, estado Falcón.

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H

oy me he levantado con el alba saltando en mi ventana. El agua ha acariciado mi cuerpo, como todos los días. Mis ojos se han ido con las mariposas zigzagueantes, como todos los días y mi cabello ha danzado sin perder el tiempo. No he podido obviar el hecho de que de mis ojos no han salpicado ríos cristalinos. «Quizás ya he sacado el cráter que tenía por herida», dice una voz, «o quizás ya te has acostumbrado al dolor», dice otra. En cualquier caso, me he vuelto ojienjuta, o quizás es que ya he agotado mi ración de lágrimas, o he olvidado cómo se llora, o al fin, el reloj ha empezado a bailar.

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Sobre la autora: Karla Macías (Alefilos) nació en la ciudad de Lagos de Moreno Jalisco en 1981, actualmente radica en Aguascalientes, Aguascalientes, gusta de la apreciación de cualquier manifestación artística, su pasión es la poesía.

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H

ambriento de almas enraizadas, emerge en círculos apresurados el llanto de un niño desde las profundidades del lago, con la venia del dios de la lluvia atacando todo a su paso, selectivo en su manjar rodea cauteloso redes y botes, caminantes solitarios, curiosos e incrédulos. Pelaje oscuro, lezne y pequeño para camuflarse, cola larga terminada en garra, navajas puntiagudas enfiladas tras una sutil sonrisa que engaña al paseante y, ahí a la postre, sin piedad los lleva a conocer la inmensidad de los manantiales. Cuánto más se aferran con uñas y dientes más apetecibles se vuelven y aunque son arrebatados abruptamente a eso que tanto se resisten, en realidad son liberados con un toque divino, despojados de lo que en el más allá no necesitarán para tener libertad.

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Sobre el autor:

Angel Acecam Cloneoser (Nicolás Romero, México, marzo 1985) Es un hito enterrado profundo en su tierra, licenciado en administración, sus textos tratan principalmente de la muerte, la soledad, y el desamor; ha participado con poesía para las revistas, Nocturnario, Monolito, Engarce, Poetómanos, gaZeta, Ibídem, Letrantes, Primera Página, Collhibri, Tintasangre, Perro Negro de la Calle, también para editoriales como Elementum y Letras Rebeldes, así como en fanzines, actualmente cursa la maestría en tecnología educativa.

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¿Y

qué hay detrás de ti? Un ángel vestido de seda que con una palia seca tus lágrimas, o quizás un demonio esperando tus plegarias para devorarlas, ¿Qué escondes? Podría ser tu tristeza mezclada con sangre de una alma contrariada que espera un milagro que lejano se quedó, como saberlo si apenas atino a mirarte de lejos, escondes tu rostro a las estrellas silentes que acompañan tus pasiones calcinadas por Eros entre su medallón dorado, te vistes de Penia para vagar por las calles a engañar amores que no eres capaz de sentir y por eso te aborrecen, druida consumada en el camino de mitómanas enseñanzas vas cambiando de semblante sin mostrar el de tu alma blanda, persigues atenciones entre tus prisiones que son hostales donde se alojan cada una de tus tantas caras, alegre soñadora por unas horas, hiriente y asesina por unas tantas más, ¿cuál es tu verdadero rostro? No ocultes tras tus gestos la verdad de los guetos de donde proviene tu maldad, no sonrías con rostro de agonía porque confundes mi verdad y la sumes en la inopia pensando que es real, creí en ti, puse mis complacencias entre tus cabellos y manos, cada uno me hizo polvo para lanzarme entre escombros y muertes atroces, ¿cuál es tu favorita? Quizás la de victima asustada después de expiar tus pecados ante el intolerante tiempo, tal vez la de dama altanera que juega a matar vagabundos en el ocaso consumado después de amarle un lustro, o podría ser la de musa que contagia inspiración en el corazón inflamado de un poeta atormentado, entonces dime: ¿qué hay detrás de ti? Tal vez me guste más amar tus máscaras que conozco desde el alba de nuestra primicia, que encontrarme con tu verdadero rostro, aquel que con una razón loable ocultas para no sufrir más en un sierpe yermo de arpías robustas, brujas teñidas de carmesí y medusas que gustan de pasear entre estatuas difusas, ese rostro que entre los cerezos brilla con intensidad desde la veleidad del alba hasta la firmeza del rojo ocaso, descubre tus mejillas que tal vez las quiera acariciar con mis manos ásperas, descubre tus labios que tal vez los quiera besar para endulzar tu amarga soledad, descubre tus ojos que tal vez ellos quieran mirar tu reflejo real que has olvidado entre tus tantas caretas, y así, puedas ser tan tú, tan autentica, quítate las máscaras y mira que hay detrás de ellas.

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Sobre el autor:

El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año (2018), lanzando su primer libro Mellon Collie y la Infinita Desolación en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido.

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L

a musa es una amante incierta, prostituta de los días felices. Se apacigua con los juglares de una camelia cualquiera.

En los súbitos ardores de la inspiración las noches enteras son devoradas por el gusano de la modernidad. Ahogados como Narciso, el reflejo de la belleza es solo un cuarzo que replica nuestra incesante tumba. Como faraones en lujuria, los pensamientos se debaten entre los días más oscuros de la imaginación y el centellante clamor de la creación artística.

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Sobre el autor:

Nacido en noviembre de 1983 en la ciudad de Guadalajara Jalisco, no se destaca como un buen estudiante, todo contrario a lo esperado, rebelde y obstinado tras haber sido corrido en el segundo grado de la secundaria seis mixta y reinstalado en el segundo grado de la secundaria nueve mixta, descubre tras un trabajo encomendado que se le facilita escribir historias, toma un gusto inesperado por las letras que continĂşa hasta su vida adulta en relativo secreto, cambiando su nombre y aĂşn sin publicar ninguno de sus escritos bajo el seudĂłnimo C. Vogt.

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A

yer miraba el cielo y lo único que podía sentir, era paz, sin embargo, la melodiosa existencia de nuestro mundo, la creación del todo, del universo y sus millones de estrellas, no son sino el producto de un proceso de extrema violencia, colisiones entre galaxias de tamaños inimaginables ocurren cada segundo en algún lugar del infinito. Después pensé en ti, y en la paz que siento al estar sentado mirando el cielo junto a ti, también pensé en lo difícil que a veces se pone la vida y el caos que genera en nuestra armoniosa existencia, y me di cuenta de algo, querida mía, y es que todo este aparente desorden en tus días, no es más que el comienzo de un nuevo y más brillante cosmos en tu infinito, que con cada estrella que estalle dentro de ti, una nueva constelación se crea en tu alma, y al final de todo este caos, tu universo será aún más inmenso y brillante, lleno de lo que de verdad importa en nuestra vaga y corta existencia… Amor.

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Sobre la autora:

A.B. noviembre de 1994. Guadalajara, Jalisco. Estudió en Universidad de Guadalajara, egresada como abogada. Surge en los últimos meses del 2017, como la manifestación de todo aquello que se siente y se vive. Amante de la expresión en cualquiera de sus formas. Publicó su primer escrito escondido en la edición No. 18 de la Revista Digital Perro Negro de la Calle.

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M

i querido señor:

He recibido su último mensaje y creo que tiene razón. Esa no ha sido la manera para expresarme ni dirigido hacia usted, ¿sabe cuántas noches como esta le he dedicado? Han sido muchas más de las que usted podría imaginarse. Las palabras traen pensamientos y los pensamientos fluyen mejor en la solitaria noche, donde algunas veces, la mayoría de lo que se quiere decir se desvanece con el primer rayo de sol y de un momento a otro, todo aquello se encuentra inmerso en el baúl de los sueños rotos para nunca más volver a ver la luz. Duele tanto despertar. Y es que cada vez su recuerdo parece más un espejismo, no logro conciliar el sueño una vez más. Sus palabras dan vuelta en mi cabeza una y otra vez. No quiero que le ataque la tristeza, ni mucho menos que sienta lastima por esta niña que no hizo otra cosa que quererle. Aún estoy aprendiendo a amar, en especial a amarle a usted y es sumamente difícil porque me he dado cuenta de que no se querer a medias, ¿tiene idea de lo que hablo? Jamás he criticado, mi noble caballero, ni su esencia, ni su espíritu, ni su historia, ni su honor y he procurado (reconociendo que en más de una ocasión me he dejado llevar por las imprudencias a que puede dar pie el corazón) a razón de que lo conozco y le amo, actuar con la mayor de las mesuras que esta joven ilusa puede poseer, y sepa que han sido todas las partes que le componen —incluyendo su honor— la llave que procura mi silencio. ¿Acaso no es hermosa la naturaleza? —me cuestionó usted en su último escrito—. Claro que lo es. He podido mirar un poco a través de su armadura y he podido percibir todos los elementos que le componen, y si, puedo decirle que la naturaleza es simplemente compleja y hermosa, que posee aquel ordenado caos y un poder sin igual que no hay ser humano en esta tierra que pueda combatir ante ella. Si, la naturaleza es hermosa, eso es algo que amo de usted. Sin embargo, el tiempo y la vida me han enseñado que el fuego quema, el viento puede volverse un tornado, que las tierras no son firmes y que un huracán puede arrasar con una ciudad. He conocido el fervor que produce el fuego de una pasión, con tan solo una mirada; el terremoto que produce el roce de sus manos en mi pie; el desastre que produce un huracán en la razón y que, sin duda alguna, he sentido como una helada, puede desolar un corazón. ¿Recuerda usted aquella noche que me dijo que su único objetivo era destrozar mi corazón? ¿Acaso era mi único destino al atravesarme en su camino? Disculpe usted, mi querido caballero, pero son dudas que me abaten y perturban mi razón, tal vez el tiempo he sentido a todo esto. Mientras tanto, y retirando de mi sentir todo rastro de reproche, permítame decirle que ha logrado su objetivo a la perfección, todo se redujo a simple polvo. No pretendo recriminarle lo que ha pasado conmigo o lo que ha sido de mí en mi camino a su lado. Mas si deseo pedir, que, si era esta su única misión en mi vida, ha cumplido cabalmente con su cometido y en más de una ocasión, y espero que se sienta usted —tal y como me lo ha demostrado— en plena libertad para apartarse de mi lado. En esta perdición constante en la que me he sumido, solo una cosa me ha quedado clara: mi destino no es a su lado, y tenía usted toda la razón. Es momento de despertar. Créame, mi amado, que en todo este tiempo le he amado de la manera más real y sincera que puedo, he besado cada cicatriz que he encontrado por debajo de su piel, sé que usted es un viajero y que tiene un pasado y una realidad, sé que tiene un honor que no desea

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quebrantar y sepa usted que yo jamás le pediría que cometiese tal acción, se perdería con ello una parte de lo que más amo de usted. Sé que le entristece saber que me he perdido y ver lo que los estragos de la tristeza pueden hacer en mí. He de confesarle, mi caballero, que me he vencido en más de una ocasión, me he tirado al completo abandono y hay ocasiones en las que su mirada me devuelve a la vida. No es mi afán culparle de parte de mi tristeza, pero ¿cómo pueden aquellos ojos y aquellas manos que me regresan del abismo, las mismas que con un solo gesto me regresan allí? No debería encontrarse tan adentro de mí, sin embargo, ahí yace impregnado, se lo he dicho, me he perdido, me perdí tanto, que cuando se fue todo rastro de fe en mí, usted se convirtió en mi esperanza, pero no puedo convertirle en algo que no es y ha llegado el momento de despertar. Le amo, eso es seguro, pero no puedo pedirle que sea algo que no es, ni que me de lo que no puede darme, ni que sea lo que yo no he podido ser, he despertado mi señor y me he dado cuenta de muchas cuestiones, caí en cuenta —tal y como usted lo ha referido— de que no se puede (en efecto) esconder tanto fuego y pasión. Caí en cuenta de que en más de una ocasión he tratado de renunciar a usted, pero siempre, en el momento en que me encuentro más débil o cuando creo que todo marcha bien, en algún punto me sorprendo pensando en usted. Soy débil ante usted, una mirada suya es capaz de ponerme de rodillas, sé que no es un secreto y jamás he intentado ocultarlo. He caído en cuenta de que le amo, con todo lo que tengo, pero que no le necesito en absoluto. He de confesarle que me alegro sabiendo de usted, y que usted es y será la eterna fuente de mi inspiración, Siempre suya. Una joven Ilusa.

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Sobre la autora: Karla Macías (Alefilos) nació en la ciudad de Lagos de Moreno Jalisco en 1981, actualmente radica en Aguascalientes, Aguascalientes, gusta de la apreciación de cualquier manifestación artística, su pasión es la poesía.

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S

ueño delta, espectro abajeño, altivo de elegancia manifiesta, botonadura de espejo, acicatas giratorias encarnadas al galope, buen mozo bragado que corteja con mirada fulminante cuál rubí brillante, hipnotizando con suaves susurros paralizantes. Alucinación hipnagógica de deseos difuminados al compás del trote, alma negra como el traje, apernando hasta la muerte espíritus sedientos de identidad, perdidos en gritos desesperados, ahogados en ecos de soledad. Barbado en trujano azabache, restallando y marcando espuelas al aire, con grandes zancadas, con la moza en ancas al engaño descubierto, sumergidos en tinieblas de retorno a la querencia, depositada en sus aposentos temporales en tanto llega la siguiente presa, destinados al fuego abrasador por la eternidad, a canilla muerta hasta la mota.

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Sobre el autor:

Mario Z. Puglisi (Guadalajara, Jalisco, México 1980), poeta y editor independiente. Fundador y director de la revista cultural Meretrices. Ha publicado y colaborado en decenas de revistas nacionales e internacionales. Incluido en las antologías: Mapa Poético de México: Del Silencio hacia la Luz, Panorama de la Poesía Mexicana, Antología Mundial de Poetas: Centinelas de la Tierra, Mil Poemas a Vallejo, entre muchas otras. Ha participado en encuentros internacionales de poetas en México, Cuba, Puerto Rico, Nueva York, Ecuador y Perú, entre otros. Ha sido traducido al inglés, portugués, italiano y polaco.

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A

ñorar de un solo tajo ningún sitio, a nadie, a nada; para aprender a estar por completo, algún día remoto, en todos ellos. Aspirar a cumplir todos los sueños, menos los que están llenos de bellos retazos de sudores y temores palaciegos; y con eso retener lo tibio de una pierna húmeda, de un húmero anfibio, de una epidermis que no sabe ser paciente. Si acaso es cierto que es el hombre hormiga que reprocha todo a Dios desde la punta de una hoja de acacia amatista, entonces estamos obligados a dejarle al resto un rastro de todos nuestros pasos, pero hacerlo circunspectos, como células herméticas en celo, como versos inversos y completos, como juegos que se juegan en silencio. Ser fuertes al respecto, inamovibles, imbatibles e invencibles como el viento. [nolapuntanilahojanielàrbolsinoelcantoyellamento] Intentar guardar el secreto. Prometer no decirle nada a nadie pero al fin hacerlo. Punto.

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Sobre la autora:

A.B. noviembre de 1994. Guadalajara, Jalisco. Estudió en Universidad de Guadalajara, egresada como abogada. Surge en los últimos meses del 2017, como la manifestación de todo aquello que se siente y se vive. Amante de la expresión en cualquiera de sus formas. Publicó su primer escrito escondido en la edición No. 18 de la Revista Digital Perro Negro de la Calle.

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e quedé toda la noche despierta, escuchando lo que el viento me decía de ti. Aguardé paciente los ligeros susurros. Me dio una noche en calma, con un cielo algo turbio y oscuro como la vida misma, me dio el silencio de mi respiración. Me dio La Paz que otorgan los momentos de soledad. El alba trajo consigo la música tranquilizante de los pajarillos y la luz que pone fin a la oscuridad. Porque no está mal estar siempre contigo, tampoco hay nada de malo en dejarte partir. El Alba trae consigo la vida que sigue después de una noche sin ti.

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Sobre el autor:

Nacido en noviembre de 1983 en la ciudad de Guadalajara Jalisco, no se destaca como un buen estudiante, todo contrario a lo esperado, rebelde y obstinado tras haber sido corrido en el segundo grado de la secundaria seis mixta y reinstalado en el segundo grado de la secundaria nueve mixta, descubre tras un trabajo encomendado que se le facilita escribir historias, toma un gusto inesperado por las letras que continĂşa hasta su vida adulta en relativo secreto, cambiando su nombre y aĂşn sin publicar ninguno de sus escritos bajo el seudĂłnimo C. Vogt.

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N

oches largas, caminatas largas y charlas cortas, paso a paso por las aceras de una ciudad desierta resuena el eco de tus pasos, pero sabes, tu eco no está solo en la obscuridad de la noche, junto a ti dispongo mis pies para andar bajo tu melancolía, duplico tu eco y acompaño tus silencios, bajo la pálida luna un paseo daremos fuera de la sociedad, y fuera de este mundo que ya ha quedado pequeño. Dulce disposición, anhelo de libertad y paz, conjunto de momentos preciosos que prevalecerán en nuestros corazones que jamás solos estarán, pues entre el revuelto tiempo un alma vieja encuentra a otra y de pronto el infinito no lo es tanto y no hay estrella lejana ni galaxia inalcanzable. Nada qué mostrar que no hayas visto tú, en tus ojos calvados en el cielo nocturno, el universo da vueltas en tus pupilas y constelaciones en el firmamento cuentan mil aventuras de tus mil vidas pasadas y no me canso de escuchar las historias que me cuentan las estrellas mientras tú te sientas a mi lado. Das curiosidad al sabio y llenas de preguntas al erudito, disuelves el lenguaje y las palabras no hacen falta cuando miras el infinito, no más cuestiones, no más respuestas, solo paz y libertad.

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Sobre el autor:

Ă ngel Soto naciĂł en 1994 en Reynosa, Tamaulipas, actualmente radica en Matamoros Tamaulipas. Es estudiante de la licenciatura en economĂ­a y obrero. Solo ha participado en la revista Elipsis con dos cuentos.

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hí estaba, el joven Israel. Aburrido en una de las charlas multitudinarias dadas en la facultad de Finanzas. La cabeza le resultó de una tonelada, el brazo que la sostenía ya no daba de sí. Una alegre mosca le sacó de su aletargamiento. Esta se posó en el orador, un manotazo que hábilmente supo esquivar la hizo recorrer todo el auditorio. Desde aquel momento no pudo sacarla de su mente. Recordó aquel hombre que observó los movimientos de una mosca sobre el cristal de una ventana durante once horas, inmortalizándolo en un diagrama. De su vida que no llega más allá de dos semanas. El joven, al igual que Sócrates, se imaginó siendo una mosca. El chico salió del auditorio y, de continuó por treinta años, se vio inmerso a preguntarse de la vida: ¿cuánto dura? Al terminar su carrera se vio íntimamente ligado a Paola. Ella tenía claro su futuro juntos. —Después de casarnos tendremos el tiempo solo para nosotros —decía Pao—, a los tres años nuestro primer niño, hasta tener tres. Una casa, un auto, todo. Aceptaba quedo todo hasta que una pestilencia proveniente de la ventana le tentaba a ir tras ella, saltó y nunca más volvió. La carrera le sirvió para encontrar trabajo en cualquier metrópoli del país. Provisto de una habilidad innata en los números y en la estadística, no duró mucho tiempo hasta que una buena corredora de bolsa lo localizará. Le resultó de beneficio saber de primera fuente la situación financiera de las empresas, eso lo llevó a hacerlo moderadamente rico. Un zumbido inquietante y depredador lo animó a salirse antes de participar en una gran artimaña. Sacó los recursos suficientes, antes que su dinero se viera envuelto en una trampa financiera, una devaluación que dejó a millones de pobres. Mas aquello no lo llenó. Con el dinero tomó para sí viajes, se vio con grandes maestros. Viajó hasta el encuentro con el Dalai Lama, mantuvo contacto con el áshram de Osho, conoció sectas y, en sí, cualquiera dispuesto a enseñar verdades que le acallasen la culpa a cambio de alargar la mano. No encontró saciedad. El salto Bungee, paracaidismo, nadó con tiburones, salto base; nada lograba volverlo en el camino de la vida. Teniendo contadas las monedas, probó su última experiencia fastuosa. Un vuelo directo a la estación espacial internacional por medio del Falcon 9. El despegue se desarrolló sin contratiempo, los nueve propulsores de la nave lograron batir sin problemas las capas de la atmosfera. El juego de luces sin punto de comparación. Las fuerzas por encima de los 3g que habría experimentado por leves segundos en sus distintas experiencias se tornaron en largos minutos. Tras menos de diez minutos de propulsión del cohete, la capsula se deslizó nadando hasta la estación espacial. Con paso más ligero el nuevo astronauta se encontró en la cumbre de sus pensamientos. Un impulso irracional lo llevó a buscar a algún observador de condición superior, más inteligente y con una vida más prolongada. Se sintió patético. —Quizás unos treinta años de vida sean como quince días. Entonces un pensamiento más estúpido le sobrevino. Recordó que se encontraba en un adelanto tecnológico, aún no depurado de toda falla. Cerró los ojos esperando que el regreso a tierra la capsula se incinerase, lamentable para sus compañeros, que aún vivían engañados. Mas nada de eso pasó. Para su desgracia vivió muchos años más, mendigando, buscando comida entre la basura.

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