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e acabó. Adiós 2020. Termina esta bitácora del año más convulso e impactante de este siglo. El año que nos demostró lo débiles que somos ante los embates de la madre naturaleza… La vacuna está cerca, pero todo ha cambiado ya. En contraposición (y viéndolo desde el lado optimista, yendo en contra de mi naturaleza), el 2020 fue el año más productivo para esta revista mexicana. Fueron cientos los autores y las autoras que se unieron a esta legendaria jauría; Latinoamérica respondió al ladrido del perro negro callejero. Y no queda más que agradecer a todos los que fueron parte de Perro Negro de la Calle durante esta estrafalaria y canija vuelta al sol. A todos: gracias totales. Para finalizar este ciclo caótico de sorpresas mensuales e incertidumbre, diciembre os trae esta compilación de autores latinoamericanos de seis países diferentes: Perú, Colombia, República Dominicana, Argentina, Cuba y México (ocho estados de la república mexicana: Jalisco, Tamaulipas, Michoacán, San Luis Potosí, Chiapas, Baja California Norte, Chihuahua y Ciudad de México). Relatos, poesía, prosa… Elige lo que más te guste leer, este perro callejero es vasto, pese a quien le pese (dejo un saco para que se lo prueben). Dejándoles entonces, me despido de este año. Reitero mis agradecimientos a todas las personas que fueron parte del crecimiento exponencial de nuestro can. Y les prometo que en el 2021 este Perro Negro de la Calle será todavía más grande, y su jauría, inmensa. Fin de la bitácora.
Amaury R. Ledesma
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Sobre el autor: Profesor, cuentista y poeta. Nació en Junín, Perú, en el año 1994. Actualmente reside en Chosica, la eterna Villa del Sol, donde activa y acciona en el colectivo cultural “Lechuzas Insurgentes” difundiendo las artes literarias en las comunidades y todas urbes. Ha sido publicado en la página del instituto cultura Iberoamericano en Europe/España. Forma parte de Luminosa catástrofe (2020) Antología Poética en homenaje a Juan Ramírez Ruiz. Actualmente prepara su primer poemario El canto del pájaro salvaje.
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IAGNÓSTICO: Es dependiente emocional, padece de fobia a Nietzsche, toda tipología de bullying y trastornos de personalidad. Es adicto a las redes sociales, presenta déficit de valores, tiene degradación acústica y complejo de Edipo andrógino. Posee conducta chimpancé, hiperactividad por las mañanas, paranoia al medio día y depresión por las noches. Manifiesta rasgos bipolares, muestra inestabilidad ideológica, déficit o anorexia espiritual y síndrome de estulticia colectiva. Sufre de onanismo postraumático, autismo exacerbado, esquizofrenia moderada, desequilibrio genético tendencia asocial. y venera a un dios fáctico.
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Sobre el autor: Escritor peruano (Ayacucho, 1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en la antología Recitales “Ese Puerto Existe”, muestra poética 2010-2011 (2013) y en diversas páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas y/o; de su propio país como de países extranjeros. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007).
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‹‹El gran Ulises no era bello, pero era elocuente, y sin embargo enamoró a las diosas marinas››. Ovidio
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oy existencialista, no por leer a Camus ni Sartre, sino por ética. Pienso demasiado en el vacío de la muerte, y aunque hace poco era cristiano y releía la Biblia, el horror a la nada me aturde. Acabo de despertarme, la luz se filtra de sesgo por la ventana, partículas doradas de polvo caen sobre El Quijote, El sonido y la furia, y El extranjero. Cedo a la angustia, saco de mi bolsillo la infaltable cajetilla de cigarrillos. Doy una pitada, respiro humo tibio. Estoy compungido. Este fin de semana se pierde vertiginosamente, y entristezco al ducharme. Vestido con ropa de calle, perfumado, tomo taxi hacia Quilca. En Wilson, me encuentro con Remedios, la bella —sí, como la de Cien años de soledad—, y nos vamos al bar Don Lucho agarrados de la mano. Dentro, nos sirven dos botellas de cerveza. —Has traído La trilogía de Beckett —le inquiero de pronto. Saca la trilogía novelesca en un solo tomo, empastado, y me alegro de tener en manos al devoto de Proust y de Joyce. Nos unimos con un beso. Sonreímos. Le explico sobre el ensayo que estoy escribiendo sobre los poetas malditos del siglo XIX como predecesores del existencialismo francés del XX. Tengo poca bibliografía, pero igual me resulta interesante. —Qué tal Mi punto de vista de Kierkegaard, y Ecce homo de Nietzsche —me pregunta Remedios mientras fuma—. Ayer los compraste, ¿cierto? Le explico sobre la grandeza intelectual y universal de aquellos autores inmortales, los mismos que podían trascender lo bueno y lo malo de la existencia con una libertad que rompía la común ortodoxia. Sin embargo, mirando el brillo hermoso de sus ojos viéndome, pienso contradictoriamente para lo que vine. Tenía que terminar con ella. Ya no sería más su amante. Además, la próxima semana era su cumpleaños y ya me doblaría la edad. Yo cumplo diecinueve en diciembre. La aventura tenía que terminar y cierto pesar me corroía la calma. —Lo siento, Remedios, pero debemos terminar —digo, de improviso, casi alzando la voz, gesticulando—. Te lo tendría que haber dicho estos días, pero no pude, soy cobarde — se ruboriza, pero no dice nada—. Lo siento —repito, y empiezo a balbucear. Me callo vencido. Remedios me gusta demasiado, tiene una belleza endemoniada. Ella sonríe, baja la cabeza, y dice: «Voy a poner un bolero». Se aleja, me siento inquieto. No he calibrado la magnitud de la sorpresa, pero me da igual. Me siento malvado, satisfecho, estúpidamente feliz. Me dan ganas de carcajear en su cara. Ella es profesional, periodista, y yo un universitario de la Decana de América que lee quinientas páginas por día. Yo soy el futuro; ella, el pasado; yo, la esperanza; ella, la decadencia. Odio la decadencia, debería escribir un ensayo sobre esta. Entonces, lacrimosamente, se escucha el bendito bolero; es Pedrito Otiniano con su clásico Tres Amores. Viene, se sienta, y me empieza a cantar. No creo que está borracha, pero acaso se hace la idiota. ¿Acaso no me escuchaste? Le miro de mal modo. —Ayer estuve pensando toda la noche en ti. Y te traje una de Pearl S. Buck, es Ven, amada mía. —Saca de su bolso charolado un libro rojo empastado. —Acaso no me escuchaste. Termino contigo. Y no te acepto el regalo —le digo inquietado.
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—No seas tonto. Acepta mi regalo. Será uno de mis objetos que te recordarán de mí. Yo también pensaba terminar contigo, nuestra relación ya no podía continuar. Es más, ya me voy, te dejo. —Se pone de pie y deja el libro en la mesa. Le digo adiós, y ella agita la mano diciendo adiós y se ríe. Se va dándome la espalda. Quizás ya piense que está vieja para mí y sus aventuras. No obstante, me siento infeliz. Un nudo en la garganta y un vacío en mi pecho me ahogan, y un sudor helado baña las palmas de mi mano. Miro el techo. Estas construcciones coloniales eran altas y extrañas, no como el cielo raso de los edificios actuales. Acabo la última botella y pago la cuenta. Al salir, me dirijo al bulevar de Quilca, pero me detengo en un título ofrecido por un vendedor ambulante. Es El diluvio de Le Clézio. Son seis soles y pago. No es original, pero no desaprovecho la oportunidad. Llego al bulevar y aquí sí que venden originales. Me sobran cien soles. Podría comprar cualquier título fácilmente. Busco novelas existencialistas, y pregunto en las tiendas con un signo de interrogación en el rostro. Doy vueltas hasta que me topo con una edición original de El diluvio. Siento el placer de comprar libros, y mejor si estos son originales y de buena traducción. En este caso, no conozco al traductor. Pago los cuarenta soles, y salgo del bulevar. Ahora solo es cuestión de devolver el apócrifo que tengo, e intercambiarlo con otro título. El ambulante robusto, que me atendió minutos atrás, me mira maliciosamente. Está vestido con una camisa celeste y percudida, y un pantalón dril raído en la basta. Usa un sombrero de paja que le ensombrece el rostro y le da un aire siniestro. Le explico lo sucedido y le ruego sinceramente su comprensión. El hombre hace un gesto arisco y se niega con un no contundente. Testarudo, desafiante, le empiezo a explicar de nuevo. El hombre se vuelve a negar tajantemente con elevado tono adusto. Continuamos así poco a poco alterándonos más. Y de un instante a otro, empiezo a temblar. El tipo me está sacando de mis casillas. —Si no quiere a las buenas, será a las malas —digo trémulamente—. Aquí hay muchos. Agarro al azar La corta vida feliz de Francis Macomber. Con unos ojos desorbitados, me hiere con la mirada. Alza la mano con intención de golpearme y cierro los ojos. Forcejeamos unos instantes. Cedo y le tiro a la cara el apócrifo. —Solo acepte el intercambio —grito—. O acaso quiere robarme. Farfullando tira el libro al suelo. Lo recojo molestísimo y me voy de inmediato, poco a poco más triste que alterado. Saco un cigarrillo y, al prenderlo, lo boto. Debería dejar de fumar.
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Sobre el autor:
Escritor y profesor mexicano. Egresado de la escuela Normal J. Guadalupe Mainero. Licenciado en Educación Primaria, ejerce como docente en la Secretaría de Educación Pública, desde 2013. Becario del PECDA (emisión 23), en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Asiste al Ateneo Literario José Arrese de Matamoros. Libros Publicados: El regreso de los dioses, La batalla de Folkvangr (Caligrama, 2019). Pacto Maldito (Pathbooks, 2019). Las Boda (Pathbooks, 2019). Las llaves de R’lyeh (Pathbooks, 2019). El demiurgo y otros cuentos fantásticos (Kaus, 2020).
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uieres saber cómo terminé aquí? Fue a causa de los cuervos. ¡Vaya que son listos! ¡No! ¡No me pongas esa cara! Esto sucedió antes de que nacieras… ¡Ven, pósate sobre mi hombro! Te contaré la historia. ¿Dónde estaba? Ah, sí… ¡Ustedes son muy listos! Una vez vi un documental acerca de una parvada como la tuya que imitaba el aullido de los lobos. ¿El motivo? El lobo llegaba a la zona y capturaba a la presa que la parvada había visto y, luego de comer, dejaba la mesa lista para ellos. Los cuervos son como nosotros, omnívoros y oportunistas, comen de todo y, por eso, al llegar al rancho del abuelo Hermes, no me sorprendió que intentaran comerse el maíz. Lo que me pareció increíble fue que un viejo y descolorido espantapájaros los mantuviera a raya. Digo, se supone que son tan inteligentes como para recordar rostros y hacer funerales a sus muertos. ¿Acaso, no se dan cuenta que aquel muñeco clavado en la tierra no puede hacerles ningún daño? Eso mismo se lo pregunté un día al abuelo mientras veía por la ventana cómo uno de ustedes descendía en diagonal y frenó en el último momento, a pocos centímetros del espantapájaros. Las plumas negras se encresparon y pareció detener el viento. El cuervo hizo una elegante maniobra y dio media vuelta hasta posarse en un deshojado algarrobo, el más cercano al maizal y ahí se quedó… —Tal vez no sean tan listos, no creas todo lo que dicen en la televisión. Una cosa sí te digo, de vez en cuando aparece uno muerto. Cuando eso sucede, los demás se reúnen alrededor del árbol, como si le estuvieran haciendo un velorio. —¿Y por qué se mueren? ¿Tienen algún depredador por los alrededores? —Ya te lo dije, chico, no son tan listos. Quien sí parece muy listo es el abuelo Hermes. Agricultor de maíz, tiene un rancho muy grande y tres camionetas: una para trabajo forzado, otra para ir a la ciudad y una muy lujosa que rentaba para las fiestas de las quinceañeras y las novias del pueblo. Habían pasado seis meses desde la muerte de mis padres, cinco desde que me había mudado con mi abuelo. De hecho, pasé un mes en el orfanato —un lugar donde viven los niños que no tienen familia—. Al parecer, el anciano tuvo que hacer mucho papeleo para poder tener mi custodia, una custodia es… bueno, no importa, la cosa es que el abuelo tiene dinero, mucho dinero. Su casa es del tamaño de ocho casas de la ciudad y su televisor es más grande que una puerta. Un televisor es… bueno, no es tan importante, el punto es que vive bien. Era natural pensar que quería compartir su riqueza con su único familiar vivo. Antes de esto, me gustaba vivir en el rancho. En primer lugar, el abuelo no creía en la escuela, así que no me obligaba a ir. Inclusive, llegué a pensar que en un futuro me heredaría sus bienes, así que aprendía con mucho gusto las labores del campo. Por la mañana revisaba las gallinas y tomaba algunos huevos frescos para el almuerzo. Después ordeñaba a Gertrudis, le ataba las patas, luego arrimaba un banquito y un par de baldes de metal. Por último, enjuagaba sus ubres y después bombeaba. La primera vez me dio mucho asco, pero con el tiempo se hizo algo automático. El abuelo preparaba el almuerzo, casi siempre eran huevos con frijoles, aunque de vez en cuando desayunábamos cereal. Decía que debía comer bien para crecer muy alto y fuerte. Acostumbraba darme una segunda ración que siempre aceptaba con gusto. Por la tarde podía jugar videojuegos o escuchar música en mi habitación.
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A veces, el abuelo se iba y me quedaba solo en la casa. No me daba miedo. A las seis era hora de recoger leña y el abuelo me había asignado, como parte de mis deberes, llenar dos carretas de leña cada segundo día. Lo único que me molestaba un poco era la hora de dormir, el viejo era muy estricto con eso. A las 8:12 pm, hora en que caía la noche, debía estar en mi habitación y no bajar para nada hasta el día siguiente. No había justificación alguna porque mi cuarto tenía baño, así que no necesitaba nada de abajo. La noche en que todo esto me pasó, yo estaba recostado en mi cama, con mi mano entre las piernas, pensando en Dove Cameron, cuando algo chocó contra mi ventana. Me levanté de golpe y corrí hacia ella. Un ave negra se aproximaba al suelo y justo antes de tocarlo, desapareció. Me tallé los ojos y miré nuevamente, no había error, el cuervo chocó con mi ventana, cayó y se esfumó, como si se lo hubiera tragado el mismo viento. Salí de mi habitación descalzo, poniendo especial cuidado de no hacer ruido al bajar las escaleras. Cuando estuve en el recibidor, tomé la llave del portallavero y abrí la puerta. La cerré lo más despacio que pude. El suelo estaba cubierto por una especie de niebla color negro que no dejaba ver el pasto. Apenas bajé el escalón que separaba la casa del patio, perdí los colores. Todo el mundo era blanco y negro. Temeroso, volví a subir. Debí haber entrado en la casa, debí haber subido las escaleras y debí hacer como si no hubiese visto nada, pero no fue lo que hice. Volví a bajar. Caminé por ese mundo sin color. Pronto me di cuenta que tampoco había sonido, no escuchaba el viento, ni el trinar de los grillos. Solo… graznidos. Sobre mí, volaba una parvada de cuervos. Descendieron y, coordinados, volaron a mi lado, hasta llegar al espantapájaros. No parecían tenerle miedo. Incluso algunos se posaron en sus brazos. Me acerqué para verlos mejor. Descubrí que el maizal había desaparecido. No había nada, salvo la casa, los cuervos y el espantapájaros. —¡Hola! —¿Quién ha dicho eso? —Soy yo — el espantapájaros acababa de mover su boca. —¿Tú…? —Mi nombre es Atlas, ¿quién eres tú? —Soy Pirítoo. —Es un extraño nombre, ¿acaso tus padres no te querían? —Mis padres murieron. —Lo siento mucho —dijo y noté que había sinceridad en la disculpa del espantapájaros, quien no podía mover los brazos, pero agachó la cabeza un poco. —Ahora vivo con el abuelo Hermes. —Ese no es tu abuelo, ni siquiera es un hombre. —¿A qué te refieres? —¡Libérame y te lo diré! —¿Liberarte? —Desata mis manos y pies. Obedecí. El espantapájaros bajó de la cruz. Me sonrió y comenzó a desvanecerse. —¡Corre! —Viré. Un demonio gordo y gris, con garras en manos y pies, estaba junto a la casa. Corrí, corrí por última vez con todas mis fuerzas. —Pero te alcanzó. —Sí, me alcanzó. —¿Qué te hizo después?
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—Bueno, esa es una historia para otra ocasión. Amanecerá pronto. ¿Recuerdas qué pasa cuándo amanece? El pequeño Hugin abandonó mi hombro y voló hacia el algarrobo. —Algún día traerá otro niño y necesitaré tu ayuda.
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Sobre la autora: Sheila Patricia Fernández Díaz (La Habana, Cuba, 1993). Trabaja en el departamento de redacción de la editorial cubana Pueblo y Educación, se desempeña como correctora en dicho centro y estudia licenciatura en Historia en la Universidad de la Habana (UH). Ha publicado en la revista independiente de origen canadiense Lived Experiency y en el no. 151 de la revista Educación, esta es fruto de la prestigiosa editorial donde labora. Tres de sus trabajos forman parte del II y III número de la revista literaria internacional Mundo de Escritores, donde tiene a su cargo una columna que lleva por título Pluma y alma solidaria. Sus obras también figuran en la II, III, IV, V y VI edición de la revista digital española Claustrofobia –un proyecto creado por Ediciones de Humo–. Sheila ha participado en la primera y segunda edición de colaboraciones de la revista digital peruana El Almacén y fue artista invitada de su primer festival online Almacén Cultural. Sus poemas han sido publicados en diversas entregas de la revista literaria internacional Perro Negro de la Calle (Lagos de Moreno, México). El órgano digital argentino Revista Literaria Pluma también ha acogido su lírica en dos ocasiones. Su labor literaria está presente en más de 10 antologías auspiciadas por diversos
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proyectos en España, ha recibido tres menciones especiales del jurado en dichos certámenes y recientemente fue ganadora del V Concurso Literario de Micropoesía Tardes de Verano.
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orque me duele el alma, me duele hasta la ropa y el cercenarme entera a punto de nacer. Me duelen los suicidios mojados de tu boca y el beso que me diste sin llantos y sin piel. La sed del mediodía quemando mis entrañas y la caricia inerte de los antepasados, me duelen los confines ocultos del pecado y la verdad que viste mi furia de oropel.
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TĂş que andas ya tan lejos, perdido entre tus horas, le pides a la vida motivos para amar y yo tan marginada, habito en lo que ignoras, rogando que sin brazos me vuelvas a abrazar. Me duele ser el faro sumiso de un reflejo, la crueldad del espejo que duerme en mis zapatos, me duelen los instantes fugaces en que trato de anclarte a los designios alados del papel.
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Porque se acaba todo en esta misma esquina, el grito de la tarde me abarca los excesos, porque has de andar distante y a otro doy tus besos, aunque nunca me falte ni el llanto ni la piel. Así se marcha el tiempo prendido en mi cadera, así se van mis rizos cansados de dormir, así tus ojos limpios de júbilo y quimera, así las fantasías dispuestas a morir.
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Así se irán los sueños, la noche con sus luces, el gesto de nobleza que ansiaste merecer, así abriré de nuevo mi herida de domingo para que los recuerdos te dejen de doler.
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Sobre el autor: Profesor, cuentista y poeta. Nació en Junín, Perú, en el año 1994. Actualmente reside en Chosica, la eterna Villa del Sol, donde activa y acciona en el colectivo cultural “Lechuzas Insurgentes” difundiendo las artes literarias en las comunidades y todas urbes. Ha sido publicado en la página del instituto cultura Iberoamericano en Europe/España. Forma parte de Luminosa catástrofe (2020) Antología Poética en homenaje a Juan Ramírez Ruiz. Actualmente prepara su primer poemario El canto del pájaro salvaje.
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a soledad se aloja en el silencio corto, el pensamiento crítico y la ducha fría. En el reflejo del mar, una tarde de lluvia, en el acto involuntario. En las noches de insomnio y el sueño profundo… La madruga del jueves, en la Última Cena, y el crepúsculo grana. En el asiento trasero, en la camisa, un domingo en la mañana. En la banca de un parque, el subconsciente, el número veintisiete, en un libro de ciencias, la cortina del tiempo, un día de cumpleaños. En un mueble viejo, en la sala, en cada rincón… Ten cuidado a la hora que oscurece, si llama a tu puerta no la dejes pasar… Una vez dentro jamás se irá.
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Sobre el autor:
Juan Rogelio (Ciudad de México, 4 de abril de 1994). Cuenta con una página en Facebook (https://m.facebook.com/Juan-Rogelio-108979084074895), donde comparte algunas de sus obras, anécdotas sobre ellas, los sitios en que llegan a publicarse, sus inspiraciones, entre otras cosas. Sus poesías han aparecido en la página del grupo Legüera Cartonera (marzo, 2020); en una antología, del mismo grupo, titulada Desde la cueva. Tatuajes de un tiempo difícil de nombrar (Abril, 2020); en el sitio web de Teresa Magazine (Mayo, 2020); en Fanzine Parasitosis, #31 (Julio, 2020) y #32 (Agosto, 2020); en Perro Negro de la Calle, #47 (Agosto, 2020) y #49 (Octubre, 2020); en La Letrina, #1 (Agosto, 2020); en Revista Elipsis, #1 (Septiembre, 2020); y varias de ellas fueron recitadas, por el locutor André Michel, en Spotify, para la colección #AudiosDeConsumo, del grupo Existencias (Julio, 2020). En narrativa, colaboró con un pequeño relato erótico, en el sitio web de Caracola Magazine (Junio, 2020); con una minificción, en Perro Negro de la Calle, #48 (Septiembre, 2020), y en la página Comunidad Tus Relatos (Octubre, 2020); y con otra más, en Fanzine Parasitosis, #34 (Octubre, 2020).
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arajó las cartas una vez más, y después separó, rápidamente, las primeras seis de la parte superior, y las dejó bocabajo, cerca de él. Después de eso, tomó la séptima, con ansiedad, y la dejó sobre la mesa, también, pero esta bocarriba y delante de mí. Era el as de picas. —¿Es tu carta? —quiso saber, mirándome con los ojos brillantes, esperando que le dijera que sí. —No —le dije—. Mi carta era la reina de corazones. —¿En serio no es esta? —insistió él—. Acuérdate bien. —Ni que fuera tan difícil recordar una carta, Leo —le espeté, impaciente, pues ya había perdido demasiado tiempo con ese truquito tonto—. No. No es. Ya te dije. Volví a lo mío. De reojo noté que mi hermano se la pasó barajando una y mil veces sus mentadas cartas, seguramente intentando que el truco que acababa de intentar le saliera. O quizás intentando uno nuevo. Quién sabe. Me dije para mis adentros que estaba perdiendo el tiempo. Finalmente, de reojo, noté que aventó las cartas al piso, enojado, y resoplando de coraje. —¡Cálmate! —le dije. —Es que este pinche truco no sale —dijo, enojado, y mentándole la madre a sus cartas. —Pues entonces busca en Internet cómo hacerlo —le propuse, distraídamente, pues me importaba un comino que le saliera o no. —Ay, Andrea —me dijo—. Esos trucos son tan fáciles de hacer que no existe ningún lugar en Internet donde los expliquen. Ahí solo encontrarás, y eso con suerte, trucos de los difíciles. Y digo con algo de suerte porque un buen mago jamás revela sus secretos. Yo puse los ojos en blanco: había escuchado tantas veces esa frase que ya me tenía harta. —Pues no ha de ser tan fácil de hacer este, Leo —le dije—. Si lo fuera, hasta tú deberías de poderlo hacer. Miré a mi hermano un segundo, y él me echó unos ojos de toro loco que no me quitó de encima durante varios minutos. Yo, sencillamente, lo ignoré: muy seguramente se acababa de enojar porque le dije sus verdades. ¿Qué importa? Si no le gusta que yo se lo diga, pues que no venga a intentar hacerme sus truquitos a mí.
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Sobre el autor:
Alfredo Galán. Nacido en Cd. Juárez, Chihuahua, 1996. Ya ha publicado en: Revista colibrí; Perro Negro de la Calle (en su número 49); Autor.libro; letrantes.wordpress; Maldito Bucowski. Creador de contenido poético en su página: https://m.facebook.com/profile.php?id=228190440720734&ref=content_filter Escribe al fin y al cabo para él, pues escribe sin esperar ser leído.
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urmuras en la mañana la idea de un sueño que no recuerdas con exactitud.
Te levantas, con una sensación en el pecho fragmentaria, caótica. Desayunas sin ganas, miras el plato con incertidumbre. La ducha se convierte en un consultorio para el alma. La mirada se pierde con facilidad y así andas durante las horas restantes al día, con mal carácter, por despertar a mitad del sueño que no logras recordar.
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Sobre la autora: Nació en Tepatitlán de Morelos, Jalisco, un 09 de septiembre de 1992. Estudió la Licenciatura de Ingeniero Arquitecto en la Universidad Univer Arandas (Arandas, Jalisco), así como una Maestría en Diseño Arquitectónico en La Salle del Bajío (León, Gto). Con respecto a la poesía, lo hacía desde su adolescencia como una forma de expresión de lo que su alma guardaba y así fue cómo comenzó a escribir; sus obras se centran en experiencias de vida, así como de la realidad social.
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ifícil es entender lo que hay dentro del ser, cosas de las cuales se prefiere negar que ver. La duda por lo que pasa mata la conciencia de quien pensando está cosas al azar. Para qué dudar del ser que a tu lado está, a quien puedes dedicar horas y horas de felicidad.
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n un departamento ubicado al sureste de la Ciudad de México, un particular sonido comenzó a abrirse paso entre el silencio que reinaba en la ciudad. Eran las cinco y media de la madrugada cuando el despertador comenzó a reproducir esa melodía infernal, ese sonido que pareciera estar resuelto en atravesar el cráneo de Raúl, el cual, sin más remedio, estiró el brazo y de un manotazo lo hizo callar. Odiaba tener que despertarse tan temprano, pero ese día, le estaba costando un esfuerzo monumental. Se incorporó lentamente hasta quedar sentado sobre la cama, se tomó unos instantes para ordenar sus ideas, al agachar su cabeza apoyó su mano en la frente, su largo cabello negro le cubrió la mayor parte del rostro, eso le recordó, una vez más, que había olvidado ir al peluquero. La noche anterior había prometido llevar a la estación de autobuses a su compañera de trabajo, Fátima, ya que por fin había logrado que le dieran vacaciones y quería visitar a su familia en San Miguel del Milagro, Tlaxcala, pero la resaca por las copas de la noche anterior le estaba comenzando a cobrar factura. No recordaba en qué momento de la noche ella lo había convencido o si él se había ofrecido, pero en ese momento le pareció que era una buena idea. Fátima era muy guapa, de estatura baja con piel clara con un ligero toque de color bronceado, no como la de él, que era más obscura, opaca y aburrida, sus curvas compensaban con creces su falta de estatura, y ni qué decir de esa melena negra azabache, y la cereza del pastel, eran sus ojos, de un color ámbar que en ocasiones parecían tener luz propia. Ella, muy a pesar de su timidez y de ser bastante reservada en cuanto a su vida personal, siempre fue muy amable con todos en la oficina, pero nunca había accedido a ir con ellos a tomar unos tragos, hasta esa noche, que los sorprendió a todos cuando, por cortesía, le preguntaron si quería acompañarnos y respondió que con gusto los acompañaría. Raúl si era sincero consigo mismo, jamás imaginó que ella alguna vez hubiera accedido, ya que en las contadas ocasiones que habían llegado entre semana con resaca a la oficina, los fusilaba con la mirada. Raúl a pesar de contar ya con treinta y un años, esa mirada lo hacía sentir, junto a sus compañeros, como si fueran de nuevo adolescentes irresponsables y estuvieran ante la directora del Colegio. Antes de salir del edificio Fátima se detuvo, y aclaró a todos que solo los acompañaría con una sola condición, no se quedaría más de las once, ya que tenía un compromiso muy temprano la mañana siguiente, y ellos le comentaron que no debía preocuparse por nada. Habían terminado ya los reportes para el ciclo bimestral sin ningún problema (cosa que ocurría muy pocas veces), y ese era motivo suficiente para festejar. Después de una caminata de veinte minutos, llegaron a las puertas de su bar favorito, El duende negro, se llamaba así porque al dueño se le metió la idea de que ese nombre lo haría parecer irlandés y de moda, así se volvería muy popular, pero en realidad no pasaba de ser un bar pequeño, acogedor, y con cerveza buena y barata. Pidieron una ronda de cervezas para comenzar junto con unas botanas, mientras charlaban y esperaban al resto de sus compañeros. Aprovechando la ocasión, Raúl se puso a charlar con Fátima, y así fue como se enteró de cuál era su ciudad natal, cómo había llegado sola a la capital, y que había estado estudiando mercadotecnia, pero llegó un momento en que la presión del trabajo y la falta de solvencia económica, la había forzado a dejar la carrera, dado que no logró encontrar otro apoyo económico que le ayudara a seguir a flote en la situación que en ese momento se encontraba, pero que, gracias a los conocimientos que obtuvo, fue como consiguió el empleo dentro de la empresa en la que ambos laboraban.
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Acababan de pedir la segunda ronda, cuando entró Ignacio, jefe del departamento de contabilidad, y al observar sus bebidas comenzó a burlarse del grupo, los llamó cobardes por no estar tomando alcohol de verdad, y pidió una botella de whisky, a partir de ese momento, todo pasó demasiado rápido entre shots, gritos y bromas. Muy a su pesar, Raúl se levantó de la cama y se dirigió a la ducha, mientras se encontraba ahí, trató de recordar a qué hora habían salido del bar, deberían de haber sido entre las doce y la una de la madrugada, los recuerdos se encontraban aún difusos, gracias a que Ignacio se había empeñado a no dejarlos ir sin haberse terminado todas las botellas, al principio habían sido dos, pero acabaron pidiendo otras dos, patrocinadas por él. Salió de la ducha y quedó mirándose al espejo, aún se sentía escuálido, pero las últimas semanas en el gimnasio lo habían hecho sentir muy bien, aunque todavía no llegaba a observar los resultados que él deseaba. Salió del cuarto de baño y al ver la hora en el reloj, soltó una blasfemia que podría haber levantado de su tumba a su difunta abuela, se vistió a toda prisa tomando el primer pantalón de mezclilla que encontró y una playera negra sin estampado, que él asumió que debería estar limpia ya que, se encontraba en una silla y no en el suelo, tomó las llaves de la mesita junto a la puerta y salió de su departamento con la esperanza de tener tiempo para pasar por unos cafés de camino al departamento de Fátima. Bajó a toda prisa las escaleras, al llegar a la primera planta, se tomó un momento y revisó su buzón y sintió una pequeña punzada de tristeza al encontrarlo vacío, llevaba semanas esperando una carta de recomendación para poder pedir un ascenso, o, pedir un empleo en otra empresa donde el sueldo le permitiera salir de ese apartamento tan cutre, su idea inicial había sido quedarse ahí solo el tiempo necesario para acomodarse financieramente, pero al parecer, después de dos años no lo había logrado y soñaba con mudarse a una zona menos desolada. Al salir por la puerta principal, el exterior lo recibió con una brisa fresca que hizo que la piel se le pusiera chinita: el otoño estaba por terminar, aunque había días que parecían más de verano, ese día le estaba recordando que pronto el calor sería tan solo un vago recuerdo. Se dirigió al estacionamiento detrás del edificio, no tenía buena pinta y le hacía falta algo más que una mano de pintura, pero los departamentos, aunque algo pequeños, eran acogedores y se encontraban en buen estado. Al ver su coche, sacó las llaves de su pantalón y desactivó la alarma. Era un antiguo Tsuru gris 1987, su compañero de batallas y aventuras (y cuarto de hotel, en más de una ocasión), encendió al tercer intento, esperó a que calentara un poco, mientras tanto, trató de sintonizar algo en la radio, pero sólo se escuchó estática, bajó el volumen, y tomó nota mental de pasar de regreso con el eléctrico para que la revisara, y arrancó el coche. Salió del estacionamiento con un poco de prisa, después de unos minutos al volante, una extraña idea lo invadió, algo en lo que hasta en ese momento, no había caído en cuenta. Se encontraba solo en el camino, y no solo eso, no se había topado con ningún alma mientras bajaba del edificio. Sabía que era temprano, pero en ese viejo edificio siempre había actividad a todas horas, lo comprobó desde su primera borrachera, cuando intentó llegar sin hacer ruido, y Doña Guadalupe, su vecina, una señora ya entrada en sus sesentas que llegaba de misa de gallo, pasó a toda prisa para comenzar sus quehaceres, no sin antes, dirigirle una mirada de completa desaprobación. Se había topado con más inquilinos entrando y saliendo del edificio conforme subía las escaleras, hasta que dejó de importarle el sigilo. Podría ser por el día, era sábado y la mayoría de las personas aprovechaba para descansar. Mientras avanzaba por el Boulevard, el camino seguía vacío, como si fuera el único despierto, fue entonces cuando comenzó a sentir cierta ansiedad, así que decidió probar de
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nuevo con la radio, buscó desesperado una estación que le brindara algo de sonido para suprimir ese silencio, que le provocaba una opresión en el pecho. Después de varios intentos al fin logró captar una señal de radio local con un poco de estática, pero no le importó mientras subía el volumen, era la estación de noticias locales, y estaban dando una nota importante al parecer, dado el tono de la mujer al micrófono: —Repetimos, mientras la ciudad se encontraba en descanso, unas extrañas luces iluminaron el cielo, por tiempo aproximado de un minuto, al principio se hablaba de relámpagos, pero el instituto meteorológico lo desmintió alegando que al menos en esa semana, no podría haber nubes, ya que no había la más mínima posibilidad de lluvia. «Que extraño», pensó Raúl, él y los demás no habían notado nada fuera de lo común al salir del bar, el cielo ni siquiera se encontraba nublado o al menos eso recordaba, cuando se despidió de todos y acompañó a Fátima a su casa. La voz de la radio continúo con el comunicado: —Cuando por fin desaparecieron, lo hicieron también todas las comunicaciones con el mundo exterior, o al menos ese es el reporte hasta este momento, en cuanto tengamos más información se las haremos saber por este medio, se exhorta a la población en general a mantenerse dentro de sus hogares y que estén al pendiente de la información oficial. Regresó la estática, mientras esas últimas palabras se asentaban en su mente, Raúl olvidó por un momento que se encontraba al volante cuando, de repente, sintió que sus ojos casi se salían de sus órbitas al darse cuenta que estaba a punto de chocar con el muro de contención del eje central, pero sus reflejos hicieron hincapié de todas sus fuerzas para lograr dar vuelta al volante a toda prisa y retomar el rumbo. En la primera oportunidad que tuvo para hacerse a un lado, se estacionó y tomó el celular que se encontraba en el portavaso para poder llamar a su compañera, y comprobó que no había señal, ni una sola barra. El amanecer estaba sucediendo poco a poco, pero al parecer estaba tardando más de lo normal, ya que el sol, en vez de iluminar con su habitual tono blanco, tenía un color rojizo, y la luz parecía demasiado tenue, como si se estuviera apagando. Tragó saliva ante la escena que estaba presenciando, se sacudió todas las ideas descabelladas que trataban de abrirse paso por su cerebro, encendió de nuevo el coche, esta vez lo hizo al primer intento y continuó su camino hacia el departamento de Fátima. El recorrido de veinte minutos parecía eterno, no podía evitar sentirse preocupado por lo extraño que había iniciado el día, y eso lo impulsó a ir más deprisa, normalmente era cauto al manejar, pero ese sentimiento que lo envolvía, le recordó mucho a lo que él sentía al terminar de ver una película de terror, cuando la paranoia se apoderaba de él y comenzaba a ver cosas extrañas por todos lados.
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Sobre el autor: Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Enfoca su obra poética (rima o prosa) en indagar en los recovecos de lo mundano desde el punto de vista pesimista. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), Lo que pasó en el sótano (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), La carta de Jacques Virgil (Más literatura, sección cultural de Tecnologíaindustrial .net, Ciudad de México, 2020), Retorno (Revista Literaria Nudo Gordiano, Toluca, Edo. De México, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), La mofa de la vida (Revista de creación literaria y humanidades Gibralfaro, Universidad de Málaga, España, 2020), entre otras.
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uces, devoción, insufrible amargura, parajes oníricos, desafíos bestiales y eternos; puestas de sol incandescentes, arritmias del órgano maltrecho. Incontables noctámbulos, desfiles de peste, sacrificios paganos en las noches muertas. Escucho el antaño de la humanidad, y relato sus arrogancias. Son las decisiones erróneas las culpables del infame devenir. Son las miserias del tiempo las que arremeten al incauto. Recuerdos de eras suicidadas, de males escondidos. Pactos, trucos y hechizos; letras cadavéricas de antaño, poemas que nunca serán leídos, ficciones de miles de dioses. Ya encuentro el pensamiento malicioso. Ya mantengo la esperanza muerta, con el puño cerrado y los dientes tensos, con el alma sinsentido y la razón abandonada. Ilusión bastarda de días incompletos, relojes trucados para engaños tercos, matices diabólicos en cornisas olvidadas del tiempo, mitos escritos con la tinta de los que vencieron.
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Sobre el autor:
Juan Luis Henares nació en 1963 en Paraná, Argentina; desde 2012 reside en Colonia Avellaneda. Profesor en Ciencias Sociales. Sus cuentos han sido publicados en antologías, revistas y webs de Argentina, Cuba, México, Uruguay, Venezuela, Colombia, Guatemala, Chile, Perú, España, Alemania, Canadá y Estados Unidos. En 2018 fue publicado su primer libro: Lápiz clandestino. Actualmente prepara el segundo. Web: https://juanluishenaresescritor.wordpress.com/ FB: https://www.facebook.com/profile.php?id=100010167552389
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uince años atrás daba clases en una escuela secundaria nocturna de adultos en las afueras de la ciudad. Una noche de agosto, al finalizar la jornada me dirigí a la parada del colectivo, distante a pocos metros del establecimiento. Al llegar a ella se acercó un vecino del barrio, quien me avisó que, a la hora veintidós, los choferes de transporte de pasajeros comenzaron con un paro sorpresivo, así que no funcionaba el servicio. Por lo tanto, llamaba a un taxi o caminaba hasta mi casa. Como era fin de mes y tenía mis bolsillos vacíos de dinero, decidí caminar los cinco kilómetros que separaban la escuela del pueblo en donde vivo. La noche estaba fría, pero al menos la luna llena alumbraba el camino. Disfrutaba el sonido de los insectos y animales nocturnos que, amparados en la oscuridad de la vegetación, daban toda una sinfonía que acompañaba mis pasos sobre la banquina de la ruta. Pasó un coche, y a punto estuve de hacer dedo; no me animé, vaya uno a saber si el dueño del vehículo tenía ganas de compartir minutos de su viaje con un desconocido acompañante. De pronto apareció ante mis ojos: la vieja fábrica química abandonada al costado de la ruta, la que siempre observaba desde la ventanilla del colectivo. Ubicada en el interior de un largo curvón que toma la carretera, la luz de la luna la dejó al descubierto, oculta detrás de un pequeño bosque de longilíneos pinos. Me tenté, ¿por qué no tomar el viejo ingreso que lleva a las calles internas? Era una oportunidad única de conocer ese lugar del que tantas historias contaban los alumnos en la escuela. Además, al quedar en la parte interna de la curva, me ahorraba transitar cientos de metros. Entusiasmado con la aventura, tomé la senda, perpendicular a la ruta, que se interna en la factoría; esta tenía dos viejos galpones, con los vidrios de sus ventanas destruidos — unas pocas persianas metálicas rotas colgaban aún de ellas— y paredes sucias a causa del paso del tiempo y la humedad. Uno de los edificios tenía una chimenea de ladrillos, con las hileras superiores ennegrecidas por el humo que despidió en otras épocas. Al medio, una enorme balanza en la que pesaban las cargas de los camiones; en un costado completaban la escena una pequeña edificación con planta alta y una construcción precaria que, debido a la inscripción Damas y Caballeros que se alcanzaba a leer, habría funcionado como baño. El viento lograba que las viejas ventanas se azotaran contra la pared; lo mismo sucedía con la puerta de un galpón. Me acercaba a él cuando un sonido atrajo mi atención; giré a mi derecha y en la penumbra percibí un movimiento. Mis músculos se tensaron, la mirada se agudizó. Un gato negro dio un salto desde atrás de una pila de deshechos cajones y trepó por la cañería al techo. Sonreí y me tranquilicé, pero al regresar la mirada al sendero encontré una figura —muy alta y algo encorvada— que con la luz de la luna a sus espaldas saludó con su mano derecha levantada. Vestía sobretodo negro y en su cabeza un gorro al mismo tono. No pronunció palabra alguna, con un ademán me invitó a seguirlo; sin entender el motivo lo hice y caminé tras sus pasos. Nos trasladamos a través de un estrecho pasillo entre uno de los galpones y el edificio pequeño; ingresamos por la puerta lateral del primero. Las maderas de la entrada crujieron, lo que hizo que las arañas corrieran a esconderse en sus nidos. Me llevó por un corredor, con piso de cemento, que pasaba entre medio de varias máquinas; al final se detuvo y señaló lo que parecía ser un viejo piletón cuadrado, de al menos tres metros de lado. Imposible conocer su profundidad, un líquido verdoso y nauseabundo lo llenaba hasta los bordes. Se acercó y lo observó durante un par de interminables minutos, al final de los cuales yo no podía aguantar las arcadas producidas por el hedor. La penumbra reinante y el cuello levantado de su abrigo —sumado a la gorra que lo cubría— no me permitieron distinguir las facciones de su rostro. Luego de asegurarse que yo había prestado atención al estanque, dio media vuelta
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y me guio camino a una pequeña oficina ubicada en una esquina del galpón; entramos y señaló una oxidada silla de metal. Me senté, sus patas se separaron y debí apoyarme en un viejo escritorio para no caer; encima del mueble se encontraba un antiguo libraco, humedecido, con hojas ya marrones. Estaba abierto en un listado de nombres; detrás de cada uno de ellos se registraba un horario y la respectiva firma: comprendí, era el libro de asistencia, donde cada obrero marcaba su hora de ingreso y salida. Con los dedos de sus manos me indicó el número ocho: el octavo en el listado era un tal Gino Iovaldi. Pronuncié el nombre en voz alta; mi enigmático acompañante pareció, satisfecho, esbozar una leve sonrisa. Era él, Gino Iovaldi era su nombre. Caminó pocos pasos y se detuvo frente a una especie de pizarra colgada de la pared. Entre restos de palabras escritas con tiza, una lámina a color —o lo que quedaba de ella— en la que los dictadores Jorge Videla y Emilio Massera entregaban la copa del Campeonato Mundial 1978 de fútbol a Daniel Pasarella, capitán del equipo argentino; al pie de ella su título: «¡Ganamos!». Sobre el pizarrón, un gran cuadro con la frase: «Los argentinos somos derechos y humanos». Me miró, parecía querer confirmar que comprendí el mensaje; luego señaló la puerta. Transitamos en silencio; al salir del galpón la luz de la luna de repente iluminó su rostro. Me sorprendí al verlo: no tenía cejas ni pestañas y abundaban las cicatrices, como si hubiese sufrido graves quemaduras. Solo dos grandes ojos marrones lograban que su rostro pareciera humano. Me despidió con la mirada, y sin mediar palabra caminé unos metros; de repente pensé que tenía muchas preguntas para hacerle: di media vuelta, sin embargo, el extraño hombre ya no estaba. Volví sobre mis pasos y reingresé al galpón, el pasillo se encontraba vacío; miré hacia arriba, investigué las paredes en busca de una puerta secreta, mas no encontré nada. Lo llamé «¡Gino!», una, dos y tres veces; grité su nombre: no hubo respuesta. Salí aturdido; me acerqué a la ruta sin comprender lo sucedido, con mi cabeza llena de datos que parecían girar en ella y yo sin poder detenerlos. Caminé de esa manera hasta llegar —una hora después— a casa, me tiré en la cama, y de inmediato quedé dormido. Al despertar a la mañana siguiente solo habitaba en mi mente Gino Iovaldi. ¿Quién era? ¿Qué hacía en ese lugar desierto? ¿Habría sido un sueño? Urgente me dirigí a la computadora, y en el buscador de Google coloqué el nombre. Recorrí las diferentes entradas; en la mayoría se combinaba Gino con otros apellidos, y cada tanto aparecía Iovaldi, pero con distintos nombres. Horas pasé en la búsqueda. A punto de desistir, noté que una entrada dirigía a una web referida a la desaparición de personas en Argentina, y recordé el poster de Videla y Massera. Ahí, en un listado de desaparecidos en los años de la dictadura militar, lo encontré: «Iovaldi, Gino. Nacimiento 1944, desaparición 1978. Soltero, sin hijos. Último trabajo: Química La Patria». Pronto me contacté con organismos de Derechos Humanos, quienes me contaron que Gino —conocido como El lungo Iovaldi— era ateo y marxista, delegado de los trabajadores ante el gremio; en la fábrica organizó un pequeño grupo de obreros junto a quienes estudiaba a Marx, Gramsci, Lenin y Guevara. No obstante, los dueños de la empresa tenían fuertes conexiones con los militares, y tal lo sucedido con tantos otros un día no se supo más nada de él. Si bien con el regreso de la democracia comenzó la investigación, jamás hallaron rastro alguno. En entrevistas realizadas a ex trabajadores a mediados de los años ochenta —La Patria cerró sus puertas en 1979—, varios comentaron acerca de rumores de cuerpos arrojados a un tanque con ácido sulfúrico. Luego cesó la indagación, tras lo cual se olvidaron de Gino. No me di por vencido: proseguí con la búsqueda. Pasaron años. Al principio algunos jóvenes militantes recorrían a mi lado el deshabitado lugar; aunque cada vez que repetía la
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historia de lo que viví esa noche me respondían con miradas evasivas, a modo de quien intenta eludir una conversación. Más tarde, ya nadie me acompañó: siempre alguna actividad importante les impedía realizar la visita; al tiempo me pareció notar que esas miradas extrañas se habían transformado en burlonas. Una noche en la escuela ingresé al aula y encontré en el pizarrón, escrita con grandes letras hechas con tiza amarilla, la frase El profesor chiflado. Recién en ese preciso momento caí en la cuenta —con tristeza— de que todos se reían de mí, que nunca nadie creyó ni creerá mi historia. Ahora, jubilado ya, disfruto de las pocas cosas que me gustan en la vida: colecciono monedas y estampillas, miro la lluvia caer, leo bastante y escribo pequeños relatos. Y como la cardióloga me recomendó que para cuidar mi salud lo mejor es el aire puro de la campiña, en las serenas noches de luna llena salgo a caminar, y con una botella de vino en la mano busco a Gino por los recovecos de la vieja fábrica abandonada.
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Sobre el autor:
Adelso Reinoso (1992), Rep. Dom. Escritor, Actor, Declamador, Gestor Cultural y maestro. Autor del poemario Oscula Versus 2017, RD Santuario. Como escritor se ha destacado en diversas publicaciones en circulaciones nacionales e internacionales. Antología: Certamen Poemas Dulces del circuito latinoamericano de escritores (2012, Argentina). Antología poética: Poesía Esencial del circuito latinoamericano de escritores (2013, Argentina). Su primer poemario: Oscula Versus (besos de versos) en el 2017, R.D con editora Santuario. Y en la antología: No +Violencia en Equinoxio Antologías compartidas (2020, Argentina).
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ara volver a verte ya no necesito mis ojos, en el sudor de tus recuerdos los secretos juegan a vivir entre la arena. Ya no necesito verte para ser extraño, en la vergüenza del dolor; los días ya no saben pedir perdón. Ya no necesito verte si te recuerdo…
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Sobre la autora: Roxana Aguilar Rebollo, de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Chiapas, y Actualmente cursa el tercer semestre de la Carrera de Filosofía, por la misma universidad. Ha publicado en diversas revistas electrónicas: Revista El futuro del ayer, hoy, en el Magazine Calleb, en el Blog Argentino Las musas despiertas, en la Red tapatía de revistas y fanzine, Revista Independiente Unión José Revueltas y la Revista Perro Negro de la Calle y en la Edición especial Grimm de Otoño, de la misma revista, en el Circuito Independiente Arte Morelia y la revista Elipsis. Además de ser publicada en la antología de cuentos de horror, Pm: Perturbaciones de la editorial Librerio, con el cuento Sueño circular, y tener una mención honorifica en el primer concurso de literatura universitaria Oscar Oliva: 2020, con el cuento La otra pandemia.
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l ambiente era uno de aquellos veranos calurosos e inmóviles. El templete de acero se encontraba desierto, y esas lámparas en hilera que en algún tiempo debieron tintinar en varios colores llamativos ardiendo como insectos en el aire, ahora solo contenían el polvo del olvido. Adrastos miraba aquello enajenado, símbolos extraños se difuminaban en aquel insólito sitio y su curiosidad se desbordaba a chorros por los ojos que apenas le cabían en las cuencas bajo aquel descubrimiento. Qué podría ser aquello, tan oculto que en pleno 4526 después de la Era, no había sido tocado por nadie en miles de años. El mundo de los gigantes era apenas una fantasía que había visto en algún cine-portátil, pero aquello parecía ser obra de una raza extinta, suponiendo que alguna vez pisó la tierra. Los pobladores cercanos al sitio habían, meses antes, dado aviso de aquellos enormes megalitos encontrados en medio de una espesa montura en aquella selva virgen. Adrastos y su compañía, eran los primeros en llegar aquel lugar de forma oficial. Ignacio, era uno de los subordinados más cercano a Adrastos, su misión en la compañía, era elaborar una especie de bocetos con todo lo encontrado ahí, como neolingüista, también tenía la labor de descifrar cualquier tipo de grabado que pudiera significar una lengua. Su trabajo era arduo, más aún, desde la primera extinción, ya que poco sabían de los antepasados del segundo milenio, de su desaparición y sus registros. Ignacio pues, hizo algunas descripciones y dibujos de lo encontrado, el edificio mostraba la estructura de lo que podrían haber sido casas habitación, o quizá un templo, sin embargo, su ubicación poco accesible lo hacía desconfiar de ese análisis preliminar. —¿Qué opinas, Ignacio? —Podría ser cualquier cosa, pero creo que esta inhóspita ubicación debería marcarnos una idea de lo que podrían querer con este lugar. —¿Y qué crees que querían? —Que no estuviéramos aquí. —Pues muy tarde para ello. El lugar era inmenso, una muralla enorme que se levantaba frente a ellos, con más de diez metros de altura y treinta metros de espesor, su extensión corría por más de tres kilómetros, en algún libro encontrado en excavaciones al oriente del planeta, Ignacio recordaba que existían construcciones muy antiguas ya, previas a los habitantes del segundo milenio, esta muralla sin duda representaba cinco veces mayor que la pirámide analizada en aquella investigación que azarosamente llegó a sus manos. Pero lo que a Ignacio llamaba más la atención eran aquellos cuarenta y ocho megalitos de concreto de cerca de nueve metros de altura y más de cien toneladas de peso que se erigían fuera del recinto, contenían varios grabados de lo que él lograba atisbar no solo era un idioma, sin embargo, no podía asegurar ninguno sin un previo análisis de los mismos. Además, lo que más interesante tornaba a los Megalitos eran aquellos rostros humanos con expresiones de horror y repugnancia, las imágenes lo rodeaban, pero su mirada quedó absorta ante la figura de un ser andrógino en primer plano, con un gesto de angustia que reflejaba gran expresividad y fuerza psicológica, Ignacio se sintió observado por aquellos ojos vigilantes. Se sentía tonto ante aquellas sensaciones y eso le acrecentaba las arrugas en la frente y lo hacía palidecer. Cuidadosamente Ignacio, dibujó cada grabado en su libreta de tránsito y prosiguió la evaluación del lugar. Las excavaciones al sitio se prolongaron meses, Ignacio entendía que los grabados en los megalitos eran idiomas variados utilizados por los habitantes desaparecidos del segundo milenio, había pocos referentes al respecto, ya que ciudades enteras fueron borradas de la faz
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de la tierra. Sin embargo, poblados pequeños desiertos encontrados en la actualidad, habían ayudado a entender la organización de aquellos antepasados y algo de los idiomas había sido rescatado, Ignacio era de los pocos estudiosos al respecto y con este saber, había descubierto que aquellos anuncios eran señales de advertencias para no entrar al recinto. La duda era ahora: ¿por qué? ¿Qué se escondía ante aquellos muros? —Adrastos, debemos parar hasta estar seguros de lo que contiene este lugar. —Sabes lo que eso ocasionaría, Ignacio, los recursos destinados a esta investigación son mínimos y cada minuto vale mucho, no voy a parar ahora después de meses de investigación, solo porque tienes un mal presentimiento. —No es solo eso, Adrastos, las señales son claras, no debemos estar aquí. —Las señales lo único que dicen es que nuestros antepasados eran sumamente supersticiosos. Adrastos apartó la mirada del escritorio de Ignacio, su cuerpo ya se hacía viejo, y aquella nariz filosa y aguileña, combinada con aquellos ojos hundidos y sombríos, lo hacían ver como un ser vetusto pero impositivo, quizá hasta poderoso. Ignacio lo miraba escudriñando algún dejo de cordura en él para lograr desde ahí parar aquella búsqueda a ciegas, pero era inútil, su decisión se marcaba en cada arruga de su rostro y tratar de convencerlo se tornaría en una empresa perdida. —¡Ingeniero, encontramos algo, venga pronto! Un viento glacial sopló en el pecho de Ignacio, sabía que algo se había roto, algo que sería imposible de componer más adelante, las señales en aquellos megalitos eran claras, no deberían estar ahí, pero no paraba su paso al lado de su dirigente en búsqueda de aquello oculto, caminaba azarosamente, pero en el fondo sabía que nada bueno saldría de aquello. —También encontramos esto. —Mira, Ignacio, es todo un archivo para que acabes de una vez con este misterio. —Hay más abajo una especie de depósito subterráneo, que baja desde aquí, ya hemos logrado tener acceso. Fue lo último que Ignacio escuchó después de eso, al hojear aquel vetusto documento, empezó a cotejar datos sueltos que ya había armado con otros archivos encontrados en el lugar y descubrió la verdad. Ignacio quedó petrificado al seguir embonando las piezas del rompecabezas que hacían falta, y esto no era por el miedo que provocaba lo encontrado en aquellos arcaicos papeles, sino por el instante prodigioso en el que se le revelaba las claves definitivas de lo que ahí había realmente, y entonces comprendió la sentencia encriptada en aquellos jeroglíficos marcados en los megalitos: Si estos monumentos están deteriorados y ya no se leen bien, por favor construya unos nuevos de material más duradero y copie este mensaje sobre ellos en su idioma Aquello no era ni una tumba de algún fastuoso rey, ni casas habitación o algún templo estrambótico en medio del bosque, aquello era un gran contenedor de desechos radioactivos que los habitantes del segundo milenio habían procurado esconder para evitar aquellas desgracias. Ignacio no había sido más lúcido en ningún acto de su vida, y de repente el impulso de esa misma vida lo arrojó a la verdad y corrió tras los hombres que se le habían adelantado. —¡No abran nada, paren con eso! Pero era tarde, un viento tibio enrareció el ambiente, y entonces arremetió una segunda ráfaga de viento, esta vez ciclónico, todos alrededor de Ignacio empezaron a caer al piso, en medio de convulsiones, desmayos y muertes inminentes. Ignacio entendió tarde, que
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aquel recinto no era más que una cámara maldita de contaminación generada por siglos en la que nuevamente la memoria sería arrancada de los hombres.
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Sobre la autora: Nació en Tepatitlán de Morelos, Jalisco, un 09 de septiembre de 1992. Estudió la Licenciatura de Ingeniero Arquitecto en la Universidad Univer Arandas (Arandas, Jalisco), así como una Maestría en Diseño Arquitectónico en La Salle del Bajío (León, Gto). Con respecto a la poesía, lo hacía desde su adolescencia como una forma de expresión de lo que su alma guardaba y así fue cómo comenzó a escribir; sus obras se centran en experiencias de vida, así como de la realidad social.
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n una jaula te encuentras como un pajarillo sin libertad.
Tu inocencia no entiende el porqué ahí estas. Nadie entiende tu pesar, esclavo de un día laboral, de un itinerario que hay que realizar día a día sin poder reclamar. Entiendo tu pesar: ser esclavo de lo laboral. Me siento encadenado sin poder entender La libertad de lo que quiero expresar. He de expresar una felicidad por un Dios fenomenal, que en ocasiones dudo si el entenderá. Y mi fe se desprende de mi alma dejando un vacío de amargura sin paz.
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Sobre la autora:
Irma Lozano Ramírez. Arandas, Jalisco, México. 1973. Ha publicado: dos poemas en el periódico Noti-Arandas; en El caballo negro, dos sonetos, periódicos locales de Arandas, Jalisco. En la página virtual Café de letras con algunos haiku e ilustraciones. Ganadora del segundo lugar de los Juegos Florales 2017, Encarnación de Díaz, Jalisco. Con el poemario El umbral Del fénix. Actualmente participando en dos antologías: 1; Los cuentos de la campana, libro que se ésta editando por la fundación del pensamiento editorial de Arandas, Jalisco. Participando con el cuento El Sonido de la oscuridad. 2; Mujeres Poetas de los Altos de Jalisco, libro que ya fue publicado por el ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco, viendo la luz el 4 de marzo del año en curso; participó con dos haiku. Otro haiku se tomó como portada para la revista virtual el colibrí https://www.facebook.com/Collhibrirevista/
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is pezones son trĂŠboles florecidos en el socavĂłn del placer.
II La sal corroe el beso del tesoro olvidado.
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intió un poco de alivio al llegar al edificio de Fátima, bajó a toda prisa del coche y tocó el timbre que correspondía a su departamento, al no obtener respuesta, lo tocó varias veces, hasta obtener una réplica furiosa por el ruidoso intercomunicador: —Por todos los santos benditos, podría dejar de tocar el timbre, ¿qué es lo que quiere? Raúl soltó de forma audible el aire que no se había dado cuenta que había estado reteniendo en sus pulmones, y contestó: —Soy Raúl, tu humilde carruaje te espera princesa. —Disculpe, no lo conozco, ¿a quién busca? «Vaya, Fátima no se había despertado con el pie derecho ese día» pensó Raúl. —Fátima, soy Raúl, tu compañero de trabajo, es muy temprano para soltar una broma como esa, apúrate que se nos hace tarde para llegar a la estación de autobuses. Después de algunos segundos, que para Raúl parecieron eternos, la mujer contestó: —Está equivocado, aquí no vive ninguna Fátima, váyase antes de que llegue la policía, ya hemos tenido demasiados problemas esta mañana como para agregar uno más. Eso lo dejó como piedra, se retiró de la puerta y comenzó a observar a su alrededor, este era el mismo lugar donde la había dejado la noche anterior, ¿o no? Caminó un poco por el lugar, y al menos se parecía al sitio donde la había dejado, y con la señal del celular caída, no tenía otra forma de comunicarse con ella. Despacio regresó a su coche, después de unos instantes más, encendió de nuevo la radio, pero solo había estática, no se escuchaba nada más, suspiró, encendió su coche (a la primera) y se dirigió de regreso a su edificio. Durante el camino de regreso a su departamento, no pudo dejar de pensar en la noche anterior, cuando trajo a su compañera a su casa, no se encontraba tomado, recordaba claramente el lugar, o al menos eso creía, aunque la parte en la cual no lograba determinar la hora en que habían salido lo puso a pensar, él no esperó a que entrara, recordó, solo se despidió de ella y dio media vuelta. Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no se dio cuenta que ya estaba a las afueras de su edificio, con todas sus fuerzas intentó ignorar el tono rojizo del cielo, y el color apagado del sol. Al llegar y entrar al estacionamiento notó que su lugar de siempre se encontraba ocupado, aunque eso lo molestó, se estacionó en el espacio siguiente, entró al edificio y subió los escalones a toda prisa, esperando poder descansar el resto del día y olvidarse de ese horrible tono rojizo que proyectaba el horizonte. Al llegar a su piso, encontró a Fátima recargada al final de la escalera, a simple vista pudo observar que había estado llorando, y no se había arreglado, parecía como si acabara de salir de la cama, la saludó, pero ella corrió hacia él y lo recibió con un enorme abrazo, un momento después, un sollozo intentó escapar de su pecho, pero ella se recompuso y se alejó un par de pasos de él. La miró consternado, con una seña le pidió que la acompañara al interior, pero ella lo detuvo. —Pero, ¿qué ha pasado mujer? Acabo de regresar de tu departamento donde una señora me ha corrido del lugar, me dijo que tú no vivías ahí, peor aún, me contó que nadie te conocía, y para colmo, me amenazó con llamar a la policía —dijo Raúl con tono preocupado. Pero al mirarla observó cómo de nuevo sus ojos apenas lograban contener sus lágrimas, ella esquivó su mirada y dijo: —Algo muy raro está sucediendo —soltó Fátima con tono angustiado—. Esta mañana, cuando desperté, una mujer extraña se encontraba en mi cuarto, y me sacó a patadas de él, alegando que el departamento era, y siempre ha sido de ella y de sus hijas. Todo estaba distinto, con excepción de mi cuarto, que estaba como siempre, pero ella se encontraba
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histérica. Traté de conversar con ella, pero todos mis esfuerzos fueron en vano, en cuanto llamó a la policía, no supe qué más hacer y salí corriendo del edificio a toda prisa. Raúl no podía sentir otra cosa más que compasión por ella. Fátima no había terminado, después de una larga pausa, con la cual ella alejó de nuevo las lágrimas que amenazaban con salir, se recargó en la pared, se quedó mirando al techo y continuó: —Cuando le pedí que al menos me dejara tomar mis cosas, fue entonces cuando comenzó a gritar diciendo que no permitiría por ningún motivo entrar de nuevo al cuarto de su hija. Después de eso, comencé a caminar, al principio sin rumbo, pero después de un rato recordé dónde me habías comentado que era tu domicilio, y llegué hace como cinco minutos, no pasó ningún taxi, y la luz del sol estaba de color rojizo, tenía mucho miedo, y al llegar, después de tocar la puerta repetidas veces, me empecé a desesperar de verdad, hasta que comprendí que lo más seguro era que habías ido a recogerme, así que no me quedó más que esperar a que regresaras. Entonces escuché como abrían la puerta y me acerqué, un señor se asomó hecho una furia, le pregunté por ti, pero dijo que jamás en su vida había escuchado ese nombre y me cerró la puerta en la cara. Por eso me quedé aquí, no sabía qué más hacer. Raúl no sabía qué opinar acerca de todo eso, «su mañana no había sido menos extraña» pensó. Entonces comenzó a caminar a la puerta de su departamento, Fátima trató de seguirlo, pero la detuvo con la mano, y le dijo: —Espera aquí. Deja ver qué ocurre. Al llegar a la puerta del departamento introdujo su llave e intentó abrirla, no pudo, revisó la llave para ver que fuera la correcta, lo iba a intentar una vez más, pero un señor ya de avanzada edad se asomó a través de la puerta. —¿Qué les pasa a ustedes, jóvenes, que no dejan descansar como Dios manda? Su actitud era desafiante, pero no quitó las cadenas de la puerta «yo nunca tuve esas cadenas» pensó Raúl. —Disculpe, pero estábamos buscando a un amigo. Nos dio este domicilio, pero no logramos comunicarnos con él para que rectifique la dirección, a lo mejor usted lo conoce. Dijo Raúl tratando de sonar convincente. El señor se cayó, se quedó pensando unos instantes y contestó: —He vivido los últimos veintitrés años en esta pocilga desde que mi mujer me abandonó, créeme cuando te digo que aquí, en estos departamentos, no vive tu amigo. Acto seguido cerró la puerta y escuchó cómo el viejo se alejaba de ella. El muchacho se quedó unos instantes más ahí en el umbral, pensando, «¿qué será lo que está ocurriendo?». Se dirigió a la joven que lo esperaba junto a las escaleras, y le hizo la seña con la cabeza para que lo siguiera, y bajaron los escalones en completo silencio. Al llegar al exterior, Raúl notó que el tono rojizo había aumentado, y la luz era más tenue, parecía más un atardecer que un amanecer. Por fin volteó hacia atrás para dirigirse a Fátima, pero no había ya nadie ahí, y no solo eso, el edificio del que acababan de salir también se había desvanecido, sólo había un parche verde con pequeños sesgos secos, mientras observaba esos parches se dio cuenta de que también los edificios cercanos que hacía un instante estaban ahí desaparecieron, dio media vuelta y solo se encontraba el boulevard desolado, su coche, y ese sol rojo que rápidamente se iba apagando mientras todo a su alrededor se desvanecía. Cuando Raúl abrió los ojos descubrió que su vista se encontraba borrosa y le estaba costando mucho trabajo mantener los ojos abiertos, al parecer estaba en una habitación de un blanco inmaculado, la cual no reconoció. Intentó ponerse de pie, pero el dolor de un costado lo atravesó como un rayo, estaba sediento y cansado, muy cansado y unos sonidos cercanos
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que se parecían a un parloteo poco a poco comenzaban a tener sentido mientras su vista se iba enfocando. Frente a él se encontraba una joven bajita hablando con una persona vestida de azul, una palabra se abrió camino: era policía. La joven, que parecía que había estado llorando decía con enfado: —Como ya le he dicho a su compañero, estábamos afuera de mi departamento cuando las luces llenaron el cielo, mi reacción inmediata fue agarrarme de él, pero él ya no estaba ahí, estaba sola. No había nadie más en la calle, lo busqué por todos lados durante al menos media hora, hasta que me di por vencida y me dirigí a la puerta de mi departamento, fue entonces cuando escuché un golpe seco procedente de su coche, al darme la vuelta vi a Raúl sobre el cofre con esa herida en su costado. ¿Cuántas veces más se los tengo que repetir? No había nadie más en la calle. El joven entonces intentó de nuevo levantarse y preguntar qué estaba ocurriendo, pero en esta ocasión de su boca solo salió un gruñido bajo, la muchacha de inmediato se dio vuelta y al ver que el joven estaba despierto se lanzó a toda prisa a su cama, y lo cubrió con un cálido abrazo mientras las lágrimas caían por su bonito rostro. No supo qué hacer, solo se quedó ahí, intentado hacer que las palabras tomaran forma, pero al parecer, eran incapaces de salir. Cuando por fin la joven logró controlarse, y observó a este intentando hablar, se dio vuelta y tomó un vaso con agua y se lo acercó a la boca diciendo: —Solo toma un poco. Acto seguido, inclinó el vaso y el líquido invadió no solo su boca sino todos sus sentidos, comenzó a beber ávidamente, pero la joven, después de un momento, retiró el vaso. —¿Cómo te sientes, Raúl? El cansancio lo regresaba rápidamente a los brazos de Morfeo, alcanzó a atisbar en los ojos de la joven un fulgor rojo, como de estrellas moribundas, y por alguna extraña razón, eso le provocó algo más que frío. El joven se quedó mirándola un instante más, y con sus últimas fuerzas logró formar una frase: —¿Quién es Raúl?
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Sobre el autor:
Iván de Jesús Oyarvide Godínez, originario de Tamuín, San Luis Potosí, México, nació el 13 de octubre de 1994. Hijo de padres maestros, desde temprana edad comenzó a idear sus primeros bosquejos, a la edad de quince años, inició con la escritura de sus primeras historias como un pasatiempo que alternaba con sus estudios, egresado como Licenciado en Educación Primaria, algunos de sus títulos son Los Perros De Reserva, Mi Historia Sin Mí, Si Ayer Rompí Tu corazón y El diario de David, que se pueden encontrar en plataformas como Amazon Kindle, o en librerías selectas.
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ilencio, el silencio ahora prevalece en ese campo de antaño que vive en mi memoria, los gritos, el sudor, los sueños de grandeza ahora parecen tan lejanos en ese distante, instante que retumba en mis recuerdos, de una época mejor, en donde el sol brillaba con más fuerza y el futuro resplandecía en el horizonte con especial fulgor. Las tardes terminaban inequívocamente igual, en cuanto el sol comenzaba su descenso, el reloj biológico nos indicaba un solo camino a seguir, el bullicio comenzaba a acrecentarse mientras lentamente se acrecentaban a las pláticas del día. Crecimos como los hijos de nadie, pero nos convertíamos en los hijos de todos en esas lejanas tardes, rodillas raspadas, zapatillas rotas, pelotas viejas, era lo único que bastaba para vivir nuestros sueños de grandeza, cualquier cosa que hubiera sucedido durante el día carecía de importancia al llegar ese momento, ese era el momento de vivir, de soñar, de jugar, de sentirnos infinitos en la vida. Las reglas eran vagas, pero sencillas, cuando tu único objetivo es evitar perder, la habilidad preponderaba, sobre todo, pero la pasión incidía de la misma forma. En ese pequeño campo, dentro del corazón de esa colonia olvidada todos eran bienvenidos a unirse a ese éxtasis de juventud, en donde los triunfos eran sagrados, únicos, irrepetibles. Uno, diez, mil goles, la cifra no importaba, gritábamos, vivíamos y respirábamos como si ese fuera el último día, agotábamos nuestras piernas evitando que las pelotas impactaran los coches o casas, sufríamos cada anotación y al final nos despedimos sabiendo que habría un día más, un juego más, un sueño más, en esas noches de inocencia, una ciega confianza de continuidad se asentaba en nuestra mente, los días siguieron, los juegos pasaron hasta que un día todo acabó. No fue un día especial, mucho menos un juego memorable, era una tarde ordinaria, ordinariamente especial, el marcador no importaba, nunca importó, de haber sabido que esos eran los últimos momentos juntos me habrían faltado piernas para pelear cada balón, voz para gritar cada gol y abrazos para despedirme de todos, pero no era nuestro estilo, nos fuimos igual que cualquier día, confiando en que todo seguiría igual, la lobreguez de la noche invadió el campo, poco a poco se fueron retirando con una breve mueca, me quedé al final, miré ese campo y sentí que nada sería igual; al siguiente día tomé un autobús para seguir con mi vida, con mi carrera, con mis sueños, jamás volví a jugar. Ya pasaron diez inviernos desde esa última tarde, en las que toda una generación fluía hacia un mismo campo, durante esas horas lejanas, jugábamos como si fuera el juego más importante de todos, y en cierto sentido, lo era. Muchos amigos se quedaron plasmados en mis tardes de juego, algunos no resistieron el pasar de los inviernos, ahora las tardes terminas inequívocamente igual, en calma, ese viejo campo en medio de una colonia de maestros ahora vive sus tardes en silencio, el tiempo no perdonó nuestros sueños de juventud ni nuestras esperanzas de grandeza, sigue en mi mente esa tarde en que todos partimos, pensando que aún quedaba un mañana. El futuro nos llegó, la vida nos cambió desde esa última vez que jugué con Ulises, para él y para todos, en esos días del ayer, la vida se resumía en una pelota y un sueño.
En memoria de Jesús Ulises Pacheco Prado
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Sobre el autor:
Adelso Reinoso (1992), Rep. Dom. Escritor, Actor, Declamador, Gestor Cultural y maestro. Autor del poemario Oscula Versus 2017, RD Santuario. Como escritor se ha destacado en diversas publicaciones en circulaciones nacionales e internacionales. Antología: Certamen Poemas Dulces del circuito latinoamericano de escritores (2012, Argentina). Antología poética: Poesía Esencial del circuito latinoamericano de escritores (2013, Argentina). Su primer poemario: Oscula Versus (besos de versos) en el 2017, R.D con editora Santuario. Y en la antología: No +Violencia en Equinoxio Antologías compartidas (2020, Argentina).
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Son sombras que sirven de pardales a las palabras mustias de tu lengua. Esclava soledad en las paredes, en una noche en llano entre los centros. Su espalda es corazón entre mis dedos blancos. Su espectro un periquillo entre mis rejas. Se acerca la verdad entre a su sepulcro y tu piel ya no es retumbo de la noche. Es un camino‌ ahora llueve.
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Sobre el autor: Ciudad de Huanta en Perú, 16 de octubre de 1984. Estudia la primaria en una pequeña escuela con nombre de santo: “San Ramón”; la poesía por entonces, empieza a cavar su alma: el verde circundante y la primera cita romántica, vive una infancia tranquila y alegre. Se muda a Huamanga en 1996 a cursar la educación secundaria en la institución educativa estatal de igual nombre que la de su primaria. Es ahí que por razón biológica y en el ímpetu de la conquista, que se topa con: Pablo Neruda, Allan Poe y muchos otros. Posteriormente continúa sus estudios superiores en ingeniería química e inglés en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. Dejó inconclusos los estudios de ingeniería por la pasión de convertirse en profesor de inglés. Se une a la Asociación de Escritores de Ayacucho (AEDA) en el 2007 haciendo exclusivamente, empieza a ser partícipe en ferias de libros y recitales en Huamanga. Actualmente vive, estudia, labora y escribe en la ciudad del Cusco, ha sido finalista en el último concurso de poesía 2020 de la Asociación de Escritores de Ayacucho y ha publicado en la revista mexicana “José Revueltas”, está ultimando detalles de dos poemarios a publicar con la Editorial “Amarti”.
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oche constante dentro de caminos alados, habitaron, hoy, la luz: gritos, mundos de mármol vacío tardes comiendo pasos pobres sinuosos, eran hachas de grafito envueltos bajo un fiero frío. Solo importan peces globo que comen, tragan, devoran pieles luminiscentes en tajos vitrales incierta manía azulada e iridiscente matará, entonces, sobre vosotros sueños australes. Verbo Huno, pálido y palíndromo, yaces constituido y constreñido en voces enojadas bajo un pie caro, debajo de globos peces sobre frentes de bocas ensenadas casi hadas. Solo una noche enfriada queda, preciados hermanos míos, que ahogan como orates céfiros todas las lunas femeninas, halos vociferantes solo quedan dentro de esos caudales, ciudades, muertos y raros.
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Sobre la autora:
Irma Lozano Ramírez. Arandas, Jalisco, México. 1973. Ha publicado: dos poemas en el periódico Noti-Arandas; en El caballo negro, dos sonetos, periódicos locales de Arandas, Jalisco. En la página virtual Café de letras con algunos haiku e ilustraciones. Ganadora del segundo lugar de los Juegos Florales 2017, Encarnación de Díaz, Jalisco. Con el poemario El umbral Del fénix. Actualmente participando en dos antologías: 1; Los cuentos de la campana, libro que se ésta editando por la fundación del pensamiento editorial de Arandas, Jalisco. Participando con el cuento El Sonido de la oscuridad. 2; Mujeres Poetas de los Altos de Jalisco, libro que ya fue publicado por el ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco, viendo la luz el 4 de marzo del año en curso; participó con dos haiku. Otro haiku se tomó como portada para la revista virtual el colibrí https://www.facebook.com/Collhibrirevista/
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arcos en altamar nocturnan, parvada de anhelos en el muelle, sereno astrolabio de mil nombres, solo el viento me hace el amor.
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Sobre el autor:
Ángel Martín (1987-¿?) , escribe desde Entre Ríos, Argentina. Comenzó su carrera con la compilación de cuentos Realicidios (Tinta China, 2011), continuó con Las neuroruinas (Michaux, 2014), Las cinco máscaras (Michaux, 2018), Ficcidios (Michaux, 2019); todos publicados de manera independiente luego de haber sido rechazados en medios y concursos de la región. El resto de las obras de entonces no se editaron en papel, pero pueden descargarse en memoriadelparaiso.blogspot.com. Además, se desarrolla como docente y produce programas de radio sobre literatura.
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eprisa, atravieso el plano de los sueños. Inmóvil y disfrutando de la sinestesia onírica, encuentro al Emperador. Le suplico ayuda. Van a matarme. Los astros me han dicho el nombre del asesino. Es uno de sus ministros. El Emperador me escucha y jura protegerme. Luego desaparece. La ansiedad y la angustia me carcomen. Vago sin prisa por el plano de los sueños, volando alto para evitar el contacto con los humanos en su desvarío. Ocupan campos oscuros, innumerables, extendiéndose al horizonte con el fulgor blanco que los caracteriza: su ánima. Cuando en su mundo duermen, se materializan en nubes de humo. A la distancia es un bello espectáculo de luces y formas. Cansado, me detengo en el claro de una pétrea colina. Exhausto, busco donde dormir. De las entrañas de la tierra, algo de humo comienza a emerger. Y antes que pueda darme cuenta, un hombre se halla delante de mí. Lo reconozco al instante y pronuncio su nombre. Lleva un traje samurái y un hacha. Sueña que es un cazador de dragones. Nadie se encarga de despertarlo. No tengo tiempo de escapar.
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Sobre el autor: JULIO CÉSAR AGUILAR (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Irán, España, Estados Unidos y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018, Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019, y Alborozo, 2020. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
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s la hora incierta. Confusión entre la noche y el día. Desliz de lo que fue y está así ahora siendo. Haciéndose está el tiempo que no acaba de llegar. De Charlotte el crepúsculo y un no saber la hora que realmente es. Ni de Charlotte ni del mundo se ve claro nada. ¿A qué hora empezará poco a poco, ángeles de la vida, a amanecer?
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Sobre el autor: El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año (2018), lanzando su primer libro Mellon Collie y la Infinita Desolación en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido. En 2020 la obra Justine es seleccionada por Editorial Afrodita para formar parte de la antología de poesía erótica Letras íntimas Argentina/2020.
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a musa es una amante incierta, prostituta de los días felices. Se apacigua con los juglares de una camelia cualquiera.
En los súbitos ardores de la inspiración las noches enteras son devoradas por el gusano de la modernidad. Ahogados como Narciso, el reflejo de la belleza es solo un cuarzo que replica nuestra incesante tumba. Como faraones en lujuria, los pensamientos se debaten entre los días más oscuros de la imaginación y el centellante clamor de la creación artística.
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Sobre el autor:
Ciudad de Huanta en Perú, 16 de octubre de 1984. Estudia la primaria en una pequeña escuela con nombre de santo: “San Ramón”; la poesía por entonces, empieza a cavar su alma: el verde circundante y la primera cita romántica, vive una infancia tranquila y alegre. Se muda a Huamanga en 1996 a cursar la educación secundaria en la institución educativa estatal de igual nombre que la de su primaria. Es ahí que por razón biológica y en el ímpetu de la conquista, que se topa con: Pablo Neruda, Allan Poe y muchos otros. Posteriormente continúa sus estudios superiores en ingeniería química e inglés en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. Dejó inconclusos los estudios de ingeniería por la pasión de convertirse en profesor de inglés. Se une a la Asociación de Escritores de Ayacucho (AEDA) en el 2007 haciendo exclusivamente, empieza a ser partícipe en ferias de libros y recitales en Huamanga. Actualmente vive, estudia, labora y escribe en la ciudad del Cusco, ha sido finalista en el último concurso de poesía 2020 de la Asociación de Escritores de Ayacucho y ha publicado en la revista mexicana “José Revueltas”, está ultimando detalles de dos poemarios a publicar con la Editorial “Amarti”.
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luvia, cielo, roca... era esa fiera mía contar besos, querer saber dónde, desde libros, esa boca iba suave como brisa tenue, dura como amor. Posee perversos modismos amantes, cabalga montañas, sincera conmigo, melosa despide súbitos porcinos crueles vacante nocturna sometes profanos poetas. Cabes, pero nunca caes bajo cuatro tulipanes Eres mañana doliente, dolor perdido: vacante; Sufres conmigo, contigo, como nosotros juntos cuando Sales acompañada desde manantiales rotos, míos. Posee sin esfuerzo, dentro suyo, el santo grial. No cabe duda, ni duda le cabe, sus manos cortarán A tantos tontos recogidos que nunca a su corazón llegarán Caben solo en ella miles de poemas con todo mi yo frugal.
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Sobre la autora:
Adilene Cortés Caballero. Hacedora de historias, Nacida en 1988, actualmente radica en pueblito cerca del mar en Nayarit. Escribe desde los 16 años, ha participado en varios talleres literarios en Tijuana, Baja California y Lagos de Moreno, Jalisco. Orgullosamente ha publicado en varios números de Perro Negro de la Calle. Su obra es un cúmulo de memorias distorsionadas, crudeza, melancolía. Magia y surrealismo son las palabras clave para sus relatos breves.
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as escobas están arriba en el aire, danzando, en tierra nuestro corazón vibra al ritmo de las flamas, nuestros cuerpos responden al golpeteo de los pies descalzos de todas nuestras hermanas, él también está aquí, Leonardo nuestro padre, el de la Luna que mengua, bebemos vino de uno de sus cuernos y en el otro nos penetramos; estramonio, belladona, mandrágora, beleño, recorren nuestra sangre. Nos perdemos en sus brazos, en su falo, en su lengua y en la ronda de senos, vientres y cabello enmarañado de nuestras iguales. Caderas y piernas se mesen regocijantes, nos invade la dicha, la felicidad azota nuestros cuerpos uno a uno entre todas, y él nos ve, nos ama, nos sostiene, nos hidrata. ¡Ay de mí! ¡De ellas en mí! De mis manos que las tocan y sus labios que me besan. Voces se alzan hasta perderse en el sonido de la noche y sus bestias. Somos una con el bosque y ardemos. Recorremos un sendero hasta la aldea que duerme. Alguno que otro buitre nos ha visto, y nos ha reconocido. Fue nuestro hogar alguna vez, dormimos en sus camas, comimos en sus mesas de pino, se sirvieron de nuestras manos, y remedios, soñamos sus sueños, les compartimos nuestro dones saturnales y aun así, una a una intentaron cazarnos, llevándose a otras en sus menesteres, torturándolas, mutilándolas, desapareciéndolas, a las más temidas las tendieron en la horca y a las más odiadas las quemaron en hogueras, no es el fuego lo que mata, es el humo de la leña lo que intoxica antes. Pero esta noche, somos bolas de fuego bajando por la montaña. Centellas en la oscuridad, nuestra danza se extiende acá abajo, el eco de nuestras risas anuncia el compás. El aroma del roble negro impregna a los soñantes, estamos entre ellos, y las brindamos calor, seremos parece ser, que siempre, «las malas de la historia». La estrella de la mañana nos invita a volver a nuestro circulo de amanitas, nos sorprenderá el sol desnudas entre sonrisas, mientras tanto, satisfechas y cantando, nos mesemos y besamos a nuestro señor del monte, abajo la aldea arde, está vez, nosotras lo hemos quemado todo…
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Sobre el autor:
Ángel Martín (1987-¿?) , escribe desde Entre Ríos, Argentina. Comenzó su carrera con la compilación de cuentos Realicidios (Tinta China, 2011), continuó con Las neuroruinas (Michaux, 2014), Las cinco máscaras (Michaux, 2018), Ficcidios (Michaux, 2019); todos publicados de manera independiente luego de haber sido rechazados en medios y concursos de la región. El resto de las obras de entonces no se editaron en papel, pero pueden descargarse en memoriadelparaiso.blogspot.com. Además, se desarrolla como docente y produce programas de radio sobre literatura.
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enía que llegar hasta el océano. El chico lo sabía, aún no podía explicarlo por su edad, pero intuía claramente que no tenía otra opción. Sin ataduras de tipo alguno que obstaculizaran su camino. Sin adultos mentados mamá o papá a quienes dejarles una nota de despedida. ¿Cuál sería el camino más corto? Se preguntaba sin dejar de moverse en línea recta, su sabiduría de seis años sabía perfectamente que la recta es el camino más corto entre dos puntos. Fuera de sus libros infantiles, el chico jamás había visto el mar. Pero las palabras y las imágenes acudían a él en siestas intermitentes que tomaba solo cuando se hallaba exhausto, rodeado de un paisaje de solitarias llanuras devastadas. En medio de aquella nada, un anciano raquítico de pelambres doradas lo saludó y le preguntó adónde se dirigía. El chico no ocultó su entusiasmo. El anciano se rascó la barbilla, pensativo, y finalmente le explicó que si acaso quería ver el océano debería ascender al cielo primero. Con un dedo delgado como un hilo señalaba el cielo mientras decía estas palabras, tembloroso: el océano está justo sobre tu cabeza. Pero en el límpido cielo azul no había nada más que el sol, brillando radiante. El chico calló. Se limitó a un saludo de despedida moviendo la cabeza y echó a correr por la llanura. Pensó que aquel anciano se había pasado de viejo y que en su cabeza ya estaría todo dado vuelta. Poco después el chico llegó hasta una pequeña colina. Montado en la cima, escrutó a diestra y siniestra, pero la presencia del océano no se manifestaba en forma alguna. Solo el contoneo gradual de las sombras proyectadas por el lento avance del sol. Más al oeste, la planicie desaparecía en altas montañas sobre la cual el astro comenzaba a ocultarse. El chico recordó entonces que el sol se hunde en el océano. Y de inmediato supo que podía ver qué había del otro lado. El chico se desperezó, chasqueó sus labios y fijó su mirada en aquellos altísimos picos, y comenzó a caminar. Tras los picos se erigían montañas aún más altas. El chico siguió avanzado sin encontrar rastros de civilización alguna. Sus provisiones se agotaban. No entendía cómo podía ser que el océano estuviese tan lejos. Solamente las siestas y sus visiones oníricas le brindaban el consuelo y la fortaleza para seguir adelante en su búsqueda. En sus sueños fue pez y pescador, isla y bahía, barco y pirata… Anocheció, y dos lunas brindaron su resplandor a una pequeña silueta agazapada sobre el desierto rojo. El traje espacial aún tenía doscientas horas de batería antes de dejar de funcionar completamente. Tras el vidrio, el rostro del chico parecía alegre en su sueño eterno. Sobre la superficie cristalina se reflejaba el límpido cielo nocturno marciano y una estrella azul verdosa titilante. Solo allí se encontraba el océano, pero jamás lo alcanzaría. Nadie llega tan lejos.
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Sobre la autora:
Alejandra Cruz Castillejo nació en Zirahuén, Michoacán en 1983. Graduada como Lic. de Educación Primaria en la Benemérita y Centenaria Escuela Normal Urbana “Profr. J. Jesús Romero Flores”. En 2004 colaboró en la Antología Normalista con el cuento Y el tiempo quién me lo devolverá, en 2020 publicó en las revistas Rigor Mortis su cuento El cuadro y en Perro Negro de la Calle con el cuento El vaho tras mis orejas. Actualmente se desempeña como profesora en educación primaria de la SEP.
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o también recibí la invitación, era un sobre negro con sello de lacre rojo, al despegarlo cayó al piso una pequeña tarjeta blanca con la frase «solo para selectos», en el reverso especificaba el día y hora de la recepción e incluía con letras más pequeñas la indicación de asistir con ropas elegantes, sin acompañantes y con disposición de tiempo. Admito que me desconcertó que no hayan escrito el nombre del anfitrión. De momento pensé en no acudir, no era el tipo de evento que llamara mi atención, demasiado formal para mi gusto, tal vez se habían equivocado, aunque era imposible, ya que mi nombre estaba escrito de manera correcta. Realmente no le di gran importancia, días después me dediqué a lo mío, olvidando por completo la extraña invitación. La noche anterior al evento, fui a relajarme un poco al bar como lo hacía cada fin de semana, eso se había convertido en mi costumbre favorita. Mis amigos y yo bebíamos hasta perder el sentido. No faltaban las mujeres que parecían abejas sobre la miel, por supuesto que yo era ese néctar que las atraía. Acto seguido terminaba en la cama con alguna de ellas, realmente no me esforzaba en recordar sus nombres ni sus caras, de cualquier manera, siempre al despertar ya se había retirado la afortunada del premio nocturno. Como siempre mi recamara terminaba con un desorden terrible, como casi toda mi casa, en donde lo único ordenado era el jardín. Entre todo el caos resaltaba la invitación sobre el buró, ni siquiera recuerdo haberla dejado ahí. Nuevamente la leí, la curiosidad me llamó, así que decidí asistir, quería saber quién era la persona que se dedicó a investigar mi nombre y me agregó a su lista selecta de invitados. Cuando llegué al lugar señalado, la mayoría de los invitados ya estaban presentes y se encontraban dispuestos a entrar, todos siguieron la regla de llegar sin acompañante. En la antesala nos esperaban dos meseros con una copa de vino tinto, la cual debíamos beber antes de entrar, obvio todos fuimos obedientes. Posteriormente nos condujeron al salón donde había quizás menos de trescientas personas, todas y cada una vestida con elegancia. A mi lado se encontraba una chica sumamente atractiva, yo la llamo la chica de ojos miel, ella había recibido la misma invitación, no sabía porque, ni siquiera entendía qué hacía ahí, pero igual que yo había decidido curiosear. No pasó mucho tiempo para que las mucamas sirvieran la cena, no era la típica entrada y plato fuerte, se trataba de charolas repletas de suculenta comida que decoraban las largas mesas. Podíamos degustar desde pastas, carnes, frutas exóticas, postres hasta el más selecto vino. Todo estaba listo para que los comensales usáramos cuchillo y tenedor. Algunos se alegraban y decían: «han incluido mi platillo favorito», por supuesto que fui afortunado, el mío estaba en una de las charolas. Al parecer el anfitrión también se dio a la tarea de investigar el platillo predilecto de cada uno de sus asistentes. Pude observar que algunos comían con propiedad, pero otros tantos lo hacían como si fuese el último banquete que consumirían, aquello era similar a ver un grupo de pavorreales mezclados con los cerdos que devoran todo cuanto tiene forma de alimento. En verdad hubo quien requirió aflojar el botón para poder seguir saciándose sin conseguirlo. Aun en ese momento desconocíamos al anfitrión. De pronto encendieron las luces de colores y una suave melodía de saxofón comenzó a escucharse. Sobre una barra apareció una bailarina cuyas ropas realzaban sus lucidas curvas. Por atracción natural los hombres no evitamos el acto, por el contrario, dejamos salir un poco de lujuria. Yo por mi parte no observé el rostro de la chica, solamente su cuerpo, el cual se movía de manera sumamente sensual. Tras ella comenzaron a salir más bailarinas, acercándose hacia nosotros, fue difícil intentar resistirse. Las mujeres también obtuvieron su obsequio, de algún lugar surgieron bailarines que se les restregaban por el cuerpo haciendo
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que las sonrisas inundaran todo el salón. La mayoría de las damas en un principio simulaba poco interés, pero conforme pasaban los minutos el calor subía y eso se convirtió en una locura. ¡En verdad el festín estaba valiendo la pena! Al terminar el show, de una pared se dejó caer una tela roja, tras ella se ocultaban una vasta cantidad de bebidas alcohólicas, en ese momento anunciaron que la barra sería completamente libre, no más limitaciones de alcohol. Hubo quienes cogieron varias botellas y las llevaron a su mesa. Algunos aún rebuscaban entre la comida, otros tantos estábamos entretenidos con nuestro bailarín predilecto mientras bebíamos. Al fin salió a recibirnos la anfitriona, nunca imaginé que fuese mujer. Caminó por el salón tocando con sus manos a cada invitado, no pude evitar seguirla con la mirada hasta que llegó a mí. Ella era de las mujeres más guapas que había visto hasta el momento, sensual en cada una de sus porciones. No requería luces ni música, nada, ella por sí misma captaba toda nuestra atención. Señaló que alrededor de la sala nos esperaba un último obsequio, tras las cortinas. En ese momento se abrieron las telas, dejando ver las pequeñas habitaciones decoradas con velas y camas blancas con cojines rojos. Hubo quien no le dio la mayor importancia a eso, prefirieron seguir comiendo o bebiendo. Pero algunos buscaron una pareja de complacencia, no importaba quién fuese, simplemente se dejaban ir y tras ellos cerraban sus cortinas. La de los ojos verdes quería que estuviera con ella, pero yo deseaba disfrutar de la anfitriona. Lancé la mirada a mi presa mientras me levantaba para acercarme a ella, sabía que no me iba a rechazar. Siendo la organizadora del evento, no se me negaría. Me miró con el mismo deseo. Instantes después sobre la cama se escuchó una tremenda sinfonía de gemidos incontables; los míos, los de ella y los de los demás que se dejaban llevar por los mismos actos de lujuria. Al final me perdí, como siempre, en la tremenda ola de placer. Dejándome caer sobre la almohada roja, cerré mis ojos por unos instantes, aún sentía la tremenda satisfacción del gozo. Habían pasado pocos minutos cuando sentí un olor fétido que inundó la pequeña recamara, lo cual me obligó a abrir los ojos solo para ver que a mi lado estaba un cuerpo en podredumbre. Una cascada de náuseas se apoderó de mí, estuve con un cuerpo sin vida, era increíble. Sentí el más infinito asco, no por verla, pero sí por saber que yo estaba impregnado por su aroma a mortandad. En ese instante rememoré esas noches que pasaba con las chicas, ahora sabía por qué no amanecían conmigo, ahora sabía dónde estaban. Siempre en mis noches de lujuria practicaba actos salvajes que hacían perecer a mis compañeras de cama, no las mataba precisamente de placer. Para ocultarlas las enterraba en mi jardín trasero, cubría ese espacio con algún tapete de pasto y luego continuaba bebiendo hasta formar lagunas mentales. Cuando despertaba todo era un caos, pues la noche anterior mi presa tiraba todo a su paso para liberarse de mí, nunca recordaba lo sucedido, simplemente continuaba con mi vida. No lo podía creer, ¡yo era un asesino! Decidí salir de la pequeña alcoba, ahora sabía quién era. En ese gran salón había más pecadores como yo, aterrados por sus homicidios, su momento de éxtasis se convertía en locura. A los cerdos les brotaban larvas por la boca, todo cuanto habían comido, ahora se convertía en alimento podrido que inundaba sus estómagos de la misma manera que sus excesos empantanaba sus vidas. Por su parte a los bebedores les cobraba factura el alcohol, su piel se secaba poco a poco hasta tomar un aspecto acartonado, algunos vomitaban sangre oscura, la cual al escurrir se resecaba sobre sus cuerpos en agonía. Esta era la gente selecta. Me sentía perdido, no sabía adónde ir, de pronto la encontré a ella, la de los ojos miel. Se encontraba rabiosa, rompió una botella y con ella me arrinconó.
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—¿Me recuerdas? ¡Soy una de las mujeres de tus noches de locura! Esa noche no me rechazaste, ¿qué se siente matar mujeres y simular que no recuerdas nada? Dime… y ¿si te hago lo mismo? Esto era el infierno mismo, acababa de descubrir quién era yo y ahora moriría en sus manos fantasmales, como ella murió en las mías… Desperté abruptamente. A mi lado estaba una mujer, era la de los ojos verdes. Se encontraba muerta. Ahora era consciente de los horrores cometidos, no había opción, esa belleza tendría que formar parte de la composta para mi jardín, yo seguiría con mi vida y definitivamente no asistiría a ese banquete.
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Sobre el autor: JULIO CÉSAR AGUILAR (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Irán, España, Estados Unidos y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018, Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019, y Alborozo, 2020. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
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umbo a Venecia. En la estación del tren los sueños vuelan. Con el encanto de Venecia van los ojos suspirando. Por todas partes el sol se desborda y Venecia se enciende: Arde: Es un solo fulgor. El aire rezuma su gozo y suena como una campanilla de oro. Cruzar o no el puente: Ésa es en Venecia la cuestión. Por el Gran Canal desplazándose van ligeras las embarcaciones. Entre canciones de sol y agua los turistas ríen y tan alegres sueñan. Venecia, una ciudad de ensueño donde cada día el amor renace. Hay un sol reverberando y feliz por los callejones de Venecia la muchedumbre pasa. Tal vez adonde va la gente sea hacia su propio encuentro. De Venecia los rincones cantan y su magia alardean. Maravilla de maravillas es la Plaza de San Marcos. Venecia y su «salón más bello de Europa». Basílica de San Marcos, tan imponente canto de piedra y alma muy sutil. Contrastante plasticidad entre la dureza del mármol y el soberano vuelo de una gaviota. Oh blando fulgor del mármol embarroquecido. Congregación de góndolas en la Venecia alegre pero melancólica. El eco del agua canta bajo el cálido mediodía que está también cantando. A Venecia la poesía viene a pasearse en góndola. Presurosa por el Gran Canal de Venecia la barca va. Va o viene, es o está, o simplemente navega. Venturosos todos van tan venecianos como vienen.
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Sobre la autora: Karla Macías (Alefilos) nació en la ciudad de Lagos de Moreno, Jalisco en 1981, actualmente radica en Aguascalientes, Aguascalientes. Gusta de la apreciación de cualquier manifestación artística, su pasión es la poesía.
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1500 millas del Armagedón abadón de verde pálido bestia voraz entre azufre gozando 1260 días sobre Apolión, triple imperfección cuernos de cordero con sayal impregnado 7 sellos de Sodoma en el inframundo pagano. Monstruo marino emergiendo del abismo entre sombras intensiones disimula, plantando cabezas, una por día, fuego abrasador que extermina, negro en alfa y omega ajenjo sobre la faz de la Tierra. Águila que entre candelabros aletea al compás de estruendos que en domingo suenan. Pies de bronce pulido en garras de León, espada de júbilo entre palmas de olivo.
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Sobre el autor:
El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año (2018), lanzando su primer libro Mellon Collie y la Infinita Desolación en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido. En 2020 la obra Justine es seleccionada por Editorial Afrodita para formar parte de la antología de poesía erótica Letras íntimas Argentina/2020.
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hhh… Ni un solo movimiento, ni un solo suspiro. Petrificado al pánico, tartamudeando a la oscuridad, sin murmullos, el concepto en madera transmutó.
S
En la habitación de los lamentos, aplastadas las verdades, las paredes se agrietan. Y lo que algún día conocí se derrumba. Ni un solo sentido, ni un solo sentimiento, la sensibilidad es traición a la razón. ¿Me arriesgo, o no? ¿Abro la puerta hacia las preguntas sin respuesta? No puedo… estoy enrollado por sudarios, me carcomen los cimientos; solo esperando perturbar el estado neutro y que las remolinadas épocas me devuelvan a la superficie.
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