Perro Negro de la Calle no.53 Febrero 2021

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ntrado el 2021 me había puesto el objetivo de ya no hablar más sobre ello, por considerarlo más una cosa del pasado, pero sigue siendo presente: el maldito virus no nos deja; continúa jodiendo nuestras vidas de mil y una formas. En fin, ese preámbulo es solo para constatar nuestro paso por la historia digital. No permitiré que el virus se apodere también de estas letras. Febrero llega al calupoh, y el calupoh responde con ladridos. Casi cien páginas de puro desquite artístico, con las obras repartidas de forma aleatoria, para que cada deslizada a la pantalla sea un descubrimiento; entre narraciones, prosas, poemas y obra gráfica. De nuevo, contamos con un país europeo: Italia, además de siete países de Latinoamérica: Ecuador, Perú, Argentina, Uruguay, Chile, Brasil y México. Y siete estados de nuestra república: Jalisco, Edo. de México, Chiapas, Michoacán, Ciudad de México, Guanajuato y Baja California. Para finalizar este prólogo: recuerda siempre que esto lo hacemos por y para el arte; y, sobre todo, me tomo el atrevimiento de hablar por todos los que conformamos esta edición y las anteriores, para decir que esto es por absoluto amor al arte. Amaury R. Ledesma

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Sobre el autor:

Escritor de nacionalidad mexicana, nacido en el municipio de Lagos de Moreno, en el Estado de Jalisco. Cofundador de la revista literaria Perro Negro de la calle. Iniciado en el arte de la pluma creando la mayor parte de sus obras y dirigiéndolas al amor, al deseo y a las emociones que surgen de cada experiencia vivida en el día a día, pero también aventurándose a nuevas tramas que han sido el terror y suspenso, mismas que lo han llevado a incursionar en un nuevo estilo de escritura, pasando de la poesía y la prosa a los relatos cortos y al cuento.

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ecostado, extrañaba mis anhelos, ¿Cuántas vidas tendré que esperar de nuevo? Quisiera escapar y encontrarte. Aquella luz emanaba como si jamás hubiera desaparecido, trayendo consigo dos nuevos matices de claridad. Libertad y esperanza:

I Los días eran largos y fríos, las tardes llenas de melancolía y cada noche era una condena más, incierto el futuro, alejado de la realidad, despojado de la humanidad. Pasaban los minutos, las horas jamás llegaban a calmar mi ansia, los días se acumulaban, trastornados en semanas y me alejaban más y más convirtiendo mi dolor en meses. Sin más refugio que mis sentimientos, solo pude descubrir mi propia soledad, aquella misma que a diario estaba oculta en mi libertad, ahora me torturaba dentro de la inmensa oscuridad que me abrazaba. Solo un resplandor surgió en mi fúnebre trena, había un suspiro y parecía llegar una mínima tregua, en mi hastío me pareció encontrarle, estaba siempre ahí, frente a mi, libertad…

II ¿Qué tan desdichado debe ser el hombre cuando su esperanza lo abandona? A diario rogaba a por algo, por alguien, solo quería creer, estaba completamente solo. ¿Dónde existe aquel reflejo del poder de la creación? ¿Quién existe? Solo una ilusión. Vaya oscuridad en la que me sumerjo, que locura me provoca, cuántas veces me he unido a ella tan solo en esta taciturna velada, y cuánta tranquilidad se ha perdido, ¡oh vaya esperanza! ¿Por qué te alejas y me abandonas? Vuelva a mi aquel resplandor, aquella luz de libertad y esperanza, ¿cuándo saldré de aquí? Me encuentro cautivo de cada uno de mis pensamientos; de todas mis emociones, no soy amo de mis sentimientos, soy ajeno a mis acciones, hoy renuncio a mi ser. Inicia un día más, todo parece ser un lejano sueño. ¿Qué camino tomaré? Continuaré, nada es real, todo termina, días, semanas, meses y años. ¿Esta es la realidad? 01 de enero de 2021

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Sobre el autor:

Juan Martín Paris. Nace en 1965 en Mar del Plata, ciudad argentina. Actualmente reside en la Patagonia, Argentina. Es geólogo y escritor aficionado. Ha publicado relatos en diferentes revistas: Perro Negro de la Calle, Ikaro, Red Promo Literaria, Fóbica Fest y El Elefante Azul.

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l planeta tierra es un enfermo terminal. Los pocos peces que subsisten se están ahogando en un ácido mar de plástico y desperdicios. Los últimos humanos asfixiándose en humo, sed y calor. Parece quedar muy poco tiempo… Sin embargo… cien años después la situación ha mejorado. Si bien columnas de humos aún emanan de las chimeneas de las fábricas, muchísimos hombres y mujeres se agrupan en grandes ciudades; y parecen relativamente saludables y optimistas. Viven sin grandes preocupaciones. Solo beben y bailan. Quinientos años después, las poblaciones se han reducido, son pequeñas. La mayor parte de la gente vive en el campo cultivando la tierra y alabando a dios. La vida no es larga. Poca gente sabe leer. Casi nadie escribir. Millones de años en el futuro solo quedan dos humanos. Una mujer y un hombre. Ambos desnudos. Devuelven una manzana a su árbol. Lucen arrepentidos.

Cuando el universo finalice su expansión y comience a contraerse, la rueda del tiempo girará en sentido inverso. Solo los palindromistas estarán a salvo.

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Sobre el autor:

José Luis Machado (1974). Santa Catalina, Montevideo, Uruguay. Es docente y escritor. En 2015 publica sus primeros libros. Ha obtenido varios premios y menciones, Sus poemas, artículos y microcuentos han sido publicados en blogs, revistas y libros en una docena de países.

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oy la palabra gritará más que un recién nacido, más que un milenio oscuro, que un malvado infinito de agonía o de espera, o muerte. Gritará. Ya está gritando. Tallada en el aire llenará el vacío de lo que fue oprimido y silenciado. Y más allá de lo escrito de los poemas y los libros, este grito, cicatriz abierta, grabado en la piel del tiempo, imborrable, perdurará en el cielo, también. Incuestionable.

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Sobre el autor:

Francois Villanueva Paravicino. Escritor peruano (Ayacucho, 1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en la antología Recitales “Ese Puerto Existe”, muestra poética 2010-2011 (2013) y en diversas páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas de su propio país como de países extranjeros. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007).

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uve miedo al bifurcarse el río donde nos bañamos desnudos, limpios y jubilosos como dos luciérnagas y creí que aquella babel de fuertes brazos y piernas se acostaría a lamentar el sueño de los minusválidos como un ángel caído del cielo se siente extraviado en un mundo cruel, sombrío, efímero y amargado que evadimos con las estrellas en el bicéfalo amado de nuestra raíz, hojas, ramas y corazones enlazados y que a la amenaza de la partitura de oscura navaja como una especie de guadaña que se lleva el alma creció el invierno dilatado bajo los pies de este ajeno un innombrable que ha perdido la medalla lunar solo por no cargar la piedra de Sísifo todos los días por rechazar el puño sudoroso que trae la fiambre al propio universo donde todo nace y todo muere y por el que soy quien soy, pese a las ásperas derrotas a los malos sueños, el sedentarismo y la melancolía que te ofrezco bañados en oro, zafiros y diamantes porque eres el agua del que bebe este triste sediento.

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Líbranos del mal Fotografía de Vaga-bundo Vaga•bundo surge de la inmensa necesidad de congelar pequeños momentos. Con la Fotografía hiper aficionada como estandarte, busca compartir a los demás la belleza de las simples cosas.

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Sobre la autora:

Krizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en 1996. Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas Reflexiones Alternas, Poetómanos, Prosa Nostra mx, Teresa MAGAZINE, Revista literaria Pluma, Revista hispanoamericana de literatura, Revista literaria Monolito, Más literatura, Clan Kutral, Vertedero cultural, Circulo literario de mujeres, Perro Negro de la Calle, El morador del umbral, La página escrita, La liebre de fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras. Actualmente estudia el último año de la licenciatura en Ciencias Humanas en el Centro Universitario de Integración Humanística.

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inete caído, dos caballos hacen pedazos el carruaje, indomables sobre prados, ella baila cerca de precipicios con la única certeza del limbo… Dormida entre sábanas de tierra, antes de su ocaso, éxodo hacia el imperio de los poetas, para nunca más regresar… Sin abrir sus alas de color muerte cae por el acantilado, mas justo al filo del mar de lágrimas recupera el vuelo, plumas empapadas de melancolía. Su amado pintor inmortalizó esos segundos, el ocaso de Mujer Cuervo, ella es una loca, la loca que él tanto quiere… Cicatrices a punto de hacer erupción, memorias del infierno braman sin parar, Mujer Cuervo arrancará tus ojos si le robas la verdad, si le traicionas, ¿tú lo sabes, cierto? Inmortalizó llamaradas de furia en sus ojos, el amado pintor, ¡él, bendita tormenta que las apaga! Mujer Cuervo adora tanto a su pintor, hablaban un mismo idioma sin comprenderse, hoy él conoce tinieblas de pesares, capaz de tomar entre sus dedos espinas de rosas de su ánima sin nunca sangrar, le devuelve sonrisas perdidas de infancia… Cruza una neblina venenosa de demonios, sus ojos de ópalo salvaron a Mujer Cuervo, tras un apocalipsis ella derramó su oscuro corazón sobre esas manos de colores… Mujer cuervo alza el vuelo, en busca de un perdido sueño, manos de pintor, suspiros de estrellas

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y el calor de su parvada serån suficientes para la hora funesta del ocaso‌

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Sobre el autor:

Juan Martín Paris. Nace en 1965 en Mar del Plata, ciudad argentina. Actualmente reside en la Patagonia, Argentina. Es geólogo y escritor aficionado. Ha publicado relatos en diferentes revistas: Perro Negro de la Calle, Ikaro, Red Promo Literaria, Fóbica Fest y El Elefante Azul.

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entonces? ¿En qué quedamos? ¿Cómo es este tema del libre albedrío? Porque siempre nos dijeron que podíamos elegir, que el destino no estaba escrito… Podíamos elegir… ¡Y ahora yo elijo no estar enfermo! —esta sería, según mis recuerdos algo difusos por los calmantes, la transcripción escasamente literal de lo que yo gritaba mientras permanecía internado en terapia. Un médico, creo que debía haber uno escondido allí debajo de la escafandra, se acercó hacia mi cama y me indicó que hiciera silencio. Me explicó pacientemente que lo del libre albedrío estaba muy bien, pero que, como toda regla, tiene sus excepciones. Y que, si no ejercía mi libre albedrío en silencio, o sea, sin molestar a los otros enfermos internados, me iba a aumentar la dosis de calmantes hasta dormirme. A buen entendedor pocas palabras. —¡Yo elijo vivir y tienen que cumplir! —insistí. —Excepciones, amigo, piense en las excepciones. Un teólogo seguramente hubiera desarrollado una explicación más elaborada, sin embargo, esa explicación era la que le había salido a ese médico, en ese momento y en ese lugar, y fue suficiente para mí. Dado que me sobraba tiempo, ya que mi única ocupación por el momento era continuar respirando, me propuse hacer una lista completa de excepciones al libre albedrío. De esta manera, si ocurría lo imprevisto, ese sería mi legado a la humanidad. Dado que mantenerse alejado a lo largo de la vida de estas situaciones resultaría ser muy saludable, contar con tal listado podría ser beneficioso para muchas personas. Vayan estas tres perlitas a modo de ejemplo: «Mamá con una chancleta en la mano y contando: a la una, a las dos, y a las tres». Es natural que cuando uno está bajo los efectos de los calmantes se filtren algunos recuerdos de la niñez. Más allá de ello y analizando fríamente la situación, resulta muy difícil, sino imposible de revertir, al menos con mi madre. «El Padrino, Don Corleone, te da el beso de la muerte». La suerte está echada. Nada que hacer. Un clásico. O esa frase tan bonita que saben usar los políticos argentinos cuando algún buen vecino les hace alguna pregunta que los incomoda: «Duerma tranquilo… y mire hacia ambos lados al cruzar la calle». El listado resultó finalmente ser muy completo pero extenso a la vez y, en otra ocasión, disponiendo de más tiempo, no tengo inconveniente en explicárselos en detalle. La buena noticia es que me han dado de alta y me siento estupendamente bien. La duda es si fue por mérito propio o porque estaba escrito en algún lugar del destino que yo debía continuar viviendo.

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Sobre el autor:

Juan Luis Henares nació en 1963 en Paraná, República Argentina. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004 obtuvo el Primer Premio en el Concurso de Ensayos Memoria y Dictadura. Sus cuentos han sido publicados en antologías, revistas y webs de Argentina, México, Uruguay, Venezuela, Colombia, Guatemala, Chile, Perú, Cuba, España, Alemania, Canadá y Estados Unidos. En 2018 fue editado su primer libro: Lápiz clandestino. Actualmente prepara el segundo. Web: https://juanluishenaresescritor.wordpress.com/ FB: https://www.facebook.com/juanluishenaresescritor/ FB: https://www.facebook.com/profile.php?id=100010167552389

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—¿P

or qué has pecado hija? —No lo pude evitar, Monseñor, cuando lo veo siento algo que recorre mi cuerpo y quiere salir; es más fuerte que yo. —Es el Demonio, es el pecado en tu cuerpo, debes expulsarlo. Reza diez Padre Nuestro y diez Ave María, y trata de no repetirlo; no solo has engañado a tu marido, también defraudaste al Señor. Salió del confesionario, cansado y dolorido al estar tanto tiempo dentro de ese espacio tan pequeño; si bien por ser obispo su obligación no era confesar a los feligreses, al hacerlo mantenía contacto con ellos, lo que disfrutaba mucho. Se dirigió a la sacristía, y en el trayecto recibió el cariño de la gente, a quienes muy contento llenó de buenos augurios y bendiciones. Habló con los sacerdotes —les ordenó varias tareas—, marchó al patio trasero y ascendió a su moderno coche. Hacía calor, pronto encendió el motor y esperó a que el aire acondicionado hiciera más agradable el ambiente. El viaje a su casa le llevó treinta minutos; podría vivir en la propia iglesia, provista de confortables habitaciones, pero prefería la soledad de una vieja y pequeña estancia en las afueras de la ciudad. Ahí estaba tranquilo: disfrutaba de la naturaleza, la música, sus lecturas y demás pasatiempos sin nadie que lo moleste ni interrumpiera. Llegó, guardó el coche en el galpón de madera que hacía las veces de garaje e ingresó a la residencia; después desactivó la alarma que lo resguardaba de intrusos. En su cuarto, sentado en la cama se despojó de sus sandalias; se quitó la negra sotana, el fajín y el solideo —ambos morados— y su anillo, y en ropa interior entró al baño. Tras ducharse, tomó la toalla y fue al comedor, a la vez que secaba su cuerpo; allí encendió su equipo de música, y con el bolero de Maurice Ravel de fondo entró a la cocina. Sacó de la heladera queso, salame y un litro de leche; además una vasija con milanesas. En la mesa cortó todo en pequeños trozos, les agregó pan y los puso en el mismo recipiente; a este lo colocó en un canasto, junto a un par de vasos plásticos y la botella de leche. Mientras meneaba su obesa figura al ritmo de Ravel, caminó desnudo hasta la biblioteca, con el canasto colgado de un brazo. Sacó un libro —antigua edición en latín de la Biblia, con tapa púrpura y letras doradas—, lo apoyó en un estante y movió la palanca que estaba oculta al fondo del mueble. Una sección de ochenta centímetros de la biblioteca giró hacia un lateral y dejó al descubierto un pequeño espacio por el que ingresó con dificultad. Un metro adelante comenzaba una angosta y empinada escalera, que llevaba al sótano de la estancia. Descendió, abrió la pequeña puerta, e ingresó en la amplia sala iluminada solo por la tenue claridad de las velas. Encendió la luz artificial, se persignó ante la estatua de Cristo, y sobre una alfombra roja se arrodilló a rezar; pegado en la pared lo acompañaba en sus plegarias un poster a cuerpo completo del Papa —su amigo— junto a la imagen de la Virgen María y el cuadro de La última cena de Da Vinci colgado a su lado. Luego de unos minutos de oración abrió sus ojos; se levantó —le dolían las rodillas— y se dirigió a la otra punta de la sala, ocupada por una cama de hierro fundido, con barrales dorados y respaldo adornado con el escudo del Vaticano. Sobre ella, el látigo de esparto que, como miembro del Opus Dei, usaba para flagelarse y pagar sus pecados, en demostración de su amor a Dios. En el piso, junto a las patas de la cama y encadenadas a ellas, dos jóvenes adolescentes desnudas y amordazadas —con sus cuerpos lastimados y cubiertos de marcas— lloraban aterradas al acercarse Monseñor.

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Sobre la autora:

Alina Ludmila Garófalo nació el 31 de agosto del año 2000 en Quito, Ecuador. Después de numerosos viajes durante mi infancia, ha regresado a Ecuador y vive en la capital. Egresada de la Unidad Educativa Manuela Cañizares, como bachiller en Ciencias. Actualmente está cursando la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad Central del Ecuador. Ha publicado en diversas revistas independientes tanto a nivel nacional como a nivel Latinoamericano.

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oy escribo sin borrar las huellas dejadas por mis letras. Escribo como el tiempo que pasa sin detenerse en nosotros. No le importamos. Y hoy no me importa el pasado. Escribo en un ejercicio de no pensar y solo sentir. Todo apunta a la visita de una vieja amiga, mi compañera de vida; la dialéctica. Ella me permite escribir sin inicio o final porque con su desarrollo todo regresa per se. Hoy escribo para no llorar, para olvidarte al menos en lo que duran mis ideas, para no tenerte presente siempre; aunque la tinta de tu nombre no se borra nunca. Escribo porque es lo único que provee algo de sentido en la vida. El sentido del tiempo, del orden, de coherencia y de cohesión. Abastece el sentido de libertad, ese concepto que todos los filósofos buscan, pero siempre se les escapa. A la libertad no le gustan las rejas de las letras. Y a mí tampoco. Hoy escribo inclusive olvidando la organización, olvidando los manuales de escritura, la ciencia y la lógica. Hoy escribo con anarquía, con revolución, con fuego en la sangre. Hoy escribo porque me arde el pecho en emociones. El fuego que se derrama por todo mi cuerpo no puede ser apagado por nadie. Solo escribo conmigo. Sin razón de ser. Hoy escribo para olvidar la cuarentena, el encierro y el sollozo. Hoy escribo para dormir porque no he podido hacerlo. No estoy segura si es por las constantes tormentas de pensamientos que derraman confusión sobre mí, absorbidas por mi alma como última gota de whisky en el fondo de la botella por Bukowski. O tal vez sea por la luz del farol externo que entra en un triste intento de mantener con claridad los libros y apuntes esparcidos por todo el cuarto, recordándome que guían y aclaran, pero nunca responden al desasosiego y obscuridad de la vida. Puede darse el caso que el sueño me abandonó, no sufro por él, no es el primero que se va. Me imagino que se unirá a la suerte, al amor, al odio, al pesimismo, al egoísmo, al masoquismo, al alcoholismo, al fatalismo. En fin, se encontrará con los paralelismos. O simplemente, no puedo conciliar mis sueños por que la realidad los borra. Hoy, o tal vez ayer, escribo para expresar lo que siento; todo lo que se ha acumulado no solo en estos meses de encierro espiritual, confinamiento social, y catarsis emocional, sino en años de soledad. Por primera vez todos se sienten como yo, distantes los unos de los otros. Siempre me alejaba del resto, o ellos de mí, no lo sé. Tantos años de práctica me han convertido en una experta en la soledad. En la escuela ya se apartaban. No entendía sus chistes y juegos, eran absurdos. Con el paso del tiempo siguen hablando de lo mismo. En lugar de estar en los columpios bebiendo leche, ahora viven su juventud en bares ingiriendo sustancias de dudosa procedencia. Las autoridades han dispuesto que nadie puede salir de sus casas, no pueden reunirse, ni beber, ni fumar; están solos. Comentan que se hacen falta, que quieren abrazarse y conversar. Dicen que extrañan la felicidad. Sigo sin entenderlos. ¿Cómo pueden encontrar felicidad en sus mediocres rutinas? No quisiera regresar a las reuniones sociales vacías, a las hipócritas compañías, al miserable trabajo o al tráfico por las mañanas; a la soledad acompañada. Solo quiero manchar el papel con mi letra incomprensible, llenar hojas de mis ideas que tal vez no hubieran llegado en compañía de esas vacías almas en los bares, porque así son las ideas, no aparecen siempre. El miedo a la libertad, el escaso espíritu crítico, la obediencia a impulsos fútiles, la calma ante las injusticias, todo eso y más provoca que no lleguen. Me comenta que no le gusta la mala compañía, así como a mí. Hoy escribo por todas aquellas que han sido calladas en la historia. Escribo para resistir, para que quede memoria de la lucha que es inmanente en nosotras. Escribo sobre lo que tengo y lo que me falta. El virus nos ha quitado la paz de caminar por las calles. Aunque, siendo sincera, las mujeres nunca caminábamos tranquilas. Las calles ya nos condicionaban a cubrirnos todo el cuerpo, ya nos obligaban a taparnos el rostro, seguir el camino marcado

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en el piso. No quejarse mucho, que eso no es de damas. No cambió mucho para nosotras. El virus con una mano nos quitó los abrazos, besos, el calor que, aunque menos intenso que el fuego, nos dota de mucha más vida. Con la otra nos dio inseguridad, nos dio individualidad, abuso de poder y totalitarismos. El gobierno nos arrebató la educación de calidad, la salud y la jubilación. Los medios represivos del estado nos pueden quitar hasta la vida, pero nunca nos apartaran de las ganas de escribir, de gritar y de protestar. No tengo miedo de perder nada, porque solo tengo palabras. Hoy escribo para el mañana. Escribo para expresar lo que todos pensamos, enunciar el deseo que todo se termine rápido. La verdad quiero que se acabe, pero el mundo. Ojalá se acabe pronto, así sabremos si Nietzsche acertó en la reencarnación porque en aquello del superhombre definitivamente se equivocó. Y así de paso, aplaudiríamos la sabiduría de Saramago, estrechar su mano y alabar de nuevo a la muerte, aquella que se enamoró y nos abandonó. Y ojalá sea todo al estilo de Poe y Lovecraft, las calles repletas de terror ante la incapacidad de reconocernos a nosotros mismos. Y Huilo Ruales sea la voz que relate los últimos momentos, que serán especiales solo por su chispa de humor; al ser todos niños perversos nos reiremos. No tengo miedo que se acabe. Aprendí a sentir sin miedo, y reír ante la muerte, porque así es la vida. Una comedia.

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Sobre el autor:

José Luis Machado (1974). Santa Catalina, Montevideo, Uruguay. Es docente y escritor. En 2015 publica sus primeros libros. Ha obtenido varios premios y menciones, Sus poemas, artículos y microcuentos han sido publicados en blogs, revistas y libros en una docena de países.

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a palabra provoca acidez en la muerte, se retuerce desesperada. La parca cubre la boca de los ángeles, y silencia sus alas, tapa sus ojos para no aturdirse. Pero jamás podrá descansar, porque por las comisuras de las bocas del cielo, y aún de entre las grietas de las estatuas de los cementerios, emerge luminosa la palabra. En alguna esquina filosa de un infierno mudo, gimen cráneos con los labios cosidos, y tiritan rabiosas las dentaduras. Cuanto más oscuro es el silencio, más cristalina la palabra.

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La bestia en sĂ­ Obra de Silvia Favaretto

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Sobre el autor:

Javier Dumenes. Rancagua, Chile. NaciĂł el 7 de enero de 1999. Estudia licenciatura en filosofĂ­a. A intervenido en revistas como Perro Negro de la Calle.

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veces por las noches, el viento roza mis oídos, lo siento como agujas, de esas que dolían en la infancia, así como una botella de cerveza fría en soledad. Una ruptura de amor, una decepción, o una simple caída. En esta horrible existencia, me quedo en el suelo, mirando hacia el cielo, cuando en realidad es el techo... Y la gente, desesperada grita fuerte en mis oídos, ¡estás loco! Ya no puedes disfrutar De lo que nos ofrece «La vida».

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Sobre el autor:

Enrique A. Llamas Ramírez. Nació en la ciudad de León, Guanajuato, México. El 19 de julio de 1986. Desde muy joven se aficionó a la lectura, ha participado en varias tertulias literarias organizadas por la Red Estatal de Tertulias Literarias (Guanajuato), leyendo sus poemas, ha sido publicado en varias antologías poéticas impresas y digitales, así como revistas digitales e impresas y varios blogs de internet.

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ay mujeres aquí en cada parte de tu piel, en cada milímetro de fe, en cada sueño, en las huellas que dejas, en las alas que no ves, en los pasos, en las lágrimas que navegas sin brújula y sin pies. Hay más mujeres en ti de lo que crees, mentiras y verdades y el silencio que te ve, que te hace presa del amor que engendras que dejas bajo la sed; eterno manto que abriga de fe, luz y calor, flor del mundo, por siempre mujer, hermana, amante, amiga, compañera y madre, mi propia esencia, mi propia fe.

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Sobre el autor:

Vicente Arturo Herrera Herrera nació en la ciudad de Tijuana, Baja California en el año 1992. Actualmente estudia la carrera de Lengua y Literatura de Hispanoamérica. Tiene cuentos y minificciones publicadas en las revistas digitales Linotipia, Rigor Mortis, Almicidio y Elipsis.

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andra acababa de llegar de la escuela cuando recibió un mensaje de su madre: «Asaltaron a tu hermano, estamos en el hospital. Te aviso cuando estemos en camino». Se alteró mucho al leerlo y, no conforme con esa información, llamó a su madre para que le explicara a detalle lo sucedido. Unos delincuentes le quitaron el dinero a su hermano y al oponer resistencia, en medio del forcejeo le fracturaron dos dedos. Afortunadamente no pasó a mayores. La preocupación continuó, pero una ligera sensación de alivio le llenó el pecho al saber que no tendría que estar internado y que no sufrió heridas más graves. Un poco más tarde llegaron su mamá y su hermano. Él se veía tranquilo y relajado, no quería que Sandra se preocupara en exceso. Después de la cena, su madre y su hermano fueron a una farmacia para comprar unos medicamentos que les costaban más baratos que en el hospital. Sandra se quedó sola en casa. Hacía su tarea cuando un pensamiento detonó una tormenta en su cabeza: ¿y si le hubiera pasado algo peor? ¿Y si lo hubieran matado? Comenzó a llorar con desesperación. Se golpeó la cabeza y se insultó internamente por pensar semejantes barbaridades. No obstante, su mente hizo caso omiso y comenzó a dibujarse en su cabeza la imagen de su hermano herido por una navaja, su cabeza perforada por una bala, su cuerpo masacrado a golpes. Ella luchó contra su mente con todas sus fuerzas, pero poco a poco entendió que sus intentos eran inútiles. Poco a poco perdió fuerzas y sintió que iba a desfallecer. En medio del abismo de su mente, vio una pequeña luz que le hizo aferrarse a su vida. Tomó su celular y mandó un mensaje: ¿Jorge, estás? Necesito hablar con alguien que no sea de mi familia y que entienda verdaderamente el contexto de lo que voy a decir, pero solo si no provoca que te pongas triste por lo de tu mamá, pero realmente necesito hablar con alguien porque si no, voy a hacer una locura. No puedo vivir si mi mamá y mi hermano no están y hoy pasó algo que me hizo darme cuenta que no puedo tolerar ese dolor. Jorge leyó el mensaje de inmediato y preguntó qué fue lo que pasó, mas no hubo respuesta. Llamó a su amiga sin tener éxito. Después de varios minutos, una mujer que Jorge desconocía contestó el celular de Sandra solo para informarle que ya estaba dormida; no obtuvo más detalles de lo ocurrido en ese momento. ***

Era la fiesta de cumpleaños de Laura y todos sus amigos de la universidad acudieron. Sandra y Jorge se encontraban allí. Ella no podía tomar cerveza ya que se encontraba bajo medicamento. Por otra parte, Jorge tenía unos deseos enormes de pegarse una borrachera, pero se limitó porque debía estar consciente de lo que pudiera ocurrir: estuvo gran parte de la noche alerta, preocupado, casi paranoico. La noche siguió su curso y algunos de los invitados ya se habían retirado. Jorge ponía los últimos pedazos de carne en el asador cuando quiso entrar a la casa. Entre él y la puerta se hallaba Sandra, con los ojos desorbitados, llenos de venas rojísimas. Pálida y con una mueca de espanto, comenzó a gritar y quiso salir huyendo. Jorge sabía lo que había ocurrido la vez que recibió un mensaje alarmante de ella, por lo tanto, no podía quedarse de brazos cruzados, así que tomó a su compañera de los brazos de tal modo que no pudo zafarse. Había cuchillos, botellas de vidrio, tenedores y demás utensilios con los cuales podría dañar a alguien o a sí misma. Sus gritos se intensificaron y las lágrimas salían a chorros por sus ojos que parecían estar a punto de salir disparados. Una amiga de Sandra acudió a socorrer a su amiga, pues todo el mundo pensó que Jorge la estaba lastimando.

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Lo sé, pero me permití entrar en pánico, creer que no podía con todo... Pasaron unos meses de lo acontecido y mientras discutían algunos detalles sobre una tarea, Sandra le reprochó a Jorge que él era muy violento. «¿Por qué piensas eso?», le preguntó intrigado. Ella le comentó que seguramente estaba tan borracho que no se acordaba de lo sucedido. «Pero dime, ¿qué pasó?». Lo dejó con la duda; regresó al tema de la tarea. Angustiado por dicho comentario, Jorge indagó con sus demás compañeras. En palabras de ellas, en su borrachera, tomó y jaloneó a su compañera, además de gritarle. Sorprendido, trató de aclarar la situación, pero poco pudo lograr. Ellas no estaban en posición de escucharlo. «Nosotras escuchamos a la víctima», «No revictimizamos a las mujeres», «Prefiero creerle a una posible mentirosa que a un posible agresor». Yo sabía que estaba bien, pero empecé a llorar y entré en pánico. Realmente solo pensaba en que, si les pasara algo, no podría seguir, que no podría tolerar el dolor... Jorge estaba muy preocupado, pensó que su carrera se podría venir abajo con tales declaraciones, pues sabía que no eran verdaderas, así que decidió alejarse de su círculo de amistades de la universidad para evitar conflictos posteriores. Para su seguridad, guardó capturas de pantalla de los mensajes que antes había recibido de su compañera. ***

Cuando te mandé el mensaje, mi mente estaba en dos direcciones distintas y me sentía muy mal física y mentalmente y no sé qué sucedió... Era domingo y Sandra salió a caminar con Tommy, su pequeño Schnauzer. La luz verde del semáforo se encendió y comenzó a cruzar la calle. Un rechinido de llantas le arrebató a Tommy antes de que pudiera darse cuenta. Un carro venía a toda velocidad y se estrelló con el auto que estaba frente a Sandra. El impacto empujó al conductor que, accidentalmente, atrapó al perro entre sus llantas. Con la correa en sus manos, Sandra comenzó a gritar y a llorar. El conductor golpeado salió para ver lo ocurrido, al percatarse que se trataba de un perro, optó por revisar la parte trasera de su auto. El culpable del choque nunca se detuvo, siguió su curso sin mirar atrás. Presa del pánico, Sandra atacó al conductor por arrebatarle cruelmente a su mascota. El conductor hizo lo posible por tranquilizarla. Intentó explicarle que no fue su culpa, que él estaba respetando el alto, que lo acababan de chocar; sin embargo, la ira se apoderó de Sandra quien no dudó en abalanzarse, con correa en mano, sobre un pequeño que bajaba del auto. «¡Tú me quitaste a mi perro y yo te voy a quitar a tu hijo!», se escuchó en el vídeo que algunos espectadores alcanzaron a grabar. La imagen de Sandra corriendo y el niño siendo arrastrado con la correa al cuello se convirtieron en primera plana. Al enterarse de la noticia, Jorge dejó salir un largo suspiro y justo antes de terminar de exhalar, una lágrima bajó por su mejilla. Por fin sería libre. Estaba agradecido con que su acosadora estuviera presa, pero también dudaba de ese sentimiento. No estaba del todo conforme con esa resolución. Más bien, pensaba que no era necesario que pasaran todas esas cosas, ni el niño ni Tommy se merecían eso. Las personas que ignoraron sus advertencias sobre ella no se disculparon, solo le lanzaban miradas de desaprobación. Simplemente tomé el cuchillo, pero no sabía si quería, le marqué a mi tía porque el ataque de pánico era tan fuerte que sentía que no podía respirar y me estaba quedando dormida. Me encontraron medio desmayada en el patio, con un cuchillo ensangrentado en la mano, no supe a quién lastimé. Cuando me estaba convulsionando, solo pensaba en las

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personas que atacaron a mi hermano, pero al mismo tiempo pensaba en que no quería que se muriera y yo tampoco me quería morir. Y ahora tengo pánico y vergüenza de que me dé otra convulsión y otro ataque porque hice algo tan grande, algo tan pequeño. Me permití que mi cuerpo perdiera el control y reaccionara de una manera muy mala. De nuevo solo estaba pensando en mí, no en lo que ellos podían sufrir. Cuando te mandé el primer mensaje, no consideré si te podías poner mal por la pérdida de tu mamá, solo quería que me contestaras que lo hiciera, que acabara con mi vida, aunque en el fondo quería que dijeras que no.

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Sobre el autor: Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Enfoca su obra poética (rima o prosa) en indagar en los recovecos de lo mundano desde el punto de vista pesimista. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), Lo que pasó en el sótano (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), La carta de Jacques Virgil (Más literatura, sección cultural de Tecnologíaindustrial .net, Ciudad de México, 2020), Retorno (Revista Literaria Nudo Gordiano, Toluca, Edo. De México, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), La mofa de la vida (Revista de creación literaria y humanidades Gibralfaro, Universidad de Málaga, España, 2020), entre otras.

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E

l espejo no miente. y las cruentas imágenes de las posibilidades me sumergen en el mar de la locura, me gritan ansiosas las letras de la incertidumbre. Parezco un Courbet contemporáneo; un quimérico esbozo analógico de quien se desespera dentro de la pintura, pero mi tela es el espejo. Arremolino mi cabello largo, deseando que la desesperación no sea más que óleo, mas no comprendo que el óleo es ficción y la realidad pandémica. Trato de imitar lo mejor posible tal postura; los ojos bien abiertos; los tendones tensos en las manos; las cejas sin arco; los labios perpetuados. Soy un Courbet contemporáneo. El lienzo está roto. No. Más bien el espejo, la grieta pasa en diagonal a través de mi rostro. Soy un Courbet contemporáneo. No. Soy El desesperado en tiempos virulentos.

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Sobre la autora: Melisa Cosilión (Texcoco, México, 1988). Egresada de la Ingeniería en Agroecología de la Universidad Autónoma Chapingo (2010). Ha publicado en las revistas literarias Salamandra (UACh) y Va de nuez (Guadalajara)), publica el poemario a dos manos Flor y tiempo con Enrique Cisneros (2007); Ha participado en las antologías Mujeres en el Arte (MéxicoEspaña), Mujeres poetas en el país de las nubes (Oaxaca), Maya Cartonera (Chiapas) y con el Colectivo Entrópico de la Ciudad de México. En 2017 coordinó la antología Poesía desde la Coyuntura: voces para caminar. Publica el poemario Aguardiente con Ediciones Ave Azul (2019) y es compiladora de la antología Casa de los espejos (2020) con la misma editorial. Aparece en la antología Pequeñas formas de habitar el silencio (Versoterapia, 2020). Actualmente colabora en el Diario Opinión de Yucatán.

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H

ay días que vuelven a nosotros aullando como perros asustados, como perros rabiosos a ensuciarnos, a mordernos; a olisquearnos las costillas, por debajo de la axila. Hay días negros y marrones, violentos con las conciencias, perros negros: nahuales; y muerden hondo, la piel, las dudas, los huesos… Aquellas cuevas en el pecho donde habitan los miedos. Esos días de perros husmeando hasta el último paraje de paz que me quedaba en la conciencia: los detesto. Arquean mi espalda y van trazando su canto de sangre con mi cuerpo. A veces me quedo inmóvil para que me suelten, aunque sospecho que lo único que queda es darles a oler mis manos flacas, que saboreemos juntos el olor de mi derrota y nos volvamos mejores amigos…

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Ave MarĂ­a Obra de Sahara Cygnus 36


Sobre el autor: Juan Rogelio (Ciudad de México, 4 de abril de 1994). Cuenta con una página en Facebook (https://m.facebook.com/Juan-Rogelio-108979084074895), donde comparte algunas de sus obras, anécdotas sobre ellas, los sitios en que llegan a publicarse, sus inspiraciones, entre otras cosas. Sus poesías han aparecido en la página del grupo Legüera Cartonera (marzo, 2020); en una antología, del mismo grupo, titulada Desde la cueva. Tatuajes de un tiempo difícil de nombrar (abril, 2020); en el sitio web de Teresa Magazine (mayo, 2020); en Fanzine Parasitosis, #31 (Julio, 2020) y #32 (agosto, 2020); en Perro Negro de la Calle, #47 (agosto, 2020) y #49 (octubre, 2020); en La Letrina, #1 (agosto, 2020); en Revista Elipsis, #1 (septiembre, 2020); y varias de ellas fueron recitadas, por el locutor André Michel, en Spotify, para la colección #AudiosDeConsumo, del grupo Existencias (Julio, 2020). En narrativa, colaboró con un pequeño relato erótico, en el sitio web de Caracola Magazine (junio, 2020); con una minificción, en Perro Negro de la Calle, #48 (septiembre, 2020), en la página Comunidad Tus Relatos (octubre, 2020), y en Delatripa, #45 (noviembre, 2020); y con otra más, en Fanzine Parasitosis, #34 (octubre, 2020), y Perro Negro de la Calle, #51 (diciembre, 2020) y en y en Perro Negro de la Calle, #52 (Enero, 2021).

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H

ay veces que me quedo atontada por muchos minutos, delante del espejo, y me llego a excitar un poco por el cuerpo tan bonito que tengo, y eso que apenas si tengo dieciséis años. ¿Se imaginan cómo voy a estar de buena cuando tenga los dieciocho? ¡Uf! No voy a dudar un segundo en apostar que muchos chavos de la universidad se van a pelear por acercárseme, siquiera (jijiji). Una vez más, no es que sea yo presumida. Nada más soy sincera (jijiji). Esa noche, sin embargo, no me quedé tanto tiempo viéndome, porque casi de inmediato la mente me mandó imágenes fantasiosas de Israel, acariciándome el cuerpo. También hizo que me imaginara que él estaba desnudo. Y aunque yo sé bien que no es ningún atleta, que no tiene músculos ni una figura envidiable, me lo imaginé bastante bueno, pero a lo que le presté más atención, sin embargo, fue al enorme pene que se cargaba el chamaco. ¡Ay, madre mía! ¡El solo recordar el tamaño hace que sienta cosquillas en mi vagina, y que se ponga a «llorar»! (jijiji). Aunque no de tristeza, claro (jijiji). Nunca le vi el pene en la vida real, así que no pude constatar, jamás, si era tan largo como mi mente se lo imaginaba, ni tampoco si era igual de grueso que mis dos pulgares juntos. Mucho menos pude verificar si estaba totalmente afeitado, y menos aún si era así de brillante. Como fuera, se me vino un delicioso orgasmo mental que hizo que sintiera mucha debilidad en mis piernas, y que estas se me quedaran anestesiadas momentáneamente. Para cuando me di cuenta de que eran todavía parte de mí, las tenía todas mojadas (jijiji).

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Sobre la autora: Silvia Favaretto es presidenta de la asociación Progetto 7LUNE que difunde la cultura hispanoamericana en Italia. Ha editado 11 libros entre prosa y poesia (ediciones en Costa Rica, Argentina, Colombia, México, Honduras, El Salvador). Es jurado del Premio internacional de poesia Castello di Duino y del Certamen internacional de poesía Altino. PHD en la Universidad Ca’ Foscari de Venecia, es docente y traductora. Ha participado en el Festival de Rosario (Argentina), Medellìn (Colombia), Amada Libertad (El Salvador), De los confines (Honduras).

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Yo oculto clavos para escarnecer a mis sueños enfermos. Afuera hay sol. Yo me visto de cenizas. Alejandra Pizarnik

Y

o me he visto de cenizas desmigajada, impalpable completamente seca y gris.

Yo me he visto de cenizas los ojos duros y vidriosos volviéndose polvo, barro seco. Me he visto amasarme en tierra y piedra excavar hacia la luz hasta incorporarme levantarme del suelo en la noche oscura sentir una vez más el frío y el pavor. Me he visto echar pasos tambaleantes recuperar de a poco vigor y fuerza andar por el camino hasta llegar a tu puerta, y acá estoy, mujer de carne y nervios, para decirte que no me mataste, que esta vez tampoco me muero que este goteo ha de tardar unas cuantas horas más por lo menos.

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Sobre el autor:

Enrique A. Llamas Ramírez. Nació en la ciudad de León, Guanajuato, México. El 19 de julio de 1986. Desde muy joven se aficionó a la lectura, ha participado en varias tertulias literarias organizadas por la Red Estatal de Tertulias Literarias (Guanajuato), leyendo sus poemas, ha sido publicado en varias antologías poéticas impresas y digitales, así como revistas digitales e impresas y varios blogs de internet.

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Y

el hombre solo es sombra en el paisaje; eternos modos, sutiles disfraces, agรณnicos cantares, luz como sombra, pena y gloria; fugaces instantes que buscan ser eternos como la grieta en los dedos, como el silencio a lo lejos, como la misma sombra que acaricia su memoria, sus restos, los miedos. su memoria.

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Sobre el autor: Ajedsus Balcázar Padilla es un escritor Mexicano de Ciencia Ficción, Terror y Poesía. Nació el 29 de octubre de 1993 en Chiapas y vive actualmente en San Cristóbal de las Casas. Maneja la revista de literatura independiente «El Axioma» y ha publicado en varias plataformas digitales como; Sexta Formula, Espejo Humeante, Teresa Magazine, Polisemia Revista, Fanzine Letras Públicas, Teoría Omicron y Revista Letras y Demonios. Forma parte de la antología “Solar Flare – OVNI” de Editorial Solaris (2020). Entre sus aficiones entra en especular sobre posibles realidades, imaginar en mundos fantásticos y caóticos. Publica sus trabajos regularmente en su blog “El Axioma (Ajedsus)” https://elaxiomablog.wordpress.com/.

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E

l doctor Alberto Sánchez me había invitado a su casa para mostrarme uno de sus descubrimientos. Recibí su llamada a las tres de la madrugada. Se escuchaba algo agitado y un poco tenso, tuve temor de que algo malo le hubiera pasado. —Hola… Edgar. Perdona la hora, pero necesito vengas mañana a mi casa. He descubierto una forma asombrosa de modificar los caracteres morfológicos humanos — comentó con una voz ronca. Tal como si se le dificultara gesticular las palabras. —¿Está bien, doctor? ¿Qué ha pasado con usted? Tiene días que no llega al instituto y los compañeros empiezan a suponer que le ha pasado algo. —No … todo bien mi amigo. Necesito me ayudes mañana a primera hora para comparar mis resultados. Sé que te asombraran. Acepté la invitación del profesor Sánchez. Después de todo era un catedrático honorable en la universidad y si sus palabras eran ciertas, sus años de investigación habían dado frutos ahora. Llegué desde temprano a su casa. Se miraba que el pasto de la entrada había crecido mucho y también existía basura tirada. El lugar parecía abandonado. Toqué a la puerta y al cabo de unos segundos, el doctor abrió. Su barba había crecido y poseía unas grandes ojeras en su rostro. Hablaba con una voz un poco apagada y mostró una leve alegría al verme. —Qué gusto me da verte, mi estimado Edgar. Han sido semanas difíciles, pero debo explicar mi descubrimiento con alguien, y ese serás tú. Te he elegido por que siempre fuiste un buen alumno —explicó el doctor animado. —Eso me da gusto, profe. ¿Pero que ha descubierto? —pregunté y el hizo un ademán con su mano. —Sígueme… Pasamos sobre un oscuro pasillo. Dentro de su casa todo estaba desordenado, libros en el suelo y algunos matraces en las mesas. Existían herramientas quirúrgicas en la cocina y una pecera con agua estancada. Llegamos a una puerta y la abrió, era la entrada a su sótano. —Todos estos años he estado obsesionado con lograr modificar la estructura corporal de los organismos. Hace poco pude aislar los genes que provocan el mimetismo de los camaleones y de los calamares. Mediante procesos de PCR pude crear un suero para inyectar a un organismo vivo y modificar su pigmentación corporal —explicó el doctor mientras prendía las luces de su angosto sótano que poseía instrumentos de un laboratorio profesional. —¿Y con qué tipo de organismo utilizó el suero? —cuestioné y Sánchez meditó dudoso de contestar. —Me podrás cuestionar, pero pude encontrar un indigente que gustoso quiso ayudarme. Le di alimento y vivienda en las últimas semanas y le coloqué el suero. En los días posteriores a su inyección, lo mantuve en completa observación dentro de una cabina reforzada de cristal. —¡Una persona! ¿Eso no es un delito, doctor? Va contra la ética profesional. —Bah… tonterías, muchacho. Si no se experimenta con un organismo inteligente, esto no resultaría factible. Seguramente gane un Nobel después de esto —dijo seguro de sí mismo. El doctor se dirigió a una parte del cuarto cubierta por una tela y la quitó. Encendió las luces y pudo verse una cabina de cristal vacía con una cama algo desarreglada y alimentos descompuestos dentro.

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—No sé ve nada, profesor. ¿No ha escapado? —pregunté temeroso, observándolo con desagrado. —Podrías ayudarme a buscarlo —dijo maliciosamente, al momento de abrir la escotilla de la cabina. Se acercó a mí y me empujó con fuerza hacia adentro. —Necesito alguien que verifique hasta dónde he logrado avanzar. Y lo importante. Ver a mi criatura en acción. —¡Doctor! ¿Qué le sucede? Sáqueme de aquí —exclamé mientras golpeaba los muros de cristal. Pronto se escuchó ruido dentro de la cabina. La cama se movió y poco a poco emergió una deformada y monstruosa criatura. Al principio parecía no haber nada. Pero pronto un ser con una piel grisácea y largas patas se fue materializando en el cuarto. Sus brazos eran alargados y de su deforme cabeza salían pulposos tentáculos. Su piel cambiaba de color por ratos y a veces se observaba la mitad de su cuerpo y la otra desaparecía por intervalos, tal como si se mimetizara con el ambiente. Babeaba mucho y sus ojos eran de color azul. —Vaya… ha crecido el bastardo. Creo que le ha sentado bien la comida. Espero le agrades también —mencionó el doctor mientras tomaba apuntes. Tomé una vara que estaba adentro y estuve a la defensiva viendo cómo esa bestia mutante me observaba directamente a los ojos. Este se acercó malignamente hacia mi ubicación y extendió sus tentáculos hacia mis piernas, sujetándolas con fuerza. —¡Ayúdeme! ¿Qué diablos es esto? —exclamé agobiado. La demencial criatura comenzaba a desgarrar mi piel con una serie de filosas garras. —Tal parece que mi pequeño engendro ha evolucionado de su etapa larvaria. La poca apariencia que tenía del cuerpo del indigente ha desaparecido y ahora muestra un vigoroso cuerpo de quimera —dijo Sánchez acercándose al cristal de la cabina, me observaba con saña y se despedía de mí con sus manos—. Ahora serás parte del alimento de mi pequeño experimento. Sé que habrá más comida como tú en el instituto. —¡Maldito sea! —grité, intentando liberarme de la bestia. Ahora sus extremidades pulposas se aferraban a mi cuerpo, desgarrando mi piel con un tipo de filosos picos que sobresalían de las ventosas. Pronto la criatura me rodeó el cuello con sus largos brazos y me estranguló desquiciadamente. Estaba atrapado sin escapatoria alguna. El maldito engendro acabaría conmigo. Ahora nadie sabría sobre el diabólico experimento del doctor Sánchez.

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Sobre la autora: Melisa Cosilión (Texcoco, México, 1988). Egresada de la Ingeniería en Agroecología de la Universidad Autónoma Chapingo (2010). Ha publicado en las revistas literarias Salamandra (UACh) y Va de nuez (Guadalajara)), publica el poemario a dos manos Flor y tiempo con Enrique Cisneros (2007); Ha participado en las antologías Mujeres en el Arte (MéxicoEspaña), Mujeres poetas en el país de las nubes (Oaxaca), Maya Cartonera (Chiapas) y con el Colectivo Entrópico de la Ciudad de México. En 2017 coordinó la antología Poesía desde la Coyuntura: voces para caminar. Publica el poemario Aguardiente con Ediciones Ave Azul (2019) y es compiladora de la antología Casa de los espejos (2020) con la misma editorial. Aparece en la antología Pequeñas formas de habitar el silencio (Versoterapia, 2020). Actualmente colabora en el Diario Opinión de Yucatán.

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V

uelvo a la tierra con el pecho entre las manos, los labios rojos, húmedos en sangre. Las rodillas me responden titilando como copas llenas de cristales, de vino y su color. Si alguien me abriera sus brazos, si pusiera su vientre para recibirme de nuevo a la vida, si me devolviera en su parto a mi naturaleza. Tengo sin embargo la certeza de que no pertenecen mis manos a esta hora, ni mis gritos, ni mis pasos a esa ruta. Remontando con mil plumas de águila, levantando mi cabeza de cóndor… voy al viento. No me esperes, no otra vez, no me mires, no otra vez así. Me duele crisparme ante tus ojos que no me miran, que no desdoblan la luz para buscarme.

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Sobre el autor: Demasiado viejo, ya, para morir joven, Víctor M. Campos nació en la Ciudad de México en 1976. Es, también, licenciado en Docencia del Arte y tiene un pie en la maestría en Intervención social, Cultura y Sociedad por la UPO. Es cuentista publicado por el Fondo Editorial de Querétaro, con los títulos La Diablera y otros cuentos (2005), Los Cuentos del Arcángel (2006); además por algunas revistas electrónicas. Desde 2009 imparte talleres de escritura en el Museo de la Ciudad, también en Querétaro, y actualmente es parte del Colectivo Punto Ciego que desarrolla proyectos de investigación a propósito de la discapacidad, la educación y el arte.

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E

l tonto de Morgan olisquea la pala y el bulto de cal. No tiene la menor idea de hacia dónde nos dirigimos. Nunca hemos paseado en coche y está emocionado por eso. Anda de un lado a otro, olisquea, orina las paredes de la batea. Leticia gira el switch y arrancamos. Hoy las calles y el cielo son más grises. Un cielo y unas calles que ya pronto no volveré a ver. Pienso en mí, trepado en el avión que me llevará a otro país; pienso en el Morgan, metido en el hoyo que lo llevará quién sabe a dónde. Escucho el gruñido uniforme de la camioneta. Viajamos a baja velocidad hacia el cerro más cercano. Las calles están vacías. A través del parabrisas, en la línea del horizonte, veo el cerro manchado de verde. No habrá más ladridos del tonto de Morgan en estas calles. No habrá más el recoger su mierda tibia con bolsas de plástico. No más de sus lengüetazos ásperos. Leticia ya no insiste. Se cansó de hacerme la guerra. De un manotazo barrí con las opciones que puso encima de la mesa. «Morgan es mi pedo», le grité la última vez. Entre Leticia y yo ya no hay palabras. Vamos sentados, el uno junto al otro, mirando las calles, el cerro. Los ojos de Leticia son dos moneditas de cobre sin brillo. Maniobra con indolencia, agarrando el volante con una mano, sobre el tramo de terracería. Por el espejo lateral miro la nube de polvo que se levanta a nuestro paso. El cerro cada vez está más cerca. El hoyo, la oscuridad, también. El Morgan ladra, impaciente, sin saber lo que le espera. Leticia se detiene junto al montón de árboles. Gira el switch, se baja de la camioneta y se aleja caminando con la cabeza agachada. A mí me toca traer al tonto de Morgan; a mí empujarlo fuera de este mundo. Quisiera golpearme la cara con los puños cerrados. De un salto, el Morgan baja y se echa a correr por ahí. Corre y ladra invitándome a jugar. Intento pasar saliva, pero una pelota negra se me ha atorado en la garganta. Muy despacio me acerco a él y el tonto lo celebra dando un giro sobre las cuatro patas. Alguien me contó que al morir uno debe atravesar un río de aguas turbias y que solo con la ayuda de los perros lograremos llegar a la otra orilla. Sonrío con amargura frente a la posibilidad de morir, cualquier día, y luego morir otra vez ahogado en aquel río. Leticia se acerca, la miro y me hace la señal: levanta las cejas avisándome que ha llegado la hora. Entre las manos trae las dos jeringas hinchadas de líquido blanco. Me pongo en cuclillas y llamo al Morgan que viene hacia mí olisqueando entre las piedras. Le echo los brazos al cuello y lo sujeto con fuerza. ¿Cómo puedo estar haciendo esto? Apenas siente el primer pinchazo e intenta zafarse de mí. Me pongo en pie y dejo que corra. Con la mirada busco el rostro de Leticia, pero la lluvia de sus ojos ha borrado hasta su último rasgo. El Morgan, con un pie en el más allá, se tira al suelo y jadea mientras sus párpados se vuelven pesados. Descansa la cabeza sobre la tierra, entre las patas delanteras: su respiración se hace tenue hasta parar en un suspiro. Leticia se acerca, le acaricia la cabeza y sin ningún esfuerzo lo pone panza arriba. La lengua del Morgan, laxa, cuelga por un lado del hocico. Ella le clava la aguja en el pecho, a la altura del corazón, y despacio oprime el émbolo hasta vaciar la jeringa. Luego va hasta la batea y avienta al suelo el bulto de cal y la pala. Sube a la camioneta, gira el switch y nos dejamos atrás para siempre.

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Sobre la autora: Silvia Favaretto es presidenta de la asociación Progetto 7LUNE que difunde la cultura hispanoamericana en Italia. Ha editado 11 libros entre prosa y poesia (ediciones en Costa Rica, Argentina, Colombia, México, Honduras, El Salvador). Es jurado del Premio internacional de poesia Castello di Duino y del Certamen internacional de poesía Altino. PHD en la Universidad Ca’ Foscari de Venecia, es docente y traductora. Ha participado en el Festival de Rosario (Argentina), Medellìn (Colombia), Amada Libertad (El Salvador), De los confines (Honduras).

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háblame de esas palabras vestidas de féretros que habitan mi inocencia Alejandra Pizarnik

D

ejar de ser joven, de ser bonita, de ser amable. Arrojar la verdad como quien en serio la sabe. Dejar de ser quien esboza sonrisas de muecas y arrugas excavadas en la cera. Hundir una y otra vez en el pozo una soga para pescarme o ahorcarme que no sé si es exactamente lo mismo. Licuarme en la embotada nada del consuelo, encontrar en mis entrañas la chispa para prenderme fuego al pelo y prenderle fuego al centro cívico y a la estación. Un poema, quizás, como un tizón ardiendo como una navaja que se clave en cada uno de mis deseos.

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La vela Obra de Sahara Cygnus

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Sobre el autor: Ajedsus Balcázar Padilla es un escritor Mexicano de Ciencia Ficción, Terror y Poesía. Nació el 29 de octubre de 1993 en Chiapas y vive actualmente en San Cristóbal de las Casas. Maneja la revista de literatura independiente «El Axioma» y ha publicado en varias plataformas digitales como; Sexta Formula, Espejo Humeante, Teresa Magazine, Polisemia Revista, Fanzine Letras Públicas, Teoría Omicron y Revista Letras y Demonios. Forma parte de la antología “Solar Flare – OVNI” de Editorial Solaris (2020). Entre sus aficiones entra en especular sobre posibles realidades, imaginar en mundos fantásticos y caóticos. Publica sus trabajos regularmente en su blog “El Axioma (Ajedsus)” https://elaxiomablog.wordpress.com/.

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E

xisten fantasmas tatuados por todos lados, espectros de amores olvidados. Demonios de peleas ingratas. Ángeles de enamoramientos efímeros; besos y caricias plasmados con un cincel invisible. Todos somos partes de esta película, de este filme de locos por la vida. De este cortometraje trágico de unos minutos, de esta emoción que se encarna en el corazón y en el alma. Somos títeres con libre albedrío. Listos para seguir actuando para la eternidad, nuestros relojes de arenas son cortos, pero nuestra esencia en el aire perpetua. La más leve caricia del aire nos graba en esta cinta etérica de existencias, de formas y aromas. Guerras, tratados de paz, descubrimientos fantásticos; desilusiones fatales, viajes, aventuras, amoríos y rupturas. Dios se ríe de nuestra actuación, se mofa en ocasiones, se agobia a cada instante, intenta dirigir la mejor película, ya sea que los actores sean buenos o malos, el espectáculo debe continuar, sea necesario un buen desenlace sea indispensable la extinción… más actores vendrán. Millones de historias hay por contar, tal como estrellas en el cielo. Las constelaciones son simples teatros llenas de óperas y dramas eternos. Polvo estelar, suspiros de dioses cada planeta, un escenario grabado en el telar del tiempo. Las acciones quedan incrustadas en este mural, hay mucho que pintar. Memorias del viento y a volar, no hay mente existente que pueda captar lo inmenso de este paisaje imposible de imaginar… Llévame lejos y no me dejes de pensar. Incrusta mi existencia en tu manto. Haz que mis recuerdos no tengan final. Memorias del viento somos. Formamos el simple palpitar de un pensamiento; somos el aire que sacude tu cabello.

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El huracรกn mรกs turbulento. Somos simples memorias del viento.

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Sobre la autora:

Sabo de Oporto (México, 1994). Escritora. Pasante de la Carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas de la UMSNH. Nació en Tacámbaro, Michoacán; actualmente reside en Morelia. Ha sido publicada en el sitio web Literatinos y Círculo Literario de Mujeres; en la revista Katabasis, Ouroboros, Almicidio, y Periferia. Además, ha sido incluida en una antología de microrrelatos por parte de Umbra Dispensario, lanzada en diciembre de 2020.

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E

stoy aquí, escribiendo en mi pobre mesa con la tinta negra sobrante. He tenido pesadillas donde la humanidad desaparece, donde se extingue a causa de la guerra, del clima desastroso, de su irracional forma de actuar ante una crisis planetaria, y de su egoísmo ante el materialismo e individualidad que le ha conducido a la enfermedad de la antipatía emocional por el prójimo. He de confesar que me he levantado de mi vieja cama repetidas veces, mirando a mi rededor, carcomido por el miedo a causa de mis horridas pesadillas. Reviso una y otra vez hasta convencerme de que aún no he muerto. Cuando caigo en cuenta de que este hombre aún respira, entonces comprendo que solo he sido víctima de mis visiones paranoides alentadas por la deshumanización de nuestra especie. En ocasiones, a fin de analizar las acciones de nosotros mismos en este mundo en el que vivimos, me pongo a leer intrínseca literatura como Indigno de ser humano, 1984, El fin de la Eternidad, o La metamorfosis. Otras veces me da por leer textos históricos respecto al poder político, como lo son Las conversaciones privadas de Hitler, Así fue, o Los relatos de Kolimá. Y en otras me da por reflexionar sobre nuestros actos a través de textos fabulescos como el archivo de cuentos chinos: El sueño de Zhang Zhou y otros…, Las fábulas de Esopo, o Las Fábulas de La Fontaine. Cansado de tanto pensar, a veces por lo que leo o analizo sobre nosotros, tomo un poco de agua y me pongo en este escritorio a divagar en la nada, escribiendo como ahora lo hago. Pero tristemente esta actividad pronto para mí acabará y usted, mi testigo lector, no sabrá nunca más de mí a causa del agotamiento de la tinta de esta pluma. Sin embargo, no quisiera que estas últimas gotas fuesen desperdiciadas en divagaciones sin sentido, y por ello os pido que penséis más en el mañana porque, de lo contrario, el mundo desaparecerá y con él nosotros también. Y en verdad, lo que más quiero creer en este momento es que en definitiva para todos habrá un amanecer, y no un fatídico destino de destrucción.

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Sobre la autora:

Balthier Gallant. Ha obtenido diversos reconocimientos académicos. Tiene experiencia como revisor (a) y corrector (a) de estilo de libros para su publicación y digitalización, y en mantenimiento de libros. Es escritora. Ha publicado con anterioridad textos de su autoría en sitios como: Periferia, Círculo literario de mujeres, Literatinos, Almicidio, Revista Geronte, Teresa Magazine, El elefante azul y Revista literaria Alborismos.

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L

os padres ignoran a sus hijos. Los hijos se burlan de sus padres. Los hermanos se odian con más frecuencia. Los amigos se han perdido. Es más importante lo que se finge a lo que es real. Los buenos modales a nadie le resultan interesantes o importantes. La amabilidad, el desinterés, la sinceridad, la honestidad, se han esfumado. En este papel trazo las letras que atestiguan que la falta de valor en todo por los humanos en el mundo, en este mundo, me ha orillado a no poder realizar la crucial tarea de valorar mi propia vida. Hoy soy un suicidio más entre miles o millones. Hoy no me queda más que pensar que si hay otra vida quiero habitar en un lugar diferente, uno donde vea todo lo que aquí ya no existe.

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Sobre los autores:

Benjamín Román Abram (Lima, 1970). Sus cuentos y reseñas se han publicado en diarios, antologías y revistas nacionales e internacionales como El Comercio, Correo (Huancayo), Heterocósmica, Fabulador, Umbral, Buensalvaje, Cosmocápsula, miNatura, Agujero Negro, Plesiosaurio, Zona libre, etc. Es autor de los libros de relatos En Envase Pequeño y Bioficciones. También cultiva la poesía y la ha publicado en diversos medios. Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Es administrador de la revista Babeblicus (literatura general). Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018).

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n el año 2040 la tendencia hedonística ya era poderosa; ahora, en el 2140, en un mundo en que las necesidades tradicionales de las clases media y alta están satisfechas, este rumbo se ha desbordado. Surge en sus ciudadanos, de manera casi forzosa, la necesidad de llevar a cabo actividades más radicales para combatir el aburrimiento. Para tales demandas, un buen empresario, favorecido por un estado demasiado laxo con la moral de sus ciudadanos, puede hacer el negocio de su vida; basta realizar un pequeño estudio de mercado y luego ofrecer algo superfluo y absurdo. El zoocentro es una preciosa sabana artificial (la cual da la impresión de extenderse cientos de kilómetros, mediante mecanismos virtuales), con un clima a la medida, repleta de animales salvajes y domésticos: desde leones, tiburones y cocodrilos, pasando por monos saltadores, sapos tóxicos y anacondas, hasta ronsocos, puercos, caballos, perros, gatos y algunas especies de roedores mascotas. Los insectos y los arácnidos permitidos no están incluidos en el servicio, son alimento real para los seres insectívoros. Toda esta fauna convive en esa casi reserva natural que se adapta a las necesidades de cada especie: los carnívoros no cazan, sino que son alimentados con carne ajena a la presente en la sabana. Los herbívoros tienen vegetales. El servicio consiste en trasladar temporalmente la consciencia de los visitantes, previo examen médico, a los organismos-envase de la fauna, para que así tengan una excitante experiencia interactuando en un ambiente que no es el suyo. Los usuarios pueden quedarse hasta dos semanas, de otra forma algunos empiezan a olvidarse de su pasado y asumen que son fauna. Las mentes animales a su vez se guardan en los cerebros humanos, bajo medidas de seguridad, adormilados y con alimentación especial, porque si no tuvieran nada en los sesos los clientes caerían en un estado vegetativo irreversible. Los animales a veces se enfrentan, aunque por regla general ninguno se hiere, sino que hacen alardes o simulan. Todos son monitoreados desde el centro de control y, en caso de que las personas, introducidas en esos cuerpos no humanos, dejen aflorar demasiado salvajismo, las alertan mediante un chip a la conciencia para que reaparezca su humanidad y se moderen. Las actividades usuales son explorar el ecosistema, comer dormir y aparearse. También hay voluntarios que se someten al experimento de una conciencia humana más atenuada y tienen diez horas de excitante viaje, más una membresía para usar esos servicios una docena de veces. Firman, por supuesto, un documento que libera a la empresa por cualquier daño que pueda ocurrirles, salvo tratamiento psicológico de avanzada. Pero nunca falta algo que se salga de control: nadie previó que una inusitada tormenta solar iba a dejar por unos milisegundos fuera de línea a todos los sistemas que controlaban las conexiones eléctricas neuronales. Un sujeto-leona acaba una elaborada coreografía con un sujeto-cervatillo. Pero algo sucede: lo despedaza y la sangre mancha la sabana, asustando a los empleados más jóvenes. Por fortuna, los especialistas contienen con rapidez la furia de la bestia y la adormecen. El jefe principal del zoocentro se preocupa, el atacante era una personalidad del mundo del espectáculo, pero se tranquiliza, el cervatillo era uno de los voluntarios, además su conciencia permanece, aunque se encuentra flotando por el lugar. Lo esperado es que se introduzca rápidamente en un nuevo receptáculo orgánico de emergencia, mas la tormenta solar ha trastocado los enlaces. El hombre a cargo hace un rastreo sináptico, se pone a reflexionar al respecto y pronto cree hallar la respuesta. Le pregunta a uno de sus empleados: —¿Usaste el veneno contra las cucarachas ayer? —Sí, y con toda seguridad no ha quedado ni una.

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El jefe le dice a todo su personal: —Si ven algún bicho rondando por ahí, ¡no lo maten!, podría tratarse del voluntario. Tras varias horas de búsqueda, encuentran a la cucaracha que da vueltas, se detiene, los mira. La mente que habita en el animal le pertenece a Henry, estudiante universitario de dieciocho años. Los científicos deben apurarse en pasarla al cuerpo humano original, pues los padres del joven acaban de llegar para recogerlo y se encuentran esperando en el recibidor. Tal vez no los puedan demandar, pero la publicidad que recibirían sería pésima. La asistente del Centro de Control ve al inmundo insecto en el piso y lo aplasta, se oye como un globo reventado. Un robot de limpieza aspira el cadáver. Al día siguiente, el padre del muchacho llama, indignado, al laboratorio del zoocentro: —Algo va mal con nuestro hijo, ¡hoy se ha comido todo lo que encontró a su paso, hasta el pegamento de dos latas! No sé qué diablos han hecho con él, bribones, soluciónenlo ahora mismo. El jefe principal le responde que no se preocupe, que solo es un pequeñísimo detalle, que traigan a Henry. Llama a uno de sus empleados y le consulta: —¿Qué te dijo el gerente de ciencias? —Que ya solucionó el asunto y que, si vuelve una tormenta solar, sismo o lo que sea, nada grave pasará. —¿Queda alguna mente humana disponible de algún voluntario, pero de los que no tienen hogar? —Sí, la de ese vagabundo y que está en el experimento de hombre-bestia. —Ese servirá, tráelo ya mismo. «Tenemos que abrir diez sucursales en los próximos cinco años», se dijo sonriendo.

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Sobre el autor:

Demasiado viejo, ya, para morir joven, Víctor M. Campos nació en la Ciudad de México en 1976. Es, también, licenciado en Docencia del Arte y tiene un pie en la maestría en Intervención social, Cultura y Sociedad por la UPO. Es cuentista publicado por el Fondo Editorial de Querétaro, con los títulos La Diablera y otros cuentos (2005), Los Cuentos del Arcángel (2006); además por algunas revistas electrónicas. Desde 2009 imparte talleres de escritura en el Museo de la Ciudad, también en Querétaro, y actualmente es parte del Colectivo Punto Ciego que desarrolla proyectos de investigación a propósito de la discapacidad, la educación y el arte.

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Z

igzagueante, con la mirada vidriosa y la sonrisa estrábica cruzó, como pudo, bajo el marco de la puerta. Intentó agarrarse de mí; intentó besarme sin conseguirlo. Fui yo el que tuvo que agarrarla para evitar que se cayera al suelo. La arrastré hasta su cama y la acosté de lado. Me aseguré de que respirara. De su bolsa asomó el cuello largo de una botella de ginebra. Ahí estaba esta mujer a la que ni siquiera podía sostenerle la mirada; esta con sus caderas afiladas y los senos pequeños abandonada de sí, con ese mohín sardónico en los labios. ¿Dónde estaban sus habituales gafas de armazón grueso? ¿Quién sería ese hombre por el que preguntaba entre balbuceos y risas? La agarré de los tobillos y subí sus piernas a la cama. Le quité las alpargatas y fui al clóset por una cobija. Al volver la encontré perniabierta y con la falda subida. Sentí un golpe seco en el estómago que me dejó sin aire. Allí estaba su calzón negro con los espirales de vello púbico asomándosele por los resortes. Me abochorné. Me perturbaba mi falta de escrúpulos al mirarla descaradamente. Solté la cobija. Me acerqué a ella y saqué la botella de la bolsa. Giré la tapa y le di un sorbo largo. El regusto amargo me llenó la boca con sus formas bulbosas: sentí náuseas y otro poco y no logro reprimir el vómito. Corrí al baño por si acaso. Cada mañana esta mujer aparecía en el pasillo envuelta en una toalla. Cada mañana la roomie pasaba muy cerca de mí y rozaba su cuerpo tibio contra el mío. Buenos días, decía socarronamente, mientras yo, atragantándome con mi propia saliva, apenas podía contestarle. Ahora estábamos ahí: ella navegando en las aguas calmas de la borrachera; yo, al volver del baño, sin saber qué demonios hacer. Le di un segundo trago a la botella y me limpié la boca con el dorso de la mano. ¡Qué asco! Ella se movió en la cama y balbuceó. De su bolsa resbaló un espejo pequeño en forma rectangular. Dentro de aquel espejo encontré mi rostro convulso y esa sonrisa vergonzosa ya asomada a la superficie. No lo pensé más. Fui a la puerta y la cerré con seguro.

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Sobre la autora: Irma Lozano Ramírez. Arandas, Jalisco, México. 1973. Ha publicado: en el periódico NotiArandas dos poemas, en el Caballo Negro dos sonetos periódicos locales de Arandas, Jalisco en la página virtual café de letras con algunos haiku e ilustraciones. Ganadora del segundo lugar de los Juegos Florales 2017, Encarnación de Díaz, Jalisco. Con el poemario El umbral Del fénix. Actualmente participando en dos antologías: 1: Los Cuentos de la Campana, libro que se está editando por la fundación del pensamiento editorial de Arandas, Jalisco. Participando con el cuento El sonido de la oscuridad. 2: Mujeres Poetas de los Altos de Jalisco; libro que ya fue publicado por el ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco, viendo la luz el 4 de marzo del año en curso participo con dos haiku, otro haiku se tomó como portada para la revista virtual el colibrí https://www.facebook.com/Collhibrirevista/ . Acreedora a un reconocimiento en el II encuentro de poesía haiku llamado Una gota de agua, el cual se llevó a cabo en Zapotlanejo, Jalisco, realizado por la fundación TAU y casa de la cultura Zapotlanejo.

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I

E

n la alborada con el canto de alondra sobre la rama.

II Zureo que anida de las aves en celo dicha divina. IV De voz callada ya quedo la arboleda las aves duermen. V Rosal pĂşrpura alfombra de pĂŠtalos, sudario de luna.

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Sobre la autora: Marcia da Luz Leal, Nacida en Iretama, Paraná, Brasil, el 18 de octubre de 1971, es Profesora de Lengua Portuguesa y Española, Licenciada en Hostelería, Maestría en Políticas Públicas y Desarrollo. Obras: Revista Sures- (Revisora Técnica), Brasil, Duc in altumRevista Brasil, D-Arte Londrina, Revista Brasil, El Almacén, Revista Perú, Pluma, Revista Buenos Aires, Perro Negro de La Calle, Revista México. Libros: Cuentos de la Frontera. Historias del Policía Militar Cotidiano en la Frontera, Brasil, Revisora- (Cuentos cortos) Libro y proyecto Literatura en movimiento, Brasil, Libro (Capítulo): Voces de la educación, Brasil, Libro (Capítulo): Educar es un acto político, Brasil, Libro Cuento, Poesía, Crónica (Antología), Brasil, Libro: El fruto de tu vientre (Colección), Brasil., Olvídame (Colección), Brasil.

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a incredulidad y la inmadurez gobiernan a muchos seres genuinos, la poción mágica para la plenitud está lejos de ser descubierta, surgen voces enfáticas en la mente inquieta: ¡los explotados tienen la culpa! ¡Eres el protagonista de tu fracaso! Después de escuchar tales declaraciones, terminamos acordando. Olvidamos que el secreto de la existencia va mucho más allá del entretenimiento injusto, ¡Culpas segmentadas, respuestas esperadas! La utopía de los cambios sigue lentamente, la mayoría de las veces no es así. Los fracasos se transfieren, las culpas se vuelven a hacer y se ocultan. Los sueños olvidados, la vida atrofiada sigue sin emprender, ¡Nos acostumbramos a Vivir de por vida! Optimismos miopes, discursos falaces. Culpamos a la ociosidad, evidenciamos el hacerlo. De manera atroz e inhumana seguimos con incredulidad. Negamos la inmadurez, ¡nos olvidamos de estar a la altura de VIVIR!

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Peligros del amor Obra de Silvia Favaretto 69


Sobre el autor:

Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Es administrador de la revista Babeblicus (literatura general). Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018).

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N

o era muy tarde para salir de aquel centro comercial, ubicado en el distrito de San Juan de Miraflores, en Lima Sur, pensó el padre. Iván y su hijo Marco, de siete años, llevaban productos para la cena. Ambos vivían en un pequeño piso, solos, pues la madre del pequeño falleció dando a luz. Desde aquel momento Iván se hizo cargo totalmente del infante; lo cuidaba y engreía como todo buen progenitor. Cogieron las dos bolsas con productos para la semana y el papá decidió abordar un taxi. No tomó los que estaban aparcados cerca, ya que los precios que pedían los choferes cerca al comercio eran exorbitantes. Optó por que subieran a uno que paró unas cuadras más allá. ¿Cómo iba a imaginar que el taxista cambiaría de ruta, frenaría y los obligaría a bajarse del auto? El delincuente lo amenazó a él y a su pequeño con una pistola; se hallaban en un lugar oscuro, a pocas cuadras de su casa. Cerca de su hogar había muchos sitios sombríos. El atacante obligó a las víctimas a que estuvieran de pie, mencionaba lisuras que el niño no debería oír. Le espetó a Iván que se iba a quedar con los víveres y que le diera su celular y su billetera con sus tarjetas de crédito. Este hizo caso de todo y abrazó fuerte a su hijo, pero no sospechaba que el ladrón tenía intención de secuestrar a Marco para asegurar su huida. El golpe con la cacha del revólver aturdió al papá y cayó de costado. El asaltante le dijo que no se moviera, que no fuera idiota o le dispararía al infante. Iván se puso de pie rápido y gritó pidiendo ayuda. El criminal atravesó de un tiro el pie izquierdo de Marco, quien chilló llamando a su papá. Fue tanta su maldad que amenazó con que si Iván se volvía a mover le haría un agujero al mocoso en medio de los ojos. El estallido no pareció alertar a los vecinos; los hechos se desarrollaban con rapidez. Iván no soportó más aquella crueldad y se abalanzó contra el maldito. Las dos balas que el hampón le descerrajó no penetraron del todo en su carne, el asaltante se sorprendió, dejó caer a Marco sobre la pista, retrocedió y le disparó en la cabeza al adulto sin penetrarla. El atacado dejó de avanzar, se desplomó, estaba herido y el ladrón subió a su carro con lo robado. Pero no pudo avanzar ni un centímetro porque el vehículo se elevó y se aplastó. El truhan, antes de que se diera este súbito fenómeno que desafiaba las leyes de todo lo que conocía, escapó por una ventana, mas no aterrizó en el suelo, se halló flotando con el cuerpo estirado, no podía moverse ni hablar, maldijo en su mente y se cagó en el pantalón. Primero se le reventaron las rodillas. Segundo, los codos. Sus intestinos se hicieron papilla. El canalla aullaba de dolor. Por último, su cabeza se derritió como si su cráneo estuviera hecho de cera. Iván logró vengarse. Se arrastró llorando hacia su hijo desmayado y lo besó. Las autoridades llegaron pronto para auxiliarlos. Padre e hijo fueron atendidos enseguida. El niño se repondría, dijo un paramédico. Un policía le preguntó que pasó. Iván guardó silencio. Ni él mismo se explicaba qué había sucedido. Ya pensaría en ello más tarde. Los presentes no se explicaban lo ocurrido. A pesar de que los agentes de la ley taparon el cadáver, había gente espantada, los murmullos no se detenían. Alguien, de entre la multitud, dijo: «El poder de un padre…»

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Sobre el autor:

Jesús Prado. Escritor nacido en La Unión de San Antonio, Jalisco. Cofundador de la revista literaria Perro Negro de la Calle. Sus obras literarias ahondan temas de actualidad, poesía urbana, política, melancolía, amores y desamores, pero sobre todo, una honestidad tremenda en cuanto al análisis y exploración de las pasiones y enigmas de la existencia contemporánea.

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—Q

ué ganas de escuchar un jazz en vivo—, pensó mientras los sonidos chirriantes de los fierros llenaban la calle. Hacía más de un año que no asistía al bar en el que se presentaban grupos locales de rock: los ritmos y los tragos de aquel sitio siempre han sido memorables; siempre evocan tiempos lejanos, sueños perdidos en la memoria, alejados todos de estos días de epidemia, de soledad atemperada, tiempos en los que la soledad es motivo de crisis nerviosas y una inusual actividad social intramuros. Esta época, en que los besos se encuentran cancelados por las indicaciones sanitarias, él sintió la imperante necesidad de ver a Julia una vez más. Si bien es cierto que solo la había visto un par de ocasiones y ambas en compañía de más personas, ella había causado una indecible sensación de ansiedad; un deseo de tensión inesperada que hacía mucho no experimentaba. Sin duda hay sucesos en la vida que marcan el rumbo, acontecimientos que siguen los pensamientos de personas que habitan las ciudades en estos tiempos. En los días en que se vacían las avenidas, para rebosar de ruido y de gente enseguida, los ciudadanos se refugian en el hogar promedio, rodeados de los demonios que han sido ignorados desde siempre. En el caso de Isaac no podía sacarse de la cabeza la imagen de aquella mujer tenue que había conocido a inicios del año anterior: no podía sacar de sus recuerdos las pequeñas manos, aquellos labios lindos; pero lo que más lo perturbaba era aquella imagen en que el rostro de Julia en el momento que comenzó a hablar de su pueblo, justo ese pequeño instante en el que su cara cambio de expresión, aún no se explica cómo ese recuerdo había llenado la mirada de aquella niña en transmutación, y la había convertido en el reflejo de dolores cautivos en un espacio de territorio y tiempo. En otros tiempos ella sería una compañera más que hubiese conocido sin trascendencia, pero en estos días en que la sombra de la demencia invade las mentes de las personas confinadas, él desea en lo profundo un beso de contrabando y un jazz bien rápido. Dios difícilmente cumple los deseos de los desposeídos y sin duda Isaac era uno de ellos: un burócrata medio cuyo único mérito con aquella niña había sido comentar sobre los excesos del gobierno actual, además de quejarse de la tardanza de la construcción de la línea tres del tren ligero. Creo que la mayoría en algún momento hemos sentido ese sentimiento de arrepentimiento que nos invade después de ciertas conversaciones tendenciosas, o de acciones reprobables que cometemos presas del delirio incomprensible de la novedad. Después de caminar por calles y calles, ella seguía en su mente. Él se castiga por su torpeza, mientras la ciudad continúa indiferente, alejada de las necesidades de individuos dados al delirio. Son las cuatro de la tarde y las flores amarillas que decoran la entrada de aquel recinto resisten las heladas por la noche y ese sol insoportable de invierno: ese sol que cala de manera distinta, que reseca los labios y el corazón. En el pórtico de aquella casona vieja solo persiste el ruido de teclas que se oprimen, teléfonos que suenan, conversaciones impersonales de requerimientos, número de oficios, disculpas protocolarias que tanto enfadan a quien las ofrece y a quien las recibe. En medio de aquel escenario tan común, tan resuelto a solucionar conflictos de agenda y a zanjar diferencias entre los márgenes de escritos elaborados en serie, se volvió a acordar de Julia no es preciso decir que fue por el ambiente de ese sitio, sino por aquella realidad que lo llevaba a trabajar en las calles, incluso en medio de aquella pandemia que ya ha cobrado la vida de decenas de miles de personas. Es curioso cómo nos cubrimos de la tragedia con pensamientos pueriles en los que se ausenta la razón, esos trances oníricos que nos dejan atados por instantes a espejismos abrazadores formulados por nuestras mentes atormentadas.

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Isaac se imaginó a Julia al fondo de aquel pasillo, deseó que aquel tintineo frágil fuera la señal secreta entre ella y él, ese o cualquier sonido reflexivo que invitara a los presentes a poner atención. Se la imaginó como una pequeña criatura que surge en medio de la montaña de expedientes, libros de gobierno y libretas en que los apuntes que se confunden con las indicaciones establecidas en la junta de las diez.

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Sobre el autor:

Diego Daniel, 1992, Zapopan, Jalisco. Narrador, autor de textos aparecidos en revistas como Himen, Espora, entre otras, y antologado en los libros Si era dicha o dolor, Olmo MartĂ­nez: el ilustre desconocido y En la boca del viento.

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U

n disparo. Parece que mataron al sol: cae el ocaso a la par del sonido de fuego que ya desaparece. Las calles encharcadas, vacías. Las lámparas son adornos que podrían ser bien distinguidos durante el día. Un grupo de pájaros, que cuento en dos segundos, están distraídos con un árbol frondoso. No los culpo: sus ramas son parajes extraños, más que deseables. Pareciera que en él se depositan algunas de las llamas del ya débil sol. Contemplando el ramaje, no se inmutan con el disparo: sostienen el vuelo mirando frutos secos, confiados. No se inmuta tampoco la lluvia, que sigue cayendo, aunque solo presagiando su extinción. Me pregunto si sí sucedió. No hay nadie a mi derredor que me lo confirme con una mirada o un grito llano, o que tan solo finja haberlo escuchado (como pasa últimamente en la ciudad) y me vea con ojos fríos, labrados lentamente por el miedo. Me ato a imaginaciones extrañas mientras no sé muy bien a dónde camino ni por dónde lo logro; me enmaraño en mis calles interiores y en las que recorro con las piernas (creo que en ambos casos me estoy dirigiendo hacia el sur, pero puedo equivocarme. En estas aceras no encuentro direcciones válidas; el sur no es siquiera el norte, o cambia, o mi mente lo marea). Me siento un pájaro nómada entrometido en un nuevo universo, donde el único sonido es el de las gotas que explotan en todo, donde el viento me confunde, me fuerza a sentir fronteras que no veo y me repite en eco un disparo; siento que también dentro mío llueve, cerca del pecho se condensa el agua y fluye hacia mi cabeza. A pesar de encontrarme solo en la calle, siento que algunos conocidos me miran, pero ¿quiénes son esos conocidos míos? Apenas sé utilizar mis piernas, no sé muy bien cómo. La parte baja de mi pantalón escurre agua que acumuló durante el tránsito —¿de dónde procedo?, no lo sé—; por mi cabeza, libre de cabello, se deslizan todavía algunas gotas y llegan hasta mi boca entreabierta: tienen un sabor amargo, como a semen. Desde que oí el disparo, creo haber caminado un par de calles, lucen igual a las anteriores, pero ya totalmente abandonadas por el sol, y en esta en que camino, hay una lámpara funcional. Alrededor de ella, cientos de moscos acaparando la luz. ¿Por qué no hay nadie en la calle? La lluvia ha cesado. Casas y casas similares, con puertas altas: lucen tan viejas como inhóspitas; diría que las han construido así de viejas, tienen cadenas grandes para protegerlas de no sé qué. Me pregunto si se cuidan a sí mismas de mí. Es todo lo que logro ver con la pobre iluminación. Tomo consciencia de la situación, mas no dejo de sentirme observado. Decido llamar a un taxi a por mí. No sé muy bien a qué destino solicitar que me lleve, pero supongo que tendré bastante tiempo para pensarlo, mucho tiempo será para decidirme entre tan solo dos opciones. ¿Y si fuera necesario decidirme por la segunda? El disparo solo lo he oído yo, ¿quién detonó el arma? Casi podría jurar que ha sido alguien sordo, mudo, invisible, inexistente: nadie más existe aquí. ¿Entonces estoy yo? ¿Quién lo confirma? Mis labios apenas pueden gesticular a la bocina del teléfono: «Estoy perdido, localice mi llamada y búsqueme, por favor. No me moveré de aquí». Escucho el tono intermitente; creo que, de haberlo, mi interlocutor ni siquiera me ha escuchado; no logro estar cierto en eso, ni en otra cosa. Intento confirmar que no hay nadie del otro lado, pero el «¿bueno?» se queda a medio camino, el hilo de mi voz se rompe en mi garganta: parece que nunca saldrá. ¡Escucho ya una voz lejana! «¿Bueno?, ¡bueno! ¿Hay alguien ahí?» ¡Ay, no sé si lo digo o

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lo imagino, o lo escucho al otro lado de la línea! La realidad es que no tengo éxito para comunicarme, nunca lo tuve. Quizá por la suerte que me caracteriza, apenas tengo temor de que algo suceda; es más el deseo de que eso ocurra. Todo luce tan extrañamente plano, tan acabado. Y no reconozco nada de lo que me rodea: esas casas viejas y altas —quizá estén envolviendo al mundo real—, la única lámpara útil en un considerable perímetro, moscos regordetes de sangre, agua inmóvil ya en el suelo, y el eco del disparo, que no ha terminado de existir en mi cabeza; quizá es él el que me observa. ¿Y por qué me debería extrañar no reconocer lo que me rodea? Tengo suerte de encontrarme solo. Tal vez debería reconsiderar mi situación: convertir mi estado de perdido a encontrado, a en el encuentro. Tiene cierta fascinación esto: no hay necesidad de admitir alguna pausa a mis divagaciones, como siempre la hubo lastimosamente. Puedo sentarme aquí, a pensar en el disparo. ¿De dónde vino ese sonido? ¿De verdad fue un disparo? Y ahora que recapitulo, desperté con el sonido del disparo. Podría ser que la detonación ocurrió en mi sueño, en mi inconsciencia. Tendría todo el sentido que no huya de mi cabeza. Creo pensar en alguien. Tengo necesidad de escribir. De mi abrigo tomo un bolígrafo y un trozo de papel, por fortuna seco; es lo único que está seco. Creo que alguien me piensa. Escribo: Ahora que no llueve demasiado, / ahora que los troncos son transparentes, / que las hojas flotantes escurren / —el hombre azul se divierte destruyéndose—, / ahora que tú me crees / puedo mirarme a los ojos / en el espejo de la noche / y saber que soy. Pero no lo sé, no lo hago. Todo obscurece: todo se esfuma. No tengo ya nada en mis manos. No es ya nada de lo que fue: me percibo como un grano de arena en una profundidad vana. Alguien me nombra, escucho que alguien se comunica conmigo. ¡Sabía que estaba bajo observación! Me llama con un lenguaje ajeno. ¡No: son disparos! ¡Alguien dispara! ¡Nada logro ver! ¡No me siento en espacio! ¡Disparos rebotan en esta noche mía! ¡Oh, solo queda contener el sonido y no decir nada! Los disparos comienzan a parecer risas, cada vez más leves. ¿Quién dispara? ¿Por qué solo yo soy con esos sonidos? Más vale desaparecer… más vale deshacerme de mí… Silencio… Alguien camina en mis adentros, en mi pecho. O es la palpitación de mi corazón. Alguien me llama. Entreabro los ojos: es de día allá afuera. Suena un disparo.

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Inhรณspito Obra de Sahara Cygnus

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Sobre la autora: Karla Macías (Alefilos) nació en la ciudad de Lagos de Moreno Jalisco en 1981, actualmente radica en Aguascalientes, Aguascalientes, gusta de la apreciación de cualquier manifestación artística, su pasión es la poesía.

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egros luceros reflejando la inmensidad de la misma creación donde la razón no encuentra retorno al sosiego, memorias que recorren rincones, sigilosas impidiendo el escape.

Entre dudas afiladas con temores, sutiles mascaradas maquilladas, destellos de magia transformando su energía en años luz. Caminante que en binarias entrelaza dos almas entremezcladas en la fugacidad de un deseo, macabro sondeo de sombras perplejas sin poderlas separar. Explosiones gravitacionales de espíritus orbitando en libertad que con júbilo celebran la fuerza de su voluntad, en par alumbrando el camino destinado al umbral, diurno resplandor que repite el ciclo por la eternidad.

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Sobre la autora: Alejandra Cruz Castillejo nació en Michoacán, México, en 1983. Graduada como Lic. en Educación Primaria en la Escuela Normal Urbana “Profr. J. Jesús Romero Flores”. Colaboró en la Antología Normalista en 2004. Actualmente ha publicado en las revistas Rigor Mortis, Perro Negro de la calle, Cantera, Posada Almayer, así como en páginas de difusión cultural.

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a válvula de presión marca cero, ello indica la falta de uso y la cualidad de impecable. De esta se despliega una manguera de tela, acomodada con tal simetría, que pareciera que alguien dedicó todo su esmero en colocar cada pliegue proporcionándole equilibrio, como si se tratase de una carretera peligrosa cuyas curvas invitan a volar por los aires. Sin duda alguna, este artefacto jamás se ha utilizado, carece de las huellas que deja una emergencia. Jamás alguien ha accionado la llave para regar el vital líquido en los recovecos donde el fuego se desboca y se convierte en cruel devorador. Abajo sobre el piso, luce por su limpieza un bote de basura, sin rastro de contener ni el más minúsculo papel. No cabe posibilidad de que alguna vez hubiese sido un contenedor vomitivo de basura, como esos que hay en algunas oficinas. A la derecha, un contenedor redondo, cuyo curioso letrero hace la aclaración de su uso «no soy bote de basura, soy extintor», como si la autoestima del extintor hubiese sufrido una baja por el exceso de faltas de respeto al llamarlo «bote de basura», o por haberlo insultado al arrojarle un trozo de papel. Seguramente quien se dé a la tarea de leer ese letrero, realizará un profundo acto de conciencia sobre la existencia del extintor, recreando en su mente los momentos torturantes que este ha sufrido, sentirá vergüenza al haber pensado en tirar desechos en él, dándose cuenta que su intención pecaba de osada. Entre el bote y el extintor, hay una puerta de emergencia, al igual que la manguera perfectamente acomodada, nunca se ha usado para el fin que fue creada. Este conjunto existe en espera de entrar en acción ante algún acto de máximo aprieto. De momento simplemente forman parte de la decoración protocolaria. El pasillo donde se encuentran estás curiosidades, peca de blanco marmoleado, con paredes ligeramente curveadas, similares al suave movimiento de una sosegada serpiente. Decorado por trece lámparas incrustadas en el techo, iluminando las puertas de cristal esmerilado de cada consultorio. Nadie se imagina lo que ocurre tras esas puertas; probablemente alguien expulse sus demonios, alguien los reciba y otro los aplaste. Quizás el mal con el que se lucha es invisible, tanto que simplemente existe en la mente de quien lo percibe, llegando a ser intangible para los demás. Menos absurdo, es que ahí, simplemente existan males físicos, cuya cura se encuentre en las manos y mente de un especialista altamente facultado para salvar el día, el mes, el año o la vida. Al fondo se observa una luz que sobrepasa a toda artificialidad. Es la luz natural que entra por el alto ventanal. ¡Suficiente luminosidad! Para ese recodo del pasillo. Con ese aspecto hipnótico, captura la atención de quienes que se encuentran en el otro extremo. En esa marmoleada sala; las citas se acumulan, se retrasan, se empalman, siempre hay en espera. Algunos sufren un ataque de bostezos, mientras otros ansiosos esperan. No todos están agobiados, algunas damas con alta necesidad estética acuden para borrar las imperfecciones profundas de sus rostros. Cualquier precio se paga si no naciste con el laurel de la belleza, ¡lástima que el ADN sea tan cruel! Y nos desenmascare en las próximas generaciones, no perdona el perfeccionamiento externo. Repentinamente sale una mujer del consultorio 1212, aturdida, cubriendo sus oídos, con lágrimas rodando, y además en plena histeria. Su cabello rizado revolotea entre sus manos, como si una fuerza externa poseyera su roja melena. Voltea, sus tristes ojos buscan alrededor, parece que quisiera huir del lugar. La secretaria le interroga. Ella intenta hablar, no puede, simplemente balbucea. No se comprende lo que dice. Busca una salida, en fracción de segundos ve que del pequeño pasillo emerge la luz hipnótica, corre hacia ella como si fuese la señal que esperaba. Segundos después, el estruendo de cristales se escucha mientras

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caen. ¡La mujer se ha ido! ¡Voló como un pájaro sin alas! Tras ella el esposo corre a salvar lo insalvable, todo se ha perdido, ella se fue sin avisar, simplemente voló. El doctor se lleva las manos a la cabeza, la confusión se apodera de él. Abajo, el personal de valet parking ha quedado enmudecido, uno de ellos voltea hacia el piso 12, el ventanal se ha roto con una fuerza descomunal, la misma fuerza que se aceleró llevando ese cuerpo hasta esa posición contra en suelo. La sangre salpicada sobre sus uniformes, es la prueba para saber que fue un humano quien ha caído, pero por qué. Con un tono irónico se preguntan por qué sucedió. Aquí, no todos son preocupones, algunos tienen una noticia extrema que contar al salir del trabajo. Tal vez lo difundan camino a casa, al llegar, en el comedor o como una historia más para matar el tiempo jugando a los detectives. Quizás sus inferencias los conduzcan a concluir que ella sufría una tristeza infinita, la cual la llevó a terminar con lo que le restaba de vida. La multitud ha rodeado el cuerpo con singular curiosidad, no todos los días una mujer cae del piso 12, logra sorprender al valet parking hasta enmudecerlos, y, además, muere con una sonrisa dibujada en su sangrante rostro, mientras su cráneo a manera de mofa, deja entre ver al habitante que protegió durante más de cuarenta años. Ella la mujer voladora, llegó muy puntual a su cita número cinco, siempre llegaba algo confundida quizás por el pésimo equilibro del que gozaba su cuerpo, pero sin duda cada que salía de su consulta parecía que la habían torturado. Nunca llegaba sola, siempre la acompañaba su esposo, ambos llegaban de la mano, confirmaban su cita, se sentaban en las sillas mostaza mientras llegaba su turno. Al salir ella lloraba de forma incesante y dejaba ver en su mirada el dolor físico que la invadía, los observadores quedaban sorprendidos al verla. Meses atrás, la dama había perdido toda nota auditiva, en el lado derecho para ser exactos. El día en que visitó por primera vez al doctor Shouter, recibió noticias lo bastante desalentadoras como para llenar sus frascos de depresión hasta el tope. No había más que un cinco por ciento de posibilidad para que escuchara nuevamente, con la misma claridad y así alejarse de la confusión. Una ola de zumbidos torturantes le aquejó desde el primer instante en que ensordeció; no la dejaban ni a sol, ni a sombra. Aun en el silencio más profundo siempre la torturaban, estaba a punto de enloquecer. Para ella el silencio había dejado de existir, simplemente se esfumó. Esos zumbidos endemoniados nunca pararían, la acompañarían de por vida. El equilibrio no sería precisamente su arte más desarrollado. Así que tomó la única salida que le ofreció el doctor Shouter. Para el especialista, la opción era prácticamente un juego azaroso, las posibilidades eran casi nulas, pero aun existentes y aunque su rostro se alegró, a la vez emitió un dejo de duda. La anestesia estaba surgiendo su efecto, era el momento de insertar el líquido. Él la sentó sobre la silla, de forma delicada acomodó su barbilla y le recargó la cabeza. Ella respiraba agitada, el nerviosismo se manifestaba en sus manos sudorosas, nunca le habían gustado las agujas y mucho menos sentir dolor. Definitivamente esta era una nueva experiencia, como si fueran pocas las que ya había experimentado. La jeringa estaba preparada con el líquido, ella en posición y el doctor tras el lente enfocaba el punto a pinchar. La aguja entró, traspasando el tímpano, sintió un leve dolor emitiendo un quejido rutinario. La punta continuó su recorrido hasta alcanzar una masa blanda. El dolor se convirtió en algo intenso que comenzó a irradiarse por las venas cercanas, se expandió a los ojos llegando hasta las cienes. El líquido comenzó a emerger, circuló por la cóclea para luego descender por la garganta, pero eso no era importante, porque el dolor ocupaba su pensamiento y las lágrimas manifestaban el amplio sufrimiento. En ese momento, la

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adolorida pensó en el valor de su desgraciada vida, sintió como si esa explosión dolorosa representara al cúmulo de momentos infelices del pasado. La aguja fue sustraída, ella sintió descansar. Mientras el doctor la recostaba, la mujer veía como las paredes se deformaban y se le venían encima. Cuando pensó que el procedimiento ya había terminado, fue sorprendida con otra dosis, sintió el peor de los dolores, similar al de una cuchilla que atraviesa el cerebro. A punto del desmayo quedó, cuando al fin el doctor terminó su obra. Las lágrimas no paraban, la confusión la hundía, deseaba salir corriendo, debía agendar otra cita para su próximo momento torturante. Y así fue tras cada atención médica, afuera las caras sorprendidas por su extraña conducta. Pero ese día rompió todos los esquemas, el dolor se transformó en confusión y delirio, al punto de perder la cordura, quería dejar de sentir, ya no le importaba volver a escuchar o sacudirse el zumbido, simplemente quería sentirse libre. Así que vio en la luz un llamado de libertad, poco le importaron los doce pisos. Mientras caía por los aires sus oídos se abrieron y pudo escuchar el ruido que hacia el viento al rose con el edificio, el caer del chorro de agua en la fuente del jardín delantero, el ascensor abriendo sus puertas a nuevos pasajeros, el bebé que lloraba al apartarse de los brazos de la madre, los autos emitiendo pitidos en pleno tráfico; un sinfín de armonías que le alegraron el alma. El tratamiento había funcionado, pero ya nadie lo sabría. Los zumbidos infernales al fin se habían esfumado, sonrió al saberse libre. Se imaginó cayendo sobre nubes de algodón, aplastando todo su sufrimiento. Sonrió, miro al cielo, extendió la mano hacia él. Su corazón emitió el último latido en el aire. Se adentró en la más feliz muerte.

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Sobre el autor:

Jesús Prado. Escritor nacido en La Unión de San Antonio, Jalisco. Cofundador de la revista literaria Perro Negro de la Calle. Sus obras literarias ahondan temas de actualidad, poesía urbana, política, melancolía, amores y desamores, pero sobre todo, una honestidad tremenda en cuanto al análisis y exploración de las pasiones y enigmas de la existencia contemporánea.

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VI

E

sa noche Federico soñó que tenía piernas larguísimas con las que podía saltar cuadras enteras; que podía, por ejemplo: avanzar de un solo paso el cruce que se encuentra después del puente de Independencia o que saltaba la distancia entre Juárez y Vallarta. Es curioso cómo los sueños pueden ser considerados sucesos premonitorios; como las noches avanzan desde la penumbra del pensamiento hasta la irrenunciable realidad de la vida cotidiana. Ya por la mañana, Federico se despertó de muy buen humor, desayunó un cereal con leche, un pan de muerto de dos días y salió, como siempre a luchar contra el tráfico de la salida a Tlajomulco; montó un urbano atestado de humanos responsables de que la perla de Occidente sea la segunda ciudad más importante del país. A pesar de ser lo que es, Federico nunca se ha caracterizado por su empatía con sus semejantes, después de bajar del camión pensó: —esta gente huele más de lo que existe, qué mal que tenga que andar de camión en camión. Necesito un coche—. Llegó hasta su siguiente parada y luego a la otra, caminó seis cuadras más y de ahí a su oficina. Era un miércoles cualquiera, saludó con amabilidad a Laura de finanzas y se enfiló hasta la puerta de su dirección. Tenía meses sin leer el periódico, y lo primero que descubrieron sus ojos fue que un arzobispo había vendido los derechos para explotar la imagen de una socorrida figura religiosa. Él no era particularmente un creyente muy ferviente; sin embargo, como fuente imprescindible de opinión que a nadie le importa, despotricó contra el jerarca de la iglesia en Facebook y Twitter. Las cosas son más llevaderas si puedes con ellas molestar al mayor número de personas. Siguió su jornada laboral como todos los días, se reunió con su jefe y hablaron de oficios, formatos, asuntos pendientes… del quehacer cotidiano en su trabajo, se dieron las cuatro de la tarde y se dispuso a salir a hurtadillas sin que nadie se diera cuenta. Cuando cruzaba el pasillo que comunica con el comedor, una voz femenina lo llamó con paciencia y dulzura, era Lili, la secretaria particular del Lic. Gorostiza, que le llevaba un trozo de pan que su jefe convidó a todos los miembros del equipo del ejecutivo. Ella era linda, bajita y con una voz melodiosa, tan dulce que embelesaba hasta a los más amargos de la administración. Federico aturdido y poco práctico no iba decirle nada, pero al final en un gesto ajeno a su temperamento, la invitó a comer; ella aceptó de buena gana, pero con las reservas que cientos de mujeres salen a las calles en este país, tan regadas de sangre y desigualdad; con el miedo de encontrarse un loco o un enfermo que habita en un cuerpo de un triste oficinista o un tipo simple en esta ciudad. Se vieron el jueves de la semana siguiente, fueron al café Unión: el lugar es agradable, con sillas un poco incomodas, el café es bueno, así como el pastel de zanahoria que Federico dio a probar a Lili. La materia con la que estamos fabricados los seres humanos es demasiado extraña para un relato al aire, o para una conversación casual con una compañera linda de la oficina. A pesar de eso Federico abordó temas espinosos como los partidos políticos, la tiranía que amenaza con más vigencia nuestros días; la violencia en las calles; la desigualdad que genera la mayoría de los actos delincuenciales en el Estado. Todos estos datos fueron demasiado para la linda Lili, no por ser insensible, ni por no tener interés en los temas relevantes del país: lo que sucedió es que ella solo pretendía tener una conversación intrascendente con un chico que le caía medio bien.

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Bebió su café y atenta, solo se dedicó a escuchar con una fina educación, mientras Federico se daba gusto en sus críticas que a nadie le interesan; un par de sándwiches, un jugo de mango, café y un trozo de pastel de zanahoria fue su comida, ambos regresaron a la oficina. Él convencido de que los alienados invaden la democracia nacional. Ella segura de que esa fue la última vez que tendrá contacto con ese imbécil.

VII La vida trascurre de maneras que nunca entenderemos. Los días vuelan, pero a pesar de lo que piensan los habitantes del mundo, las personas no cambian; todos seguimos caminos trazados, condenados a la indiferencia de las sociedades y los individuos. A pesar de lo que podríamos pensar, cada uno de nosotros tiene más conductas que nos acercan al mundo animal que a ser considerados como seres desarrollados, somos estampa e imposición del hombre mismo. Las formas de convivencia y de las formas gregarias caracterizan a las especies altamente evolucionadas, existen muy pocos pueblos que se han librado por completo de los atavismos de la barbarie y de las costumbres destructivas, herencia de nuestros antepasados homínidos. En estricto sentido evolutivo ya no podemos ser considerados humanos excepcionales, toda vez que las habilidades heredadas por nuestros ancestros han sido remplazadas por algunos avances en las ciencias y en la técnica. Todos estamos inmersos en un camino común en el que la comunidad se distiende y el individuo se convierte en un número de la estadística nacional. A pesar de alcanzar una época dorada en las comunicaciones, hemos dejado de lado las relaciones interpersonales, a pesar de que los medios de trasporte nos permiten el traslado de mercancías y personas de forma vertiginosa, cada vez estamos más alejados de nuestros vecinos y nuestros seres queridos. Son tiempos en los que el amor tiene vigencia de segundos; mientras que la soledad colectiva se aloja en la mayoría de los corazones. La humanidad se dispersa en libertades individuales que dejan al colectivo a merced de caprichos sectarios que sepultan la solidaridad y la fraternidad. Estos temas son demasiado para el hombre del mundo de nuestros días, el cual se pierde en la competencia y la mezquindad, resultado de un adoctrinamiento que nos ha dejado desde guerras globales, hasta la miseria parasitaria que carcome las entrañas de las sociedades. La existencia de Federico nunca ha sido la excepción: un hombre joven de treinta años, inmerso en la vorágine de la vida cotidiana; no es más que el claro recordatorio de que en el mundo siempre ha habido movimientos sociales y fenómenos naturales, que han jugado su papel, equilibrando los números de una humanidad increíblemente adaptable, que en pocos años acabara con todo. A nadie le interesa, es cierto, y menos a Federico: su trabajo en la oficina, las salidas de fin de semana y sus problemas de identidad; no le dan tiempo de pensar en la devastación del Bosque de la Primavera, la quema de pastizales secos, la sobreproducción bobina y las poluciones de los autos cada vez más abundantes en las ciudades. Él lo que necesita son cortes baratos, autos que desear y casas en las que nunca vivirá. Aquel sábado se levantó después de mediodía se apresuró a ir por una torta ahogada a la esquina y una cerveza bien fría; las devoró y bebió ávidamente, esa mañana la resaca era notablemente inclemente le dolía la cabeza, las piernas y extrañamente tenía una punzada en la parte posterior izquierda del torso. —Ya no estoy para esto—, pensó mientras se recostaba

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en su cama sin hacer. Tenía un poco de temperatura y prendió el ventilador, lo puso directo en su cara mientras veía el tercer capítulo de una serie vieja que nunca le gustó. Era uno de esos sábados que mejor sería que no existieran, una noche antes había recorrido algunos de los bares más concurridos de la zona de Chapultepec, fue a Cervecería Chapultepec, el Escutia y al York Pub, al que por equivocación entró. Bares llenos de hombres y mujeres que son escupidos de trabajos e industrias que les dan vida a las grandes ciudades, gente que abunda en número, que llenan comercios en los que se exponen cuerpos, canciones y conceptos que diversifican los gustos: algunos eclécticos, otros tan antiguos como esta ciudad. Federico recordó brevemente los rostros de las gentes que junto con él entraron en calor con la ingesta de vodka, mezcal y cerveza de barril; no recordó la conversación que sostuvo con los tipos en las filas del baño. Él lo sabía al día siguiente; muy profundamente; después de todo solo somos un instrumento de la casualidad: cargó su celular y en medio de la amnesia etílica, revisó el listado de llamadas realizadas la noche anterior. Tenía registrado el número de Gema; una foto de WhatsApp que no le decía nada, con una mujer cuyo perfil de Facebook solo enunciaba una frase de superación personal sacado seguramente de algún libro del momento. Además de eso, tenía registradas un par de llamadas: una a la media noche; la otra después de la una y media. Ambas breves, menores a tres minutos… ambas plagadas de la soledad que cosecha todos los días, de esa resistencia que solo surge en él en los días de exceso y que el domingo en la mañana le recuerdan siempre lo solo que está.

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Sobre la autora: Karla Macías (Alefilos) nació en la ciudad de Lagos de Moreno Jalisco en 1981, actualmente radica en Aguascalientes, Aguascalientes, gusta de la apreciación de cualquier manifestación artística, su pasión es la poesía.

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D

entro de ti el universo entero, tierra mística en tus entrañas, el sol resplandece cuando amaneces, ojos fanales en el abismo de la perdición. Murmullos perspicaces entre céfiros dejando un te amo al descubierto, divino empíreo que en tu Ser habita, fetén sentimiento ineluctable. Amor insólito indeleble del alma solano que entre ramas estremeces el árbol sagrado de la vida en mi amor.

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Soledad Obra de Silvia Favaretto 91


Sobre la autora: Marcia da Luz Leal, Nacida en Iretama, Paraná, Brasil, el 18 de octubre de 1971, es Profesora de Lengua Portuguesa y Española, Licenciada en Hostelería, Maestría en Políticas Públicas y Desarrollo. Obras: Revista Sures- (Revisora Técnica), Brasil, Duc in altumRevista Brasil, D-Arte Londrina, Revista Brasil, El Almacén, Revista Perú, Pluma, Revista Buenos Aires, Perro Negro de La Calle, Revista México. Libros: Cuentos de la Frontera. Historias del Policía Militar Cotidiano en la Frontera, Brasil, Revisora- (Cuentos cortos) Libro y proyecto Literatura en movimiento, Brasil, Libro (Capítulo): Voces de la educación, Brasil, Libro (Capítulo): Educar es un acto político, Brasil, Libro Cuento, Poesía, Crónica (Antología), Brasil, Libro: El fruto de tu vientre (Colección), Brasil., Olvídame (Colección), Brasil.

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P

rometió no lastimarla Prometió cuidar de ella. ¡Así que se recuperó! ¡Así que se permitió! Creer en promesas. Después de todo, ¡el amor tiene prisa! ¡Hoy se siente destrozada! Arañazos y grietas pueblan tu Ser. Ilusiones perdidas ¡Utopías sentidas! ¡Promesas, nada más que promesas!

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