Perro Negro de la Calle No.54 Marzo 2021

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l invierno está muriendo. Y no quiero ser tan optimista (suelo ser todo lo contrario) con estas palabras, pero: la pandemia está dejando de ahorcar, por lo menos eso parece. La normalidad, lenta pero constante, está regresando a nuestras vidas, y la vacunación está a la vuelta de la esquina (si mi lindo y surrealista México se pone las pilas). Ante la latente búsqueda del retorno a nuestros ayeres antes de la pandemia, algo que no ha dejado de ser constante es la creación literaria y artística, ergo, el calupoh permanece. Y ya van 54 números… ¡Vaya compilación! Este marzo del 2021 nos adentraremos a viajes poéticos y narrativos que solo pueden ser encontrados de esta manera aquí, en Perro Negro de la Calle. Latinoamérica habla, cuenta, declama sus letras en estas hojas digitales; un refugio para quienes desean ser perpetuados en los algoritmos infinitos de la web. Daremos pues la bienvenida a la primavera y, yendo en contra de mi propia esencia, no está de más ni sobra agarrar un tanto de optimismo, pero no mucho, porque luego nos cegamos. Libero entonces a este Perro de leyenda número 54, el cabrón está inquieto. Amaury R. Ledesma

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Sobre el autor: A.G. Nacido en Cd. Juárez, Chihuahua, 1996. Sus escritos han sido publicados en: Revista colhibri, Perro Negro de la Calle (en su número 49&51), autor.libro, letrantes.wordpress, maldito bucowski. Creador de contenido poético en su página: https://m.facebook.com/profile.php?id=228190440720734&ref=content_filter .“Escribe al fin y al cabo para él, pues escribe sin esperar ser leído”.

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omar más de la cuenta, Fumar más de la cuenta, maldecir más de lo que agradeces, quejarse más de lo que te esfuerzas. Hasta cuando seguirás viviendo en este mundo, pensar en el nihilismo y otorgarle justificación para no dejar de tocar fondo. Dales provecho a los pequeños destellos de lucidez que atraviesan tu depresión. Damos todo por perdido, cuando estamos apunto de atravesar la tormenta.

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Sobre la autora:

Irma Lozano Ramírez. Arandas, Jalisco, México. 1973. Ha publicado: en el periódico NotiArandas dos poemas, en el Caballo Negro dos sonetos periódicos locales de Arandas, Jalisco en la página virtual café de letras con algunos haiku e ilustraciones. Ganadora del segundo lugar de los Juegos Florales 2017, Encarnación de Díaz, Jalisco. Con el poemario El umbral Del fénix. Actualmente participando en dos antologías: 1: Los Cuentos de la Campana, libro que se está editando por la fundación del pensamiento editorial de Arandas, Jalisco. Participando con el cuento El sonido de la oscuridad. 2: Mujeres Poetas de los Altos de Jalisco; libro que ya fue publicado por el ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco, viendo la luz el 4 de marzo del año en curso participo con dos haiku, otro haiku se tomó como portada para la revista virtual el colibrí https://www.facebook.com/Collhibrirevista/ . Acreedora a un reconocimiento en el II encuentro de poesía haiku llamado Una gota de agua, el cual se llevó a cabo en Zapotlanejo, Jalisco, realizado por la fundación TAU y casa de la cultura Zapotlanejo.

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resagio de amor al sentir tu mirada placer en flor.

II Hoguera en la piel laberinto de arena amor a granel. III Lecho y pétalos marejada de aromas estamos solos. IV Sobre mi pecho golondrinas tornasol vuelo en picada. V Sangran mis horas se posterga en la grieta mi desolación.

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Sobre la autora:

Esmeralda García (1970, Guadalajara, Jalisco. México). Estudió la licenciatura en Psicología y maestría el Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. Se desempeña actualmente como profesora en nivel secundaria. Poeta independiente, en proceso de autoconocimiento permanente. Ha publicado el poemario Mujer Esteparia (2019), Antologías: Poéticas desde los Sures Femeninos: Despatriarcalizando la poesía. (2020) Colombia; Versas y diversas. Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea (2021) Universidad Autónoma de Aguascalientes. México. Revistas digitales como: Perro Negro de la Calle, La Coyolxauhqui, Almicidio, La Maricada entre otras.

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estida de soledad, las sabanas se extienden en la ausencia, arroparse carece de coherencia.

El espejo refleja, las cuencas vacías donde brillaba la poesía; el maquillaje ya no esconde las ajadas marcas de mi rostro. Soy la espectro errante, de pasos cautelosos y silenciosos, como los gatos que me acompañan. Tomo sorbos de café en la deshabitada estancia. Estoy vestida de sol nocturno con un poco de edad: SOL-edad.

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Sobre el autor: Carlos Eduardo Díaz nació el 5 de noviembre de 1971 en la ciudad de Buenos Aires, República Argentina. La mayor parte de su vida transcurre en San Francisco Solano, Quilmes, provincia de Buenos Aires. Desde su juventud viene escribiendo letras de canciones, relatos de ficción y escritos reflexivos de índole política e histórica en redes sociales y blogs propios. Los últimos años ha colaborado con escritos de historia familiar y local en la página web de la Agrupación Histórico Cultural Pueblo Kilmes. Lleva editados dos libros: Patria y familia. La memoria de los descendientes Díaz Torino en la reinterpretación del saber histórico argentino (Ediciones Encontrarnos; 2020) y Memorias de aquel tiempo adolescente en San Francisco Solano (1982 1989). (Ediciones Encontrarnos; 2021).

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uancito, despertate! Tenías razón... ¡lo dijeron recién en la radio! ¡lo escuché!». Me desperté sobresaltado por las sacudidas de mi pobre abuela. Aun mirándola extraviado, sin entender que estaba pasando, vociferó: «¡El Presidente pasará hoy por Solano! En el tren que lo lleva a La Plata». Cuál resorte salté de mi cama, le di un fuerte abrazo a mi abuela y salí corriendo a la calle. En los días previos circularon dos rumores entre los pibes del barrio. El primero, lo que mi abuela había escuchado en la vieja radio a válvulas. El segundo, que unos hombres malos del Norte «volarían» el Puente Negro para liquidar a quien ellos llaman «El Tirano». Junto con Víctor, Carlitos y Ramón habíamos acordado no menospreciar el segundo rumor ya que ambos estaban en estrecha vinculación. A pesar de las interferencias en la comunicación radial logramos establecer que Víctor y Ramón serían la vanguardia en el teatro de operaciones, allí donde el cauce del Arroyo Las Piedras se cruza con las vías del Ferrocarril Provincial. El sol apenas está asomándose sobre la lejana línea del horizonte. Con Carlitos avanzamos raudamente por el campo lindante a las vías para llegar lo más pronto posible al objetivo. «Pocho», el leal compañero de Carlitos, ya corre a varios metros delante nuestro. Su agudo olfato y su brava presencia podrían ser de gran ayuda en la batalla a librar. Víctor me señala con sus brazos la posición de aquellos sujetos. ¡Entonces ordeno una ofensiva coordinada, mezcla de malón y grupo comando, sobre el enemigo! Las ráfagas de balas repiquetean en la oxidada estructura de hierro, otorgando un efímero resplandor al oscuro puente, en el rincón más austral de Quilmes. Nuestro rápido y valiente accionar logra desbaratar el atentado y los tipos nefastos escapan despavoridos hacia los campos de Varela. Al escuchar el pesado andar de la humeante bestia mecánica ocultamos las ametralladoras de palos de escoba y las pistolas de antiguas y herrumbradas herraduras. En ese preciso instante logramos vislumbrar al presidente Perón que nos saluda alzando uno de sus brazos, a la vez que nos regala su enorme sonrisa.

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Sobre el autor: J.R Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Monolito, Retruécano, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Revista Sputnik, La Gualdra, entre otras.

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uis jaló un banquito y se subió en él. Sólo así pudo alcanzar las puertecitas que custodiaban la repisa de arriba del clóset. Ahí estaba el Niño Dios que había comprado su mamá. Era casi del tamaño de un bebé real, de porcelana. Con esas enormes pestañas y pecas chapeadas que suelen pintarle los artistas, y que le dan un aspecto femenino y suave. Lo tomó y cerró muy bien las puertecitas. Se bajó con cuidado y llevó al Niño Dios a su habitación. Con pintura roja, coloreó su rostro y le colocó un traje de diablito que compró durante Halloween. Llevaba rato preparando la broma. No era la primera, la navidad pasada sustituyó a los pastores por figuras del Señor de los anillos. Y hace dos años pinto el rostro de dos de los reyes magos, de manera que parecía que Baltazar había traído a sus hermanos a contemplar el nacimiento del Señor. Ni siquiera la Pascua se salvaba. Logró que su mamá le rezase por meses a un cuadro de Obi-Wan Kenobi ...antes de que se diera cuenta y la cambiara por una foto de Keanu Reeves. Le gustaba ver a su madre y a sus tías ponerse de colores. Y decir palabrotas. Su tía Jacinta, llegó a decir que se estaba ganando el infierno. Pero Luis, a sus dieciséis años, ya no creía en esas cosas. Llevó al Niño Dios caracterizado, dentro de una caja y se lo auto-envió en correos, de manera que llegase justo el día veinticuatro en la noche (¡Dios bendiga a los incansables empleados de DHL!). Regresó a casa, satisfecho por su jugarreta. Cuando vio al Niño Dios, sin puntura y recostado en el nacimiento. Metió la mano en su bolsillo y comprobó que estaba el papel con el número de guía del envío. «¿Habrá comprado otro?», se preguntó. Fue al clóset, jaló el banquito y abrió las puertecitas de la repisa de arriba. Un montón de Niños Dioses cayeron sobre él, como el agua de la regadera cuando está al máximo. Pronto, toda la habitación se vio cubierta de ellos. Luchó para no hundirse, pero finalmente uno lo golpeó en la cabeza. La música de los villancicos lo despertó. ¿Era Nochebuena? Seguramente se había quedado dormido durante la oración de la tía Jacinta. Miró hacia sus pies, los cuales estaban rodeados de heno. Quiso moverse, pero no pudo. Luego descubrió otro pastor delante de él, tenía la cara mal pintada, como la suelen tener los pastores, a los que los artistas desprecian y suelen ser los menos lúcidos del nacimiento. Una enorme sombra lo cubrió. Solo pudo mover sus ojos hacia arriba y ver con horror, como su madre acostaba al enorme Niñito Dios.

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Juan Martín Paris. Nace en 1965 en Mar del Plata, ciudad argentina. Actualmente reside en la Patagonia, Argentina. Es geólogo y escritor aficionado. Ha publicado relatos en diferentes revistas: Perro Negro de la Calle, Ikaro, Red Promo Literaria, Fóbica Fest, El Elefante Azul y Ritos.

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l viejito salía del bar con un papel en el puño derecho. Lo apretaba fuerte. Como si su vida dependiera de eso. Una hora antes había entrado casi sin esperanzas. —Te juro, Dios, que si me sacás de esta no hago más boludeces. Como nadie estaba mirando … lo tomé… lo robé… bueno, me lo afané. No sabía nada que era de esos mafiosos, sino ni lo tocaba. Te juro que si zafo… Si el lector pudiera imaginar a alguien con menos luces que Homero Simpson ese era Don Jaime. Eso sí, buen corazón. —¡Don Jaime! —chasqueaba los dedos frente a la mirada perdida del pobre condenado—, vuelva a la realidad… su diosito no lo va a salvar. Présteme atención, que, si alguien los salva, soy yo… Tiene que hacer todo lo que yo le diga. —Escuche y memorice —Claudia conocía las limitaciones de este asiduo bebedor de caña, por lo que hacía especial hincapié en el tema de la atención, ya que tenía un genuino interés en la supervivencia de este borrachín —. Mañana se me levanta temprano y sale de su casa antes de las diez. Ojo que a las diez lo van a ir a buscar a su casa. Camina hasta el centro comercial. A la izquierda de la entrada están los baños, al lado hay una puerta pequeña que dice solo personal autorizado. Usted pasa lo mismo. Tranquilo que no va a haber nadie y quédese escondido hasta las diez y media. No me vaya a salir antes de las diez y media, ¿de acuerdo? Por nada del mundo. Diez y media en punto sale a la calle. Esto lo hace rapidito ya que en la puerta verá el colectivo número 32. Acuérdese, rapidito, que no puede perder ese colectivo. Va a estar libre el último asiento de la izquierda. Se queda sentado, sin llamar la atención. El pobre hombre transpiraba, tenía la mirada clavada en el piso y su mente vaya a saber dónde. —Hasta ahí puedo ver su futuro, después está por las suyas… Le sugiero que se baje en la estación de trenes y se tome algún tren lejos. Desaparezca por lo menos por un tiempo. El tío de Claudia, dueño del barsucho, le había prestado una habitación contigua para su microemprendimiento. Levantó la vista de la bola de cristal y le dijo: —No entendió nada, ¿no? —sentía lástima, compasión—. ¿Quiere que se lo anote? —Por favor, señorita. Media hora después, Don Jaime dejaba el bar con un papel en la mano. Esa noche se iba a acostar temprano, necesitaba descansar. Mañana iba a ser un día movido. Con las instrucciones de Claudia estaría seguro. Al menos durante un par de horas. A menos que el sicario también hubiera requerido los servicios de una vidente.

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n un oscuro callejón de la ciudad de México, a las afueras de un estudio de tatuajes, se encontraba Santiago. Desde hacía varios meses la ansiedad de agregar nueva tinta le corroía, y esta mañana encontró el sitio web del estudio que se encontraba frente a él, y al revisar los trabajos realizados acabó por convencerse de acudir ahí. Eran más que excelentes y la técnica utilizada era muy parecida a la de los tatuajes que ya habitaban su piel. En esta ocasión se trataba de una ilustración con un personaje que parecía azteca o similar. La había encontrado por casualidad hace unos días en una página con ilustraciones de civilizaciones antiguas y al momento supo que era lo que estaba buscando. Al entrar se encontró con un espacio pequeño, minimalista y limpio, una joven bajita de piel clara, con cabello negro largo y lacio se encontraba de espaldas al mostrador, tenía los dos brazos cubiertos con tatuajes de diseños muy extraños, parecían una mezcla de todo tipo de flores, rosas con centros de girasol, violetas con espinas, rosas con hojas verdes enormes en lugar de pétalos, pero, aun así, excelentes. La joven detrás del mostrador, al girar y descubrir a Santiago frente a ella lo saludó con una enorme sonrisa: —Hola, buen día, soy Angélica. ¿En qué puedo ayudarte? —Quisiera saber si podrías realizar este diseño —sacó una hoja de su cartera donde llevaba el diseño impreso y se lo mostró. Después de tomarse unos momentos para revisar el dibujo, Angélica levantó la vista, y le preguntó: —¿Estás seguro de querer este extraño diseño? —Estoy seguro —contestó y se levantó la playera para mostrarle el brazo derecho. —Aquí es donde lo quiero, y para que lo cubran todo, repite los símbolos en todo alrededor, para que parezca que se trata de un brazalete, no hay problema si no puedes. La joven resopló en respuesta, subió el pasamanos para que pasara al interior y con la mano le indicó que se dirigiera a la mesa del fondo. Procedió a encender el estéreo que se encontraba por debajo del mostrador, subió el volumen de la música y se acercó a Santiago para comenzar. Los sonidos de la música que empezaban a llenar el estudio, eran de música electrónica, reconoció, pero no de la que usan en las discotecas, era algo más trabajado, más sobrio, algo que le recordaba por alguna razón, al rítmico traqueteo de las grandes maquiladoras. El primer pinchazo dolió, pero le dio la bienvenida al dolor, con el paso de los años, ya había encontrado agradable esa sensación en su piel y poco a poco, mientras la joven trabajaba en el tatuaje, se perdía entre sus pensamientos mundanos, el ritmo de la música, y en el tarareo ocasional de la tatuadora. Después de casi dos horas, y un par de pausas, Santiago admiraba su nuevo tatuaje, el detalle y realismo del dibujo lo hacían parecer más real que el de la hoja impresa. Pagó a la joven y casi al llegar a la puerta se detuvo, dio media vuelta y preguntó: —¿Hay algún inconveniente si te pido tu número? Ya sabes, en caso de que necesite algo con el tatuaje, o en caso de querer invitarte a salir. Angélica se le quedó viendo y sonrió tristemente. —No me gusta mezclar placer con negocios, disculpa. Y sin más, se dio media vuelta y se dispuso a limpiar los instrumentos. «Qué estúpido, no debí haber dicho eso», pensó Santiago y salió con la cabeza gacha. La calle la encontró casi vacía, después de esperar un par de minutos observó cómo un taxi se acercaba por la avenida, dio algunos pasos mientras hacía señas con la mano para llamar su atención, y este se detuvo unos metros más adelante, se subió y le indicó al chofer la dirección de su departamento, el taxi arrancó y Santiago dirigió su mirada hacia el estudio que se perdía poco a poco mientras se alejaban.

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Esa noche Santiago casi no pudo dormir, cada vez que intentaba conciliar el sueño se veía inmerso en unas pesadillas por demás singulares. Él observaba a través de los ojos de una persona como era perseguido por criaturas hechas de niebla y humo a través de una selva enorme y abundante, tenía la misma ilustración que se había tatuado en el brazo, pero esta había sido marcada con fuego, como si de un animal se tratara. Cada vez que estaba a punto de ser atrapado por esas bizarras criaturas se despertaba sudando e hiperventilando, con una pulsación fuera de lo normal que se desvanecía poco a poco en el área del tatuaje. A la mañana siguiente, Santiago regresó al estudio, pero el local ya se encontraba vacío, un enorme letrero blanco con el mensaje «Se renta» en letras rojas ocupaba casi toda la ventana, fue hasta ahí para que le revisaran el tatuaje por si se hubiera infectado, por fuera se veía normal, parecía haber sanado, pero las extrañas pesadillas relacionadas con esa ilustración y ahora, un constante sentimiento de que lo observaban se ponía peor con cada minuto que pasaba. Al preguntar a la gente que vivía o tenía negocios cerca del local le decían lo mismo, que jamás habían visto que el local estuviese ocupado en los últimos seis meses, que la última persona que rentó ese local era un señor flacucho y anciano, Don Braulio, que había puesto un negocio de perros calientes, pero a las pocas semanas murió de un ataque al corazón mientras laboraba.

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Sobre la autora: Esmeralda García (1970, Guadalajara, Jalisco. México). Estudió la licenciatura en Psicología y maestría el Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. Se desempeña actualmente como profesora en nivel secundaria. Poeta independiente, en proceso de autoconocimiento permanente. Ha publicado el poemario Mujer Esteparia (2019), Antologías: Poéticas desde los Sures Femeninos: Despatriarcalizando la poesía. (2020) Colombia; Versas y diversas. Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea (2021) Universidad Autónoma de Aguascalientes. México. Revistas digitales como: Perro Negro de la Calle, La Coyolxauhqui, Almicidio, La Maricada entre otras.

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longaciones de mi cuerpo junto al tuyo; acercamiento intencionado que busca alcanzarte. De mi boca emerge mi rádula lengua, que busca la ambrosía de tus labios en un beso, conduciéndome expectante a tu mundo desconocido y alucinante. Cerrar los ojos, sensaciones que estremecen mi esteparia existencia, sensualidad al borde de la locura. Tu cuerpo junto al mío caricias audaces, labios ardientes y sudoraciones lenguas húmedas, ríos lubricantes. Deslizantes. Como caracola me desplazo en lo largo de tu presencia, con la lentitud de los siglos, sin ser esclava del tiempo. Caracoleando por los rincones de tu cuerpo.

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Sobre el autor: Juan Luis Henares nació en 1963 en Paraná, República Argentina. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004 obtuvo el Primer Premio en el Concurso de Ensayos Memoria y Dictadura. Sus cuentos han sido publicados en antologías, revistas y webs de Argentina, México, Uruguay, Venezuela, Colombia, Guatemala, Chile, Perú, Cuba, España, Alemania, Canadá y Estados Unidos. En 2018 fue editado su primer libro: Lápiz clandestino. Actualmente prepara el segundo. Web: https://juanluishenaresescritor.wordpress.com/

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a vista desde la ventana de mi departamento, octavo piso en la torre de viviendas para empleados bancarios, es de las mejores que se pueden disfrutar en la ciudad. Aquí puedo ver el parque que nos separa del bloque de los obreros ferroviarios; contemplar el sol surgir tras los árboles en el amanecer es un espectáculo único. Y qué decir de los días lluviosos, como el de hoy, en que al desayunar aprecio los árboles mojados y la copa de los pinos en constante danza al compás de la música del viento. Son placeres que Dios nos regala; gracias a él y a sus representantes en la tierra vivimos rebosantes de amor y felicidad: despertamos, rezamos, cumplimos con las ocho horas del trabajo fijo y las cuatro del rotativo, vamos a misa, volvemos a casa, miramos programas en la televisión, cenamos y, antes de dormir, oramos a la medianoche. ¿Qué más podemos desear? La sociedad en la tercera década del siglo es un paraíso, y cada cual cumple orgulloso su rol en ella. No siempre ha sido de esta manera; cuentan los ancianos que en el pasado reinaba el caos: inseguridad, secuestros, asaltos, asesinatos, guerras. Muchos querían tener más de lo que les correspondía, sin aceptar el lugar que Dios les otorgó en el universo; no entendían que, si aquí eran pobres, en la otra vida se los premiaría con la riqueza eterna. Es lamentable, pero transcurridos tantos años unos pocos disconformes aún quedan. Por ejemplo, meses atrás el portero del edificio se quejó de los bajos salarios que nos abonaban: según él, los miembros de la iglesia gozaban de una privilegiada existencia, con óptimas condiciones materiales y todos los placeres terrenales al alcance de sus manos. Afirmaba que no habitaban simples departamentos como los ciudadanos, sino lujosas villas junto al mar. Escépticos le exigimos traer pruebas, y para no quedar en ridículo prefirió desaparecer. Confirmó las sospechas: era solo un embustero. Los empleos son variados. Aparte del fijo están los rotativos: limpieza de calles y de baños públicos, recolección de basura, mantenimiento de plazas, chofer de taxis y colectivos, ordenanza en escuelas y hospitales, etc. Mi puesto es de administrativo en un banco: este mes lo alterno con el de expendedor de boletos de trenes. Mi mujer es cajera en un supermercado; al terminar cumple el turno de auxiliar en un centro de salud y regresa a casa. Nuestro hijo tiene catorce años y estudia en la escuela secundaria rural que dirige la iglesia. Debería haber vuelto el viernes, sin embargo, llamó y nos pidió permiso para quedarse otra semana, ya que se siente muy contento de ayudar al obispo, director del colegio, con los quehaceres en el tambo. De inmediato se lo dimos, no hay sitio en el que pueda encontrarse mejor que al cuidado de un prelado. Lo amo al igual que a mi mujer, a quien extraño, pues las ocupaciones nos impiden estar más tiempo juntos; existo por ellos, aunque el sacrificio es necesario si tiene como fin servir a Dios. Además del trabajo tenemos un acto trascendental: rezar. Al levantarnos, luego en alguna parroquia y a la noche con la misa del Papa que se transmite desde El Vaticano, en donde agradecemos a Dios habernos permitido vivir otro bello día. Sin excepción cumplimos con los tres rezos; la ley dice que si alguien desobedeciera será expulsado de la sociedad, mas nadie se niega —los buzones en las esquinas permanecen vacíos pues no hay denuncias— ya que la plegaria es una bendición. Los innumerables templos distribuidos en la ciudad tienen sus ceremonias a cada hora, así podemos elegir en cual participar. En mi caso ansío salir de la oficina e ir a ellos —si pudiera acudiría a dos o tres— y gustoso dejo en la urna sobre el altar el dinero que me sobró de la jornada anterior. No hay nada como ayudar a que la palabra de Dios arribe a todos los rincones del mundo. Confieso que un escalofrío recorre mi cuerpo; es la satisfacción y el agradecimiento que les debo al permitirme cooperar a tan noble fin. Al retorno de las faenas diarias nos bañamos, cenamos —ayer mi esposa cocinó exquisitos ravioles de pollo con salsa bolognesa— y después oramos junto al Papa. A

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continuación, vamos a la cama; la mayoría de las veces dormimos, las menos tenemos relaciones. No obstante, anoche, no sé si fue efecto del Malbec con el que acompañamos las pastas, estaba distinta. Al finalizar la cena me pidió hacerlo; cuando le respondí que previo al placer carnal se encuentra el deber de la misa, me dijo que había tiempo suficiente y me llevó a la cama. Pronto, apurado para sentarme frente al televisor, acabé y procedí a cambiarme. Fue allí que comenzaron sus quejas, pretendía llegar al orgasmo. No comprende la palabra de Dios; el papel de la mujer es satisfacer al hombre y procrear, no gozar. Empezó con sus acusaciones: que soy machista, que solo me preocupa mi disfrute y no el suyo, que ellas también tienen deseos, que en esta sociedad las obligan a esforzarse sin descanso, que los curas se quedan con la riqueza y —ojalá no la haya escuchado Dios— llevan una vida colmada de lujuria. En un principio me contuve, pero al momento de participar en el rito se negó a hacerlo. Desnuda, con sus pechos al aire enfrentó la pantalla y blasfemó contra el Papa. Dijo que los sacerdotes en las iglesias realizan orgías en las que abusan de niños; no aguanté más y le di un cachetazo. Se encerró, con el Diablo en su cuerpo y no sin antes azotar la puerta, en la habitación. Recé —le pedí perdón a Dios—, me vestí, tomé el ascensor y salí a dar una breve caminata por el barrio, dispuesto a cumplir con mi ineludible deber moral. Mientras preparo las oraciones matinales saboreo el café y cuento en el reloj los minutos que restan para ir al trabajo; temprano al despertar divisé a la patrulla en su recorrida matinal por los buzones de la ciudad. Ahora, tras el ventanal con gotas de lluvia observo — con la verde arboleda de fondo— cómo allá abajo, en la vereda, tres clérigos vestidos con su negra sotana arrastran e introducen a los golpes dentro del purificador furgón a mi amada mujer.

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Sobre el autor: Manuel Nuño López nació el 2 de enero de 2001 en Tijuana, Baja California y ha publicado poesía en las revistas Metáforas al Aire de la Universidad Autónoma de Morelos y Zinécdoque de la Universidad Autónoma de Baja California.

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abula rasa nací ahora muchas letras en mis ojos ante ellos soy solo eso [sóy] contaminado por vivir en el universo de los egos de las estrellas egoístas celos [sélos] y furia y los planetas se toman fotografías no hay belleza sin dolor [sín dolóɾ] no hay vida la vida está contaminada de belleza tu belleza que borra luceros lejana la creación que olvido para recordarla como un choque de límites la liminalidad de un corte brillos en mi memoria mis recuerdos de sangre porque el sol se extinguirá (por ti [póɾ tí]) como se extinguió el dolor y su nostalgia... ¡Perdóname, Dios! Existo, [eksísto], mas solo pensaré en mi [én mí] muerte

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Sobre el autor: Jaime Orrego nació en Medellín, Colombia en 1974. Es Ingeniero Industrial de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Posee una maestría en literatura latinoamericana de la Universidad Estatal de Illinois en la que recibió el premio Charter Department Graduate Student Excellence Award en el que se le nombra como el estudiante más destacado del departamento de lenguas modernas. Recibió su doctorado en literatura latinoamericana de la Universidad de Iowa (Estados Unidos) en el 2008. En la actualidad se desempeña como profesor de español y literatura en Saint Anselm College en New Hampshire en los Estados Unidos. Entre sus intereses académicos sobresalen la literatura latinoamericana del siglo XIX y XX, la literatura regional, la literatura fantástica, y la ciencia ficción. Dentro de sus publicaciones, se encuentra una entrevista al poeta chileno Oscar Hahn titulada: A propósito del premio Altazor, en la revista Torre de Papel. Una entrevista con el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince en la revista La hojarasca. Finalmente, en el 2012 publicó su colección de cuentos El destino es el regreso con Sílaba Editores.

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se jueves, después de unas cervezas, paramos en San Diego. Aunque era la media noche, no había ninguna mesa disponible, entonces nos sentamos afuera, en el borde de la acera. Yo pedí un perro caliente «con todo» y Mafe, mi novia de aquel entonces, pidió un chuzo de pollo. Mientras esperábamos, se acercaron dos muchachos de unos quince años diría yo, y nos pidieron que les compráramos algo para comer. La verdad, no parecían peligrosos, pero Mafe se puso bastante nerviosa. Yo, ya con tragos, me envalentoné y grité: «no jodan ahora». Ellos se pusieron agresivos, uno sacó una navaja y me mantuvo amenazado mientras el otro le quitaba el reloj a Mafe. El robo pasó desapercibido dentro de la algarabía del lugar. Cuando ellos salieron corriendo, yo comencé a gritar mientras los perseguía. Fue cuestión de tiempo para que hubiera un grupo de personas detrás. Cuando tuve uno a mi alcance, le mandé una patada que lo tiró al piso. Junto con otros, comencé a pegarle sin parar. Mientras lo hacía, pensé en el grupo de niños que me robó una gorra que había comprado en Estados Unidos, en los hombres que nos robaron el carro en Medellín, en los que se metieron en la fábrica de mi papá en Bogotá una noche y se llevaron las máquinas estampadoras. Mafe me volvió a la realidad con sus gritos. Me rogaba que parara. Decía que no valía la pena lo que hacía por un reloj. Fue entonces cuando miré al muchacho a sus ojos. Estaban tristes y ensangrentados. Pude ver no solo el miedo que tenía, sino también el sufrimiento que había tenido en su corta vida. Entonces paré. No hice nada al ver que los otros seguían. Mafe sí continuó gritando, pero no fueron sus gritos, ni los quejidos del muchacho lo que hizo parar la golpiza. Fue el chirrido de las llantas de una camioneta blanca que paró en frente de nosotros. De esta se bajaron dos hombres que inspiraban un terror inmenso. Uno de ellos sacó un enorme cuchillo y se lo enterró en el estómago, sin ningún remordimiento, al muchacho en el piso. Mafe y yo nos volteamos y solo escuchamos un «¡Ay mi madre!», seguido de unas agitadas respiraciones. Inicialmente no supimos qué hacer, pero sin mirar a nadie, comenzamos a caminar de vuelta a San Diego. Mafe no paró de llorar durante el trayecto. Cuando llegamos, los hombres de la camioneta ya estaban allí. Miraron a Mafe de arriba a abajo y le dijeron: «mamita, por lo menos nos debería dar las gracias...mire su reloj». Ella se los tiró y se fue encima a pegarles. Ellos, riéndose a carcajadas, me dijeron: «calme a la monita...explíquele que solo estamos limpiando el barrio de hijueputas». En ese momento, por el altoparlante, escuché el número de nuestra orden. Me dispuse a recogerla, pero Mafe me agarró del brazo y me pidió que la llevara a la casa. «¿Y nuestra comida?», le pregunté. Ella no me respondió… ya se estaba montando en el carro. El silencio hizo eterno el trayecto. Cuando llegamos, antes de bajarse, me miró con tristeza: «Aún no puedo creer lo que hiciste, Santiago. No te alcanzás a imaginar lo que siento», me dijo mientras se alejaba sin darme la oportunidad de explicar nada. Además del temor que sentí en el momento, no le di mucha importancia al evento hasta la siguiente mañana cuando pasé por San Diego. El cuerpo del muchacho no estaba. Ni siquiera podía verse una mancha de sangre. Esto me despertó cierta curiosidad y busqué información sobre muertos o desaparecidos en los periódicos, pero no había nada. Era como si él nunca hubiera existido. Intenté varias veces hablar con Mafe, pero mis llamadas se iban directamente al buzón de voz, y mis mensajes de texto nunca recibieron respuesta. Pasaron los días y a pesar de mis constantes llamadas y visitas inesperadas a su casa, Mafe nunca respondió. Nunca quiso explicarme qué había hecho mal. Aun sigo sin entenderlo… ¡No fui yo quien le metió la puñalada al muchacho!

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Sobre el autor:

Francois Villanueva Paravicino. Escritor peruano (Ayacucho, 1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en la antología Recitales, Ese Puerto Existe, muestra poética 2010-2011 (2013) y en diversas páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas y/o; de su propio país como de países extranjeros. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América Los jóvenes cuentan (2007).

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Para que nada nos separe que nada nos una. Pablo Neruda

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iempre me ha gustado la belleza de la noche, un manto fúnebre de tesoros de oro puro o la capa cosmogónica del vacío de la realidad existencial. Siento un placer intenso al ver el resplandor eléctrico descansar sobre mi piel y cómo logra transformar la ciudad en un animal oscuro e incorpóreo cubierto de luciérnagas estáticas. La admiro desde que descubrí que, también, las personas cobran cierto aire nefelibata o un extraño brillo que los convierte en seres angelicales o demoníacos. La noche está poblada de ellos. Bajo este cielo estrellado, los cientos de focos relumbrando como minúsculos soles, el ruido de las personas y los parlantes, el aire fresco y suave de buena compañía, camino con la esperanza a flor de piel de volverla a ver: ojos dormilones y redondos, nariz romana de formas dulces, labios vivos de pintalabios rosáceos, cuello largo y delgado, senos medianos y atractivos, cintura estrecha, y piernas flacas y ágiles, ideales para avanzar distancias lejanas. Me coloco al frente de la pileta en forma de cisne, donde desde el pico brota agua luminosa. El asiento frío de la banca me otorga un panorama perfecto para verla llegar, con aquella hermosa silueta de muñeca. Faltan pocos minutos para la hora de la cita, y percibo un entusiasmo de satisfacción, alegría, y triunfo, como cuando estoy a punto de ganar una partida de ajedrez. Oh, mi Lady, si tan solo supieras que anhelo formar parte de ti, de tus ilusiones color malva, de tus senderos en este mundo cruel y contrariado, de tus suspiros y respiros de cada día, de los castillos que construiste en tus sueños, de la sed de brillo que necesitamos para ser un plenilunio y no un cuarto menguante. Es la hora exacta y el rubor arde mis mejillas, como si una fiebre me abrasara de pasión. Nunca he vivido lo que continúa al «sí» expresado por el amor de tu vida. El primer beso, oh, sí; el primer abrazo y las primeras caricias, tal vez. Si no fuera tan joven y tímido, ya sabría cómo actuar en nuestro primer encuentro como enamorados, como avecillas que se cobijan en el nido etéreo de cariños enlazados. Si tan solo… Ya son las siete y cinco minutos… Si tan solo pudiera adivinar sus pensamientos, deseos y dudas, podría hacerla feliz y satisfacerla, como el ángel de la guarda que ella, en carne propia, eligió. Sé que cuando cumples sus afanes y sus aspiraciones, te ganas su confianza y su aprecio; y, aparte de entregarte su amor, te admira y te valora como alguien importante. Si tan solo pudiera ser aquel que ella eligió correcta, valiosa y honestamente, sería el hombre más feliz de la Tierra. Son las siete y diez, y como una epifanía se me vienen a la cabeza imágenes dulces, como el paseo junto a ella por estas calles como sierpes infinitas, parques como paraísos diminutos, casas como fortines policéfalos, vericuetos como laberintos eternos; agarrados de las manos y dirigiéndonos sin rumbo, acariciándonos, riéndonos, contentísimos. Pestañeo y puedo sentir en la oscuridad de aquel intervalo una felicidad plena, como el trofeo que se estrena en una competencia ardua pero placentera. Antes de la siete y quince, al verme solo y ajeno de aquella realidad ajena ante mis ojos, tan distante, indiferente, de algún modo demoníaca, enciendo con prisa los datos móviles de mi celular y, con sonidos sicodélicos, veo que ella me ha dejado un inbox en el Messenger: «Tonto, viajo mañana. Estas vacaciones lo pasaremos en Piura con mi familia.

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Lo siento, pero lo nuestro no podrá ser. Nos vemos cuando las clases se inicien de nuevo. Será lindo volverte a ver. Besos». Como una catástrofe que destruye el Universo en segundos, toda la realidad se desvanece ante mis ojos, con un dolor inconmensurable, gélido y terrible. Como si estuviere en el desierto más inclemente, una tormenta de vientos y polvos arrasa todas las ilusiones a su paso, y me deja desnudo e indefenso ante la crueldad de la noche más oscura, más tétrica, más sórdida, y con miles de demonios que me atacan por todos los frentes. ¡Qué mudable es el mundo! ¡Del éxtasis al vacío! ¡De la esperanza a la destrucción! ¡Una ilusa ilusión! ¡Un dulce sinsabor! ¡¿Acaso así es el amor?! ¡¿Acaso así es la vida?!

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ansado y desesperado se recargó en la pared, de repente, un extraño ardor invadió el área del tatuaje, al mirar tuvo la extraña sensación de que la imagen se movía. Parpadeó una, dos veces, pero la figura se encontraba en su lugar. «Debería descansar, estoy demasiado cansado y al parecer, estoy perdiendo la cabeza», pensó, suspiró profundamente y regresó a su departamento. Al bajar del autobús frente a su departamento percibió en la esquina de la cuadra, una figura con una oscura capucha que le cubría el rostro, lo observaba con descaro, y al notar que había obtenido la atención de Santiago, salió de entre las sombras y comenzó a caminar lentamente hacia él. Santiago se apuró en sacar sus llaves y entrar a toda prisa. Una vez dentro, se aseguró de cerrar bien todos los cerrojos, y para tranquilizarse, se dirigió a tomar un baño. Al despertarse Santiago supo que se encontraba tirado en el suelo boca abajo, su cabeza palpitaba profunda y constantemente. Un olor pútrido invadía el lugar, y después de un par de intentos, logró abrir sus pesados y cansados ojos mientras un sentimiento de horror lo comenzaba a dominar, se encontraba aturdido, pero después de algunos instantes logró espabilarse. La luz del día brillaba ya con intensidad, logró serenarse un poco al darse cuenta que se encontraba en su sala, se incorporó lentamente y descubrió que el origen de ese pútrido olor, era un charco de vómito cerca de él. «Pero, ¿qué pasó ayer?», pensó Santiago, no lograba hacer memoria, el último atisbo de conciencia que tenía era de ir en camino a su cuarto para tomar un baño, y después de eso, su mente estaba completamente en blanco. Al revisarse a sí mismo, notó que la ropa que tenía puesta no era la misma del día anterior, pero se encontraba sucia y sus pantalones en numerosas partes se encontraban rotos. Maldiciendo fue hasta su cuarto para cambiarse de ropa, pero al quitarse la sucia playera, notó que el tatuaje había cambiado de color, ahora era de un color más rojizo, con tintes metálicos. Se recostó en su cama, para tratar una vez más de alcanzar esos recuerdos de la noche anterior que se negaban a emerger, pero en su lugar, cayó en los brazos de un profundo sueño. Era ya de noche, y Santiago se encontraba a las afueras del local donde había estado el taller de tatuajes. No recordaba cómo había llegado hasta ahí, pero el frío de la noche le quemaba su pecho desnudo, notó que solo llevaba puestos unos desgastados pantalones de mezclilla y sus zapatillas deportivas. La calle se encontraba vacía y un silencio sepulcral lo rodeaba, acompañado de una obscuridad anormal, aun así, logró distinguir que algo se movía en el fondo del callejón, era una figura deforme hecha de humo, como las de sus pesadillas avanzando lentamente hacia él. Se quedó petrificado, no lograba hacer que su cuerpo se moviera, pero algo primitivo, arraigado muy dentro de él lo comenzó a jalonear, exhortándolo a salir a toda prisa de ahí, después de un par de intentos comenzó a correr entre los vacíos callejones. Un par de horas después la sombra que lo perseguía lo logró acorralar en un callejón sin luces, se encontraba ya muy cansado, un momento, solo se tomaría un momento para recuperar el aliento, y entonces, seguiría corriendo. Trató de ocultarse junto a una columna que sobresalía de una pared cuando sintió como un dolor desgarrador atravesaba su espalda, y logro ver cómo algo salió por su costado, era como humo, pero se sentía sólido y frío, y luego el objeto se esfumó. Giró su cuerpo y, cerca de él, se encontraba la sombra que lo había estado persiguiendo, dijo algo en un lenguaje que Santiago no comprendió, se desvaneció, y entonces el mundo giró abruptamente. Santiago se encontraba tirado sobre la fría tierra, de

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repente sintió un brusco movimiento en su brazo, justo donde tenía el tatuaje, presionándole fuertemente y lo supo, antes de verlo, como el tatuaje se había vuelto sólido, era como el brazalete que llevaba la sombra que lo apuñaló, tras hacer una larga exhalación pensó que todo había terminado. Pero el destino tenía otros planes, a lo lejos se escuchó el sonido de unos tacones acercándose acompañado de un tarareo, los pasos se comenzaron a escuchar más y más cerca hasta que pudo distinguir una figura femenina, un fulgor rojo que emanaba de los ojos de la recién llegada, evitaba distinguir sus facciones. Trató de pedir ayuda, pero las palabras no lograron salir, solo logró escupir sangre. Se escuchó un chasquido de sus dedos y un movimiento detrás de ella le reveló que no se encontraba sola, era el hombre que llevaba puesta la capucha negra que se había encontrado el día anterior, a las afueras de su departamento, y de manera eficaz comenzó a verter un líquido apestoso sobre él. A pesar de su condición, el olor penetró en su nariz rápida y fuertemente, «es gasolina», pensó con amargura, sus ojos se comenzaron a llenar de lágrimas y pánico mientras su pobre y débil corazón golpeaba su pecho a toda prisa. Cuando el fulgor comenzó a desvanecerse, y reveló que la mujer frente a él era Angélica, la chica del estudio, algo muy dentro de él, algo fundamental se quebró. — Wiracocha acepta tu sacrificio —dijo Angelica con una voz dulce, levantó sus brazos frente a él, y la tinta que antes los adornaba se desprendió, flotando en dirección de Santiago, encendiéndose para caer sobre su cuerpo húmedo, quemándolo. Mientras que los desgarradores gritos que salían de la garganta de Santiago se desvanecían a lo lejos, un tierno tarareo ocupaba ahora su lugar y una chica con tatuajes de flores se alejaba tranquilamente con un brazalete de Oro en su mano.

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Sobre el autor: Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Enfoca su obra poética (rima o prosa) en indagar en los recovecos de lo mundano desde el punto de vista pesimista. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), Lo que pasó en el sótano (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), La carta de Jacques Virgil (Más literatura, sección cultural de Tecnologíaindustrial .net, Ciudad de México, 2020), Retorno (Revista Literaria Nudo Gordiano, Toluca, Edo. De México, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), La mofa de la vida (Revista de creación literaria y humanidades Gibralfaro, Universidad de Málaga, España, 2020), entre otras.

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os sabores del futuro son tentadores; el tacto de otras almas y otras tierras fértiles, así como también los sonidos de nuevos gemidos, y el descubrimiento de desconocidos perfumes. Pruebo la libertad tan solo un poco, y fantaseo con mil destinos mientras mis ojos ven mil esencias; un porvenir en cada dirección. Borrar las facciones de ese rostro, olvidar el sonido de la voz, ¿sacar un clavo con otro? ¿Arrancar pedazos de lo que ya no queda? Enredos imposibles me rodean, cada paso que doy me enmaraño más, cada día es otra vuelta a este hilo que se enreda en mi cerebro. Vaya nudo gordiano que es esto, y yo solo cuento con la espada. si ha de ser así, entonces, el nudo se desata… cortándolo de tajo.

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Sobre el autor: Julio César Aguilar (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Irán, España, Estados Unidos y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019, y Alborozo, 2020. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.

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E

l bebé besa el amor de su madre, mientras abrazado es por la brasa del ardiente instante en que bebé y madre son solamente uno. El paraíso fue creado desde la mano de Dios. Y hecho fue para dar fe de su existencia, como existe así la alegría en el alma de Yanira abrazando a su bebé.

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Sobre el autor: Angel Acecam Cloneoser (Nicolás Romero, México, marzo 1985) Es un hito enterrado profundo en su tierra, sus textos tratan principalmente de la muerte, la soledad, y el desamor, ha participado con poesía para las revistas de Estados Unidos, España, México y América Latina, también en fanzines y antologías, actualmente cursa la maestría en tecnología educativa.

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A mi padre, Severiano AG, sembraste en nosotros tu alma, ahora no te puedo ver, pero aquí sigues, te quiero, papá,

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o hay bálsamo que palie tu ausencia, no hay ya mazorcas en la troje que tú construiste, ahora ¿quién va a sembrar tu presencia? El maldito tiempo sordo no detiene su paso, a pesar de mis gritos de plegaria no me atiende. El dolor llega despacio y esparce sus golpes, cien llegan a mi alma resquebrajada que solitaria aúlla, se derrumba y sus escombros lloran, mil se asestan en mi pecho y atacan la sangre que en herencia bendita tú me dejaste. Un millón destrozan mis pensamientos y devoran su luz, los sumergen entre tinieblas de amargo terror, dos hieren mis pies y derriban mis pasos, tirado me tienen sollozando quimeras que lejanas se quedan ahora ¿quién va a sembrar tu presencia? Sin despedirte partiste, en soledad diste tu suspiro final, un atroz dolor asesina los corazones de quienes conocieron tu ser terrenal, vuela y agita tus alas para esparcir tu esencia inmortal, que griten, que canten tus vástagos, nietos y tu consorte que doloridos se quedan, el arado, los bueyes… la yunta esta lista, las semillas y palas preparadas. Pero, ahora ¿quién va a sembrar tu presencia?

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Sobre el autor:

Manuel Nuño López nació el 2 de enero de 2001 en Tijuana, Baja California y ha publicado poesía en las revistas Metáforas al Aire de la Universidad Autónoma de Morelos y Zinécdoque de la Universidad Autónoma de Baja California.

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¿Podría ser feliz en este mundo… al menos en mis historias?

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ienso que:

—Llegaré tarde al salón. El primer día llegaré tarde. Tú estarás ahí, sentado. Los chicos estarán ahí, sentados. Pero lo más importante: Hella estará ahí, mirando hacia la puerta, mirándome llegar… tarde. Esa mañana, frente al espejo de mi baño, pensaré que puedo esperar para verla, que dan igual unos minutos o unas horas más, si desde marzo espero ese preciso momento, ese maldito momento en que sus ojos almendrados, finalmente, me miren a mí. La gravedad entera: tus ojos. Sí, se lo diré el primer día. El primer día de vuelta a UABC. Estaré feliz de verlos a ustedes como a un amanecer: estaré feliz de que Hella me vea, así como lo hará, con una sonrisa cándida; todos en el salón, y a la vez solo ella. Todos ustedes la luz, tan solo el paisaje cubriendo a la flor. Los pétalos del sol orbitan tu cuello… ¿Me dará pena decirle? Creo que serán todas las cosas en mi cabeza: lecturas pendientes, café con Francisco, exposición de Abraham, incluso las posibles reacciones de Hella. ¿No sería una decepción? A la salida pensaré que sí. Como sea, algo tendré que hacer… entonces... otro poema caerá en sus manos, porque creo que sí los guarda. Soy el vampiro que morderá tu voz. ¿El segundo día? No, no. El segundo día tampoco se lo diré. Estaré junto a ella y me sentiré listo, repasaré las palabras en mi mente y trataré de mostrarme seguro... pero recibirá una llamada de «Baby». ¡Hasta ese momento no sabré que tiene novio... Fuck! Realmente me parecerá un chico muy atractivo, parecerá alguien cool, pero lo odiaré. No podré evitarlo. ¡Lo odiaré tanto como el dolor de mi corazón! Porque sabré que ella lo ama, que no solo está con él, que lo ama. Que lo ama como yo quisiera ser amado, de esa forma tan Hella: lo ama en pinturas, en cuentos y en fotografías; lo ama en bulevares, cafés y colectivos; lo ama alrededor de esa vida bohemia que yo no puedo tener, que no podré. Odiarlo no estará en mis manos, ¿cómo lo evitaría? Da igual, no importa, el tercer día será. Abejas extintas giran en tus cabellos como hilos de miel. Toda la mañana andaré con audífonos, no me concentraré en ninguna clase buscando las palabras menos patéticas… pero qué más da, igual todo será muy inmaduro, muy idiota de mi parte. Con tantas cosas sucediendo en el mundo, y mi mente estará solo en Hella, solo para ella. Al menos podré sacarlo de mi pecho, o de donde sea que esté: «Hey, eh, en cualquier relación es importante decirle a la otra persona lo que pensamos y sentimos, ¿no? Bueno, yo me siento muy cómodo contigo, me gusta tu manera de pensar y tu forma de ser: eres muy creativa y artística en las cosas que haces. Valoro mucho tu amistad». ¿Sonará muy adulador? Tal vez, pero será el prefacio de mi confesión, imposible cambiar las palabras, continuaré, ya con un tono dubitativo: «Sí, eh, pero no solo quería decirte eso. Ah, Hella, yo…—este será el momento decisivo, se lo diré sin más, mirando una esquina de sus ojos— estoy enamorado de ti…» Es algo que quiero decirle, porque quiero ser sincero con Hella… tendré que decírselo, ¿sabes? Pero no quiero decirle porque sé que muchas veces eso arruina las cosas. Entonces no sé, se lo diré y… —¿Y Hella qué te dirá? —pregunta mi hamigo en el espejo. —La verdad… no sé, bro. Es mayo, aún tiene que pasar la cuarentena. Quizá en agosto se lo diga, cuando volvamos a la uni. Pero, quizá... si aún sigo enamorado. Si no volvemos tarde…

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Sobre el autor: Richard Sosa (Venezuela, 1984). Profesor egresado de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador- Instituto Pedagógico de Caracas. Ensayista y escritor. Corrector de estilo de la revista de investigación Gaceta de Pedagogía. En cuanto a sus publicaciones, las mismas han aparecido en revistas de investigación como: Gaceta de Pedagogía (UPEL-IPC), en Letras (UPEL-IPC) y Dialéctica (UPEL). En narrativa ha publicado en las revistas digitales: El elefante azul, El morador del Umbral, El gorrión ahorcado, Artesiente, Juggernaut, Marginalees, Perro Negro de la Calle, Revista Literaria Pluma, y Almicidio; en las antologías Microcuentos y relatos Sublime Mujer, Microcuentos de terror en tiempos del Coronavirus, La vida, Conspira y Almas confinadas (Colombia).

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upongo necesario decir que mi nombre es Malcolm Wallace. Tengo al menos una década o más en este sanatorio. ¿La razón? Excelente pregunta. El presunto homicidio de mi hermano menor, Morgan. Todas las pruebas apuntaron hacia mí, incriminándome. En defensa solo puedo alegar inocencia porque yo no lo hice. Nadie me creyó cuando el cuerpo de mi hermano fue hallado en el fondo del acantilado, roto para siempre, con una mueca de horror en su rostro, los ojos a punto de cerrarse y la vida abandonándolo poco a poco. Fue aquella frase proferida con tristeza, la que poniendo punto final sepultó mi inocencia. — Él lo hizo. Desmond me empujó —exhaló señalándome mientras que de sus ojos brotaban lágrimas y de su boca un hilillo de sangre. Había muerto y a su vez, me había condenado a ser el malo de la película. Todavía no lo entiendo. Mis padres lloraron con desconsuelo, pero no hubo nada que pudieran hacer por mí. Al ser muy joven como para ir a prisión y por la gravedad del hecho en sí mismo, se me declaró no apto para ir a juicio. Incompetente, hablando en términos legales, y después de esto el veredicto del juez fue reclusión en el sanatorio de Spring Falls, nuestro hogar. Todo empezó un año antes de ese suceso. Mi hermano me comentó que era muy divertido jugar con Desmond. Me sorprendió que a sus doce años todavía creyera en amigos imaginarios. Me reí de su desatino y no le di mayor importancia. Los días fueron pasando y meses después, una fría tarde me sorprendí cuando vi el rostro de terror que tenía mi hermano frente al espejo. Parecía haber visto un fantasma. Mientras más me acercaba a él para intentar calmarlo, más gritaba; en realidad daba alaridos. Opté por alejarme apenas llegó mamá. Ella estaba muy preocupada porque pensó que yo había hecho los cortes en los antebrazos de Morgan. Por supuesto que me negué de manera rotunda a la idea de haberle proferido tal daño a mi propia sangre. A los días empecé a sentir de alguna manera rechazo hacia mi persona por parte de mis padres. Mas no así de Morgan hacia mí. Me seguía tratando con cariño y solía ir a mi cuarto a contarme sus aventuras de diario, su rendimiento en la escuela y otras nimiedades de importancia para él sin que mis padres supieran. A veces jugábamos ajedrez o cartas, siempre fue un niño muy vivaz e inteligente y este tipo de distracciones eran sus favoritas. Una noche había tomado la cena en mi cuarto como cada día, pues de alguna manera se me había vetado hasta comer en familia. Bajé en silencio y escuché a mi madre diciéndole a papá: —Creo que ya debemos pensar en recluir a Malcolm. No podemos seguir en esta situación. Aborrezco verlo —precisó. Estas últimas palabras me destruyeron por completo. Mi padre intentó salvarme de mi destino. —Mi amor, creo que no es buena idea. Quizás aquí en casa podríamos ayudarlo. No creo que él en realidad quiera dañar a su hermano. —Santo Cielo, ¿es que no has entendido nada? Él lo odia. Estoy segura de eso. Si tengo que elegir a uno de los dos, entonces me quedaré con Morgan —las lágrimas corrieron por mis mejillas, me quedé allí sollozando y diciendo: —Yo no he sido. ¡Jamás lo lastimaría! —nadie me escuchó. Recuerdo que al día siguiente nos sentamos un rato en el balcón de nuestra casa, Morgan y yo. Conversábamos sobre los asuntos cotidianos y le narré con brevedad el diálogo que había escuchado la noche anterior. Se sorprendió mucho: —De ninguna manera dejaría que te alejaran de mí. Sé que no me harías daño nunca.

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—¿Y por qué insisten en que soy yo quien te lastima hasta el punto de querer empujarte por las escaleras? —Es que ellos no conocen a Desmond. Él sí es capaz de eso y más. Incluso me ha dicho que hasta podría acabar con nuestros padres —respondió mientras se acariciaba de manera instintiva el brazo enyesado, producto de la mencionada caída. —¿Cómo puedes hablar de él? Sabes que no existe. —Te equivocas —me corrigió—. Sí, existe. No te equivoques. Tengo una idea, vayamos al acantilado. Estoy seguro de que querrá conocerte. —¿Conocerme? —Por supuesto, Malcolm. ¡No temas! Fuimos al acantilado y cuando estábamos muy cerca del borde, me dijo: —Es hora de que ambos se conozcan — me observaba con ojos de miedo. Le pregunté qué ocurría. Supuse que había alguien detrás de mí y en cualquier momento me atacaría. Recuerdo que todo se volvió oscuro como otras ocasiones y no supe nada más de mí, ni de Morgan hasta que me despertaron los gritos de mi madre quien sostenía el cuerpo de mi hermano mientras moría. Mi madre me culpó de haber empujado a Morgan al acantilado y yo solo puedo decir hasta ahora: —¡No fui yo, fue su amigo Desmond!

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Sobre la autora: Sheila Patricia Fernández Díaz (La Habana, Cuba, 1993). Trabaja desde hace más de cinco en el departamento de redacción de la editorial cubana Pueblo y Educación, se desempeña como correctora en dicho centro y estudia licenciatura en Historia en la Universidad de la Habana (UH). Ha publicado en la revista independiente de origen canadiense Lived Experiency y en el no. 151 de la revista Educación, esta es fruto de la prestigiosa editorial donde labora. Tres de sus trabajos forman parte del II y III número de la revista literaria internacional Mundo de Escritores, donde tiene a su cargo una columna que lleva por título Pluma y alma solidaria. Sus obras también figuran en la II, III, IV, V y VI edición de la revista digital española Claustrofobia –un proyecto creado por Ediciones de Humo–. Sheila ha participado en la primera y segunda edición de colaboraciones de la revista digital peruana El Almacén y fue artista invitada de su primer festival online Almacén Cultural. Sus poemas han sido publicados en diversas entregas de la revista literaria internacional Perro Negro de la Calle (Lagos de Moreno, México). El órgano digital argentino Revista Literaria Pluma también ha acogido su lírica en dos ocasiones. Su labor literaria está presente en más de 10 antologías auspiciadas por diversos proyectos en España, ha recibido tres menciones especiales del jurado en dichos certámenes y recientemente fue ganadora del V Concurso Literario de Micropoesía Tardes de Verano. Fue cuarto lugar en la modalidad de idioma castellano del XII Certamen Internacional Poético POE-SILLA 2020.

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n surtidor de existencias doloridas y difusas te presienten cuando cruzas este océano de anuencias. Un jolgorio de clemencias oculta mi cruel descuido: ¡eres un beso encendido, ¡yo no te puedo besar! ¿Cuánto más voy a llorar en el umbral de su olvido? En el umbral de su olvido los jazmines de mi piel solo despiertan por él, él es todo lo que pido. Tú te sientes tan querido por el sí de la falacia que tornas idiosincrasia, con afanes de patriota, el aferrarte a la ignota caricia de mi desgracia. Caricia de mi desgracia, festejo de mi descuido, abrazo de un cielo herido por el brío de su ausencia. Solo queda indiferencia en el llover de mis manos pero te digo: –aquí estamos. Seco el sudor de tu frente y camino entre la gente cargando días lejanos. Cargando días lejanos que no buscan descubrirte, aunque insistas en vestirte con mil delirios arcanos. No van a amarte mis manos mancilladas de apatía, la flor de esta piel vacía, blanca como tu derrota, prefiere sentirse rota: ¡no la cuajes de alegría!

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No la cuajes de alegría hombre de labio vehemente, prefiero ser indulgente tras la sed de una porfía. Ignoras que es suya y mía esta costumbre de ola, un derrotero que inmola el martirio de acertar ¡yo no te puedo besar pero finjo no estar sola!

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Sobre el autor: Julio César Aguilar (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Irán, España, Estados Unidos y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019, y Alborozo, 2020. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.

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a llegado a Padua el que vino. Está en la Piazza del Santo y al fondo la Basílica de San Antonio se observa. Tiene la Plaza del Santo de palomas un reverbero y un deambular de almas. Meditabundo por estas callejas siempre transita el tiempo. Espíritu de la piedra afable. En el Palazzo Cavalli los muros hablan. Hay en las aguas del canal un silencioso rumor inaudito. El órgano trae la música que escucha el alma. Como mirar las nubes de otro cielo en esta tierra. Y en la altura el ángel detiene el vuelo. Estancia de San Antonio o remanso del espíritu. Amoroso deambula también el aire por el Prato della Valle. La gente sueña, y vive, porque es lo que sabe hacer. Acaso bullicio, pero una paz pertinaz por todas partes relumbra. También la luz florece y prístina es su fragancia. Por la vía Umberto andan los pasos mirando las nubes y todo lo que se puede, como un juego de adivinar. Galopando prosigue aún el caballo de Gattamelata. Para observar el Observatorio Astronómico de Padua, soles han de caminarse a la intemperie. Río de agua somnolienta. Río que ríe y apacible discurre bajo el sol de una tarde entrañable. Inscripción de Padua contra la desmemoria del tiempo erigida. En la inmaculada eternidad del arte, Giotto vive. Santidad y esplendor. Habita en la bondad del hombre el corazón de Dios. Complaciente un gato observa el beso de dos enamorados en una esquina de Padua. Bandada de motocicletas dispuestas para lanzarse al vuelo. Atardecida hora en el ahora de un ayer. La bandera al aire danza y el caballo galopando sigue. Del farol la luz aguarda: Está por encenderse. A cada paso una mirada y el arte por doquier. Atardece en Padua y la soledad en las calles irrumpe. Por Prato della Valle deambula absorta la mirada. Veloces los autos pasan por donde el tiempo dejó de pasar. Y entretanto florecerá lo que vida tiene. Siempre tus puertas ángeles abran.

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Sobre el autor:

José Luis Machado (1974), Santa Catalina, Montevideo, Uruguay. Es docente y escritor. En 2015 publica sus primeros libros. Ha obtenido varios premios y menciones, Sus poemas, artículos y micro cuentos han sido publicados en blogs, revistas y libros en una docena de países. Micro sitio http://abrelabios.com/general/indexjose.html

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Hay palabras que suben como el humo, y otras que caen como la lluvia. Madame de Sévigné

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e sentidos abundantes, de letras y de morfemas, de signos y de fonemas, perfectos y desafiantes, de libros en los estantes, de estantes en las paredes está vestido mi cuarto, y sin embargo me aparto, a preguntarte si puedes… …decirme con suave voz contarme aquella palabra, como si un abracadabra, nos hechizara a los dos; así me acerco yo a vos, con anhelado misterio, expectante y algo serio, como si miedo tuviera, como si me contuviera, silente cual monasterio… …a la espera de tu boca y de su leve sonido, que a todo le da sentido, pues ella no se equivoca; tengo esta manía loca, de seguir tus directrices, de cerrar mis cicatrices, con tu tono y tu decir, y así me quiero morir, encerrado en lo que dices.

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Sobre el autor: Angel Acecam Cloneoser (Nicolás Romero, México, marzo 1985) Es un hito enterrado profundo en su tierra, sus textos tratan principalmente de la muerte, la soledad, y el desamor, ha participado con poesía para las revistas de Estados Unidos, España, México y América Latina, también en fanzines y antologías, actualmente cursa la maestría en tecnología educativa.

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ienes frutos amargos en tus retales después de la siembra que ha convocado tu muerte, los ha comido el infierno y las almas en pena, ambos vomitan sus quejas y atormentados se alzan y atizan los fuegos fatuos de sus complacencias malditas. Inertes pedazos de tu corpórea inmundicia atraen pronto a iracundos gusanos que los devoran a prisa, pronto serás la nada atorada en el tiempo que apremia al apocalipsis venidero que lapidará tu recuerdo, y entre la eternidad harás reverencia para paliar tu sino hecho cenizas. Sepulturera ¿has visto su alma? Esa que se perdió de madrugada, que escapo de la jaula donde moraba, ¿quién la libero? Ahora préstame la aurora con un poco de nostalgia y muerte, quiero andar de su mano ese angosto camino que termina frente al espejo ahí donde me miro y el reflejo miente. Te encargo noviembre, que llegue pronta a visitarme, le tendré puesta una mesa con los manjares que solía disfrutar, que beba de mis angustias y vida, que se sacie de tequila y embriagada olvide el camino de vuelta, y así viva eternamente entre la huerta de mis quimeras y pueda comer yo también dé sus frutos ahora tan dulces como duraznos.

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Sobre el autor:

Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Es administrador de la revista Babeblicus (literatura general). Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018).

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oy detective desde hace mucho y nunca en mi vida me había topado con un caso similar. En realidad, es lo que uno aguarda toda la vida, y es contradictorio: uno no desea que eso suceda, pero sí espera resolverlo. Los crímenes empezaron hacía más de un año, en el verano de 2014. El asesino nunca dejaba sobrevivientes; a veces eran personas que vivían solas, en otros casos eran parejas. No solía atacar familias enteras; no obstante, comenzó a hacer esto último a finales del año pasado. Un hombre, una mujer, un niño y una niña, torturados y despedazados; incluso había matado al perro. ¿Por qué tanta saña? ¿Cómo podía haber una mente tan enferma? No lo sé, lo dejo para los psiquiatras. Sin embargo, conozco bien el cerebro criminal y esto no se comparaba a nada que hubiese enfrentado antes. Los policías estábamos confundidos y frustrados. Las víctimas sumaban treinta y seis. Los homicidios se habían espaciado, pero seguían sucediendo y no avanzábamos en las investigaciones. Nuestros superiores, la prensa, la opinión pública, presionaban para que capturásemos cuanto antes al monstruo (todo indicaba que había sido un solo hombre, grande y fuerte). Había huellas ajenas, sin embargo, no empataban con delincuentes de nuestros archivos, dedujimos que las dejaba adrede para confundirnos. El perpetrador se llevaba siempre objetos de valor de las residencias atacadas, no había pistas. Los lugares estaban cerrados con llave desde afuera. No se sabía cómo ingresaba el asesino, nunca forzaba umbrales ni ventanas. Era como si le hubiesen abierto las puertas, como si lo hubieran invitado. Una vez dentro, hacía gala de un sadismo indescriptible. Lo más difícil de responder era cómo salía de los escenarios. Nadie sabía. Pero esta noche he seguido su rastro. Todo comenzó con una imagen: la de un brazo que se escondía al final del pasillo en la última casa atacada. Miré detrás de mí y no había nadie, yo me encontraba solo en aquella morada. ¿Por qué volteé? Porque atisbé el brazo en el enorme espejo de la sala. Fue tan rápido su paso como un pestañeo. ¿Fantasmas a estas alturas? No, eso era imposible, yo era escéptico en ese aspecto. La vivienda (ahora vacía, pues la familia había sido amarrada a sillas y desollada hasta morir) estaba protegida por cercos policiales. Como no se había encontrado evidencias, al igual que los casos anteriores, todo mi equipo de investigación se había retirado del lugar. Procedieron a examinar los cadáveres de los cuatro adultos, dos esposos y los padres de la mujer, mas no se ubicaron indicios. Ni una huella, me dijeron que no me desesperara, que pronto él cometería un fallo y entonces lo atraparíamos. Buscaban ADN en los cadáveres. Lo que mis colegas indicaban era que no era un experto con el bisturí, que actuaba más por maldad, que quizá tenía entrenamiento militar, para doblegar a las víctimas. Aunque en el aire se hallaron residuos de un gas adormecedor. Hubo señales de lucha, tal parecía que el hampón había ganado la batalla cuerpo a cuerpo con facilidad. Lo que me intrigaba era un espejo roto del mismo tamaño que el que se hallaba en la sala, el cual se ubicaba al final del pasillo, donde vi el extraño brazo. Todo indicaba que se quebró producto de la lucha, había sangre del muerto más joven: el marido. Debió reducirlo primero y luego soltó el gas mientras los demás se escondían en sus habitaciones, seguramente espantados y sin sus celulares a mano. O puede que hubiera liberado al gas antes y el esposo lo hubiese tolerado. El infeliz siempre atacaba de noche, desde la hora de la cena hasta la madrugada. No obstante, yo creí obtener un indicio desde el cual partir cuando observé aquella mano callosa y enorme. La gran cicatriz de una bala en el antebrazo. Y la pared, al fondo no lucía como la del domicilio donde yo estaba parado; aquí era crema. Pero en el espejo la vi (o creí verla) blanca. Ese pasillo, esa puerta que se hallaba al fondo del mismo eran muy similares a donde vivía Mariana, mi exesposa. No obstante, ella se había mudado a su domicilio hace un año y

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solo la visité una vez. ¿Acaso estaba en lo cierto y era el mismo lugar? Tenía que salir de dudas, la llamé desde mi móvil, no contestó. Ella vivía sola, era muy tímida, tenía pocos amigos y, como estuvimos casados seis años, yo sabía que le costaba mantener una relación estable con un varón. Además, me había confesado en esa visita que le di hace seis meses que tenía dudas personales, que se sentía bisexual, que le resultaría difícil asumirse así y que aun más complicado sería que su familia comprendiese. Me dijo que estaba muy contenta de que pudiéramos ser amigos, aunque divorciados, y ella lograra con total confianza contarme esas cosas. Sin duda, yo aún la quería. No obstante, aquella confusión emocional no era la razón por la cual nos separamos. Nuestra relación no funcionaba debido a que yo era un adicto al trabajo. El oficio en la especialidad de homicidios de la Policía Nacional exigía mucha dedicación y disciplina, y yo era uno de los mejores detectives; a veces me quedaba de madrugada revisando casos. Mis labores me absorbían de tal manera que, a veces, yo olvidaba que tenía una esposa. Lo peor fue cuando le dije que no deseaba engendrar hijos. Fue mi culpa, nunca debí casarme, pero hubo un tiempo en que la amé con locura. Ahora temía por ella, llamé a la oficina de investigación y me dijeron que justo estaban a punto de comunicarse conmigo, que fuera a mi casa, que irían por mí. Les dije que, por favor, mandaran una patrulla al hogar de Mariana, por si acaso, tenía que seguir mi olfato policial. Corté, porque no me quisieron decir para qué habían de visitarme. Me pareció raro el asunto. Enseguida, un amigo de mucha confianza, quien era perito policial, me llamó y me comentó con susurros que me estaban buscando, habían encontrado ADN y era el mío. Me sentí como envuelto en llamas en ese instante. No hay ninguna duda, me dijo. Decían que yo era el homicida. Salí de aquella casa desierta, me subí al automóvil y me dirigí a la casa de mi exmujer. Al arribar, toqué una, dos veces, y disparé a la manija de la puerta de entrada. Llegué tarde. Ella se encontraba tirada en el piso, con sangre en sus partes íntimas y su garganta cortada. Hasta hoy recuerdo aquella expresión triste, como de decepción, de asombro, como si hubiera estado aguardando a que yo la salvara. Apunté con mi arma a la oscuridad. Prendí la luz. Cometió un error. Sí, el desgraciado se equivocó. Mariana solo tenía un espejo y este se hallaba roto. Él estaba oculto. Lo odié con todas mis fuerzas, pero me concentré y lo miré correr por la cocina. Él se lanzó por una ventana, escapó hacia un edificio vecino, era bastante rápido, y yo también. Sin previo aviso disparé, le di en la nuca. Él siguió con su huida. Se desangraba. Lo hallé en un departamento deshabitado del primer piso, el cual se hallaba en venta. Lo miré: el hombre ingresaba en un amplio espejo. Me aturdí e intenté seguirlo, mas no pude, mis manos chocaban contra el cristal. El maldito caminó unos pocos pasos y cayó muerto. Ahí estaba, a solo dos metros de mí, tan cerca, tan lejos. El espejo era evidencia, pero decidí romperlo y borrar toda señal de lo acaecido. No deseaba atormentar a otros con aquello que vi y que jamás olvidaré. Opté por no dejarme arrestar, desaparecí. Quizá el mal vuelva en la figura de otro, mas nunca contaré tan enigmático hecho. Porque aquel psicópata sobrenatural era físicamente igual a mí.

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Sobre el autor: Pierre Turcotte, M.A., nacido en Canadá, vive en Málaga desde 2016. Tiene un Máster en Literatura de la Université du Québec à Montréal (UQÀM, 1999). Autor de Calme brûlant (2021). Miembro del consejo editorial de la revista francesa Le Soc. Fue redactor jefe de la revista canadiense Chanter. Ha publicado poemas, cuentos, ensayos y artículos en revistas y antologías canadienses, francesas, belgas, españoles, argentinas, peruanas y mexicanas: Moebius, Brèves littéraires, Horrifique, Chanter, Les Cahiers du CEDEL, Le Soc, Combat, Poétisthme, Choeur Magazine, Revista Retentiva, Revista Literaria Pluma, El Conjuro de las Ranas, Perro Negro de la Calle.

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ecir la palabra incorrecta sin pensar destruir los puentes colgantes enterrar unos besos en el jardín aceptar sin discutir la horca de los muñecos parlanchines no puede producir más amor bailar sobre puentes rotos no aplastar los pies de los transeúntes buscar otras imágenes distintas a la mía en el río dibujar unas rocas húmedas olvidando los ronquidos de los rumores fluidos me mantiene a salvo y me acerca al amor pero necesito doblar las apuestas y captar la atención de los misterios debo superar el hechizo fraccionado en la luz abrupta de los rostros para irme tan lejos como el amor no hay restricción en el trabajo del deseo ¿se puede resistir la tentación de expresarse? los muñecos parlanchines se balancean y cantan los misterios de los puentes de las cartas olvidadas y de los besos arqueológicos

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Sobre el autor: Alejandro Jacobsen (Florida, Buenos Aires, Argentina; febrero de 1973), periodista y escritor. Es autor del libro Tormenta/textos, editado en 2018 por La Porteña editorial. Es cronista y redactor en medios de comunicación gráficos, fue colaborador de la revista Omero poesía. Es productor y conductor de radio. Además, es autor del libro de relatos Piedra y cemento y de la novela breve El libro del otoño, ambos aún inéditos. Actualmente reside en Tanti, Córdoba, Argentina.

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l sábado 13 de julio de 2019 Ricardo venía atravesando la ciudad de Córdoba de este a oeste, sin mirar mucho y, a la vez, viendo cómo todo a su alrededor parecía detenido, sin ruido. Venía por el boulevard San Juan, ya había dejado atrás el patio Olmos y ahora el semáforo lo paraba en Alvear, justo antes de la cañada. Los ojos fijos en el semáforo, atento al cambio de color, a la orden de arrancar; aunque algo lo hizo sospechar y giró sin pensar su cabeza hacia la derecha, mirando a través de la ventanilla del acompañante y vio, en el auto de al lado, un hombre calvo, de nariz puntiaguda, bigotes gruesos y gesto de matón. Primero tuvo miedo, luego lo convirtió en rebeldía y así, apenas el semáforo se puso en verde, arremetió casi pegado al auto del hombre calvo. Ricardo había salido de Rosario hacía un rato y su Chevrolet gris oscuro casi no tenía combustible. Pero, ante la sorpresa del semáforo, olvidó el detalle de la nafta y se pegó al Citroën blanco que conducía el hombre calvo, de los bigotes tipo militar de alto rango. Ambos doblaron a la derecha, tomaron Alvear y juntos quedaron estaqueados en el semáforo de Duarte Quirós, viendo cómo los automóviles y los peatones cruzaban ante sus capots. El hombre calvo miraba fijo hacia el frente y Ricardo miraba también fijo, pero al hombre calvo. El Citroën arrancó y a Ricardo le pareció que lo hizo de manera violenta, más rápido de lo normal y de lo habitual, al menos comparándolo con la maniobra del semáforo anterior. Esto lo terminó de convencer, el hombre calvo tenía planes personales contra él y, como lo había logrado reconocer o percibir, ahora corría con ventaja. Pasó las velocidades todo lo rápido que la palanca de cambios se lo permitió y trató de acortar la distancia con el Citroën pero no le resultaba fácil. Un colectivo y dos taxis entorpecían las maniobras de Ricardo y, pese a ello, igual él lograba avanzar, en zigzag a veces, poniendo luces de guiño para cruzarse de carril y pidiendo disculpas a los motociclistas que lo miraban algo extrañados. Pese a todos estos esfuerzos, maniobras bruscas y poco prudentes, el hombre calvo había avanzado mucho más rápido y casi se escapaba de la visión de Ricardo y su Chevrolet, que ahora estaba rezagado detrás de un camión recolector de residuos que apenas avanzaba. Asomando su cabeza por la ventanilla primero, luego sacando casi el cuerpo entero, Ricardo pudo notar que el hombre calvo dobló a la izquierda en 27 de abril, cruzaba la cañada y retomaba, nuevamente por Alvear, pero ahora del otro lado de la cañada y en sentido contrario al que él llevaba. El camión de residuos apenas se movía y Ricardo había decidido la maniobra en el mismo instante en el que comenzaba a realizarla. Sacó el brazo izquierdo por su ventanilla, se cruzó de carril casi sin mirar por los espejos retrovisores y comenzó a doblar por la calle Caseros, en contramano, soportando bocinazos, recibiendo insultos, esquivando autos y peatones, siempre con la vista puesta en el Citroën blanco. Ricardo notó que el hombre calvo lo miró, mientras cruzaba la calle y pasaba frente a él. Le pareció que por un instante ambos cruzaron miradas, mantuvieron fijos sus ojos, uno contra el otro, aunque solo un instante, ya que ambos iban por calles distintas. Ni bien el hombre calvo pasó a bordo de su auto frente a Ricardo, este dobló a la izquierda detrás de él y se pegó nuevamente al paragolpes del Citroën. Ahora sí, pensó; ya lo tengo. Un policía que estaba en la esquina había visto la maniobra en infracción de Ricardo e hizo sonar su silbato. Si bien todos oyeron el silbido y, por un instante, casi todas las personas del lugar prestaron exclusiva atención a ello, Ricardo no notó nada y había elevado su concentración al máximo, en procura de no perder de vista y de alcance al Citroën blanco que ahora tenía justo frente a su capot. Apenas había hecho por Alvear unos pocos metros, el hombre calvo puso balizas, subió su auto a la vereda y lo metió en un estacionamiento que siempre tiene espacio en su

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interior. La maniobra fue tan natural y fugaz, que Ricardo no tuvo reacción y pasó, a escasa velocidad, frente a la entrada del estacionamiento, vio el auto atracando y luego perdió todo de vista. Volvió a poner su atención en el frente y el semáforo del boulevard San Juan lo detuvo. Puso su brazo derecho sobre el asiento del acompañante para hacer palanca y llevar mejor su cabeza hacia atrás y tratar de ver algo. Cuando abandonó por inútil esta acción, su parabrisas estaba completamente blanco, bajo una espesa espuma y una buena cantidad de burbujas de jabón, y un muchacho joven repasaba con su secador de mano todo el vidrio, dejándolo impecable, casi sin ni una sola marca. Ricardo oyó que el muchacho le dijo algo y comprendió que fueron palabras amigables, aunque no pudo escucharlas ni comprenderlas exactamente. No recordó cuándo bajó el vidrio de su ventanilla, pero en un momento notó que le estaba dando diez pesos al muchacho del jabón y las burbujas; mientras veía que la palanca de cambios iba y venía, que los pedales subían y bajaban cerca de sus pies y que su auto avanzaba ahora, nuevamente, por el boulevard San Juan; retomando su ruta inicial, esa que había abandonado hacía un rato ya.

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Sobre el autor: Patricio Vásquez Muñoz, nacido el 7 de diciembre del año 1995 en la localidad de La Unión, ubicada en el sur de Chile. Por el momento, el autor no ha tenido la oportunidad de publicar ningún libro o en alguna revista, sin embargo, ha ganado algunos premios en concursos literarios locales.

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oy tuve un recuerdo o tal vez un sueño de algo que pudo o no pasar, ni siquiera yo sé que pudo ser, uno nunca sabe, a veces las cosas que contamos son mera ficción o son las historias de los personajes que creamos para afrontar la vida, no las propias. Estaba yo en otro pueblo, diferente a donde paso mis días cotidianamente, lo sé porque no me la pasaba refunfuñando por no poder salir de allí. Estaba solo y todo el ambiente me inspiraba relajo, tranquilidad. Caminé por estrechas, pero extensas calles, no había absolutamente nadie, creo que el pueblo estaba vacío o en cuarentena. No sabía de mi familia, ni ellos sabían de mí. No sabía de problemas, ni ellos tampoco me atormentaban. —Esta soledad me parece tan escasa, como interminable —decía. Mientras seguía caminando, iba olvidando todo, lo que había hecho y quién era. Poco a poco me fui despojando de mi ropa y de mi piel, ya no quedaba nada más que un esqueleto caminando por dichas calles desiertas. Había calor y viento, un clima para el cual no estaba acostumbrado. De pronto, no sentí la brisa en mis huesos apolillados. El viento era yo, sin embargo, continuaba deambulando en aquel laberinto del cual nunca podía salir o eso pensé yo. Recibí un llamado, contesté por inercia, pero mientras volaba bajo, noté que mi madre había desaparecido en un bosque cercano a mi casa. Corrí y llegué en dos segundos, aparentemente dicho pueblo fantasma no estaba tan lejos de mi hogar después de todo. Le pregunté a mi padre cómo había podido pasar esto, cómo no la acompañó, en qué momento se dio cuenta de que ya no estaba. No obtuve respuesta de él, más bien una mirada desaprobatoria. La buscamos día y noche, pasaron semanas, pasaron horas, pasaron meses, pasaron minutos y años. El bosque no tenía más de 500 metros cuadrados, poseía un manzano que nunca dio frutos y muchos más árboles y arbustos que lo pertinente para el espacio que ocupaba en el mundo. Pude notar que mi padre y mis hermanas eran quienes más la buscaban, yo me remitía a preguntarme cosas y buscar el porqué, como si las palabras fueran a solucionar los problemas reales. Un día, mientras envejecidos, buscábamos, ella salió del bosque, nos observó a todos como un montón de extraños. Mi padre corrió a abrazarla, mis hermanas también, en el verdor de un pasto rociado por la tenue lluvia se dio el pequeño encuentro familiar. Después de una o dos palabras, decidimos volver a casa, todos se sentaron en el mismo sillón de tres cuerpos, ella estaba agotada, según lo que pude percibir. Mi padre besó su frente y mis hermanas acariciaban sus brazos, incluso mi gato y mis perritos corrieron a ella, su cara era el centro de sus lengüetazos. Ella me miró y me dijo: —Qué pasa? ¿Por qué no vienes aquí? No respondí, no obstante, ella sabía mi respuesta. No es el momento todavía, por ahora solo me limito a observar y apreciar estos pequeños e infinitos instantes que tenemos. Me esfumé con el viento y el calor, había ido al bosque, debido a que algo no me cuadraba. Me senté en una banca de madera colindante con el manzano infértil y encendí un cigarro, el humo se escabullía entre medio de los dedos del chubasco. Lo único que pude esbozar fueron preguntas, mas no respuestas. Al retornar a mi hogar, no había nadie en el sillón y la casa estaba absoluta y aterradoramente vacía. Me tomó dos minutos darme cuenta de que el verdadero y único desaparecido, era yo.

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Temple of darkness Fotografía de Nestor Briseño

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Sobre el autor: Andrés Gómez (Silao, México, 1996). Editor de la revista Granuja. Ha sido miembro del Fondo para las Letras Guanajuatenses en 2015, 2017 y 2020. Su obra ha sido publicada en las antologías Círculos de agua (Ediciones La Rana, 2018) y Diez poetas de Guanajuato 1982-1996 (Punto de Partida, 2018); y en las revistas Estrépito, Hermanas de Shakeaspeare, Monolito, El canto del ahuehuete, Polen UG, Favor de Interrumpir, Poetripiados y El ocaso de las letras.

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o descubrí en el dos mil quince, mientras vomitaba en el suelo cinco litros de estrellas etílicas.

en el golpeteo de la noche todo acto de fe es montaje, en el cielo la luna es una grieta. me gusta apagarme los cigarros en la grieta de la panza, en la mitad del cielo estrellado que miro todos los días en el reflejo del televisor. la destrucción automática del yo observar el mal posicionamiento de mi columna vertebral, ajustarme la sonrisa 35 grados al noreste y notar el desbalanceo entre mi cabeza acaso una nube a punto de estallar y las uñas de mis pies cuando vomito me imagino que soy un dragón autosabotaje medieval incluso siento escamas en las piernas y una comezón debajo de la axila. La auto-destrucción es re-descubrimiento que es contra-dicción lo descubrí a las tres de la madrugada luego de escuchar aquella canción los derrumbes también poseen nombre de recuerdo pensé la luna también vomitaba estrellas yo cruzaba los dedos y tensionaba la garganta autoindeterminación del instante el reflejo de la botella no era yo solo un segundo disfrazado de existencia definiendo la costura de mi no-cuerpo en la fría piel de la botella el reflejo del agua del inodoro sí era yo o por lo menos mi rostro jadeante

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agotado de arrojar fuego pedazos de estómago chamuscado recuerdos arrumbados en la artillería autodefensa del yo lírico

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Sobre los autores: Enidsa Novoa Haro (Ancash, 1985) directora del colectivo Ojos de Papel y del colectivo cultural Punto de cultura. Ha publicado Pulso de Vida, su primer poemario por la editorial Colmena, de Puno. Ha Sido parte de la antología Octuvrid 19 de la editorial Zentauro, de Arequipa, y sus poemas han sido publicados en la revista Insulta Barataria. Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Es administrador de la revista Babeblicus (literatura general). Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018).

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e dice que un ser humano no puede dividirse mientras realiza cualquier actividad, detrás de todo acto se halla una historia de vida adherida a las emociones propias, que está siendo experimentada a través de nuestra conciencia; no se puede pedir a un policía que no piense en sus sentimientos cuando acelera el tráfico, o no puede pedírsele al mesero que no piense en la pelea con su esposa mientras nos trae el menú. Hay razones, al parecer descabelladas, para nuestra forma de reaccionar ante el mundo, las cuales no son entendibles para algunos, no por ello dejan de estar presentes en todos los instantes de la vida, en cada detalle, en todos los espacios y sucesos. Un hombre no puede dividirse cuando realiza tal o cual acto. Al menos yo tomaba en cuenta eso. Pronto me sucede lo impensable: es mediodía, estoy dictando clases en la universidad La Villa y, de súbito, cuando estoy a punto de colocar en vitrina la prosa de César Vallejo, me llegan unos deseos irrefrenables de darle un beso en los labios a mi enamorada, ella se encuentra lejos, en Estados Unidos, haciendo su maestría en literatura creativa. El arte de la palabra nos unió, nuestro romance duró dos años en Perú, mas luego tuvo que marcharse, ya son dieciocho meses los que lleva fuera. Acordamos en que tendríamos una relación a distancia; yo iría a visitarla a mediados de año y ella vendría en la época de fiestas de fines de año. Todo ha marchado bien hasta ahora, pero la extraño. Quisiera tenerla cerca, tocarla. Al terminar la clase, siento una ligera frustración que me incomoda. Al día siguiente, recibo una llamada a mi celular, es Carla, mi novia, me dice que gracias por todo, que la hice feliz, que estuve con ella toda la tarde de ayer, que disfrutó cada una de mis caricias. Que fue toda una sorpresa que me apareciera tan de sorpresa en su campus, en la puerta de su habitación, en la cual, por suerte, no se hallaba su compañera de cuarto. No comprendo, le digo que estoy en Lima, que nunca salí del país. Carla me pide que deje de bromear, que lamenta que haya tenido que irme en el primer vuelo a Lima, que es triste que no hubiese podido quedarme un poco más, pero lo entiende, tuve que dictar clases y ni ella ni yo estamos de vacaciones, además le prometí que regresaría pronto, sin avisarle, desde luego. Cuelgo el móvil. Es injusto, me he dividido, pero mi otro yo ha disfrutado de mi pareja, en tanto yo permanezco solo y melancólico. Llego a mi residencia, me quito los zapatos, me echo en mi cama. No tengo ganas de leer, bueno, de repente un poco de ciencia ficción clásica, no obstante, primero debo meditar acerca de lo sucedido. Fue un hecho imposible, ¿por qué ocurrió? Así de grande debe de ser nuestro amor, aunque ¿al punto de lograr que tal fenómeno milagroso sucediese? Mi mente ha cavilado toda la tarde, nada de respuestas. Suena el timbre de mi pequeño cuarto ubicado en Lima Sur. Es Carla, al igual que yo, se ha dividido; trae consigo una caja de bombones, me abraza, me besa, me dice que ahora lo comprende todo, que ya no nos formulemos preguntas sobre esto o aquello, que gocemos, que mi otro yo le enseñó el modo de liberarse. Me sorprenderá seguido o de vez en cuando, será como yo guste, podría avisarme de su llegada: lo prefiero de esa forma. Eso sí, no se quedará todo el tiempo, tendrá que irse, mas luego volverá, cuando ella lo desee, cuando yo quiera, si ambos estamos de acuerdo. Empiezo a recordar la agradable velada que pasamos el día anterior. Nuestras mentes pueden conectarse con el yo dividido y elegir en qué lugar prefieren estar. Carla también recordará este momento, a pesar de que en el país del norte está rindiendo un examen. Ahora somos emociones vivas, fabulosas, como el amor mismo.

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Sobre el autor: Jesús Prado. Escritor nacido en La Unión de San Antonio, Jalisco. Cofundador de la revista literaria Perro Negro de la Calle. Sus obras literarias ahondan temas de actualidad, poesía urbana, política, melancolía, amores y desamores, pero, sobre todo, una honestidad tremenda en cuanto al análisis y exploración de las pasiones y enigmas de la existencia contemporánea.

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enta y pálida circula la muerte, en medio de las mentes que duermen… ciudades fatales que se resumen: en tiros al aire, hombres sin suerte. Beso frío, aliento que termina. Ella camina y sin querer calla; piensa que no sobrevive… estalla, multicolor, mirada que germina. Palmo a palmo, sucia cantina: sin luto en vida; ella viene noche tenue, suave cortina. El sueño pierde por la salina, ella se aferra; se contiene: ¡Con su boca sangre me elimina!

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Sobre el autor: Pierre Turcotte, M.A., nacido en Canadá, vive en Málaga desde 2016. Tiene un Máster en Literatura de la Université du Québec à Montréal (UQÀM, 1999). Autor de Calme brûlant (2021). Miembro del consejo editorial de la revista francesa Le Soc. Fue redactor jefe de la revista canadiense Chanter. Ha publicado poemas, cuentos, ensayos y artículos en revistas y antologías canadienses, francesas, belgas, españoles, argentinas, peruanas y mexicanas: Moebius, Brèves littéraires, Horrifique, Chanter, Les Cahiers du CEDEL, Le Soc, Combat, Poétisthme, Choeur Magazine, Revista Retentiva, Revista Literaria Pluma, El Conjuro de las Ranas, Perro Negro de la Calle.

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n aroma más dulce que una obsesión lejana carga el viento de tu llegada sospechosa una cáscara de naranja una flor de jazmín las hojas de té en el fondo de una taza todo te trae de vuelta a mis pensamientos tengo la obsesión de los días cuando solías llamarme tan a menudo

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Sobre la autora: Paulina Luisa Sarfson, nacida en provincia de Buenos Aires, Argentina en 1962. Publicó cuentos a través de selección por concurso, Editorial Dunken, Ciudad de Buenos Aires. Primer Lugar Concurso Rotary Club Flores, Ciudad de Buenos Aires 2018/ Primer Lugar Concurso Plaza de los Poetas Quequén, Buenos Aires 2019/ Mención especial concurso ASBAN, Buenos Aires 2020. Periodista Graduada. Redactora. Correctora. Colaboración en medios escritos y audiovisuales. Dos Postítulos en enseñanza de Escritura y Literatura, Ministerio de Educación de la Nación Argentina. Coordinadora de Talleres de Periodismo y Publicidad en Escuelas Medias Públicas Ciudad de Buenos Aires y de Talleres de Escritura de manera autónoma. Miembro invitada eventos Secretaría de Cultura, Municipalidad de Vicente López, Buenos Aires, Argentina, donde reside desde 2010.

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o había logrado dormir, la cita con la muerte ya tenía hora pautada. Su estómago revuelto apenas si podría tolerar un café negro. Pero aún con náuseas y resistencia, la condena se llevaría a cabo. Rogó a Dios por su salvación y la de todos ellos. Luego vendría la confesión ante el sacerdote. Aún aguardaba un milagro, el indulto del gobernador. La esperanza intacta hasta el último segundo. Un perdón desestimado. No hubo compasión ni clemencia. Caminaba por el largo corredor gris a encontrase con la muerte en esa sala fría, blanca, aséptica. Separados por una pared vidriada, se ubicarían los testigos. Soberbios y convencidos de estar en presencia de un acto correcto, observarían con frenesí erótico. Cuando el juez dio la orden, puso su mente en blanco y bajó la palanca. El cruel chirrido que provocó la electricidad fue un brutal latigazo que no quería recibir. La sentencia se había cumplido. Una joven madre yacía inerte sujeta a la miserable silla. Overol naranja, capucha negra, manos sujetas; descalzos, los pies crispados como hechos un ovillo, aún humeantes. Y el olor repugnante de la carne quemada; todo ofrecía a los presentes un show macabro que estimulaba sus morbos. Con la mirada nublada por ocultas lágrimas, caminaba de regreso por el largo corredor gris, el que atravesaría nuevamente para cumplir la próxima ejecución. Cómplice de la barbarie legalizada, el verdugo se persignó e imploró un indulto, esta vez para su alma.

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Sobre el autor: Patricio Vásquez Muñoz, nacido el 7 de diciembre del año 1995 en la localidad de La Unión, ubicada en el sur de Chile. Por el momento, el autor no ha tenido la oportunidad de publicar ningún libro o en alguna revista, sin embargo, ha ganado algunos premios en concursos literarios locales.

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L

a casa tiene frío, sus gélidas paredes nos envuelven como un paquete por entregar, no solo hay sensibilidad al hielo por el invierno, sino porque el hielo se convirtió en los cobertores sobre nuestras camas. La casa tiene frío y se debe a que le falta una esquina, es inusual, extraña es su arquitectura, los vendavales hacen su entrada por las rendijas entre las ventanas, mínimos espacios que siempre estuvieron sellados con cinta aislante, como parches que cubren una pequeña herida, no obstante, la llaga que había era mucho más grande que cualquier parche, ahora entiendo todas las goteras periódicas que aparecen tocando incesantemente la puerta en el piso, ahora comprendo el suspiro del aire bajo nuestras camas, ahora me di cuenta de que la casa tiene frío, debido a que los juguetes puestos en ella, abandonaron sus posiciones, se guardaron en un baúl polvoriento y se apagó la luz puesto que nadie pagó la cuenta, solo queda el maullido de tres gatos que perdieron a su dueño y no tienen quién los cobije cuando el invierno azote, cuando la casa verdaderamente tenga frío.

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Sobre el autor: Rainer W. Blaiddh: Nació un martes del 2002, en alguna parte de la República Mexicana, en la ciudad de Cuautla, Morelos, para ser más específicos. Allí encontró a la literatura desde temprana edad, y pronto comenzó también a dedicarse a la escritura. Ha publicado algunos cuentos en revistas digitales, como El Crimen de un hombre en Revista Zompantle, o 2094 en una antología de cuentos latinoamericanos en la editorial Yo Publico. También ha escrito algunas novelas inéditas como La Sombra del Castillo.

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P

arecen vides amargas de almas afligidas, sus malos dejos y un montón de palabrería, o despojos de todas nuestras vidas mullidas, son la forma divina de una eterna apatía. Semejan roña sus virtudes correspondidas, sus cariños mutuos, vacuos y sin valentía, experiencias juntas, profanas almas perdidas, Y llaman Amor, a su falsa pasión vacía. Viles sentidos físicos y afectos fatales o vacuos pensamientos y virtud mal trocada, materialismo con miedo y caricias venales es su supuesto Amor, vil pasión tergiversada, ignoran, sienten, no piensan y entregan sus males, creen que Eros es amor, y Filia está olvidada.

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Sobre el autor:

Andrés Gómez (Silao, México, 1996). Editor de la revista Granuja. Ha sido miembro del Fondo para las Letras Guanajuatenses en 2015, 2017 y 2020. Su obra ha sido publicada en las antologías Círculos de agua (Ediciones La Rana, 2018) y Diez poetas de Guanajuato 1982-1996 (Punto de Partida, 2018); y en las revistas Estrépito, Hermanas de Shakeaspeare, Monolito, El canto del ahuehuete, Polen UG, Favor de Interrumpir, Poetripiados y El ocaso de las letras.

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h

oy levanté una piedra y de ahí salieron despavoridos ciegos y parlanchines una plaga de poetas con la sonrisa trazada de oreja a oreja y los ojos carcomidos de verso y la cabeza ida en algún velorio metafísico no eran escritores me cercioré de eso eran poetas taciturnos suicidándose en el filo de una estrella ebria y aunque intenté matarlos de un solo pisotón eran una enorme masa amorfa los había de todos los colores y complexiones se arrastraban sobre las alcantarillas declamando gritos inconexos y evangelios cerebrales se movían en manadas metafóricas intentando sobrevivir del apocalipsis al que la gente nombra mañana yo los vi lo juro abriendo el hocico con sus afiladas palabras escurriéndoseles en infinitos ríos mareos supraterrenales eran como una plaga de hipérboles andantes cruzando el suelo minado de perífrasis y de bermejos empotramientos los vi con mis ojos retoricándose pero no pude detenerles el gusano que tienen por lengua al final saqué el dinero de la cartera y les compré sus bolsas de palabras ellos tan poéticamente abstractos yo tan pendejamente inocente

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Sobre el autor: Eduardo Segura García. Nació en el séptimo mes de 1994 por algún lar en la Ciudad de México. Estudiante de antropología con un poema publicado en agosto del 2014 por la Revista Literaria Monolito #XIII

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Y

o no puedo ser poeta y a pesar de saberlo desde la inocencia, he insistido, arrancando, vano, por el tallo la palabra en cristalina esencia, transformándola, sin sentido, en garabato.

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Sobre la autora:

Alejandra Cruz Castillejo nació en Michoacán, México, en 1983. Graduada como Lic. en Educación Primaria en la Escuela Normal Urbana “Profr. J. Jesús Romero Flores”. Colaboró en la Antología Normalista en 2004. Actualmente ha publicado en las revistas Rigor Mortis, Perro Negro de la calle, Cantera, Posada Almayer, así como en páginas de difusión cultural.

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lla no sabe que huele a rosas, simplemente sonríe cuando me ve. No sabe que mis suspiros son por su aroma, esencia que penetra hasta el fondo y se impregna en cada célula y partícula de mi ser. Ella piensa que sus labios navegan con simpleza, para mí son proveedores de exquisito néctar, hermosas curvas que me atrapan y me encierran. Labios que sustraen mi cuerpo y lo arrojan a los cielos, lo hacen volar por los aires y lo bañan con miel bendita. Ella cree que su piel le pertenece y de mí la arrebata cuando quiere, me deja a la intemperie al quitarme la manta que me da cobijo, suavidad paradisiaca que mi locura desata. Ella navega con sus manos por mi cuerpo conquistando cada centímetro que toca, es navegante que se adentra en aguas profundas. Soy cautivo de su belleza y preso en total complacencia. Ella piensa que soy su amor, pero soy un esclavo, cuya felicidad se desata al recibir una condena de besos hasta morir envenenado con su néctar, esclavo que agoniza atándose a su cintura.

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Sobre el autor: Alfredo Porras nació el 27 de septiembre de 1997, en Guadalajara, Jalisco. Es ingeniero en biotecnología, recién titulado, pero su amor por las letras es equiparable a su singular vocación profesional. Su preparación en este ámbito se limita a unos cuantos cursos de escritura creativa, no obstante, su afición lo impulsa a seguir nutriendo su prosa y a encontrar en ella motivación en su día a día, un medio que facilite la expresión de sus ideas calladas y un escape a la difícil situación que todos están enfrentando.

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P

asan las horas, los recuerdos siguen presentes, pasan los días, pasan las noches, pasan los años, mi memoria no hace caso. Al mundo olvidé y el mundo se olvidó de mí. Todo parece desvanecerse, la vida no es paciente; permanentes son sus cambios y no puedo seguir sus pasos. Estoy fuera de tiempo, pero los recuerdos siguen presentes. Te encuentro en todas partes, tu presencia me envuelve en todo momento. Mis heridas abiertas permiten la entrada de tu mirada, de tu esencia. Vivo permanentemente ausente, tú sigues permanentemente cerca. El tiempo no discrimina ni a imperios ni a catedrales; lo que antes nos unió, el tiempo se lo llevó. Quisiera olvidar tu sonrisa, tu mirada por las mañanas; olvidar tus manías y tus improvisadas acciones; olvidar los gritos, los terribles silencios; olvidar las risas y olvidar tus palabras. Extraño hablar contigo y decirlo todo con una mirada; extraño tus ideas y la intensidad de tus acciones; extraño los aprendizajes, detener el tiempo abrazados; extraño ser feliz y extraño serlo a tu lado. Si el tiempo todo se lo llevó, que me quite este dolor. No quiero olvidarte, pero me duele recordarte. Me he quedado atrapado en un ciclo sin fin, hasta que el tiempo se lleve mis recuerdos y también me lleve a mí.

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Dentro del gigante Fotografía de Nestor Briseño

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Sobre la autora: Paulina Luisa Sarfson, nacida en provincia de Buenos Aires, Argentina en 1962. Publicó cuentos a través de selección por concurso, Editorial Dunken, Ciudad de Buenos Aires. Primer Lugar Concurso Rotary Club Flores, Ciudad de Buenos Aires 2018/ Primer Lugar Concurso Plaza de los Poetas Quequén, Buenos Aires 2019/ Mención especial concurso ASBAN, Buenos Aires 2020. Periodista Graduada. Redactora. Correctora. Colaboración en medios escritos y audiovisuales. Dos Postítulos en enseñanza de Escritura y Literatura, Ministerio de Educación de la Nación Argentina. Coordinadora de Talleres de Periodismo y Publicidad en Escuelas Medias Públicas Ciudad de Buenos Aires y de Talleres de Escritura de manera autónoma. Miembro invitada eventos Secretaría de Cultura, Municipalidad de Vicente López, Buenos Aires, Argentina, donde reside desde 2010.

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on Adolfo Lamas entró en el boliche del pueblo con sus dos hijos mayores, Jorge y Julio. Los paisanos estaban algo picados a esa hora del viernes. Provocaciones, riñas, nunca nada terminaba bien en ese lugar, donde todavía los pleitos se resolvían a cuchillo. Uno muy borracho empezó a gritarles ofensas graves que ni Don Adolfo ni ningún Lamas iban a permitir. Eso que dijo solo se cobraba con sangre. Jorge lo detuvo. No quería que su padre se involucrara con gente que peleaba en grupo. Julio temblaba sin decir palabra ante la mirada compasiva de su hermano mayor y desconfiada de su padre. Mientras Don Adolfo se resistía a dejar las cosas así nomás, se armó una gresca con otros protagonistas que generaron distracción, sillas que volaron, gente lastimada, sangre, botellas rotas y policía. Los muchachos insistieron en salir y Don Adolfo les hizo caso de mala gana. Se fueron sin que nadie les prestara más atención, al fin y al cabo. No era el momento de hacer ni decir nada. En la casita los esperaban la mujer, las dos chicas y, el menor de los cinco hijos. Don Adolfo cuidaba a su familia hasta el detalle, aunque Jorge y Julio ya fuesen muchachos rondando los veinte, él los protegía siempre. Por eso la ofensa de esa noche fue aún más humillante. Nunca lo permitiría. Un Lamas, jamás. Julio seguía temblando y manejaba el rastrojero en silencio absoluto. ¡Su hijo! ¡Qué vergüenza! ¡Un Lamas! Cuando llegaron a casa, Julio dijo a su padre que iría por ahí a dar un paseo, que lo de esa noche lo había alterado. —Alterado, yo le voy a dar alterado —murmuró cuando el muchacho se alejó. Esa noche Don Adolfo no durmió. Julio tampoco, y Jorge temía, con justa razón, una reacción desmesurada de su padre ante la ofensa. Lo conocía, un Lamas jamás dejaba pasar una canallada así; su abuelo, sus tíos, sus primos; familia y honor, ante todo. Esta venía brava, y tampoco sabía cómo ayudar a su hermano Julio. Don Adolfo, por su parte, no iba a dejar en la nada la terrible ofensa. Desde la noche del asunto, con discreción, escondiéndose, trataba de descubrir al canalla y de emboscarlo. Aunque el otro era escurridizo y sabía desaparecer en la noche, en algún momento lo encontraría y sería momento de arreglar cuentas. Entre ellos dos, y nunca más nadie se atrevería a decirle aquello a un Lamas. Siempre con el cuchillo preparado, buscaba en los caminos, en el pueblo, entre las casas, ocultándose, esperando dar con él. Cuando no lo encontraba, sin embargo, se sentía aliviado. Quizás estaba cometiendo una equivocación al actuar así, pensaba. ¿Cómo le explicaría a su mujer, a sus hijos? Pero tampoco podía dejar las cosas como estaban. Si no lo encontraba, sería porque Dios era bendito. Pero si lo hallaba, le daría el merecido que un Lamas sabía dar. Un viernes se cruzó con Mario Reyes, el hijo del tendero, lugar y hora extraños para andar por las calles recortadas del pueblo. Reyes dobló la esquina oscura sin verlo. Recordó algunos comentarios extraños de Julio sobre el tal Mario; la hora, las salidas de su hijo cada viernes, el ímpetu con el que se iba y el silencio con que el que volvía. Sin ser divisado siguió a Reyes con paso silencioso. El muchacho se subió al rastrojero de Julio. Entonces, Don Adolfo comprobó que el borracho de la pulpería había dicho una verdad que él ya temía; y la duda que lo agobió durante años, se transformó en desprecio. Cuando Julio bajó de la camioneta con los ojos muy abiertos, y con lágrimas miraba suplicante a su padre, primero por haber sido descubierto en su vergüenza; luego al comprender que Don Adolfo estaba dispuesto a todo. Impiadoso clavó el cuchillo en el pecho de su hijo.

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Mientras el joven caía agonizante, el padre sintió que había cumplido su obligación. Ya nadie más llamaría mariquita a un Lamas.

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Sobre el autor: Rainer W. Blaiddh: Nació un martes del 2002, en alguna parte de la República Mexicana, en la ciudad de Cuautla, Morelos, para ser más específicos. Allí encontró a la literatura desde temprana edad, y pronto comenzó también a dedicarse a la escritura. Ha publicado algunos cuentos en revistas digitales, como El Crimen de un hombre en Revista Zompantle, o 2094 en una antología de cuentos latinoamericanos en la editorial Yo Publico. También ha escrito algunas novelas inéditas como La Sombra del Castillo.

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C

aminando en la plenitud de mi mala vida, fui a encontrarme con una mortandad en el campo, cuál fin último del todo, encontré una osamenta desconocida y triste, tirada cual basura. Fue un hermoso esqueleto sin dichas ni bellezas, que abría sus interiores pútridos en nada, colmados de viles, preciosas exhalaciones, que una turba de moscas alegres la besaban. Y en la vil cabeza que fue de hermosa mujer, vi el mal sombrío plomo, en las sienes afligía, como el motivo cruel que le arrebató su vida. Qué hermosa muerte tú eres, tan desapercibida osamenta muy perdida, terrible es pensar, que, en un lugar, esperanzados, aún te busquen.

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Sobre la autora: Roxana Aguilar Rebollo, de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Chiapas, y Actualmente cursa el Cuarto semestre de la Carrera de Filosofía, por la misma universidad. Ha publicado en diversas revistas electrónicas: Revista El futuro del ayer, hoy, en el Magazine Calleb, en el Blog Argentino Las musas despiertas, en la Red tapatía de revistas y fanzine, Revista Independiente Unión José Revueltas y la Revista Perro Negro de la Calle y en la Edición especial Grimm de Otoño, de la misma revista, en el Circuito Independiente Arte Morelia y la revista Elipsis. Además de ser publicada en la antología de cuentos de horror, Pm: Perturbaciones de la editorial Librerio, y tener una mención honorifica en el primer concurso de literatura universitaria Oscar Oliva: 2020, con el cuento “La otra pandemia”.

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hispita! ¡Chispita! Ven aquí, Chispita… Aquella niña era increíblemente simpática y también un tanto ingenua y de ninguna manera se pensaría que quisiera dárselas de una niña mayor, adoraba su espíritu juguetón y adoraba aún más el pequeño gatito que su madre le acababa de obsequiar. Lo llamaba con ahínco, pero el felpudo felino parecía no escucharla en absoluto, pasaba el día mirando hacia la ventana, sin parecer contemplar aquello mismo que observaba. Chispita era hermoso, con ojazos grandes pero perdidos que se cruzaban entre sí, delicado y de un amarillo opaco como si fuera la calca de algún boceto mejor definido. Era un gato muy poco sociable, aunque en el hogar no era el único animal, existían otros dos gatos, relajados, gordos, amistosos y felices, pero a Chispita parecía que estos dos no le agradaban y prefería la esquina del ventanal pasando ahí horas mirándose la inquieta cola, enajenado con su danzar. Cada tarde al regresar de la escuela, la pequeña niña alegre corría en su búsqueda, pero su actitud no era muy alentadora, con un pobre contacto visual, la niña movía armoniosamente una vara morada con una pluma al final, que Chispita no solo ignoraba, sino que hacía como que no estuviera ahí, la niña decepcionada se levantaba triste ante la llamada de su madre para comer. Aquel gatito, no se daba ni siquiera por aludido del sentimiento frustrado de la pequeña y volvía a tomar posición de su esquina para volver a danzar la cola sin parar. Una mañana, un gran alboroto se armó en la cocina, Bola de nieve, uno de los gatos gordos, había llevado a casa un pájaro muerto y lo había dejado sobre la mesa de los víveres, todos corrían sin saber qué hacer y ambos gatos gordos miraban al pájaro muerto con ensimismamiento, sin embargo, Chispita no pareció darse por aludido, pues en plena carrera de desaparecer el cadáver, él se había dispuesto a comer de su platón, sin percatarse del regaño a ambos felinos compañeros del hogar. Otro día, al de sorpresa haber encendido el televisor, una música fuerte invadió la tranquilidad de la casa y Chispita grito como herido de muerte por todo el lugar hasta aterrizar justo debajo del refrigerador y no salió de ahí hasta 24 horas después. Así la niña se dio cuenta que su gato era un gato especial, con necesidades únicas que ella empezó a interpretar. La campana de colegio sonaba, las puertas se abrían y ella se precipitaba hacia la salida en búsqueda de aquel amigo tan extraño de imaginar. —Entonces, Enriqueta, ¿entiendes el sentir del pequeño felino y su dueña? —dijo la psicóloga sentada en el pequeño banco de colores y aun sosteniendo el libro en la mano de aquel tierno cuento recién contado—. Enriqueta, ¿lo entiendes? —Miau.. —¿Enriqueta? —¡Miau! ¡Miau! ¡Miau! La niña saltó del sofá y empezó a girar por todo el llamativo y pequeño consultorio, maullando y adoptando el carácter de un gato, la psicóloga no pudo más que sonreír y sobarle la cabellera en señal de aprobación.

—¡C

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Sobre el autor: Guillermo Romero Vázquez nació en 1994 en Tijuana, Baja California. Licenciado en Lengua y Literatura de Hispanoamérica (UABC). Docente de tiempo completo. Editor en El Colegio de la Frontera Norte. Sus textos se han publicado en revistas literarias de México. Poeta seleccionado por Ediciones Afrodita para formar parte de la antología poética El deseo de Cupido (Argentina, 2021). Actualmente produce y dirige obras de teatro para jóvenes en Tijuana, Baja California.

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Cuento basado en Las mil y una noches.

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uéntase (pero Alá es más sabio) que en lo más antiguo de las edades hubo un rey de Persia que tomó por esposa a la menor de las hijas de su visir. Esa mujer de ensueño arrancaba miles de suspiros y despertaba pasiones desaforadas en los hombres más honestos. Un día de los días el rey persa partió con su esposa y su séquito hacia Arabia, con el fin de cerrar algunos negocios y visitar al magnánimo sultán, su verdadero amigo. El rey árabe lo recibió con muchísima alegría y fraternidad. Por largo tiempo departieron sobre asuntos propios de la realeza, pero el anfitrión quedó impactado con la belleza de la reina invitada, al grado del espanto y la preocupación. El sultán propuso a los reyes persas recorrer y admirar su soberbio jardín. Animales y flores de especies sumamente exóticas; figuras de marfil, esculturas de mármol, ídolos de oro, fuentes de granito y muchas otras maravillas asombraron sobremanera a los invitados. Antes de retornar a Persia, el sultán le advirtió: —Cuídate las espaldas, amigo. Veo en tus ojos la desdicha. Al rey persa estas palabras le incomodaron en lo absoluto, más cuando su camarada le murmuró que aquello sería ocasionado por la perfidia de su paloma. Ya en su reino, el rey persa mandó a castrar a todos los varones de su servidumbre, puesto que temía la traición de su esposa. Todos pasaron a ser eunucos. La principal obligación de ellos consistía en vigilar en todo momento a la esposa del rey; de no cumplir con tal requerimiento, habrían de ser decapitados. Al cabo de tres meses, el sultán envió siete eunucos de regalo para ayudar a su camarada y reforzar la esmerada custodia. Cada mes la operación se repetía. Luego de casi un año, el rey persa consideró imprudente seguir recibiendo más eunucos, por lo cual viajó con urgencia a Arabia, para solicitar personalmente la suspensión de aquellas muestras de generosidad y afecto. No encontró al sultán. De regreso a su reino, un grupo de mercenarios lo secuestró junto con sus comandantes y alcaides. Inesperadamente lo arrastraron a su palacio donde el sultán ya se encontraba con toda su gloria sentado en el trono ajeno y tomándole la mano a la reina árabe. —Amigo mío, ¿recuerdas aquello que te proferí en Arabia? —le dijo—. Pasé inadvertido disfrazándome de uno de los mil eunucos que te envié. A la sazón, el poderoso sultán llamó al portalfanje y le dio muerte al rey de Persia, apoderándose de su honor, de su reino y de su mujer.

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Sobre el autor:

Alfredo Porras nació el 27 de septiembre de 1997, en Guadalajara, Jalisco. Es ingeniero en biotecnología, recién titulado, pero su amor por las letras es equiparable a su singular vocación profesional. Su preparación en este ámbito se limita a unos cuantos cursos de escritura creativa, no obstante, su afición lo impulsa a seguir nutriendo su prosa y a encontrar en ella motivación en su día a día, un medio que facilite la expresión de sus ideas calladas y un escape a la difícil situación que todos están enfrentando.

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asguen sus vestiduras, pongan una expresión de dolor y vergüenza, que no quede la menor duda que están de luto. Los colores alegres, las risas y los juegos, hoy no están permitidos. Silencio, por favor, guarden silencio, por favor; solo se permiten los ruidos de lamentaciones, lloriqueos y golpes de pecho. Apaguen las luces y esperemos a que el Sol se esconda. Las flagelaciones, castigos y penitencias son bien recibidas; palabras de aliento, frases mil veces dichas, no las quiero oír, no son más que hipocresía. En realidad, no están dispuestos a acompañarme, nadie entiende mi dolor. Dejémonos de falsedades, estoy solo y mi sentir de todos me alejó. No es justo, fue obra de la casualidad que la vida me quitara lo que más amaba; no es justo, tratar de alcanzarlos cuando ya no me puedo ni levantar. Mi cuerpo está cansado, mi mente me asfixia y mi alma está condenada. Es inútil suplicar por una luz de esperanza, en este oscuro y fétido agujero. Anhelo una escapatoria, en verdad lo hago, pero la extensión de la soledad y el dolor es incierta. Hasta que llegue el momento adecuado, déjenme solo; me asquean las falsas empatías, las compañías forzadas. Son vanos sus intentos de empatía, apártense de mí. Seguiré recostado, hasta que pueda levantarme solo.

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Sobre el autor: Santiago Garcés Moncada. Nació en Itagüí el 3 de junio de 1999. Ganó el 2º puesto en el concurso Historias para volar la imaginación de la I.E Concejo Municipal De Itagüí con su poema Palabras que sangran (2016), fue ganador del 1º puesto en el “Primer premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí” con su cuento Fruto prohibido (2018) y es coautor del libro con las obras ganadoras de este, participó del Festival internacional de poesía de Medellín (2018 y 2019), es co-autor del libro Deshielos de tinta (2019), se publicó una selección de sus poemas llamada Ideas de humo en la 9° edición de la revista “Lo innombrable” (2019), su cuento Casa robada fue publicado en el libro con los mejores cien cuentos del concurso “Medellín en 100 palabras” (2019), fue ganador del 1º puesto en el “Tercer premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí” con su cuento Reflejos (2020), fue ganador del concurso “Un cuento de navidad en pandemia” con su cuento Novena de navidad para mi abuelo (2020). Abriéndose fronteras fue seleccionado para publicar sus cuentos y poemas en diferentes periódicos y revistas de Colombia, Costa Rica y México (2021). Actualmente estudia ingeniería electrónica en la Universidad de Antioquia, es miembro del taller de creación literaria Letra-Tinta y es cronista en la revista Bohemia.

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A

lberto levantó la mirada del papel y la hizo bailar sobre el cristal de sus lentes hasta la puerta que abría sus fauces frente a él, sintió aquel leve miedo de siempre, la habitación se había roto y por la grieta de madera entró Clarisa su mujer con un café negro, importado de Bolivia, servido en su taza preferida. Aquel café era su favorito desde la universidad, pero estaba por acabarse como aquel mes del año, pronto tendrían que comprar más, salir… No quería ni imaginarlo. Agosto treinta y uno, martes de luna llena, leyó en el calendario oxidado por el desuso que dormitaba empolvado en su calvario, condenado a marchitarse con sus meses encadenado a la pared, la tarde caía y el sol herido de atardecer se desangraba tras la bruma que la palidecida ventana le permitía ver, cerró los ojos indiferente al sonido de la avenida que entraba forzado por la ventana cerrada, la vio entrar manchada de mundo y no pudo disimular su inconformidad, la había amado de veras, con todo su frágil corazón, ella era la única persona que de alguna forma lo entendía y lo amaba tal como era, pero también era la última razón que lo conectaba con el mundo, aquel perverso lugar donde la muerte y el caos reinaban, por eso mirarla era como recordar la inseguridad que habitaba fuera de aquella habitación, le había comenzado a incomodar su presencia, pero no era mala voluntad suya, todo era a causa del crecimiento diario de su obsesión. Ella lo conocía muy bien, sabía que ya no la amaba como antes y que cada vez era más difícil llegar a él, hace meses que no dormía con ella en la habitación, no salía de ese estudio, usaba el baño que había adentro y apenas si comía, había cambiado mucho, había pensado en dejarlo muchas veces, pero la sola idea de que muriera de hambre le aterraba, ella hacía de puente para él, pagaba las cuentas, preparaba la comida, le hacía el café. Se había enamorado de él en el colegio, siempre había sido el otro, el diferente, siempre solo, sin amigos con los que jugar y escribiendo en los descansos del colegio, así recordaba a Alberto. Se demoró más de dos años en volverse su amiga y casi hasta la graduación para que fueran novios, casarse no fue tan difícil después de eso, pero aquel asalto había echado todo a perder. Una noche, dos hombres entraron a la casa mientras ellos dormían, pero un fuerte ruido alertó a Alberto el cual llevó a su mujer hasta el estudio y le entregó el arma que guardaba en la caja fuerte, Alberto se acercó a las escaleras con sigilo y los vio subir por ellas en silencio, uno de ellos tenía un revólver y una mirada de pocos amigos, el miedo lo invadió totalmente, regresó lo más rápido que pudo a su estudio pero los hombres alcanzaron a verlo y le dispararon justo antes de llegar a su mujer, la bala le había dado en el pie, su mujer no fue capaz de disparar, así que puso el arma en las manos de Alberto y este disparó dando en la cabeza del hombre del revólver e hiriendo en el pecho al otro ladrón. «No puedo estar seguro ni en mi propia casa», dijo nervioso mientras se apretaba la pierna, desde el corredor una voz susurró: «Este mundo es un lugar peligroso, jamás estarás realmente seguro», y tras esto murió. Aquellas palabras se habían tatuado en Alberto con pólvora y sangre, y aunque la herida había sanado ya, jamás volvió a ser el mismo. Clarisa lo había decidido desde hacía semanas, se iría de casa al final, tenía las maletas en la sala desde hacía quince días, pero no había encontrado el valor para largarse. Antes de salir de la habitación miró a su esposo a los ojos. —¿Me amas todavía? —le dijo ocultando el llanto en una triste sonrisa. —Sabes que te he amado como nunca he amado a nadie—, respondió él y luego se quedó en silencio. Ella salió y cerró la habitación, bajó llorando a la sala y tomó sus maletas, los boletos de avión con destino a la ciudad donde vivía su madre estaban sobre la mesa desde hacía días, no quería irse, pero al final era lo mejor para él, no podía hundirse con él en su obsesión, tenía que darse el valor que ella sabía que tenía. Ahora dejaba en sus manos su destino, era su decisión aferrarse a la vida, o morir de hambre en su

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burbuja.

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Sobre el autor: Gustavo A. Chingual (Pasto, Colombia, 1996), es abogado y aprendiz de la escritura, coautor de los libros Caminando con la muerte y Llamado metamorfosis publicados por Editorial ITA en 2020. Sus escritos pueden leerse también en diferentes revistas literarias, como en el No. 59 de la Revista Miseria, el No. 14 de la Gacetilla de Filología de la Universidad de Antioquia, y en la revista argentina Extrañas Noches, aunque no siempre bajo el mismo nombre.

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E

n una tarde soleada llena de vino y espigas asomó el recuerdo de los amores fallidos de la mayoría de los presentes por lo que el debate se centró en tan fundamental punto los corazones rotos Me dijeron nunca he entendido lo fácil que se enamoran los poetas y escritores y la contundencia de tal afirmación simplemente me silenció Ahora con la distancia que ofrece el tiempo puedo responder a tan graves palabras ataque directo a mis connacionales dos puntos yo tampoco

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Sobre el autor: Santiago Garcés Moncada. Nació en Itagüí el 3 de junio de 1999. Ganó el 2º puesto en el concurso Historias para volar la imaginación de la I.E Concejo Municipal De Itagüí con su poema Palabras que sangran (2016), fue ganador del 1º puesto en el “Primer premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí” con su cuento Fruto prohibido (2018) y es coautor del libro con las obras ganadoras de este, participó del Festival internacional de poesía de Medellín (2018 y 2019), es co-autor del libro Deshielos de tinta (2019), se publicó una selección de sus poemas llamada Ideas de humo en la 9° edición de la revista “Lo innombrable” (2019), su cuento Casa robada fue publicado en el libro con los mejores cien cuentos del concurso “Medellín en 100 palabras” (2019), fue ganador del 1º puesto en el “Tercer premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí” con su cuento Reflejos (2020), fue ganador del concurso “Un cuento de navidad en pandemia” con su cuento Novena de navidad para mi abuelo (2020). Abriéndose fronteras fue seleccionado para publicar sus cuentos y poemas en diferentes periódicos y revistas de Colombia, Costa Rica y México (2021). Actualmente estudia ingeniería electrónica en la Universidad de Antioquia, es miembro del taller de creación literaria Letra-Tinta y es cronista en la revista Bohemia.

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veces me pregunto qué es el amor buscando en mí respuestas que hay en el otro.

A veces me pregunto si muere con la confesión, si se apaga al compartirse, si está condenado a pederse en manos del tiempo y entre tus labios extinguirse. A veces me pregunto qué es el amor buscando creer que no es más que una ilusión, espejismos provocados por el calor de una pasión, magia en llamas que se consume al tacto. Una carga más pesada, un roce, un contacto, un aplastante sentimiento que sin saber nos exalta. Ocultos bajo la sombra del egoísmo creemos brillar con lo amado como dos fuegos bajo un mismo sol, tomados de las manos más allá de la piel, componiendo dos partes de un solo corazón, buscando ser un todo donde no puede haber nada...

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Sobre el autor: Gustavo A. Chingual (Pasto, Colombia, 1996), es abogado y aprendiz de la escritura, coautor de los libros Caminando con la muerte y Llamado metamorfosis publicados por Editorial ITA en 2020. Sus escritos pueden leerse también en diferentes revistas literarias, como en el No. 59 de la Revista Miseria, el No. 14 de la Gacetilla de Filología de la Universidad de Antioquia, y en la revista argentina Extrañas Noches, aunque no siempre bajo el mismo nombre.

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N

o están no responden los dioses se burlan de los hombres.

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