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amos la bienvenida a la Reina de mayo, esa a la que Robert Plant cantaba en Stairway to heaven. He aquí la edición 56 de este poderoso can digital; la revista literaria por excelencia de nuestra ciudad, Lagos de Moreno. Revista que se expande desde este punto de la región Altos Norte de Jalisco hacia los confines de este planeta, por ahora resfriado. Los elegidos de este número comparten y abren sus mentes para que podamos echar un vistazo en ellas, teniendo bien en claro que estos proceden de distintas latitudes, ergo podemos, por unos momentos, estar en la piel de un argentino, un español, o una tapatía. Eso es lo bello de todo esto: cultivarnos, experimentar vivencias que tal vez sucedieron a miles de kilómetros de nosotros. Sin más preámbulo, los dejo con esta chulada de contenido, para que toda la comunidad hispanohablante la disfrute.
Amaury R. Ledesma
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Sobre el autor:
Francois Villanueva Paravicino. Escritor peruano (Ayacucho, 1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en la antología Recitales Ese Puerto Existe, muestra poética 2010-2011 (2013) y en diversas páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas y/o; de su propio país como de países extranjeros. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007).
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e ofreces sincero la mano franca, destruido y no derrotado la beso, como del Señor la toga se marca, con las dádivas del noble confeso. Herido por el golpe de una daca, que el mal tiempo forja el foso, encerrado en la cárcel de jarca, veo tu voz con tono generoso. Dice: «Daré de comer a tu boca y romperé tus cadenas de preso, así serás feliz con la odalisca». Y sentencia: «Tu anhelo piadoso arde como una mujer mítica, que acompaña al más bondadoso».
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Sobre la autora:
Karla Hernández Jiménez. Nacida en Veracruz, Ver, México (1991). Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas nacionales e internacionales y fanzines, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa.
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Para Sandra Camacho
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arta rara vez salía de fiesta, pero en esa ocasión sus amigas habían insistido mucho en que salieran de la rutina así que accedió. La fiesta no era nada extraordinaria. Las mismas luces deslumbrantes que no eran más que mera apariencia, los mismos tragos mal preparados, los mismos bandidos esperando por una oportunidad de lucirse. Todo parecía normal hasta que llegó un nuevo grupo de chicos a la fiesta. Esto no habría sido nada extraordinario si entre ese grupo no hubiera estado él. Era un chico que, a pesar de ser bien parecido, irradiaba un aire extraño. Marta sintió que se debía a sus ojos. A simple vista parecían unos ojos bonitos con aquel cálido color ambarino tan peculiar; sin embargo, una vez que se observaban de cerca daba la impresión de ser la mirada afilada de un ave de caza que busca con ahínco a su presa. No pasó mucho tiempo hasta que Marta y el desconocido cruzaron miradas. El muchacho de ojos ambarinos decidió sentarse junto a Marta. De forma espontánea, él comenzó a platicar con ella como si nada, una charla sencilla a la que Marta apenas contestaba con un par de monosílabos o frases ya hechas. Él le dijo que se llamaba Carlos, que estaba estudiando en una universidad muy prestigiosa, y que era bastante bueno en cada cosa que hacía. El chico extraño insistía para que bailaran. Marta, fingiendo tener una torpeza insuperable para el baile, le comentó que lo mejor era que consiguiera otra pareja. Creyó que aquello sería suficiente para que aquel chico se aburriera de ella y terminara por irse; no obstante, ella no sabía de lo terriblemente insistente que él podía llegar a ser cuando una idea se le metía en la cabeza. En determinado momento, Carlos le pidió su número y, a pesar del recelo que sentía acerca de él, Marta se lo dio como si nada, como si aquellos ojos le produjeran un lapsus brutus con efecto retardado. Quizás él hubiera podido decirle algo más; sin embargo, en ese preciso instante aparecieron las amigas de Marta dispuestas a llevarla a casa luego de una noche de fiesta. Carlos se despidió de Marta con un leve movimiento de su mano mientras las amigas de ella no paraban de bromear sobre su exitoso ligue. Marta creyó que no había posibilidad de que aquel chico extraño la llamara. Una semana después, en pleno periodo de exámenes finales, el celular de Marta volvió a sonar inesperadamente. Era él. Carlos la saludó como de costumbre, le dijo que era importante que aquella noche fuera a su casa para hablar del negocio que quería proponerle. Marta acudió a la cita. Cuando Carlos apareció, ellos volvieron a abrazarse. En esta ocasión Marta ya no se sintió tan incomoda con aquel gesto como la primera vez. Ella lo siguió hasta su apartamento, el cual era mucho más espacioso y bonito que el lugar en que ella vivía. La sala estaba repleta de medallas y reconocimientos, aquello volvió a ponerla nerviosa. Aquello era demasiado para procesar. Cuando él le comentó que estaba por irse a vivir a Europa para hacer un posgrado, Marta ser rio ante los nervios del momento. Por una fatal coincidencia del destino, la risa de Marta fue mucho más de lo que el muchacho estuvo dispuesto a aceptar. Se enfureció al oír esa risa odiosa. Se abalanzó sobre ella. —Creí que eras una chica sensible y dulce, pero al final simplemente resultaste ser una naca inculta —le dijo mientras la tenía agarrada férreamente del cuello.
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Carlos tiró a Marta contra el piso y abusó de ella. Posteriormente, él diría que aquella noche hicieron el amor mientras se hacían íntimas confidencias; la realidad es que ese día él destruyó a aquella muchacha en todas las formas posibles, desgarró sus sueños al mismo tiempo que desgarró la carne de su cuerpo. Al final de esa tortura, él presionó de más, hundió sus manos en aquel pequeño cuello como si quisiera atravesar la piel y los huesos. Cuando finalmente estuvo satisfecho, la vida de Marta se había extinguido por completo. Carlos se fue a dormir sin arrepentirse de nada. Al despertarse, él se preguntó cómo podría deshacerse del cuerpo de Marta sin levantar sospechas. Decidió cortar el cuerpo en pedazos y sacarlo en bolsas de basura. En dos días, logró esparcir las bolsas en puntos estratégicos de la ciudad. La madre de Marta estaba preocupada, hacía varios días que su hija no se comunicaba con ella. Llegaron las vacaciones y Marta no regresaba a casa. Después de unas semanas, le llamaron para informarle que su hija por fin había aparecido... descuartizada. No podía ser posible, no era cierto. Marta estaba muerta, y los medios no se conmovieron con la desaparición de aquella humilde muchacha, su asesino seguía libre. El gran público pronto olvidó a Marta, pero su madre y todas aquellas que conocemos su historia nunca la podremos olvidar.
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Sobre la autora:
Irma Lozano Ramírez. Arandas, Jalisco, México. 1973. Ha publicado: en el periódico NotiArandas dos poemas, en el Caballo Negro dos sonetos periódicos locales de Arandas, Jalisco en la página virtual café de letras con algunos haiku e ilustraciones. Ganadora del segundo lugar de los Juegos Florales 2017, Encarnación de Díaz, Jalisco. Con el poemario El umbral Del fénix. Actualmente participando en dos antologías: 1: Los Cuentos de la Campana, libro que se está editando por la fundación del pensamiento editorial de Arandas, Jalisco. Participando con el cuento El sonido de la oscuridad. 2: Mujeres Poetas de los Altos de Jalisco; libro que ya fue publicado por el ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco, viendo la luz el 4 de marzo del año en curso participo con dos haikus, otro haiku se tomó como portada para la revista virtual el colibrí https://www.facebook.com/Collhibrirevista/ . Acreedora a un reconocimiento en el II encuentro de poesía haiku llamado Una gota de agua, el cual se llevó a cabo en Zapotlanejo, Jalisco, realizado por la fundación TAU y casa de la cultura Zapotlanejo. Participó en la revista virtual Engarce con poemas y haiku en la edición enero 2021 VI año N° .4, en la revista virtual Perro Negro de la Calle, con nueve participaciones desde julio del 2020 hasta abril 2021.
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nvierno fatal hasta los huesos tiemblan con el sabor a sal. II
La pálida piel abrumado desello con sabor a hiel. III Sonoro estalla el ahogado suspiro la boca exhala. IV Viejas memorias abrazan la mortaja de las historias. V Ramo de azares con aroma a naranjos en el féretro.
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Sobre la autora: Astrid G. Resendiz (H. Matamoros, Tamaulipas, México) 1995. Asiste al taller Alquimia de palabras. Participó en la antología de cuentos y relatos Alquimia de palabras, Cuentos cortos para noches largas y El Narratorio #53 y #55. Ha colaborado en blogs y revistas digitales como Pluma edición XII, Collhibrí, Elipsis, Teresa Magazine, El guardatextos, De la tripa y Cisne.
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abía una luz al final del túnel. Me encontraba sentado a la orilla de un bote. El barquero que me transportaba llevaba una túnica andrajosa de color gris que cubría todo su cuerpo, incluyendo su rostro; su respiración era profunda y prolongada; sostenía un báculo con el que remaba. Intenté hablar, pero por alguna razón solo emitía un quejido. La criatura que estaba a mi lado emitió un sonido como si se tratara de una exhalación. El túnel por el que navegábamos parecía interminable; a los lados había pequeños destellos de diferentes colores que adornaban la densa oscuridad que nos rodeaba. Me recargué a un costado y pude notar que el agua lucía como una sustancia gelatinosa. De las profundidades se asomó una calavera con colgajos de carne o al menos, los vestigios de lo que alguna vez fue. Brinqué hacia atrás, intenté gritar, pero solo se escuchó un quejido apagado. El resto del trayecto me quedé recostado, admirando la extraña belleza de aquel túnel. Después de un rato mis pensamientos comenzaron a tomar un poco de claridad y sumergido en ellos fue como el largo trayecto se volvió más llevadero. Imágenes comenzaron a aparecer en mis pensamientos. Me veía cargando a una dulce niña de cabello rizado de color café oscuro, la acercaba a mí para besar sus mejillas, en mis pensamientos resonaba la dulce y melodiosa voz de una mujer que me llamaba, decía «José, amado mío, la cena esta lista». Algo sacudió con violencia y me expulsó de mis pensamientos. Me asomé y vi que eran cientos de manos huesudas, cada una se columpiaba intentando subir. El esperpento que me acompañaba las golpeaba con su báculo. Luego de pasar lo que parecía una eternidad, me sorprendió notar que el túnel no parecía tener final. La barca se mecía de un lado a otro con tanta suavidad que parecía estar danzando sobre las aguas, todo me daba vueltas y cada una de las luces que adornaban el panorama se fueron apagando una a una. Los parpados me parecían cada vez más pesados y aunque lo intentaba, no podía mantenerlos abiertos. A lo lejos se escuchaban quejidos y lamentos. Por un breve momento caí en un sueño profundo. La mujer que había visto un poco antes me llamaba por mi nombre, entre sollozos, sentía como se aferraba a mi mano, incluso como la besaba. La voz de un hombre decía: «Lo siento mucho, es hora de proceder …». En la habitación se escuchaba la voz de una niña que rogaba a su madre que no lo hicieran y poco a poco sus voces se fueron apartando de mí. De pronto, me vi caminando acompañado del barquero. Después, hubo un silencio profundo y una densa oscuridad me rodeó. En mi mente resonaban las preguntas: ¿quién soy yo? ¿Cuál es mi nombre? Y, ¿en dónde estoy? Abrí mis ojos con total lentitud, poco a poco mi entorno se volvió más claro, cerca de mí se escuchaba el sonar de un riachuelo y pajarillos cantando.
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La barca Ilustración de Astrid G. Resendiz
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Sobre el autor: Guillermo Romero Vázquez. (Tijuana, 1994). Licenciado en Lengua y Literatura de Hispanoamérica (UABC). Docente y escritor. Autor seleccionado por Ediciones Afrodita en la antología poética El deseo de Cupido (Argentina, 2021). Participó en Desfile de poetas: Antología del Festival de Poesía Antonio Alatorre 2021 (México, 2021). Sus textos se han publicado en diferentes revistas literarias (Marabunta, Acuarela Humanística, Cardenal Revista Literaria, Texto/Trazo, entre otras). Actualmente produce obras teatrales para jóvenes en Tijuana, Baja California.
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aminas lentamente bajo la lluvia negra. Los árboles lloran su infinita amargura y dibujan ríos de mil hojas amarillas bajo la débil luz de las farolas. Se trata de una calle ruinosa y otoñal. El corazón oprime y no escampa al anochecer, todo lo contrario. Apenas te salvas del diluvio con el periódico matutino. Buscas las llaves entre el mar de monedas del bolsillo y al fondo miras por fin la herrería verdosa del zaguán, la hermosa puerta cancel, la entrada de adoquines, ese patio inundado de begonias y heliotropos. Descubres el viejo caserón. Deslizas la mano por las verjas coloniales porque adoras su ruido metálico, abres la puerta de roble y el mundo renace oscuramente. No hay servidumbre. Es preciso acomodar el abrigo en el alto perchero, encender pronto la estufa para preparar el té de manzanilla y dejar el periódico mojado en la mesita cuadrada de la estancia. Suspiras. Besas el retrato sepia de Laura y buscas un cigarro en los cajones, pero Susana te sorprende con sus manitas tibias insistiendo en dejarte ciego: quiere que adivines quién es, y tú le alegras la noche y sus mejillas de rosa al responder que es tu princesa, la niña de tus ojos. Pide que olvides el cigarro y la estufa, atrapa la humedad de tu mano y la acompañas velozmente. No se le puede negar nada. Cruzan con alegría el verdor de los pasillos, recorren la biblioteca y dan con el piano espléndido. Tomas asiento en el sillón de terciopelo gris y te muestra con júbilo sus avances notables con Schumman, las lecciones aprendidas recientemente, los nocturnos de Chopin, cada uno de sus sueños afables e inocentes. Ha valido la pena, desde luego. No queda más que felicitar a la institutriz, pero al diablo con ello: se atrevió a dejarla completamente sola y sin avisarte. Suspiras. No quieres arruinar el momento. Susana es una niña prodigiosa, tiene un futuro prometedor. Una oleada de orgullo te invade y escuchas sonriente la maestría temprana y soberbia que palpita entre sus deditos de muñeca interpretando Liebesträume Nº 3 de Liszt, su pieza favorita. Susana te abraza, te besa tiernamente en la frente y alcanza a decir que eres el mejor papá del mundo. Entonces recuerdas la estufa encendida. Vuelves con el juego de té, dejas arder la chimenea, redactas el despido inmediato de la institutriz, lees una novela de Balzac y Susana toca el piano majestuosamente hasta que sus párpados se rinden dulcemente y es la hora de dormir. Subes las escaleras de caracol con Susana entre tus brazos. En su habitación se olvida poco del sueño, abraza su osito Diego y después de repetirle ese cuento de dragones imperiales, hablan sobre tu amada Laura que los cuida y bendice desde el cielo, y le recuerdas que eres un padre orgulloso, y que ella es y seguirá siendo tu princesa, la niña de tus ojos. Le devuelves el beso cálido en la frente y dejas su puerta entreabierta. Regresas el juego de té a la cocina y antes de retomar la novela te asombra escuchar el piano espléndido. Cruzas el verdor de los pasillos, recorres la biblioteca, y Susana no está frente al piano. Tampoco duerme en su habitación. No responde a ningún llamado. Parece una broma inocente, acaso un simple juego de escondidas, pero el resplandor de su música vive y persiste, aunque la lluvia perpetua reviente los cristales. Te desesperas. Buscas a Susana por todos los armarios, por todos los rincones; revisas debajo de las camas robustas, en los recintos poco transitados, y solo encuentras nuevos pianos tocando al mismo tiempo aquella pieza soñadora de Franz Liszt. La noche torrencial no es ningún impedimento y buscas a Susana en la penumbra del patio y los jardines. No aparece. Al regresar te detienes en el amplio sillón de la estancia y descubres que el espejo no proyecta tu rostro de angustia. El espejo y el tiempo se han oxidado para siempre. Sobre la mesita descubres una carta. Antes de abrirla, escuchas a una mujer extraña y a un hombre adormilado en la escalera.
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—Por eso nadie quería vivir aquí, ¿verdad? —Tranquila. Solo son pianos. —¿Y así va a ser siempre? —Pues esta casa era de un señor que se volvió loco al enterarse del asesinato de su hija. —Pobre. ¿Y cuándo fue eso? —Hace mucho. Para volver a verla puso pianos en toda la casa. —¿En serio? —Eso dicen. —Debió ser un buen hombre, ¿no crees? Al fin se retiran. Miras la fecha lejana del periódico y ahora sabes que desaparecerás con la reverberación del día. Aun así, abres la carta que ya conoces. Susana te agradece haber sido el mejor papá del mundo y te pide volver mañana puntualmente para disfrutar de sus avances con Schumann y despedirse de nuevo con un beso tierno en la frente.
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Sobre el autor:
J. R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Monolito, Retruécano, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Revista Sputnik, La Gualdra, entre otras.
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a maestra Normita no pensó que el camino fuese a ser tan largo. Ya sabía que la casa de Lucila quedaba fuera de la ciudad. Una cosa es mirar el mapa y otra recorrerlo. El camino llevaba hasta lo alto de una colina. —¿La ve? Allá, a lo lejos, esa es mi casa. «¡Es una mansión!», pensó la maestra, pero se limitó a decir: —La veo. El chófer, era un tipo alto de pocas palabras, que solo contestaba con: sí, no y no lo sé, a las preguntas de la maestra. Había deseado hablar con los padres de Lucila desde agosto. No asistieron a la junta inicial, ni a la de octubre o diciembre. Era febrero, y aun no les conocía. Por eso decidió visitarlos después de clase. «Los señores Rusu deben ser ricos», pensó la maestra al ver el lujoso candelabro dorado que pendía del techo. La sala de piel Chesterfield y el suelo de marfil también eran signos de opulencia. «¿Serán de la realeza?» Hasta ese momento la maestra no había reparado en el apellido de origen rumano de Lucila. «En uniforme escolar todos se ven tan similares». La maestra tomó asiento en el costoso sofá y notó como la luz de la habitación extinguía. La niña había comenzado a bajar las cortinas de toda la casa. —¿Qué haces? Lucila no respondió la pregunta. En cambio, alzó la voz para llamar a sus padres. Quienes acudieron a la brevedad cargando un par de velas. Al notar su piel pálida y la ausencia de sombras, la maestra Normita estuvo segura de dos cosas: Uno. Lucila era adoptada. Y dos. Tendría que comenzar a hacer juntas de noche.
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Sobre el autor:
Juan Luis Henares nació en 1963 en Paraná, República Argentina. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004 obtuvo el Primer Premio en el Concurso de Ensayos Memoria y Dictadura. Sus cuentos han sido publicados en antologías, revistas y webs de Argentina, México, Uruguay, Venezuela, Colombia, Guatemala, Chile, Perú, Cuba, Bolivia, España, Alemania, Canadá y Estados Unidos. Libros: Lápiz clandestino (2018) y Crónicas subterráneas (2021). Web: https://juanluishenaresescritor.wordpress.com/ FB: https://www.facebook.com/juanluishenaresescritor/ FB: https://www.facebook.com/profile.php?id=100010167552389
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a lluvia que inunda las calles dificulta la búsqueda, no obstante, al fin localizo el lugar, ubicado en un estrecho callejón con baches y pavimento de adoquines. Paredes de mármol en dos tonos de gris, un amplio ventanal desde el cual se aprecia la oficina y en su lateral la puerta de reja que comunica con el garaje. Ingreso. La atmósfera es lúgubre. Trajes negros, vestidos oscuros, caras largas, susurros; unos llantos contenidos y otros desconsolados. Busco entre los presentes, pero no la encuentro. ¡Isabel! Sus amigas de la universidad, mis amigas, lloran sentadas en los sillones de la sala de velatorios. También sus parientes y los míos. Un vecino lagrimea junto a su prima, la tía solloza mientras conversa con el abuelo. Amistades comunes colman el ambiente, mas no diviso a mi amor. ¿Dónde estás Isabel? Recuerdo. Anoche, festejos por el día del estudiante. Bailamos, reímos, bebimos. El beso, las caricias y nuestras miradas; nos conocemos tanto que no necesitamos pronunciar palabra alguna para confirmar el deseo compartido. El auto, la ruta que lleva al motel en las afueras de la ciudad, el camión que aparece de frente. El estruendo y los gritos de dolor. ¿Qué te pasó Isabel? Distingo el féretro en el centro de la habitación, un grupo de personas lo rodea. Casi sin darme cuenta llego hasta ellas; son sus padres y los míos. Se abrazan en una danza interminable que pretende menguar el dolor. Me acerco, lloro. Les digo que no estaba borracho, que el camión de repente se lanzó a superar un coche y no me dio tiempo a esquivarlo; les imploro que me perdonen. Sin embargo, no obtengo respuestas, el desconsuelo es demasiado profundo. Saco fuerzas de donde nunca creí tenerlas y me dirijo al cajón, temeroso de encontrar allí su rostro. De inmediato se desprende una frágil figura de los brazos de mamá. La penumbra no me permite descubrir de quién se trata; mira hacia el piso, se acerca y levanta su cabeza: es Isabel. La alegría me invade, respiro tranquilo, ella está bien. Me acerco al ataúd, levanto la pierna y de un salto me introduzco en él.
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Sobre la autora:
Liz Magenta, nació en la ciudad de Puebla, México (1980). Ha publicado cuento en revistas nacionales e internacionales como: Tierra Adentro, Nocturnario, Teoría Omicrón, Seattle Escribe, entre otras. Ha ilustrado para las revistas: Teoría Omicrón, Perro Negro de la calle, Miseria, Margínalees, Lunáticas Mx, y Lo-innombrable. Está incluida en el mapa de escritoras mexicanas, contemporáneas: https://mapaescritorasmexicanas.wordpress.com/.
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enía una puerta de dos hojas, como en el viejo oeste. Los techos agrietados. Mesas y sillas de plástico, una barra con bancos altos. Los refrigeradores llenos de cervezas. Una fracturada rócola emitía noche y día cumbias de antaño. Las mujeres y los trans, acumulaban fichas por cada botella vacía y jugaban con ellas a hacer pirámides o a echar volados. Carcajadas agrías, humo de cigarrillo y tragos de alcohol deambulaban allí, donde entraban y salían las almas que comprendemos la soledad y el abandono, donde bailábamos canciones tristes y brindábamos felices por el encuentro, hombre con hombre, mujer con mujer, hombre, mujer, qué importaba, lo importante era deshacerse, aunque sea un rato, tal vez solo por un momento de tanta soledad guardada. Dónde estarán ahora, mis novias, mis putas, mis amigas, dónde estarán si por culpa de la pandemia, nos cerraron el bar. Si el alcohol no nos mató, ni la enfermedad, entonces nos matará tanta pinche soledad.
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Sobre el autor: Javier León Mantilla (Jota). Un artesano nacido en los primeros días de 1990 en un pequeño pueblo de Santander Colombia, con las letras de su madre y padre por nombre, manteniendo una costumbre ancestral de no permitir que el olvido les llegue a los vivos o a los muertos. Publicado en: Mundo de escritores, en Perro Negro de la calle No. 48, 49, 52, 55, en la Revista literaria Pluma, en Revista Miseria, en Ediciones Afrodita, en Zine Futuro, en la Revista Iguales, en la Revista Rito.
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l búho azul sigue ululando, lanzando obscenidades a cada paso, no importa el terreno que ando, su voz siempre retumba en mi fracaso. Derrama tu nombre como vulgaridad, le entrelaza con recuerdos de excesos, convierte tu historia en banalidad, remata el pasado por cuatro pesos, ora y maldice su otredad. Ulula, chilla y canta en orfandad. Rebuscando entre los tilos, aletea y se retuerce en ranciedad, buscando de lo nuestro los motivos, buscando, una infame realidad. Revolotea antes del parpadeo del alba, se esfuma entre su negra capa de oquedad, esperando que quizá en la madrugada, abandone al fin mi terquedad y termine el nudo corredizo, que desde su muerte ando acicalando, pues no es bajo el tilo, sino en el cerezo, que una joven fruta, se pudre gorgoteando.
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Sobre el autor: J. R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Monolito, Retruécano, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Revista Sputnik, La Gualdra, entre otras.
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si no fuera? Quien siguió los pasos del flautista, sacrificando el sueño al ser actor en la comodidad de los números. Maestro rural, Peter Pan y los niños perdidos. Lodo, frío, sándwich malhecho, mediocres brujas de escuela, líderes charros. Yo soy. Luchando, resiliendo con uñas y dientes. ¿Por qué? ¿Qué es una gota de agua limpia cayendo al drenaje? No hay cambio, tampoco fuerzas. Tal vez debería bajar los brazos, aceptar lo que venga. Y luego está la voz. ¡La maldita voz en mi cabeza! Yo soy. El hacedor de historias, el narrador de pueblo, el cuentacuentos, ¿quién más?
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Sobre el autor: José Luis Machado (1974) Santa Catalina, Montevideo, Uruguay. Es docente y escritor. En 2015 publica sus primeros libros. Ha obtenido varios premios y menciones, Sus poemas, artículos y microcuentos han sido publicados en blogs, revistas y libros en una docena de países. Micro sitio http://abrelabios.com/general/indexjose.html
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olo un par de peones se salvaron de la masacre. Uno negro y el otro blanco. La pareja tallada saltó de la mesa y comenzó a huir; al poco rato se detuvo en mitad de la sala a descansar. Ambos estaban extenuados de tanto paso. Se ocultaron debajo de una alfombra, al costado de un perchero, y enseguida la peona negra sintió las primeras contracciones. Había sido una pausa oportuna, el momento y el lugar exacto para que naciera la nueva pieza. Esa noche bajo la titilante luz de un candelabro, la peona negra sufrió por primera vez los dolores agudos del parto. La madrugada ya estaba desperezándose cuando, entre gemidos sordos, se distinguió un profundo lamento, un llanto de madera y astillas. Miraron fascinados la pequeña pieza recién nacida: era mitad blanca y mitad negra. Dudaron un buen rato. Pero eran lo suficientemente sabios para no repetir la historia. Allí la abandonaron a su suerte y volvieron a su caja, junto a los de su especie, quienes se reponían de las heridas de la última partida, cosa que ellos nunca pudieron hacer.
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Sobre la autora:
Liz Magenta, nació en la ciudad de Puebla, México (1980). Ha publicado cuento en revistas nacionales e internacionales como: Tierra Adentro, Nocturnario, Teoría Omicrón, Seattle Escribe, entre otras. Ha ilustrado para las revistas: Teoría Omicrón, Perro Negro de la calle, Miseria, Margínalees, Lunáticas Mx, y Lo-innombrable. Está incluida en el mapa de escritoras mexicanas, contemporáneas: https://mapaescritorasmexicanas.wordpress.com/.
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lla tenía el tono de gris más etéreo que jamás había visto en un par de ojos. Enmarcados por un abanico de pestañas muy oscuras, largas y gruesas. Sus cejas, aunque delgadas por la depilación, se miraban espesas y abundantes, esa mirada flechó su corazón oxidado por culpa de tantos viejos amores. Y era todo lo que podía ver en su rostro, pero era suficiente, demasiado, belleza infinita que despertó su adormilado deseo de placer. Cuando el dardo de esa mirada entró en su cavidad cardiaca, este volvió a reanimarse y a partir de allí, latió y latió sin descanso. Se acercó a ella. Después de los cortejos, una noche entraron por fin a una habitación de hotel, sentados a la orilla de la cama se tomaron de las manos mientras se miraban fijamente, y entonces sucedió el milagro, la seducción, lo más excitante. El hombre tomó delicadamente las cuerdas del cubre bocas que escondía un tesoro de mieles. Lo retiró despacio de esas orejas que fue besando de a poco, con suavidad, con mucha calma, para ir descubriendo con ansia, con suspenso, con absoluto deseo, unos labios rojos, carnosos, que se entregaron derrotados al beso, al baile con esa otra lengua que los dos sintieron, gozando la humedad fría, entibiándose, excitados al unísono cuando al fin arrojaron a un lado de la cama los detestables cubre bocas, y al fin desnudos, se entregaron en un prolongado beso, antesala de su primera noche de besos y amor.
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Sobre el autor: Javier León Mantilla (Jota). Un artesano nacido en los primeros días de 1990 en un pequeño pueblo de Santander Colombia, con las letras de su madre y padre por nombre, manteniendo una costumbre ancestral de no permitir que el olvido les llegue a los vivos o a los muertos. Publicado en: Mundo de escritores, en Perro Negro de la calle No. 48, 49, 52, 55, en la Revista literaria Pluma, en Revista Miseria, en Ediciones Afrodita, en Zine Futuro, en la Revista Iguales, en la Revista Rito.
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¿Q
uién observa allí tras la ventana? ¿Quién es el dueño de esa figura deformada? Silueta fulgurante de carnes azules, amorfo temor del que ya no huyes. La calle se ilumina con tus ojos de nada, se entreabren y recreas tu renegrida alborada. Mi alma aclamas entre agónicos respiros, mi corazón se relame por su fin, en estertores paulatinos. La carcoma de unas venas inflamadas, tu sonrisa inerte con espinas dibujada, un lamento de grano de arena, su caída, por fin el palpitar acaba. Se cierran las cortinas, en mi pecho no se oye nada, no hay aplausos para esta charada, no habrá un telón, para abrir mañana.
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Sobre la autora:
Ana Paula Martínez Garrigós (Cuernavaca; México, 1987). Poeta y diplomática. Cursa en línea el Máster de Poesía en la Escuela de Escritores de Madrid. Maestra y Licenciada de Relaciones Internacionales por la Fletcher School of Law and Diplomacy y el ITAM. Ha publicado poemas en la Revista 20/20 de la Universidad Javeriana de Colombia y en las revistas electrónicas Nefelismos y Sismo Trapisonda. Se encuentra escribiendo su primer poemario Lo que el mar no apaga. Además, escribe sobre la igualdad de género y la cooperación internacional. Actualmente se desempeña como Encargada de Cooperación Técnica y Científica y Asuntos Políticos en la Embajada de México en Corea del Sur.
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etener los árboles centenarios con hilos de acero.
Arropar su núcleo en otoño con paja tejida. Prohibirles ser tierra.
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Sobre el autor:
Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Enfoca su obra poética (rima o prosa) en indagar en los recovecos de lo mundano desde el punto de vista pesimista. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), Lo que pasó en el sótano (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), La mofa de la vida (Revista de creación literaria y humanidades Gibralfaro, Universidad de Málaga, España, 2020), Aráchne (Revista Papalotzi, Editorial Papalotzi, México, 2021), entre otras.
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aldito ente, cómo nos gustas. Nos fascina tu olor, nos encanta tu tacto; nos tranquiliza tenerte, saberte cerca, cambiarte, traerte de vuelta. Eres nuestro dios, en ti confiamos. Nos cambias de mentalidad, nos arruinas la percepción, pero, aun así, te alabamos. En nada piensa la humanidad más que en tenerte. Sentimos frustración si no estás con nosotros; hambre, frío, soledad, tristeza. muchos se levantan y caen por ti. El mundo solo da importancia a quienes te tienen. La vida se compra contigo. No das felicidad, pero qué fácil puedes remplazarla. Maldito seas, pinche dinero. Y, aun así, seguimos deseándote.
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Sobre el autor:
Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Es administrador de la revista Babeblicus (literatura general). Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018).
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ran los mejores amigos. Estaban juntos desde que Arturo cumplió diez años y lo vio nacer. El nombre de su compañero era Hércules, su perro. Amigos en la miseria. Cuando el infante salía a trabajar llevaba siempre al chucho, este le acompañaba en los parques, mercados, plazas. A veces el muchacho robaba pan, fruta, piezas de pollo, y corría, ambos huían, cómplices en el juego de la supervivencia. Fue una niñez soportable para él, gracias a su mascota. No le importó nunca no haber conocido a su padre. No le interesó que sus dos hermanos mayores se fugaran a la selva, huyendo de la justicia, no le importó que su madre fuese encerrada en prisión por intentar pasar cocaína a Chile. El chico había quedado solo a los catorce años, tuvo que dejar el colegio y ponerse a trabajar. Poseía una pequeña casa de esteras, debía conseguir alimento para subsistir, comprar agua, adquirir combustible para la lámpara que le iluminaba a duras penas. Invirtió lo poco que ganaba en esa residencia, mas fue expulsado en menos de un año. El terreno que ocupaba ya tenía dueño, una empresa que quería edificar una cadena de hoteles, ¿quién construye hoteles en la zona más alejada de Comas? El futuro se veía incierto. Por fortuna, pese a sus pequeños hurtos, la policía no lo atrapaba. Se preguntaba si, en caso, fuera aprehendido, Hércules podría quedarse con él. Estuvo casi dos meses vagando por las calles, durmiendo en parques primero y debajo de un puente las últimas semanas. Su fiel can le acompañaba en las malas. Somos amigos, estaremos juntos hasta la muerte. Tras mucho buscar, encontró un pequeño espacio en el distrito del Rímac, una habitación derruida cerca al río del mismo nombre. Debía compartir la vivienda con cuatro drogadictos, pero ellos no se metían con él. Además, Hércules estaba a su lado en todo momento, protegiéndole. Su adolescencia de difuminaba con rapidez. Entró a la juventud lleno de odios, rencores. Hubo gente que lo vio fuerte y resistente, lo apoyaron. Consiguió trabajo como vendedor ambulante; sin embargo, era inconstante. Gente mayor le daba libros para que se culturizara y él nunca pasaba de la primera página. Lo que sí disfrutaba eran las películas, de acción y de terror, aunque no le gustaba mucho la violencia. Lo que le atraía era ese sentido especial de la ficción que se trastoca en fantasía y hace llevadera la vida. Fueron unos pocos años felices. Dejó de lado los robos y se dejó llevar por el milagro de la imaginación. Pensó en leer una obra literaria, podía conseguir una de temática policial en el campo ferial Amazonas, en Barrios Altos. Se dijo que visitaría el lugar un día de estos, pero la fecha nunca llegó. Los malos sueños, en los cuales se le hacía presente su pasado lo atosigaban, y las emociones negativas lo hacían desear que el mundo estallara. Por ese tiempo su carácter empezó a cambiar. Solamente lo consolaba la presencia incondicional de Hércules. El Rottweiler se hallaba crecido, fortalecido; su dueño por ese tiempo lo alimentaba bien, a pesar de las privaciones. Esos sentimientos de desazón hicieron mella en la mente del hombre. Se hizo adicto a la bebida. Perdió dinero apostando, en mujeres y en drogas. Fueron años muy duros. Regresó a las malas costumbres. Los hurtos en tiendas se hicieron constantes, se dio cuenta de que era bueno en esa actividad. Una vez lo descubrieron robando en un puesto de ropa, tuvo que correr, si no, lo hubiesen atacado a palos. El Rottweiler se hallaba afuera y ahuyentó a los dueños amenazando con morderlos, luego se marchó velozmente con su amo.
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Arturo se dijo que era tiempo de conseguir un revólver e iniciar con los atracos, nunca a locales, solamente a la gente solitaria, muy de mañana o muy de noche. Iría con su mascota para amedrentar a las víctimas. Lo llevaba con bozal, y se lo quitaba cuando era momento de sacar el arma en una esquina mal iluminada y robar una cartera o una billetera. No tenía reparos en pegarles en la cabeza a los individuos, fuesen hombres o mujeres, si se resistían. Su perro estuvo cerca siempre, confiando en él, brindando y recibiendo afecto. Todo el tiempo con Arturo, su mejor amigo, el único que tenía en este áspero mundo. Hércules estuvo ahí… Cuando hizo trampa jugando casino en un bar y lo rodearon entre cinco malvivientes, como él, quizá peores. El perro se abalanzó sobre uno de ellos, el más grande y peligroso, quien había roto una botella para rajarle el rostro al hombre. Al ver que el canino por poco le arrancó el brazo al infeliz, los demás retrocedieron. Todos tenían cuchillos, mas no se atrevieron a usarlos por temor a perder sus extremidades. Uno de ellos sacó una pistola, pero los nervios no lo dejaron apuntar bien, Hércules lo mordió en la pierna y le partió la rodilla. El disparo atravesó el techo del recinto. El tramposo y su chucho escaparon con rapidez. Hércules estuvo ahí… Cuando su pareja abandonó a Arturo porque la golpeaba a diario, borracho. Las ventas de golosinas en transportes públicos y en la calle disminuyeron. Los robos ocasionales se tornaron difíciles, ya que el mareo le impedía actuar. La gente comenzó a rechazarle por andar mal vestido, sucio y oliendo a orines. Descubrió que era incapaz de delinquir para conseguir más dinero, ya que las víctimas lo golpeaban a él antes de que lograra su cometido. Se hallaba debilitado, macilento, enfermo. Se dio cuenta de que se estaba muriendo por dentro y por fuera. Muriéndose de hambre. Amigo salva a amigo, pensó Arturo. Lo tenía todo preparado. Una horrible anemia lo consumía, lo haría esa misma noche, saldría a la calle, apuñalaría a alguien, le quitaría su billetera, la ropa, los zapatos. Hércules chillaba, tenía hambre también. Las personas habían dejado de tirar basura al borde del río debido a una ordenanza municipal. Por ende, el animal ya no tenía un sitio donde ubicar comida. El perro era un problema, Arturo estaba dispuesto a solucionarlo pronto. Hambre. Lo planeó en cuanto supo que le sería imposible eliminar a otro ser humano. Mucha hambre. Cogió el cuchillo, acarició el lomo de su mascota. Iba a clavárselo en el peludo vientre. No obstante, el chucho lo esquivó y se le abalanzó. Le mordió en el cuello. En la barriga. Demasiada hambre. Antes de morir, Arturo pronunció una triste y corta frase: Amigo, ¿por qué lo hiciste? Hércules quedó saciado. Rodeó el cuerpo inerte del amo. Luego aulló a la luz de la luna. Después vomitó encima del cadáver. Su respiración fallaba. Se recostó en el suelo. Deseaba dormir. Lo hizo sobre aquel arenal. Un sueño perruno del que jamás despertaría. O, mejor dicho, el final de una pesadilla.
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Sobre el autor:
Juan Rogelio (Ciudad de México, 4 de abril de 1994). Cuenta con una página en Facebook (https://m.facebook.com/Juan-Rogelio-108979084074895), donde comparte, entre otras cosas, algunas de sus obras. Ha publicado poesía en Legüera Cartonera; en Teresa Magazine; en Fanzine Parasitosis; Perro Negro de la Calle; La Letrina; Elipsis Revista; Los Demonios y los Días; Óclesis, Víctimas del Artificio; en la Red de Escritores y Escénicas Potosí; y en Puerta Escarlata. Varias de ellas fueron recitadas, por el locutor André Michel, en Spotify, para la colección #AudiosDeConsumo, del grupo Existencias; y otra más por Gerardo María Giraldo Pérez, para la edición 22 del podcast El Buen Cruel. En narrativa, ha colaborado en Caracola Magazine; en Perro Negro de la Calle; en Fanzine Parasitosis; Comunidad Tus Relatos; delatripa; Pandemic Society; en la revista Unión José Revueltas; y en El Narratorio.
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río que cala, para unos es caricia, para otros, bala.
IX Sol abrasador, ¿por qué no, simplemente, regalas calor? X Anda el caracol, lento, pero constante, aun cuando haga sol. XVI Interminables parecen, del puercoespín, sus flacos sables. XXII Ríos de hormigas, rojas u oscuras, cargan hojas o migas.
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Sobre el autor:
M. German Rodríguez R. Nacido en 1998. Estudiante de abogacía, activista voluntario y escritor de la Provincia de San Juan, en la República Argentina. Escribe desde que tiene uso de razón. En el 2018 tuvo la oportunidad de publicar su primera novela: Proyecto Apocaliptia. Ha publicado escritos cortos de ficción y no ficción en varias revistas y antologías, y pública con frecuencia en su blog https://mgermanrodriguez.wordpress.com/ y en su cuenta de Instagram @mathias_greene
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o volverá a pasar la dijo, y le creyó. No importaba lo que había sucedido, las lágrimas que ya había derramado, el tiempo que había tirado en intentar darle sentido, entender por qué lo hace... le creyó. Así empezó, y bien no terminó. Semanas más tarde, un número más se había añadido a una estadística que asusta. «¿Qué habrá hecho?», se preguntaban algunos. Otros empezaban a hablar de la víctima y victimario, a partes iguales, pero cosas muy distintas «Yo la he visto, esa salía con el Jorge, seguro la encontró con él», dijo una mujer en la verdulería del Cacho, a tres cuadras del lugar donde su madre intenta consolar a su hija, intentándole hacerle comprender lo inimaginable, del por qué su madre no volverá jamás de casa de su padre. «¡Pero yo lo conozco! ¡No es mala gente!», dijo Juan, compañero de trabajo de aquel que decidió acabar con la vida de quien había sido su compañera, pero que en su mente le pertenencia. «Tercer Femicidio en el año. Conozca la historia», titula un pasquín en el quiosco de la vuelta, que ya entendió cuál palabra es cool para referirse a tal atroz acto, pero que a pesar de que dejó de decirle «crimen pasional» hace rato dedica más tiempo a los detalles de la vida de la víctima que a informar. En unos meses, cuando la sangre se haya secado, el cuerpo se haya enterrado y «la vida continúe» ... no será lo mismo. Aunque el martillo de un jurista responsabilice al culpable, no lo será. Para los demás lo hará, el nombre se difuminará, un comentario apagado de la vida de una persona que ya no está. Pero para los que adentro están, esa fecha maldita, toda su vida los perseguirá.
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Sobre la autora:
Ana Paula Martínez Garrigós (Cuernavaca; México, 1987). Poeta y diplomática. Cursa en línea el Máster de Poesía en la Escuela de Escritores de Madrid. Maestra y Licenciada de Relaciones Internacionales por la Fletcher School of Law and Diplomacy y el ITAM. Ha publicado poemas en la Revista 20/20 de la Universidad Javeriana de Colombia y en las revistas electrónicas Nefelismos y Sismo Trapisonda. Se encuentra escribiendo su primer poemario Lo que el mar no apaga. Además, escribe sobre la igualdad de género y la cooperación internacional. Actualmente se desempeña como Encargada de Cooperación Técnica y Científica y Asuntos Políticos en la Embajada de México en Corea del Sur.
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a nieve del pino en su silencio de perro viejo
espera fundirse con el canto de la roca.
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Sobre el autor:
Fernando Antolín Morales (Zaragoza, España, 1984) estudió Matemáticas y Filología Hispánica. Desde hace 9 años vive en Nitra, Eslovaquia, desde donde pone en práctica su faceta de poeta, narrador y dramaturgo. En los últimos meses ha ganado algunos premios literarios y menciones en concursos de Europa y América, además de publicar algunos de sus poemas en revistas como Quimera (Costa Rica), miNatura (España), El Camaleón (Guatemala), Máquina Combinatoria (Ecuador), Sismo Trapisonda (Argentina), Furman 217 (EE.UU.), Crisopeya (Colombia) o Nefelismos (Venezuela). En julio de 2020 se publicó su primer poemario, La esfinge del pino. Esta es su segunda colaboración con Perro Negro de la Calle.
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os hay terribles terribles que son todo patas y con ruiditos singularmente chiquitos, pero ENSORDECEDORES en la quietud de las 3 de la mañana. Algunos son peores después de muertos y pasan de bicho a mancha y tatúan en mi mente el sobrecoste de la pintura del dormitorio y la factura de la tapicería del sofá (no tan fácil de limpiar como dijeron en la tienda). Algunas veces por las noches perforan mi conciencia cuando recuerdo a Shizuka diciendo «tienen un pequeño espíritu dentro». Siempre se me pasa por la mañana al constatar que además de espíritu tienen veneno y que entre Monika y yo sumamos más de diez picaduras. Mosquitos. Pulgas. Avispas. Arañas. Me da igual si son insectos o qué. Son bichos. Su única razón de ser es hacer mala sangre. Sembrar cizaña. O quizá ser una metáfora un recordatorio constante de aquellos a los que odias de verdad y no puedes aplastar con un matamoscas aunque sigan atormentándote con su zumbido imbécil constante. Bichos. Sí, putos bichos. Pero mejor que te pique un bicho que tener en la vida auténticos hijos de puta.
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Sobre la autora: Esmeralda García (1970, Guadalajara, Jalisco. México). Estudió la licenciatura en Psicología y maestría en Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. Se desempeña actualmente como profesora en nivel secundaria, Poeta independiente, en proceso de autoconocimiento permanente. Ha publicado el poemario Mujer Esteparia (2019), Antologías: Poéticas desde los Sures Femeninos: Despatriarcalizando la poesía. (2020) Colombia; Versas y diversas. Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea (2021) Universidad Autónoma de Aguascalientes. México. Revistas digitales como: Perro Negro de la Calle, La Coyolxauhqui, Almicidio, La Maricada entre otras.
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oy me desperté rota, desencajada, vacía. Como un motor que no acaba de encender, sin pila, sin aliento, mirando un cúmulo de pendientes, que al pensarlos me tienen agobiada. ¿Quién rompió mi universo? ¿Quién destruyó la brújula que guiaba el camino? ¿Quién confrontó los ideales con los que vivía satisfecha? ¿Quién ha tenido tanta osadía para pisotearla? Yo, que me he endurecido con los años por la convicción de mis actos; que me he levantado aunque haya tocado el fondo. Sin embargo, agotada hoy me resquebraje, por la pequeña grieta que dejaste con tu ausencia.
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Sobre los autores: Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Es administrador de la revista Babeblicus (literatura general). Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018). Benjamín Román Abram (Lima, Perú, 1970). Sus cuentos y reseñas se han publicado en diarios, antologías y revistas nacionales e internacionales como El Comercio, Correo (Huancayo), Heterocósmica, Fabulador, Umbral, Buensalvaje, Cosmocápsula, miNatura, Agujero Negro, Plesiosaurio, Zona libre, etc. Es autor de los libros de relatos En Envase Pequeño y Bioficciones. También cultiva la poesía y la ha publicado en diversos medios.
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o primero que vi desde la cama fue una pantalla que me mostraba la fecha: 31 de octubre del 2419
No lo procesé y la ansiedad tocó mi estómago, luego me paralizó, ¿dos-cien-tos años? Fue iniciativa de mis padres, habían autorizado que me crionizaran en caso de que muriera, ¿eso era? Estaba en una habitación de hospital; a los diez minutos logré ponerme en pie. Abrí la puerta y observé a alguien con vestimenta de médico, con un rostro amorfo (no estaba desfigurado), de manos rojizas. Cuando vi que se dirigía hacia mí, cerré la entrada. Creció el angustiante hincón en el vientre. Recordaba la noche anterior, bailaba con mi prometido en la discoteca cuando un tiroteo se mezcló con la música, una chica que estaba a mi lado se desplomó abatida. Abrí la puerta, envalentonada, y vociferé: ¿qué fecha es hoy? ¿Qué día es? Fui golpeada en la sien y solo miré sombras; mejor dicho: no pude percibir. Lo siguiente fue despertar en el mismo camastro, la pantalla ahora decía: Bienvenida a tu nueva casa El «médico amorfo» me habló y me dijo que me pusiera mucho más nerviosa porque experimentarían conmigo para siempre. «Nunca saldrás de aquí. Tu prometido se halla en otra habitación y padecerá lo mismo. Parece que ya empezaron con él. Oye los alaridos de dolor de tu novio». Asustada, intenté irme, pero algo me ató a la cama. Balbuceé: «¿por qué 2419?» «Para desilusionarte, tu crionización nunca funcionó, te fermentaste», y rio sonoramente. «Esto es un limbo donde nuestra misión es castigar a los presuntuosos, una de las maneras es evitar que las personas que se aman se vuelvan a ver, aunque deben saber que sus seres queridos están sufriendo en otros cuartos de este inmenso lugar». El torturador tomó un cuchillo eléctrico. Dijo: —Lo haremos de formas distintas. Te dolerá, pero no fallecerás, ya estás muerta. Pensé en aquellos que amaba, y grité.
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Sobre el autor: Antonio Garza (Valle Hermoso, Tamaulipas, México 1990). Ingeniero Mecatrónico, desde niño mostró su imaginación con el dibujo, su amor por las artes creativas y las buenas historias. Asistió al taller Alquimia de Palabras, ha participado en la antología La sonrisa del abismo, en las revistas literarias Pluma y Elipsis, también se desempeña como dibujante e ilustrador digital.
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sa noche no paraba de llover, las calles se inundaban, los truenos se hacían presentes de una forma majestuosa entre la gran bruma que cubría el inmenso cielo, dejando una luz azul que palidecía en los oscuros rincones tras entrar por las ventanas de la casa de José. Parecía la ambientación perfecta para la situación por la que atravesaba. —¡Mi jefe es un idiota! Cada día detesto más ese maldito trabajo —gritó José, llevó sus manos a la cabeza, metiendo los dedos entre su cabello. —Estas estresado, querido. ¿Por qué no solo lo dejas pasar? —dijo Luisa mientras pasaba el labial por sus gruesos labios. —No, creo que ya ha sido mucho aguantarle a ese bastardo. ¡Voy a darle una golpiza! —apretó los dientes. —Vives quejándote de tu trabajo. Dices que ya no lo soportas, te quejas de los temas de tus compañeros y aun así no haces nada… —Me conoces mejor que nadie, Luisa —carraspeó —¿Tienes algo más que decir? Anda, puedes desahogarte. Los relámpagos iluminaban la mitad del demacrado rostro de ambos, evocaban a velas derretidas por el fuego de la rutina y la depresión. Pasaron de hablar del trabajo a asuntos familiares. Luisa comenzó a recordarle algunos detalles de la manera más infame. —¡Ay, querido! ¿Sabes? Odio saber que hayas dejado a tu esposa y a tus hijos. Y a pesar de que lo hiciste, ni siquiera eres capaz de aceptarme. Jamás me has dado mi lugar, ¿de verdad lo hiciste por mí? ... ¿Por nosotros? José dio un golpe en la pared con una mano y con la otra le hizo una seña a Luisa para que se detuviera. Comenzó a respirar de una forma agresiva, casi parecía salirle vapor por la nariz, sus mejillas estaban rojas como si se estuviese quemando frente a las brasas. Se contuvo, estaba a punto de convertirse en un animal y romper el cristal que tenía frente a él. Deseaba que la voz de Luisa cesara y no tocara ese tema. Sujetó con fuerza una botella de vino que había estado guardando por años. Desde hace algunos minutos había comenzado a beberla hasta llegar a la mitad. — ¡Claro que fue por ti! Pero ya no sé cómo lidiar con esto. Todo lo que me pasa es irritante —comenzó a sollozar mientras daba un trago. —¿Y por eso te has bebido media botella de casi un trago? No es lo único que te has consumido hoy, querido. Volviste a ingerir esa porquería. Detesto que sea tu única salida. —Sí, pero sabes muy bien que de lo contrario no estaría discutiendo todo esto contigo. Luisa fue traicionada por sus emociones, le propuso una solución a José. Le entregó en sus manos un objeto envuelto en una vieja camisa. Se miraron con detenimiento por mucho tiempo. A la mañana siguiente una noticia circulaba en los diarios: «Se disparó: encuentran cuerpo de un hombre de cuarenta y cinco años en hotel. El suicida fue identificado como José Luis “M”, vestía prendas femeninas».
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Sobre la autora: Esmeralda García (1970, Guadalajara, Jalisco. México). Estudió la licenciatura en Psicología y maestría en Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. Se desempeña actualmente como profesora en nivel secundaria, Poeta independiente, en proceso de autoconocimiento permanente. Ha publicado el poemario Mujer Esteparia (2019), Antologías: Poéticas desde los Sures Femeninos: Despatriarcalizando la poesía. (2020) Colombia; Versas y diversas. Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea (2021) Universidad Autónoma de Aguascalientes. México. Revistas digitales como: Perro Negro de la Calle, La Coyolxauhqui, Almicidio, La Maricada entre otras.
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legamos a una casa como cualquiera de las que existen en los suburbios de las grandes ciudades, de decoración austera, hay varias personas fuera en una sala de estar, la mayoría son hombres, pero son amables; es de noche y de pronto todos me llaman «compañera», me resulta extraño que me digan así, no conozco a nadie. Me reciben dos mujeres que me toman de los brazos y me introducen a ese desconocido lugar. Hay una sala de juntas amplia, con hombres y mujeres de diversas edades sentados en sillas escuchando a alguien que habla en una tribuna, el lugar tiene un aroma a limpio. Pasamos por un costado de la sala y me introducen a una habitación donde hay varias mujeres, que me observan con sigilo, pero percibo que me cuidan, creen pueda mostrarme agresiva o quiera salir a la fuerza; esas suposiciones me causan gracia; ¿a dónde pudiera huir? No tengo hogar; esa habitación de tres por tres metros con personas hacinadas no parece amenazante, pero a la vez tengo miedo de esa experiencia. Dicen que soy alcohólica anónima y que tengo que reconocerlo; eso dice el primer paso de las santas escrituras de A.A. Realmente no sé qué es lo que estoy haciendo en este centro de rehabilitación y que los inquilinos de esta casa llaman anexo. La terapia grupal dura todo el día; lo que hacia la mayor parte del tiempo era pensar en lo que un día me dijeron: «a donde vayas has lo que vieras» y esa frase daba vuelta como carrusel en mi cabeza. De fondo musical, los testimonios van y vienen como relatos de una novela dramática, historias que rayan en la locura, amor y muerte como los cuentos de Horacio Quiroga, o fragmentos de novelas de Azuela o Agustín Yáñez; si no sabes de literatura y eres estudiado, si te expresas en un lenguaje formal, te lo diré para que entiendas, son sesiones terapéuticas con monólogos neuróticos. Todo en las 24 horas del día, si has estado allí, sabes perfectamente a que me refiero. No entiendo en qué momento accedí a ingresar a este lugar, quizá en algún delirio alcohólico me di cuenta de que necesito ayuda, que la soledad pesa mucho, pero creo que el verdadero motivo es la necesidad que alguien escuche y entienda los recovecos de mi pensamiento. Tengo tres años en este lugar y no he podido encontrarlo. Después de tanto tiempo, a ellos y ellas las he llegado a entender, sé quiénes son, sé de sobra los motivos, los actos que suceden sin desearlo; lo que no puedo comprender, es porque dañan emocional, psicológica y físicamente a los demás y sobre todo a aquellas personas que dicen amar, se preguntaran que yo hago lo mismo, pero no es así, ellos se dañan solos por verme alcoholizada. Ahora me dicen madrina, servidora, nunca entendí el porqué; solo contaba mis locuras y realizaba actividades que me permitían pasar el tiempo y evadirme de seguir escuchando historias con la misma situación, pero con diferente nombre. Al paso del tiempo aprendía a reconocer que estaba enferma emocionalmente, pero quería seguir siendo así, porque finalmente permanecí con el mismo mutismo. Aprendí a entender a esos que llaman locos, drogadictos, putos, delincuentes, parias, mal nacidos, bastardos, mal hijos, engendros, malditos, buenos para nada, teporochos, indigentes, agresores, etcétera, son lo mismo que yo, pero en masculino. Sigo siendo la misma, pero ahora no muestro a los demás mi enfermedad, busco meticulosamente las formas de morir lentamente y sin dañar a otros, ni lastimar su utópica panorámica de la realidad. Soy alquílica etiqueta roja del 96.
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Sobre el autor: José de Jesús García Estrada. San Julián, Jalisco. 22 de febrero de 1981.
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ran las siete en punto de la mañana y Don Lolo llegaba como siempre, puntual, para abrir su relojería. Desde hacía ya tres generaciones, «El valor de un momento» había abierto sus puertas gracias a su bisabuelo, Don Ernesto Castillo, y desde ese día, como todo buen reloj, nunca habían parado de trabajar. Los Castillo honraban por sobre todas las cosas su lema familiar, «Si el tiempo no se detiene, nosotros tampoco». El día había amanecido nublado, un símbolo de mal agüero, pero Don Lolo se sentía optimista, y creía que el día mejoraría. El verano había comenzado ya, y con ello llegaban los molestos y bruscos cambios de clima en la ciudad. Abrió deprisa la puerta, y volteó el viejo letrero desgastado con unas letras muy estilizadas para anunciar el inicio de la jornada. Fue hasta detrás del mostrador, donde se pasaría todo el día arreglando relojes y otros objetos de cuerda. Se sentó frente a su desgastado taburete, y sacó su cartera para admirar unos segundos la fotografía de su difunta esposa. «Cada día que pasa, te extraño más, mi Toña» pensó, y suspiró tristemente, para después darle un rápido beso y regresar la cartera de nuevo a su lugar. De repente, el sonido de la puerta abriéndose de golpe lo sacó de su letargo, y observó a un par de hombres encapuchados entrando a toda prisa, armados y apuntándole directamente con sus armas. — Ponga todo el dinero y las cosas de valor en una bolsa sobre el mostrador. Dijo el más bajo y flaco de los dos. Esté giró la cabeza y se dirigió hacia el otro que se encontraba detrás de él y que era más alto y fornido. — Tú vigila la puerta, que no venga nadie. — En seguida, jefe —respondió con una voz profunda. Don Lolo puso el poco dinero que tenía en la caja registradora, y unas pocas joyas que estaban a la vista. — ¡Eso es todo! —gritó encolerizado al ver el miserable botín, y levantó la baranda para ingresar donde se encontraba Don Lolo. —Hacia la pared —gritó el flaco mientras señalaba la pared del fondo junto al taburete y comenzó a mirar hacia todas partes, hasta que logró encontrar algo que llamó su atención. Entre todas las chucherías y refacciones, se encontraba medio oculta una pequeña caja fuerte. «Bingo», pensó para sus adentros y se acercó a la caja, sin dejar de apuntar al viejo. Al llegar, observó que tenía un pequeño cerrojo para una llave. —¡La llave, deprisa! —No, por favor, ahí no hay nada de valor. Solo es una vieja reliquia familiar que ha pasado de generación en generación, es el primer reloj que mi bisabuelo arregló y con el que inició el negocio, no tienen ningún valor más que el sentimental. Se acercó a toda prisa hasta estar lo suficientemente cerca para poner la pistola sobre su cabeza, Don Lolo solo levantó los brazos, cerró los ojos y miró hacia otro lado. —No te estoy pidiendo permiso, la llave ahora. El viejo asintió varias veces con la cabeza, y a continuación, con la mano derecha sacó de su pecho una cadena vieja y desgastada que tenía una llave aún más vieja, se la pasó por encima de la cabeza y se la tendió con la mano temblorosa. Este se la arrebató, y con una gran sonrisa en sus labios alcanzó la caja y la puso sobre el mostrador. —Ahora veremos por qué tanto alboroto. Se escuchó un clic, y a continuación un horrible rechinido acompañado de un olor a viejo que inundó el lugar. Dentro de la caja se encontraban un puñado de papeles amarillentos acompañados por un viejo y extraño reloj de madera con forma de búho, el cual, en vez de números tenía puntos, líneas y triángulos, pero lo que realmente llamó su atención fueron sus ojos, eran dos grandes cristales rojizos.
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—Alfil, ven para acá. reconoces estas piedras Alfil se acercó de prisa y se quedó viendo un momento al extraño reloj. —No creo que sean rubíes u otra piedra preciosa, creo que solo es vidrio con color, Ernesto. —Es el primer reloj que mi bisabuelo arregló en esta tienda —dijo Don Lolo con cuidado—, la esposa del dueño se lo regaló cuando quedó viuda, porque le daba mucho miedo. Se lo dije, solo tiene valor sentimental. —Ya veremos cuánto nos da un coleccionista por él. Alfil agarra la bolsa, yo me llevo el reloj. Usted viejo hacia la pared. Al tomar el reloj y darse la vuelta, don Lolo intentó arrebatárselo, pero solo alcanzó a jalar del suéter a Ernesto, haciendo que se le descosiera del brazo, dejando al descubierto un enorme tatuaje de una rosa de los vientos de color negro. Don Lolo al ver el tatuaje palideció completamente, y se le quedó viendo aterrorizado a Ernesto. —Por Dios —exclamó Don Lolo e intentó dar un paso hacia atrás cuando Ernesto, molesto, se giró y le disparó a quemarropa en el pecho haciéndolo caer junto al taburete. Entonces los ojos del búho comenzaron a titilar rápidamente y con mucha intensidad. Ernesto intentó soltar el reloj y descubrió que no podía. Al girar observó una sustancia oscura y viscosa saliendo del reloj que comenzaba a subir por su mano, pasó por todo su brazo, y al llegar al hombro, se extendió a toda prisa por todo su cuerpo. Alfil, espantado, salió corriendo con la bolsa del botín de la tienda sin mirar atrás, mientras que la luz que emanaba de los ojos del búho era tan intensa que llenó de color rojo todo el local, y de golpe se apagó. Para cuando llegó la policía, una hora más tarde, solo encontró el cadáver de Don Lolo en el piso y un círculo de ceniza rojiza junto al mostrador. Esa tarde el mayor de los tres hijos de Don Lolo, Juan, llegó a la morgue para identificar el cuerpo de su padre, el forense trataba de explicar algo, pero la mente de Juan no lograba hilar las palabras. Solo sabía que, sin lugar a dudas, el cuerpo ahí presente era el de su padre mientras lo observaba. De repente, un movimiento brusco en su hombro lo regresó a la realidad. Era el forense que, al parecer, le estaba haciendo preguntas. —Sé que esto es difícil, pero lo único extraño que encontramos en la escena del crimen fue su cuerpo agarrándose el brazo, justo donde se encuentra este tatuaje, ¿Sabe usted qué significado tiene? Juan se levantó el suéter mostrándole un tatuaje idéntico al de su padre. —Si, es una tradición que inició su abuelo, siempre el hijo primogénito de cada generación lo lleva, significa que está o estará a cargo de la tienda.
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Sobre el autor:
El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año (2018), lanzando su primer libro Mellon Collie y la Infinita Desolación en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido. En 2020 la obra Justine es seleccionada por Editorial Afrodita para formar parte de la antología de poesía erótica Letras íntimas Argentina/2020.
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E
stoy oxidado como aquella espada que yace en un almacén abandonado, esperando un Daimio o un Shōgun que la empuñe sin tener vida propia ni afuero por una existencia noble. Solo me regocija saber que el filo de otras espadas será la caída de otras existencias fútiles de este desdeñoso mundo.
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Sobre el autor: Julio César Aguilar (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Irán, España, Estados Unidos y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019, y Alborozo, 2020. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
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C
ultive la felicidad tu nombre, y seas flor que relumbre en los campos adonde camines, sin deshojarte nunca pureza en el alba ni qué alma encendida. En la fina oscuridad que sobre tus hombros cae, imprime la noche su nombre. Breve es la flor que con tu mirada abrevas, y con ella tú vuelves a florecer, margarita en este mundo y desde siempre cultivada. Flor a sí misma nombrándose, Margarita de todas las flores y madre del agua bendita.
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Sobre el autor:
Luis Eduardo Aguilar Bonilla nació en la ciudad de Celaya, Gto. Un nostálgico 17 de noviembre, se graduó como Licenciado en Educación Primaria, y actualmente y pese a la pandemia se desempeña como profesor en México. Esporádicamente escribe poesía, a continuación se mencionan sus participaciones: La obtención de un segundo lugar en el concurso Poemas Guanajuatenses primera edición (2018) publicándose dos poemas en el volumen I. Así como la participación en la V edición de poesía en la piel (2019 - 2020); la publicación de un escrito en la revista digital Tachas #01 (en junio de 2020): https://issuu.com/revistatachas/docs/revista__2 Forma parte de la selección de la antología Amor es… (2021) ed. Abigarrados y también de la segunda edición de Soles, la revista de la Red Mundial de Jóvenes Políticos Guerrero (2021).
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T
engo un puño de tristezas agrietándome las manos, un deseo de venganza frente a la traición venidera el vacío que se devora los paisajes, su favorito, el de jacarandas previas a la primavera. Tengo ganas de renacer o tal vez de multiplicarme, responsabilizarme sin hacerme cargo, mejor dicho, evitar la huida, aunque, podría intentar la lejanía o el reinicio. Me mantengo alerta, acompañado de la esperanza de controlar lo desapegado, sorprender a lo inesperado, atribuirme talentos que bien podrían ser una maldición. Me complican el andar estos recuerdos, que prometen ser frutales, que me suplican esperar la próxima estación, mientras, les riego con el llanto disciplinado de azares perdidos. Paso del sólido hasta el gaseoso, tomando nota y buscando la moraleja, a lo que asemeja una oportunidad, aún con la visible máscara de verdugo. Tal vez todo lo contrario, quizá soy custodio de todo lo que cambia en mi realidad, por más sutil o cotidiano que se manifieste que de forma optimista le he nombrado ventaja.
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Sobre el autor:
Aldo Israel Sánchez Avendaño nació en la Ciudad de México el 3 de abril del 2000, sin embargo, ha residido en Querétaro a lo largo de su vida. Actualmente es un estudiante de Psicología y joven escritor con un blog de su autoría llamado Mi Libreta donde publica sus textos, generalmente con tonos románticos y melancólicos. No obstante, solo cuenta con la publicación en un periódico estudiantil llamado El Humanista.
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M
i playera estaba empapada en el área de las axilas por el tremendo calor que nos acechaba en esa tarde; no había nubes que impidieran el paso del sol. Me preocupaba que algún mal movimiento mío te advirtiera mi vergonzosa situación, sin embargo, inesperadamente, lo primero que hiciste fue ver el sudor que cubría mi frente y limpiármelo con tu sudadera. Hasta ahora no logro definir si eso fue asqueroso o, de alguna forma, lindo. Lo único que impedía la trayectoria de los rayos del sol era el follaje de un árbol que carecía de hormigas que se alimentaran de él y nosotros decidimos sentarnos bajo la sombra que este proyectaba para poder platicar de lo que fuera que se apareciera en nuestras mentes; no lo mencioné pero recordé cuando alguna vez me dijiste: «...estamos hechos de las primeras veces», y coincidió que fue en este día que por primera vez observé con detenimiento la constelación de lunares en tu cuerpo y algunas otras particularidades de tu piel; a pesar de eso, no significa que estoy hecho de segmentos específicos de ti, pero probablemente sí de todo lo que me provocó. Sobre todo, fue miedo lo que sentí cuando dijiste que ya te tenías que ir, pero fue alivio cuando accediste a quedarte algunos minutos más. De hecho, en el tiempo restante, yo podía jurar que esperabas que con atrevimiento besara tu boca, pero preferí fijar mi mirada en la tuya esperando que fueras tú la que demostrara dicha valentía, pero no sucedió nada parecido pues opté por confesarte que me atemorizaba suponer que jamás volvería a verte y tú me tranquilizaste diciendo que nunca es la última vez, pero, lamentablemente, yo sé que algún día el mañana nunca llegará y que, incluso, este árbol nunca tendrá de vuelta estas hojas que serán testigos de nuestra pronta despedida. Al transcurrir los minutos, simplemente nos levantamos y no tuve mayor remedio que despedirme mediante un abrazo repleto de todo el cariño que pude, atemorizado con que fuera la última vez que lo hiciera, pero ilusionado, pensando que posiblemente solo sea la primera de nuestras últimas veces, porque si nunca es la última, por favor, que siempre sea la primera.
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Sobre el autor:
El poeta Duraham Lapitp nace en Cúcuta, Colombia (1990). A muy temprana edad se traslada a Bucaramanga, Santander y allí cursa sus estudios básicos. Luego estudia Banca y Finanzas en las Unidades Tecnológicas. La vena poética despierta en el año (2018), lanzando su primer libro Mellon Collie y la Infinita Desolación en la Casa del Libro Total de la ciudad de Bucaramanga, también aparece en la primera edición digital del periódico La Eskina en enero de (2019) y en las revistas digitales; Cambios y Permanencias (2019), Zejel (2019), Perro Negro de la Calle y en La Orden de los Escritores sin Editor (2020). Hace un relanzamiento en la Alianza Francesa en el mes de abril, paralelo a esto, logra primera mención de honor del Club Rotary de Argentina por su poema Flores del olvido. En 2020 la obra Justine es seleccionada por Editorial Afrodita para formar parte de la antología de poesía erótica Letras íntimas Argentina/2020.
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h mi pobre Justine,… ¿Porque proscribes la carne que te dio la vida? El instinto es el niño longevo de la evolución que necesita el abrigo de tu candor. ¿Por qué idolatras la quimera del viento y te sometes como una vestal partidaria de Artemisa a los perjurios del convento? En el siglo de las luces aborrezco la modernidad y rebato la masificación de la cultura.
O
Oh ¿por qué no atemperas mis agravios y fundes tus penas con las mías? ¿Qué hace estremecer tu Himeneo...? Desearía embriagarme en el seno de tu codicia y Diluirme en los surcos de tu dulce corsé. Desearía tomarte con tal ímpetu y vigorosidad.... pero no… estoy atrapado por el pasado ... la tristeza me embarga como una deuda que nunca adquirí. Solo eres un pedazo de carne que deambula en las calles injuriando el vicio. No podría adorarte en la virtud ni poseerte a la fuerza. Estas esperando desvanecerte en las mazmorras de este cuento. Y mis palabras envenenadas de cicuta serán tu perdición en las miradas de cualquier fulano.
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Sobre el autor: Santiago Garcés Moncada. Nació en Itagüí el 3 de junio de 1999, ganó el 2º lugar en el concurso de poesía Historias para volar la imaginación (2016), fue ganador del 1º lugar en el primer y el tercer premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí (2018 y 2020) y es co-autor de los libros con las obras ganadoras de estos certámenes, es co-autor del libro Deshielos de tinta (2019), su cuento fue publicado en Medellín en 100 palabras (2019), participó del Festival internacional de poesía de Medellín como poeta del territorio (2018 y 2019). Abriéndose fronteras fue seleccionado para publicar sus cuentos y poemas en diferentes medios de Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Estados Unidos y México (2019-2021), participó de la antología de cuentos Antes del 2020 publicada por la editorial mexicana DINKreaders. Actualmente estudia ingeniería electrónica en la Universidad de Antioquia, es miembro del taller literario Letra-Tinta y es cronista de la revista Bohemia.
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F
altaban pocos minutos para las seis de la mañana, todavía era temprano para entrar a trabajar y una leve somnolencia se aferraba a mis párpados mientras admiraba la carretera y el despertar del sol, aún tenía en la boca el sabor del jugo de naranja que había tomado en la cocina hacía tan poco. La mañana era fría y extrañamente silenciosa, por primera vez en la semana el paradero de buses estaba solo, me senté en la banca y me soplé las manos, de verdad que hacía frío, podía ver mi aliento al respirar. Él pasó frente a mí un poco aperezado, me saludó por cortesía tocándose la punta del sombrero y mostrándome los dientes en una mueca sonriente, era algo anciano y lento, su traje particularmente colorido llamaba la atención tras cada paso que daba, traía consigo una maleta, una pequeña bolsa de colores y una escoba, caminó hasta el semáforo, dejó todo en la hierba junto a la acera, tomó la escoba y avanzó hasta el centro de la calle cuando se puso en rojo la luz, miró a lo lejos los autos que venían y barrió con parsimonia la basura del cruce, recogiéndola con cuidado en un rincón, la levantó con un trozo de cartón para evitar cortarse con trozos de vidrio y alambres sueltos, el bus no daba señales de querer aparecer pronto. Cuando estuvo todo limpio se sentó en aquella hierba donde tenía sus cosas, sacó de la pequeña bolsa un espejo y algo de maquillaje, se pintó la cara blanca, dibujó sobre sus cejas unos pequeños triángulos amarillos, la luz cambió varias veces mientras lo hacía, se echó en los pómulos una anilina roja un poco más clara de la que usó para pintar su nariz, la cual parecía un pequeño pimentón maduro, tenía un sombrero de copa muy alto, y unos zapatos inmensos de color naranja, sin duda era un viejo payaso, pero su mirada a esa hora se notaba un tanto triste. Sacó de la maleta tres pelotas de trapo cosidas a mano y un balón un poco desinflado, el bus llegó a la parada, más gente esperaba montarse, pero yo seguía mirando a aquel sujeto, me monté sin quitarle la mirada y me senté en la ventana, el semáforo volvió a marcar el rojo y nos tocó esperar, el hombre saludó con una gran sonrisa, se levantó el sombrero y de él sacó las tres pelotas dejando ver su pelo teñido de verde, se puso el balón equilibrado en la cabeza e hizo un show de poco más de un minuto con trucos y maromas asombrosas, sin duda le hacía falta algo de música, pero aun así relucía entre el ruido de los motores y el cantar matutino de las aves, se notaba la experiencia en sus movimientos, era asombroso y bello, pude notar que aquellos tristes ojos ya se habían diluido con los rayos del sol que habían comenzado a asomarse en el cielo como una farola al abrir el telón de una función, un brillo en su mirada me conmovió profundamente, se notaba que amaba su arte aunque el escenario y las condiciones no fueran las mejores para lucir su gran talento. Cuando acabó el show miró a todos los autos pero ninguna ventana se abrió, la gente miraba la luz roja a la espera de la señal de arranque, el frío matinal estaba en su contra, caminó por el medio de entre los autobuses y nadie lo llamaba para recompensarlo por su acto aunque su mirada mendigaba una moneda con una tierna sonrisa, me produjo tanta lástima verlo caminar sin encontrar respuesta que aunque faltaba poco para el semáforo en verde, mandé la mano a mi bolsillo y tomé lo primero que encontré, un pequeño puñado de monedas atiné a soltar en su mano tras abrir la ventana torpemente, su sonrisa se ensanchó y se quitó el sombrero, se organizó el cabello y mirando hacia el cielo se echó la bendición, y apretando con fuerza las pequeñas monedas le dio un beso a su puño, dándome las gracias por el nombre de Dios con que empezaba otro difícil día de trabajo en la avenida.
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Sobre el autor: Julio César Aguilar (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Irán, España, Estados Unidos y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019, y Alborozo, 2020. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
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U
n paseo matinal por Varsovia en un día de invierno. Con todo su fuego la nieve desafía el clamor del viento helado. Se ha desvanecido la bruma, pero el aire impávido aún arremete contra los rostros de los transeúntes congelándolos. En algún hogar estará ardiendo el entusiasmo de la concordia y satisfechos los invitados alzan la copa de la ventura para luego proclamar su reino.
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Sobre la autora:
Alejandra Cruz Castillejo nació en Michoacán, México, en 1983. Graduada como Lic. en Educación Primaria en la Escuela Normal Urbana Profr. J. Jesús Romero Flores. Ha colaborado en Antología Normalista 2004, en antología Los otros motivos tomo 1, 2021. Actualmente ha publicado en las revistas Rigor Mortis, Perro Negro de la calle, Cantera, Posada Almayer, Kumaya, así como en páginas de difusión cultural.
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«¡M
e han robado!», grité a los presentes, deseaba que me escucharan y se lanzaran en la búsqueda del ladrón. Sin embargo, la música de viento que sonaba en esos momentos ahogó mi grito. Los peregrinos rezaban y el megáfono rompía cualquier tipo de sonido por más estruendoso que este fuera. Un cohete hizo su espectacular tronido por los cielos y por si fuera poco la masa humana continuó con su peregrinar al ritmo de padres nuestros y aves marías. Esperar un año para ir a adorar a San Juditas y ver frustrado el momento por culpa de un miserable ladrón que no me dejó ni un centavo para comprar por lo menos un agua. Al igual que ellos, minutos antes también yo caminaba al ritmo del compás al que todos lo hacían, en mente tenía que cuando entrara al santuario dejaría la ofrenda bajo el altar, una modesta botella de vino de consagrar, para después besar el manto de San Juditas. De ahí partiría hacia el confesionario, necesitaba sacar algunos demonios que habían estado rondando cerca de mí después de haber cometido algunos pecadillos. Ya caída la noche haría velada junto con los demás, como era la costumbre mientras algunos tocaban sus jaranas otros danzaríamos. Al ir entre la bola de gentío, me distrajo esa muchachita con su negro cabello rizado hasta la cintura y con un vestido entallado que se fundía con su morena piel. Esos labios, ese cuerpo y qué decir de sus piernas que invitaban a ser prensadas por las mías. En ese instante la imaginé nadando conmigo, ahí en río Santa María, refrescándonos un poco, sacudiendo ese polvo que se siente al caer la tarde después de un largo peregrinaje. Ella dejaría reposar sus encantos en mí. Salió bastante cara la distracción, no pude más que ver las rayas de la camiseta del ladrón, que aprovechándose de mi emoción precoz sacó mi billetera dejándome solamente con la botella de vino de consagrar y como dije antes, grité fuertemente, quizás hacia adentro porque el gentío hizo más ruido que yo. «¡Maldito ave maría te tenías que cruzar en ese momento!». Y pasó entonces que, por preocuparme por mirar al ladrón, descuidé a la paloma de vestido entallado y senos fulgurantes. Pensé en quedarme, seguirla y terminar juntos en el río, aunque ya no tenía ni un centavo para invitarle las aguas. Así que decidí volver en ese instante por el camino boscoso que me había traído, solamente que esta vez sin la compañía de los peregrinos que ahora alegres danzaban y cantaban. Comencé a dar mis primeros pasos con la firme idea de cruzar lo más rápido posible la cadena de montañas. Era buena hora, en unas cinco horas llegaría a casa. Al caminar por las veredas únicamente me lamentaba por la fechoría de ese cristiano necesitado. Al cabo de un par de horas estaba lo suficientemente fatigado como para bajarle la velocidad al paso, no era fácil tener que hacer la misma caminata doble vez en el mismo día. La sed se hizo presente y por ahí no había ni un riachuelo con agua fresca sabor a tierra. Lo único que poseía en ese momento era el vino de consagrar, así que lo miré para después darle un buen trago y hasta se me fue por la nariz. Ni en toda la misa usa el padre esa cantidad de vino para bañar las hostias. Después de casi ahogarme, recordé al padre Jonás, fui su monaguillo, él acostumbraba a tomar vino de consagrar por las mañanas y alegaba que lo mejor para iniciar el día era recibir la sangre de Cristo, así que no sentí remordimiento por beber ese vino. Ya pasado un rato como era de esperarse el bosque comenzó a ensombrecerse, los pájaros se alborotaban a mi paso, se me olvidaba que en las montañas anochece más pronto. Yo sin lámpara y mi único acompañante el vino de consagrar, antes de quedar a ciegas decidí coger un palo que me sirviera de bastón. Continué caminando y con cada paso la noche me ganaba y aquello que debían ser cinco horas se convirtió en ocho. Comencé a adentrarme cada vez más en la negrura y entre más avanzaba más densa se volvía, mis pies ardían. Inicié con la mejor actitud, pero después dudaba en dónde apoyar mis pies. Afortunadamente se me
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ocurrió traer conmigo ese palo, de no ser por este tal vez hubiera azotado en hocico contra el suelo o, peor aún. contra las piedras envueltas con musgo verde. Pasé cerca de un árbol de ocote, lo sé por el olor a trementina y ello trasladó mi mente a las mañanas en que mi madre se levantaba para encender la roja chimenea, siempre usaba ocote, olía agradable. Ella antes de encender el fuego olía profundamente una astilla, luego la cruzaba con otra que ya estaba dentro del boquete ardiendo y colocaba la leña seca de encino. Ella se enojaba porque yo no sabía rajar leña, decía que los verdaderos hombres aprendían desde chiquillos a agarrar el hacha y parar correctamente cada leño para darle por la mitad y en un solo golpe abrirlo completamente. Yo sigo sin saber partir leña. Después de ese montón de recuerdos aterricé de nuevo en la oscuridad. De repente se soltó un viento endemoniado, había llegado a una pequeña cañada, lo sabía por las piedras que a veces no podía esquivar. Las ramas de los árboles se agitaban produciendo una melodía demoniaca que me enchinaba el cuero. Intenté no pensar en los silbidos del viento. Continué caminando un poco más de prisa hasta que mi zapato cayó en lo que quedaba de un arroyo ya casi seco, no me detuve a ver qué era, la negrura era espesa y nada se veía. Una vez cruzada la cañada le eché otro trago al vino de consagrar, ya iba por el segundo tercio. Aún faltaba un largo tramo por recorrer, el más difícil, pero sin dudarlo continué, el lugar estaba empinado y cualquier mal paso me haría rodar varios metros, si eso pasaba seguramente alguna de mis costillas terminaría fracturada si bien me iba. Así que para llegar completo a casa debía bajar el ritmo y tantearle dónde debía pisar, ese momento mis ojos no servían, estaban nublados, me sentía inseguro, mis pies temblaban, estaba agitado no sé si era cansancio o miedo. Seguí a ratos derecho y otros en cuclillas. Pegué algunos resbalones, con el palo iba testereando los árboles, nada más los garrotazos se escuchaban, el ruido atrajo a los coyotes. Comencé a sentir unas pequeñas pisadas tras de mí, las cuales paraban cuando yo lo hacía, me observaban, sé que me observaban ahí cautelosos en espera de una buena caída. Con la negrura encima, los coyotes atentos tras de mí y la botella de vino consagrar como compañera, era claro que sólo tenía una opción, no podía escapar de esos animales, así que le di mate a la botella de vino, luego la rompí contra un árbol para que su filo me salvara en caso de que me atacaran las fieras. En un principio caminaban lejos, de poco a poco se fueron acercando. Sentí el escalofrío recorrer mi cansada espalda, mis manos y pies comenzaron a hormiguear, la presión en el pecho me hacía jadear. Ni siquiera estando en el río con la del vestido hubiera jadeado tanto. Comencé a rezar, pero terminé maldiciendo a desgraciado roba billeteras, por su culpa yo estaba en esta condición a punto de ser tragado. Por fortuna llegué a un claro, deseaba sentarme, pero las bestias aún estaban ahí, vi sus sombras, parecían fantasmales, seguí caminando más rápido con el palo en una mano y con la botella rota en la otra. Resulta que, por caminar para escapar de esos coyotes, agarré otro camino y este me llevó a las orillas de San Alfonso en lugar de llegar a mi pueblo Ayocuantla. Faltaban algunas horas para el amanecer, no podía regresar porque los lobos me esperaban, así que decidí dormir en el árbol más cercano al pueblo. Al día siguiente, ya bien amanecido tomé el camino a mi casa, eso sí con el palo en mano y ya sin la botella de vino.
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Sobre el autor:
Aldo Israel Sánchez Avendaño nació en la Ciudad de México el 3 de abril del 2000, sin embargo, ha residido en Querétaro a lo largo de su vida. Actualmente es un estudiante de Psicología y joven escritor con un blog de su autoría llamado Mi Libreta donde publica sus textos, generalmente con tonos románticos y melancólicos. No obstante, solo cuenta con la publicación en un periódico estudiantil llamado El Humanista.
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O
cho de la mañana; la poca luz que había en mi habitación ya penetraba mi pupila y el hambre ya me exigía desayunar. Solté la almohada que ahora ocupa la zona de la cama en el que solías despertar, me levanté para prender mi bocina, puse música y me fui a la cocina. Entre canciones y tu ausencia, reconocí mi pobre memoria. Recuerdo los cantos, mas no a ti cantando. Incluso recuerdo porqué te dediqué la canción que está sonando. La música y la poesía eran parte de mis distintas formas de decirte que te quería. Porque de verdad lo hacía y creo que tú también, pero en mis recuerdos no encuentro cómo era eso de querernos. Sé de mi eterno hábito de decirte cuánto te amaba, no obstante, tanta repetición hizo que te hartaras y lo olvidaras. Quisiera pensar que me amaste tanto que por eso lo olvidé. Pero no, de ti nunca supe qué esperar y esperando siempre me quedé. Y hoy sigo esperando; al menos tu recuerdo. Lo que fuiste para mí. Inalterada por lo real o lo falso. Ilustrada por la fantasía y el incipiente amor. Nada de lo que afuera dicen, solo lo que tú me decías con tu mano en mi cabello o yo con mi mano en tu cuello. Seguiré esperando; no encuentro nada de eso en ningún rincón de mi cerebro. Mis recuerdos se fueron disipando, así como se desvaneció tu imagen del espejo o cuando tu voz se escabulló por las ventanas. Ocho y media de la mañana; entre pensamientos y el ayuno, comprendí que fue en vano esperarte sin que supieras que estaba esperando y absurdo buscarte sabiendo que no querías encontrarme. Más cuando yo ya no quería encontrarte. Por eso ya no te busco y aun así en ocasiones te encuentro. A veces en las mañanas; eterno momento en que bebo a solas mi café caliente pensando que te he olvidado y de pronto, cocinando, aparece tu voz resonando «yo no quiero, no me gusta el jitomate».
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Sobre el autor: Santiago Garcés Moncada. Nació en Itagüí el 3 de junio de 1999, ganó el 2º lugar en el concurso de poesía Historias para volar la imaginación (2016), fue ganador del 1º lugar en el primer y el tercer premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí (2018 y 2020) y es co-autor de los libros con las obras ganadoras de estos certámenes, es co-autor del libro Deshielos de tinta (2019), su cuento fue publicado en Medellín en 100 palabras (2019), participó del Festival internacional de poesía de Medellín como poeta del territorio (2018 y 2019). Abriéndose fronteras fue seleccionado para publicar sus cuentos y poemas en diferentes medios de Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Estados Unidos y México (2019-2021), participó de la antología de cuentos Antes del 2020 publicada por la editorial mexicana DINKreaders. Actualmente estudia ingeniería electrónica en la Universidad de Antioquia, es miembro del taller literario Letra-Tinta y es cronista de la revista Bohemia.
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l hombre desnudo frente a la ducha, ¿dónde está el pecado?, no hay sábanas blancas pero lo cubre la azul cortina que emula el mar, el cuerpo es suciedad a la espera, no hay morbo en la quietud frente al miembro de metal y pasta que erecto en la pared nos ha de mojar la espalda, no hay movimiento de cadera, no hay corazón acelerado, tan solo roces secos de nula pasión por todos lados con la yema acostumbrada de los dedos, no hay cansancio, pero el sudor de gotas traslúcidas nos moja la cara y nos hace temblar, no hay orgasmo pero hay contracción, y la piel erizada no olvida ni un poro al paso del frío viento, no hay caricias ajenas, solo la mano propia frota los rincones como queriendo arrancar lo invisible que la ensucia, las manchas que nos quedan de vivir como vivimos, no hay más fluidos en la piel que el shampoo. Rotos, dejamos que se escurra de la mano la espuma y cae al suelo, no hay vida en el panorama de su caída, la ingle flácida y enmarañada no dice nada y no importa que sea muda, no hay un recuerdo, no hay placer, ni la memoria de un gemido nos invade, solo otra espuma jabonosa se resbala a sus anchas como si apenas nos unieran los segundos en que la gravedad me la arrebata contra la fría baldosa, la cortina es carne y tras ella es como un parto, me resisto, más cercano al salado llanto que al amor de afuera, borro el jabón de mi piel y quedo solo, nada me cubre y rompo el silencio de la cortina que en la varilla suena como lluvia de agosto sobre el zinc de las tejas, salgo y me viste una toalla, no hay satisfacción, solo el saber que el deber se hizo, me miro al pequeño espejo y no siento nada, el pelo en la frente mojado y alborotado me desagrada, el cuerpo estéril de sentimientos, la memoria húmeda, así deben sentirse las prostitutas cubiertas por sucias sábanas y sudores ajenos, la mano limpia hace un instante abre la puerta, y la perilla la contamina de mundo, pero no importa, esa mancha pertenece ya a otro día…
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