Perro Negro de la Calle No.59 Agosto 2021

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a llegado agosto, y con él, el verano parece morir lentamente. La edición 59 de Perro Negro de la Calle nos trae parajes que, si bien, rozan lo onírico, también nos muestran los rincones más recónditos de las mentes de sus autores. Todas las obras que están aquí compiladas recogen tanta humanidad como es posible para la posteridad. Y esas voces latinoamericanas son la voz del continente; reales, tangibles, vivas, pero jamás ignoradas. No puedo evitar sentir un tremendo orgullo al ver tantos autores que a lo largo de la historia de la revista han respondido el ladrido del can azabache; lo agradezco con afecto. Sin duda, tanto para mí como para mis compañeros cocreadores: los licenciados Alfonso Koyoc y Jesús Prado, este proyecto es lo más hermoso que hemos creado y legado, tanto para el acervo e historia de las revistas digitales como para nuestra ciudad. Y aún nos faltan muchas cosas que legaremos, de eso no hay duda. Hablo por todos los que participamos en esta revista al decir que lo que se ve plasmado aquí es por puro amor a las artes; es por pura pasión a la trascendencia. El ser humano vive solo una vez, pero su legado permanece. Tatakae. Amaury R. Ledesma

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in más por el momento, me despido, aún sin ganas y con sacrificio, sin sueños vanos, ni artificio: con tu tempestad tenue, el olvido. Tu cuerpo es dulce, suave cortina. En alguna calle los peatones tristes saben que somos fantasmas grises, que venimos al mundo solo de rutina. Mientras nos desvelamos entre besos en la cárcel firme de tus piernas, condenado a tu imagen en mis versos. ¡Soy el reflejo en tus obscuros ojos! Sueño lejano en estas tierras… crónica de nuestros pecados gozosos.

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Sobre el autor:

Juan Luis Henares nació en 1963 en Paraná, Argentina. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004, Primer Premio en el Concurso Universitario de Ensayos Memoria y Dictadura. En 2019, Primer Premio en el 6° Certamen Literario Red por la Igualdad de Género Enredadas Vicálvaro de Madrid y ganador en el rubro Letras de los Premios Escenario del Diario UNO de Entre Ríos. Sus cuentos han sido premiados o publicados en Argentina, México, Uruguay, Cuba, Chile, Perú, Venezuela, Colombia, Guatemala, Bolivia, España, Alemania, Canadá y Estados Unidos. Libros: Lápiz clandestino (2018) y Crónicas subterráneas (2021).

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iró a todos reunidos a su alrededor; estudió sus rostros, recordó los malos momentos vividos, sus preguntas, sus burlas, sus insinuaciones. Siempre sintió que, al comentar sobre su vida, les daba un motivo para burlarse de él: que no le gustara el fútbol, que jugara ajedrez, que su hobbie fuera la filatelia, que tuviera un gato Siamés, que saliera a caminar en las noches... Esta situación lo llevó a cansarse de sus compañeros, del trabajo y hasta de su solitaria y aburrida existencia. También despertó en él la necesidad de hacer algo que le devolviera esas ganas de vivir que le habían robado. Miró a la secretaria del jefe, esa bella morocha —sus cuarenta y pico parecían sentarle cada día mejor— a quien se cansó de invitar a salir y que de forma invariable le respondía con excusas. —Este fin de semana viene mi tía de Córdoba —le contestó tiempo atrás ante su propuesta de ir juntos al cine. Como la película le interesaba, resignado fue sin compañía a verla; con su cabeza apoyada en la ventanilla del colectivo —mientras miraba las gotas de lluvia caer en las veredas—, la descubrió en la puerta de un bar abrazada con un muchacho más joven que ella. ¡Qué desilusión! Miró a su jefe, quien desde el principio lo observó con desconfianza, y al que cierta vez le escuchó decir: —Este es un tipo jodido, los que son tan callados al final te traicionan. No obstante, jamás lo echó, a pesar de la cantidad de despidos que hubo en esos largos años; era responsable y trabajaba mejor que nadie, así que se tornó imprescindible para el buen funcionamiento de la oficina. Miró a esas personas con las que compartía sus jornadas, pero que consideraba extrañas, ya que de ellas solo había recibido engaños y burlas, nunca un gesto amistoso; compañeros de ese maldito trabajo que consumió parte de su vida encerrado dentro de cuatro paredes. Mas hoy terminaba: era su último día, mañana sería un jubilado más. Ellos miraban con mucha curiosidad su maletín, apoyado encima del escritorio. ¿Cuál sería la sorpresa? ¿Qué era lo que les quería mostrar? Sus caras de ansiedad le dieron ganas de prolongar ese momento. Meses le llevó revolver perdidos locales en sótanos de galerías en busca del material necesario; armar, probar y buscar al detalle —de manera obsesiva— que todo dentro del maletín funcionara a la perfección. —Quiero despedirme de ustedes con un regalo —les dijo entretanto la tensión se sentía en la atmósfera, tanto que esta parecía a punto de estallar. Si, de estallar… Al llegar el suspenso a su punto culminante, cuando los segundos parecieron hacerse eternos, abrió el maletín; al quedar al descubierto su contenido, sin levantar la vista percibió el terror en sus caras y cuerpos. Luego los miró: transpiraban, estaban pálidos; alguno no pudo contener su estómago, y el olor que despidió inundó la oficina. La secretaria lloraba y preguntaba: —¿Por qué? El perverso jefe se orinó mientras temblaba. Los cables que unían el explosivo plástico con el detonador se movían al compás de las agujas del viejo reloj; junto a ellos, una gran caja ubicada en el centro del maletín completaba la escena. El segundero se encontraba en el número nueve; nadie atinó a correr, paralizados por el miedo. Sus miradas suplicantes parecían rogar clemencia. Al llegar al once, la secretaria gritó:

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—¡Perdón! —El resto la miró agradecido, con la esperanza de que ese gesto significara su salvación. Cuando la aguja arribó al doce se escuchó la explosión; el sonido fue menor al esperado, sin embargo, hizo que se tiraran al piso. Pasados unos segundos se incorporaron y sacudieron sus ropas en un ambiente repleto de papeles que flotaban y caían sin prisa. La detonación no se había producido en el explosivo plástico —en realidad, simple plastilina muy bien modelada— sino por un par de petardos que se hallaban dentro de la caja. Confundidos descubrieron que del maletín emergía un resorte de cuyo extremo se balanceaba la cabeza de un grotesco y colorido payaso, quien les mostraba su larga y azulada lengua, acompañado de una horrible música circense que los aturdía aún un poco más. Los observó desde la puerta entreabierta, sonrió satisfecho y bajó las escaleras rumbo a la calle y a su nueva vida.

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Sobre el autor: Francois Villanueva Paravicino. Escritor peruano (1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en diversas antologías, páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas y/o; de su propio país como de países extranjeros. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España. También, ha sido distinguido en otros certámenes literarios.

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oy el guardián ciego. Así lo vaticinó el venerable Amón, cuando me vi en sueños en medio de una laguna frondosa, donde se filtraba desde poniente unos hilos de sangre que manchaban la pureza de las aguas. Me dijo que sería eterno, pero que mis ojos se pudrirían en sus cuencas. Desde aquella epifanía, cuando vi la edificación de este aposento, hasta hoy atrapado como estoy en sombras, recuerdo a la que provocó y curó la llaga, la bella Flora: su veleidosa silueta, su cándido rostro y su voz dulce como la miel. Han transcurrido cinco siglos. Mi figura es la de un adulto de treinta y tres años, de aquel que no envejece desde entonces. He vuelto a amar y a sufrir, rodeado siempre en este océano de libros, que es un infierno: poder sentirlos cerca y no poder disfrutarlos, pues quedé ciego cuando ella se fue de este mundo. 2. Mi primera ilusión amorosa fue un personaje literario. Es Nelly. Ha sido y será siempre eternamente ella. Aquella huerfanita, tan tierna y urticante como una ortiga, franca y frágil como una magnolia, al despedirse de este mundo (con perdón, confundo el mundo de la novela con el mundo real), hizo que llorase a moco tendido en medio de la impresión del resto de oyentes de la Sala de Lectura. Entonces, a los catorce años, entendí que existía la contrariedad, la tragedia y el dolor en el arte escrito. Recuerdo bien aquel día. Al salir de la Biblioteca Nacional, tampoco pude contener el llanto y la tristeza. Caminé por la avenida Abancay con lágrimas en los ojos, incluso barajando la idea de que Iván, el joven narrador, pudo haberla salvado con amor. Pero, oh por Dios, entonces comprendí que nadie puede vivir del amor y de las buenas intenciones. Nadie. 3. Todo acto, pensamiento y sueño tiene un significado en el universo, una trascendencia involuntaria en el devenir, así lo entendí tras leer aquella novela titulada Phela, de Cbet Krauvskiv. Ahí aquella magistral autora rusa experimenta el sabor de querer plasmar los acontecimientos más impresionantes y totalmente extraordinarios de las grandes pasiones del joven Vania, un personaje ficticio que cobró vida propia con aquella prosa soberbia, como si hubiese existido ante mis ojos. La autora era hija de rusos afincados en Lima, y aunque había nacido en la antigua Unión Soviética, dominaba el español con maestría. La novela lo compré en una librería que remataba libros originales debido a una inminente clausura. El dueño era Martino, un viejito de aires distraídos y cansinos. Por mi parte, aunque mi objetivo era terminar de leer primero las obras clásicas de la Literatura Universal, compré Phela al darle una ojeada en la más completa casualidad. Unas cuantas palabras cultas y un potente arranque en el inicio de una buena anécdota bastaron para tomar la decisión. Al terminarla, luego de un par de días en casa, no pude evitar llamar al número telefónico anotado al costado de la palabra «Fin». Tan obnubilado, extasiado y emocionado me revelé por el final de la majestuosa historia, que creí (absurdamente) que aquellos dígitos me comunicarían con la escritora. Necesitaba decirle, en principio, que un final así era muy cruel con el personaje principal; y luego, agradecerle por la inmensa felicidad que me había producido leer una obra maestra, un kantiano sentimiento de lo sublime, lo bello y lo justo.

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Sin embargo, me contestó un chico, quien dijo ser el hijo del dueño de la librería. Al preguntarle si conocía a la autora, me dijo que desconocía a los autores de los libros que vendía, que —según se explayó— compraban por kilo a los que querían deshacerse de aquellos papeles. Fue una gran decepción. Tampoco existía información en Wikipedia sobre ella o en alguna página virtual de la red, ni en el mismo ruso u otros idiomas. Al poco de iniciar la búsqueda, entendí que estaba ante una perfecta autora de culto y, créanme, sentí una alegría igual de intensa como si la hubiese visto frente a frente, en la sala de su casa, fumando cigarrillos.

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Sobre el autor:

Alan Román Méndez, nacido en Mexicali, Baja California por allá de 1998. Licenciado en Docencia de la Lengua y Literatura. Desarrolla la escritura de narrativa corta y ensayo, sus textos se han publicado en diversos espacios como Revista Sputnik, Neotraba y Plástico Revista Literaria.

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iene razón mi mamá, dijo que veníamos a una ciudad con las luces frías. Siempre decía frases así, que no entendía pero que cuando las escuchaba sentía como calor en la panza. Una ciudad con luces frías, es verdad, sobre todo ahorita de noche. Termino de comerme mi coctel de elote, aunque aquí el señor me dijo: «toma, niño, tu elote en vaso». Esperamos para escuchar a una banda de señores disfrazados de teatro y que, uno de ellos que es muy gritón, nos grite a nosotros. Mi mamá me dice que no le suelte la mano, hay mucha gente, más que en la feria que se pone en la ciudad. Me había dicho que es nuestra última parada del día, y lo peor es que ya mañana regresamos, se me pasaron bien rápido los tres días aquí. Ya nos toca y mi mamá me jala para caminar hacia no sé dónde, pero ojalá que el señor gritón tarde mucho para no irnos al hotel tan rápido. Se sube a unas escaleras para gritar, vamos hasta el frente para que yo alcance a ver. Nos dijo que iremos por los callejones, que cantaremos y que nos divertiremos. Cuando escuché la palabra callejones pensé en las calles pequeñas, como las de la colonia donde vive mi tío, que apenas cabe un carro y están todas grafiteadas. Caminamos, con mi mamá agarrándome muy fuerte la mano, lo hace cuando está enojada o cuando estamos en un lugar con mucha gente. Llegamos a unas escaleras grandes. El señor gritón nos dice que volteemos, pero el barandal de piedra es más alto que yo y no me deja ver. Entonces siento dos manos delgadas que me levantan desde las axilas y me ponen sobre los hombros de mi mamá. Hace mucho que no me cargaba, no recuerdo la última vez que lo hizo. Su cabello huele a vainilla. Llevamos todo el día caminando y todavía huele así, ella dice que es su olor natural. Levanto la mirada y ahí está la ciudad, ahora parece una maqueta gigante, con luces, amarillo, rojo y el olor a vainilla. Es una ciudad bonita. Me bajo para seguir con el recorrido. El señor gritón y los cantantes cuentan la historia de dos enamorados que se veían a escondidas, y se besaban, entre los balcones, yo creo que de seguro me hubiera caído. Piden que los hombres vayan por un lado y las mujeres por el otro para después cantar una serenata con flores. Mi mamá me apretó la mano y me dijo que no me separara de ella, pero yo tenía dinero que me había dado mi abuelo, y quería comprarle la flor. Le digo que iba a estar bien, que nomás quería comprarle la flor y cantarle. El señor gritón dijo que iba a cuidarme, y me tomó de la cabeza hasta que llegamos a un callejón con una luz naranja. Entre el grupo de hombres hay un muchacho que vende flores, a cien pesos por tres rosas. Tengo el dinero todo hecho bola en la bolsa del pantalón y no puedo estarlo moviendo enfrente de la gente, mejor me voy hasta el final del grupo. Cuando tengo justo el billete de cien en la mano trato de volver al frente, pero no encuentro al muchacho de las rosas, y sigo caminando entre cantaritos con cerveza y las piernas de los señores hasta que salgo a otro callejón en el que no hay gente. Se empieza a escuchar las guitarras. Volteo hacia atrás y está oscuro. Hacia el frente veo iluminado, desde otro callejón a la izquierda, doy vuelta y más oscuridad. Sigo viendo una luz al final y sigo oliendo a vainilla cuando respiro. Camino y doy vueltas, pero cada vez los callejones son más pequeños. Siento que me aplastan, ya no quepo bien, tengo que caminar de lado, rozando las paredes de bloque y tierra. No puedo volver porque atrás todo es oscuro. Trato de ir más rápido, me golpeo la cabeza con un marco de fierro de alguna ventana, con la pura esquina. No sé si sale sangre, no quiero ni tocar, no veo nada más que un haz de luz hacia el frente y oigo las voces que comienzan a cantar. Ya no huelo la vainilla, apenas

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si inhalo muy fuerte, solo al principio, después llega otro olor, a calor, a vapor, a algo quemado entre el frío. En el siguiente callejón ya solo cabe mi mano, de lado, muevo mis dedos entre las paredes frías, pero todavía veo la luz muy brillante, y escucho la serenata.

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Sobre el autor: Braulio Rojas Oros (Lagos de Moreno, Jalisco, México, 1999). Paisano de Cabral, ni de aquí ni de allá, joven escritor de libreta y lápiz, estudiante de ingeniería impulsado siempre per un ímpetu de conocimiento, con 20 inviernos transcurridos, pero pocos de ellos vividos realmente ha sido escritor en un par de ocasiones de esta misma revista, expidiendo relatos, poesías.

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a ambigüedad existe y está en todos lados: el arte, la política, el cine, la música y hasta en el lenguaje y es que esta ambigüedad va más allá del sujeto y el predicado, el idioma o extranjerismos, se encuentra en el verbo mismo, pero abstengámonos de pensarlo de forma gramática o textual sino de forma literal; el verbo es tan ambiguo que cuando uno dice que no piensa en nada puede estar pensando en millones de cosas, es que ese «nada» pueda llegar a ser tan basto que no somos capaces siquiera de connotar su tamaño y al mismo tiempo puede que ese mismo «nada» sea tan minúsculo. Así como este existe cientos de ejemplos: «trabajo», «duermo», «pienso», «existo», «vivo» y «muero», estas últimas tenían cansada ya a la Francia del siglo XX. ¿Qué pasaría si en algún lugar se dejara de preguntar por significado de las cosas? Un lugar donde todo está dado por sentado y todos entendemos la palabra de la misma manera donde la palabra «éxito» significa lujos, amor, sexo, compañía, diversión, se piensa en alcohol y muerte… estar tres metros bajo tierra. Esto se le llama magia, pero esa magia que existe de forma natural, sin magos ni brujas, hechiceros ni chamanes o siquiera pensar en pócimas o rituales, esta magia es contingente al entorno. Más bien pensemos en la magia como una característica nata que surgió de repente y de forma inexplicable; misma que ahora envuelve a un pueblo entero donde la semana transcurre paradójicamente de forma normal y extraordinaria, por mera inercia de un sinsentido, donde los lunes a las 6 a.m. se ve una congestionada avenida repleta de madres, padres, maestros y alumnos esperando la luz verde para llegar a sus destinos mientras que unas cuadras al fondo de una primaria una patrulla acordona cuatro metros cuadrados al arrullo de un pirul un cuerpo sin pulso o si es que es día de suerte de los oficiales encuentran una fosa con al menos quince cuerpos dentro, casi surreal mientras que los fines de semana este pintoresco pueblo se ansia la agonía de la rutina ese equinoccio donde ya empieza el fin de semana y este es esperado con premura, las personas guardan los mejores temas de conversación, si es que los tiene y sus mejores prendas de para entonces, el diablo baila con el pecado vestidos de excesos y desenfrenos, meros instintos y a la mañana desaparecen dejando el lugar a la moral en turnos en forma de arrepentimientos, resacas físicas y morales, así es la vida en San Moreno. San moreno, un pueblo mágico, las mujeres desaparece sin dejar rastro, los muertos vuelan debajo de un puente, los hombres se transforman en saltamontes, la lealtad se queda en hechizo, este lugar irradia más magia que el 3/4 de un noveno piso, aquí el elixir de la felicidad se acompaña con hielos, los polvos mágicos se encuentran junto al panteón, la gente no cree en la muerte y se enfrentan a ella con el rostro descubierto. San Moreno, Pueblo mágico. Llegué a este pueblo hace ya casi veinte años y la verdad es que aún no me acostumbro a vivir aquí, honestamente, creo aun no me acostumbro a vivir, a pesar de haber vivido gran parte de mi vida aquí es que apenas el año pasado empecé a conocer este lugar, con esto no me refiero a que comencé a salir sino a adentrarme, se dónde queda la catedral principal, donde se ubican los mejores restaurantes de la ciudad, cuáles son la gasolineras que tienen los peores baños, ubico los colegios más sobresalientes y se adónde es que hay que ir a hacer los pagos tributarios, en que mercado hay menos ratas, todo eso ya lo sé, pero eso solo es conocer la superficie del iceberg que es aquí. Hace falta más que saber la fecha de aniversario de la ciudad y cuales calles son las menos congestionadas para poder decir que conoces San Moreno, algo de lo que mi di cuenta es que la gente se rige bajo el contar el reloj aunque ellos no tengan tiempo, esta ciudad cambia en relación a la posición de las manecillas del reloj ya que no se comportan igual de

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9:00 A.M. a 12:00 P.M. que de 9:00 P.M. a 12:00A.M. y es que ahí esta una de las cosas que hacen mágico este pueblo y son esas quimeras que figuramos bajo la sombra de la luz del día, en San Moreno es más fácil ver de noche, ¿Quién diría que un lugar con 108 iglesias podría estar tan lleno de pecado? Como decía, esta ciudad se maneja por tiempos, aunque no lo tenga y es que la gente no tiene tiempo de detenerse por vivir tan apresurada, incluso que hoy todo es más rápido, ahora quieres algo y solo hay que pedirlo a través de una ventana, lo que sea: un libro, una TV o incluso una persona, nos hemos vuelto un catálogo andante tratando de ser tomados por el primer postor ofreciendo solo lo mejor de nosotros por medio del perfil de una máscara. En San Moreno existen videntes que conocen a las personas sin siquiera haberla conocido y esto es por medio de una voz, una voz colectiva que huye con el viento brincando de palabra en palabra y todos tenemos el poder de ser juez del otro sin siquiera poder ser juez de uno mismo. Acá la jerarquía no obedece leyes, por el contrario, la ley no hace ley. El poder es pesado, como el plomo y la justicia, como siempre un cuento más, irreal. Hablando de poder, este se divide en dos: el primero es el real, el más apegado a la realidad y es que realmente se puede mandar y se tiene que obedecer, este obedece a una jerarquía de peldaños marcados, este se gana y o se roba, mientras que por otro lado está el otorgado, este es una mera ilusión, un sesgo, que se ha inventado, se basa en la superficialidad y se premia a una falsa originalidad validada por sellos, de pies a cabeza que visten a la gente, esa falsa jerarquía que se obedece por inercia de la misma voz que habla del otro, esa misma voz que da poder, este poder existe pero se puede desobedecer sin una pena legal sino social, a un exilio diferente, donde igual se es preso de la indiferencia pero libre del criterio, irónicamente aquellos que son más libres son los más juzgados inclusive por aquellos que viven en los suelos del poder otorgado. En San Moreno la gente hace la magia.

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Sobre los autore: Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Es administrador de la revista Babelicus (literatura general). Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018). Benjamín Román Abram (Lima, Perú, 1970). Sus cuentos y reseñas se han publicado en diarios, antologías y revistas nacionales e internacionales como El Comercio, Correo (Huancayo), Heterocósmica, Fabulador, Umbral, Buensalvaje, Cosmocápsula, miNatura, Agujero Negro, Plesiosaurio, Zona libre, etc. Es autor de los libros de relatos En Envase Pequeño y Bioficciones. También cultiva la poesía y la ha publicado en diversos medios.

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ili se interesó desde su niñez por la magia negra, pero una promesa a su madre de mantenerse alejada de la hechicería impidió que se nutriera de la misma. Por lo que recién en la época universitaria quebró su palabra y comenzó a visitar sombrías y ocultas bibliotecas donde se guardaban textos antiguos, allí estaban redactados secretos maleficios. La joven se sumergió en aquellas artes y se notó en las expresiones de su rostro y de sus movimientos corporales, también adoptó un tono sombrío, que la mantuvo alejada a eventuales pretendientes, aunque no sabía si aquel conocimiento le sería útil algún día o simplemente era una afición sin ambiciones. Luego, empezó a asistir a algunas reuniones clandestinas de individuos que se hallaban inmersos específicamente en el estudio de escritos prohibidos. En una velada oyó un rumor: en su propio país existía un libro con un nombre que no se debía pronunciar, pero lo nombraban (de otra manera) «Arutiyabullu». Ahí se narraban, con detalle, tétricas leyendas sobre seres horripilantes que pertenecían a otros mundos. Lili se abocó por meses a la búsqueda del volumen, sin éxito. A sus treinta y tres años Lima, su hogar, le parecía una ciudad caótica, arruinada por gente corrupta. Desde las ventanas de su casa, en el distrito San Juan de Miraflores, miraba solo a vagos y drogadictos. Estaba harta de todos estos, quería que las cosas cambiaran, que aquellos indeseables muriesen. Deseaba con fervor hacer algo al respecto. Un día, se enteró de que aquel libro que buscaba se podía hallar en una biblioteca conventual en Huancayo. Ideó un plan sencillo, fue como una turista más, buscó con ojo atento y en el momento oportuno logró retirarlo, lo copió, devolviendo el ejemplar al día siguiente a fin de evitar una denuncia policial que trajera abajo sus planes. A los meses, sintió que sus intensos estudios la habían convertido en una bruja eficaz, podía hacer maleficios crueles, lanzar maldiciones por doquier. Sin embargo, todavía no desentrañaba el libro del todo. Una tarde, luego de dictar clases de literatura en la universidad Federico Villarreal, llegó a su casa, procedió a realizar la invocación. Era un sencillo ritual, llamaría a un demonio antiquísimo, el cual obedecería sus órdenes y saldría a las calles para acabar con todo aquel malviviente que se les cruzara. Ella solo había de ser fuerte y dominar al engendro con la mente, sin necesidad de más. El rito le tomó varias horas: ahora probaría decir las palabras mágicas con una determinada entonación, casi un canto. Probó varias veces sin éxito, se desesperaba, pero decidió continuar. Llegó la noche. Lili, acompañada de incienso, recitó el cántico por enésima ocasión, se hallaba confiada, ya tenía abierta la puerta de su casa; ya había dictado la orden: la criatura surgiría frente a ella, se daría media vuelta y saldría de la residencia para finiquitar a la humanidad. De forma repentina un dolor en el vientre la arrojó al suelo, lo supo, había tenido éxito, pero gritó desesperada. La fiera surgió desde el interior del cuerpo de la bruja, lo quebró y carcomió rápidamente hasta despedazarlo. A continuación, aquello se alimentó de los restos de carne y sangre regados en el suelo. La bestia necesitaba energía para arribar a la Tierra y la tomó del único ser humano que estaba ahí al tiempo que ejecutaba el inicio de la orden de exterminio. La infeliz no había podido leer por completo el libro, pues faltaba la hoja que precisaba que luego de realizar el rito, el monstruo también acabaría al invocador (arrancada por algún buen estudiante). La criatura, consciente de lo sucedido, atenuó su rabia y excitación, la dejó para la noche. Entretanto, se arreglaría la cabellera, se maquillaría como la fémina que era, limpiaría

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el desastre de esa sala y se daría el gusto de ver algunos programas de televisión.

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Sobre la autora: Irma Lozano Ramírez. Arandas, Jalisco, México. 1973. Ha publicado: en el periódico NotiArandas dos poemas, en el Caballo Negro dos sonetos periódicos locales de Arandas, Jalisco en la página virtual café de letras con algunos haiku e ilustraciones. Ganadora del segundo lugar de los Juegos Florales 2017, Encarnación de Díaz, Jalisco. Con el poemario El umbral Del fénix. Actualmente participando en dos antologías: 1: Los Cuentos de la Campana, libro que se está editando por la fundación del pensamiento editorial de Arandas, Jalisco. Participando con el cuento El sonido de la oscuridad. 2: Mujeres Poetas de los Altos de Jalisco; libro que ya fue publicado por el ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco, viendo la luz el 4 de marzo del año en curso participo con dos haikus, otro haiku se tomó como portada para la revista virtual el colibrí https://www.facebook.com/Collhibrirevista/ . Acreedora a un reconocimiento en el II encuentro de poesía haiku llamado Una gota de agua, el cual se llevó a cabo en Zapotlanejo, Jalisco, realizado por la fundación TAU y casa de la cultura Zapotlanejo. Participó en la revista virtual Engarce con poemas y haiku en la edición enero 2021 VI año N° .4, en la revista virtual Perro Negro de la Calle, con once participaciones desde julio del 2020 hasta julio 2021.

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ardumen astral ya se impregna tu vientre con luz solar. II

Ocres confusos se revisten los campos en los trigales. III Después del ocaso un canto frenético grillos del jardín. IV Lluvia de plata en la danza nocturnal vislumbran destellos. V El agua turbia después de la tormenta que arrastra el río.

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Sobre el autor: Braulio Rojas Oros (Lagos de Moreno, Jalisco, México, 1999). Paisano de Cabral, ni de aquí ni de allá, joven escritor de libreta y lápiz, estudiante de ingeniería impulsado siempre per un ímpetu de conocimiento, con 20 inviernos transcurridos, pero pocos de ellos vividos realmente ha sido escritor en un par de ocasiones de esta misma revista, expidiendo relatos, poesías.

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a era tarde, yo yacía escondido debajo de su mentón al borde de besar su cuello apenas rozando con el filo de mis labios el contorno de su cuello, mientras ella acariciaba el mío con una mano haciéndolo sangrar endorfinas mientras que la otra enredaba sus dedos entre mi cabellera masajeando mis ideas con la punta de los dedos entre mis rizos entrando cada vez más en trance, cayendo cada vez más lejos de la realidad como si me desconectara de este mundo y me convirtiera en un dios haciendo nacer un nuevo mundo solo donde ella y yo existiéramos, lo único que recuerdo era la sensación de mis brazos rodeándola por la cadera emulando un candado sin llave que se reusaba a dejarla ir; otra cosa que recuerdo es su voz… su voz diciendo lo más cercano a un juramento que rezaba no irse jamás pero es que hoy me pregunto si eso más que un juramento era una maldición, para después decirme que partiría a otro cielo, tomando de la mano a alguien más decidiendo desde su libertad elegir el camino que ella tomaría sin objetar nada porque… ¿qué más podría decir alguien que acababa de morir? Pero, como decía, ya era tarde, ya era tarde porque ella aun en mi lecho de muerte no estuvo conmigo, ya se había ido, solo tenía su cuerpo como compañero, porque su corazón jamás estuvo, como si solo tuviera una carcasa, una armadura sin guerrero y es que aun desconozco los motivos que la hacían quedarse, si es que realmente me amaba o es que sentía compromiso por acompañar a un difunto hasta que muriese o quizás la vida tan injusta me enviaría a mi veneno en forma de ella. Fue ahí donde entendí que la vida es un constante vaivén entre esta misma y la muerte. No todos forzosamente nacemos viviendo, unos inician en un limbo donde no han muerto, pero es que tampoco están vivos, mientras que otros fatídicamente comenzamos muertos en vida. Estos últimos al momento que conocen la vida se llenan de éxtasis y es tanto el ímpetu en vivir de nuevo que la consumen en una llamarada, fugaz, como una fogata de papel dejándola hechas cenizas casi al instante muriendo de nuevo tratando de resurgir de apoco de entre los pedazos que quedaron tras su primera caída y es ahí donde la muerte hace disfrutar del instante de vida que se gozó forzando a la necesidad de volver a vivir, pero erróneamente es que se busca esta sensación en sitios equivocados, arrastrándose entre el placer y los vicios, sin darse cuenta que dentro de la muerte también se crece, porque esta es tan bella como la vida misma. Cómo desde la muerte de un corazón roto se le puede dar vida a obras que hacen sentir el corazón latir una vez más o, incluso, darse cuenta de que no se ha muerto porque es que aún se siente dolor. A partir de ese instante entendí que el sentido de la vida es tan subjetivo, por ejemplo: es que algunos beben para sentirse vivos mientras que otros beben para no morir y al mismo tiempo que también hay quien bebe porque no tiene vida, pero es que ninguno se siente completo del todo, la vida no nace con sentido, sino que uno nace cuando el sentido tiene vida. Cada vez que uno hace lo hacen sentir hervir la sangre y reventar el corazón de felicidad es donde verdaderamente está viviendo.

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Sobre los autores: Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Es administrador de la revista Babelicus (literatura general). Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018). Benjamín Román Abram (Lima, Perú, 1970). Sus cuentos y reseñas se han publicado en diarios, antologías y revistas nacionales e internacionales como El Comercio, Correo (Huancayo), Heterocósmica, Fabulador, Umbral, Buensalvaje, Cosmocápsula, miNatura, Agujero Negro, Plesiosaurio, Zona libre, etc. Es autor de los libros de relatos En Envase Pequeño y Bioficciones. También cultiva la poesía y la ha publicado en diversos medios.

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—S

eñor, siento molestarlo, pero es mi superior más cercano para dar mi informe, ya que mi señal no llega a Júpiter. Detecto una nave volando con maniobras imposibles para nosotros: giros de 360 grados, subidas y bajadas insostenibles, acelera de cero a miles de kilómetros en un segundo. Desaparece del radar, para luego retornar desde el piso de hielo de Titán. —Teniente, ¿está armado? —Negativo, señor, la base solo me envío a un vuelo de reconocimiento de los témpanos que no dejan de derretirse. —¿Ha informado a las autoridades de Titán? —Sí, señor, pero no han detectado nada. —Espere, los veo con el radar espacial, compartiré las imágenes. Sígala, pero active el modo invisible. —Sí, señor, confirmo recepción de información multimedia. Señor, se ha detenido en pleno vuelo, Debe tener once metros de diámetro, color blanco, ovalada. —¿Qué es? — Un OVNI clásico, señor… pasa a mi lado y acelera… se ha ido al espacio. —Oficial, regrese a su nave madre, ahí le daré el encuentro. Nos vamos a reportar esto a casa, nada como Júpiter. No queremos encuentros con terrestres. —Conforme, capitán. Si me permite, ¿por qué dice «terrestres»? Sabemos que la vida podría ser viable allí, una diferente a la nuestra, por su atmósfera, sus océanos, su climatología, pero está lejos de confirmarse. —No es bueno asumirlo, ni como soldados, ni como hombres de ciencia, necesitamos pruebas. Pero mi instinto militar me dice que ese planeta tiene vida y que han desarrollado la tecnología para venir. Y sean o no sean de ahí, existen los alienígenas. Usted mismo los ha visto. —En realidad, he visto algo no identificado, hay muchas explicaciones —Por un momento dé por hecho que son terrestres. ¿Qué idea le viene a la mente? —Saber qué buscan aquí y por qué no los hemos visto alrededor de Saturno, después de todo ese es el mundo y este apenas su satélite. —Tal vez merodean el satélite para alimentarse del fruto del conocimiento. No descarte que la geografía terrestre es similar a la de Titán y de allí su interés en venir. En unos años nuestras sondas lograrán atravesar los cinturones de su magnetósfera y los veremos. En cambio, Saturno y Júpiter son gaseosos y los terrestres podrían no tener nuestros campos de fuerza que nos protegen aquí, o carecer de los exoesqueletos de esos titanianos, exjovianos. —Ya hubieran colonizado Marte, ¿no? Sin embargo, allí no los hemos avistado. —No tengo respuesta para todo. Por favor, retirémonos de una vez y preparemos un informe al presidente de lo acaecido el día de hoy. Y, claro, antes nos harán una prueba de salud mental, así que no se sorprenda cuando lo citen. El navío espacial partió a su hogar. Unas horas después, los titanianos antiguos discutían sobre la noticia que había filtrado la prensa sensacionalista, un nuevo OVNI que interceptó a sus aliados jovianos. El OVNI regresó para mantenimiento a su estación en la terraformada Marte, luego iría a la Tierra, para informar al Gobierno Peruano que no habían visto nada en Titán. No sabían que los titanianos existían, incluso sus ciudades, y todo aquello que era artificial les resultaba invisible, por eso pensaban que ese satélite se hallaba vacío de vida. Más aún en el caso de Júpiter y Saturno que los tomaban como inconvenientes para la vida humana. Aunque

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unas pocas veces avistaban objetos voladores no identificados para delicia de la prensa sensacionalista. Algo similar les ocurría a los jovianos, no distinguían a los terrestres ni a los marcianos, salvo cuando los OVNIS del tercer planeta tenían exceso de radiación acumulada por sus viajes. No obstante, los verdaderos OVNIS que surcan los cielos terrestres, marcianos, de los titanianos y rara vez de los jovianos son los míos. Soy el líder de unos pocos, viajamos por diversos sistemas y galaxias mirando, atisbando lo que hacen estas nimias criaturas. No pueden detectarnos con sus radares ni con otros artefactos tan primitivos. Un simple juego. Ya llegará el momento en que haremos que las razas se vean y se destruyan por temor ante una invasión, así son ellos, así los hemos analizado, lo hemos vivido. Esa será nuestra venganza, porque en la Tierra y en Júpiter algunas autoridades capturaron, siglos atrás, a algunos de nosotros cuando nos estrellamos y nos torturaron hasta la muerte para estudiarnos y así descubrir qué éramos. Por supuesto que ocultaron esos hallazgos a sus pueblos. Ese es el motivo por el cual disfrutaremos verlos arder. Miramos el pasado, presente y futuro. Somos OVNIS. Ellos solo creen que ven OVNIS. Vuelan por aquí, por allá, por sus pocos mundos. Empero, no conocerán el cosmos y sus secretos. Nosotros sí sabemos. Somos dichosos, o casi, casi. * —Doctor, la avistamos, la inteligencia que nos oculta la vida en el sistema está ubicada muy cerca al Sol. Pierde poder cuando comienza a divagar. —Perfecto, comencemos a desarrollar el arma definitiva contra ella. Adelantémonos a sus siniestros planes. Seamos firmes. ¡Perú siempre arriba!

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Sobre la autora: Lian Lanithro, estudiante de enfermería en la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza de la UNAM, nació en la Ciudad de México el 31 de octubre de 1997. A temprana edad se traslada a Ixtapaluca y cursa sus primeros estudios en dos escuelas durante cuatro años, posteriormente regresa a su lugar de nacimiento en Iztapalapa, donde radica actualmente. Cursó sus estudios de nivel medio superior en la Escuela Nacional Preparatoria 4 “Vidal Castañeda Nájera” donde conoce a los profesores de literatura Iván Cuevas y Alina Mora que se convertirían en su inspiración para comenzar a leer y escribir. Termina el bachillerato con deficiencia, pero con mejores notas en biología y Literatura. Su inspiración para escribir El príncipe bastardo es el día de muertos. No ha publicado en ninguna plataforma o espacio digital, esta es su primera publicación.

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U

na tarde en el noveno submundo, el Mictlan, gobernado por Mictlantecuhtli y su fiel esposa Mictecacihuatl presidiaria del día de muertos, estaban sentados en sus grandes tronos hechos de marfil, enormes en tamaño, imponentes, intimidantes a la vista de cualquier insignificante humano. Rodeados de árboles altos con hojas de color carmesí formando un arco al juntarse las ramas de unos con otros. El gran señor Mictlantecuhtli observaba a sus vigilantes del cielo, dos búhos, negros como la noche en donde la luna no se presenta, se posaron en una rama cerca de su señor. Los alacranes, vigilantes del suelo, se acomodaban presurosos frente al señor. Mictlantecuhtli veía confundido a las dos especies, los alacranes susurraban, los búhos guardaban silencio y evitaban verlo. —¿Qué pasa aquí? ¿Acaso no me tienen respeto, a mí, su señor? Hablen, qué sucede, ¿porque están tan nerviosos? —gritó Mictlantecuhtli a sus vigilantes. —Mi señor —habló el búho más sabio, llamado Arquim—, sabe que nuestro respeto a usted es infinito, pero existe una situación importante y sumamente delicada que debe saber a brevedad. Mictecacihuatl, sentada tranquila en su trono solo observaba y escuchaba, tenía un mal presentimiento, los vigilantes darían malas noticias. —Hablen —dijo Mictlantecuhtli—, ¿qué es tan importante para tenerlos así? Los alacranes dejaron de susurrar, el sabio Arquim se notaba nervioso, el búho joven Arquey miraba con sus grandes ojos amarillos a la gran señora. —Un varón ha nacido en el mundo de la raza humana —dijo con respeto hacia Mictecacihuatl. —Eso no es ninguna sorpresa, en ese mundo nacen niños sanos y niños enfermos que acaban aquí, en mi reino —dijo Mictlantecuhtli con una sonrisa. —Mi señor —habló Arquey—, ese varón tiene su sangre, es el príncipe de este reino, de este mundo. Mictlantecuhtli quedó sorprendido, sin palabras, volteó a ver a su esposa, pero ella ya no estaba a su lado, se había parado rápidamente para mirar directo a los ojos a Arquey, que veneraba a su señora aún más que a su señor, así que permaneció quieto hasta que Mictecacihuatl, acariciándole sus plumas, le dijo: —Mi más fiel vigilante, mensajero de la noche y de los cielos, oh querido Arquey, dime que estás confundido, que todos están confundidos —habló firme y erguida, como si nada la pudiera derribar—. ¿Acaso mi esposo me ha engañado y no me ama como yo creí? —miró a Mictlantecuhtli. —Mi señora, soy su mensajero, le he traído mensajes buenos y otros malos, pero ninguno de nosotros le mentiríamos a usted, así como sentimos el gran poder de los grandes señores aquí, el del varón también —hablaba con respeto hacia ella. Mictlantecuhtli se acercó rápidamente a su esposa, pero ella se apartó de inmediato, dio media vuelta y empezó a caminar. —Espero disfrutes reinar solo —dijo y se esfumó. Mictlantecuhtli sintió un vacío, estaba furioso así que hiso caer una lluvia de fuego quemando a los búhos. En menos de diez minutos aumentó la temperatura del suelo, donde estaban los alacranes, matándolos de una manera lenta y cruel. Salió enojado, buscando a su esposa por todas partes, pero no la encontró. En el mundo mortal la tierra temblaba, los mares golpeaban con intensidad las costas, las montañas escupían fuego, los fallecimientos eran numerosos, el cielo se tornó negro, sin estrellas ni brillo de la luna, todo era caótico, era el fin.

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Mictlantecuhtli culpaba a la mortal que lo sedujo, al producto de esa seducción; a ese príncipe bastardo, por el que perdiera a su esposa, y se sintiera solo. De pronto, tuvo una idea, si encontraba a ese tal príncipe, a su hijo y lo asesinaba, ella regresaría, lo perdonaría por su traición. Solo tenía que encontrar a ese niño recién nacido, su madre estaría muerta por que se encargaría de eso, él era Mictlantecuhtli y podía quitarle la vida a cualquier mortal. Pasaron los días y el gran Mictlantecuhtli recorrió cinco reinos y en cada uno destruía todo a su paso, dejando solamente desolación y así seguiría hasta llegar al mundo mortal, buscar y asesinar a su hijo. Los señores de los submundos trataron en vano de detenerlo, pues los vencía fácilmente dejando sus reinos sin nada. Se sabía que cuando Mictlantecuhtli estaba enojado arrasaba todo a su paso y era lo que hacía en ese momento. En su camino de destrucción seguía fallando en su búsqueda y sintió pánico al imaginarse reinando solo en el Mictlan, sentado solo en su gran trono sin su esposa junto a él, sin inspiración para las pruebas a las almas en pena. Entro al mundo mortal y escondido en las sombras observó cómo los humanos corrían y gritaban, buscaban a más mortales desaparecidos, Mictlantecuhtli tenía a muchas de sus almas en su reino, los niños lloraban, pero no el niño que él buscaba. Comenzó a desatar su furia contra ese mundo. Los volcanes hacían erupción, la tierra temblaba con más intensidad, Mictlantecuhtli acabaría con la raza humana en menos de una hora. De pronto, se escuchó un llanto, el llanto que él quería escuchar. El caos paró, todo se volvió tranquilo, en la tierra solo se escuchaba ese llanto. Mictlantecuhtli viajó al encuentro de ese llanto, esperando ver a una criatura indefensa y sin protección, un alma fácil de arrancar, la madre de ese varón ya estaba muerta, fue la primer alma que el gran señor reclamó. Llegó a la casa en donde se oían los llantos, se aproximó al cuarto de la criatura y quedó sorprendido por la escena que presenciaba. Su esposa, su querida Mictecacihuatl, tenía al bastardo, a su hijo en brazos, protegiéndolo de toda amenaza que se les acercaba y de la muerte que él traía. Salió de las sombras y dejó que lo vieran, el varón, en brazos de su esposa, empezó a reír. Ella lo miraba fijamente, en sus ojos mostraba amor, pero no a Mictlantecuhtli. —Mi amor, jamás podría ser reemplazado por nadie, pero este es tu hijo y has venido a matarlo, y yo a protegerlo —su voz era fría—, este niño es el príncipe del Mictlan, no volverás a vernos, no nos encontrarás, defenderé a este niño con todo mi poder —dijo y se esfumó en una nube negra. Mictlantecuhtli solo observó cómo desaparecía. Regresó a su mundo y sentado en su trono esperaría con ansias a Mictecacihuatl. Tenía la certeza de que regresaría junto al bastardo que causó todos sus males y entonces la guerra por el reinado del noveno submundo comenzará.

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Sobre el autor:

Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Enfoca su obra poética (rima o prosa) en indagar en los recovecos de lo mundano desde el punto de vista pesimista. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), Lo que pasó en el sótano (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), La mofa de la vida (Revista de creación literaria y humanidades Gibralfaro, Universidad de Málaga, España, 2020), Aráchne (Revista Papalotzi, Editorial Papalotzi, México, 2021), entre otras.

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H

e errado. He acertado. He sufrido cuanto la vida me ha dado. He gozado lo que tiene que gozarse. He llorado con el arte. He llorado por la vida. He hecho el amor tantas veces como he podido, para aplacar todas las veces que he sentido odio. Mi más grande anhelo ha sido Europa y jamás la he pisado si no es en libros y mapas. Mi más hermoso recuerdo es uno que no pasó jamás. He sentido pavores extraños que no puedo narrar porque no sé describir, y es mejor así. Siento que eso me ha cortado alas, y que truncó de cierta forma mi existir. Tuve MUCHA MADRE. Tuve poco padre. Ella me hizo grande, el otro me hizo humano. A los 27 pensé que moriría y que pasaría a ese club maldito. A los 27 morí dos veces y maldita fue la vida. Aún no tengo descendencia, pero los ecos de su futuro me llegan y me calman como voces espectrales del porvenir. He vivido. He sobrevivido.

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Sobre el autor: Rainer W. Blaiddh. Nació un martes del año 2002, en alguna parte del centro de la República Mexicana. A temprana edad descubrió y se enamoró de la literatura, y también pronto empezó a dedicarse a la escritura. Ha publicado algunos cuentos en revistas digitales como El Crimen de un hombre en Revista Zompantle, o 2094 en la antología de cuentos 100/40 Cien relatos durante la cuarentena de la editorial Yo Publico. También ha publicado varios poemas en algunos números de la revista Perro Negro de la Calle y ha escrito novelas inéditas como La Sombra sobre el castillo.

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C

onsidero que ya mucho se ha escrito bajo el influjo de la musa del vino y el alcohol, esa bella y hórrida dama que nos ofrece sus dichas colmadas de placeres para al día siguiente, despreciarnos con la verdad… Aquella que los parisienses llamaron «Hada verde», quizás, ya ha sido demasiado apreciada, quizás ya ha sido amada en exceso… y de amar en exceso, nada bueno puede salir… Por ello, quizá debamos replantearnos la inspiración misma que el artista encuentra en su día a día, por esta razón, yo, hace mucho encontré a otra hermosa musa, más comprensiva, ligera y dulce que la del terrible Baco, una musa que ya había conocido Baudelaire; la musa verde, la inspiración encontrada entre el humo… Y esto es lo que pienso de ella:

Vacilo entre las dudas de mi propia existencia, y luego, aún medio indeciso, me hago la idea, de acariciar la mecha, y prender la bella tea de mis alegrías colmadas de ilusión y ausencia... Desde que la conocí no ha habido abstinencia, pues resulta la mejor amante que todo provea, dicha, calma ensoñada y del sueño buena apnea, ¿no ven que me hace mejor la vida y conciencia? Otro beso doy a la musa, y problemas ya son nada... pero las dudas llegan, y preguntas hago al mundo... y me desenvuelve, como a su amado sobre la cama... Otra calada, otra risa resuelta, otra bella velada... a pensar un poco, a dormir sin reparo y vivir profundo... y a la mañana, sin malestar como Baco, hórrido drama... ¿Es quizá como una irreal buena y bellísima dama? que piadosa no procura a mí ninguno de sus males? ¿Y si, amorosa me da placenteros sueños mentales? ¡Y que ruin que yo la había despreciado por mala fama! Cae la tarde una vez más y otra vez he de amarla... y la aprecio mientras en mi boca sus mieles derrama... Algunos en su presencia no soportan ni oír o nombrarla... ¡Desprecian su grande belleza por razón mal fundada! Y yo aún que no veo siquiera el tiempo ni dónde dejalarla... Felicidad, holgura y confort me ofrece en una simple mirada, una mirada y un aroma que odia el mundo que no se ha atrevido a amarla, ¿y dicen que es crimen quererla? ¿Solo por una estulticia del pasado causada? Para mí, el crimen es tanto agravarla,

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turbar y condenar sus beneficios, y saber que la hierba, al tan bien tocarla, pueda ayudar a ya tantos perjuicios y aun así... no hacer nada… Prohibida y negada, algún día, amada, quizá tendrás tu dicha colmada...

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Sobre el autor: Meneses Monroy (Ciudad de México, 1984). Escritor y editor. Licenciado en Derecho y Maestro en Estudios de Población. Fundador de la revista El Comité 1973, y miembro del grupo literario El Comité.

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C

omo todos los perros, marcaba su territorio con micciones. Incluso continuó haciéndolo dentro del manicomio.

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Sobre el autor: J. R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Zompantle, Penumbria, Monolito, Retruécano, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Revista Sputnik, La Gualdra, entre otras.

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E

l circo de los hermanos Silva era famoso por su espectáculo de leones, en el cuál las bestias mostraban su destreza brincando aros de fuego y caminando sobre dos patas. Recorrían la República Mexicana de norte a sur. Ulises Silva tenía más de veinte años siendo el domador del circo. Yo me escabullía detrás de las gradas para verle ensayar. Si tuviera que escoger cuál de sus prácticas me impresionó más, sería la siguiente: Bajó las rejas de seguridad. Colocó el candado. Guardó la llave en el bolsillo de la camisa. La carpa estaba desierta. Le gustaba ensayar en la madrugada. Había indicado a los tramoyistas que pegaran la jaula de leones bajo la pista antes de que se fueran a dormir. Tomó el látigo y se aproximó a la jaula. Cuando llegaba un nuevo felino se debía domesticar junto a los otros antes de presentarlo en una función. Con los cachorros era sencillo, pero el león que habían traído ya era un adulto. Abrió la escotilla y retiró el candado a la jaula. Ningún león salió. Acercó su cubeta de premios, más de sesenta cuadros de bisteck crudo. Lanzó un latigazo al suelo. —¡Mane! —gritó. La leona más vieja salió de la jaula, subió por la rampa y se formó en una línea imaginaria. Arrojó un pedazo de carne que la bestia atrapó en el aire. La fiera dio un giro y se sentó. —¡Kuwe! —un león de tres metros de largo salió de la jaula. Rugió. El domador dio otro latigazo al suelo. El felino bajó la cabeza y se formó junto a su compañera. Después de recibir su premio, se sentó. Los siguientes dos leones eran mellizos. Ashanti y Duma. Hembra y macho respectivamente. Eran obedientes, debido a que fueron criados desde pequeños. —¡Madaki! —algo raro pasaba con el león nuevo. El domador se asomó a la jaula y de ella salió un hombre desnudo. Subió por la rampa, tenía la piel morena y los ojos leoninos. —Dame las llaves —dijo el hombre, cuyas manos parecían garras. El domador suspiró y negó con la cabeza. —Tendré que hablar con Kraven, es el tercer nahual este mes. Tomó la cubeta de premios y le arrojó su contenido al hombre, llenándolo de sangre y carne cruda. Este dio un paso hacia atrás, desorientado. —Hora de comer. Se escucharon varios rugidos. Cuando el nuevo reaccionó, ya tenía a las cuatro bestias sobre él.

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Sobre el autor: Rainer W. Blaiddh. Nació un martes del año 2002, en alguna parte del centro de la República Mexicana. A temprana edad descubrió y se enamoró de la literatura, y también pronto empezó a dedicarse a la escritura. Ha publicado algunos cuentos en revistas digitales como El Crimen de un hombre en Revista Zompantle, o 2094 en la antología de cuentos 100/40 Cien relatos durante la cuarentena de la editorial Yo Publico. También ha publicado varios poemas en algunos números de la revista Perro Negro de la Calle y ha escrito novelas inéditas como La Sombra sobre el castillo.

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—L

íneas duras desdibujadas sobre la arena… —leía en voz baja el hombre bajo la luz de una moribunda llama, mientras la cera derretida de la vela caía sobre el dorso de su mano, en la tabaquera anatómica, cuya sensible piel se lastimaba con el calor del pegote amarillento, pero nunca con el polvo blanco que cada fin de semana caía sobre ella… —Líneas duras desdibujadas sobre la arena… Como la incertidumbre amarga de un mal futuro… ¿O de un futuro incierto? —se preguntaba, arrellanándose en el diván sobre el que tan cómodo leía… Era otra noche más, otro martes en el que se pasaría el resto de lo que quedaba de tiempo leyendo los intentos de poesía de otro de sus amigos que también intentaba realizarse como un artista… Otro día más en el que nada pasaría más que la vida, junto a las letras que se iban posando en la mirada angustiosa del pobre estudiante, como los recuerdos de su infancia, las rememoraciones del alma suya cuando aún no estaba llena de perfidia, de mala vida, de desesperanza… ¡Qué importaba! En esas condiciones ni siquiera podía disfrutar de lo poco que le quedaba por disfrutar… La lluvia que tanto le gustaba observar desde el refugio de su alcoba, a pesar de las filtraciones del agua en su cama en la que ya no se podía acostar y debía por ello de contentarse con el viejo diván del abuelo… a pesar de que casi siempre se llevaba la luz de toda la calle principal y las aledañas y por ello debía sacar las olvidadas velas que eran la dicha de siglos pasados… —¡Una mierda! —se dijo cuando intentó reacomodarse en el sofá y derramo toda la cera líquida en los arrugados papeles de poesía— ¡Y entonces para qué llueve! El reloj marcaba ya que era medianoche y la llovizna no cesaba… ¡Daba igual! Apenas y tenía dinero para salir los fines de semana a observar el parque de la rotonda donde terminaba su calle, beber una cerveza o fumar hachís que le invitarían sus compañeros y luego proceder a encontrarse con su amigo, aquel que le vendía por solo doscientos pesos dos papeles de cocaína, con los que acabaría haciéndose sobre su cartera aquellas líneas duras, que después sus fosas nasales terminarían por desdibujarlas… —Y ¿para qué? —se preguntaba el joven, pensando en salirse del cuarto aquella mala noche, quizá como buscando su propia esperanza—. ¿Para que ocurra como la última vez? Recordó la noche en que su «amigo» Alberto, el mismo que le vendía sus «líneas duras», le había invitado un sábado por la noche a beber algo en la discoteca del centro junto a unas amigas, recordó que esa noche se gastó más del medio sueldo que ganaba como mesero nomás entrando al lugar, recordó también que la preciosa morena que acompañaba a la novia de Alberto le pidió coca cuando ya se había bebido más de siete cubatas y recordaba también que después de ofrecerse a complacerla con varias rayas sobre la mesa, la chica se le salió de control por estar muy drogada, que lo despreció cuando intentó algo con ella arrojándole un vaso, gritándole y yéndose con otro grupo de hombres que festejaban en la zona VIP, intentó detenerla, pero Alberto dijo que aquellos eran «los otros», y que si intentaba meterse en un problema con ellos por salvarla terminarían o en un gran problema o en una fosa… —Me hubiera quedado en mi casa, me hubiera guardado la nieve y más para mí, y me hubiera ahorrado las pendejadas de los demás… —se dijo aquella noche… Y ahora allí estaba, en su hogar y tampoco estaba satisfecho, quizás ese era el problema, nunca estaba a gusto ni consigo mismo, solo con sus queridas líneas duras y con la poesía… Entonces observó el velador a un lado de su cama, observó las bolsas vacías sobre este, un billete de cincuenta y el espejo de un kit cosmético que le robó a su hermana, aquella

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noche no habría líneas duras ni aunque quisiera, pero tampoco le importaba, era martes y gustaba de ella solo los fines de semana, aparte, se estaba quedando sin dinero y…. De pronto un ruido seco sonó detrás de la puerta, después le acompañaron otros dos o tres, y luego una voz… Era Alberto… —¿Y ahora qué querrá este cabrón? —se preguntó—, nada más viene a quitarme más dinero, me pide más por sus problemas y me promete pagarme con coca, y nada más nada… Abrió la puerta y, efectivamente, era Alberto, con el rostro entristecido y suplicándole más dinero, rogándole por él porque lo necesitaba para su hijo recién nacido, pero esta vez fue diferente porque, bajo la chaqueta, en un bolsillo, llevaba una enorme bolsa con quizá más de cinco gramos… Él ni lo dudó, pensó que quizá era por fin un buen trato, pero no tenía mucho dinero, no importó porque Alberto se conformó con menos de quinientos pesos y a su amigo le pareció que quizás era algo prudente, como prudente también sería venderle el alma por los mismos veintiún gramos en otra sustancia… Un choque de manos hizo la despedida antes de que refunfuñara Alberto y su amigo cerrara de un portazo… Vio todo su nuevo alijo y casi se volvió loco, sonrió con cierta malicia y, más que contento, se arrojó sobre su cama, antes de percatarse que todas las sábanas estaban empapadas, se echó hacia atrás por miedo a que el polvo se humedeciera y se echase a perder, no tanto por mojarse el nuevo pantalón y la camisa planchada, regresó al diván y pensó en lo que podría hacer… —Quizás… si le hablase a Alexandra —dudó un momento, sabiendo que la chica más bonita de su secundaria, aquella que siempre había anhelado, podía comprarse su amor con cocaína, dinero o alcohol… —Pero, y… ¿para qué? —se preguntó medio obseso, cansado ya de que la gente siempre le hiciera lo mismo, y procedió a mejor quedarse para hacerse algunas líneas sobre el espejo que disfrutaría él solo, él solo junto a algunos versos, bella poesía y amarga fortuna… —Líneas duras desdibujadas sobre la arena, el acre sabor de una mala victoria y la vida en un simple suspiro por siempre dejada…

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Sobre el autor: Javier Dumenes. Nació el 7 de enero de 1999 en Rancagua, Chile. Estudia licenciatura en filosofía. A intervenido en revistas como Perro Negro de la Calle.

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D

esperté, ahogado, agitado… Decepcionado de mí mismo. No hubo ímpetu, de tomar el lápiz en un tiempo. ¿PUEDE SER ESTE EL FIN DE UN MAL ESCRITOR? El abandono, la caverna, y el sol… Simplemente me quema. Volví donde creí jamás volver, destruir, ¿morir o vivir?

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Sobre el autor: Javier León Mantilla (Jota). Un artesano nacido en los primeros días de 1990 en un pequeño pueblo de Santander, Colombia, con las letras de su madre y padre por nombre, manteniendo una costumbre ancestral de no permitir que el olvido les llegue a los vivos o a los muertos. Publicado en: La aplicación Ipstori, Nudo gordiano #19, Mundo de escritores, en Perro Negro de la calle No. 48, 49, 52, 55, 56, 58, en la Revista literaria Pluma, en Revista Miseria, en Letras y demonios, en Ediciones Afrodita, en Zine Futuro, en la Revista Iguales, en la Revista Rito.

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«E

Estaba triste, pero tengo un coño». Gritó el poeta en su canción. «entre tus piernas obtengo el otoño, en sus aguas se halla mi salvación». Es su bosque o su campiña mi más lúcido sueño, no importan los golpes que el día a día me dé, en sus labios soy esclavo y del mudo dueño, en su entrepierna encuentro siempre el apacible edén. Es lo único con que el diablo a Cristo tentó, el reposo del santo y del pagano, el alimento único que anhelo entre mis manos, la gloria eterna que dios al mundo prometió.

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Sobre el autor: Víctor M. Hernández Cabañas. Ciudad de México, 18 de julio de 1964. Lic. En comunicación gráfica, ENAP (hoy FAD) UNAM. Escribe por placer, nunca ha publicado nada. Actualmente participa en el taller de escritura creativa del Escritor José Manuel Pintado de Wit. Escribe poesía para adultos y para niños, también, acaba de escribir su primer cuento infantil. Es un Hombre de fábrica que lleva 37 años trabajando en la misma empresa. Disfruta su trabajo, escribir y patinar. Ha decidido ser menos obsesivo en el trabajo para poder escribir más sin dejar de patinar.

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A

quel «No» el que tú me diste ese que sin piedad lanzaste contra mí y certeramente, dio al centro de tu intención ese «No» no fue cualquier «No», fue el tuyo el que más dolió el que me marcó mismo que tú plantaste en mí como semilla de olvido pues has de saber esa semilla germinó al riego de mis lagrimas y al cobijo de mis negaciones aquel «No» el que me fue arrancando palabras y más palabras al mismo tiempo que devoraba mis sonrisas ese «No» no solo germinó pues has de saber que, además, creció y maduró floreciendo está en ideas y oraciones tiene como frutos poemas y sueños árbol de mi eterno amor por ti, hoy es.

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Sobre el autor: Julio César Aguilar (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Argentina, Bolivia, Canadá, Irán, España, Estados Unidos, Perú y Polonia. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019; Alborozo, 2020, y Donde no falta nada, 2021. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.

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L

a tierra está cantando en cada flor que nace. Canta la flor que está en la tierra, y en el universo su canción se oye. Otro mundo hay naciendo en toda flor. En cada flor que miras surge el milagro.

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Sobre el autor: Javier León Mantilla (Jota). Un artesano nacido en los primeros días de 1990 en un pequeño pueblo de Santander, Colombia, con las letras de su madre y padre por nombre, manteniendo una costumbre ancestral de no permitir que el olvido les llegue a los vivos o a los muertos. Publicado en: La aplicación Ipstori, Nudo gordiano #19, Mundo de escritores, en Perro Negro de la calle No. 48, 49, 52, 55, 56, 58, en la Revista literaria Pluma, en Revista Miseria, en Letras y demonios, en Ediciones Afrodita, en Zine Futuro, en la Revista Iguales, en la Revista Rito.

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T

odos tememos a la Muerte. Su cálido abrazo no es algo que ansiemos la mayoría, salvo cuando nuestro corazón o nuestra raison d'être son desdeñadas cual inmundicia. Mas, mi horror es irracional, absurdo hasta el paroxismo, desligado de cualquier hilo moral o mortal. Basta pensar un respiro para que se apodere de mí el iracundo galopar de un pánico luctuoso. Olvido respirar, debo forzar a mis pulmones con súplicas y ahogados ruegos para que continúen con su movimiento reflejo. Entonces mi cerebro, pilar y dador de intelecto y locura, de razón y de pasión, es engañado como un infante ante el peligro de paterna sanción y grita con todas las voces recordadas: «Es el fin» «¿Qué palabras quisieras por epitafio decir? Piensa en ello en esta muerte sin dignidad» Inútilmente le explico que es falso ese beso. Le doy motivos inventados para hacerle dudar, pero nada importa la verdad o la injuria, cuando hasta tu más fuerte instinto, ya rendido, sólo quiere ver el barco naufragar. Tras esto, mi corazón que, decidido a no perecer junto a un pútrido cuerpo, ralentiza su latir y embiste con todas sus fuerzas, queriendo abandonar al moribundo para no soportarle la perorata en el mortuorio lecho. Mis brazos comprenden que he perdido y tiemblan resignados ante el miedo, dejando sin fuerza unas pálidas manos que olvidaron su función y su consuelo. Allí mis ojos pierden los estribos y se abren empujados hacia atrás, rellenando de pupila lo que tienen de cuenca, taponando en tumulto un llanto que se aproxima y que a sus manitas en un vano desenfreno por salir casi revienta El paisaje se nubla, los tonos ocres le recubren y la Muerte no llega, mira desde lejos, quizá extasiada, quizá dolida, quizá alterada al ver una imitación tan baja de sus besos. Y el infierno se extiende, se dilata el báratro autoimpuesto y durante minutos o noches enteras la vida se burla de mí, de mi patético padecimiento.

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Sobre el autor: Uxz nace en el año de 1991, en Lagos de Moreno, Jalisco. Radica en Guadalajara desde hace más de diez años, participando en pequeñas tertulias literarias, tendederos de poesía y eventos improvisados. Nunca se ha considerado un poeta, sino solo un escritor aficionado con versos que a veces riman.

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S

omos armonía en el aire, hacemos una sinfonía con nuestras vidas. Tú eres el réquiem de mis sueños y yo un preludio de un mejor mañana. Quiero amarte las cuatro estaciones del año, mirarte bajo el claro de la luna, caminar por la orilla del rio Rhein. Somos arte juntos, a veces con tempo largo, adagio o vivace; a veces piano, a veces forte. Eres il Aria de esta ópera, el acorde que vibra en mi corazón. Eres la razón de mis versos, eres la dueña de mis besos, el color de mi vida: la melodía de mi amor.

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Sobre el autor: Víctor M. Hernández Cabañas. Ciudad de México, 18 de julio de 1964. Lic. En comunicación gráfica, ENAP (hoy FAD) UNAM. Escribe por placer, nunca ha publicado nada. Actualmente participa en el taller de escritura creativa del Escritor José Manuel Pintado de Wit. Escribe poesía para adultos y para niños, también, acaba de escribir su primer cuento infantil. Es un Hombre de fábrica que lleva 37 años trabajando en la misma empresa. Disfruta su trabajo, escribir y patinar. Ha decidido ser menos obsesivo en el trabajo para poder escribir más sin dejar de patinar.

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ntre mis brazos te busco, en lo intenso del recuerdo y en las difíciles palabras del no entender

Te llamo en la desnudez de mis noches, te grito desde mi lúbrico silencio y te suplico en la dureza de mi cuerpo En la valentía de tu ausencia te he buscado y en los tibios cuerpos al amanecer, en mi gusto en mi deseo en mi humedad en lo sagrado y en lo prohibido en mi calma, en mi locura y hasta en ti misma ¿Y sabes? No hay lugar en verdad, no hay lugar no hay un lugar donde no te encuentre dónde que no te hagas presente tal vez incierta y tal vez fugaz pero es en mí, soy yo ese lugar, es en mí donde siempre estás dónde que de mí te encuentro.

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Sobre el autor:

Julio César Aguilar (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Argentina, Bolivia, Canadá, Irán, España, Estados Unidos, Perú y Polonia. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019; Alborozo, 2020, y Donde no falta nada, 2021. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.

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Exit debería ser éxito. Díganlo si no las flores que en la tierra brotan, la sonrisa en el rostro amable, las manos que se extienden para el otro, las albas que los despertares acompañan, el parto hacia otros mundos, las músicas nacientes de las aguas. Acaso el éxito saliendo sea rumbo a la vida.

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Sobre el autor: Uxz nace en el año de 1991, en Lagos de Moreno, Jalisco. Radica en Guadalajara desde hace más de diez años, participando en pequeñas tertulias literarias, tendederos de poesía y eventos improvisados. Nunca se ha considerado un poeta, sino solo un escritor aficionado con versos que a veces riman.

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E

namórate de mí todos los días de la semana. Incluso los miércoles cuando no quieres hacer más nada. Ámame los lunes, aun con el tedio del trabajo. Ámame como un lunes: con rabia, con odio, a destajo. Añórame los martes como quien duerme esperando que llegue el viernes. Desvélame los jueves y exígeme todo un fin de semana donde me gobiernes. Enamórame, Ámame, Añórame, Desvélate, Tortúrame, Ódiame, o lo que tú quieras hacerme. Pero al menos hazme sentir que estoy vivo los domingos cuando no quiero levantarme de mi cama.

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Sobre la autora:

Alejandra Cruz Castillejo nació en Michoacán, México, en 1983. Graduada como Lic. en Educación Primaria. Ha colaborado en Antología Normalista, 2004, en antología Los otros motivos tomo 1, 2021. Actualmente ha publicado en las revistas Rigor Mortis, Perro Negro de la calle, Cantera, Posada Almayer, Komuya, así como en páginas de difusión cultural.

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—F

ueron sembrados, ellos no eran de esta tierra. Las santas escrituras mencionan a Adán y Eva como una creación de Dios. Pero ¿quién es Dios? Por siglos nos han dicho que Él es omnipotente y celestial. El día y la noche, el pasto y la oveja, el océano y el desierto fueron hechos por su mano en menos días de los que se gesta un humano. Y ¿si Dios fuese un hombre como tú o como yo? ¡Escucha, ellos fueron sembrados! —pregonaba el mendigo mientras caminaba recorriendo el mercado. Esteban no pudo evitar centrarse en las injurias del hombre en cuestión, detuvo su paso para observar al blasfemo con apariencia de vagabundo, parecía que la locura en ese ser recorría cada una de sus neuronas. De inmediato recordó algunos capítulos y versículos de su vieja biblia, vinieron a su mente imágenes sobre el primer libro del antiguo testamento, Génesis para ser exactos. En este había una lectura de nombre Adán en el jardín del Edén, en el que se explica el surgimiento del bello vergel, así como la conformación de la pareja más popular de los inicios de la existencia humana. De acuerdo con los sagrados manuscritos el hombre surgió del polvo terrenal y la mujer de una costilla extraída del mismo. —De una costilla salió ella —susurró mientras caminaba tras el individuo que minutos antes poseía su completa atención. Lo siguió hasta salir del mercado, estando fuera de la multitud no pudo evitar cuestionarlo. —¿Acaso tú eres de esos locos que blasfeman contra la existencia de Dios? ¿Qué te hace pensar que ellos fueron sembrados? Aseguro que jamás en tu vida has leído las escrituras. El vagabundo detuvo su andar, giró hacia Esteban y con un caminar lento se acercó a él. Bajó el bulto de trapos roídos que llevaba al hombro, respiró profundo para luego dejar salir una exhalación mal oliente. —El hombre siempre creyendo que el libre pensamiento es cosa de locos, no creo poseer la verdad, tan solo es una idea que ronda por mi cabeza. ¡Mírate y mírame! ¿Qué te hace diferente a ti de un leopardo, un águila o una lombriz? ¡No es el cuerpo! Al final todos tenemos células que constituyen hasta la más minúscula parte. Es tu capacidad para pensar lo que te hace humano, es la creatividad, la dominación y la conquista. En ese caso estás tan loco tú como lo estoy yo, porque ambos salimos de todo esquema animal. —No has contestado, dime: ¿por qué crees que ellos fueron sembrados? —inquirió insistente. —Por la misma razón que tú piensas que los hicieron de polvo, si viviera en el siglo XII creería ciegamente esa teoría por miedo, por ignorancia o porque en algo debo creer. Pero ahora estamos en el XXI. Mira a tu alrededor, todo evoluciona, ya ni siquiera es necesario que vengas de compras a este mercado. Ahora puedes comunicarte con personas de otro continente con tan solo palpar el celular. El humano conquista el universo, llegó a ese planeta que por décadas añoró, mañana llegaran a otro sitio. Y, ¿es enserio que en este siglo piensas que el par de ancestros se crearon con el polvo? No sé quién está más chiflado, ¿tú o yo? —En cuanto a la tecnología tienes razón, pero respecto a la fe, difiero bastante. El hombre debe creer, la fe es esencial para no perdernos en el camino, ahora mismo yo siento que tú no eres un hombre de fe, dudas de la existencia de Dios, vas por las calles pregonando eso que consideras verdad, la cual tan solo existe en tu insensata mente. Si estuviéramos siglos atrás aseguro que la santa inquisición te quemaría vivo por esta blasfemia, para tu fortuna no es así. Él existe como lo hace la vida y la muerte, ambas son parte de su obra al igual que aquello que miran tus ojos o los míos. E incluso siento que Él me ha enviado para librarte de este error.

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—¡Un momento, nunca dije el creador no existiera!, por supuesto que la fuerza creadora es la responsable de que ahora mismo estemos platicando, pero dime: ¿qué sucederá cuando al fin de los tiempos la humanidad esté en riesgo? Más en riesgo que en esta pandemia, cuando en verdad esté al borde del colapso. ¿No crees que para ese entonces sea posible poblar uno o varios planetas, formar nuevas colonias y en cada una crear una nueva historia? Si la tecnología lo permite lo harán las nuevas generaciones. ¿Sabes por qué? Porque el hombre tiene instinto de supervivencia. Una vez esparcida nuestra especie podemos llamarle nueva siembra, muchos Adán y Eva dispersados por el universo, seguro sus generaciones olvidaran el origen, después surgirá una historia sobre eso, la cual con el pasar de los siglos se deformará. ¡Señor sacerdote! ¿Qué tan seguro estás que esa, la biblia en tu mano, no es una simple leyenda? El hombre subió de nuevo su bulto al hombro, dio media vuelta y continuó por el camino pregonando su verdad, alejándose de la vista del sacerdote quien observó su blanco libro emitiendo un profundo suspiro.

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Sobre la autora:

Vanessa Mercado Álvarez. Ciudad de México 1971. Estudió creación literaria en la escuela Sergio Galindo (SOGEM) en la cuidad de Xalapa Veracruz. Ha sido participe del taller de Narrativa en la UNAM, Narrativa y análisis literario en la Universidad del Caribe en Cancún Quintana Roo, y es miembro del Archipiélago Taller de poesía. Forma parte del grupo colaborativo Colectivo colectivo con quienes publicó la antología poética Dispersión. Ha colaborado en el taller El bisturí con quienes publicó la antología Los filos del Bisturí. Ha publicado en diversas revistas literarias nacionales e internacionales.

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¿Quién se baña en el mar, quién sale vivo, quién sobrevive al mar? Jaime Sabines

D

esconfío del navío en tu sexo el que surca bocas ajenas y rompe mis piernas dejando caer el líquido que fui pensé huir no volver a sorber de tu agua pero esta sed se ha negado a tomar de otras fuentes mi piel increpa tu travesía sabe que en mi lecho solo tu mar reposa ¿Cuánto despojo has acarreado caudal de agua sucia? contaminas nuestro océano enflaquece desde una distancia imposible de recuperar la respuesta es un arpón clavado en los ojos deniego ahogarme.

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Sobre la autora: Karla Hernández Jiménez. Nacida en Veracruz, Ver, México. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas nacionales e internacionales y fanzines, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa.

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E

se día, sus amigos lo habían plantado por irse a ver lo que no debían. Lo dejaron solo en medio de la zanja. David sabía que lo mejor hubiera sido seguir a sus amigos, pero simplemente no le apetecía dejar de nadar. Continuó nadando por un rato más hasta que sintió que alguien lo observaba. Cuando llegó hasta el lugar donde había dejado su ropa, lo primero que notó fueron esos pies extraños de color verde oscuro. Un divertido rostro aniñado lo miró con una curiosidad persistente. La niña parecía mucho menor que él, pero lo estudiaba con mucha atención. David tampoco podía dejar de verla, le parecía singular el aspecto de aquella niña, su piel ligeramente verde y sus pequeñas extremidades la hacía lucir como si fuera un hada. Después de unos segundos de mutua contemplación, aquella niña extraña lo guio hasta el rincón más apartado de la zanja. David estaba seguro de que nunca había llegado hasta allí con sus amigos, todo lucía bastante diferente en aquel sitio. La niña de pies verdes tomó sus manos entre las suyas y le dijo con una clara voz que sonaba como ligeras campanillas que quería jugar con él. David estuvo de acuerdo y se puso a jugar con la niña por un buen rato. Jugaron a los encantados, matatena, serpientes y escaleras con unos tableros que surgían de lo profundo de la zanja, brincaron la cuerda y jugaron al acitrón. Comenzaba a hacerse tarde, pero por alguna extraña razón David no quería regresar a su casa. Se sentía muy cansado luego de jugar tanto con su nueva amiga y únicamente quería dormir. La niña de los pies verdes lo convenció para quedarse a dormir aquella noche, incluso le hizo una cobija entrelazando los lirios acuáticos que crecían adentro de la zanja para que él pudiera dormir mucho más cómodo. A la mañana siguiente, la pequeña niña apareció con varias heridas en la cara y en el cuerpo, algunas de ellas lucían bastante graves. David quiso ayudarla, pero ella únicamente alejó sus manos de manera cariñosa. —Es mejor que huyas —le dijo con una sonrisa amarga en el rostro. A pesar de su genuina preocupación, él le hizo caso a su amiga. Nadó por toda la extensión de la zanja hasta que encontró el lugar donde había dejado su ropa, la cual había desaparecido. Seguramente sus amigos la encontraron ayer y querían jugarle una broma. A pesar de sentir frío, David salió sin camiseta y caminó hasta su casa. Lucía ligeramente diferente, ya no estaban los animales que su abuelo estaba criando para la feria de aquel año y las mecedoras de sus abuelos también habían desaparecido. Una persona que no conocía salió de la casa, y cuando lo vio, se puso a llorar. —¿David? ¿En verdad eres tú? —le dijo el desconocido aún con lágrimas en los ojos. El niño no tenía ni la menor idea de quién se trataba. –Soy yo, tu hermano Joaquín. ¿Joaquín?, ¿en serio? ¡Pero qué viejo estaba! Es como si hubiera pasado mucho tiempo. Y en efecto, así había sucedido. —Haz estado perdido por más de veinte años, todos te daban por muerto, pensamos que te habías ahogado. Pero la abuela sospechaba que te había secuestrado una anémona, así lo creyó hasta el día de su muerte, y ahora veo que era cierto. ¡Te hemos hachado mucho de menos, hermano! David estaba estupefacto.

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Las anémonas son una especie de hadas que se dedican a buscar niños en las inmediaciones de la zanja para jugar con ellos y, de ser posible, convertirlos en sus esposos y compañeros eternos. El único modo de detener a estas criaturas es quemando la ropa de su víctima. Basado en una leyenda de la región de Los Tuxtlas, Veracruz.

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Sobre la autora:

Vanessa Mercado Álvarez. Ciudad de México 1971. Estudió creación literaria en la escuela Sergio Galindo (SOGEM) en la cuidad de Xalapa Veracruz. Ha sido participe del taller de Narrativa en la UNAM, Narrativa y análisis literario en la Universidad del Caribe en Cancún Quintana Roo, y es miembro del Archipiélago Taller de poesía. Forma parte del grupo colaborativo Colectivo colectivo con quienes publicó la antología poética Dispersión. Ha colaborado en el taller El bisturí con quienes publicó la antología Los filos del Bisturí. Ha publicado en diversas revistas literarias nacionales e internacionales.

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L

a sal carcome mi piel entre las olas que acunan el vaivén de corazones

mutilan los deseos selva frígida te asfixias en asfalto escupiendo gaviotas que el amante arroja abortas muelles de hollín taciturno me habitas fértil prostituta sádica

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