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ste Perro avanza, y después de un frenesí de horrores y temas oscuros dignos del otoño, sale a la luz esta edición 62 del azabache can. Nuestras filas de autores siguen extendiéndose, ingresan todos ellos a esta jauría sin igual en la web y el mundo de la literatura digital. Y con ello, Latinoamérica sigue alzando la voz, expandiendo su acervo poético y narrativo, y, si se me permite escribirlo, inmortalizándose en un universo de bits. ¿Cuáles historias descubrirán en estas digitales hojas? ¿Cuáles versos los harán identificarse? ¿Qué sentimientos despertarán descubriéndonos? Esas preguntas solo pueden responderlas haciendo una sola cosa: leer. Los invitamos pues, público lector, a que nos escuchen, a que formen parte de nuestros anhelos, amores, pesares, angustias, historias, miedos… incluso, rencores. Completen el sentido del arte expresado en la palabra, leyendo esta selección que busca impregnarse en ustedes.
Amaury R. Ledesma
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Sobre el autor: Javier Dumenes. Nació el 7 de enero de 1999 en Rancagua, Chile. Estudia licenciatura en filosofía. A intervenido en revistas como Perro Negro de la Calle.
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na de esas noches de guitarra y piano, mirada perdida entre paredes blancas. Olor a un naranjo podrido en medio de hogares vacios, sin calor familiar. Y ya por las 3:33 un Daimon en la ropa apolillada me desea unas buenas noches.
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Sobre el autor: Juan Luis Henares nació en 1963 en Paraná, Argentina. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004, Primer Premio en el Concurso Universitario de Ensayos Memoria y Dictadura. En 2019, Primer Premio en el 6° Certamen Literario Red por la Igualdad de Género Enredadas Vicálvaro de Madrid y ganador en el rubro Letras de los Premios Escenario del Diario UNO de Entre Ríos. Sus cuentos han sido premiados o publicados en Argentina, México, Uruguay, Cuba, Chile, Perú, Venezuela, Colombia, Guatemala, Bolivia, España, Alemania, Canadá y Estados Unidos. Libros: Lápiz clandestino (2018) y Crónicas subterráneas (2021). Web: https://juanluishenaresescritor.wordpress.com/
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uisa se levantó temprano; a pesar de ser sábado debía ir a trabajar. Maldito y aburrido trabajo, siempre la misma rutina: levantar los chicos, preparar el desayuno y cambiarlos —por suerte ese día no tenía que llevarlos a la escuela—, barrer los pisos, limpiar la casa, fregar la ropa, cocinar, lavar los platos… Igual se hallaba contenta, pues al menos sería una jornada diferente: a la noche saldría a divertirse con el chico que la hacía soñar con una vida distinta. A la tarde, tras hora de viaje en colectivo, llegó cansada a su casa; se bañó, se probó su mejor jean —al ver en el espejo que le resaltaba la cola sonrió satisfecha—, una blusa escotada y un par de sandalias con algo de taco. Luego se instaló en el sillón del comedor frente al televisor, mientras aguardaba que el joven la pasase a buscar. Vencida por el cansancio, la despertó el sonido de una bocina: era Raúl, con el coche último modelo que le regaló el padre —funcionario de alto rango en el gobierno provincial— en su cumpleaños. Primera estación: un pintoresco bar ubicado en el centro; pidieron pizza, cervezas acompañadas de maní y palitos salados, y helados de postre; cenaron con suaves melodías de fondo. Satisfechos volvieron al auto; Raúl manejaba rápido, demasiado, efecto de las dos cervezas que tomó. Segunda parada: un boliche de moda a pocos kilómetros de la ciudad; debido al volumen de la música ni siquiera se podía conversar. Alcohol, humo de cigarrillos, y más alcohol. Luisa estaba aturdida, pero a la vez excitada; iba por el segundo porro, uno menos que su amigo, y quería sentir más. Se acomodaron en los sillones del sector VIP, resguardados en la oscuridad. Ambos tenían ganas, muchas ganas, tanto de bailar, fumar como de tener relaciones. Raúl introdujo la mano en el escote de la blusa, tocó sus pechos —prestó especial atención a los pezones— y le desprendió el botón del pantalón, tras lo cual sus dedos encontraron ríos de placer. Es el momento —pensó— y trató de bajarle el jean; la joven se negó, le pidió ir a otro lugar, ya que la última ocasión que lo hicieron ahí mismo se sintió vigilada por supuestos ojos que los espiaban amparados en la penumbra. En el automóvil —camino a un motel cercano, el tercer destino— solo las luces de algunos vehículos que cruzaron iluminaron la ruta. El joven detuvo la marcha, a pesar de que faltaban un par de kilómetros para llegar. Prendió la luz interior del coche, sacó de su bolsillo una bolsa, esparció su contenido sobre el tablero, y aspiró un par de blancas líneas. La invitó, Luisa se negó a imitarlo: deseaba sexo, sin embargo, no quería cocaína. Alterado la agarró de los pelos, tiró de ellos y tomándola de la nuca la acercó al tablero obligándola a inhalar; ella se defendió, le pegó un codazo en la cara, abrió la puerta y ágil descendió de un salto. Desaforado, y derrotado, le gritó: —¡Puta de mierda! Azotó la puerta, encendió el motor y veloz se alejó por la carretera. Luisa, jadeante, lo miró alejarse; segundos después comenzó a caminar en la oscuridad, acompañada solo por la luz de las estrellas; se preguntó: ¿a cuántos kilómetros estaré de la ciudad? En la madrugada no funcionaba el servicio de transporte público y no tenía dinero para un taxi. Pasaron dos autos, uno en cada dirección; dudó si regresar al boliche o si seguir camino a la ciudad. Se decidió por lo último, y comenzó la extenuante caminata rumbo a su casa. Temblaba, tenía frío; su ropa era adecuada a fin de estar en el bar, pero no para deambular de noche entre la frescura de la campiña. Maldijo a Raúl y su manía de pretender que todo se haga como él quiere. De pronto se acercó un coche; rodaba lento y se detuvo en la banquina. Se alegró, si la arrimaban hasta la ciudad no pasaría frío ni tendría que caminar. Desde la ventanilla un simpático joven la invitó a subir; se lo veía apuesto, no obstante, ella dudó si sería seguro
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viajar con un desconocido. De repente se abrió la puerta trasera, de la cual descendió un segundo individuo que no le dio tiempo a reaccionar: la tomó del brazo y a la fuerza la introdujo en el auto. Aunque ella gritó y pataleó, la tiró al piso y puso los pies sobre su espalda; el conductor aceleró y con la cara apretada contra la alfombra Luisa sintió el movimiento del vehículo al deslizarse en la ruta. De inmediato, la suavidad del asfalto fue reemplazada por la irregularidad de una calle de tierra: habían ingresado en un desierto camino vecinal —lleno de pozos—, más oscuro y frío aún que la estrellada noche que acompañaba a Luisa en la carretera.
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Sobre la autora:
Irma Lozano Ramírez. Arandas, Jalisco, México. 1973. Ha publicado: en el periódico NotiArandas dos poemas, en el Caballo Negro dos sonetos periódicos locales de Arandas, Jalisco en la página virtual café de letras con algunos haiku e ilustraciones. Ganadora del segundo lugar de los Juegos Florales 2017, Encarnación de Díaz, Jalisco. Con el poemario El umbral Del fénix. Actualmente participando en dos antologías: 1: Los Cuentos de la Campana, libro que se está editando por la fundación del pensamiento editorial de Arandas, Jalisco. Participando con el cuento El sonido de la oscuridad. 2: Mujeres Poetas de los Altos de Jalisco; libro que ya fue publicado por el ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco, viendo la luz el 4 de marzo del año en curso participo con dos haikus, otro haiku se tomó como portada para la revista virtual el colibrí https://www.facebook.com/Collhibrirevista/ . Acreedora a un reconocimiento en el II encuentro de poesía haiku llamado Una gota de agua, el cual se llevó a cabo en Zapotlanejo, Jalisco, realizado por la fundación TAU y casa de la cultura Zapotlanejo. Participó en la revista virtual Engarce con poemas y haiku en la edición enero 2021 VI año N° .4, en la revista virtual Perro Negro de la Calle, desde el 2020.
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mpenetrable la noche prisionera en su oscuridad. II
Río creciente lleva la rosa muerta hasta el azul mar. III Bajo del cactus ya tiene su agujero la fría serpiente. VI Lucero ancestral al despuntar el alba sigues brillando. V Al salir el sol bandada de palomas surcan el cielo.
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Sobre el autor: Francois Villanueva Paravicino. Escritor peruano (1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en diversas páginas virtuales, antologías, revistas, diarios, plaquetas y/o, de su propio país como de países extranjeros. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVACasa de América Los jóvenes cuentan (2007) de España. También, ha sido distinguido en otros certámenes literarios.
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ar», «qar», «qar», escuchaba aquellos gemidos en mis sueños, insistentes e ineludibles como si buscasen perseguirme hasta el fin del mundo; y, aunque deseaba despertar de una vez por todas, aquella especie de estribillo mortuorio me acorralaba con una somnolencia pesadillezca y me vencía con la impotencia, demorándome más en abrir los ojos y ver la realidad verdadera. Yo que alquilo un departamento en Manhattan, en New York, no entiendo cómo aquellos ataques de ilusión me trasladaban a un pueblo de las alturas de los Andes, con una plaza matriz en medio de un puñado de casitas de un solo piso y de material rústico, que, aunque parezca mentira, las calles están y se sienten deshabitadas y abandonadas como un pueblo fantasma. Sin embargo, es recurrente que aparezca entre las sombras de tal alucinación aquel monstruo del que tanto temo y padezco, ya que hasta la soledad absoluta es aceptable en comparación con la presencia de dicho ser bestial, aquel fenómeno que no deja de chillar de forma grotesca: «qar», «qar», «qar», como si fuera una sentencia de muerte o el crepitar de las llamas del infierno. Al buscarlo para atacarlo y liberarme de su horrible existencia, siempre lo encuentro en una de las calles más abandonadas y tristes de dicho poblado agonizante, de espaldas a mí, con aquel lomo de auquénido andino de fibras encrespadas y níveas, y con una nuca (pues es humana) y cabeza con cabellos femeninos que descansan sobre su oblongo y grueso cuello. De pronto, viene lo terrible. Aquella llama serrana gira su cabeza antropomórfica hacia donde yo lo miro con los pies tambaleantes, y puedo ver su horrible rostro humano y deforme, como un zombi en estado de descomposición, agusanado, putrefacto y, lo peor, sarcástico con mi susto, pues puedo ver sus labios sonrientes estrenando unos gruesos dientes infectos, repitiendo una y otra vez: ―Qar, qar, qar… Yo sabía que aquel demonio era un Qarqacha, pero algo me impedía recordarlo o nombrarlo de forma cabal, a secas como debería hacerlo. Tal vez el recuerdo de Maura, aquel ángel cándido y puro de las alturas de San Miguel, y cuya hermosa realeza no entendía cómo podría relacionarse con ese monstruo detestable; pero, oh cielos, quizás lo intuía y, al mismo tiempo, me odiaba con todas mis fuerzas. Por ello, pese a todo, sé que, con una soga o cuerda elaborada a base de lana de llama, junto con un crucifijo bendecido y un cuchillo de acero, podría asesinarlo y acabar con todo; pero en las malditas pesadillas uno solo es un títere o un polvo en el viento, sin capacidad de decidir o actuar por su propia voluntad, como un encarcelado que espera, segundo tras segundo, día tras día, la pena de muerte. Ha sido casi un mes de noches turbias, donde luego de las enfermas elucubraciones mentales al dormir, ya no puedo disfrutar del descanso de los justos. Es como si el único sueño que puedo alcanzar durante un día fuese atacado por aquellas anomalías, con la finalidad de esquivarme, de prohibirme y de exiliarme del lecho de Morfeo, y yo fuera un apóstata insomne, desgraciado, maldito. He dejado de ir a la universidad, he renunciado al trabajo de medio tiempo que tenía, y ahora solo he tratado de dormir, infructuosamente, con la esperanza de que practicarlo de día me salvará de aquel animal demoníaco y acosador de mis quimeras nocturnas. Sin embargo, más cruel es el terror de recordarlo de forma inconsciente, que impide que me hunda en las aguas oscuras del sueño, pese a las cortinas cerradas y las tinieblas de una especie de cárcel.
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Sin embargo, si logro tal ansiado anhelo, ahí está él: grotesco, burlón, despreciable y horrible. Y ver su grotesca fisonomía me espabila la modorra y, al despertar con una electricidad en los nervios, los ojos los siento apañados por una nube turbia y una atmósfera recargada, que, de modo contradictorio, lamento haber abandonado aquel pérfido reino de la inconsciencia. Esta noche, que desperté horrorizado antes de escribir estos apuntes, vino lo peor. Lo encontré en la ducha de mi departamento, al costado de los servicios. Como ya casi tenía grabado en mi atrofiada mente su deforme corporeidad animal y humana, no me asusté de golpe, sino que pensé: «Hasta que te apareces en el mundo real, monstruo asqueroso». Y recordé en un instante, como un relámpago en unos aires neblinosos, que en este mundo real y verdadero sí podría vencerlo, pues sabía cómo. Sin embargo, en unos microsegundos violentos, como si alguien me colocara unas gafas contra la miopía o el estrabismo, pude observar de modo cabal sus ojos sangrientos, de fuego, corrompidos y, oh diablos, enloquecedores, que, de inmediato, cual un golpe que recibiera en el pecho con arrebato me hizo huir del baño, cerrarlo de forma estrepitosa, rezar varias oraciones y, sin embargo, no saber entonces cómo proceder. Ahora, mientras la luz del alba se filtra en una franja minúscula de las cortinas cerradas, he decidido acabar con mi vida. Toda la noche no he podido pegar los ojos y siempre he estado pendiente de la puerta del baño, temiendo que aquel demonio pudiera salir de forma salvaje y atacarme sin piedad; y también, es deber anotarlo, no me he podido liberar de su murmullo desesperanzador: «qar», «qar», «qar», y tampoco del brillo diabólico de su mirada. Aquel ruido gutural y obsceno, que trituraba mis neuronas, junto con la satánica imagen de sus ojos, que se había cicatrizado en mi cerebro, me llevaron al extremo del delirio y del terror absoluto, y entonces caí en el abismo de la desesperación y la paranoia. Por ello, ya saben a quién culpar de mi fatal decisión. Yo le echo la culpa de todo. Escribo esto con mis únicas fuerzas. Leandro Castro.
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Sobre el autor: Juan Rogelio (Ciudad de México, 4 de abril de 1994). Cuenta con una página en Facebook (https://m.facebook.com/Juan-Rogelio-108979084074895), donde comparte, entre otras cosas, algunas de sus obras. Ha publicado poesía en Legüera Cartonera; en Teresa Magazine; en Fanzine Parasitosis; Perro Negro de la Calle; La Letrina; Elipsis Revista; Los Demonios y los Días; Óclesis, Víctimas del Artificio; en la Red de Escritores y Escénicas Potosí; en Puerta Escarlata; en Revista Literaria Raíces; Maquina Combinatoria; y Palabra Infinita. Varias de ellas fueron recitadas, por el locutor André Michel, en Spotify, para la colección #AudiosDeConsumo, del grupo Existencias; y otra más por Gerardo María Giraldo Pérez, para la edición 22 del podcast El Buen Cruel. En narrativa, ha colaborado en Caracola Magazine; en Perro Negro de la Calle; en Fanzine Parasitosis; Comunidad Tus Relatos; delatripa; Pandemic Society; en la revista Unión José Revueltas; en El Narratorio; y en Cardenal Revista Literaria.
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adraba como loca, y la baba se le escurría por las comisuras de la boca como si fuera una cascada asquerosa y apestosa… Aprecié que la pared empezaba a agrietarse, y que la alcayata a la que estaba amarrada la correa temblaba, con brusquedad… Las piernas me comenzaron a temblar cuando vi que los ojos de la dálmata se pusieron rojos, y que después llamearon… También, de pronto, noté que sus colmillos se pusieron amarillos, que sus uñas se volvieron negras, deformes y más largas, y que las manchas que tenía alrededor de los ojos se le esfumaron. Un segundo más tarde, reaparecieron, pero no como antes, que daban la sensación de que llevaba lentes. No. Ahora daba la impresión de que estaba ojerosa… La última cosa que apareció fue una terrible sonrisa, que le deformó toda la cara, que ya era de por sí horripilante…. Mi corazón latía muy rápido, tenía los ojos muy abiertos, y no podía dejar de ver los desesperados intentos de ese animal de zafarse… Finalmente, sucedió…
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Sobre el autor: Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de las revistas virtuales El Muqui y Minúsculo al Cubo. Es administrador de la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021) y Muestra de literatura peruana (2018).
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h, Rosaura, no puedo creer que te hayas caído del árbol, a tus veinte años tenías la energía de una niña de diez. Por eso quisiste coger las manzanas. Te sujetaste de las ramas y estas se rompieron, te diste de cabeza contra el suelo. Yo lo vi todo desde los arbustos cercanos. Yo te amaba, aún te adoro. Nunca me he presentado ante ti para decirte lo que siento. ¿Cómo podría? No soy ningún tonto, puedo organizar bien mis pensamientos, estas lindas emociones venían cada vez que te admiraba desde la oscuridad, cuando me acercaba a tu ventana, en el segundo piso de tu casa, donde me trepaba para observar cómo te quitabas la ropa y te tocabas. Lo que me cuesta es pronunciar las palabras, hablo de modo entrecortado. Eso me avergüenza, por eso no me conoces. Además, soy mayor que tú, tengo treinta y nueve años, aunque ¿la edad realmente era un impedimento para que estuvieses conmigo? He permanecido oculto desde niño, rechazado por los demás, como un paria, ni siquiera soy un mendigo, me alimento de lo que encuentro, deshechos de la basura o carne muerta. Tengo corazón, soy incapaz de cazar, de quitarle la vida a otro ser para alimentarte de este. Por fortuna, este bosque, cercano a tu propiedad, querida mía, es inmenso y en una cueva puedo refugiarme del frío, con ropas que robé hace tiempo y que huelen muy mal, empero, ya me he acostumbrado a este sinsabor existencial. Me dije hace dos años que lo mejor era suicidarme. ¿Para qué vivía? Para nada ni nadie. Pero una mañana te vi bañándote en el lago, desnuda. Estabas sola. Tus cabellos dorados y lacios, tu tez perfecta, tu piel nívea, tus pezones rosados, cuando nadabas boca arriba, con una sonrisa que enamoraba al mismo sol; todo ello me hizo sentirme bastante excitado y renovado, aunque desistí de cometer obscenidades por respeto a tu belleza. Supe que te llamabas Rosaura porque una sirvienta te pasó la voz y saliste mojada, derramando agua. Tus nalgas firmes y delicadas me dieron numerosas razones para mantenerme vivo. Desde entonces he sido una especie de guardián para ti. Cuando ese par de muchachos te dijeron que abusarían de ti en el granero y te desmayaste por el miedo, me aproximé a ellos por detrás y en cinco segundos les di tal golpiza que los dejé inconscientes. No me vieron. Además, les pegué con fuerza en los genitales. Supe, por una conversación que tuviste en el bosque con una de tus primas, que orinaron sangre tres semanas. Hoy no pude salvarte, hermosa, solo corrí hacia ti, te sostuve entre mis brazos y te llevé afuera de mi morada. Te recosté de cara hacia el cielo, para contemplarte por última vez antes de enterrarte. Extendió los brazos y acarició los labios dormidos con la yema de los dedos. Fue como el leve toque de una pluma, pero ella se despertó, sobresaltada, abrió los ojos y lanzó un grito de espanto.
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Sobre la autora: A.B. Noviembre de 1994. Guadalajara, Jalisco. Estudió en Universidad de Guadalajara, Egresada como Abogada. Surge en los últimos meses del 2017, como la manifestación de todo aquello que se siente y se vive. Amante de la expresión en cualquiera de sus formas. Publicó su primer escrito escondido en la edición No. 18 de la Revista Digital Perro Negro de la Calle.
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oy te escribo a ti, cariño. Lo sé, has pasado tanto tiempo en el abandono y te he tenido tanta desconsideración, que le he escrito a todo el mundo, menos a ti. Lo siento. Suelo creer que sabes lo que muy en el fondo siento y pienso. Es complicado hablarte, después de tantos años en completo silencio. Me gusta pensar que esperé hasta el momento indicado para hacerlo. Aquí, justo donde no hay historias de un primer amor, ni realidades, ni viejos indecentes o canciones de amor que jamás fueron escritas. Aquí, donde no te vas de mí, donde no puedes refugiarte en la soledad de las 2:30 a.m. o en la miseria de la media noche. Aquí, donde ni el más frío de los inviernos puede evitar que me acerque a ti. Decidiste morir, lo sé. Me di cuenta de ello y simplemente me resigné a ser espectador de tus decisiones. Creo que ni siquiera entiendes lo que significaba y con franqueza te digo, que yo tampoco. No te creí capaz, pero un día lo decidiste y simplemente te dejaste morir. Intentaste desaparecer por completo. Una noche fue tanto el cansancio que comenzaste a apagarte. Te vi extinguirte poco a poco, como si estuvieses en medio de un vórtice que succiona todo, aire, sueños, vida. Te vi. Te vi exprimir tus ojos y tu corazón hasta quedar completamente secos. Te vi encerrarte y decidir abandonarte en la oscuridad, donde la más triste de las soledades se volvió tu captora. Te vi cuando en tu cara ya no existía una sonrisa y tus ojos ya no hacían más que reflejar el vacío que yacía dentro de ti. No decidiste acabar con tu vida y dejar de existir, decidiste matar todo rastro de tu esencia y, a decir verdad, no se cual es peor. Te vi. Te vi alejarte de todo aquello que te llenaba de vida. Te vi dejar de viajar a través de los libros, guardaste tu plumilla y no volviste a escribir, dejaste de bailar bajo la lluvia y cantar por las calles como si nadie te estuviese viendo. Abandonaste a cuánto ser se preocupaba por ti y dejaste tu locura y rareza para abandonarte a la más cruel monotonía. ¡Oh, cariño! Te volviste tristeza y amargura. Tanta tristeza te provocó ceguera y torpeza en la mente y en el corazón, ya eras solo ruinas y en tu exilio voluntario, creíste que no eras nada y te encerraste en círculos y vicios. Qué pequeño e insignificante se vuelve uno cuando se pierde el amor. Te vi perderte y perder casi todo en el proceso, te vi consumirte y extinguirte lentamente casi por completo. Pero ¿Sabes? No sentí más alegría que el momento en que llegaste al hastío de la agonía y quisiste volver a la vida. Te vi tomar todos tus miedos y todo tu dolor y por fin soltarlo. Así como un día decidiste morir, un buen día te pusiste de pie, secaste tus lágrimas y seguiste adelante. Te he visto desde entonces, no hay calma más bella que la que viene después de una tormenta. Te he visto y puedo darme cuenta de lo mucho que has crecido desde entonces. No tengo idea de cómo pudiste sobrevivir tanto con ese lastre, pero lo hiciste. Sigues ahí. Te he visto apagarte y resurgir más de veintiséis veces y hoy puedo decirte, que me alegra ver en lo que te has convertido. Cariño, sé que no ha sido fácil, hay bastantes cicatrices en todo tu ser y sé que hay muchas que aún duelen. Sé que soltaste muchos miedos y que otros tantos vinieron a tomar su lugar. Sé que ahora tienes más dificultades cuando de confianza se habla y que prefieres la desesperanza del fatalismo a la añoranza que puede provocar la ilusión. Sé que ya no quieres soportar una herida más, y, a decir verdad, yo tampoco. Te he visto, cariño. Te veo. Me gusta saber que te encuentras mejor. Me gustaría decirte que desearía que estuvieras aquí, pero estaría mintiendo. Sé que estás bien donde
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quiera que te encuentras, estás sanando cada una de las heridas y, por otro lado, yo también me encuentro bien. Hemos aprendido bastante. ¡Oh, cariño! Da tanto gusto saber que no hay más coraje dentro de ti y que has madurado y entendido muchas cosas y que por fin, después de tanta insistencia. Has aprendido a soltar. Sé que tienes miedo y que ahora tanta paz te causa incertidumbre, porque crees que en algún momento todo saldrá mal. Cariño, recuerda que está bien bajar un poco la guardia, estar a la defensiva todo el tiempo es bastante cansado. Espero que sigas tu camino y crezcas tanto como lo desees. El orgullo y felicidad que siento por ver lo que eres y en lo que te has convertido, resulta envolvente. Siempre recuerda quién eres y lo que eres y que siempre estoy contigo. Lamento haberte olvidado tanto tiempo, pero hoy, estoy aquí para darte todo el amor y todas las palabras de aliento. Perdóname y perdónate. No me despido. Te acompaño de la misma eterna manera.
P.D. Cree en ti, cariño. Cree en ti.
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Sobre el autor: Ríchard Sosa (Caracas, Venezuela, 1984) Docente, ensayista, escritor e investigador en el área de la literatura, análisis del discurso, y la lectura y la escritura. En narrativa ha publicado en: El elefante azul, El morador del Umbral, El gorrión ahorcado, Artesiente, Juggernaut, Marginalees, Taches y tachones, Revista Pluma Literaria, Entrañas, Almicidio, y en esta misma publicación; también en las Antologías Microcuentos y relatos Sublime Mujer, Microcuentos de terror en tiempos del Coronavirus, La vida, cuentos infantiles Pequeños Gigantes y Hoja en Blanco, Conspira por la Editorial Nueve Editores y Almas confinadas por la Editorial ITA (Colombia).
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n día, Dieguito empezó a saltar y a croar. Lo hacía con facilidad, pese a las energías que gastaba. Croaba en la ducha, croaba en el patio y cuando dormía, soñaba que croaba. Su mamá, preocupada, le dijo: —Un día de estos quien quita y te conviertas en un sapo de verdad. Ya déjate de sandeces, Diego Manuel—. Días pasaron y el niño no hacía otra cosa sino jugar al sapo. Leía en internet sobre anfibios y al final del día, se hacía más sapo que el anterior. Hasta que un día, ocurrió lo inevitable. Esa noche febril, el niño recordaría con cariño a su amiguita Rosita, y con esto, retomó el croar con más fuerza todavía. —¡Ya basta! —decía la mamá desde su habitación. Él ni se inmutó. Sus cuerdas vocales se pasearon por distintos tonos, quizás para pedir auxilio, pero no podía. Sus tríceps se acortaron, al igual que sus piernas. Se expandió su tórax y los sacos al lado de la barbilla. Se encogía sin ninguna explicación razonable. Al quitarse la ropa, vio su cuerpo cubierto de piel gris verrugosa y seca. Le agradó. Al saltar para mirarse con detalle, se sorprendió todavía más. Desconocía a la criatura del espejo. Así que abrió la llave del agua como pudo y llenando la bañera de agua fría se introdujo allí. La temperatura era deliciosa. Sonrió para sus adentros mientras croaba, al pensar en lo que diría su madre cuando lo viera por la mañana. Dieguito era ahora, un sapito.
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Sobre el autor: Julio César Aguilar (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara, una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Bolivia, Canadá, España, Estados Unidos, Irán y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019; Alborozo, 2020, y Donde no falta nada, 2021. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
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omo el agua prófuga de la nube en la tormenta el viento de los adioses se enardece. Agua de olvido. Remansada furia luego apenas para contemplarse vacío el rostro en la superficie de lo que intacto permanece y queda. Quedamente el eco las huellas de la algarabía en la hojarasca de los cuántos días inútiles. Alabanza las sombras en su ascensión.
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Sobre los autores: Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de las revistas virtuales El Muqui y Minúsculo al Cubo. Es administrador de la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021) y Muestra de literatura peruana (2018). Benjamín Román Abram (Lima, Perú, 1970). Es director de la revista virtual El Muqui. Sus cuentos y reseñas se han publicado en diarios, antologías y revistas nacionales e internacionales como El Comercio, Correo (Huancayo), Heterocósmica, Fabulador, Umbral, Buensalvaje, Cosmocápsula, miNatura, Agujero Negro, Plesiosaurio, Zona libre, etc. Es autor de los libros de relatos En Envase Pequeño y Bioficciones. También cultiva la poesía y la ha publicado en diversos medios.
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os fantasmas se encuentran en una casa abandonada y, sorprendidos, se presentan. —Me llamo… me llamaba Cecilia —dice ella incómoda. —Me llamaba Julián —dice él. Es el homicida de Cecilia. Ella lo sabe, el otro no. En el mundo de los aparecidos campea la soledad, pero más raro que los dos se contacten es que coincidan en el mismo lugar. Quizá fue la conexión que se dio entre ambos cuando ella fue apuñalada y él, aterrado por lo que hizo, se colgó de una viga. Cecilia ha decidido hallar alguna forma de enviarlo al infierno, donde se decía que la tortura estaba garantizada. En vida era aficionada a leer libros malditos y antiguos grimorios. Ubicó en la biblioteca el «Decálogo de las sombras», hojeó el capítulo dedicado al averno y procedió a realizar el ritual. Todo esto sin que su compañero supiera, ya que se encontraba distraído escribiendo poemas y canciones, tratando de hallar la manera de conquistarla, como en vida lo había intentado, y, por su rechazo, la persiguió a su casa de playa, ahora cerrada por el invierno, y la asesinó. Finalmente, cuando el antes llamado Julián le declamó el primer verso, ella lo envió a las tinieblas con una invocación por demás efectiva. Ahora, a cada tanto, un demonio sonriente lo tortura de formas horrorosas y distintas. Ella está sentada frente a esas pavorosas escenas y no logra dejar de mirar, a pesar de que a veces se siente hastiada, aunque no arrepentida, por algo ha pasado tres siglos allí. Es el precio que ella debe pagar. La venganza también es un pecado.
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Sobre el autor: Alfredo G. proveniente de Ciudad Juárez, Chihuahua, nació el 22 de septiembre de 1996. Ha publicado en algunas revistas literarias entre ellas: Collhibrie, Perro Negro de la Calle (en sus número 48 & 52), Letrantes.word, Maldito Buckowski, entre otras.
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o no sabía de venganza hasta que la deseé. En algún punto, me sentí obstruido por la injusticia, en algún punto tenía heridas que no sabía qué tan fuerte dolían, qué tan profundo se sentía cuando por primera vez conocías la inseguridad. Aquí la palabra más fuerte es aquella que es disparada porque nos mantiene bajo el poder del miedo a morir y ya no vivimos en paz, vivimos para proteger y a veces para proteger conocemos la venganza; lamentable es que la venganza nos gobierne.
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Sobre el autor: Julio César Aguilar (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara, una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Bolivia, Canadá, España, Estados Unidos, Irán y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019; Alborozo, 2020, y Donde no falta nada, 2021. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
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uerme el hombre. Duerme con sus siglos de insomnio. Roca meditabunda sobre la hierba del tiempo: Sublevación de la conciencia pesadilla tras los muros del sueño entre los que despierta yace su acaso noche fructífera.
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Sobre el autor: Huanta, 16 de octubre de 1984 ve nacer a Anderson E. Muchari Aguilar. Realiza sus estudios superiores en idiomas en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. Se une a la Asociación de Escritores de Ayacucho (AEDA) en el 2007, adoptando el seudónimo de Vasia Valdemar, ha participado en ferias de libros y recitales de poesía. Actualmente vive en Cusco, ha sido primer finalista en el Concurso de Poesía AEDA-Julio-2020, ha publicado en la Revista Independiente José Revueltas- Chiapas, México en agosto-del 2020– categoría: poesía; en El Noticiero Nacional -México en Noviembre del 2020 categoría: poesía; en la Revista Literaria Internacional Perro Negro de la Calle -México en el 2020 y 2021 – categoría: poesía, en la Revista Literaria Internacional Musas&Letras -Lima, octubre del 2021 – categoría: poesía y en la Revista Literaria Internacional “Diablo Negro”- México en Diciembre del 2020 – categoría: poesía.
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oy no puedo levantar la mirada, hoy no quiero hacerlo, por temor, quizá, a no dañar el cielo, por terror quizá a inundarlo; hoy solo quiero recostarme en tus recuerdos y flotar a la deriva intoxicado por el sueño, anestesiado por tus ex-besos, con náuseas de rimas y dolores de almohada. Hoy no quiero más ser tuyo al respirar, hoy seré del viento que flota en el jardín o acudiré al bálsamo y la vesania para arrancarme del tedioso tiempo desde el que te mando esta señal de auxilio, desde el que vi, antes que la luna, que hoy sufriré al humano que llevo dentro.
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Sobre el autor: Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Enfoca su obra poética (rima o prosa) en indagar en los recovecos de lo mundano desde el punto de vista pesimista. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), Lo que pasó en el sótano (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), La mofa de la vida (Revista de creación literaria y humanidades Gibralfaro, Universidad de Málaga, España, 2020), Aráchne (Revista Papalotzi, Editorial Papalotzi, México, 2021), entre otras.
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a llegado el frío, pero tú has congelado mis fuegos incesantes, mis atardeceres bellos. Soy un animal de inviernos. Un depredador de amores. El hombre del eterno retorno. La bestia destructora de imperios duales. Hoy no me apetece tu futuro, ni el vaho que transpira tu boca. Mañana no seré el culpable, pues no habrá un mañana, ni tampoco un yo. Tu sol se ha extinto, y te has empeñado en apagarlo, no pudiste fingir más la mentira que nunca serás. Respiro los vientos invernales, que me transportan al pasado; que me incitan a otros porvenires; que rescatan este fuego. Y el ciclo se repite como una ironía temporal; como una serpiente que se muerde la cola; como bucle de escasa sensualidad. El invierno enciende mi fuego, unas llamas de fuerza y libertad. Seré un ave ardiendo, que calentará otra humanidad.
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Sobre la autora: Alejandra Cruz Castillejo nació en Michoacán, México, en 1983. Graduada como Lic. en Educación Primaria en la Escuela Normal Urbana “Profr. J. Jesús Romero Flores”. Ha colaborado en las antologías Normalista 2004, en antología Los otros motivos tomo 1 2021 y Homenaje a la literatura contemporánea 2021. Actualmente ha publicado en las revistas Rigor Mortis, Perro Negro de la calle, Cantera, Posada Almayer, Komuya, así como en páginas de difusión cultural. Es fundadora del Colectivo Cultural Voces de Michoacán.
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os temerosos nunca iban al barraco de noche, decían que ahí espantaban después de que se ocultaba el sol. Durante el día era un lugar de lo más visitado, sería tal vez por el pequeño arroyo que se formaba en el mes de julio y cuyas aguas creaban pequeñas cascadas. Largas veredas recorrían ese barranco espeso de árboles, era posible usarlas para ir a los pueblos vecinos, aunque la mayoría prefería no transitar muy tarde y menos en soledad. Se hablaba de ánimas en pena deambulando por ahí. Era una leyenda bastante vieja, tanto que la única verdad solo la sabían los abuelos de mis abuelos. Recuerdo el día que nos mudamos a casa de la abuela Raquel, la primera advertencia de su parte fue no estar hasta tarde en el barranco, ella vivía cerca de ese lugar. La vieja nos decía: «¡Vayan! ¡Jueguen!… Pero ¡cuidado! ¡Que no los alcancen las sombras del atardecer! En cuanto miren que la sombra se acerca deben regresar, no se les vaya a aparecer el quemado». No era difícil imaginar que el quemado era un ánima en pena. Se nos había vuelto costumbre ir con mis hermanos a ese lugar después de comer. Ese día, el día de la desgracia, el viento mecía los árboles y el riachuelo cantaba para nosotros. En pequeñas redes atrapábamos algunas ranas que intentaban saltar sin éxito alguno. Nos desvestimos hasta quedar en cueros y ahí en el ojito de agua nos metimos a nadar un poco, debíamos disfrutar ese edén temporal, los siguientes meses se secaría. Recuerdo que después de un rato mi hermano Héctor, el mayor, nos recordó que debíamos regresar antes del atardecer. Ignoramos sus palabras y seguimos con la diversión hasta que el viento comenzó a soplar más fuerte. De inmediato nos vestimos, aun con el agua escurriendo por nuestros cuerpos. A mi hermano Luis, el más pequeño, se le dificultó vestirse. Los demás rápido se prepararon y fueron avanzando cuesta arriba. Los hubiéramos alcanzado, pero Luis no encontraba su calzado, yo ya estaba listo, debíamos irnos, cómo hacerlo, necesitamos los zapatos de él. Buscamos entre las piedras y no estaban, entonces recorrí unos metros río abajo y ahí estaban hundidos en el agua. El viento no dejaba de soplar, desde lo alto mis hermanos nos gritaban, no comprendíamos lo que decían, el sonido de los árboles crujiendo no nos dejaba escuchar. Una vez puestos los zapatos, lo tomé de la mano, la hojarasca se elevaba dificultando un poco la visión. Di algunos pasos, luego recordé que mi gorra estaba colgada en un encino, me giré para ir por ella, pero una espesa nube de neblina venía hacia nosotros. En ese instante recordé lo que la abuela nos dijo: «Que no los alcancen las sombras del atardecer», ahora entendía porque mis hermanos gritaban. Debíamos apurarnos, tome a mi pequeño hermano montándolo en mi espalda, necesitábamos subir pronto. Faltaba poco, pero la neblina estaba a escasos metros, tenía miedo, debíamos salir. Mi hermano lloraba, era claro que ambos teníamos miedo. Para calmarlo le pedí cerrara los ojos. La neblina nos alcanzó. El abrió sus ojitos al tiempo que lanzó un horrible grito y en ese preciso instante se soltó de mi espalda. No lograba verlo. Todo era blanco. Debía buscarlo, pero dónde, no podía dejarlo. Algo se acercaba, lo sabía porque los pájaros emitían sonidos desesperantes. Pude ver algo, una sombra, me acerqué, pensé que era Luis. Estaba equivocado, esta se agrandaba al tiempo que se volvía roja. Todo dio vueltas, no supe más, perdí la conciencia. Cuando desperté estaba en casa, ahí también estaba Luis. Lo único que recordaba vagamente era el grito de mi hermano y la sombra acercándose. Las palmas de mis manos ardían, como si hubiera agarrado un hierro al rojo vivo, se despellejaban por las ámpulas amarillentas. Luis a partir de ese día perdió el habla, tan solo miraba hacia el barranco.
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«Fue el quemado», les decía la abuela a mis padres. Ellos la ignoraban y aunque mis hermanos fueron testigos de la neblina, nadie deseaba hablar de ese día, ellos nunca se enteraron de lo que sucedió abajo en el arroyo. Los años pasaron, olvidamos un poco. Aunque Luis aun mira el barranco desde su silla. No puedo creer que después de tantos años, ese recuerdo venga a mí por las noches y perturbe mis sueños. He soñado que mi hermano grita, no entendía su grito hasta ahora, «el quemado». La sombra se acerca más a mí, intento defenderme, mis manos arden al tocar su rojo y deforme cuerpo, el cual se oscurece después de quemarme. Luego de eso desmayó. Anoche fue diferente, él me tocaba, en sus encendidos ojos pude ver lo que le hicieron. El pueblo lo acusó de asesinar a una joven a sangre fría, lo apedrearon por las calles mientras lo paseaban con las manos atadas. La cuerda en sus manos era tirada por otro hombre que lo dirigió a un poste. Él suplicaba, juraba no haber cometido delito alguno. Nadie lo escuchó. Sus hijos y esposa lloraban mientras colocaban leña a su alrededor «piedad, piedad», decía mientras un hombre sostenía una antorcha. Nadie escuchó su versión. El hombre al lado arrojó la antorcha, los leños ardieron mientras él se retorcía de dolor. El viento sopló tan fuerte que el silbido aturdió a los presentes. Sus pequeños hijos enmudecieron al ver esa escena de horror. Caída la noche, un grupo de hombres recogió el cuerpo calcinado y fueron a lanzarlo al barranco, entre ellos el hombre de la antorcha. La antorcha encendida se ha fijado dentro de mi mente, no puedo sacarla de ahí, el hombre que la sostiene trae un escapulario y cerca del cuello, en el lado izquierdo tiene un par de lunares. Despierto abruptamente. Mis manos arden, me levanto, necesito mojarlas, camino al baño. En el espejo mi rostro delata el miedo, deslizo la mirada para no ver mis ojos y ahí están, en mi cuello el par de lunares del hombre del escapulario. No entiendo lo que pasa. Mis manos arden, siento que me quemo. El fuego comienza a envolverme, me quemo, qué sucede…no, ¡yo no soy culpable! ¡Nooooooooo! La deuda se ha pagado, él ahora es libre. Mi hermano tiembla al verme. Me sigue con la mirada cuando al caer la tarde me dirijo al barranco.
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Sobre el autor: Santiago Garcés Moncada. Nació en Itagüí el 3 de junio de 1999, ha sido galardonado en diferentes concursos nacionales e internacionales, resaltando que ha sido dos veces ganador del Premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí (2018 y 2020), es co-autor del libro Deshielos de tinta, Antes del 2020 y de Medellín en 100 palabras 2019. Abriéndose fronteras fue seleccionado para publicar sus cuentos y poemas en más de cincuenta periódicos, libros físicos, digitales, revistas, antologías y programas de radio en alrededor de doce países, tanto latinoamericanos como europeos. Actualmente estudia ingeniería electrónica en la Universidad de Antioquia, es miembro del taller literario LETRA-TINTA y es cronista de la revista BOHEMIA.
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e sentía por las noches bajo las estanterías. A las seis de la tarde, sus ojos brillaban en la oscuridad de una biblioteca de barrio, de esas que cierran sus puertas cada día a la misma hora. Al llegar la noche empieza la vida en los estantes, pero desde hace días ha reinado el silencio como si se sintiera un aura nefasta en los alrededores. Anda suelto un asesino y los libros policiales no dan solución al enigma de su identidad desconocida, quizás sea un monstruo oculto entre las sombras o un psicópata nocturno que disfruta de arrancar pedazos de historias a las páginas. Los libros asustados se citaron a un inventario de urgencia para hablar de las formas en que quizás podrían acabar con su problema de una vez por todas. Los de caballería, con armadura de pasta en su mesa redonda, planeaban cazar al posible dragón, mientras los de religión pedían al cielo protección desesperados, orando taciturnos en un rincón iluminado por una veladora que dejó esa noche el bibliotecario encendida sin querer, como si el descuido de un milagro se tratase, mientras uno que otro de filosofía se burlaba entre hojas de lo que veía. Los detectives, muy silenciosos desde la sombra, observaban haciendo preguntas de cuando en cuando a la hemeroteca para ver qué información lograban obtener de las revistas de chismes, y a los periódicos, que no se les escapa nada, les indagaron hasta en las páginas amarillistas, encontrando el deshojamiento de un cuento infantil, hallado días antes, destrozado en un montón de páginas sobre un charco de tinta y orina. La escena era un desafío, una burla macabra del espectro nocturno. Se juntaron los libros alrededor de una lámpara para cuidarse entre ellos las contratapas. —Quizás sea un pato o un gato asesino—, dijo mirándolos Rin rin renacuajo, y todos respondieron con un silencio que dominó la velada... Se escuchó un chillido extraño bajo la mesa y se apagó la lámpara, los libros virtuales se encendieron para amortiguar la oscura escena, los manuales de electricidad revisaron el problema y encontraron mordisqueado el cable. Un escalofrío recorrió los índices de los presentes haciendo temblar las líneas de sus capítulos, el color de sus portadas se desvanecía de a poco, palideciendo como páginas en blanco, como si de hojas inertes se tratase. Un libro de superación personal entró en acción, tomó la voz en la tragedia calmando a todos con frases de fuerza y citas ajenas, mientras los libros de espantos a todos comentaban sus teorías de fantasmas y monstruos, con la suspicacia de quien cuenta un secreto a la luz de la luna. Acabar con aquella sombra era necesario, un libro de Marx apoyado por el Quijote convocó a una cruzada contra el bromista enfermo que acechaba entre las sombras. Marchaban con lapiceros y lápices afilados en busca de aquel asesino nocturno. A la biblioteca entraba la luz de una noche de luna, dejando ver las partículas de polvo que se alzaban de sus hojas entre ritmos marciales. Un grito se escuchó atrás de la fila de libros que a la guerra marchaban, el libro de Stephanie Mailer desapareció sin dejar más que rasguños y trozos de papel en la alfombra, y un libro infantil, que se encontraba en medio de los mayores, se puso a llorar canciones de cuna porque se había hecho letras en sus pantalones. De pronto se escucharon unos pasos que aceleraban desenfrenados hacia ellos y no teniendo más que perder que la vida, se lanzaron como una jauría sobre la bestia, los libros de historia lanzaban a las sombras sus jabalinas de carboncillo que se clavaban en la oscuridad de la conquista de su propio miedo. Un chillido como de animal y máquina se escuchó luego de la lluvia de flechas de tinta, apagado por una estampida de historias y páginas en blanco. Gélido sobre la alfombra quedó el monstruo. Pedazos de pelo y cables enredados, destripado y en partes desmembrado, se vio un ser desconocido para todos. Los libros de anatomía no lo reconocían y llamaron al departamento de ciencia ficción a ver qué solución
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lograban encontrar. Dos ojos amarillos se dibujaban como dos leds en la oscuridad, en vez de una luz roja de cursor. La rebelión de las ratas había mordido un cable una noche de luna contagiando a la electricidad de magia, creando así un nuevo monstruo entre las hojas que las mismas hojas hoy callaron. Murió un mouse de computador con cola de ratón y garras, y ocultaron las evidencias de la sangre derramada en su defensa tras la tinta de este cuento pocas veces contado.
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Sobre la autora: Adilene Cortés Caballero. Hacedora de prosa poética y cuentos cortos, nacida el 5 de enero de 1988 bajo el signo de capricornio, actualmente radica en pueblito cerca del mar en Nayarit. Licenciada en psicología y docente de nivel medio superior. Ha publicado en la revista Perro negro de la calle de Lagos de Moreno, Jalisco partir del año 2020. Su obra es un cúmulo de memorias distorsionadas, obsesiones, crudeza y melancolía Onírica.
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ontaña arriba ellos colocan sus trampas, para después recoger los cuerpos y desollarlos, les cazan, y nos cazan igual. En su campamento resguardan una diversidad de pieles, de distintas razas, su hambre de monedas y trofeos los embrutecen, y cuando bajan al pueblo cómo hoy; ellos buscan otro tipo de piel, donde el calor de doncellas los arrope. A este hombre ante mí le complace mi cuerpo desnudo, mis largos cabello oscuros, mi piel bronceada, y mi expresión de mujer indefensa. Me tiene desnuda, sobre el frío piso de madera carcomida; en alguna taberna ponzoñosa del pueblo él espera a llenarse de mí. Me sienta en sus piernas buscando mis ojos, me hace montarlo, su sangre ardiente galopa en mi olfato, me crujen las entrañas, me toma con fuerza contra su cuerpo y sus manos pulpos me aprietan la cintura, mi pecho, mis piernas. Y a mí, el ansia me corrompe, salvajes mis fauces se abren para atragantarme de su cuello, su piel desgarrada se queda en mis encías, su grito estruendoso me hace contemplar el terror de sus ojos, bestial, vuelvo a saciarme en su pecho introduciendo mis garras en su tórax, abriéndolo en canal hasta su vientre, entonces… solo entonces, busco su corazón y sus pulmones aún calientes, jugosos, en mi lengua me desvanecen la mente, hasta que finalmente mi hocico vuelve a su mentón para devorarle el rostro. La gélida noche es testigo de los alaridos desesperados de gente que corre, tratando de huir, mientras lo más valientes disparan a tientas, sospechando ser presa de las bestias que han venido a atacarlos. La madera cruje entre el fuego, los aullidos de mis tribu responden a mi llamado, me esperan mis hermanas, han seguido el rastro de esos hombres de montaña hasta aquí, y se entregan al frenesí de la sangre y la carne; es esta nuestra faena lunar; hemos venido a cazar al cazador.
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Sobre el autor: Melisa Cosilión. (Texcoco, México, 1988). Egresada de la Ingeniería en Agroecología de la Universidad Autónoma Chapingo (2010). Ha publicado en las antologías Mujeres en el Arte (México- España), Mujeres poetas en el país de las nubes (Oaxaca), y con el Colectivo Entrópico de la Ciudad de México. Es compiladora de las antologías Poesía desde la Coyuntura: voces para caminar (CLETA UNAM, 2017) Casa de los espejos (Ediciones Ave Azul, 2020). También ha participado en las revistas literarias Salamandra (UACh,), Va de nuez (Guadalajara), y con Maya Cartonera (Chiapas), así como en la revista Perro Negro de la Calle (febrero, 2021). Publica el poemario a dos manos Flor y tiempo con Enrique Cisneros (2007), y Aguardiente con Ediciones Ave Azul (2019). Es colaboradora del diario Opinión de Yucatán, y miembro del Comité Central del CLETA UNAM.
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e encendió una tormenta, así la divisé con el rabillo del ojo. Comenzó más lejos de aquellas montañas azules, luego, subió por la calle de piedra, acarició las escobas de la entrada, tocó mi puerta con una melodía que conozco desde la infancia. Abrí. Acarició mis zapatos oscuros, desamarró las agujetas despacio, retiró los calcetines de mis pies y de paso, arrancó por la mitad la uña de mi pulgar izquierdo. Siguió subiendo. tocó detrás de mis rodillas, avanzó como silueta mutante hasta encontrase mi pubis: no vio nada que no hubiese florecido. Con cautela ascendió hasta el ombligo, prosiguió por el costado haciendo sonar todas las cotillas, subió por el plexo, pasó por mis senos que aún resguardaban un poco de leche. Vaciló al llegar a los hombros poblados de lunares milagrosos; al llegar a la garganta, disolvió los nudos que siempre la abarrotan. Ya en mis labios pude hablarle, como siempre, con media sonrisa dibujada entre los dientes. Entonces, respondió lo que nunca hubiera imaginado: no solo tienes su sonrisa, también hablas igual que tu padre.
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Sobre el autor: Iván de Jesús Oyarvide Godinez. Licenciado en Educación Primaria, de Tamuin, San Luis Potosí, México. Autor de libros como Si ayer rompí tu corazón, Mi Historia sin mí, y Reminiscencias: Ventanas del ayer con la casa editorial El Diván Negro. También ha colaborado con publicaciones como Perro Negro de la Calle (diciembre 2020), y colectivos virtuales como Un Libro a la vez y Letras vivas.
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oy me toca ser viento, y vivir en el susurro a la distancia. Pero dime, ¿recuerdas cómo era la lluvia cuando aún no nos besábamos?
Era julio, y el moribundo cielo se rasgaba a lo lejos. Si esta lluvia pudiese escribir un poema, y decirte con certeza, que, cuando el presente sea historia, estaré a tu costado, tomando tu mano, con vista al horizonte, y un sentimiento en el alma. Entonces imploraría un poco de lluvia, cada día en tu ventana. Hasta ese instante, solo recuerda que, te quiero tal y como el primer día, y que el destino, siempre tiene su forma de actuar.
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Sobre la autora: Adilene Cortés Caballero. Hacedora de prosa poética y cuentos cortos, nacida el 5 de enero de 1988 bajo el signo de capricornio, actualmente radica en pueblito cerca del mar en Nayarit. Licenciada en psicología y docente de nivel medio superior. Ha publicado en la revista Perro negro de la calle de Lagos de Moreno, Jalisco partir del año 2020. Su obra es un cúmulo de memorias distorsionadas, obsesiones, crudeza y melancolía Onírica.
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esde hace horas se filtró la información, se acerca, el impacto es inminente. En las calles llanto y desbordamiento, violencia, llamas, la catástrofe acompaña a la histeria. El asteroide viene a nuestro encuentro. Nos acontece su sombra más no nos órbita, el pasa de largo y sigue su curso. Aquí abajo el daño es irreversible.
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