Perro Negro de la Calle No.66 Marzo 2022

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o es sencillo explicar la situación mundial actual. Y, para evitar cualquier represalia del gran hermano azul, uno tiene que escribir casi críptico su opinión. Pues bien, eso sí es sencillo: la humanidad se juega todo ante la incompetencia de los líderes mundiales y organismos que lo mejor que saben hacer es contemplar expectantes cual audiencia en película de cinema; los escenarios, o bien, nos colocarán como una especie que se destruyó a sí misma, o, por el contrario, una que supo aplacar su sed incontrolable de conflictos y trascendió en el cosmos. Uno debe siempre estar del lado del progreso, del bienestar, de la evolución y sabiduría de nuestra especie. Las palabras lo cambian todo. Incluso la guerra.

Amaury R. Ledesma

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Sobre el autor:

Erick Diez. Chile. Aprendiz de poeta, 36 años. Ha publicado en diversas revistas literarias de países hermanos como: México, Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia y últimamente en revistas de España y EE.UU. Actualmente colabora y publica activamente en antologías de su país con relatos breves y poesía. Su afición a las letras comienza en la adolescencia, a partir de los catorce años. Participando en talleres literarios y grupos de teatro escolares, ya en la adultez empieza a ser parte de distintos concursos poéticos y antologías hasta el día de hoy. Desde su página de Facebook Jauría de letras comparte sus poesías y relatos… Sus pensamientos y emociones siempre tratando de brindar lo mejor de sí y poniendo toda su alma en sus escritos.

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caigo como un ave herida cuando la noche se desploma entre lo secreto de las luciérnagas y el ladrido de los perros que se acobardan. La sangre cobija a los muertos, se revuelven las náuseas de los tristes sótanos /Y las ratas suicidas /. El punzante veneno de los buitres en mi... duerme en la noche a mi huidiza amargura. No era silencio; el despeñadero de penas me duele, me duele en la garganta, en las pupilas /en las espigas de lágrimas... En mis pálidas venas y se me agrieta el aliento. El alfabeto de la noche me observa diciendo; Aquí ...el dolor, aquí está el dolor... y nadie salvará todo este infierno. Tu memoria es frágil y moja los párpados sobre los espejos. No era silencio; el punzante veneno de los buitres En mi... duerme en la noche a mi huidiza amargura. No era silencio.

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Sobre el autor: Francois Villanueva Paravicino. Escritor (1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y/o, de su propio país como de países extranjeros. Mención especial del Primer Concurso de Relatos “Las cenizas de Welles” (2021) de España. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América Los jóvenes cuentan (2007) de España. También, ha sido distinguido en otros certámenes literarios.

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ún la modorra y la molicie persistían, pero desperté asustado, después de soñar unas playas cuyas olas eran espumosas, altas y turbias, y de pronto un tsunami inmenso avanzando hacia las orillas despertaba el terror en mi alma. Desperté tratando de subir una montaña, sudoroso y con el corazón excitado. Al volver a la realidad, escuché fuertes arengas, sonoras alocuciones, gritos enérgicos de protestas: era la huelga de los cocaleros. Sin más abandoné la cama con brusquedad, con el pijama humedecido y poniéndome las sandalias frescas. Asomé la cabeza entre las rejas de mi ventana y los miré: era un grupo multitudinario, abigarrado y compacto, que avanzaba con lentitud como una rastrera infinita acechando su presa. Sin embargo, la primera idea que se me cruzó por la cabeza fue la cancelación de las clases colegiales. Una alegría me invadió y me puse a bailar saltando en un pie. Los huelguistas, en inmensos bloques de corpulencia desordenada, ocupaban sin forma todo el puente y las avenidas centrales de San Francisco y Kimbiri, y se esparcían por los alrededores como hormigas hurgando en la tierra. A las ocho de la mañana, los mismos castigaban pintando de amarillo a quienes abrían sus tiendas o sus negocios por traicionar a la protesta. Una juguería de la avenida 28 de Julio, por intentar abrir para sus clientes, fue saqueada y casi destruida, y su dueño con el ceño fruncido parecía un payaso dorado y molesto, todo bañado de amarillo. Los autos y mototaxis que intentaban cruzar el puente eran detenidos a pedradas y a palazos, e incluso hubo uno que fue incendiado y desmantelado. A la hora, más fuerzas policiales llegaron con helicópteros y resguardaron con severidad la comisaría. Se atrincheraron con cautela y preocupación. A la una de la tarde se produjo lo temido, el inesperado enfrentamiento, que atemorizó a los pobladores. Los policías arrojaron, desde las alturas de la entrada del paradero Huanta, bombas lacrimógenas hacia los hombres de campo, que se habían instalado en la avenida Túpac Amaru y las inmediaciones, por el puente y el mercado. La medida afectó a los vecinos, que tuvieron que huir de sus casas para no sufrir los estragos de los gases irritantes, con niños llorando y mujeres desesperadas. Sin embargo, y no me juzguen por ello, yo entonces me alegraba con mi chica en el río de Kimbiri. Me enteraría después que la situación se calmó después de que el mayor de la PNP y el dirigente cocalero entablaron un diálogo conciliador. Marlie, mi chica, me decía que era virgen y que por eso la tenía que cuidar. Yo entonces valoraba mucho eso. Aunque nos besábamos como amantes recién encontrados después de una larga ausencia, apenas nos acariciábamos la espalda al besarnos. Yo era muy feliz con ella. Era mi segunda enamorada, pero a la que más había amado. Y entonces en el río me hacía mucha gracia verla, cuando no jugábamos alegres y muy juntos, con su short y su blusa mojados y pegados a su piel trigueña y tersa como los pétalos de una margarita, sonriéndome con ternura. Luego de mucha alegría, en el cual disfrutamos coleccionando piedras multicolores, arrojándonos palmadas de agua sobre el rostro, jugando a las chapadas, descansando y soleándonos sobre las piedras, recién pensé que era tarde y era la hora de volver. Sin embargo, al intentar alistarme no encontré el reloj, las sandalias, el polo y las monedas que había dejado escondido en unas piedras a la orilla del río. Solo quedaba, más al otro lado, tirado cerca de las piedras ovaladas y abigarradas que coleccionamos, el par de zapatillas de Marlie. Sentí unos aguijones en los nervios del dorso y del pecho, y sufrí a la par una impresión terrible. Era la primera vez que aquello me sucedía. Aparte de nosotros los tortolitos, había tres grupos de niños rebosantes de júbilo, dos de los cuales ya se habían marchado. Presté atención al final. Yo estaba semidesnudo solo

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con mi bermuda, y pese a que había visto a ciertos conocidos caminar vestidos solo con un short por las calles de San Francisco y de Kimbiri luego de practicar el deporte, sentía una vergüenza escrupulosa volver así a mi casa, en especial porque Marlie estaba conmigo, quien, aunque con resignación afirmó que no se haría problemas de ser así el caso, no acepté. Además, y esto me parecía determinante, no contaba con unas sandalias o con un par de zapatillas, como sí se valían aquellos viandantes despreocupados. Tuvimos que pesquisar más con resultados negativos. Al preguntar a los chiquillos que quedaban, estos inculparon sonrientes y pícaros a la primera caterva que se marchó. Así fue como Marlie entendió la situación al igual que yo, y me prometió ir a mi casa y traer mis implementos personales. Esperanzado, acepté rogándole que se apresurase. Nos despedimos con un largo beso. Mientras la veía alejarse, apreciando su figura serena y esbelta, me sentí más calmado y, tras recuperar cierta esperanza más aliviado, se me vino el recuerdo de mi primera experiencia amorosa. Desde que empecé a estar con Marlie, el erotismo había sido una idea latente en mi inconsciente. Se presentaba en mis sueños dibujando escenas de amores sicalípticos. Ni en mis días solitarios era tal la persistencia del deseo. Mi primera vez fue un tanto melancólica, pues lo hice con una chica de los Bajos Mundos, y fue la verdad un punto de inflexión en mi vida. Aún recuerdo aquella noche. Me descubría nervioso y preocupado, porque aún no había podido acostarme con alguien. Decidí ir solo porque, según mi educación, ir a aquellos lugares era una deshonra, por lo que mis nervios se tensaron al cometer aquel acto pasional. Entré con miedo, pero salí con confianza, con tanta que me tomé una cerveza. A unos cuantos años de la experiencia, no puedo olvidar a aquella mujer delgada. No olvido su rostro ovalado, su piel morena, su vivacidad, su facilidad. En cambio, con Marlie, yo creía que la cuestión era esperar, como ahora esperaba que regresara. La cuestión es que empezó a tardar más y más, y, al final, no regresó. Me quedé solitario cuando los niños que parecían acompañarme en aquella desventura también se marcharon. Continué esperando hasta las seis con una intranquilidad agitada. Confundido, atribulado, pensé sin convicción de que Marlie podría estar burlándose de mí. Creí también que ella no había podido conseguir mis prendas o, quizás, ya no le dejaron salir de vuelta de su casa. Dudé pensativo por unos ratos, exaltándome por momentos. La huelga también podía haber influido en su promesa rota. Cuando el crepúsculo vespertino crecía, pude observar a ciertas distancias lejanas a un grupo de jóvenes, que deberían ser de mi edad, instalarse también en las orillas del río de Kimbiri, formando círculos con un equipo de sonido en medio, quienes escucharían músicas psicodélicas a todo volumen y fumarían cigarrillos o porros de marihuana contándose historias tórridas, algo que me dio mala espina. Sin otra solución que esquivarlos y enfrentar mi problema, como yo vivía en San Francisco, decidí cruzar el Río Grande para volver a casa. Fui semidesnudo en medio de la selva laberíntica por unos caminos de tierra hasta llegar a las riberas arenosas de Fundación, también zona predilecta y escondite de amantes, adolescentes y jóvenes de vida disipada, hasta llegar al Apurímac. Crucé el Río Grande, que era treinta veces más grande que el río de Kimbiri. En la otra orilla, por la zona de Fundación, continué bañándome escondido entre las aguas y las sombras hasta las diez de la noche, esperando el momento oportuno; solo así regresé a casa pensando en Marlie. Quizás le haya ocurrido algo malo, y tuve un atroz presentimiento.

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Sobre el autor: J. R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Espejo Humeante, Penumbria, Monolito, Retruécano, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Revista Sputnik, La Gualdra, entre otras.

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na cosa es segura, mi hermana había sido enviada por algún dios. Cuando lloraba, las nubes se tornaban oscuras y lluvia gorda bajaba del cielo. A mis padres les preocupaba esta situación así que mantuvieron esto en secreto y me amenazaron en muchas ocasiones sobre lo que me pasaría si revelaba los poderes de mi hermana. Por lo que el tema no se mencionaba nunca. Incluso la llamaron Merary, que significa: amada. Pasaron los años y ella crecía. Si sabía o no de aquel don, lo ignoré siempre. Pero era cuidadoso en no hacerla enojar, pues desde aquella vez que le pegué, al pueblo entero lo azotó una tormenta de arena. Cuando cumplió los once tuvo su primera sangre. Se tornó indomable. Un par de semanas después llegó muy molesta. Un joven la había manoseado. Y vi llover fuego y granizo. Como pudo, mamá la calmó. Durante los meses continuaron ocurriendo este tipo de eventos, cada vez que ella se lastimaba o enfurecía. Comprendí que esto debía parar. Cualquier día podría matarnos con esos terribles poderes. Así que le asesiné. Entonces todo se oscureció. Nos cubrieron las tinieblas.

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Sobre el autor: Juan Rogelio (Ciudad de México, 4 de abril de 1994). Cuenta con una página en Facebook (https://m.facebook.com/Juan—Rogelio—108979084074895), donde comparte, entre otras cosas, algunas de sus obras. Ha publicado poesía en Legüera Cartonera; en Teresa Magazine; en Fanzine Parasitosis; Perro Negro de la Calle; La Letrina; Elipsis Revista; Los Demonios y los Días; Óclesis, Víctimas del Artificio; en la Red de Escritores y Escénicas Potosí; en Puerta Escarlata; en Revista Literaria Raíces; Maquina Combinatoria; y Palabra Infinita. Varias de ellas fueron recitadas, por el locutor André Michel, en Spotify, para la colección #AudiosDeConsumo, del grupo Existencias; y otra más por Gerardo María Giraldo Pérez, para la edición 22 del podcast El Buen Cruel. En narrativa, ha colaborado en Caracola Magazine; en Perro Negro de la Calle; en Fanzine Parasitosis; Comunidad Tus Relatos; delatripa; Pandemic Society; en la revista Unión José Revueltas; en El Narratorio; en Cardenal Revista Literaria; y en Herederos del Kaos.

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ueno. Hazme algo de cenar, ¿no? La forma de pedírmelo, tan insolente, y su cinismo, hizo que dejara de escribir mi tesis, casi de inmediato, y que lo volteara a ver, incrédula. —¿Qué cosa? —pregunté, aparentando que no había escuchado lo que acababa de

decir. —Que me hagas algo de cenar —dijo Leo, que no parecía haberse dado cuenta que me había ofendido—. Tengo mucha hambre. —¿No ves que estoy ocupada? —le pregunté, usando su mismo tono insolente —. Hazlo tú. —Yo no sé ni freír un huevo —me dijo él, como compadeciéndose por su falta de habilidades culinarias. —No, pero sí has de saberte hacer, aunque sea, una taza de café, ¿no? Pues ve y háztelo, aunque sea. —¿Nada más café? —me preguntó —. ¿Qué crees que eso me va a saciar mi hambre, o qué? —¡Leo, ya te dije que estoy ocupada! —le grité —. ¡Y fíjate cómo me hablas, que no soy tu criada! ¡Soy tu hermana mayor! —Pues ni lo pareces, porque… —¿Por qué? —le interrumpí —. ¿Porque no te quiero hacer de cenar? ¡No soy tu criada, niño, ya te dije! Me levanté, con las manos puestas sobre la mesa, y mirando a mi hermano, verdaderamente enfadada. —Ni yo ni mi mamá, para que te lo sepas bien —seguí —. Ni ella ni yo tenemos la obligación de hacerte de comer como si tuvieras cuatro años. A tu edad, ya deberías de saber hacerlo. Ah, pero mejor ocupas tu tiempo en andar aprendiendo cómo hacer unos trucos de magia estúpidos que en hacer algo para dejar de ser un pinche inútil, ¿verdad? Hasta yo me sentí un poco mal por esas palabras tan duras. Pero es que eran necesarias. Si no se las decía así, Leo iba a navegar por la vida con la bandera del clásico hombre, que piensa que ya por ser uno, puede darse el lujo de solo ser una máquina de hacer dinero, y no hacerse cargo, absolutamente, de ninguna labor doméstica. ¡Benditos hombres! Ya creen que, por traer el dinero a la casa, pueden no aprender cómo hacerse, aunque sea sencillamente, de comer, ¿no? ¡Pinches comodinos! Le lancé una mirada venenosa, antes de sentarme para reanudar mi trabajo…

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Sobre el autor: Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de las revistas virtuales El Muqui y Minúsculo al Cubo. Es administrador de la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021).

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aminó durante un par de horas por una zona boscosa, ascendió una loma y descendió por un extremo, pronto llegaría a su meta y tendría lo que buscaba. Era un hombre atlético, de treinta y tres años, vestido con sencillez. Sus zapatillas nuevas habían soportado bien el trayecto, le serían de gran utilidad en experiencias futuras. Una vez que llegó a la carretera, se tendió sobre la calzada mirando hacia el cielo, no debía quedarse dormido, solo había de aguardar a que pasara alguien. No era una vía muy transitada, pero los automóviles surgían cada tanto. Atardecía, la espera se le hacía larga, aunque tolerable. Al cabo de media hora apareció un vehículo, el sujeto levantó el torso y el carro lo evitó, giró de golpe hacia un lado, a un abismo de cuatro metros, y se estrelló contra un árbol. El personaje se puso de pie y se aproximó allí, sin prisa; un adulto y una mujer estaban en los asientos de adelante, no se movían, había sangre. Atrás, a la derecha, un asiento de bebé, vacío. Una niña lo miraba con fijeza desde el asiento trasero izquierdo, tenía una herida en la frente. Él la observó durante algunos minutos. No había ruido, tan solo se oía el canto ligero de los colibríes. Ella cerró los ojos. El hombre se dio media vuelta y se retiró, siguió la ruta por donde vino. Vivirían, morirían, no le importaba. Lo visto lo dejó satisfecho. Su maldad del día había resultado exitosa.

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Sobre el autor: J. R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Espejo Humeante, Penumbria, Monolito, Retruécano, Nudo Gordiano, Teoría Omicrón, Revista Sputnik, La Gualdra, entre otras.

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unca el papel principal de la historia segundón, el amigo de…, el invisible e intrascendente [desapercibido]. Y desarrollé el miedo al rechazo, al: Tú no puedes ser Gokú, al: Demasiado bella para ser tu novia. Y dar por siempre un paso atrás hacia lo oscuro atrás de los libreros. Por lo menos ahí me construía los amigos. ¿Cuándo fue que cambió? ¿Cuándo intenté ser el número uno? Solo intentos… nunca logros. Uno se conforma con: Es mejor seguir buscando, el tropieza y asciende, como Sísifo y su roca de castigo sube y baja cual humano aspiracionista. ¿Habrá lugar para mí en el empíreo? Solo el Hades he ganado / que me lo tienen prometido.

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Sobre el autor: Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), La mofa de la vida (Revista de creación literaria y humanidades Gibralfaro, Universidad de Málaga, España, 2020), entre otras. En 2022 publicó su primera antología de cuentos en físico, Lo extraño y lo fantástico, con la editorial mexicana Hayal Gücü.

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l poema expresa. La acción ejecuta. Rómpase después de leer. Acepto que su presa fui. Pero se pierde el tiempo deificando tal emoción; que se disolverá; que, si uno no es sagaz, resulta más una necesidad que estorba. Alguna vez, y sin experiencia, fui impulsado por ideales impuestos por ficciones. Hablo del concepto que se sabe a partir de creencias de terceros. Abstracción de mil caras; que nadie, en concreto, sabe definir. Eso es un error necesario. Un error del cosmos adquiriendo conciencia y llenando vacíos mentales en su extrema soledad. Y solo, en su extremo opuesto, uno puede darse cuenta de su fragilidad intrínseca, de su vacua cualidad. Yo he amado, porque he odiado, y viceversa. Y pobre de aquel, ¡toda la culpa y rencor del mundo! Quien anteponga su ego antes que al dichoso amor. Yo digo que No. Uno ofrece demasiadas cosas para soportar esta vida insana como para querer dar la espalda a la unicidad del ser. El amor ya no me usa. Yo lo uso a él. A mi conveniencia. A mi placer. Y tal afirmación provocará muecas, disgusto. Es por eso por lo que el poema expresa y la acción ejecuta. Por ende y al gusto, rómpase después de leer.

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Sobre la autora: Esmeralda García (Guadalajara, Jalisco. México. 1970). Estudió la licenciatura en Psicología y la maestría en Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. En la actualidad es profesora en nivel secundaria. Poeta independiente, expresándome en verso libre, haiku y siglema. En proceso de autoconocimiento permanente; escribiendo sobre el amor, desamor, erotismo, causas sociales, poesía lésbica, feminista, etc. He publicado un poemario: Mujer Esteparia (2019) en Proyección Literaria. Antologías: Deleite: Vida y Placer (2013), Poéticas de los sures femeninos (2020), Versas y Diversas, Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea (2020), ¿La vida en rosa? (2020), Proyección Literaria. Travesías del confinamiento: Haiku y siglema (2020). Mujeres en campo minado (2020) Proyección Literaria. Muestrario Nacional 2021, Jalisco (2021) Maya Cartonera-Ave Azul. Ha participado en revistas digitales como: Perro Negro de la Calle (No. 46, 47, 50, 54, 55, 56,57,60,63), Almicidio, Poetómanos, La Coyolxauhqui, Especulativas, Unión “José Revueltas” Revista Independiente, Acuarela Humanística, Resonancias SoM, Revista Tlacuache, etc; diversas fanzines, asi como en lecturas colectivas, festivales de poesía virtuales.

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res madreselva, girasol hierbabuena.

A veces rompeolas, aguamarina en la marea baja. Asimismo, bienaventurada sinfín. Bienvenida corazón de hojalata, pasatiempo agridulce que me mantiene cabizbaja. Cuentagotas de pasión que ya se desborda. Eres selvamadre solgira buenahierba.

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Sobre el autor: John Puente de la Vega Chávez (1981) nació en la ciudad de Quillabamba, Cusco, Perú. Es antropólogo y se ha desempeñado como promotor cultural en proyectos de recuperación y puesta en valor del patrimonio cultural. Tiene relatos publicados en formato físico y virtual.

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inco de la madrugada y el espectro sigue ahí, observándome, desde su rincón. No he pegado las pestañas desde que su sombra vino para desesperanza mía. Varias veces quise levantarme de la cama, encender la luz y ahuyentarlo; pero cuando lo intento él camina hacia mí, con la actitud de un perro rabioso que está a punto de atacarme. A veces, su mirada es de fuego y los músculos de su boca se repliegan para mostrar una ira incontenible; otras veces, sonríe de una forma espantosa. Estamos él y yo, solos, en una especie de duelo, donde cada uno mide en el otro su fuerza o debilidad. Aunque, en esta riña infernal, debo suponer que yo no soy más una presa frente a su predador o, si se quiere, un prisionero de su maligna presencia. Apareció alrededor de la media noche cuando un ruido extraño me despertó; parecía un traqueteo de pasos confusos y débiles que se extendía por toda la habitación. Extendí un brazo para encender la lámpara de mi velador y entonces lo vi, lo vi quieto en ese rincón, junto al ropero, donde apenas llegaba la luz. Proferí un grito de terror y de un salto corrí para escapar; pero, antes de siquiera tocar la perilla de la puerta o poner un dedo en el interruptor de la luz, esa cosa se puso en frente de mí. Me quedé paralizado al ver de cerca lo horrendo de su rostro que asemejaba a un demonio enfurecido. Retrocedí hasta mi cama y noté que él también avanzaba lentamente hasta su esquina. No dejaba de mirarme; aunque ahora estaba con una expresión serena que, de alguna manera, me tranquilizó. No me atreví a intentar otro escape. En vez de eso, esperé a que alguien, el conserje o los huéspedes, acudieran a mi ayuda por el grito que di. Mientras tanto, sin perder el miedo, observé con curiosidad su figura traslucida que parecía hecha de alguna sustancia volátil, oscura, como una porción de anilina negra que se diluye en agua. Sin duda, era el fantasma de una persona de mediana edad: delgado y ojeroso, con una expresión en su rostro de hastío por la vida o la muerte. Verlo así, desde lejos, me provocaba lástima; pero, cuando estaba cerca, su rostro se arrugaba con una furia desbocada. Como nadie venía en mi ayuda y el miedo se hacía más grande, comencé a impacientarme. A cada minuto que pasaba se me hacía un nudo en la garganta que me impedía tragar saliva e, incluso, respirar. Entonces, en un intento por no caer en la desesperación y la locura, intenté razonar con él. Le pregunté quién era, de dónde venía, qué era lo que deseaba de mí; pero él solo sonreía maliciosamente, como si disfrutara del pánico que exudaban mis poros y la incertidumbre que me devoraba por dentro. En ese trance se me ocurrió una idea. Supuse que el espectro necesitaba de la oscuridad para existir. No en vano se refugiaba entre las sombras y amenazaba atacarme cuando intentaba acercarme al interruptor. Pensé con ingenuidad que su debilidad era la luz y, ya que no me dejaba encenderla, no me quedaba más remedio que esperar hasta el amanecer. Miré el reloj y me consolé al saber que faltaba pocos minutos para que la bendita luz de la mañana entrara por mi ventana. Ahora son las cinco y media. Falta poco, casi nada, para que salga el sol. Ignoro si mi compañero se da cuenta de ello, pues sigue igual que antes: imperturbable, misterioso, y no deja de mirarme. Los ruidos de las manecillas del reloj resuenan en las cuatro paredes de la habitación, segundo a segundo, con una distancia tan lejana a lo habitual. Así, los pocos minutos que faltan se hacen eternos. Comienzo a sudar. Estoy tan cerca, tan cerca de poner fin a todo esto; pero algo, muy en el fondo, me dice que no acabará, que aquel demonio, bajo una aparente quietud, tiene intenciones ocultas y malignas conmigo; que espera, al igual que yo, un desenlace incierto.

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¡Al fin! ¡Al fin! La luz atraviesa las cortinas blancas y de a poco se diluyen las sombras. ¡Qué alivio! ¡Me siento vivo de nuevo! Miro al espectro que sigue quieto en su rincón. Se desvanece, pero está sonriendo como si compartiera mi alegría o se liberara de una terrible condena… Se va, se va… desaparece por completo… Por fin se ha ido… Mi corazón palpita de nuevo. De pronto un dolor en el pecho… un ardor en la frente… escalofríos… oscuridad. Abro los ojos. Estoy confundido. Me duele horrores la cabeza y una sensación de vértigo me obliga a tirarme al suelo. ¿Quién está sobre mi cama? Me esfuerzo en mirar y cuando me doy cuenta de todo, siento un fuego arremolinarse sobre mi nuca. Mi cama está, ahora, ocupada por aquel fantasma que ahora se ha apoderado de mi cuerpo. Mientras que yo ¡infeliz! estoy del otro lado, en el mismo rincón que ocupaba él… Me he convertido en un espectro invisible, un éter intangible, incapaz de hacer nada, más que contemplar mi desgracia y ver al intruso marcharse con mi cuerpo, con mi identidad y toda la vida que llevaba a cuestas… Lo perdí todo, todo. Me encuentro solo en la habitación con una vorágine de pensamientos que aún no cala en mi cabeza. No sé cuánto tiempo más he de quedarme aquí, si pasaré hambre o frío, si hallaré en la noche a otros demonios como yo, si vendrán a atormentarme o a compartir sus penas. El único consuelo que me queda es saber que hay una manera para salir de aquí, esperar a que otro huésped ocupe mi habitación, la n° 700.

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Sobre el autor: Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de las revistas virtuales El Muqui y Minúsculo al Cubo. Es administrador de la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021).

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ranquilo, se hará justicia —dijo el juez. —Por eso mismo, ¡estoy jodido! —respondió el acusado por violación y asesinato. El culpable deseó vivir en un mundo sin justicia, donde las leyes no se aplicaran del modo correcto, donde los criminales no pagaran por sus fechorías. No obstante, tan solo se trataba de un bonito sueño, su delito era tan obvio que mínimo le darían cadena perpetua. Perdió las esperanzas, pasó entre rejas varios días, semanas, los otros facinerosos le decían que se cuidara, que pronto tendría su merecido. Se asustó, a los abusadores de menores les esperaba un destino muy duro en prisión. Empero, nunca nadie le tocó un pelo. El sujeto se dijo que su suerte era insólita. Un día, su abogado se presentó ante él y le dijo que, gracias a una maniobra legal, quedaría en libertad al día siguiente. El malhechor se alegró sobremanera, cantó y bailó en su celda. «Después de todo no se ha hecho justicia», pensó. Las autoridades lo eximieron de culpa. El sujeto salió a la calle, orondo, silbando, pensó a qué se dedicaría en adelante. Quizá un nuevo refocilamiento en unos meses, alguna chiquilla de los pueblos aledaños, aunque esta vez habría de ser muy cuidadoso. Luego de caminar varias cuadras sintió que lo seguían. Se fijó en los alrededores, y no pudo hallar a nadie. Las calles estaban demasiado solitarias, parecían presionar su robusto cuerpo. Percibió un ligero zumbido que se aproximó con velocidad a su cráneo… el impacto lo derribó, haciéndolo caer de espaldas. La sangre cubría su visión, el cielo se tiñó de rojo. Solo estuvo vivo unos segundos más, le sirvieron para comprender que le habían disparado. A su mente vinieron las intimidantes palabras del juez: «Tranquilo, se hará justicia».

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Sobre la autora: Esmeralda García (Guadalajara, Jalisco. México. 1970). Estudió la licenciatura en Psicología y la maestría en Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. En la actualidad es profesora en nivel secundaria. Poeta independiente, expresándome en verso libre, haiku y siglema. En proceso de autoconocimiento permanente; escribiendo sobre el amor, desamor, erotismo, causas sociales, poesía lésbica, feminista, etc. He publicado un poemario: Mujer Esteparia (2019) en Proyección Literaria. Antologías: Deleite: Vida y Placer (2013), Poéticas de los sures femeninos (2020), Versas y Diversas, Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea (2020), ¿La vida en rosa? (2020), Proyección Literaria. Travesías del confinamiento: Haiku y siglema (2020). Mujeres en campo minado (2020) Proyección Literaria. Muestrario Nacional 2021, Jalisco (2021) Maya Cartonera-Ave Azul. Ha participado en revistas digitales como: Perro Negro de la Calle (No. 46, 47, 50, 54, 55, 56,57,60,63), Almicidio, Poetómanos, La Coyolxauhqui, Especulativas, Unión “José Revueltas” Revista Independiente, Acuarela Humanística, Resonancias SoM, Revista Tlacuache, etc; diversas fanzines, asi como en lecturas colectivas, festivales de poesía virtuales.

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na noche con café expreso una madrugada que nos sorprende, entre charlas que desnudan intimidades develando que estamos infinitamente solas. Espíritus libres y un hotel de paso. Estar contigo entre sábanas, sentirte a mi lado, sorora acariciar tu cabello, tocar suavemente tu mejilla delinear despacio tus labios abrazarme a ti y suspirar, suspiro que me lleva a su recuerdo, suspiro que causa dolor. ¡Qué gran encuentro el de anoche! No quiero desprenderme aun de sus labios de su mirada, de su cuerpo. Un café expreso y un hotel de paso.

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Sobre la autora:

Alejandra Cruz Castillejo nació en Zirahuén, Michoacán, México, en 1983. Graduada como Lic. en Educación Primaria en la Escuela Normal Urbana “Profr. J. Jesús Romero Flores”. Ha colaborado en las antologías Normalista 2004, Los otros motivos tomo 1 2021, Homenaje a la literatura contemporánea 2021 y Alas de mariposa 2021. Actualmente ha publicado en las revistas Rigor Mortis, Perro Negro de la calle, Cantera, Posada Almayer, Komuya, así como en páginas de difusión cultural. Es fundadora del “Colectivo Cultural Voces de Michoacán”.

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B

ajo el sol punzante, sobre la arena caliente caminaron sin detenerse. Los hombres sedientos deseaban llegar pronto a donde él los dirigía. Ya hacía tiempo que habían iniciado ese peregrinaje. —¿Señor, hacia dónde vamos? El tlatoani continuó su camino, sin prestar mayor atención a la interrogante antes

hecha. —Señor, dígame, ¿será que pronto llegaremos? Una mirada bastó para que el joven guerrero comprendiera que el camino apenas iniciaba, se conformó con poner sus pies sobre las marcas que el gran señor dejaba a su paso. El resto de los caminantes avanzaron sin rechistar un poco. Un par de horas después resopló el fresco viento, era la señal de que los bosques estaban cerca, posiblemente encontrarían agua y los animales de caza abundarían. Tierras más adentro encontraron el cauce de un río, ahí llenaron sus guajes y bebieron hasta refrescarse. El tiempo apremiaba, debían llegar a un lugar seguro antes del anochecer. —Anuncia a los hombres que deberán ir de caza. Es necesario traer algunos jabalíes y venados tiernos, también un armadillo. A las mujeres, diles que deben recostarse con las crías bajo la sombra de los pinos. El siervo de inmediato organizó a las mujeres y hombres. En el bosque se perdió la columna de fieles guerreros que marchaban a su encomienda. —¡Señor! ¿Podemos quedarnos esta noche aquí? Las crías ya están cansadas y algunas mujeres traen ampollados los pies. Algunos se preguntan ¿hasta cuándo haremos asiento de casa? —dijo la mujer más anciana. —No son los pies los que se cansan, es tu espíritu el que se doblega. No te preocupes, mujer, pronto traerán el armadillo, vas a juntar la grasa y después de calentarla la vas a untar en tus pies cansados, los demás harán lo mismo. —Señor, pero dormiremos hoy aquí, ¿verdad? —Sí, aquí estaremos hoy y tres amaneceres más. La mujer se sintió aliviada al saber que después de una semana de caminata, al fin descansarían más horas, aunque sabía que seguirían en el peregrinar como lo hacían desde hace tiempo. Ese día se dieron un banquete. Era difícil negarse a comer asado de jabalí después de alimentarse con pitayas durante días. Por la noche los árboles se arremolinaron, algunos vigilaban atentos, no deseaban ser sorprendidos por las tribus enemigas. Mientras tanto, mujeres y niños reposaban sobre los petates y cubrían sus menudos cuerpos con mantas de algodón o pelo de conejo. En esos ratos de descanso las doncellas tejían huipiles y mantas para cubrirse el frío. —Caminaré hasta que sol me cubra con sus rayos, hasta que estos crucen mi piel y enciendan mi sangre. Hasta que mi ojo ligero divise como las águilas y aniquile como las serpientes. Hasta que mis pies se hinchen como cuando te pinchan con las agujas de maguey. Cuando esto suceda, entonces los dioses nos darán la señal que buscamos, es ahí donde levantaremos nuestro pueblo. ¡No desistan! Que sus corazones apapachen a estos caminantes, ¡caminen con el espíritu y olvídense de sus cuerpos! En silencio algunos sintieron remordimiento por haber abandonado Aztlán, era tarde para el regreso, allá serían sacrificados por su deslealtad, pero qué hacer, acá podían pasar demasiadas lunas sin encontrar la señal. En cada caminata se alejaban de su ombligo, sin darse cuenta de que se dirigían hacia una nueva era.

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En ese nomadismo voluntario aprendieron grandes cosas, a curar los males con las hierbas y a mejorar sus técnicas de casa. También construyeron nuevos artefactos para el hilado. Las niñas en doncellas se convirtieron y las mujeres jóvenes de aquel tiempo ahora tenían la piel correosa y surcada. Los guerreros fuertes que de Aztlán salieron se convirtieron en ancianos que con su sabiduría adiestraron a los más jóvenes con técnicas de combate. Se formó entonces una cultura única, guerrillera y vivaz, la cual siempre estaba a la búsqueda de un ideal. Sucedió que en el día menos pensado los ojos de un nuevo tlatoani divisaron sobre ese cristalino lago la señal que tanto estaban buscando, la señal del poderío, el lugar donde deberían fundar su pueblo. —¡Hemos llegado! ¡Alégrense! Quetzalcóatl nos ha enviado la señal. Nuestro pueblo será el más grande, delante tienen su nuevo pedazo de tierra. Ahí donde el agua relumbra está nuestro nuevo ombligo, sobre el islote nuestra águila se ha posado y devora la maldad. Al fin los pies cansados y con llagas descansarían, aunque el trabajo que se vino fue inmenso. Eran ágiles como el águila, por ello a partir de ese momento decidieron que los llamarían guerreros águila, ellos serían los amos y señores de todo el valle. Adiestraron a sus hijos, y sus hijos a su vez hicieron lo mismo. Fue así como incontables soles después lograron desarrollar la ciudad más majestuosa de todos los tiempos, su nombre hizo eco en las montañas más alejadas, en la selva y en las costas. Eran temidos y a la vez respetados. Hombres, mujeres y niños abandonaron su ombligo sin saber que hasta nuestros días serían recordados como la cultura más majestuosa de nuestras tierras. La preciosa tierra mexica.

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A

esas horas de la mañana el metro ya iba a tope, Diego, como todos los días, había realizado su rutina normal, se había levantado con un ligero dolor de cabeza a lo que pensó: «no debería preocuparme, no es nada que un par de pastillas pueda arreglar», pero, a los pocos minutos de haber salido de su departamento comenzó a sentirse nauseabundo y cansado. Al ingresar al metro, sintió el pequeño ascenso de temperatura y un zumbido que se parecía a los chillidos de unas ratas. Para cuando llegó a la primera estación, ya se había convertido definitivamente en fiebre, estaba teniendo mareos y alucinaciones, frases como: «¡comida!», o, «muerde, muerde…» se repetían constantemente en su cabeza, pero no podía faltar, ya había aplicado dos veces la excusa de estar enfermo ese mes, y ahora que realmente la necesitaba, no la podía usar. Además, desde hacía ya un par de semanas que los casos de personas desaparecidas o muertas en condiciones extrañas se habían multiplicado alarmantemente, y se imaginó que tal vez al verle llegar en esas condiciones, de seguro su capitán o sus compañeros al verlo así, lo enviarán directamente a la enfermería, y entonces, el médico en turno le dejaría ir, solo tenía que presentarse, era un buen plan. Una estación después sintió cómo todo iba empeorando, al mirar frente a él, se encontró con un anciano desaliñado, de piel morena y abundante barba canosa, parpadeó y por un momento logró ver a través de él, en su interior. Era una serie de líneas luminosas que transportaban luz de un lado a otro del cuerpo, era como si en el sistema circulatorio se cambiara la sangre por líquido brillante, como el de las lámparas fluorescentes. Después de un par de parpadeos, la imagen se fue, y eso le siguió ocurriendo con el resto de los pasajeros de su vagón en ese tramo del trayecto, aunque logró reconocer un patrón, a mayor edad, mayor brillo, y el tono de la luz iba del color azul al rojo. Cuando llegaron a la siguiente parada, el brusco freno casi lo hace salir volando, menos mal que se encontraba bien agarrado del tubo vertical, al cual se apretó con todas sus fuerzas y se dijo: «un par de paradas más, un par de cuadras caminando, tres pisos por las escaleras, y llegaré a mi destino», con la intención de calmarse. Una joven embarazada que se encontraba detrás de él le llamó la atención con tono brusco, al parecer ya lo había hecho en más de una ocasión, pero él no se había percatado, molesta, lo empujó con el hombro desnudo al pasar junto a él. Como consecuencia de ese minúsculo contacto un hilo tenue de luz se desprendió de ella hasta llegar a él, de inmediato sintió un subidón de energía, como si de una droga dura se tratara, se comenzó a sentir mejor, pero ahora, las voces se escuchaban mucho más claras, fuertes y concisas, ya no solo balbuceaba palabras o frases de manera incoherente, ahora le hablaban claro y directo, le estaban dando órdenes. Una de las voces, furiosa le gritó: «¡Ve a por ella! Persíguela hasta que esté muerta de miedo, entonces acorrálala en un callejón oscuro y hazla pedazos, come sus tripas, y báñate en su sangre», mientras que otras voces gritaban llenas de júbilo: «¡Sí!», y él comenzó a sentir un extraño placer con la idea. Al darse cuenta del rumbo al que esas ideas lo estaban llevando, se forzó a detener esos pensamientos. «Pero ¿qué diablos le ocurría? Él era un oficial de policía decente y honrado, ese tipo de pensamientos no debían tener cabida en su cabeza», se dijo en tono preocupado, se serenó, y notó cómo otra vez le llegaba el bajón de energía, pero ahora fue más brusco que antes. Él ya tenía experiencia con drogas, un tiempo sirvió en el departamento antidrogas, y al final, siempre había alguien que encontraba la manera de sustraer un poco de cada decomiso sin que nadie lo notara, y ese subidón de hacía un momento, lo supera todo con creces.

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Cuando arrancó el vagón de nuevo, no pudo despegar la vista de una atractiva mujer, se veía su pelo un poco desarreglado y el maquillaje descuidado, en contraste con su impoluta vestimenta, se encontraba sentada a unos metros de él, pero no le interesaba su apariencia física, sino su interior. Brillaba como si de un árbol de navidad se tratara, como si en lugar de usar esos focos minúsculos usará reflectores, esa visión solo le duró unos minutos, y al regresar a la realidad, se encontró con el rostro de la mujer lleno de asco y desprecio. Avergonzado, de inmediato llevó su mirada al suelo, «que vergüenza, no quiero ni imaginar lo que esa mujer está pensando de mí, ha de creer que soy un maldito pervertido, lo que me faltaba», dijo en voz muy baja desconsolado. Esto que me está ocurriendo, pensó, debía ser por la picadura de la víbora blanca con la que se topó en la escena del crimen del día anterior, donde falleció el anciano, aunque el médico que lo revisó le dijo que todo estaba bien, que de seguro era de esas serpientes que no tienen veneno, pero por la noche no pudo dormir, se despertaba cada tres horas con hambre y a pesar de haber comido algo, se levantó con dolor de cabeza. Estaba tan perdido en su cabeza, que no se percató cuando llegaron a la siguiente estación, esta vez no pudo sostenerse del poste, y salió disparado, chocando con un par de hombres frente a él, uno de ellos, un moreno que se veía a leguas de mala calaña, inmediatamente se le puso enfrente amenazándolo, pero Diego solo veía como todo su interior se tornaba de color rojo, y a medida que las amenazas subían de tono, el color rojo brillaba aún más. «¡Glorioso!», exclamaron las voces en su interior, que parecían haberse multiplicado, y sin pensarlo dos veces, Diego lo tomó del brazo y sintió una sobrecarga de energía por todo el cuerpo, esta vez el éxtasis fue mucho mayor, incluso sintió que la fiebre por un momento había desaparecido, pero el hombre que acompañaba al moreno, que tenía un tatuaje circular bajándole por el cuello intervino, quitándole la mano del brazo, y llevándose al moreno al extremo contrario. Diego no logró entender lo que decían, era como si ellos se encontraran en un túnel muy lejano, pero alcanzó a comprender que el del tatuaje le explicaba al moreno que se alejara de él, que se veía claramente enfermo, y que podía tener algo contagioso, pero él seguía furioso e insistía en tratar de embestirme, en ese momento una de las voces regresó, más clara que antes: «Comida! Necesitamos comida, tu cuerpo no lo soportará, lo sabes, ¿no?». Pero Diego solo observaba su mano, que todavía sentía un leve cosquilleo en la palma. Un ruido lo regresó a la realidad, y observó cómo la gente a su alrededor se alejaba discretamente de él, dejándolo con un profundo sentimiento de vacío.

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Sobre el autor: Javier Dumenes. Rancagua, Chile. Nació el 7 de enero de 1999 en Rancagua, Chile. Estudia licenciatura en filosofía. A intervenido en revistas como perro negro de la calle.

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L

os días de sol suelen ser oscuros cuando todo sale mal. Y el dolor de corazón es cada vez más fuerte, como si fuera un frágil hilo a punto de cortarse.

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Sobre el autor: Santiago Garcés Moncada. Nació en Itagüí el 3 de junio de 1999, ha sido galardonado en diferentes concursos nacionales e internacionales, resaltando que ha sido dos veces ganador del Premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí (2018 y 2020), es co-autor del libro Deshielos de tinta, Antes del 2020 y de Medellín en 100 palabras 2019. Abriéndose fronteras fue seleccionado para publicar sus cuentos y poemas en más de cincuenta periódicos, libros físicos, digitales, revistas, antologías y programas de radio en alrededor de doce países, tanto latinoamericanos como europeos. Actualmente estudia ingeniería electrónica en la Universidad de Antioquia, es miembro del taller literario LETRA-TINTA y es cronista de la revista BOHEMIA.

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E

l presente ha dejado de venir a mi mirar, todo ahora es pasado, no hay retorno, todo recuerdo vive por la melancolía, la academia ha tornado mi fuego en cenizas, la monotonía es una cadena hecha de hilo que me es imposible romper solo, el amor es pan y circo en bancarrota, ya no alcanzan los besos para curar la costumbre, arañas sobre la ciudad son mis miedos tejidos en nubes negras cargadas de llanto. Han dejado de gustarme los arándanos y las películas, la comida de la infancia sabe a tiempo descompuesto, ahora solo bebo de mi ausencia ante la sed, ayuno de sueños decapitados por la lengua de quien pare regresan a mis manos sin cabeza como demonios que me poseen en silencio, la conciencia me delata, mas nada queda, mi vida es un caos en busca de orden, encontrarlo es un capricho que oso llamar destino, ya no hay días, solo duplicados de otras vidas, hombres de espejo se presentan y me roban la silueta, se me pegan a la piel, pero son ajenos, me toman por el cuello como apretadas corbatas pero carecen de esa locura en la mirada, no conocen el hastío, solo son recién nacidos en el arte de imitarme, no conocen el dolor que hay tras la camisa, la miseria de encarnarme, hombres duplicados que me hacen de escape ante la muerte que se confunde entre tantos rostros, mortalidad, única pieza de destino conocida...

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E

l tren de nuevo arrancó, «solo una parada más y podré tomar aire fresco, eso es lo que necesito», se dijo tratando de darse ánimos, pero entonces comenzaron los escalofríos, unos espasmos que se sentían terrible, pero al parecer, nadie más notaba, eso sí, después del espectáculo del vándalo, la gente no estaba muy pendiente de sus movimientos. De repente, sintió un mareo brusco que lo desorientó, por un momento todo se tornó negro y escuchó un horrible grito, era de la joven a la que se le había quedado viendo, que hasta hace unos momentos se encontraba a unos metros de él, y ahora la tenía frente a él, suplicando, mientras unas cosas, hilos obscuros invadían su piel canela. Después de unos segundos notó cómo poco a poco la luz que había observado dentro de ella subía por esos hilos, mientras su piel se tornaba más y más gris hasta terminar completamente opaca y descolorida. Más gritos le siguieron, con el mareo, ya no lograba distinguir entre los de los pasajeros y los de su cabeza, todo se había vuelto borroso y confuso, perdía la vista por momentos, pero sentía como se llenaba poco a poco, hasta que todo se quedó oscuro. Se sintió en calma y muy cómodo, como en aquellas contadas visitas a sus parientes de provincia durante la primavera, en el monte, donde la temperatura cálida rodeaba su cuerpo, mientras una fresca brisa le acariciaba la piel, era una sensación tan agradable, que terminó haciendo que se quedara dormido. Cuando despertó, supo que habían pasado varias horas, el vagón se encontraba en completa oscuridad, y él se sentía muy pegajoso y sucio, pero mucho mejor. Debió de quedarse dormido y de seguro el chofer ni se molestó en revisar si quedaban pasajeros en su vagón. Sacó su celular para poder iluminar su camino de regreso, pero nada lo preparó para la escena que encontró; todo estaba bañado en sangre, lleno de cadáveres despedazados por todos lados, y al otro extremo estaba una criatura con apariencia lobuna, dándose un festín sobre el cadáver de su víctima. La piel de la criatura le recordaba a la textura y el color del petróleo. Diego, lentamente, comenzó a avanzar hacia la puerta más cercana, pero cuando estaba ya a solo dos pasos pisó un pedazo de vidrio que crujió, haciendo eco por todo el vagón, llamando la atención de la criatura que, de inmediato, se giró bruscamente en su dirección. Esa cosa era peor que las criaturas que había visto en las películas de terror, el pelaje parecía moverse con vida propia, como si de una corriente de esa cosa viscosa y oscura que lo cubría fluyera a través de él, y al poner atención en su cabeza entonces se percató que la tenía separada verticalmente en dos partes, y en el centro abierto un gran ojo color rubí que emitía una luz fantasmal le devolvió la mirada. Lentamente la criatura se paró en dos patas, y caminó hacia él, eso le dio la apariencia de ser más enorme de lo que ya parecía en un principio, y de su rostro salió una voz que parecía contener cientos de tonos distintos, como si de una multitud se tratara y le dijo en tono de burla: «Te lo advertimos, teníamos mucha hambre.» Y entonces la criatura se abalanzó sobre él.

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