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Le suelto las cadenas a este Perro Negro de la Calle número 68. Lleno de historias, lleno de anhelos, sueños, pesares y otras realidades. El tiempo avanza, su paso es implacable, y ya nos encontramos en mayo; quisiera decir que el insoportable calor (en tierras aztecas) que nos embarga en estas fechas es de sorprender, pero, vamos, aceptémoslo, el cambio climático ya no pertenece al desconocimiento. Lector, ponte cómodo, fresco y disfruta de esta miscelánea de la aventura poética y literaria en la que se ha convertido este proyecto laguense. Está que arde.
Amaury R. Ledesma
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Sobre el autor: Antonio Pacheco Zárate. Oaxaca, México. 1974. Es autor de la antología de cuentos Sol de agosto (Ediciones independientes Matanga/2020), de la que es parte La sed, y de la novela Centraleros (Matanga Taller Editorial/2021). Ha publicado en periódicos locales y en distintas revistas y páginas literarias como: Sucedió en Oaxaca, Noticias, El imparcial, Tiempo, Efecto Antabús, Corónica, Anuket, Almiar, Almicidio, Perro Negro de la Calle, Letra de Kmbio, Interlatencias, entre otras.
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—Despacio, sobrino, el mezcal es traicionero.
—No más que una vieja cabrona —dice Lorenzo. El mezcal que no llega a la garganta busca camino desde la comisura de los labios, cae convertido en gotas de desilusión en la madera carcomida. El despecho se queda. —Estás muy chamaco. Te falta vivir. —Pero ya quiero empezar. Si no, dónde la gracia, pues. El rumor del río es melodía natural entre canción y canción. Lupe, el de Bronco, ruega desde la rocola que no quede huella. La anciana cantinera vuelve a llenar los vasos. Alguna vez fue una bonita muchacha, dicen. La juventud no se fermenta; se pudre. Nadie ocupa las otras cuatro mesas cojas. Paredes de ladrillo. Guaraches sobre tierra apisonada. Luz amarilla de un foco en cuyo ladrón la cadena se extiende con un cordel que se balancea sobre sus cabezas. El despecho da vueltas de aquí para allá. —Esta es su primera borrachera —le dice el tío a la cantinera—. Anda tomando porque se le fue viva la primera paloma. —Y yo aquí a la espera de un último pájaro —dice ella—. Cosas de la vida. La cantinera cambia de mano la botella e intenta acariciar el pelo de Lorenzo. Él chasquea la boca y ladea la cabeza. —Todo hace olvidar el mezcal, menos las ganas de amar —dice ella y suspirando vuelve a su lugar tras el mostrador de madera. El cabello suelto, como lo llevan las chamacas. —Ya está muy vieja para andar coqueteando —murmura Lorenzo. —Esa cosita de allá abajo no sabe de años. La mujer era buena haciendo lo suyo. Lorenzo bebe apurado. Canta, y como el de Bronco él también quisiera decirle a Oralia que ya no puede más, que daría cuanto fuera por volver a empezar. La voz se le quiebra. Pero carraspea y la reafirma. Entonces promete olvidarla. Después, cuando el cantante asegura que no se van a olvidar, aunque se destruya el mundo, promete volver a buscarla. El vestido corto, bien cortito, de Oralia. El olor a jabón Zote en el cuello de Oralia. Los pechos suaves y tibios de Oralia. Las ansias de hacer lo que a toda hora imagina. El tío hace una seña a la cantinera. Le pide que los acompañe. Contrario al olvido, ella no se hace del rogar y llega con una botella que empuja al centro. —Hasta los veinte tuve yo mi primer revolcón —dice el tío. —No me acuerdo a qué edad fue el mío —dice la cantinera—. Pero espero que no haya tenido ya el último. —Eso es como el mezcal. Después de probarlo, quieres más. —Todos mis amigos ya —alega Lorenzo. —Los míos todos muertos. Y yo no tardo, pero quiero irme satisfecha. El tiempo se evapora entre tragos, palabras a gritos y canturreos desafinados. El tío avisa que va al baño. Sale al patio dando traspiés. Lorenzo cuenta a la cantinera de las ocasiones en que Oralia estuvo a punto de entregársele, pero se arrepentía en el último instante. —Por eso le dije que mejora ahí la dejábamos —dice. Y Oralia, por despecho, se hizo novia de otro en el baile del sábado. Se lo contó un mal amigo. —Pero me quiere a mí —asegura. Recibe una palmada y un chorrito de mezcal en el vaso. La cantinera le dice que, a ella, del amor, no le quedan buenos recuerdos.
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—De todos modos, hay que olvidarlos. Suficiente tenemos con los malos días. Es sabroso este de gusanito, ¿no? Pero ya te dije que bebas despacio, niño, que el mezcal es para hombres. Él le ordena que le eche más, al fin que, como dice la canción que ahora suena, él se emborracha por ella y la cabrona de Oralia quién sabe en qué andará. —No regresa mi tío —agrega. —Se habrá dormido allá afuera o ya se fue. Déjalo. Acomoda un mechoncito blanco tras la oreja. Le desliza el dedo medio por el brazo. La cabeza de Lorenzo se balancea. Al despecho hace rato que lo tumbó el mezcal. —Se ve luego luego que de joven fuiste muy bonita. —Lo sigo siendo donde no hay luz. El viento abre la ventana. Los agaves azulados no se esconden de la noche. —¿Apago el foco? —pregunta ella sosteniendo el cordel sobre su cabeza. —Sí. —Saborea el mezcal mirándola bien fijo y a los ojos—. Hace chula luna. —Entonces hay que cerrar también la ventana —dice en el tono de un secreto. A lo lejos, los perros ladran impacientes. En la rocola, Lupe, el de Bronco, canta Sed.
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Sobre el autor: Rolando Reyes López. (Pedro Betancourt, Matanzas. 1969). Reside desde el año 1971 en el Municipio de Jovellanos, Matanzas, Cuba. Graduado de Bachiller. Actualmente jubilado por Baja Visión. Numerosos relatos breves y poemas suyos han sido publicados en 60 revistas y 17 antologías digitales de varios países de Europa y Latinoamérica.
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Ayúdame a existir,
las bestias de la soledad están tras mis huellas nuevamente, ya abandoné la ciudad de los poetas, mi carne terrenal está enfermando otra vez, mis venas abandonaron el indomable firmamento del desamor, y enamorado concurro a este tiempo tuyo, vengo sin las máscaras de la desesperanza, quiero ceder ante las sutilezas de tu alma libre, borra los rastros de arena en mi rostro, y dame tu aire sin oscuridades, ponle punto final a mi soledad, fructifícate sobre mí, sal, agárrame de la mano y paséame presumida por los puentes derribados, que los hacedores de la luz admiren con alegría nuestro paisaje acogedor, la infinita redondez del sol, ¡es hoy tan perfecta! Yo te espero para que te desbordes sobre esta noche de invierno, y me hundas como hoja temblorosa en los abismos de tu piel; traje algunas fantasías, las pude rescatar de mis olvidos para dártelas solo a ti y halagarte en paz.
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Sobre la autora: Esmeralda García. (Guadalajara, Jalisco. México). Poeta independiente, expresándome en verso libre, haiku y siglema. En proceso de autoconocimiento permanente; escribiendo sobre el amor, desamor, erotismo, causas sociales, poesía lésbica, feminista, etc. Ha publicado un poemario: Mujer Esteparia (2019) en Proyección Literaria. Antologías: Deleite: Vida y Placer (2013), Poéticas de los sures femeninos (2020); Versas y Diversas, Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea (2020); La vida en rosa (2020), Proyección Literaria; Travesías del confinamiento: Haiku y siglema (2020). Mujeres en Campo Minado I (2020), Mujeres en Campo Minado II (2022) Proyección Literaria; Muestrario Nacional 2021, Jalisco (2021) Maya Cartonera-Ave Azul, entre otros. Ha participado en revistas digitales como: Perro Negro de la Calle (No. 46, 47, 50, 54, 55, 56, 57, 60 ,63, 64, 65, 66, 67) Almicidio, Poetómanos, La Coyolxauhqui, Especulativas, Unión “José Revueltas” Revista Independiente, Resonancias SoM, Revista Tlacuache, etc.; diversos fanzines, así como participación en lecturas colectivas y festivales de poesía virtuales.
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Mujer Colibrí
de cuerpo tornasol, vuelas entre versos sonoros que nacen de la inspiración, del aleteo fugaz de la existencia. Te acercas a libar néctar de almas cautivas que florecen sin motivo, plasmando en sus pétalos complicadas partituras que algún día serán cantadas para ser inmortalizadas. Mujer Escorpión, con las tenazas trituras las cavilaciones de almas en pena; transformando el veneno en poesía adictiva y placentera, que cual cicuta mata la ingenuidad de la vida. Eres amada por almas hostiles sabiendo que no existe la esperanza y reconocen las quimeras, ¡Si, esas! las rebeldes, las que renacen aun silenciadas las que toman tus letras por bandera. Mujer Escorpión, Mujer Colibrí; aliméntame con tus poemas.
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Sobre la autora: Carmen Capote Díaz (Cienfuegos, Cuba, 1962). Reside desde el año 1991en La Habana, Cuba. Formó parte del Taller Literario del Pre-Universitario donde cursó estudios. Colaboró con artículos en la Revista Renacer de la Archidiócesis de Cienfuegos. Guiones de Teatro Infantil para Proyecto Comunitario Cultural, en la ciudad de La Habana. Poema seleccionado por Ediciones Afrodita correspondiente a la Convocatoria “Día de San Valentín 2021”, y publicado en la antología poética Secretos del Corazón. 3ra Mención de Honor género poesía, en el Concurso Literario Internacional de Cuento y Poesía “Horacio Quiroga” de la SADE Zona Norte 2021. Cuentos publicados en La Revista Literaria Trinando (No. 37) y en el blog de Interesantes Relatos (2022). Autora del libro inédito Rompiendo el Cristal, sobre el tema de la discapacidad mental, las relaciones con la familia y el entorno social. Actualmente se dedica al cuidado de su hija con discapacidad mental como Madre Cuidadora.
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Si alguien escuchara el sonido
de estos ríos que me pueblan los murmullos ensordecedores de mis sueños transitando el vacío las voces apagadas de mil máscaras sin querer diluyendo sus falsos colores pintados interrumpiendo el silencio la música ejecutando infinitas melodías aún no inspiradas susurros de poesía sin pudor acariciando los oídos del cielo. Si alguien… me escuchara.
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Sobre el autor: Rolando Reyes López. (Pedro Betancourt, Matanzas. 1969). Reside desde el año 1971 en el Municipio de Jovellanos, Matanzas, Cuba. Graduado de Bachiller. Actualmente jubilado por Baja Visión. Numerosos relatos breves y poemas suyos han sido publicados en 60 revistas y 17 antologías digitales de varios países de Europa y Latinoamérica.
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No tienes idea de nada,
tú no eres nadie, eres lo que nadie espera, lo que no se mira y si alguien te miró fue para despreciarte. Tú serás la última fracción del amor y de la vida, la tristeza que nadie padeció, el volumen total de la ineficacia, el primer temor, lo que no deja vivir a los demás, la vez en que los sentimientos se extraviaron, la eterna desesperanza de la noche, la parte triste del infierno, la infelicidad del ala rota, el lado oscuro del placer, el que no tiene algo que ofrecer, el acorralado, el suicida, el engañado, la mentira en carne y alma, la cuerda floja, la vida que ninguno vivirá, la obsesión imborrable de algunos por la muerte, el puñal que aniquila, el que no reconoce la palabra del otro, el que no hace alguna cosa por el cambio, el que nos deja solos, el verdadero significado de una lágrima, el sabor que deja la desdicha, el rencor que nadie olvidará, el día gris, el que no pudo ver donde estaba el error, el que no tiene una razón para estar vivo. Tu destino está contando estrellas, el tiempo exprimió su existencia, de más está decir que por ti no siente nada, no le perteneces, lo mejor que puedes hacer es retirarte a donde no haya voces, no preguntes cómo hacerlo, tú te irás lleno de resignación, lleno de cuentas por saldar, tu ausencia no va a notarse. Y así, hasta que tu nombre se acurruque y muera.
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Sobre el autor: Erick Diez. Chile. Aprendiz de poeta, 36 años. Ha publicado en diversas revistas literarias de países hermanos como: México, Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia y últimamente en revistas de España y EE.UU. Actualmente colabora y publica activamente en antologías de su país con relatos breves y poesía.
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Al fin todo tiene sentido...
tragaré tus recuerdos con un par de cervezas en el oscuro pueblo de los rieles oxidados, con un puñado de gramos en la pipa me sentaré a ver cómo se desangran mis palabras en un lento vaivén hasta perder la memoria. A ella no le importa que te ame, descubrí un día lo absurdo que es no pertenecer a lugar alguno en el oscuro pueblo de los rieles oxidados. A ella no le importa que te ame, ni que pase todo el día pensando en ti ... A ella le da lo mismo quedar así; vacía. No tengas miedo, me dijo un día, a veces la vida no es como esperabas; pero ten por seguro que algún día serás feliz. Ahora que lo pienso un poco, al fin todo tiene sentido... ella sí que sabia mentir. No tengas miedo, me dijo un día en el oscuro pueblo de los rieles oxidados.
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Sobre la autora: Esmeralda García. (Guadalajara, Jalisco. México). Poeta independiente, expresándome en verso libre, haiku y siglema. En proceso de autoconocimiento permanente; escribiendo sobre el amor, desamor, erotismo, causas sociales, poesía lésbica, feminista, etc. Ha publicado un poemario: Mujer Esteparia (2019) en Proyección Literaria. Antologías: Deleite: Vida y Placer (2013), Poéticas de los sures femeninos (2020); Versas y Diversas, Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea (2020); La vida en rosa (2020), Proyección Literaria; Travesías del confinamiento: Haiku y siglema (2020). Mujeres en Campo Minado I (2020), Mujeres en Campo Minado II (2022) Proyección Literaria; Muestrario Nacional 2021, Jalisco (2021) Maya Cartonera-Ave Azul, entre otros. Ha participado en revistas digitales como: Perro Negro de la Calle (No. 46, 47, 50, 54, 55, 56, 57, 60 ,63, 64, 65, 66, 67) Almicidio, Poetómanos, La Coyolxauhqui, Especulativas, Unión “José Revueltas” Revista Independiente, Resonancias SoM, Revista Tlacuache, etc.;
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diversos fanzines, así como participación en lecturas colectivas y festivales de poesía virtuales. Sí, quiero enardecerte
hasta que pierdas la compostura hasta que supliques, que quieres ser mía. En eso cavila mi mente… Quiero poseerte, despacio acariciar tu cuerpo lentamente a ratos desesperada, ansiosa como si fuera una condenada a muerte que no te verá nunca más. Besarte interminablemente. Sentir tu cuerpo desnudo, el fresco sudor, manos que responden al placer llegar hasta al punto en el cual, el deseo es intenso, el ritmo acompasado y en vaivén mecernos. Enciende mi piel con tus encantos, penetra profundamente. por todos los sentidos has que mi mente piense solamente en amarte. Beber el maná de tus piernas, quiero provocar esa réplica del Big Bang que da origen a nuestras vidas ser tuya hoy y siempre en todas las lunas en todos los soles y todos los instantes de universo. Amar hasta saciarme hasta arrancar la vida hasta consumir en su totalidad y después silencio, quietud. Sentir como te desprendes
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poco a poco de mí, sentir el vacío frío de tu ausencia cómo te enfilas a tu mundo a tus soles a tus universos a tu quietud. La felicidad solo dura un momento.
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Sobre la autora: Irma Lozano Ramírez. Arandas, Jalisco, México. 1973. Ha publicado: en el periódico Noti-Arandas dos poemas, en el Caballo Negro dos sonetos periódicos locales de Arandas, Jalisco en la página virtual café de letras con algunos haiku e ilustraciones. Ganadora del segundo lugar de los Juegos Florales 2017, Encarnación de Díaz, Jalisco. Con el poemario El umbral Del fénix. Actualmente participando en dos antologías: 1: Los Cuentos de la Campana, libro que se está editando por la fundación del pensamiento editorial de Arandas, Jalisco. Participando con el cuento El sonido de la oscuridad. 2: Mujeres Poetas de los Altos de Jalisco; libro que ya fue publicado por el ayuntamiento de Guadalajara, Jalisco, viendo la luz el 4 de marzo del año en curso participo con dos haikus, otro haiku se tomó como portada para la revista virtual el colibrí https://www.facebook.com/Collhibrirevista/ . Acreedora a un reconocimiento en el II encuentro de poesía haiku llamado Una gota de agua, el cual se llevó a cabo en Zapotlanejo, Jalisco, realizado por la fundación TAU y casa
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de la cultura Zapotlanejo. Participó en la revista virtual Engarce con poemas y haiku en la edición enero 2021 VI año N° .4, en la revista virtual Perro Negro de la Calle, desde el 2020. Desde aquel rose
en la intensidad del beso nace uno nuevo. En la suave brisa mi pelo se despeina soplo de viento. Soy como el Fénix ardo con intensidad al roce de piel. Esos tus labios que me queman al contacto y me estremecen. Océano y fuego mi cuerpo volcán vivo, sola sin tu amor. Sueño despierta los anhelos se pudren en el corazón. Oleadas vacías en un eterno vaivén, desesperanza. Luz que se muere el frío crepúsculo siempre me llama. En la eternidad un eco desvanece en mi abnegada voz. Diario respiro esporas venenosas de los segundos. Atesorando los instantes contigo
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el beso fugaz. Desdén incierto me corroe en carcajadas desenfrenadas. Sobre la autora: Carmen Capote Díaz (Cienfuegos, Cuba, 1962). Reside desde el año 1991en La Habana, Cuba. Formó parte del Taller Literario del Pre-Universitario donde cursó estudios. Colaboró con artículos en la Revista Renacer de la Archidiócesis de Cienfuegos. Guiones de Teatro Infantil para Proyecto Comunitario Cultural, en la ciudad de La Habana. Poema seleccionado por Ediciones Afrodita correspondiente a la Convocatoria “Día de San Valentín 2021”, y publicado en la antología poética Secretos del Corazón. 3ra Mención de Honor género poesía, en el Concurso Literario Internacional de Cuento y Poesía “Horacio Quiroga” de la SADE Zona Norte 2021. Cuentos publicados en La Revista Literaria Trinando (No. 37) y en el blog de Interesantes Relatos (2022). Autora del libro inédito
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Rompiendo el Cristal, sobre el tema de la discapacidad mental, las relaciones con la familia y el entorno social. Actualmente se dedica al cuidado de su hija con discapacidad mental como Madre Cuidadora.
Los sonidos que arrastra
el viento hablan de ayeres caminos verdecidos que perdieron su color con el paso del tiempo de ilusiones florecidas campos sedientos secados por el sol del desierto de miradas vivaces apagadas en rutinas de amores pasados hoy inexistentes. Los sonidos que arrastra el viento mejor no oírlos mejor dejarlos ir que sigan de largo. Para que nazcan sonidos nuevos.
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Sobre la autora: Krizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en 1996. Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas Reflexiones Alternas, Poetómanos, Prosa Nostra mx, revista enpoli, Teresa MAGAZINE, revista literaria pluma, pretextos literarios, revista hispanoamericana de literatura, revista literaria monolito, Más literatura, clan Kutral, vertedero cultural, circulo literario de mujeres, perro negro de la calle, el morador del umbral, La página escrita, La liebre de fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras. Estudió la licenciatura en Ciencias Humanas en el Centro Universitario de Integración Humanística.
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Obra persistente de mi memoria,
ayer que en resplandores muta a hoy historia mítica a mitad de otras historias, desidia de escritora, ideas caóticas in media res arrugadas en servilletas. ¿Por qué jugamos inocentemente con incendios de nuestros cuerpos? Tatuaje de lobo en tu pecho ¡última voluntad de esta wertheriana! ¿Por qué sucedemos en el mientras de péndulos derretidos, a millas del decenio de un primer beso? ¿Por qué vivimos atascados en suspiros contenidos? ¿Por qué me enredo en este hilo invisible a la mirada de cada esquina? Tatuaje de lobo, peregrino que atraviesa todas mis vidas y tiempos, peregrino que vuelve a conocerme, tatuaje de lobo, constante e intermitente. Tatuaje de lobo, quieres desaparecerte en mí y yo sé cómo apagar la luz de la luna, para esquivar intrusas miradas, mareas de tintas eróticas, ¡nadando en nuestra bendita concupiscencia nadie nos arruinará! Tatuaje de lobo, evoca fantasías de poseerte mas quedas tú, atrapado en mi resplandor de Morfeo, mas quedo yo, atrapada en la grieta de tu cielo roto, caída de su vuelo mi cuervo tatuado en la cintura gime tu nombre en sueños húmedos, durmiendo en tu mano fría.
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Tatuaje de lobo, ¿recuperaremos páginas quemadas? Cenizas perdidas de nuestra historia, ¡sangran en notas altas mis rosas plateadas! Cantan a pasiones ultrajadas por flores esqueleto, al centro de sus pétalos de vidrio, pétalos trasparentes e invisibles juguetean como infantes a las escondidas. Dentro de cada resplandor veo tu lobo, ¡hoy volvería a morir en tu beso como Ícaro con un aliento del sol! Tatuaje de lobo, suspiros de mi cuervo a medianoche, ¿Cuándo tu bestia cazará mis senos y podré tenerte encima de mí hasta penetrarme tu alma? Necesito verme a través de los ojos de tu sombra, y así comprender qué te callas cuando me imaginas. Tatuaje de lobo, ¡tus labios, última voluntad de esta wertheriana! ¿podríamos acelerar el tiempo? Antes de que alguien más te abrace, no creo que me encuentres en nuestro próximo intervalo, mi hora arribará en su tranvía pronto, a veces su impuntualidad agradezco. ¿El perro de Churchill acechando mi sombra me devorará antes? ¿Roerá mis huesos y enterrará en la fosa de tus olvidos? ¿Me olvidarás tarde o temprano? ¿Hoy o en una década? ¿Con milagros sería tatuada en el porvenir de tus recuerdos? Date prisa, mis fuerzas apenas gotean para luchar contra él, ni siquiera tu lobo vencería su rabia. ¿Mis rosas ocultan espinas y por eso no me quieres? Amigo mío espero no tardes, que no llegue mi hora final, sin haberte hecho mi hombre, por qué lo sé, tus resplandores me acarician a la niña y a la mujer, hoy y en el Lejano Horizonte de una década. Tatuaje de lobo, ¿Qué esperas para sentirme? ¿Qué oculta tu sombra? ¿Regresará el blanco de las flores esqueleto?
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¿Escaparemos de la vena de esa flor? ¿Mis rosas plateadas por fin nos tendrán? ¿En cuál hora azul besaré a tu lobo? ¿Mañana o nunca?
Sobre el autor: Julio César Aguilar (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara, una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Bolivia, Canadá, España, Estados Unidos, Irán y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la
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madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019; Alborozo, 2020, y Donde no falta nada, 2021. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
Silenciosa la nieve cae
como si no cayera, mas todo se vuelve blanco en la calle que calla y acaso duerme. Por las veredas del invierno hay resplandores, y todo lo que viene va. Una flor renovada es la esperanza de cada día. Un estar en el alma de lo que sólo es.
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Sobre el autor:
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Francois Villanueva Paravicino. Escritor (1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y/o, de su propio país como de países extranjeros. Mención especial del Primer Concurso de Relatos “Las cenizas de Welles” (2021) de España. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España. También, ha sido distinguido en otros certámenes literarios.
El anochecer despide a las aves con su canto lunar,
sus ronquidos adormecen a los amantes desdichados que cierran las puertas para que el pasado sea eterno. Las tinieblas disfrazan el llanto de los enamorados, los besan para que su ceguera sea sabia, prudente, albergando el fuego hecho seso, el instinto hecho razón. El cansancio abriga la tea a la vuelta de la calle sombría, les promete el calor, el resplandor, el paraíso a mediodía, y los afiebrados de pasión, tal vez, se colmarán de alegría. El insomnio construirá una torre con la princesa lejana, el caballero enfrenta a los enemigos que impiden verla, besarla, amarla, rescatarla, traerla a su cama vacía y húmeda. La angustia de la alta noche aplasta el mar con olas furiosas, las trata de calmar, busca domarla con sangre, poseerla, y el eclipse escinde la manzana por la mitad: sana, pútrida. Una desesperación, sutil pero amarga, viva pero oscura, estoca el pecho de rosas muertas con las más bellas criaturas, la hace brotar sangre limpia, pura, que espejea su corazón. El alba promete, detrás del horizonte, una dulce tregua, la bandera blanca agitada por los emperadores del mundo, quizás la escarcha que paladeará la boca de aquel sediento. Y aquel vaivén de la luna y del sol decapitarán al embelesado, tendrá que buscar su cabeza en las ofrendas del dios ciego, caminando como un muerto vivo, un herido, un dañado.
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Sobre la autora: Krizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en 1996. Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas Reflexiones Alternas, Poetómanos, Prosa Nostra mx,
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revista enpoli, Teresa MAGAZINE, revista literaria pluma, pretextos literarios, revista hispanoamericana de literatura, revista literaria monolito, Más literatura, clan Kutral, vertedero cultural, circulo literario de mujeres, perro negro de la calle, el morador del umbral, La página escrita, La liebre de fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras. Estudió la licenciatura en Ciencias Humanas en el Centro Universitario de Integración Humanística.
Querido… ¿mío?:
Te contaré por qué Dios ha muerto, junto a la sinfonía nietzscheana de nuestra pasión estival, pasión similar hoy al esqueleto una triste flor, esqueleto de Dios, Dios ha muerto con nosotros. He de confesarte que resulté perdedora en nuestros juegos de inteligencia, tú proclamaste jaque mate … ha sido un placer, querido pianista, jugar contigo a este ajedrez del deseo capital. Esta carta dedicada a ti, agua de silencio, pretende callarme el piano azul en mi corazón que tu ausencia toca, me desgarra y suelta todo su peso sobre mí después. Le abandonaste también ¿sabías? Él y la mujer maldita continúan esperándote en el vestíbulo del motel. Durante mis horas de vigilia huyo de su canción, me reviento los tímpanos hasta sangrar, aunque en mis pesadillas, atrapada en el furioso oleaje de la tormenta, le encajo mis uñas a ese piano azul, sólo nos tenemos el uno al otro. Supongo que no tenemos la misma hambre, mi hambre de ti, ¿con quién o qué aperitivo la calmo? El candor de mis ojos imaginó un distinto final contra el que siempre estuvo escrito para los dos, discúlpame por ambicionar ser tu confidente. Mas debo confesarte de nuevo que si fuera ella besaría tus labios hasta embriagarme con el sabor de su policromía, asfixiando el gris de mis viejas historias de catástrofes, te haría mío y te enredaría en mi cama para no dejarte ir, si fuera ella sabría ver la suerte de compartir sábanas junto a un pianista más de un fin de semana. No creo poseer el derecho de llamarte mío más allá de aquellas esferas de horas, esferas benditas colgadas en mi árbol de memorias, canturrean melodías acerca del hombre pícaro que me arrojó al paraíso para abandonarme allí. Supongo, aquí yace la advertencia en el silencio prudente de mis amigos, lo intuyeron cuando tu nombre apareció en un nuevo libro, aquel día de septiembre, tres días antes de mi siguiente vuelta a la luna. Mas ellos jamás verán tus alas y la forma en cómo un apolíneo cuervo anheló parecerse a esa águila dionisiaca, atentando contra huracanes o dulces brisas. Ahora únicamente me queda el llanto del piano azul y tu rostro en mi reflejo. Todavía esta mañana te tengo como pétalos transparentes de flores esqueleto, ahí estás, invisible pero tan latente, soy incapaz de ignorarte.
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Muero como diminutas gotas cayendo sobre el alfeizar, llueves en mí, me inundo en dudas. Crece mi sombra en el viento llegando hacia mi colérico mar para preguntar tus razones. A nuestra filosofía sexual no reclamo falta de honestidad, siempre tuve claras tus intenciones, acepté por un tiempo tu cariño desnudo y libre, abrazaba a un río salvaje; quizá te alejó la ambición de este cuervo que creció, sin conformarse con aprender a volar a tu lado, quería a esa águila bajo sus posesiones, te quería sólo para mí. ¿Querido pianista, por qué paraste de tocar tu música para mí? ¿Fue mi eufórica y triste poesía? ¿O el don de tus ojos de cazar mentiras escondiéndose entre mis dientes, abrir cicatrices de soldado, mirarme el talón de Aquiles? Mi más querido amigo, a ratos dueño de mi cuerpo, único y verdadero dueño, ya no te llamaré mío, primera regla del ajedrez, en este momento te quiero llamar por la constante, a pesar de nunca comprender por qué sufro tanto por un simple amigo, el más querido de todos. He de reclamarte con esa etiqueta, alguna excusa, defenderé al piano azul a costa mía. Pido a un falso Dios que aún seas mi amigo, porque los maestros son efímeras estaciones de tren; tú, quien me enseñó la libertad. Tú, mi locura perdida, tal vez decidiste tu adiós, cuando tu fuego fundió por completo mis cadenas, si fuiste mi maestro nada más, un dolor titánico me perseguirá como el recién nacido sol de esperanza, nuevo día que promete una oportunidad y termina apagándose apenas al primer aliento de su nueva vida, entonces no existirán más promesas de tu estancia… ¿Qué haré con estas habitaciones de versos y estrofas que construí para ti? ¿Sentirás curiosidad por ellas aún? ¿Dónde está mi errata que provocó tu alejamiento? Dime si hay tiempo para remediarlo o si se trata de tu naturaleza gitana, cínica, aventurera. Mis brazos no son la esclavitud donde tus alas están buscando anidar, creo que ya lo sé. Si ya nada te retiene en mi cuerpo, por lo menos bebamos las últimas copas de vino; implorando que en mi inconciencia sea suficientemente valiente para entregarte los poemas que te escribí y tú dentro de la locura los guardes en algún cajón de tu habitación. Querido pianista, así murió Dios, espero llegue a tus manos enclaustrada en una botella, mi rosa plateada de lares de Lejano Oriente, que mientras navega por olas de mis pesadillas, algún día pueda ella cantarte lo que el piano azul te llora tanto. Tan tuya aún, Mujer Cuervo
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Sobre el autor: Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), La mofa de la vida (Revista de creación literaria y humanidades Gibralfaro, Universidad de Málaga, España, 2020), entre otras. En 2022 publicó su primera antología de cuentos en físico, Lo extraño y lo fantástico, con la editorial mexicana Hayal Gücü. Hay cierto hastío en torno a esta sociedad.
Uno tiene que vivirla, aceptarla, pero, sobre todo, soportarla. Tal peso es tremendo. Somo mortales viviendo el mito de Atlas; cargando el mundo entero sobre los hombros, y todas sus banalidades, penas, miedos y angustias; y todas sus estupideces dignas de este siglo. Vaya castigo olímpico. Permanecer callado por preocupación de la inquisición contemporánea; pensar, pero no hablar, sentir, pero no actuar. Y así soportamos el mundo, llevando falsamente al extremo el imperativo categórico, esperando la aceptación de una sociedad que no es sabia… la sabiduría no es una virtud de masas. Este mundo que cargamos está podrido, y no podremos quitarnos nunca el peso. Y pesará más. Y hartará más. Hederá más.
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Sobre el autor: José Luis Díaz Marcos (Albacete, España, 1972). Ha publicado relatos en antologías y revistas nacionales y extranjeras. Blog: www.la—estanteria—3.webnode.es
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Fabel había descubierto mucho tiempo antes que los muertos no acosan con su espíritu, sino con sus olores. Cuento de muerte Craig Russell
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ecibida la alarma, Federico y sus iguales, bomberos de carrera, salieron pitando hacia el infierno de turno. «¿Sabemos algo?», preguntó aquel mientras Jesús se saltaba calles y semáforos en rojo. «Pareja de mayores: la chamusquina huele a descuido con brasero», informó Tadeo, tercer extintor. Llegados al lugar, la simetría de costumbre: arriba, piso ardiendo; abajo, policía y curiosos. El trío saltó con el firme propósito, si ello aún era posible, «¡Esperemos!», de dejar a la muerte compuesta y sin víctimas. Armado con una manguera, Federico se detuvo, conmocionado de pronto. —¡Vamos, Fede! —animó Tadeo—. ¡No es tiempo de filosofías! No reaccionó. —¡Federico! ¿Estás bien? —¡No… no subas, Tadeo! —balbuceó aquel, pálido—. ¡Por Dios te lo pido: no subas! —¿Qué pasa? ¿Qué…? —¿No… no hueles? A… cera. A cera caliente. Como entonces, cuando era niño, en el funeral de mi tío Venancio, que en paz descanse. ¡Lo he visto, Tadeo! Pero no a él, sino… a ti. ¡A ti en su ataúd! —¿Has perdido la…? Escucha, Fede: ahí arriba nos necesitan. Te prometo que iré con cuidado, ¿vale? Subimos y luego hablamos. —N, no… ¡Tú, no! —¡Jesús! —¿A qué esperamos? —¡Fede necesita ayuda y nosotros refuerzos! ¡Avisa por radio y sígueme! Desnudo ante la sorpresa e incomprensión de todos, «¿Y ese por qué no sube?», «¿Qué le pasa?», Federico lamentó allí mismo, incapaz de contener el llanto, lo presentido, lo seguro. ¿Llegó el apoyo a tiempo? Sí. A tiempo, pero en balde: su lucha para evitar la tragedia fue inútil y la muerte, «¡Ay!», acopió tres almas. Una de ellas fue la de Tadeo Martínez, bombero de cuarenta y un años, casado y padre de una niña. Descansen en paz. Respecto a Federico, «¡Se lo advertí! ¡Y no me hizo caso! ¡No me hizo caso!», lo previsible: medicina psiquiátrica y baja del servicio. Meses después, gracias, entre otras cosas, a la tranquilidad y los buenos alimentos del lugar común tantas veces citado, la culpa, que no el presentimiento, «¡Por mi tío, que lo olí!», pareció disolverse y Federico, «APTO», pudo vestir otra vez su uniforme. Se sucedieron las alarmas y, casi siempre, exceptuados otros percances, sus respectivos avernos con toda normalidad o anormalidad, según se mire, hasta que un día… «N… no puede ser… ¡Snif! ¡Cera… cera caliente!».
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Unida a la desesperación y los ruegos, su profecía vino entonces encadenada de manera inexorable a Antonio, otro compañero, despertando la misma compasión, «Pobre Fede…», y el mismo desdén que ya moviera, sobre todo, en Tadeo. «¡No! ¡Esta vez, no!», resolvió Federico. Sacó fuerzas de flaqueza y siguió a los otros, a Antonio, llamas adentro: su provisión de oxígeno, gas impecable, también hedía a iglesia, a funeral, a penitencia de Viernes Santo. Sopló y resopló, «¡Malditos cirios!», mientras ojeaba, máscara avizora entre la niebla, a la próxima víctima de su destino. «¡Tengo que…! ¿Será eso posible? ¿Se podrá huir, a pesar de todo, de lo que tenga que ser?». La aparición, «¡Ah!», de un hombre humeante y desencajado los detuvo en seco. «¡Venancio! ¡Tío Venancio!», creyó Federico durante un horrible parpadeo. «¡Sácalo! ¡Yo sigo adelante!», gesticuló Antonio. «¡No! ¡Sal tú! ¡¡Tú!!», apremió aquel, vehemente. Y, sin dar tiempo a objeciones, Federico se adentró en la caldera. Pocos metros más allá, se volvió: dos sombras, intuidas más que vistas, se alejaban. «¡Bien! ¡Bien! Sin embargo, ¿por qué el aire, mi aire, aún…? ¿Por qué?». Reparó así en el umbral próximo. Y dentro, en aquel dormitorio también abrasado, vio la desquiciada respuesta a su duda: la frontal y semialzada exposición de un ataúd con cadáver, «¡¡Antonio!!», dentro. «N, no… ¡Mi tío y él… Ese hombre y él ya salían! ¡Ya…! ¡Ay, ay, que no se puede huir de lo que tenga que ser!». Advirtió entonces Federico que el rostro de la aparición, de Antonio, comenzaba a sudar. «No… ¡No suda! Es… ¡Se está… derritiendo, derritiendo como si fuese de… de cera! ¡Sí: se funde! Y, debajo… debajo asoma… No… ¡No!». Sí. ¡Sí! Como la piedra atrapada en el hielo, la fusión de las primeras facciones dio paso a un segundo rostro, a una segunda identidad: la suya. El techo se derrumbó tras él. «Es cierto: no se puede huir», aceptó Federico. Se alzó la máscara protectora y sonrío, por fin aliviado: «Ya no huele a cera. Ya no huele… a nada».
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NOTA: La ficción de Cera caliente recuerda a Enrique Berenguer, (1881—1926). La historia afirma que el banderillero presintió las cogidas mortales de Joselito «El Gallo», (1920), y Manuel Granero, (1922), con un repentino e inexplicable olor a eso, a cera caliente. Sobre el autor: Julio César Aguilar (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara, una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Bolivia, Canadá, España, Estados Unidos, Irán y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro,
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edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019; Alborozo, 2020, y Donde no falta nada, 2021. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
¿Dónde —como
extraviada flor en los campos — andará la música? ¿Bajo qué insólitos pianos se esconde? Libérala ya, y que en oídos incrédulos estalle. Buen Señor, presencia ineludible en este instante, aquí, donde sólo tú eres el Dios de la música, hazla ya derramarse ahora como el agua que canta en venturosos ríos, colmando siempre la avidez del sediento.
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Sobre la autora: Neftalí Nava, nació en Guadalajara, Jalisco en el año de 1999. Actualmente reside en Matamoros, Tamaulipas. Ha participado en las revistas literarias con diversos textos, como lo son Zompantle, Entre comillas y Herederos del Kaos.
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aquí me vas a dejar? He escuchado tu lastimera historia una infinidad —¿Nidesiquiera veces. —Es que aún no logro mi concilio. Las pisadas de ambos se aquietaron en la vastedad de la tierra arenosa y rojiza. —Ese no es mi problema—dijo el hombre con ímpetu—. Yo busco el propio, y en cambio tu entorpeces mi búsqueda. Anda a vagar a otra parte, y ve a contarle a otro tus vicisitudes, que yo hasta escribí un cuento con ellas. Al escuchar eso, el otro hombre agachó la mirada, y entristecido miró sus brazos carentes de manos. —Hasta nunca—se despidió el otro, retomando su camino. —No te vayas—le clama—. ¿Cuánto tiempo hemos andado juntos? ¿A poco no me vas a extrañar, Rodolfo? ¿Rodolfo? ¿Dónde antes había escuchado aquellas letras? ¿Acaso el aire desértico las había soplado pretéritamente? —¿De dónde sacaste ese nombre tú, Óptimo Villegas? —¿Cómo qué de dónde? Si es el tuyo—Óptimo suelta una carcajada—. Dispénsame, no rememoraba que acá se te olvida el nombre propio de tanto caminar. —No digas falacias, Óptimo—replicó embravecido—. ¿Cómo se me va a escapar de mi boca las letras con las que me bautizaron? Tú lo que quieres es emborucarme, para seguir hablando conmigo…pero ya hemos compartido nuestras palabras por muchos ayeres. Ya déjame en paz, ocupo arribar a mi concilio. —Ay Rodolfo, que empecinado eres. Déjame acompañarte, para contarte como perdí las manos. —Ese relato ya lo escuché…y antes de que abras tu bemba desgajada, ya tengo razón de por qué no tienes nariz, ni dedos en los pies. Se todo de ti, Óptimo Villegas…Me confesaste tus pecados más vomitivos…en múltiples ocasiones me has contado tus extintas vanaglorias en el viejo Huantepec. Tengo la cifra exacta de cuantos hombres asesinaste, y sé que lloras en las largas noches al no poder descansar de tus ignominias. —Y aun así no recuerdas tu nombre… —Rodolfo—interrumpe decidido—, mi nombre es Rodolfo Trigo. —Rodolfo el escritor solitario, si por eso me arrellané contigo, para compartir nuestras soledades. ¿Qué no te acuerdas como llegue a ti? Si te vi que andabas recorriendo tu casa de un lado a otro, buscando el sosiego silencioso, tratando de huir del estrépito de la soledad. —No te necesitaba, como no necesité de nadie nunca, Óptimo Villegas. Y claro que rememoro como llegaste a mí…nunca debí abrirte la puerta. —¿No me necesitabas? Si antes de mí no eras nadie, Rodolfo Trigo, solo eras un individuo que escribía cuentos y poemas tristes. ¿Qué no el cuento de mi vida desgraciada
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te dio a conocer en todo Jilotepec? Yo necesitaba alguien que me escuchara y tu alguien de quien escribir. —Bueno, el ayer allá queda, Óptimo. Ya nos acompañamos, ya te oí varias veces y escribí de ti. Ahora déjame seguir mi camino, ándate al tuyo…sigue vagando errante en la tierra si eso quieres. Pero yo, yo voy a mi concilio. Rodolfo Trigo siguió caminando, ahora a toda prisa, sin divisar atrás. Óptimo Villegas le siguió insistiendo, y de su boca salía puro barullo que los oídos de Rodolfo ya conocían. Ante el recorrido interrumpido de Rodolfo, Óptimo apresuró su paso para intercederle y posarse enfrente suyo: —Déjame te cuento como me mataron. —Tengo cabal certeza de tu muerte. Y bien merecido fue tu deceso Óptimo. Óptimo Villegas, quedó absorto ante las palabras sopladas de Rodolfo —Ya déjame, que el camino a mi concilio es muy largo, y solo me demoras—dijo con vehemencia—. ¿No te fue suficiente azuzarme con tus historias tantos quinquenios allá en la tierra? ¿Qué penitencia debo cumplir para que también me sigas hasta los confines desérticos de la muerte? Óptimo Villegas, observó como la figura de su compañero de soledades se perdía en el viento arenoso y lúgubre. Sabía que no podría hacer nada para que Rodolfo Trigo lo siguiera escuchando en los rincones de la muerte. Pensó que quizás, su propio concilio, sería volver a vagar en el mundo; en busca de otro escritor para que rescribiera su historia. Una en donde, Óptimo Villegas, si tuviera el concilio del descanso eterno.
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Sobre el autor: Francois Villanueva Paravicino. Escritor (1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y/o, de su propio país como de países extranjeros. Mención especial del Primer Concurso de Relatos “Las cenizas de Welles” (2021) de España. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar
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(2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España. También, ha sido distinguido en otros certámenes literarios.
La sombra de su belleza era una herida
que, cuando la tocaba, la manchaba con sangre, y le dolía en lo más gélido de sus ojos vacíos. Sus raíces eran fuertes, pero deformes por la inclemencia de las aguas podridas; eran duras y ásperas por naturaleza, pero bajo tierra escondían su rostro, del que tanto temía y le asustaba, porque le revelaba otra verdad, un sendero luminoso que nunca pisarían sus pies con los zapatitos rojos. Una fisura nívea, la más azucarada de todas, enternecía su corola de pétalos puros, tan pulcros como el corazón de los ángeles, que las aguas profanas trataron de ahogar en vano, pues su luz era eterna, imperecedera. La niña sufría, pero amaba a las flores y a sus zapatitos rojos, muy rojos.
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Sobre la autora: Anghely Dhamar Oré Huamani nació el 2005 en Lima, Perú. Creadora de diversos cuentos, poemas y escritos que aún no ha publicado, hasta ahora.
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Es confuso el laberinto de los sueños
Donde se crean ilusiones, para confundir a los débiles viajeros Si ha de creer en los sueños, serán en aquellos que su verdad ha sido comprobada No en aquellos que son fruto de nuestros temores y renacen de las tinieblas de nuestras dudas La neblina que nos ciega oculta la más temida e ideada verdad Aquella neblina que desvanece nuestro juicio renace del fruto de nuestros deseos e ideales, los más perversos pensamientos, y realidades alteradas La ilusión del despertar se hace más fuerte e inunda nuestro cuerpo con sensación de profunda nostalgia y tristeza Sin embargo, revivir episodios dulces con recuerdos que solo florecen la memoria, donde el alma encuentra paz es donde el placer interrumpido de despertar genera nostalgia de la buena y felicidad de la amarga Ha de temer a los sueños, donde el enemigo es la mente y la confundida es el alma.
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Sobre el autor: Bruno Delgadillo nació en septiembre de 1992, es un escritor de literatura fantástica y de ficción del Estado de México, Licenciado en Ciencias Humanas por el Centro Universitario de Integración Humanística (CUIH). Gran aficionado a las historias de Robert E. Howard, Roger Zelazny, Laura Gallego, Juan Rulfo y Ricardo Chávez Castañeda; entre otros. Estudioso entusiasta de la naturaleza humana, de las historias y los grandes personajes que pueblan la historia o la ficción fílmica, literaria o video lúdica. Participó con el cuento corto La Pelea en la antología 32 de la revista Penumbria, autor y creador de la novela de aventuras y piratas En los vientos del oeste. Actualmente se encuentra trabajando en la
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secuela de dicho título, así como un compendio de siete historias elaboradas a partir de las relaciones hostiles o destructivas del ser humano con el medio ambiente, los animales y las inteligencias artificiales; también trabaja en una nueva novela de aventuras con ambientación medieval.
Nada más que hacer.
Con la fe muerta, las ilusiones quemadas, la vergüenza ahogada y toda fuerza en la línea. No hay más que hacer. Una nave de papel a la deriva, rumbo a la tempestad, hielo delgado rompiéndose bajo mis botas. Los dos últimos seres de una raza extinta, sin hijos ni manera de engendrarlos, deseándose uno al otro la muerte, equilibrio vencido, balance irrecuperable, rayo partiendo la piedra de un colosal baluarte. Nadie volverá por mi tras el ruido de la última campana, nadie llevará flores a mi sepulcro ni besará con pena mi epitafio, ni visitará alma alguna mi última morada. La fortuna que consiga será derrochada, el licor y la sangre que desborde mi vaso serán derramados, nada en mí hará que lo vivido sea resucitado más allá de la memoria. Mancillado quedó el odio, violada está la venganza, vencido mi orgullo y mi soberbia. Ya no hay más que hacer. No existe delirio que opaque la muerte del anhelo ni daga, puño, diente o hechizo, que desgarre más mi alma maltrecha. Tu ausencia, se queda. Es todo. No permanecen el horror ni la gloria. Carecen de presencia y sentido. Aguardo, solo, a la deriva. Con manos rotas y el alma ahora incompleta. Estoico me guardo la última mofa. Resisto eufórico el embate de la corriente iracunda ¡Me burlo aquí del destino! ¡Escupo en la miseria, insulto a la injusticia, me bebo de un trago el fracaso! Asumir la desunión, volver a la vida, remontar la desgracia. Aquí, en mi pecho, me guardo para un tiempo venturoso. Mi esperanza, una chispa, tú o tu recuerdo y mis últimas palabras.
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Sobre el autor: Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de las revistas virtuales El Muqui y Minúsculo al Cubo. Es administrador de la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017,
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2018, 2021), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021).
E
n el año 1915, un científico peruano, radicado en Alemania, desarrolló un combustible al que llamo CK2. No era cualquier elemento, esta sustancia era sumamente especial. Había sido concebida gracias a los auspicios de ese país europeo. El genio que lo creó se llamaba Alex Torres, quien se hallaba muy feliz, pues su esposa y sus pequeños hijo e hija tendrían una mejor vida gracias al dinero ganado. El peruano sabía que el combustible sería usado en la Guerra Mundial, lo cual no lo perturbó, solo esperaba que el conflicto por fin se terminara y, si podía aportar un (enorme) grano de arena, se sentía satisfecho. Lo raro fue que sus compañeros de trabajo, todos aquellos que sabían de la fórmula secreta del fabuloso elemento, comenzaron a morir en extrañas circunstancias. Alex investigó y descubrió, por medio de un espía ecuatoriano, que el gobierno alemán ya sabía cómo recrear la sustancia para utilizarla en sus armas y transportes para las batallas, también deseaban borrar de la Tierra a todo aquel que hubiera sabido en un primer instante del logrado experimento. Cuando el espía fue encontrado hecho pedazos en el jardín del científico, este supo que había llegado su hora. Intentó escapar del país, sin embargo, lo capturaron junto con su familia y fueron asesinados al lanzarlos dentro del líquido caliente, que era el CK2, donde se disolvieron con suma rapidez. Los agentes gubernamentales hallaron en la casa de Alex un sinnúmero de documentos, pero les llamó más la atención uno que decía que el peruano había logrado fusionar su consciencia con la base del elemento prodigioso, el cual hacía más veloces y fuertes los artefactos y nunca se desgastaba. De esa fuente se hizo el trabajo a posteriori. «Los delirios de un genio loco», comentaron los asesinos. Empero, se suscitaron hechos extraños. Durante los combates, los armatostes comenzaron a fallar y se atacaban entre ellos, asesinando a soldados alemanes, además los salpicaba y bañaba con el combustible para ahogarlos o incinerarlos. Los combatientes se asustaron cuando oyeron la risa y la voz de Alex Torres desde el CK2, además se oían las burlas de una mujer y un par de vocecillas, de un niño y una niña. Se prohibió el uso de aquella sustancia, mas era tarde. Diversas máquinas alcanzaron a los altos mandos y los aniquilaron. Estos hechos crearían una reacción en cadena que desembocaría en el final de la guerra. No habría una segunda refriega mundial en las décadas posteriores.
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Sobre la autora: Anghely Dhamar Oré Huamani nació el 2005 en Lima, Perú. Creadora de diversos cuentos, poemas y escritos que aún no ha publicado, hasta ahora.
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Vuelves a la rutina
Despiertas con la sensación intranquila Un movimiento incesante eterno Se calma con el pensamiento, resurge por el mismo Piensas, en cómo hacer para no caer Mientras piensas caes en lo que preocupa Inconscientemente continuas con la incomodidad Lloras para sanar, mientras quemas por dentro Murmullos lejanos impiden tu tranquilidad La soledad tu peor compañía Y el silencio amo de las voces Paseas con el sentimiento El alma ocupa sensaciones Pequeños pellizcos que incomodan la vida Mentiras que confunden el sentido Aguardas al olvido, retienes las lágrimas Controlas la mente para tu ser Enloqueces por dentro Te encuentras en llamas Necesitas desaparecer tu ser Y necesitas resolver para sanar Sin embargo, sientes el desbordar de tus confusiones Y anticipas tu ser para su muerte Retienes más que sueltas Y cargas más que alivias Olvidas respirar Y recobras el dolor de tu realidad Momentáneo eterno Efímero interminable.
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Sobre el autor: J. R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Cuadernos Fronterizos, Espejo
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Humeante, Penumbria, Monolito, Retruécano, Nudo Gordiano, Teoría Ómicron, Revista Sputnik, La Gualdra, entre otras.
—El humano nos puede ver —escucho decir a uno de esos seres.
Permanezco inmóvil en mi cama. Ha de ser uno de esos sueños otra vez. —No estás soñando muchacho —dice la voz, acercándose hacia mí. ¿Cómo es que me ha escuchado si yo no he hablado? —Puedo leer la mente. ¿Cómo diablos puede saber lo que pienso? —Curioso que menciones al diablo. Me pongo de pie. Ahora los veo de frente. Son muy pequeños, como niños. Tienen cuernos sobresaliéndoles de la frente, y los ojos de color amarillo. Su piel es de color gris oscuro. —¿Quiénes son?, ¿qué es lo que quieren de mí? —Hemos venido por un alma —dice uno de ellos. —Es una fortuna que nos hayas visto, estábamos teniendo problemas para decidir a quién llevarnos. —¿Llevarse?, ¿a dónde? —¿A dónde crees tú? Pienso la respuesta. —Exacto. Pero son muy pequeños, dudo que puedan lastimarme. —Humanos tontos, el tamaño no importa, sino el poder. Descubro que no puedo moverme, tampoco hablar. —¿Trajiste la motosierra? —le dice a su compañero. —La tuve que dejar, se agotó la batería. —¡Imbécil!, era sólo cuestión de cambiársela. —¿Pero no decía cual ponerle? Triple A, Doble A, D, C, 9v. Es un completo caos. —Sí, pero matarlo a golpes lleva mucho tiempo. —En la cocina había un cuchillo —dijo mostrándole el largo cuchillo que usa mamá para cortar carne. Está muy afilado, lo sé, porque yo mismo me he cortado al cocinar. Por favor, no me maten. —Debemos matar a alguien, no es personal, es trabajo. —Tal vez podríamos matar a su mamá…o a su hermana, tiene una hermana tiernita, como de unos once o doce años. Las niñitas sienten más miedo al morir. No, tampoco a ellas, por favor. —Entonces, ¿a quién?, debo decirte que no nos iremos de aquí sin un alma.
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—¿Quién más vive en tu casa muchacho? Mi abuela… Pensarlo me produce escalofríos. —¡La abuela! —exclaman al unísono. —Dicen que gallina vieja hace buen caldo —comenta uno de ellos. —Sí, pero a mí no me gusta matar viejitas, me siento como ángel de la muerte cada vez que lo hago —responde el otro. —No tenemos que hacerlo nosotros, fue idea del muchacho. El demonio truena los dedos y al instante puedo moverme de nuevo. Me siento en el borde de la cama. —¿Yo? —Hazlo, o mataremos a tu mamá y a tu hermanita. —Ya es anciana —dice el otro —ya vivió lo que tenía que vivir. Los demonios se parecen tanto que era imposible distinguirlos, por si fuera poco, se mueven de lugar cada cierto tiempo. Uno de ellos se sienta en la cama conmigo. —No tenemos toda la noche muchacho. —Después de que la acuchilles regresaras a tu cama, nos encargaremos de que parezca que murió de causas naturales. Nadie lo sabrá. —Y evitarás que tu madre y hermana mueran. —A la vieja le quedan, a lo mucho, cuatro años de vida, vamos, ¡hazlo! Salgo de la habitación con el cuchillo en la mano. Camino. Puedo sentir a esos diablos moviéndose detrás de mí. Me detengo frente a la habitación de la abuela. La puerta está abierta. Ella duerme boca arriba. Usa un pijama de una sola pieza. Se pueden escuchar sus ronquidos por toda la habitación. Me coloco a un lado de su cama. Y sin pensármelo mucho, le rajo la garganta. La sangré brota a chorros, manchándome la ropa. Ella abre los ojos y se lleva las manos al cuello. Puedo ver el terror en sus ojos. Le acuchillo el vientre cinco, seis, siete veces, hasta que deja de moverse. Cierro los ojos esperando estar en mi cama, pero cuando los abro sigo donde mismo. Mamá está en la puerta, al verme y comprender lo que he hecho lanza el grito más desgarrador que escucharé en mi vida. Dijeron que nadie lo sabría. —¿Y nos creíste?, ¡qué idiota! —Somos demonios, mentir es lo que hacemos.
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Sobre el autor: Bruno Delgadillo nació en septiembre de 1992, es un escritor de literatura fantástica y de ficción del Estado de México, Licenciado en Ciencias Humanas por el Centro Universitario de Integración Humanística (CUIH). Gran aficionado a las historias de Robert E. Howard, Roger Zelazny, Laura Gallego, Juan Rulfo y Ricardo Chávez Castañeda; entre otros. Estudioso entusiasta de la naturaleza humana, de las historias y los grandes personajes que
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pueblan la historia o la ficción fílmica, literaria o video lúdica. Participó con el cuento corto La Pelea en la antología 32 de la revista Penumbria, autor y creador de la novela de aventuras y piratas En los vientos del oeste. Actualmente se encuentra trabajando en la secuela de dicho título, así como un compendio de siete historias elaboradas a partir de las relaciones hostiles o destructivas del ser humano con el medio ambiente, los animales y las inteligencias artificiales; también trabaja en una nueva novela de aventuras con ambientación medieval.
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staba solo sin saber cuánto tiempo había corrido. El aliento me raspaba, todo mi cuerpo ardía cómo ácido, me arranque el casco completo, las gordas gotas de sudor chorrearon por la piel de mi cabeza rapada y de la punta de mi nariz, para ser tragadas por la tierra negra tapizada de hojas caídas. Me arrodille respirando con fuerza el aire dulzón, preñado de sofocante humedad, en ese punto comencé a considerar, que tal vez no escaparía de la selva. Toda mi vida me había preparado para esta aventura, era todo lo que deseaba, Argos XII, emulaba un paraíso desde el salto interestelar, pero estando ahí, el clima hacía parecer al infierno un hotel de cinco estrellas en comparación. En el día sol abrasador, de noche humedad y calor asfixiantes, nubes de tibios monzones transitando el cielo, cubriendo las lejanas estrellas y la estación espacial, que ya nunca vemos. Los humanos hemos explorado tierras inhóspitas en busca de fortuna desde los primeros albores; quizás una última reminiscencia del espíritu aqueo o vikingo, la sangre de Franklin, Crossier y Fitzgerald invitándonos una vez más a las galeras del Terror y el Erebus. Aventureros. Impulsados siempre por la codicia, demasiado tarde, la humanidad entendió que no puede comer diamantes y oro, miramos hacia el cosmos buscando otra tierra una tierra fértil y generosa para alimentar nuestras hambrientas y babeantes bocas. Cargué la recamara de mi subametralladora, veinte balas, último cartucho y todo mi ser exhausto embutido en la armadura de carbotanium… El aullido de los lémures y el cacareo de los pájaros de la tarde me atormentaba tanto cómo la ausencia del viento, el tufo de las esporas selváticas, el lodo; el pesado torrente del río afilando las rocas, el descomunal tamaño de los baobabs, las higueras y los tamariscos, los podridos troncos llenos de hongos, musgo, las rocas cubiertas de líquenes. Todo el paraje me aceleraba el pulso, me hacía sentir mi propia fragilidad, insignificancia, contra el error de una expedición infructuosa y el terror del extravío en la profundidad del verde dédalo de niebla, volcanes activos y vegetación. Recordaba las garras y dientes de aquel saurio gigante, destrozando los camiones del convoy, cerca del cruce del gran río. Escape y desbandada, pero no podía, no podría batirme yo solo contra la manada de los Utahraptors o contra la madre del joven Giganotosaurio que habíamos acribillado intentando salvar la cosecha. A más de cincuenta kilómetros de la colonia, sin comunicaciones, con el GPS dañado y demasiado exhausto para seguir avanzando con el calor de la selva sobre mis hombros, sentí que era suficiente. Once toneladas de maíz perdidas en medio del pantano de azufre por culpa de un pleito entre los ingenieros de logística y los conductores del convoy.
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No había fuego ni luz, ni refresco alguno; aún en el tronco podrido donde decidí refugiarme de la lluvia que comenzó a desplomarse. Saqué mis cigarrillos y comencé a fumar. Sabía que el olor del tabaco alertaba a los animales; pero no tenía caso seguir ocultándome. Con el radio y el GPS jodidos, era imposible pedir apoyo. Rebusqué entre mis cosas y pude ver que se había caído mi comida. Maldije a dios y levanté mi arma de súbito al escuchar gritos que provenían de la jungla, me puse de nuevo el casco y abandoné mi refugio. Entre los matorrales yacía una gran presa medio devorada y los cuerpos de tres o cuatro emplumados lagartos, cocidos a balazos. Había sangre en el pastizal, seguí las huellas de la batalla antes de que el sereno, lavara los rastros. Hallé el cuerpo de un compañero, con las bolsas de munición intactas y una granada de humo rojo. —Rastreador —oí el furtivo susurro—. Alto el fuego, voy a salir. Volteé en derredor, pero no vi nada, hasta que de entre la maleza emergió una francotiradora cubierta de camuflaje. Noté la insignia de oficial en su uniforme, pero también el renqueo en su pierna y sostenía el pesado rifle de precisión con una mano sana y la otra herida. —¿Cómo se encuentra, teniente? —pregunté, barriendo la jungla con mi vista periférica. —Los putos dinos mataron a mi observador, pero los hice correr de vuelta hasta los árboles. Esos cabrones no van a tardar en volver. —Si, estarán aquí pronto —murmuré sombrío—. Mi radio no sirve y tampoco mi GPS, pero me quedan unas vendas y tomé la munición de su observador. —Antes de que mi radio muriera escuche que hay un pájaro buscando sobrevivientes —tomó de mi mano la granada de humo— debería bastar para que nos vean desde la cabina del helicóptero. —También lo harán los dinos… —advertí—. Pero, es nuestra única opción. Ayudé a la teniente a subir a un promontorio de pizarra en medio del pastizal, los árboles cubiertos de musgo y enredadera nos vigilaban tan ominosos y altos cómo titanes, los lémures aullaban en la espesura que circundaba el claro, su agudo canto solo auguraba horror, como el desafinado arqueo de una viola invitando al desastre. Soltamos el humo al escuchar el helicóptero en las proximidades. Entonces los lémures callaron. Aparecieron cómo fantasmas en medio del chaparrón, con garras afiladas, dientes lacerantes, lomos y codos cubiertos de plumas brillantes, con sus ojos amarillos centelleantes, desalmados animales. ¿Estamos condenados a matarnos siempre? Dos ráfagas de fuego rápido, dos muertos, cómo comandos avanzaron gimiendo y gritando ordenes, los líderes fueron cerrando la distancia, pero no sin antes perder otros dos por tiros de la teniente y otro más por mis balas. Uno me embistió por el flanco, pero a tiempo viré para descargarle una ráfaga y lo dejé muriendo en la hierba, mientras los líderes se lanzaban a toda carrera sobre la teniente. La oí gritar y era el ruido más horrible, estridente y cercano que había hasta entonces escuchado. Los dientes y las garras le arrancaron la armadura, le hendieron la piel, la carne, los huesos y órganos vitales en el tiempo que me tomó cambiar de cartucho. Maté a una bestia mientras la otra se arrojaba sobre mí con un siseo. Mi armadura resistió la embestida, pero los huesos que estaban debajo crujieron. Al incorporarme adolorido, renqueé como pude hasta llegar a ella, la vi tendida sobre la roca, ya sin la mitad del brazo, ya con las tripas regadas fuera de su vientre.
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Le quité el casco y la tendí sobre mi regazo mientras desenvainaba el cuchillo oculto en el talle de mi bota izquierda. —Tranquila teniente —murmuré apretando los dientes—, ya paso lo peor. Ella miró detrás de mí, boqueando con los labios llenos de sangre y en sus ojos sólo había impotencia; el humo se había apagado y el helicóptero pasó de largo sin vernos. —Está dando la vuelta —susurré pasando mis dedos por su corto cabello—, volverán por nosotros, no nos dejarán aquí… Sus ojos verdes se apagaron mirándome con una sonrisa de paz, mientras le hundía mi cuchillo en la nuca y un escalofrío de intenso me abarcó el espinazo. La selva se quedó en silencio y estaba solo. Una vez más.
Sobre el autor:
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Fernando Antolín Morales (Zaragoza, España, 1984) estudió Matemáticas y Filología Hispánica. Desde hace 10 años vive en Nitra, Eslovaquia, desde donde pone en práctica su faceta de poeta, narrador y dramaturgo. Ha ganado algunos premios literarios y menciones en concursos de Europa y América, además de publicar algunos de sus poemas en revistas digitales como Quimera (Costa Rica), miNatura (España), El Camaleón (Guatemala), Máquina Combinatoria (Ecuador), Sismo Trapisonda (Argentina), Furman 217 (EE.UU.), Crisopeya (Colombia), Engarce (México), Sudras y parias (Chile) o Nefelismos (Venezuela), así como de papel, como son La gran belleza, Papenfuss o Principia (todas españolas). En 2020 se publicó su primer poemario, La esfinge del pino, mientras que en 2021 salió su segundo libro de poemas, Ser mala, tras ganar el 2º Premio en el Certamen Literario Agustín Sánchez Rodrigo. Además, algunos de sus poemas, relatos y textos dramatúrgicos han sido publicados en distintas antologías de papel. Esta es su tercera colaboración con Perro Negro de la Calle. Aún quedan las cicatrices el recuerdo el eco de tu paso por el valle camino de la bruma. La diminuta imagen de tu pelo a lo garçon enmarcada en aquel ventanuco casi opaco del aguerrido tren que se hendía en mis montañas. Cada día puntual (si el tiempo acompañaba) te mecías taciturna con la mirada perdida en tus lecturas tras esas gafitas de pasta que son ya solo memoria. El ferrocarril pasaba rugiendo como un monstruo te arrastraba te devoraba te impelía seductor hasta sus noches de bohemia capitalina y gemía en mi desvelo con sus gritos chirriantes de óxido y celos. Pasabas de largo sobre aquellos rieles ligera vaporosa como si el ritmo irregular y tortuoso de aquella máquina jadeante no pudiera tocar tu intelectual reposo. El tren ya no pasa. Ni su estruendo. Ni su hierro fragmentado y mate. Ni su inquietante halo de tristeza. Solo quedan las cicatrices y tu recuerdo cada vez que atravieso hueco inerte
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este paso a nivel sin barreras.
Sobre el autor: Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de las revistas virtuales El Muqui y Minúsculo al Cubo. Es administrador de la revista Babelicus. Publicó el relato El otro
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engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021).
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oy, en el año 2021, celebramos el bicentenario peruano en medio de una pandemia que poco a poco está siendo controlada. Por eso, el día de la toma de mando presidencial mi pequeña hija observó desde la ventana varias figuras luminosas en el cielo; yo las había vislumbrado antes, durante la toma de mando presidencial. Soy padre soltero, Rosa es muy curiosa. Sé que a sus siete años entenderá la historia. Le explico que esos son hombres en forma de avión, quienes rinden tributo al héroe Arnaldo Quispe, quien usó en su organismo por primera vez una fórmula experimental, la cual se denominó «el diesel milagroso» por los habitantes de nuestro país en la guerra del año 1941 contra el país del norte. Arnaldo era muy joven y un experto aviador, quien se mostraba osado y valeroso desde muy pequeño. Cuando los rivales empezaron a llevarnos la delantera, el muchacho, que era parte de la Fuerza Aérea del Perú se sometió de manera voluntaria a un complicado experimento. Su sangre crearía un combustible asombroso que lo llevaría por alturas y velocidades inimaginables por aquella época. Al mismo tiempo, su cuerpo conformaría las partes de un avión de combate. Sería el arma secreta del Escuadrón de caza. En realidad, era un avión pequeño, de poco de más de dos metros, cubierto con ametralladoras. Los científicos que crearon al hombre-avión dijeron que lo oían cantar al momento de construirlo. Sabían que Arnaldo vivía, que era ahora una suerte de robot y que podría atacar de frente, sin miedo, a las baterías enemigas y a otras máquinas voladoras que el enemigo utilizaba. Gracias a él, ganamos la guerra porque se inmoló, decidió estrellarse contra la base central del adversario. Desde entonces se ha usado el diesel milagroso para impulsar la fabricación de distintos artefactos, de transporte y otras maquinarias, aquello nos convirtió en una nación del primer mundo. Ya no hubo más conflictos con otros países, no físicos, solo una que otra disputa territorial. Rosita sonríe y se deja llevar por mi relato. «Aquellos que ves ahí, hija, volando debajo de las estrellas no son hombres ni aviones, son vuelos humanos. Se transformaron para vivir cien años, con sus consciencias dentro de los aparatos». Uno de ellos se acerca a nuestro barrio, hace una acrobacia y se aleja brillante.
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Sobre el autor:
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Gabriel A. Ovando nació el 6 de septiembre en Suchiapa, Chiapas, México. Es egresado de filosofía por la Universidad Autónoma de Chiapas. Ha publicado en números anteriores del Perro Negro de la Calle y ha dado conferencias en la UNACH.
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o entiendo la virtud en la sabiduría y en el sabio, al menos no entiendo por qué considerársele virtuosos, la sabiduría consiste en una búsqueda interminable por esta, sabio es aquel que busca la sabiduría y no aquel que cree que la tiene, no sé si me explico, creo que estamos en un completo error al considerar a la sabiduría como un absoluto. Debemos de tener en cuenta que el mundo está en constante cambio, nunca es el mismo y nunca lo volverá a ser, no existe esa sustancia en las cosas, hace cientos de años a una serpiente se le podía otorgar el ser de un Dios en una cultura X inventada por mí para dar este ejemplo, pero ahora le otorgamos el ser de organismo biológico o algo así… entonces ¿cuál ha sido la concepción que tenemos de sabiduría en las distintas épocas? La misma, intentar alcanzarla no sabiendo qué es y sabiendo que nunca llegaremos a eso que desconocemos. La sabiduría se abstrae del mundo real cambiante, le otorgamos un ser que no cambia y probablemente ahí está el error, creemos que es, pero ¿en realidad es?, la seguimos teniendo en esa concepción griega en la que le otorgamos un ser que fue, es y será para siempre, le otorgamos a la sabiduría una voluntad que está por encima de la nuestra, algo que no conocemos como el nóumeno, pero si no la conocemos ¿por qué creemos que existe? Al carajo la sabiduría, no nos sirve porque no podemos llegar a ella, somos unos tontos que buscamos entender algo que no puede ser entendido, si esa concepción de sabiduría existe, es algo así como la causa eficiente entendida por Dios y no por el hombre finito, aquellos que se dicen sabios, no son más que falsos profetas, sabio sólo Dios, debemos preocuparnos por una causa final: el hombre mismo y la comunidad, algo de lo que sí estamos seguros. Esa concepción de sabiduría hay que dejársela a Dios, pensamos que es nuestra y nunca la cuestionamos, somos tan tercos que al saber que no podemos llegar ahí seguimos intentando comprenderla, no queremos revolucionar, somos reaccionarios. Esa concepción de sabiduría nunca la hemos revolucionado, no nos damos cuenta de que debe ser educada, hacer que toque tierra y que sea influida por ella, debe aceptar que, siendo educadora, debe ser educada a la vez. En todo caso, la que estamos haciendo es cambiar ese ser del concepto sabiduría, será una sabiduría (1) que ya no es la sabiduría a la que nos referíamos al principio; será una sabiduría que sí es virtud porque apunta hacia el bien ya antes mencionado: el hombre y su comunidad; y sólo ahora sí existirán hombres sabios, hombres
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de verdad en tanto que no están enajenados y conocen el mundo y su miseria, hombres que no están de espaldas al mar.
Sobre el autor:
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Luis Penas (Chiclayo, Perú, 1991). Tiene un Associate Degree of Arts in Spanish en Fresno City College, California, Estados Unidos. Su primer libro, Pakasqa, el desafío de los dioses obtuvo el segundo lugar en los premios North Texas Book Awards. Ha participado en la antología de cuentos Relatos marginales (2020) y Relatos de pandemia (2020).
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uelves a contar cada dólar arrugado con olor a marihuana, vieja. Un olor que siempre te relaja. El humo de la varilla de incienso en tu mesa acaricia tu rostro, y nubla la bombilla de luz que cuelga encima de los dólares, pero no te molesta. Sonríes al darte cuenta de que los dólares van aumentando, sonríes con unos dientes carcomidos, amarillos. Toses. Ahora sí el incienso te ha fastidiado, y maldices en inglés. Acomodas tu trasero gordo de tanta Big Mac sobre esa silla marrón de plástico. Agarras con firmeza los fajos de billetes sobre la mesa y empiezas, una vez más, a contar cada dólar arrugado. Sigues: cuentas cada vez más rápido. Tu corazón golpea salvajemente. Tus ojos se agrandan. Ríes, sobándote la nariz con el antebrazo, sin soltar el dólar restante. Veinte años, vieja, te ha valido juntar este dinero. Habías empezado lavando platos en un pequeño restaurante latino, que a duras penas te pagaba el mínimo. No comías a veces, por ahorrarlo todo. Tenías presente a tu hermana. Ella había sido tu motivación todos estos años, vieja. Tu motor, tu impulso. La pila de los dólares sigue en aumento. Das gracias al cielo, al infierno, a lo que fuera. A estas alturas de tu vida, ya no te importa: sólo tu hermana. La regordeta mal teñida que te miró sobre el hombro aquel día y te dijo: Yo tengo más plata que tú, ignorante de mierda. Tú sonreíste, serena. La miraste fijo a los ojos y te marchaste, muda, como si no hubiera pasado nada, pero se te había movido todo por dentro. Hasta amaneciste con un amargo sabor de boca. Ese día tomaste una sabia decisión. Te largaste de ese país tercermundista que no te había dado más que algunas alegrías y una hermana cagona que te ninguneó desde el día que naciste. Pero ahora verán, vieja. Verán tu poder y sabrán quién realmente eres. Tú, la todopoderosa, la más-más. Por eso al llegar a Estados Unidos habías ahorrado hasta el último penny, trabajando twenty four-seven. Te cansaste de lavar platos y te marchaste feliz a trabajar a una tienda de electrodomésticos. Aprendiste hablar bien el inglés, y mucho más cuando te enamoraste de un negro californiano que le entraba al negocio de la marihuana. Con él aprendiste que el amor lo soporta todo.
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En tres años te convertiste en mánager de la tienda, y ganaste mucho más. El negro ya estaba en la cárcel, pero por amor o por cojuda, le pagaste la fianza. Así te quedaste con la mitad de lo ahorrado. Y entonces fuiste más drástica con tu forma de ahorrar: siempre estaba frente a ti lo que te obligaba a privarte de la cena y a rechinar los dientes. Vieja, terminas de contar. Son trescientos mil dólares los que has ahorrado. Y te echas a llorar sobre la mesa regada de esos ojerosos y soñadores billetes. De repente el recuerdo del negro Joe aparece como un espectro, te posee, se impone ante el momento, parece congelar tus lágrimas por un segundo. Él también te cagó, vieja: te hizo abortar al hijo que tanto deseabas, para después dejarte tirada en mitad de una carretera. Ahora tienes trescientos mil dólares. Mucho más de los que gana el dueño de esa tienda que te echó sin más, después de diez años de servicio, porque te tenía ganas y tú no le dabas el culo a cualquiera. Te largaste otra vez, con tus ahorros creciendo cada día. Te fuiste a vivir al valle central de California y te tuviste que meter de todo —menos de puta, claro—. Hasta trabajaste en el campo, con el sol destrozándote la nunca por cinco años más. Pero ya sin darle chance al amor: esos ojos grandes color miel que enamoraban en tus mejores tiempos, ahora, opacados, solo brillan iluminados por el rencor. Te levantas de la mesa. Respiras profundo: ahora es tiempo de volver, viejita. Mañana irías a esa agencia de viaje que siempre has visto con ilusión para comprar tu pasaje de regreso a casa. Aunque ya no encontrarás a tus padres. Solo tu hermana queda viva y eso es lo importante. Llegarías a joderla, vieja. Ahora yo tengo más plata que tú, pues, le dirías, y también que te bese los pies. Que te los lave con sus lágrimas, si es posible. Ahora podrías incluso comprarla y hacerla tu esclava hasta que se funda. Sacando pecho, caminas hacia una tosca repisa que descansa a lado de tu cocina. Abres la puerta despacio y agarras un cigarrillo. Giras la llave del gas de la estufa para encender el cigarro. Fallas. No sale el fuego. ¿Esa era la que no servía? Dudas. Abres la otra hornilla y sale el fuego, vibrante como tus ojos. Acercas suave el cigarrillo y empiezas a fumar. Apagas el fuego. Te tranquilizas. Viajarás en dos días para que todos te admiren, y ríes a carcajadas, abriendo los brazos, sintiéndote la reina de América. Sintiéndote el sueño americano en persona. Ríes, vieja, ríes, y de tanto reír y chuparle al cigarro, te ahogas y empiezas a llorar. A llorar de ahogo y a llorar de rabia por todo lo que tuviste que acaecer. Sientes un dolor ligero en la cabeza, y decides descansar un rato: mañana podrás pensar con más calma. Te relajas, olvidando cerrar la hornilla que no funcionaba.
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Sobre el autor: Demetrio Navarro del Ángel nació San Luis Potosí, México. Reseña el libro Frida K. la poeta y Macbeth el traficante de sueños. Novela de suspense y realismo mágico. Caligrama. España. (2021) Obtuvo mención honorífica en el 2º. Círculo de poesía y arte «Mujeres puños violeta: mi mundo surrealista» 2020; forma parte de la Antología de poesía erótica Trazos tórridos (Ediciones Afrodita, 2020) y de la antología Tiempo fuera Academia Nacional de Poesía de la Cd. De México (2020). Colabora como columnista en la Revista Cultural Engarce. Cuentos, poemas y fotografías se encuentran en la Revista Perro Negro de la Calle.
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Mudan de piel las libélulas
con las alas cercenadas y los pies entre la arena, su corazón se desgrana en el absurdo en el sueño fugaz que las devora, que nos devora, que nos devora en caravana ¡Luna creciente, mantis religiosa de las penumbras! Sombras desiertas entre la sed se clavan, migran los sueños Desde este hemisferio malva trece veces al año llora la luna menguante con hambre y muerte ¡No existe patria! Los colores son pesadillas que fracturan la legalidad, los sueños clandestinos se sostienen con las uñas de la esperanza… postergamos las lágrimas en los días de sed y desconcierto Luvina es nuestro purgatorio, en la canícula de agosto donde las ánimas se hacen remolino ¡No existe patria! Cruzan el miedo, Atalayas feroces maceran tu faz. Frida Kahlo ¡mujer mestiza! columna perenne a la que se aferran las libélulas en el laberinto, las feroces sombras devoran su espalda en agonía, sus ojos sin retorno aprenden un lenguaje extraño su mundo se despedaza con la hoz de la miseria, con la voz del infierno, con la frontera que destaza sus huellas con el insomnio que trasmina en tierra ajena. Se acumulan los miedos de antaño, carcomen almas. Desde este páramo de arena escapamos de la persecución, de la anarquía que galopa en el viento,
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en la casa del miedo grita la mandrágora en el “tzompantli” orquídeas mutiladas blasfeman, cobijadas por la ebria neblina de los pulpos. Desde este hemisferio malva trece veces al año gritamos palabras sin silencio. Dorothea Tanning y yo en vértigo perenne damos vueltas en un enjambre con otras tormentas con otra sed que nos atrapa y nos anula espíritu y carne caen en el abismo de la irrealidad, en Leteo las libélulas se agarran de la desesperanza Brevis ipsa vita est sed malis fit longior ¡La luna nueva canta su partida! Arañan muros, en bostezos de luna brincan las fronteras. En la oculta cara de Lepidóptera Leonora Carrington y yo socavamos los enigmas para apagar las sombras para perturbar los cánones ante un vendedor de milagros Bridge Bate Tichenor y yo nos conectamos con la Tierra, con los ciclos y el pensamiento cósmico, oníricos alebrijes duermen en el infinito. En el espejo roto Rachel Baes Jane Graverol y yo, reventaremos las cuerdas del Nilo que nos despelleja destilaremos murmullos entre grietas de tinta y humo en las quimeras, en el absurdo, en los ojos de todas las libélulas llevadas por el viento. Muere su cuerpo, sueños deshabitados nos desarraigan Remedios Varo ¡mujer libélula! resonamos contigo a la deriva en la tela que reposa, en la impotencia en el pánico
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en el hambre… aequus nocte donde el tiempo madura, donde el tiempo armadura donde el viento transfigura. Los bocetos exiliados danzan en el parpadeo de los timbales, las hijas del polvo vibran en el verso adictivo de la luna llena en el espejo roto en la oculta cara de Lepidóptera en el desconcierto de Luvina… A la deriva, libélulas de polvo en rayos de sol.
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Sobre la autora: Adilene Cortés Caballero. Nacida bajo el signo de Saturno un 5 de enero de 1988. Lic en psicología, actualmente reside en Tijuana, Baja California. Escribe para recordar que existe.
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l universo exige una mente superior consciente que atestigua su magnífica existencia, quizá la búsqueda de una pareja es una muestra microcósmica de la necesidad de ser reflejados. Andamos a tientas anhelando ese lago que al verle nos devuelva la mirada. Podría decir que es el miedo a la soledad lo que me hace recordarte. Te extrañó, esa conexión de camaradería, esa compañía calidad a media tarde cuando todo estaba quieto, te extraño desenmarañando el hilo en mi cabeza, y esas charlas de madrugada con carcajadas resonantes, más que hacer el amor, el eco de mi voz en tus ideas, devueltas digeridas, y las semillas que implantaba en mi mundo, añoro tu presencia degustando mi comida, inventado ofrendas para mi paladar. Que dulce ternura el baile a medio pasillo, en las escaleras, en el comedor donde quiera que nos encontráramos, abrazarnos repentina y fugazmente, movernos con alegría. Algunas veces alucino esa mirada de loco, de lobo retórico respondiendo a mis delirios. Y el jardín, tus manos siendo plantas crecidas en todas direcciones, siempre amasando la tierra, revolviendo para dar vida, fluidos frutos dándose en cada temporada, me diste tanto, todo lo que había deseado. Fui tu bruja y cazadora y tú el lobo. Necedad la mía querer correr a sacarte de entre la hierba, rasgar el suelo, y llevarte conmigo a mi nuevo hogar a que me abrumes en tus horizontes. Sé que me piensas pensándote, puedo sentir la vibración recorriendo la tierra, arrastrando tu murmullo mental desde el jardín bajo las calabazas, te aferras aquí arriba, a esta casa, a los gatos a mí, y no, ya no podemos llevarte más.
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Sobre el autor: Vasia Valdemar nace en Huanta, Ayacucho, Perú, 16 de octubre. Realiza estudios superiores en idiomas en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. Se une a la Asociación de Escritores de Ayacucho el 2007. Ha participado en ferias de libros, recitales nacionales e internacionales. Finalista en el concurso de poesía 2020 de la AEDA, ha publicado poesía en Revistas Literarias nacionales: Lima y extranjeras: México, España y Colombia.
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Amazonas palpitante,
Imparable desesperación la ciudad afilada raya la celda que de ti se alimenta, Invertido calmas su oscura ira endrina Cuando te sabe arribista impío en la catarsis. Perversa jaula cronológica, nos espera entre los barrotes, la absurda abundancia de la realidad la falta de noches de par en par, de verso a verso, de amor irreal; inerme criatura de mil memorias, de vida sola fragor de tantos sueños rotos, ya no toques mis heridas, anacrónica. Todas estrías humanas de las ventanas en tu carbonífero corazón van precipitándose compulsas de palabras y de aquella prisión. Dime tú, hidra mía, en tanto y, por tanto, si en torno a este sufrimiento y su redil profetizas en la luna, acaso, para alguno de nosotros, poesía o salvación.
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