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E
s tiempo del placer literario, de este can que vaga por las redes llevando como heraldo las pasiones de su canino grupo. Bienvenido seas a la edición 71 de Perro Negro de la Calle. Hemos preparado rimas para ti, e historias que te envolverán. Hemos navegado por la web ya muchos años, y lo que pretendemos siempre es transmitir todo aquello que los cientos de autores que conformamos este proyecto guardamos en el alma y transformamos en letras. Para esto surgió esta revista, para dar espacio a todo aquel que desee ser leído, para que sus obras vean luz y sean admiradas por los ojos de lectores. Nosotros escribimos de la vida; de nuestras vidas; de vidas paralelas; de mundos reales; de mundos irreales y fantásticos, de cualquier ámbito que merezca ser escrito, eso se plasma aquí, vive aquí, en este recinto de las letras.
Amaury R. Ledesma
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Sobre el autor:
Rolando Reyes López. (Pedro Betancourt, Matanzas. 1969). Reside desde el año 1971 en el Municipio de Jovellanos, Matanzas, Cuba. Graduado de Bachiller. Actualmente jubilado por Baja Visión. Numerosos relatos breves y poemas suyos han sido publicados en 70 revistas y 18 antologías digitales de varios países de Europa y Latinoamérica.
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V
oy a saldar una antigua deuda que tengo con la muerte; los héroes no debieron morir en vano, una madre trae flores apretadas a su pecho, flores vivas como el nombre de sus hijos al caer frente a las balas enemigas. Esas violetas salieron de la cruz, de la montaña altiva y rebelde, de las cenizas del ave Fénix. Ahora es el tiempo de la esperanza perenne, de los mártires sembrándose en el hombre admirador y ejemplar; las flores, de tes delicada, viajan en silencio, la llanura se expande apasionada mientras las aves, entre verso y verso, toman coquetas las alturas del cielo y entran, bellas, en la alcoba de la luna. Una estrella enamorada observa el llanto de las madres, el viajero que vino del día del amor, como ruiseñor de primavera, cruza los campos, se adentra en los jardines y busca el parque donde reposarán las flores rojas. Tras la orden del comandante los héroes saldrán de su última morada, la noche larga va quedando atrás, el universo delinea los últimos detalles mientras los traidores, insostenibles, rellenan sus maletas con dólar y desvergüenzas, pero las rosas blancas le cortan el paso mientras los nuevos hijos de la patria desempolvan los fusiles, toman los palacios de justicia y devuelven a su sitio al escudo y la bandera. Amo esa bravura y me uno al grupo de vanguardia, -el momento lo amerita-. Allá, desde la frontera del tiempo, desde la ilusión y la fe, desde el empoderado valor de los héroes, empuño la esperanza con toda dignidad, y me alzo.
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Sobre el autor:
José Luis Machado (1974). Santa Catalina, Montevideo, Uruguay. Docente y escritor. Desde 2015 ha publicado una media docena de libros. En 2018 gana el Concurso Noss da Poesía (Río de Janeiro, Brasil). En 2019 gana el concurso A los 100 años del libro de la selva (Misiones, Argentina). Sus poemas, artículos, cuentos y micro relatos han sido publicados en blogs, revistas y libros en más de una docena de países.
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L
ucy —esa mujer de veinticinco años, la de traje azul de raso delicado, la que busca una salida, una puerta hacia una nueva misión sobre el gran bulevar— es policía del tiempo. El día no había comenzado bien: se habían congelado los pases y a partir de ahí todo podía salir mal. El brillo de sol le parecía molesto, el ruido de la ciudad caótico y el café, su amigo y despertador, era lo único que podría mejorar la mañana. Así que entró a la cafetería y pidió lo de siempre, solo necesitó un gesto, mientras llegaba la orden, se arregló el flequillo mirándose en el espejo del lugar. Pidió un sobre extra de azúcar. Los abrió y vio como la lluvia de piedritas blancas se hundía en el líquido negro y humeante, observó cómo se mezclaban en los giros concéntricos de la cuchara. Apuró el café, pagó y salió rápidamente. Tenía un par de minutos para llegar a la puerta asignada. Solo le quedaba un pase, no podía equivocarse. Llegó a la puerta. Colocó el pulgar sobre el lector y luego de ser aceptada dictó la fecha, el lugar y la hora: 1 W 72nd St, New York, NY 10023, Edificio Dakota. Estados Unidos. 8 de diciembre de 1980, 17:00 hs. Con confianza, presionó el botón de inicio y atravesó la puerta viajando una vez más, al pasado. Lucy se encontró con el hombre a solas y lo mató, limpiamente, de un solo disparo, en medio de los ojos. Esta vez ni siquiera se manchó los zapatos de gamuza azul, que tan lindos le quedan. Al regreso debía comprobar que cambios había provocado. Volvió a apoyar el pulgar en el lector dactilográfico y a dictar el lugar, la fecha y la hora: 1 W 72nd St, New York, NY 10023, Edificio Dakota. Estados Unidos, 8 de julio de 2020, 12 horas. Atravesó la puerta, cruzó la calle y pidió un diario en el kiosco; se sentó en la plaza y buscó la sección espectáculos, esta decía (Gracias a sus gafas especiales, la traducción del inglés era automática): Ayer, como todos los años desde 1981, John Lennon, Paul McCartney y Ringo Starr, se juntaron a celebrar el cumpleaños número 80 del baterista. Cantaron ‘A través del universo’, para homenajear a Harrison (1943-2001). Y anunciaron un nuevo disco para navidad. Sonrió satisfecha. En ese mismo momento, habilitaron los pases. Pero con aquella misión tenía suficiente por hoy. Además, quería escuchar todo lo nuevo que habían creado Los Beatles después del reencuentro y para eso, como para todo lo bueno, necesitaba tiempo.
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Sobre el autor: Julio César Aguilar. (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara, una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019; Alborozo, 2020, y Donde no falta nada, 2021. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
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M
adre de las albas entre penumbras, oyendo ya vives la música que no acaba. Ángeles protegen tu sueño, pero soberana eres como sólo la luz y ahora no duermes: estás tan despierta. Viviendo estás ya en el hálito de las flores que amabas. De tu alma su luz es un río que ligero fluye y nunca termina y vuelve así al alba otra vez. Bajo el sol de siempre, efímero en su eternidad deambula el tiempo. Incorruptible polvo ya eres y a tu memoria viene a postrarse la otra polvareda que somos. Desde este jardín florido te veneramos. Otra vez a resurgir vuelves, como la mariposa a la flor de las recordaciones. Ya siempre en el aire estás y a toda hora eres eterna fuente de claridades.
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Sobre el autor:
Rolando Reyes López. (Pedro Betancourt, Matanzas. 1969). Reside desde el año 1971 en el Municipio de Jovellanos, Matanzas, Cuba. Graduado de Bachiller. Actualmente jubilado por Baja Visión. Numerosos relatos breves y poemas suyos han sido publicados en 70 revistas y 18 antologías digitales de varios países de Europa y Latinoamérica.
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n poeta sin mujer es un poeta sin mujer, pero una mujer sin poeta… A una mujer sin poeta le falta perfume y contenido, es ola en un océano sin orillas que exhibir, es ave que canta ajena a la otra que ignora su tonada. Si una mujer decide incluir en su universo a un poeta de verdad tiene que ausentarse y comparecer ante el reino inmortal de ángeles y duendes. El que hace poesía no es visible para la que no se emociona cuando un poema en movimiento cruza su camino. Tampoco se detiene a contemplar a la carente de inocencia y valentía; ni acepta la terquedad del fruto negado a caerse bajo el efecto de su voz y de su verso. Él cree en la que va con el rostro levantado y se eleva: es detrás de esa piel donde el verso confirma su importancia. Si emerge es porque alguna comprendió que una mujer con poeta es elegante, vigorosa, perfecta, despojada de agonías, luz a seguir cuando el cielo decida oscurecerse. Cuando una mujer sea capaz de oír la voz de ese varón irrepetible sobre el amanecer de su cuerpo arropado de ilusiones podrá declarar a plena garganta que es enteramente feliz.
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Sobre la autora:
Andrea Pereira nació el 28 de junio de 1983 en Montevideo, Uruguay. perteneció al taller literario de María de la Cuadra en el año 2016, Estudió letras a principios de los 2000 sacando muy buenas notas con un cuento evaluado por el profesor Washington Benavides. Egresó de periodismo y locución en el año 2004 y sus cuentos fueron en varias ocasiones seleccionados por revistas literarias o galardonados en concursos. Su primer premio fue en el año 2016 en Misiones, Argentina ganando el tercer lugar en concurso literario sobre el mate. Debutó con poesía en el año 2020 siendo finalista en Miami, y dos de sus novelas han sido premiadas en Estados Unidos y Argentina.
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¿D
ónde está Hugo?, pensó Nicolás en medio de aquella tormenta descomunal. Ese día de abril en la ciudad de Dolores, mientras todo volaba alrededor de Nicolás, él observaba en silencio los nervios, la ansiedad y el miedo pintado en los rostros de maestros y compañeros de clase, pero en su mente solo se preguntaba: ¿Dónde está Hugo? Intentó escaparse de la escuela por algún lado donde no lo vieran, pero no lo logró. Alicia, su maestra, lo trajo con el resto de los niños, y lo puso a salvo. Muchos gritaban, otros lloraban, y la mayoría clamaba por sus papás. Nicolás no deseaba estar ahí. Sus pequeños ojos verdes recorrían todo aquel salón pensando en cómo podría llegar a ver si su amigo Hugo estaba bien. En un momento de distracción de la maestra Nicolás escapó. El fuerte viento de aquel tornado estaba azotando su ciudad, y trataba de impedir que siguiera camino, pero el pequeño de tan solo nueve años no pensaba detenerse, a pesar de lo que le costaba mover su delgado cuerpo. Los padres de Nicolás llegaron a la escuela, y encontraron a la maestra desesperada llamándolo. Nadie lo había visto, ni siquiera sabían si estaba en el edificio, o habría salido de allí. Ya viendo que la tormenta amainaba, algunos alumnos salieron a encontrarse con sus familias mientras los papás de Nicolás, y Alicia dejaban la escuela, y comenzaban a buscarlo. La madre angustiada lloraba, y decía que, si el viento los movía a ellos dentro del coche, a su bebé lo haría volar. La docente la consolaba comentando que no pensara así, que tuviera fe, y seguro lo iban a encontrar. El padre no quería opinar, solo se concentraba en buscarlo y decirse en sus pensamientos que todo iba a salir bien. Mientras tanto Nicolás seguía caminando hacia su casa, no podía correr, el viento lo empujaba, pero la idea de saber de Hugo lo mantenía firme, y lo ayudaba a luchar contra lo que quedaba de la tormenta. Los padres y Alicia, ya desesperados, decidieron ir hasta la casa a ver si había llegado por sus propios medios. No lo encontraron. Vieron que el muro se había caído, y la maestra con la voz entre cortada dijo que no volvería a la escuela, ni a su casa, sin noticias de su alumno. El padre había decidido volver a subir al auto para seguir la búsqueda cuando vieron que llegaba Nicolás. La mamá corrió hacia donde estaba el pequeño, lo abrazó y en tono de reproche preguntó: —¿Por qué te fuiste solo? Casi me muero de angustia. Alicia se despidió y se fue caminando con una sonrisa de alivio. Nicolás miró el muro caído, y su rostro de preocupado pasó a angustiado. —¿Dónde está Hugo? —preguntó el niño con un hilo de voz. Tras aquella pregunta los padres se miraron, tragaron saliva, bajaron los ojos, y se encogieron de hombros, pues no tenían respuesta. Al verlos Nicolás casi llorando, y con la sensación de un nudo en la garganta gritó: —¡Hugo! —y entró a la casa. Recorrió todas las habitaciones dejando su dormitorio para el final. Con los ojitos mojados, y una presión en su pecho que hacía que la voz le saliera de su cuerpo como si le costara brotar del mismo, volvió a llamar a Hugo, una y otra vez, al no recibir respuesta se largó a llorar sin consuelo. Los padres entraron a su cuarto en silencio.
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El papá se sentó junto a él y le acaricio el cabello, Nicolás se alejó, se tiró en la cama y siguió llorando. Repentinamente, sintió algo húmedo en su mano que hizo que se le dibujara una enorme sonrisa, y la sensación de pena que lo invadía se transformara en alivio y contento. Era una lengua que lo lamia. Era Hugo, su pequeño perrito color café, que esperó que todo aquel revuelo se calmara para salir de debajo de la cama de su dueño.
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Sobre la autora:
Agua Celeste nació el 19 de julio de 1975, en León (España). Es indumentarista regional y costurera. Aficionada a la lectura desde que era una niña y disfrutando de escribir pequeñas historias, se anima a cursar un taller de literatura impuesto por Andrea Pereira, curso 2021/2022. Sus primeras publicaciones han sido en el Séptimo concurso internacional de Versos compartidos 2021 Uruguay, con una carta titulada Una prometedora ilusión y un cuento titulado Ni tan loca ni tan cuerda. Y sigue aprendiendo y luchando por ver cumplido su sueño de publicar su primer libro.
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C
arol va con cierta prisa tiene cita con la ginecóloga a las diez y media de la mañana. Cuando está bajando con destreza sujetando su barriga, las escaleras en dirección al metro, resbala y cae dándose un golpe en la cabeza, por unos segundos todo queda en silencio hasta que escucha el llanto del bebé reacciona y se levanta. Seguro ya tiene hambre. Con agilidad corre hacia la cocina, coge el biberón previamente higienizado, saca el bote de la leche, dos taponcitos y agua caliente, lo agita mientras se dirige a la habitación. El bebé sigue llorando, es un llanto con tanta fuerza, no comprende cómo siendo tan pequeño puede llorar así. Este niño me ha salido soprano, dice entre la sonrisa y el cansancio. Avanza por el pasillo y entra a la habitación, es un cuarto amplio de color beige claro combinada con blanco, en la esquina hay una lámpara a juego con esos colores que siempre está encendida dando calidez a la estancia, se siente paz en ella, un dibujo de una jirafa grande preside la pared central, Carol y su esposo Alejandro habían estado horas y horas para poder hacer ese dibujo, se sentían muy orgullosos de su esfuerzo, valió la pena, pues ha quedado una habitación preciosa. El bebé al ver asomarse a su mamá a la cuna, calma el llanto porque sabe que le va a dar de comer. Carol lo mira y sonríe no puede evitarlo, siente una felicidad infinita. Lo coge en brazos y le da un suave beso en la frente, se gira y se sienta en el sillón de cuadros grises y rosas que hay colocado al lado de la cuna junto a una mesita redonda, en ella tiene posado el biberón. Mira a su hijo como si admirara un cuadro de Velázquez y le quita el chupete, siempre le sorprende cómo puede llorar de esa manera con el chupete puesto y no se le cae nunca. —Oiga, señora, ¿Está bien? —¡Llamen a una ambulancia! Carol mira a un lado y a otras varias personas se encuentran alrededor de ella, la observan con preocupación. Ella desconcertada trata de incorporarse, dos mujeres la ayudan. Le preguntan cómo se siente, ella responde que está bien, aunque con algo de mareo, pero no quiere ninguna ambulancia. Da las gracias a todos y mira el reloj, le quedan veinte minutos para la cita, duda que pueda llegar a tiempo. Así que se dirige rápido a sacar el tiquet al meter la mano en su chaqueta para sacar las monedas encuentra el chupete y sonríe a la vez que suelta un suspiro, pronto lo verá se dice para ella. Sube al metro, se sienta y acaricia el chupete con dulzura.
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Sobre el autor: Julio César Aguilar. (Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970). Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara, una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019; Alborozo, 2020, y Donde no falta nada, 2021. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.
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D
e Dios el nombre debería ser
Yo soy la alegría. Bendecida emerge de los manantiales el agua y en la lluvia se le oye cantar. Bautízame de nuevo, Vida.
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Sobre el autor:
Francois Villanueva Paravicino. Escritor (1989). Cursó la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y/o, de su propio país como de países extranjeros. Mención especial del Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relatos (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España. También, ha sido distinguido en otros certámenes literarios.
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A
l anochecer, luego de bregar todo el día, al intentar refugiarme en un lecho de amapolas, me asalta su imagen sonriendo de forma inocente y pura. Puedo apreciar aquel espectáculo ya etéreo y, herido, me pregunto: ¿Cómo pude perderla? ¿Por qué la dejé ir? Y las noches blancas crecen hasta muy entrada la madrugada. Despierto cansado, con la certeza de haberla soñado. Aquella rutina masoquista se repite día a día, noche a noche, y temo ahogarme en su omnipotencia. Cierta medianoche, con su figura clavada en mi cabeza, veo que de los bajos de la puerta se filtra un resplandor áureo, rutilante, refulgente y, cuando me asomo a ella, veo que me disuelvo entre su brillo, me diluyo entre su magia, me pierdo entre su hechicería de fábula divina. La miro a ella en cuerpo de ángel que se me acerca y me dice: «Así como el amor llega, se va: Mañana tendré otro nombre». Al entenderlo, la oscuridad puebla todo alrededor y, también, mi conciencia enfebrecida. Al agachar la mirada, observo que soy transparente; al intentar moverme, comprendo que solo soy una mirada y, más tarde, descubro que soy la nada primordial.
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Sobre la autora:
Andrea Pereira nació el 28 de junio de 1983 en Montevideo, Uruguay. perteneció al taller literario de María de la Cuadra en el año 2016, Estudió letras a principios de los 2000 sacando muy buenas notas con un cuento evaluado por el profesor Washington Benavides. Egresó de periodismo y locución en el año 2004 y sus cuentos fueron en varias ocasiones seleccionados por revistas literarias o galardonados en concursos. Su primer premio fue en el año 2016 en Misiones, Argentina ganando el tercer lugar en concurso literario sobre el mate. Debutó con poesía en el año 2020 siendo finalista en Miami, y dos de sus novelas han sido premiadas en Estados Unidos y Argentina.
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E
n una esquina oscura y siniestra se encontró con ella. La había deseado y llamado durante años, pero tenerla frente a frente no era lo mismo que imaginarla. Creyó que vería aquellos instantes más relevantes pasarles frente a los ojos mientras sus pestañas se juntaban unas dos o tres veces, pero no fue así. Una sombra rápida y desconocida hizo que aquel metal frío le abriera el vientre. Despojada de objetos de mínima importancia, que había considerado preciosos, y nadando en roja y valiosa propiedad la vio. Dame una oportunidad. Le susurró al oído, pero ya era tarde la muerte había respondido antiguas e insistentes plegarias viniendo a su encuentro.
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Sobre el autor:
Junior Nuñez Lefoncio, (Ayacucho, Perú). Poeta y narrador peruano, bachiller en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga. Es miembro de la Asociación de Escritores de Ayacucho (AEDA). Uno de los ganadores del Premio “Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga” (2016), así mismo fue ganador del I CONCURSO DE NARRATIVA (CUENTO) QUECHUA “WILLAKUY” (2018) organizado por la Catedra de la Lengua Quechua de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Cuenta con publicaciones en revistas y antologías.
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e pronto una voz ronca tronó en la oscuridad. —¡¿Qué hiciste, animal?! Mientras en alguna montaña retumbó truenos centellantes. —No pude contenerme, Braulio —contestó el muchacho empequeñecido por el miedo, atrincherado en una esquina de la casa con unos ojos saltones de pavor que incluso el aprendiz podía ver con claridad. —Huye, animal, huye, antes que tu insignificante vida se quede en estas frías sombras y sea alimento de él —reprendió con una furia tremebunda mientras crujía las manos caminando en rondas como un puma en el patio de aquella casa horripilante que olía a cigarro y coca. La noche avanzaba con truenos y con torrentes lluvias que había empezado caer desde que el muchacho hizo lo que nunca debió hacer. —Rápido, animal, sino quieres estar de candelabro de Rómulo toda tu vida —dijo el aprendiz como si supiera el destino del muchacho. Cerró el zaguán y de repente llegó a escuchar un grito descomunal en alguna montaña y con ello llegó un viento frio y espeluznante. Un rayo partió al zaguán en dos y en medio de esa centella vio a Rómulo con ese bastón de chonta, lleno de ira. —¿Qué hicieron, insensatos? —vociferó el decrépito y descomunal hombre. Al día siguiente un nuevo cuervo graznó en la casa de Rómulo.
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Sobre el autor: Eduardo Villareal De Los Reyes. H, Matamoros, Tamaulipas, México (1963). Poeta. Es director fundador del Foro Cultural Poesía en Atril que presenta lecturas mensuales de escritores del noreste de México y el sur de Texas. Obra publicada en poesía: Ahora pregunto yo (ALJA. 2019. México). A veces la poesía (Comuna Girondo. 2020. México). Todo de nuevo. (Ediciones Monarca. 2020. México).
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A
úlla el lobo una oscura canción lunar. Se unen los demás como las olas poblando la noche con su dominio.
¿Qué realidad esconde el lobo en su canción? Le dice ¿Qué a la luna? Como amoroso conspirador, a veces, otras como dulce enemigo o hijo abandonado. Su aullido es un beso radiante que conduce de igual manera a cauces melancólicos y a valles inclementes, de la misma manera de que está hecha la tristeza en la estación de trenes.
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Sobre el autor: J. R. Spinoza. H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Ha publicado en las revistas: Perro Negro de la Calle, Cuadernos Fronterizos, Espejo Humeante, Penumbria, Monolito, Retruécano, Nudo Gordiano, Teoría Ómicron, Revista Sputnik, La Gualdra, entre otras.
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a frase: vamos a echar una cascarita, se entiende en cualquier lugar de Latinoamérica, incluso me atrevería a decir que en cualquier sitio donde hablen español. El fútbol (a diferencia del polo, el golf y la esgrima), es un deporte que no tiene miramientos en el origen humilde de sus practicantes. Hasta el más pobre puede disfrutarlo, y así ha sido desde su invención, que a falta de pelota se ha jugado con cocos, melones y naranjas. Siendo estás últimas las predilectas por su escaso valor comercial. Para evitar que se mancharan de jugo al patear la fruta, los muchachos del barrio (de cualquier barrio), le hacían un hoyito y con un popote sorbían el líquido. Dejando poco más que la cáscara. De ahí viene el término: cascarita. Mi historia con Diego, comenzó también con una naranja. Mi padre me había dejado a cargo del puesto por unos minutos mientras él discutía con su proveedor. No recuerdo el día, pero sé que recién había cumplido los siete. Como hijo de comerciante, los números nunca fueron problema para mí. Sumaba desde los cuatro y para los seis ya sabía multiplicar y dividir. Conocía los precios de cada fruta exhibida en el mostrador y sabía dar el vuelto de billetes grandes. Un hombre vino a comprar un kilo de plátanos y se quedó admirado de que un chico de mi edad supiera usar la balanza. Yo me sentí grande. Pensaba que en unos años sería yo quien hablase con el proveedor y en lo orgulloso que estaría mi padre. —¡Te roban! —el grito de la tiendera vecina me sacó de mis ensoñaciones. Un muchacho de algunos catorce (después supe que tenía en realidad trece) había cogido una naranja y comenzó a caminar haciendo dominadas con ella. Se paseaba el esférico de los pies a la cabeza y después a la rodilla, al pecho y los hombros. La fruta nunca tocó el suelo. Yo corrí tras él y cuando lo llamé ladrón, se giró sin dejar caer la naranja y continúo dominándola mientras me respondía. —No soy ningún ladrón, pibe. He tomado prestada la naranja, cuando gane la copa, pagaré a vos una docena. Esa noche, antes de dormir, me reproché el no habérsela quitado. Hoy cuarenta y siete años después, pienso que es uno de los recuerdos más valiosos de mi vida. Otro de ellos fue poco después del Mundial de México, en 1986. Para aquel entonces Diego se había convertido en una especie de dios para mis paisanos al levantar La Copa del Mundo. Yo había contado la historia de la naranja hasta la extenuación, pero pocos la creían. Era 30 de julio y la selección volvía al país. Muchos fuimos al aeropuerto de Ezeiza a ver volver a nuestros campeones. El lugar estaba lleno, pero los policías les crearon un perímetro a los jugadores, de modo que pudiesen caminar con libertad. Algunos saludaban, otros lanzaban besos, pero no Diego. El llevaba un balón en los pies y al igual que el día que lo conocí, no permitió que tocase el suelo. Algo me dijo, creo que no se me hubiese ocurrido a mí sólo, qué le gritase algo, cualquier cosa. —¡Me debes una naranja! —grité, y por un momento temí que se perdiese entre tanto ruido. De alguna forma consiguió filtrarse. El campeón del mundo detuvo la pelota. Miro a la derecha, después a la izquierda y lo juro por mis padres. Me sonrió. Un par de semanas después recibí paquetería no esperada. Una docena de naranjas, un balón y una nota.
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Con esta pelota ganamos la final. Copa del Mundo de 1986. Mi deuda está saldada. Diego Armando Maradona. El balón estaba autografiado.
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Sobre el autor: Junior Nuñez Lefoncio, (Ayacucho, Perú). Poeta y narrador peruano, bachiller en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga. Es miembro de la Asociación de Escritores de Ayacucho (AEDA). Uno de los ganadores del Premio “Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga” (2016), así mismo fue ganador del I CONCURSO DE NARRATIVA (CUENTO) QUECHUA “WILLAKUY” (2018) organizado por la Catedra de la Lengua Quechua de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Cuenta con publicaciones en revistas y antologías.
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adre, no sé cómo, pero cambiamos en este recinto de hollín. Ahora que lo veo, me es pequeño y a la vez grande. Aún esta tus morriñas pintadas en algún rincón aún estamos viendo a la puerta sin puerta con cierta pavura e inquietud y yo creo que es por mi padre, ahora que lo veo aún sigue en alguna calle sin nombre. Seguimos como dos piedras en el mismo lugar, los tizones aún siguen calentando pantorrillas y debo decir, más por sinceridad que por dolor, que se me asoma un tajo de humedad junto a las tuyas que mecen nostalgias postreras y ahora que lo veo, el silencio es señor. Madre, aun repican campanas en el pueblo y aún te preguntas: ¿quién se me adelantó? Y debo decir también que sigo sin entender. Sé que de algún modo me dirás: ¡quédate! Y sé también que te diré: ¡No vayas! Al fin y al cabo, quedó en este recinto de hollín y ahora que lo veo, madre, seguimos siendo amigos del silencio.
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Sobre el autor: Eduardo Villareal De Los Reyes. H, Matamoros, Tamaulipas, México (1963). Poeta. Es director fundador del Foro Cultural Poesía en Atril que presenta lecturas mensuales de escritores del noreste de México y el sur de Texas. Obra publicada en poesía: Ahora pregunto yo (ALJA. 2019. México). A veces la poesía (Comuna Girondo. 2020. México). Todo de nuevo. (Ediciones Monarca. 2020. México).
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a soledad me muestra sus frutos. No hay evidencia de alguna alegría vivida en siglos.
Busco el silencio en esta ciudad mientras se colocan tras bambalinas una a una las estrellas. Entraste a mi vida como un hada a una casa por una ventana entreabierta. Ahora apareces en la terraza de la memoria salpicando de dudas mi mundo.
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Sobre el autor: Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991). Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), La mofa de la vida (Revista de creación literaria y humanidades Gibralfaro, Universidad de Málaga, España, 2020), entre otras. En 2022 publicó su primera antología de cuentos en físico, Lo extraño y lo fantástico, con la editorial mexicana Hayal Gücü.
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ntre líneas está oculto el mensaje para no venirme pronto en este verso. Con las letras disfruto siendo perverso, de mí no cuelga alfiler para el encaje. Muchas quejas y berrinches del deseo. Uno añora aquello que ha visto perdido. Y de aquello veo tanto que lo leo; el vestido vulgar y el vulgar venido. Y dos veces el recuerdo entonces llega, folla mejor que aquel que follar intenta. Horrible ha de ser el hecho al darse cuenta: que, lo antes renegado, ahora se ruega. Y poseo voz y alma de buen profeta y del pasado tengo clarividencia, mueve más en el corazón mi saeta, da más placer que del corto su cadencia. Mi karma va más al fondo en tus entrañas. Este poema se ha extendido bastante, hasta para esto tengo todo el aguante y, aquí como en la cama, tengo mis mañas. Y voy a darle mate a todas estas rimas, voy a darle mate a todita pantomima. Pero para mates es el reservado, aquel con puño y sangre ha de ser pagado.
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Sobre el autor: Octavio Ollin (Ciudad de México, 1998). Escritor y bibliotecario. En 2022 estuvo presente en el 1. ° Festival de Cine y Literatura de Horror, coordinado por Revista Anestesia. En 2018 participó en El Encuentro de Escritores de Narrativa: La literatura está en todas partes, coordinado por El Colectivo Rey Lagarto. Ha publicado algunos cuentos en Revista Perro Negro de la Calle, Revista Pluma Literaria y Revista Anestesia. Actualmente cursa la Licenciatura en Biblioteconomía en el Instituto Politécnico Nacional.
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os amigas entran al baño. Después de un rato, una muchacha sale por la puerta del baño. En ese momento una señora, sorprendida y asustada, le pregunta: —Lo que tienes en las manos, ¿es sangre? —Sufrí mucho para llegar hasta aquí —dice la muchacha, sonriendo—. El esmalte de uñas se derramó en todo mi bolso y tuve que limpiarlo.
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Sobre la autora: Esmeralda García. (1970, Guadalajara, Jalisco. México). Estudió la licenciatura en Psicología y la maestría en Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. En la actualidad es profesora en nivel secundaria. Poeta independiente, expresándome en verso libre, haiku y siglema. En proceso de autoconocimiento permanente; escribiendo sobre el amor, desamor, erotismo, causas sociales, poesía lésbica, feminista, etc. He publicado un poemario: Mujer Esteparia (2019) en Proyección Literaria. Antologías: Deleite: Vida y Placer (2013), Poéticas de los sures femeninos (2020); Versas y Diversas, Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea (2020); La vida en rosa (2020), Proyección Literaria; Travesías del confinamiento: Haiku y siglema (2020). Mujeres en campo minado (2020) Proyección Literaria; Muestrario Nacional 2021, Jalisco (2021) Maya Cartonera-Ave Azul. Ha participado en revistas digitales como: Perro Negro de la Calle (No. 46, 47, 50, 54, 55, 56, 57, 60, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70) Almicidio, Poetómanos, La Coyolxauhqui, Especulativas, Unión “José Revueltas” Revista Independiente, Acuarela Humanística, Resonancias SoM, Revista Tlacuache, etc.; diversos fanzines, así como en lecturas colectivas, festivales de poesía virtuales. Actualmente conduce un programa de radio: Tercia de reinas al desnudo.
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e preguntas: ¿Me extrañas? Yo sé que sí…
No, no te extraño porque vives dentro de poemas. En ellos te recreo, te atrapo en instantes libres de prejuicios. Entre metáforas eres mía y en versos te poseo. Nadie sabrá la historia del ciento de sucesos, donde existen formas infinitas de tejer los días y terminar los encuentros. Quizá un día Los versos reencarnen entre besos. Quizá algún día no tenga miedo al remordimiento. Quizá algún día entre tus piernas encontraré los motivos para seguir escribiendo.
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Sobre el autor: Guille Cifuentes, nació en la ciudad de Guatemala en el año 1979, profesor de vocación y profesión ha dedicado tiempo a la exploración de las emociones en la expresión del día a día, ya que como psicólogo ha desarrollado en la literatura la exploración de la conducta humana y el medio para canalizar con arte los estudios sobre la conducta humana.
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nte la seducción con el borde de las palabras la fragancia del camino hacia el éxito se acompaña de sentimientos que visualizan paso a paso un destino seguro Hago lo correcto en autosabotaje el convencimiento tiene un ritual complejo y esta sensación se apodera de mí que el último error conservo de souvenir En determinación o arbitrariedad la constancia no destierra lo perjudicial a falta de voluntad el albedrío es irracional esculpiré modelos de apaciguante iluminación La causalidad es el destino de muchos es el símbolo de visible sobreposición inspiración o esfuerzo de lo beneficioso de lo irracional e injustificado del miedo Fóbica y recurrente es la constancia fuente de vida del desvelo casi permanente y ante el autoconvencimiento de lo correcto la vergüenza acusa de recibido Aléjate si la autoestima ilumina en baja intensidad que la soledad encontrará otros escoltas el dolor es fuente plausible de motivación esto no es efecto de la habitual espiritualidad La autoexigencia es romántica y traslúcida en la estructura de capacidades donde el inicio sin pautas coincide con el final lo irracional resolveré en completa sensatez Creo en ti dije frente al espejo sin consecuencias la angustia arropándome parece incesante el riesgo paralizante susurra en aumento de posibilidades las equivocaciones de las que pude aprender La frustración se transformó en resultados la irritabilidad una expresión de prosperidad la cobardía y sus expectativas se apoderaron de mí llanamente por el miedo a fracasar.
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Sobre el autor: Octavio Ollin (Ciudad de México, 1998). Escritor y bibliotecario. En 2022 estuvo presente en el 1. ° Festival de Cine y Literatura de Horror, coordinado por Revista Anestesia. En 2018 participó en El Encuentro de Escritores de Narrativa: La literatura está en todas partes, coordinado por El Colectivo Rey Lagarto. Ha publicado algunos cuentos en Revista Perro Negro de la Calle, Revista Pluma Literaria y Revista Anestesia. Actualmente cursa la Licenciatura en Biblioteconomía en el Instituto Politécnico Nacional.
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stimada Sra. Budd: Nueve días tardé en comer esa carne deliciosa. No tiene que preocuparse, la pequeña Grace murió virgen.
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Sobre la autora: Esmeralda García. (1970, Guadalajara, Jalisco. México). Estudió la licenciatura en Psicología y la maestría en Psicología Educativa en la Universidad de Guadalajara. En la actualidad es profesora en nivel secundaria. Poeta independiente, expresándome en verso libre, haiku y siglema. En proceso de autoconocimiento permanente; escribiendo sobre el amor, desamor, erotismo, causas sociales, poesía lésbica, feminista, etc. He publicado un poemario: Mujer Esteparia (2019) en Proyección Literaria. Antologías: Deleite: Vida y Placer (2013), Poéticas de los sures femeninos (2020); Versas y Diversas, Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea (2020); La vida en rosa (2020), Proyección Literaria; Travesías del confinamiento: Haiku y siglema (2020). Mujeres en campo minado (2020) Proyección Literaria; Muestrario Nacional 2021, Jalisco (2021) Maya Cartonera-Ave Azul. Ha participado en revistas digitales como: Perro Negro de la Calle (No. 46, 47, 50, 54, 55, 56, 57, 60, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70) Almicidio, Poetómanos, La Coyolxauhqui, Especulativas, Unión “José Revueltas” Revista Independiente, Acuarela Humanística, Resonancias SoM, Revista Tlacuache, etc.; diversos fanzines, así como en lecturas colectivas, festivales de poesía virtuales. Actualmente conduce un programa de radio: Tercia de reinas al desnudo.
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é que no ignoras lo que siento, que te causa placer mirarme cavilando. Recostada a tu lado, te maquillas con tus senos libres que apenas cubres con tus brazos, tus piernas desnudas que cruzas descuidada. Un silencio incomodo que sabe a hiel, a miedo y fracaso. ¿De dónde obtengo la fuerza para no sucumbir? el mensaje ya está descifrado y una voz interior dice: ¡Atrévete! Pero no puedo tomar la iniciativa, aunque estemos solas. La promesa que me forjé es de un material indestructible que ni yo puedo romper.
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Sobre los autores: Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de las revistas virtuales El Muqui y Minúsculo al Cubo. Es administrador de la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021, 2022), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021). Benjamín Román Abram (Lima, Perú, 1970). Es director de la revista virtual El Muqui. Sus cuentos y reseñas se han publicado en diarios, antologías y revistas nacionales e internacionales como El Comercio, Correo (Huancayo), Heterocósmica, Fabulador, Umbral, Buensalvaje, Cosmocápsula, miNatura, Agujero Negro, Plesiosaurio, Zona libre, etc. Es autor de los libros de relatos En Envase Pequeño y Bioficciones. También cultiva la poesía y la ha publicado en diversos medios de prestigio.
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res cuartos de la población del planeta se habían perdido en un abrir y cerrar de ojos, la plaga era despiadada y enfrentarla era poco menos que imposible, ya fuera en una aldea o una metrópoli. Empero, ¿qué se podía hacer? Tan solo usar las máscaras de lino y cobre o hacer suyo el sueño de huir a un lugar tan remoto que ni la enfermedad llegara. Así que, en un área desolada del polo norte, tal vez olvidada hasta por Dios, se establecieron decenas de miles de personas de todos los continentes. Formaron, no sin luchas, un gobierno, pero al poco tiempo la enfermedad arribó y las estadísticas no acompañaron al presidente, quien feneció y provocó una sensación de indefensión en el nuevo pueblo. Cuarenta y ocho horas después, el eterno día polar se vio ligeramente opacado, cuando en el cielo se situó una figura humanoide, casi trasparente y de amplitud kilométrica. No se podía distinguir si era femenina o masculina, pues su túnica negra y su amplia capucha la cubrían con excepción de sus manos descarnadas, una elevaba la enorme azada cuya punta parecía el colmillo de un demonio gigantesco, la izquierda, también de huesos pajizos, señalaba al suelo desde la altura. Los que pudieron se ocultaron, los demás, porque no sabían en dónde esconderse, por temor paralizante o por curiosidad, permanecieron sobre el hielo. Vieron que esa entidad balanceó por unos segundos el cruel instrumento, cuya cuchilla ligeramente curva era tan opaca que se tragaba la luz solar. A algunos, los más filosóficos, no les extrañó esa particularidad, porque se dijeron que «la Muerte» poseía cualidades de la invisibilidad, como cuando se ubicaba frente a sus víctimas y recién en ese momento se dejaba ver. ¿La Muerte daría un mensaje? Pero pasaron días, semanas, llegó el mes, y la figura seguía inmutable, lo que sí había cambiado era la pandemia, esta había desaparecido de esa zona, aunque no en el resto del mundo; otro hecho era que los seres humanos dejaron de temerle a esa inaudita presencia. Los doctores plaga se armaron de valentía y volaron a unos metros del ente con sus alas mecánicas y con sus máscaras que semejaban los rostros de cuervos, le pidieron con ayuda de conos que amplificaban sus voces (mientras procuraban analizarla) que, por favor, ya no hubiera más decesos, que todo volviera a ser como antes. Pensaron que tal vez la falta de brillo en la azada era por estar desactivada y que así no podía matar a nadie, ¿por qué? Uno de los más eminentes entre ellos lanzó la hipótesis de que tal vez se le «había pasado la mano», y que como ya no quedaba a esas alturas ni un veinteavo de la humanidad, había entrado en pausa. Un asistente dijo: «Ha venido a disculparse». Los doctores menos creyentes sostenían que venía a terminar su trabajo, darles «la estocada final». El nuevo pueblo que había retomado su vida se decía que a lo mejor esa criatura prodigiosa era asexuada, o que tenía ambos sexos. También recordaban los mitos, uno le daba género masculino y hasta un corazón, este narraba que una dama se enamoró hacía tiempo de la parca, la cual pensó en corresponderle, no obstante, tenía una misión en la Tierra, y mandó al Más Allá a la dulce damisela. En la quinta semana, la voz gutural se proyectó de su cada vez menos traslúcida figura: «hablaré». El mensaje corrió y llegaron personas de todas partes de la Tierra, sin saber con precisión cuando la oirían, pero era obvio que la figura recobraba fuerzas, pues con su forma colosal oscurecía, a manera de atardecer, al gentío. Al cabo de seis días la azada desapareció y muchos se agolparon en las calles, no les importaba que se hallaran apelotonados, sin mantener distancia entre sí, ni que fueran recién llegados o colonos originales. Y se manifestó: —Estoy aquí para decirles —su voz era áspera y grotesca— que desde hoy la plaga
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ha terminado en el planeta. Mi hijo, que me ha sucedido en mi labor, como cada vez que uno de nosotros recibe la posta, quiso demostrar sus grandes cualidades para matar, pero esto ya es excesivo. Si esto persistía, si se eliminaba toda la vida inteligente o no inteligente, ya no habría necesidad de ningún equilibrio demográfico, lo cual sería un desacierto, además también rendimos cuentas, solo debemos ser un instrumento o también desapareceremos. La multitud se alegró, lloraron, cantaron, bailaron, aplaudieron, llenaron de alabanzas a la muerte, rezaron sin contradicciones y dieron gracias, cuando algo enorme surgió de la nada y el día polar se volvió casi noche. «Ello» atrapó a la que ahora parecía una pequeña figura; salvo eso, era de idéntica apariencia que la primera. Con sus garras huesudas la nueva presencia contuvo a la otra por la cintura y le susurró algo que nadie pudo escuchar, después, la absorbió dentro de sí. A continuación, esta figura tenebrosa redujo su tamaño a solo un kilómetro, mostró su azada reluciente y, desde la capucha, que esta vez no tenía sombras sino un fulgor rojizo, se pronunció: —Esa Muerte ha perecido. Yo la he matado —su voz era aún más terrible que la de su antecesora—. No debió hablarles, ni perdonarlos. ¡Pero ya basta! Ya lo saben y no estará de más que conozcan otra cosa: ahora yo me haré cargo. —Elevó su azada señalando a uno y otro individuo en la muchedumbre, los cuales perecieron en el acto, y pronto desapareció. El pánico se desató y todos escaparon para salvar sus vidas, pero unos días después los doctores plaga de todo el mundo tenían algo claro: «¡La Muerte puede morir!, responde a una jerarquía y a mucho más». Los doctores heredaron ese saber a sus hijos, los cuales siguieron los caminos de la ciencia e hicieron máquinas poderosas. Con el prototipo ubicaron a esa Pelona cuando iba a ultimar a un grupo de infantes que jugaban junto a unos peñascos. La ráfaga de poder estuvo encendida el tiempo suficiente para dañarla. Siguieron pasando las décadas, y lograron eliminarla, pero no a su descendencia, con los siglos combatieron a la tercera y a la cuarta Muerte, las dejaban dañadas, y las especies vivían más, junto al ser humano. La civilización era cada vez más vigorosa y moderna. La Muerte estaba identificada como un ser de otra dimensión y se enseñaba a los pequeños que por boca del primer aniquilador (el cual se presentó a una pequeña población de sobrevivientes en el polo norte terráqueo, y de ahí al resto del mundo) se supo que eran entes con descendencia, con ciclos de vida, y hasta parte de una estructura. Que su propio hijo, quien enloqueció con el poder de matar a millones, al asesinar a su padre en el cielo, delante de todos, demostró que eran perecederos y hasta descuidados. No había duda, el ser humano lograría erradicarlos y, como toda la vida orgánica, se volvería inmortal.
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Sobre el autor: Braulio Rojas Oros (Lagos de Moreno, Jalisco, México, 1999). Hablemos de aquel, aquel que se cree astronauta capaz de alcanzar la luna, aquel que escribe y escribe, aquel que deja dice que los poemas jamás se terminan sino solo se comienza otro, de aquel paisano de Cabral, ni de aquí ni de allá, joven escritor de libreta y lápiz, estudiante de ingeniería impulsado siempre per un ímpetu de conocimiento, curioso y entusiasta, pero distraído que, con tan solo 23 inviernos transcurridos, pero pocos de ellos vividos realmente. Ha sido escritor en un par de ocasiones de esta misma revista, expidiendo relatos, poesías.
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Prefiero quedarme solo que volver a estar roto que me llamen egoísta yo soy quien me cuida Salgo y veo máscaras de una expresión falsa con corazones vacíos de esos en los que no fío Solo buscan caricias o atención me cansé de ser yo quien lo doy sin que venga de vuelta como si se lo llevara la marea Perdiéndose a lo lejos impulsados por el viento perdiéndose en la nada quedando solo en mi recámara.
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unca supo identificar realmente la razón por la que estuvo a su lado. Los jueves por la tarde salían después de la oficina a tomar café y comer bocadillos a la plaza comercial más cercana a su casa; era un día especial en el que por casi dos años repitieron aquel ritual; a decir verdad, el café era malo, además que las pláticas después de los primeros seis meses se volvieron repetitivas; rutinarias. Sin embargo, aquel escape de la casa sabía a bocanada de aire después del trajín de la semana, de lidiar con el transporte público, con los jefes horribles, con los compañeros odiosos. Los días al lado de Raúl siempre fueron confusos, desde las primeras citas en las que las emociones surgían en cada esquina, los bares hermosos, los antros extraños de metal o anarco punk, hasta las conferencias, presentaciones de libros; en fin, los conciertos a cielo abierto antes de la pandemia… Todas las emociones que sintió en aquellos días, la excitación y el arrebato del amor novedosos se transformaron en tardes apacibles de besos plagados de una paz que a su edad no creería tener. Gaby salé de mañana, cada día recorre la ciudad en el 635 hasta cerca de la Minerva, acude a su empleo como nutrióloga; ahí fue donde conoció a Raúl, la ocasión fue sobre todo rara. Siempre le hizo falta bajar unos kilos, fue un martes en el que Raúl cruzó la puerta de cristal y se apuntó como un cliente más. Era un tipo común con gusto por el pan dulce y el café negro; después de su sesión la invitó por un late o una tizana, ella no tenía interés alguno en salir con nadie, apenas terminaba con una relación desgastante llena de autoengaños y frivolidades. Aún no sabe por qué aceptó; en punto de las seis treinta salió de su consultorio, en la acera estaba él con la camisa azul que siempre usaba en situaciones formales. Ella no lo sabía en ese momento, pero las citas al médico, al dentista o en este caso al nutriólogo, siempre fueron para Raúl una fuente de estrés infranqueable. Al llegar al café ella pidió un late, Raúl un café negro; hablaron por casi cuatro horas, incluso a las diez cuando los empleados del negocio se disponían a cerrar, ella se encontraba abstraída por la conversación de los lugares prohibidos y lo ridículo de las teorías de conspiración que los rodean. Salieron del establecimiento y él se ofreció a llevarla a su casa. En el umbral de su puerta se dio cuenta que tenía meses que no había reído tanto, ambos se despidieron y ella lo besó profundamente. A partir de ahí todo se fue dando; ella podía decir que los escenarios comunes tenían un brillo especial, incluso las actividades comunes, como ir los jueves a aquella plaza que había visto en otros años sus mejores días, constituía un escape de la rutina. La conversación siempre fue agradable; historia tras historia, exploraron desde narrativa hasta literatura fantástica, pasando por novelas históricas, hasta los documentales de asesinos seriales que se pusieron de moda en distintas plataformas. Gaby nunca hubiese creído que aquella vida sin emociones fuertes era para ella; sus relaciones anteriores estaban llenas de conciertos, viajes a la playa, acampadas y violencia sin sentido. Los golpes siempre fueron comunes en el trato que sostuvo con sus parejas anteriores, todo oculto en sonrisas, en cenas, en las bodas de sus amigas. Durante años pensó que encontraría la felicidad al casarse con aquel músico o el dramaturgo que, a falta de talento, la golpeaba religiosamente todos los sábados por la tarde. Con Raúl las cosas eran algo diferentes, privada de las emociones del exterior, se embarcaba en charlas interminables con aquel tipo que hablaba poco de él. Después se dio cuenta que el silencio nunca fue incomodo a su lado, que había encontrado a la persona que la aguardaba todas las noches. Un hombre taciturno, hasta el grado de parecer nostálgico; nunca le habló de sus tristezas personales, ni de rupturas amorosas; parecía, según Gaby, una
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página en blanco en la que juntos escribían una historia aburrida, monótona y sin duda, hermosamente perfecta. Jamás había extrañado a alguien, ella tenía en sus memorias separaciones dolorosas: la muerte de su abuela; la pérdida de algunos amigos que se alejaron; la partida del pueblo cuando terminó la universidad. Las horas se han transformado en espacios intermitentes en que la tristeza es la mejor descripción de su sentir. La miseria es una condición a la que todos debemos recurrir de vez en cuando para contemplar nuestra verdadera naturaleza, para saber de qué estamos constituidos. Las mañanas han cambiado un poco de esos días a la fecha: aún prepara café negro y va los jueves a la plaza: el silencio se ha vuelto una tumba desde que Raúl un día sin más, decidió arrojarse a las vías del tren, un lunes fatídico por la mañana.
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Sobre el autor: Israel Aguilar Pérez. Poeta, nacido en la ciudad de México en 1990, Cursa la licenciatura de creación literaria en la UACM. Ha publicado en varias revistas literarias como Óclesis, Teresa magazine, Almicidio, Perro negro de la calle.
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i espina dorsal que es un poema yace sangrante a mitad de la habitación charco de oscuros versos — como el nacimiento de mi linaje allá en Tenochtitlan — expande su venenoso aroma por mi mente sinestesia de una poética que colorea con su fragancia amarga un paraíso artificial donde está contenida toda la violencia humana II. Fragmentado// herido// sumiso me arrastro entre lo indecible ante mis ojos se abre el desierto de las palabras donde bebo de la inmensa tragedia de la literatura Veo pasar frente a mí a todos aquellos seres que no me vieron a todas aquellas mujeres que amé yo que solo seré un nombre en el arrebol de una tarde efímera de verano yo que trato de sobrevivir bajo cielos que se rajan el vientre dejando caer sobre nuestras cabezas las vísceras de la vergüenza III. Encadenado en un rincón de mi mente sonidos de masacres se mezclan con los cánticos de amor hacia las patrias Somos solo un disparo entre herbazales de lamentos IV. Un cadáver inició un incendio a mitad de la habitación y en una ciudad lejana alguien muere.
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Sobre los autores: Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Es director de las revistas virtuales El Muqui y Minúsculo al Cubo. Es administrador de la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021, 2022), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021). Benjamín Román Abram (Lima, Perú, 1970). Es director de la revista virtual El Muqui. Sus cuentos y reseñas se han publicado en diarios, antologías y revistas nacionales e internacionales como El Comercio, Correo (Huancayo), Heterocósmica, Fabulador, Umbral, Buensalvaje, Cosmocápsula, miNatura, Agujero Negro, Plesiosaurio, Zona libre, etc. Es autor de los libros de relatos En Envase Pequeño y Bioficciones. También cultiva la poesía y la ha publicado en diversos medios de prestigio.
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a mesa de roble, estilo francés, ocupaba gran parte de la estancia, su amplitud era más que suficiente para contener una docena de libros de física e ingeniería electrónica – varios de estos abiertos– hasta una computadora, sin que por eso se viera sobrecargada. El profesor Sevilla observaba con beneplácito los datos que habían sido procesados las últimas veinticuatro horas por decenas de miles de ordenadores en el mundo, cuya potencia conjunta excedía el rendimiento del mayor superordenador del momento; sus propietarios apoyaban voluntariamente a investigadores de la física teórica cediéndoles sus equipos cuando los tenían inactivos. Él se detuvo al oír el habitual toque binario, 1-1-0, en la puerta del despacho, dos golpes rápidos y fuertes, seguidos de un tercero, lento y suave. Pasó su asistente, Josefina, de treinta años, quien además de bella, poseía una mente privilegiada. —Profesor, terminé de ensamblar el prototipo —y le entregó un estuche del tamaño de un dado. —Perfecto. Tengo algo que decirte, Josefina, ya lo descifré —con un rostro expectante le enseñó en el monitor los resultados—. Además, insisto en que me llames por mi nombre. —Después de varios años de haber sido su alumna y asistente se me hace un cambio muy difícil, me gustaría llamarlo como siempre. Pero, primero que nada, felicitaciones, es un logro bien merecido. Él sonrió y dijo: —Gracias, y antes de entrar en materia, quiero decirte que recuerdo bien cuando en tu primer año en la facultad disertaste en el congreso de estudiantes sobre que nuestra universidad había olvidado que uno de sus propósitos era la investigación. Y que eso hizo que te nombrara jefe de práctica. Luego comenzaste a apoyarme en mi trabajo sobre el tiempo. Incluso rechazaste una beca para ir a Alemania y ahora creo tener la fórmula lista y tú en el mismo momento me traes nuestro artefacto. Te debo mucho. —Y yo más, profesor. Cuando su invento se conozca, ganará el Nobel y la universidad se lamentará de haberle retirado el presupuesto de investigación para viajes en el tiempo. El profesor cogió la pequeña caja y extrajo un microprocesador con un nuevo componente: el orocarbono, que dejaba al silicio como una reliquia. Habían sido muy cuidadosos en su elaboración, de tal forma que ningún proveedor supiera para qué se usaría cada elemento que le habían vendido. —Josefina, haga los honores —le devolvió el objeto junto con un reloj. Ella levantó la esfera, insertó la pieza y pulsó una combinación de botones. El doctor cargó los comandos y la chica implosionó. Todo lo que quedó en el suelo fue una mancha de sangre de un centímetro cuadrado. El profesor se acercó a una silla donde se dejó caer en medio de un llanto sordo. El periodo que siguió fue de crisis emocional por la muerte de Josefina, el amor platónico de su existencia. También de decepción, su invento había fracasado, y en todo caso, había dado lugar a un arma muy destructiva. Fue investigado por la policía y se le eximió de responsabilidad por lo ocurrido con su asistente. Solo cinco meses después se repuso para continuar, pero no era el mismo, su mal talante se hacía notar. Se puso peor cuando se dio cuenta de que la causa del incidente fue uno de los materiales del chip, que no tenía el grado de pureza que había pedido al proveedor, que simplemente este lo había engañado con un certificado falso. Tras algunos intentos y bajo un extremo control de calidad, logró que lo surtieran del material con el refinamiento necesario. Ahora el invento lo pulsó con una mano mecánica que gobernaba desde una distancia prudente. Luego, se dirigió hacia la calle, el tránsito era
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como una fotografía. Esta vez el experimento fue un éxito, había detenido el tiempo. Los meses siguientes continúo con las pruebas, culminando en sí mismo, en esa pausa temporal era definitivo, se suspendía hasta su conciencia, sin sueños o algo similar. Sabía que el artilugio era demasiado poderoso, pero podría evitar la muerte de personas enfermas, resucitarlas cuando se encontrase la cura a sus males y muchas otras cosas, también podría tener un mal uso. Pensaba eso cuando recibió una llamada, había indicios de dónde podía estar el proveedor que los engañó, pero este se movía continuamente y ocultaba sus pasos. Una semana más tarde, acudió al hipódromo y a un casino. Usó a la detención del tiempo como una herramienta para el delito. Con el botín tenía lo necesario para hallarlo, viajar y cerrar temas pendientes. Días más tarde, cómo había previsto, el dinero le dio toda la información que requería. En algún punto tomó un crucero al Caribe, pero el descanso estaba lejos de sus planes, ahí encontró al proveedor que acabó con la mujer de su vida: un japonés de unos diez años menor que él. Aprovechando la madrugada, paralizó el tiempo, luego lo llevó a rastras al borde del barco, y lo reanimó unos segundos antes, haciéndole saber lo que le iba a pasar. Sin miramientos lo lanzó por la borda, pero el otro lo abrazó y, sin querer, enganchó con un collar que llevaba la correa del doctor, por ende, los dos, con el reloj temporal, terminaron sumergidos en un océano del que nadie los rescataría. El artefacto prodigioso se había descompuesto al instante por efecto del líquido salino y dejó a ambos paralizados, pero con la consciencia activa en un inenarrable sufrimiento al sentir que sus pulmones se inundaban, impidiéndoles respirar, ahogándolos sin poder terminar con sus vidas. La desesperación de ambos era menos en el doctor que, a veces, en algunos momentos precisos, disfrutaba de la venganza.
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Sobre la autora: Samantha Carolina Torres Hernández, nacida el 3 de agosto de 1996 en Guadalajara, Jalisco. México. Es una cándida pseudo-escritora que se dedica a la narrativa esporádica. Ha publicado en diversas revistas, así como en la Gaceta de la UDG. Actualmente es añeja estudiante de la Lic. En Letras Hispánicas en el Centro Universitario del Sur. Es amante del rap hispanoparlante y odia dormir con calcetines puestos.
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e conté tantos secretos que ahora, como closet de adicta a la ropa, no cabe nada para guardar. Veo mis manos temblorosas, miro alrededor y no hay nadie más aquí. Supe desde el principio que iba a ser difícil, pero nunca imaginé cuánto. Va a ser un problema salir así a la calle sin que se sepa mi secreto. Tomo la sudadera de ella, que al cabo es negra, no se le notan las manchas, y me la pongo. La voy a extrañar. Huele mucho a su perfume. La mente se me inunda de recuerdos. Honestamente ha sido la única mujer que he amado con todo el corazón. Me decido a salir. El cielo está en su punto más suave. Tiene tintes naranjas y culminará como nuestra historia, dentro de poco, al anochecer. La gente pasa al lado de mí y me observa atónita. ¿Será que se me olvidó algo? O ¿Acaso se me nota? Supongo que las personas lucimos distintas luego de una pérdida. Aunque no hubiera tenido que perderla después de todo, si tan solo hubiera sido más… No importa. Ya sucedió. La voy a extrañar como a nadie. Ahora solo me queda sobrevivir con el secreto. Pero, el problema es que me quema la punta de la lengua contenerme. Quiero detener a quien pasa y decirle: Sí, está bien. Me atrapaste, sí fui yo, pero, no tenía de otra. Solo no me lleves contigo. Te lo suplico. Para dejar de ser la mira de sus metrallas oculares. Si en la calle no te sabes defender, puedes ser el objetivo de cualquiera. Hasta del vecino que finge que no se mete con nadie. Caminar por la calle es peligroso aquí. Ella hacía que no lo fuera tanto, pero, era ella o yo. Supongo que siempre hay que estar dispuesto a todo por sobrevivir.
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Sobre el autor: Braulio Rojas Oros (Lagos de Moreno, Jalisco, México, 1999). Hablemos de aquel, aquel que se cree astronauta capaz de alcanzar la luna, aquel que escribe y escribe, aquel que deja dice que los poemas jamás se terminan sino solo se comienza otro, de aquel paisano de Cabral, ni de aquí ni de allá, joven escritor de libreta y lápiz, estudiante de ingeniería impulsado siempre per un ímpetu de conocimiento, curioso y entusiasta, pero distraído que, con tan solo 23 inviernos transcurridos, pero pocos de ellos vividos realmente. Ha sido escritor en un par de ocasiones de esta misma revista, expidiendo relatos, poesías.
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res mi veneno que me mata beso a beso lento pasas como cigarrillo de mis manos a mis labios También eres mar a veces pasiva otras mortal en las orillas me acaricias suave y serena Mar adentro me das miedo cierras el cielo, mezquina me dejas a la deriva aferrado a los restos del barco Cuando me siento morir apareces de apoco, sutil. Como antídoto un beso y vuelva a estar vivo Vas y vienes al frente mío como el aire, no te tengo pero si me faltas me muero ojalá nunca te vayas.
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Sobre el autor: Israel Aguilar Pérez. Poeta, nacido en la ciudad de México en 1990, Cursa la licenciatura de creación literaria en la UACM. Ha publicado en varias revistas literarias como Óclesis, Teresa magazine, Almicidio, Perro negro de la calle.
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Q
uetzalcóatl con su látigo de fuego sorprende los rostros de los que con esperanza-desgarradora buscan sin descanso entre agujeros (donde se representa una y otra vez la muerte de Coyolxauhqui) el rostro de un familiar perdido sin darse cuenta son presas de una oscuridad donde la lúgubre melodía del tecolote aleja de las pupilas el brillo de las estrellas II El hacha nocturna de Tezcatlipoca hunde su dolor en el pecho de un país que ofrenda (inútilmente) la sangre de sus hijos a un Dios de plomo y papel III De una negra pupila resbala un nombre cae hasta el f o n d o de una fosa clandestina donde agónica humedece un cuerpo recién exhumado.
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Sobre la autora: Krizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en 1996. Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas Reflexiones Alternas, Poetómanos, Prosa Nostra mx, revista enpoli, Teresa MAGAZINE, revista literaria pluma, pretextos literarios, revista hispanoamericana de literatura, revista literaria monolito, Más literatura, clan Kutral, vertedero cultural, circulo literario de mujeres, perro negro de la calle, el morador del umbral, La página escrita, La liebre de fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras. Estudió la licenciatura en Ciencias Humanas en el Centro Universitario de Integración Humanística.
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ompartirías conmigo la champagne en este atardecer de ayeres anaranjados y melancólicos si hubiera elegido el otro lado de la moneda? ¿Otra moneda? ¿Otra vida? ¿Mis historias de amor tendrían amor si no me hubiera alejado de tu piel dorada? ¿La Mujer Cuervo confundió al lobo tatuado en el pecho de otro hombre? Quizá no estaría muriendo del frío beso que aquella habitación azul me selló, no tendría catástrofes ni pianos rotos… Despierto y sacudo en las últimas noches la ciudad de tu recuerdo, te sueño musa de mi viñedo de poemas, en lugar de las otras musas, tú sí beberías cada verso, pedazos de mi alma, no abandonarías la copa como ellos hacen… Tú debiste ser a quién besé debajo de las escaleras, mi suerte habría cambiado, tú debiste ser a quién besé justo en la encrucijada, mi camino habría cambiado… Recogiste mis cristales rotos y luego mi caricia te volvió astillas… Este crimen de amor, de infinita deuda, verterá mi sal, por tu copa vacía cada 21 de julio, bella copa de lágrimas, ¿beberías del mar de mi miseria? No regalaré a tu mesa mis rosas plateadas, ni la sidra favorita de mis abuelos, hoy recibo zarpazos de astillas en tus manos, como saludo cordial. La señorita Faxelange se muerde las uñas y da otro trago a su champagne preguntándose si este brindis de versos
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le importaría al señor Goé, sus secretos y tristezas flotan entre la espuma … Tú debiste ser por quién te pregunté en aquel café, no por tu embustero amigo, condena y averno de mis amantes, quizá me habría ido a casa tomada de tu mano, mas abandoné tus palacios por limosnas debajo de puentes… ¡Que fortuna de las mujeres que han dormido en tu cama! Aquellas que han compartido tu vino de colores, y tienen tus brazos mañana todavía. Tú me abrazaste cuando nadie más quiso cuando nadie más ha querido… ¡Un brindis por el exilio que di al indicado cual estúpida! ¡Dos brindis por los besos que jamás te di! ¡Tres brindis por el sol que jamás tendré entre mis sábanas mojadas! ¡Millones de brindis por ti!
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Sobre la autora: Samantha Carolina Torres Hernández, nacida el 3 de agosto de 1996 en Guadalajara, Jalisco. México. Es una cándida pseudo-escritora que se dedica a la narrativa esporádica. Ha publicado en diversas revistas, así como en la Gaceta de la UDG. Actualmente es añeja estudiante de la Lic. En Letras Hispánicas en el Centro Universitario del Sur. Es amante del rap hispanoparlante y odia dormir con calcetines puestos.
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e me hace que Jinni tenía seis años cuando la conocí. La veo desde que me acuerdo, tardó en poder hablarme. Lo que pasa es que Jinni es distinta, su frente sumida le oprime el cerebro, por eso es medio lenta. Yo la quiero mucho, porque es súper graciosa. Está siempre en todas partes; va conmigo a la escuela, al baño, a mi cuarto. Y, antes de ir a clase, le hace chongos de bola a mi pelo, para verme más guapa; de grande debería ser estilista. Posee un don increíble. Jinni es la mejor amiga de la existencia, siempre escucha mis problemas respetuosamente: muda, atenta, con sus ojos que jamás se cierran, yo soy su prioridad cuando hablo. A veces, sonríe para animarme cuando lloro, y con sus ochenta y dos dientes retorcidos, asquerosamente verdosos porque, la cochina no se los lava; hace que me doble de pura risa cuando veo su mueca en la penumbra, si no me castigan el foquito azul de caracol. Desde hace unos días, Jinni dejó de asomarse al espejo tan seguido. La noté extraña. Al principio, creí que fue algo que dije. Pero, pasando los días, vi que era un problema de salud. La pobrecita comenzó a jorobarse, un hombro se le hizo picudo, la cabeza estaba siempre hacía abajo, aunque su mirada seguía siendo la misma, nomás que con los ojos hundidos y muy chiquitos. Quería ayudarla. Sentía su dolor a cada exhalación, el aire se le atoraba en los pulmones, parecía que iba a explotar. Jinni murmuraba, pero, solo de noche, decía un montón de cosas raras. Se contestaba sola y a veces se reía. Empezó a llevarme comida, como si tuviera hambre. Primero, fue un pajarito con su ala rota, caída y manchada de negro. Luego, me llevó algo parecido a una oreja tiesa mordisqueada, eso me dio mucho asco; después me llevó una tira larga color lila, estaba aguadita, fría y olía asquerosa, pensé en una lombriz sin cabeza ni cola. Le dije que parara, que estaba asustada. Ella sólo ladeó la cabeza, me enseñó los dientes todos deformes y de sus ojos, como ríos, le escurrieron lágrimas de chapopote que apestaban. La hice llorar. Estaba temblando, del susto me tapé la boca con las manos. No podía creerlo, Jinni estaba tan furiosa que me pegó la boca con un resistol que derretía la piel. Lamenté mucho haberla herido. Poco a poco, sus dientes verdes estaban cada vez más cerca. Este no era un intento de hablar, no quería decirme algo. Jinni y sus ochenta y dos dientes verdosos serían mi fin.
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