Philos v.3 n°.12 (2017)

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Philos

PORTUGUÊS CATALÀ ESPAÑOL FRANÇAIS ITALIANO ROMÂNĂ REVISTA DE LITERATURA DA UNIÃO LATINA 12 janeiro 2017 · REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIÓN LATINA 12 enero 2017


Philos

PORTUGUÊS CATALÀ ESPAÑOL FRANÇAIS ITALIANO ROMÂNĂ REVISTA DE LITERATURA DA UNIÃO LATINA 12 janeiro 2017 · REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIÓN LATINA 12 enero 2017

CAIO LOBO DANIELA BALESTRERO DAVID ORTEGA CRISTINA GÁLVEZ MARTOS ORIETTE D’ANGELO DIANA MONCADA JOSÉ DOMINGOS & MAGDA FERNANDES LUCRECIA WELTER HELENA BARBAGELATA LEANDRO JARDIM ILDA PINTO DE ALMEIDA HERTA MÜLLER JOSTEIN GAARDER ALBERTO ARECCHI LÉO OTTESEN ANA FARIAS ROGER CLAUS JOÃO SAVINO CARVALHO CRISTINA BRESSER


PORTUGUÊS CATALÀ ESPAÑOL FRANÇAIS ITALIANO ROMÂNĂ janeiro 2017 · REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIÓN LATINA 12 enero 2017

REVISTA DE LITERATURA DA UNIÃO LATINA 12

EXPEDIENTE

REVISTA DE LITERATURA DA UNIÃO LATINA REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIÓN LATINA

Souza Pereira

EDITOR CHEFE | EDITOR EN JEFE

Sylvia de Montarroyos

COMITÊ EDITORIAL | COMITÉ EDITORIAL

Lucrecia Welter

REVISÃO DE TEXTOS | SUPERVISIÓN DE TEXTOS

Maus Hábitos

DESENHO E DIAGRAMAÇÃO | DISEGÑO Y DIAGRAMACIÓN

Ingrid Maillard

ILUSTRADOR | DIBUJANTE

SOBRE A OBRA DESTA EDIÇÃO | SOBRE LA OBRA DE ESTA EDICIÓN

Publicado originalmente em janeiro de 2017 com o título Philos, Revista de literatura da União latina. Os textos desta edição são copyright © de seus respectivos autores. As opiniões expressas e o conteúdo dos textos são de exclusiva responsabilidade de seus autores. Todos os esforços foram realizados para a obtenção das autorizações dos autores das citações ou fotografias reproduzidas nesta revista. Entretanto, não foi possível obter informações que levassem a encontrar alguns titulares. Mas os direitos lhes foram reservados. Philos, Revista de Literatura da União Latina é registrada sob o número SNIIC AG-20883 no Sistema Nacional de Informações e Indicadores Culturais com Certificado de Reserva outorgado pelo Instituto Nacional de Direitos do Autor sob o registro: 10-2015-032213473700-121. ISSN em trâmite. Revista Philos © 2017 Todos os direitos reservados. | Publicado originalmente en enero de 2017 con el título Philos, Revista de literatura de la Unión latina. Los textos de esta edición son copyright © de sus respectivos autores. Todos los esfuerzos fueron hechos para la obtención de las autorizaciones de los autores de las citaciones o fotografías reproducidas en esta revista. Sin embargo, no fue posible obtener informaciones que llevaran a encontrar algunos titulares. Pero los derechos les fueron reservados. Philos, Revista de Literatura de la Unión Latina es registrada bajo el número SNIIC AG-20883 en el Sistema Nacional de Informaciones e Indicadores Culturales con Certificado de Reserva otorgado por el Instituto Nacional de Derechos del Autor bajo el registro: 10-2015-032213473700-121. ISSN en trámite. Revista Philos © 2017 Todos los derechos reservados.

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Philos, Revista Philos Revista de de Literatura Literatura da da União União Latina Latina || Revista Revista de de Literatura Literatura de de la la Unión Unión Latina. Latina.


EDITORIAL

REVISTA DE LITERATURA DA UNIÃO LATINA REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIÓN LATINA A arte literária é instância de conhecimento e percepção social, de si e do outro, é interrogação sobre o significado das coisas, da própria existência. O homem se confunde com as palavras mesmo quando produz sua “obra copiosa”. Sobre a arte da imitação, Aristóteles em sua Arte poética afirma que a poesia é uma imitação pela voz e distingue-se assim das artes plásticas que imitam pela forma e pela cor. Aqui imitamos, ou melhor, expandimos pela voz, formas e cores os aspectos múltiplos de nossos artistas. Nesta edição de número 12, fazemos a inclusão das perspectivas de fora do quadro, deixamos as linhas soltas para que sejam amarradas na compreensão de cada leitor, de cada admirador que participará ativamente da construção de uma ideia de arte na contemporaneidade. Reflexões humanas sobre as coisas simples são trazidas à tona nos breves e impactantes textos de Herta Müller e Jostein Gaarder, gentilmente cedidos por Quint Buchholz; que apresentam-se transcritos na sessão de literatura espanhola. Juntam-se aos trabalhos desses grandes artistas, a obra clássica e humana da artista francesa e curadora Philos, Ingrid Maillard. O plurilinguismo artístico da Philos advém do nosso não conformismo a regras. Sobre o nosso papel de integrar diferentes vozes e possibilidades, bradamos a obra de Runa Islam: «Seja o primeiro a ver o que você vê como você o vê!» Desejamos uma ótima leitura,

Souza Pereira

EDITOR CHEFE | EDITOR EN JEFE

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Philos Revista de Literatura da União Latina | Revista de Literatura de la Unión Latina.


EDITORIAL

REVISTA DE LITERATURA DA UNIÃO LATINA REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIÓN LATINA El arte literario es una instancia de conocimiento y percepción social del yo y del otro, es interrogación sobre el significado de las cosas, de su propia existencia. El hombre se confunde con las palabras aún cuando produce suya “obra copiosa”. Sobre el arte de la imitación, Aristóteles en su Arte poético afirma que la poesía es una imitación por la voz y se distingue así de los artes plásticos que imitan por la forma y por el color. Aquí imitamos, o mejor, expandimos por la voz, formas y colores los aspectos múltiples de nuestros artistas. En esta edición de número 12, hacemos la inclusión de las perspectivas de fuera del cuadro, dejamos las líneas sueltas para que sean amarradas en la comprensión de cada lector, de cada admirador que participará activamente de la construcción de una idea de arte en la contemporaneidade. Reflexiones humanas sobre las cosas simples son sacadas a la luz en los breves e impactantes textos de Herta Müller y Jostein Gaarder, gentilmente cedidos por Quint Buchholz; que se presentan transcritos en la sesión de literatura española. Se juntan a los trabajos de esos grandes artistas, la obra clásica y humana de la artista francesa y curadora Philos, Ingrid Maillard. El plurilinguismo artístico de la Philos advém de nuestro no conformismo la reglas. Sobre nuestro papel de integrar diferentes voces y posibilidades, bradamos la obra de Runa Islam: «¡Sea lo primero a ver lo que usted ve como usted lo ve!» Deseamos una óptima lectura,

Souza Pereira

EDITOR CHEFE | EDITOR EN JEFE

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SUMÁRIO | SUMARIO CONTOS | COLUNAS | ARTIGOS CUENTOS | COLUMNAS | ARTÍCULOS

8 Cien granos de maíz,

por HERTA

MÜLLER

10 El horizonte,

por JOSTEIN GAARDER

24 Il paesaggio

41 Armadilha

com le lanterne,

gramatical,

26 Grifone,

44 O autônomo

por DANIELA BALESTRERO

por

ALBERTO ARECCHI

por CAIO LOBO

e o autônomo,

por

LÉO OTTESEN

12 La ciudad 30 Expresso da

salvaje,

noite,

por ILDA PINTO

somos os carcereiros,

15 El espejo en 32 Às portas de

51 O que é

por CRISTINA GÁLVEZ MARTOS

el siglo XXI,

por

DAVID ORTEGA

DE ALMEIDA

Januário,

por HELENA BARBAGELATA

18 ¿Para-que- 34 Autoretrato,

escribo?,

por DIANA

MONCADA

11 La vida em

dos lenguas,

por

por MAGDA FERNANDES & JOSÉ DOMINGOS

38 Sinuca,

por

LEANDRO JARDIM

ORIETTE D’ANGELO

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47 Os outros

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por ANA FARIAS

justiça?,

por ROGER CLAUS

54 Pedro

Cabano,

por JOÃO

WILSON SAVINO CARVALHO

58 A Mar, um

conto de areia,

por

CRISTINA BRESSER



LITERATURA ESPAÑOLA

CUENTOS

Rutas Literarias de Iberoamerica

CIEN GRANOS DE MAÍZ por

Herta Müller1

Bien, como tantas otras veces cuando había invitados, estábamos sentados todavía un rato a la mesa después de haber comido. No para hablar, sólo porque sí. Los hombres — que eran mi padre, mi abuelo y mi tío — fumaban. Las mujeres — que eran mi madrastra, mi abuela y mi tía — recogían con las yemas de los dedos las migas de pan y los granos de azúcar esparcidos sobre la mesa y los chupaban. Yo también, puesto que era una chica. A mi hermano no le dejaban fumar, porque sólo era un chico, no un hombre. Jugaba con las hormigas, que paseaban entre nosotros, de un codo a otro. Entonces mi tío miró el reloj y dijo: «Creo que deberíamos empezar con las cartas». Jugaban con cien granos de maíz y, cuando se los habían jugado todos, con dinero. Mi tío se sacó su saquito con los granos de maíz del bolsillo. Mi abuelo se dirigió a su armario y cogió su cajita de latón. La agitó y sonaron unos chasquidos. Mi padre abrió con su navaja la escalera. La apoyó contra la pared del cuarto, se puso el sombrero y subió hasta el último peldaño. Miró por encima del tejado. «A ver si hoy gano», dijo. Mi hermano se echó a llorar.

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Herta Müller (Timis, Rumania, 1953). Hija de granjeros, su padre sirvió durante la II Guerra Mundial en las Waffen-SS y su madre fue deportada a la Unión Soviética en 1945 pasando cinco años en un campo de trabajo en Ucrania. Cursó estudios de filología germánica y rumana en la Universidad del Oeste de Timisoara de 1973 a 1976. Trabajó como traductora entre 1977 y 1979. El 8 de octubre del 2009 fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura, como reconocimiento a su capacidad para describir con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa, el paisaje de los desposeídos. 1



LITERATURA ESPAÑOLA

CUENTOS

Rutas Literarias de Iberoamerica

EL HORIZONTE por

Jostein Gaarder1

Siempre leo detenidamente las notificaciones oficiales. Estudio con particular atención los avisos de los servicios de información del Estado. A fin de cuentas los escriben para mí: el Estado intenta comunicarse con uno de sus hijos. Como cuando un padre o una madre inicia con cierta reticencia una conversación seria con uno de sus vástagos. Y no voy a ser yo quien se oponga. Voy a dejar de fumar. Voy a beber menos. Voy a comprender por qué debo pagar impuestos. Voy a mantenerme informado sobre convenios y reglamentos. Y voy a votar cada cuatro años. De esta forma tendré respuesta a todas las exhortaciones que reciba. En mi opinión, todo funciona tal como debe funcionar. Es como un folletón algo árido y enrevesado en el que mi humilde personaje tiene derecho a participar y que incluso puede en parte coescribir. El horizonte —creo que ésta es la palabra adecuada—, el horizonte de esta constante e interminable campaña de información puede parecerme a veces, sin embargo, restringido y trivial. Es agradable que Hacienda devuelva dinero, y probablemente es acertado instalar detectores de humo y extintores de incendios. No se trata de esto. Pero las estrellas, por ejemplo, o el misterio de la vida, o un libro importante que debería leer, nada de esto es asunto del Estado. No tengo que preocuparme por ese tipo de cuestiones. La tierra sigue su curso alrededor del sol sin mi ayuda. Echo en falta un recuerdo ocasional de que existo. Porque estoy aquí solamente esta vez y no he de volver nunca. También esto puede resultar fácil de olvidar. Yo lo sé, es obvio que lo sé todo el tiempo, sólo con que me pare a pensarlo. Pero nadie me impulsa a hacerlo. Aquí no rige ninguna pública confidencialidad. Si en medio del flujo de la información olvido que estoy vivo, es problema mío. Puedo imaginar el siguiente comunicado oficial a la población en los principales periódicos del país: «Aviso importante a todos los ciudadanos y ciudadanas. ¡El mundo está aquí y es ahora!»

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Jostein Gaarder (Oslo, Noruega, 1952). Autor de “El Diagnóstico” (1986), “Los Niños De Sukhavati” (1987) y “El Castillo De La Rana” (1988). Con uno de sus mejores libros, “El Misterio Del Solitario” (1990), “El Mundo De Sofía” (1991) traspasara fronteras convirtiéndose en un best-seller internacional, “El Misterio De Navidad” (1992), premio Europeo de Literatura Juvenil, “El Enigma y El Espejo” (1993), “Vita Brevis” (1996), “¿Hay Alguien Ahí?” (1996), “Maya” (1999), “La Biblioteca Mágica De Bibbi Bokken” (2001), co-escrito junto a Klaus Hagerup, “El Vendedor De Cuentos” (2002) o “La Joven De Las Naranjas” (2003). 1



LITERATURA ESPAÑOLA

COLUMNA

Rutas Literarias de Iberoamerica

LA CIUDAD SALVAJE por

Cristina Gálvez Martos1

Caracas tiene una piel que conozco de memoria. Es el lomo de un leopardo luminoso. La Cota mil y El Ávila ronronean suavemente un domingo por la tarde. Hundo los dedos en el pelaje. Mamá maneja y escuchamos Pink Floyd. No sé si cada lugar tiene su luz particular, pero esta luz es amarillo pálido, los bordes de las nubes son color yema, los rayos de sol se expanden desde un centro; es una luz que se graba en la frente, porque todos los recuerdos clímax de la vida tienen resplandor, así como un estado de calma en el cuerpo y alguna clase de murmullo que los fija, un ritmo que se inscribe, una llave de la memoria. No es tan difícil percibir cómo algo nos abraza y nos sostiene. En Caracas casi no tenemos miedo. Aunque irremediablemente te traicionen por la espalda, la violencia y el desorden son también nuestros cómplices. Los caraqueños vibramos en la frecuencia de estas calles, en armonía con ellas (incluso hay una armonía en querer incendiar la ciudad, en odiarla profundamente). Mamá maneja por la Cota mil y escuchamos Pink Floyd un domingo por la tarde. Luego bajamos por las calles de San Bernardino hasta La Campiña y paramos en una panadería a tomar un café con leche; luego, vamos al abasto a comprar frutas, granos, pasta, lo que haga falta para la casa. Es el itinerario, con sus variaciones. Los lugares familiares, esos cuya identidad se entrelaza con la nuestra, se convierten en un edén perdido cuando estamos lejos. Yo siempre quise irme de Caracas, sin saber que lo que realmente quería era escindir una parte de mí, cortarla con un bisturí. Porque así como de la planta podada nacen hojas sanas y nuevas, nosotros florecemos de las ausencias. Morimos porque la vida se alimenta de la muerte, lo más hermoso es lo que nace de la sombra, lo más fuerte es lo que nace de la destrucción: el ave fénix es un símbolo con el que todos dialogamos íntimamente. Lo que vuelve a nacer nace más fuerte. Lo que revive está más vivo. Caracas tiene una piel que conozco de memoria. Es como la piel del amante, o como la piel de la madre para el niño: un solo roce es una historia, una explosión de sustancias químicas, una multitud de pequeños sucesos. Sans Souci – que significa “sin preocupaciones” en francés- con sus pollitos absurdos corriendo tras la gallina en la entrada de mi edificio, sus gatos, su parque abandonado donde hace años vi por primera vez de cerca una pereza, su gente que encuentro y saludo desde que puedo recordar. La UCV con sus pasillos luminosos, sus tardes frescas en que las guacamayas se posan en las palmeras y nos bendicen a gritos. Los lugares que me faltan se encienden en mi memoria corporal, aparecen cuando cierro los ojos. Siento una especie de síndrome de abstinencia afectiva. “Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, dice Joaquín Sabina en una preciosa canción. Es porque 12

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And all you touch and all you see Is all your life will ever be. Breathe


nunca regresas. La memoria diseca los lugares, olvidamos que están vivos, que el encuentro será con algo distinto, con gente también cambiada. Ignoras que tu lugar, si es que no ha desaparecido, al menos se ha desdibujado; tendrás que volver a trazarlo, volver a conocerlo, volver a conocerte en él. También desapareciste por completo al llegar ahí donde nunca tuviste un lugar. Me han salido varias canas más. Las dos primeras habían sido fruto de un amor que me mantuvo, orgánicamente, en continuo estado de emergencia, de amenaza, viéndomelas con el instinto inexplicable de huir o de atacar. Estos quince meses que llevo lejos, también agotadores, dieron fruto a tres hilillos blancos y brillantes. Creo que me gustan. Mis muelas de juicio están completamente formadas, pero guardadas bajo las encías, empujando, buscando la forma de irrumpir. Los dientes y las muelas tienen un significado iniciático. Las muelas del juicio se relacionan con los momentos de tomar decisiones, de hacernos responsables, del apremio por darle forma a nuestra identidad. Hablan de desapegos, de un proceso de individuación. He tenido miedo. Hundo los dedos en el pelaje. La memoria, no obstante, también es materia viva. Tiene una realidad autónoma. La memoria también es vivencia, las sensaciones se re-crean y por lo tanto son nuevas. La memoria es lugar de génesis, luz capaz de permear el instante actual, de transformarlo o de ser transformada por él. Ante todo, somos nosotros quienes dirigimos esa orquesta que pulsa interiormente. Mis hojas nuevas van saliendo lentamente, mueren, vuelven a caer. Me alimento de una savia universal, de una memoria más amplia. Tengo la misma piel, el mismo pelaje. Siento mi transformación, así como sé que ella se transforma. Cierro los ojos y soy la ciudad salvaje, el reflejo amarillo, la montaña. Mi madre manejando y esa canción de Pink Floyd.

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1Cristina

Gálvez Martos (Caracas, Venezuela, 1987). Es Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela. En 2013 ganó el Concurso para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores en la categoría de poesía con su obra Psicopompa, libro editado por la misma casa editorial en 2015. Su poemario Bicorne (Casa de las Letras Andrés Bello, 2016) obtuvo una mención en el VI Concurso Nacional de Poesía.



LITERATURA ESPAÑOLA

COLUMNA

Rutas Literarias de Iberoamerica

EL ESPEJO EN EL SIGLO XXI David Ortega por

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Vivimos tiempos convulsos, más o menos como siempre. La historia no ha cesado ni cesará nunca en su empeño por colisionar las fuerzas ideológicas primarias. Sin embargo, algo destacable de nuestra época, la del siglo XXI, que ha cruzado el puente de la posmodernidad hacia una deriva futurista tipo Blade Runner, es, sin duda, lo que ya advirtió Ortega y Gasset hace casi cien años: La deshumanización del arte. El arte es un artefacto, un simulacro que nos identifica a propios y a extraños; nos devuelve una comprensión de la transparencia, de lo que no resulta elemental o fácilmente comprensible. Ese fondo de permanencia que vincula nuestras facultades a un todo participativo. No obstante, la atención se nos fue, se nos va, ya no es nuestra, no es hacia el humano, hacia otro ser humano que nos devuelva una comprensión genuina de nosotros mismos, sino a la imagen refractada y magnificada por los demás de nosotros mismos. Es la consolidación irreversible de un modelo de pensamiento nuevo modelado por la tecnología, las redes sociales y la fotografía. No es la fotografía de Cartier-Bresson, en la que el arte humanista seguía latiendo en cada fotograma, sino la de la imagen introyectada del espejo. Una imagen separada en un espejo opaco. No es tampoco la imagen tarkovskiana del espejo, símbolo ancestral de la comunicación con el mundo subterráneo de la conciencia, sino la plasmación efímera de una imagen distorsionada. La de parecer que no somos nosotros mismos, alejarnos de nuestra realidad, ponerle filtros y llevarla a la imagen “mejorada”, aceptada por los demás. Nuestra empatía ahora es cada vez más limitada. Es un hecho que nos importa menos el prójimo, y que nuestra disonancia cognitiva con nuestros congéneres es mayor que hace una década. Algo ha cambiado y las nuevas generaciones acabarán por derrotar, es ley de vida, ese residuo todavía vivo de empatía. La imagen de consumo y/o el consumismo de la imagen es la que impera por encima de todo, creando egos monstruosos. “Ego Monstruoso”: Dícese de aquella persona que ha sufrido una transformación en su modo de verse a sí misma, de tal manera que, ha perdido completamente la perspectiva de la realidad sobre su físico y aptitudes, fomentada en gran medida por su entorno virtual. “De los elogios no te puedes defender”, dice el popular dicho. Mientras, millones de personas buscan tener en sus redes sociales la foto en la que parecen menos ellos mismos para recibir más “like´s”. Y esa distorsión lleva consigo indefectiblemente un cambio en la actitud y personalidad de quien no quiere mirarse en el espejo sino como Narciso. Una premisa de la posmodernidad es precisamente la de que todo es relativo. No hay valores morales, no hay fundamentos, la ciencia en su despliegue se ha encargado de desbancar cualquier trato con la realidad. “Todo es relativo” es un leit-motiv que la psicología popular ha extraído de algo que la gran mayoría no entiende: La teoría de la relatividad einsteiniana. Al no haber asiento firme, solido, la belleza parece cosa sujeta a in15

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terpretación. Todos tenemos derecho a que nos digan lo guapos que somos. Es la democratización de la red social y la fase líquida, dinámica, en la que viajamos todos. Y es que el espejo, después de las guerras mundiales, removió nuestra conciencia; ya nadie quiso mirarse en él, y nos distanciamos de manera global de nuestra verdad, de nuestro imago colectivo. El demonio cogió su trono y se sentó en él.. Ahora nos observa con una sonrisa de satisfacción. El espejo tarkovskiano y ancestral ahora es opaco. (Aunque no del todo porque siempre podremos entrar en él). Lo hemos convertido en ese espejo lacaniano, en su estadio más básico, seguimos en una perpetua admiración y embeleso de nuestra propia imagen egoica. Una especie de ritornello, pero no de Bach. Estamos atrapados como Alicia, pero en un espejo que no es el ancestral-onírico como proponía Lewis Carroll (el espejo era una puerta por la cual el alma podía disociarse y pasar a otro lado). Ahora la “otredad” es una suerte de “amigos virtuales” que amplifican nuestro júbilo por vernos bien, distintos a lo que sabemos que somos, los “otros” somos nosotros mismos introyectados en la superficie del espejo. El ego amplifica su raíz. Se hace rizoma. No se detiene ante nada. Luchará por seguir fantaseando y seguir distanciándose de la realidad. El antídoto, como es natural, es romper el cristal de ese espejo y penetrar en él. Romper nuestro ego y llenarlo de luz. Y así, entrar en esa memoria colectiva que contiene el saber primitivo de la edad de oro, que simbolizan el espejo y los palacios de cristal, según Loeffler.

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David Ortega (Bilbao, España, 1981). Es licenciado en Filosofía con Master en Filosofía teórica y práctica, UNED. Ha escrito un libro de viajes autobiográfico: El último viaje, sobre Alaska (USA); una novela de ficción: El secreto de Nina; y una novela negra que pronto estará disponible: Casi héroes. Sus tres escritos están basados en hechos reales. También ha realizado un ensayo sobre los fundamentos ontológicos de la estética: Diaphainon, que obtuvo la máxima calificación en la carrera. 1



LITERATURA ESPAÑOLA

COLUMNA

Rutas Literarias de Iberoamerica

¿PARA-QUÉESCRIBO? Diana Moncada por

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Cuando me invitaron a escribir una columna para la Revista Philos, de inmediato tuve la certeza de cuál sería mi texto inaugural. Cuando he intentado desnudar la escurridiza pregunta del ¿para qué escribo?, una nostalgia suave me mece por las trincheras de la inutilidad. No escribo con un fin, lo sé, pero creo que ese acto paradójico de nutilidad ha tramado los hilos invisibles para atisbar algunas posibles respuestas, incompletas por supuesto, pero que de alguna manera me han ayudado a comprender mis motivaciones y a intuir las consecuencias que la poesía ha tenido sobre mí. La poesía no sirve para nada, pero ahora, tras la culminación de Los derrumbes (mi segundo poemario), ciertas “verdades” pobres pero luminosas han despejado un poco la bruma sigilosa ante el espejo al que me enfrento. ¿Qué pasaría si no hubiese escrito Los derrumbes? ¿Sería la misma? Marguerite Duras confiesa en su libro Escribir (2000): “Si no hubiera escrito me habría convertido en una incurable del alcohol”. Yo solo sé que si no escribiera quedaría presa de mí en una habitación sin fondo, sin acceso a la superficie. Escribir es subir a la superficie para encontrar las palabras que nombren lo que ha sido visto. Escribir es tomar una larga bocanada de aire para volver a descender, quién sabe por cuánto tiempo. Siempre desestimé aquella idea de la poesía como salvación, especialmente porque en los momentos más angustiantes, más tristes, más rabiosos, lo menos que he querido o necesitado ha sido escribir. Escribir es domar el lenguaje, la ansiedad, el ego, la máscara. Escribir es esperar, es contemplar lo informe hasta encontrar la imagen, a partir de la cual teclear se hace imperativo. Pero esa urgencia viene después, antes es un acto de paciencia, de lectura. No me salva pero me ayuda a enfrentarme no solo con mis propios acertijos, sino también con los acertijos que la realidad del otro hilvana con los míos. Hay un verso de la poeta venezolana Eleonora Requena que, desde la primera lectura, tuvo una poderosa resonancia en mí: “los textos son admoniciones, con sus pequeñas claves y señales para el futuro, / cuando ya no sirven para nada los leemos nuevamente / y nos apuntan con su dedo te lo dije”. La poesía es premonitoria, no de hechos externos o acontecimientos del mundo, es premonitoria del propio pensamiento, o mejor dicho, le pone rostro a un oleaje informe, que al menos a mí se me hace casi imposible leer con claridad fuera de la poesía. Predice porque, sin saberlo, ofrece claves, que son desentrañadas tallando el lenguaje, domándolo, trabajándolo. El poema nombra, antes de nosotros saberlo, los pensamientos ante los cuales quedamos abismados, inválidos, desasistidos, sordos y ciegos. El poema ordena e incluso es posible que nunca hubiese ordenado mis ideas en torno a la escritura sin la exigencia que me impuse para esta primera entrega, pues escribir es comprender. Cuando escribo y siento que estoy al borde de una verdad mía, me angustio y me excito al 18

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Apuntes sobre la escurridiza pregunta del ¿para-quéescribo?


mismo tiempo. Sea bueno o malo lo que escribo, sé que a través de la poesía estoy ordenando mi mundo o desordenándolo ¿por qué no? En todo caso, a través de ella otorgo sentido en medio del caos de signos que aletean sin parar ante mis ojos. Pudiese no escribir, naturalmente, pero escribo, a mi ritmo, paso a paso, con desconcierto y a veces con ira. No todo lo que escribo habla de mí, aunque siempre se cuelan mis aullidos. También escribo para encontrar en el otro lo común, lo que nos hace reunirnos bajo el mismo cielo, alrededor del mismo vacío. Escribo porque no sé de qué otro modo explicarme. Escribo para intentar encontrar las palabras precisas, aunque siempre sienta que estoy muy lejos de ello, incluso ahora. En todo caso, creo que el siguiente poema, que escribí en 2015, se acerque quizás a una posible respuesta.

Vine a perder Vuelvo sobre la misma grieta como una máquina destartalada. Vuelvo sobre el mismo error, sobre la misma cacería de blancos espejos. Vuelvo, aun sabiendo que la palabra me es sensualmente inútil, aun sabiendo que no daré nunca con ningún maldito clavo sabiendo que nada podré decir sobre los lobos ahogados en la carroña de mi tedio. Vine con el poema -ciegamentea perder.

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Diana Moncada (Caracas, Venezuela, 1989). Poeta y periodista cultural. Autora del poemario Cuerpo crepuscular, ganador em el Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila en el 2013. Prologuista del libro Al filo de Miyó Vestrini, Letra Muerta. Colaborada de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Investigadora en el proyecto Muestra de Valoración del Patrimonio Teatral Venezolano. Ganó mención publicación en el I Concurso Nacional Rafael Cadenas de poesía Joven. Ha ejercido el periodismo cultural en diversas publicaciones venezolanas como El Universal, Contrapunto y Correo del Orinoco, en las fuentes de literatura, artes visuales y artes escénicas. 1



LITERATURA ESPAÑOLA

COLUMNA

Rutas Literarias de Iberoamerica

LA VIDA EN DOS LENGUAS Oriette D’Angelo por

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Hablo con una amiga sobre lo difícil que es convivir con dos idiomas cuando eres tan diferente en cada uno de ellos. Le cuento que, por una parte, está el postgrado que estudio, en inglés, y por otra parte está el resto de mi vida entera en español. Y cuando hablo de mi vida entera me refiero a la literatura y a mis conexiones emocionales. Ella, bromeando, dice que soy Oriette y Orietts. La frase me da no sólo para querer escribir sobre el tema, sino para analizar quién es Oriette y quién es Orietts. Orietts es alguien que a veces odio porque su pronunciación no es perfecta, es insegura y no habla mucho porque teme equivocarse. Pasa la mayor parte del tiempo en silencio y entiende sólo el 80% de sus lecturas de la universidad. Curiosamente, a veces lo importante está en el 20% que no entiende. Oriette, por otro lado, es esta que escribe. Sin duda alguna, es menos insegura y tiene un vocabulario un poco más respetable. Hablar de mis nombres es también hablar de dos patrias, dos lenguas, dos formas de ver el mundo. Temo todo el tiempo de quién soy cuando no soy, de lo que no hago cuando estoy haciendo otra cosa, de mi déficit de atención. Me asusta mejorar un lado porque creo que eso puede implicar descuidar el otro. Libro, diariamente, una batalla por la vida en dos lenguas. A todos estos miedos se le agrega también un detalle importante: Donald Trump es ahora presidente de Estados Unidos. En diversas campañas manifestó que en Estados Unidos sólo debía hablarse inglés. Su guerra contra una lengua distinta comienza con la eliminación de la página en español de la Casa Blanca. Sin duda alguna, es algo que le coloca un cerco a la libertad de existir en este lenguaje. Si antes tenía miedo, ahora más. Sobre el tema se ha escrito muchísimo. Hace unos días leí un artículo publicado en el blog de Eterna Cadencia donde citan algo que dijo Vladimir Nabokov: “Mi tragedia privada, que no puede ni debe, en verdad, interesar a nadie, es que tuve que abandonar mi idioma natural, mi libre, rica e infinitamente dócil lengua rusa por un inglés mediocre”. Esta cita forma parte del epílogo de su libro Lolita, publicado por primera vez en el año 1955. La frase se ha repetido en mi mente como un loop interminable desde que la leí. Él habla de «tragedia privada» y de «abandono de la lengua». Cuando él lo escribió, las comunicaciones eran bastante limitadas. No existía tal cosa como el correo electrónico ni muchísimo menos se podía pensar en algo llamado «redes sociales», al menos no en un entorno digital. Esto quiere decir que vivir en otro país y, sobre todo vivir en un país de una lengua distinta a la tuya, era lanzarse a una piscina sin fondo. La experiencia del idioma era completa. No sólo tenías que aprender sí o sí, sino que mantenías escasa comunicación con familiares y amigos de tu propio país y lengua. Paralelo a esto, leo un artículo académico de Todd Sandel donde se analizan distintas opiniones de un grupo de estudiantes de diferentes países que decidieron abandonar su país para estudiar. Encuentro algunos casos curiosos. Está, por un lado, el de una estudian21

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te de China que siente que su aprendizaje del idioma se ha visto afectado por la incapacidad de hacer amigos estadounidenses, así que su día a día se basa en refugiarse en las redes sociales para hablar en chino con sus amigos y familiares. Por otro lado, está el caso de una estudiante de Estados Unidos que decide irse a Austria. Cuenta lo «sencillo» que fue para ella hacer amigos que hablaran alemán, lo cual le garantizó un aprendizaje del idioma mucho más completo y rápido. En cuanto a las redes sociales, mencionó usarlas poco, sólo para hacer ocasionales saludos. Varias cosas me resultan curiosas: la estudiante de China manifiesta que los jóvenes estadounidenses nunca tienen tiempo para nada, así que es difícil hacer amigos que hablen inglés, por lo que decide refugiarse en las redes sociales para hablar en chino. La estadounidense, por otro lado, puede aprender con mayor facilidad el alemán porque sí puede relacionarse fácilmente con los austríacos. Esto no quiere decir que las redes sociales sean culpables de algo. Me interesa, más bien, resaltar el poder de las redes sociales como refugio de una lengua, como lugar de encuentro con una casa materna lejana. *** Soy de las personas que sienten mucha frustración cuando algo no sale bien. Y no sólo siento frustración, sino que suelo tirar todo por la borda. Si algo que escribo no me gusta, lo destruyo. Si alguien no me cae bien, lo ignoro por completo. Con el idioma me ha sucedido algo similar. Me cuesta mantener los dos mundos en entera armonía, y como estoy profundamente enamorada de la literatura y el español, siento que descuido el otro lado, el otro idioma, la patria prestada. Mi experiencia teniendo amigos estadounidenses tampoco ha sido satisfactoria, así que me sucede lo que le ocurrió a esa estudiante china: tengo una vida digital en español, me refugio en la literatura escrita en español y sigo escribiendo en español. En esta lengua, mi ansiedad y mi frustración cesan. Hablando en español me siento en casa. Como dije anteriormente, pareciera que Orietts y Oriette tienen personalidades distintas y que cada una encuentra difícil la convivencia con la otra. Con el inglés siempre he sentido un caos imposible de describir. Puedo hablarlo, leerlo y escribirlo, pero me siento diferente. Agradezco las bondades del refugio digital, de los libros y de los vínculos que enriquecen. Ese drama del que hablaba Nabokov se convierte así, en riqueza. Sé que, si hubiese querido escribir esto en inglés, la precariedad de su vocabulario no sólo me hubiese hecho sonar repetitiva, sino que probablemente hubiese logrado un texto estructuralmente aburrido. El español es una forma de mirar. Y es, al menos ahora, la única forma que tengo para traducir el mundo.

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Oriette D’Angelo (Caracas, Venezuela, 1990). Estudió Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y Maestría en Comunicaciones Digitales en DePaul University (Chicago). Autora del poemario Cardiopatías (Monte Ávila Editores, 2016; Premio para Obras de Autores Inéditos, 2014). Seleccionó y prologó la antología de poesía venezolana Amanecimos sobre la palabra (Team Poetero Ediciones, 2017). En 2015 obtuvo el segundo lugar en el I Concurso de Crónicas de la Fundación Seguros Caracas y en 2016 el tercer lugar en el Concurso Iberoamericano de Poesía “Letras de Libertad” de Un Mundo Sin Mordaza. 1



LETTERATURA ITALIANA

RACCONTO

Per una latinità plurale

IL PAESAGGIO CON LE LANTERNE Daniela Balestrero da

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La mano di Adele si muoveva in modo frenetico ed armonioso, la mina della matita lasciava segni decisi e lievi come vivesse di vita propria Adele era il suo prolungamento. Come una medium, faceva da “tramite” creando schizzi di figure e paesaggi sorti dal nulla, essi prendevano vita sorgendo dalla carta, impadronendosi della realtà diventandone parte. I suoi disegni si trovavano ovunque: un’abitudine per lei, un talento per altri. Aveva perfino tentato di allontanare questo istinto, ma il richiamo era sempre più forte, assomigliando ad un’ossessione che riempiva la sua mente, le sue giornate. Poi si era arresa…Arresa alla dolce sensazione di trasmettere e vivere emozioni attraverso i suoi disegni, una traccia e l’infinito prendeva forma… “Eh, se disegno doveva essere…disegno sia!”, decise Adele cercando qua e là fra Gallerie d’Arte e Corsi di Pittura. Decisa a capire se la sua era solo una mania nevrotica che nulla avesse da spartire col talento: quello vero. Voleva fare un nuovo tentativo: visitare una mostra, sicura di annoiarsi e fuggire pochi minuti dopo. Ma la Galleria la rapì in un turbinio di colori e sfumature, immagini e paesaggi. Adele si guardava attorno come una bimba in un paese magico dove le figure prendevano vita e interagivano con lei. Infondo ad un corridoio, nella penombra un quadro solitario, a cui ben pochi prestavano attenzione, anche se di notevole bellezza, portava in basso un biglietto appoggiato alla cornice dalla scritta frettolosa con un pennarello blu, “In vendita”. Col cuore in tumulto, senza leggere l’autore né la descrizione, prese il biglietto e si diresse dal Responsabile della Galleria, decisa ad acquistarlo: «Speriamo non sia troppo caro…» pensò solo. Pochi minuti dopo era in strada con il quadro sotto il braccio. Lo fece avvolgere nella carta, tanta carta, come se volesse nascondere qualcosa…neanche l’avesse rubato! L’emozione le saliva su su fino alla gola e li bloccava il respiro. Si sentiva messa a nudo, come se la donna del ritratto fosse lei e in qualche modo sfiorasse coriandoli del suo inconscio. Chiuse la porta alle sue spalle ed appoggiò il quadro sul divano, incominciò a scartarlo lentamente come un amante spoglia la sua donna. Lo appoggiò sopra la mensola e si allontanò di qualche passo: ora poteva ammirarlo meglio. Una donna solitaria, di spalle, con un lungo abito scuro, guardava in lontananza un funerale, assorta. Si notava appena, ma Adele ne sentiva tutta la malinconia e la suggestione, una sofferenza silenziosa e sottile. Forse un amore finito tragicamente…forse uno sconosciuto… Le lanterne accese illuminavano la strada davanti alla donna che restava immobile, facendo risaltare il bianco delle case nel buio della notte. Adele si sentiva quella donna, in bilico tra la vita e la morte, la luce e il buio, ferma ad aspettare. “Paesaggio con le lanterne” lesse in un angolo del quadro. Avrebbe illuminato il suo talento, se davvero c’era…

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Daniela Balestrero (Torino, Itália, 1960). Membro del Comitato editoriale della Rivista Philos. Dal 2015 collabora con un giornale locale web scrivendo articoli di spettacolo e attualità. Alcuni dei suoi scritti si possono trovare anche su il Blog di Ramingo.it. 1



LETTERATURA ITALIANA Per una latinità plurale

GRIFONE da

Alberto Arecchi1

La festa di Sant’Antonio, a metà giugno, si svolgeva nel mio quartiere, nella via Santa Cecilia. Avevo poco più di cinque anni. Mi ricordo ancora la strada invasa dai banchi e dai fornelli dei venditori di “calia e semenza”, nei posti occupati abitualmente dai carri e dai cavalli destinati ai trasporti di merci per le ferrovie. Mi è rimasto nei sensi il profumo gradevole dei ceci abbrustoliti, ricordo degli anni d’infanzia. Sullo sfondo, nel cielo del sud, s’innalzava il pennacchio di fumo del Mongibello. Giunse il caldo agosto. L’aria estiva lambiva la pelle con aliti caldi di brezza marina. In piazza, davanti al Municipio, c’erano le due statue di cartapesta, enormi, dei giganti Mata e Grifone, lei con la pelle bianca e l’aria tronfia, una corona turrita sulla chioma, montata su un cavallo bianco, e lui moro, riccio e barbuto, con una corazza argentata, su un cavallo nero. Statue alte otto metri, che torreggiavano sulla mia statura di bambino e si stagliavano contro il cielo azzurro. Ero ammirato dalla vista di quei simulacri colossali, che si diceva rappresentassero i mitici fondatori della città. Sarò stato un tenero bambino, ma già allora m’ispirava simpatia quel Grifone, con la barba nera riccioluta e il cavallo nero come pece, molto più di quella Mata cicciottella, dalla carnagione stinta e insignificante, che pure la consuetudine vorrebbe mostrare come vittoriosa. Sul palco, eretto davanti al grande Monumento ai Caduti, si svolgevano canti e balletti popolari. Volevo diventare uno di quei ballerini. Ho ricordato negli anni quelle musiche e quelle danze, li ho sognati in molti periodi della mia vita come ricordi di un’infanzia felice. L’indomani, Ferragosto, la città intera si riversò nei viali e nelle piazze, per la festa della Madonna Assunta e la processione della Vara. La gran macchina scenica di legno, trascinata da centinaia di fedeli a piedi nudi, vestiti di bianco, si mosse a traversare la città. Tanti cori d’angeli che salivano verso il cielo, con la forma d’un cono di gelato capovolto (o diritto? In realtà, ‘capovolto’ è il cono del gelato). In cima, all’altezza d’un palazzo di cinque piani, una statua del Redentore sembra sorreggere la Vergine per un piede, in una posa da balletto classico, e in realtà vorrebbe sospingerla ancora più in alto, verso il cielo. Se mi ricordo bene, allora, nella parte bassa, oltre alle statue e alle decorazioni scolpite, c’erano anche girotondi di bambini in carne ed ossa, con vestiti bianchi e coroncine di fiori tra i capelli. Il pubblico si accalcava intorno, con gran fervore, tra grida ed esortazioni ai tiratori, i bambini sulle spalle dei loro genitori, per vedere al di sopra della folla. Soprattutto nel punto della ‘girata’, dove le file dei tiratori compievano sforzi di destrezza per far compiere uno stretto angolo all’enorme macchina scenica. ra come una gara, da un anno all’altro, per compiere quella manovra con la miglior precisione. Dopo la girata, la processione proseguiva, ma la gran festa popolare sciamava verso il Corso per diventare passeggiata, alla ricerca d’un gelato o d’una granita. Per andare a Punta Faro si percorreva una lunga strada sabbiosa, che passava tra i laghi di Ganzirri, dove si allevavano le cozze. Una distanza, in tutto, d’una quindicina di chilome-

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RACCONTO


tri. Ho saputo che oggi il panorama è molto cambiato, ma allora si andava veramente in mezzo alla natura vergine. Vicino alla punta estrema, stavano erigendo il gran traliccio dell’elettrodotto che avrebbe collegato la Sicilia al continente, una torre metallica alta più di duecento metri, svettante nel vento e nell’azzurro terso del cielo. Quell’estate andai anch’io a Ganzirri e Punta Faro, sulla canna della bicicletta del mio fratello maggiore. Parecchi anni più grande di me, aveva già finito il Liceo ed era pratico di tutti i percorsi che potessero meritare una gita in bici. Qualche volta, volle anche compiere l’impresa di portarmi in alto sul colle di Matagrifone, sino al Sacrario di Cristo Re, a godere il panorama di tutto lo Stretto. La mia fantasia era rimasta colpita dall’idea di raggiungere la punta, che finiva acuta là dove si congiungevano le onde di due mari. Al solo pensiero, avevo la sensazione d’esser sospeso, proteso in una dimensione instabile, dalla quale la minima scossa, la più piccola vibrazione, avrebbe potuto sconvolgere tutto, tutto travolgere nei flutti. Pensavo di vedere le acque muoversi vorticose, come nel racconto fantastico di Scilla e Cariddi. Volevo in ogni modo andare a bagnare la punta del piede proprio là, sull’ultima estremità dell’isola triangolare… era come stare sulla prua d’una nave che solcasse le onde, e pensavo a quelle colonne sottomarine, che reggevano l’isola da sempre, come una gran piattaforma petrolifera, e all’eroico pescatore Colapesce, che un giorno s’era tuffato per rimediare alla loro fragilità. Cercavo di scrutare nelle trasparenze di quell’acqua cristallina, mi pareva di scorgere i pescispada che giocavano con le costardelle, qualche sirena dai capelli incrostati d’alghe, relitti e tesori… ma non sarei certo riuscito a vedere Colapesce, che si trovava nelle profondità, coperto alla mia vista, poiché doveva sorreggere la colonna che portava la punta dell’isola. Credevo, allora, che la mia vita sarebbe proseguita così, linearmente, e invece… solo pochi mesi, e non sarei mai più ritornato ad abitare nel mio luogo natale. Partii per il nord, con la mia famiglia, nell’inverno seguente. Arrivai in una piccola città provinciale, a metà gennaio, con i marciapiedi trasformati in trincee, tra alti parapetti di neve compressa. Mi trasferii dal porto della Fata Morgana ad una delle città più nebbiose della Pianura Padana, dove è raro vedere una collina o una montagna. Oggi, nelle giornate limpide, con un po’ di vento che ripulisce l’aria, anche da qui si vedono i monti, in particolare il Monte Rosa, che si staglia sull’orizzonte, con la sua sagoma inconfondibile… ma allora, con tutti i fumi delle industrie che ammorbavano l’atmosfera, non mi ricordo che mai si vedesse. Un ambientamento senza dubbio difficile, insieme a compagni di scuola che parlavano in modo diverso e sprezzante del bambino venuto dal Sud. Dopo gli studi, ho trascorso molti anni in Africa, in varie parti, impegnato in progetti di cooperazione internazionale, da un lato e dall’altro del gran deserto, in terre che s’inaridivano, tra gente assetata, che viveva ai limiti della resistenza. Lì ero io che “arrivavo dal Nord”, da un mondo industriale, da una realtà sempre più incurante dei valori profondi della gente. I ricordi infantili sono rimasti in un angolo della memoria profonda, riemergendo solo di tanto in tanto, in maniera inconscia, nei sogni della notte. La verità è che in nessun altro posto mi sono mai più sentito veramente ‘a casa mia’. Altrimenti, forse, il mio lungo viaggio si sarebbe fermato in uno qualsiasi dei luoghi del mondo nei quali ho vissuto: in Somalia, in Mozambico, in Algeria, nel Mali o in Senegal. Mi sentivo a casa mia quando ritornavo in Africa, ogni volta che scendevi dall’aereo nella notte calda, coi grandi ventilatori che ruotavano, il controllo dei passaporti e poi via, verso una casa in riva all’oceano, in mezzo al deserto, sulla sponda d’un fiume popolato da ippopotami o nel patio d’una casa moresca, in un’oasi profumata di zagara, inondata dal richiamo del muezzin. Casa mia, più di quella d’adozione, che avevo lasciato al 45° parallelo Nord. Mi sentivo un poco di più a casa mia quando abitavo 27

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sul mare, mi ricordava il ‘mio’ Cristo Re. Vivere in Africa è stato come essere una di quelle onde che lambiscono i lidi degli oceani: fra tante altre, un giorno o l’altro, ne incontri di nuovo qualcuna. Così è stato per le mie amicizie, e ancor più per i conoscenti abituali. La boscaglia, la savana, il deserto sono come mari, le piste li attraversano come rotte e i porti, dove chi ritorna è riconosciuto per i suoi ricordi. Quando sono ritornato, mi sono reso conto che la società moderna, grande, aperta, internazionalista, aperta verso il mondo della solidarietà, era in realtà un piccolo paese, nel quale ogni piccola sfumatura di lingua o di sorriso era riconosciuta. Ormai il mio modo d’esprimermi era irreversibilmente diverso, il mio sorriso era diverso: guardavo le persone negli occhi e non le valutavo dallo splendore della punta delle loro scarpe. Sapevo fare molte cose, sapevo districarmi in circostanze difficili e dialogare in tre lingue diverse, con uomini del popolo e con ministri. Inspiegabilmente, però, sembrava che non fossi mai esistito, neppure per i vecchi amici, o che fossi stato assente per secoli dalla città in cui ero cresciuto: un moderno Ulisse. Gli amici di tutte le mie ‘diverse vite’ si sono dispersi, ciascuno annegato nel proprio mondo quotidiano. Chissà dove sono, in questo momento… Dove sarà finita la veggente senegalese che praticava esorcismi in un cortile, sotto il sole, con gli assistenti che sgozzavano galli e capretti sulla testa dei suoi “pazienti”?… e quella signora, figlia di uno dei primi italiani sbarcati al tempo della guerra d’Africa, che ricordava la propria gioventù come “il tempo in cui i barambara volavano”? Barambara, in lingua somala, è il nome del rosso scarafaggio africano, dalle lunghe antenne, che appare di notte, in orde fameliche, per impossessarsi della casa buia, e poi scompare alle prime luci del giorno. I barambara, in Africa, si trovano dappertutto, anche lungo la parete della doccia, a solleticarvi con le loro lunghe antenne. Mi è capitato persino di trovare qualche cucciolo di barambara stirato, insieme alla biancheria appena tolta dal cassetto. Essi si alzano in volo, però, in un solo periodo dell’anno: nella stagione degli amori. Un volo goffo, che dura poco, come quello delle più eleganti farfalle, come tutte le cose effimere, come la fioritura del baobab o la felicità della stagione giovanile. Molto tempo è passato dalle gite in bicicletta a Ganzirri, ormai più di sessant’anni. Nella mia storia non c’è nessuna crozza, non c’è stato nessun cannone. Ci sono piuttosto uno scarafaggio rosso, la nera barba riccioluta di Grifone, il fumo e l’odore della calia tostata, i ritmi di “Abballati”… Una speranza segreta mi dice che laggiù, oltre l’Equatore, qualcuno mi aspetta sempre, nella penombra, dietro il grigliato d’una persiana, nel profumo intenso dei fumi d’incenso e dei fiori di gelsomino. Sarò accolto con un semplice cenno del capo e un gesto affettuoso della mano, come se fossi uscito mezz’ora prima per andare a prendere il pane, o la frutta al mercato. Come qualcuno della famiglia, del quale si conosce l’andatura, il profumo, la sagoma delle spalle quando s’allontana e il rumore dei passi quando ritorna. Non riesco a pensare la stessa cosa della città sullo Stretto, dove non ho lasciato amici, non ho lasciato ricordi d’amori passionali né compagni di studi. Mi sono rimaste impresse le visioni dei primi ricordi dell’infanzia, i profumi di rosa e gelsomino della casa in cui sono nato, l’aria di casa che non ti abbandona mai, neppure all’altro capo del mondo. Quante volte ho sognato, nelle notti profonde, quelle danze in costume al suono dei tamburelli, il gigante Grifone, di cartapesta, dalla nera barba riccioluta, la strada che si snodava lungo la striscia di sabbia tra i due laghi litoranei e il blu del gran vortice profondo, il richiamo delle sirene…

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Alberto Arecchi (Messina, 1947) é um arquiteto italiano, mora na cidade de Pavia. Escreve contos e poemas em italiano, português, espanhol e francês. 1



LITERATURA LUSÓFONA

CONTOS

Rotas da lusofonia

EXPRESSO DA NOITE por

Ilda Pinto de Almeida1

Um dia qualquer de novembro… O tempo não passa e só me apetece apanhar ar fresco, ou talvez o expresso da noite. Eu necessito de uma lufada de bálsamo puro. A hora perdeuse na noite ao acertar o relógio da sala. Andou sessenta minutos para trás; não como o caranguejo, porque esse, ao contrário do dito , anda para o lado. Hoje eu desejo caminhar para o passado, não só uma hora, mas muitas vinte quatro badaladas, e voltar a acreditar. Não sei qual seria a estação da vida a que iria regressar se, na primavera ou na entrada do verão, já não consigo recordar mais. Agora, neste ano, neste minuto, não sei medir a estação em que me encontro. Talvez esteja na entrada do outono, com o dourado e o prateado constantes, brilhantes; e ainda há flores. A claridade já não é florescente como na primavera, mas é terna e constante. O sol dá seu brilho muito próprio, calmo e charmoso. O dia não é tão longo; mas a noite, essa sim cresceu uma hora. Hoje, especialmente hoje, neste dia de novembro, a tarde diminuiu na luz e só me apetece apanhar ar fresco. O sol está a ficar pálido e as folhas estão espalhadas pelo chão. São elas amarelas, castanhas, vermelhas ou rosadas. Olho da minha varanda, sozinha, como sempre, e o silêncio invade o meu pensamento. A companhia é ou pode ser apenas a presença física, e estar-se sozinha na alma e no toque. Estar ou não estar tanto faz. A diferença já não existe. A

indiferença é a presença de duas almas e dois seres que ocupam um determinado espaço físico, sem contato emocional. Daqui a pouco, irás ver a tua TV, e eu a minha. Passarão as horas, devagar, e aquela que diminuiu ou aumentou a luz nada traz de novo, porque há duas almas. Depois iremos para a cama e nada vai passar, porque o inverno está gelado e não me deste os parabéns pelo meu aniversário, nem te levantaste para diminuir o gás do fogão; e deixaste a sopa torrar. Já não me importa o que fazes, porque será sempre igual,; e a hora voltará novamente dentro de uns meses. Não quero falar de ti. Não quero falar da hora. Vou ver o filme que está passando na minha TV “Married by Christmas”. Será este o único comboio desta noite? Eu não quero ver uma alma à procura de outra. Talvez se tornem uma só, ou não. Mas não é este um filme de Natal?! Ainda é só novembro e o “thanksgiving” ainda não chegou, mas Carrie tem que procurar um marido até ao Natal. Não é, com certeza, uma lufada de frescura neste exato minuto, mas é o único expresso da noite disponível no momento. Quem sabe amanhã terá chegado a uma estação que se chame primaverão e que fique na zona mais bonita do Cais do Sodré, ou talvez, mais certo, no labirinto do Times Square, onde o tempo não tem tempo e corre com velocidade. Corre tão veloz como as agressões da Hillary x Trump ou vice-versa da campanha eleitoral. Todos sabemos que o percurso é estreito e longo como as horas sem luz . Nem sempre a noite tem luar, nem o dia tem sempre nuvens. Um copo de água não afoga, nem o vinho limpa. O chocolate, esse adoça e dá prazer ao estômago, e se torna companheiro físico no toque e no saciar circunstancial. Será sempre o doce que não azeda, o amante que espera a mais sensacional afrodisíaca relação entre dois. Talvez haja um novo expresso da noite… 30

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Ilda Pinto de Almeida (Portugal, 1980). Encontra-se radicada nos Estados unidos há três décadas. Tem como passatempo o campo das Artes Plásticas, onde tem participado em várias exposições colectivas nos estados de Nova Jersey e Nova York, com trabalhos de colagem sobreposta – técnica mista de acrílico sobre tela. No mundo da escrita, tem trabalhos publicados em várias coletâneas. 1



LITERATURA LUSÓFONA

COLUNAS

Rotas da lusofonia

ÀS PORTAS DE JANUÁRIO Helena Barbagelata por

1

Calare, calends, calendário, ainda não arribara o Ano do Senhor, ainda não havia um só amo, mas não faltaram anúncios, pregões, deprecações, sobre o escrínio gasto de Januário, que todos os anos como um velho porteiro, apontara os rumos aos viajantes, boas entradas. Por onde entramos, qual a nossa porta, o aeroplano está pronto para a descolagem, qual o algarismo, a letra, que a identifique, ou será uma cor, um relevo – estugar o passo, já se prepara para voar, e se não encontrarmos a porta, última chamada, calare, calends, e se – Houvera o sol, a lua, os intercalários, e antes houvera o espanto, de o desconhecermos por inteiro, lembrar a primeira noite da primeira lua, não lembro – onde dormia o meu pensamento, o mistério de a sabermos levantar-se no momento preciso, o pressentimento. Poderá ser essa a medida do tempo, só um pressentimento, e assim esperamos sob os umbrais que nos pertencem, sob uma porta pressentida – anelada. Calare, calends, calendário, a lua era o mês, era esse o seu epíteto, mês, de asa-longa, com o corpo de neve do firmamento, Januário recordara-a agora, num instante em que lhe apetecera arrojar com os seus trabalhos às calendas gregas, debruçado sobre avios de homens e mercancias, os eixos cruzados e recruzados sobre todos os semicírculos possíveis. Quantas portas existem – ela jorrara o leite de ossos de todos os átimos, governara os céus, da Mesopotâmia às câmaras vermelhas e cerradas da terra central – todos os reinos se vertem sobre si mesmos – e houvera quem recobrisse a sua fronha delicada de cerefólios e flores-de-mel. As usanças do gosto romano pelos regramentos, tinham deixado de a invocar solenemente à ágora, na noite da primeira adimplência perfeita do seu robe, embuçada e negra. A batida das horas, chamamentos, de cobranças, impostos, dividendos, a primeira luanova, maestrina, marcara o compasso de todas as marés do ano – e aqui se assenta Januário, nem faces de sóis, nem faces de luas, um esgar sumítico, colhendo escritorárias as súmulas dos sumários encargos, não colherás antes o teu dia. Assim o chamámos mundo – forjámos as

grilhetas maciças da nossa existência, e perdemos as chaves, condenados de nós mesmos. Regrados, resguardados -ou covardes, de um caos inerente, ou de um caos imaginário – desconstelar, os céus, as normas, os medos – Calare, calends, calendário, chamados aos nossos afazeres, a boa-ordem fora outra, Januário amigara-a, uma jovem de passo leve, e duas irmãs, trouxera cestas de pastoreio no colo, desarmara com rosas o excesso e a insolência, fluía, na outra ordem, a sua, a da terra inabitada. As horas ardem nas achas das nossas insignificâncias, que tememos. As horas riram de roda com Januário, as irmãs, trouxeram a paz, trouxeram a justiça – que nos trazem as nossas horas, o que nelas trazemos. Sim, Janus, que é o mesmo que dizer, Januário, que é o mesmo que

dizer, Janeiro. Tivera duas faces – ou uma só: por aqui a guerra, por aqui a paz, por aqui a vida, por aqui a morte. Por aqui nós, com os nossos rostos, e as nossas passagens, para onde vamos, por onde – qual a nossa porta o que transportamos 32

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“Eu [Janus] sento-me às portas do paraíso com as gentis Horae: Júpiter vai e vem pelo meu escritório.” Ovídio, Os Fastos, 1. 125.

Helena Barbagelata (Lisboa, Portugal, 1991). Licenciada em Ciência Política e Relações Internacionais pela Universidade Nova de Lisboa e Pós-graduada em Línguas, Literaturas e Culturas. Vencedora do “Prémio Poesia e Ficção” (Edição de 2012), com a obra “O Mar de Todos os Deuses”. Publicou a obra Soliloquia (Apenas-Livros, 2013). 1



LITERATURA LUSÓFONA Rotas da lusofonia

AUTORETRATO A (DES) MATERIALIZAÇÃO DA IMAGEM por

Magda Fernades1 e José Domingos2

Com dois séculos de história, a fotografia foi incontestavelmente um dos avanços tecnológicos que mais transformou a nossa forma de compreender o mundo, alterando o modo como vemos, como interpretamos e como partilhamos conhecimento. Hoje é no entanto o meio de expressão simultaneamente mais utilizado e mais incompreendido. Urge então olhar para trás, para o seu início, e continuar a tentar refletir sobre as questões que a sua ubiquidade não soube resolver. O nosso trabalho enquanto fotógrafos passa, desde há alguns anos, por pesquisar e produzir obra contemporânea sobre processos do século XIX, contrariando a desmaterialização da fotografia, trazendo-a de volta à tangibilidade e a uma presença que ateste o seu caráter paradoxal, ao mesmo tempo frágil e duradouro. Parte deste trabalho passa por investigar a obra escrita e o pensamento que acompanhavam o desenvolvimento destes processos, e de que forma estes se encaixaram nos avanços estéticos e teóricos da fotografia. Foi através destas leituras que descobrimos a obra de um fotógrafo singular, que se não tivesse sido um grande escritor (além de pintor, químico, alquimista…) certamente não teria chegado até nós. Falamos de August Strindberg, e das suas extraordinárias incursões pela arte fotográfica. Aquilo que distingue Strindberg de outras personalidades contemporâneas que se dedicaram às artes e às ciências é que o seu pensamento era pluridimensional. As matérias sobre as quais se debruçava não estavam compartimentadas, antes se interligavam em múltiplos sentidos, gerando uma série de analogias poéticocientíficas em fluxos mentais, que podiam por vezes ser tortuosos. É verdade que no século XIX, com o aparecimento da fotografia, as artes e as ciências se entrecruzaram de uma forma constante, contribuindo continuamente para os avanços uma da outra, e do mundo em geral, mas sempre de uma forma paralela e nunca concorrencial. Em Strindberg, elas intersetam-se, sobrepõem-se, acima de tudo, fundemse. De acordo com o pensamento da época, Strindberg procurava o conhecimento e a compreensão da realidade, quer através da sua obra literária, plástica, ou através de experiências científicas. No que diz respeito à fotografia, pelo menos, esta busca pela verdade, não seguia nenhuma das correntes de criação ou reflexão contemporâneas. Para ele, a verdade da fotografia não se expressava através da sua exaustivamente louvada capa-

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COLUNAS


cidade mimética, da qual ele desconfiava. Nem tão pouco se interessava por manipular a fotografia de forma a dar-lhe um aspecto mais consentâneo com a pintura, tentando elevála a um suposto maior valor artístico. A verdade na fotografia estava para ele no facto de esta poder revelar o mundo que se encontrava para além do visível, e isso, por não estar ao alcance do “oeil trompeur” do homem, estaria mais próximo da verdadeira realidade. A fotografia foi importante ao longo da sua vida na medida em que lhe permitia encarar a criação artística como resposta a questões científicas ou filosóficas, em que a arte, mais do que imitar a Natureza, se criava de acordo com ela, cumprindo o seu mistério. Uma boa parte da sua criação figurativa centrou-se no retrato, e mais especificamente, no autorretrato, como ferramenta de introspecção e autoconhecimento. “Não me importo com a minha aparência, mas quero que as pessoas vejam a minha alma, e ela aparece nestas fotografias bem melhor do que em muitas outras.”1 Começamos o ano de 2017 completamente embrenhados na sua obra, e fizemos nossa a missão de refletir sobre os mesmos problemas, e, na época da proliferação da selfie e da efemeridade do snapchat, inspiramo-nos em Strindberg para iniciar uma série de autorretratos que procuram materializar a nossa verdade interior. Quando se interessou por criar retratos que captassem mais do que a superfície ou a aparência do modelo, Strindberg preparou uma situação que influenciasse a expressão do retratado de modo a que a sua totalidade fosse registada: “Preparei na minha cabeça uma história que contém o máximo de humores diferentes. Conto a história para mim mesmo, enquanto exponho a placa, olhando fixamente para a vítima. Sem suspeitar do que a estou a obrigar a fazer, sob a influência da sugestão, é obrigada a reagir a estas influências que a penetram. E a placa fixa a expressão do seu rosto. No total isto dura exatamente trinta segundos – a minha história está minuciosamente calculada para esta duração. Em trinta segundos, captei o sujeito na sua totalidade.” 2 Para o nosso projeto, substituímos o poder de sugestão de uma história, pela influência mais doce e passiva da música, que era escolhida aleatoriamente por um dispositivo, de entre as músicas que tínhamos ouvido durante o ano que passou. Dessa forma, não nos seria permitido prepararmos com antecedência um determinado estado de espírito, antes teríamos que permitir que as canções que tocavam ditassem a forma aparente da nossa alma. Baseados também na crença de Strindberg de que toda e qualquer interferência entre a realidade e a formação da sua imagem comprometia a veracidade da fotografia, começamos por, tal como ele, retirar sucessivamente elementos da câmara fotográfica, começando pela lente, substituindo-a por um pequeno furo, na esperança de poder representar a realidade de uma forma mais pura, mais “verdadeira”. Assumindo que esta forma mais direta de fotografar pudesse captar o que não se vê – até a própria essência humana – construímos a nossa Wunderkamera3, e invocámos a nossa alma, envoltos pelas músicas que tocavam aleatoriamente enquanto posávamos para a fotografia. A música cumpriu no nosso projeto o papel de um veículo que pudesse tocar simultaneamente a matéria e o subconsciente do retratado. O som atravessava o nosso corpo, assim como as paredes da câmara, e reverberava sobre a película, operando, quem sabe, sobre a matéria fotográfica. Pretendíamos que o processo técnico, que permitia o aumento substancial do tempo de exposição – o tempo que a luz leva a produzir uma imagem no material fotossensível – produzisse resultados contrários aos do instantâneo fotográfico ao permitir que centrásse35

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mos toda a nossa presença no momento, que nos fundíssemos com a imagem. Acreditámos que podia ser a nossa essência a ser gravada na emulsão sensível, e que a manifestação dessa verdade nuclear resultaria na desmaterialização das aparências. Este projeto, que intitulamos “Wunderkamera” constitui o primeiro passo naquilo que pretendemos que venha a ser uma série de reflexões fotográficas sobre a obra de August Strindberg, que, tal como tantos outros projetos, nos proporcione o prazer de nos debruçarmos sobre a pesquisa, o processo, a realização e a partilha da aprendizagem e do resultado.

Bibliografia 1 August Strindberg, citado pelo amigo Gustaf Eisen (“Strindberg som fotograf,” VeckoJournalen, Stockholm, 1920:14) citado por Per Hemmingson 1989b, 167. 2 August Strindberg, citado por Per Hemmingson, op. cit. ., p. 167. 3 Wunderkamera foi o nome que Strindberg deu à câmara fotográfica que construiu com o seu amigo Herman Anderson para realizar uma série de retratos e autorretratos psicológicos nos quais se pretendia captar, em tamanho real, algo da essência dos retratados. 36

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1Magda

Fernandes (Porto, Portugal, 1981) e 2 José Domingos (Paris, França, 1974). Colunistas da Philos e fundadores da Imagerie, Casa de Imagens, criada em Lisboa.



LITERATURA BRASILEIRA Rotas da lusofonia

SINUCA por

Leandro Jardim1

Antecipo aqui o que perfeitamente pode vir a ocorrer em qualquer dia próximo. Vou me encontrar com alguns amigos num bar de sinuca. Tenho a deselegante mania de ser pontual. Mas nesse dia exagerei, devo ter chegado uns quinze minutos antes. É muito, eu sei, mal pareço carioca. Rael, Olavo e Andrei atrasaram, naturalmente, mas não muito. Faz parte. São profissionais e pais dedicados, têm a vida atribulada como todo mundo hoje em dia e, como eu também, estão animados para a nossa rara noite só dos homens. Como nos velhos tempos, cada vez mais velhos. Cerveja, uma ou outra lamúria quase encenada sobre as pequenezas da vida – que nos chateiam enormemente – e a sinuca. Esse é o protocolo. E é tudo o que precisamos. Conversar de maneira presencial e etílica, fora do whatsapp, rir não só dos emoticons. Mas o assunto que venho tratar aqui é outro, diz respeito a um momentinho singular que se passou comigo minutos antes do encontro. O intervalo entre a minha chegada e a deles foi suficiente não só para que eu conseguisse guardar uma mesa, mas também para que, entre repetidas olhadelas no telefone, eu ouvisse, com interesse disfarçado, as conversas dos vizinhos de bilhar. Passei giz no taco, verifiquei o celular, ajeitei as bolas, limpei o quadro, dei outra olhada na timeline do facebook, instagram rapidinho, pedi um chope e depois bisbilhotei novamente o twitter. Durante todo esse período, ainda mantive minha concentração alerta nas conversas alheias. Esse é o tipo de habilidade que os pontuais, em meio a tantas esperas, aprendem a dominar com maestria ao longo dos anos. A mesa imediatamente anterior à minha era a que mais me interessava. Não à toa. Era composta por pessoas que provavelmente não me conheciam, mas que eu sabia bem quem eram. Ao menos três delas. Eram o que talvez se possa chamar de personalidades da Internet. Isto é, aquelas pessoas com alguma fama em um nicho bem específico, que postam muito nas redes sociais, e são totalmente desconhecidas do público geral. O que, para alguns, é uma combinação perfeita de fama e anonimato concomitantes. Porque os permite desfrutar de ambos. Dos três, um era escritor de editora grande. Dois romances seus chegaram a ser finalistas de prêmios importantes, costuma conseguir resenhas em jornais de ampla circulação. Já tentei ler um deles, mas, confesso em segredo, nunca embalei, embora eu goste de acompanhar as opiniões que ele costuma postar. A única mulher do grupo era o que se convencionou chamar de twitteira. Twitteira é um termo até pertinente mas, convenhamos, não soa bem. Não uso outro porque não sei exatamente no que ela trabalha – talvez com tradução. Suspeito que não seja remunerada pelos seus tweets, embora devesse. Tem timing para os comentários curtos, é rápida e de um senso de humor nada convencional. Pela profusão de tweets, eu já supunha que ela não devia desgrudar do celular um minuto, o que se com-

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provou verídico. E o terceiro era um cartunista da nova geração, daqueles com bons e maus momentos. Alguns ótimos até, líricos, mas com uma tendência a soar simplista ou leviano quando aborda a política. Isso na minha opinião, claro, há quem o idolatre justamente nessas horas. Foi então que escutei a twitteira dizer a frase. “O Beltrano é tão solitário quanto um personagem literário”. Beltrano? Pensei ter ouvido meu nome. “Vai ficar falando rimado, agora?”, provocou o cartunista, “isso é o vício no twitter, ou então está lendo poesia romântica demais”, completou. “Como assim, Fulana, não entendi” retrucou o escritor. (Note-se que não vou revelar as suas verdadeiras identidades). “Nunca reparou?”, ela começou a explicar, “dificilmente um personagem literário é repleto de amigos e eventos sociais. Porque se fosse assim ele não teria tempo ou motivo para relatar sua história. O personagem principal, especialmente aqueles narradores em primeira pessoa, em geral são seres solitários, que escrevem justamente por não ter um amigo com quem conversar. Uns coitados”. Nessa hora tive a estranha sensação de que todos olharam pra mim. Um movimento rápido e furtivo. Terá acontecido? Não posso jurar, mas o fato é que eu estava ali, sozinho também, literariamente solitário. E, pra ser sincero, eu já tinha pensado mesmo em fazer alguma postagem literária tirando proveito do que presenciava. Então eles entraram num estranho silêncio. Um silêncio tão estrondoso que chegou a mim de todas as direções, dos ouvidos à tela do telefone. A coisa se invertia. Eu é que devia estar virando um personagem das postagens da turma ao lado. Quiçá já sendo ridicularizado na forma de um meme. Um arrepio me percorreu. Acredito que eles tenham começado a sussurrar. De cabeça baixa, os pressenti pegando seus celulares. Atualizar, atualizar, atualizar, apertei inúmeras vezes. Nada. Mas cedo ou tarde eu seria a vítima da sacada genial da vez. Já não havia dúvidas. Atualizar, atualizar, atualizar. Do facebook, passei ao instagram, deixei por último o Twitter. Nada também. Refiz o percurso algumas vezes. Em dado momento precisei levantar a cabeça em busca de ar, como se emergisse de águas turbulentas. E eis que avisto os três. Agora sim, os três. Juntos, caminhando em minha direção, Rael, Olavo e Andrei, os amigos, como um bote de salvação, enfim. Ainda que eu pudesse ser ali um personagem de ficção, e talvez fosse, ao menos já não era solitário. Tinha amigos e podíamos esquecer do mundo na conversa e na sinuca. Achei melhor desligar o celular antes da primeira partida.

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Leandro Jardim (Inglaterra, 1979). Formado em comunicação e pós-graduado em engenharia de produção. Professor na área de gestão, atualmente é mestrando em administração pela PUC-Rio. Publicou os livros ‘A angústia da relevância’ (Romance, 2016), ‘Peomas’ (poesia, 2014) e ‘Rubores’ (contos, 2012) pela Editora Oito e Meio; além de outros dois de poesia: ‘Os poemas que não gostamos de nossos poetas preferidos’ (Orpheu, 2010) e ‘Todas as vozes cantam’(7Letras, 2008). 1



LITERATURA BRASILEIRA

COLUNAS

Rotas da lusofonia

ARMADILHA GRAMATICAL

por

Caio Lobo1

Os homens constroem suas próprias prisões. Com palavras. Rotulam tudo: objetos, sensações, sentimentos. E depois o rótulo torna-se entidade, a partir da qual se deve agir de determinada maneira. Cria-se o respeito ao rótulo. Mais: sua divinização. Subitamente, há uma reviravolta. Não se trata mais do que são as coisas, mas do que as palavras dizem que as coisas são. E se as palavras dizem que uma coisa é assim, pobre do indivíduo que tenta escapar de seus limites, dos muros deste cárcere imaginário. Fico impressionado com esses filósofos, quando se preocupam em bem definir tudo. Aristóteles na Ética, Locke no Ensaio, Hume no Tratado, Hobbes no Leviatã. Parecem precursores do dicionário. O intuito é claramente o de domar o mundo com a linguagem, o de dar conta de todas as coisas, atrelando a cada uma delas uma palavra, como se assim fosse possível compreender este mundo. E basta que alguém, em sua rebelde individualidade, fuja a alguma regra, aja de modo indefinido, para ser tratado de bárbaro, de estranho, ou de qualquer outro adjetivo que qualifique o desconhecido. Nunca existiu “amor”. Os seres humanos inventaram o amor, como todo o resto. Fizeram um amálgama de diversos sentimentos e formas de agir e disseram: “eis o amor”. Não importa o peculiar, o detalhe, as diferentes formas de sentir. Se você acrescentar A + B + C = “amor”. Agora vá escapar disso! Porque criaram o amor, de repente há mulheres que te questionam sem cessar: “você me ama?”. E que, a depender de sua resposta, estão dispostas a te deixar, a te trair, etc. Elas anseiam pela palavra como se a palavra reconfortasse; anseiam mais pela palavra do que pelos gestos “amorosos” do amante. É a linguagem no domínio do mundo. O rótulo como prisão. Alguém o insulta, te chamando de bandido. E a palavra desperta associações negativas, ideias de ações “criminosas”, ideias de “bem” e “mal”, ideias de comportamento, de aceitação social, ideias sobre a personalidade, sobre quem você é e sobre quem deveria ser, sobre seu papel na sociedade e sobre sua reputação. Ideias sobre honra, e como se deve reagir ante a “honra ferida”. Tudo isso, claro, num lapso de segundo, num circuito cerebral, na sinapse que te leva da palavra ao pensamento, do pensamento à sensação e, o pior, da sensação à ação, ao revide, à violência. Aprisionados por palavras e seus sentidos internalizados. Rótulos como ídolos religiosos, cuja significação sagrada – até para os que se dizem orgulhosamente “ateus” – motivam ações violentas, reações baseadas em quimeras, construções sociais milenares. Diga a um “ateu” que ele é um “idiota” para você ver se sua reação não será a mesma que a de um “religioso fervoroso” chamado de “irracional”. Ambos serão despertados pelos seus ídolos, pelo significado místico das palavras, pelo engodo de que palavras representam realidades e que, portanto, merecem alguma resposta – também dada em palavras. E a guerra nasce daí. A violência está imbricada na gramática.

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Fica claro, portanto, que a palavra é poderosa. E que, evidentemente, pode gerar também paz e bem-estar. Por que basta que mudemos o tom, que empreguemos palavras “boas”, para que as sinapses ocorram em sentido contrário, gerando sentimentos que estão associados, no cérebro e na experiência humana, a sensações positivas. Por isso o poder da prece (independente da existência de um Deus) e o reconforto de palavras amigas. O rótulo é o engodo de que se serve o homem, tanto para matar, destruir e provocar o caos, quanto para pacificar e harmonizar. A palavra é faca de dois gumes. Mas insisto no engodo porque me parece que as pessoas não costumam perceber que o rótulo é, digamos, o gatilho que provoca, a depender das construções internas de cada um, sensações tão díspares. Um responde ao insulto com uma facada; o outro com um sorriso. Mesmo rótulo, reações diferentes. Prova de que alguns idolatram a palavra, mesmo quando afirmam não possuir ídolos ou não acreditar em deuses. Outros, cientes da ilusão, reconhecem a impossibilidade de se objetivar o mundo com signos e símbolos. Estes veem perfeitamente que a linguagem é construção humana, e só. E ao perceberem isso, nada mais endeusam – e se tornam, eles mesmos, deuses. A palavra como obstáculo à verdadeira compreensão do mundo.

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Caio Lobo (Recife, 1979). Colunista da Philos, é formado em Direito pela Universidade Federal de Pernambuco e Mestre em Relações Internacionais pela Universidade de Brasília. Leitor compulsivo e romancista. Lançou recentemente o seu livro Trôpegos Visionários pela editora Kazuá. 1



LITERATURA BRASILEIRA

CONTOS

Rotas da lusofonia

O AUTÔNOMO E O AUTÔNOMO Léo Ottesen por

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Carlos é escritor, marido e pai. Jorge é escritor e solteirão convicto, ou talvez apenas um solitário tímido que não sabe falar com outros homens. Eles são amigos há mais de 10 anos. Quando Jorge conseguiu a publicação de seu primeiro romance, foi Carlos quem o incentivou a continuar escrevendo do seu jeito, embora o seu jeito não fosse garantir lucro financeiro (palavras dele). Em outra ocasião, Jorge havia rompido com o namorado e, de novo, foi o amigo quem o convidou para tomar umas cervejas e tentar transformar aquilo em um conto melodramático. O texto fora publicado em uma revista menor. Jorge escreve para si. Inventa seu estilo literário sem pesquisar o assunto. Dá à luz suas personagens antes mesmo de saber sobre o que escreverá. Fala de coisas das quais gosta e das quais odeia – muitas vezes sendo as mesmíssimas coisas. Disserta sobre o sexo, as drogas, a crise intelectocultural que transpassa as gerações humanas pós-revolução industrial, e pássaros. Jorge é metido a poeta, mas não publica. Acredita que suas histórias façam muito mais sentido para os leitores do que seus versos. Para escrever, gosta de vinho branco seco e cigarros – às vezes de maconha. Quando acorda na manhã seguinte, costuma rir do que escreveu, porque não lembra como aconteceu. Mas manda para seu editor e consegue. Ele é talentoso, embora louco, e consegue. Seus sete romances praticamente foram lançados em sebos. Passam de mão em mão sem nunca serem comentados nos jornais, nem se tornarem motivação para entrevistas do autor. Ninguém jamais estudará Jorge nas aulas de Literatura. Jorge nunca será entrevistado pelo Jô, nem sequer pelo Danilo Gentili. E ele está feliz com isso. O escritor, além de escritor, é formado em Economia e trabalha em uma imobiliária. Ganha a vida entre papeis, documentos e telefonemas. Nos fins-de-semana e nas folgas, ele escreve. Porque precisa escrever muito mais do que precisa de dinheiro para se sustentar. Jorge trabalha para viver e vive para escrever. Embora nunca vá aparecer na televisão. Carlos você conhece. Certamente já leu algum dos vinte livros dele. Ou quem sabe todos. Ele deixou de ser amador há muitos anos, e deixou de amar o que faz pouco tempo depois disso. É contratado de uma grande editora, recebe para escrever e ficar em casa, cuidando do casal de filhos. É um escritor de verdade – nas palavras de Jorge. Muitas vezes, foi o autor mais vendido segundo diversas revistas importantes. Os leitores o amam e os escritores o desprezam. Carlos escreve romances, mas também crônicas, contos e até novelas. O que estiver em alta. Seu editor lhe indica as tendências do mercado e manda que ele as siga à risca. Carlos ganha bem, por isso obedece. Quando “Cinquenta tons de muita coisa” foi lançado, Carlos se adiantou na publicação de “Um tapinha não dói”. Sucesso imediato. Apareceu na Globo e no SBT. Não quis dar entrevista para a RedeTV. Antes ele já havia publicado “Quando eu tinha 15 anos…”, de crônicas sobre relacionamentos, sob o pseudônimo de Vera Cruz; uma homenagem ao Brasil. Suas leitoras não entenderam a referência. Logo a saga “Quando voam os dragões” foi citada

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em muitos podcasts nerds como a maior revelação da literatura fantástica brasileira. Um dos apresentadores inclusive fez uma piada sobre os livros serem fantásticos e se tratarem de um mundo fantástico, mas foi uma péssima piada e não cabe reproduzir aqui. Carlos fez muita gente chorar com a história de “Ele e Ela”, com dois adolescentes brancos de classe média se apaixonando e morrendo de uma doença incurável que ninguém conhece. Os exemplares voavam das prateleiras das livrarias. Dizem que vai virar filme. Os dois amigos trocam figurinhas sobre o mercado editorial e a arte literária, enquanto preparam suas próximas obras, e desejam trocar de lugar um com o outro. Eles entendem, porém, que ambos os trabalhos são essenciais. A forma como Carlos trabalha e a paixão com a qual Jorge escreve são os dois pesos que equilibram a balança do mundo literário. Como a luz e a escuridão, uma depende da outra. E, da mesma forma, nenhuma é mais importante ou melhor que a outra. O que faz sentido para os dois é que seus livros precisam ser lidos e há quem os leia, e goste deles, apesar de tudo. Não há por que questionar o valor que as coisas têm se – e só se – elas nos fazem bem. Jorge e Carlos continuam grandes amigos. Jorge talvez ganhe um aumento. Carlos certamente ganhará mais dinheiro.

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Léo Ottesen (Brasil, 1992). Escritor e poeta gaúcho. Frequentou a faculdade de Letras – português/franc ês e suas literaturas, onde atuou como pesquisador nas áreas de antropologia do imaginário, literatura comparada, crítica e teoria literária. 1



LITERATURA BRASILEIRA

CONTOS

Rotas da lusofonia

OS OUTROS SOMOS OS CARCEREIROS Ana Farias por

Mais uma noite às claras. Novamente uma sensação de inquietação tomava conta de Beatriz, de tal modo que ela se pôs a caminhar pela sala, vagando entre os móveis e as sombras dos seus pensamentos. Ela não conseguia se desvincular das dúvidas que insistiam em invadi-la naquela madrugada abafada. Decidiu então abrir a porta de sua casa; queria que uma ventania forte, dessas que arrastam tudo, logo chegasse. Com as mãos ágeis, escancarou com pressa a porta e viu, à sua frente, a rua completamente vazia, sem ruídos, nem humanos a caminhar. A rua estava arrebatada pelo silêncio, e isso a enchia de um medo definido, quase parecido com o temor de se levar uma vida calada. A natureza humana é propícia para a atividade de prisioneiro. Os humanos são destinados às grades – pensava tais coisas Beatriz, oriunda de uma típica família conservadora. Seu pai era um evangélico fervoroso e sua mãe, uma dona de casa taciturna, reclusa ao ambiente doméstico: roupas sujas para lavar, creme dental para incluir na lista de compras da semana, receita de bolo de fubá; essas eram as falas ditas comumente pela sua mãe. Quantas vezes Beatriz desejou que aquela mulher que a parira tivesse aspecto de fêmea que anseia por calor e paixão?! Mas não, a sua mãe era a mesma senhora recatada, do tipo que nunca falava em sexo, apenas em problemas de saúde no seu aparelho reprodutivo. Agora, aos 32 anos, Beatriz havia realizado todos os desejos que nutriram para ela. Não formara família, nem procriara herdeiros. Dedicara-se logo aos estudos, terminando, aos 21 anos, a sua faculdade. De cara, conseguira um bom trabalho na sua área de graduação e já morava sozinha em seu próprio apartamento; certo que ele era pequeno, mas era seu, financiado por um projeto de moradia social, por longos anos, que ela, por vezes, esquecia tal detalhe. A rotina da jovem se reduzia às obrigações adultas numa sociedade de consumo: conquistar dinheiro, pagar suas despesas mensais e usar roupas de grife, cujas marcas escravizavam trabalhadores bolivianos. Mas isso seria tudo? Será que sua mãe tinha razão, quando lhe argumentava que a mulher, para ser feliz, tinha que ter marido? Não, não podia ser. Decerto aquele vinho chileno, bem adstringente, meio amargando, não lhe caíra bem. Também, como sempre, Beatriz degustara um bom vinho sozinha. Qual a graça que há em provar um vinho sem uma companhia sequer? Ela bem que poderia ter convidado o vizinho do apartamento 301 ou o seu chefe, que vivia a se insinuar para ela. Entretanto, Beatriz parecia querer se tornar sinônimo da palavra solidão, e tudo por uma questão de enfado. Ela achava profundamente cansativa a corrida para encontrar um par, a tão famosa alma gêmea. Quantas vezes recebera um convite de uma amiga para conhecer um fulano de tal que diziam ser interessante! Mas ela acabava desistindo do encontro antes mesmo de se maquiar na frente do espelho. Pensava logo nas horas intermináveis do ritual de beleza a que seria forçada: maquiagem impecável, cabelos alisados, vestido adequado, unhas feitas.

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E, ainda assim, o tal sujeito nem notaria nada; apenas passaria a noite se vangloriando, exibindo penas, numa tentativa de autoafirmação semelhante à que os pavões fazem com suas fêmeas. São quase 4 horas da manhã; Beatriz ainda não foi visitada por nenhuma ventania. Parada bem à porta de sua casa, ela apenas avista, a poucos centímetros, sua caixa de correio abarrotada. Por não conseguir dormir, a moça resolve verificar aquela papelada toda, que certamente se resume à cobrança de contas mensais. Pega o enxame de correspondências e corre apressada para o seu quarto. O que a insônia é capaz de provocar na gente? Checar papéis de correio em plena madrugada?! Com desinteresse, começa a separar cada postagem; um ato inteiramente automático, sem chance para divagações. Talvez fizesse isso até conseguir dormir. Tenta então guardar as contas de telefone na escrivaninha da direita e as propostas de cartão de crédito, bem ao lado; até que nota um envelope maior, empacotado com um papel brilhante. O que poderia ser? Beatriz imaginou logo os seus tempos de meninice, quando corria aos braços do pai sempre que ele recebia qualquer correspondência. Quis ela que fosse um convite para visitar Isfahan, a sua cidade persa preferida. No fim das contas, Beatriz cresceu sem se transformar na aventureira andante que idealizara em sonhos. O seu mundo se reduziu aos 54 m² do seu imóvel. Entre indagações e insônia, Beatriz tentava dormir; seria então mais um dia de sonolência no trabalho. Todas as manhãs, a moça se levantava cedo, comprava um café e pão recheado com requeijão, vestia-se sem vaidade e ia para a labuta. Ao chegar à empresa, cumprimentava os seus colegas de trabalho, desviando os olhos do chefe, no intuito de se sentar rapidamente na sua cadeira, sem a impressão de que o abusado do patrão continuava a observá-la. Que raiva sentia dentro de si! Ela considerava espantosa a obrigação de viver atrelada a algum homem. Não conseguia compreender o fundamento dessa lei cogente, se até Deus, no ato de fazer nascer o seu único filho, deu uma prova clara de que os homens são dispensáveis. O Todo Poderoso precisou tão-somente de Maria para que o Verbo se tornasse carne. Mas, parecia que os olhos do mundo estavam vendados. Cada vez que visitava os seus parentes, Beatriz tinha certeza disso. Por que você quer outro emprego, se o seu chefe é tão bom? Por que você não arruma um namorado? Tais eram as iguais indagações das suas tias, sempre que as visitava. A esfera da privacidade é regida pela singularidade, até porque cada criatura humana deve ter o direito de escolha sobre com quem dividir a cama e se ela deve ser um objeto de partilha. A busca da felicidade pessoal prescinde da bússola das convenções sociais. Embora assim pensasse, por vezes, Beatriz até chegou a se questionar se o problema não era mesmo com ela, indagando-se: O que me falta? Por que não conduzo os próprios passos? Espatifadas na cama, as correspondências de Beatriz continuavam presas ao ritual de descoberta. O envelope brilhante permanecia nas mãos da moça. Com selo postal da Índia, Beatriz apressada rasgou logo toda a embalagem. A curiosidade não permite recato. Viu assim que era um livro de poesias, enviado por uma boa amiga de infância, que trazia logo nas primeiras páginas a seguinte dedicatória: Amiga Beatriz, segue este livro de poesias formatado de saudades. Estou aproveitando os meus dias aqui pelas terras místicas da Índia. Como dizia o imperador filósofo Marco Aurélio: “Porque de uma vida apenas, uma única, dispõe o homem. E se para ti esta já quase se esgotou, nela não soubeste ter por ti respeito, tendo agido como se a tua felicidade fosse a dos outros… Aqueles, porém, que não atendem com atenção os impulsos da própria alma são necessariamente infelizes.” Abraços da sua irmã de alma, Helena. Nesse instante, Beatriz respirou um ar congelado. 48

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Aquelas palavras vindas de uma terra distante estavam destinadas para ela. O tempo permanecia em marcha, enquanto Beatriz passava. Lembrou-se logo da força arrebatadora do vento. Sua amiga Helena tal qual uma folha, na ânsia de partir para novos mundos, ficava à espreita, esperando o momento em que o vento pudesse afastá-la das secas árvores e assim a conduzisse para o mais longe possível; agora ela já havia chegado à Índia. Em seu coração, Beatriz temia o pior, imaginando que nunca se permitiria ir pela vontade do vento. Todos os males nascem das correntes, arrematou Beatriz. Para ela, o acorrentado era aquele sujeito permissivo, subserviente aos desejos alheios, um típico escravo dos outros. A moça sem sono prometeu a si própria que se rebelaria contra os seus carcereiros a partir de amanhã. Ousaria gritar um NÃO bem alto contra todos. Ela se delimitaria frente às intromissões do mundo; afinal, a busca da felicidade é um direito inalienável. O dia clareou e o relógio já imperava a sua ordem: 6 horas da manhã; é tempo de se arrumar para o trabalho. Novamente Beatriz não contestou, obedeceu ao mandamento do relógio e saiu para a rua; lá acharia um café requentado e um pão recheado com requeijão, torrado num forno de micro-ondas. A moça dispensou, como sempre fazia, a carona do vizinho e todas aquelas reflexões que a haviam atormentado durante a madrugada. Como é bom viver numa metrópole sem ter tempo para se debater em questionamentos! Beatriz então desceu a escada do prédio e já na saída sentiu a dormência de suas dores íntimas. A agitação da cidade era mesmo um santo remédio. Sem pausa para reflexões, sem espaço para sofrimentos. A vida superficial seguia em igual compasso ao tempo do semáforo. Ao cruzar a esquina, uma sensação maior de calmaria a invadiu. Beatriz percebeu um pai carregando as mochilas do filho, já um adolescente robusto. Lembrou-se nessa hora da onipresença de Deus. Tal qual um pai, Deus está em todos os lugares, sempre guiando as nossas vidas, sem que precisemos nos preocupar com os fardos das consequências de nossos atos. Ele tudo sabe e tudo vê. Somos como as criancinhas, concluiu Beatriz agora com um sorriso de alívio no rosto. A razão por que toda criança procura instintivamente o pai para conduzi-la nesse mundo é que ela é incapaz de se orientar pelo seu próprio julgamento. À medida que os pais assumem o norte do destino dos seus filhos, a estes deixam de pertencer os seus fracassos. O preço da liberdade é a angústia. Finalmente, parecia que um sopro de leveza tinha encontrado Beatriz. A vida sempre meticulosa tinha cedido à força da providência divina, tão inexplicável e fantástica. As ruas estavam silenciosas, apesar das buzinas dos carros, já que agora os pensamentos de Beatriz não mais falavam. Ela assim seguia feliz, arrastando seus grilhões, entre os outros vultos humanos.

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Ana Farias (Caicó, 1984). Advogada e contadora de histórias. Autora do livro infantojuvenil Enquanto o Sol Teimar em Brilhar. 1



LITERATURA BRASILEIRA Rotas da lusofonia

O QUE É JUSTIÇA? por

Roger Claus1

A humanidade tem seguido sua história de aperfeiçoamento, que nos últimos anos se provou ser exponencial. A cultura é por onde se dá esse processo, armazenando as informações dos erros e dos acertos ao longo do tempo, como uma grande mente coletiva. Viver mais e melhor é o objetivo, respeitando as liberdades individuais. O estudo, a análise e o pensamento crítico, cada vez mais disseminados em nossa sociedade, são as ferramentas básicas que usamos para conseguir o que temos hoje. No entanto, algumas importantes áreas da vida humana tiveram poucos avanços. O sistema judiciário – que aqui frequentemente chamarei apenas por justiça – é uma dessas áreas. Dito isso, este breve ensaio pretende ser uma pequena contribuição para a justiça. O sistema judiciário é uma forma organizada e sofisticada de vingança, por meio da aplicação de punição. Inevitavelmente, falar em justiça é falar em punição. Através da história, os avanços da justiça se concentraram apenas na forma como a punição é executada e em como nos organizamos para punir. Voltando a outrora, o enclausuramento era sempre a espera por justiça, enquanto decidia-se a punição, geralmente brutal; hoje, a punição é a própria privação da liberdade. Essa mudança de paradigma, do olho por olho e dente por dente pela privação da liberdade, foi o único avanço que tivemos; o núcleo da justiça continua sendo a punição. Acabou a lex talionis, mas a retaliação continua; acabaram os suplícios, mas as súplicas continuam. Punir – e mais especificamente punir com a privação da liberdade – é um método, um método que visa a inibir futuros crimes por meio do medo na população potencialmente criminosa, ao passo que também vinga o crime cometido. Explicando melhor, as punições são, ao mesmo tempo, exemplos do que pode acontecer com um indivíduo que cometer um crime e vingança pelo crime cometido. Entretanto, a privação da liberdade para quem já não tem saída é apenas mais do mesmo; não é algo a se temer. Ironicamente, o criminoso teme tão-somente onde o sistema falha, isto é, onde as prisões não são apenas o enclausuramento, como deveriam ser, mas são também selvas sanguinárias, onde impera o caos absoluto. A punição de privação da liberdade é, portanto, um método ineficaz e pouco inteligente para a diminuição de atos criminosos. Outrora, quando a limitada consciência humana permitia punições violentas, a punição ainda fazia algum sentido metodológico, ao menos para homens primitivos; hoje, apenas privando a liberdade, já não faz nenhum sentido. Chegamos a um ponto impossível, um impasse. Dentro de sua metodologia precária, nossa justiça cumpre bem somente o papel que se colocou de vingar. Mas é um aparato demasiado grande para algo tão pequeno. Nem mesmo a ideia de que se está removendo malfeitores do convívio social e deixando as ruas

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ARTIGOS


mais seguras pode defender esse método, visto que o ciclo de criminosos que entram e saem das prisões é constante. Ademais, por vezes as prisões servem apenas para piorar o estado de quem já não estava bem. A cultura, por outro lado, é o verdadeiro método eficaz. O homem moderno sem cultura é um homem primitivo, é um homem que não colhe os benefícios da grande mente coletiva, não expande sua consciência, não adquire autoconsciência e autocontrole, não sabe dos últimos avanços da humanidade; vive, em suma, como um homem de séculos, milênios atrás. Fazer parte da cultura é adquirir informações sobre ela; portanto, a aquisição de conhecimento, também conhecida como “educação”, é a melhor forma de prevenir a criminalidade. Contudo, parece ser que durante um longo tempo a humanidade ainda sofrerá com criminosos dos mais diferentes níveis, resultantes dessa perniciosa gestão social que temos ainda hoje. Mas se a punição não é o método adequado, e na verdade demonstra um lado primitivo de nossa sociedade, qual é o método adequado para lidar com criminosos? Em nossa sociedade, frequentemente os indivíduos já nascem pagando pelo crime que um dia cometerão. Essa pré-punição é, em verdade, culpa do crime futuro; esses homens são antes punidos, depois criminosos. “Condição ambiental” é como pode ser chamado esse processo, do meio que influencia o indivíduo de tal forma que um crime para ele se torna algo natural. Com essa visão de mundo, o que temos é alguém que já vive em uma prisão. Ou seja, punimos quem já foi punido, prendemos quem já estava preso. O que devemos fazer, portanto, é o inverso: dar liberdade a quem não tem. A psicologia, com todo o seu conhecimento da mente humana (especialmente do subconsciente), é o maior instrumento de liberdade e tem poder para reestruturar a sociedade. Prisões devem ser substituídas por centros de reabilitação psicológica, com psicólogos procurando descobrir a real causa do problema que levou ao crime, junto ao indivíduo, e tratá-lo de acordo. Não há homens bons ou maus, certos ou errados; há apenas homens, com todas as suas variáveis. Ademais, todo homem é uma reação. Há também os casos em que o crime é cometido por doentes, isto é, pessoas com distúrbios mentais, como a psicopatia. Nesses casos os indivíduos devem ser tratados como doentes, não criminosos, por psiquiatras e neurologistas; e na impossibilidade de tratamento devem ser privados do convívio social, cuidados da melhor forma possível. Para tudo isso acontecer, no entanto, é preciso vencermos o prazer da vingança. Nossa primeira reação (e quando digo “nossa” estou realmente me incluindo) ao saber de um crime, especialmente um que envolva violência, é desejar de volta o mal ao criminoso. Mas esse é um sentimento primitivo, que deve ser superado para podermos avançar. Por fim, recorramos a uma ilustração do passado da humanidade – a história, como ficou claro até aqui, tem muito ainda a nos ensinar. Houve uma época em que a punição era um evento, para que sua função de exemplo fosse melhor realizada. Um condenado executado em praça pública, por exemplo, um evento em família. A ironia é que sendo um exemplo se pressupõe que seja algo tortuoso, obrigatório, penoso – mas pelo contrário, pelo contrário… Ao mesmo tempo em que era dado o exemplo para o cidadão não cometer o mesmo crime, havia o sentimento generalizado de necessidade de haver crimes, haver condenados – haver a diversão do prazer da vingança.

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Roger Claus (Taubaté, 1992). Escritor e estudante de Engenharia. 1



LITERATURA BRASILEIRA Rotas da lusofonia

PEDRO CABANO por

João Wilson Savino Carvalho1

Pedro era jovem, adolescente mesmo, e isso talvez explicasse a imensa curiosidade que tinha sobre o movimento cabano, chegando mesmo próximo de ter, pelos sanguinários revoltosos, o que se poderia classificar como uma inexplicável admiração. Ademais disso, a vida em sua cidade natal, às margens do rio Mutuacá, era o próprio retrato do tédio. Não que Nova Mazagran, ou simplesmente Mazagão, fosse uma cidade sem perspectivas de trabalho para um jovem como ele. Na verdade, era até uma vila amazônica bem próspera, e a sua produção de frutas e legumes já até abastecia os mercados de cidades como Belém e Vigia. Mas o fato é que o avanço desse movimento do começo do século XIX estava inquietando todo mundo da cidade, pois já havia dominado Belém, a capital da província, e Santarém, a cidade mais importante. E agora ameaçava toda a região das ilhas da foz do rio Amazonas, de onde provavelmente partiriam para dominar Macapá e depois a tranquila Mazagão. Só que, diferentemente das outras cidades da província, Macapá e Mazagão eram cidades formadas por pessoas vindas de colônias portuguesas. Por isso, mesmo após a independência do Brasil, tinham mais proximidade com o governo imperial brasileiro, cujos membros faziam parte da dinastia portuguesa, do que com a população de tapuias que mal sabia falar o português e, em uma inexplicável revolta, tentava dominar completamente a província, confrontando-se com a unidade nacional brasileira. Pedro sabia de tudo isso porque gostava de ouvir. E ouvia muito, principalmente quando percebia aquela intrigante admiração pelas conquistas cabanas na fala de alguns intelectuais mazaganenses. Mas admiração mesmo tinha pelo padre, que tudo explicava usando palavras simples e ao alcance de Pedro. E, por conta disso, sentia muito medo do que poderia acontecer com os dirigentes da cidade, caso fosse dominada pelos cabanos, embora fosse ele próprio, em aparência física e sentimentos, um perfeito tapuia, tal como os demais moradores. Mas agora se sentia muito orgulhoso: fora chamado pelo Padre para remar pra ele, que desejava conhecer o tal esconderijo de cabanos, totalmente destruído por um destacamento de soldados do governo da província. Tinham vindo de Macapá, especialmente para atacar os cabanos, e retornaram sem dar qualquer satisfação às autoridades de Mazagão. O padre era radicalmente contra a Cabanagem, mas, como católico, não podia permanecer insensível aos rumores de um inútil massacre. Pedro remava com desenvoltura e vigor, tal como os outros jovens que o Padre tinha arregimentado para a empreitada de subir o rio até o local do combate. Mas, quando avistou o que teria sido o resultado do ataque das forças imperiais a uma base dos cabanos, automaticamente diminuiu o ritmo. Seu coração apertou de pronto. Havia cadáveres espa-

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CONTOS


lhados, de homens, mulheres e crianças, com uma nuvem de urubus disputando seus restos. Nenhum deles usava uniforme. Pelos fartos cabelos, dava para concluir que eram todos tapuias. E pelos objetos que ainda se podia ver no que sobrou da pequena vila, eram moradores e não ocupantes militares. Parecia bastante claro o que tinha acontecido ali: um mero massacre de uma vila de tapuias, movido pelo ódio e desprezo pela vida daqueles que o governo da província via como seres apenas quase humanos, mas sanguinários e desprezíveis. O próprio padre, que costumava se referir aos tapuias como “burros, porcos e preguiçosos”, agora parecia não conseguir conter as lágrimas. – Pra que tudo isso? Eram todos pescadores… Nem sequer tinham armas para serem confundidos com cabanos… Por que os soldados fizeram isso? Quem autorizou tamanha monstruosidade? O retorno foi silencioso e triste, e a chegada à cidade, conflituosa e preocupante. Parecia que as autoridades locais já sabiam, e temiam o posicionamento que o padre tomaria a respeito. Estavam preparados com argumentos e autoridades, não só imperial, mas também eclesiástica. Como era de se esperar, o padre foi escorraçado da discussão e Pedro apontado como o elemento dos cabanos dentro da cidade. Embora dominasse a língua culta muito bem e fosse conhecido pela sua capacidade de argumentação, Pedro tinha características físicas de tapuia e, pior, trazia algo do temperamento desse povo. Assim, não foi de todo estranho que, diante das absurdas acusações de pertencer ao movimento cabano, Pedro tenha quedado quieto, calado, apenas mirando as autoridades mazaganenses com aquele olhar insondável, próprio de sua etnia. Parecia que seu destino estava selado. Mas o padre não se acovardou e partiu para o contra-ataque. Foi à residência sacerdotal e voltou com as vestes eclesiásticas de gala e com todos os paramentos que pôde colocar. À frente de um séquito de beatas e coroinhas, enfrentou os militares, que então não mais se atreveram a tocar nele. O debate, entretanto, havia mudado completamente de rumo. Agora já não se discutia o absurdo massacre da vila de tapuias, mas sim a vida de Pedro. Arrebatado das mãos dos soldados por uma veneranda senhora de pele alva, olhos azuis e cabelos de algodão, que no alto de sua autoridade de descendente de um nobre que lutou pelo rei de Portugal ainda na Mazagran africana, levou-o direto para a proteção da casa de sua família, de onde ninguém se atreveria a tirá-lo. Tratado como uma criança, Pedro acabou por dormir, enquanto o Padre, sozinho, acuado pelos militares, e abandonado pelos mais antigos moradores da cidade, era agora acusado de impedir a defesa da cidade ante o avanço cabano. Para completar, chegaram a Mazagão as notícias de mais um massacre promovido pelos cabanos, agora em sua passagem pela cidade de Óbidos, onde não só as autoridades provinciais, como todos os moradores antigos, teriam sido arremessados, de mãos e pés amarrados, do alto de um precipício. Falava-se de muitas mortes cruéis, de estupros e saques, e toda sorte de barbaridades era atribuída aos revoltosos em fúria sanguinária. Pedro acordou antes do amanhecer, com a voz alterada da irmã de sua salvadora: – Precisamos tirar esse menino daqui, urgente. O padre foi expulso de Mazagão, e vai ser colocado a pulso no último barco que sai da cidade rumo a Gurupá, que ainda está nas mãos dos soldados da província. – Que último barco? Por que é o último? Que está acontecendo? Era sua salvadora que

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Roger Claus (Taubaté, 1992). Escritor e estudante de Engenharia. 1


exigia maiores explicações. – Porque eles vão derrubar árvores dos dois lados da margem do rio para impedir qualquer possibilidade de os cabanos chegarem a Mazagão de barco. Quando eles terminarem, ninguém entra, ninguém sai. E estão dizendo que o padre amaldiçoou a cidade. Que Mazagão vai se acabar aos poucos. – Mas, se eles derrubarem mesmo as árvores por sobre o rio pra formar uma barreira, o rio vai assorear, e aí Mazagão só poderá mesmo se acabar. Pedro não podia deixar de intervir na conversa. – Mana, esse menino tem que sair daqui. Veja, ele não fala como uma criança. Como é que sabe dessas coisas? Ele é muito esquisito. Melhor tirá-lo daqui, mandá-lo pra longe, porque logo eles virão buscá-lo, mesmo dentro da nossa casa. – É, se bloquearem o rio, ele tem que sair antes de o dia amanhecer. Chame o Gervaldo e diga pra ele pegar a canoa grande e levar esse menino para Gurupá! E então, dirigindo-se diretamente a Pedro: Vá com o Gervaldo, que ele é de confiança! Vá para Gurupá e dê um jeito de chegar a Belém, até lá a sua história já será conhecida e você poderá até ser recebido como herói! Hesitou um instante e depois começou de novo a falar, mas em tom bem mais suave: – Ah, Pedro, se os cabanos vierem tomar Mazagão, lembre-se do que fizemos por você. – Lembrarei sim, Madrinha! Lembrarei sim! Sempre! A senhora é uma pessoa muito boa! Andou alguns passos em direção a Gervaldo, mas parou de súbito. – E o padre, Madrinha? O que vai ser dele? – Não se preocupe com o padre! Ele sabe se defender. Vai ser levado a Gurupá e lá será entregue ao Bispo. Não vai acontecer nada a ele. Agora, com você, cuidado! Se for pego, com certeza não terão piedade. Pedro chegou a Belém que, no ano seguinte, voltou ao domínio das tropas imperiais e, cabano ou não, ninguém mais ouviu falar dele. E nem mesmo do padre. E nem de Mazagão. Não se sabe se pela praga, se pelas doenças ou pelo assoreamento do rio, mas a Nova Mazagão, a reedição da orgulhosa Mazagran africana que Portugal trouxe através do Atlântico para a sua colônia no Novo Mundo, declinou tanto que mais uma nova Mazagão se fez necessária. E para distinguir da Nova Mazagão, esta foi chamada de Mazagão Novo. Anos se passaram, décadas, um século e pouco. E mais uma ditadura se instalou no Brasil. E um dia, após uma visita, sob um sol escaldante, à cidade de Mazagão Novo pelo severo governador militar do então Território Federal do Amapá, disse-lhe o seu ordenança: – Bom, então vamos, General, que ainda dá tempo para conhecer Mazagão Velho! Diz a lenda que o velho general passou lentamente a vista em volta, contemplou aquela cidade que, em plenos anos sessenta parecia ainda imóvel no tempo e respondeu: – Virgem Maria! Então ainda tem um Mazagão mais velho do que este?

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João Wilson Savino Carvalho (Belém do Pará, 1955). Professor de Filosofia na UNIFAP, contista premiado em Barueri/SP, Macapá/AP e Ituiutaba/MG. Publicou “Da Vida e Da Sorte por 10 Contos” e “Psicocontos”. Participou da coletânea “Poetas, Contistas e Cronistas do Meio do Mundo”. 1



LITERATURA BRASILEIRA

EXPERIM.

Rotas da lusofonia

A MAR, UM CONTO DE AREIA Cristina Bresser por

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hoje entendi porque os franceses chamam o mar de la mère: mar é feminino mesmo. o que chamamos de ressaca é tpm. calmaria é resultado de noite de amor ardente com o sol – tudo escondido, enquanto a lua brilha. manhã seguinte, gozando a paz, espalha na areia cacos de estrelas – sobras da farra sideral. mar é a mãe que acalenta com suas águas ondulantes. tem colo melhor que colo de mãe? mãe natureza, onipotente. generosa quase sempre, rigorosa se desrespeitada. o tempo passa tão rápido que a vida quase não vê. na praia, desacelera e a deixa passear na areia, devagar, amornada pelo sol, refrescada pela brisa marinha. caminhando com dificuldade na beira da mar vem o vendedor de amendoim. anda na ponta do pé esquerdo para compensar os centímetros à mais da perna direita. leva uma cesta carregada de delícias doces e salgadas. há muito criou calo nos ombros, mas ano vindouro vai conseguir se aposentar. aí então, é sentar na areia e, ao invés do fardo pesado, vai segurar uma – ou várias geladas na mão. a vendedora de sorvetes tem mais de setecentas músicas no playlist; quando passa por uma faixa de areia deserta, aumenta o volume, porque tem de tudo um pouco nessa seleção, inclusive rock and roll. a velha quituteira tem os braços cansados de carregar o cesto de salgadinhos por trinta anos. hoje vem pra praia acompanhada da neta, mas é ela quem empurra o carrinho novo. a menina segura uma sombrinha na mão esquerda e digita no celular com a direita. acima de todos, o homempássaro, que foi proibido de voar por aqui. teimoso, finca sua biruta na areia e decola com o para-motor por um momento de paz. de cima, observa cardumes nem sonhados pelos pescadores, um segredo entre ele e a mãe-mar. por fim, nós banhistas na areia, protegidos por cogumelos coloridos de lona (o meu, um cogumelo–corcunda, entortado por um vendaval noutra temporada). passamos os dias observando maria-farinhas e dando sombra aos cães sem-teto que perambulam pela praia. esses são os capitães da areia. assim que amanhece, se esbaldam nas águas do riozinho que desemboca na mar. correm, rolam e latem, celebrando mais um dia de vida no verão.

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Cristina Bresser de Campos (São Paulo, 1962). Formada em Comunicação pela UFPR, especialização em Creative Writing pela University of Edinburgh, autora do conto Capitolina, do livro Torre de Papel em 2015, e do romance Quase tudo é risível publicado em 2016. Prêmio melhor conto pelo Nidil, Fortaleza, 2016.. 1


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