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Luciernagas, Gustavo Gutiérrez

Luciérnaga Gustavo Gutiérrez

Pasó cuando yo era niño. Mis hermanas habían salido de la caravana en la que íbamos rumbo al rio Tucson. La noche era cálida, pues toda la tarde había hecho un calor endemoniado, mi madre se encontraba en la cocina haciendo unos emparedados de mermelada; mi padre, descansando después de la pesca, había atrapado un pez enorme que devolvió al mar, para mejorar la raza, dijo él.

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Iliana era la mayor, su cara estaba llena de pecas, sus ojos verdes y su cabello tan rubio que parecía blanco; Annette era la adoptada, con cabello negro azabache y unos ojos cafés, unos dientes perfectos y la tierna edad de 12 años. Yo, por otro lado, era el menor, con tan solo 10 años.

La noche era extremadamente oscura, se juntaron las nubes sobre la luna, alrededor de ellas se amontonaban las estrellas parecían estar tratando de sustituirla, brillando con más fuerza que nunca para calmar un poco la oscuridad de la noche, tristemente fallaron en su intento. Cuando mamá nos llamó a comer los emparedados le insistimos en hacer una fogata, por lo que despertó a mi padre de mala gana y lo contentamos después con unos malvaviscos y cantándole canciones, más adelante me confesaría que era muy molesto para él, pero que hoy daría todo por escucharnos cantar de nuevo. El canto de las cigarras empezaba a cansar a mi madre, decidió regresar a la caravana y mi padre le siguió, le encargó a Iliana que nos cuidara, ya que estábamos tan activos que intentar meternos a dormir sería una tarea rigurosa y no querían arruinar una noche tan pacica con los berridos de un par de mocosos encerrados en una lata, los gritos de alegría y las risas fuera de la lata sí podían ser soportados.

Durante la noche las pecas de Iliana y la dentadura perfecta de Annette se desvanecían, sustituidas por un intento de luz que parecía emanar de sus rostros, como si reejaran la luz de las estrellas, pero era inútil, apenas y veía sus rostros, y de no ser por su evidente diferencia de estatura la tendría muy complicada para saber quién era quién.

En algún punto de la noche no muy alejado a cuando mis padres se fueron a dormir empezaron a salir luciérnagas de los árboles. No eran muchas, un par, las podía contar con una mano, algo que de hecho intenté, sin mucho resultado ya que no dejaban de moverse. Annette intentó capturar una con un frasco en el que antes estaba la mermelada de los emparedados, Iliana le dijo que era mala idea ya que estaba pegajoso y las alas de las luciérnagas se quedarían pegadas; además de que la tapa aún no tenía agujeros y no tenían con que hacérselos, por lo que encerrar a una luciérnaga en un pg. 35

frasco no sería más que una barbarie. Annette le respondió metiendo el dedo al frasco y raspando las paredes. La caravana estaba aparcada en un claro, era un terreno que papá ya había limpiado, ya que nuestro viaje contemplaba varias acampadas, era nuestra tercer noche ahí, nos íbamos cada que nos faltaba comida, abastecíamos y después buscábamos otro lugar para quedarnos hasta llegar al rio, donde esparciríamos las cenizas de la abuela. Su última voluntad era que hiciéramos de su despedida tan larga como pudiéramos hacerla, en honor a lo longeva que fue su vida, 102 años es demasiado para cualquier ser vivo con consciencia.

Cuando Annette intentó atrapar las luciérnagas Iliana intentaba detenerla, sin hacer mucho ruido para no despertar a mis padres, entonces entré a la caravana y fui a la cocina por una lámpara de gas. No sabía encenderlas, pero sabía apagarlas por accidente, papá ya me había dado varias reprimendas por eso. Cuando salí de la caravana con la lámpara de aceite en mi mano bajé la llama al mínimo, como ya estaba encendida no tenía que pedirle ayuda a Iliana, salí corriendo hacia el bosque sin entrar en él y grité sin importarme si mis papás despertaban, en ese punto sentí que había tenido una idea tan brillante que si mis papás despertaban se unirían al juego.

—Annette, soy una luciérnaga. ¡Atrápame!

La risilla de Annette fue suciente respuesta para indicar que tenía que seguir corriendo porque ella iba detrás de mí, la noche había oscurecido tanto que solo se veía la pequeña luz de la lámpara y un diminuto pedazo de sombra detrás de ella.

—¡No corran! –Iliana activó sus sentidos de hermana mayor, su tono de voz era más parecido al de una madre que al de una niña cuando se ponía en ese plan–. ¡Se van a caer! —No hay piedras, –pensé, ya que en mi juego pensaba que Annette la tendría más fácil para atraparme si hacía ruido– papá las quitó cuando llegamos”

Cuando empezaba a cansarme reduje el paso, me movía solo cuando escuchaba los pasos de Annette detrás de mí. Hasta que dejaron de escucharse. Pasó un largo rato,

ella no se veía de ninguna manera, la noche había caído nalmente al punto donde solo se puede ver menos si cierras los ojos, y aun así no sería mucha diferencia.

—¿Annette? –mi hermana fue la primera en darse cuenta de que no se escuchaban ni los pasos ni la risilla de Annette. Mi corazón empezó a latir rápidamente, más que cuando estaba corriendo. Supe diferenciarlos por el ritmo, cuando el corazón late rápido por estar corriendo la percusión es fuerte GOLPEGOLPE GOLPEGOLPE GOLPEGOLPE GOLPE. Esa noche solo sentí golpegolpegolpegolpegolpegolpe.

—¿Ani…? –un ruido muy fuerte me sobresaltó, caí de sentón al piso y unas manos me tomaron de los hombros, teniendo tan de cerca lo que me había asustado pude ver quién era: Annette. Había gritado para asustarme. Tomó la lámpara y me dijo:

—Te atrapé, ¡ahora yo soy luciérnaga!

Mientras ella reía yo empecé a llorar, llorar a gritos, en serio me había asustado demasiado, no solo por el miedo a que Annette hubiera terminado en una pequeña caja negra como lo había hecho la abuela (solo que 90 años antes de tiempo), sino que el susto fue realmente fuerte, ¡pude sentir algo cálido recorriendo mi pierna y mojando dentro de mi zapato! También había algo cálido recorriendo mis mejillas, y algo frio en el labio superior. Estaba llorando a moco tendido. Iliana vino corriendo mientras Annette me abrazaba pidiéndome perdón en un tono de sincero arrepentimiento.

—¡Hermanito, perdón!

Iliana la apartó de mi lado, el abrazo estaba funcionando y en cuanto dejé de sentir sus brazos rodeándome tuve esa sensación de abandono que jamás podría olvidar, una parte de mí sabía que jamás volvería a ser abrazado por mi hermana con tanto miedo a que dejara de quererla, un abrazo de amor fraternal que seguiría extrañando por siempre.

—¡Toby! ¡Ya cálmate! Annie está bien y es una tonta. —¡No soy una tonta! –por el sonido que había hecho su nariz parecía que también estaba llorando. —¡Claro que lo eres! ¡Eres una tonta, tonta, ton…!

La lámpara de gas había retrocedido varios metros atrás. Dejé de llorar. Iliana tomó mi brazo mientras mirábamos ensimismados como la lámpara se había quedado parada frente a nosotros, empequeñecida por la distancia. Y por sí sola empezó a brillar con más fuerza, las luciérnagas empezaron a salir de sus troncos y se conglomeraron alrededor de la lámpara, como polillas. —Levántate—Iliana me ayudo a pararme, caminamos lentamente hacía donde estaba la lámpara, desde el momento en que la luz había crecido sin que nadie hubiera hecho nada nos dimos cuenta de que no era Annette jugándonos una broma.

Cuando estuvimos un poco más cerca de la lámpara oímos un golpe sordo, algo cayendo. Ambos nos sobresaltamos, las luciérnagas se alejaron de la lámpara y volaron hacía la dirección donde se había escuchado el golpe, no se movieron cuando lo quesea que haya caído golpeó el suelo. Me pareció raro que los bichos se hayan mostrado tan desinteresados a una posible criatura voladora que quisiera comérselas.

Pensaba en un búho, cuando empecé a escuchar aleteos. Fuertes aleteos.

—¿Annette? –dije su nombre con la increíble seguridad infantil de que al hacerlo ella tomaría mi mano y regresaríamos a la caravana, pero no fue así; en cambio, la luz aumentó más, hasta el punto de que podía ver el rostro de Iliana, con una expresión de profundo miedo. Miedo a ser castigada por perder a Annette, o miedo a perder a Annette. Empezó a llorar, probablemente pensó que lo último que le dijo fue que era una tonta, y había sido mi culpa; yo lloré, yo saqué la lámpara, yo era la luciérnaga. Mientras miraba como una lágrima humedecía sus mejillas dejando un rastro de luz tenue del reejo de la lámpara, su rostro se tornó rojo, pero no era su rostro, era la luz de la lámpara. Seguía emitiendo una luz amarilla, pero una parte del cristal se había empañado de rojo, haciendo que la mitad de mi cabeza y todo el rostro de Iliana se tiñera de ese color.

Más manchas rojas comenzaron a caer sobre la lámpara hasta nalmente cubrirla todo de rojo, Iliana me jaló del brazo rumbo a la caravana.

—¡Annette! –grité, esta vez sin la esperanza infantil, sin esperanza alguna. Corrimos y pasó lo que no había pasado mientras me estaba divirtiendo: algo malo. Me tropecé, solté la mano de Iliana que se detuvo para levantarme de nuevo, pero yo lo tomé como una oportunidad para ir corriendo hacia la lámpara para recoger a Annette, levantarla ya que me había quedado claro que ella se había caído, quizá ella lanzó la lámpara y corrió para esconderse de Iliana y darle un susto, entonces se golpeó con la rama de un árbol y eso sacó a las luciérnagas, la rama estaba encima de la lámpara y Annette se cortó con ella, la cual se manchó con la sangre y ésta cayó sobre la lámpara. Los aleteos eran alas de un ave cualquiera y el golpe era la rama. Tenía que despertar a Annette, si dormía afuera se iba a resfriar. Iliana corría detrás de mí, tenía la lámpara enfrente de mis narices, la luz me cegaba. Entonces algo me tomó de la pierna y me levantó. Grité, logré ver el claro, la caravana, la lámpara y el cadáver de mi hermana que se iluminó cuando la luz de la lámpara brilló aún más. Pero lo que más temor me dio fue ver a Iliana dar media vuelta y correr hacia la caravana, estaba solo. Completamente solo, dejé de preocuparme por lo que me había levantado y solo pude enojarme con Iliana, aunque todo había sido mi culpa.

Sentí como algo se clavaba en la carne de mi pierna y me hacía gritar de dolor, cuando la bestia alada me llevó por encima de las nubes pude ver la luna, y la luz me indicó la apariencia de la bestia, solo vi dos ojos amarillos y un pico negro cuando bajó rápidamente a la oscuridad de la noche inferior y me soltó por encima de la lámpara.

Cerré los ojos para que no me doliera tanto.

Al amanecer vi a Annette junto a mí, y desde lejos vimos cómo mis padres e Iliana salían a buscarnos, todos llorando menos papá, parecía que si él lloraba todas las esperanzas se habían perdido. A la distancia vimos la lámpara, apagada, no cumplió bien su función esa noche y no lo haría esa mañana. Las luciérnagas nos dijeron que ya era hora de dormir, y a decir verdad teníamos bastante sueño. Así que me acurruqué al lado de Annette y esperamos a la noche, al despertar la caravana seguía ahí, y mi padre estaba sentado afuera con un cigarro en la boca y un cuchillo en la mano. Salimos del tronco donde pasamos el día con las luciérnagas y volamos hacia la caravana, nos escondimos debajo de los asientos, Annette después de un rato empezó a molestar a Iliana, que intentaba dormir entre sollozos. Le dije que la dejara en paz, pero Annette también quería llorar, así que nos pusimos cada uno al costado de su cama e iluminamos un poco. Seguiríamos el trayecto con nuestra familia a Tucson. Nosotros volando, ellos en la caravana y mi abuela en una pequeña caja negra.

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