Revista Poetómanos| Año 2 No. 1

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utiérrez

Pasó cuando yo era niño. Mis hermanas habían salido de la caravana en la que íbamos rumbo al rio Tucson. La noche era cálida, pues toda la tarde había hecho un calor endemoniado, mi madre se encontraba en la cocina haciendo unos emparedados de mermelada; mi padre, descansando después de la pesca, había atrapado un pez enorme que devolvió al mar, para mejorar la raza, dijo él.

El canto de las cigarras empezaba a cansar a mi madre, decidió regresar a la caravana y mi padre le siguió, le encargó a Iliana que nos cuidara, ya que estábamos tan activos que intentar meternos a dormir sería una tarea rigurosa y no querían arruinar una noche tan paci ca con los berridos de un par de mocosos encerrados en una lata, los gritos de alegría y las risas fuera de la lata sí podían ser soportados.

Iliana era la mayor, su cara estaba llena de pecas, sus ojos verdes y su cabello tan rubio que parecía blanco; Annette era la adoptada, con cabello negro azabache y unos ojos cafés, unos dientes perfectos y la tierna edad de 12 años. Yo, por otro lado, era el menor, con tan solo 10 años.

Durante la noche las pecas de Iliana y la dentadura perfecta de Annette se desvanecían, sustituidas por un intento de luz que parecía emanar de sus rostros, como si re ejaran la luz de las estrellas, pero era inútil, apenas y veía sus rostros, y de no ser por su evidente diferencia de estatura la tendría muy complicada para saber quién era quién.

La noche era extremadamente oscura, se juntaron las nubes sobre la luna, alrededor de ellas se amontonaban las estrellas parecían estar tratando de sustituirla, brillando con más fuerza que nunca para calmar un poco la oscuridad de la noche, tristemente fallaron en su intento. Cuando mamá nos llamó a comer los emparedados le insistimos en hacer una fogata, por lo que despertó a mi padre de mala gana y lo contentamos después con unos malvaviscos y cantándole canciones, más adelante me confesaría que era muy molesto para él, pero que hoy daría todo por escucharnos cantar de nuevo.

En algún punto de la noche no muy alejado a cuando mis padres se fueron a dormir empezaron a salir luciérnagas de los árboles. No eran muchas, un par, las podía contar con una mano, algo que de hecho intenté, sin mucho resultado ya que no dejaban de moverse. Annette intentó capturar una con un frasco en el que antes estaba la mermelada de los emparedados, Iliana le dijo que era mala idea ya que estaba pegajoso y las alas de las luciérnagas se quedarían pegadas; además de que la tapa aún no tenía agujeros y no tenían con que hacérselos, por lo que encerrar a una luciérnaga en un

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