Núm. 24
Director Benjamín Barajas Sánchez Director invitado Édgar Mena Consejo Editorial José de Jesús Bazán Reyna Barrera Ysabel Gracida Consejo de Redacción Lourdes Martínez Lira Keshava Quintanar Cano Juan Carlos H. Vera Editor Héctor Baca Dirección de Arte Reyna Iztlalzitlali Valencia López Diseño de Portada Isaac Hernández Pintura: Suburbio Milán de Aquiles Badi Ilustraciónes Mario Anganuzzi, Bernaldo de Quirós, Miguel Carlos Victorica, Jorge Bermúdez, Fortunato Lacámera, Emilio Pettoruti, Pío Collivandino, Alfredo Guttero, Horacio March, Luis Gowland Moreno, Walter de Navazio, Gregorio López Naguil, Alejandro Xu Solar, Eduardo Sívori, Pedro Domínguez Neira, Américo Panozzi.
Ritmo. Imaginación y crítica es una publicación trimestral. El cuidado de la edición estuvo a cargo del Departamento de Comunicación del plantel Naucalpan. Los contenidos de los textos publicados son responsabilidad de sus autores. Los comentarios o colaboraciones se reciben en: bbarajas45@yahoo.com.mx o langenau@hotmail.com. Imaginación y crítica | Ritmo
[índice] 09
21
30
Alejandra Pizarnik
María Julia de Ruschi
Claudia Masin
[El despertar]
12
[Cinco poemas] Hugo Mujica
[Alondra Mírame]
23 [Poemas de amor]
Romina Freschi
[Leona]
32
[El invierno es la soledad de un niño] Franco Rivero
16 [Mi corazón como
26 35 [El olor de tu cuerpo]
Diana Bellessi
28
un lucero]
18
[Abril]
Daniel Freidemberg Ritmo | Imaginación y crítica
Enrique Solinas
[La canción no es la misma]
Natalia Litvinova
[Caen del árbol las naranjas]
Gustavo Gottfried
4
37
[Algo ante lo que nada mayor puede concebirse] Osvaldo Picardo
38
[En la casa de un muerto]
Jorge Aulicino
40
44
[Dios te salve]
Juan Cristóbal Miranda
46
[Canciones de amor] Paula Jiménez
48
[Poéticas]
Alejandro Schimidt
50
[Sentado como Buda entre las camas de mis hijos] [Todas las dentistas Diego Muzzio son lindas]
41
[La mente de águila de un viejo] Irene Gruss
Silvio Mattoni
52
[La tercera guerra mundial]
Claudio Archubi Imaginación y crítica | Ritmo
5
54
Estación Exilio
Alejandro Baca
62
Entre el lector y la Rayuela de Julio Cortázar: una complicidad creativa y vital
Keshava Quintanar
72
92
Jorge E. Mussolini
Guillermo Soccomanno
76 Blanco
100
Apuntes para un bestiario
Griselda García
80
Por amor a Sigrid
Patricia Suárez
87
La peor suerte
Esther Cross
Ritmo | Imaginación y crítica
El beso del cielo
Noventa y siete almohadones
Jorge Paolantonio
6
Ovillando junto al Sobre Telar Mario Anganuzzi (Argentina, Buenos Aires, 1988 -1755)
1991
L I T E R A T U R A
L A T IN O A M E R IC A N A
Vocesde
ARGENTINA En el concierto de la literatura mundial, Argentina nos muestra una vasta tradición de autores como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, José Hierro, Bioy Cázarez, Alejandra Pizarnik, Oliverio Girondo, Héctor Viel Temperlety y demás; todos ellos, escritores que han labrado con su voz una de las literaturas más sólidas en el continente; en este número de Ritmo presentamos a algunos de los autores de nuevas generaciones que suman su voz a la rica tradición literaria.
El pialador (Serie Los Gauchos) Bernaldo de Quir贸s, Ces谩reo
1927
9
[El despertar] 1 A lejandra P izarnik A León Ostrov Señor La jaula se ha vuelto pájaro y se ha volado y mi corazón está loco porque aúlla a la muerte y sonríe detrás del viento a mis delirios Qué haré con el miedo Qué haré con el miedo Ya no baila la luz en mi sonrisa ni las estaciones queman palomas en mis ideas Mis manos se han desnudado y se han ido donde la muerte enseña a vivir a los muertos Señor El aire me castiga el ser Detrás del aire hay monstruos que beben de mi sangre
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10
Es el desastre Es la hora del vacío no vacío Es el instante de poner cerrojo a los labios oír a los condenados gritar contemplar a cada uno de mis nombres ahorcados en la nada. Señor Tengo veinte años También mis ojos tienen veinte años y sin embargo no dicen nada Señor He consumado mi vida en un instante La última inocencia estalló Ahora es nunca o jamás o simplemente fue ¿Cómo no me suicido frente a un espejo y desaparezco para reaparecer en el mar donde un gran barco me esperaría con las luces encendidas? ¿Cómo no me extraigo las venas y hago con ellas una escala para huir al otro lado de la noche? El principio ha dado a luz el final Todo continuará igual Las sonrisas gastadas
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11
El interés interesado Las preguntas de piedra en piedra Las gesticulaciones que remedan amor Todo continuará igual Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo porque aún no les enseñaron que ya es demasiado tarde Señor Arroja los féretros de mi sangre Recuerdo mi niñez cuando yo era una anciana Las flores morían en mis manos porque la danza salvaje de la alegría les destruía el corazón Recuerdo las negras mañanas de sol cuando era niña es decir ayer es decir hace siglos Señor La jaula se ha vuelto pájaro y ha devorado mis esperanzas Señor La jaula se ha vuelto pájaro Qué haré con el miedo De Las aventuras perdidas,1958
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12
[Cinco poemas] 1 Hugo M ujica
[HACE APENAS DÍAS] Hace apenas días murió mi padre, hace apenas tanto. Cayó sin peso, como los párpados al llegar la noche o una hoja cuando el viento no arranca, acuna. Hoy no es como otras lluvias hoy llueve por vez primera sobre el mármol de su tumba. Bajo cada lluvia podría ser yo quien yace, ahora lo sé, ahora que he muerto en otro.
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13
[MÁS HONDO]
Hay vidas en las que el alma se abre más hondo que donde esas vidas laten, se abre como un relámpago sin cielo ni trueno, como una herida sin pecho o un abismo donde la belleza es alba.
[ALMA]
Cuando la lejanía late adentro es que el adentro ya es afuera; es haber llegado al alma, a ese hueco de nadie que en cada uno se abre todos.
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14
[BAJAMAR] I Tiempo de bajamar algunos graznidos, lo que el mar abandona en la arena y esta soledad de ser solo a medias. II Es la hora de la melancolía, la de la ausencia de lo que nunca estuvo, de lo que sentimos más propio: lo que todavía de nosotros no dimos a luz en la vida.
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15
[NACE EL DÍA]
Nace el día bajo un cielo despejado, la claridad en la que todo se muestra, lo que hacia ella brota y lo que su misma luz marchita. Todo nacer pide desnudez, como la pide el amor, como la regala la muerte
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16
[Mi corazón como un lucero] 1 D iana B ellessi
[Destino] Tablas acosadas por la humedad y el bicho guardan mi corazón como un lucero y no me importa la gente ni la plata sino el crac crac del grillo en la mañana del silencio, el gallo allá a lo lejos y ese girar de Talita que busca el sitio para echarse al sol en el alero mientras la sombra de papá en su silla me dice sí y alcanza un mate con cáscaras de naranja, sí, m’hijita, cerrá tu vida en este círculo que acaricia los pasos del principio con las huellas nítidas del final.
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17
[La tentación de la luz] Sola, de una colmada soledad en la noche de abril que empieza con sus rosas en el gris del cielo y abre por un momento la entera luz del día que va a morir haciéndome sentir colmadamente sola en el sagrado instante donde este cáliz deja caer la gota sobre mi boca que el ansia seca por los malgastados días acongoja sin saber por qué y se abisma en olas rojas sobre el follaje del arce o el ciprés con esa luz extraña en la última luz del día tan única y tan colmada de soledad entre las hojas como lo estoy yo misma
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18
[Abril] 1 Daniel F reidemberg
[Abril] Acá la noche. La hilera de luces de la avenida, atrás, y acá, alta, en la noche, una estrella. ¿La misma? No sé: una estrella, algo ahí, en lo alto del mundo, en el mundo, que brilla, como si fuera a irse, o no alcanzara todavía a llegar. Ni la palabra ni el recuerdo: tic de luz, puesto, vaya a saber por quién o qué, a brillar sobre lo negro del presente, y acá el presente, con estrella y todo.
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No importa ya qué estrella, algo, el tiempo, como un telón de escombros se arrumba al fondo: ni un comienzo ni un fin. Miro esa luz que la palabra “estrella” no toca.
Abril (II) Miro esa luz que la palabra “estrella” no da.
Abril (III) Rodaba en la pantalla de la mente la palabra “estrella” sin luz
Abril (IV) Pasaba junto a todas esas letras. Ya no del mundo era la estrella, hacía de estrella para el alma.
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Abril (V) La luz que un ramo de ocho letras puede dar
Abril (VI)
Entre la luz de la palabra “estrella”, y la luz ahí, de la estrella, el alma, con sus estrellas que siempre hablan de más.
Abril (VII) No deja ver, el ruido de la palabra “estrella”, la estrella.
Abril (VIII) No era para los ojos, para el alma era esa luz. ¿No necesita ya tal vez, de luz el alma? Ni de alma la luz. Imaginación y crítica | Ritmo
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[Alondra Mírame] 1 M aría Julia de Ruschi
[L A PA RTENZA] Magalhais siempre extranjero hacer crecer el tiempo a razón de mil inexactitudes por segundo quimera que soñaron astrónomos, comerciantes y locos ambiciosos, traidores y navegantes por vocación o por la fuerza inexactitudes como telarañas Magalhais siempre extranjero abre los portulanos sobre las rodillas del mar y su voluntad desesperada vuela ya, ya ha llegado, ya pisó cielo el astrologus sensible de otra manera a los ultrajes monárquicos le calienta la cabeza y el capitán está harto del artero don Faleiro su noche de sabiduría quedará en el muelle y las gaviotas le devorarán a picotazos el mapa de los ojos horóscopos, cartas astrales, naufragios y susceptibilidades de cuartos /húmedos
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en el barrio del puerto ambos comerán de la mano de los monarcas y morderán las manos de los monarcas y las manos de los monarcas jugarán con ellos así en la tierra como en el mar mientras aquel a quien el sueño levanta por encima de todos los desaires y la agria certidumbre robada en noches de cacería delirante ese, el señor de los señores, el que no llegará pero hará llegar a todos Moisés de quimeras prometidas engaña sutilmente a reyes, constelaciones y a la locura… partir suavemente de las orillas del mundo, alejarse poco a poco poco a poco a la locura que le da sus laureles, que lo pierde così voleva la sua infelice sorte (del libro inédito Visita de mi padre)
L A BESTI A DESEA M ATA R la bestia desea matar de las comisuras le chorrea vino espuma babas de sueño entiende que no vale la pena el sol sale cada mañana y ella nunca lo alcanza ya es tarde, se dice el amor que debería haber suicidado el primer día entre mis dientes me extiende las manos como un niño abandonado nací para amar inútilmente (del libro inédito Alondra mírame) Imaginación y crítica | Ritmo
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[Poemas de amor] 1 Romina F reschi Me dejo penetrar me doblo él siempre me toca más, de lo que espero la canción fluye en mi cabeza y la luz, descompone el verde y el violeta quiero morder, quiero que me toque más y yo me toco inserto el vestido se enreda queda tirado me doblo más quiero el doble su caricia me huele simple aspiro la simplicidad pero yo estoy doble miro repico explico trato de explicar el ahogo de sangre, tres, la multitud la vela se apagó, es un desastre todos ellos jugando y yo expectante insisto en comprender insisto creo mi pasión si está aquí si es posible de ser pensado me revuelco nos revolcamos no acabo de revolcarme el pensamiento diluyéndose Ritmo | Imaginación y crítica
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un sofoco de angustia deseo vacío deseo pleno, furioso lo golpeo, quiero que esté despierto que siga mirándome por qué me mira no me mira con pasión compasión se apasiona y se enoja me toca con enojo despiertos yo con dos o tres adentro no veo el foco, está oscuro hemos apagado la luz, es blanca azul negativo nocturno estás tan cerca que te he perdido ya no sos vos es él lo he perdido ya no sos voces él su voz tranquila grita duerme se va de noche en el medio de la noche la madrugada se fue quisiera que descanse, descansar quisiera que descansar, descansáramos yo quería que me abrace, que me mire, que me hable toda la noche y el día estoy cansada lo miro ahí tirado como si fuese ahora lo quiero la herida parece querida lo quiero ahora lo quiero siempre que sea ahora lo quiero indiferente no soy diferente al punto máximo de diferencia la sábana quedó rumorosa un olor extraño sigue allí su olor extraño no querrá verme más ni tocarme no tengo nada que decirle. Imaginación y crítica | Ritmo
Cocina bohemia Miguel Carlos Victorica
1941
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[El olor de tu cuerpo] 1 E nrique S olinas
[Cambios climáticos] Padre, hoy te vuelvo a encontrar en esta ciudad desesperada. Charlemos sobre el tiempo que es mejor a conversar sobre otras cuestiones. Hablemos de la lluvia o el sol pero no me preguntes sobre la muerte que nos sucede ahora. La idea de parecerme a Jean Paul Sartre aun me seduce como el sonido de un cuchillo, atravesando la realidad (y no te lo digo). Toda muerte primero sucede en las palabras para luego llevarse a cabo en los ojos (y no te lo digo). Padre, hoy te veo y al mismo tiempo veo al que seré, pero distinto. Imaginación y crítica | Ritmo
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Ya nada se puede hacer. Es necesario. Mejor, charlemos sobre el tiempo. [Bucólica] El olor de tu cuerpo, amigo mío, me recuerda al color de la infancia. Una pradera con demasiado sol cuando no estoy triste, cerca del río en donde alguien dibuja mi ciudad. Nada es tan importante ni inocente como pensar en un día perfecto: vaca y pasto, los pájaros que nos sobrevuelan como a San Francisco; algunas flores, sendero de amapolas; el cielo quieto y azul, como de utilería. Sé que pronto ya no estarás aquí. Todo es inmediato. Sé que pronto te ocultarás detrás del sol. Disfrutemos ahora de este día, que el mañana no es cierto. Brillemos como el agua en la noche, tan sólo para la memoria. Ritmo | Imaginación y crítica
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[La canción no es la misma] 1 Natalia Litvinova
CADENA ALIMENTICIA Cuando quise decir tu nombre me nacieron flores en la boca. Negras, con un centro de estrellas. Las abejas intentaron libar su néctar y succionaron tu nombre venenoso. (Todo ajeno)
DEFORMIDADES LEVES La Luna se llena para que todo cambie. Produce deformidades leves. Los grillos cantan desde la panza del gato. Me mira a los ojos. La única manera de entendernos es aceptar que marchamos en direcciones opuestas: él hacia su horizonte animal y yo hacia mi animal doméstico. La lluvia se transforma en granizo. El galope del hielo sobre el tejado impide escuchar las voces del interior. Desprendo el espíritu, observo alejada el palpitar de mi figura inmóvil bajo las sábanas. (Todo ajeno)
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OTRO LUGAR Hecha de días y de años inciertos, de futuras canas angelicales que me obligan a la bondad, con toda maldad ocupo el lugar de lo que ya no existe.
(Todo ajeno)
LA CANCIÓN NO ES LA MISMA Me pregunto si podré dormir. La noche debería ser eterna o no ser. Otra vez el grillo. La misma canción. ¿Dónde va este viento? ¿Dónde me lleva, a mí, tan quieta? ¿Qué será el viento? La misma canción. Todo lo que veo vive más que mis pensamientos sobre mí. Me pregunto si podré dormir. Debería ponerle nombre a la noche. (Grieta)
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[Leona] 1 C laudia M asin Nunca fue el violador: fue el hermano, perdido, el compañero/gemelo cuya palma tendría una línea de la vida idéntica a la nuestra. Adrienne Rich
Las mujeres enfrentamos en la niñez un pozo profundísimo, parecido a los cráteres que deja un bombardeo, e indefectiblemente caemos desde una altura que hace imposible llegar al fondo sin quebrarse las dos piernas. Ninguna sale intacta y sin embargo suele decirse que se trata de un malentendido, que no hubo tal caída, que todas las mujeres exageran. Lleva una vida completa poder decir: esto ha pasado, me hicieron daño, acá está la prueba, los huesos rotos, la columna vertebral vencida, porque después de una caída como esa se anda de rodillas, o inclinada, en constante actitud de terror o reverencia. Muy temprano el miedo es rociado como un veneno sobre el pastizal demasiado vivo donde de otra manera crecerían plantas parásitas, en nada necesarias, capaces de comerse en pocos días la tierra entera con su energía salvaje y desquiciada. Aún así, siempre quedan algunos brotes vivos, porque quien combate a esas plantas que se van en vicio, después de un tiempo ya tiene suficiente, de puro saciado se retira del campo baldío y a veces se pone compasivo, a veces les perdona la vida y se va antes de terminar la tarea, como si una tempestad decidiera detenerse porque ya fueron suficientes las vidas arrebatadas, las casas reducidas a una armazón de palos y hierros desplomados, que aunque fueran restauradas nunca podrían volver a ser las mismas. Imaginación y crítica | Ritmo
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Pero la compasión, claro, es otra cosa que haber saqueado una tierra con tal ferocidad que lo que queda está tan diezmado y empequeñecido que ya no sirve ni como alimento ni como trofeo de guerra. En el corto tiempo de gracia antes de la caída, las mujeres, esos yuyos siempre demasiado crecidos, andamos por ahí, perdidas y felices, esperando lo que no suele llegar: la compañía del hermano que no tenga terror a lo desconocido, a lo sensible. No el hermano que pueda impedir la caída sino ese capaz de caer junto a nosotras, desobedeciendo la ley que establece la universalidad de la conquista, la belleza de la bota del cazador sobre el cuello partido de la leona y de su cría. El hermano incapaz de levantar su brazo para marcar a fuego la espalda de la hermana, la señal que los separaría para siempre, cada cual en el mundo que le toca: él a causar el daño, ella a sufrirlo y a engendrar la venganza del débil que un día se levanta, el esclavo que incendia la casa del amo y se fuga y elude el castigo. El mal está en la sangre hace ya tanto que está diluido y es indiscernible del líquido que el corazón bombea: el patrón ama esto y el hermano lo sufre, tan malherido como la mujer a la que él ha malherido. El dolor sigue su curso, indiferente, y el pozo sigue comiéndose vida tras vida, y seguirá, a menos que algo pase, un acto de desobediencia casi imposible de imaginar, como si de repente el cazador se detuviera justo antes del disparo porque sintió en la carne propia la agitación de la sangre de su víctima, el terror ante la inminencia de la muerte, y comenzó a odiar a la especie dominante de la que se creía parte, porque supo que estaba dentro de ella como una fiera que ha caído en una trampa de metal que le destroza lentamente cada músculo, cada ligamento, para que se desangre antes de poder escapar. De La cura, inédito, 2014.
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[El invierno es la soledad de un niño] 1 F ranco R ivero
psykhé de chico decía para mí por qué será que a donde vaya yo se traslada la vida también me preguntaba qué era eso de despertarme y sentir algo que se despierta conmigo como dentro de mí sentía el alma lo supe cuando el tío Basilio me enseñó la palabra espíritu y yo le pregunté qué era y me dijo es el alma hijo todos la tenemos y cómo es como aire dijo como aire entonces respiraba con miedo cada vez que me daba cuenta de que respiraba Imaginación y crítica | Ritmo
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tenés que tomar aire antes de zambullirte me decían para tener más alma pensaba yo y era lindo andar por debajo del agua con un alma más grande
los caballos de l a infancia amaba a los padres que llevaban a sus hijos de a caballo delante de ellos contra el pecho los brazos que sujetaban las riendas cubrían el cuerpo de los niños como un par de alas los cuidaban y aunque ello no fuese cierto los míos solían roncar a dúo como a mi oído como de cuna y decían que los caballos eran peligrosos historias de terror acerca de una pierna trabada en un estribo el desboque del animal la cabeza del jinete azotada una y otra vez a veces hasta la muerte pero yo había sentido el corazón de un caballo en la palma de mi mano de niño su corazón era más grande que mi mano y yo le agradecí al abuelo esa magia única que hasta hoy recuerdo Ritmo | Imaginación y crítica
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porque mi corazón latió con esa fuerza cuando no pude escapar de aquellas manos y mi no estaba roto el infierno es la soledad de un niño marcado de noche de noche yo escuchaba el tranco musical de algún caballo en el campo era triste porque todo absolutamente todo estaba triste y entonces escuchaba mi corazón hasta dormirme fantaseaba con ser ese caballo me volvía inmenso fuerte solo en la noche y sin miedo
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[Caen del árbol las naranjas] 1 G ustavo G ottfried
Aquí está el fuego y la leña, pero, ¿Dónde está el cordero para el holocausto? Génesis
a cada retoño le correspondía su propio hormiguero así que, con la pala en una mano y una bolsa de gamexane en la otra salías al campo bajo un sol abrasador llevándome sobre los hombros la distancia que había entre nosotros y todo aquél esfuerzo a mí me parecían bastante absurdos pero el bosque que plantamos sigue ahí, todavía
una piedra a orillas del río el agua percibe su presencia muda ella se deja abrigar por esa manta y sueña
Ritmo | Imaginación y crítica
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con el mar pero está sola en la pampa que esmerila las patas de los caballos mañana quizás alguno se arrime para beber y hunda la piedra bajo su peso firme mientras tanto el agua se pliega en círculos alrededor
caen del árbol las naranjas y revientan jugosas bajo el aguacero la capa de nubes es tan densa que nunca se consume y hace días que está lloviendo el patio, los árboles, la casa vecina todo es gris salvo las naranjas
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[Algo ante lo que nada mayor puede concebirse] 1 O svaldo P icardo
No son sino algunos los restos que el tiempo que todo lo arruina entrega una insuperable perfección. En Pompeya todavía se muestran dos cuerpos unidos haciendo el amor un día de agosto del año setenta y nueve. Parecen estar demorados en la absoluta coincidencia de la piedra. El hueco que dejó la carne y los huesos fue modelado en yeso. Una copia donde brazos y piernas bailan el latido final en el aire endurecido de pronto como una roca. Un río de lava y antes gases y cenizas ahogaron la sólida casa y el gemido. Había, seguro, tiempo para espantarse y correr sin suerte uno detrás del otro. Y tan imposible parece arrancar estos dos cuerpos de su largo abrazo como no sentir el terrible gozo que es su origen.
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[En la casa de un muerto] 1 J orge Aulicino Imaginarlo sin el propósito de establecer una escena póstuma, una escena del crimen; sin método, sin cálculo de su parte: la madera de la mesa se había puesto así, envejeció sola, de manera confusa, en parte tiempo, en parte ácidos, grasa, sales diversas –la del sudor de su mano incluido–, el sol, sobre todo, que daba en ese ángulo todas las tardes, poco antes o después, según el solsticio, sin que le importara, sin que lo pensara; la madera de la mesa en que había apoyado el libro, el vaso, el cenicero suvenir, cascado: no biografía, no un mensaje, y de todos modos signos, como sus facturas, otros papeles, las pantuflas también desgastadas, una mancha de tinta o pintura o betún o carbón en el costado. ¿Con otro propósito? ¿Con cuál? Las cosas escriben hasta que se dispersan también: no lo ignora el agonista, y opta por corregirlas, hacer que vivan por él un momento más, que lo representen después de ido, adecuarlas, o dejarlas correr, que hablen solas o no hablen, o digan nada. Ejemplo: esas gotas que aún patinan sobre el enlozado del lavatorio. Imaginación y crítica | Ritmo
Retrato de la esposa del autor Jorge BermĂşdez 1916
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[Sentado como Buda entre las camas de mis hijos] 1 D iego M uzzio
Estoy sentado en la oscuridad como un Buda entre las camas de mis hijos. Estirando cualquiera de mis brazos podría tocar los bordes de esas camas que, en la noche, parecen arcas diminutas con sus animales en equilibrio en las cabeceras, una abigarrada Creación fabricada en China. Uno eligió elefantes e hipopótamos, los animales más grandes y pesados; el segundo se quedó con lobos y otros depredadores; así se repartieron el mundo de la bestias antes de irse a dormir como dioses inconscientes. Los escucho respirar, moverse, murmurar palabras en un idioma pegajoso que asciende desde la profundidad, el oscuro temor a las catástrofes: fuego, pestes, hambruna, diluvios, la propagación del caos en la carne. Y aquí estoy, sentado en las tinieblas, entre las dos camas, listo a ahogarme, si fuera preciso, mientras ellos navegan en sueños hacia tierras de promisión.
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[La mente de águila de un viejo*] 1 I rene G russ
I Mi madre levanta las mortajas de sus muertos, muerde o chupa, parte a otra cosa. ¿La verdad?, ¿de qué verdad me hablan?, dice mientras intenta nadar, atada como está, hacia una isla. ¡La vida por la humanidad!, grita espantada, ahora recuerda eso, ella daba la vida, lo recuerda entre bocado y bocado de un pan embebido en leche tibia, delirio en el ocaso y cena.
II Extiendo la mano no como una mano sino como si fuera mi pecho. ¿Esto era lo que querías?, digo y asomo un bocado dulce entre los dedos. Mi madre trata de elevarse. Dame, dice, y atada como está a una silla, estira su mano hacia mi mano. Es leche, digo, y endulzo su boca. Es esto.
*Basado en “Un acre de hierba”, de W.B. Yeats. Ritmo | Imaginación y crítica
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AUTORRETRATO Ah, si pudiera recostarme, ser como la mosquita muerta que inclina su cuello, lánguida; si borrara el rictus de una Callas desahuciada, Magnani en batón, así me veo, dulces musas de la debilidad, dónde estáis, denme la brisa, dénmela, no la ventolina a orillas del mar, siempre a orillas del mar, ay me, mandolina y no viola da gamba, quién me miraría si él observa el culo de la que pasa, ay me, cuántas uñas delicadas habrán rasguñado el hombro, la nuez, su espalda, oh, su espalda, y engalanar lo que no tengo, un aspecto sutil, ese gesto de no haber sufrido hambre, menos ansia de saber, una sor Juana cortejada por virreyes y virreinas, la suavidad del papiro, y el vientre sin estrías, ay me, si hubiese usado aquel pote, si no supiera que el tiempo no es el Teatro No, máscara que cubre el savoir faire y otras minucias, oh, gatitas, si pudiera lagrimear, las he visto contonearse serenas hacia mi objeto incólume, han conseguido lo que apenas logré encaramar, robar, gozar como Dios manda, ah, Dios, si estuvieras aquí, mándame un rayo, algún fulgor, esa luz que oculta la vejez, la insensatez, y vuélveme buena, modosa, bella y paciente, Ingrid en Casablanca, un lirio en flor, el sonido de la música.
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Desde mi estudio Fortunato Lacรกmera 1938
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[Dios te salve]
1 Juan C ristóbal M iranda
Plegaria Dame una señal o una luz por más tenue que sea para que yo pueda creer para que reciba tu palabra como un golpe de puño aquí en el pecho el nido tibio y oscuro donde crece el ave milagrosa un tumor que estalla bajo mis huesos dibujando una herida esa deliciosa boca roja puro deseo.
Bautismo Recuéstame y lávame los pies ensúciame un poco más con tu mano solitaria. Necesito volver a sentir el agua que corre, la furia de la sangre, el barro escurriéndose entre tus piernas.
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45
Ya estamos solos disfrutemos entonces de esta embriagante condena el milagro de habernos encontrado justo cuando la Gracia del Señor nos abandona.
INRI Miro la cruz y veo el accidente la carrocería retorcida entre los huesos la presión brutal de los engranajes en la cabeza y el calor de los motores despidiendo a lo lejos el humo de la fe. Quiero morir de nuevo necesito sentir la agonía como un manto sobre mi cuerpo voy a montar una vez más el espectáculo y así, volver a ser la estrella de otro absurdo sacrificio. Última cena Los apóstoles cenaron en casa y se fueron dejando la sensación de que nada merecía celebrarse doce platos prolijamente apilados el mantel lleno de migas y esa enorme copa dorada que ninguno de nosotros está dispuesto a lavar. Ritmo | Imaginación y crítica
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[Canciones de amor] 1 Paula Jiménez No importa que el amor no sea más que este fuego chiquito que crepita. No importa que la luna vuelva a la plaza blanca y ni un alma se arrastre en la vereda. No importa nada de eso, ni los pájaros que dejan de sonar cuando en tus walkman se escucha dulce nena, odio ver el dolor en tus ojos. A vos te gusta él te gusta cuando toca la guitarra cuando la distorsión de la electricidad te hace sentir su enojo. Te gusta el pelo rubio y su pañuelo atado al corazón. Un hombre así te lleva y ya no hay nada que te traiga de vuelta al lado mío. Dulce nena tus ojos me recuerdan mi niñez, parece que te dice y es mentira sin embargo, vos te morís de amor. Los perros nos siguen por la plaza, huelen tu corazón ahora ausentado porque tus pensamientos se lo llevan. No importa. No importará esta noche en una historia de noches incontables, sin vos con que se harán los años. No importará muchas después cuando el insomnio y el olvido lleguen. Imaginación y crítica | Ritmo
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Habrán pasado todos los momentos con sus pasitos mudos y elegantes, como los pies de la pantera rosa. Pero esta plaza con su farol prestado a mi recuerdo alumbrará los besos que no hubo, los besos diluidos y sin sombra, como todas las cosas imposibles. Hay un disfrute infinito en el suspenso y en cada show se está por gatillar una emoción rabiosa. Qué importa que una estrella de rock nos prometiera su luz inextinguible, no era verdad una vida dichosa en la que nadie sacrificara nada.
te gusta él cuando la distorsión de la
electricidad
Ritmo | Imaginación y crítica
te hace sentir su enojo
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[Poéticas] 1 A lejandro S chmidt
con las estrellas
en algunos buenos poetas decepciona su urgencia por enlazar un sentido, varios más acá de música ,imagen o resplandor se intuye es evidente la cuestión administrativa que urge esa psique, aquellos corazones como si estos poetas consultaran guías de turismo cuando se trata de chocar con las estrellas.
estos
poetas consultaran guías de turismo cuando se trata de chocar con las estrellas.
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en lomos del enigma (palabra)
hemos vivido, y qué brama sin fondo la experiencia abandono de la palabra desistir incompletos de sueño campanitas lo contingente a descansar!! en lomos del enigma a creer!! a sangre!! silabeo del verbo resistir Bienvenidos viajeros de algún NO.
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[Todas las dentistas son lindas] 1 S ilvio M attoni
Mis dentistas son altas, lindas, alumnas de otra que debió ser un estallido de belleza juvenil y todavía tiene una sonrisa encantadora. ¿De dónde salió esta raza? ¿Es otro mundo? De algún modo, nada menos que una clase social reproduciéndose. Me torturan con delicadeza infinita, dedos finos envueltos en látex. En los momentos de dolor más álgido, empiezo a pensar cómo serán sus vidas y cómo se acostumbra uno a sufrir en beneficio de una meta diferida. Escucho el kitsch musical que no perdona a nadie. Especulo sobre la habilidad manual de una profesión que acaso garantiza un mínimo imaginario de nivel en la escala onírica de la economía, aunque sea tan servil, húmeda, monótona como el trabajo del esclavo para que goce otro. Y así de a poco en esas tardes me adormezco y olvido los pinchazos. No es valor, apenas una respuesta a la agresión intermitente y prolongada. Pero yo puedo entender o acordarme de su cuerpo flaco con la mitad de lo que pesa ahora, abrochado Imaginación y crítica | Ritmo
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a una camilla móvil en la máquina que filmaría un líquido fosforescente atravesando los canales de sus órganos diminutos y tan sólo a dos meses de arrancar. Puedo verlo todavía llorar por la inyección del material radioactivo y cansarse después, cerrar los ojos, dormirse mientras el aparato del infierno movía ejes mecánicos y prendía dispositivos electrónicos. No precisaba valentía: resignación al presente por un bien que no está ahí. Yo sí, y no la tenía, no la quería, pero igual no se me escapó el grito. Laocoonte habrá llorado cuando las serpientes sombrías lo apretaban, aunque no por sí mismo sino por sus hijos. Era absurda la condena, sin sentido, casi estúpidamente divina, y en el instante en que el aullido enorme parecía pronunciarse en sus labios, apretó los dientes y decidió morir como una estatua. Al bebé le rodeaban el cuerpo los abrojos de una tecnología cada vez más necia y soñaba en su belleza inaccesible. Así son, ahora, mis dentistas, que ignoran la existencia del mal. Se dedican a su oficio y no imaginan los tristes pensamientos del paciente. Despreocupadas tararean canciones, hablan solas, y como mi hijito, perfectamente saludables, se ríen ante el más pequeño de los gestos que algún otro les hace.
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[La casa del viento] 1 C laudio A rchubi
1
Crecí en una ciudad de viento.
Me rodearon sus habitantes, confundidos, inquietos, sin entender por qué ante ellos algo distinto, sin virtud, casi como una advertencia, ofendía la solidez de sus cuerpos bajo los neones del verano.
Habían aprendido a resistir.
2 Mi padre intentó ayudarme. Me condujo hasta la playa, me detuvo en la arena y me dijo:
-Acá está tu pequeño médano. Te corresponde defenderlo.
Pero era un día de viento. Durante horas, centinela torpe, sentí la arena dúctil, erosionada, desapareciendo bajo mis pies. Agua en la grieta, techo roto, sal y sudestada. Habían aprendido a resistir. 3 Mi madre intentó ayudarme. Abrió ventanas y puertas para mostrarme cómo una cosa podía entrar en otra sin mellarla. Pero eran días de viento. Imaginación y crítica | Ritmo
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Crecí en una casa atravesada por corrientes de aire. Cuanto más fuertes, tanto más firme, áspero, impenetrable, el rostro de mi madre, que así intentaba enseñarme a respirar. Miraba hacia afuera y, al volverse, parecía decirme:
-Ahí está tu médano. Aprende.
4 Intenté imitarla. Decidí alimentarme del viento. Lo miré de frente. A medida que las ráfagas entraban mi solidez desaparecía. Mi cuerpo iba transformándose en un recinto de viento. Ahí, el remolino más intenso, el mejor bastión. Ahí, para que ella respire siempre, su primer huésped.
Pero ella se volteó con tristeza y me dijo:
-Has deshecho tu médano.
5 Me dirigí a los otros. Hacia ellos conduje mi casa de viento. Giré y giré, pero no me vieron. Quisieron atravesarme sin entender por qué, llegados al sitio, algo más allá de toda resistencia obligaba a dar vueltas, a retirarse. Ahora la ciudad está cerrada para mí. 6 He soplado sobre los años. Aguardo. Sueño un día quieto, esa mirada abierta donde deshacer la disonancia.
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E n s a y o
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A l e j a n d ro
B a c a
Estación Exilio
Sobre Hospital Británico de Héctor Viel Temperley Un joven poeta nos refiere la lectura de uno de los autores argentinos imprescindibles. Si la poesía es una forma de diálogo, este texto se convierte en una invitación a la relectura. Que la energía, llamada el Mal, sólo pertenece al Cuerpo; y la Razón, llamada el Bien, sólo pertenece al alma. William Blake
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El Improvisador Emilio Pettoruti
1937
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L
a poesía no pertenece al hombre; sino evadirme y hacer un mundo, tener pues ésta, es el canto del ave que un mundo”. entre las ramas, que entre lo verde, La vida del poeta no es sencilla: la inse esconde. Suena su canción y con los desconformidad lo signa. La búsqueda de lo tellos solares las plumas se mezclan y desnuevo, de lo inaudito lo lleva por caminos aparecen. Sin embargo, de vez en cuando, que muchas veces terminan pronto y otras algunos hombres y mujeres lanzan dardos tantas culmina antes de encontrar aquello desde los matorrales; dardos de que va buscando. Esa necesidad de jade u obsidiana, cuya intención nombrar lo innombrable lo cones la de alcanzar la lucidez de la vierte en el eterno deambular. El poesía; más nunca de matar al ave, mundo merece ser nombrado, debe sólo de alcanzar su canto. Cuanser nombrado una y otra vez, de la do esto sucede la poesía desciende misma manera o de otra distinta. Héctor Viel y sin tocar el suelo se gesta. Una Ser nombrado y por ende existir. breve iluminación, un ápice. Viel Temperley logra verse en un Temperley Pero, qué ocurre cuando el ave cristal oblicuo y sabe que no ha diintuye que desciende a voluntad. Cuando la cho todo lo que tuviera que decir. su poesía, poesía cae y se gesta por sí misma Se siente rígido. ya laureada, como si exigiera ser pronunciaLa quietud es el cáncer de la vida. no ha dado da. Así ocurrió con el bonaerenLa va corroyendo hasta que un día todo de sí se Héctor Viel Temperley, nacido se extingue sin el menor resquien Argentina en el año de 1933. cio. El poeta intuye, Héctor Viel Quien después de escribir ocho liTemperley intuye que su poesía, bros: Poemas con caballos (1956); El ya laureada, no ha dado todo de nadador (1967); Humanae vitae mia (1969); sí. Diagnosticado de un tumor cerebral Plaza batallón 40 (1971); Febrero 72-Feel argentino es internado en el Hospibrero 73 (1973); Carta de marear (1976); tal Británico, situado al sur de la ciudad Legión extranjera (1978); y Crawl (1982); de Buenos Aires. Ahí, y sólo ahí, ocurre dice: “Yo tenía la intención de romper uno de los más grandes poemas que la con mi poesía; la notaba demasiado rígihumanidad ha visto. Es entonces cuando da, como atada a un molde, un principio, surge la pregunta ¿Fue la inquietud del un medio, un fin: sabía qué iba a decir, a argentino por romper los moldes lo que ver, empezó a interesarme la poesía que provoca el nacimiento del poema o es el me permitía no solamente esconderme poema quien decide manifestarse? Quizá Imaginación y crítica | Ritmo
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fue la rigidez que padecía la que provocó el aglutinamiento cerebral. Cuando un río ve superado su cause se ve en la necesidad de invadir la tierra, de formar un nuevo camino para existir. Yo no era dueño de ese nombre, dice el poeta, y no lo era. No hay acto de egolatría más alto que aquel hombre que se siente dueño de la poesía, quien piensa que tiene injerencia dentro de ella. Los poemas son escritos y pertenecen a quien los escribe, mas no todo poema es poesía y no toda poesía es poema. La poesía existe y es, lo que es, existe, y caprichosa, la Diosa Blanca decide cuando desea existir. No hay una máquina capaz de crear poesía pues en su perfección anula la oportunidad de equivocarse y en el temblor de la mano habita la fisura entre el cielo y la tierra: El tormento de los dioses. En fin. Internado en el Hospital Británico, Héctor Viel Temperley, sabe que su madre muere a la distancia y el cielo estaba en la enfermera que pasaba. El dolor, la ansiedad, la intemperancia provocan un choque dentro de la mente del poeta, el cubo de rubik se quiebra pero nadie escucha caer los pedazos gracias a los ansiolíticos y tranquilizantes. Las piezas caen dentro de sí mismo y en el desorden, en la locura, caen bien situadas. En descomposición para los estándares de la sociedad, pero de la manera perfecta para la poesía.
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Primera estación: Paraíso Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre vino del cielo a visitarme. El poeta se sabe en existencia. Sabe de la ausencia y de la melancolía. Las mantas del anfiteatro no pueden ser más blancas. ¿Qué ocurre en ese instante? El verano es sereno más se arrincona, la pasividad y alegría de las mariposas forman una armadura que sin duda se sitúa alrededor de esta mórfica criatura, que quizá sea Viel Temperley. Cada significado se contradice consigo mismo. En el paraíso el fuego no quema las manos de los que oran, las alumbra. Es la ambigüedad de todo aquello
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que arde y se consume, de todo aquello que vibra, de lo que vive. Sin embargo, se encuentra solo. Al meditar, las voces que habitan dentro de uno se manifiestan, gritan y se contornean. Forman un diálogo interior donde el mensaje lo es todo, pues la ausencia de locutor e interlocutor así lo requiere. En la larga esquina de verano ese diálogo ocurre, la soledad se hace evidente y aparece su madre. Como María del cielo se manifiesta verticalmente. Aparece como una mano redentora. Una mano que viene de visita, pues al parecer, en ese momento el poeta argentino se encuentra dentro
del Paraíso, de lo contrarío su madre no podría visitarlo. El verso termina y la soledad se expande como la pantalla negra en el cinematógrafo que anuncia un cambio de estadía. Segunda estación: Éxodo. Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo. El poeta manifiesta lo que ya sabe. Sabe que en algún punto dimensional existe. La quietud anuncia un espasmo de tiempo y una luz se manifiesta. Pero esta luz no
La hora del almuerzo Pío Collivandino
1903
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es como la luz eléctrica que desprende la bombilla, o la luz de la fogata de la tribu. La luz que se manifiesta es Luz. Luz divina. Es por eso que el poeta se ve en la necesidad de marcar en altas, como un nombre propio. Pues esta Luz no carece de identidad. La existencia de esta figura mórfica es, y por lo tanto puede ser. Es feliz. La felicidad no es un estado constante como el pensamiento, es intermitente. Al decir que es feliz parece haber encontrado un estado prolongado dentro de la intermitencia por lo que podemos inferir que en esos momentos el tiempo no ocurre. Sin embargo, es en este momento cuando manifiesta la existencia de una parte de su cuerpo: La cabeza. La cual se encuentra vendada. En las vendas se encuentra la forma, el paño blanco se ha extendido y le otorga una forma. Lo que en otro punto pudo denominarse locura es ahora el pecho de la Luz: una visión pacífica. El éxodo ha ocurrido; está ocurriendo, se sabe, se sabe en un estado perpetuo, el pecho de la Luz es el corazón del mundo. ¿El amor? ¿El amor puro de su madre? Ha salido del mundo y ahora se encuentra en un éxodo. Un estado de tiempo inalterable. El del amor probablemente.
Ritmo | Imaginación y crítica
Tercera estación: Éxtasis Mi madre es la risa, la libertad, el verano. La figura terrible de su madre ahora lo acompaña ¿quién ha muerto? La risa, la libertad, el verano vuelve a aparecer, nunca se ha ido. Sigue en ese éxodo interminable, ya que el tiempo no ocurre. La prolongación del todo es el escenario perfecto. La blancura de las sábanas se manifiestan internamente. Nada puede negar que esta pasividad debe ser blanca. Su madre es. En el verso anterior la Madre (que puede ser suya o puede ser una figura omnipotente) le observa desde el Tú, ahora esa figura parece tomar la tercera persona. Todo límite se ha quebrado. El éxtasis es innegable. El verano dejó aquella esquina y ahora se extiende como un campo interminable. Quizá la madre no es otra que la Diosa blanca. La poesía misma. Cuarta estación: Catársis. A veinte cuadras de aquí yace muriéndose. De golpe vuelve al mundo, en donde el tiempo y precisamente la distancia existe. La realidad abarca el mundo en siete palabras. La realidad y la constante del mundo: La muerte. No son veinte millas, ni veinte kilómetros. La muerte se encuentra muy cerca de él (nosotros). Las constantes y las
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eternidades se ven quebradas por un golpe de realidad tan helada. La blancura del paño que lo envolvía y dotaba de forma se extingue y hasta este momento la forma del hospital aparece. El título del poema cobra sentido. Los rincones húmedos, las armaduras de narcóticos, las vendas manchadas, el tiempo de vigilia y ensueño: El dolor. Quinta estación: Resurrección. Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara –en Tu llanto– para comenzar todo de nuevo. Su madre, quien en un principio tenía la forma de una ráfaga de luz, ahora se encuentra de frente al dolor. ¿Quién está muriendo? Héctor Viel Temperley ya no se encuentra en aquella dimensión sin tiempo ni espacio, ahora lo ve todo desde arriba. Desde la tercera persona. Ve a su madre, se ve así mismo. El éxodo está por comenzar/terminar, la última estación sugiere un retorno: el uróboros. Entre guiones explica la realidad, el Tu es la forma perfecta de la enajenación que ocurre. El llanto es la forma más alejada de la mutación del agua. La sal del agua nos recuerda al mar, al comienzo y a la tremenda ira contenida. No hay escenario más triste que el ocaso en la costa. Cada palabra es un reinicio, cada figura una serpiente que muda de piel y se muerde la cola. La muerte está presente y la deformidad del
mundo “real” nos recuerda que ya todo se ha ido. Es quizá el verso más triste que la poesía ha visto en todos los tiempos. Posteriormente, Viel Temperley, usó este poema para formar una cosmogonía que partía de esos cinco versos. Tomará la figura de Christus Pantokrator para desenvolver ese mundo que él mismo ha fundado. Las contantes referencias teológicas hicieron pensar a muchos que se trataba de un poema en busca de algún Dios o un texto redentor, a lo que él contestó: Seré un místico, un poeta surrealista, cualquier otra cosa, pero no un religioso. En los desprendimientos sufridos logró alcanzar aquellas figuras básicas de la poesía. La ambigüedad y el desconcierto cometido hablan de un poema que quizá fue escrito por la voluntad de la poesía y no de ese ser denominado “poeta”. Cuando salió del Hospital Británico, Héctor Viel Temperley, añadió que no recordaba haber escrito aquel poema: Hospital Británico es algo que estaba en el aire. Yo no hice mas que encontrarlo. Hospital Británico me permite creer que me salí del mundo y no sé para qué. Volaban mariposas y había unos eucaliptos muy hermosos, nada más que esto, y fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que me arruinó la vida en el mundo.
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Anunciaci贸n Alfredo Guttero
1928
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E n s a y o
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K e s h a v a
Q u i n ta n ar
Ca n o
Entre el lector
y la Rayuela de Julio Cortázar: una complicidad creativa y vital Decir que un autor es un lector o un lector un autor, ver un libro como un ser humano o a un ser humano como libro, describir el mundo como texto o un texto como el mundo, son maneras de nombrar el arte de leer.1 Alberto Manguel, Una historia de la lectura. Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo.2 Morelli-Cortázar, Rayuela. Imaginación y crítica | Ritmo
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Una calle de Barracas Horacio March
C
uando leemos una obra como Rayuela, un dejo de frustración cruza nuestro “espíritu” lector: la comprensión absoluta y transparente de la obra es casi imposible. Así es como algunos terminamos de leerla, con sentimientos encontrados: por un lado, disfrutamos la poética de un escritor comprometido con su oficio, minucioso y responsable artista de la palabra, crítico de la sociedad moderna fundada en dicotomías maniqueas3 y castrantes y, por el otro, descubrimos, bajo sospecha, un texto complejo, enigmático y abierto, en el que la certeza y lo racional, están condicionados por la reflexión, la ironía y la autocrítica. Este ensayo trae a cuenta la experiencia y la transformación del lector, entidad Ritmo | Imaginación y crítica
1939
indispensable para que “exista” un texto, quien en un viaje ontológico con un tablero como brújula se adentra a una extraordinaria obra de arte, apenas ceñida al universo entero y a su vida misma. Con la lectura de Rayuela descubre que nunca será el mismo, y a medida que avanzan los capítulos, la inexorable mutación vital del lector se precipita sobre su mundo. Para intentar de escribir esto, fue necesario aproximarse a la crítica y a los ensayos académicos a propósito de Rayuela, y sobre todo a algunas entrevistas en las que Cortázar –nadie mejor que él mismo–, explicó y comentó la génesis de un caos artístico bastante bien ordenado que trasciende la página y trastoca la vida de sus lectores coconspiradores.
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Rayuela: la caja de pandora 4
enigma cuyo significado depende de cómo hayamos jugado el juego: ¿suerte, En el momento de su publicación (1963), destino, habilidad, gracia, compasión, Rayuela recibió severas críticas por “jugar” iluminación, Tao? Cada uno dirá la con el lector,5 por estructurarse mediante palabra que merezca. El lector no sólo 6 “capítulos prescindibles” y no brindarparticipa sino que interviene; es el aule al lector un espacio cómodo y tor de la respuesta final.8 Efectivamente, Rayuela es una seguro para hipnotizarse y salir obra diferente, una propuesta oride su realidad. Esto no le pareció ginal, diversa en lo homogéneo, significativo a Cortázar, lo que posmoderna, libre,9 abstracta y sí le resultó interesante fue que única. En ella, el lector participa los jóvenes se identificaran con En el moy descubre las reglas del juego, una su novela. A pesar de ser un texto mento de su de ellas: la intertextualidad, su pensado para hombres y mujeres ejemplo claro, los paralelismos como él, al momento de escribir- publicación (1963), Racon el Ulises de James Joyce,10 lo (de entre 40 y 45 años), fue la yuela recien los que, además de presenciar juventud quien la defendió y abrabió severas el f lujo de conciencia (stream of zó como un reflejo de su propio e conciousness) de los personajes, en incierto proceso de maduración, críticas por “jugar” con particular de Horacio Oliveira, en el que la rebeldía, el cuestioel lector, por también podemos discernir la namiento y el cambio eran-son estructurarconciencia y el proceso creativo sus únicas constantes. A pesar de se mediante del mismo autor. De esta forma, la crítica de entonces, hoy en día “capítulos Rayuela del mismo modo es una es innegable la contribución que prescindinovela que se explica a sí misma. hizo Julio Cortázar a la literatura bles” 7 Para ello, Cortázar, a través de hispanoamericana. un personaje, también escritor, Morelli, Al respecto, Octavio Paz señaló: glosa y teoriza sobre la escritura y la lectuRayuela es una invitación a jugar el ra. Esta original posibilidad, la concreta, juego arriesgado de escribir una nocomo en todo relato, el narrador. vela. Escribir, jugar y vivir se vuelven El narrador de Rayuela se puede derealidades intercambiables. Rayuela es finir como omnisciente,11 en ocasiones un juego infantil y un camino espiriintradiegético, cuando la focalización se tual que termina en una apuesta. Al encuentra por lo regular en Horacio, o término de la escalera nos espera un Imaginación y crítica | Ritmo
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extradiegético, en la que la voz que posibilita la enunciación del universo ficticio se encuentra fuera de la diégesis, de la historia. A veces, como parte del juego, el narrador se coloca al interior del relato, creando otro personaje que podríamos llamar: autor, tal como puede observase en la siguiente cita: “A los quince años se había enterado del ‘sólo sé que no sé nada’; la cicuta concomitante le había parecido
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inevitable, no se desafía a la gente de esa forma, se lo digo yo” (Cortázar, 33). La libertad narrativa, evidente en Rayuela, se traduce también en la posibilidad que tiene el lector de saltar en las casillas del espacio-tiempo, y transitar del futuro al presente, luego al pasado, conforme avanza en los capítulos de la Rayuela. Como un juego, esta obra comenzó a confeccionarse a partir de una imagen: Cortázar vio a unas personas, en la cornisa de un edificio, colocar una tabla para pasar al edificio contiguo. A partir de ahí, un impresionado Cortázar describe la anécdota en un relato, casi el último de Rayuela (Futuro); luego, con notas y apuntes que escribió en su estancia en París, conjuntó los “Capítulos prescindibles” (Pasado) y, posteriormente, sin un plan, escribió la historia principal de Horacio (Presente). Estos saltos en el tiempo de creación, también los “vive” el lector. A continuación parte de una entrevista en la que Cortázar revela sus secretos de mago inventor: En realidad, Rayuela es un libro cuya escritura no respondió a ningún plan […] Sólo cuando tuve todos los papeles de Rayuela encima de una mesa, es decir, toda esa enorme cantidad de capítulos y fragmentos, sentí la necesidad de ponerle un orden relativo. Pero ese orden no estuvo nunca en mí antes y durante la ejecución de Rayuela […] Rayuela no es ninguna manera
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Recreación cómplice
Lector 1
Reacción ontológica
Lector 1' Reacción ontológica
Poeta 1
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Acciones e ideas
Obra 1
Poeta 1'
Creación
Obra 2
Reacción ontológica Recreación cómplice
Lector 2
el libro de un escritor que plantea una novela (aunque sea vagamente), se sienta ante su máquina y empieza a escribirla. No, no es eso. Rayuela es una especie de punto central sobre el cual se fueron adhiriendo, sumando, pegando, acumulando, contornos, de cosas heterogéneas que respondían a mi experiencia en esa época en París, cuando empecé a ocuparme ya a fondo en el libro. […] Yo mismo no tenía, ni tuve una idea muy precisa de cuál era el nivel, la importancia, digamos, de esos elementos que se iban agregando. Escribía largos pasajes de Rayuela sin tener la menor idea de dónde se iban a ubicar y a qué respondían en el fondo. Es decir, fue una especie de inventar en el mismo momento de escribir, sin adelantarme nunca a lo que yo podía ver en ese momento […] El
Reacción ontológica
Lector 2'
hecho de que no había ningún plan produjo cosas verdaderamente aberrantes pero que para mí, en el fondo, fueron maravillosas, porque fueron un poco mi recuerdo de un mundo surrealista donde hay azares diferentes de las leyes habituales y donde el poeta y el escritor aceptan principios que no son los principios cotidianos” (Prego, 1985, 107-109). Esta excepcionalidad creativa requiere de la participación directa y activa del lector, quien puede darse el lujo de interpretar, en completa libertad, las relaciones entre causas y eventos que generan las morbosas,12 divertidas13 y poéticas14 citas de los “Capítulos prescindibles” y las manías Morellianas, con la historia de Horacio y su devenir entre la razón y la intuición, la locura y el desamor que caben entre París y Buenos Aires. Imaginación y crítica | Ritmo
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La transferencia erótica entre el mago poeta y el lector cómplice Cuando decimos que el poeta cambia el mundo al renombrar alguno de sus objetos, lo situamos dentro del quehacer divino, esto porque a través del lenguaje y a pesar de sus convenciones, el poeta logra dislocar la arbitrariedad del signo lingüístico y lo personaliza, recreando una parte simbólica del mundo. Si bien esto define el actuar de la poética en general, para Julio Cortázar, la poética del escritor debe llevar no sólo una transformación del mundo a través del lenguaje sino también una transformación del poeta mismo: “escribir es dibujar mi mandala y a la vez recorrerlo, inventar la purificación purificándose”. (Cortázar, 458). De ahí que diga que el poeta es un mago “que no se contento con nombrar las cosas, a través de la palabra quiere llegar a lo profundo de los objetos y de los seres; en resumen, el poeta quiere ser la cosa, quiere ser el otro” (Scholz, 28). En este sentido Cortázar habla del mago ontológico como aquél poeta en el que las propuestas poéticas generan arte y vida en ubicuidad. Sin embargo, este poeta no puede concretarse sin el otro, sin el lector también ontológico, cómplice,15 por ello es que éste, en el caso de Rayuela, participa en la construcción del sentido como co-autor del texto y sus intersticios, seductor-seducido Ritmo | Imaginación y crítica
en el juego erótico de las ideas e intuiciones que conectan y ordenan Rayuela. Al respecto, László Scholz, en su libro El arte poética de Julio Cortázar (1977), señala que “para la autorrealización integral del poeta como hombre, se necesita un encuentro verdadero con el otro hombre. Es por esta base ética por la que insiste Cortázar en tener un lector cómplice, un compañero de camino, pues sin él, es decir, sin la recreación de sus obras por parte del lector, no puede el autor sugerir acción alguna para el hombre de hoy, lo que significaría la frustración para él tanto en cuanto como hombre como en cuanto artista”. Esto puede observarse en el modelo de la página anterior. Como podemos observar en este modelo16, el poeta (1) crea una obra que será recreada por los lectores cómplices (1 y 2…) quienes al “vivir” creativamente las propuestas simbólicas, surrealistas, éticas y estéticas del texto, generarán acciones e ideas que, a través de su experiencia lectora, se integrarán, ontológicamente, a su ser (1 y 2…)’. Esto a su vez, una vez exteriorizado, producirá reacciones ontológicas en el mismo autor (poeta 1’), quién retomará esas experiencias lectoras y de vida para crear otra obra, a partir de la reverberación (feed back) vicaria entre él y sus lectores cómplices. Este complejo proceso de avances y retrocesos entre el autor y el lector, cual
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Plaza San Martín Luis Gowland Moreno
danza de esgrimistas en alfombra vertical, forma parte del paradigma que Cortázar tenía sobre una nueva forma de escribir y leer novelas. Al respecto, Malva E. Filer (1970) sostiene: “Cortázar ha escrito Rayuela para inducir al lector a liberarse de la inercia y la sumisión a lo escrito, para crear un lector que sea parte activa e independiente en la empresa de crear la novela” (Filer, 25). Para reforzar lo anterior, el mismo Cortázar comentó: “Rayuela estaba destinada a destruir esa noción de relato hipnótico. Yo quería que el lector estuviera libre, lo más libre posible, el lector tiene que ser un cómplice”.17
1943
En este tenor de ideas, Walt Whitman (Manguel, 181-182) dijo que el texto, el autor y el lector18 se reflejaban mutuamente en el acto de leer, un acto cuyo significado él ampliaba hasta abarcar toda actividad humana, así como el universo en que todo aquello tenía lugar. “En esta asociación, el lector refleja al escritor (él y yo somos uno). El mundo se hace eco de un libro (el libro de Dios, el libro de la Naturaleza), el libro está hecho de carne y de sangre (la carne y la sangre del escritor, las cuales, por medio de una transustanciación literaria, se hacen mías), el mundo es un libro que hay que descifrar (los poemas del escritor se Imaginación y crítica | Ritmo
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convierten en mi lectura del mundo).” Este acto de integración, de “transustanciación literaria” como lo llamó Whitman puede verse en la poética de Julio Cortázar, así como en la necesidad de un lector cómplice que en coautoría, escriba, viva y recorra el camino caleidoscópico de la Rayuela. Para finalizar, Cortázar dijo: “Oliveira no es filósofo porque yo no soy un filósofo” (Prego, 103), es decir, el personaje comparte la historia, aficiones y locuras del autor, y con la idea del poeta como mago ontológico que crea obras que lo contienen vitalmente, Rayuela, hecha por un escritor complejo, contradictorio, intuitivo y surrealista, requiere también de un lector cómplice creativo, discordante, perverso, caótico, rebelde, porque obra, autor, lector y mundo, siguiendo a Whitman, están contenidos transubstancialmente en un párrafo del libro del universo. Bibliografía Cortázar, Julio. Rayuela. Octava edición. Sudamericana, Buenos Aires, 1968. Filer, Malva E. Los mundos de Julio Cortázar, Las Americas Publishing Company, Madrid, 1970. Manguel, Alberto. Una historia de la lectura. Emecé-Joaquín Mórtiz, México, 2006, 182. Paz, Octavio. “Prólogo”. Poesía en movimiento. México, 1915-1965. Siglo XXI, México, 1975. 22-23. Picon Gardfield, Evelyn. Cortázar por Ritmo | Imaginación y crítica
Cortázar. Universidad Veracruzana, México, 1978. Prego, Omar. La fascinación de las palabras. Conversaciones con Julio Cortázar. Muchnik Editores, Barcelona, 1985. Sosnowski, Saul. Julio Cortázar. Una búsqueda mítica. Ediciones Noe, Buenos Aires, 1973. Scholz, Lázló. El arte poética de Julio Cortázar, Ediciones Castañeda, Buenos Aires, 1977. Notas 1 Alberto, Manguel, Una historia de la lectura, 182. 2 Julio Cortázar, Rayuela, 498. 3 “El mundo occidental se presenta a los ojos de Horacio y Morelli como convencional y parcelado. El largo camino recorrido desde las primeras edades del hombre hasta este punto en que nos toca vivir es el camino de error. Nos ha llevado a las posiciones dialécticas, a las elecciones tajantes (razón/ intuición, cuerpo/alma, materia/espíritu, idealismo/realismo, acción/contemplación). El camino conduce a logros técnicos que parecen extraordinarios […] pero basta mirarlo lúdicamente para desenmascarar su falso orden.” Ana María Barrenechea, “La estructura de Rayuela de Julio Cortázar”, en Julio Cortázar, 208. 4 Carlos Fuentes, citado por Malva E. Filer (1970), dijo: “Rayuela no es una novela: es la caja de Pandora”. 5 “La doble posibilidad de lectura y, sobre todo, las incomodidades materiales de la lectura salteada que indica el tablero
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fueron uno de los mayores motivos de escándalo, cuando se comentó la aparición de Rayuela” (Barrenechea, 213). 6 A pesar de que Cortázar dice que estos capítulos pueden ser prescindibles, la investigadora Ana María Barrenechea (Op. cit.) sostiene que son vitales para la construcción de la historia de las primeras dos partes: Del lado de allá: París y Del lado de acá: Buenos aires. 7 Omar Prego en La fascinación de las palabras. Conversaciones con Julio Cortázar (1985), señaló: “Rayela plantea también el tema del parricidio en las letras latinoamericanas, porque de alguna manera supone la destrucción simbólica de los modelos, de los moldes. Y eso es algo casi inevitable en las letras latinoamericanas.” [A lo que Julio Cortázar respondió] Se me ocurre que el parricidio más bien en una liquidación de todo un sistema de ideas y de sentimientos que se reflejan en una cierta forma literaria y en su sustitución por algo que los jóvenes consideran un avance, que no siempre lo es, porque eso de avance en literatura es muy discutible” (Cortázar, 104-105). 8 Octavio, Paz, Poesía en movimiento, 12. 9 “La libertad, única ropa que le caía bien a la Maga.” (Cortázar, 44). 10 Leopold Bloom y James Joyce aparecen directamente en la obra: “Si leo a Joyce estoy sacrificando automáticamente otro libro y viceversa” (462). “Las formas exteriores de la novela han cambiado, pero sus
héroes siguen siendo los avatares de Tristán, de Jane Eyre, de Lafcadio, de Leopold Bloom, gente de la calle, de la casa, de la alcoba.” (Cortázar, 497). 11 “El narrador básico de Rayuela es una tercera persona omnisciente. Su presencia indica la existencia de un paradigma de valores y de un orden en el que se halla Oliveira. La visión del narrador omnisciente se mantendrá en un plano elevado desde el cual enfocará a diversos personajes en ciertos momentos. Su elección estará fijada por la intención narrativa que se entrevé desde el comienzo de la obra.” Saúl Sosnowski, Julio Cortázar. Una búsqueda mítica, 120. 12 Léase el cap. 114 (Cortázar, 542). 13 Léase el cap. 130, “Riesgos del cierre relámpago” (Cortázar, 574). 14 Léase el cap. 149, “Mis pasos en esta calle”, de Octavio Paz (Cortázar, 618). 15 “Una nota pedantísima de Morelli: Parecería que la novela usual malogra la búsqueda al limitar al lector a su ámbito, más definido cuanto mejor sea el novelista […] intentar en cambio un texto que no agarre al lector pero que lo vuelva obligadamente cómplice al murmurarle, por debajo del desarrollo convencional, otros rumbos más esotéricos. Escritura demótica para el lector-hembra (que por lo demás no pasará de las primeras páginas, rudamente perdido y escandalizado, maldiciendo lo que le costó el libro), con vago reverso de escritura hierática […] En general todo noImaginación y crítica | Ritmo
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velista espera de su lector que lo comprenda, participando de su propia experiencia, o que recoja un determinado mensaje y lo encarne. El novelista romántico quiere ser comprendido por sí mismo o a través de sus héroes; el novelista clásico quiere enseñar, dejar una huella en el camino de la historia. Posibilidad […] hacer del lector un cómplice, un camarada del camino. Simultaneizarlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo trasladará al del autor. Así el lector podría llegar a ser coopartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma. Para ese lector […] la novela […] deberá transcurrir como esos sueños en los que al margen de un acaecer trivial presentimos una carga más grave que no siempre alcanzamos a desentrañar […] la novela no engaña al lector, no lo monta a caballo sobre cualquier emoción o cualquier intención, sino que le da algo así como una arcilla significativa, un comienzo de modelado, con huellas de algo que quizá sea colectivo, humano y no individual. Mejor, le da como una fachada, con puertas y ventanas detrás de las cuales se está operando un misterio que el lector cómplice deberá buscar (de ahí la complicidad) y quizá no encontrará (de ahí el copadecimiento). Lo que el autor de esa novela haya logrado para sí mismo, se repetirá (agigantándose, quizá, y eso sería maravilloso) en el lector cómplice. Ritmo | Imaginación y crítica
(Cortázar, 452-454). 16 Nos parece pertinente aclarar: Lázló Schólz (1977) no desarrolla una explicación sobre “la cadena” para establecer la poética de Cortázar, digamos que lo que se decimos sobre la operación de la poética es nuestra interpretación cómplice y perversa. 17 Evelyn Picon, Cortázar por Cortázar, 117. 18 Morelli al relacionar con otro pasaje: “¿Cómo contar sin cocina, sin maquillaje, sin guiñadas de ojo al lector? Tal vez renunciando al puesto de que una narración es una obra de arte. Sentirla como sentiríamos el yeso que vertemos sobre un rostro para hacerle una mascarilla. Pero el rostro debería ser el nuestro”. (Cortázar, 544).
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Narrat i v a
w
Jorg e
E s t e ba n
M u s s ol i n i
apuntes
para un bestiario
Desde las tierras del sur, Mussolinni ensaya una serie de textos que recuerdan aquellas pretéritas narraciones de indias, en donde los escritores daban cuenta de la fauna de nuestro continente.
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El micuren Es un animal de pequeña hechura. Habita entre las ramas más altas de los frondosos árboles de la selva tupida. Tiene un hocico como de rata de peste negra y unos ojos vivos y pensantes cual si se tratara de un imperfecto mono de la tierra descripta por los portugueses. Es el micuren, a pesar de su media onza, un animal bravo y de pelea acérrima. La hembra de esta bestia fue dotada de una bolsa en medio de los pechos. Allí, ella es capaz de cobijar hasta ocho hijuelos de los que no se desprende ni siquiera cuando da combate a los jaguares. Pero en viéndose libre de duelos y de males, ábresele la bolsa dejando ir a sus cachorros que en mucho se parecen a las crías prematuras de los conejos de Europa.
Yurumi, el oso hormiguero de Las indias Es de oso en todo su natura aspecto, salvo sus extrañas fauces, puesto que por boca tiene un muy chico agujero. A pesar de su corpulencia de novillo grande y de sus ojos de venado enfermo no es éste un animal carnicero. Es, pues, la angostura de su hocico lo que le priva de serlo. A pesar de todo Yurumí es asesino de tigres, grandes o grandísimos. En viéndolo venir abraza mortalmente a éste con sus dagas de cimitarra mora. El tigre da su último y mortal rugido. Luego cae arrastrado al suelo. El peso de yurumí échale por tierra. Luego de tan grande y mortal abrazo el tigre desmaya y de hambre muere. Los comepaganos del Paraguay Martín del Barco Centenera describe con una minuciosidad digna de un naturalista de nuestro tiempo las diversas naciones que habitaban la inmensidad de la selva paraguaya, pero se detiene, tal vez guiado por sus escrúpulos de católico temeroso de Dios, en las costumbres de la nación Chiriguana. Los describe como seres sub humanos y de rasgos difíciles de reconocer entre gente cristiana. Tal vez Centenera haya llegado a esta conclusión luego de ver sus badajos desnudos y puerilmente expuestos, cosa que no es de extrañar pueda haber provocado un hondo
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malestar en cualquier espíritu renacentista. Al referirse a los Chiriguanos, Centenera afirma que por la época de sus expediciones ya hacía mucho tiempo que éstos habían dejado atrás la abominable práctica de comerse vivos a sus prójimos, aunque no desmiente la posibilidad de que esporádicamente sucumbían a la tentación de la carne humana. Pero sólo carne de paganos, pues, aparentemente a estas gentes desgraciadas se les había revelado la palabra de Dios Uno y Trino de una manera tan fuerte que temían repetir el original pecado de cometer la herejía de masticar crudo el cuerpo de Cristo, que, según decían, había venido a estos páramos vistiendo armadura de guerrero de Castilla, a lomos de extraño animal y empuñando una cruz que cortaba de tan sólo rozarla con los dedos de la mano. Hablando con ellos, Centenera cuenta que la Divina Revelación vínoles un día en que habiendo sucedido una gran comilona de españoles enfermaron en grado tal que muchos de ellos perecieron. También le dieron a entender por señas que la carne pagana es menos desabrida.
La sirena de Itapuá No da cuenta el arcediano si el nombre Itapuá designa a una piedra enorme, a una laguna o, simplemente, a una sirena; pues a veces parece confundir a lo largo del fragmento atributos minerales, acuíferos o animales. La redacción de ese verso en particular es bastante confusa y es posible que Itapuá sólo haya existido en la imaginación renacentista de Centenera o, quizás, esos versos tan indescifrables constituyan una prueba irrefutable de que el arcediano haya padecido al final de su vida una leve locura senil. Centenera describe a veces a Itapuá como a una peña viva muy derecha y como de cien codos verticales enclavada en medio de una laguna, aunque esta descripción no parece guardar ninguna ilación con el relato subsiguiente; pues Centenera, sin guardar el menor respeto por las prelaciones e ilaciones propias de los Imaginación y crítica | Ritmo
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relatos o de las crónicas, describe sobre aquel peñasco los restos de un nido enorme hecho de olorosa madera que alguna vez ha sido la morada de una bella y hermosa sirena que, aún habiendo perecido ahogada en medio de la laguna, aparentemente continúa gimiendo y esparciendo sus dorados cabellos sobre las tranquilas aguas de su muerte. El carbunclo Llámase a este animal en guaraní, lengua de los comarcanos de estas Indias, “Oñánguepita” o diablo, porque reluce como fuego. Es un animalejo algo pequeño. Como característica particular, que lo distingue de cuanta cosa de natura hay por verse en este mundo, es su extraño espejo reluciente como brasa que lleva en la frente. Este espejo parece arderle. El espejo puede cambiar de brillo o enturbiarse según el temperamento feroz o moribundo de tan extraña criatura. Reluce Ritmo | Imaginación y crítica
como el sol cuando caza, y eso lo vuelve visible en la espesura; pero es difícil de atrapar, pues como buen diablo corre como el viento. Se enturbia si le hieren, cosa que no sucede a menudo. Este espejo constituye así mismo la ruina del carbunclo, pues vale su brillo en oro. Se dice que llegaron a Cádiz dos cargamentos de espejuelos de carbunclo escondidos en el lastre del Santa Marta de Compostura. Esta aseveración es dudosa, pues son pocas las referencias históricas acerca de su captura. Sólo consta el testimonio oral de un tal Anagpitán, quien dijo haber atrapado uno vivo. Menos creíble es la versión de Rui Díaz Melgranejo, quien cuenta haber dado muerte a uno con una simple hacha de desmontar sólo para lamentarse de su suerte luego de arrojar su presa al río Paraguay. Aseveraba Melgranejo que una vez que le fuera quitado el espejo, éste enturbióse tanto que perdió su brillo y, por ende, su valor.
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Narrat i v a
w G r i s e l d a
G ar c í a
Blanco El agua forma pequeñas lagunas en las depresiones de las baldosas. Bebo un poco y aprovecho a lavarme
M
e muevo en la cama. La habitación está en penumbras. El ventilador agita el aire. Las moscas golpean contra el mosquitero. A través de un postigo, un rayo de sol juega en las paredes a la cal. Es temprano todavía, pero se respira calor. Mi pelo se engancha en la cortina de maderitas. Eso era lo que sentía: aroma a uvas. Mi hermano las funde con azúcar en una cacerola. Le doy un abrazo y me sirve un té. De chicos prometimos que íbamos a abrazarnos todos los días. —Estoy haciendo dulce. Ayer Doña Marta
me regaló como siete kilos. Las trajo de la quinta. El viento mueve las hojas. Una de las últimas plantas que compró Javier acaba de florecer. La Santa Rita necesita agua. —Algo te da y algo te quita —digo en voz alta. —¿Eh? —La Santa Rita. Lo decía mamá. La idea de un día entero por delante resulta demoledora. Habría que sacar los yuyos, remover la tierra de los canteros, poner a secar las semillas de los zapallos y fumigar los jazmines. Imaginación y crítica | Ritmo
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—Ya sé, estás pensando en todo lo que hay que hacer —dice mi hermano. Sirve más té, se suena los huesos del cuello y se mira las manos. Veo el cansancio en su mirada. —Javi, ¿vas a ir a comprar turba? —Primero quiero remover bien la tierra, así después ya vengo y la cambiamos por la nueva. —Mirá que va a cerrar el vivero. Deja su tejido sobre la mesa y la pequeña aguja de crochet resbala y cae bajo la mesada. Está tejiendo un bolsito de hilo turquesa para mí. Un pájaro chilla entre el follaje de las acacias negras y le siguen gritos de otras aves. El sonido rompe el aire cargado de sol y levanta vuelo una bandada, aleteando con fuerza. —Tranquila, hay tiempo. Es cierto. En estos días tenemos luz hasta las ocho, nueve. Me pongo a lavar los platos que quedaron de anoche. No puedo recordar qué comimos. —¿Querés algo del centro? —pregunta. Se puso el sombrero blanco, le da un aspecto exótico. —Traete unas naranjas, así preparo jugo para la tarde. Dejo los platos escurriéndose al lado de la pileta. Al rato lo veo aparecer por la ventana. —Fijate que no se me queme el dulce. En cuanto haga el primer hervor, me apagás el fuego. Ritmo | Imaginación y crítica
En el patio los yuyos crecen por todos lados. La última lluvia los hizo multiplicarse en variedad. Quizá sean semillas de algún árbol. Javier quiere construir una pérgola, así que seguro traeremos un gajo de la parra del fondo para acá, hay que averiguar cómo prende una parra… las hojas van a detener un poco a las semillas voladoras. Abro la canilla y desenrollo la manguera. Al principio, el agua sale hirviendo. Los varios metros de goma verde y blanca transmiten el calor del sol, que comienza a quemarme la espalda. Las baldosas mojadas: el eterno verano de la niñez. El viento en el monte, con sonidos que cambian a cada hora. A la mañana explota burbujeante con las actividades de sus moradores: crujidos, raspajes, serruchos, golpes, roces, martilleos, silbidos, aleteos. Hacia la tarde el trajín de las hormigas merma, la labor sigue en las colmenas, el gorgoteo de los pájaros en las charcas, la confección del nido del bichofeo, el restregar de las alas de la cigarra, los perros que rascan la tierra y se echan a la sombra. Por la noche el monte bulle con la actividad de los nocturnos que casi no producen sonido. El agua forma pequeñas lagunas en las depresiones de las baldosas. Bebo un poco y aprovecho a lavarme. Me enjabono los pies y los brazos. Lavo la ropa que llevo puesta y la tiendo al sol. Entro desnuda. El mosquitero se cierra con un estruendo.
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Cuando escucho el motor de la camioneta, voy hacia la habitación y me pongo un vestido viejo. Entra Javier con una canasta que le pesa. —¿Qué tenés ahí? Él sonríe y me muestra las naranjas, pero en la otra mano sostiene un paquete. —¿Y eso? ¿Qué es? —Qué curiosa que sos. De chiquita eras igual. —Dale, ¿qué es? —Tomá, tomá. Es un regalo. Rasgo el papel. En un primer momento parece una remera, pero después quito el envoltorio de nylon y veo un par de alpargatas. Los regalos me ponen contenta. Javi se agacha junto a mis pies y me las prueba. Noto su aliento cálido, sus manos fuertes y ásperas. —Me quedan justas, no me aprietan ni nada. —Ya lo sabía, ne-ni-ta. Me pongo de pie y hago tres pasos de baile. Empiezo a cantar:
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Nubes en la sierra Walter de Navazio Ritmo |窶!maginaciテウn y crテュtica
1915
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Narrat i v a
w
p atr i c i a
s u á r e z
Por amor a Sigrid
Un cretino la dejó llevándose los ahorros de ambos, otro le ocultó que estaba casado y que jamás se separaría de la esposa por ella. Era tímida en sus expresiones amorosas, reservada.
L
o suyo era el amor. Desde el comienzo fue el amor. Decía que había sido un flechazo el que lo unió a Sigrid, una primera mirada y ya estaba loco de pasión. Todo, le gustaba en Sigrid, absolutamente todo. Ella era su flor pálida, a la que él debía todo su cuidado. Ella estaba enamorada también, eso se entendía perfectamente. Sólo que no lo manifestaba en el sentido habitual, porque había tenido malas relaciones con los hombres. Un cretino la dejó llevándose los ahorros de ambos, otro le ocultó que estaba casado y que jamás se separaría de la esposa por ella. Era tímida en sus ex-
presiones amorosas, reservada. Igual, él mucho no quiso indagar sobre el pasado de su amada; ya se sabe que eso no tiene nada de bueno, la sangre se altera, aparecen los celos. Él solamente quería servirla, y el modo ideal para hacerlo era anticiparse a los deseos de ella. Adivinar los deseos de la mujer amada es un arte digno de un arquero zen. Esta es la mejor virtud de un sirviente y de un esclavo, la servidumbre llevada a niveles de lo paranormal. El no le temía a la esclavitud; en el amor se es un poco esclavo, pensaba él. Esa era su filosofía. Algún día, Sigrid pagaría su solicitud con creces; algún día Imaginación y crítica | Ritmo
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ella se anticiparía a los deseos de él. Había nadie, pero él estaba convencido de que que saber esperar, nada más. Hoy, él la sí. ¿Quién no iba a espiar a una mujer invitaba a cenar, luego dormía en la casa como ella? El siempre le repetía esta frade ella. Antes, en los primeros meses, él se con distintos verbos, que indicaban la llevaba a un hotel, porque es mucho distintas acciones. ¿Qué hombre no demás bonito un hotel, más romántico. A searía a una mujer como ella? ¿Qué homSigrid el romanticismo seguro que era bre no querría acostarse con una mujer algo que la emocionaba; todas se emociocomo ella? Sigrid, la mayoría de las veces, nan cuando tienen un tipo romántico al le sonreía elogiada: él la veía demasiado lado. Pero andando los encuentros, hermosa porque la amaba; los deél prefirió quedarse en la casa de más, las personas comunes, sus ella. Así ella estaba más cómoda, compañeros de trabajo no la conpodía levantarse temprano y hacer sideraban tan hermosa: la veían yoga frente a la ventana donde se más bien normal, le explicaba ella. mecían las begonias. Después ella El hacía una mueca, un gesto, cuanÉl solamente se iba a su trabajo y él se quedaba do escuchaba estas cosas, que volvía quería un buen rato aun. Últimamente, servirla, a su boca un hocico de zorro. No: si iba a dormir con ella, se pedía los demás fingían que ella no era y el modo el día siguiente libre en el traba- ideal para tan hermosa, así entraban en conjo. Después de todo, lo suyo era el fianzas con ella y después se despahacerlo era amor. Su asunto, son metier. Que- anticiparse a chaban con que querían hacerle el dándose en la mañana, la ayuda- los deseos de amor. Si de entrada le hacían zaleba a ella con las tareas domésticas. ella” mas y le mostraban cuán alto se Arregló un asunto de la cañería erguía su deseo cuando la veían del baño, montó una biblioteca desmoropasar, ella correría a la policía, como mínada con unas maderas que ella había nimo, a denunciarlos por pervertidos. arrumbado tiempo atrás, hasta pegó en la Cuando promediaba la mañana, él se poventana el contact color ámbar –en la fenía a cocinar algo para la cena. Para corretería se lo recomendaron porque el merlos juntos, por lo general; él se queámbar y el naranja producen bienestar, daba hasta la noche. A Sigrid le gustaba una sensación de calor de hogar-, porque con locura la comida casera; él había desél estaba seguro de que al otro lado de la cubierto que ella tenía guardado en un calle, alguno la espiaba. Sigrid porfiaba arcón pintado de rosa, un recetario antique no, porque a porfiada no le ganaba guo. De cincuenta años atrás o más: proRitmo | Imaginación y crítica
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Laca china Gregorio López Naguil
bablemente fuera un recuerdo de familia, porque en ese mismo arcón, ella tenía las fotografías de su infancia (él tomó prestada para sí, la de ella con el osito de felpa al que le faltaba un ojo) y la libreta de su casamiento, ésa vez que se casó con el tipo cretino que la dejó en la calle. El, con toda dedicación, le preparaba arroz con pollo. No vaya uno a creer que era una bobada cocinar el arroz con pollo; él que en su departamento de soltero no era capaz de tirar un bife en la plancha con tal de que no hubiera humo u olor, acá se pasaba horas revolviendo el arroz, cui-
1918
dando que no se pegara a la olla o que el pollo no se quemara. Sigrid devoraba el arroz con pollo; arroz con una pizca de curry y el pollo frito y dorado con un vino dulce. Al tiempo se cansó, porque al fin y al cabo, Sigrid era mudable como toda mujer. Después de unos quince pollos que comieron en tres o cuatro semanas, cuando él ya había hasta trabado amistad con la pollera que le elegía los animales, Sigrid le vino con que los pollos estaban llenos de hormonas y le engrosaban la sangre y que además ya no le entraba el pantalón chupín que se compró por julio. Ella, que Imaginación y crítica | Ritmo
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nunca en su vida había visto una gallina viva, le vino con el cuento de la violencia contra los animales y lo obligó a parar. El detuvo la cocina de las aves y en cambio una mañana le llevó el chupín a la modista para que se lo arreglaran un talle. El conocía a la perfección las medidas de Sigrid, así que pudo indicar cuánto debían agrandar la cintura. De paso, le hizo poner unos strass junto a la costura, para que resaltara la peligrosa curva de su cadera. Ella se mostró agradecisíma; ni siquiera notó que él aprovechó para deshacerse de un viejo suéter de tweed que le Ritmo | Imaginación y crítica
quedaba ajustado y una mujer de treinta y cinco años no debe ponerse ya una ropa tan pegada al cuerpo: por una parte, ya se le pasó el arroz para eso y por otra, no es decente. También encontró una camiseta de polo café a rayas, de marca Lacoste o casi, porque seguro el cocodrilo que hace de logo de Lacoste era pegado y la camiseta era falsificada. No encontró la etiqueta cosida a la altura del cuello con instrucciones en inglés y en francés, ni la palabra “devanlay”, que garantizaría que la camiseta era original y no una vil imitación. Era un corte de hombre, talle 40; un hombre, por lo que él pudo dar cuenta, apenas más delgado que él. El día de la limpieza del guardarropas de Sigrid coincidió con la tormenta Adán del marzo pasado, que abatió Buenos Aires la noche entera con rayos y granizo y él no pudo sacar la remera subrepticiamente hasta el contenedor de la esquina. Se limitó a esconderla, sin atreverse a preguntar a quién había pertenecido, para evitar un escándalo y tener la fiesta en paz. Tal vez ella había estado enamorada de ese hombre, tal vez ella había tenido con el anterior expresiones, expansiones amorosas que con él no tenía. Tal vez no era un hombre anterior, sino alguien, podemos decir, reciente, de justo antes de que ellos se conocieran; tal vez podía ser alguien que la visitaba en el secreto justo cuando él no estaba. Podría preguntár-
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selo abiertamente a Sigrid o podría callarlo y pedirle a la vecina, Jessica, ésa que estudiaba agronomía en la UBA, que vigilara quién entraba y quién salía del departamento de su amada cuando él no estaba. Podría pedírselo medio como bromeando y si la chica desconfiaba o se mostraba reacia, darle unos pesos para taparle la boca. También le podía regalar una tarjeta de beneficios que hacían en veinte porciento de descuento en una tienda de calle Florida: capaz que eso a la chica le podía gustar más. Dos o tres veces desde ese marzo se acercó a Jessica con intenciones de hacerle el pedido, pero ella siempre lo rehuía como si le tuviera miedo por alguna cosa. Jamás subía en el ascensor con él, ponía la excusa de que era apenas un segundo piso y que cubría más rápido dos tramos de escalera con las piernas que con el ascensor. La debía intimidar su aspecto a lo mejor o quién sabe si Sigrid, que parecía tan mansa, no había amenazado a la vecina prohibiendo acercársele a él, como si él fuera suyo sola, propiedad privada de Sigrid. Optó esa noche por hacerle un chop suey de vegetales y para eso compró por la mañana un wok que le costó una fortuna. Para colmo de males, lo maltrataron en el bazar, porque derribó una pila de mercadería sin darse cuenta, ya que había querido mareado de la mañana, cuando acompañó a Sigrid en algunas posturas yógicas como
el escorpión, la bananita de costado, la mangosta, el mono, el caracol y el penitente. Esa disciplina era una locura; solamente una mujer flexible como Sigrid podía soportarla. En la mangosta una mano se le resbaló hacia atrás y se dio un cabezazo contra el piso; eso fue lo que le trajo mareos más tarde, justo en el bazar. Confundió la salsa de soja con el vinagre balsámico y entonces el chop suey se volvió incomible. Probó apenas una cucha-
Piai Alejandro Xu Solar Imaginación y crítica | Ritmo
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rada y era demasiado agrio, así que le agregó azúcar de unos sobrecitos que había robado en un bar y tenían frases de amor atrás, tuits de amor. Los robaba para regalárselos a Sigrid. Pero el azúcar ennegreció a los brotes de soja y le dio al plato un aspecto muy raro, poco apetecible. Cuando Sigrid volvió del trabajo él vio con claridad como su rostro se transmutó de la felicidad por la labor cumplida a la de tener que compartir con él una
Ritmo | Imaginación y crítica
1923
velada asquerosa. Tampoco eran lombrices o bebés de culebras, chanceó él, eran simples brotes de soja. Ella insistió que no tenía apetito, que había picado algo en el trabajo. Alguien había llevado magdalenas y de puro aburrimiento ella se había comido media docena. Sigrid estaba mintiendo; era obvio que estaba mintiendo. ¿Quién llevó las magdalenas?, preguntó él y por toda respuesta obtuvo un resoplido y se ocupó en lanzar la cartera lejos, por sobre el sofá. Era evidente que estaba pensando en otra cosa. ¿Quién llevó las magdalenas al trabajo? ¿Quién puede tener ganas de comer magdalenas en una oficina?, con lo desprolijas, lo sucias que son, dejan migas por todas partes, ¿quién fue?, repitió él la pregunta cuidando de modular con corrección. Marta, susurró Sigrid indiferente o lo que es mejor, fingiendo indiferencia. Ella sabía decir que era honesta hasta la brusquedad, pero es claro que esto era un recurso para confundirlo, todas las mujeres, absolutamente todas saben fingir, nacen sabiendo fingir. ¿Marta?, inquirió él. ¿O Aníbal? ¿Marta no estaba enferma y faltó toda la semana pasada? Aníbal, en cambio, siempre está deseando hablarte, compartir algo con vos. O el otro, ése al que le dicen Tato. ¿Tato llevó las magdalenas? Un hombre que come magdalenas no es un hombre de verdad, no le da el pinet para ser hombre. Seguro fue Tato el que llevo las mag-
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Sigrid estaba desabotonándose una blusa con total obscenidad, como si no hubiera un caballero en el cuarto, sino una criada o un perro
dalenas, ¿no es cierto? Sigrid estaba desabotonándose una blusa con tota l obscenidad, como si no hubiera un caballero en el cuarto, sino una criada o un perro. Era para celebrar que le dieron bien los análisis, contestó y se mordió los labios, fastidiada. Ese fue el tiro del final, para él y eso que la adoraba y Sigrid era el amor de su vida; en dos pasos llegó al dormitorio donde ella se quitaba la ropa, la sujetó con rigor de la cola de caballo para obligarla a mirarlo y después le dio una paliza hasta dejarla en el suelo, en la postura del pez, una asana que estimula la función de las glándulas tiroides, paratiroides, pituitaria, pinal y suprarrenales. Quedó tendida así y sin poder levantarse del piso hasta que llegó alguien, un vecino, y la ayudó a incorporarse y tal vez llamar a la policía. Para ese entonces, él ya se había ido, había salido y echado el sufrido wok en el contenedor de la esquina.
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Narrat i v a
w
E s t h e r
Cro s s
La peor Suerte
El camino se había convertido en una pista de arena y el auto patinaba para todos lados, como si estuviera vivo. Mi madre se agarraba al volante con las dos manos y trataba de enderezar el auto con los codos levantados.
F
ue el día de la tormenta de polvo. Mi madre lloraba y manejaba. Íbamos a la clínica del doctor Molinari a ver a Nieves Campero, que vivía con sus hijos domadores y su marido en el puesto pegado a la ruta. Nieves había intentado suicidarse. No era la primera vez. Era lo que quería. Pero esa vez se había prendido fuego. “Vamos al pueblo”, me había dicho mi madre después de almorzar, agarrándome del brazo. El viento se oía como un caracol gigante en la ventana. Había tanto polvo que no se veía la casa, no se veía el monte, no se veía la continuación del camino. Mi madre me dijo que al salir de la clínica iba a llevarme a un kiosco del pueblo. A modo de garantía, sacó Ritmo | Imaginación y crítica
una mano del volante, la metió en la cartera y me dio un par de billetes del monedero, que quedó vacío. No apartó la vista del camino pero al mismo tiempo veía lo que pasaba alrededor. El camino se había convertido en una pista de arena y el auto patinaba para todos lados, como si estuviera vivo. Mi madre se agarraba al volante con las dos manos y trataba de enderezar el auto con los codos levantados. Esa mañana, yo había ido a cazar palomas con mi padre y mis hermanos al monte. Los hermanos Campero y su padre habían pasado con sus caballos y nos habían saludado. Mi padre se había llevado una mano al ala del sombrero y ellos hicieron una especie de
Primavera Eduardo SĂvori
1914
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venia. Uno le dio una palmada al otro en la ¿Por qué los hermanos Campero esespalda y se rieron. taban trabajando como si nada esa mañana Cuando volvimos de cazar, mis heren vez de ir a la clínica? Una vez mi padre manos se fueron con una paloma muerta había dicho que Nieves tendría que maa los galpones. Todos sabíamos que hacían tarse de una vez y mi madre había dicho experimentos en la casilla del motor de luz, “pobre mujer”, a lo que mi padre respondió cerca del chiquero. Después llegaron, co“pobre marido, pobres hijos”. Mi hermano rriendo, para almorzar. Se sentaron a la más chico había contado que los Campero mesa y dieron la noticia: la tarde anterior estaban afuera de la casa cuando ella empujó Nieves Campero se había rociado la puerta gritando, toda prendida de nafta, había prendido un fósforo y fuego –“no se le veía la cara”, había había salido corriendo del puesto, comentado la mujer de Scalesi. Se como una bola de fuego. Mis padres tiró al piso, cayó arriba de una gaya lo sabían y por eso asintieron sin llina y la gallina se murió. Campero Mis padres decir nada. Mi hermano mayor imitó se sacó la camisa y empezó a pegarle ya lo sabían a la mujer de Scalesi, que trabajaba en a Nieves para apagar el fuego. Una, la cocina de la matera y estaba con- y por eso dos, tres veces. Los hijos también. tando todo a los gritos cuando ellos Todos le dieron y le dieron hasta que asintieron andaban por ahí, operando a la pa- sin decir sólo quedó el olor a quemado y el loma. Con una mano en la boca y los cuerpo de la gallina aplastada por nada. labios fruncidos, la mujer de Scalesi Nieves.Y Nieves, “una ampolla roja, había dicho: “es una ampolla roja”, en carne viva”. ¿Por qué se había haciendo mucho hincapié en ampolla pero quemado, por qué no había hecho otra cosa más en roja. También dijeron que había para matarse, para ponerle, como se decía, dicho “en carne viva”, uniendo los dedos fin a su vida? ¿Por qué se llamaba Nieves y en un punto, y “llaga” clavándose las uñas no Nieve? Era como que una mujer se llaen la palma de la mano. mara Rocíos en vez de Rocío. O Violetas. Mi madre no habló en todo el alO Isabeles. Nieves. muerzo. Cuando empezó a llorar, mi padre Mi madre dobló en una curva. Cuando nos guiñó un ojo. Oímos un portazo de pasamos al lado de un Citroen amarillo, que tormenta pero era una falsa alarma y no tenía el capot levantado, trató de ir más desiba a llover. Mi madre empujó la silla para pacio. Un tipo se rascaba la cabeza mirando atrás, se paró, me dijo “vamos al pueblo” y el motor. Por no llenarlo de polvo, mi madre me agarró del brazo. pisó el freno. El tipo quedó adentro de una Ritmo | Imaginación y crítica
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tormenta reducida provocada por la buena voluntad de mi madre. Una vez, Nieves Campero se había colgado de una viga del tinglado del puesto pero como era un poco gorda la soga se cortó. Le quedó una marca en el cuello y estuvo enyesada un mes y medio porque al caerse se había roto una pierna –que “se le astilló toda”, como había dicho la mujer de Scalesi. Otra vez había salido corriendo del templo Evangelista del Barrio Alegre y se había tirado contra las ruedas de un camión que pasaba. El camión frenó, el camionero se bajó y encontró a Nieves de costado, como un embrión gigante, con los ojos cerrados y las manos en las orejas. El camionero tuvo que hacer una fuerza descomunal para separarle las manos de las orejas porque quería que lo escuchara cuando le preguntaba si estaba loca y si estaba bien (Nieves Campero había asentido aunque nunca se supo a cuál de las dos preguntas). La llevaron a la Clínica del doctor Molinari. Le vendaron un par de cortes, le pusieron una pomada en los moretones y “le dieron un calmante para el carácter porque tenía los nervios des-tro-za-dos”, como decía la mujer de Scalesi mirándote a los ojos. El mismo verano en que mi padre pudo comprarse el coche, Nieves Campero abrió el botiquín del baño de su casa de Fortín Olavarría y se tomó todo lo que encontró –“hasta el agua oxigenada y los remedios del corazón y el cerebro del esposo”. La encontraron tirada en la cama, con espuma en la boca –“por el
agua oxigenada”- y en el hospital de Fortín le hicieron “un lavaje con una sonda y salían las pastillas y todo lo que había comido ese mismo mediodía”. En esa parte la mujer de Scalesi negaba con la cabeza, mirando el piso. En casa ya estábamos habituados a que Nieves Campero hiciera esas cosas. Tomó insecticida, quiso tirarse por la ventana del salón de fiestas del hotel El Faro –“la atajaron entre cuatro”. Morirse no era fácil. Mi madre estacionó en la puerta de la Clínica Molinari, atrás de la ambulancia y adelante del Fairline del doctor Molinari. Cuando sacó las llaves del tablero, se agarró de nuevo al volante, bajó la cabeza y después me sonrió. En el pueblo no había tormenta de viento. Sólo el calor. No la conocíamos mucho. Mi madre la había visitado en algunas ocasiones, en una de esas giras que hacía con mi padre para saludar a la gente. La primera vez que fue a su puesto comentó que se notaba que Nieves era maniática de la limpieza. Mis hermanos y yo la habíamos visto sentada en el auto -viejo y largo, lleno de parches de óxido- de su marido que había ido un sábado a la casa con ella para cobrar el aguinaldo antes de ir al pueblo. También la vimos el día que fueron juntos a buscar a su hijo a la estación de tren. Pero ya sabíamos quién era. Queríamos conocerla, verla de cerca. Después de todo, tenía el cuerpo más resistente del mundo. La peor suerte. Y una voluntad de hierro. Las dos veces vimos su cabeza de pelo Imaginación y crítica | Ritmo
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corto, la nariz en gancho. Pero cuando nos acercábamos, Nieves Campero daba vuelta la cara, o porque no quería que la viéramos o porque no quería mirarnos o por las dos cosas a la vez. Seguí a mi madre hasta el mostrador de la entrada. Una enfermera vestida de rosa nos dijo que Nieves estaba en el segundo piso. A la enfermera le faltaba un diente pero ninguna enfermera está obligada a tener una dentadura completa. Subimos por la escalera porque el ascensor no venía. Se oían las ruedas de una camilla. En la puerta decía “prohibida las visitas”. Entramos en la habitación y vimos tres camas. En una, había una señora que miraba el techo. En la otra, había una mujer que roncaba. La momia de la cama del medio era Nieves. Con esas vendas blancas como las nieves. Mi madre se acercó y rodeó la cama. Dijo “hola Nieves” y la miró con los ojos llorosos y la mano en la cintura, sonriendo apenas. La mujer estaba toda vendada. Le habían dejado descubiertos los ojos –tenía los párpados cerrados y no tenía pestañas- y la boca, que ya no tenía labios. Mi madre se sentó en un banco que había al lado de la cama. Me hizo una seña para que fuera y me paré detrás de ella. Mi madre dijo “hola Nieves” de nuevo y Nieves Campero dio vuelta la cara. Mi madre asintió, como si hablara con alguien invisible. Después le dijo a la espalda vendada de Nieves Campero que quería que supiera que la entendía, corrió el Ritmo | Imaginación y crítica
banco para atrás y se despidió. Oímos la voz de alguien en el pasillo. Mi madre me dijo “vamos” y me agarró del brazo. El piso era de goma con aguas de colores. Me di vuelta. Nieves Campero tenía los ojos abiertos y me miraba. Mi madre paró el coche en uno de los kioscos del boulevard. Un hombre limpiaba los vidrios del Banco Provincia. Me bajé del auto y fui al kiosco de la esquina con la plata que me había dado mi madre. Cuando salimos del pueblo, me preguntó cuánto me había quedado de vuelto y le dije que no me había quedado nada. -Te di todo lo que tenía- me dijo, negando con la cabeza. Miró el espejo retrovisor y tomamos el camino de tierra. Parecía que el viento iba a arrancar los postes del alambrado. Vimos la nube de tierra que rodeaba la casa mucho antes de ver la casa. Habían sellado las ventanas y las puertas con trapos pero el polvo se metía igual por todos lados. Esa fue la tarde en que volví a casa con una bolsa de caramelos, que comí con mis hermanos en la casilla del motor. La mujer de Scalesi me preguntó si habíamos estado con Nieves pero en vez de responderle le di vuelta la cara. Fue la tarde de la tormenta de polvo, la tarde en que Nieves Campero me miró fijo. Sus ojos brillaban con la fuerza de la vida.
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G u i ll e rmo
Sa c c oma n n o
el beso del cielo Como todos sus compañeros, militaba en la Juventud Peronista. Fue la única sobreviviente de los diez secuestrados. Al presentarse en el juicio no parecía tener veintiséis sino estar cerca de los cuarenta
Le ocurría algo raro. Anton Chejov 1 a primera vez que vi a María del Carmen Ríos fue en el 85, durante su testimonio en el Juicio a los Comandantes. Ella tenía entonces veintiséis años. Aunque rengueaba como efecto de la tortura y usaba bastón, caminó aplomada. Me llamó la atención la serenidad con que relató su secuestro, los tormentos a que fue sometida como detenida desaparecida. En las casi tres horas en que dio testimonio mantuvo una serenidad conmovedora. Hablaba bajo, hacia los acusados. No increpaba, no lo necesitaba: su voz tenue,
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casi apagada, un rezo, era más admonitoria que toda estridencia. No es la justicia de los hombres, dijo sobre el final. Pero sí el castigo de Dios lo que socavará sus almas, dijo. Amén. Y se persignó. María, nacida en San Justo, era hija de un tornero y una obrera textil. Había cursado el comercial hasta cumplir el ciclo básico. Había caído en abril del 76, a los diecisiete, en un operativo en Florencio Varela, cuando estaba dando clase en una villa. Como todos sus compañeros, militaba en la Juventud Peronista. Fue la única sobreviviente de los diez secuestrados. Al presentarse en el juicio no parecía tener veintiséis sino estar cerca de los cuarenta. El pelo corto, totalmente canosa, alta, caImaginación y crítica | Ritmo
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minaba ligeramente encorvada y tenía esa renguera que le había quedado como efecto de la tortura. Tenía los ojos achinados y hablaba entrecerrándolos, como si mirara desde muy lejos. Pensé que sus rasgos, observados en detalle, correspondían a los de una chica linda, pero el cansancio y la tristeza que emanaba del conjunto la asexuaban. Volví a verla casi treinta años después, con motivo de una crónica que me encargó el diario sobre el desarrollo de una ONG en una villa de Florencio Varela. María era una de las responsables. Saqué cuentas: ahora debía pasar los cincuenta. Sin embargo al volverla a ver tuve la impresión de que, aún con el pelo totalmente blanco, la renguera agravada, los gestos cansados, parecía más joven. Quizá era por la mirada, una mirada entre inocente y bondadosa. Una mirada crédula, anoté. Pero me resistí a emplear el término en la nota. Más que crédula la suya era una mirada de confianza. Le comenté que me acordaba de ella cuando había testimoniado en el juicio. Se sonrió, asintió. Qué memoria, dijo. Fue hace tanto. Le dije que me había llamado la atención entonces su firmeza, su modo de hablar casi impasible. La fe, me dijo. Y el milagro, agregó. Pero del milagro no hablo nunca porque, cuando quiero hacerlo, pienso qué van a decirme. Vieja loca, seguro. Le pregunté a qué se refería. Mejor te lo Ritmo | Imaginación y crítica
cuento en otra oportunidad. Total, no te lo van a publicar. Nos encontramos una semana después, una tarde, en un bar de la Plaza Lavalle. María miró el cielo y comentó que tal vez el cielo estaba preparando un nuevo diluvio. Volvimos a hablar de los juicios. No creía en la teoría de los dos demonios. No los hay, me dijo. Hay sólo un demonio, es el hombre, me dijo. No se arrepentía de su militancia, pero me confesó que sentía haber sido engañada. Pero también ella había sido necia. La pasión de la juventud, dijo. No quería justificarse. No se perdonaba haber creído en la razón de la armas. La edad no atenuaba su responsabilidad. Hablaba de responsabilidad. Ser joven no es un justificativo, me dijo. Sin embargo reconocía que de haber vuelto a nacer habría seguido el mismo camino. Cuando empecé a tomar conciencia de lo que significa el “No matarás”, dijo, ya era tarde. Me contó que en los días en que fue secuestrada ya pensaba hacía rato abandonar la agrupación. En verdad, me dijo, la decisión empecé a tomarla cuando fue el asesinato de Rucci, que no fue una ejecución: fue un asesinato en democracia. Como muchos compañeros yo pensaba que en democracia, con Perón en el país, había que dejar las armas. Pero este pensamiento, que no era mío solamente, no estaba bien visto en la Orga. Las órdenes de arriba
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eran que la lucha armada debía continuar. Si te oponías eras un traidor o un buchón. Te podían fusilar. Esto lo supe después, lo del fusilamiento de compañeros. De tantas cosas me enteré después. Yo nunca tiré ni maté a nadie y aunque alguna vez tuve un revolver, nunca me vi obligada a usarlo, gracias a Dios. Después, cuando fue el ataque a ese cuartel en Formosa, mi decisión de abandonar la militancia estuvo más clara. Me pregunté por los compañeros y los colimbas muertos en el cuartel. Muchos estaban durmiendo la siesta. Tal vez algunos eran vírgenes, como yo entonces. Porque yo era virgen cuando me secuestraron. Como te decía, yo tenía ganas de abrirme de la militancia, pero no me animaba. Sentía que mi compromiso más profundo pasaba por la gente de la villa a la que le enseñaba a leer. El trabajo social era lo que me importaba. Pasión, sentía. Era una monjita abnegada. La hermana María me llamaban los compañeros. No sé si te dije: de chica fui de la Acción Católica. De muy chica, empecé. Quería ordenarme, entrar a un convento, pero mis padres se opusieron. Entonces, cuando pintó la militancia no dudé y me metí con todo. Dieciseis años tenía. Y era virgen, sí. Había un compañero que me rondaba en la Villa, pero nunca pasó nada. Apenas si nos besamos una vez después de una fiesta en la villa. Había empanadas, choripanes y corría el vino. Me sacó a
bailar un lento. Yo no sabía bailar. Evitaba que me acariciara. Cuando con el brazo me quería acercar, lo apartaba. Después Tito me llevó a un rincón oscuro, pero yo no quise saber nada. Le dije que era virgen y virgen iba a llegar al matrimonio cuando estuviera segura de quien iba a ser mi compañero. No quería ofenderlo a Tito con mi resistencia. Insistió en darme un beso. Un beso chiquito fue. Casi un suspiro. Y me gustó que fuera tan delicado. Si te cuento esto del beso es porque para mí fue muy importante, era mi primer beso. El único que yo había recibido antes del otro beso, el beso del que te voy a hablar y que no se lo cuento a nadie. Bueno, lo conté alguna vez, pero no me creyeron. Cuando estuviste adentro y salís y contás muchos no te creen lo que viviste. En mi caso, si cuento esa historia del beso, me miran como si estuviera loca. 2 María me contó que, desde chica, le interesaba más la lectura de Santa Teresa que Louise May Alcott. Lo de Santa Teresa era en serio, dijo. De chica, influida por las lecturas de vidas de santos, Teresa imaginaba que algún día iba a imitar a la santa cuando, todavía una nena, pensó con su hermano viajar a la tierra de los moros y aventurarse, como una prueba divina, a ser martirizada por los musulImaginación y crítica | Ritmo
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Retrato Pedro Domテュnguez Neira
Ritmo |窶!maginaciテウn y crテュtica
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manes. Los padres se opusieron a que los Todo lo que yo podía hacer era poco ante hermanos viajaran a los territorios de Alá. tanta miseria. Había una dictadura, había Como mis viejos buscaron convencerme persecución, había tortura. Y la pobreza de que no me hiciera monja. Lo que ellos en aumento. Me corté el pelo, bien corto. querían era que terminara el comercial, Buscaba la pureza. Y la pureza estaba en los pero los defraudé. Ni me hice monja ni pobres. Morir joven no importaba. Estaba fui perito mercantil. Mi padre está jubiel ejemplo del padre Camilo Torres, más lado y se las rebusca haciendo changas en que un héroe, un santo. un taller mecánico. Y mi madre, como María hablaba bajo y despacio. No tenía modista, aporta lo que puede. Si necesidad de levantar la voz a pesar me hubiera recibido de contadora, del ruido del bar, como si supiera como pretendían, ahora estarían que lo que decía iba a ser escuchado en mejor situación. no obstante las voces, el sonido de Mi militancia en la Acción Cala barra, las bocinas y el tránsitólica fue como si me ordenara. to. Hablaba también lento porque Me acuerdo no tenía apuro, lo que decía, sin Dejé todo por su causa. Me acuerdo de lo que fue ansiedad alguna, disponía de la de esa Nochebuena en que, a la estar ahí, certeza de que la verdad, cuando misma hora, en La Rioja, Angesecuestrada. lo es, llega sin apuro a donde tiene lelli daba su misa de Gallo ante que llegar. un árbol. En el Chaco, también María transmitía una fragilidad Di Stéfano oficiaba parado en una que, me di cuenta, era sólo apacosechadora de algodón el resulrente. Seguía convencida de que tado del Concilio Vaticano II de no había otra opción para cambiar Medellín: la opción por los pobres. la sociedad que no fuera la planteada en De aquel documento surgía la Teología aquel concilio de Medellín, la opción por de la Liberación. Y con ella, los curas los pobres. del Tercer Mundo. Que en nuestro país No pensés que soy una beata. Yo ví el se traducía, si la opción eran los pobres, mal, estuve en sus entrañas, conocí su por el peronismo. Esa noche las misas se último fondo. Declaré, porque era mi repitieron en todo el país. Era la intención deber, en el juicio. Di mi testimonio. Pero de la Iglesia: marcar un terreno donde huno creo que la justicia humana tenga tanto biera un conflicto. Y eso era ser coherente alcance como la mirada de Dios, que es con Medellín. Ni dudé en entrar en la la mirada de la culpa. Los verdugos no Juventud Peronista. Empecé a ir a las villas. Imaginación y crítica | Ritmo
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tendrán paz en esta vida. Una condena a muerte les habría reducido el castigo. No es solamente que me opongo a la pena de muerte. El peor castigo es no poder mirar a los ojos a sus mujeres, a sus hijos. Vayan donde vayan deberán convivir con el miedo de ser reconocidos, que alguna víctima haga justicia por mano propia. Sin embargo, hasta ahora eso no ocurrió, lo que me parece ejemplar. Estuve por decirle que los represores que ahora eran viejos habían sido premiados por Dios con el beneficio del Alzheimer. Y gozaban de impunidad e inmunidad biológica. No se lo dije. María hablaba siempre en el mismo tono, casi monocorde. Sólo se alteraba cuando sonreía con pudor, el pudor de quien perdió los dientes y quiere ocultarlo. Más tarde me lo aclaró: Me los sacaron. No sólo los dientes. También la virginidad me sacaron. Pero la virginidad no es la pureza. Me estoy yendo por las ramas. Y no te cuento lo principal, lo del beso. 3 Me acuerdo de lo que fue estar ahí, secuestrada. No te voy a contar lo que ya conté en el juicio. Cada vez que lo contás volvés a revivirlo. Vuelvo a estar con los ojos vendados. Vuelvo a la oscuridad. Había pausas en los interrogatorios. Entonces recitaba mentalmente: “Acaba ya Ritmo | Imaginación y crítica
de dejarme,/vida, no me seas molesta./ Porque, muriendo, ¿qué resta / sino vivir y gozarme?/ No dejes de consolarme,/ muerte, que así te requiero:/ Que muero porque no muero”. Una y otra vez me repetía esos versos, dijo María. Una y otra vez. “Que muero porque no muero”. Al repetir ahora, en el bar, esos versos, le brillaron los ojos con una sonrisa mansa, como aliviada. Estaba desnuda, quieta, en la parrilla. Pude oir voces de hombres, órdenes, risas. Una voz, me acuerdo, hablaba en inglés. Parecía dar instrucciones. Había, previsible, una radio a todo volumen. Ya no sentía el cuerpo. La boca seca. No, no voy a contar de nuevo lo que conté, pero sí lo del beso. Entonces unos labios se posaron en los míos. No pude distinguir si eran labios de hombre o de mujer. Fue un beso muy suave. Pensé que era Tito quien me besaba. A todos nos habían cargado juntos en el mismo camión. Quizá lo habían traído a donde yo estaba para que cantara lo que yo no iba a cantar porque no tenía nada que cantar ya que era una pichi. Qué información podían sacarme. Ninguna. Seguramente se habían cansado de mí y ahora la habían traído a Tito para que me viera, se apiadara y cantara. Pero no había sido la boca de Tito la del beso. Este beso era más suave que el beso de Tito. Pudo durar un segundo pero para mí fue eterno en su brevedad. Un silencio hondo me envolvía. Ya no se oía esa radio a todo
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volumen que ponían. Entonces Dios me había escuchado, pensé. El beso había venido del cielo. Me había elevado. Y no me acuerdo más. Más nada. María se calló. Pidamos otro cafecito, dijo. Apagué el grabador. 4 Aparecí tirada en un basural. Me encontraron unos pibes. Un camionero me cargó y me llevó al Hospital Fiorito. Después estuve en casa de mis padres, encerrada. No quería salir de mi cuarto. Seguía prisionera. Ahora era prisionera de mí misma. No hacía más que pensar en ese beso. Quién me lo había dado. Uno de los torturadores no podía haber sido. Por qué no, dudé. Pero no, ese beso no era humano, pensaba. Y no había sido tampoco sólo un beso. Era una señal. Por qué de entre todos los que estábamos ahí desaparecidos yo me había salvado. Por qué yo y no Tito. Por qué yo. Me lo preguntaba una y otra vez. Por qué estaba viva. Habían pasado meses desde que amanecí en el basural y seguía encerrada en mi cuarto. Al principio me resistía a salir del cuarto. Me despertaba llorando, temblaba. Estás viva, me decían mis padres. Rezá y da gracias a Dios que estás viva. Me pasaba las horas mirando la pared. Y llorando. No quería salir. Hacía mis necesidades en el cuarto.
Usaba una pelela. Todos los días me traían una palangana. No me bañaba: me lavaba por partes. Mis padres quisieron llamar un cura. Lo hicieron. Pero me negué a abrir la puerta de mi cuarto. Tarde semanas en salir. Si mis padres no me obligaban, yo no comía. Dijeron que iban a buscar un psicólogo. No necesitaba un psicólogo. Me necesitaba a mí. Hasta que un día pude. Y salí. Una mañana, me acuerdo. Empecé a caminar, a caminar, a caminar. Los pasos me llevaban. Horas caminé. Hasta que me encontré en Varela. Volví a la villa. Busqué la gente que conocía. Me trataban con desconfianza. Después me contaron que los compañeros no habían vuelto a desde aquella mañana del operativo. Los milicos también se habían chupado hombres y pibes que tampoco volvieron. Una tucumana me alojó en su casilla. Tenía cinco chicos. Y sin embargo me hizo un lugar. Entonces, despacio, yo volvía a ser yo. Mejor dicho, era más yo. Me busqué un trabajo en una fábrica. Nunca antes había trabajado en una hilandería. Recién entonces llamé a mis padres. Durante esos días de mi ausencia pensaron pensado que me habían desaparecido otra vez. Y pensaron que me había vuelto loca cuando les dije que me quedaría en la villa. Y me quedé nomás. Cuando venía de la fábrica seguía enseñando a leer, ayudaba a todos en lo que podía. Era tanto lo que hacía falta. Ahora comprendía lo que me había Imaginación y crítica | Ritmo
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querido decir el beso del cielo. Si estaba viva era porque tenía que hacer, mucho que hacer ahí. María pidió ayuda a una parroquia cercana, a un sindicato. María no vacilaba en llamar puertas, tocar timbres, hacer antesalas. Es impensable lo que se puede hacer entre todos cuando hay buena voluntad. Nunca tuve una pareja, me dijo. Tampoco lo intenté. Así que no tengo hijos. Pero tengo una familia en la Villa. Soy de ahí. Había anochecido. Era tarde. María me agradeció el café. No cuentes lo del beso, me pidió. No vale la pena. Nadie cree en los milagros. Con la falta que hacen.
Por qué de entre todos los que estábamos ahí desaparecidos yo me había salvado.
La cacharería Jorge Bermúdez Ritmo | Imaginación y crítica
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Narrat i v a
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Jorg e
Paola n to n i o
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almohadones
Toshi, hijo menor del clan Oniduka, tuvo que dejar su pueblo tras los estragos de la guerra y la prepotencia violadora de los marines. Taira mira ya sin ver el retrato de Toshimitsu. Lo conoce de memoria. Ve más bien cómo se marchitó el ramito de tréboles frescos junto a la enorme mandarina. Los puso anoche con la tercera ofrenda del día cuarenta y ocho, pero ya se ven mustios. Han perdido la frescura como la perdió su marido, de un día para el otro, casi siete semanas atrás. La mujercita de rostro lavado deja altar y ofrendas y se dirige hasta su cocina. Es una mañana superlativa. La espera un enorme bollo de pasta de arroz con el que tiene que armar cuarenta y nueve pasteles. Cuarenta y ocho por cada hueso y uno más grande por su cabeza. Aunque el finado no la tenía ni grande ni brillante. Cada mochi será producto de su destreza. Años
cocinando para un marido que nunca olía del todo bien pero exigía en cambio los perfumes y colores y sabores exactos de una gastronomía nacida en alguna isla mayor del viejo reino de Ryukyu. Toshi, hijo menor del clan Oniduka, tuvo que dejar su pueblo tras los estragos de la guerra y la prepotencia violadora de los marines. Con veinte años y en un caserío sin futuro a la vista, lo mejor era subirse a un barco y poner toda la distancia posible entre esas parvas de muertos enterrados en zanjones y una tierra nueva que ofrecía paz y trabajo a quienes quisieran habitarla. Taira, hija única de los Matsu, tenía su misma edad e iba en el mismo barco. Su viaje la pondría a salvo de violaciones Imaginación y crítica | Ritmo
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Gallero viejo Jorge Bermúdez
consentidas a cambio de una barra de chocolate amargo. El joven Oniduka, a diferencia de sus paisanos okinawenses, tuvo siempre rechazo por la costumbre tradicional que los hacía reunirse y consultarse todo el tiempo, como si aún fuesen habitantes del archipiélago. Su relación con Taira estaba hecha de silencios prolongados y siestas interminables donde el sexo era diario en un hecho sudado y con quejidos. Taira se dejaba hacer. Cada vez que la penetraba y gruñía, ella pensaba en qué Ritmo | Imaginación y crítica
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flores silvestres podría esta vez conseguir en los jardines del parque público para sazonar su delicada mermelada. El hijo de los Oniduka no quería hijos. Puntualmente, con un gruñido final, dejaba su semen sobre el vientre de la hija de Matsu. Taira, que siempre había dormido frente al aire del Mar de la China, gradualmente comenzó a reconocer cada aroma tóxico exhalado por solventes y pastas quitamanchas. White Spirit, se limitó a contestar Toshi cuando ella, a la hora de la cena,
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preguntó por el nuevo e inconfundible olor apestoso que ya había comenzado a impregnarlo todo. El hombre, con oficio aprendido de un pariente de su madre, parecía no percibir cómo sus poros ya eran presa de esas nubes de vapor, palancas y válvulas de todo aquel proceso que significaba lavar a seco y tener una buena clientela. Guardaba las ganancias en un cofre de laca al que Taira accedía libremente aunque dando debida cuenta de cada centavo gastado. Cada año, cuando el Día de las Niñas, Taira iba a la fiesta donde comer brotes de bambú simboliza la fortaleza de las mujeres
en desarrollo. No tenía una hija, pero llevaba a su muñeca. Cada año, cuando el Día de los Varones, Taira iba sin su marido pero llevaba en cambio a su muñeco samurái. Para ambas festividades la mujer del tintorero portaba su propia versión de sushi y un besugo que marinaba tres días: ambas preparaciones tenían fama de premiar el gusto y alargar la buena vida. Los participantes festejaban la calidad de los manjares que Taira compartía. Toshi jamás salía de su entorno inmediato. Y solo conocía la visita de sus proveedores y la sonrisa complacida de sus clientes del barrio.
Quietud del lago Américo Panozzi
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Trascurrieron dos décadas. La serena belleza de la mujer de Oniduka se convirtió en un dibujo borroso donde los ojos rasgados y el pelo recogido por una traba de madreperla eran los únicos detalles a divisar. El resto se había ido con los diluyentes y los tambores de las centrífugas del tintorero. Cuando no cocinaba, Taira hacía largas caminatas para conseguir los productos más frescos y de las ferias más alejadas. Y cada tarde, luego de la insoslayable siesta a la que su marido la obligaba, se dedicaba a su tejido de telar. Todas las mujeres de su pueblo habían aprendido a hacer bashofu. En cientos de tardes, concentrada en una sola forma y trama, llegó a tejer noventa y siete almohadones, el número impar más acertado para alcanzar la felicidad y la paz. Una vez que los terminaba, no los regalaba –como sí lo hacía con su dulce de flores o sus pescados escabechados–, simplemente los apilaba en un cuarto desprovisto de muebles. Un cadáver se descompone en cuarenta y nueve días, según la creencia del reino de Ryukyu. Hasta entonces, el alma del muerto no finaliza su estadía en esta tierra. Taira hubiese necesitado que alguien iniciado condujese el ritual de despedida. Pero dadas las circunstancias, no tenía caso. El muerto no contaría con un funebrero en trance a quien transmitir su último deseo. Taira, acompañada por sus muñecos, era la única encargada de que Ritmo | Imaginación y crítica
el espíritu descarnado de Toshi partiese al otro mundo ya para siempre. La mujer verificó que sus pasteles de arroz, los cuarenta y ocho pequeños y el mayor, estuvieran armoniosamente distribuidos en derredor del tanque de la tintorería. Estaba segura que, siguiendo al pie de la letra la costumbre de su pueblo y religión, a los cuarenta y nueve días exactos, la carne de su marido ya se habría separado de sus huesos, allí en el tanque de White Spirit hasta donde lo había llevado a rastras y luego arrojado. Antes había sonreído para sí misma mientras él degustaba sin delicadeza y hasta con hipo la exquisitez del besugo envenenado. Más tarde quemaría la ropa inservible, las sandalias de caucho con las que él pedaleaba frente a la máquina de planchar, la tablilla en la que llevaba sus cálculos, la última y única ofrenda del día cuarenta y nueve: los pasteles y los manojitos de trébol fresco. También el local completo con toda su parafernalia. Quedaría sellada así la definitiva partida del alma de Oniduka Toshimitsu hacia el otro mundo. Eso sí, Taira se llevaría consigo el cofre de laca y los noventa y siete almohadones. Antes debe pasar por la comisaría del barrio para denunciar la desaparición de su marido. Apenas entra al recinto sus ojos se van hasta un afiche que reza: “denuncia toda violencia antes de que sea demasiado tarde”
Ritmo, Voces de Argentina, que habla del aroma del asado, de la paciencia de los gauchos y la alegr铆a y tristeza de las pampas, se termin贸 de imprimir en el mes de mayo de 2015. La edici贸n consta de 500 ejemplares.
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