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ANGKOR, LA MAGIA EXISTE

Texto y fotografía: Adriana Hidalgo Wonder Wanderers Ec

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¿Qué debe tener un lugar para ser considerado mágico?

Hace falta solamente poner un pie en el complejo para entender la magnitud del Reino Khmer. Sus templos son una combinación entre poder y devoción espiritual. Cada uno de los reyes intentaron representar la imagen perfecta de sus dioses en las construcciones. No era una competencia, pero uno lo hizo mejor que otro. Gracias a eso, hoy tenemos más de 200 templos hinduistas y budistas conviviendo en la selva de Camboya.

Bayón, el centro de la constelación de templos, es una mezcla de historia y simbolismo, más conocido como el Templo de las Caras por las 200 esculturas faciales de Budha colocadas en los pisos superiores del templo. Las más de 11 mil bailarinas talladas en las paredes acompañan el camino duro y caluroso hasta el mayor atractivo. Son más que piedras gigantes, no solo son caras, cada una de ellas tiene su propia expresión, como si quisieran decir algo.

En el corazón del bosque, el paso de los siglos creó una simbiosis entre la naturaleza y las construcciones. Envueltos en las raíces de gigantes árboles, aparecen tímidas las ruinas, y el olor a incienso se apodera de este laberinto de piedra.

Angkor Watt es el templo religioso más grande. Por fuera, impecable. Por dentro, aún mejor. Cada una de las piedras colocadas en este templo está tallada y decorada. Fue construido con tanto cuidado que el viento refresca cada una de las salas de meditación y aísla el sonido. Desde las torres se puede ver todo el complejo, que, si bien ahora es uno de los mayores atractivos, en época de guerra, era vital. Las 82 hectáreas de construcción están decoradas con su historia, con sus leyendas y con plegarias, las tres cosas más importantes para el pueblo.

Se necesitan al menos siete días para completar el circuito más grande, pero tomarían meses o años para poder apreciar la majestuosidad de cada rincón. Angkor es tan especial por su metamorfosis: de orgullo del imperio a víctima de saqueos, incendios y el olvido. Hoy por hoy, ha vuelto a la vida. El complejo es visitado por millones de turistas al año que caminan entre las estatuas decapitadas por los enemigos del reino, buscan sombra en los templos y ríen con las travesuras de los monos. Ha recuperado su mística, pues es sitio de peregrinación para los camboyanos, que tras siglos de guerras y condiciones de vida muy duras encuentran paz y esperanza entre las ruinas.

Angkor Wat tiene la perfección constructiva del Taj Mahal, la imponencia de las Pirámides de Giza, los detalles de las joyas de los reyes y la energía de cientos de monasterios. Es magia. Explorarlos es una de las cosas que hay que hacer antes de morir.

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