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Experiencia Hacienda El Rejo

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A tan solo 45 minutos de la ciudad de Quito se encuentra la hacienda El Rejo, en la población de Machachi.

Decidimos realizar una experiencia en sus instalaciones durante tres días, que al fin quedaron cortos, lo cual ya habla del éxito de la misma.

La afición a los caballos y las faenas del campo fue lo que nos motivó en esta ocasión. Ya habíamos conocido la hacienda con anterioridad y encontramos el lugar perfecto para relajarnos y abstraernos de la cotidianidad de la ciudad.

El clima fue perfecto. El verano nos trajo días soleados y despejados, detalle a tener en cuenta para mantener el cuerpo bien hidratado y un bálsamo para los labios que se resecan rápidamente. Las madrugadas y noches son bastante frías, esto invita inevitablemente al recogimiento al rededor de una cálida fogata todas las noches después de la cena.

Normalmente no permito que mis hijas monten libremente a caballo, su gran afición, pero encontramos en este lugar el ambiente ideal para, con seguridad, permitir que se diviertan. Las caballos son muy bien acostumbrados y mansos y los espacios destinados a esta actividad son seguros y amplios al mismo tiempo.

Pocas cosas se comparan a una cabalgata a primera hora de la mañana. Después de un suculento desayuno campestre ensillamos nosotros mismos nuestros caballos bajo la supervisión de Francisco Tamariz, propietario de este precioso lugar. Recorriendo chaquiñanes y campos, observamos las faenas del campo mientras nos alejábamos hacia la montaña. Es sinceramente difícil de describir la experiencia, es una de esas cosas que hay que vivir para contar. No toma mucho tiempo el olvidar que la ciudad y la tecnología existen. Lo importante es mirar, respirar y disfrutar del sencillo hecho de vivir.

Las actividades que este lugar ofrecen son suficientemente variadas al mismo tiempo que sencillas. Alimentar a los becerros recién nacidos es el deleite de los más pequeños, aunque los más grandes no seamos capaces de decir en voz alta que nos encantaría tener uno en casa. El ordeño y sus faenas son divertidas y junto a Francisco aprendimos mucho sobre la industria de la leche y sus procesos.

Cuando no montamos a caballo, disfrutamos entre otras cosas de la granja de animales de corral. Mis hijas, claro, soñaban con poner una propia en su jardín. Luego el ping pong, el billar y los juegos de mesa eran el preludio a las suculentos almuerzos. Los mejores cortes de carne están a disposición del visitante, se preparan sencillamente al carbón, como debe de ser, acompañados de vino y deliciosas ensaladas.

Las noches vienen acompañadas de sopas serranas, quinua, papa, aguado de gallina y claro, un delicioso y tradicional pristiño.

Junto a mi familia, no podemos esperar a volver. Es una experiencia a repetir. El servicio es excepcional y la hacienda está ubicada en un lugar privilegiado, esta es una inversión de tiempo que vale la pena para vivirla en familia.

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