COLUMNA
Decidir, resolver y educar en ello
Por Roberto Balaguer
“En rigor, no tomamos decisiones, las decisiones nos toman a nosotros.” José Saramago “Voy a estudiar más, voy a adelgazar, vamos a hacer más cosas juntos”. Fin de año suele decorarse con deseos y planes a futuro. Por eso, hoy dedicaremos nuestra columna a reflexionar sobre cómo resolvemos problemas y tomamos decisiones en el día a día. De hecho, la cotidianeidad se compone de una suma de momentos en los cuales -a veces más claramente, otras no tanto- debemos elegir. Tomar decisiones implica, a la vez, ser capaces de tolerar la incertidumbre, visualizar y elegir caminos, dejar atrás opciones, asumir ciertos riesgos. Es curioso que cuando tenemos que decidir, la mayor parte del tiempo nos consideramos a nosotros mismos seres racionales, dueños absolutos de nuestro rumbo. Vernos de esa forma nos hace sentir bien, en control de nuestras vidas. Nos imaginamos como capitanes que timonean sus destinos con conductas equilibradas, medidas, planificadas y sobre todo… racionales. ¿Pero es esto realmente así? ¿Funcionamos verdaderamente de esa forma? A la hora de examinar nuestras decisiones, advertimos que la vida real es bien distinta a ese estado de cosas que anhelamos y que no siempre transcurre de esa manera imaginaria, sino más bien, por el contrario, nuestras decisiones se basan en algunas variables que, en ocasiones, inclusive, desconocemos. Y así sucede que en lugar de decidir, podríamos decir que “somos decididos” por fuerzas ocultas. Y no me refiero con ello a pulsiones psicoanalíticas, a mecanismos freudianos inconscientes, sino a ese tipo de formas que tiene nuestra mente de tomar decisiones, donde la consciencia no es siquiera consultada. A veces ésta solo le pone la firma al camino elegido, pero no es quien ha decidido verdaderamente.
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En ocasiones, incluso primero optamos con nuestro cuerpo y antes de saberlo conscientemente, ya hemos decidido, como muchos experimentos científicos así lo demuestran. Alguien mueve los hilos del capitán, aunque sus manos estén sobre el timón. Un psicólogo que ha trabajado muchísimo con todos estos temas tan interesantes es el colega israelí Dan Ariely. Sus estudios nos han revelado los sesgos que tenemos a la hora de decidir, aun siendo expertos en un área. Es lo que Ariely denomina las heurísticas, los atajos que toma la mente, que nos hablan de lo predeciblemente irracional de nuestras elecciones. Son, de hecho, atajos que nuestra psiquis toma a la hora de enfrentarse a los diversos problemas. Elegimos algo no porque nos guste más, sino porque es conocido y entonces nos parece ¨mejor¨, o porque hemos quedado anclados a una idea y ésta condiciona nuestras restantes decisiones, aunque esto no tenga el menor sentido ni remota racionalidad. Esa falla ni siquiera es algo personal, individual. Lo que parece no funcionar correctamente es el software humano que utiliza determinadas reglas en su ejecución, que en ocasiones colaboran y en otras, significan un obstáculo para llegar a buen puerto. Son las mareas de ese mar donde navega nuestro capitán y su barco. Dime cómo abordas un problema y te diré… Podemos hacer el ejercicio de dividir a las personas, al menos en dos grupos a la hora de enfrentar los problemas. Las que entienden que un problema es un obstáculo para seguir adelante y aquellas otras para las que un problema representa un desafío, una oportunidad de poner a prueba sus conocimientos actuales y su poder de resolución. Para las del primer grupo, un problema es algo que compromete su autoestima y la hace sentir menos inteligente, en la medida que no puede resolverlo rápidamente. Se pone de esa forma en juego su valía, su autoestima, su capacidad y por tanto, estas personas, en general, huyen de aquellos escenarios donde esto pueda suceder. Para los del segundo grupo, un problema es algo genial, un desafío a sus conocimientos actuales, no a su ego. Es la adrenalina de la tormenta perfecta. De este modo, un problema pasa a ser para unos, un desafío, al tiempo que para otros significa un “dolor de ego”, según cómo lo abordemos y esto ya de por sí, es interesante para pensar nuestras formas de resolver problemas cotidianamente y más si se acerca fin de año y nuestros planes son… grandilocuentes. ¿Qué regalar como padres y educadores? ¿Qué podríamos hacer como padres y educadores para ayudar a nuestros jóvenes en sus vidas? ¿Cómo evitar transformarnos en eso que el psicólogo Howard Gardner denomina “padres helicópteros”, esos adultos de la actualidad que constantemente acuden a ayudar a los hijos en cuanto les surgen los problemas en lugar de darles espacio y autonomía para que ejerciten su criterio? Ese es precisamente uno de los problemas que aquejan a los Millenials, la falta de autonomía de estas generaciones, donde los padres somos claros y declarados cómplices. La toma de decisiones forma parte de un conjunto de habilidades que tienen que ver con situarnos donde verdaderamente queremos estar. Es un músculo que se ejercita en la acción, que se fortalece con la experiencia. Optemos por hacer de nuestros hijos buenos tomadores de decisiones, especialistas en resolver problemas. Démosle confianza y autonomía para ello. Escuchémoslos más a ellos que a las voces adultas de los grupos de WhatsApp. No es una mala decisión para tomar este diciembre. Ayudémoslos a conocerse y entenderse y así a ser mejores decisores. Sin duda, será un gran regalo no solo para esta Navidad, sino para todas las restantes.