La arquitectura como respuesta a la mala calidad del aire Por: David Ocampo Alumno del último año de arquitectura en la Universidad de Montemorelos en Nuevo León, México.
“¿No es ilógico?, creíamos que teníamos tecnología, que estábamos progresando, sin embargo, sólo llenamos con un velo nuestra ciudades, el cual sólo nos cubre la mirada, para no darnos cuenta de lo que nos ha arrebatado; enfermaron nuestros niños y desfallecieron nuestros ancianos, las calle se quedaron vacías y nuestras ciudades enfermas, todo por culpa de aquel velo del cual nunca quisimos mirar…” Desde décadas atrás, una innumerable cantidad de fuentes y autores, han advertido sobre las grandes dificultades a las que se enfrenta el ser humano y el medio ambiente, derivadas de un hábitat en deterioro. Si centrásemos la mirada en uno de los temas más importantes de la actualidad en materia de salud ambiental, la crisis en la calidad
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del aire sería uno de los más primordiales. Los crecientes efectos de la contaminación del aire, comúnmente en las grandes ciudades, son cada vez más graves y notorios, junto con sus afectaciones tales como perder la visibilidad del horizonte debido a la mala calidad de aire, irritaciones en ojos y garganta, incapacidad de realizar ejercicio o actividades al aire libre, tanto para niños, adultos o ancianos. La mala calidad del aire pareciera arrebatar nuestra vida con cada suspiro. Diversas son las implicaciones que se han observado y estudiado en las últimas décadas, logrando que distintas instituciones internacionales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), advierten sobre el aumento de las defunciones causadas por la contaminación del aire, como se mencionó en un artículo del 2016, el cual exponía que 6 millones de personas murieron en un año, por causas relacionadas a la mala calidad del aire. Ante esta creciente crisis de salud en el hábitat, se planteó una solución experimental, ligando la problemática del bajo nivel de salud provocado por la mala calidad del aire con una posible respuesta lograda por el quehacer arquitectónico, donde se abre al debate el cuestionamiento del papel que juega la arquitectura en el possible mejoramiento de la salud, proponiendo que este puede ser propositivo.