revista turba
foto: Jimena Valdez
Por Christopher T. Gaffney / Traducción: Victoria Cotino Profesor
de
la
escuela
de
posgrado
de
arquitectura
y
urbanismo
de
la
Universidade
Federal
Fluminense.
Una cuestión de clase D
esde junio de 2013, millones de personas marcharon en decenas de ciudades para expresar sus demandas y su descontento. Son las mayores y más impactantes acciones sociales colectivas en la historia brasileña. La mayoría de los manifestantes de las protestas son menores de 35 años y pertenecen a una generación que ha experimentado (como adultos) únicamente regímenes democráticos y transiciones pacíficas entre un gobierno y otro. Han gozado además de un crecimiento económico constante y cada vez mayores opciones para el consumo, en medio de una sensación general de optimismo sobre su país. El volumen y la agresividad de las protestas sorprendieron al gobierno y a los medios. Si el caso de Brasil es tan exitoso, ¿por qué tanta gente está pidiendo un cambio?
Las protestas en Brasil cuestionan las promesas de inclusión social luego de una década de crecimiento económico que no ataca las desigualdades estructurales. Una radiografía sobre el fenómeno que revela las tensiones existentes al interior de la pujante y heterogénea clase media brasileña; con el descontento alimentado por las inversiones del Mundial 2014.
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El modelo de desarrollo económico, primero con el gobierno de Fernando H. Cardoso y después con Luiz Inácio Lula da Silva, ha sido destacado como un ejemplo a seguir por otros países en América Latina. Visto de afuera, Brasil parece un país progresista, con amplias posibilidades de justicia social. Las exitosas luchas del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) e iniciativas como el presupuesto participativo y el Foro Social Mundial son algunas evidencias a favor de ello; y el ascenso al poder del Partido de los Trabajadores (PT) fue la consagración de esa tendencia. Sin embargo, luego de 11 años de gobierno, muchas promesas continúan sin cumplirse. El PT había asegurado que la nueva era de estabilización y crecimiento sostenido iba a traer beneficios para todos los ciudadanos. Algunas de esas promesas de distribución se cumplieron para los sectores más pobres a partir del programa Bolsa Familia (cuyo presu-
puesto en 2012 era de más de 20 mil millones de reales, 9.2 por ciento de su PBI). Al mismo tiempo, el aumento del crédito y una cultura de consumo creciente crearon optimismo en todo el espectro social: los ricos se volvieron más ricos y la clase media se expandió. Mientras que la pobreza extrema ha disminuido sustancialmente en los últimos años y esto merece ser elogiado como uno de los mayores logros del PT, las rígidas estructuras sociales se mantienen en pie: no hay evidencia demostrable de que la desigualdad haya sido reducida de forma significativa. De las veinte mayores economías del mundo, Brasil está en lo más alto (lo peor) del ranking del coeficiente de Gini que mide desigualdad en el ingreso.
El Mundial traerá nuevas olas de protestas y creará solidaridades a nivel nacional que van mucho más allá del fútbol. Las clases A1 y A2 no están en la calle protestando, puede que estén muy ocupadas haciendo compras. Un analista de Goldman Sachs dijo recientemente que Brasil ha gastado sus ahorros en Disneylandia. Los brasileños, en los últimos años, han sido responsables de la subsistencia del sector inmobiliario en Florida y son el mayor grupo consumidor de la Quinta Avenida de Manhattan. Esto significa que en vez de tratar de mejorar las condiciones en su país, al tener la oportunidad y el dinero, los brasileños ricos buscan alejarse de su propio país. En 2012, los brasileños compraron bienes y servicios por más
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