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Un Fracaso Escrito En Los Astros
Por: María P. Restrepo
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No intenté hacer arte sola, como tantas personas que estudian artes al entrar a esa primera universidad donde comienzan su formación, pues imaginaba pasar mi vida profesional encerrada en un taller pintando y luego vendiendo esos cuadros; la peor parte fue que, de alguna manera, lo logré, y luego me di cuenta que, al hacerlo, había fracasado en mi intento de ser artista.
Hasta el día de hoy no tengo claridad de las razones que me llevaron a estudiar artes, parecía algo natural, literalmente escrito en los astros, o eso me dijeron esa vez que me hice la carta astral: “tienes a Júpiter de por vida en tu casa de la creatividad” . “Será por eso que a veces digo que nací con un crayón en la mano”. El caso es que, después de un intento fallido de estudiar una ingeniería, encontré el camino hacia el arte, pero no fue fácil, y no porque aprender a dibujar, pintar o esculpir sea difícil, que hay mucho de eso, sino porque el arte es un proceso que cuestiona constantemente y al final termina una preguntándose, cada día de la vida, por qué escogió este camino tan espinoso.
Cuando finalmente me gradué de la segunda universidad donde estudié artes, aún no sabía por qué había escogido esta carrera, entendía que un deseo y un impulso que yo no controlaba me habían devuelto siempre a este camino, pero enfrentarme al mundo laboral significó un estrellón para el que yo no estaba preparada. No sabía qué hacer con mis conocimientos, no sabía qué hacer con mi obra, no sabía qué hacer con mis reflexiones, no sabía qué hacer con mi cartón, en síntesis, no sabía qué hacer. Me puse a pensar nuevamente por qué Artes Plásticas y no otra cosa, cuáles eran los detonantes que habían encendido esta necesidad de hacer arte, y fue entonces cuando me encontré con la ilustración, porque fueron los libros y no los cuadros los que me enamoraron de la imagen. Así fue como decidí dedicarme a la ilustración, y adivinando que era ésta una labor solitaria, renuncié a todo y me encerré a producir por años: hice eventos, exposiciones, ventas de garaje, vendí productos ilustrados, retratos, cuadros, asistí a ferias, mandé portafolios, administré mis redes sociales, en fin, hice todo lo que hay que hacer para ser ilustradora. Es verdad que muchas veces me sentí sola, me aburría, me sentía desconectada de mi propio trabajo, sentía que el cerebro se me secaba de tanto producir y producir, a un ritmo que me dejaba agotada, tenía tres empleos al mismo tiempo: era ilustradora, vendedora y comunicadora. Pero nunca me cuestioné nada, tenía claro que era el precio que había que pagar por el éxito en esta labor, además no estaba dispuesta a echar a la basura los siete años que llevaba invertidos en ese proyecto de vida, que ya me había dado la satisfacción de publicar mi primer libro ilustrado.
Afortunadamente todo se vino abajo. Realmente no hubo una razón en concreto, simplemente todo se fue desmoronando a mi alrededor. De pronto dejaron de llegar encargos y se cancelaron proyectos, los clientes desaparecieron y las deudas empezaron a ser más grandes de lo que yo podía pagar, las cuentas apremiaban, hasta que finalmente tuve que hacer lo que nunca había querido hacer: bajar los brazos y aceptar la derrota. Por tercera vez en mi vida tuve que meter todas mis pertenencias a una bodega y entregar mi casa para irme a vivir con una amiga, apenas con lo que llevaba dentro de la maleta. Estaba tan aporreada que no me quedaban fuerzas para tener orgullo, así que acepté dócilmente la ayuda de mi familia y amigos, me dejé llevar. Unos meses antes habría opuesto una resistencia acérrima, pero ahora no me quedaba más que apoyarme en otros.
Fue entonces cuando, más por inercia que por convicción, empecé a hacer proyectos
colectivos con mis amigas y encontré una osadía que no sabía que existía en mí. Empecé a pensar otra vez, a cuestionarme, a resistir, a rebelarme. Ya no estaba agotada por el trabajo, ya no estaba haciendo sola la función de tres, ya no estaba alienada por un mundo que exige trabajar hasta reventar. Trabajar con otras y por otras me devolvió la capacidad de ser crítica, de hacer cosas más grandes, de ser ambiciosa, de ser exitosa. Ya no tuve la necesidad de vivir solo para pagar las cuentas, de hacer solo para vender, de ignorar mis recelos ante un futuro oscuro. La solidaridad me permitió renacer y la colectividad, crecer, reflexionar, ser mejor artista, ser yo.
Cuando les pregunté qué significaba para ellas que hiciéramos arte juntas me respondieron: “Trabajar en equipo es unir conocimientos, energías, apoyo; es compinchería, desahogo… Es paciencia, pero sobre todo mucha satisfacción y tranquilidad de saber que cuento con su apoyo. Además se convierte en algo muy profundo, donde se crean fuertes lazos que van más allá de los proyectos y se convierten en redes de apoyo”. Tanto para ellas como para mí, que trabajemos juntas es un constante aprendizaje, que nos permite reconocer las diferencias y crear un sistema en el que todas somos importantes y valiosas.
Yo no soy sin ellas y ellas no son sin mí, juntas podemos ser una mejor versión de nosotras mismas, como dice Jeka: “nos ha liberado de emociones absurdas, como la necesidad de querer hacerlo todo, de creer que una sabe todo”. Por eso no creo en una versión de mi historia donde yo soy la única protagonista y me salvo sola, donde yo soy la única heroína que vence todos los obstáculos y al final es premiada con la posibilidad de hacer arte en soledad, porque yo traté de hacer arte sola y fallé, y al fallar encontré que el arte, cuando se hace en colectivo, significa más y resuena más fuerte.
CUENTOS & CO UN EMPRENDIMIENTO QUE RENACE
Por: Gloria Rosario Agudelo