4 minute read
Micromundos
Por: Daniela Alvarez Arias
Advertisement
Desde pequeña los pinceles acudían a mi mano, como un auxilio de la realidad que me rodeaba, tuve múltiples clases de pintura y sin ponerlo en palabras sabía que me relacionaría por largo tiempo con las expresiones artísticas. Hasta que en los últimos grados del bachillerato: los profesores, tías, mis padres, y todos los adultos a mi alrededor, me sugerían otros oficios de mayor seguridad económica. Y así fue como, poco a poco, persuadida por el miedo, elegí estudiar ingeniería agronómica. Imaginando que podría fácilmente visitar fincas todos los días en un jeep rojo, vivir en las afueras de la ciudad, tener plata y poder pintar los fines de semana.
Elegir nuestro destino, elegir qué queremos ser dentro de 3, 5 ó 10 años, proyectar nuestra vida con base a películas, literatura, sueños rotos de nuestros padres, o la situación económica actual del país, es la manera como en mi caso se examinaba y se tomaba una decisión tan trascendental. Tener en cuenta casi todo, menos observar nuestras aptitudes, destrezas o valorar oficios sencillos que nos alegran el día, de esas labores que nos llenan y nos nutren de manera íntegra. Sentí que desperdiciaba el tiempo confundida por lo que realmente alimenta y construye una comunidad. Es esta la conversación mental que tuve por años, mientras estudié los tres semestres de ingeniería, mientras me cambié de carrera en el 2010, y sentir que estaba cometiendo un gran error, hasta que inicié en la misma universidad, materias de arte en las que los profesores me la pusieron dura y cruda. Para, finalmente, demostrarme 39
y agradecerles que el camino de las artes estaba abierto para mí. Terminé en el 2015 materias, ya había tenido experiencias laborales, había decidido pasar de la pintura a la fotografía y el video, me había ganado un intercambio cultural a la USA, mejor dicho, sentía el triunfo profesional. No obstante, en el fondo seguía sintiendo una cierta insatisfacción por el mundo laboral, tratando de comprender la manera en cómo yo podría tener un trabajo independiente más fluido para pagar todos los gastos mensuales.
Estas preocupaciones que eran conversaciones casuales con mis amistades, me llenaron de inspiración para contar las historias de cómo se desarrolla una idea creativa, de todo lo que hay detrás de una imagen, entremezcladas de historias familiares, rutinas y muchos espejos de mi propia historia. Así que comencé por puras ganas de ver materializada esa sensación, grabando la historia de una amiga ilustradora. Ella siguió la ruta de su intuición haciendo su propio camino, enfrentada a muchos retos y dificultades, pero concentrada y segura de que dibujando podría lograr solventarse económicamente y sentirse libre. Por ahí comenzó a tomar forma los videos de Rio Interminable, el proyecto audiovisual que se ha ido expandiendo a su ritmo, con diversas personas creativas, de tipo literario, pictórico, musical y dancístico. Con la influencia de lo experimentado en agronomía fusioné imágenes de la naturaleza, me llaman la atención sombras, reflejos y primerísimos planos de las nubes, el agua o simplemente la primera planta vistosa que se atraviesa al andar, característica principal que aún se manifiesta en mi obra. Muchos de estos videos eran intercambios, trueques magníficos que no daban para pagar mis necesidades básicas. Yo buscaba remuneración, y las oportunidades que se me presentaban eran de profesora, eso al principio fue incómodo, porque se me daba tan bien dar clase, era como si hubiera estudiado pedagogía, pero cuando veía a alguien con cámara y trípode en mano trabajando para Telemedellin o alguna productora audiovisual, se me retorcía una tripa, también quería estar inmersa totalmente en producciones audiovisuales, pero, por más que me fui a estudiar a Cuba, mandar hojas de vida a productoras, o entablar relaciones con personalidades del medio cineasta, no sonaba el teléfono para trabajar.
Una ambigüedad que reconocía de años atrás, pero esta vez pude comprender que, a veces, es mejor quedarse quieta y ver las señales, observar en dónde realmente me necesitaban otras personas. Yo quería pertenecer a algo grande, e ignoraba que la grandeza me la daba acompañar micromundos, personas sencillas que buscan una guía para expresarse. Continué dando talleres cada vez más enfocados a la fotografía y en el 2018 pude tener hasta tres trabajos a la vez dando clases, en cada experiencia satisfecha y con la fluidez suficiente como para independizarme y compartir casa con mi pareja. Esta estabilidad trajo el regalo de recibir una bebita en mi vida, otro gran giro que es prioridad para mí. Desde entonces sigo haciendo videos para creativos que me inspiran y se vuelven grandes amistades, bajo el símbolo del trueque, lo que me permite continuar investigando formas, colores y abstracciones de la imagen, y a la vez brindo talleres de fotografía que me materializa la prosperidad.
“ Desde la agronomía alimentas al cuerpo y desde el arte, alimentas al alma”, me dijo alguna vez la maestra Elena Vargas en una revisión de mi proceso artístico, y hoy veo la huerta en el patio de mi casa, con la cámara en mano, y una sonrisa insospechada en mi rostro, fascinada por el azul zafiro del cielo.