40 | REVISTA VOZAL
La hermenéutica del polvo
Por: Mónica Eraso
Parece que andar leyendo señales en todo, que buscar sentido –¡y encontrarlo!– en los pequeños sinsentidos de la vida, es un síntoma de locura. Creer, por ejemplo, que la envoltura del chicle que encontramos en la calle está ahí, justo en el momento en el que bajamos la mirada, para decirnos algo y obsesionarnos con descifrar cuál es su mensaje, recorre los bordes de la sin razón. Pensar en la marca del chicle: “Tumix”, en el color de la envoltura, en el modo en el que los dobleces del papel deforman la palabra para crear una nueva: “Tú” y esmerarnos por interpretar qué hace un “tú” escondiendo el “mix” en un mugriento papelito amarillo y conseguir construir con todo ello un relato más o menos coherente que, aunque parezca muy racional, no lo es. Eso parece, pero también que sin buscar sentido en la nada la vida se nos haría un abismo, un agujero negro con una fuerza de tracción tal que levantarnos cada mañana de la cama sería una tarea imposible.
Parece que una de las cosas de esta especie es que andamos por el mundo fabricando interpretaciones, sobre todo. Y me parece que, en este tiempo de encierro, de miedo y de falta de certezas, esas habilidades humanas resurgen con toda la fuerza y agrietan el vacío –de tiempo, de lenguaje y de futro– en el que estamos habitando. Como si la humanidad se hiciera visible en esos rasgos de locura que habíamos relegado a los privilegiados –los poetas– o a los despojados de parte de aquello con lo que nos hemos definido como especie: la razón. He visto fotos de varias personas en Facebook encontrando ojos y bocas en llaves de agua, rostros humanos en las motas de pelo, en las grietas de los muros, en el polvo, en las cáscaras, en los enchufes y los cables. De repente el espacio de confinamiento, para quienes nos confinamos en la casa, se vuelve un lugar de locura o de humanidad. Las cosas pequeñas empiezan a revelarse como cosas dignas de interpretación. La