REVISTA VOZAL | 83
¡Ahí viene la marimba!
Por: Ana Karen Jiménez
En Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en uno de los sures de México hay una preferencia musical. Ya sea por tradición o por elección, la marimba es uno de los instrumentos representativos del imaginario colectivo de Chiapas, y en este caso de Tuxtla Gutiérrez, o dicho de otra manera, Tuchtlán, tierra de conejos. Aquí la idea vendida de la metrópoli, la del progreso, con sus rascacielos y una inmensa cantidad de habitantes desconocidos, no alcanzó sus albores, aún y a pesar del confinamiento, podemos encontrar músicos, o no músicos, tocando al son de la marimba. Afuera, en las calles, en las banquetas de las avenidas o de algún barrio, a lo lejos o a lo cerca, el sonido de las maderas puede entrar en tu hogar. ¡Qué buena aventura tenemos en la tierra de los conejos, sorteando las tristezas, la incertidumbre, la angustia con la grata sorpresa de la marimba! Es efímero, pero puede ser todo en este momento. Las y los vecinos salen desde sus ventanas, algunos abren sus puertas, sacan sus sillas a la banqueta para escucharlos, piden canciones que les conducen a sus viajes de recuerdos. Algunas, como mi mamá, le marca a mi abuela, quien está en su pueblo, lejos de esta casa-que es tú casa-, y entre saludos le permite que esa música recorra el oído de mi abuela. Quizá no me explico bien, pero es que escuchar a la marimba afuera de tu casa, ver a esos señores cargando en sus hombros la pieza de madera, que es pesada, recorriendo calle por calle, tocando melodías que te transportan inevitablemente al bailable de tu escuela, al cumpleaños de algún familiar, a los parques de tu ciudad, a la radio de siempre, todo eso es demasiado. En esta labor de esos señores, que van con sus camisas de manga corta, sus gorras para protegerse de los rayos del sol y sus bolsas a un costado, se les nota en su andar un sentir de no dejar de tocar y no es el propósito banalizar ese acto, porque también es una forma de subsistir, de ganarse unas