Cómo nos toca la guerra No. 20

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Primer Semestre de 2017

¿CÓMO NOS TOCA LA GUERRA?

Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Estudios Ambientales y Rurales Maestría en Desarrollo Rural Fotografía: Amanda Orjuela

Crónicas

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Presentación

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reguntarnos cómo nos ha tocado la guerra en estos tiempos en que soplan vientos inciertos y esperanzadores de paz y se habla con facilidad de postconflicto sigue teniendo, a mi parecer, un lugar importante. Y muy seguramente lo seguirá teniendo, pues quedan muchas historias por contar, por reelaborar, por comunicar. Con frecuencia, esos recuerdos marcados por el dolor, la tristeza y la angustia los hemos engavetado cuidadosamente en los rincones menos visibles de nuestra memoria individual y colectiva, como objetos indeseables e importantes a la vez, precisamente por las marcas profundas que nos han dejado y por los giros -contundentes y sutiles- que han dado a nuestras propias vidas. Por ello, necesitamos momentos específicos que nos inviten a rebuscar en esos rincones, para encontrarlos, contarlos y airearlos, con nuevas miradas desde el presente. Hay que sacar lo que se puede afuera para que adentro nazcan cosas nuevas, dice un verso de una hermosa canción que interpreta Mercedes Sosa. De eso se trata este ejercicio narrativo y testimonial que da vida a la vigésima compilación de crónicas. Son veinte historias construidas desde la vivencia propia y ajena de las y los estudiantes de primer semestre de la Maestría en Desarrollo Rural, en una apuesta por ensayar otros lenguajes para comunicar experiencias vitales situadas bien adentro. Es decir, A ras del suelo, como bien señala el cronista brasileño Antonio Cándido. Saludo el esfuerzo y la dedicación de las y los autores y agradezco que aceptaron esta invitación; gracias a ese empeño individual se pudo dar vida a una obra colectiva. Hacer esto no siempre es fácil y querer hacerlo, tampoco.

Flor Edilma Osorio Pérez Mayo de 2017


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¿Cómo nos toca la guerra?

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Cuando se acaba la vida de colores

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engo aun intactos los primeros recuerdos de mi niñez, rodeado de pinceles, óleos, aerógrafos y el olor particular de las pinturas, que cotidianamente ayudaba a recoger después de que el artista terminaba su jornada laboral. Ese artista, sí, mi padre “Miland”, como lo llamaban en el pueblo donde nací, Puerto Asís, Putumayo. Él, desde muy joven aprovechó su don por la pintura y lo convirtió en su profesión al montar su taller de vallas y avisos publicitarios. Es ahí donde inician mis recuerdos. Esperaba cada 31 de octubre día de las “Brujitas”, como se le conoce a esa fecha, para disfrutar cada traje que él me fabricara y ganar algún concurso de disfraces al que nos presentábamos. Siempre resultaron muy curiosos los personajes que escogía para ese día, un año “RoboCop” y al siguiente “El Joven Manos de Tijera” entre otros. Más curiosos eran aun los materiales que utilizaba para fabricarlos y la perfección con que quedaban. Lo admito. A esa edad no era fácil quedarse quieto como un maniquí mientras construía todo el disfraz, pero valían la pena esos pequeños sacrificios al ver el resultado y más aún cuando al final del día volvíamos con el premio al mejor disfraz. El mes de diciembre significaba

alistarse para que nos disfrazara, -algo similar a los tradicionales “diablitos” de Cali-, junto a mis primos y amigos del barrio para salir a las calles con redoblantes y algarabía a recolectar dinero para el pesebre navideño y los dulces de todo el mes. El recuerdo más intacto que aun conservamos con mis primos de nuestros coloridos y alegres diciembres, fue el día en que nos disfrazó de duendes. Con su creatividad nos realizó sombreros que nos cubrían hasta la mitad del estómago; la otra mitad del estómago le sirvió para pintar la cara de los duendes y con un pequeño traje para el resto del cuerpo hizo posible que robáramos las miradas y sonrisas mientras pasábamos por la calle caminando y bailando con toda la alegría. Puerto Asís es un pueblo con muchos arraigos nariñenses. Por consiguiente, se ha adoptado la celebración del carnaval de blancos y negros durante los primeros días de enero, lo que se convertía para él en un pequeño encuentro con la cultura. Su creatividad deslumbraba cada año en el tradicional desfile de carrozas, del cual siempre éramos partícipes acompañándolo desde la comparsa, alusiva a la temática que diseñaba para ir al lado de su carroza, de manera que se llevaba

el primer puesto del concurso y así, nuevamente, su arte y de dedicación eran reconocidos. No siempre vivimos en este querido y acogedor pueblo. Todo artista lleva consigo un espíritu aventurero que lo hace salir de su zona de confort. Por consiguiente, dejamos Puerto Asís para iniciar una travesía que nos llevaría a desembarcar en Cartagena, después de pasar cortos días en otras ciudades, sin nunca dejar a un lado su arte, el cual era el motor y sustento de cada aventura en la que nos embarcaba, pues mi madre y yo éramos fieles cómplices de su colorido mundo. Recuerdo que unos de los viajes resultó fuera de la cotidianidad a la que estábamos acostumbrados. No salimos por su espíritu aventurero, sino porque para el año 96 en la cual Puerto Asís pasaba por un

paro cívico indefinido promovido por movilizaciones cocaleras, razón que nos llevó a vivir a la ciudad de Pasto. La situación 1 por esos días era tensionante; en el pueblo se paralizaron todas las actividades comerciales, al igual que en los municipios del bajo Putumayo. Mientras tanto, toda la comunidad campesina del bajo Putumayo se instaló en las afueras del aeropuerto Tres de Mayo, lo cual provocó más tarde reiterados enfrentamientos entre uniformados y manifestantes tras los intentos de desalojo, dejando algunos campesinos muertos. Al año siguiente, al normalizarse la situación volvimos a nuestro pueblo, pero ya era una época donde el terror empezó a invadir sus calles y la zona rural, pues tiempo después del paro cívico las AUC empezaron a instalarse con violencia y barbarie en


CRÓNICAS

alguna respuesta del paradero de mi padre, con la mala fortuna de nunca encontrar los motivos de su desaparición. Años después la fiscalía atribuyó su desaparición a comandantes de las AUC de esa época.

el Putumayo. Este pasó de ser un territorio de grandes potencialidades a convertirse en una zona de conflicto con todo lo que esto conlleva en extorsiones, secuestros y reclutamiento de niños.

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Algunas cosas cambiaron en nuestra cotidianidad, sin dejar a un lado la vocación de mi padre como pintor y publicista. Para esos días ya no solo ayudaba a recoger pinturas y lavar pinceles, trabajo por el cual me pagaba 3 mil pesos,pues era su forma de enseñarme que las cosas se ganan trabajando-, y empezaba a despertar ese gusto por el arte que me inculcaba a diario después de cada jornada laboral. Siempre nos sentábamos cual alumno con su maestro, a dibujar, pintar y descubrir las técnicas que utilizaba para crear sus cuadros; no era fácil seguir el ritmo de aprendizaje puesto que él tenía la virtud de la perfección y dedicación por su arte, pero era algo que disfrutábamos. Ya era el año 99 y Puerto Asís celebraba 87 años de fundado el 3 de mayo. El pueblo se llenaba de eventos culturales y artísticos, al igual que las tradicionales casetas para bailar. En nuestra cotidianidad estaba hacer parte de estos eventos pues mi padre siempre era partícipe de alguna actividad y, como en muchas ocasiones, después de sus eventos él aprovechaba para

Es en este momento donde para mí se mezcla el arte y la violencia. Puesto que ya no hacían parte de mí los eventos culturales, los disfraces, las carrozas de carnavales. Ya no tenía a quien recogerle las pinturas ni lavarle los pinceles. Ya no estaba el motor que impulsaba esa vida de colores que empezaba a disfrutar junto a él. Empezó a difuminarse para mi toda expresión artística que había despertado.

Un crimen de moda

P tomarse unos tragos y compartir con sus amigos. Pero como dije anteriormente, algunas cosas cambiaron. El 5 de mayo mi padre llega a la casa en las horas de la noche, después de compartir con sus amigos en el parque principal pero, extrañamente, después de estar acostado se levanta y vuelve a salir de la casa para nunca más volver. Aún sigue siendo incierto ese día para mí y mi familia, por el hecho de que mi padre ese día desapareció sin dejar algún rastro. Recuerdo aun los días angustiantes de mi madre y mi abuela que sin descanso alguno visitaban los grupos armados que había en esa época, en busca de

ara narrar esta historia me fundamento en mi criterio propio, queriendo llegar a lograr un solo propósito: plantear desde otra perspectiva la vivencia de algo que prometí a mi familia y personas cercanas jamás volver a mencionar y solo olvidar. El siguiente es el relato de dos jóvenes de aproximadamente dieciséis años, viviendo contextos sociales diferentes que, al final, son unidos por una misma historia. Pedro estudiaba en un colegio de renombre educativo en la ciudad de Bogotá, cursaba noveno grado, tenía ruta escolar que lo dejaba todos los días a las puertas de su casa, rodeado de amigos, algo común a esa edad; su novia, estaba en un curso mayor que él tenía dieciocho años ¿Algo de su familia? Sé muy poco, sé que era una familia emprendedora que sólo

llegó a primaria. Ser emprendedor en este país es difícil, pero el padre de Pedro logró salir adelante en un local alquilado en la localidad de Bosa, en el suroriente de la capital del país. Comercializando pescado, comprando todo tipo de peces de agua dulce y de mar, cuarenta años después, a punta de templanza, sudor y mucho trabajo logró ser el mayor vendedor de pescado en la localidad, que es tan grande como una ciudad intermedia del país, pero con un poco más de habitantes. El padre de Pedro hizo su fortuna cambiando el rumbo de su destino y el de su familia que gozaba de una buena calidad de vida. Proyectaba a mediano plazo que sus hijos fueran los representantes del negocio y que además fueran vendedores y cajeros de los locales de pescado de su padre, enseñando con ello a


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la nueva generación lo importante del trabajo con disciplina y la constancia. La familia de Pedro vivió en el mismo barrio toda la vida, con uno que otro lujo y excentricidad como cualquier colombiano. En otro lugar de la ciudad, Camilo, un muchacho de la misma edad, con algunas similitudes al fin y al cabo, estudiaba en un colegio modesto en la localidad de Teusaquillo al cual se trasladaba todas las mañanas desde su casa hasta allí caminando. Sobresalía muy fácilmente por su cabello rubio y ojos verdes, denotando su similitud con una persona de otro país; sus amigos lo nombraron el “mono”. Uno de sus sueños era el futbol y jugaba después del colegio. Su entorno familiar era pequeño, solo vivía con su madre y abuela en un apartamento. La madre, desde su natal Manizales, logró sobresalir. Estudió dos carreras profesionales y en cada una realizó su respectivo posgrado. Fue becada por la Universidad Nacional, en las facultades de Enfermería y Administración. Nacida en una familia de escasos recursos y múltiples problemas, logró cortar ese círculo de pobreza. Trabajó turnos nocturnos y extras y se propuso con el tiempo tener otra fuente de ingresos que no fuera necesariamente el sueldo mensual de la empresa (SENA) donde

años después sería pensionada. Se dedicó a la adquisición de propiedades de finca raíz, en un contexto en donde la clase media migraba a los Estados Unidos huyendo del contexto de la mafia de Pablo Escobar y grupos guerrilleros que azotaban el país en los años 80, dejando propiedades en lugares centrales de la ciudad a bajos precios. Ella, una mujer perseverante, sin la ayuda de un hombre y con sus ahorros logro cada cuatro años adquirir una propiedad, fruto de su trabajo y pensamiento ambicioso, logrando una cantidad significativa de propiedades para vivir de la renta. Meses después de conocer a un hombre extranjero en uno de sus viajes laborales, tomó la iniciativa de contraer matrimonio y aunque este duró solamente dos años, le dejó un hijo. Ella continuó su vida criando sola a su hijo Camilo y su estilo de vida fue siempre basado en la sencillez, cero lujos y opulencia, el mismo carro de toda la vida. Tanto así, que los vecinos no tenían idea alguna del poder económico de esta pequeña familia, pues desde afuera reflejaba carencias. Una de las propiedades de la madre de Camilo, es una pequeña finca de producción lechera y porcina en el municipio de Bojacá a escasos 40 kilómetros de la capital del país, donde la madre y Camilo,

pasaban los fines de semana y donde desde muy pequeño fue criado. Allí forjó su gusto por los animales, de ahí su pasión por el campo de donde surgió la idea de un sus estudios profesionales en un futuro. Es allí donde se entrelaza esta historia. Una producción agropecuaria que no deja ningún tipo de ganancia económica, pero que necesita la colaboración de un administrador para todos los quehaceres diarios propios de una producción agropecuaria. El 14 de septiembre del 2003, llegaron unas personas ofreciéndose como “administradores”, se notaban personas de campo y hasta tranquilas. Era un matrimonio, según la hoja de vida tenían 41 años, junto con sus tres hijos que no pasaban de dos añitos y un cuñado de aproximadamente 30 años. No se observó nada malo en ellos y fueron contratados inmediatamente, ya que en el área rural es difícil conseguir personas que trabajen y se encarguen de una finca. Las labores eran muy sencillas: ordeñar ocho vacas viejas de la raza “normando”, alimentar diez cerdos de engorde y estar pendiente de 20 ovejas. Por supuesto, realizar una que otra cerca y cuidar el predio. Semanalmente los días miércoles la madre iba hasta la finca desde Bogotá. Para ella, era salir del estrés del trabajo y del caos de

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la ciudad, consentir sus ovejas, ver sus “caribajitos” (cerdos), era su descanso mental, todo lo que significaba su amor por esa finca. Su hijo, estrenando pase de conducción, lograba dividirse tiempos con su madre y realizaba los viajes hasta allá, los días sábados. Para él era totalmente diferente la percepción de este lugar, mientras que para ella era de descanso, para él era pasión, producción y usufructo económico, para que algún día cuando estudiara su pregrado, lograra que esta tierra fuera viable económicamente. Ahí radicaban sus diferencias y discusiones familiares; era difícil que ellos estuvieran juntos y 3 tomaran decisiones en conjunto por las discrepancias contantes, como quien dice, cada cual por su lado. Pasaron un par de meses que evidenciaron un muy buen manejo de la finca de los nuevos administradores; los animales producían mucho más, toda la producción estaba al día en cercas y quehaceres. Tanto Camilo como la madre, estaban muy satisfechos con el trabajo que los “administradores” realizaban. El sábado 22 de noviembre, cuando Camilo llegó a la finca a las siete de la mañana como de costumbre, observó que algo andaba mal. Al darle vuelta a la propiedad, vio que los animales


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estaban regados por todo el lugar, había cerdos muertos y en un estado abandonado en las marraneras, así que se dirigió inmediatamente a la casa de la familia encargada para obtener una explicación. Pero observó que no había absolutamente nadie, también estaba abandonada. Pero se asustó aún más cuando detalló tiros en las paredes de la casa, todos los vidrios rotos y hasta manchas de sangre en una habitación de la casa del administrador. Todas las pertenencias de los “administradores” estaban tiradas. Asustado regresó a Bogotá y un poco perturbado le comentó todo lo ocurrido a la madre rápidamente: Madre, creo que algo muy malo ocurrió en la finca. Al día siguiente se dispusieron a indagar con vecinos y conocidos de las otras fincas y hasta con el puesto del CAI del municipio sobre lo ocurrido. Todos daban diferentes versiones, contradicciones y hasta chismes e inclusive acusarlos como cómplices de un secuestro. Después de pasar por momentos de desesperación, miedo y zozobra, un mes después se supo toda la verdad que fue directa y contundente. Un citatorio de versión libre de la Fiscalía por los hechos ocurridos en el predio, llevó a sindicar a tres personas mayores de edad de secuestro con fin extorsivo. ¡Tamaña sorpresa

Emilia Nogales “Hay ropa colgada”. España

intentaron por todos los medios saber algo de su paradero.

la que se llevaron al saber lo que realmente ocurrió! En el predio fue hallado un muchacho de unos 16 años, piel trigueña, estatura 1,70m, contextura delgada, que tenía como nombre Pedro, quien había sido secuestrado en la ciudad de Bogotá, más específicamente en la localidad de Bosa, en el barrio Nueva Granada, cuando se encontraba con su novia. Llegaban de un centro comercial cuando fueron sorprendidos por cuatro hombres con pasamontañas, los cuales amedrantaron a la pareja y obligaron con un fusil de ametralladora y armas cortas a entrar a un vehículo; la mujer fue tirada a pocas cuadras de allí, mientras que al joven fue llevado a una finca. Dos meses estuvo secuestrado y torturado dentro

de las instalaciones de la casa de los administradores, los cuales eran los encargados de mantenerlo encadenado todo el tiempo en la cocina del lugar y, de vez en cuando, alimentarlo con arepas, caldos y agua de panela. Era un secuestro con fines lucrativos, ya que cada semana realizaban llamadas atemorizantes con una voz fuerte y tono tosco. Una de ellas fue muy desgarradora: “por ese pelado no se preocupe, que si no paga se lo devolvemos en pedacitos; la otra semana le vamos a mandar una señal de supervivencia ¿Qué quiere? ¿Una oreja o un dedo?”. Fue tanto el dolor de tener a un hijo cautivo que la familia no sabía qué hacer; obviamente horas después de la desaparición fue alertado el Gaula y la autoridad correspondiente e

¿Cómo se puede tazar el valor de un ser querido? Pues el valor por el cual pedían por Pedro era sumamente cuantioso. Dos mil millones de pesos, una cifra tan descomunal que aunque la familia de Pedro vendiera todo lo que tenía, no podría pagar esa cuantiosa suma. Por lo tanto, no sabían qué hacer; vender todo el patrimonio y futuro económico de todos y salvar a un ser querido, o simplemente perderlo para siempre; o como en muchos casos ocurría, perdían el dinero y el ser querido lo entregaban y luego aparecía muerto. Fue ahí, en la misma Fiscalía, donde se supo más del caso, que a Camilo y a su madre los dejo aún más perplejos y los marcó para siempre. Los “administradores” eran milicias del frente 45 de las FARC, estaban encargados de resguardar los secuestrados por algunas zonas de Cundinamarca y Tolima. Se hacían pasar por campesinos buscando trabajo en fincas, mientras tenían a los secuestrados un tiempo y simplemente los asesinaban en el mismo predio y los enterraban sin dejar rastro y seguían a otra población. ¿Cómo nos toca la guerra? Saber que estuvo a punto de ser asesinada


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por dinero una persona tan joven, viviendo infrahumanamente. Al mismo tiempo, Camilo tenía la misma edad y las mismas probabilidades de ser secuestrado por ser el hijo de la propietaria de la finca. Ser administradores de finca era una fachada perfecta y un modus operandi casi perfecto. Solo fue frustrado por un vecino, testigo, el cual mencionó, que fue hasta la propiedad, pidiendo que le regalaran un poco de azúcar, observaba algo inusual en ellos y un sonido constante de cadenas dentro de la cocina de la propiedad. Fue ahí cuando dio aviso inmediatamente al ejército nacional, el cual realizó toda la inteligencia posible y ejecutó un operativo sin precedentes en el municipio: un helicóptero y trescientos efectivos rodearon la finca, a las 4:00 de la mañana entraron a la fuerza y tomaron por sorpresa a estas personas, logrando favorecer la vida de Pedro. Fue mucho el miedo y la manipulación psicológica que vivió Pedro, no solo por la falta de alimentación, el frio y los malos tratos de los secuestradores, sino por la zozobra de su propia vida; sabía que lo más posible era que lo mataran porque la familia no iba a pagar ningún rescate. El chico nunca fue el mismo desde ahí. En la versión libre en los juzgados de Paloquemao en

Bogotá, en contra de las pruebas contundentes y relatos de testigos, los secuestradores se declararon culpables de secuestro extorsivo, alegando su participación en el movimiento guerrillero. No obstante, declararon que la familia propietaria no tenía idea de lo que ocurría, lo cual impidió que se realizara extinción de dominio del predio. Cada vez que estas personas notaban que tanto Camilo y su madre viajaban a la propiedad, se cercioraban de subir al muchacho raptado al bosque nativo, escondiéndolo y colocándole un trapo en la boca, para que tanto la madre como el hijo nunca todo lo que estaba ocurriendo. Según los relatos, lo más posible era que sucediera lo mismo con Camilo, después del secuestro de Pedro. Algunas personas recuerdan este incidente; la historia fue famosa en un pueblo de solo 3000 habitantes, donde jamás había ocurrido secuestro o extorsión alguna. Hoy en día se da gracias a Dios y a la Virgen que se pudo sobrepasar ese incidente tan desgarrador como la retención de una persona en una propiedad de la familia; hoy en día se tiene muchas más reservas al contratar personas para laborar en la finca que no son del pueblo y más desconocidas. Años después, por casualidad de la vida, un capitán del INPEC comentó la información de los

delincuentes, en donde reconocimos sus paraderos. El señor, fue sentenciado a 45 años de cárcel, en el pabellón de guerrilleros de la cárcel La Picota de Bogotá. El cuñado fue sentenciado a 40 años de cárcel en el mismo pabellón, durando solo 3 años encarcelado pues fue asesinado por otro recluso guerrillero. La mujer fue enviada a la cárcel Buen Pastor de la ciudad de Bogotá, condenada a 30 años de cárcel y lo más desgarrador, sus tres hijitos fueron dados en adopción por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. ¿Por qué una familia campesina, se presta para dedicarse a estos actos en contra de la misma sociedad? ¿Por qué poner en riesgo la vida y la de sus hijos por dinero, a causa del maltrato de un ser humano? Son múltiples preguntas que jamás serán respondidas. El secuestro se ha vuelto el crimen de moda. Muchas veces piden millonadas, y a las familias se les hace imposible esperar por la policía para actuar y por desesperación y miedo a perder a sus seres queridos, terminan

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pagando cifras absurdas para recuperar a las víctimas. El delito del secuestro se castiga en Colombia con la cárcel aunque en mi opinión debería considerarse la pena de muerte. En el caso del secuestro no se puede capturar fácilmente a los secuestradores 5 porque son un grupo muy grande y es difícil llegar a ellos. El secuestro se castiga depende al grado de complicidad o según el caso la autoría intelectual, las bajezas a las que el secuestrado haya estado expuesto o si es el caso, por homicidio. No hay duda que el peso de la ley debe caer con toda su fuerza sobre estos delincuentes. Según la constitución, el Derecho a la Vida es inviolable y no habrá pena de muerte. Nadie será sometido a desaparición forzada, a torturas ni a tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes. Pero, como se puede ver, estas leyes colombianas no siempre se cumplen. Concluyo mi historia, con una sola reflexión: no más secuestro.


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Sol negro

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enía siete años, después de terminar el año escolar en Cali (Valle del Cauca). Lo que más anhelábamos mis hermanos y yo, era poder regresar a Puerto Asís, Putumayo, así fuera solo de vacaciones. Sin estar muy segura, creería que ese también era el deseo de mi madre, pues en ese lugar vivían las personas que amábamos, abuelas, tías, tíos primos. Eran tiempos de felicidad, reencuentros en familia, paseos, almuerzos en la casa de la abuela y tardes enteras jugando a las muñecas y la cocinita con mis primas. Tal vez la época en la que éramos una familia. Corría el año de 1991. Ese día, 11 de julio, en Puerto Asís, Putumayo, era una fecha esperada por muchos, por un acontecimiento que a mi corta edad no entendía muy bien pero que, después de presenciar, me hizo sentir cómo la oscuridad era capaz de mostrarme otra realidad. Sí, ese día un eclipse total de sol se vería en toda Colombia. Las personas que esperaban el fenómeno estaban preparadas para verlo, decían que iniciaba en Hawai y que en Colombia se podría observar después de las 2:30 pm. Creo que para ese entonces el tiempo no era tan importante para mí, pero ese día sí y no porque

quisiera saber a qué hora se iba a hacer de noche como decía la gente, sino porque quería saber a qué hora iban a romper la piñata. Había un acontecimiento que hacía importante esa fecha: era el cumpleaños de mi hermanita meno que ese día cumplía tres años de vida. Para cumplir con la celebración todo estaba listo días antes. Mi familia conformada por mi papá, mi mamá y mis cuatro hermanos,dos varones mayores que yo y dos mujeres menores que yo-, vivíamos en Cali. Mi padre había decidido que mi mamá se adelantaría al viaje familiar para poder celebrar el cumpleaños de la niña con las abuelas, mientras tanto él se quedaba en Cali resolviendo algunos pendientes del trabajo con mis dos hermanos mayores. Bueno, así tal cual sucedieron las cosas. En plena celebración los invitados estaban más a la expectativa del eclipse que por lo que se sirviera en la fiesta, situación que no compartíamos los niños. Para nosotros, solo contaba poder comer torta y romper la piñata. De repente el momento esperado llegó y no fue el de romper la piñata. Todos empezaron a salir a

la calle y poner su mirada al cielo esperando el fenómeno solar. Y sí, de pronto todo empezó a oscurecer, las personas murmuraban que en el noticiero decían que sería el eclipse más largo de los últimos 100 años y yo estuve ahí para presenciarlo y para sentir como el miedo a la oscuridad se apoderaba de mí, al igual que del resto de los niños invitados a la fiesta, que corrieron a buscar a sus papás para protegerse. Después del eclipse se acabó la fiesta. Así terminó el día y llegó la noche! la verdadera noche¡ Yo, en medio de mi curiosidad me preguntaba qué habían sentido mis hermanos que estaban en Cali. Entonces fue cuando escuché que mi mamá salió a llamarlos y digo salió porque para ese tiempo en Puerto Asís no había energía constante y mucho menos líneas telefónicas en todas las casas, así que había que salir a buscar un “telecom”, así decía mi mamá que se llamaba el lugar de donde ella podía comunicarse con mi papá y mis hermanos. Al hacer la llamada se enteró que mis hermanos habían pasado el eclipse solos en casa al cuidado de la señora que se encargaba del servicio doméstico, pues mi papá tuvo que hacer un viaje repentino, según lo que contó mi hermano mayor, quien para ese entonces tenía doce años y, como el hijo más grande, estaba a cargo de la casa.

Así pasaron dos días en los cuales no hubo rastro de mi papá. Mientras tanto mi mamá angustiada llamaba esperando que le dieran alguna razón del esposo que salió sin despedirse y yo esperaba con ansias la llamada de mi papá para contarle que sentí mucho miedo cuando pasó el eclipse. De pronto, al tercer día, un domingo 14 de julio, la respuesta llegó. Uno de mis primos fue el encargado de traer la triste noticia. Esa mañana soleada y calurosa pasó a ser gris y fría. Él había recibido una llamada en la que le informaban que mi papá estaba muerto. Yo solo recuerdo el grito de mi madre exclamando ¡Dios mío, me lo mataron! De pronto, una de mis tías entra a la habitación donde estábamos mis hermanitas y yo, nos abraza y dice, no pasa nada, la mamá está nerviosa. Y como si nuevamente fuera a pasar un eclipse, todos en la casa empezaron a especular, susurrar, llorar, unos llegaban, otros salían con maletas. Mientras tanto, mis hermanas y yo seguíamos ahí, en esa habitación medio oscura, donde parecía que el eclipse se había quedado encerrado con nosotras y yo solo esperaba que entrara mi mamá o mi papá a sacarnos de ese lugar; pero al contario de eso, seguíamos solas y el lugar se hacía cada vez más oscuro y aterrador.


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Mientras a “las niñas”, como decían mis tías, nos tenían entretenidas en la habitación jugando a las muñecas, a mi mamá le llegaban con información más precisa de cómo sucedieron los hechos. Mi papá había recibido una llamada donde le decían que una hermana de él había sido detenida en la frontera con Ecuador por llevar mercancía de contrabando y necesitaba ayuda porque la iban a trasladar al país vecino a rendir cuentas por el delito. Esta situación provocó que mi papá se desplazara hasta Ipiales, Nariño; ese sería el lugar donde se iba a encontrar con las personas que estaban acompañando a mi tía, pero él no sabía que la vida tenía otros planes. Al recibir la noticia, mi papá arregla un equipaje pequeño y le dice a mi hermano mayor que serán solo dos días, mientras va a llevar una plata y regresa para que viajen

a reunirse con mi mamá. Sale el 11 de julio en horas de la mañana en su camioneta, acompañado de dos personas más, el mejor amigo y una mujer. Iniciaron el viaje saliendo desde de Cali y para llegar a su destino debían pasar por varios pueblos tomando la vía Panamericana. Nunca se supo cuál fue el lugar exacto donde ocurrieron los hechos. Solo se sabe que ya estaban cerca de Ipiales cuando cayeron en un retén de la guerrilla; no sabría decir con exactitud cuál era el frente guerrillero que los retuvo, solo sé que no salieron bien librados de esa parada. Después de indagar por lo que llevaban, los guerrilleros se dieron cuenta de la plata y se la quitaron y no contentos con esto, querían llevarse a la mujer que viajaba con ellos para violarla. La narración que sigue fue lo que contaron los sobrevivientes -el amigo de mi papá y la mujer que lo acompañaba-. Dicen ellos que entre los gritos por lo que los delincuentes querían hacer, mi papá se alteró mucho e intervino para que no se llevaran a la mujer y ahí empezó el horror. El primer disparo lo recibió en el pecho, sin

que fuera una herida de muerte; los asesinos continuaron disparando mientras él rogaba por su vida. Dos tiros más, uno en el pecho y otro en la cara, acabaron con la vida de mi papá; luego de verlo en el suelo se dieron cuenta que en uno de sus dedos de la mano izquierda llevaba un anillo que simbolizaba la unión con mi mamá y, como si no hubiera sido suficiente, también le dispararon en la mano para quedarse con él. Después del fatal suceso perpetuado por dos de los siete guerrilleros que había en el retén, estos deciden emprender la huida y se internan entre la selva de una de las orillas de la carretera de donde nunca salieron para pagar lo que hicieron. Después de ese día todo fue diferente. El sol nunca volvió a brillar como antes. Ese suceso solo fue el inicio de muchas situaciones que hoy me convierten en víctima del conflicto. Después de la muerte de mi papá, mi madre tuvo que quedarse a vivir en Puerto Asís

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para apoyarse en la familia y tratar de salir adelante junto a sus 5 hijos, pero la vida iba a continuar sorprendiéndonos y mostrándonos que, cuando la violencia se ensaña, pareciera que nunca te suelta. Hoy mi mamá continúa viviendo en Puerto Asís, porque el miedo nunca la dejó alejarse de la familia nuevamente. Yo aún tengo en mi mente el recuerdo de ese día en que el sol negro se posó y oscureció algo más que el cielo… y sólo quería que mi papá apareciera para que me tomara en sus brazos y me dijera que todo iba a estar bien. Pero él jamás regresó.


CRÓNICAS

La guerra que nos tocó fue genocida

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ste es parte del camino que paso a paso fui construyendo junto con otros hombres y mujeres en ¡A Luchar!, un movimiento social y político que se gestó en Colombia el 28 de marzo de 1984, día en que justamente se firmaba una tregua entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) y el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986).

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Lo que les narraré es solo un pedazo de cielo de lo que se conoció como el Paro del Nororiente del 87 y las Marchas de Mayo del 88, dos de las movilizaciones sociales más grandes que tuvo el país a finales del siglo XX, cuando nosotros estábamos en un período que llamamos pre-insurreccional. Era, digamos, un momento histórico del país en que mucha gente de Barranca, del Magdalena Medio, sur del Cesar, sur de Bolívar, Santander y norte de Santander, sentíamos que nosotros sí podíamos ser una alternativa de poder y de hecho, estábamos ya preparándonos para serlo. Esos fueron paros preparándonos ya para una insurrección final. Entonces nosotros decíamos, una insurrección final tiene que tener una infraestructura por parte de las organizaciones sociales y políticas muy fuerte; así que los

sindicatos sabían que iban pa´l paro y llevaban sus pancartas, sus platas, o sea era una cuestión muy bien organizada. Por ejemplo, en el Paro del Nororiente en Barranca, en Bucaramanga, en todas estas ciudades, la gente salió a tomarse las alcaldías, cuando de inmediato llegó el Ejército arremetió contra mucha gente. Nosotros no pensábamos que iba a haber tanta represión, pero también contábamos con un apoyo popular muy grande. Y en eso, por ejemplo, las mujeres jugamos un papel importante en el trabajo popular y en el trabajo campesino, pues, tuvimos grupos de mujeres productoras que se vincularon al proceso de A Luchar. Yo tenía algunos colectivos de San Vicente de Chucurí, de Barrancabermeja y del Magdalena Medio que trabajábamos en esta región del Nororiente con las mujeres. Entre las líderes principales estaba Eva, estaba Miriam de Norte de Santander, en Bucaramanga estaba Pancha, estaban las compañeras que venían del Frente Estudiantil Revolucionario Sinpermiso que hacían parte de A Luchar, estaban

Mujer en la concentración campesina del Paro del Nororiente, 1987. Santander. Archivo: A Luchar, Diego Mauricio Fajardo Cely.

unas compañeras de San Vicente. Nosotros no manejábamos nombres y hoy me es muy difícil recordar sus nombres, porque nosotras nos conocíamos era por los apodos, decíamos la gordita, la flaquita, la morena, la monja, la enfermera; entonces, a menos que fuera conocida por el nombre me acordaría. En fin, eran compañeras que estaban en el trabajo popular, en los colectivos que venían del movimiento religioso, de los colectivos eclesiales de base y tenían un trabajo en Norte de Santander, en Bucaramanga, en Barranca. Yo creo que tuvimos una gran influencia con los campesinos del Magdalena Medio y la Unión Sindical Obrera (USO) que siempre estuvieron muy cercanos de A Luchar.

Así que con esas compañeras y compañeros del trabajo popular, se fue organizando el paro del Nororiente a través de una serie de pliegos que fuimos construyendo por región; cada región se movilizaba en función de su pliego de peticiones y la idea era concertar en una gran mesa todo el paro del Nororiente porque, obviamente, nadie se moviliza en función de una idea abstracta de poder popular, sino en función de una serie de pliegos, que yo creo que son los pliegos históricos por los que se han movilizados las organizaciones sociales en este país. El tema agrario atraviesa también todo este movimiento del Nororiente, pero también las reivindicaciones urbanas, porque


¿Cómo nos toca la guerra?

era un momento en que la mayoría de las organizaciones sociales se movilizaban por agua potable o por mejores servicios de educación y de salud. Con los pliegos se logró conjugar bastante bien esas reivindicaciones de lo popular, las reivindicaciones de ciudad, las reivindicaciones del sector campesino y el sector sindical, entre otros. Del movimiento sindical recuerdo especialmente a los compañeros de Indupalma y a los compañeros del movimiento sindical, quienes tenían un sindicato muy fuerte y en su conjunto también se movilizaban bastante por sus reivindicaciones. Otra fuerza importante para el paro del Nororiente fueron las amas de casa, que hoy el movimiento de amas de casa prácticamente no existe. Pero las amas de casa en el paro se movilizaron por el gas natural porque no lo teníamos, el tema de la recolección de basuras y los jardines infantiles, que eran unos temas de los sectores populares que movieron bastante a las amas de casa porque las mamás tenían que salir a trabajar y tenían que dejar los niños encerrados o con la vecina. Las amas de casa se fueron organizando en A Luchar para solventar a través de la lucha organizada esas necesidades. Digamos que no eran mujeres de izquierda radical, no, eran

mujeres que se movilizan por esas reivindicaciones que pueden, que sienten a diario, de barrio, que le mejoren la calle, esa serie de cosas que recogía lo popular, entonces cuando usted hace un inventario de cosas o de necesidades que presenta la gente, usted dice sí que teníamos un movimiento fuerte, donde estaban todos. Por otra parte, los estudiantes jugaron un rol muy importante, fundamentalmente la Universidad Industrial de Santander (UIS), la Universidad de Norte de Santander y la Universidad de Pamplona que, en su conjunto, tenían unos líderes muy importantes que se vincularon a todo lo que fue el Paro del Nororiente. El movimiento estudiantil jugó entonces un papel político en las regiones de organizar también a los mismos estudiantes como una fuerza que apoyara al movimiento social. Obviamente, yo hacía parte de ese movimiento estudiantil. Nosotros nos movimos más desde el movimiento estudiantil apoyando tanto el Paro como las Marchas de Mayo, digamos como un sector, no de esclarecidos sabelotodo, sino como un sector que apoyó en la conducción política junto con el movimiento campesino que tenía cuadros muy importantes de movilización y bastante echados pa’ lante. Sin ellos, las marchas de las carreteras,

las movilizaciones desde las zonas rurales a las cabeceras municipales nunca hubieran sido posibles, porque la idea era mover la gente desde las zonas rurales a las cabeceras municipales que era donde aspirábamos a tomarnos esas alcaldías. Como parte del balance de los resultados del Paro del Nororiente, recuerdo que lo que se hizo fueron unas negociaciones con el gobierno nacional que, al final, fueron unos pliegos incumplidos que a la vez simbolizaron unos pactos para desmovilizar al movimiento popular. Es decir, esa gran ola de gente se movilizó por sus pliegos y estaba organizándose en sus barrios por reivindicar sus derechos, pero a la final quedaron ahí paralizados por unos acuerdos firmados en el papel. Del Paro del Nororiente nos quedó una gran movilización, una muestra de la izquierda de unidad, de trabajo conjunto con otras organizaciones y sectores, una demostración de que sí teníamos cómo encabezar esas necesidades de la gente, pues sabíamos llegarles y construir en colectivo. Pero el gobierno, creo que como siempre, nos jugó una mala pasada porque esas son negociaciones que, a la final, no quedaron en nada y después se vino una gran ola de represión.

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El objetivo del Estado fue meterle con todo a la represión del movimiento que se había gestado en los pueblos del Nororiente, empezando por Barrancabermeja que se convirtió en un escenario de confrontación muy grande. Allí los paramilitares empezaron a llegar a Barranca casa por casa, cuadra por cuadra, matando muchísimos dirigentes, pero la estrategia de ellos fue cooptar muchos líderes para que empezaran a señalar bajo el chantaje de que si a usted lo cogían le iban a matar a su familia; si usted no decía quiénes estaban aquí, quiénes estaban allá, lo asesinaban. Así fue como bajo la amenaza, 9 mucha gente fue cooptada y amedrantada por ellos, la mayoría al final asesinada, claro. Empezaron a asesinar a muchísimos dirigentes, eso fue un periodo de nuestra historia que ahora vemos que nos dejó temor ¿por qué? Porque tenemos miedo de que eso se repita con estas nuevas generaciones, porque lo que hicieron fue un baño de sangre muy tenaz; yo creo que pocos podemos decir que se salvaron, ya sea de detenciones arbitrarias, de asesinatos, de desapariciones. Sin mentirles, era que uno caminaba y eran cadáveres todas las semanas en la zona de la costa y la zona del sur del Cesar. A mí me tocó trabajar esa región con


CRÓNICAS

la cooperativa de Indupalma en la parte de educación y cuando uno se desplazaba de los centros urbanos y salía a la zona rural eran muertos todos los días. Eso era impresionante. Y, a partir de ahí, en Barrancabermeja eran historias de tres o cuartos muertes por día; se podían contar con dos manos los desaparecidos, la gente que tuvo que irse del país, porque muchos de los compañeros de la palma tuvieron que irse. Yo creo que casi todo el sindicato se fue a Canadá y otra gente se fue también a otros países.

Luchar, pues entramos como en una etapa de ni siquiera reivindicarlos, de dar como ese salto al vacío. Nos jodieron, nos reprimieron, otros nos fuimos o nos escondimos.

No puede decirse que esto fue una cosa en vano, pues del Paro 10 del Nororiente salen muchas lecciones. Entre ellas, tenemos que reconocer que una gente que de ahí ya no encontró canales legales para su lucha, se fueron a las guerrillas; otras se sintieron como frustrados de este movimiento y quedó como una historia de lucha y de resistencia.

El acumulado jugó bastante a nuestro favor, ya que el haber tenido a Barranca como un pueblo y un fortín nuestro, como un territorio liberado, nos daba la posibilidad de no partir de cero. Y no era cualquier acumulado. Nosotros partimos de un territorio que teníamos liberado, pues yo creo que Barranca si fue un territorio liberado. Liberado en el sentido que teníamos un espacio político muy grande, teníamos un movimiento popular que se manifestaba en la calle permanentemente, que salía a tropeliar. Yo creo que la mentalidad de cada barranqueño era la defensa de su territorio, la defensa de la represión no ha podido con nosotros.

Nosotros, comuneros altivos, ni un paso atrás siempre adelante, aun mantenemos esa consigna y evaluamos las experiencias del trabajo acumulado, pero como mencioné fue un movimiento bastante golpeado. La verdad que de esa ola que veníamos, de ese movimiento comunero de reivindicaciones de José Antonio Galán de Manuela Beltrán, de todos estos héroes y heroínas de A

No sé qué dirán los otros compañeros, pero ahí hubo como un salto al vacío, flaqueamos en la llegada, nos faltó, nos aculillamos en la llegada, nos dio miedo y resulta que lo pagamos más caro. Yo creo que la llegada era haber entrado a esas alcaldías, porque además la gente iba preparada y el baño de sangre fue impresionante.

Por ejemplo, la Quinta Brigada del Ejército en acciones conjuntas con las aristocracias

santandereanas, que intentaron tantas veces acabarnos, no pudieron con Barranca, porque le tenían miedo al Magdalena Medio. Nosotros decíamos, este es un territorio liberado y esto hay que consolidarlo, vamos a defender y a consolidar la unidad del movimiento social y político que, en ese momento, estaba bastante cohesionado en torno a cosas que nos agrupaba ideológica y políticamente. Se veía y palpaba todo el trabajo político y de hecho en Santander es donde surge y donde se fortalece el ELN, donde salieron sus cuadros, entonces nosotros no partimos de una base falsa, pero nos faltó verraquera en el momento final. Otra de las movilizaciones grandes en las que participé y ayudé a impulsar como parte de A Luchar, fueron las Marchas de mayo de 1988. Yo creo que esas marchas son históricas para el movimiento social y político del país. Del Paro del Nororiente a las Marchas de mayo, ya los combos casi se movían por sí solos. Diría yo que donde más le metimos fue al Paro de Nororiente, pero ya para las Marchas de mayo la gente salió movilizándose por sí misma. En ese tiempo nosotros hacíamos un reporte interno, en el que nos informaban que San Vicente de

Chucurí se estaba movilizando y sacaba medio pueblo, en Barranca se estaba movilizando el pueblo entero, igual que en Capitanejo y en algunos pueblos de Santander y del Sur del Cesar, que no estaban digamos para nosotros tan referenciados, ni tan acompañados, pero caía de pronto un líder campesino que movía su territorio. Para nosotros, mayo fue como un mayo histórico, un mayo de movilización, un mayo de confrontación en las carreteras con el Estado. Yo creo que se taponaron casi todas las vías del Magdalena Medio, del sur del Cesar, en Santander, las entradas a Bucaramanga y gran parte de la región Caribe; las Marchas de mayo fueron entonces el resultado de ese acumulado político grande que se había gestado por décadas. Lo que pasó del Paro del Nororiente a las Marchas de mayo es un punto a tener en cuenta en el análisis del ascenso del acumulado de A Luchar. Como les he venido relatando, nosotros veníamos pensando que esto era una lucha que iba acumulando, el acumulado era tomarnos ya las alcaldías, entonces teníamos que ir acumulando y todos tenían que acumular políticamente, y todos tenían que movilizar su fuerza. Entonces las Marchas de mayo fueron como el resultado de ese acumulado político de años de


¿Cómo nos toca la guerra?

trabajo, de lucha, de movilización, de meterle el corazón a esto y nosotros decíamos, esto no tiene marcha atrás y por eso yo creo que las Marchas de mayo son un producto de nuestro acumulado político y social. Después del Paro del Nororiente y las Marchas de mayo, es cuando empieza toda una discusión al interior de A Luchar, pues de alguna manera veíamos que habíamos fracasado en nuestro intento de asaltar el poder, de tomarnos el poder y ahora sentíamos un poco de frustración en el marco de todo ese contexto de represión. Empezamos a entrar en una etapa de reflujo del movimiento social y ya ad portas no lo supimos capitalizar, no supimos llegar; también la gente se siente como frustrada por no seguirle metiendo a este cuento, esfuerzos, dinero, movilización y no vemos que realmente haya un cumplimiento en los acuerdos, eso también va frustrando a la gente. Yo me acuerdo que nosotros les decíamos, no, nosotros vamos a seguir con los pliegos, vamos a mirar cómo vamos a continuar con estos pliegos, pero no había cumplimiento de ningún tipo. Creo yo que en algunos municipios se logró algunos cumplimientos pero fueron mínimos. Entonces empezamos a girar en un círculo, giramos como en

Encuentro de mujeres en el marco de La Constituyente, 1991. Pailitas, Cesar. Archivo: A Luchar, Diego Mauricio Fajardo Cely

torno a unos pliegos de peticiones históricos incumplidos y que nos hubieran podido ahorrar tanto baño de sangre si se hubieran tomado en serio los acuerdos que planteamos con el gobierno para hacer unas reformas democráticas, porque no se estaba pidiendo nada imposible. Porque no era el socialismo lo que pensábamos instaurar, era simplemente una serie de reformas, la tierra pa´l que la trabaja, trabajo digno, servicios públicos domiciliarios, jardines infantiles, crédito y comercialización para los campesinos, las mismas reformas de ahora. En su conjunto, apertura democrática.

Uno dice después de una negociación con el M-19, que no negoció proyectos de desarrollo regional, sino que con el M-19 lo más importante que se logró fue el aporte político de la Constitución Nacional del 91. Pero con las demás guerrillas que se intentó hacer eso, que fue Corriente de Renovación Socialista, algo del Ejército Popular de Liberación (EPL), el Quintín Lame y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que fueron proyectos colectivos que intentaron tener una visión de desarrollo regional, no funcionó porque el desarrollo regional no es un proyecto, es toda una

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propuesta de desarrollo incluyente democrático del manejo de las de las finanzas o de la visión de la región, y aunque se tenía en perspectiva, no se hizo, se quedó en los proyectos que beneficiaban a algunos. Vamos a ver de esta nueva negociación con las FARCEP, si realmente los proyectos de desarrollo regional pueden ser no una quimera como en el pasado, sino una realidad, pero yo lo veo muy difícil, con una sociedad civil como esta. A menos que ellos logren en sus zonas de influencia jalonar eso, liderar eso, porque es complejo pero no imposible construir en medio de un modelo neoliberal, en un modelo de TLC´ 11 s firmados, donde el gobierno dice este modelo económico no lo echamos para atrás. Volviendo al tema concreto de A Luchar, hubo dos propuestas. Una propuesta muy grande general de la Asamblea Nacional Popular y toda esta campaña del Pueblo Habla, el Pueblo Manda, que uno podría enlazar con esas dinámicas de cómo la gente participa y construye política apostándole a una forma distinta de ser sujeto político; por eso yo entiendo que también las Marchas de mayo tienen que ver mucho con esa campaña de “El Pueblo Habla, el Pueblo Manda” y es otra forma de hacer la política. No es la política del partido tramitador ante el


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Estado sino la política de la gente haciéndola en la calle. Para nosotros el Pueblo Habla es que la gente expresaba lo que quería y cómo quería construirlo, pero también era un mandato. O sea, no es que usted señor político haga lo que le dé la gana, es que nosotros tenemos aquí una fuerza política que va a poner las condiciones en el municipio; no era solo el Pueblo Habla sino el Pueblo Manda también. Era ser poder, era dejar de ser de alguna manera una fuerza de oposición a ser una fuerza que expresaba su poder en las calles y que mandaba en sus territorios. Con el desarrollo 12 de esta campaña, con A Luchar en ese momento se alcanzaron a poner algunos alcaldes en algunos municipios, se lograron pactos importantes, algunos concejales que se matricularon como liberales fueron elegidos. Ser poder también era decir qué universidad queríamos, qué tipo de contenido queríamos, cómo queríamos nuestros territorios. Yo creo que esa consigna como tal El Pueblo Habla, el Pueblo Manda, la recoge de alguna manera hoy movimientos sociales como Congreso de los Pueblos, porque tampoco es que ellos hayan construido sobre la nada. Yo creo que construyeron también sobre esa experiencia pues, de alguna manera, cuando decimos todos

somos Congreso, es que todos tenemos posibilidades de construir y proponer políticas públicas. De alguna manera somos congresistas del pueblo y es ser poder en los territorios. La segunda forma de participación política que desarrollamos fueron los Cabildos Populares, que eran toda una invitación a una fiesta popular. No era un evento ladrilludo y de solo discurso, era un evento en el que concurríamos las familias con los perros, los niños, los ancianos, todo el mundo. Realmente usted llegaba a esos campamentos y eran campamentos con música, con trago, con todo, con juegos, era una fiesta de compartir para construir política. No sé por qué eso como que se fue rompiendo, porque realmente era una fiesta de compartir y de construir los territorios, de jugarnos la vida, yo creo que fue también de mucho compromiso político, todos estábamos dispuestos a morir, todos sabíamos que eso era lo que nos tocaba. ¿Cuándo? no lo sabíamos, pero digamos que había más compromiso que ahora, era jugárnosla toda, vida o muerte. Parafraseando a nuestro compañero desaparecido y asesinado Chucho Peña, en nuestra lucha decidimos: A la vida darle, todo a la muerte jamás nada.

Eso es algo muy particular de la izquierda de los ochentas y la izquierda latinoamericana, quizás desde los sesentas con el ejemplo del Che Guevara y la idea de que el sacrificio heroico también es hasta las últimas consecuencias y todas estas cosas. Muchas de estas consignas resumen mucho esto, porque por el contexto represivo sabíamos que íbamos a morir, sobre todo cuando uno decía, qué cagada mataron a este compañero. Decían, pero es que nosotros nos metimos a esto, compañera entiéndalo que sabíamos que íbamos a morir, entonces no tenemos por qué quejarnos, sabemos que estos son los sacrificios propios de la lucha. No compañeros, es que no tenemos comida, es que esos son los sacrificios de la lucha, entonces ¿qué nos animaba a nosotros? nos animaba ese espíritu camilista, ese espíritu de sacrificio, ese espíritu digamos de abnegación y una cosa de la disciplina política que siempre fue poner los intereses del colectivo por encima de los intereses individuales. Yo me acuerdo que hacíamos jornadas de tirar piedra, de hacer molotov, de tiro al blanco, todo eso hacía parte de la resistencia. Por eso digamos, era normal que usted en su barrio hiciera ese tipo de seminarios, así como hacía el seminario político usted hacía el seminario taller militar,

taller militar en el que todo el mundo sabía hacer la resistencia en su barrio ¿Qué implicaba? Que supiera donde iban a marchar, si era digamos en Bucaramanga que fue un sector que se movilizó bastante-, dónde se iban a instalar. Porque toda resistencia la tenía que hacer la gente con palos, con piedras, con llantas, si, y habían otros que hacían digamos volar los puentes, porque en esa época se volaron casi todos los puentes, eso era reconstruya puentes por todos lados, puente que se ponía, puente que se volaba, y más en los paros de Nororiente y en las Marchas de mayo. Eso era fijo que los compañeros tenían que salir, sabían que no volvían a los ocho días por sus familias o salían con sus familias a hacer resistencia porque ya no iban a haber puentes y de hecho era una confusión. O sea, no sé si estábamos confundidos, no sé si veíamos todo de la misma manera, pero le preguntaban al movimiento social ¿Volamos los puentes? Sí, vuélenlos. Ahí no se pensaba si tenía usted que volar puentes, la pregunta sobraba, tenemos que volar el puente de tal, si compañero vuele esa mierda porque lo que necesitamos es volar eso. Esa era la resistencia nuestra, basada en una disciplina que obedecía al espíritu conspirativo, al espíritu digamos de lo que nosotros éramos, éramos


¿Cómo nos toca la guerra?

un movimiento ciudadano, civil y organizado pero que queríamos ser poder. Por ejemplo, en mi barrio era obvio que mis vecinos que iban a salir tenían las barricadas listas ¿Qué eran las barricadas? Nosotros seguíamos mucho el ejemplo nicaragüense. Las barricadas eran los palos que la gente sacaba, las llantas, las piedras y la olla comunal donde hacíamos el sancocho, la minga, de toda la gente que estaba en el paro. Entonces digamos que la policía de aquí no pasa y ahí era el nivel de confrontación con ellos y eso se hacía con la gente del barrio, con el cura, con los tenderos, las amas de casa, con todos ellos se hacían esas barricadas y tres, cuatro sectores y todo el mundo se desplazaba a las barricadas en todos los sectores. En Barranca, siempre a la entrada de Barranca había una barricada; en el Cesar había una, en todo lo que era la entrada a Ocaña, ahí siempre había una barricada. En el Socorro, en San Gil y así era como actuábamos nosotros, así actuaba el movimiento de resistencia, éramos movimientos de resistencia. Esa fue la resistencia del Nororiente, que con la guerra sucia se fue exterminando hasta acabar con los militantes que le daban vida a ese proyecto político que ya estaba palpándose en A Luchar. Nosotros no nos quedamos inermes frente

a esas arremetidas represivas, por el contrario, emprendimos una campaña por el derecho a existir. Por ello decidimos emprender en el año de 1989 la “Campaña por la Vida”, en la que evidenciamos con denuncias que nos estaban matando sistemáticamente. Y aun cuando por todos los medios intentamos luchar por permanecer y existir como propuesta política, en A Luchar la guerra que nos tocó fue genocida.

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Cicatrices de la guerra

E

stando trabajando en un proyecto de seguridad alimentaria en el corregimiento de Ejido, municipio de Policarpa. Allí tuve la oportunidad de intercambiar con los vecinos varias anécdotas personales y también de escuchar varias de las historias que se entrelazan en este corregimiento. Pareciera que la historia de la guerra ha quedado en el pasado y que solamente es “parte de la historia”, pero en realidad es más que eso. Por lo menos, esa es la sensación que me queda después de escuchar la narración que contaré a continuación. En el año 2004 llegaron los paramilitares al corregimiento de Ejido, su llegada fue algo agresiva y atropellada hacia la población que vivía aquí. Llegaron gracias a un militar retirado del ejército que compraba coca en la región. Entraron por el corregimiento de Madrigales, corregimiento vecino de Ejido, punto estratégico por quedar en la parte alta. Llegaron disparando, tirando bombas e insultando a la comunidad, método eficaz para atemorizar a la población. Llegaron difundiendo que eran de las AUC, que tenían línea directa con el gobierno y que solamente era oprimir un botón y llegaban los pájaros -aviones

de las fuerzas militares-. En esta incursión llegaron robando y saqueando a los pobladores del corregimiento, “entraban a las casas y se llevaban los carros y las motos para Policarpa” afirman allí. En Policarpa se establecieron y, al parecer, tenían una fuerte relación con las fuerzas armadas. Esta relación la fundamentan los vecinos en la medida en que observaban que, para la época, en la carretera Policarpa-Ejido aparecía primero un retén del ejército, a 15 minutos después aparecía un retén de la policía y 13 otros 15 minutos después, en la misma carretera, aparecía otro reten de los paramilitares. El problema de los paramilitares no era que mantuvieran una estrecha relación con las fuerzas armadas, sino el modo de ejercer su poder en la población. En la carretera Remolino- Policarpa se encuentra un puente vehicular sobre el rio Patía, como a 10 minutos de Remolino. Allí los paramilitares establecían sus retenes, no solamente para capturar a sus enemigos de guerra sino para bajar a las mujeres y abusar sexualmente de ellas. Sin ninguna dificultad las mataban y las arrojaban al rio. Pero la situación más difícil que vivía cada población a donde llegaban estos personajes


CRÓNICAS

era cuando sacaban la lista de los nombres de los supuestos colaboradores de la guerrilla a quienes tenían que masacra. El temor era inmenso porque en un territorio donde la ingobernabilidad y ausencia de las fuerzas del estado eran suplantadas por la guerrilla todo mundo podía tildarse de colaborador de las FARC-EP; pero a ello se aumentaba el agravante que las listas se construían con los nombres que dieran como prenda los guerrilleros o personas retenidos por los paramilitares a fin de salvar sus vidas y allí podía caer cualesquiera, porque el todo era completar el número que las 14 AUC le dijeran. La veracidad de estas listas era dudosa, pues eran suministradas por compradores de coca, por desmovilizados de la guerrilla, o por personas que eran interrogados por los paramilitares con métodos que volvían la situación en una cacería de brujas, donde caía mucha gente inocente. El puente rojo que se encuentra a 10 minutos de Ejido y esta sobre el rio Patía, era donde se realizaban estas masacres. Era normal ver las latas del puente rojo llenas de sangre. Desde allí tiraban los cuerpos sin vida al rio Patía. Estos eran recuperados desde Sánchez -corregimiento de Policarpa, que se encuentra como a hora y media de Ejido rio abajo-

“Era muy triste ver como los niños se escondían debajo de las camas y temblaban del miedo al escuchar los enfrentamientos” o más abajo. Inicialmente, los pobladores de Sánchez hacia abajo recuperaban los cuerpos y los sepultaban, pero aumentó tanto el número de cuerpos que decidieron tomar otra acción. A medida que bajaban los cuerpos por el Patía, los pobladores al margen del río buscaban lazos para amarrar los cuerpos y dejarlos en el río. Esta decisión la tomaron porque en esta parte el clima es más cálido y dejar los cuerpos sobre el río hacía que se conservaran más. Por otro lado cuando alguien desaparecía en Ejido, había la posibilidad de encontrarlo en estas poblaciones que se encuentran río abajo. Los cuerpos flotaban amarrados al río como si fueran grandes pescados. Pero lo más fuerte era cuando alguien iba a estos lugares a buscar a las personas desaparecidas, pues normalmente los cuerpos flotaban de espaldas y había la necesidad de voltearlos boca arriba uno a uno para encontrar al ser querido. Los vecinos recuerdan una familia desplazada del Cauca que había llegado a Ejido huyendo del conflicto armado y, al poco tiempo, volvieron a revivir el horror de la guerra en este corregimiento.

Ellos mandaban a sus hijos a la escuela, que está a unos 400 metros del casco urbano, al igual que todos los padres de familia del lugar. Cuando de un momento a otro iniciaban los combates y los niños quedaban en medio del fuego cruzado, los profesores para resguardar la integridad de los estudiantes los agrupaban en el salón más seguro. Siempre que sucedía esto, se estaba con la incertidumbre que los niños fueran a morir pues los actores armados no respetaban las instituciones educativas. Los padres de familia pensaban en dos cosas: primero que no podían morir pues no quedaba nadie que se encargara de sus hijos o, lo más trágico, que si sus hijos iban a morir, querían morir al lado de ellos. En estos tiempos el fantasma de la muerte se paseaba por todo el corregimiento sin discriminar a nadie. Esta situación era muy difícil de prever, pues en cualquier momento llegaban carros con gente armada. Cuanto esto sucedía la población ya sabía que tenían que esconderse, porque en cualquier momento estallaba el conflicto.

“Era muy triste ver como los niños se escondían debajo de las camas y temblaban del miedo al escuchar los enfrentamientos” afirma una pobladora del corregimiento. Las cosas se calmaban cuando llegaba el ejército a los tres días después de los enfrentamientos. Así estuviera el ejército en Ejido, se sembraba el pánico en la población, no se podía hablar con nadie extraño porque se era cómplice del enemigo sin saber por qué. Y cuando se era cómplice del enemigo se pagaba con la vida. Otra manera de intimidar a la población fue llenando todo el perímetro del corregimiento con minas antipersonales, problema que persiste hoy en día, pues en septiembre del año pasado el ejército detonó una mina en la finca de un poblador del corregimiento que está a cinco minutos del casco urbano. La población no tenía a donde ir pues ya había establecido una vida en el corregimiento; lo único que quedaba era tratar de sobrellevar la situación. Pero como toda decisión, esta traería sus consecuencias que se vería reflejada en la población. Esta asumió la guerra como algo cotidiano, perdió la capacidad de asombro frente a este fenómeno, además quedó con muchos traumas psicológicos. Actualmente viven con mucha zozobra, se escucha un sonido fuerte y se piensa en


¿Cómo nos toca la guerra?

aquellos tiempos; inclusive hay personas que mecánicamente lo primero que hacen es tirarse al piso y buscar un refugio. Otro recuerdo con los paramilitares es cuando al otro lado del río llego el ELN y se armó una confrontación entre los dos grupos armados, quedando el corregimiento en medio del fuego cruzado. Un profesor, por medio de los altavoces que hay en el corregimiento, guiaba a las personas para que se resguardaran en la capilla, cuando fue llamado por el comandante de los paramilitares. El profe creyó que su vida estaba próxima a terminarse, pues sabía qué les sucedía a las personas que eran llamadas por él. El comandante le pregunto al profe si era el que estaba guiando a la población a resguardarse. El responde que sí y el comandante le dice que no se preocupe porque ya están próximos a retirarse de Ejido y porque se piensan desmovilizar. En realidad, los paramilitares se retiraron a los pocos días de este enfrentamiento, pero las cicatrices de la guerra que dejaron en este corregimiento del departamento de Nariño, para este momento ya serán difíciles de olvidar.

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¡Nunca será un adiós, Martín!

A

Martín lo conocí en agosto de 2014. Era mayor que nosotros y estudiaba ciencias políticas, estaba en sexto semestre y era matemático de la Universidad de Antioquia; nos presentó una prima mía en medio de asambleas estudiantiles en la “Nacho”. Martín y su círculo de amigos cercanos trabajaban en la revista estudiantil de la facultad de Ciencias Humanas y Económicas y además siempre alguno de ellos moderaba los acalorados debates en la asamblea estudiantil. Martín era un líder nato, atento al escuchar, claro y preciso al intervenir, pero se destacaba sobre todos los otros líderes estudiantiles porque trataba siempre de hacer más y hablar menos. Nosotras siempre estábamos fascinadas al verlo hablar frente a todos, siempre con iniciativa y propuesta, siempre con la utopía como bandera, siempre con el colectivo como escudo. Los ánimos en la Nacho y en la de Antioquia por ese entonces estaban bastante agitados, Medellín era una caldera en la que los habitantes de los barrios populares y sus “muchachos”, los milicianos nacidos en esas barriadas, resistían el embate del bloque Cacique Nutibara de las AUC y del violento

primer gobierno de Álvaro Uribe. Los claustros no eran ajenos a esta situación y por ese entonces empezaron a salir listados de estudiantes amenazados en ambas universidades. En la cafetería central de la Nacho pusieron un papelón con el listado, yo lo leí cuando iba un martes para clase a las 6 am. Ahí aparecía el nombre de Martín, decía que tenía 24 horas para irse o iban a matarlo. Esa fue la primera vez que sentí un miedo profundo por su vida y, a partir de allí, no dejé de sentir que los huesos se me helaban cada vez que el ambiente se ponía turbio en la universidad. Todos hicimos caso omiso a aquella advertencia, por supuesto, y como la situación de violencia política en la ciudad y dentro de la universidad lo ameritaba, adoptamos una serie de medidas de autoprotección y andábamos siempre pendientes los unos de los otros. Por el miedo que todos sentíamos en la universidad y la

tensa calma que reinaba en ella, pensábamos que éramos más visibles allí que en los barrios con la gente y, siguiendo al pie de la letra los latidos de nuestros corazones y nuestros ímpetus rebeldes, decidimos continuar 15 nuestro sueño en las calles. Martín notó que yo tenía mucho tiempo libre en la universidad y me invitó a una reunión; junto con otros amigos y amigas, fundamos juntos un colectivo estudiantil llamado “Contracorriente”. Pretendíamos lograr ligar nuestro compromiso social con una causa real; fue así como llegamos al asentamiento de desplazados llamado la Honda, en la periferia Oriental de la cuidad de la eterna Primavera, con la ilusión de apoyar a esta comunidad compuesta por campesinos desplazados de múltiples y diversos territorios de Antioquia que, para ese entonces, parecían refugiados de guerra en su propio suelo. De la mano de Martín conocí, por primera


CRÓNICAS

vez, el rostro de la pobreza y de la guerra. El impacto emocional que esto me produjo lo siento aun hoy al recordarlo: casas de cartón, calles polvorientas y pedregosas, velas encendidas apenas empezaba a caer la noche para iluminar los ranchos, fogones de leña y petróleo y la excluyente Medellín, a lo lejos, titilando como millones de luciérnagas al tiempo… Semanalmente nos reuníamos en la universidad para organizar y planificar los talleres que desarrollaríamos en la Honda el siguiente fin de semana. Por mi parte, tenía la responsabilidad con otra compañera del trabajo en la 16 huerta comunitaria con los adultos y la formación ambiental con los jóvenes del barrio. Transcurría el años 2005 y vivía tal vez los años más felices de mi vida, el aprendizaje constante, el trabajo con la comunidad, la amistad inquebrantable que surgió de esta experiencia, son unos de los recuerdos más bellos que tengo de mi vida en Medellín. Años de trabajo incansable en las comunas de Medellín, se nos envejecieron los adultos, se nos crecieron los niños, debíamos cambiar la perspectiva del trabajo y empezamos a pensarnos la posibilidad de realizar en las barriadas de la ciudad un preuniversitario para que los jóvenes pudieran ingresar a la

universidad pública y, desde ese escenario, continuar su trabajo para la comunidades vulnerables de las cuales provenían. Empezamos entonces a prepararnos, talleres de pedagogía, módulos de matemática y lecto escritura, aprender a dar clase, aprender cuál es la mejor forma para hacernos entender, aprender y desaprender constantemente, construir y deconstruir constantemente, todo un proceso generador de amor y dignidad. Empezaríamos clase en enero de 2008 en el barrio con jóvenes de escasos recursos residentes allí y en lugares cercanos. Para finales de 2007 las cosas no estaban nada fáciles en Primavera, los paras llegaron al barrio y ya habíamos tenido algunos encontrones con ellos. Nos habían parado una tarde cuando íbamos caminando hacia el paradero del bus, nos preguntaron quiénes éramos y qué hacíamos allí. Los habitantes del barrio nos dijeron que era mejor no volver, no arriesgarnos, pero nosotros sentíamos que nada malo estábamos haciendo y no debíamos abandonar la comunidad a su suerte. Varias veces al llegar al centro de Medellín después de una larga jornada de trabajo en el barrio sentíamos que nos seguían, que nos observaban, que nos vigilaban, nosotros preferíamos dar vueltas

en el centro y tomarnos algo antes de regresar cada uno a su casa. Con eso nos asegurábamos de que el seguimiento sólo fuera en el centro y no lo hicieran hasta nuestras residencias, pero fuimos muy ingenuos. A esa altura de la vida ya nuestras cabezas tenían precio. Debido a la situación de seguridad, decidimos suspender por un tiempo las actividades en el barrio y concentrarnos de lleno en la realización del preuniversitario para el siguiente año. Como no teníamos recursos ni apoyo y sabíamos de las condiciones económicas tan precarias que tenían los jóvenes que estarían en el preuniversitario, decidimos hacer algunas actividades para obtener recursos económicos. En eso nos pasamos noviembre y diciembre, la idea era iniciar a mediados de enero.

Cuba con la que soñábamos. Yo logré convencer a mis padres para que las próximas vacaciones fueran allí, viajaría en enero. Cerca de las 12 de la noche, Martín notó un par de hombres que nos observaban muy de cerca, llevaban varias horas siguiéndolo, aseguró, de nuevo sentí mucho miedo. Nos despedimos con un fuerte abrazo, besos, los mejores deseos para esas fiestas de fin de año y prometimos juntarnos de nuevo después de mi regreso de Cuba. Regresé de Cuba un mes después, exactamente un 16 de enero. Tarde en la noche sonó el teléfono de mi casa, contesté. Al otro lado una mujer joven llora desesperada. Es Carolina. “¿Estás sentada?” me pregunta, apresuradamente respondo con un “¿Qué pasó Carola?” “Nos mataron a Martín”, respondió seca y estalló nuevamente en llanto. Todo se puso negro para mí, no pude decirle nada, colgué y sentí que todo se vino abajo. Jamás había sentido tanto miedo de la muerte o de la vida, o de vivir la vida siempre al límite por querer

Llegó el cumpleaños de Martín, 16 de diciembre. Ese día nos juntamos para celebrarlo en su lugar favorito, afuera del teatro Pablo Tobón Uribe, una torta y cervezas, una celebración casi familiar para nuestro “Me arrebataron para admirado amigo. Las horas fueron pasando, nos siempre a uno de mis mejores fuimos quedando solos. Toda la noche hablamos de amigos, mi héroe del barrio, mi próximo viaje a Cuba, é l deseaba con todo su corazón mi ejemplo, mi hermano” que yo fuera y conociera esa


¿Cómo nos toca la guerra?

cambiarlo todo. Quise con todos mis fuerzas hacerme invisible. A Martín lo asesinaron los paramilitares del bloque Cacique Nutibara en el barrio Castilla de la ciudad de Medellín, el 14 de enero de 2008 saliendo de su trabajo. Era profesor de colegio. Nadie vio nada, nadie escuchó nada. Yo no alcancé a contarle cómo me fue en mi viaje, no alcancé a despedirme, no alcancé a decirle lo mucho que lo admiraba, lo importante que fue y es para mí. No alcancé a darle el último adiós. Cuando regresé, a Martín ya lo habían enterrado. No puedo describir mi dolor y mi tristeza. Me arrebataron para siempre a uno de mis mejores amigos, mi héroe del barrio, mi ejemplo, mi hermano. A Martín, nuestro Martín, querían condenarlo al olvido por pensar diferente y por ser coherente en la praxis, pero lo que no sabían quieres cegaron su vida es que Martín, así como todos los héroes anónimos de éste país, seguirá siendo eternamente semilla que brota en el pueblo, seguirá siendo alegría y sueño de transformación. Su trabajo y su ejemplo han quedado en la memoria de compañeros y amigos, así como en múltiples organizaciones comunitarias y estudiantiles que tienen el mismo anhelo de cambio social y que diariamente se nutren de su memoria para recobrar

fuerzas y seguir trabajando en la construcción de un nuevo país. Porque Martín fue un hombre que nunca tuvo miedo a cuestionar y cuestionarse, un guerrero que jamás sacrificó sus sueños por la zozobra y la violencia. Estas fueron razones suficientes para que el Estado colombiano, autoritario y despótico, lo sentenciara al aniquilamiento. Pero acá seguimos, incansables, perseverantes, tercos –como él nos enseñó – pintando con su sonrisa cada uno de nuestros pasos. Nunca dejo de preguntarme cómo sería todo si Martín estuviera aquí. No sé si estaría orgulloso de nosotros o, por el contrario, moriría de rabia por lo que no hemos logrado. Sólo sé que por soñar distinto, Martín fue víctima del conflicto social, político y armado que se desarrolla en nuestro país hace 52 años. Que la paz sea la oportunidad para saber la verdad, que la paz sea aliciente para que en este país nadie muera por pensar diferente. Jamás olvidaré ese fatídico 14 de enero. ¡Nunca será un adiós, Martín!.

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La guerra no inicia con las armas de fuego

A

pesar de estar viviendo en la ciudad capital de Colombia y de haber pasado la gran mayoría de tiempo en ésta, hasta ahora no puedo decir que el conflicto armado colombiano ha sido un asunto ajeno a mi vida. Podría pensarse que como no he vivido en zona rural, donde se han cometido los peores actos de violencia contra la población civil, la guerra y sus víctimas me son indiferentes. La verdad es que no, este monstruo llamado guerra, dispara indiscriminadamente, sus balas son tan potentes que lastiman al mundo entero y arroja sus víctimas lejos del campo de batalla, concentrándolas en los suburbios de las grandes ciudades, haciendo crecer los cinturones de pobreza. Colombia con una población de alrededor de 47 millones de habitantes, tiene la cifra más alta del mundo de población desplazada, cerca de 7 millones de personas, de los cuales 400.000 aproximadamente se encuentran en Bogotá. Es insensible hablar de personas en cifras, como si un número los representara o una denominación como la de “desplazados” lo hiciera de igual manera. Detrás de cada unidad que conforma ésta cifra de desplazados, se encuentra una historia distinta de desplazamiento la de un ser

humano que, como cualquier otra persona, tiene necesidades materiales, afectivas y espirituales; que como cualquier otra persona trae consigo, una cultura, una lengua, unas tradiciones, un arraigo por la tierra y además un sufrimiento, un dolor y probablemente un resentimiento por la situación de injusticia con la que fue removido de su terruño y que puede ser incrementada por la indiferencia con que llegue a ser tratado en las urbes. Ha sido común para mi ver en la capital, personas con niños en 17 brazos, con cara de campesinos o indígenas, sosteniendo carteles en los semáforos o a la salida de las iglesias, en los cuales exponen en pequeñas frases las razones de su condición, mendigando por una moneda, un bocado de comida o un trabajo para el sostenimiento de ellos y sus familias. Durante algún tiempo, en mi temprana adolescencia, tuve dos hipótesis acerca de esta situación. La primera era de personas que no querían trabajar y les parecía más fácil salir a pedir limosna que buscar un trabajo. La segunda de que algunos de ellos pedían para poder financiarse el consumo de drogas. Aunque en algunos casos pasa, estos dos escenarios


CRÓNICAS

no aplican para la población de desplazados por el conflicto armado. Para personas que han dedicado sus vidas enteras a actividades agropecuarias, llegar repentinamente a la ciudad, en muchos casos por primera vez, sin conocer el funcionamiento de éstas y con ilusiones de una mejor vida de la que están llevando en sus sitios de origen, tiene un gran impacto. Primero que todo, llegar sin dinero en qué invertir o cómo subsistir, sin familiares o conocidos que los puedan recibir en sus casas, con escaso o nulo acceso a oportunidades laborales, 18 con desconocimiento de la inmensidad de lo que representa una ciudad y, por último, pateados por la indiferencia de la mayoría de sus habitantes y entidades del gobierno que no reconocen la tragedia de su desplazamiento. Es por eso que muchos de los desplazados no tienen otra opción más que mendigar por las calles dinero y comida. Recuerdo en particular una zona de concentración de desplazados, en la navidad del 2013, bajo el puente vehicular de la calle 116 con avenida 9°, cerca del lugar donde trabajaba; inició a principios de noviembre y terminó en los primeros días de enero del siguiente año. No sé cuántas personas eran exactamente, calculo

que alrededor de 50 a 60; entre ellos había mujeres y hombres jóvenes, algunos ancianos y varios niños, los cuales tomaron por techo el puente, improvisando sus albergues con plásticos y carpas debajo de éste. El motivo de su alojamiento en ese sector de la ciudad en particular fue el de ubicarse frente a la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y la Unión Europea, entidades de las cuales esperaban algún apoyo para reclamar al gobierno nacional las ayudas de vivienda y manutención prometidas, pero no cumplidas hasta ese momento. Sus necesidades corporales las realizaban en jardines de la zona o en el separador de la avenida novena. La cocina era una olla comunitaria debajo del puente, que era puesta sobre un fogón alimentado por tablas y palos para la cocción de sus alimentos. De igual manera, el área de diversión de los pequeños se encontraba ubicada debajo del puente vehicular. El agua, la comida y los insumos sanitarios los proveía la alcaldía de Bogotá con ayuda con algunos vecinos y transeúntes del sector, quienes trataban de alguna manera de colaborar con ellos. Por curiosidad y por tener información de primera mano, una mañana interactué con un señor

“Pateados por la indiferencia de la mayoría y de las entidades del gobierno que no reconocen la tragedia de su desplazamiento”

perteneciente a la concentración de desplazados. Quería saber la razón de estar allí y además cuáles eran sus objetivos. Su respuesta fue muy concreta. Había dejado su tierra en San Onofre, Sucre, por razones de violencia, causada por la guerrilla. No me dijo nada más, me invitó a que hablara con el líder del grupo para conocer las pretensiones colectivas, aunque para ese momento no se encontraba disponible. Ese fue el único contacto que alcancé a tener con ellos. Pasado el año nuevo me enteré por noticias que habían sido desalojados y reubicados en Kennedy, prestándole atención a aquellos que eran realmente desplazados, pues se habían infiltrado personas que no lo eran y que pretendían apropiarse de ayudas exclusivas para personas desplazadas. Además, se dijo que el líder de la concentración, Pedro Nel Cardona, se estaba aprovechando de las ayudas dadas por la alcaldía y los vecinos. Esta es la manera en que el conflicto armado ha llegado a mí.

Bueno, sin contar las restricciones de movilidad que se daban en el país hace unos años y de igual manera las restricciones para expresarse sin temor en zonas rojas. Creo que la guerra no inicia con las armas de fuego o los fusiles, sino que tiene sus raíces en el mismo corazón del hombre, quien es el actor que las empuña y decide la manera de realizar, adecuadamente o inadecuadamente, el uso de éstas. No importa que haya un desarme de todas las naciones, mientras permanezca el odio, la envidia y la avaricia en el corazón del hombre, va a estar viva la guerra. Tal vez no serán ya fusiles, ametralladoras, bombas o granadas las que terminen con la vida de miles de seres humanos, pueden ser entonces otro tipo de herramientas las que se usen para perpetuar la violencia y el desplazamiento o inclusive se use para estos propósitos las mismas manos del hombre, creadas para expresar ternura y amor.


¿Cómo nos toca la guerra?

Tres historias en medio de la guerra

E

n 1999 los hermanos Carlos y Vicente Castaño, jefes de las Autodefensas de Córdoba y Urabá (AUC), deciden crear el Bloque Calima, por petición de empresarios de la zona que querían blindarse de los ataques de la guerrilla y narcotraficantes del cartel del Norte del Valle que buscaban protección para sus negocios. Así comienza la historia que hoy les quiero contar. En medio de las montañas de la cordillera central atravesando algunas trochas y caminos de acceso, se encuentra el corregimiento El Placer, en el municipio de Guadalajara de Buga, en el Valle del Cauca; cuentan algunos pobladores que el nombre de la vereda debe su origen al fundador Manuel Toro, dueño de la extensión de tierra que conforma actualmente la vereda y el cual vivía maravillado con el territorio, por lo que decidió llamarlo El Placer. Sin embargo, con el pasar de los años la historia daría un cambio y los habitantes en su mayoría campesinos dedicados a trabajar la tierra, pasaron a ser víctimas del conflicto armado del país. En la madrugada del 23 de agosto de 1999, paramilitares del Bloque Calima de las AUC llegaron

a El Placer y asesinaron a cinco campesinos; los hechos ocurrieron en presencia de toda la población, los paramilitares saquearon varias casas del corregimiento y dañaron las telecomunicaciones. La muerte, la desolación y el olvido cambiaron poco a poco el territorio, pasando de ser una vereda tranquila, dedicada a la agricultura, a un espacio de combate entre los diferentes grupos que se disputaban el poder territorial. Siete años pasaron, antes de que yo pudiera conocer este lugar, años en los que se fueron construyendo historias de vida, historias muchas veces marcadas por el dolor. Hoy les quiero contar tres, que tal vez fueron las que me acercaron al conflicto y me hicieron entenderlo, como una guerra de intereses de unos pocos, donde la vida humana no tiene valor. Don Carlos, de padre de familia a comandante de la región.

Cuando llegué a trabajar con la comunidad de El Placer, lo hice como voluntaria de una organización internacional, que buscaba proteger la vida de las personas que habían quedado confinadas en el marco del conflicto armado. Para ese

entonces, año 2007, el gobierno Uribe había centrado sus fuerzas en derrotar el grupo armado de las FARC, vía aérea (bombardeos) o ataques frontales desde los grupos antiguerrilla de las Fuerzas Armadas de Colombia. Llegar hasta la cabecera del corregimiento no era fácil desde el municipio de Buga; la distancia en carro era alrededor de una hora, por vías destapadas y algunas trochas que habían sido minadas por las FARC, para impedir el paso de los militares al territorio. Siempre que se quería ir, se debía pedir permiso a los actores legales e ilegales que tenían presencia en la zona, para no caer en algunos de estos campos o estar allí en medio de un enfrentamiento abierto o combate. En las primeras reuniones que tuve con la comunidad conocí a Don Carlos, un campesino de más o menos 40 años, padre de tres niños, quien asistía de una manera tímida, casi inadvertida a cada uno de mis encuentros y reuniones. Fueron pocas las veces que puede hablar con él pero su historia, similar a muchos en la región, es la historia de un hijo de la guerra, que no pudo decidir si quería participar o cómo participaría de este conflicto. Don Carlos, pasaba sus días siendo el jefe de hogar de una de las familias del corregimiento y liderando en rango de comandante en uno de

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los frentes de la guerrilla de las FARC. Luego entendería el porqué de su actuar silencioso. Una tarde, en una de las reuniones, hablamos de los derechos de las comunidades confinadas y las medidas de seguridad desde el Derecho Internacional Humanitario (DIH). Don Carlos, tomó la vocería y explicó que las comunidades confinadas, como nosotros las llamábamos, nunca habían tenido derechos, ya que nunca habían sido consultadas y que, al igual que él, muchos nacieron siendo parte de un grupo que tenía el control en la zona y que esta marca nunca les permitiría vivir en paz. Esta fue la 19 última vez que lo vi. A los pocos días me enteré que tuvo que huir de la zona, dejando su familia atrás. Nancy, la promotora de salud en medio de la guerra

Una de las estrategias del gobierno nacional para mejorar la atención en salud en las comunidades apartadas y de difícil acceso, fue el programa de promotoras de salud, donde líderes comunitarias se formaban en primeros auxilios para la atención de su comunidad. Este es el caso de Nancy, la promotora de salud de El Placer. Nancy era una campesina del corregimiento que se certificó


CRÓNICAS

“Estas primeras historias de guerra, me como promotora de salud. Su casa no solo era un espacio de atención de las personas enfermas o donde una vez, cada tres meses, se hacía una jornada de salud desde el hospital municipal, sino que era la casa de encuentro de la comunidad y un punto obligado de paso de todos los actores armados legales e ilegales en el corregimiento. Todas las reuniones que se programaban con la comunidad tenían que ver con ella, desde la 20 acomodación, el apoyo logístico y la convocatoria. En la comunidad ella era una líder y la persona más reconocida del corregimiento, pero su historia cambió y el reconocimiento la convirtió en una víctima del conflicto. Cuando yo dormía en su casa, luego de un taller o solo de visita, ella me contaba lo difícil que era vivir en el corregimiento y cómo el ser promotora de salud la había convertido en el blanco de todos los grupos que se disputaban el territorio. En repetidas ocasiones su casa fue resguardo de militares y guerrilleros que buscaban atención médica. La situación para Nancy no era fácil, pues el atender a personas vinculadas a grupos armados, la convertía en

hicieron entender la guerra como algo mío”

el enemigo más reconocido del corregimiento. Pasaron los meses y la paz que Nancy había conocido de pequeña en su finca en el corregimiento, ahora era un infierno; las amenazas a su familia comenzaron, los hostigamientos a su casa se volvieron más constantes. Un día decidió salir y, junto con su familia, convertirse en una víctima más de desplazamiento en el país. Recuerdo que sus palabras para describir el conflicto era injusticia, una injusticia que solo les tocaba a los campesinos olvidados del país. Camila, la niña que se llevó la guerra

Camila era la menor de tres hermanas de una casa cuya madre era la cabeza del hogar. Sus dos hermanas mayores, meses antes de que la conociera, habían huido para hacer parte de las filas de la guerrilla, según su madre, guiadas por el amor y las promesas que le hacían jóvenes vinculados a esta guerrilla. Camila, a sus 5 años,

conocía más de la guerra que cualquier estudioso del tema; ella a diario vivía con los actores del conflicto, en el restaurante que tenía su madre en la entrada del corregimiento. Con Camila siempre existió un nexo especial. Cuando la conocí me gustaba escucharla hablar del conflicto en sus palabras y cuentos, muchas veces parte de la imaginación de ella. Siempre creí que las historias de muerte, tráfico y armas que vivía a diario tenían otro color, algo de esperanza. Pasaron los meses y Camila cada vez se acercaba más a mí; en cada visita ella siempre quería irse conmigo, de pronto huyendo del futuro que ella veía venir. Finalizando el año fui a visitar a Camila y solo encontré a su madre

y un regalo que había dejado para mí. Camila la noche anterior se había ido con sus hermanas. No pasaron más de unos meses para enterarnos que ella había muerto en un fuego cruzado. Como Camila, fueron muchas las historias de niños que nacieron en medio del conflicto y que fueron obligados a ser parte de este sin querer. Estas primeras historias de guerra, me hicieron entender la guerra como algo mío, algo de lo que hago parte, una historia más de la cual no puedo huir.


¿Cómo nos toca la guerra?

Cautivos de guerras

A

pesar de las adversidades de la vida, ella cobra más fuerza cuando se tienen que afrontar diferentes situaciones: “no solo las dificultades económicas”, dice don Sigifredo, campesino de Mocoa, departamento de Putumayo. Con su mirada triste como clavada en el cielo dice: “aquí hemos vivido de todo, desde escasez de alimentos, paros campesinos y armados, hasta la misma guerra la hemos sentido en carne propia; se ha puesto en juego la vida de hombres, mujeres y niños en estas tierras olvidadas y marginadas desde el centro de Colombia y del mundo”. Sin embargo, continúa, “si un foráneo llega aquí, se amaña, por las riquezas naturales, ríos de agua cristalina, olor a selva húmeda, hermosos amaneceres, caminos de herradura. Aquí se come tacacho, sancocho de gallina campesina, se

“En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente” Khalil Gibran

cultiva plátano, yuca, piña, caña de azúcar, se produce panela y guarapo, se compone y se canta a la naturaleza, al amor, a la vida y se sueña con un país mejor”, relata con toda su alma mientras, por primera vez, se le dibuja una sonrisa en su ajado rostro. “Aquí todos nos conocemos” dice doña Maruja, su esposa, con voz pausada, “hemos vivido muchos años en estas tierras que nos vieron nacer, la iglesia, el mercado, el parque, los ríos Rumiyaco y Caliyaco, el Pepino, Puerto Limón y las calles del pueblo son nuestros caminos donde nos encontramos con amigos y familiares, conversamos sin afán y nos contamos nuestras penas y alegrías”.

Esta región, al igual que otras de Colombia, eran llamadas por el gobierno “territorios nacionales o zonas rojas” como si no pertenecieran a Colombia, tierras marcadas por la violencia, hoy no son muy distintas. Son el refugio para miles de colombianos que llegaron desde la década de los cincuenta de muchos lugares del país, unos entusiasmados por conquistar la esquiva riqueza poniéndole el hombro a las explotaciones de caucho, de quina, maderas, petróleo, oro, marihuana y coca, y otros han llegado en los últimos años en la búsqueda de oportunidades laborales, en un país en el que no hay cama pa’ tanta gente. Mocoa, capital del departamento de Putumayo, fundada el 29 de septiembre de 1563 por Gonzalo H. de Avendaño, está situada en un valle en forma de cajón que, a manera de cuña de la llanura amazónica, se incrusta profundamente en la cordillera

Archivo Municipal

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oriental. Con 1.223 km2, la habitan comunidades indígenas, Camentsá, Ingas y Pastos y colonos; bañada de ríos de agua cristalina, hermosas cascadas, arbustos gigantes, mariposarios, petroglifos, cuevas, diversidad de fauna y flora que llenan de poesía y encanto a la tierra del tucán como dice la canción “río y selva”. “Soy nacido aquí en estas bonitas tierras” relata Orlando, un hombre de 67 años. “Mi padre Anselmo nació en 1907, fue uno de los primeros fundadores de este municipio; él me contaba que desde la llegada de los padres capuchinos desde España, quienes vinieron a conquistar almas para la religión 21 católica, se vivieron épocas de sometimiento, explotaban a los indígenas primitivos, les ponías duros trabajos y crearon grandes haciendas aprovechando los recursos naturales de esta bella amazonia; les quitaban las tierras y las declaraban baldías; ante esos hechos, los indios se revelaban,


CRÓNICAS

algunas veces desobedecían a sus amos “los padres capuchinos” y eran castigados brutalmente”. Así como Orlando, otros pobladores, docentes ya pensionados, relatan cómo “a través de la historia de nuestra vida en Mocoa, más de 50 años, hemos sido cautivos de múltiples guerras producto de un país centralista que, durante muchos años, nos olvidó y permitió que grupos al margen de la ley invadieran estos territorios; aquí imperaba la ley del más fuerte, se sembró un ambiente de miedo, horror y dolor, la cultura de la coca cambió las costumbres de la gente, generó un desarrollo desigual, la 22 corrupción se recrudeció con el ansia del dinero fácil y rápido. La tranquilidad de vivir en el campo se apagó”. La profesora Celina recuerda cómo un día de marzo de 1981 cuando llegó a su colegio Santa María Goretti a dictar clases, a las 7 de la mañana se escuchó un tiroteo. “Empezó por la loma, la parte más alta de Mocoa; estaba con las niñas en clase, de repente vimos un pelotón de hombres y mujeres con armas que corrían por todas partes, en cuestión de segundos nos rodearon; entramos en pánico, todos corrimos a proteger a los niños de la primaria, entre ellos mi hijo Andrés. Nos abrazamos muy fuerte profesores y alumnos esperando lo peor; de pronto vimos

a muchas mujeres guerrilleras que ingresaron a los baños del colegio y temerosas pedían uniformes de las estudiantes para camuflarse entre la multitud y poder huir de las filas de la agrupación guerrillera. Mientras tanto, otros guerrilleros saqueaban los bancos agrario y popular y, ante la resistencia de los vigilantes, les dispararon sin compasión y se robaron el dinero”. Pero ahí no paró todo. La profesora continúa narrando: “Ante la angustia y el desamparo la gente corría para escapar de la muerte; fue un día muy triste que jamás olvidaremos. Una bala perdida acabó con la vida de un niño de 5 años y la persona que lo acompañada, fue herida. En medio del caos y cuando los guerrilleros se disponían a dejar el pueblo, un grupo de indígenas que estaban en reunión en el colegio los aplaudían aprobando su hazaña, dejando en el ambiente un símbolo de triunfo. ¡Qué tristeza!”. Hechos como ese y otros que se vivieron por esa época dejaron recuerdos a los niños y jóvenes quienes por su corta edad no dimensionaban lo que estaba pasando. A tal punto,-sigue contando-, “que cuando mi hijo creció y tendría unos 7 años al pasar por un almacén me pedía que le compre un par de botas plásticas porque quería ser guerrillero, ese era su sueño y así el de muchos

niños que querían ser héroes de guerra; las armas eran sus juguetes preferidos y jugaban a los pistoleros”. Con el paso del tiempo, en 1984 con la llegada de las FARC en Putumayo se sembró el miedo y la incertidumbre; los frentes 22, 13, 14 y 19 de los departamentos de Caquetá, Huila y Nariño conformaron el Bloque Sur y cobraban grandes impuestos a los narcotraficantes o comisionistas. “Fue una época muy difícil”, cuenta Miguel, otro docente pensionado, oriundo de Mocoa. “Aquí la violencia no sólo tocó a los campesinos, maestros y sindicalistas, sino también jueces, inspectores de policía y funcionarios públicos”, continúa relatando. “Durante los años 1985 a 1987 la población de Mocoa y del Putumayo vivió muchos episodios de muertes violentas; en Mocoa asesinaron abogados a la entrada de sus propias casas, en las calles, en las vía hacia Villagarzón, sucesos como la bomba que lanzaron al DAS en Mocoa a las 8 p.m. que ensordeció a los habitantes del barrio El Jardín. Eran tres vigilantes, dos de ellos se murieron y solo uno se escapó de la muerte mientras salió a la terraza a fumar un cigarrillo; en cuestión de segundos, cuando sintió la explosión, bajó apresuradamente a proteger a sus dos compañeros,

pero ya era muy tarde, estaban bañados en sangre. Cogió a uno de ellos, lo puso al hombro y lo llevó al hospital; desafortunadamente en el camino murió” En la década de los noventa, con la presencia de paramilitares, narcotráfico, guerrilla y ejército nacional se generaron dramáticos enfrentamientos bélicos. Las noches eran eternas, cuentan sus habitantes. Mocoa solo tenía energía eléctrica hasta la media noche, la penumbra fue testigo de la violencia armada, mujeres viudas, niños huérfanos y ancianos solitarios lloraban a sus muertos. Ante esa cruda realidad, algunos sectores organizados de la población como los indígenas, maestros, trabajadores petroleros y campesinos empezaron a movilizarse para reclamar al gobierno por la violación de los derechos humanos, con marchas y paros laborales reclamaban justicia. Defender la vida de la población se constituyó en la prioridad. Los años 1996 a 2000 fueron los más críticos en Putumayo. Mocoa se convirtió en el lugar de mayor recepción de población en situación de desplazamiento. Miguel se acuerda y cuenta cómo “llegaron más de 900 indígenas en su mayoría campesinos desterrados de sus veredas, de Puerto Caicedo, Valle del Guamuéz, San Miguel,


¿Cómo nos toca la guerra? Paway- Mocoa

Orito, y de otros departamentos como Caquetá y la bota Caucana. Mocoa representaba un lugar relativamente seguro porque no había presencia de grupos armados para esa época, pues ya estaban asentados en Puerto Caicedo y otros municipios del Bajo Putumayo”. La población en situación de desplazamiento recibió el apoyo de organismos de cooperación como ACNUR y la OIM que apoyaron los procesos organizativos para que los desplazados emprendieran nuevos caminos de vida, algunos estigmatizados por su condición y otros luchando por el reconocimiento de sus derechos. Se sentía miedo y desconfianza generalizada entre los habitantes de Mocoa. El fenómeno del desplazamiento forzado desató nuevas guerras, asesinatos entre líderes, desempleo, pobreza, sobrepoblación, delincuencia, en

Revista Semana 26/11/2008

un espacio donde se gobierna sin brújula y donde impera la politiquería, la cultura de la corrupción cada vez se pone de moda en el afán de enriquecerse sin esfuerzo. La cultura del narcotráfico ha hecho grandes estragos en la vida de las familias, conflictos pasionales, ambiciones desbordadas han ocasionado muertes inimaginables en un pueblo donde la gente es buena, solidaria y noble. Y la cultura del enriquecimiento rápido y fácil llegó con las pirámides DMG y DRF, dos organizaciones que recaudaban dineros y los devolvían con altos intereses, generando acumulación en corto de tiempo. Por esa época, todas las conversaciones giraban alrededor de porcentajes y de grandes sumas de dinero, grandes filas se veían en los lugares de recaudo hasta que la bola de nieve creció tan alto que en noviembre de 2008 se

I.E. Mocoa

desplomó. Fue entonces como si un terremoto hubiese pasado por el pueblo. Gente sin casa, con todos sus ahorros empeñados, sus sueños truncados se veían deambular por las calles, desesperación y suicidio por haberlo perdido todo. Este fue un fenómeno que dejó grandes lecciones de vida frente a lo fácil y rápido, el afán por lograr cosas materiales nos desdibuja el sentido de vivir, pero en medio de las adversidades, las pirámides también dieron alegrías a los pobres y vulnerables que, si no hubiese sido por ellas, nunca hubiesen comprado un televisor grande y otros artículos con el trabajo honrado. “Y así como nos ha tocado vivir, sentir, llorar y volver a empezar, aquí estamos” dicen los profes Celina y Miguel. “Nuestra juventud y adultez la vivimos aquí, en esta tierra que amamos donde trabajamos más de 38 años de

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Contagio Radio

nuestra vida al servicio de niños y jóvenes con el compromiso y la convicción de forjar seres humanos con capacidades para construir un mundo mejor”. ”Si ponemos el retrovisor de nuestra vida en Mocoa, sentimos que este es nuestro espacio, nuestro lugar”, dicen los maestros. “Aquí nacieron nuestros hijos, aquí tejimos nuestra historia en esta Mocoa azotada por las guerras, no solo las del conflicto armado sino las guerras psicológicas, políticas, culturales en un pueblo de múltiples identidades, con presencia de campesinos e indígenas oriundos de Nariño, Cauca, Caquetá, Huila y Tolima. Vemos como han pasado tantos años y realmente esta Mocoa se ancla en un atraso espantoso donde la politiquería es la reina, la incompetencia de los funcionarios públicos ha traído graves consecuencias que, impotentes, hemos soportado a

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CRÓNICAS

través de los años” Como si fuera poco, “in gobernados por más de dos décadas, con el antecedente de una avalancha ocurrida en Julio de 1960 la cual no superó 30 muertos, la noche del 31 de marzo de 2017 llegó la segunda. La lluvia empezó a las diez de la noche, ese viernes no paraba de llover. Estruendos espantosos, rugía la tierra como si el mundo había llegado a su fin. Los ríos Taruca, Conejo y Sangoyaco se desbordaron y se posesionaron del pueblo acarreando con todo lo que encontraron en su camino. Se llevaron la vida de más de 312 personas y más 140 desaparecidos, 24 aún no se sabe con certeza cuántos se fueron. Rocas gigantes, árboles, lodo, la furia de la naturaleza se propuso reclamar su espacio”. “Aquí ya no queda sino el rastro de un pueblo donde hubo muchas vidas, hoy ya no hay sino muerte y desolación” dice Miguel con rabia e ironía. “Perdimos a nuestros amigos con sus familias, a conductores, profesores, estudiantes, mujeres trabajadoras, “dice con tristeza Celina. Hoy vemos a nuestro alrededor y aún no creemos, todo parece una pesadilla… rostros profundamente tristes, miradas inciertas, niños huérfanos, hombres y mujeres reiniciando sus vidas.

A Mocoa, cautiva de guerras, la avalancha la hizo visible ante Colombia y el mundo. Salió del anonimato, los noticieros debían explicar apoyados por los mapas donde quedaba ese lugar que, la mayoría de gente del país, no conocía. Nuestra gran querida Mocoa señorial, “la dama antañona” como la bautizó don Parménides Guerrero, para enaltecerla como capital del departamento, la hemos visto crecer sin horizonte ni estética, pero habitada por gente noble, emprendedora, alegre, con gran sentido del humor, hospitalaria y optimista. Un territorio donde los saberes ancestrales equilibran la vida de sus pobladores en la búsqueda de la pervivencia de un pueblo que anhela la paz, en medio de esta hermosa selva llena de encanto, magia y color. Miguel y Celina cierran su reflexión. “Ahora entonces, ante la desolación y las lágrimas pero con el alma llena de amor por estas tierras, seguimos forjando caminos, reconstruyendo senderos de esperanza por la Mocoa que amamos y donde hemos construido nuestros sueños a través de la historia en esta tierra del olvido a la que todos pertenecemos y a la que estamos comprometidos a sacar adelante, seguiremos

resistiéndonos ante las injusticias, luchando por los derechos humanos, porque siempre creemos en mundos posibles capaces de reconstruirse y volver a empezar”.

Aprendiendo a escuchar al otro Martín, es un hombre trabajador, honesto, un poco callado, pero un excelente observador, juicioso, atento, responsable y un cañicultor muy solidario con sus vecinos y amistades. Es de aquellas personas que pocas veces hablan de sus vivencias pero que, por cosas de la vida, un día mientras él, su padre y yo sembrábamos frijol y hacíamos un abono, decidió contarme su historia, aquella que guarda en lo profundo corazón y que tal vez ha marcado de manera indeleble cada uno de sus pasos hasta lo que es hoy en día. Recuerdo que hablábamos de varios temas a la vez: el precio de la panela, el tiempo atmosférico, el frío -como lo añorábamos, ya que llevábamos más de 3 meses con temperaturas que superaban los 33°C-, el estudio de su hijo de 4 años que iba a iniciar la escuela el siguiente año, los vecinos, su modo de ver las cosas, etc… De repente él comentaba cuan alegre se sentía de trabajar en su finca y aunque la carga de panela “echara para atrás” cada día, por

la sequía que afrontaba en ese momento, él se sentía tranquilo de estar ahí. Fue entonces cuando de su boca salía una frase que recuerdo muy bien: “¡Es que usted no sabe!”. Guardó silencio por un momento y prosiguió “Mi historia en relación con la violencia y el conflicto armado aquí en mi municipio lo recuerdo muy bien, se inició desde mis años de escuela de primaria, por allá a mediados de los años 80´s. Durante esa época se empezó a notar la presencia de las FARC en


¿Cómo nos toca la guerra?

las veredas; para ellos fue muy fácil hacer presencia ya que la fuerza pública casi nunca estaba presente por aquí y si acaso aparecían era de un día para otro y volvían y se iban. Las FARC empezaron a imponer su ley de cierta forma ajusticiando a los delincuentes comunes y haciendo huir a las personas que, para ellos, estaban tildados de “vagos sin oficio”. De cierta forma se fueron ganando la simpatía de los campesinos ya que eran los que resolvían los problemas que se presentaban entre vecinos, por malentendidos o hasta por la pérdida de una gallina. Hacia la década de los 90, este grupo tenía ya suficiente confianza, lo que los llevaba a hacer presencia de civiles en el casco urbano y así fueron ganando adeptos que eran reclutados voluntariamente hacía sus filas. La única condición era que quien les siguiera después no se podía arrepentir y decir que ya no quería. Recuerdo cómo algunos de mis amigos de infancia se dejaron deslumbrar por la afición y posibilidad de empuñar un arma y conseguir por ello una vida mejor. Mis principios morales y la educación que había recibido por parte de mis padres me hacían ver que esas cosas no estaban bien y jamás mostré interés, ni mucho

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menos compromiso con ese grupo. Ya para el año 1996 habían muchas personas comprometidas con ellos, ya no era fácil librarse de sus compromisos y también se veía cómo algunos de los comprometidos hacían ajusticiar a personas inocentes, culpándolas de cosas que no habían hecho. Así comenzaron a formarse los resentimientos de otras personas que querían justicia y otros que querían imponer lo que para ellos era la justicia. Por estas fechas ya era de total conocimiento por parte de la comunidad que los paramilitares se estaban apoderando de algunos municipios cercanos y poco a poco se vio como fueron incursionando también dentro del casco urbano. Las FARC, en su deseo de no ceder terreno empezaron a generar represalias más duras con los desertores y los informantes del otro bando y lo mismo hacían las AUC. Así pasaron dos largos años en los que, a pesar de todo, la guerrilla parecía intocable, pero hacia el año 2000 se aumentaron los operativos de la fuerza pública contra la guerrilla que tuvo que replegarse y, de esta manera, vimos cómo empezaba una fuerte avanzada de las AUC en el municipio. Durante esta disputa territorial mi familia y yo vivimos lo

Recuerdo con nostalgia aquel día en que se me planteó una encrucijada terrible: “Decidirme entre mi familia, mi pueblo o irme con la guerrilla”. impensable. Era muy triste ver como los que menos teníamos que ver en el conflicto llegamos a vivir en una zozobra total por los enfrentamientos, ultrajes y malos tratos por parte de los tres bandos que generaban el conflicto, FARC, AUC y Policía. Causaba mucha conmoción ver partir familiares con esos grupos o enterarse de que habían sido ejecutados por los mismos, acusados de colaboradores y demás, cuando uno sabía que eso era falso. Recuerdo con nostalgia aquel día en que se me planteó una encrucijada terrible: “Decidirme entre mi familia, mi pueblo o irme con la guerrilla”. Afortunadamente, ese mismo día en el que me hicieron la propuesta pude salir en la noche hacía Bogotá; ya en ese lugar estaban mis hermanos y yo fui el último en irme. Guardaba la esperanza hasta ese momento de que todo mejoraría, pero no fue así. En esta finca solo quedaron mi

mamá y mi papá; ellos vivían muy preocupados y con la incertidumbre de que en cualquier momento tendrían que salir corriendo solo con lo que tuvieran puesto. Los enfrentamientos por esas épocas eran más fuertes y las ejecuciones más sanguinarias. No nos pudimos volver a comunicar por mucho tiempo y nuestro principal cultivo y sustento, la caña, y nuestro 25 principal producto, la panela, se derrumbó. Los precios se fueron al piso y no había con quien trabajar ni mucho menos cómo pagarle. Lo anterior se mantuvo durante 5 años (2000-2005). Las AUC entonces, alcanzaron a intervenir en la producción y en el mercado de la panela, comenzaron a cobrar vacuna por cada carga producida. Esto se dio cuando fue expulsada totalmente la guerrilla y la Policía pasó a ser cómplice de las AUC. A finales de 2005 llegaron a tal punto de cobrar vacuna hasta por un solo día de trabajo a cualquier trabajador, ya que inicialmente le cobraban sólo a las grandes fincas y fue aquí cuando las cosas


CRÓNICAS

¡Ay! después de una situación como estas, es imposible recuperar el tiempo y más doloroso aquellas cambiaron. Para los campesinos llegaba la oportunidad de acceder a la telecomunicación a través de los teléfonos celulares y fue así como las llamadas denunciando estas extorsiones también se hicieron comunes. Algún día, por fin llegaron donde tenían que llegar, fueron escuchadas y las AUC también se retiraron del municipio. La situación empezó a mejorar, ya la guerrilla también fue 26 rechazada por la comunidad y todo lo que la gente había vivido hizo que les perdieran el respeto y así no volvieron por aquí. Cuando se conoció que las AUC también se desmovilizaban, poníamos nuestra esperanza en la fuerzas del Estado y fue la primera vez en que llegaron varios programas de ayudas a víctimas del conflicto armado. Por otra parte y como mi vida seguía, mientras estuve en Bogotá logré ocuparme como ayudante de construcción, fui trabajador en una empresa productora de flores y también en una fábrica de básculas; tristemente, nada que ver con lo que soñaba y anhelaba, que era estar en mi finca. A mediados del año 2007 decido

personas que perdimos durante esa época

regresar y ese día fue el más feliz de mi vida, aunque tenía un sabor agrio al ver como estaba la finca de acabada después de este tiempo fuera. Con más entusiasmo que recursos retomé desde entonces las riendas de la finca y soñaba y sueño aún con hacer de ella un sistema productivo amigable con el medio ambiente, pero no ha sido tarea fácil. Una de las grandes consecuencias de no estar aquí durante esos años fue perder la oportunidad de participar en un proyecto veredal de acceso a energía trifásica que me hubiese servido para hacer mover el molino o trapiche de manera eléctrica. Esto nos hubiera representado un mejoramiento enorme en la extracción de los jugos de la caña y en la disminución de los costos de producción de la panela. ¡Ay! después de una situación como estas, es imposible recuperar el tiempo y más doloroso aquellas personas que perdimos durante esa época, entre ellas mi mamá,

que debido a un accidente que tuvo y al mal transporte que se prestaba aquí en la vereda -pues debo reconocer que era mucho mejor cuando estaba la guerrilla- falleció en el 2008. Tan solo pude disfrutar con ella unos meses después de volver. Actualmente vivo aquí en la finca, de este municipio cañicultor, junto a mi padre, mi esposa y mi hijo, con las buenas intenciones de ser mejor cada día”. Y mientras tanto yo, al escuchar esta historia recreaba dentro de mí cada uno de esos sentimientos de angustia, tristeza, impotencia, nostalgia y felicidad que Don Martín revivía mientras compartía su historia. Pensaba en cómo muchas veces cuando conocemos un nuevo productor o campesino -ya que nuestro trabajo y labor lo permite-, a veces erróneamente los juzgamos: ¡este señor es así, o asá! Pero no nos detenemos a pensar

cuáles han sido sus experiencias para actuar como lo hacen. A Dios gracias y a la vida misma, por la ubicación geográfica y el tiempo en que nací y donde viví durante estas décadas, las mismas en que Don Martín y su familia sufrían, para mi eran tan solo el inicio y un feliz desarrollo de mi infancia, entonces entiendo ¡cómo les tocó la guerra! Y cómo este entendimiento y este conocer de primera mano las memorias de mis agricultores, a los que acompaño en sus labores de campo y capacito compartiendo los conocimientos que he aprendido en la escuela, me permiten ser más sensible y por ende lograr un trabajo más integral con ellos, donde nos escuchamos y, en conjunto, podemos generar cambios positivos en nuestras comunidades rurales.


¿Cómo nos toca la guerra?

Fui a buscar la paz y me encontré la guerra*

M

i nombre es Gloria Patricia Cáliz, nacida en Villavicencio, Meta y criada en una familia amorosa de papá costeño y mamá boyacense. Por cuestiones de la vida, vivimos ahora en los Llanos Orientales, tierra que nos cobijó en sus inmensos morichales, verdes llanos y variados esteros. Y es, precisamente, en estos paisajes donde surge mi crónica de guerra, que viví desde afuera pero con el corazón dentro… por eso hoy como dice el poema llanero: “les contaré como historia lo que vi desde la puerta.” Mi papá José Rafael Cáliz, era consejero de paz en el departamento del Meta, siempre había trabajado con comunidades en programas del Estado, y llevaba algunos años en el Plan Nacional de Rehabilitación que se encargaba de realizar obras civiles y gestionar recursos para escuelas, carreteras, puestos de salud y demás proyectos para los municipios del Meta. Luego, este Plan se convirtió en la Red de Solidaridad donde permaneció en esta profesión aproximadamente 20 años. La labor de mi papá como consejero era realizar juntas con

* Sobre esta experiencia se puede consultar en : https://oiganoticias.com/ tag/jose-rafael-caliz-haad/, http://www. eltiempo.com/archivo/documento/CMS3789241, https://llanera.com/?id=1973

las comunidades para determinar las prioridades en los pueblos y, de esta forma, gestionar recursos para iniciar las obras necesarias, todo esto con previa autorización de los grupos armados de la zona. Recuerdo cuando estaba pequeña que mi papá viajaba mucho, y ahora me cuenta que participó en los diálogos de Paz con el M19 en Necoclí en los años 80’s con Navarro Wolf y Pizarro como dirigente. Y dada su experiencia en diálogos de paz, lo ascienden al cargo de Consejero de Paz en el que llevaba aproximadamente 4 años cuando sucede un paro armado de las FARC en el municipio de la Uribe, donde no permitían la entrada ni salida de alimentos, por lo que se requería urgentemente una negociación porque en la región no tenían comida. Entonces, envían a mi papá puesto que ya conocía la zona y a sus dirigentes por su trabajo en la Red de Solidaridad donde ya se habían realizado negociaciones para dejar entrar maquinaria y trabajadores para iniciar la construcción de obras civiles. Él se desplaza con pleno conocimiento de la situación del municipio, pues esta era la razón de su viaje y por ello toma las medidas

de seguridad recomendadas como conducir su propio vehículo para ser reconocido y llevar su identificación de funcionario público de la Gobernación del Meta. Cuando llega mi papá a la zona, el comandante que siempre había estado a cargo se encontraba en otro lugar y el que estaba dirigiendo el paro armado no era una persona de la región. Por lo tanto, no conocía el pueblo, ni el carro, ni a él. Entonces, se hace una redada el 3 de octubre de 2003 en la que cae mi papá y, como parecía alguien importante por ser funcionario público, lo retiene el frente 40 de las FARC. Y como la comunicación entre ellos es voz a voz, mientras llevaban la información de quién era el retenido, ya pasaba mucho tiempo. Y aunque suene paradójico, yo en ese momento estaba haciendo un diplomado en Derechos Humanos con la Defensoría del Pueblo y la Universidad de los Llanos, cuando me llama mi mamá que el Obispo de Granada le había dado la noticia de la retención. Como mi papá es diabético, nos pedían que les lleváramos medicamentos hasta la Curia, entonces se los llevamos y fue lo último que supimos durante un largo tiempo. Él estuvo en la Selva del Guaviare, lo retuvieron 2 años

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y 15 días, sin desplazarlo a otros campamentos, aunque me cuenta que a veces se movían pero en espacios cortos. Nunca estuvo con otros retenidos, siempre estuvo con los guerrilleros de las FARC y especialmente con su guardia quien permanentemente lo vigilaba e incluso cuidaba por su estado de salud. Por ello accedieron a dejarlo caminar para disminuir sus niveles de azúcar, en 200 metros de espacio para ir y volver. Para mi mamá, el momento más esperado era un programa radial que se llama “Voces del Secuestro”, donde se podían transmitir mensajes para que ellos pudieran escucharlos en la Selva. Entre 27 semana, los mensajes eran pregrabados de 15 minutos y el sábado en vivo sin límite de tiempo, y para tener la oportunidad de dejar el mensaje debían llamar desde las 4:00 pm y esperar hasta las 10:00 pm que iniciaba el programa, terminando hasta las 2:00 am. Yo, en lo personal, nunca le dejé un mensaje, porque me quebraba en llanto de solo pensarlo y no quería dejarle a mi papa un sentimiento de tristeza, sino que permaneciera la imagen de esa niña feliz que había dejado en casa. Durante los 2 años tuvimos una prueba de supervivencia oficial el 1 abril del 2004. La prueba era una carta donde decía que estaba bien, que escuchaba los


CRÓNICAS

mensajes radiales, que todo iba a salir bien, que tuvieran mucha fe, que esperaba que las cosas se solucionaran pronto, que estaba intentado hacer una negociación interna pero realmente no era mucho lo que podía hacer, ni en el ritmo que él quisiera. También nos daba todas las recomendaciones para que nos cuidáramos como familia, además preocupado por el dinero del sostenimiento diario y nos decía que en caso de necesitar algo que buscáramos ayuda a una persona que ya no recuerdo quien era. Y al final, me dedicó la carta donde me decía que esperaba que me llegara el día de mi cumpleaños y, para sorpresa mía, llego un día 28 antes. Mi papá es una persona con una capacidad de adaptación muy grande, el observaba cómo funcionaban las cosas y le iba cogiendo el ritmo poco a poco a la alimentación, que eran muchas harinas y grano pues es lo que no se daña fácilmente. Todo el frente debía comer lo mismo, aunque ellos accedieron a guardarle una reserva de bocadillos en caso de bajarle el azúcar. Al principio, como no estaba con ningún retenido no lo dejaban hablar con nadie; pero como él es muy conversador, poco a poco se empezó a hablar con los comandantes, aunque no eran diálogos muy profundos o con sentido de negociación como

“Él estuvo en la Selva del Guaviare, lo retuvieron 2 años y 15 días, sin desplazarlo a otros campamentos, aunque me cuenta que a veces se movían pero en espacios cortos. Nunca estuvo con otros retenidos”

él quería, sino conversaciones cotidianas que surgían en el momento. Aunque su pasatiempo favorito era escribir un diario y ahora tiene en casa seis cuadernos donde cuenta, por ejemplo, que hacia el Santo Rosario todos los días, leía la Biblia y a veces lograba sintonizar alguna Misa del Papa. Toda esta dotación le llego a través de una fundación católica que tenía programas de reinserción, donde algunos guerrilleros retornaban a sus hogares. Esta fundación fue de gran ayuda para nosotros, porque como ellos llevaban muchos años trabajando en la zona les tenían confianza y, a través de ellos, le enviábamos a mi papa los medicamentos para la diabetes. A través de la Red de Familiares Secuestrados, tuvimos contacto con la familia de Alan Jara que en ese momento también estaba retenido y nos contábamos qué gestiones hacíamos para agilizar los procesos de negociación. En una de estas charlas, nos enteramos que podíamos pedir una cita con el comisionado de paz Luis Carlos

Restrepo, a la que asistió mi mamá para buscar ayuda de negociación con organismos internacionales como la Cruz Roja o la Ayuda Humanitaria Internacional. Cuando estaba en la cita, Restrepo le dice a mi mamá que el presidente Álvaro Uribe acababa de llegar a su oficina, entonces fueron a hablar con él para ponerlo en conocimiento de la situación de Rafael Cáliz y contemplar la posibilidad de incluirlo en algún proceso de negociación con las FARC. La respuesta de Uribe fue sorpresiva pues dijo palabras más o menos, que en este momento no existía ningún diálogo y no se iba a iniciar nada por el momento. Y añadió que a su papá también lo habían secuestrado y matado y él no había podido hacer nada. Fue impactante para mí, pues uno espera ese tipo de respuestas del vecino, pero no del Presidente. Fue una época de incertidumbre nacional para todas las familias con retenidos, porque en el gobierno no se tenía ninguna iniciativa de negociación, y, para ese momento, la

política de seguridad era la guerra con orden prioritaria de acabar con todos los campamentos. Todo esto nos daba mucha angustia porque había muchos enfrentamientos en el país y no sabíamos en que región estaba mi papá. El Estado había sacado una lista de secuestrados políticos y aunque mi papá nunca estuvo en esa lista no sabíamos si eso era bueno o malo, porque lo bueno era que a los secuestrados políticos les cuidaban la vida, pero probablemente existían intereses de por medio que dificultaban sus liberaciones. En medio de nuestra incapacidad para hacer algo, recibí una llamada de una persona que decía tener una prueba de supervivencia extraoficial, pero que no le podía contar a nadie. Esta persona me pone una cita en Ibagué y, aunque tenía miedo de ir porque pensaba que era delincuencia común, finalmente decidí ir con la esperanza de poder negociar algún canje con mi papá, porque todos estábamos preocupados por su estado de salud. El día anterior no dormí y


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vomité toda la noche. Tenía mucho miedo pero nunca dudé que quería ir. En mi morral iban muchos pares de medias, una manta liviana, un plástico y una navaja… yo iba decidida a quedarme y, si me daban la oportunidad, me quedaba.

Entonces le dije que me dijera algo que solo él y la hermana supieran; no recuerdo qué me dijo, pero esa fue la clave para que ambos hablaran y planearan un encuentro a escondidas, porque su cuñado era oficial del ejército.

Cuando llegue a Ibagué me encontré con esta persona. Me entregó una carta de dos hojas donde medio párrafo era para nosotros y en el resto mi papá nos decía que ayudáramos al que llevaba la carta porque él quería encontrar a su familia, pues era un muchacho de 28 años en ese momento y desde los 17 años lo había reclutado las FARC. Entonces empecé a hablar con él para saber cómo podía ayudarlo. Él estaba muy desconfiado en darme nombres o lugares donde podía empezar a buscar, luego de un rato accedió a darme información cuando me preguntó que si yo era como mi papá, a lo que respondí, sí. Le pedí el número de teléfono por si encontraba a la familia y por cosas de Dios en menos de 15 días pude encontrar a una hermana que vivía en Villavicencio a través de un programa radial. Cuando lo llamé para darle la buena noticia, se asustó y colgó. Luego él devolvió la llamada y más sereno me preguntó que él cómo podía saber si era verdad que estaba con la hermana, pues estaba sorprendido que había sido en poco tiempo.

Luego entendimos que él pudo traer la carta del campamento porque tenía una herida de bala en la cadera y le iban a hacer una cirugía que tenía pendiente. Además, nos contó que se había hecho amigo de mi papá porque él era un buen conversador. Como su recuperación de la cirugía duró aproximadamente 6 meses, me seguía llamando y me preguntaba, qué sabe del viejo y yo le decía, “si no sabe usted que es de allá”. Él se reía y nos contaba que ambos estaban para salir pronto y que entre ellos tenían un acuerdo, que el primero en salir ayudaba al otro a encontrar su familia. Yo intentaba vivirlo todo racionalmente, siempre pensando qué podía hacer, a donde tenía que ir, con quién podía hablar. Ahora recuerdo, que de pronto no fue la mejor forma de vivirla pero sé que no hubiera podido ser de otra forma porque el dolor es muy grande, se le pierde el sabor a la vida totalmente, no hay nada que te consuele, que te de paz, ni siquiera la prueba de supervivencia, solo nos preguntábamos cuando iba a llegar él. En estos momentos tan

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difíciles, nos unimos como familia en oración y agradecíamos cada eucaristía que se ofrecía en nombre de mi papá pues lo recibíamos con todo el amor. Recuerdo que una vez vino una persona de Pasto que estaba liderando un grupo de la Coronilla de la Misericordia y él vino para orar con todos nosotros. Tiempo después me llamó desde Pasto y me puso en altavoz con más de 150 personas que estaban reunidas orando por mi papá. Esos eran los respiros que teníamos en medio de ese dolor. Siempre le pedía a Dios que llegara bien, con su cuerpo completo, porque era un tema de guerra o de salud pues con la diabetes una herida podía ocasionarle una amputación de miembros. Yo sé que a mi papá lo trajo la Virgen y nuestra oración lo sostuvo porque, humanamente, no se alcanza a bajar el dolor sin ese bálsamo espiritual. Ahora me acuerdo entre risas, que peleaba con Dios todos los días y en alguna oportunidad un gran amigo me dijo: “Tan creída tú, si peleas con Dios es porque lo tienes de amigo”.

Departamental del Meta y me llegaban todas las valoraciones de personas víctimas de guerra, como por ejemplo los que llegaban con amputación por minas. Y aunque estos enfrentamientos no salían en noticias, yo tenía la información de primera mano e intentaba averiguar con ellos algún dato que me sirviera. Esto me dolía en el alma, porque veía a mi papá reflejado en todas estas personas y me preguntaba cómo estaría él. Pero me llenaba de valor, cuando sentía que si mi papá podía yo también; por eso, siempre con mi familia guardamos la misma esencia de hogar donde a todo lo malo se le sacaba una 29 sonrisa. Nunca quisimos sentirnos víctimas, se vive con mucho dolor y nos sentíamos desamparados por parte del Gobierno porque uno quisiera que fueran más humanos. Y sabemos que todo esto pasó porque no hubo presencia del Estado, como pasa hoy en día que tú no tienes derecho a tener un buen celular porque en la esquina te lo roban

La situación económica era estable. En mi familia todos se seguían solventando por cuenta propia aunque surgían muchos gastos como viajes, cuentas de teléfonos que eran altísimas porque durábamos horas y horas llamando a emisoras. En ese momento yo era la única psicóloga en el Hospital

Finalmente, llega el momento más esperado cuando a mi papá lo llevan hasta el pueblo y lo dejan en la Casa Cural donde el Sacerdote de la Uribe lo monta en el carro para trasladarlo y le dice que se prepare porque están buscando la mejor forma para entregarlo. Este proceso ya lo habían intentado


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en dos ocasiones pero se frenaba por problemas seguridad, a causa de las constantes emboscadas del ejército o aviones fantasmas. El proceso de liberación se deseaba realizar tiempo atrás cuando se enteraron que José Rafael Cáliz era el Comisionado de Paz, pero como militarmente la situación estaba tan difícil se hacía complicada la entrega y por ello decidieron postergarla. Cuando venía en el carro con el sacerdote, tuvieron que pasar muchos retenes del ejército y lo tenían que cubrir con una cobija para evitar un enfrentamiento. Entre mi papá y el sacerdote se ponen de acuerdo hasta dónde lo van a acercar y por 30 seguridad lo traen hasta Guamal y en la Iglesia del pueblo llegamos a recogerlo el 21 de octubre de 2005. Luego de la liberación de mi papá seguimos nuestra vida como si se hubiera congelado durante dos años y así mismo lo vivió él, completamente feliz de haber regresado a su hogar, sin problemas de diabetes, sin dificultades para dormir, sin estrés post traumático. Más estrés tenemos nosotros cuando mi papá se demora más de 5 minutos y ya estamos llamando a todos nuestros familiares. Lo único que al principio le sucedía, es que si escuchaba un helicóptero o un avión, se despertaba asustado pues en el campamento cada vez que los escuchaban debían esconderse

porque pasaba el ejército “fumigando balas”. Yo no te puedo decir una historia trágica de víctimas, no te puedo dar esa versión pues nunca quisimos vivir esa situación con resentimiento porque cuando tú has sido víctima lo único que deseas es olvidarte de esa condición.

G

La guerra le cambia los planes a uno

ranada (Meta) es un municipio que se conformó como resultado de procesos de migración de colonizadores de la región andina que conformaron un caserío que se llamaba Boquemonte y, finalmente, le fue otorgada la categoría de municipio en 1956. Mi familia y yo somos de ahí. También tenemos propiedades en Fuente de Oro y nuestra principal actividad económica es la agricultura; del cultivo de plátano hemos obtenido el sustento de nuestra familia cuando hemos podido dedicarnos a eso. Hemos tenido propiedades en esos dos municipios de toda la vida, pero muchas veces nos tocó pagar extorsiones y, por eso, en ocasiones no pudimos poner a trabajar esa tierra, porque teníamos que pagar cuotas anuales a la guerrilla de las FARC y con la llegada de los paramilitares fue mucho peor porque ya no teníamos que pagar una cuota, sino dos. Muchas veces mi papá no podía ir

ni por Granada ni Fuente de Oro, por temor a que lo volvieran a secuestrar por tercera vez. Cuando fue lo del primer secuestro yo no había nacido, pero me cuentan que mi papá estuvo secuestrado por una guerrilla durante 30 días hasta que se pagó un rescate por 30 o 40 millones de pesos en esa época. La segunda vez que lo secuestraron yo era muy pequeño, eso fue en 1989, y fue un secuestro extorsivo por parte de las FARC que también duró alrededor de 30 días. Ante esa situación de inseguridad y las constantes amenazas de que si no nos íbamos del pueblo nos iban a matar, en 1992 nos fuimos desplazados a Villavicencio. En los 90´s la cosa se puso mucho peor. Las cuotas que las FARC le imponían a la gente eran de acuerdo al patrimonio que los guerrilleros consideraban que esas personas tenían y como eran pueblos tan pequeños ellos sabían todo de todo el mundo, hasta les

daban un recibo de pago para pagar esas cuotas. Eso era muy traumático porque obligaban a la gente a ir a los campamentos a negociar la cuota con ellos y cualquiera lo podía ver a usted yendo al campamento, sean los ‘paras’, el Ejército o la delincuencia común y, en cualquier momento, le podía pasar algo porque la gente iba con la plata de la cuota en el bolsillo. Y como si eso no fuera suficiente, lo podían acusar de auxiliador de la guerrilla por eso y hasta lo podían matar. Sumado a eso, uno escuchaba de casos de corrupción en el Ejército y eso de los falsos positivos no es de ahora ni de la época de Uribe, en los 90’s; uno escuchaba de personas del pueblo que aparecían muertos y disfrazados como guerrilleros en otras partes. Pero también uno sabía que en el Ejército estaban aliados con los ‘paras’ para combatir a la guerrilla; a veces los ‘paras’ salían del batallón con uniformes


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y dotaciones del Ejército y ante esas cosas, uno ve que tampoco se puede confiar en el Estado. Hubo mucha migración a Villavicencio y nosotros nos vimos obligados a trasladar nuestros cultivos al Casanare, pero al final, eso no era lo mismo y no nos dio. También en esos años, a cada rato se escuchaba que la guerrilla se tomaba el pueblo de Fuente de Oro y como allá solo había una estación de policía, la gente quedaba muy desprotegida. En el 96 secuestraron a mi abuelo materno y, por fortuna, pagando un rescate pudimos tenerlo de vuelta con nosotros, pero mis tíos no corrieron con la misma suerte. Por esos años secuestraron a uno de ellos y el otro fue a pagar para rescatarlo, pero las cosas no salieron bien porque el rescate resultó en un enfrentamiento armado con el Ejército y mis dos tíos fueron asesinados ese día. Al final la plata también se la robaron. El problema es que como nuestro patrimonio siempre ha estado allá, a pesar de que uno no va a esos lugares y se esconde en ‘Villavo’, es inevitable escapar de esa realidad y la tranquilidad es nula porque uno vive con la zozobra de que cualquier día pueden llegar a la casa a matarlo o en el mejor de los casos a extorsionarlo. Por eso fue que nos tuvimos que ir a ‘Villavo’. Además, los actores armados, dependiendo de quién controlara

qué territorio, cobraban por el uso del agua y en muchas ocasiones los capitanes del ejército sabían de la situación y no hacían nada. También recuerdo que por esa época la guerrilla hacía las llamadas “pescas milagrosas” y el riesgo de viajar de ‘Villavo’ a Granada o Fuente de Oro era muy alto. Inclusive una vez mi papá nos contó que se alcanzó a salvar de un retén que hizo la guerrilla donde se llevaron como a 15 personas o más. Por otro lado, con la llegada de los ‘paras’ se puede decir que el remedio fue peor que la enfermedad. En muchas ocasiones actuaban como si fueran los dueños del pueblo y hacían lo que se les daba la gana. Recuerdo que, por ahí cuando yo tenía 15 años, en una ocasión un muchacho estaba en un bar que se llamaba “la terraza” y se metió con la novia de uno de esos paras; a los pocos días apareció por ahí muerto. Eso muestra el nivel de ausencia del Estado; ahora, imagínese si el límite de presencia estatal es Granada, cómo sería la situación más allá en otros municipios como Puerto Lleras, donde las carreteras, la infraestructura en general, los servicios de educación y salud son precarios. Y después, para rematar, comenzaron las negociaciones bajo el gobierno del señor Andrés Pastrana, que fueron mucho peor

porque ahora sí que ni el ejército entraba por allá. Luego llegó el gobierno del señor Álvaro Uribe Vélez y aunque fuimos víctimas de atentados porque nos rehusamos a pagar extorsiones y nos tocó llevarnos las avionetas que teníamos a Pompeya, para nosotros las cosas empezaron a mejorar porque, tiempo después, se acabaron esas extorsiones y se podían visitar más nuestras propiedades y cultivos, pero sobre todo porque había más presencia del Ejército. Por eso nos identificamos políticamente más con el Centro Democrático porque, para nosotros, esa fue la mejor época. Luego, llega el gobierno del señor Juan Manuel Santos y comienza su proceso de paz con las FARC y aunque las cosas no son comparables con los 90’s, la situación ha empeorado. En año y medio volvieron los guerrilleros y la delincuencia común, eso obviamente vuelve a tener un impacto económico en la región. Hasta el año pasado, nuevamente tuvimos que pagar extorsiones a las FARC, supuestamente “la última”, y con el retorno de los ‘paras’ volvieron también las vacunas. Los precios de las tierras se ven nuevamente distorsionados, muchas tierras se encarecen pero son precios falsos porque nadie podía vender

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y nadie quería comprar. Algunas personas como nosotros decidimos irnos nuevamente, pero algunos vecinos que se quedaron tuvieron que “escoger un bando” y ver a quién le pagaban las extorsiones. El campo se comenzó a quedar sin inversiones y, por lo tanto, sin agricultura nuevamente y si se llega a dar algún crecimiento económico es inadecuado, porque hay mucho testaferrato. La gente allá lo que reclama es un cambio real y protección, la verdad es que en la región no hay muchas esperanzas con este nuevo escenario de paz, sobre todo cuando la presencia del Estado vuelve a ser casi nula. El Ejército 31 va al pueblo se queda por ahí 15 días y se devuelve al batallón. Pero durante el gobierno de Uribe vimos más presencia del Ejército Nacional, entonces ¿por qué ahora no se puede, es desinterés político o corrupción? También, estamos viendo con preocupación que los disidentes de las FARC se están agrupando y que en otras zonas hay reclutamiento de jóvenes y desplazamiento forzado nuevamente. Nosotros pensamos que el acuerdo no fue el mejor y que, por eso, todo va a seguir igual ¿Cómo es posible que hoy salga en las noticias que el Ejército encontró una caleta de armas que las FARC no quiso entregar? ¿Quién


CRÓNICAS

es garante de que realmente entreguen todo y qué dice la comunidad internacional ante esos hechos? ¿Cuál es la supuesta voluntad de las FARC de entregar las armas y reincorporarse a la vida civil? Además el gobierno no fue transparente en las negociaciones, hubo cosas que se pensaba que no iban a pasar y pasaron, como los incentivos económicos a los desmovilizados, la disidencia de miembros de la guerrilla y, sobre todo, el hecho de que no paguen ni un solo día de cárcel, la gente allá todavía tiene mucho resentimiento por lo que hizo la guerrilla y lo único que nos queda claro es que para este gobierno estas regiones 32 no existen o no importan. Otra muestra de eso es que para los agricultores cada vez es más caro sembrar sus cultivos como el maíz, que está encarecido, mientras que la gente prefiere no cosecharlo porque sale más barato perderlo, el gobierno celebra la importación de miles de toneladas provenientes de Estados Unidos. Por otro lado, muchos creemos que el proceso de desmovilización de los ‘paras’ fue mejor porque por lo menos pagaron cárcel y pues como el tormento de toda la vida fue las FARC, la gente piensa que si no hubiera sido por las FARC no se hubieran creado los grupos paramilitares. Por esa desconfianza en este proceso de paz, la gente cree

que la historia se puede repetir, primero vuelve la guerrilla y luego llegan los ‘paras’ y mientras siga el negocio del narcotráfico, nunca va a haber un cambio real y yo me pregunto ¿Ahí, qué hace el gobierno? Recientemente mostraron números que dicen que las hectáreas de coca sembrada aumentaron, entonces ¿Cuál es la voluntad de la guerrilla para dejar ese negocio? Por eso pienso que la guerrilla fue la que impuso las condiciones en esas negociaciones y que, en estos momentos, la implementación de esos acuerdos está muy mal. Hay un ambiente de incertidumbre y muchas personas no confiamos en este gobierno ni en el proceso de paz y no sabemos qué va a pasar en el futuro. Si me preguntan ¿Cómo me ha afectado el conflicto a mí? Le respondo que eso no me afecta solo a mi sino a todas las familias a las que nosotros les dábamos empleo para trabajar en nuestras tierras, pero de manera personal si no fuera por todo esto que le cuento, no estaría en Bogotá. La guerra le cambia totalmente los planes de vida a uno. Por ejemplo, yo quería ser piloto y tuve que dedicarme a otra cosa porque la violencia no permite que uno retorne a sus tierras y pueda vivir tranquilo.

Aura, una mujer de hierro

A

ura es una mujer oriunda de Aponte (Nariño), una pequeña población que descansa entre las montañas en el norte del departamento. Esta población se originó en el siglo XVI por el desplazamiento de una pequeña comunidad indígena desde el Valle de Sibundoy, a través de un camino de herradura que aún existe y es el único sendero que comunica a las dos poblaciones y por el cual se ha generado un constante vínculo entre ellas. En Aponte, Aura se casó y tuvo a sus primeros cuatro hijos, tres niñas y un varón. Por la ubicación de la población, Aura y su familia se encontraban en medio del conflicto armado que por tanto tiempo azotó al país. Ante la insistencia de esa realidad de vincular a su familia a las filas de la guerrilla, ella y su esposo decidieron coger a sus hijos y unas cuantas pertenencias y huir en la noche por el sendero entre las montañas hacia el Valle de Sibundoy. Horas de camino por la montaña con niños en brazos, fue la única y más sensata decisión a tan compleja situación. Una vez en Sibundoy, una población donde no eran más que extraños, su establecimiento se tornó difícil; poco a poco con su sencillez, honradez y energía

para trabajar, lograron ganar la confianza de varias familias que les colaboraron con trabajo. Después de mucho esfuerzo, con ayuda de la comunidad lograron construir una humilde vivienda de dos habitaciones y unas cuantas tejas de zinc para refugiarse con sus hijos. En este entonces, su familia había crecido. Fieles creyentes en Dios y en que la planificación era pecado, su familia crecía año tras año; Aura y su esposo tuvieron 7 hijos. Su último hijo nació unos días después de su primer nieto. Su esposo se ganaba la vida jornaleando en las fincas y cultivos. Ella con la verraquera que la caracteriza no solo jornaleaba a la par con su esposo, sino que con sus hijos a la espalda o a su costado lavaba docenas y docenas de ropa a diferentes familias del pueblo todos los días. No siendo suficiente todo este trabajo y esfuerzo para mantener a su familia, Aura aprovechó el hecho que se movía por diferentes zonas del pueblo para recoger chatarra que llevaba consigo durante todo el día, hasta terminar su jornada en la bodega donde la almacenaba para posteriormente comercializarla. Así, no solo


“Aura siempre reflejó fortaleza física y mental en sus facciones físicas, en su piel tostada por el sol, en su larga cabellera negra trenzada, en su tímida y evasiva mirada y en el afán de hacer las cosas para que el día le rindiera” jornaleaba en los cultivos y jardines y lavaba montañas de ropa, sino que además era recicladora. Con esta rutina, fe y devoción, Aura y su esposo lograron cierta estabilidad emocional y económica para su familia. Todos tenían que comer y donde llegar a dormir, además de tener la certeza que los hijos que aun dependían de ellos tenían la oportunidad de asistir al colegio todos los días y los que ya se habían independizado y organizado contaban con el apoyo necesario. Aura siempre reflejó fortaleza física y mental en sus facciones físicas, en su piel tostada por el sol, en su larga cabellera negra trenzada, en su tímida y evasiva mirada y en el afán de hacer las cosas para que el día le rindiera. Ella se dedicó a prestar un servicio a la comunidad a cambio de unos cuantos pesos que le permitieran llevar comida a su casa. A sus 55 años, 20 años después de que la guerra la desterrara de su tierra junto a su familia, la vida se

ensañó con ella y la convirtió en una víctima más de la creciente descomposición social que enfrenta el país y el mundo. En la madrugada de un día cualquiera, cuando el sol todavía se ausentaba entre las montañas, Aura salió de su casa para iniciar sus actividades diarias, sin sospechar que ese día se convertiría en uno de los días más espantosos de su vida. En el camino, Aura fue abordada por dos jóvenes de no más de 25 años que bajo el estado de las drogas, con un cuchillo en mano, la amenazaron, la arrinconaron al estadio del pueblo y la abusaron sexualmente. En el momento, el ruido y los lamentos alertaron a los residentes cercanos al estadio quienes dieron aviso a la policía. La patrulla de la policía y su ruidosa sirena no tardaron en llegar, los agentes acordonaron el lugar y se encontraron con tal desgarradora escena. El estado de intoxicación de los agresores no les permitió huir, dejándose encontrar en el acto.

¿Cómo nos toca la guerra?

Aura fue auxiliada por los policías quienes la subieron a la patrulla para ser conducida al hospital y los agresores fueron esposados y subidos a la misma patrulla para conducirlos al mismo hospital, donde les realizarían las pruebas pertinentes. En ese momento Aura no solo había sido abusada, sino que seguía siendo atropellada con el hecho de tener que llegar al hospital junto a sus agresores. Aura fue atendida por los médicos y enfermeros del hospital de Colón, quienes no podían creer lo que había sucedido. El hospital dio aviso a su familia, quienes llegaron de inmediato a ponerse al tanto de los hechos. Una vez enterados de los acontecimientos, el desconsuelo y el odio se apoderaron de sus corazones, quebrantando su creencia y fe en Dios. Iniciaron los cuestionamientos del ¿por qué? y ¿ahora qué?. Mientras tanto, los médicos y enfermeras trataban de estabilizar a Aura, quien estaba abrumada y aún no reaccionaba de tal brutal acto. Aura fue hospitalizada por varios días y tratada con medicamentos que permitieron sanar las laceraciones físicas. Sin embargo, no lograba asimilar lo que había sucedido, su mente se rehusaba a la realidad.

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Cuando su cuerpo ya se había recuperado, Aura fue dada de alta y trasladada a su casa, donde su condición mental se agravó. En su casa no se sentía segura por lo que fue trasladada a la casa de una de sus hijas mayores. Sus hijas trataban de turnarse para cuidar de su madre segundo a segundo y cumplir con sus obligaciones laborales y académicas, sin embargo, no había una mejoría en la parte psicológica. Aura no se encontraba bien y se negaba a seguir el tratamiento médico e iniciar un tratamiento psicológico, situación que empeoró su estado. Posteriormente, Aura recibió ayuda y apoyo psicológico por 33 medio del Sisben. El apoyo profesional y el apoyo incondicional de su familia y amigos permitieron que Aura iniciara un proceso de aceptación de los hechos. Dos meses después, las heridas físicas habían desaparecido, pero las psicológicas aún estaban intactas. Aura le tenía miedo a quedarse sola en casa y mucho más a salir a la calle; sus hijas ya no podían postergar más sus actividades cotidianas, tenían que ir trabajar y a estudiar. Cuando se creía que Aura se encontraba en mejor estado, una mañana decidió ir a su casa en compañía de sus hijos pequeños, por algunas cosas que le hacían falta. Estando en su casa fue


CRÓNICAS

abordada una vez más por los agresores quienes habían quedado en libertad por un error en el procedimiento de captura. Estos la esperaban cerca a su casa para amenazarla con quemar su casa con su familia dentro si insistían en continuar con el proceso. Aura lo único que hizo fue correr con sus hijos por medio de unos cultivos. El miedo de salir sola o que sus hijas salieran solas se apoderó de Aura. Su mente no logró soportal tal presión agravando su estado mental. Aura fue internada en el hospital mental, donde inició tratamiento psicológico y psiquiátrico apoyado en 34 medicamentos. Después de unos días, Aura salió un poco más estable. Sus hijas al no poder cuidar de ella durante el día, optaron por aceptar la ayuda de mi madre. Aura era conducida todos los días a mi casa, donde mi mamá la cuidaba, estaba pendiente de sus medicamentos y trataba de alimentarla. Sin embargo, Aura alucinaba cuando se le servían los alimentos y se rehusaba a comer. Ella afirmaba que en el plato de comida miraba culebras o carne descompuesta. Solo recibía café. Con los días mi madre notó que lo que le causaba alucinaciones era la carne, cuando le servía carne no comía.

Mientras se daba todo el proceso de recuperación de Aura, su esposo y sus hijos varones estaban decididos a terminar con la vida de los agresores. Sin embargo, la misma Aura en sus momentos de lucidez les pidió que no hicieran nada, porque ella los necesitaba vivos y libres. Con el tiempo Aura recobró la fuerza física que siempre la ha caracterizado e intentaba día a día fortalecer su fuerza mental. Retornó a sus labores cotidianas, asistía regularmente a control médico, psicológico y psiquiátrico y continúa tomando medicamentos psiquiátricos. Eventualmente, presenta episodios de pérdida de memoria y pierde la noción del tiempo. Ahora es un poco más sociable y cariñosa, por lo menos con los integrantes de mi familia. Visita casi todos los días a mi mami y le ayuda con los quehaceres de la casa y la huerta o simplemente pasa a saludarla. ¡Hoy en día recibe gustosa y agradecida un plato de comida con carne!

La Ninfa del Meta

L

as circunstancias hasta hace poco “normales” en la vida de un colombiano la llevaron a vivir lejos de la tierra en la que nació. Ella es Ninfa, tiene apenas 55 años y recuerda con claridad cómo la guerra golpeó una mañana en la puerta de su casa cuando apenas tenía 12 años; eran los años 70 cuando la guerra colombiana tenía mucha fuerza en el país. En el Meta varios municipios eran azotados por los enfrentamientos entre las guerrillas, el ejército y los paramilitares, justamente en uno de ellos tenían su casa la familia de Ninfa. Sería julio, cuando sin aviso y habiendo pasado muchas amenazas, su familia entera tuvo que huir del lugar con miedo, sin nada, con los brazos caídos y sin esperanzas. Su

padre era un ganadero y su madre ama de casa; Ninfa no recuerda muy bien las razones, cree que les tocó huir por no pagar un “impuesto” ni a la guerrilla ni a los paracos y después de encontrar las cabezas de las reses de su familia en la puerta de su casa con un letrero con sangre pintado en la pared: “Písense malparidos”… La finca era mediana y su paisaje espléndido. Según Ninfa, los amaneceres eran la perfecta representación del amor de Dios. Ella es de El Castillo Meta y lo reitera cada vez que se presenta para que ni a ella misma se le olvide de donde viene. La conocí en la vereda las Leonas en Puerto López, Meta, nunca supe como llego hasta allí, ni por qué no


¿Cómo nos toca la guerra?

regresó a El Castillo y nunca tampoco le pregunté cómo había sido su vida y la de su familia después de aquella trágica mañana. Ninfa es una mujer campesina de tez morena con los rastros del sol en su cara y del trabajo duro en sus manos. Esta mujer y su compañero, Alirio, vienen luchando desde el 2000 por evitar su desplazamiento y el de varios de sus compañeros y compañeras. Se trata de un grupo de campesinos organizados en una cooperativa pequeña de productores de alimentos, quienes subvirtiendo el poder de los grandes emporios monopólicos en torno a la producción de alimentos en la Altillanura, producen frutas, papa, arveja, café, caña, maíz, caucho, tomates, frijoles, mandarina, gulupa, mango, cacao, bacao y muchos más, en una tierra que para el Estado es hostil, abrasiva, acida e inútil. Todo esto en una tierra que, necesariamente debiera ser ganadera, tierra en la que solo la producción a gran escala y muy tecnificada hará que se produzcan alimentos. Adicionalmente, tienen una producción pecuaria importante: gansos, conejos, cerdos, gallinas y lombrices; éstas últimas participan de toda la elaboración de compostaje para la producción de sus alimentos y sus animales proveen el excremento suficiente para que sea transformado en gas

que se utilizara para la cocción de los alimentos. Este proceso aparentemente rústico, es bastante tecnificado para la zona en la que habita Ninfa. La lucha de estos campesinos, cuenta ella, se enmarca en la defensa del territorio como un conjunto no solo de extensión de tierra, sino de las personas que conforman los grupos que las habitan. Este territorio está siendo amenazado por la presencia de petroleras, empresas

productoras de alimentación para cerdos y vacas y por políticas inescrupulosas del Estado, que disponen de la tierra y la ponen en manos de estas empresas sin contemplación alguna. En esta zona no solo habitan campesinos, también indígenas; los indígenas siempre han estado allí, pero los campesino de cierto modo han venido migrando no solo por el conflicto como en el comienzo indicó Ninfa, sino por la presencia

de estas instituciones y su disfrazada responsabilidad social. Doña Ninfa cree ciegamente que la estrategia que ayuda y seguirá ayudando a su comunidad en esta afrenta es la soberanía alimentaria. Ella está convencida de que es soberana desde su alimentación, que tiene salud, amor y vive bien, porque pone en práctica todos los pasos para la obtención de la soberanía alimentaria, los recita

casi como si predicara la biblia. Ninfa es una mujer de espíritu fuerte, su nombre según la mitología, se asocia con una deidad protectora de una fuente hídrica y no se escapa tanto de la realidad. Esta mujer es una protectora empoderada hasta los huesos de la cuestión ambiental, sabe bien que los campesinos tienen que enfrentarse no solo al estado y a empresas sino a las inclemencias

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del clima, “con el clima nadie pelea” insiste. Ella denomina a su comunidad como un grupo de golondrinas, cada una aportando y cuidando una gotica de agua, así cada miembro de su comunidad se especializa en un tema que aporta a la construcción de la soberanía alimentaria, salud, educación, vivienda, relevo generacional, política, autoconsumo, territorialidades, etcétera. Aunque su cooperativa no hace parte, por ahora, de ningún movimiento político, bien sabe ella que tienen que tener voz y eco en el departamento y en el país, para lograr su cometido y evitar ser desplazados. Es por eso que 35 hacen turismo comunitario de una manera alternativa, están prestos a recibir estudiantes, profesores, voluntarios y visitantes de diferentes lugares, para contarles su proceso, inmiscuirlos en él, darles una cama para descansar en uno de los parajes más recónditos del Meta, donde solo un hilo plano y firme de vegetación divide el cielo de la tierra; además, para hacerles un recorrido por las fincas más productivas de la región que bordea paradójicamente campos super extensos de soya, maíz, centeno y trigo transgénicos. Doña Ninfa, como el resto de su comunidad, persiguen el sueño de la libertad, no solo la libertad fuera de rejas, como normalmente


CRÓNICAS

se entiende, sino la libertad de pensar, la libertad de decidir siendo una comunidad autónoma sobre todos los aspectos de su vida; por eso su interés todos los días en aprender algo nuevo. Es Técnica en producción agropecuaria del SENA, le gusta escribir mucho, se pone sus gafas grandes cuando lo hace y con su acento y esencia campesina comparte todos los días con quienes visitan su finca la mayoría de sus conocimientos, esperando ser retribuida con miles de saberes más. Sus hijos ya son hechos y derechos y soberanos según cuenta. Ella es, sin duda, una de 36 las mujeres más sabias que he conocido y su silencio mientras toma café con los visitantes, es un silencio prudente, es un silencio que busca conocimientos, un silencio que aguarda para romperse y transformarse en la voz de una víctima que, como muchas otras en este país, se amarró bien las naguas, se puso sus botas y comenzó a luchar, sin armas, sin balas, solamente con esperanza y con amor por el campo.

Se llevaron nuestro viejo

Y

o nací en Bogotá el 4 de enero de 1992 y soy la mayor de dos hijas. Estudié en un colegio privado de clase media, fui a la universidad y me hice profesional. Él nació en Buga, no se acuerda en qué fecha. Por ser el menor en la casa sus papás le soltaron las riendas y cogió malos pasos cuando niño; su nombre de guerra es David. La tristeza más grande en mi vida ha sido la muerte. Él nunca había sentido una tristeza como esa en su vida guerrillera, eso fue algo muy duro y no se lo desea a nadie; es como si hubiera perdido toda su familia. Si no fue lo mismo, al menos fue algo muy parecido cuando perdí a mi padre. A David y a mí nos humilló la muerte llevándose parte de nuestras vidas. Él no encontraba qué hacer, inclusive duró como ocho días en que dijo: “se acabó la guerrilla, pensé que se moría el camarada y se acababa la guerrilla”. A mí no me quedó nada, me había vaciado toda y adentro pareciera no habitar la vida. ¡Y no! “Se nos llevaron nuestro viejo, y nuestra lucha siguió; antes con más empuje”. La muerte de Jorge, su camarada, le dio muy duro a toda la guerrillerada. Yo perdí a mi padre y él a su camarada. Cuando lo mataron, él estaba cerca, como a veinte minutos.

Todo el mundo se encontraba durmiendo. El traqueteo de las bombas y el bullicio del plomo inundaron sus sueños. Fue un bombardeo masivo a las dos de la mañana. Los guerrilleros tomaron puesto en los filos como parte del plan defensivo frente a cualquier ataque enemigo. Inmediatamente entraron en combate esa misma noche y pelearon durante tres días. La muerte de Jorge Briceño, su comandante, le dolió en el alma “porque un viejo con sentimientos como ese no encuentra usted en la guerrilla. Era un tipo muy tropero y ejemplar; era un tipo muy humano y nos trataba muy bien”. Mi papá tenía un carácter duro, fue el consejero mayor de la familia y recuerdo que era guapito para las bromas: su corazón fue inmenso y generoso. David recuerda que un regaño del comandante Jorge era como si les estuviera echando un chiste, porque los regañaba con la intención de formarlos no con la intención de burlarse; él se dedicaba a sacarles cuentos para hacerles dar pena y hacerlos caer en cuenta. Cumplí catorce años y entré a noveno grado. Cuando salía de clase, a veces hacía planes con algunas amigas cerca de mi casa. Yo vivía con mi hermana y con

mi mamá. Su hermana vivía con un señor que tenía su casa por los lados del Meta. Un día que ella volvió a donde sus papás, él le dijo que se quería ir con ella; que quería vivir por allá. Eso fue cuando cumplió los catorce años y entonces arrancó para Puerto Toledo; por esos días ya habían empezado las malas mañas: David acostumbraba a llegar tarde a la casa y a no ponerle cuidado a nadie. Su mamá sufrió mucho; le decía que no se fuera para la calle, que allá iba a coger malos vicios, como efectivamente los estaba cogiendo. Una vez le dieron a probar la tal marihuana esa. La situación lo motivó a irse de la casa para no hacer sufrir más a su familia. A los catorce y medio ya andaba con la guerrilla. Según recuerda David, los carros, las motos y las armas que cargaban lo cautivaron de inmediato. “A mí también me gustaban las armas, no fue difícil tomar la decisión, porque aquí es muy rarito el que ingrese sabiendo por qué es que se combate en las FARC; uno tiene que tener unos 20 o 25 años para ser consciente de la lucha y las motivaciones para tomar las armas”. En mi casa siempre lo primero fue el estudio. Recuerdo que mi padre decía que los novios solo podían llegar cuando terminara


¿Cómo nos toca la guerra?

la universidad, pero qué va, el primero que tuve me lo cuadré a mis quince años, cuando estaba por entrar a once. Cuando David ingresó lo llevaron a una escuela básica; fueron seis meses de entrenamiento. En esos seis meses, dice, lo primero que hacen es darle estudio y lo último es darle un arma. Recuerdo que cuando salía a la finca con mis primas yo era la más mala para caminar, siempre me caía y llegaba de últimas. A él le costaba caminar y prefería estudiar porque las caminadas eran muy duras. Pero ya se ha acostumbrado, y todos los recorridos que ha hecho con la guerrilla en los diferentes departamentos los ha hecho a pata. Pasó por el Huila, el Caquetá, el Meta, parte de la Serranía de la Macarena, Arauca, Puerto Arturo y la frontera con Ecuador. Cada marcha con su anécdota y sus historias. El 12 de mayo de 2010, en un combate que duró como hora y media, perdió su brazo. Fue un ataque de pura contraguerrilla que operaba en La Julia, en la vereda Montañita. En la retirada escuchó una bulla detrás de unos palos, pero no le prestó mucha atención. Siguió caminando, pero al volver a escuchar el ruido más cerca voltio a mirar y ya le estaban descargando seis balazos que le deshilacharon el brazo izquierdo. “Pero mirá que en ese momento yo no sentí nada,

sentí el cuerpo caliente mas no sentí dolor, inclusive me vine a dar de cuenta que me habían tiroteado el brazo como a los veinte metros cuando miré que lo tenía todo despedazado”. Así siguió andando hasta encontrarse con su gente. Cuando se percataron que estaba muy herido lo socorrieron y lo llevaron donde el médico. “El brazo me lo amputaron porque no lo pudieron reconstruir y mirá que en ese instante mi sensación fue de solo risas”. A él y a mí nos une una historia: la muerte tocó la puerta de nuestras vidas y, por momentos, a ambos nos fue jalando. Hoy, sin embargo, él y yo compartimos la alegría de la esperanza. Él, en algún momento, podrá reencontrarse con su familia y asistir al Campin para ver a su Santa Fe. Yo, por mi parte, seguiré saltando los abismos y las esperanzas de la vida.

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Persistencia de una apuesta colectiva

T

ranscurría el año del señor de 1985, y en la vereda Puerto Nuevo Ité del municipio de Remedios, Antioquia, con la alegría y ganas, pero también con la incertidumbre que da el emprendimiento, los campesinos se deciden a fortalecer la iniciativa que para ese momento ya se venía gestando dentro de ellos. Y es que la necesidad se destacaba, pero era el combustible para la decisión que ya se había tomado en ese momento: robustecer la comercialización y fortalecer las actividades productivas y socio-económicas de la economía campesina. Inicialmente, maduraron la idea de consolidar una tienda para una comercialización justa, por lo cual la junta de acción comunal -JACse desplazó a la ciudad de Medellín para buscar el apoyo de DANCOOP y, con este asesoramiento, se crea COOPEMANTIOQUIA, cooperativa de campesinos y para campesinos, que inicia sus actividades con cincuenta familias afiliadas aproximadamente. Uno de los pilares de esta cooperativa fue llevar los víveres que no se conseguían en la zona. Eran los campesinos mineros, ganaderos, agricultores, entre otros, los que le compraban la remesa a la cooperativa, la cual

solo ajustaba un 20% adicional al precio de compra a los proveedores de Barranca. De esta forma, los campesinos compraban a un mejor precio y la cooperativa se sostenía. La organización de la cooperativa preveía proyecciones de siembra y cosechas lo cual permitía tener seguridad alimenta y, a su vez, la oferta agropecuaria adecuado para suplir las necesidades en las zonas de la vereda y fecha en las que se requería. La actividad comercializadora de la cooperativa contemplaba el 37 trueque con los campesinos, lo que permitía completar el valor de los artículos comercializados con productos agropecuarios producidos por los campesinos de la vereda, como maíz, arroz, madera y oro. Además, si alguien quedaba debiendo entonces se pagaba en la siguiente cosecha. El funcionamiento de la cooperativa ayudó al fortalecimiento de la agricultura familiar. En el año 1989 el ejército colombiano realiza varios bombardeos en el área de la cooperativa. Estas acciones hacen que la organización se debilite y, junto con ella, la prosperidad que hasta el momento los campesinos habían alcanzado; es así como se


CRÓNICAS

inicia el desplazamiento forzado de las casi cincuenta familias que coexistían entorno a la cooperativa. La estigmatización que se crea alrededor de los campesinos, nominándolos como guerrilleros o auxiliadores de la guerrilla hace que en el año de 1996 empiecen las marchas campesinas en la región, como estrategia de acción colectiva para la defensa de las comunidades y sus territorios. A través de los años y con el fortalecimiento del accionar campesino, se han consolidado nuevos escenarios para la defensa de los DDHH, pero con estas 38 victorias también se aumentó la presencia de actores armados ilegales como los paramilitares y las guerrillas, lo que conllevó a un bloqueo económico en estas zonas que, para ese entonces, empezaron a denominarse como zonas rojas Ya para el año de 1998 se dio un bloqueo económico que enfatizó la regulación excesiva de víveres -que podrían ir como remesas de los ejércitos ilegales- e insumosque podrían servir para el procesamiento de la pasta de coca. Los cultivos de coca aumentaron y se contrarrestaron a través del plan Colombia con la aspersión de glifosato pero que, obviamente, también quemaba los cultivos de pan coger. Una

táctica

importante

y

muy interesante desarrollada por los campesinos fue el de la comunicación interna, lo que permitía la comunicación constante para evadir las operaciones realizadas por los agentes armados en contra del campesinado. Pero así mismo, esta comunicación les permitía establecer reserva de víveres para la comunidad que, eventualmente, tendría que desplazarse. Ese centinelato de las acciones de los actores armados y el cronograma de cultivos robustecieron la acción colectiva desarrollada por los campesinos.

La Selva y la guerrilla, relato etnográfico

U

na vez caminaba con un campesino amigo y un compañero de la universidad por una vereda del Guaviare, protegidos de la guerra por ser buenos javerianos y protegidos de La Selva por la compañía de este hombre ya viejo. Mientras caminaba desprevenido en medio de tantos secretos, hice un comentario a mi compañero, algo sobre política. El campesino reaccionó fuerte y de inmediato:

A pesar de todas estas acciones en contra de los campesinos, su organización se ha fortalecido. Es así como en el 2002 se expide la resolución donde se crea la Zona de Reserva Campesina del valle del río Cimitarra, pero fue suspendida en el 2008 y se expidieron órdenes de captura a los directivos campesinos mientras se encontraban en asamblea.

- ¡Shhh! ¡Juanito! ¡En La Selva no se habla de política!

Pese a todos los atropellos de los que han sido víctimas los campesinos, su consolidación como actor social y político ha ido en ascenso, tanto es así que en el Encuentro Nacional de las Zonas de Reserva Campesina 2011 se reunieron alrededor de 30.000 personas entre campesinos y líderes de comunidades indígenas y afro.

El episodio quedó ahí. Luego, conversando al calor de unos guarapos en casa de otro campesino de unos 60 años a orillas del río Guaviare, vimos bajar con la corriente a dos pescadores con una malla bastante extensa recogiendo cuanto pescado se les atravesara. El dueño de casa dijo: ¡Jum! ¡Esos se están buscando una muerte pendeja!

- ¿Por qué, cómo así?, le pregunté. - Usted sabe que los árboles hablan y que los animales, a veces, no son animales. - ¿Cómo así? - Luego le cuento.

Yo, que no entendí el comentario, le pregunté: ¿Los pescadores, cómo así, por qué? - Porque se sabe que la guerrilla no permite pescar con malla, ¡sólo anzuelo! De repente, una inocente conversación sobre pescadores se tornó en otra cosa: ¿Pero por acá hay guerrilla?, pregunté. - ¡No! Esos hace rato que el ejército los echó más pa’ arriba. - ¿Y entonces cómo hacen ellos para saber quién pesca con malla? - ¡Ah! Ellos tarde que temprano se enteran. Tienen formas, usted sabe. Las toninas [delfines rosados], por ejemplo. - ¿Las toninas? ¿Cómo así, qué pasa con ellas? - ¿Pues usted ha oído hablar que ellas son muy inteligentes? ¿A veces más que las mismas personas? Es que ellas muchas veces no son toninas. Se sabe que los guerrilleros a veces se vuelven toninas, nadan por el río. Por eso el río no es del ejército, así tengan sus pirañas [lanchas rápidas] y todo eso. Por debajo el río no es de ellos.


¿Cómo nos toca la guerra?

En ese momento recordé una imagen que había visto en un libro sobre culturas indígenas del Guaviare: una especie de sirena, mitad delfín mitad humano. El campesino, animado por unos cuantos vasados de guarapo, continuó: - Así mismo como en La Selva, los animales blancos hay que tenerles cuidado por eso. Las toninas no son las únicas. En mi sorpresa por lo que me estaba contando este hombre y recordando la advertencia del otro sobre no hablar de política en la selva, no pude más que pasarme un sorbo grande de guarapo para no tener que tragarme mi curiosidad. Seguí preguntando lo que para él serían no más que obviedades del día a día: ¿Cómo así, Don? ¿Los animales son guerrilleros? - ¡No todos! Es decir, algunos. No es que sean guerrilleros, es que los guerrilleros se vuelven animales. Es que eso de estar toda la vida en medio de La Selva no es bueno. Se vuelven parte de ella, aprenden sus cosas. Entonces recordé una historia narrada por Daniel Ruiz1 sobre la Sierra de La Macarena. En ella reseñaba relatos de campesinos que aseguran que los guerrilleros se vuelven invisibles, se desvanecen y son resistentes a las balas.

- Don, ¿usted cree que el ejército sabe todo eso? Lo que me está contando. - ¡No! El ejército no puede hacer eso, ellos no porque no permanecen en la selva. - No, no. Pero que si el ejército sabe que los guerrilleros pueden hacer esas cosas. - ¡Ah! ¡Claro que lo saben! Por eso es que viven cagados del susto y por eso es que uno escucha tantas historias de que contratan en el pueblo a brujos para que les ayuden. Pero eso se sabe que no les sirve para nada, pero lo siguen haciendo porque les da miedo. Hermano, lo único que le sirve al ejército para eso es cruzar las balas. - ¿Qué es eso? - Sí, pues le marcan una cruz en la punta a las balas, es la única forma de matar a un guerrillero de esos. ¡Pero ni así! ¿No le digo que de nada les sirve? ¡Es que esa selva es muy verrionda, hombre! Y bueno hay algo que de verdad que sí les sirve a veces. Por eso el ejército obliga a los indígenas a ayudarlos, porque ellos son los únicos que conocen la selva tan bien como la guerrilla. Y por eso mismo es que la guerrilla los desplaza. Pobrecitos, uno los ve en el pueblo mendigando y bebiendo y sucios pero eso no es culpa de

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ellos. El ejército los usa y por eso los sacan de allá arriba. En ese momento, como invocadas por la conversación, pasaron cuatro pirañas del ejército río arriba. - ¿Para dónde van esos? - Para arriba, a La Selva. Mire, no más ahí van como cincuenta tipos. Esos ya no bajan. O bueno, bajarán diez o quince, pero no más. Es que allá arriba no se sabe cómo es eso. Pero es que esa gente que sube en las pirañas sólo tiene dos opciones: o se pasan a la guerrilla o hasta ahí llegan. Es que muchos de esos soldaditos que traen del centro del país, ellos ya saben. Ya saben que se van a meter a la guerrilla, porque no hay de otra. Hoy suben como soldados pero mañana bajan como toninas. Yo por eso nunca creo lo que dicen por el radio.

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- ¿Quiénes? - ¡Las noticias! Que la guerrilla está medio acabada. Eso es mentira. Siempre ha sido mentira, hermano. La guerrilla nunca ha dejado de crecer. Eso es lo que el gobierno no entiende, que por más que crucen esas balas, siempre serán balas perdidas. ¿Mano’, otro guarapito o ya se acaloró? 1. Antropólogo colombiano


CRÓNICAS

La lucha con el lápiz es la más importante

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ra un día normal, en una jornada académica normal en la institución educativa José Miguel López Calle, en la vereda el Capricho, jurisdicción del municipio de San José del Guaviare – Guaviare. En los pasillos se ve el caminar rápido de las tres personas pertenecientes a la planta administrativa del colegio, presurosas van por cada uno de los salones, susurrando al oído de los educadores quienes ya se encontraban con sus estudiantes impartiendo formación. Para algunos profesores la experiencia no 40 es nueva, lo que se nota en el control de la voz. Otros, sin embargo, con voz un poco más ansiosa y temblorosa dan la directriz a sus alumnos de levantarse y salir del aula, sin perder tiempo en recoger los implementos de estudio y dirigirse al kiosco principal donde, generalmente, se iza la bandera de Colombia y se reconoce a los más sobresalientes estudiantes. No es la primera vez que un grupo armado ingresa a las instalaciones del colegio, incluso podría considerarse normal verlos transitar por uno de sus pasajes o sendas que son el lindero de esta, donde los internos colgaban sus ropas. Lo que no se esperaba aquella niña de 11 años, que lo único que

sabía de este grupo era lo visto en los noticieros nacionales, en donde son presentados como un grupo subversivo hiriente, desangrante y cancerígeno en el desarrollo social del país, es que realizaran una intervención tan humana, como de la que sería testigo ese día. Los actores guerrilleros, llegan al departamento del Guaviare a comienzo de los 80, identificados como Frente Primero. Arriban desde el Ariari, Meta, de acuerdo a lo planteado en la Séptima Conferencia en 1982, donde se concluye la necesidad de la militarización como ofensiva, no esperar un ataque enemigo, si no neutralizar violentamente a este. También se estableció, la toma del control del Guaviare como tierra de oportunidad para el incremento y fortalecimiento financiero a base del narcotráfico, como zona estratégica para crear un perímetro de autonomía desde la cordillera oriental -que separa al centro del país de la Orinoquía y la Amazonía- y aumentar sus fuerzas con combatientes y nuevos frentes; los encargados para esta causa fueron entonces los integrantes del Frente Primero, conocido hoy día como Frente Armando Ríos.

Los estudiantes se ubicaron en el kiosco. Llegó un hombre de tez canela oscura, probablemente influencia del sol y la alta humedad selvática de la zona, acompañado por su incondicional rifle, vestido de camuflado en variedad de tonos verdes y cafés; a diferencia del calzado con botas negras de material y lustradas que acostumbraba a ver aquella niña en hombres con uniforme militar, este en cambio llevaba botas de caucho algo sucias; alrededor del kiosco se podían observar ocho hombres con la misma vestimenta de Alias el Profe. Así fue entonces como se presentó. Apenas si pasaron cinco minutos mientras Alias el Profe, con mirada neutra, inspeccionaba a cada uno de los estudiantes allí reunidos, desde el miedo en sus ojos, como sus posturas y sus ropas. Luego comienza a rememorar aquel tiempo cuando también fue alumno. “Yo también estudie en una primaria, más pequeña que esta escuela”; pero por el difícil acceso a la oportunidad de instruirse, a causa de las obligaciones que tenían los hijos varones en esas épocas en el campo, las distancias y vías que debía recorrer para llegar a sus deseadas clases, tuvo que desistir y quedarse con tan solo cuarto grado de primaria. Este hombre, -que se ha ganado ese alias por enseñarle a sus

compañeros militantes a leer y escribir aunque sin tan buena ortografía pero si con ahínco por la superación grupal ante el analfabetismo-, se deja llevar por la emoción del discurso y, alzando su voz, dice: “el combatiente no tiene por qué ser ignorante por vivir en el monte”. Hace una pausa y cae en cuenta que está ante unos niños que, al igual que él en su infancia hacen un esfuerzo como trasladarse por más de dos horas de camino, descalzos (si llovía), colgados en el carro de la leche o incluso lejos de sus familias en modalidad de internos. Reflexiona y concluye el viaje por su memoria: “Pero la lucha con un lápiz, es igual o más de importante que la del rifle”. Ante la historia de alias el Profe, la niña visualizaba en el torbellino de su mente las imágenes de bombas, enlazadas con la imagen de un niño labrando el campo, de un grupo sentado en la selva escribiendo sobre cuadernos doblados de hojas húmedas. Pero algo interrumpió esta representación en su cabeza, cuando dos niños, una alumna de no más de 11 años y un niño, su hermano de 7 años, son sacados de entre los alumnos, para que se pararan junto a este hombre cuyos ojos empezaron a tornarse más oscuros y sus cejas más arqueadas, con aspecto irritable.


¿Cómo nos toca la guerra?

“El combatiente no tiene por qué ser ignorante por vivir en el monte”

Las filas de las FARC han sido populares por integrar en ellas a niños y jóvenes, lo que acrecentó el temor en la comunidad estudiantil. La niña cerró los ojos en espera de una mano que tocara su hombro y le dijera al oído “un paso al frente”. Pero se decía a sí misma, “no sé cocinar, me asustan los ruidos fuertes y jamás he visto una persona herida”. ¿Y sus padres? Era hija única. ¿Qué sería del corazón de estos, si fuera arrastrada a las profundidades de la selva, sin poder adivinar su suerte? Todo el recinto estaba en silencio ¿Qué estaría pasando en la mente de los profesores del colegio? ¿Qué estaría pasando en la mente del director y coordinador? ¿Qué estaría pasando en la mente del resto de los alumnos? Y si lo primero es correr y si lo segundo es llorar y si la tercera opción es mirar con escepticismo e indolencia. Todo ese análisis sobre las posibles consecuencias fue interrumpido, cuando un fuerte suspiro al cielo llamó la atención de los allí reunidos, al centro del kiosco.

El sol se estaba haciendo cada vez más presente, lo que aumentaba la temperatura e igualmente la ansiedad por saber qué seguía después de ese suspiro. Entonces, alias el Profe lanzo una pregunta: “¿todos tienen dinero para comprar el refrigerio?”, al unísono los niños y jóvenes respondieron “si señor”. De nuevo el silencio reinó en la estancia. Ahora con esa pregunta se venía a la mente de la niña las extorciones de las FARC, pero solo había escuchado de las vacunas a los productores -ganaderos, cocaleros, agrícolas-, a narcotraficantes y comerciantes -especialmente los de cerveza-. Pero ¿qué puede tener de honorable que este grupo subversivo usurpara a niños de un colegio?, o ¿acaso se estaba sorteando la libertad de estos dos niños que aún seguían de pie en el centro de la reunión al lado del Profe? En ese momento la niña abre sus ojos, pero no de manera literal, sino los ojos del alma, ojos de bondad, ojos que quieren entregarlo todo para que la suerte de sus dos compañeros no

fuera incierta o solo unas siluetas endebles alejándose de la mano de alias el Profe y sus combatientes compañeros. Fue ahí que notó algo en las ropas de esos niños. Una falda colegial que superaba la medida de un cuarto por encima de la rodilla, lo cual estaba fuera del reglamento estudiantil; pero adicionalmente descubría por lo menos cinco remiendos cocidos con telas de diferentes colores, los más evidentes eran tres de color negro, uno de color blanco y un último de color azul cielo. En la camisa color hueso, es evidente la rasgadura de la manga, debido a que quedó enredada en una de las cercas de alambre de púas, por las que debe atravesar en sus largas caminatas para acudir al llamado de la superación personal, por medio de la educación formal. En el caso del niño mostraba el crecimiento como un efecto adverso para su uniforme. Los pantalones se encontraban ya sin dobladillo que permitiera ganar algunos centímetros; se notaba una añadidura de por lo menos 30 centímetros de tela color negro, que intentaban cubrir ineficientemente los tobillos de su portador. Sus zapatos de diario, uno de ellos roto en la punta, evidenciaba la ausencia de medias blancas colegiales. En un acto de cansancio, el niño levantó el pie contrario balanceando el peso

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de su cuerpo y es cuando la niña observa que la suela del zapato en el talón, tenía una agujero que intentaba taparse con un cartón. Recordó que una de las opciones contempladas ante un acontecimiento nuevo para ella, que en este momento tan corto de su vida representaba el mayor de los sustos vividos, fue la opción de mirar con escepticismo e indolencia. Pero ¿cómo podía hacer esto ante una realidad que todos los días, durante ese año escolar estuvo frente a ella y que ahora, solo ante el temor por la integridad propia, era evidente la condición humana, frágil y poco digna de sus amiguitos de colegio? 41 Alias el Profe rodea con sus brazos lánguidos a cada uno de los niños que tiene allí al lado de él y reanuda su intervención. “Es posible que ustedes, quienes integran una familia, la familia José Miguel López Calle, dejen de comer un dulce de 100 pesos, cada viernes, para escoger a un hermano, -tocando la cabeza del niño, quien solo puede mirar al suelo y con sus dedos entrelazados-, y ayudarlo y apoyarlo”, evocando entonces las bases de la política comunista. Este hombre, en medio del terror que representaba su estatutos de guerrillero, pero al mismo tiempo bajo la imagen de amigo y educador que exponía su discurso,


CRÓNICAS

apela a la solidaridad social, desde los más puro que es la conciencia de unos niños y jóvenes. Insiste en la necesidad en la sociedad del colectivismo, sembrándolo en las tierras fértiles y puras de la amistad, el compañerismo y la humanidad de cada uno de esas almas, reunidas en un día normal, durante una jornada normal de clase, en una vereda del municipio de San José del Guaviare.

todo el tiempo por el equipo regional. Con desconfianza pero encomendándome a todos los santos, preparo mi maleta e inicio este largo recorrido.

Un viaje al interior de Barbacoas, Nariño

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e encuentro en Bogotá trabajando para una ONG en la cual, con frecuencia, 42 me envían a lugares recónditos de la periferia del país, para hacer seguimiento a algunos proyectos productivos de desarrollo rural que se implementan para población Indígena y Afrocolombiana. Las poblaciones visitadas tienen un común denominador, han estado en la mitad del conflicto armado que se vive en Colombia desde hace más de cincuenta años. Un día, estando en la tranquilidad de mi oficina, recibo un llamado de mi jefe quien me informa que debo hacer un viaje a Barbacoas para hacer la revisión de unos cerdos entregados en la primera fase del proyecto; accedo y de inmediato me pongo en contacto con el coordinador regional para

organizar la logística del viaje. Noto un tono extraño como si, en el fondo, este personaje quisiera que yo no fuera. No es claro con sus explicaciones y decido preguntarle si es prudente que realice el viaje o no; me contesta que por teléfono no podemos hablar, que no es seguro. Vuelvo a la oficina de mi jefe a contarle la situación y lo extraño de la llamada, por lo cual decidimos hablar con el coordinador zonal que tiene a cargo varios coordinadores regionales, entre otros, a la persona con la cual me acabo de comunicar por teléfono. Nos informa que hay conflicto en la región, algunos enfrentamientos entre FARC y ELN desde hace unos días pero, al parecer ya terminaron; preguntamos si es prudente realizar el viaje y nos contesta que no hay problema siempre y cuando esté acompañado

Al salir de mi casa tengo muchos sentimientos encontrados, algo de miedo de saber que voy para zona roja; hay momentos en los que pienso que es mejor no ir y cancelar el viaje pero al final trabajo es trabajo y debo cumplir. Abordo el avión hacia Pasto, no dejo de pensar qué me espera, siento mucha expectativa y, aunque trato de pensar en otras cosas, en el fondo sigo imaginando lo peor. Al llegar a Pasto debo tomar una flota que me lleve hasta el municipio de Ricaurte, lugar donde está el equipo regional y donde empieza la aventura real hacia Barbacoas. Después de varias horas de viaje por fin llego a mi primera parada; Ricaurte es un municipio de Nariño que ha sido víctima de un fuerte conflicto armado. Todas las historias que cuenta el coordinador regional tienen que ver con guerra en la zona y solo me pregunto ¿por qué viven aquí? Hay tantas zonas tranquilas en el país ¿por qué ese arraigo? Para no ir tan lejos, Pasto queda más o menos a 4 horas de Ricaurte, es una ciudad grande, relativamente tranquila donde no se vive conflicto armado. En la mayoría de historias hay guerra, muertos, algunos

conocidos otros no, lo cierto es que es impresionante imaginar que la gente con frecuencia debía esconderse en su casa porque por lo menos dos veces por semana había enfrentamientos y fuego cruzado en toda la mitad del municipio entre guerrilla, paramilitares, policía o ejército. Esto ha cambiado, Ricaurte no es ni sombra de lo que alguna vez fue, pero ahí está su comunidad fiel a un pueblo altamente vulnerable a la guerra. Paso la noche en un hotel modesto, un poco incómodo y además desvelado de pensar donde estoy. Debo levantarme a las tres de la mañana pues el viaje a Barbacoas es largo, me cuentan que la vía es muy peligrosa y además está absolutamente acabada; dicen que hay huecos del tamaño de un carro lo cual es difícil de creer y pienso que son exageraciones. Por fin puedo conciliar el sueño pero suena mi despertador, me preparo rápidamente para salir y un taxi está esperando por mí. El coordinador dice que no puede acompañarnos pero en su lugar envía a la profesional social. El taxi hace un recorrido de aproximadamente 20 minutos hasta Altaquer donde hacemos transbordo a una camioneta Toyota Burbuja de grandes llantas y suspensión modificada para terrenos extremos.


¿Cómo nos toca la guerra?

Empieza el recorrido por una carretera solitaria que, en su mayoría es de un solo carril; el conductor me cuenta que es considerada una de las peores carreteras del país. Es tan peligrosa que ninguna empresa ha sido capaz de tomar el contrato para arreglarla y, por lo mismo, es el ejército quien está al frente de su mantenimiento. La última empresa que trató de trabajar en la zona sufrió el secuestro de uno de sus ingenieros. Pirry hizo un documental sobre el mal estado de esta vía, algo que pude confirmar y creer solo cuando empecé a ver los huecos del tamaño de la camioneta en la que me movilizaba. Cada tramo de la carretera era un sitio con historias de tragedias y muertos, la guerrilla con frecuencia paraba buses en este sector y los incendiaba algunas veces, incluso, con gente adentro. La intranquilidad me invadía y pensaba hasta qué punto la gente estaría exagerando o solo por asustarme se inventarían historias. Pero nunca hubo una risa dentro de esta camioneta mientras el conductor nos contaba las aterradoras historias. Me tranquilicé cuando vi ejército, todos fuertemente armados, hasta con tanques y por supuesto con maquinaria trabajando en la vía; nos detuvieron, preguntaron quiénes éramos y si habíamos visto algo raro, nos requisaron

y permitieron que siguiéramos nuestro camino. Hacia las 11 de la mañana después de un recorrido extremo que, en condiciones normales con una vía en buenas condiciones, es un trayecto de no más de 2 horas, llegamos a Barbacoas, un municipio poco agradable físicamente, muy húmedo pues casi todos los días llueve. Pagué al conductor la suma de $ 350.000 por el trayecto, un costo a mi manera de ver extremadamente alto y entré al hotel en el cual me hospedaría. El olor a humedad era impresionante, debo aclarar que soy alérgico a la humedad así que mi estadía no fue la mejor, aunado a otros factores que más adelante contaré. Dejé mis cosas y salí a reunirme con el equipo regional. Lo primero que pregunté fue si estaba “caliente la zona” por esos días, me dijeron que tranquilo, que ya había pasado el problema y estaban en paz. Algo me llamó la atención desde que conocí al técnico del municipio que, para efectos de este escrito se llamará Freddy; era una persona muy amable pero sobre todo simpática, todo el tiempo estaba riendo y contando chistes. En la ciudad uno se imaginaría que las personas que viven en estas zonas marcadas por la guerra viven tristes, pero no. Freddy me sugirió que no hablara por teléfono; la guerrilla

sabe perfectamente quien entra al pueblo y de inmediato intervienen celulares, por lo cual solo me podía comunicar con mi familia de vez en cuando para informar que estaba bien; además la señal de celular era pésima. Freddy me tranquilizó un poco diciéndome que la zona era peligrosa pero desde que no me metiera con nadie no tendría problema y eso hice exactamente. Por las tardes, después de cumplir con mi trabajo en comunidad entraba en mi habitación y no salía más, algo que fue un poco exagerado de mi parte pero es como actúa un forastero nervioso. Ese primer día me explicaron a dónde iríamos, planeamos los recorridos y tuve la tarde para conocer el pueblo. Constantemente está militarizado y la estación de policía se ubica en la mitad de una cuadra cerrada en sus extremos. Freddy me contó que en esa cuadra hacía tres meses se metió la guerrilla por el puerto lanzando granadas que se quedaron a mitad de camino, ocasionando grandes destrozos y pánico en el pueblo. En mi recorrido me encontré ejército hasta en la iglesia, adentro y afuera, no es un municipio bonito pero tiene un mirador hacia el rio Telembí espectacular. Estuve un rato dando una vuelta y me fui para el hotel; no me fue bien con un par de restaurantes que probé, así que

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compré enlatados, galletas y así me mantuve durante la semana de mi estadía allí. Hacia las 8 de la mañana del día siguiente nos encontramos en el puerto para iniciar las visitas a las comunidades; debo aclarar que todas estaban ubicadas rio adentro y este día visitaríamos las más lejanas. Una vez en la chalupa, inicia una nueva aventura. No llevábamos ni tres minutos de recorrido cuando a lo lejos empecé a ver banderas de Colombia izadas ondeando con el viento. Freddy me dijo que las detallara y efectivamente en el centro tenían un símbolo con unos fusiles cruzados formando una “X”; me 43 explicó que esta era la bandera de las FARC. Me sentí extraño, vulnerable en un territorio controlado por la guerrilla en una pequeña chalupa con el conductor, el técnico y yo; a lado y lado solo se veía selva y cinco minutos más tarde, al otro lado del rio, vi una bandera rojo con negro. Me indicaron que esta era del ELN, en un terreno completamente hostil. Al comienzo mi corazón latía rápidamente, poco a poco me fui acostumbrando y la angustia fue bajando; de pronto se divisaba a lo lejos maquinaria pesada trabajando en el río. Me informaron que la principal actividad económica del municipio es la minería; era devastador ver cómo impactan


CRÓNICAS

esos hermosos paisajes, cómo esas enormes maquinas, acaban con los ecosistemas y contaminan el rio Telembí. Me sentía en otro mundo. Este es un punto al que no entra la policía, ni el ejército, ni entidades del estado; los únicos en la zona ejecutando un programa del gobierno éramos nosotros. En ese lugar no había una autoridad, no habían normas o por lo menos no a las que estamos acostumbrados en la ciudad. En ese sitio la ley es dada por la guerrilla, son ellos quienes autorizan la entrada, los que permiten el trabajo de empresas mineras a cambio de una renta. 44 De pronto se ven unos cultivos en diferentes puntos, es hoja de coca, otra de las actividades económicas del municipio. Los campesinos acá viven de la minería artesanal, del cultivo de coca, siembran cultivos de pancoger, ganadería y porcicultura, en menor escala, para su seguridad alimentaria. Esos porcinos los entregábamos nosotros con elementos para la construcción de cocheras. Aquí no saben qué es una cochera, los cerdos se crían sueltos a orillas del rio Telembí. Pensé que me encontraría con gente conflictiva sin ganas de trabajar. Imaginaba que establecer un vínculo de trabajo con víctimas del conflicto sería muy complicado, porque son personas que se sienten

abandonadas por el estado y viven constantemente con la guerra a cuestas. Al llegar a la primera comunidad noté que Freddy se puso bastante incómodo y nervioso. Me dijo que no fuera a hablar, que no diera explicaciones, que él se encargaba de comunicarse. Yo no entendía hasta que nos fuimos acercando a la orilla y pude ver un grupo de personas con camuflados y armados con fusiles. Muchas entidades ejecutan proyectos con la guerrilla de por medio, para mí también era algo normal. Lo que me llenó de pánico fue ver a Freddy nervioso, se suponía que era nativo y ya estaba acostumbrado a encontrarse de frente con esta gente; fue un instante de angustia, bajé de la chalupa saludé y entré hacia las casas. Los personajes de camuflado dieron una vuelta, observaron qué hacíamos y desaparecieron entre la selva. Pude respirar tranquilo y dedicarme a mi misión. Las personas de la comunidad llamaron mucho mi atención, me encontré con gente muy querida algo completamente diferente a lo que me imaginaba. Son muy trabajadores. Es importante tener en cuenta que el conflicto ha tenido relación directa con todos. Me pareció espectacular ver los resultados del proyecto, la mayoría tenía sus nuevas cocheras construidas, nada de última

tecnología, bastante rústicas pero tenían toda la intención de cumplir con las normas, normas que nadie verificaría si se cumplen ya que el ICA o la CAR nunca llegarían a esta zona. Vi mucho ingenio, algunos hicieron sus cocheras sobre troncos de madera para que cuando el rio subiera, esta flotara y los animales no se ahogaran. Ante mis recomendaciones, todos tomaban nota atentamente, se sentían felices de que los visitáramos, de que alguien los tuviera en cuenta para entregarles un proyecto productivo. Me ha pasado en otras zonas del país que las comunidades solo estiran la mano, el asistencialismo nos afecta gravemente. Las personas de Barbacoas, en cambio, todo el tiempo tienen buena actitud a pesar de vivir en una zona roja constantemente. Al terminar la primera visita me fui conmovido de ver lo bien que estaban aprovechando los recursos entregados; ese día seguimos visitando comunidades, procuramos ir a las más lejanas y es impactante ver en las casas afiches de líderes guerrilleros que, aunque ya fallecieron siguen vivos en la mente de la gente. Terminamos las visitas del primer día y me fui para el hotel a descansar con mis enlatados y galletas; me informaron que la luz se va con frecuencia y efectivamente me tocó pasar un par de noches asustado,

sin luz en medio de un calor húmedo desesperante. Al otro día iniciamos nuestro recorrido visitando comunidades lejanas río adentro, algunas con disposición de trabajo atendiendo las recomendaciones, otras no muy interesadas pero, en general, el balance era positivo. Poco a poco me fui adaptando y ya los encuentros con guerrilleros eran más naturales; en la tarde del segundo recorrido, uno de los enlaces étnicos con los que trabajamos en el municipio nos dijo que nos fuéramos rápido ya que las cosas se podían poner feas; efectivamente y como lo manifesté anteriormente había conflicto por esos días. Además, apareció un tercer actor con el que no contábamos “los paramilitares” supuestamente, con interés de tomar la zona. Literalmente nos dijeron: parece que se quieren meter por un sitio que se llama los Brazos, ¡váyanse ya!. No era mi interés arriesgarme, así que nos fuimos dejando las visitas de ese día incompletas. Me daba tristeza que las personas se quedaran esperándonos, pero era una situación que se salía de las manos. Desafortunadamente, así les toca la guerra a los habitantes de esas comunidades de la orilla del río. En cualquier momento, simplemente deben salir a esconderse porque hay fuego cruzado y dejar lo que


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estén haciendo pendiente, por más importante que sea. Primero está la vida. Los enfrentamientos en Barbacoas se dan entre policía y guerrilla, ejército y guerrilla, FARC y ELN, guerrilla y paramilitares, policía y ejército contra paramilitares. Realmente, me parece estresante vivir entre tanta vulnerabilidad. Esa tarde que llegamos más temprano al casco urbano tuve la oportunidad de hablar un poco más con Freddy. Me contó parte de su vida. Fue guarda de seguridad en Cali, tenía esposa e hija y yo aterrado cuestionaba por qué razón vivía en un municipio así, sin acceso vial, inseguro, con pocas oportunidades. Pero él me hizo entender que yo era el que lo veía así, ellos se acostumbran y empiezan a gozar de esa vida, realizan actividades que yo desconozco pero sienten un gran arraigo por su tierra; me habló tan mal de Cali y enfatizó en que no cambia Barbacoas por nada. Tiene muchos amigos, algunos se fueron con la guerrilla porque les pareció una buena opción, otros simplemente se los llevaron sin preguntar. Los nombra como personas de bien a quienes las circunstancias los cambiaron, unos están vivos pero varios han muerto. Cuenta que no todo es tan malo en la guerrilla, si uno no se mete con ellos no lo tocan. Están pendientes

de que las pocas entidades que llegan cumplan, entran a las socializaciones de proyectos como civiles a velar porque se entreguen cosas justas. También hablamos sobre las entregas del proyecto. La logística para hacer entregas a comunidades que viven río adentro es muy compleja, ya que el único transporte que existe son chalupas. Los animales e insumos se meten en estas pequeñas embarcaciones e inician toda una travesía para que las comunidades puedan recibir todo en buenas condiciones; en ocasiones las chalupas se inundan y, por ejemplo, los cerdos por esta razón se enfermaron después de entregados en algunas casas, lo cual generó mortalidad y una parte fue repuesta por el proveedor. Sin embargo, en medio de la dificultad, para él no tiene precio ayudar a la gente y ver esos rostros de felicidad cuando reciben lo que les corresponde. Finalmente, llega el último día de visitas. Me encuentro con comunidades alejadas pero me explican que no me permiten ir a las más lejanas. La persona que autoriza mi entrada, que nunca supe quien fue, no permite que uno vaya donde quiera, así que yo solo me limité a hacer caso. Conocí una comunidad muy organizada,

donde tienen ganado bovino, son muy trabajadores y ese día hasta nos dieron almuerzo, “por fin pude comer algo decente”. Para ese momento ya estaba cansado, mal alimentado, mis noches no eran buenas en el hotel, pero ver gente tan dispuesta para trabajar y aprender todo lo que yo pudiera enseñarles me reconfortaba. Estas personas tenían muy buenas ideas para la siguiente etapa del proyecto, cuidaban lo que les dimos como un tesoro y al parecer la guerrilla también respetaba y no se metía con los insumos y animales entregados; todo el tiempo veía afiches haciendo homenaje a sus líderes muertos en combate pero para este día ya me sentía mucho más relajado y me concentré en disfrutar de los paisajes. Es difícil llegar a conocer zonas tan bellas de nuestro país. Ese día culminamos las visitas, llegamos hacia las 2 pm al casco urbano y yo decidí emprender mi viaje de regreso, aunque me sugirieron que partiera al otro día madrugado. No quería estar un minuto más en ese municipio, así que pedí una camioneta y arranqué hacia Ricaurte para pasar la noche

allá. Después de dos horas de recorrido me pregunté por qué no hice caso; una volqueta se fue a un hueco y quedó enterrada. Como la carretera es de un solo 45 carril era imposible devolverse, llovía con mucha fuerza; luego de varias horas por fin pudimos avanzar, entre varias personas ayudamos a pasar carros, era un caos y cuando por fin pudimos seguir nuestro camino, recorrimos la misma carretera peligrosa que nombré anteriormente pero ahora a la madrugada y vulnerables a que cualquier cosa pudiera pasarnos. El conductor, un personaje que nació ahí, empezó con sus historias de guerra y yo solo me aferraba a Dios pidiéndole que nos llevara con bien a nuestro destino. Finalmente arribé a Ricaurte hacia las cuatro de la mañana. Dormí un par de horas y apenas salió el sol preparé mi viaje hacia Pasto para volver a Bogotá.


CRÓNICAS

Nunca sé cuando hablo de más o cuando dejo de decir “Sin importar las tormentas, seguimos forjando país para la Vida Digna” Congreso de los Pueblos.

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os conocimos en la Facultad aunque nunca nos encontramos en clase. Teníamos algunas amigas en común y ambas vivíamos sobre el otro lado de la Av. 30, por lo que también nos encontrábamos esporádicamente en el barrio y cruzábamos una que otra conversación trivial.

Al comienzo, yo solo andaba en 46 los pastizales leyendo, fumando, sembrando algunas matas de yuca y maíz. Me junté con un colectivo agrario en el que comenzamos a hacer foros sobre conflictos por la tierra, reforma agraria y nos íbamos a dar talleres de historia y política agraria en cuanta comunidad campesina nos pedían. Ella pasaba en colectivos de formación política, feminismo e historia latinoamericana. Me molestaba por pachamamerta y yo le contestaba diciéndole cliChé Guevarista. En todo caso, cuando la Minga Social, Indígena y Popular llegó a quedarse en la Universidad, nos encontramos para hacer parte de lo que luego se conocería como el Congreso de los Pueblos. Más

que el camilismo, nos enamoró la presencia de los pueblos indígenas y su propuesta de organización. Nos emocionaba la idea de legislar desde el pueblo y caminar más allá de las demandas hacia el Estado. Ir liberando territorios, mandatando, caminando la palabra. Justamente en la instalación del Congreso, me contó que no tenía dinero para seguir viviendo cerca. Su familia estaba en una ciudad fronteriza y la situación cada vez se hacía más difícil. Aunque la Universidad era casi gratuita, yo también tenía que ver cómo mantenerme porque con tanto movimiento había perdido mi beca. Rápidamente, encontramos trabajo como auxiliares de medio tiempo en una oficina de abogados que asume jurídicamente luchas populares. Desde que comenzamos a trabajar, nuestro café a media mañana se convirtió indispensable. Eran conversaciones desbordadas en las que parecía que no pasaba el tiempo; algunas veces hasta me dolía la cabeza. Hablábamos de todo: amor, feminismo, reggaetón

y, sobre todo, de política. Convertimos la pequeña cocina en un centro de análisis y pronóstico de todos los movimientos políticos universitarios superficiales y telúricos. En realidad, a mí siempre me resultó patético y arrogante el movimiento estudiantil, sólo me interesaba saber sus historias y discusiones para divertirme. En cambio, ella parecía poner toda su vitalidad en la idea de una revuelta desde nuestras aulas de clase. Mientras yo me dediqué a mantener las huertas y los foros, ella entró de lleno a planear todo lo que podría y no ocurrir en la Universidad. Pasaron los años y el trabajo se hacía más intenso. Yo decidí dejar las calles y paredes para mantener un grupo de estudio y el trabajo. Ella renunció, sin vacilaciones, y cada vez más y más se convirtió en indispensable para todas las asambleas, paros, bloqueos y movilizaciones. Primer llamado: elenos hijueputas

Justo cuando decidió irse del trabajo comenzó el paro en la Universidad. Una hoja de papel arrugada que cargaba con letras desteñidas, carentes de ortografía e intencionalmente mal redactadas apareció en una tienda de nuestro

barrio: las “Águilas Negras” decretaron un toque de queda y aprovecharon para amenazar a medio mundo. No le prestamos atención. Dos días más tarde, apareció un panfleto similar en la Biblioteca de la Facultad. Esta vez, señalaba con nombres propios a varias personas entre las que se encontraba ella. Durante las siguientes semanas, varios hombres estuvieron diciéndonos a la salida de la Universidad que “dejáramos de huevonear”, que sabían dónde vivíamos y que, en todo caso, éramos unos “elenos hijueputas”. El

miedo que nos daba la inteligencia militar y el paramilitarismo fue reemplazado por el tedio a la burocracia del Estado. Vinieron muchas reuniones infructuosas en la Rectoría y perdimos mucho tiempo haciendo denuncias penales, y pensando en lo ridículo que sería tener medidas de protección del DAS que, para entonces, atravesaba el escándalo conocido como las “chuzadas”. Muchas amigas y compañeras de clase salieron del país. El paro terminó y no volvería a moverse hasta cuando Santos presentó la reforma la Ley 30. Para entonces, ya nos habíamos graduado, así que yo iba a las marchas por nostalgia, esperando encontrar fiestas estudiantiles al caer la tarde. Ella,


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sin embargo, seguía organizando y haciéndose responsable de todo. Una vez graduadas, nuestra amistad cambió radicalmente. Nos veíamos únicamente en las fiestas que había en una casa vecina. Ahí nos encontrábamos todas: egresadas, ex egresadas, estudiantes ocasionales, estudiantes eternas, desertoras escolares, recién estudiantes, amigas de las estudiantes. Poco a poco dejamos de hablar de política y pasamos a la frivolidad del amor en los tiempos del whats app. Mi trabajo en la oficina de abogados me consumía: literalmente, asumía y consumía la responsabilidad de los asuntos ambientales, por lo que me fastidiaba que me insistiera en que era una “pachamamerta”, justo cuando más me preocupaba por el inexorable fin de la humanidad y todas las formas de vida que nos rodean. Finalmente, consiguió un contrato en la Secretaria de Integración de la Alcaldía de Petro. No recuerdo bien qué hacía ahí. Miércoles 6:00 a.m. Me llamó para preguntar si podría quedarme en su casa a esperar una reconexión del servicio de gas. Ese día yo salía de viaje a México y no pude ayudarle. Además de las reuniones de trabajo, esperaba comprar La

mujer habitada de Gioconda Belli. La Lerner me había propuesto importar la novela si pagaba tres veces su valor. Así que no dudé ni un segundo en escaparme de mis responsabilidades laborales en el D.F. para conseguirla. Y así fue. La encontré y comencé a leerla. Me emocionaba cómo podríamos estar habitadas por guerreras antiguas, mantener la indignación, la resistencia y el deseo de liberación durante siglos. En un almuerzo, las noticias mexicanas mostraron cómo explotaban algunos petardos en el fondo de una pensión en Bogotá. No hubo heridos, era una bomba panfletaria. Pensé que el ELN quería llamar la atención mediática. En los últimos tiempos todas las noticias giraban alrededor de las FARC y las negociaciones que habían iniciado con Santos. Recordé una parada militar en la que 30 encapuchados mostraron una subametralladora a la Plaza Ché y se grabaron para subirlo a las redes. Días antes, el Observatorio de Derechos Humanos había sacado un informe de presencia de la insurgencia en Colombia, sin hacer alusión al ELN; y para rematar, el Movimiento Bolivariano (que cumplía 10 años), había organizado un tropel en el Universidad con cerca de 300 personas. Las peleas por el protagonismo (y por cualquier cosa) eran constantes.

Las discusiones terminaban siempre enlodándose en hechos confusos en Arauca, el estrato socio-económico de Camilo Torres o la ineficiencia del centralismo democrático. Todo esto me pasó por la cabeza en menos de 10 segundos. Dejé el televisor y me incorporé en mi trabajo. Segundo llamado: elementos alusivos al comunismo

Miércoles 6:00 a.m.

De vuelta en Bogotá, salía de la ducha cuando escuché la única llamada a la que tenía derecho. La SIJIN había entrado a su casa con una orden de allanamiento y otra de captura rebelión y terrorismo. Pasaban varios helicópteros por nuestro barrio. Cuando llegué a su cuadra vi que los carros de la SIJIN y las patrullas de la Policía estaban también en la casa de las fiestas. Pensé que estarían allanando a más personas, los salones de estudiantes, mi locker en la facultad. En su apartamento había casi diez agentes de la policía empacando pancartas del Congreso de los Pueblos y de la Red Revuelta. Se llevaron las libretas rojas y las negras, un compilado de Escritos políticos de Camilo Torres, el afiche clásico del Ché Guevara, pinturas,

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aerosoles, USB, el computador, los celulares. “Elementos alusivos al comunismo”, consignaron en las actas. Estaban absolutamente bien hechas. No hubo reparos desde mi defensa. Me culpé por no haber estudiado con más juicio procedimiento penal. Lo único que logré fue que no la esposaran mientras la llevaban a la patrulla. Antes de arrancar, una agente de la policía le recomendó llevar algo de leer mientras la reseñaban. Le pasé La mujer habitada sin meditar. Cuando se la llevaron, llamé a las vocerías del Congreso de los Pueblos. Hasta el momento había cinco personas de los 47 procesos urbanos detenidas. Nos vimos en las oficinas de una organización de defensa de presos políticos. Mientras iba en el taxi, escuché en la radio que el Presidente Santos felicitó a la Policía por haber desmantelado la célula urbana del ELN, la misma que habría puesto los petardos de la semana pasada. Nada de eso tenía sentido. En las actas se relacionaban hechos de al menos tres meses atrás, específicamente en la Universidad. Hubo 16 detenidos en 15 allanamientos. Sobrevolaron la ciudad con dos helicópteros e incluso invitaron a la prensa a que registrara las capturas. A las pocas horas liberaron a tres personas.


CRÓNICAS

Quedaron 13. El Congreso de los Pueblos citó a una rueda de prensa en la que denunciaba el montaje judicial. Se murmuraba que era una estrategia del Gobierno para presionar al ELN a sentarse en la mesa de Quito. Efectivamente, meses más tarde Frank Pearl dijo que hasta que la guerrilla no asumiera los diálogos con seriedad, al movimiento social le tocaba mamarse el precio de su desidia. Hablé con su mamá. Traté de explicar de qué venía todo esto. En el trabajo yo había pasado por situaciones difíciles. Retenes 48 ilegales, hostigamientos, cortes de luz, amenazas, llamadas y seguimientos. Nada me había costado tanto como explicarle a esa señora lo que estaba pasando. Hubiera preferido hablar con paramilitares, víctimas, fiscales y magistrados al tiempo, que asumir esa conversación. El miedo era abismal; me sentía una intrusa caminando sobre un delgado hilo que unía a madre e hija. Llegué a la casa en la tarde y mamá había desmantelado mi habitación. La biblioteca estaba a medio desocupar. La sala, famosa entre mis amigas por estar llena de recuerdos de la Escuela Zapatista, quedó sin un solo afiche en las paredes. Lloramos durante horas y me invadió una vergüenza infinita.

Sentía que la había decepcionado una vez más. “Liberación” era la palabra que inundaba toda mi existencia. No había algo que deseara más y, a la vez, no había nada que me diera más miedo defender, pronunciar, pensar. Todo comenzaba y terminaba en el deseo de liberación. Aun así o quizá por la misma razón, veía policías en todas las esquinas. Fuimos a las audiencias de legalizaciones e imputación que duraron cerca de 36 horas seguidas. Durante ese tiempo, dormíamos en diferentes casas, unas encima de otras, siempre atentas y nerviosas a las 6:00 a.m. En las mañanas hacíamos plantones en Paloquemao, llevábamos comida, medicinas, cartas, tambores. Muchas organizaciones se solidarizaron, gente de todos los países, movimientos, políticos, defensores de derechos humanos, mis propios jefes y gente de otras corrientes políticas con quienes habíamos peleado toda la universidad, llegaban a los Juzgados a manifestarnos su apoyo. Se suspendió el sectarismo. Había demasiada presión. Cuando se hizo evidente que las capturas no tenían nada que ver con los petardos, la Fiscalía les propuso allanarse al delito de rebelión, para no acusarles de terrorismo y fabricación de

explosivos. La reducción de penas era tan significativa como el precio político que tendríamos que asumir. Creo que el fiscal y más de un periodista anhelaban titular “el Congreso de los Pueblos, brazo político del ELN” y, como no pudo ser, lo hicieron a su manera. Filtraron y publicaron fotografías, audios, videos, hurgaron las redes sociales, construyeron perfiles, historias amorosas. En un intento desesperado, relacionaron los hechos con la administración distrital de Gustavo Petro. No había pruebas, pero los medios minimizaron el montaje y se dedicaron a hacer crónicas de “como se planea un tropel”. Mucha gente salió del país a estudiar sus posgrados, otras simplemente no volvieron a los colectivos de trabajo. Incluso las amigas o más bien, la gente con la que íbamos de fiesta, se fue alejando. La soledad comenzaba a hacerse evidente. Por fortuna fueron puestas en el patio de las extraditables; un patio algo mejor que el de las presas políticas. Las mujeres procesadas por narcotráfico tenían colchones, televisor, libros y lavadora. Una

vez a la semana comían pescado. La hermana de los Castaño tenía un teléfono en el que podíamos hablar largo y tendido. Fueron días de mucha confusión. Quiero decir, de mucha fusión-con lo que nunca hubiéramos imaginado. En todo caso, mi rol de abogada se resumió a entrar cartas, revistas y chismes, hasta que declararon ilegal la legalización de las capturas y suspendieron el juicio. Y fue entonces cuando sentí el toque sutil de la guerra. Siempre que salía de la cárcel me echaba a llorar. No por ellas, sino por la sensación de que liberarnos era casi imposible. Si no podíamos con nuestros cuerpos, mucho menos con nuestros pueblos. Los policías estaban en todo lado. Sé que ser seguida y tener amigas presas es un juego de niños, cuando se nace en un país en guerra, con millones de víctimas de graves violaciones a los derechos humanos, en las que el Estado ha cometido buena parte. Pero fue justo ese hecho, el que me permitió ver que “el toque de la guerra” había ido más allá, o mejor, había venido menos acá.


¿Cómo nos toca la guerra?

La rutina cárcel, trabajo, organización social, me hizo sentir todo el peso del panóptico, la industria y el ejército. Todo era un mismo lenguaje, un mismo pensamiento, una misma postura. Era la misma sensación de estar permanentemente en guerra1. Esa sensación de lucha y combate permanente, reforzada por las arengas, marchas, slogans y stikers que repetí una y otra vez durante años, había impregnado mis posturas, mi mente, mi cuerpo y no me permitía sentirme liberada. Viajamos a Europa a denunciar lo que estaba pasando. Mientras tanto, me di cuenta que no sabía bailar. Repetía pasos en las fiestas de música latina, pero no podía conectar con otros ritmos que necesitaran imaginar nuevos movimientos. Me sentí domesticada, casi una máquina. Augusto Boal decía que la mecanización de nuestros cuerpos, sucede por “la incesante repetición de gestos y expresiones. Nuestros sentidos tienen enorme capacidad para registrar sensaciones, e igual capacidad para seleccionarlas y jerarquizarlas: también para expresar nuestras ideas y emociones, y para seleccionarlas y jerarquizarlas. […] Este proceso de estructuración y selección producido por los sentidos lleva a la mecanización, porque los

sentidos seleccionan siempre los mismos estímulos de la misma manera. […]”2 Me obsesioné con la idea de que esa mecanización hubiera ascendido incluso a mi pensamiento. Que quizá yo no pensara, que solo repitiera, como en el baile. Que como ellas, también tuviera mi mente y cuerpo preso en sus disciplinas. ¿Cuál era la diferencia de estar de un lado u otro del muro? Los policías estaban en todo lado. Cuando no me podía mover en bailes que no conocía, salían pensamientos –que como polícias, según Boal- me decían que me veía ridícula, que esa música no se bailaba que, en definitiva, me debía dedicar a leer, que me dedicara a hacer lo que ya conocía; que me dedicara a repetir como una máquina en una fábrica, como un soldado en una marcha. Los policías estaban en todo lado, en Bruselas, en la esquina de mi casa y dentro de mi cabeza. Así como la guerra estaba en la Universidad, en las regiones, en la cárcel, la mecanización estaba en la organización social, en las calles, en la oficina y también, en mi mente, en mi cuerpo. Era mi propia versión del enemigo interno. Por eso me ha venido bien saber que las acciones auto-afirmativas tienen sentido no solo para la

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liberación como sujeta sino que, poco a poco, están configurando marcos de injusticia que serán algún día definitivos para las transformaciones sociales, para la liberación. Me ha venido bien saber que, en menor escala, también hay resistencia y liberación, porque también hay opresión. Me ha venido bien descolocarme, desmecanizarme, desorganizarme. Renunciar a todo lo que había conocido como una forma de vida, trabajo y lucha. Declarar ilegales mis propias capturas y suspender mis juicios. Tercer llamado: las cifras hablan por sí solas Con las elaboraciones personales que hago, no pretendo difuminar lo que ha implicado el conflicto armado en nuestro país, compararme o victimizarme. Solo quiero ampliar el horizonte de consecuencias que tiene la guerra, incluso en una persona que no se ha visto inmersa en sus dinámicas más tangibles. Desde que supe que tenía que escribir este texto asesinaron a Ruth López en Medio San Juan, Chocó, capturaron a Milena Quiroz, Manuel Zabaleta, Isidro Alarcón en el Sur del Bolívar, amenazaron a José Murillo en Saravena, Arauca y, hace menos de una semana, torturaron y abusaron sexualmente de una

1. Me resuena en particular la reflexión de Zibechi, cuando dice “La preocupación por la organización es tan vieja como el capitalismo y proviene (como tantas “conquistas del progreso”) del pensamiento militar, que inspiró no solo a los promotores del panóptico, sino muy en particular a los socialistas y comunistas a la hora de pensar su estrategia revolucionaria” “se hace una analogía entre los principios de la guerra y el movimiento sindical (…) los aspectos claves de esta concepción son organización, dirección y planificación. Igual que en los ejércitos, igual que en las empresas de la burguesía” Zibechi Raúl. Los cambios en la forma de la protesta social. En: Genealogía de la revuelta. Letra Libre. Buenos Aires. 2003. pág, 20 y 22

2. Boal, Augusto. Juegos para actores y no actores. Alba Editorial. Barcelona, 1998. Con seguridad muchas de estas reflexiones devienen de los planteamientos de M. Foucautl en Vigilar y Castigar, entre otras obras.

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CRÓNICAS

mujer allegada a Marylen Serna en Popayán, Cauca. Todas estas personas pertenecen al Congreso de los Pueblos.

confirmada en el primer trimestre de 2017, pues de los 34 líderes asesinados en el país, 13 lo fueron en el suroeste y siete en Cauca”3

La guerra sigue y a Frank Pearl le debe estar pareciendo que hay mucha desidia en Quito aún. Lo que yo no termino de entender es ¿qué le importa al ELN que a nosotros nos maten, nos violen y nos encarcelen? Al contrario, se llenarán de más razones para desconfiar de la democracia más antigua de América Latina.

Ciertamente no estamos en tiempos de paz y, en el norte del Cauca, se siente más el miedo y la rabia. La rabia que impulsa a escribir, a liberarse, el miedo que acalla y hace pedir que no sea publicado. Vivo en esa eterna tensión rabia-miedo, avancecontención. Nunca sé cuando hablo de más o cuando dejo de decir.

Pero así es: para la Doctrina Nacional de Seguridad la guerra es militar, política, jurídica, 50 social. Han logrado que sea casi ética y que nos la llevemos en la maleta todos los días. Las que no estamos con ellos, estamos en su contra y nos tenemos que aguantar su despliegue militar, sus amenazas, sus cárceles, asesinatos y violaciones. El enemigo sigue estando adentro, para ellos, para nosotras. Y así una no quiera, así una no quiera, la guerra se sale de su ropaje, nos impregna, se mete a las mentes, a los cuerpos. La guerra sigue y las cifras hablan por sí solas: “De los 117 líderes sociales asesinados en 2016 en Colombia, 57 de ellos, es decir, el 66%, murieron en el suroeste colombiano (Nariño 9, Cauca 43 y Valle 5) […] Esa tendencia parece

3.Semana.com. Suroccidente peligroso para los líderes sociales. 8 de abril de 2017. Disponible en: http://www. semana.com/nacion/articulo/lideressociales-asesinados-se-concentran-enel-suroccidente-de-colombia/521503


FotografĂ­a : Amanda Orjuela


DiseĂąo y diagramaciĂłn: Amanda Orjuela


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