Cómo nos toca la guerra No.18

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#18 C R Ó N I C A S

Primer Semestre de 2016

¿CÓMO NOS TOCA LA GUERRA?

Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Estudios Ambientales y Rurales Maestrí a en Desarrollo Rural

Fotografías-ilustraciones: Ser Jatun Inti


“Últimas caricias”


E

n estos días los avances sustanciales en los acuerdos entre Estado y FARC, sitúan los ánimos en un esperanzador escenario, pleno de incertidumbres, polarizaciones, dudas y sobre todo, desafíos mayores. Algunos dicen que empezar y mantener una guerra es algo relativamente fácil, pero darle reversa a esa dinámica bélica que invade la totalidad de nuestras vidas es un propósito de larga duración. Desde quienes tienen una mirada bastante optimista del asunto, preguntarse por cómo nos toca la guerra puede ser una cuestión que casi raya con un pasado que queremos enterrar y olvidar. Puede leerse como algo regresivo que remite a dolores pretéritos deseables de no confesar hoy. Sin embargo, es precisamente en estos tiempos de transición -ambiguos, confusos y pantanosos- cuando el ejercicio de la memoria adquiere mayor potencia política, ya que además de ser testimonio que libera miedos, rencores y dolores, se configura como un aporte indispensable en el tejido de caminos personales y colectivos solidarios y menos autoritarios. La compilación de estas crónicas es una contribución a ese largo trecho por construir memorias sobre la guerra. Sobrepasando el dolor (sin negarlo), nos sitúa en la capacidad creativa y colectiva de resistencia y tenacidad para alimentar la esperanza a partir de las vivencias violentas que nos marcan. Como siempre, mi agradecimiento a todas y todos los autores que lo hicieron posible.

Flor Edilma Osorio Pérez


¿CÓMO NOS TOCA LA GUERRA?

C RÓ N IC A S

#18

Colaboración Artística

Sergio Daniel González Ser Jatun Inti

Somos

tierra que piensa.

Hemos heredado una gran cultura de la que estamos orgullosos. El sistema educativo tradicional colabora en la negación y vergüenza de nuestro pasado. Nuestra tarea es cambiar esas estrategias colonizadoras

¡Esto se va a poner muy maluco!

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Ni muerto ni en la cárcel haré algo positivo

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Sin víctima hay sospecha

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Yo rezo pa´que no te pase nada feo

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Mama Reyita, la abuela marimbera

19 Vivimos en una burbuja

31 ¿Quién de ustedes se va con nosotros a luchar por el pueblo?

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Operación libertad

21 ¿Dónde está el tío Carlos?

33 La guerra que escogí

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El pueblo que mandaron a dormir o a morir

No todas las guerras llevan balas

El dolor de patria es más fuerte que el olor a muerte

Sólo nos graduamos cuatro ese año

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37 A tu muerte

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41 112 leguas al sur

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ÂĄEsto se va a poner muy maluco!

“Hemos perdido la costumbre de caminar, de salir de la casa y recorrer el pueblo, cruzar la plaza, llegar al mercado y volver quizas un poco tarde, un poco cansados pero contentos con nuestro cuerpo�


¿Cómo nos toca la guerra?

a desaparecer y continuaban abrazando los atardeceres y amaneceres de esta tierra que cuenta en su haber una terrible e injusta guerra que cambió para siempre la vida de esta región. En el largo corredor acomodamos un par de sillas un poco desvencijadas, encendimos un par de cigarrillos y empezamos la conversación. Sin entrar aún en materia, Ana empezó a narrar historias de tiempos bellos y alegres, con una sonrisa enorme y llena de añoranza; un brillo magnífico en sus ojos me hizo pensar que estaba sentado al lado de la que fue la mujer más feliz del mundo. Después de un rato y como apurada por la urgencia de salir de un mal paso Ana me dijo que no le diéramos más vueltas al asunto y que habláramos de lo que yo necesitaba escuchar. Me sonrojé un poco, alisté la grabadora y le hice una pregunta que para ella era dolorosa y difícil de responder. Se acomodó en su silla, prometió no llorar y empezó a hablar con un poco de serenidad untada de melancolía.

¡Esto se va a poner muy maluco!

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espués de recorrer cinco horas de camino por la vía que desde Medellín lleva a Frontino, Occidente Antioqueño, me encuentro con Ana, del corregimiento de Nutibara que está a dos horas del casco urbano. Está vestida con jeans y una camisa, lleva botas pantaneras porque el invierno ha llegado y está en todo su esplendor. Ana me saluda cariñosamente aunque era la primera vez que nos veíamos, porque solo habíamos hablado por teléfono; me dijo que me imaginaba como un hombre mayor, pero que no importaba. Ella no es una mujer mayor, tiene escasos 40 años, pero todo el dolor del mundo reflejado en sus ojos. Entramos al Jardín, según ella, la mejor panadería que tiene Frontino; me recibió un café y un pandequeso, se rió con un poco de susto, casi no le gusta hablar del asunto porque las heridas están frescas. Me miró a los ojos y me dijo que le tuviera

paciencia si se ponía a llorar, yo sonreí y seguí bebiendo el café. La miré y le dije que tranquila, que podía llorar, pero que no se podía enojar si yo también lloraba, -soy muy llorón- le dije. Ella sonrió y me dijo que listo. Me dijo además que era hora de salir si queríamos llegar a tiempo, que la moto estaba parqueada en la calle, me entregó un casco viejo y me ofreció las llaves de su moto, pero le dije que no sabía conducir, que me gustaba más ser parrillero. Me dio unas últimas instrucciones y arrancamos rumbo a su casa en Nutibara. Dos horas después llegamos. En la parte alta de la montaña estaba su casa, todavía un poco destruida por el paso del tiempo y el abandono al que fue sometida durante el tiempo del desplazamiento. La puerta roja y las paredes blancas eran la viva imagen de una auténtica casa campesina; unos árboles plantados en la entrada se habían resistido

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Antes de empezar Ana me dijo que la dejara hablar, que no le preguntara más, que para ella sería más fácil contarme su historia que responder a mis preguntas; sin embargo, me dio esperanza de responder algunas preguntas pero solo al final de su relato, que me aseguró sería corto para no remover mucho las penas. No recuerdo la fecha, pero fue en el 98, nunca se me olvidará porque todos estábamos pendientes del mundial de Francia, lo que sí recuerdo es que era un día muy nublado, de esos días en los que uno puede adivinar una tragedia. Todos ellos llegaron, eran muchos hombres vestidos con uniformes y abrazados a sus armas, unos más grandes que otros y algunos con piel negra; yo estaba en el patio extendiendo la ropa y cuando los vi, sentí una tristeza profunda como la que tenía el día. Me entré muy despacio como para no llamar la atención y busqué a mi marido que estaba en los chiqueros y le dije en voz baja ¡Ya están aquí, mijo, los vi llegar por la montaña;


CRÓNICAS

son muchos, vienen todos con sus caras de muerte, traen sus fusiles y vienen con uniformes como verdes y sus manos se ven fuertes como para agarrar a cualquiera de nosotros y torcerle el cuello de un solo tirón. Mijo, ya vienen los descorazonados. Mi marido con la angustia que se le salía por los ojos me miró fijamente y me dijo: ¡Esto se va a poner muy maluco! Los días fueron pasando. Ellos recorrían una a una las casas, preguntaban por nuestras pertenencias, nos examinaban de pies a cabeza, en algunas ocasiones nos miraban con desprecio porque ellos nos despreciaban, nos veían como enemigos. Este conflicto aquí ha sido muy largo, ya llevamos muchos años desde que ellos empezaron a llegar ¿Por qué se habrán venido a esta tierra? ¿Por qué se ensañaron con nosotros? Todo hubiera sido muy distinto si ellos no hubieran llegado nunca, ni a este ni a ningún territorio.

Entonces uno se preguntaba ¿a quién se irán a llevar ahora? Y eso a uno sí le daba miedo. Los paras nos empezaron a visitar desde el 96, venían, se quedaban unos días y se desaparecían de nuevo; estaban haciendo presencia e identificando la zona, uno sabía que eran los paramilitares por las formas que utilizaban. Nosotros ya

Vea, cuando estaba la guerrilla uno no tenía miedo. Sabíamos que ellos estaban entre nosotros pero no se metían con nosotros. Yo viví mucho tiempo en Murrí y cuando ellos llegaban a la finca que yo cuidaba, me preguntaban por los patrones, y como ellos no estaban me decían que les vendiera un marrano o alguna cosa y ahí mismo me pasaban la plata.

Mijo, ya vienen los descorazonados. Mi marido con la angustia que se le salía por los ojos me miró fijamente y me dijo: ¡Esto se va a poner muy maluco!

tenían mucho miedo porque como tenían tanta plata y lo que la guerrilla buscaba era plata para financiarse, entonces los afectaba a ellos; se les llevaban el ganado o los secuestraban o les hacían daño y eso a uno pues le daba miedo, no por uno sino por ellos. Cuando la guerrilla llegaba uno sabía que no era por uno, sino por el patrón de uno; así fue que se llevaron a doña Gabriela, a don Félix, se llevaron a Orlenis y casi a todos los que se llevaron.

Nunca se nos robaron nada, mientras que los paras o los del ejército se llevaban las cosas, las gallinas o los marranos y no pagaban nada; y cuando uno menos pensaba escuchaba un tiro y era que ya estaban matando el marrano. A esos yo sí les tenía miedo. Uno como campesino y pobre no le tenía miedo a la guerrilla porque ellos no se metían con uno, digamos que uno andaba tranquilo, pero los ricos, ellos sí les

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estábamos acostumbrados al modo de operar de la guerrilla que ya llevaba muchos años caminando por estas tierras; por eso sabíamos que estos eran otros distintos. Después del 98 ya ellos se instalaron, estaban más tiempo pero era porque algunos de ellos eran nuestros vecinos, los habían reclutado y estaban controlando estos territorios. Los vecinos eran nuestros propios asesinos. Yo estaba en embarazo de mi hija mayor cuando ellos llegaron; tuve mucho miedo de que nos mataran y me decía a mí misma ¡Ay Dios mío, yo en embarazo y que me maten!… porque no había respeto ni por la mujer ni por la vida. El miedo era porque se juntaron en la misma tierra los paras y la guerrilla y ahí esto si se puso muy maluco y uno rezaba para que se fueran. Se decía que los paras eran muy malos y mataban a sangre fría y como venían a acabar con la guerrilla, nos iban a involucrar a nosotros y nos iban a matar por colaboradores. Cuando los paramilitares se metieron a Nutibara hubo


¿Cómo nos toca la guerra?

un enfrentamiento con la guerrilla que andaba por ese lado. La casita de nosotros estaba en la mitad del enfrentamiento, la mesita del comedor estaba en el corredor como es en las casa de campo, ya nos íbamos a sentar a comer, yo había terminado de servir, cuando se sintió ese tiroteo tan horrible; nos tocó correr a encerrarnos y dejar la comidita ahí servida. Estuvimos encerrados y rezando hasta el otro día que pudimos salir. Eso fue muy duro y nos dejó muy asustados; fueron tiempos de incertidumbre, empezaron a matar por todo, a desaparecer gente. Ellos no tenían corazón y mataban en cualquier parte, no respetaban a los niños o que la familia estuviera ahí. Así fue que mataron a un vecino ¡qué muerte más triste! Yo me acuerdo que salíamos de la misa, íbamos con el padre y llegó uno que le decían el Abuelo y le metió unos tiros a un muchacho que estaba en la esquina y cuando el padre muy impactado le preguntó que por qué lo había matado, este otro, sin ninguna vergüenza le contestó que para que

no le mandara saludos a la hija, que para que no fuera hijueputa. Pobre muchacho, lo mató el amor.

Esos fueron años dedicados a la muerte y a la incertidumbre

¡Mi hijo, mi hijo! ¿A dónde se lo habrán llevado estos bellacos? Ese muchacho se fue con esa gente, él tenía como unos 25 años y estaba desempleado; esa familia era pobre pero como buenos pobres no les faltaba nada, él venía muy raro como muy pensativo. Una vez, como nos teníamos confianza yo le pregunté que qué le pasaba, pero él no me decía nada, hasta que un día por la mañana llegaron unos tipos con uniformes y armados y se lo llevaron. Yo no supe quiénes eran, lo único que le alcanzó a decir a la mamá fue que no se preocupara, que todo estaría bien, que él iba a volver. Pero él nunca más volvió, no sé qué pasó con él, a lo mejor ya está muerto.

Con toda esa violencia a nosotros también nos tocó irnos; antes vivíamos aquí en la vereda, todo era muy tranquilo, mi esposo y yo teníamos unos animalitos, pobre vaquita -Gabrielita que ya iba a criar- se tuvo que quedar solita con los marranos; y la huerta también estaba muy surtida. Éramos muy juiciosos sembrando y con tanta carrera no nos pudimos traer nada, ni la ropita que nos íbamos a estrenar en diciembre. Me acuerdo de ese comandante cuando nos dijo: (Cambia la voz) ‘Tienen 24 horas para que se vayan y aprendan que así les va a los que le colaboran a la guerrilla y agradezcan que no los matamos a todos’. Pues qué más muerte que esta, era mejor estar muertos que vivir con miedo y esperando a la muerte.

Otra cosa muy dolorosa era ir a la plaza por el mercadito; los compadres y comadres le decían a uno que ellos habían llegado a buscar gente que se entrara a esos grupos, sobre todo jóvenes, porque por aquí

Todavía resuenan en mi memoria los gritos desesperados de la vecina que iba por la calle gritando

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había muchos jóvenes pero sin muchas oportunidades; ellos terminaban su bachillerato y les tocaba meterse al cafetal o a cortar caña. Entonces llegaban ellos y les endulzaban el oído, les ofrecían una platica y con eso se los convencían y los muchachos se iban, con ganas de salir adelante aunque fuera con las armas. A esto súmele que por aquí no había bases militares, las poblaciones estaban desprotegidas y por eso ellos llegaban a buscar gente para sus filas. Así perdimos muchos de nuestros jóvenes. Cada que uno iba al pueblo se enteraba de los que se habían llevado. En esa época en el pueblo siempre había entierros; fueron tiempos de mucha tristeza y mucho miedo, todos los días mataban dos o tres y a veces más, salíamos de un entierro y ya estaban anunciando que había un nuevo muerto. Uno


CRÓNICAS

se levantaba y lo primero que pensaba era ¿A quién le tocará hoy? Esos fueron años dedicados a la muerte y a la incertidumbre. Incertidumbre por los que se llevaban para el monte, pero también por los que mataban a plena luz del día. Recuerdo que hubo un tiempo en el que torturaron a mucha gente; les hacían cosas muy horribles, incluso los partían con motosierra, los amarraban y los despedazaban vivos. Pero en este pueblo ninguno podrá olvidar ese carro de la muerte ¿Cómo olvidar semejante tortura? De solo pensar en eso me da escalofrío. Uno veía ese carro y se quería orinar, el miedo se le metía a uno por todos lados y a uno le provocaba esconderse para no ver a quien llevaban; de pronto a uno le tocaba ver que la persona que iba ahí era conocida y en ocasiones los veía manoteando y pidiendo que los bajaran y no los mataran, pero uno no podía hacer nada. Nadie pudo hacer nada. Fue en el mes de abril que a mi esposo se lo llevaron

El hijo de la vecina emprendió su viaje en el camino al cielo y todos nosotros quedamos habitando el infierno de la guerra

en ese carro. Estábamos en la casa cuando tocaron a la puerta. Yo abrí y mi sorpresa fue cuando vi ese carro parqueado en frente de mi puerta, preguntaron por él, yo pregunté que para qué lo necesitaban, me dijeron que el jefe lo buscaba para un asuntico pendiente. Yo pensaba que no lo volvería a ver, yo les suplicaba que no le fueran a hacer nada, que él no le debía nada a nadie. Les dije además que si no volvía, que si lo mataban o le pasaba algo yo los demandaría aunque me mataran a mí. Mi esposo me miró y me dijo que él se iba con ellos, que no sabía si volvía o no y me dijo en el oído que me acordara de la platica que teníamos guardada como resultado de la venta de unos cerdos, que la escondiera bien para que esos bribones no se la llevaran. Yo me puse a llorar y a pensar miles de cosas. Ellos se fueron con mi

esposo, yo quedé desecha. Como a las dos de la mañana volvieron con él, me miró y me dijo que se tenía que ir, que tenía 24 horas para abandonar el pueblo. Nos tuvimos que ir, menos mal teníamos la platica de los marranos y con eso pudimos sobrevivir un tiempo. Ese carro rondaba por todos lados, no solo en el pueblo, también en las veredas. Uno lo veía pasar por la esquina y se preguntaba ¿A quién habrán montado? ¿A quién le tocará el turno? ¿Cuál madre lamentará a su hijo? ¿Por quién doblarán las campanas? Aparece por todos lados, nada más escuchar el sonido del motor le quiebra a uno las entrañas, uno se llena de miedo y aunque uno nada deba, tiene que tener miedo porque esta guerra no es contra los culpables sino contra todos. Nadie dice nada, pero todos tienen

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miedo de ese carro que dicen que lleva la gente al cielo. El otro día, al hijo de la vecina lo sacaron de su casa, llegaron muchos hombres y preguntaron por él y mientras su madre suplicaba por su vida, ellos la tranquilizaron diciéndole que nada iba a pasarle que sólo conversarían; pero ella en el fondo sabía que su hijo no volvería, su lamento fue tan fuerte que yo alcanzaba a escucharlo desde mi casa donde permanecía escondida rezando para que la próxima puerta que tocaran no fuera la mía. El hijo de la vecina emprendió su viaje en el camino al cielo y todos nosotros quedamos habitando el infierno de la guerra y con el sonido de los motores retumbando en los oídos y en lo más profundo del alma esperando a que llegara la noticia. Nosotros antes de desplazarnos vivíamos en Nutibara, pero a los que somos de allá nos han tenido una bronquita porque en Nutibara se metió la guerrilla muchas veces; entonces los paracos nos acusaban de vivir con la guerrilla, nos decían que


¿Cómo nos toca la guerra?

todos éramos colaboradores de la guerrilla y que nos iban a matar a todos. Por eso no podía salir uno muy seguido a Frontino porque decían que uno iba a señalar a otras personas o hacerle mandados a la guerrilla y eso era un problema. Nosotros no tenemos la culpa que ellos estén apoderados de estas tierras, éstas también son nuestras tierras, acá hemos vivido siempre y no tenemos razones para irnos. Además ¿para dónde vamos a irnos si este pueblo está lleno de guerrilla y paramilitares? En cualquier lado va a ser la misma cosa, de todas maneras nos van a matar. La otra cosa que nos golpeó mucho fueron las masacres que cometieron los paras y la guerrilla. La muerte estaba regada por todos lados y no tenía reloj, no dormía, llegaba en cualquier momento y bajo cualquier uniforme, pero la que sí nadie ha podido olvidar es esa de Asidó. Cuentan que los guerrilleros llegaron a esa casa más o menos a las 2:30 de la mañana, se presentaron como miembros de grupos paramilitares, se metieron a la casa y cocinaron allá,

luego les pidieron permiso y esculcaron la casa por todos los rincones, como si estuvieran buscando armas o cosas así. Y antes de irse, les dijeron que ellos no eran paramilitares sino que pertenecían al frente 34 de las FARC y los de la casa contaban que ellos hablaban mucho por radio, que decían ciertas cosas, algunas no se las entendían, pero que en otras decían que el objetivo

muchos retenes, los paras los instalaron en varios lados y con esos retenes nos pusieron a aguantar hambre porque uno no podía llevar el mercado completo. Ellos eran los que decían qué se podía mercar y qué cosas eran prohibidas. Todo eso era para que nadie auxiliara a la guerrilla que a veces pasaba por las veredas buscando comida. Además, cuando hacían esos retenes, aprovechaban para matar a

La muerte estaba regada por todos lados y no tenía reloj, no dormía, llegaba en cualquier momento y bajo cualquier uniforme

estaba listo. Eso terminó como a las 4 de la mañana, la gente de esa casa estaba muerta de miedo. Cuando amaneció fue que toda la comunidad se dio cuenta de la masacre de la máquina de panela de Asidó. A la gente de esa casa les tocó desplazarse para otra zona, para que los paras no los fueran a matar. Pero eso no era todo, las cosas se agravaban cada vez más. En ese tiempo hubo

las personas que ellos decían que eran colaboradoras de la guerrilla, los bajaban del carro y ahí, enfrente de todos, les daban sus balazos para que todos viéramos que era lo que le pasaba a la gente que le ayudaba a la guerrilla. Yo me acuerdo que a uno le tocaba abrir el costal del mercado o la cajita, y mostrarles lo que uno llevaba para que ellos pudieran ver

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que solo iba lo necesario; a uno también le daba miedo comprar otras cositas o darse gusticos porque de pronto se metía en problemas al ser tachado como auxiliador de la guerrilla, por esos días se pasaron muchas necesidades. Ellos eran los que decían qué tanto podía comer uno, hasta eso nos quitaron, las ganas de comer. Esos hijuetantas se apoderaron del pueblo y también de las muchachitas que apenas estaban creciendo y las que ya estaban más grandecitas. Las muchachas de este pueblo empezaron a enamorarse de esos tipos, les gustaban más ellos que nosotros porque ellos tenían armas y nosotros éramos gente tranquila, gente de bien, ellas se sentían protegidas; incluso el estrato se les subió, eran otras, ya no eran las muchachas sencillas de pueblo, las habían cambiado y hubo muchas que se enredaron y tuvieron hijos. Y claro, ellas enredadas con los amos de la guerra, también sabían que quedarían viudas y así fue, ellas quedaron viudas y sus hijos huérfanos.


CRÓNICAS

Cuentan que una muchacha de 17 años de una vereda cercana, tuvo sus cuentos con uno de esos paramilitares, se enamoró y después quedó en embarazo y cuando iba a cumplir los 9 meses, ellos mismos la mandaron a matar, le dieron unos tiros delante de la mamá. La mamá contaba que esa barriga le brincaba como si esa criatura se quisiera salir de ahí y que ella pidió permiso para salvar al bebé, pero ellos no la dejaron y los dos se murieron sin que se pudiera hacer nada por salvarlos. Un final muy triste, una tragedia muy grande para esa mamá. Como ella, muchas también murieron de esa manera. Yo también quedé viuda, pero mi esposo era un hombre honrado y trabajador. Lo mataron porque no se quiso ir con ellos a combatir al monte, él decía que primero se moría antes de pegarle unos tiros a otro igualito a él, decía que no era Dios para decidir sobre la vida de alguien. Nosotros después del desplazamiento habíamos regresado porque la ciudad era muy dura y nos

Lo mataron porque no se quiso ir con ellos a combatir al monte, él decía que primero se moría antes de pegarle unos tiros a otro igualito a él

estaba yendo muy mal, pero volver fue lo peor que nos pudo haber pasado. Cuando yo quedé viuda todo cambió; antes me ponía bonita para que cuando mi marido llegara del trabajo se alegrara. Ahora yo no tengo marido, ya nadie llega a la casa, ya no tengo para quien ponerme bonita o arreglarme, no hay tiempo para eso. Ahora me toca hacer de papá y mamá, me toca cuidar de los otros, del ganado y a uno hasta se le olvida que es mujer y además los pocos pesos que uno se consigue es para la comida y los servicios, no alcanza para nada más. Al terminar el relato, se sembró un silencio entre los dos. Yo había llorado un poco y el llanto había ahogado las preguntas. No había nada que decir, absolutamente nada. Le cogí la mano con

un poco de ternura, ella no se resistió; su mirada perdida me dejaba entrever que las heridas seguían abiertas a pesar de los años. Encendimos otro cigarrillo, ambos miramos desde lo alto el paisaje que se nos imponía a los pies de la montaña, el frío de la mañana reflejaba un poco de dolor escondido entre los matorrales. Olía a miedo. Se sentía en el espacio la tensión de quien sabe que, a pesar de que muchos digan que no, la guerra continúa, sigue presente y en cualquier momento toca las puertas. Ana se limpió las lágrimas, las mías ya se habían secado pero estaba tan triste como ella. Supe que en mi trabajo encontraría a muchas Anas adoloridas y agobiadas por la guerra y que, seguramente en los próximos días,

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las lágrimas serían una frecuente visita. Nos dimos un abrazo silencioso y fuerte. Me dijo además que Dios era bueno, que el tiempo también y que aunque ella no tenía muchas fuerzas para seguir y reconstruir su historia, tenía que hacerlo, que continuar viva era la mejor manera de entender que la vida tienen sentido y hay que vivirla. Me entregó el casco y salimos de regreso al pueblo. El camino fue silencioso excepto en un par de momentos que ella habló para señalarme la casa de unos fulanos que también habían sido víctimas. Al llegar, Ana me dijo que volviera, que seguramente podría contarme otras cosas que me interesaría saber, que ella esperaba estar más tranquila y que si volvía, ella respondería mis preguntas. Una sonrisa, un abrazo y una mirada cómplice de apoyo y afecto fueron el adiós de ese encuentro que solo se repitió una última vez.



“Viejos compañeros de trabajo, descansan cargados de historia”


¿Cómo nos toca la guerra?

sus hijos y su esposa; luego de eso tuvo una conversación con mi mamá a solas. Le contó que le había llegado un mensaje que decía que dejara de meter las narices en donde no lo habían llamado si no quería perder a su familia. Se supone que todavía hoy en día yo no debería saber esto, porque mi padre quiso mantenerlo en secreto. El caso es que mi padre decidió conservar la integridad de su familia y se retiró de todo lo que podría ponernos en riesgo.

Ni muerto ni en la cárcel haré algo positivo

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ersonalmente siento que la guerra me ha tocado en diversos aspectos y formas. La violenta situación del país se convirtió en el día a día de mi familia y de mi vida. Sin que lo notara, se fue introduciendo en mis pensamientos y de alguna u otra forma fue estructurando mis ideas y mi forma de ver la vida. En mi familia, mis abuelos siempre hablaban de la guerra bipartidista, de cómo odiaban a los del otro bando y cómo les había hecho daño esa guerra solo por un color. Unos eran liberales, “rojos”, y otros conservadores, “azules”, pero ninguno de los dos permitía ni aceptaba pensamientos diferentes como el socialismo o el comunismo. Mis padres siempre fueron muy críticos y detractores de este pensamiento y chocaban mucho con mis abuelos. Mi padre me llevaba con él a ver a mis abuelos; ellos como siempre terminaban hablando de política y mi padre, cada vez más, tenía un

pensamiento estructurado sobre la urgencia de darle la oportunidad a un partido de izquierda. Es así como mi papá empezó a involucrarse más y más en movimientos de izquierda. Él perteneció al sindicato de trabajadores de la empresa en la que trabajaba, hasta convertirse en el presidente del sindicato. Después de varios años, llegó a pertenecer a un importante sindicato que agremiaba a varios de ellos, lo que le dio la oportunidad de viajar y conocer de cerca la revolución bolchevique y la cubana. Yo, al presenciar todo lo que hacía mi padre, y escuchar la manera como hablaba de las desigualdades y sobre cómo influían las economías de los países desarrollados sobre nuestra gente en Latinoamérica, me interesé y empecé a leer mucho sobre las revoluciones y movimientos guerrilleros.

Yo crecí con esa influencia y viendo en los noticieros la guerra entre paramilitares y guerrilla, y al Estado permitiendo que un bando perpetrara matanzas para acabar al otro. También recuerdo el sentimiento de zozobra al salir a las calles por temor a las bombas en la guerra contra los carteles. Así se fue moviendo mi vida, se fue formando al ver día tras día muertes, asesinatos, y un sin fin de atrocidades. Cuando salí del colegio ingresé a estudiar al SENA y allí me di cuenta de la

Pero un día mi padre regresó a la casa muy triste y con cara de derrota. Nos miró a todos,

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importancia que tiene en la sociedad este sistema de estudio gratuito que brinda oportunidades de aprendizaje para conseguir trabajos que requieran personas con formación técnica. Cuando llevaba alrededor de dos años estudiando en esta institución se dio el primer gobierno de Álvaro Uribe Vélez, el cual estaba hablando de privatizarlo. La reacción de muchos estudiantes y profesores fue hacer algunas marchas, parando vías, para llamar la atención de la comunidad y tener respaldo de la misma para que no privatizaran al SENA. Mi posición -al haber crecido con la influencia de mi padrede no quedarme callado ante la injusticia y de hacer valer los derechos que en ese momento creía se estaban vulnerando, sumado a mi juventud y rebeldía me llevó a hacer parte y casi liderar estas marchas y protestas y prácticamente deje de lado lo que estaba estudiando y me metí de lleno en eso. El punto de quiebre de este intento de querer hacer algo por las vías de hecho


CRÓNICAS

A los ojos del ESMAD todos éramos

terroristas o revoltosos porque empezaron a disparar con balas de goma fue cuando se decidió hacer una protesta con todos los alumnos de todos los centros del SENA de Bogotá, la cual consistía en caminar desde el Parque Nacional hasta la Plaza de Bolívar. Ya en la marcha se unieron jóvenes de la JUCO a quienes se les advirtió que esta era una marcha pacífica y que no queríamos inconvenientes. A la altura de lo que hoy es el edificio de City TV, donde se encontraba el ESMAD alineado para repeler cualquier acto de vandalismo, los jóvenes de la JUCO salieron corriendo desde atrás hacia delante y lanzaron papas bomba. Pero a los ojos del ESMAD todos éramos terroristas o revoltosos porque empezaron a disparar con balas de goma contra las personas en marcha y muchos compañeros resultaron heridos.

Después de esta marcha, un compañero que tenía un tío que trabajaba en el DAS me advirtió que nos habían estado tomando fotos en todas las marchas y que ya tenían identificados a los revoltosos.

en esta sociedad, tenía que hacerlo diferente. Que ni muerto ni en la cárcel lo iba hacer. Con el fin de hacer algo positivo por mi país empecé con un grupo de amigos una fundación en un barrio de Ciudad Bolívar llamado Bella Flor, enfocada a ayudar niños de bajos recursos, entre los cuales había niños de familias desplazadas por la violencia. También continué con mi trabajo en el sector rural para aportar cosas positivas a esta sociedad atropellada y maltratada por diferentes conflictos, con el sueño de que algún día todas las posiciones políticas, todos los colores y maneras de ver o vivir la vida sean capaces de convivir en paz.

El tío le dijo que era mejor que no volviéramos a ir al SENA y que no nos dejáramos ver por un tiempo. Mi amigo y yo decidimos hacer caso y no volvimos; días después nos enteramos que algunos compañeros que estaban en las marchas con nosotros estaban desaparecidos, los familiares no los encontraban por ningún lado. Nunca más volví a averiguar qué pasó con ellos, tal vez por miedo o tal vez porque mi padre me dijo que así no iba a lograr nada, que tenía que ser más inteligente, que si quería tener un impacto positivo

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Sin víctima hay sospecha

“Si te acercas a mí, cuando me veas en la calle, no me preguntes cómo estoy, sólo ayúdame a buscar a mis pichones que se fueron un día a buscar trabajo allá lejos al sur y no pueden regresar”


Sin víctima hay sospecha

E

l seis de julio, un día domingo de 1997, en el televisor presentaban el Show de las estrellas, por lo que debían ser aproximadamente las ocho y media de la noche. Estoy sentada en una silla negra frente de televisor, junto con mis hermanas de 12 y 4 años; mi madre está en la cocina.

El municipio de Anolaima se encuentra ubicado a hora y media hora de Bogotá; pese a su cercanía con la Capital ha sido afectado por la guerra, principalmente en la zona comprendida entre los corregimientos de Corralejas y Boquerón de Hilo donde el municipio limita con los municipios de Quipile y Bituima. Quipile fue tomado por la guerrilla en cuatro ocasiones: el 6 de agosto de 1995, 3 de octubre de 1998, 30 de noviembre de 1999 y el 19 de Noviembre de 20021. En este sector se llevó a cabo el asesinato de dos habitantes del municipio de Anolaima quienes eran obligados al pago de las denominadas “vacunas”. Igualmente, durante la ceremonia de graduación del colegio de Reventones, fueron asesinados los concejales José Eudoro Cristancho y David Castro, al parecer por el frente 42 de las FARC.

Mis padres trabajan como administradores en la finca de una familia adinerada de la ciudad de Bogotá, en la cual hay tres casas: la primera ubicada en la base de la montaña es usada para hospedar a los invitados, le sigue la casa principal y, en la punta de la montaña, se encuentra la casa que ha sido asignada para la vivienda de mis padres. Al contrario de las dos primeras casas, la casa donde viven mis padres tiene el baño alejado de la casa, una cocina al lado y dos habitaciones.

1 Tiempo. (21 de Noviembre de 2000). Archivo. Recuperado el 14 de Abril de 2016, de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM1227538

Esa noche mi padre había recibido una llamada para realizar un expreso -servicio de transporte particular entre veredas del municipio-, por lo que no se encontraba

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¿Cómo nos toca la guerra?

en la casa. En la silla negra, mientras abrazo mis piernas veo entrar a un hombre con capucha y un arma de fuego larga. Junto a él entra otro hombre con una gorra que no lleva capucha, nos dice que nos tiremos al suelo y que no le veamos la cara; mi mamá entra y es igualmente colocada boca abajo. Trato de ver la cara del hombre sin capucha y me reprende fuertemente, nos amarran las manos con cabuyas que aprietan nuestras muñecas. Nos dirigen hacia el baño que está fuera de la casa y nos dicen “oren porque no llegue ningún policía o me los llevo a todos”. Cierran la puerta. No recuerdo cuantos hay, pero todos son hombres. Mamá nos mira, tiene miedo pero trata de ser fuerte. Nos sentamos en el suelo, escuchamos llegar el carro con el que trabaja mi padre, él acaba de llegar a la finca. Para el carro para abrir el portón de la finca. Confundidos, nos preguntan quién es, mamá les explica. Oímos estacionar el carro, esperamos que llegue al


CRÓNICAS

Todo está roto. Mi padre se sienta, coloca sus manos en la cabeza y llora

baño y que no le hagan daño. Abren la puerta y entra mi padre un poco maltratado; aquellos hombres habían colocado sus manos atrás, lo amarraron y lo levantan por lo que su peso fue soportado por sus brazos, sin pensar en su dolor. Afanado nos mira y pregunta “¿Están bien? ¿Les hicieron algo?” Pasan las horas y nuestras manos se hinchan por las cabuyas excesivamente ajustadas, mi padre les ruega que las retiren. Uno de ellos responde “solamente a las niñas”; entra un hombre y nos suelta las manos, trae unas cobijas y una vasija donde comían los perros de la casa, con moras y agua cocinada para que comamos, tenemos sed, así que lo consumimos. Detrás de la puerta hay un hombre que le dice a su compañero “habíamos

y sale por debajo de la puerta sin tocarnos. No vamos a realizar más intentos por abrir la puerta.

acordado que ellos se quedaban encerrados en una habitación”. Mi padre dice que, por favor, nos dejen ir a un cuarto; el hombre responde que primero matarían a uno de nosotros. Nos quedamos en silencio, se escuchan voces de varios hombres, entra un camión a la finca. Alguien se acerca a la puerta y dice que a las tres de la mañana podemos abrir la puerta. Esperamos, ya no se escuchan ruidos, soltamos a mis padres de sus ataduras, sus manos están muy inflamadas.

Son las seis de la mañana, todo está en silencio. Abrimos la puerta, salimos del baño, ya no hay nadie. Todo está roto. Mi padre se sienta, coloca sus manos en la cabeza y llora. Mi padre llama a los dueños de la finca y les comenta la situación. En horas de la tarde llegan a la finca y nos dan dos opciones. Señalan que mi padre está vinculado con el hecho, en tanto la bala no causó ningún daño en un espacio tan reducido. Debemos irnos, sin pedir la liquidación por 10 años de trabajo, con el miedo de que puedan acusar a mi padre injustamente.

Son las tres, mi padre intenta abrir la puerta que está amarrada, hace varios intentos por abrirla. Disparan hacia la puerta, la bala pasa cerca del brazo de mi padre, de la cabeza de mi madre que se encuentra recostada sobre la pared; la bala se devuelve

Vamos a vivir a la casa de mi abuelo. Meses después

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se escucha rumorar por la vereda que cansados de los robos que se vienen realizando, un grupo de campesinos reúnen un monto de dinero, para llevarlo a las guerrillas que actúan en la región del Magdalena Centro y Quipile, para que hagan limpieza social con los sujetos que se conoce, hacen parte de la delincuencia común y son habitantes del municipio. Luego los jóvenes que eran señalados aparecen muertos. La guerrilla los había sacado de su casa la noche anterior y los asesinaron.



“Aún en la oscuridad y el frio del campo, te preparaste para bajar al Pueblo. Te vestiste con tu ropa mas linda y por supuesto no podías dejar tu sombrero. Los primeros rayos del sol te dieron la bienvenida a las calles empedradas y por suerte el almacén estaba abierto. Sujetas entre tus cálidos dedos la lista de los útiles que le dio el Maestro a tus nietos y ansiosa saldrás del almacén para regresar y robarles una sonrisa de tiza cuando pongas entre sus pequeñas manos los útiles que pidió el Maestro”


¿Cómo nos toca la guerra?

Yo rezo pa´que no te pase nada feo

S

eñor mío, Dios mío, Padre mío, padre nuestro que estas en los cielos… protégenos; pronuncio estas palabras mientras estoy debajo de mi cama intentado entender qué sucede y solo escucho la voz mi tía que, de un grito me dice, tranquila ¡estamos a salvo! Y mi mente pregunta entre las oraciones ¿cómo está mi papá? Son las 10 de la mañana de un domingo, del año 2002 en Mitú, con la custodia de un batallón entero cuidando el pueblito, por la primera visita del presidente de turno -un gobierno que aparece después de 5 años de la toma guerrillera- que quería demostrarle al país que este gran departamento selvático ya era libre de guerrilla. Pero a mí solo me importaba ir a misa de medio día. Mientras me arreglaba, de repente el piso se mueve y un sonido ensordecedor llega a mí. Y mi

Quería demostrarle al país que este gran departamento selvático ya era

libre de guerrilla. Pero a mí solo me

mente solo quería saber qué pasaba, mientras me metía debajo de la cama. Mientras tanto, mi padre en la pista de los aviones esperaba el discurso de aquel mandatario que hablaba al lado del avión presidencial, -por si algo pasaba, eso creo. Inicia el protocolo y diez minutos después inicia el cruce de balas a cielo abierto. El sonido de las balas se cruza con el sonido de las turbinas del avión presidencial, que sale con gran urgencia, según cuenta mi padre.

importaba ir a misa de medio día

Al irse el avión todo intenta volver a la “normalidad”, la gente corría a llevar los heridos al hospital que ¡sólo tenía un médico! y los demás pobladores a encontrarse con sus familias. Mi padre finalmente llega a casa y nos encuentra bien, pese a lo que pasaba con las demás familias.

En ese momento él sólo pensó en rezar por su familia que estaba en casa, debajo de una columna de las ruinas de la toma guerrillera anterior, entonando la oración que nos unía: Padre mío, Dios mío, Señor mío, protégenos de todo mal y peligro ¡protege a mi familia!

Cuando salí de la casa, horas más tarde, los rostros de incertidumbre surgían entre las calles del barrio, rostros de miedo, aturdidos por los sonidos de violencia, que indicaban lo importante de sobrevivir en este lugar. Sonidos que quedan en la

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memoria y serán reconocidos y asimilados por el cerebro, donde lo único que importa es ¡estar vivo! Mientras me encuentro parada en la puerta de mi casa, solo pensaba ¡es el fin de mi mundo! Y así es la guerra, ante Dios y ante nada.


“Por el calor de tú mano pasó la magia de tu cultura y ahora, querida Mamá Grande, vives en mí en cada copla que canto”


¿Cómo nos toca la guerra?

Mama Reyita, la abuela marimbera

A

los 93 años Mamá Reyita, Reyes Rosario Campo, abuela y matriarca de mi familia, cuenta que en algún momento en su viudez, después de haber enterrado a tres maridos y con 10 hijos de apellidos Bermúdez, Chaparro y Ojeda por mantener, en un pueblito de la Guajira llamado Matita, se veía en la obligación de recurrir a la oportunidad que le permitiera aprovechar la época de la bonanza marimbera y poder acceder al sustento de su familia a través del cultivo de la marihuana. Eran momentos difíciles, cuenta ella. Sin embargo, como en todo siempre está el bueno y el malo de cada bando; la oportunidad de generar ingresos y de hacer de la tierra un negocio más que rentable, creaba una perspectiva de mejora en su vida y la de su familia. La finca Piyaya, herencia de su tercer matrimonio, durante la época de la bonaza

fue explotada por Mamá Reyita con el cultivo de la marihuana. Como todos en esta época, sembraba porque el “gobierno” les había repartido semilla y los gringos viajaban a ver las tierras y a comprar las cosechas, que luego se llevaban en buques. En realidad esta época de bonaza fue producto de las políticas de desarrollo rural establecidas por el gobierno del preside John F, Kennedy, como parte del proyecto del Cuerpo de Paz en el cual 64 voluntarios asistirían a comunidades rurales en temas de desarrollo agrícola. Luego, estos le darían paso al tráfico de mafias norteamericanas.

paso desde el semillero, el trasplante, hasta la cosecha del macho y de la hembra, el ordeño y el prensado. El negocio no era solo de mamá Reyita, este fue un negocio familiar. Reyes Rosario la hija número nueve, cuenta que ella trabajó muy duro en el cultivo cosechando el macho y ordeñando, que consistía en quitar la hoja seca de la rama. En esa época tenía 19 años y esa era su oportunidad de cambiar su vida; quería comprar vestidos más bonitos, quería tener una mejor vida y por ese tiempo se movía mucho dinero por el pueblo. Había grandes fiestas de días enteros con mucha comida y carros lujosos.

viajaba con ellas en los buques gringos hacia Estado Unidos que logró coronar en varias ocasiones, sin ningún problema. En uno de los viajes Simón llevó parte de la marimba producida por Mamá Reyita (la tía) y otra tanta producida por el resto del pueblo de Matita, uno de los cargamentos más grandes que lograba llevar. Pero Simón no volvió y tampoco se quedó cumpliendo el sueño americano con la planta del pueblo. Lo mataron por no pagar el gran cargamento, ganancias que él después debía repartir en el pueblo. Cuentan que lo citaron en un hotel para pagarle y lo mataron por la espalda.

Mama Reyita sacó fiado dos motobombas para regar la marihuana en un depósito de Barranquilla y en el pueblo consiguió doce trabajadores, para que le ayudaran en el cultivo. Así empezó su cultivo de bonanza. Ellos ya tenían experiencia en el proceso de producción y en cómo debía hacerse todo, paso a

Pero Mamá Reyita y sus hijas no eran las únicas que sembraban. Su hermana Carmen Celina Campo, también tenía un sembradío y su hijo también se dedicaba a temas del negocio. Simón Gomez Campo se volvió un pequeño traficante; él recolectaba las cosechas prensadas en la región y

En el pueblo lo esperaban con ansias pero las noticias no fueron buenas. Mamá Reyita perdió a un sobrino por el negocio que pensaba era próspero. Su querida hermana sufrió por la pérdida de un hijo. Y el pueblo se quedó sin las esperadas ganancias producto de un tiempo de trabajo.

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“Mirada de barro”


¿Cómo nos toca la guerra?

aturdidos que simplemente dejaron a ese momento ser mi primer recuerdo de la violencia, de la impotencia, de la injusticia, del respeto devaluado y del sonido que finalizaba una vida. Después de ese momento, se me volvió común y, aún peor, normal ver morir, ver correr y ver llorar. También fui acumulando en la cabeza varias historias que me contó mi familia, la bomba del barrio La Unión, la emboscada e incineración de policías vivos, los secuestros de personas que jamás volvieron, las violaciones y asesinatos de mujeres secuestradas. Particularmente, recuerdo haber sentido furia al escuchar la historia de la mujer secuestrada, violada y embarazada que la guerrilla asesinó; luego de la furia un calor pegajoso y un sentimiento de venganza que me ponía al nivel de los malos. Luego, otra vez normalidad.

Operación libertad

L

a Villa de los Cerros, como se le conoce a Quinchía, es un pueblo que se regocija con el festejo y con sus montañas, pero también es la tierra del Capitán Venganza -del EPLy muestra fiel de la agonía de la guerra en Colombia. Tal vez fue la primera vez que en verdad tuve la sensación estomacal de lo que se siente en la guerra. Ese día aprendí que el miedo se siente en el estómago, ahí donde se sienten las emociones, el vértigo, las angustias, las desazones y también el enamoramiento; pero no es esa sensación del vuelo galante de mil mariposas. Se parece más bien a un enjambre de abejas al humo. La casa aún conservaba el olor de la carne que había preparado con mucha destreza mamita para la cena y de los menjurjes de Mary, mi tía. La puerta de la casa permanecía siempre abierta. Recuerdo haber llegado en

muy pocos segundos hasta las escaleras que conducían a la calle con mis abuelos, mis papás y mis tíos después de haber escuchado los primeros disparos. Yo tenía cinco años y la mirada muy fija. El cayó al piso y el hombre del arma le seguía disparando, aún en el piso trató de sentarse; ahora que lo pienso, tal vez no fueron únicamente las ganas de vivir sino de ver morir al otro. De la chaqueta sacó un arma, de esas que llaman hechizas porque sólo tenía una bala y como si se tratara de lo que tiene que suceder, un solo disparo bastó para que la pierna del hombre del arma se doblara. No sé ni quien era, ni cómo se llamaba, no sé si era un imberbe lleno de arrojo o un viejo desdentado lleno de experiencia. Yo seguía ahí con la mirada fija, sentía mi corazón como un sapo tratando de escapar de mi pecho. El hombre con la pierna herida, nos ignoró un poco menos de lo que mi familia a mí; estaban tan

Una noche, mientras caminaba por el parque con mis amigas, hablando de esas cosas que en la adolescencia gracias a un milagro fisiológico no matan

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las neuronas, un estallido nos hizo mirar al cielo. El parque estaba atiborrado de gente, como siempre en el festejo de fin de semana; algunos se ocuparon de correr, otros como nosotras se concentraron en observar las luces que surcaban el cielo. Eran luces de colores que al principio asociamos a la pólvora que usan para festejar todo en los pueblos. Después de estimados ocho pasos, los disparos al interior del parque nos anunciaron que, primero, las luces no tenían nada que ver con un festejo y, segundo, que la situación podía ser peor. Corrimos lo suficiente para alcanzar un lugar en uno de los bares que circundan el parque; todos en los bares atestados esperábamos que ese ruido de los disparos cesara ya. Ese día volví a sentir el enjambre en mi estómago; la imaginación afloró con escenas siniestras porque no sabía qué había por fuera del marco de esa placita que había quedado desolada en menos de treinta segundos. Después de largo rato el silencio trajo la noticia: los señores de las


CRÓNICAS

botas llegaron hasta el pueblo y emboscaron la patrulla de la policía, dejando varios muertos. En Quinchía ya habíamos vivido mucha violencia y el peso del estigma tuvo consecuencias un domingo 28 de septiembre de 2003. La noche del sábado 27 escuché helicópteros y vi las luces del avión fantasma alumbrando los cerros. Ahora que lo pienso, fui tan indiferente a las razones y a las consecuencias; confieso que luego de eso, dormí plácidamente sin pensar en nada. El domingo, cuando desperté, me asomé a la ventana y vi desde lo alto cómo en la estación de policía se agolpaba la gente en un ir y venir. En el patio de la estación, unas personas aisladas, y por toda la manzana hombres de la fuerza pública armados hasta los dientes. Se había llevado a cabo con éxito la “Operación Libertad”. Cuentan que esa noche con su madrugada, la fuerza pública llegó hasta las fincas, a las casas y a

Esta lluvia de intereses cayó sobre el café, sobre las montañas, sobre sus espaldas y luego se confundió con sus lágrimas y se evaporó con su aliento

pequeños ranchos para ejecutar una detención masiva de 136 personas acusadas de rebelión, terrorismo y concierto para delinquir. Se trataba de los sospechosos de tener vínculos con el frente Oscar William Calvo del Ejército Popular de Liberación –EPL, una guerrilla en extinción a nivel nacional pero muy vigorosa en el local.

era un campesino ciego de nacimiento a quien acusaron de ser el jefe de explosivos del EPL. En medio de la confrontación armada se produjo en Quinchía una tormenta de rumores en la que unos y otros se acusaban de auxiliar al bando contrario. Esta lluvia de intereses cayó sobre el café, sobre las montañas, sobre sus espaldas y luego se confundió con sus lágrimas y se evaporó con su aliento.

Dicen que fueron 1200 hombres, 120 vehículos, tres helicópteros black hawk y el avión fantasma. Uno de los primeros golpes de la mano dura y el corazón grande. En la Operación Libertad detuvieron al Alcalde, a los candidatos a la alcaldía, a concejales, al comandante del cuerpo de bomberos, a funcionarios de la alcaldía, a conductores del servicio de transporte público rural y hasta a un ciego. Éste último,

Estuvieron detenidos veintidós meses. La mayoría de esas personas eran tal vez sustancialmente distintas de los asesinos y violadores de mujeres embarazadas; tal vez tan víctimas, tal vez tan obligados, tal vez tan dolidos, tal vez tan inconformes. Recuerdo en ese momento no haber sentido pena

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alguna por ellos. Fue el mayor falso positivo de la historia regional y lo viví con frialdad, con desapego y con indiferencia. Con las mismas historias de siempre, mi mente se acostumbró. En un ambiente hostil a veces la mente se vuelve tan abierta que termina siendo obtusa. Los repetidos eventos de fuego ardiente en un ambiente primaveral me llevaron a la abstracción de la realidad, no me dejaron ver que en el Quinchía de mis amores, estábamos en guerra. La violencia tiene una esencia hábil que nos hace creer que no existe y nos convierte en propietarios de corazones que no se conduelen.




¿Cómo nos toca la guerra?

El pueblo que mandaron a dormir o a morir

S

antander, pueblo bullangero, habitado por afrodescendientes, mestizos e indígenas, es dueño de una gran dinámica comercial por ser el punto de encuentro de vías, carreteras y caminos que lo comunican con las cordilleras central y Occidental, en donde tienen su asiento varios pueblos de montaña del Norte del Cauca. Gran cantidad de productos tienen su cita en esta ciudad para seguir su tránsito a Cali, Bogotá o Buenaventura; esta dinámica comercial y la confluencia de etnias se exterioriza principalmente en su plaza principal, en donde los jóvenes y adultos se dan cita cada fin de semana para “chismosear” y “contribuir” con la salud del departamento del Cauca, consumiendo unas cervecitas y aguardiente caucano, el aguardiente típico de la región. Así describe “Carlos Fernández” su pueblo natal. Carlos nos indica que transcurría el año 1998

cuando empezaron a llegar al pueblo unos personajes extraños de ceño adusto y sin el coloquial estilo de saludar a todo el mundo, como hacen los lugareños. Se empezaron a presentar asesinatos selectivos: “es limpieza social decían algunos”. La modalidad de publicar listas de personas en los postes del alumbrado se convirtió en una rutina, presuntamente se les acusaba de consumidores de droga, expendedores y ladrones. Con el transcurrir del tiempo se adicionaron a la lista líderes sociales, homosexuales, presuntos auxiliadores de la guerrilla y personas del común que por algún “bochinche” adquirían la categoría de “objetivo militar”.

de la instalación de las bases, la sensación de inseguridad aumentó. En plena luz del día vehículos sin placa se llevaban a las personas y los mudos testigos solo atinaban a decir: “se lo llevó una camioneta roja doble cabina”. Este vehículo se convirtió en el más temido, sinónimo de muerte; se rumoraba que al que subían había que buscarlo en las aguas del río Cauca que, dicho de paso, se convirtió en el cementerio del Norte del Cauca; los areneros y los pescadores cambiaron sus faenas ancestrales por la penosa tarea de localizar cadáveres, servicio requerido por angustiados familiares. El vehículo rojo era un fantasma hasta que un día se estacionó frente a la casa de Carlos, se bajaron tres hombres y sacaron a un joven hombre que vivía de alquiler en la casa de enfrente, lo subieron al vehículo y nunca más apareció; los familiares, meses después, se llevaron sus pertenencias pero no dieron razón del joven.

Muchos se fueron del pueblo, otros se quedaron. Antes de los años 80 el temor de la población eran los hostigamientos o tomas de la guerrilla, situación que se subsanó al instalarse dos bases militares en el pueblo. Pero, curiosamente, después

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El pueblo estaba dormido, ni siquiera las nocturnas marchas silenciosas con velas encendidas, lograron despertar a las autoridades locales y regionales. Por el contrario, los “dueños del pueblo” llegaron al extremo de imponer una hora para que todos los habitantes estuviesen en sus casas, las 7:00 pm, y así se hizo porque el temor de ser localizado fuera de este horario por la camioneta roja silenció al pueblo bullangero. “Nos mandaron a dormir”, sentencia Carlos. Dos, tres, cinco años pasaron antes de que esta situación cambiara; dicen que se desmovilizaron, pero el río no volvió a ser el mismo, la confianza en las autoridades no es la misma. Y Carlos no es el mismo, porque aún se siente intranquilo cuando ve una camioneta roja en su vecindario.


“Las puertas de acceso a la felicidad solo se abren si giras el picaporte�


¿Cómo nos toca la guerra?

visto en mi vida un hombre armado diferente a los pocos policías que resguardaban el pueblo en el cual nací y crecí, -contradictoriamente en un departamento lleno de paramilitares-. Es más, nunca escuché o vi algo que interrumpiera la tranquilidad en la cual vivíamos.

No todas las guerras llevan balas Estoy esperando un hijo, tengo 7 meses

¿

Y a mí cómo me toca la guerra? Mi adolescencia la pasé entre escuchar a diario las noticias sobre matanzas, pescas milagrosas, soldados muertos, narcotráfico, paramilitares, guerrilleros, entre otros flagelos, y las clases de historia y ciencias sociales en el colegio, donde nos trataban de explicar cómo había nacido el conflicto, causas, consecuencias y demás temas académicos que, en vez de buscar acercarnos al problema para analizarlo y apropiarnos de él, creaba una distancia cada día mayor de algo en lo que aun a corta edad éramos actores. Y todo se debía a que era tan común el tema, tan natural, que después de un tiempo comencé a restarle importancia a algo que no había vivido ni viviría -a mí parecer- jamás. Crecí creyendo que la guerra siempre estaría lejos de mí,

mi familia y la gente que amaba, que solo la vivían aquellos que estaban en el campo, los ingenuos que se iban a combatir a la selva por otros y que eran, al final, los que pagaban los altos costos que dejaba un conflicto; ellos, esos ingenuos eran los que acababan muertos o desaparecidos pero, al fin y al cabo, estaban tan lejos de mi mundo que para qué preocuparme. Pero ¿cómo decir que no me había tocado, cuando en este país lleno de violencia y de dolor a todos nos ha tocado vivir de una u otra forma un pedacito de esta guerra absurda? Desde el campesino que es despojado de sus tierras, desplazado a la ciudad e involucrado en el conflicto hasta aquel individuo de clase alta que es secuestrado y que su familia es chantajeada para pagar un rescate, pero a mí no me había tocado. No había sido desplazada ni mucho menos había

Para mostrar cómo me ha tocado la guerra tengo que hablar de Camila, mi amiga y hermana por elección. Nos conocimos en la universidad y compartimos algunos semestres antes de que ella por motivos económicos tuviera que devolverse a su ciudad. Su madre no podía pagar sus estudios y su padre los había abandonado muchos años atrás; en su ciudad comenzó a estudiar una carrea que no terminó por los mismos motivos de antes y así pasó por varias universidades que, casi como una constante, tenía que abandonar porque no había recursos para seguir estudiando. Era estudiar o comer. Después de un tiempo se trasladó a una ciudad

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principal de la costa Caribe con la firme intención de comenzar y culminar por fin una carrera porque en medio de todo su deseo siempre fue estudiar, su empeño y su fe en el estudio no es algo que uno pueda encontrar en cualquier persona. Creo que solo se limita a aquellos a quienes más trabajo les cuesta; no es lógico después de tantas decepciones, seguir empeñada en conseguir algo, se debe tener mucho amor y esperanza para insistir hasta el cansancio en obtenerlo. En esa ciudad estudió y desarrolló un hermoso talento que siempre llevó con ella; fue lindo ver sus trabajos y su don plasmado en forma de dibujos algo abstractos, a veces difíciles de entender, por más que me esforzara, pero llenos de amor y dedicación; y a pesar de las luchas que estaba sosteniendo, económicas, emocionales, familiares, estaba firme en seguir adelante con su propósito y solo faltaba poco para conseguirlo. Fue una época donde la vi brillar, su vida se transformó y llenó de luz, viajó y conoció mucha gente,


CRÓNICAS

tenía un trabajo y estudiaba, tenía amigos, era feliz. Fue su mejor época, no sé cómo lo hizo pero para mí era satisfactorio verla sonriente y realizada. Fue una semana santa en que la noté muy deprimida, lloraba y no dormía mucho, -nunca lo ha hecho-, había adelgazado; en varias ocasiones le pregunté qué le pasaba, pero decía poco. A los meses comenzó a enfermar y no acertaban en los diagnósticos, la vi desmoronarse por no saber qué tenía, pero era obvio que algo más complicaba su situación. Fue en noviembre de ese mismo año cuando recibí una llamada donde me informaban que estaba hospitalizada; la verdad pensé lo peor, creía que había tomado una decisión o que le había pasado algo realmente grave. Y fue así, había pasado. “Hola, tengo que contarte algo, estoy embarazada y tengo 7 meses”. Fue la noticia más absurda que me habían dado. ¿Cómo era posible que algo así se diera? No tenía novio u esposo, era imposible para mi creer que eso

Esa guerra, la que se da en la ciudad, la mayoría del tiempo es silenciosa

estuviera pasándole porque además, para completar lo desconcertante, ella era lesbiana -y no es que las lesbianas no puedan tener hijos, pero en su situación no era una opción-.¿Entonces, cómo había sido posible que algo así pasara? Entre lágrimas de dolor, angustia y miedo me entero que había sido violada. En una de sus caminatas de la universidad hacia la casa donde vivía en un barrio popular de la ciudad que la había acogido y que ella amaba, en una de esas calles fue violentada por un extraño, sometida y vulnerada por un hombre muchísimo más grande en estatura y peso que ella y armado con un objeto corto punzante que utilizó para intimidarla y que la obligó a ceder porque, como en otras ocasiones donde le había tocado, ahora tuvo que escoger entre permitir la violación o perder su vida.

Dio a luz después de dos meses de haberse enterado que estaba embarazada; tuvo varias complicaciones de salud, durante los primeros meses no había desarrollado síntomas de embarazo, ni barriga, ni siquiera había aumentado de peso. Un día se sintió muy mal y los médicos decidieron hacerle entre varios exámenes el test de gonadotropina coriónica humana y se encontraron con la sorpresa de un embarazo. Ella no lo sospechaba ya que después de la violación y la denuncia en la Fiscalía había tomado píldoras de emergencia y hasta había llegado su irregular periodo, así que había tomado todas las medidas que tenía a su alcance para evitarlo. Fueron dos meses difíciles ¿Qué iba a pasar con él bebé? Ella estaba sensible y cualquier decisión que tomara estaba en todo el derecho de tomarla, pero cada conversación del tema era revivir el dolor; no quería

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fotos, no quería tocarse la barriga, no quería sentir que algo estaba dentro de ella. Debe ser un sentimiento de poseer de forma obligatoria algo que no es tuyo. Pero desde el momento en que vio la ecografía supo que lo mejor era no solo traerlo al mundo, sino darle amor y tenerlo junto a ella. Hoy confirmo que fue la mejor decisión para ambos. Pero esa guerra, la que se da en la ciudad, la mayoría del tiempo es silenciosa donde, al igual que en la selva, quien este mejor armado, quien tenga más fuerza y municiones es quien tiene el control. Esa guerra en la que no se escuchan disparos, ni hay hombres y mujeres uniformados y luchando por supuestos “ideales” es la peor, es la que mata sigilosamente, es invisible y nos hace vulnerables, nos permite confiarnos en nuestro día a día y llega sin previo aviso a


¿Cómo nos toca la guerra?

la comodidad de tu hogar y te despoja de todo, te desplaza y si no te mata, es capaz de marchitarte el alma y de consumirte; está llena de dolor, lágrimas, indiferencia, abandono y desprotección de una sociedad que debería garantizar los derechos de sus ciudadanos pero, sobre todo, protegerlos. Esa es la guerra que a mí me tocó, ver a un ser de luz y de amor vivir una experiencia dolorosa y fuerte. Definitivamente, no se necesitan disparos ni uniformes militares, ni mucho menos enfrentamientos con armas para vivir de frente y sentir la guerra. Esta es una forma bastante común que viven mujeres y niños -que tienden a ser los más vulnerables- en todo el mundo; la violencia sexual ha sido utilizada como medio de sometimiento, de estrategias militares y políticas, como medio para llevar miedo

y hasta exterminar a una población causando daños tan grandes a las mujeres que no les permite volver a parir. Cualquiera sea el fin es una realidad que merece la atención. Garantizar los derechos, seguridad y respeto por todos debe ser el compromiso de cada nación. Hasta el día de hoy no logro explicar cómo Camila tiene fuerzas para salir adelante, para poder ver a los ojos a ese niño sin ningún sentimiento diferente al amor; creo que es el verdadero sentimiento el que le permite verlo como la más grande bendición y motivación y no como el fruto de una violación. Para siempre será mi admiración por una mujer que logró salir herida de muerte de una guerra de la cual creía no hacer parte, que logró sobrevivir y que trata cada día de ser la mejor versión de mamá que pueda para su hijo.

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¿Cómo nos toca la guerra?

calma y estas noticias no llegaban tanto, pero de esta manera me volvía extranjera. Solo me di cuenta que mi mentalidad había cambiado como colombiana con respecto al conflicto armado cuando volví a Colombia de vacaciones, después de diez años, con mi hijo. Él tenía ocho años. Fuimos a un pueblo en tierra caliente y alquilamos una casita muy bonita para un fin de semana larga con toda mi familia y mis sobrinos chiquitos. La casa tenía una piscina común y yo estaba súper tranquila hasta la segunda noche, cuando alguien nos dijo que aquí venía la guerrilla. Yo, como histérica, decidí empacar y nos fuimos corriendo el siguiente día por la madrugada. Me dio un pánico que no puedo explicar.

Vivimos en una burbuja

A

fortunadamente, a nivel personal no he tenido que sufrir ninguna experiencia traumática como le ha pasado a otras personas de los pueblos a donde han llegado la guerrilla o los paramilitares. De todas formas, la guerra nos afecta como individuos y como sociedad; la gente no quiere venir a Colombia por miedo. Ellos piensan que la violencia está presente todos los días en los buses, en las calles, en los centros comerciales y que no pueden salir porque los secuestran. Pero en Bogotá, aunque hay problemas en el sur, realmente vivimos en un nivel económico bastante alto. Entonces yo creo que sentimos la guerra menos diariamente, como si estuviéramos en una burbuja. Viví mucho tiempo afuera de Colombia como extranjera en Hungría y cuando yo hablaba la gente se daba cuenta que tenía un acento diferente y me preguntaba, “¿de dónde eres? ¡Oh, Colombia! Pablo

Escobar, drogas, guerrilla, las FARC”. Y tú empiezas a nombrar una cantidad de cosas, “si, pero el café de Colombia, las flores, la fruta, el ciclismo, el fútbol,” que para ellos son desconocidos. Obviamente, la información negativa de Colombia es la primera que llega a otros países. Pero después de un tiempo fuera del país, tú también pierdes el contacto con esa realidad aunque sabes que toda Colombia no es violencia. Por ejemplo, cuando salí, en los años 80, estuvieron el cartel de Cali y el cartel de Medellín. Eso era la época de bombas en Bogotá, cuando la gente no quería salir a los centros comerciales, a los lugares públicos porque entre las dos bandas colocaban carros bombas en cualquier lugar y era peligrosa. Escuchando las noticias en Europa de lo que estaba pasando con la guerra, de las muertes, todo eso, como estaba afuera me preocupaba que algo le pasara a mi familia cada día. Después había una cierta

Yo no quería que se llevaran a mi hijo o a mis sobrinos para reclutarlos. Pero en retrospección, eso fue muy tonto. ¿Cuántos años viví en Colombia y no pasó nada? Estudiaba en la Universidad Nacional, iba a trabajar tranquilamente; pero al haber salido, pierdes este contacto, esta realidad.

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Hasta que salí, no vi las cosas en Colombia con preocupación, porque nunca me había pasado nada. Tú piensas cuando vives acá y eres joven, “¿estamos en un conflicto? No, la gente está loca, eso está en otro país”. Si has crecido con este tema, siempre ha estado allí, entonces no te asustas tanto del conflicto. Pero en el momento de estar afuera, reflexionas y es cuando realmente empiezas a pensar y analizar que estamos jodidos con este tema. Es complejo y fuerte, y entre la fama de Colombia, los políticos, y la corrupción estamos realmente muy mal parados. Si una sociedad es violenta no se puede esperar que la gente sea pacífica. Tú aprendes de la gente que te rodea. Me sorprende ver niños con armas, pero si son de pueblos donde se enfrenta la guerrilla con frecuencia, esa es su realidad. Pero aquí en la ciudad no te toca hasta que tú lo veas y, afortunadamente o desafortunadamente, pueden pasar muchos años hasta que enfrentes la realidad del conflicto en Colombia. Es solo cuando te enfrentas a ello que empiezas a analizarlo.


“Y se fue no más sin quererse ir, subiendo las escaleras cargando las ofrendas recogidas en el pueblo, arrastrando el talero, dando pasos sin ganas y llorando al carnaval que lo trajo por unos días. El Gaucho hizo bailar a talerazos a los aburridos obligándolos a divertirse, seguro volverá a buscar a su diabla que perdió en medio de la comparsa”


¿Cómo nos toca la guerra?

¿Dónde está el tío Carlos?

A

hora mis hijos tienen 14 y 10 años, los dos hombres. Durante estos años han convivido con el fantasma, la sombra, el legado, el amor y hasta el odio por parte de la mamá y su familia, hacia el tema de la guerra. A causa de todo el desarrollo de eventos sucedidos y por suceder con los diálogos de paz en la Habana, el tema se ha convertido en más derroche de sentimientos y, en consecuencia, en más formas de saber cómo me ha tocado la guerra. La mejor forma que tengo de poder contarlo es a través de la historia que, en alguna ocasión, siendo mis hijos mucho más pequeños, su abuelo les contó queriendo contestar a su insistente pregunta: ¿abuelo, dónde está el tío Carlos Eduardo? El teniente Carlos Eduardo fue graduado como subteniente de artillería en diciembre de 1985. Falleció el 13 de abril de 1992, víctima de un campo minado sembrado por

Una noche el tío nos visitó o le soñé, para mi es lo mismo. Llegó en traje de civil, luciendo un impecable vestido blanco perfectamente aplanchado. Exhibía una feliz y contagiosa sonrisa. Sus ojos picarescos le brillaban igual que cuando me contaba las picardías que hacía. En un momento me preguntó como estábamos y en un gesto de ternura me tocó la cabeza al igual que yo lo hacía después de darle la bendición cuando lo despedía. Sentí sus dedos fuertes y curtidos por los callos que le habían sacado las riendas del caballo cuando, aun siendo niño, practicaba por la escuela de artillería en concursos ecuestres.

el ELN en el área general de Barrancabermeja, siendo oficial de planta del batallón de artillería antiaéreo “Nueva Granada”. Durante su corta carrera militar fue destacado como instructor militar y un comandante exitoso. Recibió las condecoraciones de orden público José María Córdoba, al igual que las distinciones de Lancero, paracaidista y contra-guerrillero. Recuerdo que se aproximaba diciembre y por ende mucha alegría por las reuniones familiares, pero también con estas fiestas se siente más profundamente la ausencia de aquellos que ya no están acompañándonos en esta tierra. Cómo negar la curiosidad e imprudencia de los niños, cómo ocultar las lágrimas, cómo negar lo que se siente. Nada de lo anterior pudo hacer el abuelo y al lado de una gran fotografía del tío y con su nieto menor en sus rodillas, empezó un relato para contestar una pregunta mil veces hecha y siempre evadida.

Junto con tu abuela, nos invitó a dar un paseo. Había que escalar un cerro un tanto parecido a la loma de las tres cruces de Cali. El camino era empinado y estrecho. Hacía mucho calor. Los tres llevábamos al hombro un bulto que aun cuando no era muy grande, pesaba bastante. Se trataba de algo empacado en una especie de talego de color blanco.

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En el camino alcanzamos otras personas que iban hacia la misma cima del cerro y también cargaban bultos similares a los nuestros. Charlábamos animadamente pero no recuerdo el tema. De pronto llegamos a una curva del camino donde había una rústica tarima construida en guadua y él nos sugirió que descansáramos allí. Colocamos los paquetes sobre la tarima pero en un descuido y sin que nosotros pudiéramos hacer nada, él tomó los paquetes de los tres, se los puso al hombro y solo continuó el camino. Angustiados y como si estuviéramos pegados al piso, le seguimos de vista hasta que los cerros lo ocultaron. Lo llamábamos para que nos esperara. Pero ni siquiera nos volteó a mirar. Una de las personas que se había unido al grupo, exclamó: no lo llamen más, él se fue y se llevó la carga. En se momento desperté angustiado, llorando lágrimas y diciendo para mis adentros ¿por qué no te despediste?, ¿por qué nos volviste a dejar


CRÓNICAS

solos y abandonados en este mundo? Como resultado de su visita pude apreciar que el tío se encuentra muy cerca del Dios de los Cielos. Dile al tío que le pida a Dios que envíe un haz de bendiciones a sus dos hermanitos menores y a ustedes, que no se imagina cuanto le quieren y cuanto le extrañan. Que recuerde que cuando eran pequeños, así como ustedes, la única tarea que tenía era la de cuidarlos. En la carrera de las armas se comulga el afecto, respeto y admiración por los hombres que luchan, se guardan las tradiciones al interior de las familias militares, al igual que el ejemplo de dignidad y ética que por ancestros se debe a los descendientes. La oración de la patria en una de sus estrofas reza, “ser soldado tuyo es la mayor de mis glorias, mi ambición más grande es la de llevar con honor el título de colombiano y llegado el caso morir por defenderte.” Algún día un soldado escribió: Fui lo que otros no quisieron ser, fui donde otros temieron

ir, hice lo que otros no pudieron. He visto la cara del terror, he sentido el frio punzante del miedo, he disfrutado el sabor de un amor. He luchado, sufrido y esperado, más que todo he vivido momentos que otros hubieran preferido olvidar. Por lo menos algún día podre estar orgulloso de lo que fui, por ti mi patria. Patria, espero que en mi muerte me valores como yo te idolatre.” Que lloren los clarines, se inclinen las banderas, mientras por nuestros labios sale una plegaria por la tranquilidad eterna de los que han entregado sus vidas por proteger y salvaguardar esta madre tierra, grande y hermosa llamada Colombia. Deber antes que vida.

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“En su sarta cuelgan las ofrendas que la gente del pueblo le dio: pan, flores, ollitas de barro, papas, carne y otras mas que con mucho respeto ofrecera, el Gaucho, a la Pachamama agradeciendo por este carnaval�


¿Cómo nos toca la guerra?

El dolor de patria es más fuerte que el olor a muerte

D

urante nuestra vida citadina e inclusive en algunos pueblos, como hace 20 años en Timbiquí, Cauca, la guerra era una historia lejana. Cuando sucedió lo del Palacio de Justicia, con un grupo rebelde denominado M-19 en la capital de la república de Colombia, los noticieros tenían mucha acción y hasta se volvieron interesantes para los más jóvenes por parecer una película. Años después todo cambió, la guerra creció como el costo de la canasta familiar y llegó a todos lados, inclusive a Timbiquí.

1. Los que aún no regresan

E

n la ciudad de Palmira, en la Universidad Nacional se abre la carrera de Ingeniería Ambiental. En los semestres siguientes ingresan Alexander Bayona Camacho y Alberto González García, jóvenes de espíritu aventurero, que se llenan con la magia que

en algo como así:

tiene la universidad en los primeros semestres, que da la confianza y la capacidad de que todo lo que tenga problema puede solucionarse en la academia y en la fuerza de la juventud.

Guerrilleros: Y ustedes señores ¿en qué andan por acá? Estudiantes: No, nosotros somos estudiantes y venimos a acampar. Guerrillero: Y a acampar ¿para qué? Estudiante: Para conocer la selva, nos gusta la naturaleza y somos estudiantes de ingeniería ambiental. Guerrillero: Ahh ¿estudiantes? Y estudiantes ¿de dónde? Estudiante: De la Nacional, señor. Guerrillero: Ya veo y entonces ¿me van a decir en qué andan? Estudiantes: Nosotros somos estudiantes y venimos a acampar, si hay algún problema, nosotros nos vamos; aquí esta nuestro carnet. Guerrillero: Ustedes se quedan acá hasta que los investiguemos ¡llévenlos!

No se sabe la motivación real, pero el 18 de marzo del año 2000 salieron a acampar en la parte alta de Palmira, zona conocida como La nevera, zona fría de alta producción de cebolla, lugar de salidas de la universidad para estudiar y conocer el bosque muy húmedo tropical de una inmensa riqueza faunística y florística. También, zona de alto conflicto bélico con presencia de varios grupos armados. Aun hoy, los jóvenes no han regresado. Se realizaron caminatas hacia la zona, marchas, peticiones pidiendo su pronto regreso, pero esto no fue suficiente para los captores, guerrilleros de las FARC. Imaginé muchas cosas, pensé en el diálogo que se pudo cruzar entre los estudiantes y los guerrilleros,

En este episodio comprendí que la realidad era cruel

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y terrible respecto al conflicto armado; que dos jóvenes, casi niños, fueran una amenaza para muchos hombres armados y que no valieran los argumentos para dejarlos volver a sus casas, donde estarían madres desesperadas, hermanos angustiados, amigos ansiosos, es very strong. Una de las condiciones o consecuencias del proceso de los acuerdos en La Habana debe ser dar con el paradero de todos los secuestrados, que son muchísimos.

2. Los bajan y nadie pregunta

E

n años siguientes, mi madre se desplazó a Putumayo, Piñuña Negro, a laborar como enfermera debido a falta de opciones de empleo en la ciudad. En unas vacaciones fui a visitarla por vía terrestre. De Cali salimos a las 5.00 p.m. y llegamos a Puerto Asís a las 4 p.m. de día siguiente; en la vía tuvimos más de cuatro retenes de diferentes grupos


CRÓNICAS

venido a lo más cerca del infierno. En el recorrido hacia Piñuña, en el río Putumayo, también tuvimos retenes de grupos diferentes entre ellos el ejército y allí había una persona encapuchada que me llamo la atención; decían que era alguien que había estado infiltrado y luego delataba a los que se movían por el río que pertenecían al grupo guerrillero, los señalaba y el ejército los retiraba del bote y éste proseguía como si nada.

Estaba solo con Dios y la voluntad de unos hombre armados hasta los dientes para hacer lo que quisieran con cualquiera

armados incluido el Ejército Nacional. Me di cuenta que había una Colombia diferente, con otras leyes, ahí me asusté; estaba solo con Dios y la voluntad de unos hombre armados hasta los dientes para hacer lo que quisieran con cualquiera que fuera en el bus, a un hombre lo bajaron y lo dejaron y el bus partió sin él. Cuando llegamos a Puerto Asís la recomendación era no hablar con nadie; llegue a su habitación y no salga hasta el día siguiente que salía la lancha para Piñuña a las 10 a.m. Cuando tomé el taxi para el muelle, el taxista me preguntó si llevaba algo sospechoso -es la palabra que puedo utilizar ahora- para él guardarlo, porque el retén era inminente y si llevara algo pues nos detendrían a los dos o tendríamos que pagar los

dos. Yo le dije, no señor, no llevo nada; al llegar al retén, nos hicieron una requisa exigente para casos de guerra como efectivamente era. No encontraron nada explosivo fuera de un libro de bioquímica que yo llevaba para estudiar, porque tenía una habilitación pendiente al regresar de vacaciones. De ahí que el agente me preguntó, “¿a cómo está el kilo?”. Yo le respondí, ¿el kilo? Humm… Él fue muy insistente en la pregunta pero, la verdad, no le comprendí hasta días después.

Al llegar a Piñuña sentí la guerra de verdad, creo que fue la primera vez que vi a la guerrilla en cuerpo y alma, y estaban en todas partes bien uniformados y bien armados. Piñuña es un lugar a orillas del río Putumayo, a dos horas de Puerto Asís en lancha rápida; pasando el río está el hermano país de Ecuador, zona de comercio con este pueblo, en ese entonces.

Superado ese impase procedimos a llegar al muelle. Allí abordamos una lancha rápida con rumbo para mí desconocido, solo tenía la referencia de que en dos horas estaríamos llegando a Piñuña Negro a encontrarme con mi madre que se había

Pocas casas, pero sí mucha gente, todos o casi todos con actividad alrededor de los cultivos de coca; los fines de semana cuando salen los raspachines hay una actividad comercial enorme,

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sobre todo de diversión, bares, restaurantes, juegos y familias que llegaban estableciendo negocios para sustentar la vida de la familia en otras partes. El control de la guerrilla era absoluto, todo era consultado y permitido por ellos: una fiesta, los horarios de la energía, un bautizo, una foto, una compra, una venta, inclusive había un día de trabajo comunitario cada 15 días, quien no podía ir debía pagar una multa. El procesamiento y mercado de la coca era una actividad lícita en este lugar, quizás la más lícita de todas las actividades. La guerra me tocó en todo este proceso porque, lógicamente, yo estaba en otro sistema donde se critica, se habla y si hay delitos te sometes a un debido proceso. Acá eso no existía. Por esos días se llevaron a ocho personas -entre ellos un profesor- para investigarlas. Yo dormía en una casa sola pero yo no dormía, yo esperaba durante la noche y rogaba que amaneciera pronto;


¿Cómo nos toca la guerra?

temía que llegaran diciendo cualquier barbaridad. A los ocho días empezaron aparecer los cuerpos sin vida de las personas que se habían llevado; esas vacaciones fueron muy largas. Sentí que estaba libre cuando llegué a Pasto.

3. Prohibido fotos

tomar

En el municipio de Timbiquí localizado al occidente del departamento del Cauca, a 230 km de Popayán, alejado e incomunicado por carretera, no llegaba nada y tampoco la violencia. Alrededor del año 2000 llegó el cultivo de coca y todo empezó a cambiar, llegaron muchas gentes extrañas, generalmente paisas, también llegó la guerrilla y la historia fue otra, aquel pueblo aislado y tranquilo se volvió un embrollo, con muerte y desplazamiento. En la campaña política del 2011, recorríamos el río Timbiquí apoyando una candidatura para la Asamblea Departamental; llegábamos a las

comunidades y charlábamos con la gente y presentábamos nuestra posición política con la proyección de hacer viable la representación y cercana a la gente, buscando puntos de encuentro y planteando posibilidades reales desde una asamblea departamental como la del Cauca. Hubo aceptación de las comunidades y la participación con nuestra candidatura también. Realizamos lo normal que se hace en una campaña, con la ligera diferencia que había grupos armados ilegales en la zona. Se encontraban en todas las comunidades del río, en algunos sitios más que en otros.

A mí personalmente no me

han gustado los sitios donde la ley opera de manera personal y subjetiva

lugar; en ese momento pasaba una lancha con guerrilleros que se detuvo, arrimaron la lancha y caminaron hacia donde estábamos tomando las fotos y me dicen que estaba prohibido tomar fotos y que entregara la cámara. Yo le pregunté ¿Por qué? ¿Quién lo prohíbe? después de algunas preguntas sin respuestas y algo de resistencia, se llevaron la cámara y por poco me llevan con ellos. Mis derechos constitucionales quedaron pisoteados, podemos decir casi que fue un robo, pero diferente. Una de las personas que estaba en la actividad prometió no volver

En una parte del recorrido, en medio de un lindo paisaje alrededor del río, donde hay una piedra muy grande de unos 20 metros de altura y otros 10 metros de ancho, lugar de esparcimiento de la comunidad de San José, la gente se reúne alrededor a bañar y a lavar, algunos suben hasta la piedra y se lanzan desde allí al río. Saqué la cámara para tomarle fotos, como siempre que iba a ese

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allá mientras se presentaran estas situaciones. A mí personalmente no me han gustado los sitios donde la ley opera de manera personal y subjetiva. Este es la manera más sutil de contar cómo me ha tocado la guerra. A pesar de que no tengo heridas físicas, tengo una herida profunda que muchas veces me ha hecho pensar en buscar un país más amable para vivir. En ese propósito viajé a Estados Unidos pero pronto entendí que el dolor de patria es más fuerte que el olor a muerte.


“El abuelo y el sondio ancestral del erke�


¿Cómo nos toca la guerra?

lo mandamos para la finca a trabajar en distintas tareas como coger café y oficios varios. Yo les obedecía.

Sólo nos graduamos cuatro ese año

E

ra un niño de tan solo 11 años cuando ingresé al bachillerato en el colegio agropecuario La Granja, ubicado en el municipio de Planadas, Tolima. Allí fui internado. Al ingresar el primer día todo era para mí muy extraño y fue muy duro adquirir nuevas costumbres. Nunca me había separado de mis padres. Estando allí me di cuenta de que el ambiente que se vivía no era muy apropiado para mí. En este colegio los internos más grandes nos ponían a hacer el aseo del internado a los más pequeños, lo cual me parecía muy injusto. Pasaron los días y ya me estaba acostumbrando a dicha situación. Pero veía muchísimas cosas raras que pasaban; a pesar de ser un niño notaba que mis compañeros del internado de grados más superiores tenían hábitos como muy raros, asumían pensamientos muy de izquierda a pesar de su corta edad que oscilaba entre

14 y 15 años de edad. Asistían a reuniones casi dos veces a la semana con personas que no eran de la región, los cuales se veían de vez en cuando en el pueblo; siempre andaban en botas de caucho. Por lo general, aquellas personas se les veía con muy buenos carros, dinero, mujeres y bebiendo alcohol. No tenían paradero fijo en el sector rural.

Cuando me encontraba realizando el grado noveno, ya con 14 años, me di cuenta que en esa institución educativa había presencia de grupos al margen de la ley, las FARC, durante todo el año. Hacían sus entrenamientos en las madrugadas en la cancha de futbol, todos los alimentos que ellos consumían estaban almacenados en algunos lugares cerca al colegio. Antes no me había dado cuenta porque era muy pequeño y dormía mucho.

En cierta ocasión que tuve la oportunidad de estar con mis padres y les pregunté quiénes eran aquellos personajes que vivían en la abundancia de todo, pero no tenían rumbo fijo. Mis padres nunca me contestaban, siempre me evadían la respuesta, pero me tenían prohibido acercarme o hablarles a esos personajes.

Muchos de mis compañeros no tenían cómo pagar la mensualidad del internado, entonces ellos le ofrecían alimentos, les ayudaban económicamente pero, a su vez, este grupo insurgente les iba lavando el cerebro de una manera rápida y efectiva. Con los alumnos del grado noveno, décimo y once hacía reuniones de pensamientos de izquierda en las horas de la noche, le daban buen refrigerio e incitaban

Mi familia me amenazaba constantemente con sacarme de estudiar si me integraba con aquellos grupos subversivos o iba a reuniones que se acostumbraban hacer en las noches en el internado. Me decían, si usted lo hace

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a los jóvenes para que pertenecieran a las milicias de las FARC - EP. En ese entonces en el internado del colegio no había televisión y nos pusieron televisión satelital SKY pagada por este grupo subversivo. La gran mayoría de internos estaban muy ilusionados con sus enseñanzas, sus nuevos pensamientos. Veía que los comandantes de esa época vivían muy bien con plata, carro, mujeres, lujos, armas, respeto, poder y, a su vez, habían muchas masacres hacia los pobladores. A los estudiantes del colegio les hacían creer que, si seguían sus ideas, podían llegar hacer lo mismo que ellos en su momento. En ese entonces en nuestro municipio no había fuerza pública; el ejército y la policía se conocían por el televisor, por revistas o porque algunas personas tenían la oportunidad de salir a la ciudad. Mi hermanita que estaba en grado noveno, a quien yo cuidaba muchísimo y le prohibía que asistiera a esas reuniones, se me volaba.


CRÓNICAS

Yo estaba en décimo grado y se me empezó a dañar la vida porque veía que ella iba por el lugar equivocado; cuando menos pensé miré a mi hermana de 14 años muy amiga de ellos, era una líder de jóvenes. Como no me gustaban esos pensamientos de izquierda me trataban de burgués o de oligarca; hasta mi hermana dejó de hablarme, me veía como un enemigo de ella porque yo no aportaba nada a la causa. En cierta ocasión, un día viernes, salimos de estudiar. Esperé a mi hermanita en las afueras del colegio para irnos juntos a casa pero no llegaba y me preocupó mucho. De manera inmediata fui a buscarla y me dijeron: su hermana ya se unió a la causa, se fue para las montañas de Colombia. Para mí fue muy duro, pero fui a buscarla con mis padres hasta que la encontramos al día siguiente. Me tocó suplicarle al comandante para que la dejara volver para la casa nuevamente, pero ella no quería volver con nosotros. Finalmente el comandante

Como no me gustaban esos pensamientos de izquierda me trataban de burgués o de oligarca; hasta mi hermana dejó de hablarme, me veía como un enemigo de ella porque yo no aportaba nada a la causa

de nuestro pueblo hacia la ciudad en donde no teníamos qué hacer, ni conocíamos a nadie. Nos decían que éramos paramilitares.

nos la entregó. Cuando llegamos a la casa mis padres la enviaron inmediatamente para Bogotá a terminar sus estudios. Pero tuve muchos problemas porque me eché de enemigo a mucha gente que estudiaba en esta institución, que me decía que dejara a mi hermana que se internara en la selva, ya que yo no tenía las agallas para hacerlo.

Llegué como desplazado a la ciudad de Ibagué en donde trabajé en oficios varios como cargando maletas, construcción, celaduría y otros oficios. Luego de estar viviendo allí tomé la decisión de estudiar. Con mucho esfuerzo terminé mi carrera de agronomía. Para ese entonces, en el año 2012, casi todos mis excompañeros de estudio de secundaria que me habían perseguido y me habían desterrado de mi pueblo natal, ya habían muerto. Volví nuevamente a mi tierra a trabajar hasta el día de hoy.

Un año después, en el grado once, un grupo considerable de compañeros ingresó a las filas de las FARCEP. Quedamos solo cuatro alumnos del grado once, esos fuimos los que nos graduamos como bachilleres en ese año. Nuestros compañeros de estudio iniciaron la perseguidora hacia nosotros hasta que nos hicieron migrar

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“Quisieron destruirnos, hacernos desaparecer, pero no pudieron y no podrán. Nuestra Cultura está viva, muy viva aún, se esconde celosa y sagrada en los lugares más lindos de nuestra tierra”


¿Cómo nos toca la guerra?

¿Quién de ustedes se va con nosotros a luchar por el pueblo?

E

studié en el Centro Indígena de Educación Diversificada, CIED, en la región de Nabusímake, región donde nací y crecí. Culminé mis estudios en el año 2000; aún conservaba los deseos de seguir estudiando con la dificultad de que mi papá, a pesar de ser un líder reconocido en la Sierra Nevada de Santa Marta, no contaba con las posibilidades económicas suficientes para apoyarme en mis estudios superiores. Por esta razón en los siguientes años permanecí ayudándolo en las labores de la finca y, de vez en cuando, participando en las actividades comunitarias programadas. Así pasaron seis años de mi vida, intercalando las actividades familiares con las actividades comunitarias. Transcurría el año 2001 y recuerdo perfectamente que a nivel nacional se estaban desarrollando los diálogos del gobierno, en cabeza del señor presidente Andrés Pastrana Arango, con las Fuerzas

Armadas Revolucionarias de Colombia FARC- EP. Mi padre tenía una finca a tres horas de Nabusímake, río abajo, de donde sacábamos panela para el autoconsumo y para vender a los vecinos de la región. Mi papá nos enviaba a nueve muchachos entre los 7 y los 19 años, incluidos sus hijos y unos primos, para que moliéramos una caña en trapiche de palo tirado por mulo. Estando en la molienda, llegaron a la finca 40 personas armadas entre hombres y mujeres que dijeron pertenecer al grupo armado de las FARC y nos pidieron permiso de ubicarse cerca a la casa. En vista de que no teníamos posibilidades en decir que no por sus armas, aceptamos.

invitaban a hacer parte de la lucha revolucionaria del pueblo para el pueblo con comentarios como “ya están buenos para que empuñen un arma y luchen por su gente”, mientras otras personas armadas preguntaban a mis hermanos por los dueños de estas tierras. Fue aquí donde escuché por primera vez la palabra oligarquía; recuerdo también que nos sentaron durante tres horas -que fueron las más largas de mi corta existencia-, donde el tema giró acerca de las luchas sociales, del surgimiento de dicha revolución, tratando de persuadir y motivar a vincularnos a esta lucha social que combatía contra la oligarquía y el pensamiento dominante, con la insignia que se tenía que llegar al poder por medio de las armas. Recuerdo que aquella conversa culminó con la pregunta: ¿quién de ustedes se va con nosotros a luchar por el pueblo? Están buenos para que empuñen un arma y los respeten también.

Recuerdo que a los más jóvenes nos enviaban a las mujeres jóvenes para que conversáramos y a mis hermanos más pequeños, les enviaron a niños guerrilleros, quienes se encargaban de la cocina, para que jugaran. Durante la conversa ellos

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Yo era uno de los mayores del grupo y con gran nerviosismo respondí que de los que estábamos ahí ninguno se iba, porque queríamos trabajar; pero la razón principal, aunque no la expresé, era el hecho de que mi padre me había infundido los valores del cambio hecho con el trabajo con la gente, conociendo sus necesidades y luchando para transformarlas día a día; además, yo había estudiado con amigos que habían crecido sin padre porque la FARC se lo habían asesinado. Al otro día muy temprano partieron. Aquella vez, se me viene a la memoria que se llevaron dos amigos míos, una joven y un joven que llegaron con su vestido autóctono; les cortaron el cabello, los vistieron de camuflado y les entregaron un arma. Años después transcurrido este suceso ellos se desmovilizaron y la comunidad tuvo que integrarlos y hoy tienen su familia y su finca.


“Morir de pie”


¿Cómo nos toca la guerra?

fenómeno de la guerra que se vivía en el campo colombiano. Así lo leyera o lo viera en la televisión, no entendía. Relatos e imágenes parecían describir otro mundo, otro país, otra realidad muy lejana a la que ofrecía el vivir en una ciudad como Bogotá; pero esa percepción no tardó mucho tiempo en cambiar.

La guerra que escogí

D

esde que recuerdo, en casa siempre hubo una amplia y nutrida biblioteca; arrumes de libros se encontraban por todas partes, en cajas bajo las camas, en los estantes de la biblioteca, en la sala y casi que en cualquier espacio que fuera posible siempre había un libro. El responsable de tan terrible afrenta al pulcro orden que mi madre deseaba para la casa, era mi padre; el viejo, sin falta, semanalmente aparecía con lo que el denominaba un nuevo compañero de viaje, un libro. Era casi seguro encontrarlo todas las noches junto a su compañero de turno. Verle tan interesado en sus libros era fascinante y despertaba mi curiosidad. Confieso haberle hurgado el maletín en momentos de descuido solo con el ánimo de leer el título de ese compañero que tanto interés le producía. Pero sí de confesar se trata, tengo que admitir también que eran los libros que mantenía sobre su

mesa de noche los que más me intrigaban, los que más celosamente él custodiaba. Luego de mucho pensarlo un día me arriesgué y escogí uno de esos selectos libros de papá. Sorprendida, pasaba las páginas de lo que era el relato de las 28 horas de horror de la toma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985, y recuerdo claramente que fue producto de ese libro que me hice consciente, por primera vez, que había nacido en un país en guerra y que esa guerra ya había marcado, justo el mismo año en el que yo había nacido, uno de los episodios más desgarradores para la memoria colectiva de colombianos.

Un día cualquiera de febrero de 1993 al llegar a casa después de la escuela, la noticia de un carro bomba en el centro de la ciudad tenía a mi madre pegada del teléfono. Se intentaba comunicar con el colegio de mi hermana, la bomba había estallado en el centro de la ciudad, cerca de allí estaba el colegio. Sin entender mucho de la situación me quedé junto al televisor. Las imágenes eran desgarradoras, pánico, escombros, heridos, muertos y mucho desconcierto era todo lo que se transmitía. Afortunadamente y luego de poco tiempo llegó mi hermana, quien explicó que en medio de la clase de química de repente todos los vidrios del laboratorio estallaron, las probetas y demás elementos

Después de eso me fue imposible controlar el impulso de seguir hurgando entre los libros de papá y fue así como poco a poco aparecían entre ellos relaciones vagas con hechos que todos los días veía en los noticieros; y digo vagas porque no lograba comprender a fondo el

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se quebraron. Pasados treinta minutos todos los estudiantes del colegio estaban siendo enviados a sus casa en las rutas que fueron llamadas de urgencia. Ese fue el primer momento que sentí que la guerra o cualquier cosa que eso significara, estaba cerca de mi familia, cerca de mí. Después de ese episodios recuerdo que se presentaron un par más en la ciudad; afortunadamente, ninguno de ellos involucró seres queridos, pero sí tocaron a la puerta de muchas otras familias. Desde ese día, cada vez que se escuchaba el anuncio de “noticia extraordinaria” en la televisión, se vivía un momento angustiante que se reforzaba por el seguido comentario de mi madre: “¡Y ahora qué pasó!”. Pero fue solo hasta el 11 de septiembre de 2001, cuando estaba en el colegio, que terminé entendiendo que no solo vivía en un país en guerra; también vivía en un mundo en guerra. La noticia de la caída de las Torres Gemelas rodaba por todos los salones y fue sorprendente experimentar como un suceso ocurrido


CRÓNICAS

en otro país, a miles de kilómetros de distancia, le generaba la sensación de vulnerabilidad al mundo entero. Ese día también regresamos temprano a nuestras casas. Debo decir que para esa época había leído de la guerra, la había visto en la televisión y la había sentido muy cerca de mi familia y regada por el mundo entero, pero seguía sin comprenderla, no lograba entender que o quien la provocaba. La guerra seguía siendo para mí un fenómeno incomprensible del cual no lograba hallar muchas explicaciones. Pocas cosas eran claras, pero lo que era indiscutible fue que aunque a Bogotá le tocó experimentar episodios muy fuertes, era en el campo colombiano, en ese país rural, en donde estaba incrustado ese fenómeno abstracto que representaba la guerra para mí. El tiempo pasó y las explicaciones sobre la guerra poco a poco fueron apareciendo o mejor, las fui descubriendo; en mucho de ello contribuyó la

Fue realmente la necesidad de entender la guerra lo que me impulsó a dejar la comodidad de la ciudad e ir en busca de esas explicaciones

universidad, pero siempre sentí que la aproximación tan académica me ofrecía algunas explicaciones a las que su dosis de realidad les hacía falta. Por ello no dudé en aprovechar, en cuanto pude, la oportunidad de trabajar en el campo; escogí irme a lo rural a entender en la vivencia y en la experiencia ese país que describían los libros del viejo, las noticias y la academia. Fue realmente la necesidad de entender la guerra lo que me impulsó a dejar la comodidad de la ciudad e ir en busca de esas explicaciones.

de lo que hubiera tenido que vivir en bus escalera o la famosa chiva como lo tenían que hacer la mayoría de personas del pueblo. Prendí mi computadora rogando que tuviera suficiente batería para alumbrar un buen rato; el cuarto no tenía luz y el computador encendido era la única forma de sentirme en compañía. Sabía que afuera nadie me escuchaba, la habitación estaba ubicada al borde de un río que golpeaba fuerte las columnas que la soportaban. Parte de la sensación que me invadía en ese momento era el miedo que me producía estar metida en una habitación que podría ser borrada por el río en cualquier momento.

Eran casi las nueve de la noche y estaba acostada en un colchón en un cuarto de madera, en la más humilde de las condiciones; había llegado hacía apenas unas horas al corregimiento de Aipecito, zona rural de Neiva, en el Huila. El viaje había sido largo, pero en moto resultaba mucho más corto

No podía quejarme, estaba en la única habitación disponible en un caserío que no ofrecía muchas oportunidades, además era el único lugar seguro donde me podía quedar. Días antes

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de mi llegada, los técnicos de la ONG con la que trabajaba y que estaban en la zona adelantando parte del trabajo que yo llegaría a verificar, me pidieron que les enviara mi nombre completo y mi número de cédula. Una de las reglas de ingreso a la zona tenía que ver con anunciar mi llegada; yo creía saber en qué me estaba metiendo. Finalmente, había escogido entender la guerra. Todo el camino de Neiva hasta Aipecito recibí las recomendaciones de seguridad de mi compañero; experimentaba una sensación de emoción y temor. Mi compañero me advirtió que después de llegar al pueblo él debía regresar a San Luis, otro pueblo cercano, así que yo debería pasar la noche sola hasta la mañana siguiente, cuando llegaría por mí Fanny, la compañera que me llevaría hasta las fincas. Me había recomendado con la dueña


¿Cómo nos toca la guerra?

de la casa en la que me iba a hospedar y me había insistido que, por nada del mundo saliera de la casa después de las seis de la tarde. Nadie en el pueblo lo hacía, la regla era que las personas debían pasar la noche en el lugar en el que les sorprendieran las seis de la tarde; transitar a pie o en moto luego de esa hora era peligroso para cualquiera. Ya entre dormida sentí como un carro se parqueó en frente de la casa. Me pareció extraño, recordé que mi compañero me había dicho que nadie se movilizaba después de las seis de la tarde, miré el reloj y eran pasadas las diez de la noche. Me pegué a la puerta para escuchar y unos pasos sobre el piso de madera lo hicieron rechinar a la vez que alguien dijo: “Buenas mi señora”, la dueña de casa salió. Yo apenas lograba escuchar la conversación por el ruido del río, cuando me percaté de un espacio entre las tablas por el que se podía ver hacia fuera. Vi tres hombres, vestidos de camuflado y con fusiles al hombro; le preguntaban a la dueña de la casa por la

nueva huésped: ¿Quién es ella? ¿De dónde viene? ¿Con quién trabaja? ¿A qué hora llegó? ¿Usted la conoce? Y no cesaban las preguntas. En ese preciso momento la angustia se apoderó de mí. La dueña de la casa solo les dijo que yo había llegado a trabajar con la ONG del proyecto de los cafeteros. Fueron momentos eternos, pensé lo peor pero por fortuna los hombres se fueron.

Fanny, mi compañera, me recogió a las seis de la mañana y emprendimos camino juntas hasta una finca. Recuerdo mucho que cuando le conté lo que había pasado ella prudentemente sonrió y me dijo: “tranquila, yo ya sabía, muy temprano esta mañana alguien me contó; por eso vamos primero a hacer algo”. No entendí, pero sin embargo no pregunte más, confiaba en ella. Llegamos a una finca y un campesino salió, reconoció a Fanny, pero a mí no me saludó. Fanny me pidió esperarla por un segundo. Se apartaron y hablaron, el campesino se fue por papel y lápiz, apuntó algo y pidió que lo esperáramos. Una hora después regresó y me dijo: “bienvenida doctora, disculpe lo de anoche, por favor nunca salga sin su gorra y el chaleco de la fundación y no transite después de las seis de la tarde por su seguridad”.

Me recosté en esa cama y lloré cuanto pude hasta quedar dormida. El terror de pensar que me había metido a la boca del lobo me hizo reflexionar que estaba arriesgando más de lo debido. Me dormí pensando en salir de allí al día siguiente. Al despertar y con los ojos hinchados recordé que yo había escogido estar allí y que lo había hecho porque quería entender esa Colombia en guerra que, aunque no me había tocado vivir por defecto, algo en lo más profundo de mí, me hacía sentir que debía comprender, que debía vivir de algún modo. Me organicé y junto con mi maleta espere a Fanny. Había escogido quedarme.

Casi un mes después, salí de Aipecito. Alguien le hizo saber a Fanny que debíamos irnos; se planeaba un enfrentamiento armado

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con el ejército y por nuestra seguridad era mejor salir. Así lo hicimos, emprendimos camino hacia Vega Larga, otra zona que atendía el proyecto; de salida y casi a la altura de San Luis, escuchamos los hostigamientos. Habíamos salido a tiempo. Pensé que, paradójicamente, yo que había escogido estar allí tenía la oportunidad de salir; era distinto para quienes no habían escogido vivir esa guerra y debían permanecer allí porque no había más opción. Desde entonces no he parado de recorrer el campo de este país, así como no paré de leer los libros del viejo. Casi en todos los lugares que he visitado por trabajo me he encontrado con una historia de guerra; con un grupo armado legal o ilegal que dejó una huella. He aprendido de los campesinos a identificar los sonidos del avión fantasma y a buscar refugio por si se llegan a presentar enfrentamientos; he sido guiada por ellos para esquivar campos minados y


CRÓNICAS

Yo que había escogido estar allí tenía la oportunidad de salir; era distinto para quienes no habían escogido vivir esa guerra y debían permanecer allí porque no había más opción

poder moverme entre fincas. He escuchado el dolor de las madres que perdieron sus hijos, esposos, hermanos; he tenido que conocer el rostro del desplazamiento y la crudeza de la pelea por la tierra; he visitado rincones de este país en los que parece que solo es posible la presencia de la guerra. Del Estado poco o nada se conoce. Y de todo eso concluí que desde que escogí conocer esa Colombia en guerra, esa Colombia rural, esa Colombia que no entendía, el proceso me ha dejado más preguntas que certezas, muchas más de las que tenía cuando era niña y leía los libros de mi viejo. Pero la única claridad que me queda es que a mí la guerra no me tocó, yo a la guerra la escogí para comprenderla y para no repetirla.

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“Nuestros abuelos aún permanecen de pie”


¿Cómo nos toca la guerra?

A tu muerte

C

uando mi padre tenía 18 años, llegó a la ciudad de Bogotá desde el municipio de San Cayetano, Cundinamarca. Lo único que tenía era algo de dinero reunido gracias a la recolección de café.

Trascurrieron los años y mi padre se hizo muy amigo de Héctor y toda su familia; él siempre trataba de ir en diciembre a su finca para ayudarlos a recoger café durante la década de los setenta.

Durante muchos años vivió en varios inquilinatos y en uno de ellos conoció a Esteban, un señor de campo que, al igual que mi padre, llegó a Bogotá en busca de mejores oportunidades, debido a que en su municipio -La Palma, Cundinamarcano las había.

Recuerdo tanto el diciembre del año 1996 cuando fuimos por primera vez a la Palma con mis padres y mis cuatro hermanitos; era hasta entonces el mejor paseo de mi vida. Nunca había visto tantas naranjas, mandarinas, café, entre otros cultivos, y todo reunido en una sola finca; apenas llegamos don Héctor tal vez vio la alegría en nuestros ojos porque dijo: ‘‘niños, todo esto es para ustedes; necesito que, por favor, recojan todo porque las naranjitas ya se están perdiendo, pueden comer lo que quieran’’. Inmediatamente descargamos las maletas y nos fuimos corriendo al árbol más grande de naranjo, nos trepamos en este y cogimos todos sus frutos. Mis

Ellos se hicieron buenos amigos y para diciembre del año 1970, Esteban invitó a mi padre a la finca de su familia para que lo ayudara a recoger la cosecha de café; allí conoció a su hermano menor Héctor, un señor muy alegre y trabajador y a su esposa Milena quien, según mi padre, era una bella persona; tenían un pequeño hijo llamado Juanito.

Si no volvemos a Bogotá no volverán a ver a sus amigos ni podrán estudiar nunca más

hermanitos y yo queríamos quedarnos allí para siempre. Pero un día nos dijeron: Bogotá los está esperando, la ciudad está muy triste sin ustedes. Todos lloramos pero mi padre nos dijo: ‘‘si no volvemos a Bogotá no volverán a ver a sus amigos ni podrán estudiar nunca más’’. De esta manera nos convencieron y aceptamos regresar. En la tarde ya estaba una camioneta esperando por nosotros; nos subieron a ella y nos fuimos. Antes de llegar al pueblo unas personas con la cara cubierta y botas de caucho pararon la camioneta, nos revisaron las maletas, llamaron aparte a don Héctor y hablaron con él, que estaba

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muy nervioso; al rato nos subieron a la camioneta y nos dejaron ir. Esa fue la última vez que fuimos allá. Todos los años le rogábamos a mi padre que nos dejara ir pero él nos decía que era imposible, que las cosas estaban pesadas, que su amigo ya no tenía la finca; tal vez no nos daba una explicación porque éramos muy pequeños, el caso es que no volvimos a escuchar a mi padre hablar de ellos ni de su finca. Una tarde del año 2002 llamaron a mi padre al teléfono; él contestó ‘‘si’’, escuchó atentamente a quien lo llamó y finalmente respondió ‘‘ya veo, hasta luego’’, colgó y empezó a llorar desconsoladamente.


Inmediatamente le preguntamos qué había pasado y solo nos dijo ‘‘los mataron, los mataron a todos’’, no sabíamos ni a quienes, ni por qué. Después de un tiempo, mi padre nos contó que al único hijo de sus amigos Héctor y Milena lo obligaron a pertenecer al Frente 22 de las FARC; su obligación era transportarlos en una camioneta por todo el departamento. Sin embargo, en un enfrentamiento con los paramilitares terminó muerto. Al suceder esto, los amigos de mi padre se desplazaron a otra ciudad, pero un día la señora Milena tuvo que volver de nuevo a la vereda porque

su suegra, quien no quería abandonar su casa en La Palma, estaba muy enferma. Los vecinos de la vereda cuentan que ese día llegaron los paramilitares a la casa y como su hijo era colaborador de la guerrilla, las mataron. A su esposo Héctor le afectó demasiado, perder primero su finca, luego su único hijo y finalmente su esposa y su madre. Entonces se sumergió en la soledad, el desconsuelo y el alcohol. Unos años más tarde, murió de cirrosis.


“¿Qué he hecho yo, qué han hecho mis hijos para merecer tal suerte? ¿Qué hemos hecho para merecer de tus manos -le dijo a Pizarro- la pena de muerte, cuando tú no has encontrado más que amistad y afecto en mi pueblo, cuando he repartido entre los tuyos mis tesoros, cuando de mí no has recibido sino beneficios? ¿Dónde está mi culpa? Y si no la tengo, por qué me condenas?


“Torito danzante, el runa baila imitando al toro cuando arremete con sus cuernos, se frena, mira desafiante y avanza, mueve sus patas delanteras tirando tierra, por unos instantes el runa deja de ser ĂŠl y se transforma en toro. Una danza con significado profundoâ€?


¿Cómo nos toca la guerra?

112 leguas al sur

S

on, en línea recta, 420 kilómetros desde Chía, Cundinamarca, hasta San José de Isnos, Huila, pero como en mi país no existen las líneas rectas, sino serpenteantes e impredecibles caminos, el odómetro de “la camioneta indestructible” de origen japonés en la que atravesaríamos tres departamentos en diez horas, marca 562 kilómetros. La misión personal: visitar campesinos que ya por dos años nos han abierto la puerta de su acogedor hogar, averiguarles de la molienda de caña, del precio del almidón, de los planes para los lotes heredados por la familia, de la mora, en fin…Y por supuesto, cumplir con la misión corporativa: traer muestras de material vegetal de un humilde cultivo de pan coger que se pretende fortalecer. Cuando decidí estudiar agronomía, jamás pensé encontrarme con tantos matices; simplemente, me veía envejecer alimentándome de

la huerta de mi casa. Básico. Pero después de trabajar en el sector floricultor, que formó gran parte de mi actual criterio técnico e incubó esa idea de poder hacer algo más que satisfacer necesidades personales, por cuenta de ver el drama de la mujer cabeza de hogar, el migrante costeño sin otra opción que correr a “la nevera” y el próspero resultado de la estandarización a como dé lugar, finalmente llegué a hacer parte del selecto grupo de profesionales que apoyamos la investigación del sector agropecuario colombiano –y lo digo con la mano en el pecho-. Heme aquí, fascinada con todo lo que a diario pone a mi disposición la necesidad de innovación en el campo colombiano, porque para romper el paradigma hay que conocerlo y eso es lo más fascinante de lo que hago: el rescate de lo que ya está hecho, que en el campo es todo, aunque así no parezca verse desde la institucionalidad.

Para romper el paradigma hay que conocerlo y eso es lo más fascinante de lo que hago

El recorrido empieza con la vista del desértico Mondoñedo, la media montaña que deja la cantera y que no ha sido tocada por las máquinas que a lo lejos parecen de juguete, seguramente porque sostiene un par de antenas de no sé qué. Luego, el olfato recuerda que lo que más y mejor producimos los seres humanos es basura, pero la memoria resucita un artículo de periódico que afirma que en esta tierra de nadie, las montañas de desechos se han convertido en hogar de decenas de personas… ¡que guapos! Al fin, la vía a Melgar, lo más rural que conocen muchos habitantes de la capital de un país con poco más del 90% del área en

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esta condición. La compañía recuerda que hay parada obligatoria en el Espinal para completar el cupo y reparo en que abandonamos por el sur occidente la “provincia del cóndor” para llegar a la tierra de Tulima, aquella sacerdotisa que protegía la riqueza del volcán Machín y del Nevado del Tolima, que murió quemada por los conquistadores españoles en plena plaza de Ibagué. La historia se repite; si no, hay que ver la forma de incursión de firmas mineras sudafricanas en la zona aurífera de la despensa agrícola de Colombia, a la que la comunidad tanto se ha resistido… pero eso es harina de otro costal. El intenso calor del municipio dueño del monumento al bunde nos da


CRÓNICAS

la bienvenida, porque aquí se nace, se vive y se muere, amando al Magdalena, aunque éste y los otros diecisiete departamentos que atraviesa el río estemos empecinados en manchar sus aguas de lo que más y mejor producimos los seres humanos. Completamos el cupo con Juan, un hombre de manos grandes, acostumbradas al trabajo fuerte para ayudarnos en la tarea y mirada de niño; inspira confianza. Continúa el camino al sur, ahora por el ardiente Guamo. Cordialidad en el ambiente. Juan es un encantador comentarista de lo que ocurre alrededor, parece salido de un cuento para niños y responde las preguntas de los desconocidos que lo acompañamos. ¿De dónde es usted Juan?, Cajamarqueño ¿Y vive allá? No, después de enviudar vendí la finca, vivo en Ibagué. Afuera: Saldaña, la capital arrocera de Colombia, más joven que la guerrilla y con río propio del mismo nombre, el único que nace y muere en el

Juan es un encantador comentarista de lo que ocurre alrededor, parece salido de un cuento para niños y responde las preguntas de los desconocidos que lo acompañamos

departamento. Casi salimos del Tolima, territorio de los exterminados guerreros Pijao y cuna de famosos personajes y lugares que han hecho parte de la vida de todo colombiano nacido en los últimos cien años: Los Tolimenses, Efraín Guzmán y el Mono Jojoy, así como la República independiente de Marquetalia, el lugar en que junto con otros personajes como el genovés Pedro Antonio Marín, hastiados de los abusos, gestaron la defensa de los derechos de los campesinos, en su momento muy legítima, en un corregimiento Planaduno, sin control del estado para ese entonces. Luego, Tirofijo, el genovés, se convertiría en el máximo comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, y lo demás es historia;

pero todo esto, a ocho horas del norte de Bogotá. En la indestructible, la conversación adopta otros matices. Juan, ¿y no piensa volver por su tierra? No, yo estoy bien en Ibagué, en Cajamarca hay familia y cuando yo era el presidente de la junta me conocí con mucha gente. Sigue siendo mi casa, pero la minería ya puso caro todo. Me perdí lo que siguió, porque ya al sur, al sur, al sur, del cerro del Pacandé, nos da la bienvenida el Valle de las tristezas, cuya escasa vegetación resalta en el ocre y gris de la Tatacoa, siendo blanco de toda mi admiración en el modesto conocimiento que tengo de su nada modesta capacidad de adaptación. Cuando regresé hablaban de una vereda Potosí, como la mina de

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plata más grande del mundo en la época de la colonia, la de las Venas Abiertas de América Latina, la saqueada por los españoles, la que fue motivo para masacrar quizá a miles de Incas, en fin. Esta Potosí, es en Cajamarca. El desparpajado relato de Juan cuenta la forma en que en el 2004 el ejército nacional mató a tres adultos y dos niños de esta vereda, porque pensaron que eran guerrilleros. Salió en los periódicos. Seguramente el niño de menos de seis meses causaba terror. De nuevo la vista del Magdalena, esta vez en el casco urbano de Neiva y los del carro escuchábamos de la visita de la guerrilla al campesino Juan. Y no acababan de salir los guerrillos que pagaron


¿Cómo nos toca la guerra?

-aunque yo no les quería cobrar- ciento sesenta mil pesos por tres comidas y un desayuno, que sin gusto pero por susto tocó ofrecerles, cuando ya estaba entrando el ejército; y esos sí que eran fastidiosos, porque además de decir que yo auxiliaba a la guerrilla, pedían que les dejaran lavar no sé qué, que les cambiaran las latas de comida que cargaban por si se más. ¡Mejor dicho! En esas nos la pasábamos, dándole a la guerrilla y al ejército y muertos del susto porque se le hacía eterna la visita de esa gente. Después de Campoalegre, el famoso cruce de Algeciras donde en medio del paro agrario de 2013, los compañeros de viaje tuvieron que esperar por horas a que los manifestantes armados con azadones dieran paso. Se sentía la tensión en el ambiente, afirma uno de ellos. En el paro anterior a ese, la guerrilla nos invitó a salir a protestar. Puros zumbambicos iban a la finca a decirnos que tocaba ir, nadie los vio luego por ahí; bloqueamos la calle

árboles y detonando bombas de manera milimétrica, para desviar el avión de Aires donde viajaba el senador opita Jorge Eduardo Gechem. Estuvo secuestrado seis años.

y cuando llegó el ESMAD uno de los que dirigían dijo que cantáramos el himno nacional que por eso no nos podían hacer nada… ¡Cómo no! Nosotros nos orillamos para dejar pasar a los del ESMAD y no alcanzamos a decir Oh Gloria! Y eso fue sin miedo que empezaron a darle al que se atravesara, los primeros en salir corriendo

Por fin la imponente ceiba del parque de Gigante, el símbolo de la libertad que reemplazó el cepo utilizado en la colonia para castigar

La guerrilla improvisó un aeropuerto talando árboles y detonando bombas de manera milimétrica, para desviar el avión de Aires donde viajaba el senador opita Jorge Eduardo Gechem

fueron los de la idea de cantar el himno…”. Juan cuenta en medio de la risa, como si contara una película, a mí me hiela la sangre.

a los indígenas. Majestuoso y sin miedo. Como siempre, nos pone a suponer sobre su edad. Camino a Garzón, paramos en el Quimbo, ya un poco recuperado del desastroso fenómeno del niño. El anhelado paso por Garzón y llegamos al cruce de Florencia; estamos a cuatro horas de la capital del Caquetá y a seis del municipio emblema de la zona de despeje establecida en 1998, San

La vía Neiva-Hobo es el escenario de nuestro relato acostumbrado para el conductor de turno: en 2002, en esa recta interminable por la que se puede andar a 120 km/h, la guerrilla improvisó un aeropuerto talando

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Vicente de Caguán, que ha vuelto a salir en las noticias pero no precisamente por su gran potencial en producción de frutas exóticas como copoazú, cocona o, el muy de moda, arazá. El Magdalena espera cien metros o algo más debajo del alto de Pericongo, la quebrada carretera que antecede a Timaná. Allí donde la cacica Gaitana prefirió suicidarse antes que entregar su pueblo a los españoles y nos da lugar a la segunda historia del itineario, la de Timanco, hijo de la Gaitana, que se negó a asistir a una convocatoria de los conquistadores y fue asesinado de manera traicionera. La Gaitana reunió a miles de guerreros indígenas, le sacó los ojos a Pedro de Añazco responsable del hecho, y paseó por los pueblos su cuerpo, en venganza por la muerte de su hijo. En honor a ella, un monumento adorna la plaza central del pueblo frente a la imponente catedral de San Calixto. Luego de Pitalito, la segunda ciudad del departamento del


CRÓNICAS

Huila, está el cruce de Mocoa, pero a la derecha seguimos en busca de San José de Isnos. Estamos cerca, cerca del estrecho del Magdalena, del parque arqueológico de San Agustín, del alto de Bordones, del nacimiento del amado Magdalena en el páramo de las papas, en el lugar donde la cordillera de los Andes se divide en tres, luego de más de tres millones de kilómetros de recorrido por Sudamérica, en la estrella hídrica del país: el macizo colombiano.

Esta travesía mensual siempre me plantea lo cercana que es la guerra a los nacidos en la desangrada Colombia, que se

Llegamos a San José de Isnos y no queremos saber del viaje de regreso. Pero esta travesía mensual siempre me plantea lo cercana que es la guerra a los nacidos en la desangrada Colombia, que se ha dedicado a recuperarse de los maltratos recibidos. La que en cada legua da testimonio de la violencia de nuestra genética, ya sea por el ansia de adquirir poder en cualquiera de sus formas o por la necesidad de defender su dignidad. Hace parte de nosotros, está intrínseca en la colombianidad. A todos nos toca la guerra y no es como en

ha dedicado a recuperarse de los maltratos recibidos

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este viaje en que yo la toco a ella como un libro escrito en la ventana de la indestructible, sino que ella me toca a mí porque está latente y le duele físicamente al protagonista de la noticia, pero también al corazón del observador, que siente el riesgo de ser secuestrado como ya pasó con tres colegas en el pasado o de ser asesinado en la zona rural que frecuentamos y que tanta curiosidad nos genera, desafortunadamente, la más golpeada. Que esto les ocurra a las personas que tan desinteresadamente nos ayudan a diario, nos duele en los planes futuros, en la incertidumbre, en las oportunidades que nos quita, en la calidad de vida y, por básico que suene, la guerra nos duele hasta en los bolsillos.



Dise帽o y diagramaci贸n: Amanda Orjuela


Sergio Daniel González SER JATUN INTI - GRAN SOL

(16 de Julio de 1972. Peña Blanca-Humahuaca-Argentina)

“Yo nací en una comunidad que se llama Peña Blanca, ubicada al norte de Humahuaca. Es una comunidad indígena y allí trabajaba mi padre como docente y mi madre fue a visitarlo estando embarazada y tuve la suerte de nacer ahí y de que me trajeran al mundo las parteras de la comunidad. Hoy soy el vicepresidente de la localidad Norte de Humahuaca” Estudió en la Facultad de Educación Física de Tucumán y trabaja hace 17 años como docente. Durante los días hábiles vive en mina El Aguilar y el fin de semana viaja a Humahuaca, donde lo esperan su esposa Elizabeth Condorí y sus hijas Suyay Phajsi Azul (Luna Azul de la Esperanza), de 10 años, y Sisa Jan Inakt’iri Thayari (Flor Inquieta en el Viento Fresco), de 8. Orgulloso de su origen, no solo les dio a sus niñas nombres en quechua y aimara, sino que se comunicaba con sus alumnos utilizando palabras en quechua y les enseñaba las propiedades alimenticias de la papa andina, el mote y la quinua. Una revalorización ancentral que fue prohibida a finales de 2014. Este es un caso que estudia el INADI (instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) https://www.facebook.com/sergiohumahuaca/photos_all


“Toman al indio como folclore y en ese sentido es atractivo, pero cuando el indio reclama, cuando dice necesito mi tierra o necesito educación, pasa a ser molesto. Eso hay que cambiarlo. Nosotros tenemos nuestra cultura y también podemos hacer uso de la tecnología”


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